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No. 12 Extraordinario Tercera época Guatemala, 1 de mayo de 2010 ¿Alguien da un centavo por los pobres? Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Sede Académica Guatemala, reconocida por el Decreto 96-87 del Congreso de la República, ratificado por el Ejecutivo en el instrumento de adhesión de fecha 29 de diciembre de 1987.

Diálogo 12 / ¿Alguien da un centavo por los pobres?

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¿Alguien da un centavo por los pobres? / Publicación mensual de FLACSO-Guatemala

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No. 12 Extraordinario Tercera época Guatemala, 1 de mayo de 2010

¿Alguien da un centavo por los pobres?

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO-Sede Académica Guatemala, reconocida por el Decreto 96-87 del Congreso de la República, ratificado por el Ejecutivo en el instrumento de adhesión de fecha 29 de diciembre de 1987.

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El lema de la nueva econo-mía podría muy bien ser: “cualquiera puede ser Bill Gates, si tú no lo eres es por culpa tuya”.

Kuttner (2001)

¡La culpa es tuya!… Ésta es –pa-labras más, palabras menos– la

interpelación que el ciuda-dano común le lanza a una persona pobre. Se trata de una suerte de mecanismo especular mediante el cual las personas comunes se sitúan frente a los pobres, produciendo una relación antagónica entre nosotros y los otros. Uno no tendría que detenerse a analizar pa-labras como éstas, que no sólo parecen naturales sino inofensivas. Sin embargo, el tema se complica cuando estos discursos colonizan la arena política y se convier-ten en soporte para la toma de decisiones en materia de política social y en el tra-tamiento de la pobreza por parte del Estado. Entonces las palabras cobran toda su importancia.

DefinienDo al pobre, DefinienDo al “otro”

Durante toda nuestra historia, la de-finición del “otro” se ha basado en la construcción de estereotipos y en la invención de caricaturas grotescas, ante las cuales no queda otra cosa sino tomar distancia. El caso más peculiar sigue siendo, sin duda, la representación del indígena, que la

cultura dominante arrastra desde la colonia, con las variaciones introdu-cidas de acuerdo a las vicisitudes de cada época. De la misma manera, la sociedad ha forjado representaciones sobre el pobre y sobre la pobreza.

En efecto, en las conversaciones cotidianas sobre el tema, todos tie-nen algo que decir. Un estudio rea-

lizado por Georges y Flores (2002), por ejemplo, revela que las opiniones sobre las causas de la pobreza conce-den un peso importante a la falta de motivación de los pobres y a sus con-ductas irresponsables. Otro resultado del estudio que no parece sorpren-dente es la asociación que establecen los entrevistados entre cultura indí-gena y pobreza. La pobreza existente se debería, en gran parte, al tipo de valores de la población indígena.

A estas concepciones muy criollas hay que agregar, sin embargo, un conjunto de dispositivos ideológicos

tributarios del nuevo marco de la eco-nomía, impuesto por la contrarrevo-lución conservadora desde finales de la década de 1970. Si en la práctica las reformas pro mercado produjeron un “apartheid a nivel global” (Amin, citado por Battiston, 2010), en el ámbito de los discursos esta realidad también debía reflejarse, aunque in-vertida, distorsionada.

Así como en el sistema interestatal se han construido sucesivos enemi-gos tenebrosos, dentro de los Estados se ha forjado la imagen del enemi-go en casa. De esa cuenta, el pobre pasó de ser un pobre diablo sin mo-

tivación y sin metas en la vida, a un sujeto peligroso, temido y merecedor de una y mil medidas punitivas. El inventario de apelativos de viejo y nuevo cuño que se le endilgan al po-bre resulta generoso. Entre perezoso y delincuente común de la peor ca-laña, se despliega una amplia gama de matices que configuran el espec-tro nada envidiable que constituye la definición del pobre.

De esa cuenta y desde un punto de vista privilegiado y distante, la socie-dad crea toda suerte de historias sobre las personas pobres. Uno de los expe-

dientes más comunes es el que sitúa las causas de la pobreza en la cabeza de las personas. Según esta concep-ción, la pobreza constituiría una tara mental que impide a los individuos proponerse metas en la vida. Detrás de esa caracterización se adivinan re-sabios de la clásica separación entre tradición y modernidad. Los pobres estarían apegados a valores premo-dernos, casi bárbaros, inútiles para situarse en un mundo que demanda la capacidad de emprendimiento y de eficiencia.

