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DE LA SUMISIÓN DEL CUERPO O ASCESIS (LANZA DEL VASTO) El lugar del cuerpo en la naturaleza humana, está señalado en el cuerpo. En efecto: no hay más que considerar el vientre; el vientre de concupiscencia, de necesidades, de terror, de bajas voluptuosidades, de oscuros dolores y de inmundicias: está colocado debajo del corazón emotivo y cálido que está colocado debajo de la cabeza inteligente y luminosa. El vientre es la parte más corporal del cuerpo y su lugar en el cuerpo es el lugar del cuerpo en el todo: el más humilde, el último. Justo y sabio, pues, aquél que sabe poner el cuerpo en su sitio, que es debajo; aquél cuyo cuerpo está so-metido. Puesto bajo el yugo, uncido a la tarea, dedicado al servicio del espíritu, reducido al estado de instrumento y de vehículo. Pero raros los justos y los sabios. Porque en la mayoría de los hombres normales y morales, corazón y cabeza están afectados al servicio del cuerpo. Casi nunca habla en ellos el corazón: su sentimiento no es más que el eco de algún instinto. Su cabeza está incesantemente ocupada, preocupada, y a veces obsesa, ofuscada, enloquecida, en el cuidado del cuerpo. Si os descubrís a vosotros mismos así, cabeza abajo, ¡no os obstinéis en seguir siendo acróbatas inconscientes, enderezaos sin pérdida de tiempo! Esta voltereta perpetua, esta bufonada sin alegría, este absurdo que a nadie asombra, y que apenas se percibe, es el

DE LA SUMISIÓN DEL CUERPO O ASCESIS (LANZA DEL VASTO)

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"Dela sumisión del cuerpo o ascesis" es el título de uno de los capítulos del libro "Umbral de la vida interior" (título original "Approches de la vie intérieure") de Lanza del Vasto.Lanza del Vasto (1901-1981) fue un discípulo directo de Mohandas Gandhi y fundó la Comunidad del Arca.

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DE LA SUMISIÓN DEL CUERPO O ASCESIS (LANZA DEL VASTO)

El lugar del cuerpo en la naturaleza humana, está señalado en el cuerpo.

En efecto: no hay más que considerar el vientre; el vientre de concupiscencia, de necesidades, de terror, de bajas voluptuosidades, de oscuros dolores y de inmundicias: está colocado debajo del corazón emotivo y cálido que está colocado debajo de la cabeza inteligente y luminosa.

El vientre es la parte más corporal del cuerpo y su lugar en el cuerpo es el lugar del cuerpo en el todo: el más humilde, el último.

Justo y sabio, pues, aquél que sabe poner el cuerpo en su sitio, que es debajo; aquél cuyo cuerpo está so-metido.

Puesto bajo el yugo, uncido a la tarea, dedicado al servicio del espíritu, reducido al estado de instrumento y de vehículo.

Pero raros los justos y los sabios. Porque en la mayoría de los hombres normales y morales, corazón y cabeza están afectados al servicio del cuerpo. Casi nunca habla en ellos el corazón: su sentimiento no es más que el eco de algún instinto. Su cabeza está incesantemente ocupada, preocupada, y a veces obsesa, ofuscada, enloquecida, en el cuidado del cuerpo.

Si os descubrís a vosotros mismos así, cabeza abajo, ¡no os obstinéis en seguir siendo acróbatas inconscientes, enderezaos sin pérdida de tiempo!

Esta voltereta perpetua, esta bufonada sin alegría, este absurdo que a nadie asombra, y que apenas se percibe, es el estado de pecado en el que nacemos y vivimos; es la persistencia del pecado original.

La primera dificultad reside en captar y sorprender el ridículo y el escándalo de nuestra postura.

El día de la conversión es aquel día en que se repara con estupor que todo tiene que ser dado de vuelta y que ese dar de vuelta todas las cosas, es ponerlas en su sitio.

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Una vez enderezadas las perspectivas, nos queda todavía amaestrar al animal.

Solo entonces el animal muestra los dientes y nuestro cuerpo se nos aparece como un animal que se debe domar. Porque empezamos a poner distancia entre él y nosotros. En nuestro estado nativo, nuestro estado bruto y vulgar, nos confundíamos con nuestro cuerpo y sus deseos eran nuestros deseos; pero ahora sabemos que <la carne tiene deseos contrarios a los deseos del espíritu> (san Pablo). El trabajo de desasimiento, de dominación y de conocimiento que se llama ascesis, ha comenzado.

Digo de conocimiento, pues en tanto me confundo con mi cuerpo, permanezco en la ignorancia y en el error. La conciencia se hace en la purificación; purificarse es desprenderse de la mezcla y afirmarse como una esencia distinta. Entonces comienzo a distinguirme, es decir, a verme.

Distinguir, empero, no significa separar. Ver y conocer es establecer un vínculo con lo que se ve y se conoce. Al distinguir a mi cuerpo de mí mismo, no rompo con él, no lo rechazo: repelerlo y perderlo sería morir; y yo quiero y debo vivir. Pero el vínculo que mantengo entre yo y mi cuerpo, no es un vínculo entre iguales; es un vínculo entre sujeto y objeto, entre interior y exterior, entre superior e inferior. Conservar ese vínculo, sostener y mantener al cuerpo en ese vínculo, es dominarlo.

Lo que debo saber es que mi cuerpo y yo, tan pronto como nos distinguimos, nos convertimos en dos seres capaces de afrontarse.

