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De "Sol: están destruyendo a tus hijos" | Serafín Delmar

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"Miro mis manos, y mis manos están limpias; miro mis ojos, y mis ojos están limpios. ¿Es por eso que me han puesto cadenas?" -se dice, para luego responderse-: "Entre hombres manchados, crimen es ser limpio".

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el departamento es un largo ataúd de piedra y ladrillos. Tiene tres pisos y 156 celdas; se diferencian de los nichos en el blanqueado por dentro. Pero todo es así. Encerrado el hombre en bloques de piedra, no tiene más compañía que el viento. El viento es el hermano del condenado; sin embargo, para pasar las rejas se cuida de los verdugos. Si ellos se dieran cuenta, lo meterían al subterráneo; allí, crucificado entre las paredes negras, se secaría el grito de tantos hombres muertos.

El viento prende su flor de angustia en el cogollo de cada pena. Él nos trae la ternura del mar, que se inquieta por vernos; la sonrisa de la tierra poseída por Marte. ¡Digo la tierra! ¿Quién echado sobre ella y escuchando al viento no lloró de tanta tristeza que hay en el mundo? ¿Y al sentir su aliento dulce y materno no la besa? Ella es el amor; mima a sus hijos, porque sabe que son para su vientre bello y fecundo; los hace rebeldes como al sol, porque sabe que son mortales. Es la tierra quien grita en nuestros corazones; su eco atrae al viento. Y es él quien acompañándonos nos conversa hasta altas horas de la noche; cosa rara, sin hablar mal de nadie, sin odiar como el hijo del hombre y de la mujer.

eres tú, el hermanoserafín delmar

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El viento es el alma rebelde del mundo. ¿Será por eso que sus sentimientos son transparentes como las aguas que bajan de las estrellas o como los ojos de los niños? Aprendemos a amar las cosas por el viento. ¡Qué sería del mar sin él! ¡Qué serían las punas altas y nevadas sin su grito fuerte!

De pronto una estrella fugaz se posa y nos susurra al oído: “sólo el que sabe amar al viento ama a la libertad. El viento que todo lo purifica es el dios de las cosas. Ama y sufre. El hombre mismo, cuanto mayor es su sufrimiento, más cerca está de los dioses que se parecen al viento. Ahí el Profeta, hecho de nuestro dolor, de la verdad del mundo, con sus ojos de viento que es sabiduría”.

Pensamos: el viento es el hermano del Profeta. Ambos tienen su tienda en el llano, sin paredes ni puertas. El árbol, para dar su sombra a los hombres, no necesita sino que el cielo esté azul; y para dar sus frutos, que algún niño se lo pida.

Por entre las rejas vemos a la luna encresparse y brincar por el cielo como una gata de fuego; mientras tanto, los reclusos piensan, y el pensamiento se les pierde en el insomnio pertinaz. Ríen y se les rasga la boca. Uno está silenciosamente crucificado entre las rejas frías y cariadas por el óxido. Más allá se ven dos puntos encendidos que de rato en rato rutilan como ascuas. Y una boca exclama: “¡Dios mío! y el hombre fue hecho a tu semejanza”. Un corazón late, grita y llora, como a veces el viento cuando el mundo está triste. Y tras de las rejas, como un sarcasmo, se dibujan las palabras del Maestro: “Amaos los unos a los otros”.

El Viento

El amor nace en el hombre, sólo cuando él ha conocido todas las vidas; cuando ha aprendido a morir y a nacer

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como el día; cuando ha sufrido, porque del sufrimiento nacen la comprensión y la amistad: el amor. Por el amor es que se llega a comprender la vida. ¿La vida?: la lucha permanente, la agitación permanente del espíritu.

El Recluso

El amor es el único don bello que la naturaleza ha creado en el hombre. ¡En el hombre libre! El condenado sufre, y su sufrimiento es un ácido que sólo fortalece su egoísmo, esterilizándole los sentimientos para con los demás.

El Viento

Si sobre vuestros sentimientos no se levanta el gran amor, ¿cómo pretendéis luchar porque se redima vuestra patria?

El Recluso

Sólo la planta se da a todos, porque no tiene corazón. El hombre que ama hasta a sus cadenas, ¿cómo puede desprenderse del llamado de la sangre? El hombre es esclavo por más que ensaye ser libre.

El Viento

El grande amor está más allá de los hijos. Pues ¿quién es un Profeta?

