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1 «La exaltación de los humildes. El De miseria humanae conditionis de Inocencio III» María José Vega Universitat Autònoma de Barcelona Propaladia 5 (2011) Fecha de recepción: 12/07/2011, Fecha de publicación: 18/07/2011 TLC2011074 <URL: http://www.propaladia.com/articulo.php?id=66 > EL TRATADO DE MISERIA HOMINIS DE INOCENCIO III Hacia finales del siglo XII, posiblemente hacia 1195, el cardenal Lotario, que accedería después al pontificado con el nombre de Inocencio III, escribió un tratadito que tendría una extraordinaria fortuna: el De miseria humanae conditionis. 1 Fue éste un texto leidísimo, del que sobreviven centenares de manuscritos, que se copió, tradujo, adaptó e imprimió continuamente, que inspiró a predicadores y moralistas, y que tuvo una legión de imitadores en la literatura devocional europea hasta bien entrado el Barroco. Ha querido emparentarse el De miseria con la corriente de espiritualidad de los contemptores mundi con la que comparte algunos temas, fuentes y metáforas fundantes. 2 En efecto, la reflexión sobre la miseria humana puede estar asociada a la invitación al abandono del siglo, o fuga saeculi, 3 que tiene por divisa un precepto escriturario de 1 Sobre la datación del tratado, vid. Maccarrone (1955: xxxvii). 2 De hecho, la obra de Inocencio fue conocida también durante un tiempo con el título alternativo De contemptu mundi, o por una unión de los temas de la miseria y el desprecio del mundo. Sobre el título, y, en particular, sobre las variantes De vilitate humane conditionis, De miseria et vilitate y , De contemptu mundi, vid. Maccarrone (1955: xxxii-xxxiii). Según Bultot (1961: 444-445), el título De contemptu mundi se debe a Alberto de Brescia, y circuló tempranamente, desde 1246. 3 Los temas de la miseria hominis y del contemptus mundi están estrechamente relacionados o, más bien, escalonados: la humillación de la soberbia, sobre la que

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«La exaltación de los humildes. El De miseria humanae conditionis de Inocencio III»

María José Vega Universitat Autònoma de Barcelona

Propaladia 5 (2011) Fecha de recepción: 12/07/2011, Fecha de publicación: 18/07/2011

TLC2011074 <URL: http://www.propaladia.com/articulo.php?id=66 >

EL TRATADO DE MISERIA HOMINIS DE INOCENCIO III

Hacia finales del siglo XII, posiblemente hacia 1195, el cardenal Lotario, que accedería después al pontificado con el nombre de Inocencio III, escribió un tratadito que tendría una extraordinaria fortuna: el De miseria humanae conditionis.1 Fue éste un texto leidísimo, del que sobreviven centenares de manuscritos, que se copió, tradujo, adaptó e imprimió continuamente, que inspiró a predicadores y moralistas, y que tuvo una legión de imitadores en la literatura devocional europea hasta bien entrado el Barroco. Ha querido emparentarse el De miseria con la corriente de espiritualidad de los contemptores mundi con la que comparte algunos temas, fuentes y metáforas fundantes.2 En efecto, la reflexión sobre la miseria humana puede estar asociada a la invitación al abandono del siglo, o fuga saeculi,3 que tiene por divisa un precepto escriturario de

1 Sobre la datación del tratado, vid. Maccarrone (1955: xxxvii). 2 De hecho, la obra de Inocencio fue conocida también durante un tiempo con el título alternativo De contemptu mundi, o por una unión de los temas de la miseria y el desprecio del mundo. Sobre el título, y, en particular, sobre las variantes De

vilitate humane conditionis, De miseria et vilitate y , De contemptu mundi, vid. Maccarrone (1955: xxxii-xxxiii). Según Bultot (1961: 444-445), el título De

contemptu mundi se debe a Alberto de Brescia, y circuló tempranamente, desde 1246. 3 Los temas de la miseria hominis y del contemptus mundi están estrechamente relacionados o, más bien, escalonados: la humillación de la soberbia, sobre la que

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la primera epístola de Juan (I Jn 2: 25-26): No améis al mundo ni las

cosas mundanas. Si alguno ama el mundo, no está en la caridad del

Padre. Porque todo cuando hay en el mundo -codicia de carne y

codicia de los ojos y ostentación de la riqueza- no procede del Padre,

sino que procede del mundo. En la versión de la Vulgata:

Nolite diligere mundum neque ea quae in mundo sunt. Si quis diligit mundum, non est caritas Patris in eo; quoniam omne quod est in mundo concupiscentia carnis est et concupiscentia oculorum et superbia vitae; quae non est ex Patre, sed ex mundo est. Et mundus transit et concupiscentia eius... (I Jn. 2: 15-16)

El mundo de este precepto era, para los lectores medievales, uno de los tres enemigos del hombre, junto a la carne y el diablo. Contra ellos, los moralistas habían arbitrado un triple instrumento, pues al primer enemigo le vence el desprecio, o contemptus; al segundo, la templanza y la continencia; al tercero, y más temible, hay, en cambio, que derrotarle en una batalla múltiple, decidida y abierta. O como había escrito el mismo Inocencio en uno de sus sermones:

prius hostis est contemnendus, secundus comprimendus, tertius expugnandus. Contra primum praecipitur: Nolite diligere mundum...4

De esta doctrina procede la expresión contemptus mundi, y de ahí la denominación genérica de contemptores que designa al conjunto de autores espirituales, monásticos y ascéticos que elaboraron este principio en la tradición medieval europea. Es habitual, en la crítica reciente, entender el tratado de Inocencio en el contexto de esta tradición de escritos sobre el desprecio del mundo, que floreció extraordinariamente en el siglo XII. Es decir, junto a obras como el Apologeticum de contemptu saeculi de Pedro Damián, la Exhortatio ad contemptum temporalium et

volveré más adelante, se procura también mediante el rechazo del mundo y de uno mismo, esto es, mediante la conciencia de nuestra vileza (Bultot, 1961: 446-447). 4 Cito los sermones de Inocencio por Bultot (1961: 447 n. 32).

