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DEMOCRACIA Y DELIBERACIÓN. UNA RECONSTRUCCIÓN DEL MODELO DE JON ELSTER Por JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL «(L)os efectos de sustituir el autointerés por una argumentación imparcial son totalmente beneficiosos. La fuerza civilizadora de la hipocresía nos conducirá a solucionar nuestros conflictos de forma más equitativa» (Elster, 1995a, pág. 257). SUMARIO 1. INTRODUCCIÓN.—II. FUNDAMENTOS DE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA: 1. Distinción con- ceptual entre Mercado y Fórum. 2. Procedimientos para tomar decisiones.—III. EN QUÉ CONSISTE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA: 1. Definición. 2. Sujetos de la deliberación. ¿Quiénes son los participantes?. 3. El objeto de ¡a deliberación. 4. Diseño institucional de la democracia deliberativa.—IV. LA JUSTIFICACIÓN DE LA DEMOCRACIA DELIBERATI- VA.—V. LA DEFENSA ANTE LOS CRÍTICOS REALISTAS. LA FUERZA DE LOS ARGUMENTOS.— VI. CONCLUSIONES.—BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN En este artículo (1) me propongo revisar el modelo de democracia deliberativa defendido por el filósofo político Jon Elster, consciente de que esta faceta de su obra (1) Este trabajo surge de una investigación realizada entre los meses de abril y septiembre de 1999, gracias a la financiación del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de Barcelona. En consecuencia, quiero agradecer, en primer lugar, al Instituto y, muy especialmente, a su director Isidrc Molas, por ha- berme dado la oportunidad de trabajar en este tema, y por la confianza y el apoyo que me ha prestado en todo momento. Agradezco también de forma especial a Ernesto Garzón Valdés, Roberto Gargarella, Juan Carlos Bayón, Félix Ovejero, José Juan Moreso, Daniel Mendonca, Victor Ferreres, Pablo de Lora, Josep Maria Vilajosana, Marisa Iglesias, Jordi Ferrer, Neus Torbisco y David Martínez, por su lectura atenta y por sus útiles comentarios a la primera versión de este trabajo. Por último, quiero recordar a Albert Calsa- miglia i Blancafort, que dirigió el Área de Filosofía del derecho de la Universidad Pompeu Fabra a la que pertenezco, hasta su triste fallecimiento en julio de 2000. 161 Rcvisia de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 113. Julio-Septiembre 2001

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DEMOCRACIA Y DELIBERACIÓN. UNARECONSTRUCCIÓN DEL MODELO DE JON ELSTER

Por JOSÉ LUIS MARTÍ MÁRMOL

«(L)os efectos de sustituir el autointerés por una argumentación imparcialson totalmente beneficiosos. La fuerza civilizadora de la hipocresía nosconducirá a solucionar nuestros conflictos de forma más equitativa»(Elster, 1995a, pág. 257).

SUMARIO

1. INTRODUCCIÓN.—II. FUNDAMENTOS DE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA: 1. Distinción con-

ceptual entre Mercado y Fórum. 2. Procedimientos para tomar decisiones.—III. EN QUÉCONSISTE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA: 1. Definición. 2. Sujetos de la deliberación.

¿Quiénes son los participantes?. 3. El objeto de ¡a deliberación. 4. Diseño institucionalde la democracia deliberativa.—IV. LA JUSTIFICACIÓN DE LA DEMOCRACIA DELIBERATI-

VA.—V. LA DEFENSA ANTE LOS CRÍTICOS REALISTAS. LA FUERZA DE LOS ARGUMENTOS.—

VI. CONCLUSIONES.—BIBLIOGRAFÍA.

I. INTRODUCCIÓN

En este artículo (1) me propongo revisar el modelo de democracia deliberativadefendido por el filósofo político Jon Elster, consciente de que esta faceta de su obra

(1) Este trabajo surge de una investigación realizada entre los meses de abril y septiembre de 1999,gracias a la financiación del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de Barcelona. En consecuencia,quiero agradecer, en primer lugar, al Instituto y, muy especialmente, a su director Isidrc Molas, por ha-berme dado la oportunidad de trabajar en este tema, y por la confianza y el apoyo que me ha prestado entodo momento. Agradezco también de forma especial a Ernesto Garzón Valdés, Roberto Gargarella, JuanCarlos Bayón, Félix Ovejero, José Juan Moreso, Daniel Mendonca, Victor Ferreres, Pablo de Lora, JosepMaria Vilajosana, Marisa Iglesias, Jordi Ferrer, Neus Torbisco y David Martínez, por su lectura atenta ypor sus útiles comentarios a la primera versión de este trabajo. Por último, quiero recordar a Albert Calsa-miglia i Blancafort, que dirigió el Área de Filosofía del derecho de la Universidad Pompeu Fabra a la quepertenezco, hasta su triste fallecimiento en julio de 2000.

161Rcvisia de Estudios Políticos (Nueva Época)Núm. 113. Julio-Septiembre 2001

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ha sido poco estudiada hasta el momento. Para ello voy a intentar reconstruir las te-sis principales que definen ese modelo, y ver qué consecuencias se derivan de ellas,y hasta qué punto nos resultan aceptables (2). Existen dos circunstancias que dificul-tan plantear un trabajo como éste. En primer lugar, la democracia deliberativa (enadelante, DD) es un tema en el que Elster todavía está trabajando y, por lo tanto, esprevisible que vayan apareciendo con el tiempo nuevas publicaciones destinadas aexplicar o aplicar el modelo. Pero, además, en ninguno de los trabajos ya publicadosElster se preocupa por exponer sistemáticamente el modelo que presenta, por lo quequedan muchos interrogantes por resolver. Es por esa razón que la labor de recons-trucción, por mi parte, adquiere mayor relevancia. Trataré de interpretar sus textospresuponiendo que Elster posee un modelo propio y definido de democracia delibe-rativa. No obstante, en algunas ocasiones mi reconstrucción no podrá paliar todassus omisiones, y siguiendo un principio de cautela no quiero atribuirle afirmacionesque él no suscribiría. De cualquier modo, aunque Elster no haya expuesto en ningúntrabajo de forma completa su modelo, sus aportaciones parciales son muy relevantespara la discusión sobre la DD, sobre todo porque por diversas razones que iremosdescubriendo a lo largo del trabajo, en Elster encontramos una de las más robustasdefensas de la DD.

Voy a examinar, en primer lugar, en qué consiste la distinción efectuada porElster entre los conceptos de mercado y de fórum, distinción que nos sirve paraidentificar tres perspectivas posibles de la democracia (II. 1), y cuáles son los proce-dimientos posibles para tomar decisiones en estas democracias (II.2). Hecho esto,revisaré cuáles son los elementos centrales de su teoría de la DD: su definición(III. 1), la identificación de los sujetos que deben deliberar (III.2), y de los temas so-bre los que pueden deliberar (III.3), y el diseño institucional que se deriva del mode-lo (III.4). Repasaré también los argumentos que proporciona Elster para justificardicho modelo (IV). Y, por último, presentaré cuáles son las respuestas que el autorda a algunas de las críticas que han aparecido contra sus tesis (V).

(2) Los trabajos que ELSTER ha dedicado más o menos directamente al tema de la democracia deli-berativa, la mayoría de ellos muy recientes, son: The Markel and the Forum: Three Varieties ofPoliticalTheory (ELSTER y HYLLAND, 1986), Strategic Uses ofArgument (ELSTER, 1995a), la introducción al libroDeliberative Democracy que él mismo edita (ELSTER, 1998) y su artículo «Deliberation and ConstitutionMaking» publicado en ese mismo libro. Además, encontramos un considerable número de artículos enlos que ELSTER investiga aplicaciones de sus tesis a casos concretos, básicamente relacionados con el di-seño constitucional. En algunos de estos artículos se limita a presentar las mismas tesis que encontramosya en los trabajos anteriormente citados, a la luz de las constituciones francesas de Tíñales del siglo XVIII,y de la Constitución americana. Vid., por ejemplo, ELSTER (1993a, 1994, 1995b, 1995d, 1995e y 1996a).En otros, aplica dichas tesis al análisis de los recientes procesos constitucionales de los estados de la Eu-ropa del Este. Vid., por ejemplo, ELSTER (1991b, 1993b, 1995c, 1996b) o ELSTER, ÓFFE y PREUSS (1998).Pero esta bibliografía adicional la utilizaré sólo tangencialmente.

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II. FUNDAMENTOS DE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

La expresión «democracia deliberativa» comienza a ser habitual en los ámbitosde discusión de teoría política europeos y norteamericanos. Pero, ¿qué es exacta-mente la democracia deliberativa? No pretendo elaborar aquí una definición precisadel término, pero es necesario al menos contextualizarlos artículos de Elster sobreeste tema, y para ello necesitamos tener una idea (aunque sea muy general) de lo quesupone esta tradición. La DD es un modelo de democracia que surge con la preten-sión de armonizar las dos grandes tradiciones teóricas modernas de la democraciaexistentes: la democracia liberal y la democracia republicana (3), y que, en algunamedida, reivindica el papel de la deliberación como método de «toma de decisio-nes». Desde la Grecia clásica y a lo largo de la historia del pensamiento encontra-mos una gran cantidad de filósofos y políticos que han atribuido valor a la delibera-ción, como elemento fundamental de la actividad política. Es el caso, por ejemplo,de Aristóteles, Edmund Burke, John Madison, John Dewey, Hannah Arendt, etc. Sinembargo, cuando hoy en día nos referimos a la DD, en la mayoría de los casos nosestamos refiriendo a las tesis que han sido sostenidas y defendidas por un grupo de-terminado de autores desde hace aproximadamente unos veinte años (4), entre losque podemos situar a algunos de los más importantes filósofos políticos de este finalde siglo, desde Jürgen Habermas y John Rawls, hasta Joshua Cohén, y el mismoElster (5).

Hechas estas apreciaciones generales, voy ahora a presentar dos distincionesque podemos encontrar en los trabajos de Elster y que son muy relevantes para com-prender cuáles son los fundamentos de la DD: la primera de ellas tiene que ver conla perspectiva o la aproximación teórica que tenemos acerca de la política, es decir,con nuestras formas de reconstruir el fenómeno de la política y su funcionamiento;la segunda distinción tiene que ver con las lógicas que pueden inspirar los procedi-mientos de tomas de decisiones colectivas, en general, y políticas, en concreto.

(3) Ésta es la tesis sostenida por ejemplo por Jürgen Habermas y Carlos Niño. Vid. HABERMAS(1992) y NIÑO (1996).

(4) Normalmente se toma como fecha de referencia la de 1980, año de publicación de un artículo deJoseph Bcsscttc, en cuyo título aparece por primera vez la expresión «democracia deliberativa». Vid.BESSETTE (1980). Aunque Habermas había apuntado en algún trabajo anterior, de manera prototípica, lafundamentación de su teoría de la acción comunicativa, en Habermas (1975), fue Bessette el creador de laexpresión exacta «democracia deliberativa».

