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Desarrollando un carácter duro y cristiano por Esteban Brown Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos. Hace algunos años atrás, un comité de una gran iglesia del Sur me invitó a almorzar y me pidió que yo considerara la posibilidad de ser su pastor. «Háblenme de la iglesia» —dije—, y después de referirse a una serie de aspectos, me aclaró uno de ellos: «Esteban, nuestra iglesia tiene un grave problema, está controlada por un hombre. Él da mucho dinero y posiblemente es el que más tiempo ha estado en ella. Por ser quien es, logra todo según su deseo. Los últimos tres pastores se fueron por su causa. Pero creemos que tenemos la mayoría y lo podremos doblegar». «No están buscando un pastor», —comenté. «Están buscando un sargento que imponga disciplina». «Bueno» —replicó—, «yo no lo diría de esa forma, pero sí, probablemente es eso, y tú eres el único que conocemos tan cruel como para limpiar la basura». Le comenté rápidamente que no me sentía guiado a ser su pastor, pero que tenía una impresionante lista de amigos clérigos que gustosamente les facilitaría para su consideración. Más tarde, cuando pensé en el incidente, me horroricé por la reputación que de alguna manera había desarrollado. ¿Cómo es posible que fuera conocido como un sargento cuando todo lo que yo quería era ser un hombre fiel y piadoso? Ese incidente fue hace ya bastante tiempo. Ahora soy más viejo y un poco más prudente, y he valorado mi reputación de sargento. De hecho, comencé a verla como una

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Desarrollando un carácter duro y cristianopor Esteban Brown

Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos.

Hace algunos años atrás, un comité de una gran iglesia del Sur me invitó a almorzar y me pidió que yo considerara la posibilidad de ser su pastor.

«Háblenme de la iglesia» —dije—, y después de referirse a una serie de aspectos, me aclaró uno de ellos: «Esteban, nuestra iglesia tiene un grave problema, está controlada por un hombre. Él da mucho dinero y posiblemente es el que más tiempo ha estado en ella. Por ser quien es, logra todo según su deseo. Los últimos tres pastores se fueron por su causa. Pero creemos que tenemos la mayoría y lo podremos doblegar».

«No están buscando un pastor», —comenté. «Están buscando un sargento que imponga disciplina».

«Bueno» —replicó—, «yo no lo diría de esa forma, pero sí, probablemente es eso, y tú eres el único que conocemos tan cruel como para limpiar la basura».

Le comenté rápidamente que no me sentía guiado a ser su pastor, pero que tenía una impresionante lista de amigos clérigos que gustosamente les facilitaría para su consideración.

Más tarde, cuando pensé en el incidente, me horroricé por la reputación que de alguna manera había desarrollado. ¿Cómo es posible que fuera conocido como un sargento cuando todo lo que yo quería era ser un hombre fiel y piadoso? Ese incidente fue hace ya bastante tiempo. Ahora soy más viejo y un poco más prudente, y he valorado mi reputación de sargento. De hecho, comencé a verla como una manifestación de fidelidad y piedad.

No más Señor

Paso parte de mi tiempo enseñando a estudiantes seminaristas, y una de las características del pastor que les insto a desarrollar es lo que llamo un «rasgo duro». A menudo, los pastores se convierten en oyentes de los miembros neuróticos de la iglesia (y estos son una minoría). Si no les gusta cómo se peina el pastor, o el vestido de su esposa, etcétera, etcétera, se sienten en libertad para decírselo. ¡No creerían los comentarios que escucho en mi oficina durante un año! Algunos piensan que pueden criticar y corregir al pastor por cosas que nunca lo harían con otra persona.

No hace mucho estuve conversando con un pastor que tenía un serio problema con su congregación. Había sido ridiculizado de una manera

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vergonzosa. Mientras conversábamos me di cuenta que este joven hombre necesitaba desarrollar un rasgo duro para sobrevivir. Me contó que sentía un llamando a amar a su gente, comprenderlos aun cuando fueran crueles y abusivos.

«Junto a tus manifestaciones de misericordia y bondad», —le dije—, «también es importante que seas honesto y fuerte. ¿Por qué no traes ante el consejo a las personas que hacen tales comentarios, y que justifiquen su actitud, que ha estado afectando la paz y la unidad de la iglesia?, o vete de ahí».

