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Cuicuilco Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) [email protected] ISSN (Versión impresa): 0185-1659 MÉXICO 2004 Fernando Jesús Betancourt Martínez DE AUSENCIAS Y RETORNOS: HISTORIOGRAFÍA Y PSICOANÁLISIS EN LA OBRA DE MICHEL DE CERTEAU Cuicuilco, enero-abril, año/vol. 11, número 030 Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) Distrito Federal, México

De Certeau. Psicoanálisis e Hsitoria

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  • CuicuilcoEscuela Nacional de Antropologa e Historia (ENAH)[email protected] ISSN (Versin impresa): 0185-1659MXICO

    2004 Fernando Jess Betancourt Martnez

    DE AUSENCIAS Y RETORNOS: HISTORIOGRAFA Y PSICOANLISIS EN LA OBRA DE MICHEL DE CERTEAU

    Cuicuilco, enero-abril, ao/vol. 11, nmero 030 Escuela Nacional de Antropologa e Historia (ENAH)

    Distrito Federal, Mxico

  • De ausencias y retornos:historiografa y psicoanlisis enla obra de Michel de Certeau

    Fernando Jess Betancourt MartnezEscuela Nacional de Antropologa e Historia

    RESUMEN: El artculo aborda, a partir de los trabajos del historiador francs Michel de Certeau, elencuentro entre el psicoanlisis freudiano y la historiografa contempornea. En dos tipos de problemasse expresa el alcance que resulta de tal encuentro: por una parte, la escritura de la historia, es decir, elterreno de la literatura, por otra, el lugar social del saber, es decir, la institucin. De tal manera que laproblemtica psicoanaltica obliga a repensar las relaciones de la historiografa con la literatura fuerade los marcos que establecieron su oposicin desde el siglo XIX.

    ABSTRACT: This paper covers the encounter between the Freudian psychoanalysis and modernHistoriography, departing from the writings of the French historian Michel de Certeau. The reach ofthis encounter is expressed in two problems: on the one hand, the act of writing History itself, that is,literatures terrain, and, on the other hand, the social place of knowledge, that means the institution.Being so, psychoanalytical problems obliges us to rethink the relationships between Historiographyand literature out of the borders established by its opposition since the XIX century.

    Cul es el impacto del freudismo sobre la configuracin que rige,desde hace tres siglos, las relaciones de la historia y de la literatura?

    MICHEL DE CERTEAU [1995:97].

    El campo de la historiografa ha encontrado, en los ltimos decenios, la formade entablar una serie de dilogos con otras disciplinas, algunas de ellasconsideradas lejanas a su temtica de estudio, otras reconocidas como vecinaspor compartir objetos e intereses vitales. En muchos casos ese dilogo, molestopara no pocos historiadores (ya que los enfrenta a la fragilidad de sus eviden-cias y seguridades), ha tenido la fortuna de sobrepasar las distancias, traba-josamente establecidas, que aseguraban las identidades disciplinarias. El

    NUEVA POCA, volumen 11, nmero 30, enero-abril, 2004, Mxico, ISSN 1405-7778.

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    presente trabajo tiene el propsito de abordar la relacin que guarda lahistoriografa con ciertas temticas psicoanalticas, pues se considera uno delos ejemplos ms interesantes de encuentro dialgico, en el sentido de que stapostula elementos reflexivos de gran importancia para el oficio de historiador.Asimismo, se tomar como base la obra del historiador francs Michel deCerteau, quien evidentemente fue uno de los que ms insisti en la necesidadde ligar la escritura de la historia con la problemtica suscitada por elpsicoanlisis freudiano, tanto de la prctica escriturstica como del habla engeneral. El punto de partida es la interrogacin que sirve de epgrafe y que, ala luz del pensamiento contemporneo, cobra cada vez mayor relevancia.

    UN NUEVO TERRITORIO PARA LA HISTORIOGRAFA

    Los trabajos de Michel de Certeau impulsan una transformacin del estatutomismo de la historiografa. Tal situacin se debe, en gran medida, a lasreflexiones que le plantean serios desafos desde otros campos del saber y que,retomadas por nuestro autor, significan someter a exhaustivo examen suspropias bases. Uno de los desafos, quiz el ms acuciante, recae en la cuestindel lenguaje. Durante muchos aos se ha sostenido que el contenido y lasposibilidades de la disciplina histrica respondan a lineamientos episte-molgicos a travs de los cuales se legitimaban sus pretensiones de objetividad.Dos tipos de presupuestos se asuman en forma recurrente a partir de esapretensin: por un lado, la disposicin que constrie el conocimiento con larelacin que se establece entre sujeto y objeto; por otro, la adecuacin que puedelograrse entre el discurso verdadero de las ciencias y la verdad del objeto. Deah se desprenden tanto la reduccin del pensamiento epistemolgico a simpleproceso metdico, como la adecuacin o correspondencia del discurso cientficoa una realidad extradiscursiva que puede capturar.

    Las reflexiones modernas acerca del lenguaje han tendido a desdibujarlos dos presupuestos bsicos a los que la historia se adscriba en su calidadde disciplina cientfica. El sentido inmanente con el que la epistemologatea la llamada teora de la historia, cuyo efecto paradjico consista endeshistorizar una labor que deseaba elaborar representaciones sobre elpasado, as como la relacin sin mediaciones que acercaba al objeto de estudioy que sostuvo la distincin respecto a la historiografa, han sido sometidas arevisin crtica y a un desalojo paulatino en el panorama terico y prcticode la historia.

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    Entonces se percibe un cambio: los trminos con los cuales se pensabala historia han sido sustituidos por otras formas de interrogacin que apun-tan precisamente, hacia lo que se ocultaba antes. En esta va de transfor-macin, de la que de ninguna manera es ajeno el cambio producido en lasformas de autocomprensin de la sociedad moderna, ha resultado crucial paraentender el proceso de escritura de la historia y los condicionantes inter-pretativos que se encuentran detrs de sus prcticas de lectura. Lo que surgecon ello es la temtica del sentido que, a diferencia de la temtica cosificadora(propia de la epistemologa tradicional) asigna un lugar central a las media-ciones de lenguaje que operan en la construccin de conocimientos histricos.

    As, por un lado tenemos la escritura como sistema de sentido articuladoen representaciones y, por otro lado, el ejercicio de lectura de sus materiales(fuentes) como mediaciones de sentido. Si ayer se organizaba la epistemologa[...] en relacin con el objeto y con lo real, refluye hoy en el lenguaje [...] [DeCerteau, 1993c:112].1 En efecto, el acceso a lo real ya no puede ser pensadocomo inmediato, pues el acercamiento a eso denominado realidad slo puededarse desde la mediacin del lenguaje, es decir, del sentido. Uno de lossupuestos que se seala en los escritos de De Certeau es considerar que,desde estos cambios introducidos por la reflexin sobre el lenguaje, no sepuede seguir sosteniendo la distincin clsica que opona la investigacinhistrica de hechos a los anlisis historiogrficos. Si la historia puede en-tenderse como historiografa se debe a que la investigacin misma es vistahoy como un trabajo de significacin: ms que reproducir lo real, la inves-tigacin de hechos enuncia sentidos bajo un efecto literario de realidad[Mendiola y Zermeo, 1996:255].2 Entonces la historia, es decir, la historio-

    1 No se puede ya pensar lo real, como lo hace esa epistemologa propia del siglo XVIII, puestoque [...] desde que la operacin histrica consiste en una serie de transformaciones quecambian los textos o los pre-textos (los documentos) en otros textos (las obras histricas);desde que el discurso mismo es definible en trminos de reglas caractersticas; y desde quetoda adecuacin a un referente (lo real) es en la historia, como en la novela realista, unefecto de lo real, es decir, una manera de enunciar propia de un gnero literario []Uno pasa as, de una realidad histrica (lHistoire, historia acontecida o Geschichte) recibida enun texto, a una realidad textual (la historiografa, o Historie Historia) producida por unaoperacin cuyas normas estn fijadas de antemano [De Certeau, 1993:112].

    2 En la misma pgina, los autores sealan lo siguiente: Si, como vemos, la historia comociencia trabaja sobre escrituras y no sobre hechos se termina la distincin que sta tenacon la historiografa. Esta ltima slo insiste en una cosa: la historia se hace con grafa y producegrafa.

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    grafa, puede ser vista como discursos articulados sobre otros discursos, quetienen como objetivo significar las relaciones que un presente guarda con supasado. Sobre un teatro de comunicacin simblica que se da en la sociedad,la historiografa fabrica marcos de referencias que actan ah donde la socie-dad instaura rupturas. Es un discurso de la conjuncin, que lucha contralas disyunciones producidas por la competencia, el trabajo, el tiempo y lamuerte. Al producir historias al interior de un sistema de comunicacinsocial hace habitable el presente [cfr. De Certeau, op. cit.:57].