(5) Vid. HABERMAS (1992 y 1996); RAWLS (1993 y 1997); y COHÉN (1989 y 1996). La lista, obvia-mente no termina aquí. Podríamos también citar, al menos, a autores como BERNARD MANIN (1987 y1997), STEPHEN MACEDO (1990 y 1999), JAMES FISHKJN (1991 y 1995), CASS SUNSTEIN (1993 y 1997),

JEREMY WALDRON (1993 y 1999a), SHEILA BENHABIB (1994 y 1996), JAMES BOHMAN (1996 y 1998),

CARLOS NIÑO (1996), AMY GUTMANN y DENNIS THOMPSON (1996, 2000a y 2000b), GERALD GAUS (1996

y 1997), THOMAS CHRISTIANO (1997), ROBERTO GARGARELLA (1998a), PHILIP PETTIT (1999 y 2000),

ROBERT GOODIN (2000), RUSSEL HARDIN (2000), y FÉLIX OVEJERO (1996, 1997 y 2001), entre otros, que

total o parcialmente se han adherido a un modelo deliberativo de democracia.

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1. Distinción conceptual entre Mercado y Fórum

El primer trabajo en el que Elster aborda el tema de la DD aparece publicado en1988, bajo el nombre de «The Market and the Forum: Three Varieties of PoliticalTheory» (6). En este artículo, Elster presenta tres perspectivas distintas, tres enfo-ques diferentes, del ámbito de la política, en general, y de la democracia, en concre-to, y las relaciones que se establecen entre ésta y la economía. La distinción entre losconceptos de «mercado» y «fórum» le sirve como explicación de dichas relaciones.

La primera perspectiva está representada por la teoría económica de la democra-cia y tiene su origen en los trabajos de Joseph Schumpeter (7). Su formulación másmoderna, y la que Elster va a utilizar como modelo, es la realizada por la teoría de laelección social (8). Básicamente ésta considera que la esfera política (su naturaleza,su funcionamiento, los agentes que intervienen en ella, etc.) debe ser asimilada a unmercado (9), y que es estrictamente instrumental en su naturaleza, en su funciona-miento y en su objetivo. Los individuos son agentes racionales autónomos que per-siguen maximizar sus intereses y preferencias personales. La función de las institu-ciones políticas es precisamente corregir los problemas de acción colectiva que nopermiten a los mismos ciudadanos lograr autónomamente dicha maximización desus intereses. En este sentido, las decisiones normativas (creadoras de normas) to-madas por las instituciones políticas tendrán por objetivo dicha maximización de losintereses o preferencias colectivas, que no son más que el resultado de agregar laspreferencias individuales de cada uno de los miembros de la comunidad; y dichaspreferencias individuales son tomadas como algo dado, como un input que no pode-mos transformar. Elster plantea diversas objeciones importantes a esta teoría, perono voy a revisarlas todas aquí. Tal vez el punto más interesante sea que, segúnElster, la política no debe ser entendida simplemente como un espacio de maximiza-ción de preferencias sociales (si entendemos éstas como una mera agregación depreferencias individuales y autointeresadas), porque por su propia naturaleza las de-cisiones políticas atañen a temas de relevancia moral, y en segundo lugar porque im-plican distribuciones de recursos y, en consecuencia, tienen que ver con la justicia.La moral y la justicia imponen restricciones a las decisiones políticas, y una teoría

(6) Artículo publicado en Foundadons of Social Choice Theory. un libro que él mismo edita junto aAanund Hylland (ELSTER y HYLLAND, 1988). El trabajo de Elster ha sido recogido posteriormente en laimportante compilación de JAMES BOHMAN y WILLIAM REHG (1997).

(7) Vid. J. A. SCHUMPETER (1961), y WILLIAM H. RIKER (1962 y 1982); y también como precursorANTHONY DOWNS (1957).

(8) Elster afirma que tanto la teoría económica de la democracia como la teoría de la elección socialcomparten esta concepción de la política. Es más, el social choice es una nueva formulación más depura-da de la misma idea. Pero debemos tener cuidado al asimilar ambas teorías, porque sus presupuestos,aunque semejantes, no coinciden plenamente. Y, a su vez, debemos tener en cuenta que ambas teoríaspueden ser utilizadas en su perfil estrictamente metodológico, siendo entonces compatibles con otros en-foques alternativos de la política. Agradezco a Félix Ovejero sus comentarios en esta línea.

(9) El concepto «mercado» debe ser entendido tal y como lo entiende la teoría económica clásica.

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basada únicamente en los intereses individuales, como la del social cholee, no puedesatisfacerlas (10).

La segunda perspectiva niega esta idea de la política como mercado, y defien-de, en cambio, su vinculación con la noción de fórum, el espacio de participaciónen el que los ciudadanos tratan de decidir por el bien de la comunidad, eliminandotodo tipo de apreciaciones económicas, y considerando que la política, y la vidapública, es un fin valioso en sí mismo. Este enfoque está representado, segúnElster, por una larga tradición en la filosofía política que asigna un valor intrínsecoa la participación política, que además contará con una serie de efectos beneficio-sos, como una deseable educación de los ciudadanos. La formulación moderna deesta tradición abarcaría desde Immanuel Kant y John Stuart Mili, hasta HannahArendt o Carole Pateman. Los ciudadanos, al participar políticamente, se autorrea-lizan personalmente, alcanzan un modelo de excelencia, y sólo la idea de fórumpuede plasmar con precisión en qué consiste la actividad política. El fórum es elespacio principal de la comunidad, donde se reúnen los ciudadanos para buscar elbien común, y así acercarse a la mencionada excelencia. Es el lugar donde éstos sedespojan de sus intereses personales y egoístas y consiguen la plena integración ensu comunidad.

Y, por último, la tercera perspectiva nace como una posición intermedia que in-tenta conciliar las dos tradiciones anteriores, señalando que la política es en su natu-raleza reconducible a la idea de fórum (por su modo de funcionar, por ejemplo),pero a la vez no deja de ser instrumental en su objetivo, no un fin en sí misma, y sonineludibles algunas consideraciones de tipo económico. Este tercer modelo está re-presentado por la teoría de Jürgen Habermas. La teoría de la elección social conside-ra que el objetivo de la política es alcanzar un compromiso óptimo entre los consu-midores-agentes (plasmado en la escala social de preferencias). Jürgen Habermas,en cambio, considera que el objetivo es alcanzar el consenso, un acuerdo unánime.Es ese consenso el que va a justificar las decisiones políticas. Y la vía más adecuadapara alcanzarlo es la deliberación. En ese sentido, respecto a su objetivo, la políticaes instrumental. El consenso habermasiano, dice Elster, «no es simplemente la reali-zación pareto-óptima de unas preferencias dadas (expresadas), sino el resultado deunas preferencias que están ellas mismas conformadas por una preocupación acercadel bien común» (11). En definitiva, la democracia está justificada porque permitetomar las decisiones más justas, aquellas que garantizan la promoción del bien co-mún, y en ese sentido es un bien instrumental, no intrínseco. No obstante, la partici-

(10) El concepto de interés, individual y colectivo, es muy problemático y origina un gran númerode polémicas conceptuales. Basta por el momento tener claro que la teoría de la elección social manejauna concepción subjetiva de los intereses individuales (nadie tiene más intereses que aquellos que él con-sidere), y que la manera en que los ciudadanos expresan dichos intereses, para que el gobierno pueda ope-rar con ellos, es a través del voto.

(11) ELSTER (1986), pág. 113. La traducción de las citas reproducidas en este trabajo es mía, salvoen el caso de las citas extraídas de Ulises y las sirenas, que están tomadas de la traducción española.

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pación en esa democracia, o en la política en general, tiene más que ver con la ideade fórum, que con la de mercado.

Esta tercera perspectiva es la que adopta Elster (12). Pero para comprender lasrazones por las que se adhiere a dicha perspectiva, es necesario profundizar más enel procedimiento de toma de decisiones que implica, cuestión que vamos a ver acontinuación.

2. Procedimientos para tomar decisiones

La idea de democracia tiene que ver conceptualmente con un procedimiento de«toma de decisiones». Pero ¿cuál es el método más justificado? ¿Cómo debemos to-mar las decisiones políticas en una democracia, para que éstas estén más justificadaso legitimadas? Elster asegura que existen tres lógicas diferentes posibles que susten-tan cualquier tipo de procedimiento de «toma de decisiones» colectivas democráti-cas: la lógica del voto, la lógica de la negociación y la lógica de la argumentación.Es decir, cualquier procedimiento de esta naturaleza está basado en una de estas treslógicas o en una combinación de ellas (13). Cada una de las lógicas mencionadasdetermina una implementación distinta para cada mecanismo de decisión, y unasconsecuencias también distintas. Pero lo más importante es que cada una de ellasestá vinculada esencialmente a una justificación del estado y de la democracia, yuna visión global de la política, diferentes.

Elster relaciona estos tres tipos de procedimientos de «toma de decisiones» contres tipos de motivaciones políticas: la razón, el interés y la pasión (14). La lógica dela argumentación es la única que, en estado puro [ideal (15)], se fundamenta en la

(12) «Asi definida como pública en su naturaleza e instrumental en su propósito, la política asume,según creo, el lugar que le es propio en la sociedad», en ELSTER (1986), pág. 128. Aunque para Elster, ladefensa de un modelo de democracia deliberativa tiene que ver con la justificación de esta tercera pers-pectiva de la política, en realidad algunos de los modelos que son presentados actualmente como modelosde democracia deliberativa podrían encajar también con las segunda de las perspectivas.

(13) La lista es exhaustiva. Vid. «Introduction» a ELSTER (1998a), págs. 5 y 6.(14) Vid. «Introduction» a ELSTER (1998a), pág. 6. En un trabajo anterior, Elster ya se había referido

a estas tres posibles motivaciones de la voluntad humana: Vid. ELSTER (1995a), pág. 239. En este artículoElster aclara, además, que por interés entenderá «la persecución de una ventaja material».

(15) El término «ideal» es ambiguo, y podemos distinguir al menos dos sentidos en el que se utiliza.En el primero de ellos, un modelo ideal es aquél que es considerado valioso y, por lo tanto, hacia el quedebemos tender. Sería equivalente a las expresiones «ideal valorativo» o «ideal regulativo». En un segun-do sentido, que es el que utilizo ahora, un modelo ideal no es más que una categoría conceptual, una abs-tracción de la realidad, que nos sirve para conocer y clasificar la infinita variedad de dicha realidad. Aeste segundo sentido, lo denominaré «ideal conceptual». El ideal conceptual es siempre un medio, un ins-trumento, al servicio del conocimiento humano, mientras que el ideal regulativo es un fin para su conduc-ta. Para entender mejor esta distinción, Vid. WEBER (1990), pág. 79. En el esquema de Elster, el procedi-miento de deliberación es un ideal a la vez regulativo (porque es el más justificado) y conceptual; losotros procedimientos (voto y negociación), son sólo ideales conceptuales.

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razón y la imparcialidad, siendo «desinteresada y desapasionada a la vez». Las otrasdos lógicas, en cambio, pueden canalizar cualquiera de las tres motivaciones. Si enun proceso deliberativo real algunos de los participantes actúan motivados por el in-terés o por la pasión, es porque en él interfieren alguna de estas otras lógicas y, porlo tanto, se aleja del modelo ideal de argumentación. Esta conexión conceptual entreargumentación y razón e imparcialidad va a tener un papel importante en la justifi-cación del modelo de Elster, como veremos en el apartado IV de este trabajo.

