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X CONGRESO NACIONAL DE DERECHO POLÍTICO “Democracia y Estado de Derecho” Universidad Nacional de Mendoza 27 y 28 de Junio de 2013 Comisión especial para estudiantes “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de Maurice Joly” Mayca Balaguer Derecho Político- Dra. Myriam Consuelo Parmigiani de Barbará

Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly - Mayca Balaguer

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Monografía sobre obra de Maurice Joly.

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Page 1: Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly - Mayca Balaguer

X CONGRESO NACIONAL DE DERECHO POLÍTICO

“Democracia y Estado de Derecho”

Universidad Nacional de Mendoza

27 y 28 de Junio de 2013

Comisión especial para estudiantes

“Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de Maurice Joly”

Mayca Balaguer

Derecho Político- Dra. Myriam Consuelo Parmigiani de Barbará

Facultad de Derecho y Cs. Sociales - Universidad Nacional de Córdoba

Page 2: Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly - Mayca Balaguer

1) Introducción

2) Vida del autor y contexto de la obra

3) Breve referencia a los pensamientos políticos de Maquiavelo y Montesquieu

4) Los diálogos

5) Conclusión

6) Bibliografía

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1) Introducción

En el presente trabajo me referiré a la enigmática obra del francés Maurice Joly,

“Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, escrita en 1864 para satirizar y

denunciar el gobierno despótico de Napoleón III.

Se trata de un debate imaginario entre ambos pensadores políticos, en donde

Maquiavelo expone y desarrolla la idea de un despotismo moderno ante un Montesquieu

horrorizado que se niega a concebir un modelo político autoritario en una sociedad

acostumbrada a las instituciones liberales.

Considero que esta obra es digna de análisis por lo que nos revela. En palabras del

infernal Maquiavelo, Joly nos descubre que es relativamente sencillo convertir una

democracia liberal en un régimen autoritario sin necesidad de abolir las instituciones

representativas y, como si fuera poco, con el apoyo entusiasta del pueblo.

Hay quienes opinan que las ideas centrales del “Diálogo” siguen estando

plenamente vigentes hoy en día. Jean-François Revel (quien escribió el prefacio en la

edición de 1968), por ejemplo, creía que podría servir como crítica feroz al Gobierno del

general De Gaulle; Fernando Savater también opinaba en el prólogo que escribió para la

edición española en 1982 que muchas de las advertencias del “Diálogo” podían aplicarse a

la situación de la España de aquel entonces.

Yo me propongo en esta humilde reseña exponer las principales ideas políticas de

esta obra. Seguramente que Joly no tuvo la intención de elaborar un tratado de teoría

política, sino simplemente exponer con crudeza los métodos de Napoleón III, pero

considero que, sin embargo, sus diálogos pueden resultarnos útiles para analizar la política

de nuestros tiempos.

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2) Vida del autor y contexto de la obra

a. Un rebelde opositor

Maurice Joly fue un abogado y satirista francés. Nació en Lons-le-Saunier en 1892,

de padre francés y madre italiana. En su juventud se fugó de varios colegios. Estudió leyes

pero abandonó sus estudios en 1849 para ir a París, donde trabajó para el Ministerio del

Estado del antiguo régimen de Francia durante diez años. Después de completar sus

estudios de derecho, en 1859 fue finalmente admitido en el Colegio de Abogados de París.

Su primer libro, del año1863, “Le Barreau de Paris, études politiques et littéraires”,

consiste en una galería de retratos de abogados cáusticos e inclementes.

En 1864 publicó en Bruselas, sin nombre de autor, el Diálogo en el infierno. El libro

fue introducido en Francia de contrabando, pero como algunos de los contrabandistas

pertenecían a la policía, esta fácilmente logró incautarse de toda la edición y desenmascarar

al autor, quien fue arrestado. Pasó un tiempo en la cárcel de Sainte-Pélagie por "exitación al

odio y al menosprecio del Gobierno". Quedó en libertad en mayo de 1867, pero sus

conflictos con la justicia le generaron el desprecio de todos los sectores. Al año siguiente

publica “Recherches sur l'art de parvenir”, en donde ataca violentamente a sus

contemporáneos más ilustres. Luego funda un periódico jurídico, Le Palais, en el cual

también fracasa.

