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DESDE EL RÍO DE LA VIDA Pilar Mosquera Pérez

Desde el rio de la vida

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Tras el título «Desde el Río de la Vida» se esconden un conjunto de ocho relatos de temática variada inspirados en hechos reales y vivencias de la autora. La realidad, la experiencia y la fantasía se dan la mano para crear una serie de historias divertidas, con un toque de romanticismo y poesía, y un trasfondo de valores humanos.

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DESDE EL RÍO DE LA VIDAPilar Mosquera Pérez

Pilar Mosquera Pérez es na-tural de Moveros de Aliste (Zamora).

Diplomada en Trabajo Social por la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, actual-mente trabaja en el campo de los Servicios Sociales de Cas-tilla y León en Benavente.

En su ámbito profesional ha promovido varios trabajos relacionados con la recopila-ción de tradiciones.

En el año 2010 edita su pri-mera novela: “Raíces al Vien-to”, a la que sigue una novela corta: “Senderos y Sueños” (año 2012).

DESDE EL RÍO DE LA VIDAPilar Mosquera Pérez

Relatos inspirados en hechos reales

© Pilar Mosquera Pérez

Fotografías: Pilar Mosquera Pérez

I.S.B.N.: 978

Edita:

Impreso en España

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación ni de su contenido puede ser reproducida, almacenada o transmitida en modo alguno sin permiso previo y por escrito del autor.

A los que me preguntáis sobre qué es lo que me ha im-pulsado a escribir estas u otras historias, yo he elegido, desde aquí, responder con una cita de José Saramago:

Si hay que buscar el sentido de la música,

de la filosofía, de una rosa,

es que no estamos entendiendo nada.

Índice

I. Las palabras no se las lleva el viento ...................................... 9

II. El chico de la estación ............................................................. 23

III. El baúl de los recuerdos ........................................................ 31

IV. La gota que colma el vaso...................................................... 45

V. Imágenes contradictorias ......................................................... 55

VI. Amores prohibidos ................................................................ 61

VII. Presagios ................................................................................ 75

VIII. Balneario en la sierra........................................................... 79

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1. Encuentro de amigas.

Todos los veranos tienen una cita en su pueblo natal las amigas que nacieron a principios de la década de los años 60 del siglo XX.

El lugar de encuentro es siempre en la Poza del Moro, un lugar con leyenda que recuerda el paso de los árabes por los pueblos más recónditos de España.

Se trata de un sitio situado en medio del monte, donde no se necesitan sillas ya que hay asientos con troncos naturales de árboles y una alfombra verde natural a base de hierba que se man-tiene viva, aún en verano, por encontrarse bajo el cobijo de robles centenarios, y por el agua que brota en la montaña y se desliza en forma de regato hasta desembocar en la poza que, en otros tiem-pos, se utilizaba para regar huertas cercanas. No se ha borrado de la memoria de estas jóvenes la imagen de cuando eran niñas y tenían que ir a reventar la poza para regar.

Por todo ello, les gusta ir allí, tanto a las que viven en el pueblo como a las que emigraron. Y también les encanta el lugar por otros recuerdos naturales que conservan, como es el caso de las merien-das familiares cuando antaño venían parientes desde otros lugares de España o de países lejanos.

Igualmente, les agrada volver a este valle porque es el único

I. Las palabras no se las lleva el viento

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sitio en que en el verano corre el agua pura y fresca para beber, de acuerdo al dicho popular que les enseñaron sus mayores:

Agua corriente, no mata a la gente;

agua detenida, es mala bebida.

Como suele ocurrir en los pueblos, todas tienen su mote y este, a su vez, su diminutivo.

Un año más, se organizarán muy bien llevando cada una algo para comer, como lo hacían en otros tiempos, o sea, migas de ba-calao con cebolla, escabeche con aceitunas negras, jamón, chori-zo, ensalada…. Sin faltar, por supuesto, el toque naturista de doña Abubilla (su mote): alpiste. Sí, eso es. Porque, según ella, el alpiste es la semilla más potente del planeta debido a sus extraordinarias propiedades. «Por eso los pájaros cantan tanto». Informa Abu, al mismo tiempo que advierte: «Pero, las que tenéis pajaritos en casa, no vayáis a robarle su alpiste. No, no. ¡Al pájaro lo que es del pá-jaro…!».

