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Derek Walcott - Mapa del Nuevo Mundo , I, II y III 27 de abril de 2008 por Patricia Damiano · Archivado en Poesía, Walcott Derek (I) Archipiélagos Al final de esta frase, va a empezar a llover. Al filo de la lluvia, una vela. La vela perderá de vista despacio las islas; se hundirá en la neblina la fe en los puertos de toda una raza. La guerra de diez años es pasado. El cabello de Helena, una nube gris. Troya, un blanco montón de ceniza junto a la garúa del mar. La garúa se tensa como cuerdas de un arpa. Un hombre con los ojos nublados descubre la luvia y desgrana la línea inicial de la Odisea . (II) La cala Haz que resuene, oleaje: la leyenda de Isolda. en lánguidas detonaciones de tu rompiente. He contrabandeado en esta proa desteñida, que cruje rumbo a la costa de arena blanca vigilada por feroces manzanillas, un secreto leído a la sombra de un halcón fragata. Esta caleta es un horno. Las hojas lanzan a las olas instantáneas señales de plata. Lejos de la maldición del gobierno de una raza doy vuelta estas hojas -el delito sedicioso de este libro- para sentir sus ovillos de niebla marina cruzar mi rostro y atrapar en la boca del viento un gusto a sal. (III) Grullas marinas "Sólo en un mundo donde hay grullas y caballos", escribió Robert Graves, "puedes sobrevivir a la poesía". O cabras expertas en riscos. La épica

Derek Walcott

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Derek Walcott - Mapa del Nuevo Mundo, I, II y III27 de abril de 2008 por Patricia Damiano Archivado en Poesa, Walcott Derek

(I) ArchipilagosAl final de esta frase, va a empezar a llover. Al filo de la lluvia, una vela. La vela perder de vista despacio las islas; se hundir en la neblina la fe en los puertos de toda una raza. La guerra de diez aos es pasado. El cabello de Helena, una nube gris. Troya, un blanco montn de ceniza junto a la gara del mar. La gara se tensa como cuerdas de un arpa. Un hombre con los ojos nublados descubre la luvia y desgrana la lnea inicial de la Odisea.

(II) La calaHaz que resuene, oleaje: la leyenda de Isolda. en lnguidas detonaciones de tu rompiente. He contrabandeado en esta proa desteida, que cruje rumbo a la costa de arena blanca vigilada por feroces manzanillas, un secreto ledo a la sombra de un halcn fragata. Esta caleta es un horno. Las hojas lanzan a las olas instantneas seales de plata. Lejos de la maldicin del gobierno de una raza doy vuelta estas hojas -el delito sedicioso de este libropara sentir sus ovillos de niebla marina cruzar mi rostro y atrapar en la boca del viento un gusto a sal.

(III) Grullas marinas"Slo en un mundo donde hay grullas y caballos", escribi Robert Graves, "puedes sobrevivir a la poesa". O cabras expertas en riscos. La pica

sigue al arado, la mtrica al resonar del yunque; la profeca adivina las formaciones de cigeas, y el temor el arco del pescuezo del padrillo. La llama ha abandonado el pbilo calcinado del ciprs; la luz alcanzar a estas islas, cuando llegue su turno. Magnficas fragatas inauguran la penumbra que destella a travs de las nerviosas colas de los caballos, de los pedregosos campos donde pastan. Desde el golpeado yunque del promontorio el roco sedimenta las estrellas. Generoso ocano devuelve al vagabundo desde sus sbanas de sal, atrae al prdigo a los canales profundos de la marsopa negra.Tuerce la rueda de su corazn y fija aqu su frente.

Trad. Mirta Rosemberg y Daniel Saimolovich Diario de Poesa, 26 Buenos Aires, otoo de 1993

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Desenlace Yo vivo solo al borde del agua sin esposa ni hijos. He girado en torno a muchas posibilidades para llegar a lo siguiente: una pequea casa a la orilla de un agua gris, con las ventanas siempre abiertas hacia el mar aejo. No elegimos estas cosas. Mas somos lo que hemos hecho. Sufrimos, los aos pasan, dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad de cargar con algo. El amor es una piedra que se asent en el fondo del mar bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a la poesa sino buenos sentimientos, ni misericordia, ni fama, ni Curacin. Mujer silenciosa, podemos sentarnos a mirar las aguas grises,

y en una vida inmaculada por la mediocridad y la basura vivir al modo de las rocas. Voy a olvidar la sensibilidad, olvidar mi talento. Eso ser ms grande y ms difcil que lo que pasa por ser la vida.

El amor despus del amor El tiempo vendr cuando, con gran alegra, t saludars al t mismo que llega a tu puerta, en tu espejo, y cada uno sonreir a la bienvenida del otro, y dir, sintate aqu. Come. Seguirs amando al extrao que fue t mismo. Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor a ti mismo, al extrao que te am toda tu vida, a quien no has conocido para conocer a otro corazn, que te conoce de memoria. Recoge las cartas del escritorio, las fotografas, las desesperadas lneas, despega tu imagen del espejo. Sintate. Celebra tu vida.

El mar del verano, la carretera de asfalto caliente en declive... El mar del verano, la carretera de asfalto caliente en declive, esta hierba, estas chozas que me hicieron, jungla y cuchilla siembran hierba brillando tenuemente junto a la cuneta, el filo del arte; las cochinillas bullen en el bosque sagrado, nada puede hacerlas salir con fuego, estn en la sangre; sus bocas rosas, como querubes, cantan de la lenta ciencia del morir -todo cabezas, con, en cada oreja, un ala difana.

Arriba, en la Reserva Forestal, antes de que las ramas irrumpan en el mar, mir por la ventana mvil y herbosa y pens pinos o conferas de algn tipo. Pens, deben de sufrir en este calor tropical con su idea infantil de Rusia. Entonces, de pronto, de sus troncos pudrindose, signos perturbadores de la fe que traicion, o la fe que me traicionmariposas amarillas alzndose en la carretera a Valencia balbuciendo s ante la resurreccin: s, s es nuestra respuesta, El Nunc Dimittis de su coro verdadero. Dnde est mi libro de himnos de nio, los poemas ribeteados con hoja de oro, el cielo que adoro sin fe en el cielo, mientras el Verbo, apenado, se volvi hacia la poesa? Ah, pan de vida que slo el amor sabe leudar! Ah, Joseph, aunque ningn hombre muera jams en su propio pas, la hierba agradecida brotar espesa de su corazn. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

En los otros ochenta, cien veranos que marcharon... En los otros ochenta, cien veranos que marcharon como la luz de un paraso domstico, la idea del cielo de un hedonista era el aparador de una cocina francesa, manzanas y garrafas de arcilla de Chardin a los Impresionistas, el arte era une tranche de vie, queso o pan horneado en casala luz, en su opinin, era lo mejor que el tiempo ofreca. El ojo era la nica verdad, y aquello que atraviesa la retina se desvanece al amanecer; la profundidad de nature morte era que la propia muerte es slo otra superficie como el lienzo, pues pintar no puede capturar el pensamiento. Cien veranos que se fueron, con el acorden que hace olas, faldas almohadilladas, grupos en botes, golpes blancos como zinc en el agua, muchachas cuyas mejillas ruborizadas no sobrevivieron a sus rosas. Entonces, como tubos desecados, los soldados retorcidos se amontonaron en el Somme y Verdun. Y los muertos menos reales que una explosin fatal de crisantemos, idntico carmes para la naturaleza muerta y la matanza de jvenes. Tenan razn -todo le vale al pintor con su caballete puesto como un fusil en los hombros. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Fama Esto es la fama: domingos, una sensacin de vaco como en Balthus, callejuelas empedradas, iluminadas por el sol, resplandecientes, una pared, una torre marrn al final de una calle, un azul sin campanas, como un lienzo muerto en su blanco marco, y flores: gladiolos, gladiolos marchitos, ptalos de piedra en un jarrn. Las alabanzas elevadas al cielo por el coro interrumpidas. Un libro de grabados que pasa l mismo las hojas. El repiqueteo de tacones altos en una acera. Un reloj que arrastra las horas. Un ansia de trabajo. Versin de Antonio Rasines

Has olvidado el calor. Podra venir ardiendo de una cerca de zinc... Has olvidado el calor. Podra venir ardiendo de una cerca de zinc. Ni siquiera las palmeras de la orilla del mar se agitan en paz. El Imperio se mofa de todos los pensamientos en futuro. Slo los bajos de este ocano interior murmuran versos de otro mar, al que ste recuerdamitos de islas anlogas de olivo y mirto, el sueo del Golfo adormilado. Aunque sus templos,

bloques blancos contra el verde, sean hoteles, y sus prticos centros comerciales, con el tiempo harn buenas ruinas; por lo tanto qu ms da si la mano del Imperio es tan lenta como una tortuga firmando el oleaje en lo que se refiere a tratados? El genio llegar a contradecir la historia, y est ah en sus cuerpos tostados, en las olivas de los ojos, como cuando los chulos de la Atenas demtica entretejieron el caos de Asia, y las chicas de las aldeas de estacas, putas teidas de alhea, eran las hetairas. La marea vespertina baja, y el hedor de imperios ulteriores -alzndose de bayas que orlan los dobladillos de tiranos y playas- alcanza un tribunal donde las nubes descienden sus escalones como senados que pasan, no diferentes de cuando, bajo hojas de mirto que canturrean, compartieron una sombra, el poeta y el asesino. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Las gaviotas discuten con el roco de las olas... Las gaviotas discuten con el roco de las olas, mientras los rabihorcados hacen crculos durante horas, en un batir de alas, alrededor del arrecife donde un pontn se oxida. Un ao ha finalizado sus tormentas, y los hombres llenos de miedo han escudado las vidas como faroles de sus ventoleras, o cado juntos en hogueras. Pero ahora se abren espacios azules como hendiduras en el humo, los pjaros se pliegan en grietas de rocas cuya arena ha sido rastrillada de huellas. La mar, que se precia de que ningn hombre la marque, an ofrece tales lugares para la pluma egosta, y la isla de coral del cerebro tiene lugares donde la repblica del plipo fue construida para nosotros -cuevas hipnotizadas que se agitan con la luz de la ola, jaras que blanquean con indiferencia creciente madera flotante o barcos que se fueron a pique. Tras un ao podras llamar guerra a la conmocin de los bancos de arena caoneados por las olas, y los robos a pico armado que las gaviotas practican entre s porque todo es en honor del dios gaviota. Pero hay islotes donde nuestra sombra es annima, con pececillos cuya similitud se nos escapa mientras la cadena del ancla matraquea desde la proa. Versin de Vicente Araguas