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desiderium aeternorum de San Anselmo de Canterbury, las Meditationes piissimae de cognitione humanae conditionis de Bernardo de Claraval o el De vanitate mundi et rerum transeuntium

usu de Hugo de San Víctor.5 Ahora bien, el De miseria humanae

conditionis de Inocencio III no es plenamente un tracto de contemptu

mundi. Sería quizá más ajustado atribuirle la institución de un género penitencial, el del tratado sobre la miseria humana, que tuvo además un influencia mucho más relevante que la de los escritos espirituales de sus contemporáneos:6 fue traducido o adaptado a todas las lenguas europeas desde el siglo XIII,7 impregnó la tradición religiosa y la literatura vernacular, y generó una tradición propia, porque sentó un conjunto distintivo de temas y autoridades que perduraría en obras posteriores. Suscitó, en suma, la escritura de otros tratados de

miseria hominis que perpetúan la materia, la disposición y el estilo de su obra. Sus huellas pueden rastrearse tanto en géneros religiosos y ligados a la devoción o a la liturgia (como, por ejemplo, los sermones de miércoles de ceniza o las guías de meditación cristiana), cuanto en obras pías de invitación a la virtud, en diálogos, poemas, epístolas y novelas. Hay recuerdos evidentes de Inocencio en los textos morales

5 Pedro Damián, PL 145 145: 251-292; San Anselmo, PL 158: 677-686; Hugo de San Víctor, PL 176: 703-740; Bernardo de Claraval, PL 184: 486-508. Sigo en todos los casos la Patrologia Latina de Migne. Habrían de sumarse a esta nómina el De fluxa mundi gloria despicienda y el poema De miseria humanae conditionis

Rhythmus de Pedro Damián (Opera omnia III, 429-434 y IV, 23), los versos de

contemptu mundi estudiados por Bertoni (1928) y un tratado de Bernardo de Cluny (sobre el cual, vid. Maccarrone, 1943). El Apologeticum de Pedro Damián está dedicado a la vida monástica, y abre una serie de obras sobre esta materia (el De

perfectione monachorum, 141-159; De ordine Eremitarum, 160-163; De suae

congregationis institutis, 164-179; In episcopum Monachos ad saeculum

revocantem, 180-187; y otros sobre el celibato sacerdotal o contra los clérigos intemperantes). Los textos de contemptu mundi son, por lo general, invitaciones al abandono efectivo del siglo para ingresar en una orden religiosa, y a menudo toman la forma de epístolas exhortatorias a jóvenes y adolescentes (como hará, mucho más tarde, Erasmo en la Epistola de contemptu mundi). 6 Sobre la transmisión del texto, vid. Maccarrone (1955: praefatio). 7 En España, en particular, hay dos adaptaciones de importancia: la del Libro de

miseria de omne, en cuaderna vía, y la catalana en prosa del Llibre del plant de

l'hom. Sobre la presencia de Inocencio en la cultura hispánica, vid. sólo O'Conolly (1983) y Minervini (1996).

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de Petrarca y de Poggio Bracciolini, en los teológicos de Vives y Erasmo, en los devocionales de Boaistuau, o, andando el tiempo, en los literarios de Quevedo o Gracián. Incluso entre quienes escriben acerca de la dignidad, y no acerca de la miseria, la obra de Inocencio es, en muchos casos, el modelo con el que confrontar la argumentación sobre la nobleza del hombre. No huelga pues detenerse brevemente en el propósito y la disposición de esta obra, sobre la que volveré a menudo en los capítulos siguientes.

ABJECTIO SUI: HUMILDAD Y DESPRECIO DE SÍ El De miseria humanae conditionis propone una extensa meditación sobre la vileza y fragilidad de la naturaleza humana. Sus tres libros se corresponden con tres momentos de la vida del hombre: el primero, ingressus miserabilis, con su deplorable entrada en el mundo; el segundo -progressus culpabilis- con el transcurso de su vida; y el tercero -egressus damnabilis- con la salida o abandono del mundo, con la muerte y la condenación.8 El tratado, pues, va de la cuna a la sepultura -de utero ad tumulum, como dice Inocencio con palabras de Job-, y este recorrido se presenta como una lamentación, como un ejercicio ascético y como una reflexión cristiana:9 es ésta una escritura del llanto, que invita al llanto, y que, en sí misma, se presenta ya como un acto penitencial, pues Inocencio no sólo cuenta, sino que llora y relata entre lágrimas la vileza de nuestra condición:

8 I. De miserabilis humanae conditionis ingressu; II. De culpabili humanae

conditionis progressu; III. De dampnabili humanae conditionis egressu. Nótense las variaciones en los adjetivos (miserabilis, culpabilis, dampnabilis), que introducen matices relevantes en la exposición, sobre todo en la secuencia de los libros II y III. La gradación se inicia con la miseria, continúa con la culpa y se cierra con la condenación: o, en otros términos, la miseria se aplica más propiamente al origen y a la condición humana. En el progreso de la vida, culpa y condenación exigen la acción del hombre, el ejercicio de su albedrío, y la elección, por tanto, del mal. Los esquemas tripartitos regirán no sólo la división en libros de la obra, sino también la estructura de cada uno de ellos. 9 De miseria, I, i, 7.