Situémonos en el año 2000, año crucial por el cambio de siglo; por eso las mujeres, inconscientemente, quisieron hacer balance de su vida justo en el momento en que ya se encontraban cerca del paso del ecuador de su existencia.

Rondaban los 40 años, sí, pero ellas se mantenían tan frescas y lozanas como la tierra que les vio nacer. Siempre habían sido coquetas, siempre les gustó cuidarse y competir por quién se con-servaba mejor en el momento del encuentro; aunque no lo decían, era algo que ocurría de alguna manera. Si bien, siendo hijas de esta tierra, tampoco necesitarían hacer mucho esfuerzo pues ¡estaban como las rosas!

En armonía con la naturaleza de la que formaban parte, empe-zaron a brotar sus voces como las setas:

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–¡Cómo pasa el tiempo! –el típico y tópico comentario, si bien, real como la vida misma.

–Parece que fue ayer cuando veníamos aquí a merendar un ca-cho de pan con tocino mientras cuidábamos las vacas –recordando la infancia.

En aquel entonces, estaban más o menos en la misma situación, dejando aparte las pequeñas diferencias de personalidad y otros factores. Hablaban de los chicos, de los novios…

Ahora se alternan diversos comentarios, expresando otros sen-timientos y pensamientos:

–Ha pasado el tiempo demasiado deprisa –se alza una voz.

–Sí, entonces éramos todas niñas y ahora somos nosotras las que tenemos más que niños –responde otra voz.

–Bueno, algunas ya somos madres de adolescentes y jóvenes.

–Es que algunas fuisteis siempre más precoces.

–Ah, entonces las solteras, qué se supone… ¿que somos tontas? –alguien se pica.

–Puede que hayáis sido las más listas –habla una casada que aún no había abierto la boca.

–¡Qué pasa!, ¿que tú tienes envidia de las solteras?

–Pues un poco sí.

–¿Acaso te ha ido tan mal?

–No tan mal, pero tampoco tan bien; así es que creo que ellas no tienen que envidiar nada a las casadas.

–Yo estoy estupendamente –interviene una soltera–. Tengo sa-lud, trabajo y amor, da igual del tipo que sea, y unas amigas estu-pendas con las que me encuentro cada verano, especiales, como

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son las amigas de la infancia. Soy una mujer independiente de mi era y pertenezco al 25 % de la población de la tierra que más recur-sos tiene.

Se produjo un silencio que solamente una de las presentes se atrevió por fin a romper:

–¡Olé, olé, olé! Pero ¡qué pena que no esté aquí doña Angustias!

–¿Para poner el contrapunto en la conversación?

–Efectivamente.

A doña Angustias le cayó este mote por sus especiales carac-terísticas y actitudes (como a las demás), y es que Gusti era la típica soltera insatisfecha, aquella chica a la que le hubiera gus-tado formar una familia tradicional, porque sin ella pensaba que su vida no tenía sentido. De haberlo conseguido el mote hubiera sido muy distinto: doña Virtudes, porque, por lo demás, tenía po-cos defectos. ¿Qué ocurrió?... Los vientos no fueron favorables a su embarcación, no pudo manejar adecuadamente el timón y el rumbo que tomó no fue el deseado, de forma que se le nu-blaron los ojos y también el corazón. Digo esto, porque no todo fueron tempestades, y eran hermosos los paisajes y personas que encontraba en la odisea de su vida; mas ella no sabía apreciarlos suficientemente, no la llenaban.

Doña Angustias no estaba presente en esta tertulia, sobre todo si se encontraba allí su hermana doña Filósofa (Filo). Ella, particu-larmente, se sentía especialmente agobiaba por tanto negativismo de Gusti… Que qué pena tener una hermana divorciada, no tener un hermano, ni un marido, ni hijos, ni sobrinos… eran algunos de los lamentos de Angustias.