    Transformacin del estatuto de la historiografa a partir de un cambioen el horizonte de lo que es pensable para una sociedad. Entonces, de qumanera afecta el cambio en las formas de autodescripcin social al camporeflexivo de la historiografa? El derrumbe de la epistemologa clsicaconduce a interrogarse por las condiciones de la escritura cientfica y porlos campos prcticos que instituyen los procesos de conocimiento, de ahque la pregunta por la forma en la que conocemos haya quedado despla-zada. As, desde dos vertientes, nos sale al encuentro la necesidad derepensar el oficio de historiador: primero, observar los campos cientficoscomo campos prcticos de historicidad, con ello la razn deviene en raciona-lidad situada social e histricamente; segundo, delimitando las ciencias aprocesos discursivos desde una situacin en que la realidad se presentairreductible a la escritura.

    Al combinar, por un lado, el reconocimiento de que el lenguaje creanuestra visin del mundo y, por otro, la posicin de que el conocimientodepende de un rgimen de prcticas que incluso rebasa el marco estrechode las disciplinas, se delimitan aperturas reflexivas que resultan caras a loshistoriadores. Estas dos vertientes sealan uno de los problemas centralesque desde hace tiempo ronda en las elaboraciones tericas: cmo historizara una disciplina que, si bien se precia de ser histrica, en el proceso deproduccin de conocimientos anula de entre sus condiciones de posibilidadaquello que distingue en sus objetos de estudio? No se trata de hacer unanueva historia de la historia a la manera de la historiografa tradicional,sino ms bien de historizar las condiciones sociales que le permiten operarcomo ciencia o disciplina particular, y esto va desde sus prcticas deescritura hasta las operaciones tcnicas y analticas que la definen.

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    UN DILOGO POSIBLE CON ELPSICOANLISIS, O LA TRANSGRESIN DEL LMITE

    Los estudios realizados por Michel de Certeau se han convertido en una refe-rencia central para adentrarse en los problemas que he mencionado arriba. Laescritura en la modernidad, la arqueologa religiosa del mundo actual, las ex-periencias msticas, la temporalidad, etctera, son slo algunos de los temastratados por este historiador francs. Sus procedimientos de anlisis, una vastay compleja operacin reflexiva que nos propone, ponen en juego la confluenciainesperada de diferentes disciplinas: filosofa, semitica, lingstica, antro-pologa, psicoanlisis.

    No se trata con ello de instrumentar la tan anhelada interdisciplinariedad;al contrario, busca la manera de socavar las seguridades de estos espacios deresguardo. Es la modalidad, tan cara para l, de pensar desde el lmite, ellmite de su oficio. Confundir las fronteras, traspasarlas de ida y vuelta,significa la posibilidad de acceder a otra forma de preguntar sobre lo quehace y por lo que escribe en tanto historiador. Interrogarse desde mltipleslugares por el cmo y el qu de una fabricacin, prctica de un oficio y modode una escritura, es asumido al mismo tiempo como experiencia de viaje ycomo labor intelectual. Pensar sobre ello es una tarea que no tiene fin y que,por lo tanto, no encuentra el consuelo de las certezas ltimas. Es vagabundopara el cual se legitima la cualidad de una actitud por encima de la calificacinintelectual. Como seala Franois Giraud:

    [] para l tanto la vida del cristiano como el trabajo de historiador implicabanestar viajando. Se trataba de una experiencia que no era del orden del turismo, es-ta reiteracin organizada de lo mismo, en donde no se encuentra ms que elreflejo de s mismo, sino del orden de la alteridad, del encuentro con el otro, enuna suerte de x-tasis [Giraud, 1993:62].

    El conjunto de sus escritos pueden ser divididos en tres grandes rubrosacordes con la temtica dominante. stos son: a) historia del cristianismo delos siglos XVI al XVII; b) historia de la escritura de la historia y, c) constitucinde las prcticas del hombre ordinario (la cotidianidad) [Mendiola, 1993:14].Cabe hacer notar que esta divisin es slo una orientacin general, pues todoslos temas sealados se encuentran conectados entre s, extrayendo de laconexin horizontal una armazn compuesta por diversos y sucesivos nivelesde anlisis que tiende a complejizar los horizontes de cada libro particular.Ahora bien, una de las lneas de fuerza que atraviesa los textos firmados por

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    De Certeau consiste en lo que l mismo denomin enfoque psicoanaltico. Delos nombres citados con recurrencia en sus anlisis destacan el de Freud yLacan, y el impacto que tienen ciertas nociones o elaboraciones psicoanalticasse advierte incluso cuando no explicita su referencia [De Certeau, 1973:118-128].3 Desde luego, esto no es casual. De Certeau participa de la recepcinque se le dedic al psicoanlisis en Francia despus del 68 y que, por diversoscaminos, desbord el terreno especfico de la prctica analtica. l mismo fuemiembro hasta su disolucin de la escuela freudiana de Pars, fundada porLacan, e incluso podra decirse que la lectura que realiza de la obra de Freudtiene, como marco central de referencia, su asistencia a los famosos seminarioslacanianos, signados stos por una aspiracin de retorno a los orgenespsicoanalticos.

    Si se toma como punto de partida que la problemtica a la que se enfrentala historiografa puede ser entendida como aquella referida a las prcticaspor medio de las cuales se reconstruye el pasado, entonces De Certeauacomete el reto, poniendo en el centro de su atencin las relaciones que seestablecen entre el decir y el hacer. Con ello, se abre para el historiadortoda una complejidad que le obliga a reflexionar sobre el sentido de su trabajoy sobre las operaciones que se ponen en juego en la prctica de su oficio. Siantes el lugar y las operaciones del saber no necesitaban justificarse, mante-nindose como lo implcito de una disciplina, debido al peso que tena lareflexin epistemolgica tradicional, ahora se vuelve imprescindible inte-rrogar al espacio y a los procedimientos que circunscribe, pues se revelancomo no neutrales en la produccin de interpretaciones sobre el pasado. Esms, el anlisis sobre lo implcito de la ciencia histrica significa movilizar,frente a las teoras cognitivas con las que la historiografa se ha ligado desdeel siglo XIX, una amplitud de horizontes que tienden a desdibujar los lmitesdisciplinarios aceptados hasta hace poco. Esto constituye una superacinde la epistemologa tradicional, porque revela la inconsistencia de suspostulados, al tiempo que reconoce caminos que slo conducen al umbralde nuevas interrogantes, ms que a soluciones definitivas. En los textos deMichel de Certeau se encuentra una actitud reflexiva, postulada sobre la

    3 En el texto citado, el autor realiza un recorrido por los procedimientos que estn en la basede los ejercicios ignacianos, desde una perspectiva psicoanaltica. stos estn orientados ala construccin de un objeto a partir del deseo y de la prctica de una separacin respecto alotro, en este caso del cuerpo de Dios.

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    relatividad del pensamiento y el lmite de una situacin. Por tanto, aquelloque nos evade de continuo en las palabras escritas por l es el contorno deun mtodo eficaz y probado, la revelacin por fin alcanzada que asegure unpunto conclusivo o el paraso intelectual donde todo se torne susceptiblede una explicacin clara.

    No es el reino de la luz lo que promete a sus lectores, pues no formulapromesa alguna; por el contrario, invita a una aventura del pensamiento quese revuelve contra s misma, que cuando parece avanzar se detiene, regresasobre sus pasos para reflexionar sobre la consistencia de sus propias huellasdejadas en un desierto simblico. Qu hay por debajo de la recurrencia de lasemitica y del psicoanlisis en un trabajo que se presenta a s mismo den-tro del campo de la historia? Cmo entender esa mirada, la de De Certeau,que al orientarse hacia algn tema, la mstica por ejemplo, no deja de in-terrogarse como perspectiva? Entre el lugar que autoriza y los modos deenunciacin que ah se llevan a cabo, se instituye un postulado fundamentalde procedimiento: el rechazo a la lgica de las identidades. El cuerpo deuna disciplina se ve rebasado por el tema que trata mientras que, de maneraparalela, el objeto construido slo responde a la ficcin de un mtodo quesupuestamente lo asla para un campo del conocimiento. Entonces, aunadoal reconocimiento de la fragmentacin e incompletud esencial de cualquiersaber, se sostiene la renuncia al imperio del mtodo [v. Flores, 1994:229].4

    Si la identidad de una disciplina pareciera descansar sobre la homoge-neidad de un campo sobre el que se acta, si el objeto se presenta comoreferente estable, como punto final de una lnea continua, De Certeau recurreal proceso inverso: primero, estudios que se saben fragmentados por la frag-mentacin de los temas que aborda, segundo, la irreductibilidad de la distan-cia que lo separa de los temas de estudio:

    Mi anlisis de su historia gira, pues, alrededor de esta fbula mstica. No es sinoun relato de viaje, fragmentado por el recurso a mtodos diversos (histricos,

    4 En la misma pgina y respecto al modo de proceder de Michel de Certeau, Flores escribilo siguiente: Al abordar la mstica de los siglos XVI y XVII, su propuesta articula, como lmismo lo seala, tres disciplinas diversas, tres modos distintos de abordar el mismo objetode conocimiento: historia, psicoanlisis y semitica. En ese sentido, su propuesta noconsiste en reivindicar la asistematicidad, un dbil pensamiento dbil que hara de laausencia de rigor, de la interdisciplina fcil, un nuevo fetiche, apto para mentes confusas,sino en asumir una perspectiva transdiciplinaria que cia un lugar en donde contener eltema estudiado [...].