Wallerstein (2002), por otro lado, ha rastreado los esfuerzos de los

ideólogos liberales decimo-nónicos por mantener la línea divisoria entre los ciudadanos de primera clase, los burgue-ses vencedores de la nobleza, y las clases peligrosas, los eter-nos candidatos a convertirse en ciudadanos. En el fondo de estos esfuerzos siempre se esgrimía el argumento de la dicotomía entre pares cate-góricos –hombres y mujeres, propietarios y no propietarios, educados e iletrados–, que re-mitía a la dicotomía más abar-cadora: civilización y barbarie. En todo caso, el propósito ve-lado no era otro sino limitar el grado de realización del princi-pio proclamado: la igualdad de todos los ciudadanos.

Hoy los argumentos parecen más sofisticados. Pero todos refieren a un credo disemi-

nado en las últimas décadas que se sintetiza en un sentido común según el cual el éxito está destinado a los más aptos –los emprendedores e in-novadores– y el fracaso sería el justo castigo para los menos dotados, con-formistas y despistados por naturale-za. Por supuesto, los pobres engrosan las filas de esta última categoría. Con estas premisas, sólo queda lugar para una conclusión: los pobres son los responsables de su situación por ha-ber hecho malas elecciones.

A partir de allí, las conclusiones secundarias salen a la superficie:

Profesores e investigadores eméritos flacso-GUATEMALA

Dr. Gabriel Aguilera/Lic. Edgar Balsells Conde/Dr. Santiago Bastos / Dr. Víctor Gálvez Borrell/Lic. Mario Aníbal González / Dr. Jorge SolaresSecretario general de flacso

Francisco Rojas AravenaSan José, Costa Rica

Consejo académico de flacso-guatemala

Virgilio Álvarez Aragón- director/Oscar López / Marcel Arévalo/Aura Cumes/Claudia Donis /Virgilio Reyes/Simona V. Yagenova /Edgar F. MontúfarLuis Raúl Salvadó/Edmundo Urrutia

* Maestro en ciencias sociales por FLACSO-Guatemala.

La Legitimación sociaL de La pobreza. ¿aLguien da un

centavo por Los pobres?...

José Vicente Quino González*

Foto: Luis Alejandro de León Soto

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inadaptados sociales, incapaces de comulgar con los valores y normas vigentes; viciosos con pautas de con-ducta reñidas con la ley y con la mo-ral; parranderos y busca líos… Nada nuevo, por cierto. El mismo tenor, además, de lo que autores de todos los gustos han descrito con harto desprecio –marginalidad, cultura de la pobreza, infraclase, lumpen prole-tariado– cuando designan al mismo residuo humano, considerado por los no pobres como un cáncer, contra el que sólo caben medidas terapéuticas extremas.

Con tan dudosas credenciales, los pobres corren la misma suerte que los leprosos de otras épocas. Las piezas encajan para producir una muy conveniente separación física y simbólica entre la gente decente, es decir, los no pobres, y esa amenaza ambulante que es el fantasma de los pobres, creación de la sociedad mis-ma para esconder sus propias con-tradicciones.

En su libro sobre segregación so-cial, Bravo Soto (2007) analiza ese fenómeno en la ciudad de Guatema-la. Se refiere a “barrios cerrados”, territorios de confinamiento de los pobres urbanos; guetos para quie-nes ya no son considerados parte de “nosotros”. Lugares provisionales, en tanto se incuba una solución fi-nal. Parece la reedición de un libreto ya conocido y, desafortunadamente, también ya representado.

las representaciones sobre la pobreza al

Descubierto

Estas representaciones sesgadas, es-purias e interesadas sobre los pobres operan como racionalizaciones que la sociedad construye para ocultar las miserias que se producen en su seno y que remiten a una realidad repug-nante e intolerable. Con razón Øyen (2002: 53) las ubica en el estadio de cuenta-cuentos, cuando analiza las di-versas etapas que han atravesado los estudios sobre la pobreza. Sin consi-deración de la evidencia empírica, se encasilla a los pobres en categorías sociales elaboradas arbitrariamente hasta convertirlos en los villanos de

todas las historias. El término más apro-

piado para referirse a este fenómeno social es legitimación social de la pobreza. Morell (2002) explica cómo la sociedad necesita interpretar los fenómenos y conferirles sentido, pero no desde una posición de neutra-lidad valorativa. Por el contrario, tras el afán por producir tales representa-ciones subyace una pre-ocupación mayor: evitar que la pobreza ocasione efectos disfuncionales para la reproducción del sistema.