El modelo paradigmático basado en la lógica del voto puro sería el que presen-tan los defensores de las teorías económicas de la democracia y de la elección social(que ya hemos tratado en el apartado anterior). Para ellos, las preferencias indivi-duales se conforman sobre la base de los intereses de cada uno, puesto que los acto-res son agentes racionales (16). Según este modelo, dicha conformación de prefe-rencias se efectúa sin que exista ningún tipo de discusión previa. Para autores comoSchumpeter, Downs, Riker, y otros, el único mecanismo que permite expresar unavoluntad colectiva es el de la agregación de las decisiones o preferencias individua-les. Es obvio que en la realidad difícilmente vamos a encontrar modelos de este tipoen estado puro. Es casi imposible que los votantes de una decisión puedan confor-mar sus preferencias sin intercambiar previamente ninguna opinión o valoración.No obstante esto, es evidente que la lógica del voto cumple un papel esencial en losprocedimientos decisorios en nuestras democracias.

En segundo lugar, el modelo ideal de negociación como mecanismo de «tomade decisiones» es el que, en un grado muy elevado, se da en las negociaciones priva-das entre individuos particulares. En ellas, la decisión colectiva (tomada por las dis-tintas partes en conflicto), es el resultado de la propia negociación, el acuerdo, y estádeterminada por la capacidad o el poder negociador de las partes. La ventaja de estemodelo es que, en principio, las partes tienen la potestad de aceptar o rechazar vo-luntariamente el acuerdo. Y, en consecuencia, una de las características esencialesdel modelo ideal de negociación es que el acuerdo final, la decisión tomada, debe al-canzarse por unanimidad. Así, parece que nadie está obligado a aceptar decisionesque puedan perjudicarle. Sin embargo, el inconveniente que se presenta, y que encierta medida contradice lo anterior, es que las partes en conflicto más poderosas po-seen una clara ventaja para imponer sus propias preferencias sobre las de las demás(por ejemplo, mediante amenazas), y en ese sentido es un procedimiento poco igua-litario.

(16) Conviene recalcar que el uso del término «racional» que hacen estos autores nada tiene que vercon la noción de «razón» que maneja Elster. Para los primeros, la racionalidad es una propiedad formalde relación de medios a Tines (es una concepción instrumental de racionalidad). Elster admitiría esto sinningún problema. En cambio, cuando afirma que la argumentación está conectada conceptual mente conla razón, el concepto de «razón» ahí implica también la observancia de ciertas reglas lógicas (por ejem-plo, el principio de no contradicción), y además está estrechamente relacionada con el principio de impar-cialidad. Ser racional incluye entonces un elemento material, además de formal.

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Por último, la lógica de la argumentación se ampara en una discusión previa a la«toma de decisiones», que consiste en un intercambio de razones y argumentos enfavor de las preferencias de cada uno, teniendo por objetivo la transformación de laspreferencias de los demás. Pero este ánimo de influir en las creencias de los demásno se canaliza a través de extorsiones o amenazas, sino del debate racional. Esta ló-gica presupone, por lo tanto, que existe una respuesta correcta, o al menos una res-puesta racional, en favor de la cual podemos esgrimir argumentos (razones) (17). Enuna situación ideal de argumentación el voto no debería cumplir ningún papel, yaque parece que el resultado esperado es el de la unanimidad de todos los decisores.En un estado ideal, los participantes en la deliberación serían perfectamente raciona-les y tendrían información completa, de manera que deberían coincidir en determi-nar cuál es la respuesta correcta. Esta pretensión de unanimidad como catalizadordel resultado es un elemento común con la lógica de la negociación. Sin embargo, sediferencia claramente de ésta en que la manera de obtener dicha unanimidad se basaen la fuerza de los argumentos utilizados, y no en la efectividad de las coacciones,amenazas, promesas o cualquier otra estrategia negociadora. Además, la pretensiónde corrección y de autojustificación de las propias demandas inherentes a la argu-mentación, no tiene ninguna relevancia en una situación de negociación.

Como ya hemos dicho, las tres lógicas revisadas presuponen tres modelos idea-les. Ahora, por definición, no podremos implementar ninguno de ellos en estadopuro. Encontramos, entonces, que todos los modelos «reales» son procedimientosmixtos. Cualquiera que sea el ejemplo práctico en el que pensemos, encontraremosrasgos de al menos dos de las tres lógicas. El punto de discusión reside, entonces, enelegir el grado en el que queremos que nuestro sistema se acerque a uno de los tresmodelos ideales. Y la posición de Elster es que la lógica de la argumentación debe-ría imperar como base en los procedimientos de «toma de decisiones» políticas, sinexcluir por ello la presencia, en alguna medida, de las otras dos lógicas (18). Elvoto, por ejemplo, juega un papel importante en la realidad por dos razones. La pri-mera es que debido a que el número de decisores (todos los ciudadanos en algunasdecisiones, o todos los parlamentarios en otras) en nuestras democracias modernases enorme, la unanimidad es un ideal casi imposible de alcanzar (19). La segunda

(17) Un ejemplo de aplicación de esta lógica es el que se produce (o al menos debería producirse)en las decisiones judiciales tomadas por tribunales. Cada magistrado miembro del tribunal defiende suposición aportando argumentos (razones) de por qué cree que la suya es la correcta, de manera que seproduce una deliberación entre los magistrados que tiene por finalidad tomarla decisión correcta. Esa de-cisión no depende (o no debería depender) de las preferencias individuales de cada magistrado, sino delas normas que deben ser aplicadas. No entraré aquí a revisar la cuestión de si efectivamente existen solu-ciones correctas en el derecho para los conflictos planteados, y de si la función de los jueces es «descu-briD> y aplicar dicha solución. Elster así lo cree, y eso es suficiente para continuar.

(18) Vid. «Introduction» en ELSTER (1998a), págs. 7 y 8.(19) No hay ninguna imposibilidad lógica, y tampoco ninguna imposibilidad empírica para hacerlo.

Sin embargo, la probabilidad de tomar una decisión unánime de todos los ciudadanos (o aun de todos losparlamentarios) es tan baja que podemos descartarla unanimidad como objetivo.

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razón es que las limitaciones temporales inevitables en el juego político obligan atomar decisiones con una cierta rapidez y, en consecuencia, hay que detener la deli-beración en algún momento. Eso hace que, incluso en ámbitos donde los decisoresson relativamente pocos, como por ejemplo en las Comisiones parlamentarias, lasdecisiones acaben tomándose normalmente por mayoría (20). Y por otra parte, vistanuestra realidad política, también parece ineludible la presencia de una cierta nego-ciación en nuestras democracias.

Hemos visto cuáles son las tres lógicas que sirven de fundamento a los tres mé-todos de «toma de decisiones» posibles en una democracia actual. Ahora bien, la ex-presión «método de toma de decisiones» es ambigua, y tiene al menos dos sentidosposibles: método de decisión como tipo de procedimiento decisorio, por una parte; ymétodo de decisión como criterio de decisión utilizado (la motivación que determi-na la posición que el individuo va a adoptar), por otra. Elster confunde ambos senti-dos. Por ejemplo, al caracterizar la lógica del voto, dice que los individuos, los vo-tantes, deciden su voto en función de sus propios intereses. El procedimiento deciso-rio es, en este caso, el de la votación. Y el criterio de decisión es únicamente elpropio interés personal. Sin embargo, nada impide que en un proceso de votaciónestricto, los votantes elijan sus opciones en función de lo que ellos creen que es elbien común o la solución correcta e imparcial (21).

III. EN QUÉ CONSISTE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

1. Definición

Es difícil encontrar en la obra de Elster una definición clara y detallada de DD,explícitamente asumida como propia. No obstante, en la introducción de su compi-lación sobre DD de 1998, advirtiendo que las definiciones que utilizan los autoresde los artículos reproducidos en el libro difieren en algunos puntos, identifica un nú-cleo común que seria suscrito por todos ellos, y parece que él mismo se adhiere a di-cho núcleo. Creo que podríamos considerar la siguiente definición de DD como lasuya propia:

(20) Se suele criticar a los deliberativistas sosteniendo que dado que inevitablemente debemos ter-minar la deliberación votando, no hay ninguna diferencia relevante entre este procedimiento y uno basa-do puramente en el voto. Elster insiste en que el recurso al voto tras una deliberación se debe a las limita-ciones temporales con las que nos encontramos en la práctica, y que, aunque eso nos aleja un poco delideal de argumentación, en ningún caso nos lleva a caer en la lógica estándar del voto, y no hace menoslegítimo el objetivo de la discusión.

(21) Asi, considero que es necesario distinguir entre procedimientos decisorios (la votación, la ne-gociación y la deliberación) y criterios de decisión (distinguiendo entre decisiones basadas en los inte-reses personales de los decisores y decisiones basadas en consideraciones de bien común, o de impar-cialidad).

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«Todos están de acuerdo, creo, en que la noción [de DD] incluye una «toma dedecisiones» colectiva con la participación de todos aquellos que serán afectados por ladecisión, o de sus representantes: éste es el aspecto democrático. A su vez, todos coin-ciden en que esta decisión debe ser tomada mediante argumentos ofrecidos a y por losparticipantes, que están comprometidos con los valores de racionalidad e imparciali-dad: y éste es el aspecto deliberativo» (22).

La ventaja de esta definición es que recoge muchos de los elementos que consi-deramos definitorios de la DD, si bien es cierto que precisa de un mayor detalle. Aanalizar dichos elementos voy a dedicar parte de las páginas siguientes.

2. Sujetos de la deliberación. ¿Quiénes son los participantes?

¿Quién debe participar en las deliberaciones? Ésta es una de las grandes dudasque deben despejar los defensores de la DD. Elster nos dice que los sujetos de la de-liberación, los participantes, son todos aquellos potencialmente afectados por la de-cisión que se va a tomar (23), pero esta respuesta es, me parece, demasiado vaga. Enprimer lugar, la condición de ser afectado por una decisión es gradual. Es evidenteque algunos ciudadanos se verán más afectados (positiva o negativamente) queotros. ¿Significa esto que algunos participantes en la deliberación deben tener máspeso en las discusiones dado que resultan mayormente afectados por la decisión quese va a tomar? Es obvio que Elster no esta pensando en esto. En segundo lugar, no esfácil trazar las fronteras entre aquellos individuos muy indirectamente afectados ylos que no resultan afectados en absoluto. Tenemos problemas entonces para deter-minar exactamente quién debe participar en la deliberación.

No obstante, y dado que las decisiones que deben ser tomadas son decisionespolíticas o públicas, parece que al menos todos los ciudadanos residentes en al ám-bito geográfico sobre el que va a entrar en vigor la decisión son «potencialmenteafectados». Las cuestiones públicas son de interés común para todos. Si éste es elcaso, para conocer quiénes son los sujetos que deben participar en una decisión, de-beremos determinar sobre qué ámbito territorial va a tener validez cada decisiónconcreta. Por ejemplo, en una decisión de ámbito municipal, son los residentes en elmunicipio los que deben participar en la «toma de decisiones». A su vez, una deci-sión de ámbito estatal debe ser deliberada por todos los residentes de ese estado (opor sus representantes). Esto nos lleva a otro punto igualmente importante: cuál es elobjeto de la deliberación, qué tipo de decisiones deben ser previamente deliberadas.

(22) «Introduction», en ELSTER (1998a), pág. 8.(23) Esta tesis es predominante entre los deliberativistas que se han pronunciado sobre este punto.

Vid., por ejemplo, HABERMAS (1996), NIÑO (1996), o MANIN (1987).