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Quis ergo det oculis meis fontem lacrimarum, ut fleam miserabilem conditionis humane ingressum, culpabilem humane conversationis progressum, dampnabilem humane dissolutionis egressum? Consideraverim ergo cum lacrimis de quo factus sit homo, quid faciat homo, quid futurus sit homo.10

La intención expresa de la obra, según se lee en el prefacio, es la de describir la vileza de la condición humana con el único propósito de humillar la soberbia del hombre, que es cabeza y raíz de todos los pecados capitales (ad deprimendam superbiam, que caput est

omnium vitiorum, vilitatem humanam conditionis utcumque

descripsi). Hacía notar Inocencio, no obstante, que, si así se lo propusieran, podría muy bien tratar con la misma extensión y pormenor la dignidad de la naturaleza humana:11 de este modo, concluía, humillaría al que se ensalza y ensalzaría al que se humilla, cumpliendo un programa trazado en los evangelios.12 Las palabras de Inocencio en el proemio,

quatinus ita per hoc humilietur elatus ut per illud humilis exaltetur

recuerdan a las de Lucas y Mateo en la versión latina de la Vulgata, que afirman que Cristo habría venido al mundo para exaltar a los humildes y humillar a los que se ensoberbecen:

10 De miseria, I, i, 7. 11 "Si vero paternitas vestra suggesserit, dignitatem humanae nature Christo favente describam" (Lotario, De miseria, Prol.). 12 Sostiene Renato D'Antiga que Lotario no cumplió su propósito no por su precoz elección como pontífice, sino porque "el argumento de la dignidad humana no poseía un lugar propio en la tradición de la espiritualidad medieval de la Europa occidental, y, por ello, a diferencia del contemptus, la dignitas no tenía fuentes autorizadas de las que alimentarse" (1994: 12). La argumentación es incorrecta, porque las fuentes autorizadas para argumentar la dignitas hominis son muchas y bien conocidas en la tradición occidental. Por otra parte, el tratado sobre la dignidad que menciona Lotario al final del prólogo no es un proyecto, sino tan sólo una posibilidad y una apertura: simplemente afirma que estaría en grado de sostener también la digna naturaleza humana, para cumplir así el doble precepto evangélico.

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"Quia maior est vestrum erit minister vester. Qui autem se exaltaverit humiliabitur, et qui se humiliaverit exaltabitur" (Mat. XXIII: 12) "Quia omnis qui se exaltat humiliabitur, et qui se humiliat exaltabitur" (Luc. XIV: 11)

De este modo, el relato de las miserias humanas cumple un dictum del Hijo, y la primera parte de un doble proceso de humillación y exaltación. Miseria y dignidad se presentan así como temas complementarios y no contradictorios, que forman un díptico posible cuya segunda parte Inocencio nunca llegó a redactar. El tema común de ese doble movimiento es el de la humildad, que es una de las virtudes más difíciles para el cristiano, y capital en la imitación de Cristo.13 Su adquisición exige un largo ejercicio y una continua meditación que se ordena en tres grados. El último, y más importante, es el de la abjectio, esto es, literalmente, la abyección, la depreciación y el envilecimiento de uno mismo. La fase de la abjectio, a su vez, conoce dos estadios: la abjectio mundi, o desprecio del mundo, de sus vanidades y concupiscencias, y la abjectio sui, esto es, la depreciación de nosotros mismos, mediante la consideración de nuestras calamidades y miserias y la conciencia de nuestra vileza y fragilidad. El contemptus mundi y la miseria humana se encadenan así sin confundirse en el camino hacia la humildad: al primero le corresponde la abjectio mundi; al segundo, la abjectio sui, o el más difícil desprecio de sí. El De miseria humanae conditionis habría por tanto de entenderse como el cumplimiento meditativo de ese estadio final de autoenvilecimiento, que es el más importante en el camino hacia la humildad cristiana.14

13 Véase también la epístola a los Filipenses (Fl 2: 6-8) donde se invita a imitar a Cristo, que se "anonadó", tomó la naturaleza del esclavo, se hizo semejante al hombre y "se humilló a sí mismo" (humiliavit semetipsum) hasta el punto de que se sometió a la muerte. 14 Disiento pues de Bultot (1961: 447) que sostiene que la obra de Inocencio III responde a un estadio penitencial de compassio. Que no es así, sino más bien un ejercicio de abjectio sui, puede percibirse en las alusiones a los vínculos entre ésta y la abjectio mundi. Remito para ello a la apertura del segundo libro, que recoge los

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De este modo, la soberbia se combate con la humildad, de la que la miseria es instrumento: cada pecado tiene un contrario y un remedio, y una cura ascética hecha de meditación y de obras. La miseria hominis es la cura meditativa del más capital de los pecados, del primero en cometerse, y del único que, por ello mismo, procede del cielo. Lo ataca además en su raíz, porque, como decía Petrarca en el Secretum, el primer efecto de la soberbia es hacer al hombre ignorante de su naturaleza y olvidadizo de su fragilidad. El copioso discurso de las miserias humanas no tendría otro fin que el de recordársela de forma incesante.

INGRESSUS, PROGRESSUS, EGRESSUS

El capítulo inicial del De miseria hominis incluye una partitio en la que Inocencio dispone el programa que rige el libro. Se afirma allí que, además de seguir el curso tripartito de la vida, el tratado examinará de qué está el hecho hombre, qué hace y qué será de él: de quo factus, quid faciat, quid futurus sit. Al de quo factus, o de qué está hecho, responde Inocencio que el hombre, nacido para morir, está hecho de polvo, de barro, de cenizas, de sucísimo esperma: de

pulvere, de luto, de cinere, de spurcissimo spermate. Al quid faciat, responde que acciones malvadas, vergonzosas y vanas: agit prava...

agit turpia... agit vana. Al quid futurus sit, o qué será de él, responde con el fuego, la podredumbre y el gusano. La andadura del De

miseria puede entenderse no sólo como el seguimiento tripartito de las desdichas del hombre sino también como la explicación menuda

temas del desprecio del mundo, con recuerdo expreso del nolite diligere mundum de la epístola de San Juan. Se refiere allí, pues, explícitamente, a las dos fases finales del descenso hacia la humilitas. En uno de sus sermones, Inocencio mismo había previsto un descenso hacia la humildad -a través de la reflexión sobre la miseria de esta vida- que culmina con la abiectio, que, a su vez, contiene dos grados sucesivos: el desprecio del mundo y el ulterior desprecio de uno mismo. "Primus est abjectio mundi, secundus abjectio sui". Véase, sobre la abjectio en Inocencio, Bultot, 1961: 446.