En 1870 se unió a los miembros de resistencia a ultranza, con quienes invadió el

Ayuntamiento, luego de lo cual fue arrestado nuevamente. En 1871 fue absuelto. En 1872

los hermanos Péreire le ofrecieron un puesto de jerarquía en su periódico La Liberté. Sin

embargo, volvió a estar en problemas cuando, durante la crisis provocada por la disolución

del Parlamento, en el momento en que se sostenía la candidatura de Jules Grévy a la

presidencia, Joly hizo colgar en los muros de la ciudad proclamas donde atacaba con

violencia al candidato, y la prensa lo atacó a él. Así las cosas, inició procesos judiciales en

contra de diez periódicos por difamación, injurias públicas y por rehusarse a publicar sus

comunicados. Salvos dos, todos los periódicos que emplazara fueron condenados. Fue su

única victoria. Meses después, se declaraba vencido.

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Enfermo, en la miseria y lleno de amargura, fue hallado muerto el 14 de julio de

1878 en su piso del muelle Voltaire núm. 5 de París.

b. El destino del Diálogo en el Infierno

Quizá nunca hubiésemos conocido esta obra si un ejemplar no hubiese escapado a la

policía de Napoleón III y caído en manos del supuesto redactor de los Protocolos de los

Sabios de Sión, donde se exponen los presuntos planes secretos de dominación mundial

concebidos por los dirigentes de la Alianza Israelita Internacional.

Publicados en ruso, los Protocolos fueron traducidos y difundidos en todos los

países del mundo en 1920. Al año siguiente fue puesta al descubierto la falsificación:

Graves, corresponsal del Times en Constantinopla, se percató de la similitud que existía

entre el documento ruso y el Diálogo de Joly. Graves era amigo de un emigrado ruso, que

había comprado un lote de libros viejos a otro refugiado. Entre ellos descubrió un pequeño

volumen en francés del libro de Joly. Al comprobar que el texto tenía una asombrosa

semejanza con el de los Protocolos, lo hizo saber a Graves. Este hizo que se practicaran

algunas averiguaciones en el British Museum, donde sin esfuerzo pudo encontrarse un

ejemplar de la misma edición del Diálogo. La falsificación era evidente.

Este descubrimiento atrajo nuevamente la atención sobre el escritor francés. Los

Diálogos fueron releídos, comprobándose que debían ocupar un lugar prioritario en la

literatura política.

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3) Breve referencia a los pensamientos políticos de Maquiavelo y Montesquieu

Si bien no es el objetivo de este trabajo desarrollar la teoría política de estos

pensadores, considero de importancia práctica exponer brevemente cuáles fueron sus

postulados y en qué contextos fueron concebidos, para lograr comprender el uso que

Maurice Joly hace de ellos.

a. Nicolás Maquiavelo, el secretario florentino

Debemos ubicar a Maquiavelo en dos contextos: uno temporal y uno geográfico. El

temporal: siglo XVI, época del Renacimiento, un movimiento intelectual que sacude las

disciplinas intelectuales de la Edad Media para volver a la antigüedad clásica. Se derrumba

la autoridad del Papa y se afirman los grandes Estados monárquicos unificados. En lo

geográfico: nos encontramos en la ciudad de Florencia, que constituía uno de los muchos

Estados dentro de lo que hoy llamamos Italia, una tierra que en ese entonces se encontraba

devastada por disensiones y crímenes en medio de una gran floración artística.

Nicolás Maquiavelo nació en un pequeño pueblo a orillas del Arno, a unos quince

kilómetros de Florencia el 4 de mayo de 1469, hijo de Bernardo Machiavelli (abogado

perteneciente a una empobrecida rama de una antigua familia influyente de Florencia) y de

Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y de orígenes nobiliarios pero con

pocos recursos a causa de las deudas del padre.

Entre 1498 y 1512 Maquiavelo fue Secretario de la República Fiorentina. Viajó a

varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones

diplomáticas. Cuando los Médicis fueron restablecidos en Florencia, perdió su puesto y en

1512 fue encarcelado por un breve período en Florencia, y luego exiliado y despachado a

San Casciano. Allí se esfuerza por reconquistar la función pública a través de sus escritos a

favor de los nuevos detentadores del poder. Recuperó su lugar en 1521 pero por poco

tiempo, ya que volvió a perderlo en 1526. Murió en Florencia en 1527 y fue sepultado en la

Santa Cruz.