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    semiticos, psicoanalticos) cuya maquinaria permite definir sucesivamenteobjetos accesibles en una realidad inaccesible. Como el cuadro de Bosco quela introduce, esta realidad desbarata finalmente a toda investigacin. La dominacon una especie de risa. se sera el sentido de esta historia: el secreto que estelibro, como el guardin de Kafka, defiende sin poseerlo [De Certeau, 1993b:24].5

    En efecto, sus libros son como experiencias de viaje, como una suertede vagabundeo que aspira a producir el encuentro fugaz con el otro, bajo elentendido de que la alteridad es un presupuesto inaprehensible para el cono-cimiento cientfico [Giraud, op. cit.]. Por eso, echar mano de diferentes disci-plinas no puede entenderse como simple suma de recursos variados paraobtener mayor objetividad, ni como remedio a una situacin de comparti-cin de objetos de conocimiento. Ms que interdiciplinariedad, en los escritosde Michel de Certeau est presente el sentido de un trabajo que se sabe enel lmite o, como seala Roberto Flores, el despliegue de una perspectivatransdisciplinaria. Pensar en el lmite, en este caso, consiste en instalarse enlos lugares de cruce de los saberes, en esa serie de puntos en donde se confundeny alteran las fronteras. Y esto significa reconocer la ambigedad que preatodo trabajo de conocimiento, pues ni el lugar institucional ni la escrituracientfica escapan a la prdida que supone toda narrativa, ni al trabajo deltiempo en el seno de la institucin. As, tanto una como la otra se encuentrantraspasadas por lo equvoco,6 cuando la modernidad quiso la construccinde un lugar asptico y de una escritura no ambigua.

    De qu manera se produjo este deseo? Esquivando, rechazando, la alte-ridad que la constituye como tal, es decir, como deseo. Oponindole de manera

    5 En relacin con la distancia que toda investigacin sostiene respecto a su objeto, escribi:Enfocar as los procesos, interpretar en el sentido musical del trmino esta escritura msticacomo si fuera otra enunciacin, es considerarla como un pasado del que estamos separados,y no suponer que nos encontramos en el mismo lugar que ella; es tratar de practicar, pornuestra parte, el movimiento, volver a pasar, aunque de lejos, sobre las huellas de un trabajo,y no identificar con un objeto del saber a esta cosa que, al pasar, transform las grafas enjeroglficos [cfr. De Certeau, 1993b:28].

    6 [] toda transmisin de una tradicin el acto de leer conlleva un equvoco, es decir,una recontextualizacin [] La tradicin sobrevive gracias a los malentendidos. Pormalentendido entiendo el trabajo de la historia en el texto. Y este malentendido equ-voco no se debe a la falta de cuidado en la lectura, sino a que toda apropiacin de unatradicin implica recreacin de la misma. El malentendido nos quiere sealar que latransmisin de generacin a generacin se da bajo un sustrato de cuestiones nuevas queobligan a transformarla [...] [Mendiola, 1995:334].

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    tenaz una lgica de lo mismo: asegurarle al lugar de saber una identidadsobre la cual ejercer sus prcticas y a la escritura una identidad absoluta conlos temas que aborda. Frente a la norma cientfica, el psicoanlisis descubrela alteridad que la condiciona y la limita, pero tambin el sustrato arqueolgicoque acta como su trasfondo impensado, como la diversidad de escenasoriginarias de las cuales proviene y que la evaden de manera constante. Enese habitar en la frontera a la manera de un errante,7 en ese pensar en ellmite desde el lmite mismo, De Certeau encuentra el auxilio del psicoanlisisfreudiano. Desde ese espacio fronterizo Freud se convierte en un signo per-turbador en el panorama aparentemente difano de los saberes modernos, quedesbarata las identidades claras tanto de las palabras como de las acciones,al acercar al pensamiento los temas de la otredad y de los principios.

    ARQUEOLOGA DEL SUJETO Y ARQUEOLOGADE LA MODERNIDAD, LA CUESTIN DE LA ALTERIDAD

    Me parece que De Certeau lee a Freud como partcipe de un vasto movi-miento intelectual que busca dilucidar es decir, volver pensables losproblemas que ataen a la modernidad en la que vivimos, con un nfasis emi-nentemente crtico. Si el horizonte epistemolgico se desvanece es porque desdelos discursos que produce y desde los lugares que se ha labrado, descubri-mos resistencias y exilios que vulneran su consistencia. Adems, al traspasarsus mrgenes nos vemos obligados a preguntarnos por el horizonte en elcual estamos, por la situacin en la que existimos. El filo crtico sealadopor el psicoanlisis es doble. A un tiempo resquebraja las seguridades delconocimiento metdico al deconstruir su armazn inmanente, ese edificiosostenido por la distincin entre lo que puede controlar y un resto que semantiene en las sombras.8 Foucault ya haba trabajado sobre el efecto de

    7 Ahora, la cuestin es cmo pensar acerca de algo, que a pesar de que nos funda comosociedad, lo hemos reprimido u olvidado? Es decir, cmo pensar nuestro principio (arch),si ste pertenece al afuera de lo que para nosotros es pensable (logos)? Segn Michel deCerteau, la respuesta es hacer historia con la mediacin de la reflexin arqueolgica, esdecir, pensando en nuestros propios lmites.

    8 Con mayor generalidad, todo orden autnomo se constituye por medio de lo que elimina,y produce un resto condenado al olvido, pero lo excluido se insina de nuevo en eselimpio lugar; se infiltra ah, lo inquieta, vuelve ilusoria la conciencia que tiene el presentede estar en su casa, la habita a escondidas, y este salvaje, este ob-sceno, esta basura,esta resistencia de la supersticin inscribe ah, sin que lo sepa o contra el propietario (elyo), la ley del otro [De Certeau, 1995:78].

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    desconocimiento que se opera en el seno de las ciencias humanas adscritasal pensamiento antropolgico. Este efecto se produce por el desdoblamientode la figura hombre en realidad emprica y en fundamento de la experiencia,de tal modo que la pregunta sobre el ser del hombre se ve envuelta en unjuego de duplicados del cual no puede salir. Las ciencias humanas, entonces,ms que ser productoras de conocimiento sobre lo que el hombre es (espaciode identidad) encuentran lneas de fuga que las abisman sobre lo que elhombre no es: habita un lenguaje que no domina, su vida est sometida a lafinitud que lo constituye y el lmite de su trabajo no es ms que la proyeccindel deseo.9 As, el lugar del saber, como nos lo seala Lacan, es en realidadun lugar dominado por el no-saber.

    Pero tambin el filo crtico que el psicoanlisis aporta a la cultura moder-na atae a la comunicacin que establece con su pasado, con su tradicin.Desmiente las operaciones que presentan una ruptura tajante del presenterespecto de las configuraciones anteriores y sobre las cuales las sociedadesasentaban su autoobservacin. La bsqueda de identidad en la modernidadpasa por la negacin del otro (de su pasado), por la objetivacin que lo ofrececomo cuerpo muerto y alejado. Sin embargo, la tradicin de la cual se quieredistanciar, esa aparente efectividad en distinguir lo vivo de lo muerto [DeCerteau, 1996a:13], es recapitulada en un orden continuo de progreso. Estosera lo propio de la modernidad, es decir, la capacidad (voluntad) de instituirrupturas sobre el modelo de un elemento activo (la razn, la escritura, elconocimiento) y de la pasividad de un otro (la locura, la oralidad, la supers-ticin) que slo puede ofrecerse a esa mirada escrutadora. Nuevamente, elesquema es atravesado por lo equvoco de la distincin. Eso que es rechazadocomo requisito previo para darse identidad se mantiene como fantasma,permanece en la modernidad activa y racional como su propia ley, de la cualnada sabe pero la gobierna. Si el pasado (que tuvo lugar y forma parte de unmomento decisivo en el curso de una crisis) es rechazado, regresa, perosubrepticiamente, al presente de donde l se ha excluido [De Certeau, 1995:77].