Huerga y Fierro Editores

Me detengo a or un estrepitoso triunfo de cigarras... Me detengo a or un estrepitoso triunfo de cigarras ajustando el tono de la vida, pero vivir a su tono de alegra es insoportable. Que apaguen ese sonido. Despus de la inmersin del silencio, el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la mente a la oscuridad. Las cigarras son frenticas como los pies de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima. Das espesos como hojas entonces, prximos los unos a los otros como horas y un olor quemado por el sol se alz de la carretera lloviznada. Punteo sus lneas a las mas ahora con la misma mquina. Qu trabajo ante nosotros, qu luz solar para generaciones!La luz corteza de limn en Vermeer, saber que esperar all por otros, la hoja de eucalipto rota, an oliendo fuertemente a trementina, el follaje del rbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael. La sangre holandesa que hay en m se dibuja con detalle. Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegn flamenco en un libro de estampas, creyendo que era real. Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso. Qu alegra en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarn! Que escriban: A los cincuenta invirti las estaciones, la carretera de su sangre cant con las cigarras parlantes, como cuando emprend el camino para pintar en mi decimoctavo ao. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Nunca he pretendido que el verano fuese el paraso... Nunca he pretendido que el verano fuese el paraso, o que esas vrgenes fueran virginales; en sus bandejas de madera estn los frutos de mi conocimiento, radiante de morbo, y te ofrecen esto, en sus ojos de almendras marinas maduras, los pechos de arcilla brillando como lingotes en un horno. No, lo que he chapado en mbar no es un ideal, tal como Puvis de Chavannes lo deseaba, sino algo corruptola mancha en la vulva de la azucena amarillenta, los falos del llantn, el volcn que irrita como un chancro, el humo de la lava

que trepa con su siseo hacia la diosa sibilante. He horneado el oro de sus cuerpos en esa aleacin; decidle a los evangelistas que el paraso huele a sulfuro, que he sentido las cuentas del rosario en mi erupcin sangunea mientras mi pincel les daba en la espalda, la cerviz de un jesuita secularizado llevndole el rosario. Coloqu una mascarilla mortuoria azul en mi Libro de Horas para que aquellos que suean con un paraso terrenal puedan leerlo en tanto que hombres. Mis frescos en arpillera a la diosa Maya. Los mangos enrojecen como carbones en un hoyo para asados, paciente como las palmeras del Atlas, la papaya. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Puedo sentirla viniendo de lejos... Puedo sentirla viniendo de lejos, tambin, Mam, la marea desde el da ha pasado su vez, pero an noto que como una gaviota blanca relampaguea sobre el mar, su lado inferior atrapa el verde, y yo prometo usarlo despus. La imaginacin ya no se aleja con el horizonte, mas no hace sino volver. En el borde del agua devuelve cosas limpias y fregadas que el mar, a modo de basura, ha blanqueado, casto. Escenas dispares. Las casas de los esclavos, azul y rosa, en las Vrgenes bajo los vientos alisios. Mi nombre atrapado en la almendra de la garganta de la abuela. Un patio, un viejo bronceado con bigote como el de un general, un chico dibujando hojas de aceite de castor con mucho detalle, esperando ser otro Alberto Durero. Los he mimado ms que a la coherencia mientras la misma marea para los dos, Mam, se aproxima las hojas de parra poniendo medallas a una vieja cerca de alambre y, en el patio pecoso de sombras, un anciano como un coronel bajo las verdes balas de can de la calabaza. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Si estuviese aqu, en este cuarto blanco, en este hotel... Si estuviese aqu, en este cuarto blanco, en este hotel, cuyas bisagras permanecen calientes, incluso bajo el viento marino, te repanchigaras, dejado inconsciente por la hora de siesta; no podra levantarte la campana de la resurreccin ni el gong del mar con su retintn plateado, seguiras echado. Si te tocaran slo cambiaras esa posicin por la de un corredor en el maratn del sonmbulo. Y te dejara dormir. Las cosas se desploman gradualmente cuando el despertador, con su batuta de director, empieza a la una: las reses doblan las rodillas en los pastos tranquilos, slo el rabo de la yegua se menea, dndole con el plumero alas moscas, melones borrachos caen rodando a las cunetas, y los mosquitos siguen volando en espiral a su paraso. Ahora el primer jardinero, bajo el rbol de la sabidura, olvida que es Adn. En el aire acostillado cada parche de sombra se dilata como un oasis por la fatigada mariposa, una laguna verde para fondear. Playa blanca abajo, calmada como una frente que ha sentido el viento, un estatismo sacramental te traera el sueo, que es la corona del verano, el sueo que divide sin rencor a sus amantes, el sudor sin pecado, el horno sin fuego, el sosiego sin el auto, el agonizante sin miedo, mientras la tarde retira esas barras de la ventana que rayaron tu sueo como el de un gatito, o el de un prisionero. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Un pensamiento que tiembla... Un pensamiento que tiembla, no mayor que un reyezuelo herido, se hincha al pulso de mi alma redondeada, punza mientras su araazo seala semejante a un montn de porquera, alas ovales sonando montonamente como un corazn apanelado. Me das pena, reyezuelo; ms de la que t das al gusano He visto ese pico sin piedad golpeando suave al gusano como una aguja de calcetar a la lana, el temblor que das tragando ese flcido fideo, su meneo de consumacin semejante al de una semilla tragada por la raja de una tumba, despus tu guio de rectitud ante la religin de un reyezuelo;

pero si murieses en mi mano, ese pico sera la aguja en la que el mundo negro sigui girando en silencio, tu msica tan medida en surcos como lo era la de mi pluma. Sigue picando en esta vena y vers lo que pasa: las madejas rojas se partirn en dos como lo hace la calceta. Se acanala en mi palma, como el latido, baqueteando para irse, como si compartiera el conocimiento de un reyezuelo en otra parte, ms all del mundo anillado en su ojo, estacin y zona, en el iris radial, la mirada fija, apuntada, apuntando. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores

Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas... Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas extradas del arrecife, o vendidas en la playa, no me acuerdo. Las usan como topes de puerta o reposalibros, pero sus paladares, hmedos y rosados, son el canto insonoro de ngeles. Una vez escrib un poema llamado El Cementerio Amarillo cuando tena diecinueve. La edad de Lizzie. Tengo cincuenta y tres. Esos poemas que he alzado no se vinculan a traduccin alguna como si fueran hitos musgosos; cada uno baja como una piedra al fondo del mar, asentndose, pero djalos yacer, con suerte, donde las piedras estn profundas, en la memoria marina. Djalos estar, en agua, como mi padre, que haca acuarelas se adentraba en su trabajo. Lleg a ser una de sus sombras, dubitante y difcil de ver bajo la luz solar del verano. Se llamaba Warwick Walcott. A veces creo que su padre, por amor o bendicin amarga lo llam as en honor de Warwickshire. Las ironas se mueven. Ahora, cuando reescribo un verso, o esbozo en el papel que se seca rpido las frondas de cocos que l hizo tan tenuemente, las manos de mi hija se mueven en las mas. Las caracolas se mueven por el fondo marino. Acostumbraba a mudar la tumba de mi padre de las ennegrecidas lpidas anglicanas en Castries adonde pudiera amar a los dos a la vezel mar y su ausencia. La juventud es ms fuerte que la ficcin. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores EL AMOR DESPUS DEL AMOR

Llegar el da en que, exultante, te vas a saludar a ti mismo al llegar a tu propia puerta, en tu propio espejo, y cada uno sonreir a la bienvenida del otro, y dir, sintate aqu. Come. Otra vez amars al extrao que fuiste para ti. Dale vino. Dale pan. Devulvele el corazn a tu corazn, a ese extrao que te ha amado toda tu vida, a quien ignoraste por otro, y que te conoce de memoria. Baja las cartas de amor de los estantes, las fotos, las notas desesperadas, arranca tu propia imagen del espejo. Sintate. Haz con tu vida un festn. Poema Cul De Sac Valley (i) de Derek Walcott Un recuadro de amanecer en un taller en la falda de la colina dio a estas estrofas su zancuda forma. Si mi oficio es bienaventurado; si esta mano fuera tan esmerada, tan honesta como las de su carpintero, cada marco, resuelto en sus ngulos, se hara eco de esta construccin de madera sin pintar como las consonantes, volutas salidas de mi cepillo de carpintero en el criollo fragante de su veta natural; desde una mesa de caballetes se enroscaran a mis pies, ces y erres, con raz francesa o africana occidental de un rico dialecto, nunca ledo pero ligero sobre la lengua de su senda nativa; pero los rboles se acercan a mi cordel calibrado en forma de tablas biseladas de pino sin pintar, como el murmullo de la caracola, la exhalacin de la madera refresca la memoria con su aroma; bois canot, bois campche,

siseando: Lo que quieres de nosotros nunca podr ser, tus palabras son ingls, es un rbol diferente. Poema Cul De Sac Valley (ii) de Derek Walcott En la grava del riachuelo empiezan las suaves guturales, en el valle, un perro mestizo que ladra una negra vocal emite valos que se desvanecen; junto a un puente de hierro rojo, trabajadores con palas rastrillan asfalto borboteante, cada spero chirrido trae hasta esta altura una lengua que hablan, pero no saben escribir. Como la idea perdida del alma visible que an arde aqu, sobre una tierra analfabeta, el humo azul se eleva a gran altura, su columna inalterada, desde esa cicatriz ocre del desmonte de una carbonera. La corteza de las nubes se abre como la de las hogazas envueltas en hojas de higuera en un ennegrecido horno de arcilla. En un barril de lluvia, el agua se alisa como un espejo; la hija de un rbol de la lima estudia en l su rostro. El joven rbol se desdobla en una muchacha que corre escaleras arriba desde el patio, para incorporarse a esta estrofa. Ahora las lgrimas se agolpan en sus ojos, lgrimas de un espejo, al tirar del nudo en su nuca el peine de su madre; sta se da cuenta y dice: En Su semblante resplandecen todos los valles. Rpidas, sus manos peinan la trenza del arroyo. Las flores de tiza garabateadas en la pizarra negra del asfalto y la campanilla del hibisco

le dicen que llega tarde, mientras el oleaje en las ramas crece como el cardumen de pupitres blancos y azules de la escuela pblica, recitando este lenguaje que, sobre un encerado, la ciega como una pgina de fulgor sobre la carretera, as que, deambula hacia el silencio interior a lo largo de un rojo sendero que el bosque engulle como una lengua. Poema Cul De Sac Valley (iii) de Derek Walcott Medioda. Las secas cigarras gimen como los pedales oxidados de la mquina de su madre, de repente se detienen. Ptalos de lima vuelan a la deriva como retales en el silencio hilvanado; como el polen, su abundancia es su provisin. El medioda perfila a un limero con una sombra irregular; su espalda est cansada de tanta simetra. La fila de esfinges sobre la que descansan mis ojos son colinas tan invariables como su ptrea pregunta: Puedes decir en voz alta el nombre correcto de cada cordillera mientras cambian nuestros rasgos entre luces y nubes? Pero mi memoria es tan corta como leve el sonido del mar, lo que vagamente recuerdo es una lnea de arena blanca y vetas en la caoba de rostros curtidos y guijarros que murmuran en un ro pedregoso, pero las preguntas al disolverse desatarn sus propios nudos?arroyos de montaa cuya grava enronquece con las lluvias? al igual que se relaja un leador para escuchar como se abre el cielo

segundos despus del golpe de su hacha, los nombres se ajustan a su eco: Mahaut! Forestire! Y a lo lejos, el ronco eco de hojas de Mabouya! Y, ah! la colina se levanta y come de mi mano, el chucho ladra alegremente, repite una vocal tras otra, las ramas se inclinan ante m, los dialectos aplauden al fluir hacia arriba la savia de la memoria. Poema Cul De Sac Valley (iv) de Derek Walcott Al oeste de las estrofas escritas por el amanecer, las plantaciones de pltanos responden a su luz; por encima, un halcn que describa crculos con mi corazn en su pico hasta el borde del mundo, lo trae de vuelta al puente que se desvanece, al ro que se revuelve en su lecho, al risco donde regresa el rbol tras sus lecciones, tarde. Cul era su cabaa? Ella asciende en lnea recta por los escalones de este verso, y se sienta para cenar pan y pescado frito mientras los rboles repiten su umbro ingls. Las ventanas de la cabaa resplandecen. Las verdes lucirnagas describen arcos, incendiando Forestire, Orlans, Fond St. Jacques, y el bosque se duerme, sus ojos cerrados, a excepcin de una mirada desde una choza iluminada; ahora, por encima del libro cerrado de pequeas cabaas que se deslizaban bajo los faros del coche, la cima de una colina como una pirmide. En la noche caliente como un horno