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3. El objeto de la deliberación

¿Sobre qué debemos deliberar, en opinión de Elster? ¿Cualquier tipo de decisiónpolítica o pública debería ser tomada mediante un proceso de deliberación, indepen-dientemente de a qué haga referencia esa decisión? Elster nos dice que el objetivo dela deliberación es la elección entre propuestas políticas concretas (policy proposals),una elección que termina en una decisión pública. Y, para ello, la discusión puedeversar sobre los fines deseados, o sobre las creencias acerca de las relaciones fácti-cas entre medios y fines (24). Pero esto todavía no nos sirve para saber si existen te-mas que no deben entrar en la deliberación. Elster en ningún momento responde di-rectamente esta cuestión, así que veamos cuál sería la respuesta más coherente consu modelo.

Debemos primero acotar un poco más el término «decisión pública». En estetrabajo entenderé que una decisión pública es aquella que establece algún tipo demedida de naturaleza legislativa (una norma jurídica general y abstracta). Y utilizaréel término «disposición legislativa» en sentido amplio, de manera que incluya: laConstitución, las disposiciones tomadas en el seno del Parlamento en sus funcionesordinarias, las tomadas por los Parlamentos regionales y también las tomadas porlos plenos municipales.

La pregunta acerca del objeto de la deliberación puede plantearse en dos senti-dos distintos. Podemos preguntarnos, en primer lugar, qué tipo de «disposiciones le-gislativas» merecen ser deliberadas, y eso nos lleva a la cuestión de en qué órganoslegislativos debemos adoptar la deliberación como método decisorio. A ésta la lla-maré la pregunta 1 (Pl). Y en segundo lugar podemos preguntarnos si para cada unode estos órganos «habilitados» para deliberar, o para alguno de ellos, existen temasque por su contenido concreto no sean susceptibles de ser deliberados públicamente.A esta cuestión la llamaré pregunta 2 (P2). Pl y P2 se orientan respectivamente enuna dimensión formal y material de los límites a la voluntad colectiva.

¿Qué sucede con Pl? En principio, como ya hemos visto, los órganos que pue-den adoptar disposiciones legislativas y en los que podría tener lugar esta delibera-ción son básicamente: las asambleas constituyentes, las asambleas legislativas esta-tales [sean bicamerales o unicamerales (25), en sus competencias ordinarias], losParlamentos regionales (en la promulgación de legislación regional), y los plenosmunicipales (en sus competencias de dictar disposiciones legislativas de su rango).

Elster sólo se refiere explícitamente a la deliberación que debe tener lugar en lasasambleas constituyentes. Un proceso constituyente, según Elster, debe ser demo-crático y deliberativo, para estar justificado (26). Pero no nos dice nada de si tam-

(24) Vid ELSTER (1998b), pág. 100; «Introduction» en ELSTER (1998a), págs. 7 y 8.(25) No haré distinción entre cámaras. Así, si concluimos que la deliberación debe tener lugar en el

Parlamento, consideraré que, en el caso de un sistema bicameral, la indicación sirve para ambas cámaras.(26) ELSTER (1998b), pág. 97. En este mismo articulo, Elster repasa las distintas variables que ha-

cen que una asamblea de este tipo sea más deliberativa, aunque no me ocuparé aqui de estas cuestiones.

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bien debe darse dicha deliberación en los Parlamentos estatales, los Parlamentos re-gionales y los plenos municipales. No obstante, me parece que la interpretación máscoherente de los trabajos de Elster entendería que también en estos órganos legislati-vos debemos implementar procedimientos deliberativos. No encuentro ninguna ra-zón en sus textos para pensar que lo que es válido para una asamblea constituyenteno pueda serlo para una asamblea ya constituida y para otras instancias similares.Además, en la definición básica de DD que ya hemos visto está implícita esta idea.Si para que un sistema político concreto pueda ser calificado de DD, los ciudadanosde este sistema deben ser capaces de deliberar, directamente o a través de represen-tantes, y después tomar la decisión que crean correcta, al menos será en estos órga-nos donde podrán desempeñar esta función. En definitiva, para responder PI, y si lareconstrucción que presento de su modelo es adecuada, concluiremos que la delibe-ración debe operar, al menos, en las asambleas constituyentes, en las asambleas le-gislativas, en los Parlamentos regionales y en los plenos municipales.

Vayamos ahora a P2. ¿Existen temas excluidos de los procesos deliberativos?¿Hay algo sobre lo que no debamos deliberar? Probablemente, éste no es un proble-ma específico de dicho modelo. Asumiré que toda decisión pública merece ser deli-berada, por las razones que justifican la propia deliberación, y que, por lo tanto, sialguna materia debe ser excluida a la deliberación, es porque dicha materia no essusceptible de ser decidida públicamente: es decir, la mayoría democrática no estáfacultada para decidir sobre ella. Cualquier modelo de democracia debe intentar res-ponder a esta pregunta, porque lo que se está planteando es si los ciudadanos de unestado están legitimados para tomar decisiones en cualquier ámbito y sobre cual-quier cuestión, o si, por el contrario, existen ciertas esferas de la vida humana indis-ponibles por la voluntad colectiva.

Esta discusión está estrechamente vinculada al debate entre la tradición liberaly la tradición republicana en las teorías de la democracia (27). Un liberal-demó-crata considera que efectivamente existen ciertos aspectos indisponibles por la vo-luntad mayoritaria (o incluso por una voluntad colectiva unánime): los que quedanamparados por los derechos individuales fundamentales. Bastará un ejemplo muyclaro: la decisión mayoritaria de perseguir y asesinar a todos los ciudadanos deraza negra (o blanca) en un estado determinado no seria nunca legítima, porquevulneraría los derechos individuales fundamentales de dichos ciudadanos (28). Unrepublicano demócrata, en cambio, no puede aceptar en principio que existan ám-

(27) Sobre la distinción entre la tradición liberal y la tradición republicana en la teoría de la demo-cracia, vid. C. ÓFFE y Ü. TREUSS (1990). Obviamente, esta clasificación, como todas, tiene algo de ficti-cio, porque agrupa bajo una misma etiqueta posiciones muy distintas entre si, y porque existen siempreposiciones intermedias que son muy difíciles de situar. No obstante, la distinción entre liberalismo y re-publicanismo tiene una gran tradición y conserva capacidad explicativa.

(28) Obviamente, estos derechos no son jurídicos, sino morales. Dado que no dependen del recono-cimiento jurídico (contingente) para ser válidos y tener vigencia, son derechos necesarios (no contingen-tes) y universales. Y las decisiones democráticas no están legitimadas a modificarlos, precisamente por-que tampoco su validez depende de que ellas los reconozcan.

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bitos que escapen a las decisiones mayoritarias, ni derechos que las limiten. Evi-dentemente los ciudadanos pueden tener reconocidos ciertos derechos, pero éstosdeben surgir de la propia voluntad popular, y por lo tanto dicha voluntad tambiénpuede modificarlos (29).

Para responder a P2, en consecuencia, debemos distinguir qué tipo de materiasson las que podrían ser consideradas indisponibles por la voluntad colectiva. Así,una pregunta (P2a) es: ¿pueden los ciudadanos de un Estado legítimamente, por ma-yoría o unanimidad (30), tomar decisiones que modifiquen, alteren o supriman losderechos individuales fundamentales (liberales)? Y otra pregunta (P2b) es: ¿puedenlos ciudadanos de un Estado legítimamente, por mayoría o unanimidad, tomar deci-siones que alteren o supriman el sistema democrático vigente? La respuesta a estasdos preguntas no tiene que ser forzosamente coincidente (31).

Veamos ahora qué posición adopta Elster ante este problema (32). En primer lu-gar, tratará los límites sobre los que se preguntan P2a y P2b como límites constitu-cionales, impuestos por una Constitución (33). Por otra parte, Elster mismo recono-ce la dicotomía entre P2a y P2b cuando afirma que «las constituciones cumplen dosfunciones (que se solapan): protegen los derechos individuales y forman un obstácu-

(29) No queda tan claro si un republicano admitiría como legitima una decisión mayoritaria que ins-taurase un sistema no democrático. Philip Pettit, por ejemplo, aunque no sea un republicano estándar, lle-ga incluso a defender la necesidad de mecanismos contramayoritarios («la condición contramayoritaria»)que impidan al poder infringir ciertas reglas básicas del funcionan-fiento democrático. Vid. los capítulos6 y 7 de PETRIT (1999), en concreto las págs. 236-239 y 301. Asi que la distinción entre liberalismo y re-publicanismo no es tan diáfana en este punto.

(30) El hecho de que las decisiones sean mayoritarias o unánimes puede influir en la respuesta, yaque la justificación podría variar en cada uno de los casos. Por ejemplo, un argumento para rechazar lasdecisiones mayoritarias que restringen derechos a algunas miñonas puede construirse sobre la base de laprotección de dichas minorías. Ese mismo argumento, en cambio, no sería válido para el caso de las deci-siones unánimes, a menos que mantengamos una concepción objetivista de los intereses de los ciudada-nos. Pero no voy a ocuparme aqui de esta cuestión.

(31) Como me ha hecho ver José Juan Moreso, podemos plantearnos la cuestión de si para un libe-ral resulta imposible conceptualmente distinguir entre P2a y P2b. Es decir, si para un liberal la protecciónde los derechos individuales debe incluir necesariamente (por razones conceptuales) la protección del de-recho de participación política de los ciudadanos. Ésta es una larga y compleja discusión en la que no voya entrar.

(32) Elster ha mostrado un gran interés por este tema. Vid., por ejemplo, ELSTER (1979, 19 85,1993c, y 2000) y la introducción a ELSTER y SLACSTAD (1989).

(33) Vid. la introducción a ELSTER y SLAGSTAD (1989), pág. 2. Si consideramos que los derechos li-berales imponen límites a la voluntad colectiva, y si entendemos los derechos liberales como lo hemoshecho anteriormente, entonces no es necesario que estén reconocidos en la Constitución para que impon-gan límites a la democracia. No es necesario, entonces, que los limites sean constitucionales. Pero encualquier caso Elster parte de esta asunción. Sobre los límites impuestos por la constitución, sobre las di-ficultades que la constitución establece para que ella misma sea reformada, y sobre la posibilidad de re-formar las mismas cláusulas constitucionales que impiden la reforma, puede verse GARZÓN VALDÉS(1993), págs. 181-200; KLIEMT (1978), págs. 99-108; Ross (1969), págs. 45-81; y MORESO (1997),cap. II, págs. 35-58.

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lo para ciertos cambios políticos que serían llevados a cabo si las mayorías tuvieranlibre su camino» (34).

En un sentido débil las constituciones siempre imponen límites a las institucio-nes democráticas y a las decisiones mayoritarias que en ellas se toman, de otromodo no tendría sentido la promulgación de dicha Constitución como una norma je-rárquicamente superior a la legislación ordinaria (35). Pero esto es muy obvio. Aun-que algunos autores que participan en la discusión acerca de los precompromi-sos (36) han sostenido que cualquier tipo de límite a la voluntad colectiva está injus-tificado, creo que los límites constitucionales sólo son problemáticos si losentendemos como irreversibles (37). No veo problemas en los límites voluntarios yreversibles que una sociedad puede autoimponerse a través de una constitución.