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(exponam id planius, edisseram plenius) de las sucintas respuestas a estas tres preguntas. El texto se abre, pues, con la concepción vilísima del hombre en el hedor de la lujuria y en la putrefacción del útero, y no ahorra detalles en la descripción del nacimiento doloroso y atroz y del desvalimiento ignorante de la infancia. Prosigue con las desdichas de la edad adulta; enumera y detalla los tres enemigos del hombre, al igual que las tentaciones y las calamidades que lo acechan; considera las acciones perversas y las perturbaciones del alma, y acomete la descripción de todos los pecados capitales, desde la avaricia hasta la soberbia o mors primigenia, que es el último por ser el más grave. Concluye Inocencio con los novísimos, cuando describe el dolor terrible de la agonía y la rigidez y putrefacción del cadáver, y cierra, al fin, la última página con una imagen celebérrima del evangelio de Mateo (Mt., 13: 41-42), la del horno de fuego al que, a una seña del Hijo, los ángeles arrojarán a los pecadores. El proceso de utero ad

tumulum se quiere circular, pues no hay detalle de la concepción y nacimiento del hombre que no se reproduzca, como en espejo, en la agonía o en la muerte: el hombre es polvo y será polvo, ha sido concebido en la podrición hedionda del vientre materno, y acabará en la putrefacción y en el hedor del sepulcro. Una consideración más detenida evidencia ulteriormente la trabadísima ordenación del tratado. El libro primero se organiza en treinta capítulos de desigual extensión que, además de describir el nacimiento y la infancia (i-viii), enumeran las desdichas de todas las fortunas de los hombres mediante oposiciones y pares (de ricos y pobres, célibes y casados, amos y siervos, etc.: vid. ix-xviii), y se refieren en fin a los enemigos del hombre, a las tentaciones, al dolor, a la inquietud que procura una muerte siempre inminente, a las calamidades, y a la enfermedad, a la injusticia (xix-xxx). El libro II concierne a las acciones y a las perturbaciones del alma, y se ordena como un recorrido tripartito por lo perverso, lo vergonzoso y lo vano, como había prometido al comienzo de la obra: con ello se corresponde la búsqueda de la riqueza, del placer o de los honores (opes, voluptates, honores, II.i), es decir, de las tres cosas que la

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epístola del apóstol ordenaba despreciar cuando invitaba a no amar el

mundo ni las cosas del mundo (concupiscentia carnis, et

concupiscentia oculorum et superbia vitae). De ellas se siguen, como en racimo, los peores pecados y vicios: pues la riqueza provoca deseo y avaricia; la voluptuosidad es madre de la gula y la lujuria; los honores alimentan la soberbia y la jactancia: tres son pues las codicias, tres los deseos y tres las acciones deplorables del hombre.15 El libro III, por último, es el dedicado a los novísimos: trata sobre la muerte, los dolores terribles de la agonía, el cadáver y la putrefacción (i-iv), sobre los tormentos indecibles del infierno (v-xiv) y el majestuoso horror del Juicio Final (xv-xx).16 La obra se cierra al fin con esa visión del horno de fuego, que, como dije más arriba, elabora la del Evangelio de Mateo (13:41-42). O, más exactamente, amplifica la del evangelista tomando pie del versículo célebre sobre el llanto y el crujir de dientes de los réprobos e inicuos.17 El pasaje es singular, no sólo por su posición de cierre, o por la visión final de la condenación eterna del alma del pecador, sino también porque constituye una muestra acabada del estilo de Inocencio, que se asienta sobre la enumeración, la bimembración, la antítesis, la distributio y el homoioteleuton:

Ibi erit fletus et stridor dentium, gemitus et eiulatus, luctus et ululatus et cruciatus, stridor et clamor, timor et tremor, dolor et labor, ardor et fetor, obscuritas et anxietas, acerbitas et

15 Siguiendo este programa, Inocencio repasa en primer lugar el deseo de riquezas (de cupiditate divitiarum, i-xiii); acomete la descripción de la avaricia, la gula, la ebriedad y la lujuria (xiv-xxv) y dedica los últimos capítulos a la soberbia y a la búsqueda de honores (xxiv-xl). El libro II, el más valorado por Bultot por ofrecer un panorama histórico de la vida social de la Edad Media, es, también para Lazzari, una denuncia de la corrupción y las injusticias de la sociedad contemporánea (Lazzari, 1972: 114). Vid. quoque Clúa (2003). 16 La meditación sobre los novísimos es uno de los temas asociados a la exhortación al desprecio del mundo. Vid. Lazzari (1972: 44). Sobre la difusión de la meditatio

mortis en particular en la espiritualidad del siglo XII y entre los autores de

contemptu mundi, vid. Lazzari (1972: 119 ss). 17 Es la exposición de la parábola de la cizaña en Mat. 13: 41-42: "Y enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y recogeran a todos los que en su reino son seductores y obradores de iniquidad. Y los arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes (ibi erit fletus et stridor dentium)."

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asperitas, calamitas et egestas, angustia et tristitia, oblivio et confusio, torsiones et punctiones, amaritudines et terrores, fames et sitis, frigus et cauma, sulphur et ignis ardens in secula seculorum.18

No ha de descartarse que la cuidada ordenación de la prosa -casi rimada- contribuyera al inmediato y extraordinario éxito de la obra: la terribilitas de sus descripciones era inteligible de forma inmediata, incluso para lectores con conocimientos exiguos de latín, por su extrema simplicidad sintáctica, fácil de recordar por la exactitud de las estructuras bimembres y por la abundancia de similicadencias. Las fuentes más notables del tratado de Inocencio son escriturarias, aunque hay también hay referencias, expresas u ocultas, a tratados penitenciales, a los Padres (y en especial a los doctrinales, a Jerónimo, Gregorio y Agustín) y a los Sententiarum