La respuesta fue interesante: «Esteban, yo sé que debo hacer eso, pero no estoy hecho para ello. Siento que mi ministerio es derramar aceite sobre turbulentas aguas, y no prender un fósforo». Innecesario decirlo, dejó el ministerio. No tuvo suficiente aceite para tantas turbulentas aguas, ahora está vendiendo seguros.

Un jugador profesional de fútbol americano me contó de un macizo jugador de línea. En su primera jugada, su oponente le bajó el casco sobre sus ojos. El joven fue al instructor y le preguntó: «¿Qué hago?».

El entrenador sonrió y le contestó: «Hijo, no dejes que lo haga».

No buscar complacer

Una de las duras lecciones que tuve que aprender fue que no podía complacer a todo el mundo. Yo lo quería, deseaba ser lo que cada uno quería que fuera. Quería que todos me amaran. El problemas es que, sencillamente, no podía hacerlo. Y hasta que comprendí esto, no pude ser efectivo.

Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos.

C.S. Lewis escribió, en un ensayo profundo titulado «The inner ring» (El círculo interior): «Creo que en la vida de todos los hombres, en ciertos períodos, y en algunas personas, durante todo el período entre la infancia y la ancianidad, uno de los elementos predominantes es el deseo de pertenecer al círculo local y el terror de estar fuera… De todas las pasiones, la pasión de pertenecer al círculo interior es la mejor para hacer que un hombre, que todavía no es muy malo, realice malas acciones».

Comprendo la necesidad de pertenecer al círculo interior, de ser aceptado, porque es uno de mis problemas. ¿Has notado que la liturgia cristiana no sucede durante el culto, sino después? El pastor se dirige hacia la puerta y todos se ponen en fila. Mientras pasan, la liturgia les requiere decir: «Pastor, fue un hermoso sermón». Luego de acuerdo con la liturgia, el pastor

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responde: «Gracias. Me alegro de que Dios lo use».

Esto siempre es así, excepto cuando predico una bomba. Yo lo sé, y la congregación también lo sabe. Durante el sermón, la gente mira sus relojes y luego se mueven para asegurarse de que no han sido tocados. Todos están aburridos y el sermón se diluye antes de llegar al primer banco.

No importa. La liturgia cristiana está esculpida en la roca. Sin embargo, debo ir a la puerta con esa atmósfera, y aun así, la gente pasa ante mí mascullando el mismo comentario y recibiendo la misma respuesta. Estoy seguro de que usted también ha tenido alguno de esos días.

Pero, el problema se avecina cuando uno decide esquivar esos días más que ninguna otra cosa en el mundo. Entonces escribimos mensajes para agradar a la congregación. Sabemos que debemos decir una verdad, pero no lo hacemos porque posiblemente ofenderemos a alguien. Sabemos que debemos ser fuertes, pero si lo somos, enojaremos a la gente, entonces, salimos del paso con un piadoso sermón que no ofende a nadie.

A causa de que nuestra identidad está atrapada en lo que somos en el púlpito, la distancia entre lo que somos en ese lugar y lo que somos en las otras áreas de nuestra vida se reduce a ser amable, dulce e insípido.

El coraje de ofender

Solía tener en mi biblioteca un libro (prestado y nunca devuelto), del cual no recuerdo el autor, pero tenía por título La Biblia en el bolsillo; un revólver en la mano. Comentaba sobre los predicadores itinerantes en el tiempo cuando las fronteras de Estados Unidos de América se extendían durante el siglo diecinueve, y la determinación de estos a predicar el evangelio, lo quisieran escuchar o no. Seguramente estuvieron incómodos en muchas iglesias. De hecho, muchas iglesias se sintieron incómodas con ellos. Simplemente estos predicadores no se dispusieron a participar del juego de querer complacer.

Al examinar el registro bíblico, sin ideas preconcebidas, se hace notorio que la mayor parte de los hombres y mujeres de la Biblia y de la historia de la iglesia fueron también desagradables a quienes los escuchaban. El enojo de Moisés fue tal que lo movió a romper las tablas. Juan el Bautista perdió la cabeza porque su mensaje ofendió.