El Recluso

Es el corazón del mundo. El hijo telúrico que por casualidad vive un instante en el vientre de la mujer. Budha abandona a su hermosa mujer, a su hijo recién nacido, porque le brotó en los ojos el destino de su pueblo. Cristo no reconoce padres ni hermanos, porque era el Hijo del Hombre

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nacido para redimir a su pueblo. Estos son los profetas. Los maestros del gran amor. ¿Pero, nosotros? ¡Decidme!

El Viento

Me dais pena, hijos del hombre y de la mujer, porque vuestra humanidad débil no sirve, sino para beneficiar vuestra satisfacción personal.

El Recluso

Feliz la piedra. Pero al hombre que se ahoga en la sangre del mundo, ¿no lo veis tocando el corazón de sus semejantes? Y de regreso, es triste. Triste como la voz de la sombra.

El Viento

Si no sabéis ser hermanos, acercándose el uno al otro, ¿cómo pretendéis ser revolucionarios?

El Recluso

Sólo acercándonos al alma colectiva, porque ella engrandece y hace creador al hombre, es que somos revolucionarios. Pero nunca si estuviéramos condenados a vivir al lado del hombre-individualidad. Cuanto más grande es nuestro amor a las masas, tanto más nos alejamos del individuo. Las masas son bellas por su impulso creador, por su mito eterno de reivindicación. Mas, el hombre solo, es un gusano que se ama a sí mismo. Pero con todo, nada nos intimida, ni que Dios esté ausente de la cárcel, ni que los hombres hayan sido hechos a su semejanza.

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El Viento

Porque sabéis amar el alma colectiva, es que hasta la muerte se hace bella; más bella, porque la verdad está en cada palabra del pueblo. Porque sabéis amar a la muerte, es que la alegría llega. ¡Oh, ciudadanos! Porque sabéis amar a la verdad, es que la Revolución se acerca.

El Recluso

Esperar es la venganza de la verdad.

El viento se ríe y la noche enseña su boca negra, inmensamente negra de angustia. Se sienta en el corredor, y canta:

Apristas que por el pueblohabéis caído luchando,vuestro sacrificio es canto.Si 6.000 de los vuestros pagaron con su vidaporque la senda del pueblo no tenga manchas,¿qué importa el presidioy la crueldad de los tiranos?

Es de vuestro gritoy de vuestra sangreque emerge el camino,bella y altiva esperanzaque honra a los mortales.Adiós hombresque en el corazónde vuestros compañerossois una lágrima de libertad.

pp. 125-130

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estrella es la tierra para otros mundos de paisaje luminoso. Tiene árboles, flores y aves, mares, ríos y vientos de colores: todo canta en ella. Porque la tierra cantaba es que el fuego llegó. Y del fuego nació el hombre.

Todavía, después de tantos años, el fuego y el hombre se atraen con pasión irresistible. ¿No han visto a los niños jugar con el fuego como queriendo diluirse? ¿No han visto a los hombres frente al fuego crecer de alegría y de tristeza? Quisieran abrazarse. Pero, ¿cómo? Lo cierto es que, cuando se encuentran, uno de ellos llora, como la sombra y su cuerpo que juntarse no pueden. ¡Ah, el fuego tan hermoso como el hombre!

Destruyendo y creando vivieron el hombre y el fuego. Destruyendo y creando soñó Dios al hombre, y Dios lo hizo a su semejanza para eternizarse en él.

Antes de que el frío bajara de las orillas del cielo, el fuego llamó al viento —el viento es el alma de todas las cosas— y le dijo:

nace el hombreserafín delmar

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—La tierra me pidió un hijo, y yo se lo di. Su voz es la voz de mi padre; del que todo lo crea. Si el hijo viviera solo, serían dos dioses en el mundo, ¡y el mundo es pequeño!

El viento escuchó. Movió la luna y en el agua creció una flor. La flor era tan bella que tentó al viento. Entonces, el Gran Sabio, que castiga todo lo malo, lo dejó en los mares, gimiendo, bramando de ira. Desde entonces el viento es el primer rebelde.

La flor salió de los mares nimbada por su belleza y le sonrió al hijo del fuego. Una sonrisa fue el yugo del hombre libre. El hombre quiso rebelarse, pero la sonrisa lo venció. Una sonrisa dio origen al mundo humano. Se multiplicaron porque era ley de los dioses. La génesis del antagonismo entre los hombres ¡quién pudiera creer!— es nada menos que una sonrisa.