En Ulises y las sirenas, Elster admite explícitamente la legitimidad de la autoli-mitación irreversible (38). Es más, considera que «la democracia constitucional estáfundada sobre un conjunto de instituciones estables que no pueden ser anuladas, unavez establecidas. (...). La nación puede atarse «a sí misma» (idea controvertida) me-diante la asamblea constituyente (...)» (39). De manera que por razones conceptua-les, una democracia necesita de ciertos precompromisos irreversibles, igual que pue-de necesitarlos el hombre a nivel individual:

«El hombre puede ser racional, en el sentido de sacrificar deliberadamente la gra-tificación actual por la gratificación futura. El hombre a menudo no es racional, y an-tes bien muestra flaqueza de voluntad. Aun cuando no es racional, el hombre sabe quees irracional y puede atarse a sí mismo para protegerse contra la irracionalidad. Esta

(34) Introducción a ELSTER y SLAGSTAD (1989), págs. 3 y 4.(35) Muchas de estas restricciones protegen precisamente las propias vías de ejercicio de dicha li-

bertad colectiva. Por ejemplo, las que regulan los periodos o los distritos electorales, o el derecho de votoy de participación política de los ciudadanos. Vid. la introducción a ELSTER y SLAGSTAD (1989), pág. 3.

(36) Sobre la idea de precompromiso, vid., por ejemplo: ELSTER (1979 y 1985); STEPHEN HOLMES(1989); JEREMY WALDRON (1999b), cap. 3, págs. 209-312; IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA (1997); BRUCEACKEMAN (1991); B. LEVY y P. SPILLER (1996); y la interesante discusión entre José Juan Moreso, JuanCarlos Bayón y Roberto Gargarella reproducida en el número 10 de Ragion practica: MORESO (1998a y1998b), BAYÓN (1998) y GARGARELLA (1998b).

(37) La dicotomía entre reversibilidad e irreversibilidad no es nada pacífica. Si decimos que laconstitución puede ser reformada, pero establecemos un procedimiento de reforma tan complejo y exi-gente que prácticamente anulamos las posibilidades de reformarla, ¿tendremos una constitución reversi-ble o irreversible? La noción de reversibilidad del precompromiso constitucional se halla relacionadaconccptualmcnte con la noción de rigidez de la constitución. Por Constitución rígida se entiende normal-mente aquella que impone procedimientos agravados formal o materialmente (por ejemplo, mayoríasmás amplias) respecto a los procedimientos legislativos ordinarios, o aquella que prohibe la modificaciónde algunos o de todos los artículos de la misma. Por lo tanto, el grado de reversibilidad del precompromi-so depende de la rigidez de la constitución. Para este caso se trataría de nociones interdcfinibles. Por otraparte, el grado de rigidez depende de un conjunto de variables, algunas de las cuales aunque parezca ex-traño no derivan del contenido de la propia constitución. En este senrido, vid. VICTOR FERRERES (2001).

(38) ELSTER (1979), págs. 162 y 163.(39) ELSTER (1979), pág. 159.

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"segunda mejor o imperfecta" racionalidad se ocupa a la vez de la razón y de la pa-sión» (40).

El precompromiso es pues un instrumento para protegernos a nosotros mismosde la tendencia a tomar decisiones apresuradas o pasionales y para promoverla ra-cionalidad en nuestras decisiones, y por eso se justifica adoptarlo en determinadasocasiones:

«Es una evidencia que los límites constitucionales dificultan que la asamblea o lasociedad cambien su mentalidad acerca de las cuestiones importantes. Los grupos, noen menor medida que los individuos (aunque no en el mismo sentido) están sujetos ala influencia de la pasión, del autoengaño y de la histeria, que pueden generar una ma-yoría temporal para tomar decisiones de las que más adelante se arrepentirán (...). Laestabilidad esperada y la duración de las instituciones políticas son un valor en sí mis-mo, puesto que permiten una planificación a largo plazo» (41).

Esta posición deja, no obstante, algunas cuestiones por resolver. Por ejemplo,aunque sea cierto que la estabilidad es un valor en sí mismo, ¿dicho valor debe pre-valecer sobre el valor de la autonomía colectiva, es decir, de la democracia? (42)Pero no me interesa abordar ahora este tema. Elster encuentra otro argumento máspoderoso para admitir la legitimidad de la autorrestricción irreversible:

«Imaginemos que una mayoría no sometida a límites constitucionales decide queuna amenaza externa o interna justifica las uspensión de las libertades civiles, o quedebería dictarse una ley retroactiva específica contra los «enemigos del pueblo». Enprimer lugar, estas medidas causan víctimas que no siempre serán compensadas enocasiones posteriores.(...). En segundo lugar, la suspensión temporal de los derechospuede conducimos fácilmente a una abolición permanente de la regla de la mayoría ya remplazaría por una dictadura (...). Éste es posiblemente el argumento central en fa-vor de los límites constitucionales a la democracia: sin tales límites la democracia mis-ma se debilita, no se fortalece» (43).

(40) ELSTER (1979), pág. 188.

(41) Introducción a ELSTER y SLAGSTAD (1989), págs. 8 y 9.(42) Como me hizo ver Neus Torbisco, podemos pensar que la estabilidad política (y también so-

cial) es una precondición del ejercicio de la autonomía colectiva. Sin embargo, dicha precondición no meparece ni suficiente ni necesaria (en situaciones de alta inestabilidad política los ciudadanos logran algu-nas veces coordinarse, superar los dilemas de acción colectiva, y ejercer su autonomía colectiva). No obs-tante, es cierto que cuanto mayor sea la estabilidad de un estado, mayores probabilidades tendremos deque el ejercicio de la autonomía colectiva por parte de los ciudadanos sea pacifico y esté normalizado.

(43) Introducción a ELSTER y SLAGSTAD (1989), pág. 9. El fragmento reproducido es también signi-ficativo porque nos permite deducir que Elstcr reconoce en alguna medida la existencia de derechos indi-viduales fundamentales (naturales). Si no existieran, no tendría sentido que hubiera un deber de repara-ción hacia las víctimas de la suspensión de los derechos civiles. Si esos derechos no tuvieran una validezindependiente a su juridificación, el hecho de que lcgalmente los dejáramos inaplicables durante un pe-ríodo de tiempo no generaría ninguna obligación al estado. En cambio Elster afirma que existiría tal de-ber. Por lo tanto, deducimos que reconoce dichos derechos fundamentales naturales.

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En conclusión, la autorrestricción irreversible que supone promulgar una Cons-titución democrática total o parcialmente rígida queda justificada porque así se pro-tege el propio sistema contra amenazas antidemocráticas y antiliberales (es decir,potencia la libertad) (44). Si esto es así, parece que la respuesta de Elster a P2a y aP2b debe ser la misma, sin distinciones. Hemos visto que da argumentos en favor dela legitimidad de adquirir precompromisos irreversibles. Pero, si es legítimo que unacomunidad se imponga autorrestricciones de este tipo, entonces no puede serlo quelos deshaga. Por la propia definición de precompromiso irreversible, aquel que nopuede romperse legítimamente, la respuesta a P2a y P2b debe ser negativa. Es decir,los ciudadanos no pueden legítimamente tomar decisiones, ni por mayoría ni porunanimidad, que modifiquen, alteren o supriman los derechos individuales funda-mentales, ni que alteren o supriman el sistema democrático vigente. Si quisiera res-ponder afirmativamente, tendría que negar a la comunidad la legitimidad de impo-nerse autorrestricciones irreversibles.

No obstante, Elster reconoce que existen ciertas paradojas inevitables asociadasa estos precompromisos irreversibles. La primera de ellas es probablemente que de-bamos limitarla democracia para proteger a la misma democracia (45). Éste es sinduda un problema clásico al que Elster no dedica mucha atención, y al que yo tam-poco dedicaré más espacio en este trabajo, porque existen otras paradojas relaciona-das con ésta, con consecuencias más importantes. Una de ellas, la que Elster llama«paradoja de la democracia», y que no debemos confundir con la anterior, va a per-mitirme construir mis argumentos en contra del precompromiso:

(44) En Ulys.ies Unbound, publicado recientemente, Elster realiza un análisis mucho más detalladoy preciso de los precompromisos, y modifica parcialmente su posición respecto a Ulises y las sirenas.Ahora el autor reconoce que existen algunos argumentos que ponen en duda la legitimidad de los pre-compromisos constitucionales. Sin embargo, la posición general de Elster en este libro no está del todoclara. Aun aceptando algunos poderosos argumentos en contra del precompromiso, Elster indudablemen-te sigue justificando su adopción tanto individual como colectivamente. Ver ELSTER (2000).

(45) Tal vez una manera de superar la paradoja sería la de trazaron paralelismo con el argumentokantiano en favor del contrato social. Recordemos que Kant distinguía entre libertad individual y autono-mía individual. La libertad humana no es en si misma un derecho, sino un hecho que se da cuando elhombre hipotéticamente se encuentra en un estado de naturaleza. Ciando ese hombre firma el contrato so-cial, cede parcelas de su libertad natural para que ésta deje de ser un hecho, y se convierta en un derecho,el derecho de autonomía individual. La autonomía supone un grado de libertad menor que la libertad na-tural, pero las parcelas que no se han cedido quedan garantizadas frente al abuso de los demás. VerIMMANUEL KANT (1994), págs. 139-165. Asimismo, podríamos decir que una sociedad renuncia a unaparte de su libertad colectiva, de su soberanía, al adquirir un precompromiso constitucional, sólo con lafinalidad de proteger su autonomía frente a abusos antidemocráticos futuros. Sin embargo, el paralelismono funciona en un punto. El argumento kantiano se basa en una ficción, en una autolimitación hipotéticaque presuponemos moralmente correcta, mientras que aquí tenemos que dar cuenta de un precompromisoreal adquirido por una generación determinada, y por lo tanto contingente y falible (susceptible de ser in-correcto moralmente), que no puede ser roto en el futuro ni por la misma generación, ni por las que ven-gan a continuación.

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«La paradoja de la democracia puede expresarse asi: cada generación desea serlibre de atar a su sucesora, sin estar atada por sus prcdecesoras (...), es posible paracualquier generación (...) comerse su pastel y conservarlo, pero todas las generaciones(...) no pueden alcanzar simultáneamente este objetivo» (46).

La única manera de seguir sosteniendo la posibilidad de dichos precompromisoses conceder a una sola generación la legitimidad para establecerlos. Pero ¿en qué re-side dicha legitimidad? ¿Cómo podremos saber si una Constitución determinada eslegítimamente rígida? Elster nos dice:

«La asamblea constituyente tiene un carácter excepcional y privilegiado, no porderecho sino por accidente histórico. En situaciones históricas excepcionales e impre-decibles, la representatividad de las personas y la legitimidad de los métodos de votose deciden en el lugar; la drástica ruptura con el pasado deja a la asamblea libre de ataral futuro» (47).

Pero esto no resuelve mucho. Cuando afirma que el privilegio de la asambleaconstituyente no es un derecho de ésta, sino que lo adquiere por accidente histórico,parece negarla posibilidad de una legitimación en sentido fuerte (48). Además po-dríamos entender, de esta afirmación, que para poder promulgar una Constituciónque imponga precompromisos irreversibles es necesario romper con la legalidad vi-gente anterior. De manera que todas las asambleas constituyentes estarían legitima-das en sentido débil para hacerlo, en la medida en que la legislación anterior no pue-de ya impedírselo porque no es válida. Pero esto nos conduce a una nueva paradoja,también importante, que Elster no ha advertido. Si una generación Gl ha adquiridoun compromiso irreversible promulgando una Constitución rígida, y una nueva ge-neración, digamos G3, está en desacuerdo con una pequeña parte de dicha Constitu-ción y quiere modificarla, el sistema no le ofrecerá mecanismos «legales» para em-prender esta modificación menor, sino que le obliga a entrar en un nuevo procesoconstituyente, o a dar un golpe constitucional, solución infinitamente más costosa.Y es irracional diseñar un sistema que nos lleve a este punto. Es decir, podemoscambiar legítimamente de constitución, promulgando una nueva norma suprema,pero en cambio no podemos modificarla que ahora tenemos (49).