    9 Por ser un duplicado emprico-trascendental, el hombre es tambin el lugar del descono-cimiento de este desconocimiento que expone siempre a su pensamiento a ser desbordadopor su ser propio y que le permite, al mismo tiempo, recordar a partir de aquello que se leescapa. Esta es la razn por la que la reflexin trascendental, en su forma moderna, noencuentra su punto de necesidad, como en Kant, en la existencia de una ciencia de lanaturaleza [] sino en la existencia muda, dispuesta sin embargo a hablar y como todoatravesada secretamente por un discurso virtual, de ese no-conocido a partir del cual elhombre es llamado sin cesar al conocimiento de s [Foucault, 1996:314].

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    Con ello una arqueologa de la modernidad se proyecta desde la arqueologafreudiana del sujeto. Si De Certeau se instala en la frontera, tanto de los saberescomo del pensamiento, encuentra en el psicoanlisis un tipo de saber fron-terizo: no es el ms all del saber o la modernidad, sino el ms ac que losperturba, esto es, el lmite de lo significante que se manifiesta en el deseocomo deseo.10

    El psicoanlisis freudiano produce, con la introduccin del deseo, la in-versin del sujeto consciente, del cogito (pienso, existo) narcisista y domi-nante,11 en la medida en que asume la vida consciente como determinadapor elementos desconocidos que guan nuestro actuar. La operacin consisteen distanciar al sujeto del inconsciente del espacio del yo o ego. Para Freud,algo ms nos habla ah donde se producen fallas en el mbito de la con-ciencia; en el momento en que sta se tropieza, se manifiesta un ello. Desdeeste punto, el psicoanlisis traspasa el puro campo de su aplicacin tera-putica y se instala en una forma de pensamiento ms vasta y general, desdedonde es ledo por muchos intelectuales franceses entre los aos sesenta ysetenta. Esta recepcin avanza en el vaco dejado por las filosofas de laconciencia y por el estructuralismo, al producir un replanteamiento de lacuestin del sujeto.12 En efecto, Freud se conecta con una extensa tradicinfilosfica europea que ha tenido como tarea central articular una crtica delsujeto, entendido ste como conciencia trascendente, como lugar fundante enla produccin de representaciones. Desde la distancia que adopta el sujeto y laconciencia, el primero pasa a ocupar uno de los significados implicados en la

    10 [] el psicoanlisis es el conocimiento fronterizo de lo que, dentro de la representacin,no pasa a la representacin. Y esto que se presenta en el afecto pero que no pasa a larepresentacin es el deseo como deseo [Ricur, 1983:397].

    11 El psicoanlisis representa la tercera y probablemente la ms cruel de las humillacionesinfligidas al narcisismo. Tras la humillacin cosmolgica infligida por Coprnico, vino lahumillacin biolgica que se deduce de la obra de Darwin. Y ahora, he ah el psicoanlisisdescubrindole que el Ego no es dueo de su propia morada; el hombre que ya saba queno es el seor del cosmos ni el seor de los vivientes descubre que ni siquiera es el seor desu psique [ibid.:373].

    12 De ese expansionismo en todas direcciones, podramos destacar dentro de las variantes dosposiciones que vienen de tradiciones filosficas muy antiguas. Una de ellas, en figuraantropolgica, sera en historia el retorno de una casi-ontologa, que persigue un saber quehace presente al yo en los smbolos que sostendran toda experiencia humana. La otra, aldefinir al sujeto a partir del lugar en el que la institucin del lenguaje se articula sobre laorganizacin biolgica, tomara finalmente la forma que le ha dado Lacan en el ms notable(y el ms historiogrfico) de sus seminarios (1959-1960): una tica del psicoanlisis [DeCerteau, 1995:91 y s].

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    nocin: sujeto a, es decir, sometido a otra cosa que no es el s mismo. Estoconstituye un desasimiento del sujeto consciente que supone la desaparicindel yo como espacio autnomo o autosostenido. Entonces se opera una puestaen suspenso del yo consciente, en la medida en que lo que ah se produce esuna funcin de desconocimiento, pues aqul es excntrico al sujeto delinconsciente. En el chiste, en los lapsus o actos fallidos, en el sueo y lossntomas, es decir, en todas las formaciones del inconsciente, hay un sujetoque habla all donde el yo calla, [...] donde el yo tropieza, donde surge elsentido como acto fallido, donde el sueo aparece como la va regia alinconsciente, es decir, cuando el yo no aparece de por medio [Escobar,1999:28].

    El Freud-signo es recuperado en su funcin de desenmascaramiento, enese acto por el cual deja aparecer otros rostros detrs del rostro pulcro de laconciencia. As, el yo como dominio de la razn se convierte en espejismo,pero en un espejismo necesario en la medida en que, al ocultar el elementodeterminante (represin), se defiende de las intromisiones de lo irracional.Un principio de lo real se alza sobre el desconocimiento del deseo. Pero ensu persistencia, el deseo encuentra las fallas del desalojo por donde hablar[cfr. Freud, 1979:3017-3067]. El psicoanlisis tendr como tarea dejar hablaral deseo en tanto lenguaje, en escuchar esa palabra histrica como espacioacallado de la verdad; en ese cuerpo que habla [cfr. Freud, 1981:25-40], en esecuerpo parlante, percibe, por tanto, un significado otro. Es un trabajo queinterroga desde ese otro a la razn, a la voluntad y a la conciencia, y en ste elsueo tendr importancia crucial como modelo de lenguaje, como pauta detodas las expresiones disfrazadas, sustituidas, ficticias del deseo.13 En suma, elpsicoanlisis avanza donde se queda la epistemologa de tradicin kantiana;si sta nos deca que las nicas operaciones posibles del pensamiento sonaqullas que dan fundamento a la objetividad de nuestras representaciones,Freud alerta sobre lo que desborda a las representaciones, es decir, el sueo y

    13 En el sueo Freud encuentra la articulacin del deseo y del lenguaje. No es, por tanto, alsueo como tal al que se dirige el psicoanlisis, sino al sueo como texto, como conjuntode signos susceptibles de ser considerados un texto por descifrar. De ah que Ricur desta-que su carcter interpretativo pero colocado en el centro de un conflicto: por un lado, lainterpretacin como restauracin de sentido y, por otro, la interpretacin como reduccin deilusiones. El psicoanlisis se revuelve, entonces, entre la voluntad de escucha y la voluntadde sospecha [Ricr, op. cit]. Vase en particular el captulo II del primer libro: El conflictode las interpretaciones [ibid.:22-35].

  • 13DE AUSENCIAS Y RETORNOS

    los mitos.14 Y lo hace apuntado de manera general al problema de la praxis enla recuperacin lacaniana: qu sera la vida sino una apuesta del sujeto en rela-cin con el deseo? Qu hacer para no abdicar del deseo? Cmo asumir,finalmente, la existencia? De esta manera, el desborde del terreno acotado porla epistemologa tradicional conduce a la conjuncin entre tica y esttica.

    Otra cuestin encuentra cabida y se desprende de lo anterior. Si en lostextos de Freud es posible hallar una dimensin respecto a la praxis, es porquel mismo introduce la temtica de la finitud. A contrapelo de la analtica de lafinitud, propia de finales del siglo XVIII y fundada en el pensamiento antropo-lgico, en el psicoanlisis freudiano se expresa la recurrencia al mundo de lams pura contingencia, donde lo que es podra no ser. Al avanzar casi a tientaspor los caminos cruzados del principio del placer-displacer, y su posteriormodificacin, el principio de realidad, se detiene en la admisin de un principioan ms arcaico y ms misterioso. Sobre la repeticin compulsiva del neurticose desliza el dolor de una prdida, de un recuerdo repetido una y mil veces.Qu sostiene este principio, recogido en escenas an ms originales que lasescenas originales de la infancia? Es el lmite ltimo de la vida, es decir, lamuerte, la pulsin de muerte [Escobar, op. cit.:188]. De manera paradjica, en elabismo de desfundamentacin que la muerte produce en la vida y en la ex-periencia de los seres humanos, se encuentra la base de fundamentacin detodo lo humano. Este ser-para-la-muerte, a la manera de Heidegger, tiene pre-cisamente esta doble funcin fundante y desfundante, en el sentido de que elser-ah slo puede llegar a constituirse en un todo, esto es a conferir una conti-nuidad histrica a la propia existencia, cuando se proyecta para la muerte.sta abre la posibilidad para la vida y para el lenguaje, pues define las relacionesentre lo posible y lo imposible.15

    Pero tambin se trata de otro tanto en el caso del saber, pues no es la muerteaquello a partir de lo cual se funda? Entonces, ms que sealar un contenidopositivo dado al psicoanlisis como saber sobre el hombre, es decir, como

    14 Se sabe cmo han llamado los psiclogos y los filsofos a todo esto: mitologa freudiana.Era muy necesario que esta gestin de Freud les pareciera tal; para un saber que se aloja enla representacin, lo que limita y define, hacia el exterior, la posibilidad misma de larepresentacin no puede ser ms que mitologa [Foucault, op. cit.:363].