La propiedad de una sonrisa cayó exactamente como una piedra en las aguas del mar, extendiendo con el tiempo su círculo de lucha: de los hombres a los pueblos, de las naciones a los continentes.

La sonrisa que dio origen a la propiedad fue creando la lucha de hombres. Hoy el mundo no vive: sólo lucha. Ahora lucha por conquistar la tierra que de nadie fue, para entregarla a los descendientes de los hijos del fuego y del viento.

La tierra llora.

Mandan los que más habilidad tuvieron para la rapiña. Unos, al sentirse dueños de algo, no son menos brutales que los homínidos. No se enternecen ni con el llanto de

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los que sufren hambre. Nada les emociona, ni cuando los corazones de las madres pobres se pudren de dolor. Mucho menos cuando los pajarillos se suicidan al escuchar el llanto de los niños pobres. Que los hombres pobres se desangren en el trabajo diario, es la voluntad de ellos. Sí. De ellos, de los poseedores, que nada sienten. ¡Oh, duro es que el vientre sienta!

Cuando el pobre intenta levantar el puño, viene la guerra con su sombra roja, como si tras de él no estuvieran la tuberculosis y la sífilis, el cáncer y la cárcel. ¡Ah! De esto es que tenemos que hablaros.

No sólo los muertos descansan en los panteones. En la cárcel, donde los hombres no tienen sino su corazón, se están acostumbrando a morir. Aquí están. ¡Miradlos!

Si un condenado social enseña a leer a sus semejantes, se le acusa: “Sois un perturbador”. Va a la “parada”, y sale con las piernas que no le obedecen. A veces, muchas veces, sin tiempo para llegar al mortuorio.

Si el condenado se eleva estudiando, le requisan los libros. ¡Qué odio a la cultura muestran los verdugos! Y si todavía insiste, el subterráneo profundamente negro, como la conciencia de los poseedores, se encarga de persuadirlo.

El condenado que se consuela con el canto, sabe ya que pierde la visita. La alegría se castiga con mayor severidad que si se tratara del robo.

Espiando están al condenado. Si él, con el sol o la sombra, con el viento o el trabajo, siente alguna satisfacción, de hecho le modifican la vida. ¡Ah! Nadie que haya estado preso olvida esta angustia mental!

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“Mantened el silencio”, es la palabra de orden.

Los condenados no pueden cantar;no pueden reír;no pueden llorar.¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio!

Pero, ¿quién puede ahogar el grito del Perú aprista? Hasta el cielo reza al pie de la cárcel por el nuevo hombre que nace:

“Bienaventuradoslos que tienen hambrey sed de justicia;bienaventuradoslos que padecen persecuciónpor causa de ella...”.

pp. 169-172

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5Hoy podía ser un día alegre. Es fiesta: en la calle los árboles se cargan con la alegría de los niños. Canto; sin embargo, nadie me quiere mirar. ¿Qué? ¿No estoy cantando? Me escucho, y cada palabra tiene los ojos vacíos, como comidos por la sed de los arenales. Callo, y sólo siento el redoblar de mi corazón, como si me estuvieran fusilando. ¡Extraña cosa! Doy un paso, otro, y ya estoy en el paredón; alto, con los brazos listos para golpear a la tierra, y los ojos que gritan: ¡arriba el hombre que muere luchando! ¡Qué estúpidos somos al pensar sólo en la muerte! Aprieto los puños y me digo: ¿qué has hecho, ser inútil, para querer morir ya? Nada que se pueda escribir con sangre, me respondo. Tengo vergüenza de ser igual que todos los hombres: con miedo de vivir, con miedo de morir. Siempre ausente de todas partes y apedreado por mi orgullo insumiso.

Sobre muchos años de la tierra, suben y bajan el dolor y la esperanza. No hay cielo ni arenas, mares ni nieves que no sientan al hombre haciendo su mundo. Y cuando todos

de “el sentimiento íntimo de un condenado”serafín delmar

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dan su valor y su sentimiento, su orgullo y su juventud con una altivez conmovedora, infinita, ¿esta vida no tiene su belleza?

Sufrir, morir alumbrando el corazón de los oprimidos, es la forma más alta de la belleza. Ciertamente, esta belleza está más allá de los sentidos; aun el sentimiento y la razón son simples aguas que nada transparentan.