“El príncipe” (originalmente titulado “De principatebus”, es decir, de los gobiernos

de príncipes o principados) fue redactado entre 1513 y 1514 y dedicado a Lorenzo de

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Médicis, poniendo a su disposición “el conocimiento de las acciones de los grandes

hombres que él ha adquirido”. Constituye una clara invitación a este nuevo príncipe para

que llame a Florencia al secretario florentino, quien desea apasionadamente volver a la

función pública.

En la obra, Maquiavelo se propuso investigar cuál es la esencia de los principados,

de cuántas clases los hay, cómo se adquieren, cómo se conservan y por qué se pierden.

Su interés se centra, a través de toda la obra, en la política como “arte de conquistar

el poder”. La política es por tanto el arte del príncipe o gobernante en cuanto tal, y el

príncipe, en cuanto conquistador y dueño del poder, en cuanto a encarnación del Estado,

está por principio exento de toda norma moral. Lo importante es que tenga las condiciones

naturales como para asegurar la conquista y posesión del poder, “que sea astuto como la

zorra y fuerte como el león”.

Para Maquiavelo la razón suprema no es sino la Razón de Estado. El Estado

constituye un fin último, un fin en sí, no solo independiente sino también opuesto al orden

moral y a los valores éticos, y situado de hecho, por encima de ellos, como instancia

absoluta. El bien supremo no es la virtud, la felicidad, la perfección de la propia naturaleza,

sino la fuerza y el poder del Estado y de su personificación: el príncipe. El bien del Estado

no se subordina al bien del individuo o de la persona en ningún caso, y su fin se sitúa

absolutamente por encima de todos los fines particulares.

En estas ideas centrales de la obra se basa Maurice Joly para dar vida a un

Maquiavelo que, algunos siglos después, en tono desafiante y algo burlón, se propone

explicar a Montesquieu la manera de lograr un despotismo moderno.

b. Montesquieu y “Del espíritu de las leyes”

Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu (Château de

la Brède, 18 de enero de 1689 - París, 10 de febrero de 1755), fue un cronista y pensador

político francés que vivió durante la llamada Ilustración.

Es uno de los filósofos y ensayistas ilustrados más relevantes en especial por la

articulación de la teoría de la separación de poderes, que se da por descontada en los

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debates modernos sobre los gobiernos y ha sido introducida en muchas constituciones a lo

largo del mundo.

Su obra magistral fue “Del espíritu de las leyes”, publicada en Ginebra casi en la

mitad del siglo XVIII. La obra es una suma de filosofía jurídica y política que se sostiene

en la razón y en el método experimental.

Contiene dos temas esenciales: la teoría de la ley y la teoría de la separación de

poderes, a las cuales me referiré brevemente en las próximas líneas.

Las leyes en su más amplia significación son las relaciones necesarias que se

derivan de la naturaleza de las cosas. En este sentido, todos los seres tienen sus leyes: las

tiene la divinidad, el mundo material, los animales y el hombre mismo. Todo está sujeto a

leyes. Toda ley particular se relaciona con otra ley del mismo carácter y depende de una ley

más general. Cuando Montesquieu utiliza en la razón de la ley el concepto de relación

necesaria, está incluyendo en ella al mismo tiempo las nociones de necesidad y de

contingencia que componen y caracterizan a las leyes.

Montesquieu parte de lo particular, de la certeza de los hechos, de su acumulación,

estableciendo semejanzas y diferencias, extendiendo los conceptos clasificatorios a la

formación de principios generales, partiendo de la diversidad social pero volviendo a ella

para descubrir no las leyes, sino el espíritu de las leyes: la esencia dinámica del principio

de legalidad universal, que se sustenta en la variedad de las situaciones particulares. El

derecho tiene una parte constante, igual en todas partes, que procede de la naturaleza; y una

parte diversa, que procede del hombre y de su contingencia.

“Del espíritu de las leyes” está hecho de las relaciones que las leyes establecen entre

los hombres y de las relaciones que surgen de la comunicación entre los hombres y las

cosas. Estas relaciones necesarias son las que componen la definición de la ley, y derivan

de la naturaleza de las cosas. De ese espíritu de las leyes ha de surgir la ley, derivando y

consolidando a la vez su origen en la sociedad.

Con respecto al poder, el autor lo considera de dos maneras: como una facultad

constitutiva del ser y como una facultad constitutiva de la sociedad. Montesquieu vincula

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estas dos formas de poder y las examina en cada situación determinada, en su unidad y en

su multiplicidad. Así, propone un análisis dialéctico del poder, desarrollando el conjunto de

los antagonismos que contiene el poder, para ponerlos al servicio de la ley, que es en

definitiva una de las antítesis del poder pero que a la vez constituye su legitimidad.