Libri de Pedro Lombardo.19 Muchas partes del libro primero podrían describirse, sin desacierto, como un centón de lugares veterotestamentarios -los más sombríos de Job, de Jeremías y de los libros sapienciales-, que se reencontrarán con frecuencia, y en la precisa disposición que les concede Inocencio, en la literatura posterior sobre la miseria humana. Ciertamente, comparte muchos de ellos con los contemptores mundi, si bien, en éstos, la depreciación de las cosas del siglo no implicaba necesariamente el envilecimiento extremo y radical del hombre. En el De vanitate

mundi, por ejemplo, Hugo de San Víctor contraponía la excelencia de la naturaleza humana a la bajeza de las cosas terrenas; y en el De

contemptu, Roger de Caen recordaba que para el hombre refulge la luna, gira el sol en su órbita y se han dispuesto las estrellas, que para él son el día, la noche, el éter ígneo y el orbe de la tierra. ¿Por qué pues -le pregunta- deseas lo pequeño? Cur parva cupis?20 Invita por ello al hombre, que es imagen de Dios y ciudadano del cielo, a no deleitarse en lo perecedero y a no cubrirse con el polvo de la tierra:

18 Inocencio III, De miseria, III, xx. 19 Sobre las fuentes de Inocencio, vid. Maccarrone, 1955: xl-xli. 20 Sobre estos pasajes, vid. Vega (2003: 7).

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Non te quae pereunt delectent infima, non te

Caelestem foedet pulvere terra suo.

El tema del desprecio del mundo no comportaba pues el de la miseria total de la naturaleza humana, aunque sí el de la bajeza del cuerpo corruptible, frente al alma inmortal, y el de la fugacidad de la vida, frente a la eternidad de las recompensas celestes. El proceso último de la abjectio, por ello mismo, extrema el envilecimiento del hombre mismo, frente al desprecio no de sí, sino de las cosas del mundo, de los tratados de los contemptores. El librito de Inocencio III contenía imágenes poderosas y memorables sobre la ínfima naturaleza humana. Muchas de ellas podían también hallarse en la obra de sus contemporáneos, pero lo singular del De miseria es su acumulación y sobreabundancia. A ello se añade una estructura simplicísima y ordenada, un claro hilo conductor y un estilo inconfundible, que gusta de la aliteración y la paronomasia, la antítesis y el paralelismo. No es de extrañar, por todo ello, que ejerciera una durable influencia y que generara, por así decir, una tradición devocional que llega con plenísimo vigor hasta las letras barrocas.

LOS HEREDEROS DE INOCENCIO La posteridad de Inocencio no sólo ha de medirse por su influencia espiritual, o por su presencia en los sermones y escritos mendicantes, en las guías cristianas, en las exhortaciones a la vida religiosa y en los tratados de corte ascético relacionados con el alejamiento del mundo.21 Las epístolas cristianas de los siglos XV y XVI son prolíficas en recuerdos expresos del De miseria hominis (del tipo de la Epistola

exhortatoria de contemptu mundi et ingressu in religionem, por

21 Sobre el pensamiento religioso sobre el hombre en el siglo XV, vid. Guidi (1999), que permite ponderar la ubicuidad de los esquemas del De miseria de Inocencio.

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ejemplo, o del De perserverantia religiones ad Elisabeth et Monicam

sorores, de Maffeo Vegio, que contiene un capítulo titulado De

meditatione vilitatis et miserie humane), al igual que las obras dedicadas a preparar para la muerte o a disertar sobre el Juicio y las penas ultramundanas.22 En las prédicas de Cuaresma es frecuente que comparezca el tema general de quid est homo secundum corpus, y que concurran, a este propósito, las definiciones más tenebrosas de la tradición de Inocencio y los contemptores (por ejemplo, que el hombre es vasija pútrida, cadáver fétido, alimento de gusanos: vas

putridum, cadaver fetidum, esca vermium) así como la tripartición temporal de todas las desdichas y calamidades del hombre, genitus

per immunditiam, vivens in miseria, moriens in angustia.23 Inocencio determina también un modo de organizar la materia misma de la vileza humana, distribuida en tiempos y edades, mediante oposiciones (de estado, de riqueza, de condición), y a partir de secuencias estables y fijas (de pecados capitales o de enemigos del hombre). Sus huellas son inconfundibles en los tratados que se acogen al título, ya programático, de miseria humana o de vileza del

hombre. Baste recordar que el abad Trithemius compuso, a finales del siglo XV, un Liber de vanitate et miseria humanae vitae que sigue

22 Cfr. Guidi (1999, 661). La Epistola exhortatoria de contemptu mundi et ingressu

in religionem ad Florianum nobilem et eruditum iuvenem (1451) se conserva manuscrita en la Biblioteca Ambrosiana de Milán: remito al resumen de Guidi (1999: 654-655). 23 Es dudosa sin embargo la correspondencia que establece Remo Guidi entre la frecuencia con que aparece el tema de la miseria en los textos ascéticos y monacales y el "estado de ansia" de los hombres del XV, rodeados de guerras, epidemias, carestías y catástrofes naturales, con profusión de noticias sobre milagros y apariciones. Por ello, los mendicantes, en la catequesis, insistirían "en una escatología escenográfica" (Guidi, 1999: 463): Guidi dice hallar en el siglo XV un crecimiento del profetismo, una tendencia al "remordimiento" tétrico y tenebroso y un culto a un Dios "hostil e iracundo". No obstante, en esa época de ansiedad y calamidades vivieron por igual los defensores de la dignidad humana -como Fazio o Manetti- por lo que habría que preguntarse si la defensa de la miseria o de la dignidad no está determinada, en primer lugar, por razones teológicas, y, en segundo lugar, en el caso de la miseria penitencial, por el contexto monástico y la invitación a la vida claustral.