De alguna manera muchos han interpretado el liderazgo en términos de servidumbre y amor, pero las connotaciones que se han dado a estos términos no están de acuerdo al sentido bíblico que estos tienen. Como resultado, se ha generado un estilo de liderazgo suave, lo cual ha convertido a los que encajan en él en blancos para cualquier miembro de iglesia enojado con una pistola teológica o cultural. Tales pastores se beneficiarían con un rasgo duro.

Tenemos en nuestras iglesias personas que piensan que el pastor debe ser

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amable con ellos y que el llamado de este es el de contarle a otros cómo ser amables. ¡Y luego dicen que hay «una crisis de liderazgo en el pastorado»! Creo que la crisis tiene que ver más con la incapacidad de desarrollar dureza que con el consumirse en el ministerio, o con la falta de dinero o instrucción.

Si se representa la imagen del pastor con una sonrisa inofensiva, y además, se interpretan las Escrituras desde una perspectiva cultural, pronto los pastores comenzaremos a ser lo que todos piensan que somos. Mucho del enojo dirigido a líderes cristianos francos y templados, no es por lo que ellos dicen, sino porque se supone que no deben decir nada. La francos y templados rompen el patrón de delicadeza que por tradición se ha establecido, y, simplemente, ¡eso no se hace!

Consigue principios duros

No soy un experto, pero sí un sobreviviente. Después de más de veinte años de sobrevivir, he aislado cuatro principios que he violado sólo en mi contra. Los comparto con ustedes.

Primero, el principio de las olas: Cada vez que usted rehuse a provocar olas cuando debiera, más adelante tendrá que encarar otras… y mayores.

Casi siempre que esquivé un problema, mirándolo de otra manera, o cubriéndolo con suavidad y ligereza —cuando debiera haberlo confron-tado con honestidad, templanza y amor desde el principio—, se transformó en un monstruo, que requirió un enorme esfuerzo al final. Por suavizar la situación, innecesa-riamente herí a otros, a la iglesia y a mí mismo.

La pregunta de Elías a la gente, «¿hasta cuándo van a seguir indecisos?» (1 Re. 18.21 NVI), es una apropiada advertencia para aquellos de nosotros que posponemos la difícil tarea de encarar los problemas. Ministré una congregación donde un empleado renunciaba constantemente cuando las cosas no se hacían a su manera. Traté de ser amable, para comprenderlo y calmarlo, pero mi proceder no daba los resultados buscados. Finalmente, acepté su renuncia, puse a otro en su lugar, y lo llamé a mi oficina para explicarle lo que había hecho y por qué.

Pensé que él dejaría la iglesia, pero no lo hizo. El terminó entregándose a Cristo, hizo una confesión pública ante toda la congregación. Un anciano de la iglesia donde estoy ahora dice: «Esteban, siempre has lo correcto y tendrás lo correcto. Pero, si no obtienes lo bueno, te sentirás bien habiendo hecho lo correcto.»

Segundo principio, la imagen: La gente ve a los pastores como representantes de Dios. Y lamentablemente, por como han conceptuado al pastor, la imagen de Dios ha sido feminizada.

Pablo dice que somos embajadores en nombre de Cristo (2 Co. 5.20), y un embajador debe representar íntegramente a su gobierno. Si soy suave cuando

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debo enojarme, débil cuando debo ser fuerte, y amable cuando debo ser duro, no represento adecuadamente a mi gobierno. Y la gente puede comenzar a caracterizar a nuestro «temible» Señor de la manera en que les permitimos que nos caricaturicen a nosotros.

Pedro Cartwright, predicador metodista itinerante, no se permitía esa pérdida de orientación de su carácter. Cuando llegaba a una ciudad o pueblo, a menudo se paraba en las afueras, miraba a sus amigos, y decía: «Percibo olor a infierno.» El hedor del pecado lo fastidiaba. Cuán fácil es tratar de cubrir el olor del infierno con el perfume de la trivialidad, pero si queremos ser fieles a la imagen que representamos, no podemos hacer esto.

Cierto día me visitó una pareja pidiéndome que yo los casara. Mientras discutía la situación con ellos me di cuenta de que él no era cristiano y ella sí. En ese punto yo tendría un problema si apoyaba ese matrimonio. Les dije: «Queridos, me agradan ustedes mucho, pero no puedo celebrar su boda», y les expliqué las razones bíblicas por las que no podía casarlos.

La joven comenzó a llorar, y el joven se enojó. Me dijo: «¡Pensé que los pastores estaban aquí para ayudar a la gente, y usted la ha hecho llorar!»