Pero, ¿por qué los jóvenes vamos a la muerte? No es para salvar a la democracia o al nazismo, al comunismo o al fascio — nombres éstos de un mismo animal que se alimenta de sangre y oro y suprime la vida so pretexto de servirla. Vamos —¿acaso se puede precisar con palabras?— para que se realice y dignifique la vida. No es la meta, claro, porque siempre un deseo engendra otro deseo.

Vendrá, no un mundo que inferiorice al hombre, sino que lo levante, respetando su fuego interior, que es lo único que da categoría al ser. Si estuviéramos luchando por domesticar al hombre, maldígannos por los siglos de los siglos. El hombre tiene que ser siempre libre, libre para dominar a la naturaleza y nutrirse con el espíritu de la audacia y de la acción.

Si la vida se redujera a comer bien y vestirse, a reír, amar y orar, asco tendríamos de llamarnos hombres. Luchamos por algo que está más allá del placer y de la religión. Lo que queremos está dentro de nosotros mismos. La cuestión es dar un paso y después otro para que se realice. Y cuando hayan desaparecido las cosas que nos oprimen, cuidemos que la lucha y la pelea se hagan nuestros dioses tutelares.

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6Como un perfume agradable llega la noche; y en la prisión todos la esperamos, no porque en ella la muerte se ensaye, sino porque el ser toma su forma y puede volar hacia el otro lado de los muros, donde los hombres, por cierto, sienten más respeto por el buey que por sus semejantes. Realmente, ¿qué vale un condenado? Menos que el desprecio, aunque aquél haya sido la voluntad de la naturaleza, por desear la armonía y la comprensión entre los hombres. ¿Acaso tú, allá en tu mundo, sientes al condenado social? No lo sé. Un poema trunco es despreciable, por más que tenga aristas de belleza. Sólo lo que se realiza aman los hombres. Esta es la única verdad que en el tiempo no se pierde.

Los días son, para nosotros, como los ríos que se arrastran carcomiendo la tierra. Caemos y nos levantamos, cuidándonos de éste, de aquél, del otro. La armonía —¡vaya con palabrita rara en este mundo!— no existe. No hay dos almas que se identifiquen plenamente. El dolor que afea, saca de las profundidades del alma extraños egoísmos, que, si las madres vieran, llorarían de miedo por haber hecho estos hijos. Y es durante los días que los “guardas”, inferiores a los condenados, martirizan “cumpliendo con su deber”.

—Oye, tú, está prohibido permanecer en el departamento.

—¡Pero si en la pampa llueve!

—Es la orden.

—Y usted, ¿qué hace en la pampa? Vaya al departamento.

—Me acaban de sacar de allí.

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—Está prohibido permanecer en la pampa en las horas de trabajo.

—A nosotros no nos dan trabajo, ¿no sabe? Dicen que somos... Bueno, peligrosos.

—Ya sé, jóvenes; pero es la orden, y yo sólo cumplo con mi deber.

—Entonces nos vamos a un taller.

—Reja. Empleado, reja.

—Está prohibida la entrada para ustedes.

—Es que nos arrojan de la pampa, del departamento, y no tenemos dónde estar.

—Lo siento; es orden superior.

Y en esta lucha se pasaba el día, la semana, el mes, el año, con la angustia que nos retorcía el alma, crispándonos el puño de impotencia. Hoy tenemos una “jaula” donde seguramente se morirían los animales; mas no sé de dónde saca resistencia el hombre para vivir en ella veintidós horas del día. Pero al menos estamos juntos todos los condenados sociales; estudiando y leyendo unos, trabajando y jugando otros. Nos hemos acostumbrado a todo, menos a estar presos. Si no fuera dulce la libertad, no lucharíamos por ella. Nuestra sangre sufre, grita. ¡Ay, ser jóvenes y sentir los deseos de la naturaleza! ¡Ser jóvenes y no poder luchar con enemigos que se defienden teniéndonos en la cárcel!

Pienso sin orden y, aún así, quisiera escribir, pero no puedo. No es la prisión sitio para escribir; todas las ideas se queman o se marchitan. Lejos, tal vez el dolor que ahora

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nos esteriliza fecunde una canción o una página que se recuerde siempre. Nada bueno nace del dolor permanente.