vuelan las brasas. La puerta de una tienda proyecta un recuadro de luz sobre la carretera y un olor a pescado en salazn. Un montn de arena seca se esparce en estrellas. Similar a un gato, la isla de la Paloma aferra el mar con sus garras. Poema El Mar Del Verano, La Carretera De Asfalto Caliente En Declive de Derek Walcott El mar del verano, la carretera de asfalto caliente en declive, esta hierba, estas chozas que me hicieron, jungla y cuchilla siembran hierba brillando tenuemente junto a la cuneta, el filo del arte; las cochinillas bullen en el bosque sagrado, nada puede hacerlas salir con fuego, estn en la sangre; sus bocas rosas, como querubes, cantan de la lenta ciencia del morir -todo cabezas, con, en cada oreja, un ala difana. Arriba, en la Reserva Forestal, antes de que las ramas irrumpan en el mar, mir por la ventana mvil y herbosa y pens pinos o conferas de algn tipo. Pens, deben de sufrir en este calor tropical con su idea infantil de Rusia. Entonces, de pronto, de sus troncos pudrindose, signos perturbadores de la fe que traicion, o la fe que me traicionmariposas amarillas alzndose en la carretera a Valencia balbuciendo s ante la resurreccin: s, s es nuestra respuesta, El Nunc Dimittis de su coro verdadero. Dnde est mi libro de himnos de nio, los poemas ribeteados con hoja de oro, el cielo que adoro sin fe en el cielo, mientras el Verbo, apenado, se volvi hacia la poesa? Ah, pan de vida que slo el amor sabe leudar! Ah, Joseph, aunque ningn hombre muera jams en su propio pas, la hierba agradecida brotar espesa de su corazn. Poema En Los Otros Ochenta, Cien Veranos Que Marcharon de Derek Walcott En los otros ochenta, cien veranos que marcharon como la luz de un paraso domstico, la idea del cielo de un hedonista era el aparador de una cocina francesa, manzanas y garrafas de arcilla de Chardin a los Impresionistas, el arte era une tranche de vie, queso o pan horneado en casala luz, en su opinin, era lo mejor que el tiempo ofreca. El ojo era la nica verdad, y aquello que atraviesa la retina se desvanece al amanecer; la profundidad de nature morte era que la propia muerte es slo otra superficie como el lienzo, pues pintar no puede capturar el pensamiento.

Cien veranos que se fueron, con el acorden que hace olas, faldas almohadilladas, grupos en botes, golpes blancos como zinc en el agua, muchachas cuyas mejillas ruborizadas no sobrevivieron a sus rosas. Entonces, como tubos desecados, los soldados retorcidos se amontonaron en el Somme y Verdun. Y los muertos menos reales que una explosin fatal de crisantemos, idntico carmes para la naturaleza muerta y la matanza de jvenes. Tenan razn -todo le vale al pintor con su caballete puesto como un fusil en los hombros. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Fama de Derek Walcott Esto es la fama: domingos, una sensacin de vaco como en Balthus, callejuelas empedradas, iluminadas por el sol, resplandecientes, una pared, una torre marrn al final de una calle, un azul sin campanas, como un lienzo muerto en su blanco marco, y flores: gladiolos, gladiolos marchitos, ptalos de piedra en un jarrn. Las alabanzas elevadas al cielo por el coro interrumpidas. Un libro de grabados que pasa l mismo las hojas. El repiqueteo de tacones altos en una acera. Un reloj que arrastra las horas. Un ansia de trabajo. Poema Gros-ilet de Derek Walcott De esta aldea, empapada como un trapo gris en agua salada, lleg un lenguaje guarnecido de conchas marinas, con una sombra de bayas en sus axilas y codos como flexibles remos. Toda ceremonia comenzaba en las vaguadas, los estercoleros, los funerales al alba y el ocaso a los que asistan los cangrejos. El mar reforzaba los olores. El ancla de las islas penetraba a gran profundidad pero se vea siempre clara en las arenas. Muchos tiburones y a menudo la raya, cuyas aletas son anchas como velas, ascendan con mirada insomne desde los ondeantes corales,

y un pescador sacaba un bagre como una cabeza con tentculos. Y el anochecer con sus inevitables, inextinguibles candiles, era como la Noche de Todos los Santos vuelta del revs, igual que el murcilago obtiene su propia visin del mundo. As, sus ojos miran hacia abajo, divertidos, consideran que caminamos de modo extrao, y se preguntan sobre nuestro sentido del equilibrio, sobre cmo dormimos como si estuviramos muertos, cmo confundimos los sueos con cosas corrientes como clavos, o rosas, cmo envejecen rpidamente las rocas con el musgo, cmo el mar traza surcos que no tienen nada que ver con el tiempo, y la arena se alza en torbellinos que no tienen nada que hacer en absoluto, y las sombras slo responden ante el sol. Y ocasionalmente, como un viejo neumtico, el negro lomo de un delfn. Elpenor, t que te rompiste el culo, borracho, tambalendote escotilln abajo, y t timonel, que navegas como la raya bajo el aliento de las olas, seguid vuestro camino, aqu no hay nada para vosotros. En este lugar las velas y las costumbres son distintas, los muertos son distintos. Sus tumbas las guardan conchas distintas. Hay diferencias ms all del paraso de nuestro horizonte. Esto no es el Egeo prpura como la uva. Aqu no hay vino, no hay queso, las almendras son verdes, las uvas de playa amargas, el lenguaje es el de los esclavos. Poema Has Olvidado El Calor de Derek Walcott Has olvidado el calor. Podra venir ardiendo de una cerca de zinc. Ni siquiera las palmeras de la orilla del mar se agitan en paz. El Imperio se mofa de todos los pensamientos en futuro. Slo los bajos de este ocano interior murmuran versos de otro mar, al que ste recuerdamitos de islas anlogas de olivo y mirto, el sueo del Golfo adormilado. Aunque sus templos, bloques blancos contra el verde, sean hoteles, y sus prticos centros comerciales, con el tiempo harn buenas ruinas; por lo tanto qu ms da si la mano del Imperio es tan lenta como una tortuga firmando el oleaje en lo que se refiere a tratados? El genio llegar a contradecir la historia, y est ah en sus cuerpos tostados, en las olivas de los ojos, como cuando los chulos de la Atenas demtica entretejieron el caos de Asia, y las chicas de las aldeas de estacas, putas teidas de alhea, eran las hetairas. La marea vespertina baja, y el hedor de imperios ulteriores -alzndose de bayas que orlan los dobladillos de tiranos y playas- alcanza un tribunal donde las nubes descienden sus escalones como senados que pasan, no diferentes de cuando, bajo hojas de mirto que canturrean, compartieron una sombra, el poeta y el asesino.

Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Las Gaviotas Discuten Con El Roco De Las Olas de Derek Walcott Las gaviotas discuten con el roco de las olas, mientras los rabihorcados hacen crculos durante horas, en un batir de alas, alrededor del arrecife donde un pontn se oxida. Un ao ha finalizado sus tormentas, y los hombres llenos de miedo han escudado las vidas como faroles de sus ventoleras, o cado juntos en hogueras. Pero ahora se abren espacios azules como hendiduras en el humo, los pjaros se pliegan en grietas de rocas cuya arena ha sido rastrillada de huellas. La mar, que se precia de que ningn hombre la marque, an ofrece tales lugares para la pluma egosta, y la isla de coral del cerebro tiene lugares donde la repblica del plipo fue construida para nosotros -cuevas hipnotizadas que se agitan con la luz de la ola, jaras que blanquean con indiferencia creciente madera flotante o barcos que se fueron a pique. Tras un ao podras llamar guerra a la conmocin de los bancos de arena caoneados por las olas, y los robos a pico armado que las gaviotas practican entre s porque todo es en honor del dios gaviota. Pero hay islotes donde nuestra sombra es annima, con pececillos cuya similitud se nos escapa mientras la cadena del ancla matraquea desde la proa. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Los Mariscadores De Caracolas de Derek Walcott Dado que la peluda ortiga, la bifurcada mandrgora y la maligna seta, la baba de sapo o el afilado y espinoso erizo son, por su naturaleza, venenosos, no deberamos dudar de lo que murmuran haber visto con sus ojos de luna los mariscadores de caracolas. Quin es este prncipe? Qu yelmo lleva? Vemos volar alto a los rabihorcados carroeros, cada vez ms abundantes, vemos que nuestro aliento traza formas vacilantes, pero qu es lo que le perturba en los empapados acantilados, mientras mira las estrellas insomne como el mar? Qu embozados rumores atraviesan el reino, ocultndose de las linternas de los vigilantes nocturnos en las calles

mojadas? Abofeteados por nuestros inquisidores, los mariscadores de caracolas slo farfullan: Es como una concha soldada a la roca del mar, y no hay cuchillo que pueda desprenderla. Los sutiles torturadores fingen creerlo. El moderno sermn del prelado muestra que no hay mal, tan slo voluntad mal orientada, pero los ojos de los pescadores de caracolas son grises como ostras y la negra vela se desliza lentamente bajo su quilla musgosa. Es Abdn el usurpador, a cuyo corazn se adhiere el sapo. No hay nada bajo su yelmo salvo vuestro miedo. Ha bebido las cuencas sorbidas de sus propios ojos, y escamosas garras aferran la empuadura de su espada. Y reaparece una vez que habis hecho la seal de la cruz? S. El escorpin de mar acude a su silbido como un perro. Bajo su saliva cida los buitres despliegan sus paraguas, y el mar reluce como su cota de malla a travs de la niebla. Se aferra al cuello de este mundo y no hay forma de desprenderle. Cuando les damos caldo, y esto se prolonga durante noches, el ms joven mira el vapor hasta que se enfra. Si es Abdn el usurpador, qu usurpar? Se estremece. Ojal se le enfrenten plateadas legiones de serafines. Les explicamos que es la luz de la luna amotinada sobre las olas, el espejismo de los pescadores, que tan slo estn enloquecidos por la sal en los cortes de las palmas de sus manos, pero todos creen que es Abdn, que lo que se yergue en el empapado rompeolas, haciendo temblar sus alas nervudas como un perro mojado, erecto como una pastinaca, es una manta, no el demonio; pero el ms joven repite con voz inhumana por la afona, como el cansino retirarse de las olas sobre la roca ulcerada por las caracolas: Si no es l, por qu entonces desgarran la luna las nubes de negro manto y ahogan su redondo grito como el de una loca? Ojos salvajes como caracolas sobre la cuchara alzada. Poema Maana, Maana de Derek Walcott Recuerdo las ciudades que nunca he visto exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado con sus minaretes de toffee retorcido. Pars. Pronto los impresionistas obtendrn sol de las sombras. Oh! y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscndose. Haber amado un horizonte es insularidad; ciega la visin, limita la experiencia.