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en todo la falsilla del librito de Inocencio,24 y que cuando Pierre Boaistuau escribió el Théâtre du monde ou il est faict un ample

discours des miseres humaines, ya demediado el siglo XVI, ordenó el libro al modo de Inocencio, disponiendo las calamidades de la tragedia del hombre según el esquema tripartito del ingressus, progressus, egressus,

commençant par sa generation et production: puis discourrir par tous les aages, et particules de sa vie, tant que nous l'aions conduict au sepulchre, qui est le dernier but, et periode de toutes choses.25

Años después, cuando Miguel de Alonsótegui acometa la escritura de su Tratado que muestra la vida miserable que padece el hombre, dispone todavía el plan de la obra y la declaración de intenciones con las mismas pálabras que usó Inocencio en la apertura de su tratado:

Pues, ¿quién será que me dé un arroyo de lágrimas para que yo llore la entrada miserable y dolorosa que trae el hombre al mundo en nasciendo, el doloroso trabajo que padesce mientras vive, la salida tan triste y amarga en salir con la muerte desta vida miserable?... 26

Es éste también el troquel de las Miserias del hombre de Tomás de Trujillo y de las breves meditaciones de miseria hominis que hallan acomodo en las guías espirituales del Quinientos, como el Espejo de

la vida humana de Pérez de Chinchón o el Memorial del cristiano de Fray Luis de Granada. Pero Inocencio III no sólo dejó su huella en los tratados sobre la miseria del hombre que se escribieron en los siglos XV, XVI y

24 El tratado de Tritemio es una obra devocional que, a los temas de Inocencio, añade una consideración más detenida del tema de las vanidades humanas (mediante glosas del Eclesiastés) y del lugar paulino de la vida como peregrinación hacia la patria celeste, así como una más amplia atención a los ejercicios de la praeparatio mortis. 25 Boaistuau, Théâtre, II, 100. No es Inocensio su único modelo: Boaistuau también toma del Axíoco pseudoplatónico el esquema de la parte central, que incluye una revisión de los males de todas las edades y de todos los estados. 26 Miguel de Alonsótegui, Tratado que muestra la vida miserable, I, i, 10.

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XVII.27 También es imprescindible para entender los primeros textos humanistas sobre la dignidad humana, que se presentan como respuestas o complementos (y sólo posteriormente también como confutaciones) del De miseria humanae conditionis. Los casos más tempranos y señalados de diálogos, epístolas y tratados de dignitate se refieren explícitamente al proyecto incumplido del pontífice. En una de sus cartas (Seniles, XVI.9), Francesco Petrarca da cuenta de que el Gran Prior cartujo le había pedido que escribiera un tratadito como el proyectado y no escrito por Inocencio en el proemio del De

miseria hominis: añade que, en el momento de recibir esa petición, redactaba un opúsculo moral, el De tristitia et miseria, cuya intención era el de erradicar esa tristeza sin causa que llaman aegritudo los filósofos; y que pretendía curar ese mal del alma mediante una relación de las causas de la felicidad y un repaso de los argumentos capitales sobre la dignidad del hombre. Esto significa que, de algún modo, Petrarca acepta concebir el De tristitia et miseria en el marco discursivo sentado por Inocencio -esto es, a partir de la tradición penitencial y ascética- por mucho que lo "saque", por así decir, de los términos de esa discusión (es decir, del sistema de pecados capitales y de virtudes que se les oponen) para emparentar la miseria con la tristitia y con la aegritudo, que es el término que habían preferido los estoicos y el que usó Cicerón en las Tusculanas. No hay apenas parentesco entre el De miseria de Petrarca y el de Inocencio, a pesar de la semejanza del título, pero la indicación de las Seniles permite sospechar que, al menos retóricamente, Petrarca excusa el compromiso porque ya se ha ocupado de la vileza del hombre en otro lugar de sus obras. No es ésta la única petición que un hombre de iglesia dirige a un humanista para invitarle a escribir el libro de dignitate hominis que Inocencio nunca compuso. El primer tratado cuatrocentista sobre la dignidad humana que merece plenamente ese nombre se ha

27 Esta influencia es decisiva en el género del tratado de devoción, pero no sucede así en la tradición de miseria hominis que se acoge a un marco de ficción o a otros moldes discursivos, como el de la epístola consolatoria o la disputatio moral. Como se verá, su influencia es nula en el diálogo Palinurus sive de foelicitate et miseria de Vegio, y episódica, por ejemplo, en el De miseria de Poggio Bracciolini.

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conservado en una carta manuscrita que el monje benedictino Antonio da Barga dirigió al humanista Bartolomeo Fazio y que debió redactarse hacia 1447.28 En las primeras líneas, Da Barga informaba a su corresponsal de que Inocencio III había escrito, cuando era diácono, un libro que desgranaba las muchas miserias y vilezas humanas, y en cuyo prólogo se refería a la posibilidad de disertar sobre la dignidad del hombre. Le rogaba a continuación que él, Fazio, acometiera esa tarea incumplida, y, para ello, le procuraba un extenso esquema general (per distinctiones et capitula, es decir, al modo escolástico) de lo que habría de ser la obra. Enumeraba así los argumentos fundamentales sobre la materia, a la espera del desarrollo y pulimiento último que la elegancia y el buen latín de Fazio habrían de conceder al texto definitivo. Este tratadito de Antonio da Barga es intensamente religioso, está saturado de citas de las Escrituras y los Padres, e indica ocasionalmente cuáles son las fuentes cristianas -como Lactancio- en las que pueden hallarse exposiciones más copiosas sobre determinados puntos de doctrina.29 La epístola de dignitate -a riesgo de simplificar- podría dividirse en tres partes: la primera, muy breve, contiene los argumentos relacionados con la creación (y redención) del hombre y su causa final (esto es, la respuesta a la pregunta teológica del cur homo) y, secundariamente, unas indicaciones para zanjar la cuestión angélica (o de la dignidad relativa del hombre y el ángel); la segunda, la más importante y extensa, es una enumeración, con glosas, de las doce beatitudines y los seis gaudia o gozos de los electos; la tercera, que enlaza con la anterior temáticamente, es una descripción de los tres cielos, de los cuales el tercero o empíreo se identifica con la Jerusalén celeste del Apocalipsis. Por último, insiste el monje, habría de repetirse frecuentemente, y sobre todo en la conclusión del futuro

28 "De dignitate hominis et de excellentia humane vite". Sigo la edición de P. O. Kristeller, en apéndice a los Studies in Renaissance Thought and Letters, II, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1985, pp. 539-554. 29 Es posiblemente Pedro Lombardo, al que Antonio no cita, la autoridad singular que procura la inspiración del mayor número de acápites. Sobre esta cuestión remito a mi libro en preparación sobre la miseria y dignidad del hombre en la literatura del Renacimiento europeo.