7A veces sorprende la naturaleza humana. Ver a unos, por temor a los castigos, arrastrarse como animales domesticados; a otros, sufrir por haber conocido la luz. Hay de los que odian los libros con todas sus fuerzas. “El hombre de acción no necesita libros”, dicen, para luego entregarse al deporte con desesperación, sin sentir inquietud por lo que los hombres piensan fuera de estos muros. Conmueve verlos tomar los diarios por la página de deportes y avanzar hasta la página policial. Para ellos, nada sucede en el mundo ni en su patria. El deporte, cuando no se lo toma como medio, deforma a la juventud. Quita al cerebro lo que le da al cuerpo. ¿Es que el hombre añora la selva? Ayer, uncidos al circo y a la religión romana; hoy, al deporte — instrumento éste de degradación que los gobiernos dictatoriales manejan interesadamente. Somos todavía galeotes de la Inquisición, de los cuarteles, de los estadios. ¡Bella civilización la nuestra! Mientras, las universidades viven muriendo, el pensamiento se cotiza por debajo de las carnes saladas.

8El odio de los empleados nos reconforta. Preferimos que nos odien a qué nos tengan lástima, porque ésta nos humillaría. Nuestro orgullo se respira; bien lo saben ellos,

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puesto que nada pedimos y vivimos en función docente, acatando, sí, todo lo que no lastime nuestra dignidad de hombres. Pueden decir que somos unos... Pero es nuestra ética, jamás contaminada por el vicio y la prostitución presidiaría. ¡Ah, cómo la prisión y sus hombres hacen llorar nuestro sentimiento humano, alejándonos de ellos para caer en la fraternidad de la naturaleza! No se puede amar a los hombres como a los niños, por sucios y feos que sean. No, no se les puede amar, aunque nada humano nos sea desconocido. Pero hay que vivir en la intimidad con el hombre de la prisión. Tal vez esto es el mayor castigo a que estamos sometidos.

9Noche:

Eres como una rosa atormentada que el hombre tiene para contemplar. Noche en que se puede estar solo, sin hombres cerca que empañen el corazón. Si quiero, ahora puedo llorar en un rincón y nadie dirá que es cobardía, puesto que sólo los anormales no lloran.

Noche, ya no eres una rosa con lágrimas, y si eres, eres del viento. Yo te quiero así, pero los pajarillos se estremecen en las ramas de los árboles; abren los ojos y caen sobre los espinos, frutos que se hacen rojos con su sangre. Viento, no sé qué mensajes traes del mar, que todos nos miramos de celda en celda, pegando el oído a la tierra, ¡y la tierra todavía tiembla! ¿No será otro 24 de mayo, en que las casas de adobe hirvieron, balanceándose las paredes de ladrillos como juncos débiles? Eso pasó, dejando su sombra de luto para que nadie olvidara.

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Ciudades en que las casas han muerto, y las heridas, todavía de pie, cuidan amorosamente que durmamos. ¡Ay, cómo se enraíza el hombre! Es tan querido el rincón, que hay gentes que cuidan los restos que quedan como si se tratara de algo humano, muriendo y secándose con el polvo que el viento trae y lleva.

Ahora el viento es más fuerte, y es bello escucharlo en la celda, gritando y haciendo temblar las paredes de piedra, rajadas en todas direcciones como el corazón del que espera cumplir su condena.

10Sólo el que sufre piensa en los otros hombres. Y, si tú no sufres, poco sabrás del hombre. Conociéndolo es que se le puede amar o aborrecer.

En esta noche en que cada hombre de la “jaula” escucha la música de su propio dolor, pensamos en el hombre de Europa. No nos importa la lucha de los imperialismos; nos importa el hombre. De ese hombre que pelea no por lo que ama, sino por lo que le impone el destino del capitalismo.

Decimos: si la guerra la ganan los aliados, nuestras condiciones de vida en Indoamérica no se alterarán. Y si Alemania gana, ¿se abrirán nuevos caminos? El peligro nos unirá, nos hará una voluntad; pero que sea una voluntad libérrima que no se cobije bajo el ala de ningún imperialismo por más que agite la fraternidad de la democracia.

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La lucha debe ser por el hombre, aunque digan que es fácil hacer un hombre y se afanen por perfeccionar la máquina.

pp. 198-205

DELMAR, Serafín. Sol: están destruyendo a tus hijos, Editorial

Americalee, Buenos Aires, 1941

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