Pero aún queda un obstáculo final: «¿Cómo es posible garantizar al mismo tiem-po que uno está atado por reglas que le protegen de comportamientos irracionales o

(46) ELSTER (1979), págs. 159 y 160. La cursiva es del autor. Otra paradoja señalada por Elster es lasiguiente: «Y nuestras reflexiones revelan más paradojas. Una generación liberal desearía imponer unasmedidas iliberales para prevenir a la generación iliberal que, según se espera, se seguirá de la aprobaciónde unas medidas iliberales para atar a la generación liberal, que se espera que siga al siguiente paso, etcé-tera», en ELSTER (1979), pág. 163.

(47) ELSTER (1979), pág. 160.

(48) Entiendo aquí que alguien está legitimado en sentido fuerte para hacer x cuando esta justifica-do moralmentc que haga x, es decir, cuando tiene el derecho moral a hacer x. Mientras que está legitima-do en sentido débil para hacer x, cuando puede hacer x por otro tipo de razones (no morales).

(49) Un argumento similar a este está recogido en GUASTINI (1999).

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no éticos y que tales reglas no se conviertan en cadenas que no puedan romperse in-cluso cuando sea racional hacerlo?» (50). Elster aborda el problema recurriendo auna cita de William James: «la vida ética más elevada... consiste en todo momentoen la violación de reglas que se han vuelto demasiado estrechas para el caso real».Así, distingue entre tres niveles de vida ética: «La forma más baja de vida ética es,supuestamente, la impulsividad total y miope. A un nivel superior es la vida deacuerdo a reglas o estrategias autoimpuestas de compromiso previo; y al más alto ni-vel, la deliberada violación de estas reglas, cuando había que considerar todas lascosas, esto parece justificado» (51). Elster se adhiere a esta tesis y, en ese sentido,admite que el compromiso irreversible puede ser quebrantado, o incluso eliminado,cuando existen razones morales concluyentes que lo justifiquen. La dificultad, queadmite Elster, está en reconocer en qué casos existen estas razones morales justifica-torias. Pero no sólo eso. Elster no se ha dado cuenta de hasta qué punto admitir estaposibilidad es problemático.

Si contemplamos la posibilidad de que en determinadas situaciones el precom-promiso irreversible pueda ser legítimamente anulado (52), en aquellas ocasiones enlas que su contenido sea incorrecto, deberemos aceptar, como consecuencia, quepara que un precompromiso irreversible sea válido (es decir, sea realmente irreversi-ble), no sólo debe cumplir ciertas condiciones formales, sino también debe tener uncontenido específico, el contenido moralmente correcto. Todos aquellos precompro-misos cuyo contenido no sea correcto, no serán irreversibles. Si esto es así, el pro-blema ahora va a ser determinar cuál es el contenido correcto para un precompromi-so constitucional. Revisando los trabajos de Elster podemos comprobar que el con-tenido ideal del precompromiso irreversible, según su punto vista, coincide con elrespeto de los derechos individuales liberales, y la protección y garantía de las re-glas básicas de la democracia, precisamente los objetos de las preguntas P2a y P2b.Pero, ¿podemos dar por válida esta respuesta sin más? Veamos las siguientes consi-deraciones.

La generación que establece un precompromiso lo hace porque considera, pre-sumiblemente, que su contenido es correcto desde un punto de vista político-moral.A nadie le interesa perpetuarse en el error. Ésta es la razón por la que se produce laparadoja de la democracia que ya hemos visto, cada generación quiere «atar» a lasgeneraciones posteriores, pero no sentirse «atada» por las anteriores, porque cadageneración se cree en posesión de la Verdad. Entonces, si una generación posteriorconsidera que la primera, la constituyente, se había equivocado, en principio estaríalegitimada para anular el precompromiso. Sin embargo, el precompromiso sólo dejade ser válido si su contenido es «realmente» incorrecto, y no si una generación pos-

(50) ELSTER (1986), pág. 120.

(51) ELSTER (1979), pág. 181.

(52) No estamos hablando de que el precompromiso sea incumplido. Eso sería presuponer que si-gue siendo válido pero que, por alguna razón, podemos admitir una excepción. En el caso que tratamos,el precompromiso sería nulo, dejaría de ser válido, porque su contenido es incorrecto.

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tenor «lo considera» incorrecto (53). Pero, si esto es así, nunca llegaremos a sabercuándo un precompromiso es realmente irreversible. Es un hecho empíricamentecontrastado que las creencias acerca de lo correcto van cambiando a lo largo de lahistoria. Y, además, sería absolutamente irracional que alguien sostuviera a la vezlos dos enunciados siguientes: «es correcto x»; «creo que es incorrecto x». Es decir,cuando una generación considera que el contenido de un precompromiso es inco-rrecto, no puede a la vez sostener que realmente es correcto. De cualquier manera, siadmitimos con Elster la posibilidad de la anulación de los precompromisos cuandoestá justificado moralmente, tendremos que concluir que dichos precompromisos noson nunca irreversibles (54).

En conclusión, Elster afirma que, con algunas limitaciones, es válido adquirirprecompromisos irreversibles (55). En consecuencia, el objeto de la deliberación noes ilimitado, quedan vetados aquellos temas delimitados por el precompromisoconstitucional. Elster admite que se presentan algunas paradojas en ello, pero aún yasí se mantiene firme en su tesis. No obstante, me parece que los obstáculos plantea-dos en estas paradojas exigen una mayor fundamentación por su parte y, provisio-nalmente, invalidan sus argumentos.

En este apartado, he intentado reconstruir lo que Elster considera el objeto de ladeliberación, en las dos dimensiones posibles: una dimensión formal, comprobandoqué tipo de decisiones pueden ser deliberadas (atendiendo al órgano que debe tomardichas decisiones y el ámbito territorial donde deben ser operantes); y una dimen-sión material, viendo qué contenidos de esas decisiones pueden ser deliberados(para ver si existen temas sustraídos a la discusión pública y, en ese caso, cuálesson).

(53) Lógicamente, del hecho que una determinada generación considere incorrecto el contenido deuna Constitución determinada no se deriva que realmente lo sea. De otra forma, nunca seria un precom-promiso irreversible, porque, por definición, que sea irreversible implica que aunque esa sociedad cambiede opinión en el futuro, no puede desentenderse de aquello a lo que se había comprometido.

(54) La forma de evitar este problema seria, a mi juicio, separar convenientemente el ámbito de lavalidez jurídica de los precompromisos, del ámbito de su obligatoriedad moral. En el caso en el que unageneración futura considere que el contenido del precompromiso es incorrecto, éste segura siendo válido,pero aquella generación no tendrá una obligación moral de respetarlo. Dicho de otro modo, será legítimo,en sentido fuerte, romper el precompromiso e iniciar un nuevo proceso constituyente. Pero en cualquiercaso, esta acción legítima en sentido fuerte, seria «ilegal» o «inválida» atendiendo al derecho vigente has-ta entonces. De esta manera, debilitamos mucho la noción de irreversibilidad. Un compromiso es irrever-sible si él mismo establece formalmente que lo es, independientemente de su contenido. Pero esa irrever-sibilidad no tiene nada que ver con su fuerza obligatoria moral. O aceptamos una noción débil (sólo jurí-dica) de irreversibilidad, o deberemos afirmar que conceptualmentc es imposible adquirirprecompromisos irreversibles.

(55) Y creo que es, celeris paribus, la misma posición que sostiene en su última publicación,ELSTER (2000), si bien en este libro, como ya he dicho, admite algunas de las objeciones que se han for-mulado en contra de este tipo de precompromisos.

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4. Diseño institucional de la democracia deliberativa

Se ha venido criticando a los defensores de la democracia deliberativa por nopresentar propuestas concretas de diseño institucional. Si bien, en los últimos años,los defensores de la DD han intentado paliar esta carencia presentando algunas pro-puestas (56), es cierto que falta todavía un trabajo más detallado en este ámbito.

Como ya hemos dicho, Jon Elster no nos ha proporcionado un modelo completode DD. Y precisamente una de sus carencias principales es la falta de propuestasinstitucionales claras y concretas, al menos respecto a un diseño global del sistemapolítico defendido. Recordemos que cuando hablábamos de los sujetos que debíandeliberar, ni siquiera sabíamos con seguridad, en qué órganos políticos estaba pen-sando Elster. Lo único que sí menciona son algunas consideraciones respecto a laorganización de las asambleas constituyentes que pretenden ser deliberativas, peroque son de escaso interés ahora. Por lo tanto, queda aquí un importante hueco porcubrir.

IV. LA JUSTIFICACIÓN DE LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA

Uno de los puntos más importantes en la configuración de todo modelo teóricoy, aún más, de todo modelo teórico político, es su justificación (57). De nuevo, estees un punto que Elster no ha tratado explícitamente. Por lo tanto, tendremos una vezmás que reconstruir su modelo.

En ningún momento Elster facilita un argumento que pueda parecer justificativoen sentido fuerte. Aunque algunos otros autores han intentado justificaciones fuertesdel modelo (58), Elster nunca los cita ni se preocupa de los argumentos que elloshan aportado. Es, en consecuencia, muy difícil en este contexto atribuirle una justifi-

có) Para James Bohman es claro que existe hoy una preocupación mayor por las condiciones deaplicación del modelo y por su diseño institucional, BOHMAN (1998), pág. 422. Como ejemplos de dichapreocupación, vid. muchos de los artículos recogidos en ELSTRR (1998a) y en BOHMAN y REHO (1997).Vid. también, FISHKIN (1991) y (1995), BOHMAN (1996), GUTMANN y THOMPSON (1996), NIÑO (1996) oUHR (1998).

(57) Soy consciente de que el término «justificación» es ambiguo, esto es, habitualmentc lo usamosen sentidos distintos, y, en algunas ocasiones, las controversias generadas a su alrededor se producen por-que los disputantes no están manejando el mismo sentido de «justificar»: su disputa es semántica. En estetrabajo entenderé que un modelo político está justificado en sentido fuerte si existen razones morales con-cluyentes («all things considered») para adoptar este modelo en la práctica, y no otro, y en consecuenciatenemos la obligación moral de adoptarlo. Por otra parte, consideraré que un modelo está justificado ensentido débil, si existen razones morales prima facie para adoptarlo en la práctica, esto es, razones queprovisionalmente podemos aceptar como válidas, y por lo tanto, tenemos sólo una obligación prima faciede adoptarlo. El primer sentido, la justificación fuerte, tiene un carácter de todo o nada. Un modelo estájustificado en sentido fuerte, o no lo está. En cambio, el segundo sentido permite construir una escala gra-dual ente modelos más o menos justificados.

(58) Vid., como ejemplo, MANIN (1987), COHÉN (1989), HABERMAS (1996) y NIÑO (1996).

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cación de este tipo. Por otra parte, de sus artículos y de su defensa del modelo, pode-mos inferir que en realidad sí cree que el modelo está justificado. Por esta razón,presumiré en este trabajo que, en todo caso, Elster intentará una justificación débilde la DD.