Así es como Montesquieu establece la teoría de la separación de poderes. El abuso

del poder solo se ve impedido si, por la disposición de las cosas, el poder detiene al poder.

Lo que supone no el poder único y concentrado, sino una fragmentación del poder y cierta

distribución de poderes separados. Se trata de una teoría de contrapesos, donde un poder

equilibra al otro. Esta es la única forma de garantizar la libertad política.

Hay una sola nación en el mundo que en ese momento definía de esta forma la

libertad política en su constitución. Se trata de Inglaterra, cuya Carta Magna fue analizada

por Montesquieu a lo largo de su obra.

A Montesquieu le debemos la iluminación de las instituciones liberales. Hace

doscientos sesenta años puso en nuestras manos instrumentos que nos permiten afirmar que

el Estado es cada uno de nosotros y todos a la vez.

Es sencillo comprender, entonces, la indignación y el apremio que expresa

Montesquieu en la obra de Joly cuando, al encontrarse en el infierno con Maquiavelo, sus

postulados se ven aniquilados uno a uno.

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4) Los diálogos

La obra de Maurice Joly está compuesta por cuatro partes, que contienen un total de

veinticinco diálogos.

La primera parte contiene los siete primeros diálogos. La segunda parte, los

diálogos que van del octavo al décimo séptimo. La tercera parte, los diálogos que van del

décimo octavo al vigésimo primero. La cuarta y última parte, aquellos que van del vigésimo

segundo al vigésimo quinto.

Explicada la estructura de la obra y partiendo de la contextualización de ideas y de

autores hecha en el punto anterior, estoy en condiciones de presentar el contenido de los

diálogos propiamente dichos.

En el diálogo primero los personajes se encuentran y luego de una decorosa

presentación del uno al otro, comienzan a discutir. Montesquieu le reprocha a Maquiavelo

haber sido el fundador de lóbregas tiranías. Maquiavelo se defiende explicando que el

maquiavelismo es anterior a Maquiavelo: “No soy yo el fundador de la doctrina cuya

paternidad me atribuyen; es el corazón del hombre”, “Todos los hombres aspiran al

dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla. Todos o casi todos están

dispuestos a sacrificar los derechos de los demás por sus intereses”. De esta forma defiende

su obra, estableciendo a su vez, su visión sobre la relación entre la política y la moral, al

pronunciar estas frases: “¿Tiene acaso la política algo que ver con la moral?”, “el bien

puede surgir del mal; se llega al bien por el mal, así como algunos venenos nos curan y un

corte de bisturí nos salva la vida”.

En el desarrollo del diálogo segundo, Montesquieu expresa su repudio hacia el

despotismo y las ideas de Maquiavelo: “Admiráis a los grandes hombres; yo sólo admiro a

las grandes instituciones”. Dice que puede comprender que algunas de esas empresas

violentas de las que habla Maquiavelo pudieron ser beneficiosas para ciertos Estados, que

tales actos quizás se justificaban en las sociedades de la antigüedad, pero a medida que las

luces se fueron propagando entre los pueblos, a medida que los principios de ciencia

política fueron mejor conocidos, el derecho sustituye a la fuerza. Así establece que el

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despotismo sería imposible en los principales pueblos de Europa, debido al estado actual de

las costumbre políticas. Maquiavelo lo insta a probar dichas presunciones.

Así es que en el diálogo tercero, Montesquieu explica que no son los hombres sino

las instituciones las que aseguran el reino de la libertad y las buenas costumbres en los

Estados, y desarrolla su teoría de la separación de poderes, sumando un elemento que

recién nacía en su época y que hoy constituye un nuevo poder: la prensa. Montesquieu

afirma que la prensa es la que garantiza el mantenimiento de las instituciones, pues ejerce

funciones semejantes a las de vigilancia: expresa las necesidades, traduce las quejas,

denuncia los abusos y los actos arbitrarios; obliga a los depositarios del poder a la

moralidad, bastándole para ello ponerlos en presencia de la opinión. Piensa que la ambición

de los príncipes y las maniobras de la tiranía no podrían tener lugar en una sociedad

reglamentada de esta forma. Maquiavelo se propone al final de este diálogo demostrar que

son sus doctrinas las únicas dominantes en la actualidad, a pesar de lo que Montesquieu

acaba de describir.