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libro, la siguiente exhortación: conoce, hombre, tu dignidad, para que

no te enfangues en las cosas terrenas, puesto que las celestes te

están destinadas. Es ésta una invitación no lejana del cur parva cupis de Roger de Caen, o del precepto de los contemptores de no amar el

mundo ni las cosas del mundo. Se funda, al menos, en idéntico contraste entre la excelencia del alma del hombre y las vanidades del siglo. Es también indicio de la naturaleza profundamente moral y religiosa del tema de dignitate hominis en las letras humanistas del siglo XV. Muy poco después, Bartolomeo Fazio escribiría, en efecto, un tratado que tituló De excellentia et praestantia hominis, y que parece haberse inspirado -aunque no sin variaciones- en el esquema del monje benedictino.30 Y aunque no menciona a Antonio da Barga, sí recuerda la promesa incumplida de Inocencio III (quod promiserat

non praestitisse) y anuncia su intención de escribir un libro sobre la dignidad y prestancia humanas, aduciendo la escasez de escritos sobre esta materia y la gravedad del tema, condigno de la majestad papal de Nicolás V, a quien dedica la obra. Arranca también de la pregunta por la existencia misma del hombre, celebra su posesión de un alma inmortal, se detiene en la cuestión angélica, repasa las implicaciones del acto de la creación en el sexto día del mundo, el dogma de la Encarnación y la Redención de Cristo, y concluye con una extensísima descripción de la felicidad beata de los salvos, que era el tema al que la carta de Antonio da Barga dedicaba más espacio y esfuerzo. Fazio describe además el ornato de la ciudad celeste, la majestad de las esferas, el esplendor del empíreo, el cielo cristalino y las estrellas fijas, hasta llegar a la visión de las sedes angélicas y a la percepción de la paradójica ubicuidad divina. Las dignidades son, en

30 Bartholomaeus Faccius, De excellentia ac praestantia hominis liber, en [F. Sandeus] De regibus Siciliae et Apuliaes... Paralella Alfonsina sive Apohthegmata

Caesarum Principumque Germanorum & aliorum Alfonsi Regis dictis & factis

memorabilibus, per Antonium Panormitam descriptis, sigillatim opposita per

Aeneam Sylvium Piccolomineum... Quibus accedunt Bartholomaei Faccii Genuensis

de Humanae vita Foelicitate Liber, ad eundem Alfonsum Aragonum ac Siciliae

regem. Item de Excellentia ac Praestantia homini... Hanoviae, Typis Wechelianis, apud Haeredes Ioannes Aubrii, 1611, pp. 149-168. En esta edición la obra está dedicada al Papa Pío II.

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todo caso, dones de Dios, y es la divina providencia quien las otorga al hombre, en el alma y en el cuerpo. La obra termina -al modo de los contemptores, y con Antonio da Barga- exhortando al hombre a no olvidar su excelencia y a no entregarse a la voluptuosidad o a los placeres, y presenta al cristiano como un miles Christi que lucha contra las seducciones del mundo y gana a la postre el premio de la vida eterna. El tratadillo, pues, no guarda el orden de la obra de Inocencio, ni es su reflejo o su inversión: tampoco, ciertamente, su confutación. Es posible que la idea de completar el De miseria esté dictada por una estrategia retórica y, sobre todo, porque así lo había sugerido Antonio da Barga, cuyos capituli y distinctiones procuran la plantilla del tratado. No hay, en Fazio, afán polemista, ni percepción conjunta del tema de la miseria y de la dignidad. Su obra parece entenderse como una celebración cristiana del hombre dictada por un propósito moral y admonitorio, y regida por la idea de la recompensa y el castigo eternos. No es pues una exaltación del hombre en esta

vida: antes bien, es una vasta reflexión sobre el destino celeste del alma inmortal. Importa destacar, de esta breve revisión, que aunque el propósito de los textos es diverso y vario, y en nada semejante al de Inocencio en el De miseria, la epístola de Antonio da Barga y el tratado de Bartolomeo Fazio sí se escriben, en cierto modo, al arrimo de esta obra, como prolongación, continuación, segunda parte, o, quizá mejor, cumplimiento de esa promesa abierta en el prefacio. Antonio da Barga y Fazio terminan y cierran el proyecto del De

miseria hominis, o, al menos, presentan una continuación plausible que cierra el díptico abierto. Ahora bien, el discurso sobre la dignidad del hombre es en ellos, como lo era en Inocencio, compatible, doctrinal y conceptualmente, con la defensa de la miseria humana. Dignidad y miseria responderían a la doble naturaleza del hombre: por ello, la dignitas hominis del Humanismo cuatrocentista, como la de Barga y Fazio, no ha de contraponerse a la miseria y vileza de Inocencio y los contemptores. Procuran sólo su contrapunto, que en la obra de Inocencio no tuvo cabida, pero que se encontraba profusamente en sus contemporáneos. Estos, en efecto, habían exhortado al hombre a conocer su parte miserable y terrena para no

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descuidar la espiritual, a reparar en la vanidad de las cosas para no entretenerse en la consideración de lo caduco y terreno, y para dedicarse tan sólo a lo imperecedero y divino. O, como diría Roger de Caen, para conociéndose dignos, y sabiéndose excelentes, no desear lo pequeño, sino sólo las más altas cosas, que son las únicas condignas con su nobleza.