Continúa la tertulia de amigas en esta tarde soleada de verano:

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–¡Pues anda que a doña Santa (Santi), que la dejó su marido por otra más joven después de que ella le brindó toda su juventud! –salta una voz.

–Dicen que él no era feliz con ella.

–¿Y sabe la gente si lo era ella con él? –replica otra voz.

–¡Qué bobadas decís! ¿Acaso alguien es feliz en su matrimonio?

Se volvió a producir otro silencio que alguien rompió, pasados unos segundos:

–¡Yo! –responde doña Perfecta (Pe).

–Bueno, el tuyo es que es casi perfecto, y por eso formáis la pareja ideal: doña Perfecta con don Perfecto –se expresa otra voz, a la que siguen una serie de carcajadas.

–No es eso –aclara Pe–.–. Nos ha costado lo nuestro, hemos tenido que trabajarlo.

–¿Cómo? –quiere saber alguien–. Y, ¿dónde? –añade una inte-rrogación en tono de sorna.

–Dialogando durante horas y horas –a veces en la cama, sí –aclara Doña Perfecta––, cediendo por ambas partes, siendo com-prensivos, respetuosos y tolerantes…

–¡Ahhh!... –se oye un coro de voces.

Entretanto, el sol se esconde por el horizonte, eclipsando a los allí presentes, de manera que apenas podían percibir cómo a lo lejos se acercaban algunos hombres que traían consigo niños y un porrón de vino.

–¡Se acabó el reino de las mujeres! –anuncia uno de ellos.

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–Ahora podemos jugar todos al corro de la patata para rememorar la infancia –sugiere una voz femenina.

Y así lo hicieron. Jugaron, mientras esta parte de la tierra se disponía a tender su manto negro.

De pronto, se oye el sonido de un teléfono móvil, ruido que desentona con la calma del lugar.

–Ahora empezarán a sonar unos detrás de otros –dice una mujer–. Era mejor antaño cuando podíamos perdernos en el monte.

–¿Haciendo qué? –una pregunta picajosa.

–Claro, se ve que no te acuerdas del miedo que le teníamos al lobo –interviene otra, ignorando la pregunta anterior.

–¿Tener miedo al lobo? ¡Qué tontas! Nos quedaba conocer a los lobos de verdad.

–¿Eso es una indirecta? – pregunta un hombre.

–Es una directa, hermosote –responde una mujer.

Para que veáis –toma la palabra un caballero–, os voy a contar una anécdota que me ocurrió con los lobos: un atardecer, al salir del monte y antes de llegar al alto del cementerio, me bajé de la bicicleta para subir la cuesta; de pronto, oí ruidos; yo pensé que era algún bicho, cuando vi aparecer, por un lado del camino, unos pe-rros grandes; enseguida me di cuenta de que eran más que perros, por lo que me asusté; mas yo seguí mi camino muerto de miedo mientras ellos me acompañaron hasta cerca del pueblo, como si me estuvieran escoltando, uno a mi izquierda y el otro a mi derecha. Después, discretamente, se retiraron.

–¡Bonita aventura! –exclama una voz femenina, mientras los ni-ños estaban aún con la boca abierta.

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El teléfono que se había atrevido a interrumpir este bucólico encuentro era el de Filo, la cual, con voz temblorosa, anuncia:

–Me tengo que ir, mi madre se ha puesto mala y la van a llevar al hospital.

–¡Oh, qué pena! – exclama el coro de voces al unísono.

2. Encuentro de hermanas.

La madre de doña Filósofa fue ingresada muy pronto en una residencia asistida de personas mayores para su recuperación.

En este escenario, no tardó en aparecer la hermana de Filo, Doña Angustias, con comentarios que eran de esperar:

–¡Vaya panorama!

–Bueno, chica, hay que ser positiva –replica doña Filósofa.

–¿Positivismo, dices? Mira lo que nos espera.

–Bueno, eso no lo sabemos, así es que hay que sacarle a todo, por muy negro que lo veas, una moraleja.

–¿Y qué moraleja le sacas tú a esto?

–Oye, ¿Y, tú eres la que tienes tanto interés en traer hijos a este mundo de mierda?