El espritu es voluntarioso, pero la mente es sucia. La carne se consume a s misma bajo sbanas espolvoreadas de migas, ampliando el Weltanschauung con revistas. Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qu inquietante resulta encontrarse junto al propio equipaje en un escaln fro cuando el alba tie de rosa los ladrillos, y antes de tener ocasin de lamentarlo, llega el taxi haciendo sonar una vez la bocina, deslizndose hasta la acera como un coche fnebre?y subimos. Poema Me Detengo A Or Un Estrepitoso Triunfo De Cigarras de Derek Walcott Me detengo a or un estrepitoso triunfo de cigarras ajustando el tono de la vida, pero vivir a su tono de alegra es insoportable. Que apaguen ese sonido. Despus de la inmersin del silencio, el ojo se acostumbra a las formas de los muebles, y la mente a la oscuridad. Las cigarras son frenticas como los pies de mi madre, pisando las agujas de la lluvia que se aproxima. Das espesos como hojas entonces, prximos los unos a los otros como horas y un olor quemado por el sol se alz de la carretera lloviznada. Punteo sus lneas a las mas ahora con la misma mquina. Qu trabajo ante nosotros, qu luz solar para generaciones!La luz corteza de limn en Vermeer, saber que esperar all por otros, la hoja de eucalipto rota, an oliendo fuertemente a trementina, el follaje del rbol del pan, de contorno oxidado como en van Ruysdael. La sangre holandesa que hay en m se dibuja con detalle. Una vez quise limpiar una gota de agua de un bodegn flamenco en un libro de estampas, creyendo que era real. Reflejaba el mundo en su cristal, temblando con el peso. Qu alegra en esa gota de sudor, sabiendo que otros perseverarn! Que escriban: A los cincuenta invirti las estaciones, la carretera de su sangre cant con las cigarras parlantes, como cuando emprend el camino para pintar en mi decimoctavo ao. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Nunca He Pretendido Que El Verano Fuese El Paraso de Derek Walcott Nunca he pretendido que el verano fuese el paraso, o que esas vrgenes fueran virginales; en sus bandejas de madera estn los frutos de mi conocimiento, radiante de morbo, y te ofrecen esto, en sus ojos de almendras marinas maduras, los pechos de arcilla brillando como lingotes en un horno. No, lo que he chapado en mbar no es un ideal, tal como Puvis de Chavannes lo deseaba, sino algo corrupto-

la mancha en la vulva de la azucena amarillenta, los falos del llantn, el volcn que irrita como un chancro, el humo de la lava que trepa con su siseo hacia la diosa sibilante. He horneado el oro de sus cuerpos en esa aleacin; decidle a los evangelistas que el paraso huele a sulfuro, que he sentido las cuentas del rosario en mi erupcin sangunea mientras mi pincel les daba en la espalda, la cerviz de un jesuita secularizado llevndole el rosario. Coloqu una mascarilla mortuoria azul en mi Libro de Horas para que aquellos que suean con un paraso terrenal puedan leerlo en tanto que hombres. Mis frescos en arpillera a la diosa Maya. Los mangos enrojecen como carbones en un hoyo para asados, paciente como las palmeras del Atlas, la papaya. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Puedo Sentirla Viniendo De Lejos de Derek Walcott Puedo sentirla viniendo de lejos, tambin, Mam, la marea desde el da ha pasado su vez, pero an noto que como una gaviota blanca relampaguea sobre el mar, su lado inferior atrapa el verde, y yo prometo usarlo despus. La imaginacin ya no se aleja con el horizonte, mas no hace sino volver. En el borde del agua devuelve cosas limpias y fregadas que el mar, a modo de basura, ha blanqueado, casto. Escenas dispares. Las casas de los esclavos, azul y rosa, en las Vrgenes bajo los vientos alisios. Mi nombre atrapado en la almendra de la garganta de la abuela. Un patio, un viejo bronceado con bigote como el de un general, un chico dibujando hojas de aceite de castor con mucho detalle, esperando ser otro Alberto Durero. Los he mimado ms que a la coherencia mientras la misma marea para los dos, Mam, se aproxima las hojas de parra poniendo medallas a una vieja cerca de alambre y, en el patio pecoso de sombras, un anciano como un coronel bajo las verdes balas de can de la calabaza. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Si Estuviese Aqu, En Este Cuarto Blanco, En Este Hotel de Derek Walcott Si estuviese aqu, en este cuarto blanco, en este hotel, cuyas bisagras pennanecen calientes, incluso bajo el viento marino, te repanchigaras, dejado inconsciente por la hora de siesta; no podra levantarte la campana de la resurreccin

ni el gong del mar con su retintn plateado, seguiras echado. Si te tocaran slo cambiaras esa posicin por la de un corredor en el maratn del sonmbulo. Y te dejara dormir. Las cosas se desploman gradualmente cuando el despertador, con su batuta de director, empieza a la una: las reses doblan las rodillas en los pastos tranquilos, slo el rabo de la yegua se menea, dndole con el plumero alas moscas, melones borrachos caen rodando a las cunetas, y los mosquitos siguen volando en espiral a su paraso. Ahora el primer jardinero, bajo el rbol de la sabidura, olvida que es Adn. En el aire acostillado cada parche de sombra se dilata como un oasis por la fatigada mariposa, una laguna verde para fondear. Playa blanca abajo, calmada como una frente que ha sentido el viento, un estatismo sacramental te traera el sueo, que es la corona del verano, el sueo que divide sin rencor a sus amantes, el sudor sin pecado, el horno sin fuego, el sosiego sin el auto, el agonizante sin miedo, mientras la tarde retira esas barras de la ventana que rayaron tu sueo como el de un gatito, o el de un prisionero. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Silabario Escolar de Derek Walcott No tena dnde registrar el avance de mi trabajo salvo el horizonte, ningn lenguaje salvo los bajos en mi largo paseo hasta casa, por lo que extraje toda la ayuda que mi mano derecha pudiera aprovechar de las algas cubiertas de arena de lejanas literaturas. El rabihorcado era mi fnix, yo estaba embriagado de yodo, una gota de la prpura del sol tea de vino el tejido de la espuma; mientras araba blancos campos de olas con mis canillas de muchacho, me tambaleaba al deslizarse el banco de arena bajo mis pies, entonces encontr mi ms profundo deseo en las oscilantes palabras del mar, y el esqueltico pez que era aquel muchacho tom cuerpo en m; pero vi como el broncneo

atardecer de las palmeras imperiales curvaba sus frondas convirtindolas en preguntas sobre los exmenes de latn. Yo odiaba los signos de escansin. Aquellos trazos a travs de las lneas llovan sobre el horizonte y ensombrecan la asignatura. Eran como las matemticas que convertan el deleite en designio, clasificando los palillos lanzados al aire de las estrellas en seno y coseno. Enfurecido, haca rebotar una piedra sobre la pgina del mar; segua barriendo su propia slaba: troqueo, anapesto, dctilo. Miles, un soldado de infantera. Fossa, una trinchera o tumba. Mi mano sopesa una ltima bomba de arena para lanzarla hacia la playa que se desvanece lentamente. No obtuve matrcula en matemticas; aprob; despus, ense el latn bsico del amor: Amo, amas, amat. Vestido con una chaqueta de tweed y corbata, maestro en mi escuela, vi como las viejas palabras se secaban como algas en la pgina. Meditaba desde el acogedor puerto de mi mesa, las cabezas de los muchachos se hundan suavemente en el papel, como delfines. La disciplina que predicaba me converta en un hipcrita; sus esbeltos cuerpos negros, varados en la playa, moriran en el dialecto; Haca girar el meridiano del globo, mostraba sus sellados hemisferios, pero a dnde podan dirigirse aquellos entrecejos si ninguno de los dos mundos era suyo? El silencio tapon mis odos

con algodn, el ruido de una nube; escal blancas arenas apiladas intentando encontrar mi voz, y recuerdo: fue un sbado casi a medioda, en Vigie, cuando mi corazn, al volver la esquina de Half-Moon Battery, se detuvo a mirar cmo el sol de medioda funda en bronce el tronco de un gomero sobre un mar sin estaciones, mientras la ocre Isla de la Rata roa el encaje del mar, un rabihorcado lleg volando a travs del entramado de un rbol para izar su emblema en los cirros, con su nombre, fruto del sentido comn de los pescadores: tijera de mar, Fregata magnificens, ciseau-la-mer, en patois, por su vuelo, que corta las nubes; y esa metfora indgena formada por el batir de los remos, con un golpe de ala por escansin, esa V que se abra lentamente se fundi con mi horizonte mientras volaba sin cesar ms all de las columnas, mordisqueadas por las ovejas, de rboles de mrmol cados, o de los pilares sin techo que fueron en tiempos sagrados para Hrcules. Poema Un Pensamiento Que Tiembla de Derek Walcott Un pensamiento que tiembla, no mayor que un reyezuelo herido, se hincha al pulso de mi alma redondeada, punza mientras su araazo seala semejante a un montn de porquera, alas ovales sonando montonamente como un corazn apanelado. Me das pena, reyezuelo; ms de la que t das al gusano He visto ese pico sin piedad golpeando suave al gusano como una aguja de calcetar a la lana, el temblor que das tragando ese flcido fideo, su meneo de consumacin semejante al de una semilla tragada por la raja de una tumba, despus tu guio de rectitud ante la religin de un reyezuelo; pero si murieses en mi mano, ese pico sera la aguja en la que el mundo negro sigui girando en silencio, tu msica tan medida en surcos como lo era la de mi pluma. Sigue picando en esta vena y vers lo que pasa: las madejas rojas se partirn en dos como lo hace la calceta.

Se acanala en mi palma, como el latido, baqueteando para irse, como si compartiera el conocimiento de un reyezuelo en otra parte, ms all del mundo anillado en su ojo, estacin y zona, en el iris radial, la mirada fija, apuntada, apuntando. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Una Vez Les Di A Mis Hijas de Derek Walcott Una vez les di a mis hijas, por separado, dos caracolas extradas del arrecife, o vendidas en la playa, no me acuerdo. Las usan como topes de puerta o reposalibros, pero sus paladares, hmedos y rosados, son el canto insonoro de ngeles. Una vez escrib un poema llamado El Cementerio Amarillo cuando tena diecinueve. La edad de Lizzie. Tengo cincuenta y tres. Esos poemas que he alzado no se vinculan a traduccin alguna como si fueran hitos musgosos; cada uno baja como una piedra al fondo del mar, asentndose, pero djalos yacer, con suerte, donde las piedras estn profundas, en la memoria marina. Djalos estar, en agua, como mi padre, que haca acuarelas se adentraba en su trabajo. Lleg a ser una de sus sombras, dubitante y difcil de ver bajo la luz solar del verano. Se llamaba Warwick Walcott. A veces creo que su padre, por amor o bendicin amarga lo llam as en honor de Warwickshire. Las ironas se mueven. Ahora, cuando reescribo un verso, o esbozo en el papel que se seca rpido las frondas de cocos que l hizo tan tenuemente, las manos de mi hija se mueven en las mas. Las caracolas se mueven por el fondo marino. Acostumbraba a mudar la tumba de mi padre de las ennegrecidas lpidas anglicanas en Castries adonde pudiera amar a los dos a la vezel mar y su ausencia. La juventud es ms fuerte que la ficcin. Versin de Vicente Araguas Huerga y Fierro Editores Poema Valle Roseau de Derek Walcott (Para George Odlum) Una palada de mirlos sali disparada desde el borde de la carretera y la memoria trin retrocediendo ms all de la estremecida apisonadora que asfaltaba el camino este amanecer a travs de Roseau hasta la fbrica de azcar, que rugi al detenerse, y del eco cada vez ms amplio