    15 La anticipacin decidida para la muerte como posible imposibilidad de todas lasposibilidades ms ac de ella funciona, pues, como fundacin del lenguaje, de la temporalidad,del horizonte del mundo, y de la existencia como continuidad histrica. Pero si esta fundacinse verifica en referencia a la muerte, esto significa tambin que el ser-ah se constituye comoun todo continuo slo en referencia a una discontinuidad esencial [Vattimo, 1992:76].

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    conocimiento especulativo y emprico, abre el espacio de una prctica dondeel psicoanlisis mismo se encuentra comprometido. En otras palabras, escapade la antropologa y de todas las elaboraciones sobre el origen de las represen-taciones, recorriendo la lnea de fuga de la finitud, donde las representa-ciones no pueden ser sostenidas sobre la relacin entre un sujeto del sabery un objeto abierto a la explicacin, pues encuentra todo un cmulo de compli-cidades y compromisos ah donde debiera haber distancia. Dicho compro-miso est presente en toda relacin analtica, ya que el analista, al igual queel paciente, es sujeto de deseo dominado por la pulsin de muerte.

    Sobre los acotamientos al sujeto introducido por el psicoanlisis freudianopasamos al signo que lo revierte como crtica general de la modernidadilustrada. Desde estos dos elementos, una crtica al sujeto y una arqueologade la modernidad, se va de lo puramente psquico a lo cultural, de lo simb-lico (jugado en el aparato psquico de los individuos) a lo simblico (estruc-turado en las prcticas culturales de una sociedad). ste es un paso queridopor el propio Freud, ya que l sostena la posibilidad de generalizar losaspectos de su teora a los campos de investigacin de otras ciencias. De lamitologa a la psicologa de las religiones, pasando por la historia de la lite-ratura, los terrenos de aplicacin parecan ofrecer promisorios frutos de estedilogo.

    Sin embargo, tales frutos fueron obstaculizados no slo por las diver-gencias tericas que se presentaron, sino por las oposiciones, despus de sumuerte, que derivaron en instituciones psicoanalticas enfrentadas [De Cer-teau, 1995:84-86]. Entonces, as como los individuos rechazan la alteridadque los constituye para darse identidad, las sociedades modernas instituyensu especificidad a partir de un otro (tradicin) del cual buscan distanciarse.Pero ese otro no es ms que su arch, su principio, entendido como su condi-cin de posibilidad. Es el impensado que pulula en el territorio autorizado delo pensable y que lo gobierna silenciosamente; es una relacin entre logos yarch que se expresa como problemtica de la otredad. La arqueologa de lamodernidad, segn De Certeau, asume que el otro de ella, la condicin quela produjo pero que anhela rechazarla, es el mundo religioso anterior al sigloXVII. Es decir, en la morada secularizada de nuestro presente se halla unatensin, casi innombrable desde nuestros marcos de referencia, con el funda-mento que la sostiene como poca de la razn; ese fundamento como impen-sable, como lo otro de la modernidad, son las creencias como marco distinto de

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    pensamiento. Por tanto, en la arqueologa se percibe el problema de la conti-nuidad y discontinuidad.

    Paul Ricur lo seala de otra manera, considerando la complemen-tariedad existente entre los trminos arqueologa y teleologa.16 Sin embargo, nome parece conveniente relacionarlos a partir de una adecuacin origen-desarrollo, o comienzo y telos, entendida como oposicin puramente dialcticaorientada hacia una sntesis totalizadora. Ms bien es una relacin entreelementos distintos y gobernada por el equvoco, como ya he hecho mencinanteriormente. Si bien hay rupturas entre las culturas en sucesin, se presentaadems una forma de comunicacin cuyos intercambios estn designadospor la diferencia. As, cualquier tipo de discontinuidad histrica implica, pordebajo y a pesar de ella, una continuidad arqueolgica, [...] pues la rupturase constituye por medio del olvido que la posibilita: la muerte [Mendiola, op.cit.:50]. En palabras de Michel de Certeau [1995:22]:

    Hay continuidad y discontinuidad, ambas engaosas, porque sobre el modode ser del orden que le es propio, cada tiempo epistemolgico lleva en s unaalteridad que toda representacin busca suprimir objetivndola, pero sin jamspoder esconder el oscuro trabajo, ni prevenir su veneno mortal.

    EL RETORNO DE LO REPRIMIDO

    As que la modernidad altanera oculta una herida que no deja de sangrar: sufundamento arqueolgico descansa en las creencias religiosas que pretendiconjurar; su pasado regresa al lugar presente donde las representacionesbuscan objetivarlo. Sobre esta especie de dialctica de lo mismo y de lo otro,de lo incluido y de lo excluido, el psicoanlisis instaura una continuidadsoterrada bajo la espuma superficial de la ruptura. Desde la relacin deseo-muerte se descubre que ese gesto de exclusin, propio del proyecto cienti-ficista moderno, oculta el hecho de que toda positividad slo puede encontrarsustento en una negatividad que lo fundamenta y que, sin embargo, debeocultarla como una afrenta. La locura, entonces, obtiene un poder del que larazn carece.

    La oposicin razn-sinrazn pretende ser un medio por el cual el otrose abre a la mirada y a la palabra de un saber desde la distancia que los

    16 [] leyendo a Freud, slo me comprendo a m mismo elaborando la nocin de unaarqueologa del sujeto, digo ahora: no comprendo la nocin de arqueologa sino en su relacindialctica con una teleologa [...] [Ricur, op. cit.:403].

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    separa. Pero, paradjicamente, la locura, como lo otro de la razn, permitefundar la identidad del hombre racional. Cuando desde el discurso cientficola locura deviene en enfermedad mental, se introduce en su seno unacontradiccin central: la identidad del hombre (la verdad del hombre), delhombre cartesiano que al pensar descubre la imposibilidad de estar loco,slo es accesible desde el hombre loco (la verdad de la locura). La ambi-gedad trabaja en el corazn mismo de la cientificidad; ambigedad de unconocimiento que se presume positivo al tiempo que se encuentra basado enel elemento oscuro de su negatividad, de tal manera que [...] la verdad delhombre slo se dice en el momento de su desaparicin; slo se manifiestadevenida otra que ya no es ella misma [Foucault, 1981:159].

    Esa misma ambigedad conduce a localizar, por sobre la apertura de ladistancia instaurada, una complicidad enmascarada entre la razn y su otro.Ms que separacin, es un acercamiento e intimidad entre figuras queterminan por confundirse. Es la marca de una familiaridad que trastorna lalgica de lo mismo, y la tensa al mximo hasta desdibujarla. Hay familia-ridad, entonces, entre la razn y la locura; familiaridad con la locura queproduce, de ah la inestabilidad que pone en marcha, una desfamiliarizacinde la razn misma. Por tanto, Freud, en los textos de Michel de Certeau, seconvierte en una herramienta que deconstruye la dialctica de la identidadal establecer como apertura los retornos que se producen sobre el territoriode lo mismo, retornos de todo aquello reprimido por los designios del pro-greso y la razn ilustrada, pero tambin, al sealar el carcter irracional dela razn.

    Entre los regresos y el delirio de una ambicin desmedida, el freudismo seconvierte en una crtica radical de la modernidad al centrarse en el tema de laalteridad arqueolgica que la constituye. Un rechazado que se niega a sereliminado, una ausencia que de todos modos se articula en presenciasimblica; en todo caso, es un resto que la modernidad quiso olvidar peroque termin siendo un exceso. En efecto, tal retorno de lo reprimido es centralen las interpretaciones viajeras de De Certeau. Esta nocin apunta alreconocimiento de lo que tiene que ser reprimido para constituir unaidentidad estable. Para el caso de las ciencias, lo que se reprime es, finalmente,aquello que ms se le resiste, el mundo de los afectos y de las pulsiones, de loliterario, es decir, lo metafrico.