–¿Has dicho «de mierda» tú? –pregunta Doña Angustias sorpren-dida.

–Sí, yo, ¿de qué te sorprendes? –lanza Doña Filósofa la pre-gunta al aire a la vez que añade un comentario–: Tú has lanzado la flecha y yo lo único que he hecho es dirigirla al objetivo.

–O sea, que yo he lanzado la flecha y tú has dado en el blanco.

–Efectivamente.

–Yo soy objetiva, realista, es por lo que te digo lo que pienso, no te regalo los oídos.

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–Esa es la afirmación típica y tópica de la gente pesimista. Yo prefiero a la gente sincera que, además, es positiva.

–Bueno, vamos a dejarlo y dime la moraleja.

–¿Ahora prefieres la moraleja? Pues ya me había perdido.

– ¡A ver si tengo que poner un anuncio para encontrarte!

–Bueno, pues mira, ahí va la moraleja: Primero, que hay que vivir el presente disfrutando de todo lo bueno. Segundo, lo que vemos aquí es la prueba irrefutable de que todo lo que tenemos lo tenemos de prestado, y nada más.

–¡Ah!, ¿si?... Eso de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío.

–Sí. Pero, eso no es todo –continúa doña Filósofa––. Yo sacaría más conclusiones.

–¡Ya de puesta, sigue, sigue, no te cortes ni un pelo!

–Teniendo en cuenta lo corta que es la existencia de los seres vivos en este planeta, teniendo en cuenta a donde llegamos, de-beríamos de ser más respetuosos con la vida de los demás, vivir y dejar vivir, criticar menos, no obsesionarnos con nada, ser más humildes, no despreciar a nadie y, mi querida hermana Angustias, esto va por ti: ser más positivos. Porque, en el peor de los casos, siempre se gana más, siempre se pierde menos, no se estanca uno en el camino. Mira yo he leído El Secreto, de Rhonda Byrne, y dice que incluso hay que dar «Gracias», imagínate, con la que puede es-tar cayendo y encima ponerte a pensar en dar gracias todos los días al Universo por lo bueno que te ofrece. Al parecer, así se atraen más cosas buenas a tu vida.

–Sí, aquello de estar «fastidiado pero contento» –completa Gusti.

–Aunque a mí –sigue su discurso doña Filósofa– me ha gusta-do más otro posterior: Las Historias del Secreto, de Brenda Barnaby,

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porque me parece más práctico, más adaptado a la realidad. De-berías leerlos, ya te los pasaré. La vida –continúa doña Filósofa– puede llegar a ser muy dura, es cierto pero, como diría Goitisolo, en su poema «Palabras para Julia»: Ya no puedes volver atrás, no sé como explicártelo para que lo entiendas, sí es que es cuestión de explicaciones. Pues a veces pienso que no se trata de la situación en que te encuentras sino de la actitud, o más bien, de ambas co-sas a la vez; si bien, la actitud puede cambiar el rumbo. Siempre se puede conseguir algo…

Gusti iba tan ensimismada en sus tribulaciones que no se dio cuenta de que su hermana se había quedado atrás por los largos pasillos de la residencia, así es que estaba hablando sola, y percibió que la gente la miraba.

A Angustias, en el fondo, le gustaba escuchar los mensajes po-sitivos de doña Filósofa porque le cargaban las pilas, pero a esta le suponía un gran desgaste de energía, por eso trataba de evitarla, porque era un espejo en el que no le hacía bien mirarse. Y es que uno se puede ver de una u otra forma dependiendo del espejo en que se mire.

«Estoy harta, hartita, de tantos mensajes negativos referentes a cualquier campo de la vida: El aspecto físico (gordo-delgado, alto-bajo, guapo-feo, etc.), el color de la piel, el estado civil, la situación socio-económica, la personalidad, la edad, el tener o no tener cual-quier cosa, etc. etc. etc.

«Miles de palabras típicas, de frases tópicas que se emiten diaria-mente con uno u otro sentido de forma consciente o inconsciente, muchas veces en clave de humor». Pensaba doña Filósofa, y sentía como si su cerebro fuese un mar de olas, de manera que todas

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las palabras de significado negativo parecían piedritas que el oleaje arrastrara golpeándole y debilitándole las neuronas.