El argumento principal que Elster aporta defendiendo su modelo, aunque no tanexplícitamente como sería necesario, es el de la racionalidad e imparcialidad, dosvalores que se hallan muy ligados a los procesos deliberativos. Parece que la necesi-dad de que las preferencias personales de los participantes estén justificadas argu-mentativamente, la posibilidad de escuchar las opiniones y las demandas de todoslos participantes y la capacidad de detectar y criticar errores lógicos o fácticos en losargumentos de los demás, potencian que la decisión deliberada se aproxime al idealde racionalidad e imparcialidad. En la medida en que la deliberación conduce a de-cisiones más imparciales y racionales que los demás procedimientos de «toma dedecisiones», estará justificado adoptarla como método decisorio.

«Un argumento, sea acerca de los fines últimos, o acerca de los mejores mediospara alcanzar dichos fines, está obligado a ser formalmente imparcial (...). Como diceJames Coleman, si «los miembros [de una asamblea] tienen reparos en sacar a relucirsu propio autointerés y a veces expresan desaprobación cuando otro miembro de laasamblea lo hace», es porque existe una norma social «que dice que nadie debe adop-tar una posición injustificable desde el punto de vista de los beneficios de la comuni-dad». La norma no induce a los miembros a ser realmente imparciales, sólo a parecer-lo» (59).

«Porque existen poderosas normas que prohiben las apelaciones abiertamente au-tointeresadas y parciales, los hablantes deben justificar sus propuestas según el interéspúblico.(...). Más aún, y éste es el punto clave desde la perspectiva del comportamien-to, las propuestasson modificadas, además de disfrazadas» (60).

El que los participantes deban justificar sus propuestas en el interés público,hace que dichas propuestas tiendan a ser más imparciales. Si encontráramos un pro-cedimiento que garantizara unas decisiones totalmente imparciales, ese procedi-miento estaría justificado probablemente en un sentido fuerte. Pero la DD no garan-tiza con absoluta certeza este resultado, sólo lo promueve. Podemos partir de estaidea para reconstruir parcialmente la posición de Elster. El procedimiento deliberati-vo tiene como fin el producir decisiones correctas. La lógica de la argumentaciónestá encaminada a ese objetivo, y parece que al menos debe ser exigido que cual-quier decisión cumpla los requisitos de imparcialidad y racionalidad para que seaconsiderada correcta. En ese sentido, se asemejaría mucho al discurso moral (61).Aunque, como ya hemos advertido, la deliberación no garantiza la consecución de

(59) ELSTER (1998b), pág. 101.

(60) ELSTER (1998b), pág. 104.

(61) Otros defensores de la democracia deliberativa han insistido mucho en la analogía entre el dis-curso moral y el discurso político deliberativo. Vid. por ejemplo, el trabajo de CARLOS NIÑO, en NIÑO(1996).

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decisiones imparciales, todo parece indicar que la decisión adoptada siguiendo esteproceso será imparcial con mayor probabilidad que la adoptada por alguno de losmétodos alternativos (voto puro o negociación), que no exigen siquiera la aparienciapública de imparcialidad. La cuestión de la justificación de la DD se encuentra muyligada al desarrollo de sus fundamentos, como ya indiqué en su momento. Es por es-tas razones que la lógica de la argumentación es superior a las otras dos.

Elster afirma que «la idea de corrección normativa es compleja y controvertida.Como mínimo debe incluir alguna idea de imparcialidad. Los individuos no debe-rían ser tratados de forma distinta sólo porque viven en un lugar particular o en untiempo determinado, o por ser de un sexo, o una raza, o tener una profesión determi-nadas» (62). Si esto es así, entonces Elster nos está facilitando una justificacióndébil del modelo, en tanto que encontramos razones filosófico-morales (la imparcia-lidad de las decisiones) no concluyentes (porque no está garantizado que sea el pro-cedimiento más legítimo posible) para adoptarlo en la práctica. Esto no le compro-mete, según él, con ninguna concepción de la justicia o de la moral determinadas,sino que debe ser entendido como una restricción, un límite, para cualquier concep-ción sustantiva de lo correcto (63).

Por otra parte, como Elster afirma en los fragmentos citados anteriormente, la ló-gica de la argumentación no convierte a los participantes en seres que detentan puntosde vista realmente imparciales, sólo obliga a que parezca que así lo hacen. La posibili-dad de que los participantes no adoptaran internamente (sólo públicamente) puntos devista imparciales en la deliberación, amenaza ciertamente la justificación de la impar-cialidad. Recordemos que la DD produce resultados más imparciales que otros proce-dimientos de «toma de decisiones», porque se presume que el punto de vista de losparticipantes es imparcial. En la medida en que la presunción sea errónea, parece quela justificación carecerá de sentido. Para evitar este problema, Elster recurre a la teoríadel «civilizing forcé of hypocrisy», que veremos con detalle más adelante.

Por otra parte, me parece probable que Elster suscriba otro tipo de justificacio-nes secundarias señaladas por otros autores, como las siguientes. Por ejemplo, que através de la deliberación los participantes tienen acceso a una mayor información ypueden contrastar mejor la información que ya poseen. También que la discusiónpública permite detectar errores lógicos en la propia argumentación o en la de losdemás. En definitiva, por estas razones, la reflexión dialógica (en contraposición ala monológica), parece ser más confiable epistemológicamente para encontrar la so-lución correcta (64). Aunque Elster no considere que ésta puede ser la justificación

(62) ELSTER (1995a), pág. 245.v (63) Esta restricción no es simplemente formal, ya que el criterio de imparcialidad es material. Para

saber si una determinada concepción de la justicia es imparcial debemos observar su contenido. Vid.nota 18. No obstante, esta demanda de imparcialidad no le compromete con ninguna concepción de lajusticia determinada.

(64) Varios defensores de la democracia deliberativa la encuentran justificada básicamente por estevalor epistémico. Vid., por ejemplo, NIÑO (1996), GAUS (1996 y 1997), ESTLUND(1997) y REHG (1997).

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principal (de hecho, ni la menciona), del conjunto de su trabajo podemos pensar quela aceptaría como una justificación débil secundaria, que se puede agregar a laanterior.

En conclusión, en este punto IV he tratado de reconstruir la posición de Elsteracerca de la justificación de la IDEO dado que no contamos con una formulaciónexplícita de dicha posición. En rigor, lo único que podemos afirmar es que Elster en-cuentra justificados en sentido débil los procesos de deliberación, como métodos de«toma de decisiones», porque nos conducen a resultados (decisiones) imparciales yracionales con mayor probabilidad que otros procesos alternativos.

V. LA DEFENSA ANTE LOS CRÍTICOS REALISTAS. LA FUERZA DE LOS ARGUMENTOS

Algunas de las críticas más importantes que se han formulado hasta ahora contralos modelos de DD tienen un punto de partida común: la democracia deliberativapuede funcionar muy bien en un mundo ideal, pero en la realidad se dan algunoscondicionantes que lo convierten en un procedimiento defectuoso. Puesto que todasellas se basan en afirmaciones empíricas acerca de cómo es la realidad (cómo es elhombre, cómo operan los grupos de presión, etc.), las voy a llamar «críticas realis-tas» (65). Estas críticas van dirigidas, en su mayoría, a otras versiones de la demo-cracia deliberativa, y no a la de Elster directamente. Algunas de ellas afectan a sumodelo, y otras no. Voy a revisar sólo una de estas críticas, la que a mi juicio másimplica directamente a las tesis de Elster, y a la que él también ha intentado dar res-puesta: la no imparcialidad real de los participantes en la deliberación.

Hemos visto en diferentes puntos de este trabajo que uno de los rasgos definito-rios de la lógica de la argumentación, y por lo tanto de los procesos deliberativos, esque los agentes que participan en la discusión deben formular públicamente argu-mentos imparciales, esto es, deben adoptar un punto de vista imparcial ante el con-flicto o el tema de discusión, y evitar los argumentos que ostensiblemente se basanen el autointerés, al menos en apariencia, por las razones que ya hemos visto. Perocomo hemos señalado también en el epígrafe anterior, y como vienen a señalar loscríticos realistas, es obvio que muchos, tal vez la mayoría, de los participantes novan a adoptar realmente este punto de vista imparcial. En todo caso, revestirán susintervenciones en la discusión de una apariencia de imparcialidad, de lo que Elsterllama un disfraz. De esta forma, aunque internamente un participante de la delibera-ción, en la formación de sus preferencias, siga motivado exclusiva o parcialmentepor el autointerés, la forma de presentar estas preferencias en el debate debe atendera otro tipo de motivaciones. Cuando eso sucede, estamos ante un comportamiento

(65) Vid., como ejemplos de este tipo de criticas: «Pathologies of Deliberation» de SUSAN C.STOKES, «Deliberation and Ideological Domination» de ADAM PRZEWORSKI, y «Arguing for Deliberation:Somc Skeptical Considerations» de JAMES JOHNSON, aunque este último no es exactamente un crítico, to-dos ellos incluidos en ELSTER (1998a).

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hipócrita. En términos de Elster, dicho participante elabora «pseudoargumentos»equivalentes a su autointerés, en un «uso estratégico del argumento» (66).

Que existen individuos que operan así, es un hecho que Elster no pone enduda (67). Pero ¿por qué sucede esto? Elster encuentra dos razones posibles. En pri-mer lugar, los individuos que así se comportan pueden tener un interés en engañar alos demás ocultando sus verdaderas motivaciones. Dentro de esta primera situación,Elster distinguiría aún dos subcasos, dependiendo de qué es lo que el hipócrita espe-ra conseguir mediante ese engaño. «Por una parte, puede querer evitar el oprobioasociado a las apelaciones abiertamente autointeresadas en los debates públicos. Porotra, puede querer presentar su posición como basada en principios, de manera quese excluyan las negociaciones o los regateos al respecto.» La segunda razón paraadoptar un uso estratégico del argumento es la de persuadir a los demás de la necesi-dad de adoptar su posición. En suma, podemos identificar dos componentes de estecomportamiento: el engaño y la persuasión (68). Por otra parte, para que este uso es-tratégico del argumento pueda ser mínimamente efectivo deben cumplirse dos con-diciones (necesarias, pero no suficientes ni siquiera conjuntamente): que existan enel sistema individuos participantes cuyas motivaciones no sean exclusivamente au-tointeresadas (o, como mínimo, que creamos que existen), y que, al menos inicial-mente, no podamos distinguir estos individuos de los demás (69). Esta exigencia deElster parece razonable. Si todos los participantes fueran autointeresados, o si tuvié-ramos la certeza de quiénes lo son y quiénes no, no tendría ningún sentido compor-tarnos hipócritamente, porque no persuadiríamos a nadie (70).

¿Implica el hecho de que se produzcan este tipo de comportamientos que la im-parcialidad como justificación de la DD no funciona? La respuesta de Elster es la si-guiente: si bien es cierto que en la realidad muchos participantes en la deliberaciónpueden mantener actitudes hipócritas, no por eso el modelo deliberativo deja de es-tar justificado. En primer lugar, aunque aquéllos que obedecen la norma de no invo-car su propio interés en los debates públicos, lo hagan por razones egoístas, o inclu-so prudenciales (para evitarlas sanciones que se les impondrían al incumplirla), losque van a imponerle esas sanciones, lo harán en última instancia por razones noegoístas. «La imparcialidad es anterior por razones lógicas a los intentos de explo-tarla (o a la necesidad de respetarla) por propósitos autointeresados» (71).

(66) Vid. ELSTER (1995a), pág. 238.