LA PÉRDIDA DEL PARAÍSO

La miseria humana de la que habla Inocencio no empaña la grandeza del alma incorruptible, ni el hecho radical de que el hombre haya sido dignificado por su creador en el sexto día del mundo. El contexto penitencial del discurso sobre la miseria humana permite defender simultáneamente y sin contradicciones una doble visión del hombre, pues la teología cristiana presume un hombre digno en esencia y miserable en la historia. Miseria y dignidad del hombre conviven sin estorbarse y sin contraposición dialéctica, porque el hombre es doble: mortal e inmortal, terrenal y celeste, material y espiritual, imagen de Dios y barro de la tierra. O, como decía San Pablo, porque el hombre es un precioso tesoro escondido en una vasija deleznable. Es digno por ser príncipe de lo creado e imagen de Dios, pero es, a la vez, un

príncipe sublunar, cuyo reino es el de la mudanza, la caducidad y la ruina. La dignidad plena es la del hombre originario y anterior a la caída, del Adán prelapsario, aún en el Paraíso. El hombre histórico, en cambio, tras la degeneración del pecado original, está sujeto a trabajo, calamidad, enfermedades y muerte. En un pasaje del Génesis (3:11) Adán y Eva, tras comer del fruto prohibido, se saben desnudos y se avergüenzan de ello. Como explicaré más adelante, los comentaristas actuales del texto interpretan el pasaje como el despertar de la concupiscencia, pero la tradición patrística prefería entender la desnudez de Adán como el símbolo de la debilidad física, de las muchas carencias del hombre, y de su exposición a los ataques de los animales. La conciencia de la debilidad habría conducido a la invención de las artes -como la arquitectura- que serían las primeras

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artes históricas porque cubren la desnudez originaria del hombre. La desnudez simboliza, por tanto, la pérdida del estado paradisíaco, que obliga al hombre a procurar su vida material y le priva de la contemplación de Dios. Por mucho que la industria del entendimiento pueda paliar las carencias de la vida en el mundo, la miseria del hombre se situaría doctrinalmente, y en la historia, en el momento de la caída. Es posible, pues, en la economía de la salvación, conjugar la dignidad del hombre recién creado, hecho a imagen del Padre y rey de todas las criaturas, con la calamidad y desdicha del hombre expulsado del jardín. La conciencia de la desnudez representa el momento de la conciencia de la miseria y de la pérdida del paraíso. Junto a esta miseria penitencial de Inocencio, hay una miseria humana radical, incompatible con esa dignidad originaria, y que postula la orfandad del hombre en un mundo sin providencia. Las calamidades e infinitas desdichas de la vida humana, la fragilidad del cuerpo y la flaqueza de la razón, pueden interpretarse como un indicio cierto de que el hombre no es objeto de una singular cura

deorum, que no puede reclamar ninguna facultad que no posea, de algún modo, o en mayor grado, el resto de los animales. Reparar en la miseria del hombre, en la fragilidad del cuerpo o en la flaqueza de la razón es censurar la obra divina y afirmar, en suma, la imperfección del mundo. Ahora bien: es impío sostener que el cosmos es imperfecto, porque ello contesta los principios fundantes de la doctrina cristiana y niega la sabiduría o la bondad de Dios. No es menos impío juzgar miserable la naturaleza humana, pues por ella, al cabo, se ha sacrificado el Hijo. La miseria penitencial de la literatura medieval europea, la de las desoladas páginas de Inocencio III, pervive, como decía, en las letras del Renacimiento y del Barroco. Esta investigación no quiere trazar la historia de su posteridad, sino describir, más bien, cómo, junto a esa tradición cristiana, que no empaña la dignidad esencial del hombre, se afianza una tradición netamente humanista, que se sustenta sobre los principios teológicos y ontológicos del epicureísmo, y que constituye una radical contestación de la doctrina cristiana sobre el hombre y sus relaciones con Dios. Esta literatura de la

impiedad se asienta sobre un puñado de topoi que puede,

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eventualmente, compartir con otros discursos, pero que en ella sirve a una intención precisa: la de demostrar la imperfección del mundo, la calamidad que asedia al hombre, y la indiferencia última de Dios ante su destino. La humana miseria de esta tradición epicúrea se adelanta siempre para ser confutada sin ambigüedades, y cuando así no sucede, se produce una inmediata intervención editorial o censoria que restituye su ortodoxia. Por ello, la miseria de Inocencio III no es la misma de la que hablarán Pérez de Oliva o Erasmo de Rotterdam. Estas páginas quieren demostrar la radical modernidad del discurso de la miseria epicúrea en el humanismo europeo, cuando el hombre se percibe a sí mismo solo en el mundo, huérfano de divinidad y providencia, sin verdades ciertas, y sin confianza en las obras de su entedimiento. Suele pensarse que el tema de la miseria humana es netamente medieval, y que el de la dignidad del hombre es propio de las letras renacentistas y de su nuevo espíritu filosófico, fundado en la confianza en la razón. Sin embargo, en la cultura europea moderna, el concepto de dignidad del hombre es una hijuela de la teología cristiana, de los comentarios del Génesis y de la literatura hexameral, y no hay argumento capital en su defensa que no pueda hallarse en la obra de Pedro Lombardo, de Santo Tomás o de San Agustín. Realmente, pues, tanto la dignidad del hombre cuanto la miseria penitencial, al modo de Inocencio, son dos dicursos que se conforman en la Edad Media europea y que la Edad Moderna hereda con pocas modificaciones: la radical novedad, en las letras y el pensamiento renacentista, es esa miseria epicúrea que inspira el Momus sive de principe de Leon Battista Alberti (en la que se narra la creación de un mundo imperfecto por un Dios irresponsable), o la Apologie de Raymond Sebond de Michel de Montaigne, que atribuye a la soberbia del hombre su fatua convicción de que la inmensidad del universo ha sido dispuesta para su servicio. El Aurelio del Diálogo

de la dignidad del hombre, de Pérez de Oliva, es quizá el personaje literario del Renacimiento europeo que constituye el más cabal portavoz de este discurso, el que enuncia sin vacilaciones ni concesiones la relación entre la fragilidad del hombre y la inexistencia o improvidencia de Dios. Es ésta una miseria que no se funda en el pecado, ni en la caída, ni en la parte material y corruptible del

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hombre. Es más, si hay un discurso en las letras europeas que prescinda más netamente de la divinidad, ese es el de las obras renacentistas sobre la miseria humana, las únicas que se vertebran sobre la negación de la providencia y la desconfianza en los privilegios de la razón. BIBLIOGRAFÍA CITADA Alonsótegui, Miguel de, Tratado que muestra la vida miserable que padece el

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