    Sin embargo, segn el esquema freudiano, lo que es reprimido semantiene como ley oculta y silenciosa que nos gobierna, y que regresasiempre al lugar del que fue exiliado, aunque ese regreso se produzca

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    desplazado y enmascarado (sueos, actos fallidos, lapsus). As, ese retornomuestra la fragilidad del conocimiento cientfico, pues transgrede la fronteraestablecida entre lo propio de la objetividad y lo imaginario. Despus, sobrela fragilidad se pone en marcha una inversin. Es el caso del delirio de larazn, es decir, lo irracional asentado en el reino mismo del producto msprestigiado de la tradicin ilustrada, la conciencia; ah se produce uncombate contra la soberana (pensada como su atributo bsico). Entonceses una lucha que tiende a desfundamentarla y que se convierte en una crticaal individuo como unidad, como figura epistemolgica y como sujeto de lahistoria: Freud frente a Kant, en una situacin en la que los valores atribuidosa la conciencia (libertad, autonoma, responsabilidad, saber) son desman-telados en un sentido crtico y desmistificador.17 Con ello se opone tambina las categoras liberales que hacan recaer en una unidad, el individuo, lacapacidad productiva y eficiente, la autonoma y el progreso de la sociedad.

    Al hacerlo as, el psicoanlisis rompe con toda psicologa entendidacomo disciplina centrada en la individualidad, definida como conciencia des, como fundamento de la personalidad. De ah que la cura, en las psicologasdel yo o del ego, reconozcan al trauma como ocasionado por una anormalidado inadecuacin en la relacin del individuo con el contexto, de tal maneraque tienden a la normalizacin individual, es decir, a la readaptacin del yoa su entorno social. Por su parte, para Freud la nocin individuo no es deninguna manera pertinente, de modo que se dedica a contrariar sus eviden-cias; as el individuo se convierte en muchedumbre (quin soy yo? culesson mis relaciones?), la conciencia se convierte en instancia gobernada por loinconsciente, la productividad en dominio trabajado por el deseo y, final-mente, la objetividad se convierte en un campo traspasado por la metfora[Mendiola, 1995:338].

    Por tanto, el acercamiento de Michel de Certeau al psicoanlisis freudianose encuentra mediado por una serie de elementos crticos (digamos por unhorizonte de lectura) que destacan su carcter de vasta impronta cultural. Sibien esto desborda el terreno especfico de la prctica analtica, no quiere decir,

    17 En 1784, Kant enumer los derechos y deberes de la conciencia ilustrada: una plena libertad yresponsabilidad, una autonoma del conocimiento, un camino que permita al hombre salir desu minora de edad. Esta tica del progreso se apoya en el postulado individualista. Un siglodespus, Freud rechaza una a una todas las afirmaciones kantianas. En su anlisis, el adultoaparece determinado por su minora de edad; el conocimiento, por los mecanismos pulsionales;la libertad, por la ley del inconsciente; el progreso, por los acontecimientos originarios [cfr. DeCerteau, 1995:107].

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    sin ms, que se terminen por desechar sus implicaciones particulares. Quierodecir que cuando retoma la relacin que se establece entre analista y analiza-do, o sea, el espacio prctico del psicoanlisis (vase por ejemplo todo lorelacionado con la problemtica del habla, con la experiencia mstica, lasalucinaciones, etctera), lo hace desde ese marco general que bien pudieradenominarse como analtica de la modernidad. Esto es, un trabajo reflexivoconstruido como punto de observacin de la sociedad. Si De Certeau se instalaen el filo crtico que nos propone el psicoanlisis freudiano, no lo hace paraaportar un campo objetivo de descripcin sobre las relaciones entre un oficio(el de historiador) y su contexto social, sino para pensar esas relaciones comoformas de observacin de nosotros mismos en tanto tributarios y productoresde elementos simblicos. Entonces, el punto en el que se cruzan la historiografay el psicoanlisis, para esa analtica de la modernidad, est ubicado en el mismonivel en el que se juegan los procesos generales de autodescripcin de lasociedad.

    De manera ms especfica, el campo abierto por el nfasis transdiciplinario,en el que no slo participan la historiografa y el psicoanlisis, se encuentraconfigurado por la problemtica del lenguaje. No es el lenguaje el problematerico central para los historiadores en la actualidad? No define tanto el lmitede su disciplina como la consistencia del rgimen de sus prcticas? La irrupcindel psicoanlisis no significa, finalmente, la irrupcin del lenguaje?18 Si esposible entender al psicoanlisis como interpretacin de los productosculturales, desde el sueo a la moral, desde el arte a la religin, es porque seentiende su compromiso con el lenguaje. Tanto aqu, en la historiografa, comoall, en el psicoanlisis, el problema del sentido da pertinencia a su inter-conexin.19 Por eso, para De Certeau, la herramienta que nos proporciona elpsicoanlisis no puede darse como un simple agregado o como un plus en latarea de construccin de conocimientos sobre el pasado. En otras palabras, sise le utiliza como instrumento anexo a un campo de conocimiento, si slo sesirve de l como elemento que pueda clarificar eso que la prctica historiadora

    18 [] cabe sealar que la irrupcin del psicoanlisis se produce desde el lenguaje, no desde eldeseo y desde el acto (la enunciacin), no desde su resultado (el enunciado) [Flores, 1994:231].

    19 Todos estos productos psquicos pertenecen a la circunscripcin del sentido y se refierena una nica cuestin: cmo viene la palabra al deseo?, cmo frustra el deseo a la palabray a su vez fracasa l mismo en su intento de hablar? Justamente es esta apertura al conjuntodel hablar humano, a lo que quiere decir el hombre deseante, lo que da derecho alpsicoanlisis a participar en el gran debate sobre el lenguaje [Ricur, op. cit.:9 y s].

  • 19DE AUSENCIAS Y RETORNOS

    deja de lado en sus representaciones del pasado, el resultado inhibe el sentidocrtico que el psicoanlisis hace irrumpir. Es pudor hacia lo que no se com-prende; necesidad de circunscribir lo inexplicado; no es ms que una tarea quebusca llenar el hueco dejado por una explicacin que anhela exhumar latotalizacin de algo que ha quedado en el camino [De Certeau, op. cit.:274].20

    Por tanto, el psicoanlisis instala la alteridad constitutiva no slo entre eldecir y el hacer, no slo en aquello que marca el sentido de su relacin, sino quelo hace desde el interior de cada una de estas instancias. Por un lado hay resis-tencias que desalojan la univocidad en un campo de enunciacin, que afloranen el lugar mismo del saber y en las prcticas que establece; por otro lado sedan exilios inherentes a las palabras y a la escritura, ausencias que sostienenlo dicho por sobre toda recurrencia a la objetividad. Desde esta doble vertiente,De Certeau lee a Freud en referencia a su propio oficio, en particular laescritura que se impone como prctica de sentido y el lugar institucional quela autoriza. Lugares y escrituras conforman, de esta manera, una plataformade acercamiento al psicoanlisis, de ninguna manera incondicional, y desdeuna postura que tiende a problematizar la situacin desde donde se habla ose escribe.

    Si la historiografa se da como tarea dilucidar las relaciones entre laescritura del pasado y el lugar presente que la permite, de inmediato se poneen duda la identidad sobre la que se sostienen las palabras y la identificacinque permite distinguir un campo del hacer especfico. As como las resis-tencias minan calladamente la transparencia de una labor, as como lasausencias dominan y pervierten el sentido postulado por conceptos quesometen un tema, de la misma manera los textos de Michel de Certeau sonalterados, fragmentados por el deseo y los afectos, es decir, por la imposi-bilidad de identificarse con aquello de lo que se est separado y con lainstitucin como legitimadora de la interpretacin. Una lgica del excesoconvierte a los libros de De Certeau en libros-laberinto, en inscripciones deun amor sostenido como deseo de lo imposible.21

    20 Desgraciadamente, slo son objetos decorativos [los conceptos freudianos] si su nico fines sealar o cubrir pdicamente lo que el historiador no comprende. Circunscriben loinexplicado, pero no lo explican; dan testimonio de una ignorancia. Se les encuentra dondeuna explicacin econmica o sociolgica deja un hueco. Literatura de elipsis, arte de presentarlos residuos, sensacin de un problema, tal vez; pero de ninguna manera anlisis freudiano[De Certeau, 1993a:274].