de la caa, cuando solan cultivarla en este dulce valle; entonces, desde las flechas de las caas, salieron disparados los mirlos, andanada tras andanada de aclitos, convirtiendo todos los das en domingo tras la huelga. Ahora no hay luz en la fbrica abandonada. Las vagonetas se oxidan sobre vas muertas. Se empez a cultivar el pltano y el paraso de un muchacho cay segado en gavillas de aleluyas. Entre angostas trochas la hierba se espesa. Un cruce esperar en vano el paso de las viejas estrofas de hierro con su fragante carga. El techo galvanizado y descolorido de la fbrica cede. Las planchas combaten las palanquetas del viento que arrancan sus ltimos clavos, pero la capilla de Jacmel, cuyas oraciones encadenan delicadamente las muecas unidas de los trabajadores (sus hombros an doblados como la susurrante caa, sea cual sea la cosecha), sigue siendo tan vieja como el valle, y la letana fluye con el acento de melaza de los sacerdotes locales, no los de Bretaa o Alsacia-Lorena. El incienso sigue el mismo camino que el humo de carbn vegetal sobre una colina que conecta Roseau con el paraso, pero la fbrica perdi el aliento. Cun verde y dulce la conserv junto a mi envejecida alma! Resplandece aunque un fornido viento la ha barrido con su impalpable guadaa, pero a dnde condujeron mis lneas? No aportaron consuelo como los sacerdotes franceses o el Himno de los Trabajadores, que disociaba el paraso de un incremento salarial, ese lenguaje ofreca un amor que slo unos pocos podan leer, a cambio de unas monedas de cobre, slo aquellos labradores que compartan los beneficios de la comunin o del sindicato. De qu sirvieron a esa amable gente del valle

mis loas a su serena luz verde? Sobre las chimeneas y las chabolas se cerr y oscureci el puo de una nube gesticulando ante los relmpagos de crepitantes, amplificados discursos que dieron paso a un rugido de lluvia procedente de las acequias de riego, y la inundacin convocadora de camisas se embals con toda su fuerza en torno a las puertas de la fbrica, desvindose despus desconcertada, sin saber qu camino seguir. Todos los espantapjaros surgidos de la cuneta con un grito crucificado haban de alarmar a la sirena de la fbrica o al ojo del campanario, hasta que, como las desarrapadas caas una vez quemada la cosecha, sus calcinados tallos fueron aplastados de nuevo por la Iglesia y el Gobierno, pero un lunes marcharon ocupando toda la carretera, con gavillas en el puo, mientras las motocicletas de la polica ronroneaban junto a ellos en direccin a la sede del gobierno, y el ro moreno fluy colina arriba, su gritero serpente en torno al Morne, abandonando a su suerte a la vieja fbrica de azcar para que se ocupara de la caa ella sola. Mi mano comparta la inquietud de los trabajadores, pero cules eran sus poderes ante esos andrajosos peones que pasaban las hojas de mi Libro de las Horas? Los demonios ensean los dientes en una bandera y el humo se eleva en espirales sobre un turiferario, el aliento del dragn del opio hace un Lenin de Lucifer. La sombra de guadaa de una bandera segadora recorre los campos de cereales, la caa parti con la flecha del mirlo, y, junto con su cosecha, qu desapareci? Mi fantasa que en tiempos la convirti en trigo oriental e inmortal o el peso de la indiferencia? Pero era realmente un reino diferente el mo? Las mitras y los peones pueden desplazar

las sombras de un cambio de rgimen sobre las casillas de los campos, pero mi regalo, que no puede recompensar suficientemente a esta isla, que no aport una comunin de las lenguas, cuya mano izquierda nunca apret las gavillas en unin, sigue exudando la resina que gotea de la clida axila de una colina, mientras mi eleccin del camino va emergiendo de los anfiteatros del mar para inhalar un vigorizante horizonte por encima de los campanarios o las chimeneas donde el latido de la apisonadora muere en el aire indivisible, azul. Derek Walcott, 6 poemas scar Pal Castro Montes FACULTAD DE FILOSOFA Y LETRAS, UNIVERSIDAD AUTNOMA DE SINALOA Publicados en Derek Walcott, Collected poems 1948-1984, The Noonday Press, Nueva York, 1994

Volcn Joyce le tema a los relmpagos, pero los leones rugieron durante su sepelio desde el zoolgico de Zurich. Era Zurich o Trieste? No importa. stas son leyendas, en tanto sea leyenda la muerte de Joyce, o el fuerte rumor de que Conrad ha muerto, y que Victoria es irnica. Al borde del nocturno horizonte desde esta casa de playa en el acantilado, pueden mirarse ahora, hasta el amanecer, dos resplandores que llegan millas mar adentro desde las plataformas petroleras; se asemejan al resplandor de un puro o al resplandor del volcn al final de Victoria. Uno podra abandonar la escritura por las seales lentamente ardiendo de lo grandioso, y ser, en cambio,

su ideal lector, reflexivo, voraz, haciendo que el amor por las obras maestras sea superior al intento de repetirlas o superarlas, castro-oscarpaul01.jpgy convertirse en el mejor lector del mundo. Por lo menos esto requiere asombro, algo que se ha perdido en nuestro tiempo; demasiada gente que lo ha visto todo, demasiada gente capaz de predecir, demasiados que se niegan a penetrar el silencio de la victoria, la indolencia que consume hasta la mdula, demasiados que no son otra cosa que ceniza erguida, como el cigarro, demasiados que dan por sentado el relmpago. Qu tan comn es el relmpago, qu tan perdidos estn los leviatanes que dejamos de buscar! Haba gigantes en aquellos das. En aquellos das se hacan buenos puros. Debo leer con ms cuidado.

XI Mi doble, cansado de la maana, cierra la puerta del bao del motel; entonces, limpiando el espejo empaado, se niega a reconocerme mientras nos miramos fijamente. Con el ms suave carraspeo, dilata mi garganta con el propsito de despejarla, su cuidado es desapasionado semejante a un barbero dando la extremauncin, mientras enjabona un cadver. El antiguo ritual podra haber sido igual de desolador si los diminutos mechones enroscados en el lavabo no fueran cabellos sino minsculos serafines. Recorta nuestro bigote con unas tijeras tintineantes, y entonces se detiene, reflexionando, en mitad del aire. Ciertas tristezas no son inmensas, sino fatales: como la sensacin de pecado al rasurarse. Y de armarios vacos donde resplandecan sus vestidos. Pero por qu, abriendo la llave del agua el vrtice girando con pedacitos de cabellos, pueden inducir a que las manos de algunos hombres hagan a un lado cautelosamente sus navajas de afeitar, y a tener en las venas la sensacin de suciedad flotando ro abajo ms all de las desoladoras industrias del sexo, es una pregunta que los cisnes pueden formular alzando sus blancos cuellos, a la que el gallo responde rpido, pisando a sus gallinas.

Prctica de piano Para Mark Strand Abril, otra quincena, abril metropolitano. Una llovizna humedece la entrada del museo, como sus ojos al dejarte, falible primavera! El sol va secando la fachada de piedra pmez de la avenida delicadamente, semejante a una muchacha que recorre con un pauelo su mejilla; el asfalto brilla como un sombrero de seda, las fuentes trotan como percherones alrededor del Museo Metropolitano, clip, clop, clip, clop en el Manhattan de la Belle Epoque, los canales separan sus labios para recibir la lluvia de primavera, por nebulosas avenidas semejantes a clichs impresionistas, con sus cornisas de grgolas, sus flores de concreto en los frontones resquebrajados, sus estaciones del metro con mosaicos bizantinos; el alma estornuda y uno trata de asimilar el collage de un siglo que termina, el dramatismo epistolar, el antiguo dolor Laforgueano. Plazas desiertas arrasadas por rfagas de remordimientos, calles empedradas relucientes por la lluvia donde un carruaje encortinado trotaba alrededor de un rincn de Europa por vez ltima, mientras los canales se replegaban como concertinas. En este instante la fiebre enrojece las zonas de conflicto del planeta, la lluvia salpica las blancas sillas de hierro en los jardines. Hoy es jueves, Vallejo est muriendo, sin embargo ven, muchacha, toma tu impermeable, vamos a buscar la vida en algn caf detrs de ventanas llorosas de lluvia, quizs el fin de sicle no ha terminado realmente, acaso en algn lugar hay un piano donde an resuena, mientras las bombillas van encendindose a travs del corazn de la tarde en la estacin de los tulipanes y del plido asesino. Invoqu a la Musa, ella excus que le dola la cabeza, pero tal vez slo senta pena de ser vista con alguien que pertenece a un clima intransferible; entonces dej atrs las flores en piedra, los frontones silvestres, solo. No fui yo quien dispar al archiduque, me absuelvo de todos los crmenes de este tipo, murmura el obsceno graffiti del metro; yo no podra ofrecerle a ella nada salvo la predecible

plida paoleta de vulgar seda del crepsculo. Bien, adis entonces, lamento nunca haber ido a la gran ciudad que le dio fiebre a Vallejo. Tal vez el Sena opaque al Ro Este, tal vez, pero cerca del Metropolitano un tenor de acero ensaya de manera sorprendente algo de la antigua Viena, las escalas deslizndose como pececillos a travs del mar.

castro-oscarpaul02.jpgConcluyendo Vivo en el agua, solo. Sin esposa y sin hijos. He recorrido todas las posibilidades hasta llegar a esto: una humilde casa junto al agua gris, las ventanas siempre abiertas hacia el fatigado mar. Uno no elige tales cosas, pero somos al fin lo que hemos hecho. Sufrimos, los aos pasan, aligeramos nuestra carga pero no nuestra necesidad de obstculos. El amor es una piedra que se asent en el lecho marino bajo el agua gris. Ahora no necesito nada de la poesa, salvo el sentimiento puro, no la pena, ni la fama, ni el alivio. Silenciosa esposa, podemos permanecer sentados contemplando el agua gris, y en una vida inundada de mediocridad y basura vivir como las rocas. Deber olvidar cmo sentir, desaprender mi talento. Eso es ms grande y difcil que lo que all pasa por vida.

castro-oscarpaul03.jpgMapa del nuevo mundo I ARCHIPILAGOS

Al final de esta oracin comenzar la lluvia. Al filo de la lluvia partir un navo. El navo perder de vista las islas poco a poco; se tornar bruma la certeza de los puertos en una raza entera. La guerra de diez aos ha terminado. El cabello de Helena es una nube gris. Troya, un blanco foso de ceniza al lado del mar que salpica. La llovizna se tensa como las cuerdas de un arpa. Un hombre de nublados ojos recibe la lluvia y entona el primer verso de la Odisea.

