Del arte de hablar bien sin decir nadaCuando fui invitado para homenajear con un discurso en este digno banquete a mi muy preciado amigo, cuyo nombre ahora no puedo traer a la memoria, creí inmediatamente, después de pensar mucho, que yo era sin dudas la persona indicada, a menos que otro orador fuese elegido.

Desde la niñez, fue el homenajeado una de las más finas personas, teniendo mucho más talento e inteligencia que todos los que eran menos dotados que él. Nieto de sus abuelos, el homenajeado es también hijo de sus padres, perteneciendo desde temprano a su familia. Vino al mundo en la ciudad donde nació, exactamente en el día de su cumpleaños. De niño, era miembro activo de la infancia, habiendo pasado a la adolescencia en la pubertad. Después de eso, se hizo adulto y, en un hito cronológico, atingió la mayoridad a los 21 años.

Hombre de varias habilidades, es experto en aquello que hace mejor. Su memoria es tan fantástica que se acuerda claramente de todo lo que no se olvidó.

Es una persona de temperamento suave, excepto cuando se exaspera, y solamente se cansa en los momentos en que está exhausto. Domina con perfección todos los idiomas que habla sin dificultad y cuando charla usa siempre la palabra, dejando para redactar solamente aquello que escribe. Conoce todas las partes del mundo excepto los lugares donde nunca estuvo. Además, cuando labura, trabaja.

Finalmente, debo revelar que el año pasado, en este mismo día, mi estimado amigo era dos años más joven de lo que será el año que viene. No quiero ser profeta, pero escriban muy bien mis palabras: de hoy a una década, el homenajeado se dará cuenta de que diez años han pasado. Gracias.