    21 Pero, por lo menos hacia el exterior, el yo parece mantener sus lmites claros y precisos. Slolos pierde en un estado que, si bien extraordinario, no puede ser tachado de patolgico: en la

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    ESCRITURAS E INSTITUCIN: LA LGICA DE LAS AUSENCIAS

    Entonces, una escritura. Sistema que dice el discurso de una separacin antes queel objeto hacia el cual se dirige; mezcla de cortes que la convierten en prcticaproductiva al inaugurarse como sistema de diferenciacin. Primero, es un corteentre el presente del sistema y el pasado del cual quiere distinguirse. Es ladiferencia entre lo propio de su tiempo y el tiempo muerto como otredad; unprocedimiento por el cual, entonces, se da un objeto legtimo gracias aun desplazamiento temporal. En segundo lugar, el pasado es construido comotradicin frente a la dinmica del progreso. De este modo cambia el sentido deaquello que se recibe de la tradicin hacia lo que la construye, de tal maneraque el pasado se presenta como resultado de una operacin y no comocondicin. En tercer lugar, la separacin entre el discurso y el cuerpo social.22

    En la medida en que el cuerpo calla la escritura puede expresarlo como realidadaunque al mismo tiempo expresa la realidad que produce al discurso.

    As, si la escritura de la historia se presenta como sistema que organizaunidades de sentido, es porque se proyecta como intento de objetivacin delpasado, como diferenciacin de la tradicin y, finalmente, como introduccindel cuerpo que enmudece en el espacio del texto. Pero qu permite eseintento? Lo que se indica aqu es el carcter propio de la modernidad: todainteligibilidad se establece en relacin con el otro, se desplaza (o progresa) almodificar lo que constituye su otro [De Certeau, 1993a:17]. Entonces la his-toriografa, como escritura, se despliega en trminos de heterologa, es decir,como ciencia de la diferencia, una operacin escrituraria marcada por laseparacin respecto del otro (el pasado, el cuerpo, la tradicin). En esta relacincon el otro se localiza la dimensin productiva de la escritura moderna,entendiendo que toda escritura es, finalmente, escritura del pasado.

    Pero esa otredad que se encuentra vinculada con el tiempo, con la tradiciny con el cuerpo, qu ruptura configura en relacin con el cuerpo parlante, conla tradicin que dice algo fundamental y al tiempo de la enunciacin? Laescritura como prctica moderna slo se despliega en la medida en que opera

    culminacin del enamoramiento amenaza esfumarse el lmite ente el yo y el objeto. Contratodos los testimonios de sus sentidos, el enamorado afirma que yo y t son uno, y est dispuestoa comportarse como si realmente fuera as [Freud, 1993:3018].

    22 La historia moderna occidental comienza efectivamente con la diferencia entre el presentey el pasado. Por esta diferencia se distingue tambin de la tradicin (religiosa), de la cualnunca llega a separarse completamente y conserva con esta arqueologa una relacin dedeuda y de rechazo. Finalmente, hay un tercer corte que organiza el contenido en lo que vadel trabajo a la naturaleza y que supone una separacin entre el discurso y el cuerpo (social)[De Certeau, 1993a:16].

  • 21DE AUSENCIAS Y RETORNOS

    una ruptura con la oralidad. Toma la forma de objeto en s mismo que tiene elpoder de sobrevivir al tiempo de la enunciacin, de diferenciarse del contextode la vida cotidiana (entonces del cuerpo) y, finalmente, porque seala unarelacin diferente con la muerte. Frente al dominio del odo y de la memoriapropio de la oralidad anterior al siglo XIX, lo escriturstico define un nuevoespacio como territorio en el que una conciencia encontrar una forma parapotenciar sus facultades de razonar y conocer. Es, por tanto, un espacio deproduccin. Si la escritura, antes de la modernidad, estaba siempre en relacincon otra escritura primera, donde se revelaba la verdad, si buscaba afanosamenteun sentido oculto en otra palabra, la divina, ahora se trata de artefactos produc-tores de sentido.23 Desde el espacio que la funda, la pgina en blanco, comoespesura que inmoviliza a las palabras, pasando por el sistema que ah seinscribe, es decir, estructuras de inteligibilidad que tienen por misin apropiarsede un espacio exterior como modelo de una racionalidad productivista, hasta laeficacia social que se desprende de ella como camino de progreso, la escritura seconvierte en proceso de fabricacin: toma a las voces del otro como signossuperficiales de una verdad, oculta para el que habla, y que slo la escrituratendr el poder de revelar. Por tanto, fabrica, la verdad del otro gracias a suinfinita capacidad productiva [v. De Certeau, 1996:145-165].

    Para este nuevo espacio de la produccin la voz se convierte en el lugarde los excesos, dominio de la ambigedad y de lo que puede ser afectado: lavoz deja de ser comunicacin transparente y se convierte en fbula, mientrasla escritura se define como el espacio del logos por antonomasia. Hablarsignifica ser posedo, yo es otro, como lo ejemplifican las endemoniadas deLoudun; en el otro extremo, escribir es un ejercicio de posesin.24 La posesano sabe lo que dice, su voz alterada es un no-saber, como si al hablar, siendoun otro la fuente de lo dicho, dejara de ser sujeto de enunciacin frente a lapalabra, autorizada por lo escrito, del exorcista, del mdico, del funcionario.Esas voces alteradas vuelven a entrar al proceso comunicativo gracias a latransformacin, operada desde la inteligibilidad escriturstica, que las

    23 Mientras que la escritura cristiana aparece como una escritura dada o revelada, no produ-ce el sentido porque parte del presupuesto de la creacin divina del cosmos. El que escribehabla del orden que es y no de un orden producido [] La escritura moderna, produce,mientras que la otra, la medieval o cristiana, dice el orden [Mendiola, 1996:35].

    24 Escribir significa para ella mantenerse lejos de un lenguaje que puede dominar. Escribir esposeer. Por el contrario, ser poseda es una situacin compatible solamente con la oralidad:uno no puede ser posedo al escribir. Entre la voz de la posesa y la escritura de la que seposee, hay una ruptura que indica lo que podemos esperar de los documentos escritos [DeCerteau, 1993a:244].

  • 22 FERNANDO J. BETANCOURT MARTNEZ

    conduce a un orden de simbolizacin que una cultura les ofrece. Si eso habla[...] no sabe lo que dice, y es necesario esperar del escritor intrprete elconocimiento de lo que ella dice sin saberlo [De Certeau, 1993b:22 y s]. Esemismo destino le espera al salvaje, al pueblo, al pasado, al loco: su palabradebe ser desplazada del marco de enunciacin original, manipulada y vuel-ta a producir de modo tal que pueda transparentar su valor. Pero si la escrituraes una manera establecida para reducir la alteridad, este esfuerzo de conquistase presenta erosionado desde el principio por aquello que pretende dominar.Un nuevo lmite se dibuja entonces: la escritura tiene como condicin una noidentidad para consigo misma [De Certeau, 1996b:174]. La fractura es precisa-mente aquello que la posibilita, esa otredad que nunca puede ser capturada enel sistema de inteligibilidad; en el momento en que la alteridad quiso ser some-tida a una colonizacin (reducida, por tanto, a formas posibles de ser pensadasdesde el esquema de lo mismo) se introdujo el ejercicio de un duelo, de unaprdida como ley que domina a la escritura.

    A diferencia de la oralidad, la escritura se funda sobre una no presencia. Altomar distancia respecto de los cuerpos parlantes, introduce, por sobre ladiferencia, el marco que recupera los cuerpos en el cuerpo del texto. De ahque la escritura, en particular la escritura cientfica, pueda ser vista comoespacio de ficcin: se constituye desde la diferencia al tiempo que funcionacomo si pudiera remontarla. Lo que en realidad hace la escritura es construirausentes produciendo representaciones; es una prctica que continuamentebusca esquivar la prdida de la cual surge.

    La historiografa es una manera contempornea de practicar el duelo. Se escribepartiendo de una ausencia y no produce sino simulacros, por muy cientficos quesean. Pone una representacin en lugar de una separacin [De Certeau, 1993b:21].

    Tanto el psicoanlisis como la historiografa, a pesar de sus diferentesformas de encarar la construccin de la memoria y del tiempo, compartenun terreno comn: tanto una como la otra trabajan sobre las ausencias en ellugar mismo de la representacin. Por supuesto, la historia trata de cubrir laausencia acreditando seriedad cientfica a su escritura; en tanto presume quesu discurso permite representar lo real, disfraza la ficcin en que se ve en-vuelta. La escritura de la historia freudiana, segn De Certeau, revela cmo lanarracin toma el lugar de lo narrado, operacin posible a partir de la dis-yuncin entre memoria y vida. La historia narrada sustituye a la historia quese hace, es decir a los acontecimientos, de tal manera que est exiliada de loque trata y al mismo tiempo es canbal [De Certeau, 1995:113].