Finales Las cosas no explotan, se debilitan, se desvanecen, como la luz del sol se desvanece de la carne, como la espuma se absorbe rpidamente en la arena, incluso el relmpago deslumbrante del amor carece de un final estruendoso, muere con un sonido de flores marchitndose como la carne con la piedra pmez hmeda, todo trabaja para esto hasta que nada nos queda salvo el silencio que rodea la cabeza de Beethoven. Garcetas blancas Qu elegantes, con picos naranjas, las garcetas blancas, cada una como un aguamanil de airado paso, los gruesos olivos, cedros que consuelan el rugir de un arroyo torrencial en el tiempo de las lluvias; en esa paz, ms all de penas y anhelos, la que acaso un da pueda alcanzar, cuyas palmeras se encorvan como un palanqun al sol con sombras tigresas a sus pies. All estarn, despus de que a mi sombra la releguen

a un denso matorral verde de olvido, cargada de pecados, al salir y ponerse cien soles en el valle de Santa Cruz, cuando en vano am" 38 En la orilla de la mente se acumulan las algas, en la maraa de coronas, guirnaldas de flores; el tumulto Atlntico de Cas-en-Bas sube y baja, hondo suspiro, fleta el claro oleaje cual charca de nenfares con densos rizomas y los huecos que se abren a olas que embisten sin fin, crestas de espuma cual jinetes de frica; llegas a una costa blanca aun ms honda que la marea; si el alma descansa, Dakar es su siguiente playa. En la arboleda, a lomos de caballos que relinchan, los turistas, tu nieta; aquellos campos de algas ya alcanzan hasta Guinea. Gavias baten las alas cual veleros cruzando aguas separadoras, tintn de huesos y conchas. Cunta carga, qu masa de tiempo aguantas, nia amazona, cunta ignorancia en las guirnaldas! No expa esta imagen los siglos: caballo, nia fulgente, arena y algas! Maana, maana Recuerdo las ciudades que nunca he visto exactamente. Venecia con sus venas de plata, Leningrado con sus minaretes de toffee retorcido. Pars. Pronto los impresionistas obtendrn sol de las sombras. Oh! y las callejas de Hyderabad como una cobra desenroscndose. Haber amado un horizonte es insularidad; ciega la visin, limita la experiencia. El espritu es voluntarioso, pero la mente es sucia. La carne se consume a s misma bajo sbanas espolvoreadas de migas, ampliando el Weltanschauung con revistas. Hay un mundo al otro lado de la puerta, pero qu inquietante resulta encontrarse junto al propio equipaje en un escaln fro cuando el alba tie de rosa los ladrillos, y antes de tener ocasin de lamentarlo, llega el taxi haciendo sonar una vez la bocina, deslizndose hasta la acera como un coche fnebrey subimos. Las gaviotas discuten con el roco de las olas... Las gaviotas discuten con el roco de las olas, mientras los

rabihorcados hacen crculos durante horas, en un batir de alas, alrededor del arrecife donde un pontn se oxida. Un ao ha finalizado sus tormentas, y los hombres llenos de miedo han escudado las vidas como faroles de sus ventoleras, o cado juntos en hogueras. Pero ahora se abren espacios azules como hendiduras en el humo, los pjaros se pliegan en grietas de rocas cuya arena ha sido rastrillada de huellas. La mar, que se precia de que ningn hombre la marque, an ofrece tales lugares para la pluma egosta, y la isla de coral del cerebro tiene lugares donde la repblica del plipo fue construida para nosotros -cuevas hipnotizadas que se agitan con la luz de la ola, jaras que blanquean con indiferencia creciente madera flotante o barcos que se fueron a pique. Tras un ao podras llamar guerra a la conmocin de los bancos de arena caoneados por las olas, y los robos a pico armado que las gaviotas practican entre s porque todo es en honor del dios gaviota. Pero hay islotes donde nuestra sombra es annima, con pececillos cuya similitud se nos escapa mientras la cadena del ancla matraquea desde la proa. III (Midsummer) En el Hotel Queen's Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa se desva de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana. Cada palabra que he escrito equivoc el sentido. No puedo relacionar estas lneas con las lneas en mi rostro. El nio que muri en m ha dejado su huella sobre las enmaraadas sbanas, y fue su pequea voz la que susurr desde la garganta gutural del lavatorio. Afuera, sobre el balcn, recuerdo cmo era la maana Era cual ngulo de granito en la "Resurreccin" de Piero della Francesca, el pie adormilado y fro picando como las pequeas palmeras cerca del Hilton. En la hmeda Savanah, guiados suavemente por sus lacayos, bufando, ejercitan corceles de tobillos graciosos tan graciosos como el humo marrn de las panaderas. El sudor oscurece sus flancos, y el roco ha escarchado la piel de los enormes taxis americanos detenidos durante la noche en la calle. En oscuras callejuelas de pavimento, iluminadas por un rayo de sol el rostro hermtico de las chozas se conmueve con esa frase de Traherne: "El maz era naciente y el trigo inmortal", y los caaverales de Caroni. Con todo el verano por delante

una brisa camina hacia los muelles, y el mar comienza.

VII (Midsummer) Nuestras casas estn a un paso de la alcantarilla. Cortinas de plstico o vulgares reproducciones ocultan lo sombro tras las ventanas la mquina de coser a pedales, las fotos, la rosa de papel sobre su pao. El sendero de entrada est indicado por tarros rojos. La altura de un hombre al pasar es idntica a la de sus puertas y las puertas mismas, usualmente no ms anchas que atades, han tallado a veces medias lunas en sus grecas. Los montes carecen de ecos. No el eco de las ruinas. Los sitios eriazos cabecean con sus palanquines de verde. Cualquier fisura en la vereda fue labrada por la falla original del primer mapa del mundo, sus fronteras y poderes. Cerca de un montn de arena roja, de la siembra, de la gravilla abandonada cerca de un lote quemado, una selva fresca exhibe sus verdes y salvajes orejas elefantinas de ame y dasheen. Si quisieras, al otro lado del pequeo muro, es posible recapturar una infancia cuyas enredaderas inmovilizarn tus pies. Ese es el destino de todo vagabundo, as su marca, que mientras ms vagabundea, ms ancho se le hace el mundo. Por eso, no importa cuan lejos hayas viajado, tus pasos hacen ms hoyos y la maraa se multiplica o por qu pensaras tan repentinamente en Toms Venclova y por qu ha de importarme a m lo que fuera que le hicieran a Heberto cuando los exiliados deben dibujar sus propios mapas, cuando este asfalto te lleva lejos de la accin, ms all de los setos de flores no alineadas?

XI (Midsummer) Cansado de la maana, mi doble cierra la puerta del bao del motel; luego, mientras limpia el espejo empaado, se niega a aceptar que yo lo miro fijamente. Con el ms suave gruido, estira mi cuello, cuidando de dejarlo limpio, su atencin desapasionada semejante a un barbero que jabona un cadver - la extrema uncin. El antiguo ritual hubiese sido as de sombro si los minsculos mechones ensortijados ah en el lavatorio hubiesen sido, no vellos, sino pequeos serafines. El poda nuestro bigote con pequeos cortes de tijera, luego se detiene, y medita como en el aire. Algunos dolores no son inmensos, ms son fatales, algo as como la sensacin de

pecado al afeitarse. Y los roperos vacos donde alguna vez brill su ropa. Pero dganme, por qu el tirar una cadena, con su vorgine en la que giran trocitos de pelo, puede hacer que algunos hombres aparten sus rasuradoras silenciosamente y sientan sus venas cual inmundicia que flota ro abajo despus del doloroso trabajo del sexo, es, una pregunta que pueden plantear los cisnes con sus cuellos blancos, y que el gallo puede contestar sin demora, pisando a sus gallinas.

XIII (Midsummer) Hoy respeto la estructura, la anttesis del ingenio. La sobre trabajada inmundicia de mis pinturas, mis lneas deficientes! Ms cuando el aire est vaco, no dejo de escuchar la conversacin de los actores el eco de aquello que es ordinario y sabio a la vez. Los espectros se multiplican con el tiempo, la cabeza abarrotada rebasa de personajes inquietos, los odos estn firmemente clausurados; detrs, escucho el murmullo y el alboroto de los actores el escenario iluminado est vaco, el estudio a punto, y yo no puedo encontrar la llave para dejarlos salir. Oh Cristo, cunto demora mi oficio! A veces, es posible ver el destello, cual sbito alborozo de relmpagos poniendo a la tierra en su lugar; la piel del asfalto huele a infancia fresca en la lluvia que se evapora. Entonces creo que an es posible la alegra de la verdad, y el poeta joven que se yergue en el espejo sonre con aprobacin. Se ve hermoso desde este lugar. Y espero ser lo que l vio, una ruina perdurable.

XLI (Midsummer) Los campos mantienen su distancia - castaas marrones y humo gris enroscadas como alambre de pa. An es posible lucrar con la culpa. Palomas color castao marchan a paso de ganso, las ardillas apilan bellotas como si fueran pequeos zapatos, y el musgo, cual humo silencioso, acalla los cuerpos descascarados tal como lo hacen las brasas solitarias. En pozas cristalinas atradas por

seuelo unas truchas gordas burbujean en umlaut*. Hace cuarenta aos, durante mi infancia islea, pensaba que el don de la poesa me converta en un elegido, que toda experiencia era lea para el fuego de la Musa. Ahora la veo en otoo sentada sobre ese banco de pino, su color nuez marrn ideal, con trenzas de oro y lederhozen*, las gotas de sangre de unas amapolas bordadas sobre su blanco cors, el espritu del otoo para cada Hans y Fritz cuyas miradas escudriaban el rastrojo de los campos en el preciso momento en que el grito ahumado de los cuervos era casi humano. Apoyaron su causa en el pelillo de su corona y en su harina de maz, aventadores de hollejos para quienes las swastikas brillan en cosechas esquelticas. Mas, si hubiese sabido yo entonces que la vegetacin de mi isla era objeto de tortura y su arena la ceniza de campos lejanos, hubiese roto yo mi lapicera de saber que las pastorales de este siglo estaban siendo escritas por las chimeneas de Dachau, de Auschwitz, de Sachsenhausen? *en el alemn original. *en el alemn original.

NEGACIONES Un recorte de diario, la invasin a Biafra: negros cadveres envueltos en luz solar tendidos en el brillo blanco que entra en cmo-es-que-se-llama la ciudad principal? Alguien que es blanco ilumina las noticias detrs de la noticia, quizs, sus ojos brillan de lstima: "Los Ibos, sabe Ud., son como los judos, bastante similar a la situacin en la Alemania de Hitler, me refiero al resentimiento de los Hausas". Yo trato de entender. Nunca te conoc. Cristopher Okigbo, slo logr verte cuando un actor grit "Las Tribus! Las Tribus!" Columbro esos rostros ardientes, e incendiados de los Ibos, esos tartamudeantes prisioneros de ojos saltones a merced de un consejo de guerra celebrado en el campo de batalla. Las sombras con cascos de soldados podran haber sido blancas y tuyo uno de esos cuerpos acariciados por el sol sobre el camino blanco

entrando en escena ... las tribus, las tribus, su vergenza Cristo!, esa ciudad principal, cul ser su nombre?

