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DE PROFUNDIS por Rocio Jurado Ciudad Autónoma de Buenos Aires El movimiento es suave y continuo, como una rama mecida por la brisa nocturna. Pero ella no puede dormir. Repara en las respiraciones entrecortadas de los pasajeros, en el débil llanto de un bebé recién nacido, en la música que llega desde la cabina de los choferes. No puede apartar los ojos de las estrellas. De vez en cuando, se encandila por las luces chillonas de algún pueblito atravesado en la ruta. No le molesta tanto: a su decadente manera, los pueblitos también son bellos. Y las estrellas siempre vuelven. Otro pueblito. Cinco, diez minutos... y de nuevo, solo cielo y tierra. Pero esta vez las estrellas no están. El cielo y la tierra se han fundido en un azul vacío, infinito. Ella siente temor, pero no sabe por qué. Cinco estrellas aparecen. Bailan una danza extraña, forman un círculo; diez nuevas estrellas ingresan al firmamento, y forman un círculo más grande, que rodea al anterior. Cien astros hacen su entrada; forman un óvalo que rodea a los dos círculos. Han formado una figura obvia, que hasta un niño podría reconocer. Ella se ríe, nerviosa. Y ahora sabe por qué. El proceso se repite: ahora, las constelaciones de formas conocidas, son dos. Brillan intensamente, parecen tener vida propia. Y ella ya no se ríe. - Querías decirme que me ves, que me estuviste viéndome todo este tiempo, ¿no es así? Los ojos de estrellas parpadean, como asintiendo. - Lo sé, lo sé, no hacía falta este despliegue. Pasan del plateado a un color que oscila entre el celeste y el verde; el brillo es intenso, y la ciega. Ella trata de mirar a otra parte, se vuelve a su acompañante, pero ya no está. Tampoco el resto de los pasajeros. Pronto descubre que el micro no existe, que está levitando sobre la tierra húmeda; los árboles, los cercos, las vacas, los postes, las aves, se hacen pequeños, lejanos. Los ojos de estrellas ahora son rojos.

De Profundis

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  • DE PROFUNDIS

    por Rocio Jurado

    Ciudad Autnoma de Buenos Aires

    El movimiento es suave y continuo, como una rama mecida por la brisa nocturna. Pero ella

    no puede dormir. Repara en las respiraciones entrecortadas de los pasajeros, en el dbil llanto de un beb recin nacido, en la msica que llega desde la cabina de los choferes.

    No puede apartar los ojos de las estrellas. De vez en cuando, se encandila por las luces chillonas de algn pueblito atravesado en la ruta. No le molesta tanto: a su decadente manera,

    los pueblitos tambin son bellos. Y las estrellas siempre vuelven.

    Otro pueblito. Cinco, diez minutos... y de nuevo, solo cielo y tierra.

    Pero esta vez las estrellas no estn. El cielo y la tierra se han fundido en un azul vaco,

    infinito. Ella siente temor, pero no sabe por qu.

    Cinco estrellas aparecen. Bailan una danza extraa, forman un crculo; diez nuevas estrellas

    ingresan al firmamento, y forman un crculo ms grande, que rodea al anterior. Cien astros hacen su entrada; forman un valo que rodea a los dos crculos. Han formado una figura obvia,

    que hasta un nio podra reconocer.

    Ella se re, nerviosa. Y ahora sabe por qu.

    El proceso se repite: ahora, las constelaciones de formas conocidas, son dos.

    Brillan intensamente, parecen tener vida propia. Y ella ya no se re.

    - Queras decirme que me ves, que me estuviste vindome todo este tiempo, no es as?

    Los ojos de estrellas parpadean, como asintiendo.

    - Lo s, lo s, no haca falta este despliegue.

    Pasan del plateado a un color que oscila entre el celeste y el verde; el brillo es intenso, y la

    ciega.

    Ella trata de mirar a otra parte, se vuelve a su acompaante, pero ya no est. Tampoco el

    resto de los pasajeros. Pronto descubre que el micro no existe, que est levitando sobre la tierra hmeda; los rboles, los cercos, las vacas, los postes, las aves, se hacen pequeos, lejanos.

    Los ojos de estrellas ahora son rojos.

  • Ella siente un calor intenso en los huesos, piensa que pronto ser ceniza y se convertir en

    parte de esa ceniza esparcida por el aire; intenta decir algo, pero su lengua es plomo, su garganta

    est reseca, trata de desgarrrsela con las manos.

    Grita una palabra. Y ya no tiene miedo.

    Su garganta est abierta, pero de ella no brota sangre, sino palabras, rotas, desordenadas,

    que lentamente van adquiriendo sentido.

    Los ojos de estrellas la escudrian, se vuelven marrones, clidos, se cierran, desaparecen. Ahora el cielo es el mismo de siempre. Ella siente sus miembros ms livianos que nunca; se

    sumerge en una laguna de estrellas, nada entre ellas, las acaricia. Y vuelve a gritar, un grito

    diferente.

    Ests bien?

    Perdn, estaba teniendo una apenas puede decir.

    Pesadilla?

    No. Slo su final acota sin esperar que la entiendan.

    Mira por la ventanilla; el rosa del firmamento anuncia la llegada del sol. Una nube pasa; es tan curva que parece una sonrisa.

    Y ahora, ella puede dormir.