Las dos hermanas que se perdieron por los pasillos, cuando iban a dar un paseo por los jardines de la residencia, buscando re-novarse con aire puro y olorosas fragancias, se reencontraron, des-pués de un buen rato, en la zona ajardinada. La primera en hablar fue Filo que, sin pensar lo que iba a decir, impulsivamente lo soltó:

–«¡¡¡Pensé que te habías suicidado!!! ».

3. Salto al vacío.

Ahora sí que Filo disparó la flecha mortal y dio en el blanco de su hermana.

Ambas se miraron petrificadas, produciéndose un silencioso ruido, porque estas palabras las trasladaron a aquella noche funesta en que su otra hermana más pequeña se tiró, en una noche oscura, sin paracaídas, por el balcón…

Filo, en aquel entonces, escribió con su pluma, emborronando las letras con sus lágrimas, unas sentidas PALABRAS AL VIEN-TO, cuando ella, ellas, ellos se sentían flotando en una nebulosa en la que solo oían un SILENCIOSO RUÍDO, y a la vez, un RUIDO-SO SILENCIO…

La casa está silenciosa y fría al amanecer.

¡Cuan inmensa quietud!

Se siente la ausencia del soplo de tu vida

que se deshizo en la inmensidad del vacío.

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Enmudeció la noche

con tan silencioso ruido

que es difícil conciliar el sueño.

Te fuiste sigilosamente,

de la noche a la mañana,

lanzándote al vacío,

haciendo brotar en nuestros ojos lágrimas

que regaron la casa hasta el amanecer,

de manera que nadamos perplejos en un mar de interrogantes,

intentando descubrir, sin conseguirlo,

qué clase de fantasmas te impulsaron

a sumergirte en ese pozo sin fondo del que no pudiste salir,

hundiéndote para siempre en él.

Paradójicamente amaneció un día en el que lucía un sol espléndido

que iba derramando poco a poco nuestras lágrimas de hielo,

mientras nos hacíamos a la idea de que te ibas para siempre jamás.

Tratamos de asimilar lo no asimilable:

que ya nunca volveríamos a percibir

el brillo de tus ojos en tu sonrisa,

la que te hacía brillar como una estrella en el mundo de la gente.

No supimos si tú fuiste consciente de ello.

¡Quedó tanto por decir!

A pesar de los pesares, prometimos salir a flote de entre la maleza

y encendimos una antorcha de esperanza

que nos guiara con su luz en un nuevo amanecer.

Prometimos ser más fuertes que tú, a pesar de tu extraña valentía,

para poder luchar contra los fantasmas

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que organizaran festines en nuestro interior.

Y rezamos por ti

para que, por fin, pudieras descansar en paz.

Letras escritas por Filo y emborronadas por las lágrimas.

¿Qué pasó? ¿Se volvió loca? –se preguntaron de nuevo, reme-morando estos versos.

¿Qué nos puede pasar a nosotras si nos rayamos con tantas pa-labras y pensamientos destructivos? –advirtió doña Filósofa.

–Pues tú, en la práctica, no creo que seas un ejemplo de positi-vismo – doña Angustias pone el dedo en la llaga.

–Serán los genes –responde Filo, y continúa–. Sí, tengo mis mo-mentos dubitativos, mis grandes debilidades. Por eso, precisamen-te, me hace falta el contrapunto. Si mi vaso está al borde, lo que menos necesita es la gota que lo derrame.

4. Filosofía.

Efectivamente, así es, ella era doña Filósofa aunque en reali-dad le resultara llevar a la práctica sus teorías que, por otra par-te, no eran solo suyas, sino de más gente. Mas ella lo intentaba porque sabía que era el único camino que podía salvarla, y en ese sendero cuesta arriba lo que menos necesitaba eran «Angus-tias» que tiraran de ella hacia atrás, que la agotaran en el intento y no pudiera disfrutar del paisaje, ni llegar a la cima de la blanca montaña que divisaba desde el valle.