A lo largo del cuarto diálogo Maquiavelo habla del peligro de la soberanía popular,

pues considera que es este principio el que puede descomponer a las instituciones, cuyo

remedio sólo se encuentra en el despotismo: “la soberanía popular es destructiva de

cualquier estabilidad y consagra para siempre el derecho a la revolución”, “la soberanía

popular engendra la demagogia, la demagogia da nacimiento a la anarquía, la anarquía

conduce al despotismo … el despotismo es la única forma de gobierno realmente adecuada

al estado social de los pueblos modernos”.

Montesquieu contesta a estas duras palabras en el quinto diálogo y la discusión

sobre la soberanía popular sigue en el sexto. Maquiavelo insiste con la idea de que si son

los pueblos quienes eligen a sus amos, también pueden derrocarlos, lo que llevaría

irremediablemente al despotismo.

El quid de la cuestión parte desde el momento en que Montesquieu, al final del

séptimo diálogo, en forma retadora y con lenguaje incisivo emplaza a Maquiavelo a

explicar a partir de qué medios o con qué medios existe la posibilidad de que el príncipe

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pueda mantener el poder absoluto dentro de sociedades políticas que descansan sobre

instituciones liberales y representativas de la voluntad del pueblo.

Es así como, diálogo a diálogo, Maquiavelo desarrolla el plan que él mismo

utilizaría para ocupar el lugar del príncipe en un Estado de derecho: “no destruiré

directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia

imperceptible que desquiciará su mecanismo. De este modo iré golpeando por turno la

organización judicial, el sufragio, la prensa, la libertad individual, la enseñanza. Por sobre

las leyes primitivas haré promulgar una nueva legislación, la cual, sin derogar

expresamente la antigua, en un principio la disfrazará, para luego, muy pronto, borrarla por

completo.”

El sufragio, la constitución, el poder legislativo, el poder judicial, los partidos

políticos, las milicias nacionales, la universidad, el clero, la policía, las finanzas y los

presupuestos, los símbolos: todas y cada una de estas instituciones son manipuladas por

Maquiavelo en función de su causa: el mantenimiento del poder del príncipe.

Los diálogos que más llaman mi atención son el undécimo y el duodécimo, donde el

astuto tratadista propone la forma de “amordazar” a la prensa y convertir los instrumentos

del pensamiento en instrumentos del poder. “Os haré ver de qué modo sabré emplear esta

institución en provecho de mi poder. Me atrevo a decir que ningún gobierno ha concebido,

hasta eldía de hoy, una idea más audaz que la que voy a exponeros. En los países

parlamentarios, los gobiernos sucumben casi siempre por obra de la prensa; pues bien,

vislumbro la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma. Puesto

que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿sabéis que hará mi gobierno? Se hará

periodista, será la encarnación del periodismo.” Si este Maquiavelo viviera en nuestros

tiempos, bien podría ofrecer como ejemplo de este empleo de los medios de comunicación

lo que sucedió en la Alemania nazi, que fue testigo de una remodelación medial con el fin

de sostener y fomentar los intereses políticos e ideológicos del régimen.

A Maquiavelo le causa escozor la civilización tan celebrada por Montesquieu, y

haciendo referencia a su momento de vida señala: “En nuestros tiempos se trata no tanto de

violentar a los hombres como de desarmarlos, menos de combatir sus pasiones políticas que

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de borrarlas, menos de combatir sus instintos que de burlarlos, no simplemente de

proscribir sus ideas sino de trastocarlas, apropiándose de ellas.”

Maquiavelo diagnostica de esta manera a los gobiernos del Estado moderno, pero

también podríamos decir que realiza un diagnóstico preciso de la actualidad de los

gobiernos, ya que encuentra en la disolución del espacio público el resorte del poder y

señala que: “El secreto principal del gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta

el punto de desinteresarlo por completo de las ideas y los principios con los que hoy se

hacen las revoluciones. En todos los tiempos, los pueblos al igual que los hombres se han

contentado con palabras. Casi invariablemente les basta con las apariencias, no piden más;

es posible entonces crear instituciones ficticias que respondan a un lenguaje y a ideas

igualmente ficticios.”