En tal sentido se eri-gen justificaciones de toda índole, incluso teó-ricas, con el objeto de dar forma a una cosmo-visión “que garantiza la aceptación por parte de los miembros de una sociedad de la estructu-ra social y económica –independientemente de la posición que en ella se ocupa– a través del proceso de socialización e interiorización de las normas y valores dominantes” (Mo-rell, 2002: 2). El resultado es la natu-ralización de un fenómeno producido socialmente y, a la vez, la estigmati-zación del pobre como portador de una naturaleza degradada.

Finalmente, se produce una feliz convergencia con el pensamiento conservador tal como lo desarrolla uno de sus representantes más co-mentados: Peter Berger y su teoriza-ción sobre la construcción social de la realidad. De acuerdo con Hinke-lammert (2000: 35), el proceso de legitimación del orden existente da sustento al sueño conservador de Berger de una “convivencia pací-fica de amos y esclavos, en la cual los esclavos se resignan a morir (…) cuando el amo no les deja ninguna posibilidad de vivir”.

El extremo de este conservaduris-mo se pone de manifiesto cuando se

afirma que los mundos construidos socialmente son legítimos por su mera facticidad objetiva. Toda opi-nión contraria sería producto de la estupidez humana y, al mismo tiem-po, un conato de anomia social, de caos y de muerte. Ante tales argu-mentos, ¿quién estaría dispuesto a ser visto como estúpido? La eficacia de la legitimación social se logra, por lo tanto, cuando todo el mundo parece estar satisfecho con el orden imperante.

Sin embargo, Berger reconoce que es inevitable la emergencia del egoísmo y de la estupidez humana, lo cual lleva a que las instituciones so-ciales operen dentro de una realidad precaria. Se ponen en escena, enton-ces, un conjunto de legitimaciones secundarias. Éstas incluyen desde afirmaciones basadas en la tradición, pasando por un nivel teórico inci-piente, que se expresa en máximas

morales, mitos y cuentos populares, hasta legitimaciones teóricas explí-citas y construcciones de alto nivel teórico (Hinkelammert, 2000: 37). Por cierto, en muchas ocasiones ha tocado a las ciencias sociales cumplir esa función de legitimación social de un orden que, visto desde otra pers-pectiva, debería ser trastocado hasta en sus más íntimos repliegues.

Del Dicho al hecho

El proceso de legitimación social de la pobreza produce dos efectos provi-denciales. No sólo apacigua las con-ciencias, inhibiendo cualquier atisbo de malos pensamientos contra el or-den existente, sino prepara las con-diciones para el diseño de políticas públicas ad hoc, es decir, ajustadas a las necesidades de reproducción del sistema.

El pragmatismo político sale a re-

“Los movimientos sociaLes, eL estado, La democracia y Los partidos poLíticos: una Lectura desde La reaLidad Latinoamericana y guatemaLteca”

El 24 de abril, el Área de movimientos sociales de FLACSO-Guatemala realizó un semi-nario de reflexión y análisis sobre las experiencias, aprendizajes y retos que enfrentan los movimientos sociales latinoamericanos para transformar los modelos políticos existen-tes. Como ponentes para analizar el contexto latinoamericano participaron el Dr. Carlos Figueroa Ibarra, el Sr. Santiago Feliu Consejero Político de la Embajada de Cuba, el Sr. José Hernández, Representante de la Embajada de la República Bolivariana de Venezuela y la Coordinadora del Área de Movimientos Sociales de esta Facultad, Simona V. Yagenova. Se contó con la participación de hombres y mujeres de organizaciones de mujeres, indígenas, campesinas y sindicales. Esta actividad se pudo realizar gracias al apoyo de Diakonia

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lucir. Una vez los pobres quedan etiquetados como enemigos cerca-nos, la mesa queda servida para una paradójica trasmutación de la polí-tica social en justicia penal y crimi-nal. Según apunta Bauman (2000), los políticos de todas las tendencias

ofrecen el mismo programa contra la inseguridad civil provocada, claro está, por las susodichas clases peligrosas: tole-rancia cero. Es decir, la política de mano dura, lo que incluye las medidas que en-dulzan los oídos de todos los espí-ritus fascistoides: cárcel, condena y pena de muer-te. Quien ofrece menos elige una mala estrategia de marketing po-lítico.

Pero, ¿cómo se logra que la opinión pública aplauda al uníso-no esta crimina-lización del po-bre? Este autor se refiere a un giro

que ocurre en el terreno de la moral. Mediante un acto de prestidigitación ética, los pobres desaparecen del ámbito de las obligaciones morales. La sociedad no les debe nada. Por lo tanto, queda libre de toda culpa por

el abandono y condena de los pobres. Y no hay exhortación religiosa que valga. Ni siquiera el precepto del amor incondicional es aplicable a los pobres irredentos.