Entonces le contesté: «Hijo, yo te estoy ayudando; te estoy diciendo la verdad. Si no te gusta la verdad, puedes ir a algún lugar donde te mientan». Él y su novia dejaron mi oficina enojados, pero puedo vivir con eso. Tal vez cuando, en el futuro, ellos piensen en los pastores, la imagen no será la misma. No les gustarán los pastores, pero sabrán que los pastores no tienen miedo de decir la verdad.

Tercer principio, el mandato: Habiendo sido dado por Dios el mandato de liderar, usted debe liderar, o su pecado será la infidelidad.

Me encanta la orden de Dios a Josué, y he asumido que también se dirige a mí y a cada pastor llamado por Dios: «Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas.» (Jos 1.9)

Alguien dijo en cierta ocasión refiriéndose al liderazgo: «¡Uno u otro, lideras y sigues, o te sales del camino!» Recientemente completé un programa de construcción, y en medio de esa responsabilidad casi todo lo hice mal. Me mantenía asustado porque cualquier decisión que tomara, podía dividir la iglesia. Mi indecisión causaba problemas significativos. Pero un día, mi buen amigo Jaime Baird me demostró que me amaba lo suficiente, me dio a conocer la verdad.

«Esteban», —me dijo—, «si no deseas pagar el precio del liderazgo, entonces no esperes que suceda nada». Eso me sacudió lo suficiente como para ponerme de pie, liderar y completar el proyecto.

Finalmente está el principio de pasar: Guíe su iglesia livianamente y espere

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salir pronto.

Lo admito, me gustaba mucho jugar a las cartas y aprendí un montón de la vida con este juego. Aprendí que hay momentos en que uno necesita pasar y esperar una mejor mano. Otras veces, simplemente se tiene que dejar la mesa. No creo que un pastor deba renunciar ante la señal de una banderita que baja, o ante problemas triviales, pero sí creo que hay asuntos importantes por los que el pastor debe dejar la congregación... y lo haga rápido.

Jesús sabía de nosotros, creo que él dio la instrucción de sacudir el polvo de los pies también para nosotros: «Si alguno no los recibe bien ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies.» (Mt. 10.14 NVI) No lo hagas a menudo, pero cuando la situación se da, es efectivo.

Tengo archivadas una serie de renuncias sin fecha, y el hecho de saber que están ahí y que deseo usarlas me cuida de vender mi alma. No deseo capitular sobre algo importante solamente por permanecer en la iglesia. El conocimiento de que puedo usarlas ha cubierto multitud de pecados.

La fase dura del ministerio

Desarrollar un rasgo cristiano y duro es, por supuesto, otro nombre para la audacia. «Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león.» (Pr 28.1) Sin valentía no podemos servir adecuadamente a Dios.

Me enojo con las estructuras que dicen que no puedo enojarme. Me enojo conmigo mismo cuando me comprometo en lugares erróneos. Me enojo cuando la sociedad y la iglesia me dicen que no debo ser lo que Dios me ha dicho que sea, un embajador obediente de Jesucristo.

En «Perelandra», el segundo libro de C.S. Lewis sobre una trilogía de ciencia ficción, el protagonista Ransom, es enviado al planeta de «Perelandra» a prevenir una caída similar a la de Adán en la Tierra. El adversario, en forma de hombre, llamado Weston, también está en «Perelandra» trabajando contra los esfuerzos de Ransom.

Ransom reconoce con horror al diablo representado por Weston, y gradualmente comprende que debe enfrentar y destruir a Weston en una batalla. Es un proyecto espeluznante. Durante la oscura noche de «Perelandra», Ransom considera el hecho de que puede enfrentarlo y pelear, o huir. Más allá de la oscuridad se escucha una voz que dice: «Mi nombre también es Ransom». Con Ransom encaramos la misma decisión. Podemos enfrentar y pelear, o huir temerosos. Nos desafía a actuar de una manera que da honor al nombre que sostenemos, cristianos. Si sólo deseamos ser amables, gente de maneras suaves, deberemos cambiar nuestro nombre o cambiar nuestro llamado.

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Ahora, ¿no sientes que un rasgo duro está creciendo en ti?

Usado con permiso de Leadership 87/ Spring Quarter. Título en inglés: Developing a Christian Mean Streak