DESENLACE Yo vivo solo al borde del agua. Sin esposa ni hijos. He girado en tomo a muchas posibilidades para llegar a lo siguiente: una pequea casa a la orilla de un agua gris, con las ventanas siempre abiertas hacia el mar aejo. No elegimos estas cosas. ms somos lo que hemos hecho. Sufrimos, los aos pasan, dejamos caer el peso pero no nuestra necesidad de cargar con algo. El amor es una piedra que se asent en el fondo del mar bajo el agua gris. Ahora, ya no le pido nada a la poesa sino buenos sentimientos, ni misericordia, ni fama, ni curacin. Mujer silenciosa, podemos sentarnos a mirar las aguas grises, y en una vida inundada por la mediocridad y la basura vivir al modo de las rocas. Voy a olvidar la sensibilidad, olvidar mi talento. Eso ser ms grande y ms difcil que lo que pasa por ser la vida CAAVERAL MARINO La mitad de mis amigos ha muerto. Te har unos nuevos, dijo la tierra. No, grit. Devulvemelos tal como eran, con sus fallas y todo. Esta noche puedo arrebatar su conversacin a la plida resaca montona entre los caaverales, pero no puedo caminar sobre las hojas marinas iluminadas por la luna solo, por ese camino albo o flotar en el estado de sueo

en que las lechuzas abandonan la carga del mundo. Oh tierra, el nmero de amigos que t guardas excede en mucho al de aquellos que quedan por amar. Los caaverales marinos al borde del acantilado despiden un fulgor verde y plata; eran ellos las lanzas serficas de mi fe, pero de aquello que se ha perdido nace algo an ms fuerte que posee el brillo racional de la piedra, que resiste el claro de luna, ms all de la desesperacin, tan fuerte como el viento, que nos apersona a aquellos que amamos por entre los caaverales divisores, tal como eran, con fallas y todo, no perfectos, simplemente as. SARGAZOS Esa vela que descansa en la luz, hastiada de las islas, una goleta que surca el Caribe en direccin al hogar, podra ser Odiseo, camino a casa en el Mar griego; aquel ansia de padre y esposo bajo las arrugadas uvas agrias, es como aqul adultero que escucha el nombre de Nusica en el grito de cada gaviota. Esto no tranquiliza a nadie. La vieja batalla entre la obsesin y la responsabilidad no terminar nunca y ha sido la misma tanto para el navegante como para el que se retuerce all en la orilla sobre sus sandalias al encaminar sus pasos hacia el hogar, desde que Troya suspir su ltima llama, y la roca del gigante ciego sac la batea de cuyo pozo surgen los grandes hexmetros que terminan en marejadas exhaustas. Los clsicos pueden consolar. Ms no lo suficiente. VOLCAN Joyce tema al trueno, mas durante su funeral los leones del zoolgico de Zurich rugieron Fue en Zurich o en Trieste? No importa. Son leyendas, as como

es leyenda la muerte de Joyce, o el rumor obsesivo de que Conrad ha muerto, y Victoria es irnica. Desde esta casa en el acantilado sobre la franja del horizonte nocturno es posible ver el resplandor de dos gras a lo lejos en el mar hasta la hora del amanecer; es como el resplandor del cigarro y el resplandor del volcn al final de Victoria. Uno podra abandonar la escritura por esas seas de los grandes que lentas se consumen, y ser en cambio, su lector ideal, meditativo y voraz, haciendo que el amor por las obras maestras sea superior al intento de repetirlas o mejorarlas, y ser as el mejor lector del mundo. Por lo menos eso necesita del asombro que se ha perdido en nuestro tiempo; tanta gente lo ha visto todo tanta gente es capaz de predecir tanta que se niega a aceptar el silencio de la victoria, el desinters que arde en la mdula, tantos no son ms que ceniza erguida cual cigarro, tantos dan al trueno por hecho. Cun comn es el relmpago, qu perdidos estn los leviatanes que ya ni siquiera buscamos! Haban gigantes en aquel entonces. En aquel entonces se liaban buenos cigarros. Debo leer con ms cuidado.

DEREK WALCOTT La musa de la historia La historia es la pesadilla de la que intento despertar. James Joyce I

El colonialismo es la experiencia comn al Nuevo Mundo, incluso para sus escritores patricios, cuya veneracin por el Viejo Mundo se lee como la idolatra del mestizo. Ellos tambin son vctimas de la tradicin, pero nos recuerdan nuestra deuda hacia los grandes muertos, segn la cual quienes rompen con una tradicin son los primeros en temblar ante ella.

De manera perversa fomentan su desprestigio, pero como su idea del pasado es la de un momento intemporal, si bien habitable, el Nuevo Mundo les debe ms que a aqullos que luchan con el pasado, pues su veneracin matiza una arrogancia que resulta ms dura que el rechazo violento. Estn convencidos de que la tradicin se perpeta cuando la atacamos frontalmente, que la literatura revolucionaria es un impulso filial y que la madurez constituye la asimilacin de los rasgos de todos nuestros ancestros. Cuando estos escritores astutamente se describen a s mismos como clasicistas y simulan indiferencia al cambio, lo hacen con una irona que es tan propia de la angustia del conquistado como la furia lo es del radical. Si en un momento nos parecen falsos aristcratas, se debe a que han ido ms all de la confrontacin de la historia, esa Medusa del Nuevo Mundo. Estos escritores rechazan la idea de la historia como tiempo para volver a su concepto original de mito, el llamado parcial de la raza. Para ellos la historia es ficcin y est sometida a una musa caprichosa, la memoria. Su filosofa, fundamentada en un desprecio por el tiempo histrico, es de carcter revolucionario, pues lo que recuerdan al Nuevo Mundo es su simultaneidad con el Viejo. Su visin del hombre es la de un ser elemental, habitado por presencias, y no una criatura encadenada a su pasado. Sin embargo, el mtodo mediante el cual se nos ensea el pasado el progreso desde el motivo al acontecimiento es el mismo que utilizamos para leer narrativa. Con el tiempo, todo acontecimiento se convierte en una carga ms para la memoria y est por lo tanto sujeto a la invencin. Cuanto ms se multiplican los hechos, ms se petrifica la historia en mito. As, mientras envejecemos como raza, nos vamos gradualmente percatando de que la historia est escrita, de que se trata de una suerte de literatura sin moralidad, que en sus registros el ego de la raza es indisoluble y que todo depende de si escribimos esta ficcin a travs de la memoria de la vctima o la del hroe. En el Nuevo Mundo el ser esclavo de la musa de la historia ha dado lugar a una literatura de la recriminacin y la desesperacin, una literatura de la venganza, escrita por los descendientes de los esclavos,

o una literatura del remordimiento, escrita por los descendientes de los amos. Dado que dicha literatura est al servicio de la verdad histrica, tiende a refugiarse, intimidada, en la polmica o a evaporarse en el pathos. La esttica verdaderamente robusta del Nuevo Mundo no explica ni perdona a la historia. Se niega a reconocerla como una fuerza creadora o culpable. Esta vergenza o temor reverente ante la historia se apodera de los poetas del Tercer Mundo, quienes ven en el lenguaje algo que los esclaviza, y quienes, en su furiosa sed de identidad, slo sienten respeto por la incoherencia o la nostalgia. II Los grandes poetas del Nuevo Mundo, desde Whitman hasta Neruda, rechazan esta idea de la historia. La visin que tienen del hombre en el Nuevo Mundo es adnica. En su exuberancia, estos poetas lo presentan como un ser an susceptible de inmenso asombro. Sin embargo, nuestro hombre ya ha saldado cuentas con Grecia y Roma, y camina en un mundo desprovisto de monumentos y de ruinas. Lo exhortan a resistir el temible imn de civilizaciones ms antiguas. Hasta en Borges, donde el genio se antoja sigiloso, a resguardo del cambio, el hombre celebra una exaltacin a un tiempo vulgar y abrupta: la vida de los llanos, a la que, mediante un estilo hiertico, se le otorga un arcasmo perentorio. La violencia se experimenta de manera simultnea con la historia. As, la muerte de un gaucho no slo repite sino que es la muerte de Csar. El hecho se diluye en mito. Aqu no se trata del hastiado cinismo que no ve nada nuevo bajo el sol: es una exaltacin que todo lo percibe como renovado. Al igual que Borges, el poeta Saint-John Perse tambin nos conduce desde la mitologa del pasado hasta el presente sin el ms mnimo reacomodo. Esta es la expresin ms profunda del espritu revolucionario: es un llamado al espritu a las armas. En Perse se despliega en toda su amplitud el elogio elemental a los vientos, los mares, las lluvias. La visin revolucionaria o cclica se encuentra tan profundamente enraizada como la sintaxis patricia. Lo que Perse glorifica no es la veneracin sino la perenne libertad: su hroe sigue siendo el vagabundo; el hombre que se mueve por entre las ruinas de grandes civilizaciones con todos sus bienes mundanos cargados sobre caravanas o mulas; el poeta que transporta en su cabeza culturas enteras, tal vez tocado por la amargura, pero l mismo desembarazado. Los suyos son poemas de solitarias o tumul-tuosas migraciones a travs de los elementos. En espritu son semejantes a los poemas de Neruda o Whitman, en tanto que tambin buscan espacios en los que la celebracin de la tierra sea algo ancestral. III Los poetas del Nuevo Mundo que ven el "estilo clsico" como estancamiento, deben asimismo verlo como degradacin histrica, y lo rechazan, pues encarna el lenguaje del amo. Esta forma de autotortura surge cuando el poeta interpreta la historia en trminos de lenguaje,

cuando limita su memoria al sufrimiento de la vctima. Su admirable deseo de honrar al degradado ancestro reduce su lenguaje a una punzada fontica, al quejido de dolor, a la maldicin de la venganza. El tono del pasado se convierte en un fardo insoportable, ya que para injuriar al amo o al hroe deben hacerlo en el idioma de ste, y esto supone un autoengao. La visin que tienen de Calibn es la de un pupilo enfurecido. Les es imposible separar la furia de Calibn de la belleza de su forma de hablar cuando los parlamentos de Calibn son equiparables en poder elemental a los de su tutor. El lenguaje del torturador ha sido dominado por la vctima. Lo cual consideran antes una forma de servidumbre que una victoria. Pero quin en el Nuevo Mundo no siente horror al pasado, ya sea descendiente del torturador o de la vctima? Composicin azul, Sergio Hernndez Quin, en lo ms recndito de la conciencia, no clama en silencio por el perdn o la venganza? El pulso de la historia del Nuevo Mundo es el desbocado latido del miedo, los extenuantes ciclos de la estupidez y la avaricia. Las lenguas que asoman por encima de nuestras oraciones expresan el dolor de razas enteras a la oscuridad de un dios maniqueo: Dominus illuminatio mea, pues lo que fue trado a este Nuevo Mundo bajo el aspecto de una luz divina, la luz de la hoja de la espada y la del dominus illuminatio mea, era la misma iridiscente serpiente trada por un Adn contaminante, el mismo torturado Cristo exhibido con cristiano agotamiento; pero lo que tambin transport el esclavo en sus entraas ensemilladas fue una nueva nada, una oscuridad que sirvi para hacer ms intensa la antigua fe. Con el tiempo el esclavo se rindi a la desmemoria. Y esta desmemoria es la verdadera historia del Nuevo Mundo. Es tambin nuestra herencia; pero tratar de entender por qu sucedieron las cosas as, condenarlas o justificarlas, pertenece tambin al mtodo de la historia, y las explicaciones se reducen siempre a lo mismo: "tal cosa sucedi por esto y esto otro", "esto es comprensible, pues...", y "en esos das los hombres eran as". Intercambiadas tales recriminaciones, el arrepentimiento del amo toma el lugar de la venganza del esclavo, y aqu la literatura colonial asume un tono fundamentalmente pietista, ya que puede tachar al arte verdaderamente grande de feudal y excusar a un arte pobre como digno fruto del sufrimiento. A los poetas radicales la poesa se les antoja una suerte de homenaje a la resignacin, un fatalismo esencial. Pero lo que atormenta a los grandes poetas no es tanto la presin del pasado sino el peso del presente: hay tantos muertos, y tantos malecones que el sol rojo parta, y tantas cabezas que golpean los buques, y tantas manos que han encerrado besos,