Por su parte Montesquieu está convencido de que el progreso es capaz de

revolucionar el modo en que la sociedad llega a organizarse, de esta forma y gracias al

progreso se logra convertir al súbdito en ciudadano, y esto se consigue a partir de la

capacidad que el ciudadano ostenta para elegir, capacidad libre y fundamentada en la

voluntad. De esta forma el ciudadano pasa a ser un sujeto activo, un sujeto de derecho

dejando atrás la pasividad característica de un súbdito.

De este modo, la sociedad se constituiría en nuevos pueblos que tienen y ostentan la

posibilidad de darse constituciones que son la garantía de sus derechos, y es a partir del

progreso que la comunidad se ha transformado en nación y el príncipe en gobernante, pues

éste alcanza la cima de su civilización, por lo que al llegar a este punto es capaz de fundar

el derecho público y de esta forma el Estado se dota de instituciones estables y

democráticas.

La intención de Montesquieu, no parte de un imaginario, ni una propuesta utópica,

la propuesta no tiene carácter ilusorio respecto al cambio de la forma del poder, los

fundamentos de Montesquieu nacen a partir de la constitución de la sociedad mediante una

discusión sucesiva y constante, lo cual se inserta en el derecho y obligación que tiene el

ciudadano para deliberar y votar respecto a los representantes de la nación. Es la idea de

soberanía popular que se menciona en los primeros diálogos.

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Frente a esta argumentación Maquiavelo replica con un concepto pragmático de la

voluntad política del ciudadano y señala que los gobernados se encuentran contentos y en

armonía con el príncipe cuando éste no contraviene a sus bienes y a su honor, por lo que si

se mantiene un grado de armonía, la tarea del príncipe será la de combatir a un pequeño

número de descontentos, de rebeldes, de insatisfechos, que le será fácil poner en vereda.

Ante tal argumentación Montesquieu hace referencia al sentido moderno de los

derechos políticos como bienes públicos apreciados de tal forma que son y corresponden a

las características propias e individuales de cada ciudadano, ya que dentro de los bienes

públicos también se encuentra explícito el honor de los pueblos al mantenerlos, por lo que

al atentar contra ellos se atenta contra los bienes de cada uno de los ciudadanos así como

contra el honor de los mismos.

Por lo que habría que hacerse la pregunta sobre qué es lo que garantiza a los

ciudadanos su libertad, cuando estos son despojados de su libertad individual. Atentar

contra la libertad es atentar contra el ciudadano; es atentar contra el Estado y la nación.

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5) Conclusión

El Diálogo es una defensa del liberalismo, un liberalismo construido con principios

gratos al paladar político actual: elecciones y mercado libre, contención del poder político,

libertad de prensa, de asociación, de culto; todas las instituciones liberales que Montesquieu

fervientemente defiende.

El Maquiavelo de Joly es un autor cínico, el cual no da un tratado, sino sólo ideas de

cómo establecer un gobierno despótico poco menos que invulnerable conforme a una

estrategia basada en la manipulación de los principios de la democracia. El Maquiavelo del

Diálogo es una figura que representa al secretario florentino pero también a Napoleón III.

Joly, contestatario a pesar de todos los riesgos y también de sus propios miedos, decidió

escribir un corrosivo alegato contra el monarca, su bestia odiada.

Desde otra perspectiva, podemos decir que El Diálogo en el Infierno es también un

manual para trepadores, una especie de recetario para triunfar en sociedad no lejano al

Príncipe maquiaveliano, en la medida en que ofrece desvelar los mecanismos que mueven

la maquinaria social para que los más ambiciosos usen esa información en su accidentado

camino hacia la cumbre.

En la obra la sociedad aparece retratada como la peor enemiga del príncipe y de

Maquiavelo, pues esta llega a ser seducida sin mayores esfuerzos por un tirano al que

entrega mansamente sus derechos y libertades. Más allá de los fundamentos de Maquiavelo,

Joly rescata que la vida social, es un estado de guerra permanente en el que el objetivo

supremo puede concentrarse en unas pocas líneas: "¡Triunfar!, ¡trepar!

Considero que los Diálogos en el infierno es hoy una lectura obligada para el

Estadista, para el hombre de Estado, para el Politólogo, así como para el político práctico;

sobre todo si la concebimos desde aquella perspectiva práctica.

Yo prefiero, no obstante, hacer una segunda interpretación: que esta obra nos sirva

como un llamado de atención para pensar de manera crítica las estrategias que son

empleadas sobre nosotros, los ciudadanos.

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6) Bibliografía

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JOLY, M. (2011). Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Versión

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