  • 23DE AUSENCIAS Y RETORNOS

    Entonces, una institucin. La escritura, como sistema de distinciones, antesque acceso al pasado, muestra su exclusin de lo real. Discurso excedido por eltema, literatura dominada por la ausencia, encuentra su acreditacin por fueradel discurso. El supuesto saber, construido desde la referencialidad escri-turstica, supera el exilio por medio de la institucin. La nada del saber lograsostenerse, a pesar del fracaso inicial del que parten sus bondades, por laautoridad que se desprende de la institucin. El freudismo pone en juego unreplanteamiento de las relaciones de la historia y de la literatura. La novelapsicoanaltica, en particular el libro de Freud Moiss y el monotesmo, es uncampo donde aparecen, por un lado, el trabajo que construye, y por otro, lafinta que hace creer [De Certeau, 1993a:293].25 Primero, un trabajo que termi-na apoyado en las estructuras propias de la leyenda; esto hace que la escrituraadopte la forma de ficcin terica en la medida en que organiza la comu-nicacin social en historias contadas. Segundo, la narracin hace creer (aspas) por una exterioridad de la cual depende su autoridad (ella dice: enefecto, as pas). En las historias de enfermos, de las cuales Freud se extraarade que fueran ledas como novelas, hasta la novela psicoanaltica, De Certeaudescubre la transformacin que opera: la conversin psicoanaltica es unaconversin a la literatura [De Certeau, 1995:100].

    Los textos freudianos que ponen en juego una teora de lo potico son losescritos analticos que se dejan perturbar por el sufrimiento del otro. Enlas historias del sufrimiento, combinando los sntomas y el dolor, el freudismotransita de la cientificidad a la literatura. El espacio que abre la literaturaproduce en su interior una prdida de seriedad cientfica por la recurrencia demodelos retricos, como una lgica relativa al otro, y aqullos sacados de latragedia, aunque el psicoanlisis busque el desarrollo psquico efectivo. Entoncesse produce una doble alteracin: los acontecimientos narrados escapan a ladeduccin terica, pero tambin, por la situacin de transferencia que secrea, borran al sujeto psicoanalista como instancia de saber. Pero estaprdida de seriedad significa una entrada a la historicidad: la que se escondeen el analista y la que se da en el funcionamiento dialgico que implica elpsicoanlisis. Pero tambin es una entrada en la historicidad si tomamos

    25 En la pgina siguiente, De Certeau escribe respecto a la cercana de este libro de Freudrespecto a la leyenda lo siguiente: En esta obra, la ltima, la de ms largos alcances, nacidade las contradicciones internas y de la duda, lo que se narra es la escritura: autoanlisis dela construccin (o ficcin) escriturstica, toda ella gira alrededor de la operacin que tomaa menudo la forma de una historiografa [] Yo me pregunto: Qu rarezas inquietantestrae consigo la escritura freudiana cuando entra bailando al territorio del historiador?.

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    en cuenta que el efecto que contradice la neutralidad cientfica es revertidopor el hecho de hacer creer que se desprende de la autoridad de la institucinpsicoanaltica. De las escrituras freudianas, De Certeau evoca una prcticapotica que se desarrolla entre la nada que sostiene al texto y la autoridadque la institucin le endosa. Si la escritura se expresa como simulacro dereferencialidad, el campo institucional le aporta lo que le falta para seguirsiendo supuesto saber.26

    Dos formas de creencia se postulan entonces: aquella sostenida por elotro institucional y la que renuncia a cualquier base de lo real, la que aspiraal vaco potico como confianza en la nada (como en la mstica). Si el psicoa-nlisis freudiano bordea peligrosamente los lmites entre ambas, la historio-grafa no puede sin ms renunciar a la simulacin referencial. Pero, en todocaso, se encuentra implicada en el peligro sealado por el psicoanlisis: nopuede seguir ocultando la relacin que guarda con la literatura. Si la historia-trabajo se encuentra sitiada, como ciencia humana, por la imposibilidad deinstaurar la dualidad objeto-sujeto, si no puede ocultar ms la transforma-cin sufrida en sus materiales y operada por la situacin social en la que seencuentra, el paso hacia la historia-leyenda (relato de acontecimientos) su-pondra inaugurar un campo epistemolgico, ya delimitado por De Certeau,en el que el problema central sera el estatuto mismo de la narracin. Estoes el retorno de lo rechazado; por el cual un mbito de saber, que busc supertinencia en el alejamiento de la literatura y en la distincin brutal entrelo real y lo imaginario, encontrara no el punto de regreso al paraso anterioral siglo XIX, sino una forma de pensarse desde la relacin ciencia-ficcin,desde una situacin en la que hacer el texto significa hacer la teoracomo en la novela de Freud. Epistemologa que toma como objeto de anlisisla relacin de la narracin histrica con las operaciones de su produccin,con el medio social, institucional y tcnico, con la naturaleza de los docu-mentos sobre los que se basa; entendiendo que tal narracin, como lugarde las representaciones, tiene, a su vez, un efecto sobre la sociedad. Lahistoriografa sera, entonces, un entre dos, como seal Michel de Certeau,

    26 R. Castel dijo justamente que la institucin era el inconsciente del psicoanlisis. Seal loque el psicoanlisis rechaza al negar sus propias instituciones. Pero tambin se puedeentender en el sentido en que la institucin psicoanaltica hace creer en la realidad delinconsciente y que, sin ella, no es ms que un espacio hipottico, el marco que una teora seda para escribirse, como la isla utpica de Toms Moro. Sin la institucin (que representa lootro), el efecto de realidad desaparecera [De Certeau, 1995:119].

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    una ciencia-ficcin que, como otras heterologas, interviene [...] en lajuntura del discurso cientfico y del lenguaje ordinario, ah tambin dondeel pasado se conjuga en presente, y donde las interrogaciones que no tienentratamiento tcnico regresan en metforas narrativas [ibid.:68].

    En suma, siendo la escritura la prctica productiva por excelencia de lamodernidad, se descubre afectada por lo que le falta de lo real. La distanciaconstitutiva desde la que se produce, distancia respecto al cuerpo, distanciacon respecto a lo que narra, ruptura con el mundo de la oralidad, la seala comoejercicio de un duelo. La prdida induce a producir sistemas escritursticos,de ah que sean permanentemente alterados por la falta al tiempo que mar-can, en el lugar mismo de una economa, las huellas de la alteridad que ter-mina, finalmente, transformando los sistemas en ficciones tericas.27 A pesarde la victorias de la economa productivista, hay algo que todava habla y seinsina desde sus mrgenes, y eso que habla y se insina es la ley que lagobierna. En la historiografa, como narracin afectada por esa ley, se produceel retorno de una literatura que quiso ser eliminada del campo de una escrituracientfica y que hoy demuestra que no todo est contenido en el interior delos signos. Desde esta nueva ciencia-ficcin, tanto el problema de la institucinque cubre la prdida por la creencia (espacio poltico-social del saber), comoesa escritura sobrepasada y limitada por la ausencia, se plantea la cuestindel estatuto de su relacin. Es la metfora a la que habra que interrogar?Es ste el gran problema terico al que nos enfrentamos? En todo caso, seda otro exceso:

    Desanclado del origen del que hablaba Hadewijch, el viajero ya no tiene fundamentoni fin. Entregado a un deseo sin nombre, es un barco a la deriva. Y a partir de esemomento el deseo ya no puede hablarle a nadie. Parece que se volvi infans, privadode voz, ms solitario y perdido que antes, o menos protegido y ms radical, siempreen busca de un cuerpo o de un lugar potico. Contina pues caminando, trazndoseen silencio, escribindose [De Certeau, 1993b:353].

    27 Sin embargo, regresa la cuestin en principio eliminada fuera de esta escritura trabajo:quin habla?, a quin? Pero reaparece fuera de esta escritura transformada en medio yen efecto de la produccin. Renace al margen, llegada del ms all de las fronterasalcanzadas por la expansin de la empresa escrituraria. Algo diferente habla todava,que se presenta a los amos bajo las figuras del no trabajo el salvaje, el loco, el nio,hasta la mujer; luego, a menudo al recapitular los precedentes, bajo la forma de una vozo de gritos del Pueblo excluido de lo escrito; ms tarde todava, bajo el signo del inconsciente,esta lengua que continuar hablando en los burgueses y los intelectuales, sin que stos losepan [De Certeau, 1996b:170 y s].

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