Mi cuerpo no es una vasija ni una masa de carne, sino un animal y hasta en cierto sentido, un hombre. Posee, o más bien reconstruye, una sensibilidad, una voluntad y una inteligencia que ya no son las mías; y si yo no lo domino, él me dominará a mí.

Es asimismo muy vigilante y muy astuto. A poco que me descuide, me hace creer que sus voluntades son las mías. Por eso es un constante motivo de tentaciones, un demonio guardián que no me pierde pisada y cuya presencia olvido hasta el instante en que advierto que está sentado en el sillón que ocupo.

Es preciso saber, por otra parte, que si consigo guardar distancia y ganarle mi independencia, no me voy a evaporar en abstracción, sino por el contrario, a adquirir una consistencia, una densidad, un cuerpo de virtudes; ese cuerpo espiritual que dice san Pablo se forma <tras

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el cuerpo natural> y que <sembrado en la corrupción, va a renacer en la gloria>.

Entonces, no hay simplemente un espíritu y un cuerpo, sino un espíritu del cuerpo y un cuerpo del espíritu.

Lo que nos vuelve a la imagen del caballo y del caballero: dos seres vinculados durante el tiempo de la carrera, pero cuyo destino es ir en sentido inverso.

El alma que no se ha construido un vehículo capaz de transportarla cuando se separe del cuerpo natural, se halará en gran peligro de naufragio.

Por eso la ascesis, que es la construcción del arca interior, es preparación indispensable para la vida espiritual.

Así, en una vida de hombre bien llevada, tan pronto salido de la infancia y de la escuela que nos prepara para la vida terrestre se debería entrar en alguna disciplina ascética con el fin de prepararse para la prueba de la muerte.

La ascesis a veces es llamada mortificante. Estamos ahora en mejores condiciones para captar el sentido del término. El asceta hace sondeos y viajes de prueba en la muerte; pero no es la muerte lo que busca: es la entrada en la vida eterna.

Tampoco busca el sufrimiento, aunque se hunda intrépidamente en él; busca vencerle y pasar más allá; va en pos de la alegría y es bienaventurado.

La ascesis es a veces llamada penitencia; mas son dos cosas que no deben confundirse. Se hace penitencia para purificarnos de faltas personales y ocasionales; la ascesis, en cambio, va mucho más lejos: va a tocar la raíz del pecado que subsistiría en nosotros-mismos aun cuando no cometiéramos falta alguna. Aspira a la transformación de la naturaleza.

La ascesis, pues, va siempre en contra de la corriente natural. Mas también va en contra de todo lo que esté en contra de la naturaleza. Comprime la vida, para hacerla brotar con más fuerza.

También la medicina va en contra de la naturaleza: vierte drogas amargas y venenos, punza, quema, corta y en ocasiones, mutila. A decir verdad, la ascesis es, aun corporalmente, la mejor de las medicinas. San Antonio, el padre de los padres del desierto, murió casi centenario; y muchos otros como él.

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Eliminar el alcohol y la ira, la carne y el encarnizamiento, el tabaco y la distracción, los almohadones y la molicie, las charcuterías y la política, el foie-gras y la preocupación, las trufas y la hipocresía, el automóvil y la prisa, la mansión fastuosa y el ajetreo, los éxitos y la vanidad, los espectáculos y la mentira, las golosinas y los ensueños amorosos, la langosta con mahonesa y la malevolencia, el exceso en las comidas y la avaricia, es eliminar parásitos, miasmas y enfermedades. Ayunar con frecuencia, dormir sobre una tabla, bañarse con agua fría en invierno, regular la respiración, ocupar los brazos en labores rudas, alimentar el corazón con pensamientos generosos, es templar la fibra vital, fortalecerse y no destruirse. El gusto por el sufrimiento es una enfermedad mental y el suicidio un crimen: los renunciamientos enfurecidos e incoherentes solo son pasiones aberrantes. Las pruebas de fuerza y las exhibiciones, farsas sombrías.

La ascesis, al contrario, es una disciplina; aventurarse solo y a tientas por ella, tiene sus riesgos. El riesgo consiste en que la fatiga, el sufrimiento o el asco no sirven ya como advertencia, alarma, o llamada de atención. Una disciplina exige un maestro. Es menester seguir a un maestro vivo o al menos, reglas tradicionales interpretadas con prudencia.

En latín, salud significa también salvación. No digo que salud y santidad tengan forzosamente que andar a la par y que la enfermedad no haya desempeñado un papel importante (y a veces bienhechor), en la vida de los santos. Pero está en el orden de las cosas que ellas concuerden. Cuando lo primero que se busca es la justicia del reino, la salud es uno de esos bienes que generalmente, son <dados por añadidura>.

La fatiga y la carga que un caballero exigente impone a su cabalgadura, son al mismo tiempo una guía, un estímulo y un sostén; la confusión entre caballero y caballo sería la ruina de los dos.

Pues entonces, efectivamente, es cuando las potencias y las aspiraciones infinitas del alma se convierten para el cuerpo en un estorbo mortal y una calamidad.

Hay en la embriaguez, en la lujuria y en el orgullo, ímpetus que superan el orden natural. Son las potencias del espíritu y los furores o languideces del alma trabada en el cuerpo que en él cocean, se retuercen y se debaten, se convierten en corrosivos y explosivos y acaban por hacer estallar la envoltura.