(67) Vid. ELSTER (1995a), pág. 247.

(68) Vid. ELSTER (1998b), págs. 101 y 102. Tengo que advertir que Elster ha modificado un poco suposición respecto a estas razones. En ELSTER (1995a), el autor señalaba cinco motivos diferentes por losque un actor autointeresado busca argumentos aparentemente imparciales para defender públicamente suposición. En realidad todos ellos pueden reconducirse a los dos mencionados en el fragmento reproduci-do, y como este fragmento pertenece a una publicación posterior, he creído más interesante referirme aellos y no a los primeros.

(69) Vid. ELSTER (1995a), pág. 248.

(70) Vid. ELSTER (1998b), pág. 104.

(71) ELSTER (1995a), págs. 248 y 249.

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Esta idea de la prioridad lógica de la imparcialidad no me parece del todo con-cluyeme. En primer lugar, porque precisamente estamos discutiendo si la imparcia-lidad debe jugar algún papel en los procesos de «toma de decisiones» públicas.Elster presupone que ya existe, como un hecho, la norma que obliga a que las pro-puestas sean imparciales. Pero en la discusión acerca de qué tipo de procedimientoseguimos en nuestros sistemas políticos, aún no podemos presuponer eso porque,precisamente, es lógicamente anterior a la vigencia de dicha norma. Por otra parte,como él reconoce, aunque presupongamos la imparcialidad como requisito paranuestros procedimientos, no por eso la actitud imparcial ante los asuntos públicos hade estar demasiado extendida entre los participantes del proceso. Por otra parte, acontinuación añade:

«Nosotros sabemos, por otros contextos, que sólo es necesaria una minúscula pro-porción de cooperantes en una población para inducir al resto a comportarse como siellos también lo fueran. Del mismo modo, un pequeño grupo de individuos compro-metidos con la imparcialidad puede inducir a muchos otros a remedar su imparciali-dad, más allá de su propio interés» (72).

Este nuevo argumento, al que Elster denomina «multiplier effect of impartia-lity», aún parece más débil que el anterior. El mismo Elster reconoce en una nota alpie (73), que se trata de «una mera especulación». No existe ninguna evidencia em-pírica que lo demuestre, ni ningún modelo teórico que sostenga que debe ser así. Sinembargo, a continuación vamos a ver razones más sólidas a favor de la justificaciónde la DD, que resuelven parcialmente el problema del comportamiento hipócrita.

«Mi principal argumento es que un escenario deliberativo puede conformar re-sultados independientemente de los motivos de sus participantes» (74). Esto es debi-do precisamente a la existencia de normas sociales que obligan a esconder las apela-ciones explícitas al propio autointerés y que prohiben el uso de las amenazas, comoya vimos en el punto anterior. El hecho de que los participantes disfracen sus verda-deras preferencias y se comporten hipócritamente, altera favorablemente la configu-ración del resultado de la deliberación y tiene efectos positivos sobre ese resultado,porque tal comportamiento se ve limitado por ciertos principios:

«El disfraz del interés privado o la parcialidad está sujeto a dos límites. Primero,(...), el imperfection constraint. Los hablantes autointeresados o parciales tienen un in-centivo a argumentar en favor de una posición que difiere en alguna medida de su po-sición ideal, porque una coincidencia perfecta entre el interés privado o parcial y el ar-gumento imparcial seria sospechosa. Segundo, hablar públicamente está sujeto a unconsistency constraint. Una vez un hablante ha adoptado un argumento imparcial por-que se corresponde con su propio interés, si después lo abandona porque ya ha dejadode servir a sus necesidades, sería visto como un oportunista» (75).

(72) ELSTER (1995a), págs. 249.(73) ELSTER (1995a), núm. 4, pág. 249.(74) ELSTER (1998b), pág. 104.

(75) ELSTER (1998b), pág. 104.

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El «imperfection constraint» y el «consistency constraint» evidencian de quémanera el uso hipócrita de los argumentos en un proceso deliberativo puede tenerefectos beneficiosos en la calidad global del debate. Si, por ejemplo, las grandescompañías comerciales multinacionales solicitaran a los gobiernos una exención fis-cal total para sus actividades económicas, con el argumento de que el beneficio su-plementario que les reportaría esta exención repercutiría favorablemente en los sala-rios de sus empleados, en el precio de venta de sus productos, o en su nivel de inver-siones, la equivalencia entre sus argumentos y sus propios intereses personales estan grande que su posición resulta demasiado sospechosa. El «imperfection cons-traint» evita en alguna medida que se produzcan este tipo de situaciones, y evitatambién que el disfraz del que se dotan los participantes hipócritas sea tan opaco,que no permita ser calificado de imparcial. Por otra parte, si un participante sostieneuna línea de argumentación aparentemente imparcial que, en el fondo, se basa en suautointerés, cuando se produce un cambio en sus intereses y, por lo tanto, la primeraargumentación ya no le es tan beneficiosa, debe ser cauteloso en cambiar de formabrusca o injustificada sus argumentos, para que no se produzcan sospechas en esesentido. El «consistency constraint» no impide que se modifiquen los argumentos alo largo de la deliberación, pero obliga a los que quieren cambiarlos, en parte, a jus-tificar su viraje.

Estas dos limitaciones formales operan sobre el uso de dichos argumentos y, enalgún sentido, vienen también a restringir las preferencias autointeresadas de algu-nos participantes. Y esta restricción no es sólo formal, sino que también puede afec-tar la parte sustantiva de dichas preferencias autointeresadas. Esto es así porqueexiste un nuevo límite impuesto por la práctica de la argumentación, el «plausibilityconstraint», que hace que las propuestas que son presentadas en el debate deban te-ner al menos apariencia de plausibles (76). No toda preferencia autointeresada tieneuna traducción exacta en una propuesta aparentemente imparcial y plausible. Nosiempre es posible disfrazar sin más nuestros intereses egoístas. El «plausibilityconstraint» obliga al participante hipócrita a ceder un margen en sus propuestas pú-blicas, respecto a lo que sus preferencias autointeresadas le marcan. Esta otra limita-ción, que opera directamente sobre el contenido de las preferencias, mitiga tambiénlos efectos perniciosos de la hipocresía en los procesos deliberativos. El conjunto deestos tres límites, y su influencia sobre las preferencias autointeresadas de los par-ticipantes, es el fenómeno que Elster denomina «the civilizing forcé of hypo-crisy» (77).

(76) ELSTER (1998b), pág. 104.

(77) Además de en ELSTER (1995a y 1998b), encontramos una temprana mención a este fenómenoen ELSTER (1986). Sobre la autoría original de esta idea, JAMES JOHNSON, en «Arguing for Deliberaron»,incluido en ELSTER (1998a), comenta lo siguiente: «(...) Elster attributes this view to Habermas. AlthoughI do not see the basis for thc attribution, the possibility seems provocative onits own merits» (nota núm.45, pág. 182). Yo tampoco he encontrado en qué lugar Habermas pudo anticipar esta tesis. Es probableque Elster se refiera a que la idea está implícita en alguna de las afirmaciones del filósofo alemán respec-

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En otras palabras, las actitudes hipócritas pueden ser, y de hecho son, inevita-bles en nuestros sistemas políticos. Sin embargo, mantener un comportamiento hi-pócrita de este tipo implica un coste para el que lo hace, coste que viene determina-do por las tres restricciones que hemos visto. Además, esta «fuerza civilizadora» seacentúa en los procesos deliberativos públicos: «La presencia de público hace espe-cialmente difícil aparecer motivado sólo por el autointerés (...). En general esta fuer-za civilizadora de la hipocresía es un efecto deseable de la publicidad» (78).

El esquema final sería más o menos el siguiente. Los procesos deliberativos pro-ducen resultados más imparciales (o equitativos), porque presuponen que los parti-cipantes adoptan una actitud imparcial frente a los asuntos públicos, y elaboran ar-gumentos también imparciales para defender sus propuestas. Sin embargo, es un he-cho comprobado que muchos participantesno abandonan internamente una acritudautointeresada de dichos asuntos, y que elaboran argumentos públicos de forma es-tratégica (es decir, para maximizar sus propios intereses), de manera que se compor-tan hipócritamente. Pero, no obstante, asumiendo que este hecho se produce igual-mente sea cual sea el procedimiento de «toma de decisiones» que adoptemos, la DDsigue estando más justificada que los otros modelos, porque debido al fenómeno del«civilizing forcé of hypocrisy», consigue mitigar, al menos parcialmente, los efectosperniciosos del autointerés, de forma que las decisiones adoptadas siguiendo estemodelo son probablemente más imparciales que las adoptadas según otros modelos.

«Podemos afirmar, creo, que la argumentación —incluso aquella basada en el au-tointerés y utilizada estratégicamente— tiende a producir resultados más equitativosque la negociación. Por las razones mencionadas anteriormente, la argumentación—especialmente en un escenario deliberativo prevendrá a los más fuertes de usarabiertamente su poder de negociación—. El equivalente óptimo imparcial será unoque diluya su autointerés tomando en consideración los intereses de los más débiles. Yesto, por lo general, producirá resultados más equitativos. Podemos pensar este efectocomo la fuerza civilizadora de la hipocresía (civilizing forcé of hypocrisy)» (79).

«He sostenido que los efectos de sustituir el autointerés por una argumentaciónimparcial son totalmente beneficiosos. La fuerza civilizadora de la hipocresía nos con-ducirá a solucionar nuestros conflictos de forma más equitativa» (80).

En definitiva, esta critica realista a la DD, igual que las demás, argumenta queciertos hechos empíricos de la realidad política ponen en entredicho la aplicabilidadpráctica de los procesos deliberativos. Sin embargo, lo cierto es que la lógica de laargumentación sigue mostrándose superior a otros modelos en cuanto a su capaci-dad de respuesta ante este tipo de hechos. Y en este sentido, creo que la defensa quehace Elster de su modelo sigue siendo razonable.

to a la acción comunicativa, pero en cualquier caso, es el mismo Elster el que le da una forma definitiva yacabada al argumento, y el que le da nombre.

(78) ELSTER (1998b), pág. 111.

(79) ELSTER (1995a), pág. 250. La cursiva es del autor.(80) ELSTER (1995a), pág. 257.

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VI. CONCLUSIONES

En este trabajo he tratado de recomponer el esqueleto del modelo de democraciadeliberativa que defiende Jon Elster. Partiendo de los presupuestos básicos de dichomodelo (la lógica que le sirve de fundamento), me he ido deteniendo en cada uno delos elementos centrales del mismo. En algunas ocasiones he reproducido las afirma-ciones explícitas de Elster. En otras, careciendo de un posicionamiento explícito, hetenido que deducir cuál podía ser su posición implícita concreta a la luz de lo que sídecía sobre otros temas. En todos los casos, he tratado de señalar en qué momentossus afirmaciones eran sólidas o, por el contrario, problemáticas.

Pero ¿qué repercusión ha tenido el modelo de Elster sobre el conjunto de la tra-dición deliberativa de la democracia? Su principal aportación a esta discusión hacereferencia a tres puntos concretos: la distinción entre las lógicas de los métodos de«toma de decisiones», la aplicación del esquema deliberativo a los procesos consti-tucionales, y su defensa del modelo frente a las criticas realistas (básicamente me-diante la tesis del «civilizing forcé of hypocrisy»). Estos tres puntos le convierten enun autor esencial para el estudio de la DD, aun careciendo de un modelo sistemáticoy completo.

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