y tantas cosas que quiero olvidar. PABLO NERUDA En los poetas el sentimiento de la historia se trenza con toda su crudeza a lo largo de sus nervios: Tierra ma sin nombre, sin Amrica, estambre equinoccial, lanza de prpura, tu aroma me trep por las races hasta la copa en que beba, hasta la ms delgada palabra an no nacida de mi boca. PABLO NERUDA Es este pasmo ante lo numinoso, este privilegio elemental de poder nombrar al Nuevo Mundo, lo que en nuestros grandes poetas aniquila la historia, una exaltacin comn a todos ellos, ya sea que provengan del linaje de Crusoe y Prspero, o del de Viernes y Calibn. Rechazan el linaje tnico en favor de una fe en el hombre elemental. La visin, la "panormica democrtica", no es metafrica, sino una necesidad social. Una filosofa poltica enraizada en un sentimiento de exaltacin tendra que aceptar la creencia en un segundo Adn, la re-creacin del orden entero, desde la religin hasta el ritual domstico ms sencillo. El mito del buen salvaje no revivira, pues ste nunca ha emanado del salvaje sino que ha sido siempre la nostalgia del Viejo Mundo, su anhelo de inocencia. La gran poesa del Nuevo Mundo no tiene esas pretensiones de inocencia: su visin no es ingenua. Antes bien, su sabor, al igual que sus frutos, es una mezcla de lo cido y lo dulce, las manzanas de su segundo Edn tienen el acidulado picor de la experiencia. En esa poesa hay una memoria amarga, y es esta amargura la que ms tarda en secarse en la lengua. Lo agridulce es precisamente lo que la dota de energa. Las doradas manzanas de este sol estn inyectadas de cido. El sabor de Neruda es ctrico, la Pomme de Cythre de Aim Csaire es irritante, Perse tiene el regusto de la fruta salada de la orilla del mar, la uvera, el fatpoke, o la almendra de mar. Para nosotros, habitantes del archipilago, la memoria tribal est salada con la amarga memoria de la migracin. Para los sobrevivientes, para todas las tribus diezmadas del Nuevo Mundo que no sufrieron la extincin, su degradado arribo debera parecerles el principio, y no la conclusin, de nuestra historia. Los naufragios de Crusoe y de la tripulacin de La tempestad sealan el fin de un Viejo Mundo. Poco deba importarle al Nuevo Mundo que el Viejo de nuevo se aprestara a volarse a s mismo en pedazos, pues la obsesin por el progreso no est en la psique de los recin esclavizados. He ah el amargo secreto de la manzana. La visin del progreso es la locura racional de la historia vista como tiempo secuencial, de un futuro sujeto a dominacin. El conjunto de sus imgenes es absurdo. En los libros de historia, el descubridor coloca su

bandeja de alimentos sobre la arena virgen, se arrodilla, y el salvaje hace lo mismo desde sus matorrales, presa de temor reverente. Son imgenes que han quedado estampadas en la memoria colonial; que la huella del pie de Crusoe o la impresin de la rodilla de Coln santificaron al mundo no son ms que herejas. Semejantes imgenes blasfemas tienden a borrarse, como cmicos jeroglficos del progreso. Y si la idea de lo Nuevo y lo Viejo se torna cada vez ms absurda, qu cosa debe sucederle a nuestra idea del tiempo, qu otra cosa podra sucederle a la historia misma, sino el que ella misma se est volviendo absurda? No se trata de existencialismo. El hombre adnico, elemental, no puede ser existencial. Su primer impulso no es la autocomplacencia sino el pasmo, y el existencialismo es simplemente el mito del buen salvaje convertido al barroco. Las filosofas libertarias de este signo tienen su cuna en las ciudades. El existencialismo es lo mismo la nostalgia en el sofisticado primitivismo de Rousseau, como la enfermiza recurrencia en el pensamiento francs de la isla de Citera, ya se trate de la imaginera tuberculosa y febril de Watteau o la fiebre, vuelta delirio, de Rimbaud o Baudelaire. Los poetas del "Nuevo Egeo", de las Islas de los Bienaventurados, las Islas Afortunadas, las remotas Bermudas, la isla de Prspero, la Juan Fernndez de Crusoe, o la de Citera; los poetas de todas esas rocas con nombres como cuentas de capilla saben que es aqu donde naufraga la vieja visin del Paraso. Pido una cancin donde pueda estrellarse el arco iris, donde pueda posarse el chorlito en playas olvidadas, Pido esa liana que crece en las palmeras (su obstinado futuro sobre el tronco del presente) Pido el conquistador de armadura ya sin sello tendindose a lo largo en una muerte de flores /perfumadas Y la espuma que incensa una espada que se herrumbra en la pura luz azul de lentos cactus feroces AIM? CESAIRE Pero para la mayora de los escritores del archipilago que slo contemplan el naufragio, el Nuevo Mundo no ofrece exaltacin sino cinismo, una desesperacin ante los vicios que sienten que han de repetirse. Su malestar es una nostalgia ocenica por la ms antigua cultura y una melancola por la nueva, y este sentimiento puede llegar a ser tan profundo que desemboque en abierto rechazo del paisaje virgen, en una sed de ruinas. A los ojos de estos escritores, la muerte de las civilizaciones es arquitectnica, no espiritual; sembradas en su memoria estn las imgenes de parras que ascienden por columnas quebradas, de terrazas muertas, de Europa como museo nutricio. Creen en la responsabilidad de la tradicin, pero lo que los subyuga no es tanto la tradicin, que est alerta, viva, y que es simultnea, sino la historia, y lo mismo puede decirse de los nuevos panegiristas del frica. Para estos ltimos la peor prdida es la de los antiguos dioses, el temor de que el culto haya esclavizado el progreso. As, el

humanismo de la poltica toma el lugar de la religin. Ven a estos dioses como parte del proceso de la historia, sujetos como la tribu misma a ciclos de realizacin y desesperacin. Como el concepto de Dios en el Viejo Mundo es antropomrfico, el esclavo del Nuevo Mundo se vio forzado a rehacerse a Su imagen, a pesar de frases tales como "Dios es la luz, y en l no hay oscuridad", y en este punto de interseccin de una y otra fe, el poeta y el sacerdote esclavizados depusieron su poder. Pero la tribu sujeta aprendi a fortalecerse por medio de una astuta asimilacin de la religin del Viejo Mundo. Lo que pareca rendicin era una redencin. Lo que pareca la prdida de la tradicin era su renovacin. Lo que pareca la muerte de la fe era su renacimiento. IV Eliot habla de la cultura de un pueblo como la encarnacin de su religin. Si esto es cierto, en el Nuevo Mundo debemos preguntarnos, en este orden: 1) si la religin que se le ense al esclavo negro fue asimilada como fe, 2) si dicha asimilacin la ha alterado, y 3) si, de haber sido totalmente asimilada, o asimilada y alterada a la vez, es ahora necesario rechazarla. Dicho de otra manera, puede existir una cultura africana si excluimos el plano de la polmica artstica y poltica independientemente de una religin africana? De ser as, de qu religin africana se trata? El espectculo que ofrecen los talentos mediocres cuando erigen antiguos ttems resulta ms vergonzoso que la fe del converso del que se mofan, pero el resplandor de una religin literaria es de corta duracin, pues la fe requiere ms que de estilo. Llegado a esta etapa, el poeta polmico, al igual que el poltico, querr producir una obra pica, convocar la grandeza del pasado, no como mito sino como historia, y profetizar en el sentido en que la arquitectura fascista puede ser vista como proftica. Y sin embargo, mientras ms ambicioso el celo, ms difuso y forzado se vuelve, ms tenazmente echa races en la investigacin, hasta que la imaginacin cede a la glorificacin de la historia, el odo queda esclavizado: los glorificadores del tom-tom sordos al dnamo. Estos poetas picos crean un pasado artificial, una cosmologa difunta sin la fe tribal. Lo que queda en el archipilago es la fragmentacin en facciones cismticas, la cosmologa privada del predicador ambulante. En estas islas todos los das florean las aceras con tales vctimas mentes desfiguradas en su intento de comprender ambos mundos si no crean para s un paraso celestial del que sean el centro. Como los profetas del camino, el poeta "pico" de las islas vuelve su mirada a la antropologa, a un catlogo de dioses olvidados, a un basural de fragmentos, artefactos y frases incompletas de un lenguaje muerto. stos se entregan a una recoleccin masoquista. El poeta de talante pico recorre con la mirada estas islas y no encuentra ruinas, y puesto que toda pica se funda en la visible presencia de las ruinas, mordido

por el viento o por el mar, el poeta celebra lo poco que encuentra, la oxidada rueda para esclavos del ingenio azucarero, un can, cadenas, el nfora sarrosa de los degolladores, toda la parafernalia de la degradacin y la crueldad que exhibimos a modo de historia, no como masoquismo, como si los hornos de Auschwitz o Hiroshima fueran los templos de la raza. El inevitable resultado es la morbidez, y ese ser el tono de cualquier literatura que respete una historia tal y que funde su verdad en la vergenza o la venganza. Y sin embargo es ah donde tiene su origen la poesa pica de la tribu, en su identificacin con el sufrimiento hebraico, la migracin, la esperanza de una liberacin de las ataduras. Pero con esta diferencia el pasaje por nuestro Mar Rojo no era el de la esclavitud a la libertad, sino lo opuesto: las tribus llegaron a su Nueva Canan encadenados. Hay en mucha de nuestra literatura este sentimiento residual, el lamento en aguas extraas por un hogar perdido. La tenue bsqueda de un Moiss an sobrevive en nuestra poltica. El concepto pico se comprimi en la cancin popular; el anhelo de la masa, en chantre y coro, copla y refrn. Los poemas de los movimientos de restauracin religiosa obtienen su fuerza del tono autohipntico de sus responsos, de la monodia interminable como la esperanza tribal. Conozco la salida de la luna, la salida de los astros, Renuncia ya a tu cuerpo, Ir con mi Seor cuando caiga la tarde, Renuncia ya a tu cuerpo. Pero esta monodia no es slo de resignacin, sino tambin marcial: Josu pele la batalla de Jeric, Jeric, Jeric, Josu pele la batalla de Jeric, Y los muros se vienen abajo. El poema pico no es un proyecto literario. Ya est escrito: estaba escrito en las bocas de la tribu, una tribu que valerosamente haba renunciado a su historia. V Mientras que las picas de esclavitud y liberacin del Viejo Testamento le proporcionaban al esclavo un paralelo poltico, la tica de la cristiandad atemper los sentimientos vengativos de ste, haciendo al parecer ms honda su pasividad. Para los amos no se trataba de un mundo nuevo, sino de una extensin del viejo. La visin del amo de un Paraso terrestre le estaba vedada, y la recompensa ofrecida en nombre del sufrimiento cristiano vendra despus de su muerte. Todo esto lo sabemos, pero lo relevante es el celo con que el esclavo abraz tanto lo cristiano como lo hebraico, mir con ojos resignados la muerte de su panten y, sin embargo, deliberadamente comenz a investir su

moribunda fe de conviccin poltica. Los historiadores no logran hacer una crnica de esto, se limitan a levantar las estadsticas de la conversin. No hay un momento de conversin tribal en masa equiparable al de la luz que tir del caballo a Sal; por el contrario, aqullo en que se nos pidi creer era una lenta, pesada queja de rendicin, la inmensa y laboriosa conversin de los derrotados en buenos negros, o verdaderos cristianos, y por supuesto que canciones como sta parecen la ms despreciable expresin de los vencidos: Voy a dejar mi espada y mi escudo, A la orilla del ro, a la orilla del ro... Ya no voy a aprender ms de guerra, Aprender ms de guerra... Cmo ensear esto a manera de historia? No son sas palabras de los que han sido completamente vencidos, de los derrot