Parte de este abandono lo consti-tuye el rechazo populista neoconser-vador contra toda política social en favor de los pobres. Toda propuesta de financiación de estos programas resulta descalificada invariablemen-te al ser considerada un desperdicio de recursos. ¿Cómo podrían aprove-charlo esos pobres indignos? Es en este registro que debe leerse la polé-mica suscitada alrededor del progra-ma de transferencias condicionadas, cuando se anunció su inicio hace un par de años en Guatemala, más allá de las implicaciones de clientelismo político que lo acompañan.

En materia de política pública, como se ve, la tendencia es gestionar la pobreza dentro de las condiciones que preservan y reproducen las rela-ciones sociales capitalistas. Y en los últimos 30 años esos requerimientos han incluido la austeridad en el gasto público, la privatización de la polí-tica social y la exacerbación de un individualismo extremo, que remite a un darwinismo social en el que no cabe la solidaridad social.

¿Qué posición ocupamos en la so-ciedad? y ¿por cuánto tiempo?

son dos preguntas que nos remiten a los procesos por los cuales hace-mos valer nuestras capacidades en el mercado de trabajo y a los vínculos que nos unen con otras personas. Ex-tendiendo como telón de fondo los intercambios de capacidades, ya sea de forma grupal o individual, es im-portante cuestionarnos sobre las dis-continuidades en nuestras trayecto-rias laborales, es decir, la sumatoria de los momentos en que perdemos la vinculación con los demás. ¿Aca-so no tienen ninguna implicación las fracturas de nuestras carreras labo-rales? ¿Qué relación existe entre las trayectorias laborales discontinuas y

la vulnerabilidad? ¿En dónde quedó la ilusión de controlar el azar y los riesgos que el devenir nos prepara?

A pesar de que el mundo nunca logró instaurar seguridades sociales universales, ¿es acaso la tendencia la misma?, ¿es aún permitido ilusio-narnos con la estabilidad de nuestra posición en la sociedad?, es decir, quedará algún desfalleciente intento por extender garantías universales. Patrick Cingolani1 subraya un he-cho central de esta relación entre los individuos, el tiempo y la sociedad: la diferencia entre la precariedad de los mundos tradicionales y la pre-cariedad de hoy en día reside en la descomposición de los dispositivos sociales que en algunos momentos

bibliografía

Battiston, Giuliano. “El marxismo de Samir Amin”. Entrevista en Il Manifesto (2010), en línea http://www.forumdesal-ternatives.org/ES/readarticle.php?article_id=23079 Bauman, Zygmunt. Trabajo, consumismo y nuevos pobres (Barcelona, España: Edi-torial Gedisa, 2000). Bravo Soto, Mario Alfonso. Proceso de urbanización, segregación social, violen-cia urbana y “barrios cerrados” en Gua-temala, 1944-2002 (Guatemala: USAC, Centro de Estudios Urbanos y Regionales, 2007).Georges, Midré y Sergio Flores. Elite ladi-na, políticas públicas y pobreza indígena (Guatemala: Instituto de Estudios Interét-nicos, Universidad de San Carlos de Gua-temala, 2002).Hinkelammert, Franz. Crítica a la razón utópica. 3ª edición (San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investiga-ciones (DEI), 2000). Kuttner, Robert (2001) “El papel de los gobiernos en la economía global”, en Giddens, Anthony y Will Hutton (Eds.), En el límite. La vida en el capitalismo global, Kriterios Tusquets Editores, Bar-celona, España. Morell, Antonio. La legitimación social de la pobreza (Barcelona, España: Anthropos Editorial, 2002).Øyen, Else. “Producción de la pobreza: un enfoque diferente para comprender la pobreza”, en Oscar López, coordinador, Reflexiones teóricas sobre la pobreza (Guatemala: FLACSO/ASDI, 2002.Wallerstein, Immanuel. Citizens All? Ci-tizens Some! The Making of the Citizen (Pennsylvania: E. P. Thompson Memorial Lecture, University of Pittsburgh, 2002).

* Maestro en sociología. Investigador del Área de estudios sobre pobreza y migración. FLACSO-Guatemala.

1 Cingolani, Patrick. La Précarité (Paris: PUF, 2005).

precariedad LaboraL, ¿un momento o una forma de vivir?

Federico Estrada*

Foto: Luis Alejandro de León Soto