Dictadores preocupados. El problema de la verdad durante el "Proceso" (1976-1983) - Lucas G. Martín

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    DICTADORES PREOCUPADOS. EL PROBLEMADE LA VERDAD DURANTE EL PROCESO (1976-1983)

    por Lucas G. Martn*

    El acontecimiento ilumina su propio pasado y jams pue-de ser deducido de l.

    HANNAH ARENDT

    Oriana Fallacci: (...) usted ha estado alguna vez en unaguerra?

    L. F. Galtieri: Bueno, otro tipo de guerra.FRONTALINIYCAIATI 1984: 41

    Introduccin

    En este artculo me propongo argumentar sobre la existencia de una preocu-pacin central entre los responsables del denominado Proceso de reorganizacinnacional. Dicha preocupacin, segn sostendremos, giraba en torno de la revela-cin de la verdad sobre el sistema criminal y clandestino del rgimen militar y ponade manifiesto las limitaciones del sistema de representaciones belicistas mediante elcual los militares crean poder describir, explicar y justificar incluso ante smismos lo que estaban realizando, y pona tambin de manifiesto la debilidadde la propia cohesin militar y, por ende, del rgimen. En este sentido, argire-mos que hablar de guerra era sin duda lo que muchos militares queran pero que,

    a la vez, ese querer era el signo de una carencia. Y esa carencia se deba a que ladoctrina de los militares argentinos era, a diferencia de las ideologas totalitarias1,

    * Doctor en Ciencias Polticas y Jurdicas. Docente de la Universidad Nacional de Mar delPlata. Investigador del Conicet. E-mail: [email protected].

    1 De acuerdo con los anlisis de H. Arendt sobre los totalitarismos, las ideologas tienen trescaractersticas que hacen a su nocividad pero tambin a su eficacia: reivindican unaexplicacin total de la realidad y la historia, se independizan de toda experiencia de larealidad inyectando un significado secreto detrs de toda contingencia y presentan una

    consistencia deductiva que oculta mediante demostraciones las dificultades prcticas demanipular una realidad obstinada (Arendt 1999: 568-572).

    POSTData15, N1,Abril/2010, ISSN 1515-209X, (pgs. 75-103)

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    permeablea la realidad comn y compartida, es decir, a la verdad de hecho2. Lacomprensin belicista de los militares no apareca en consecuencia como unmodo de comprensin primero, convincente y sincero, sino como una mentira

    que poda servir de solucin para la obturacin de aquella problemtica verdad.En suma, dictadores preocupadosson los jefes del Proceso que se enfrentan aproblemas que no pueden ser resueltos ni por los medios de violencia y terror ni,como veremos aqu, por el simple expediente de recurrir a las doctrinas de gue-rra no convencional.

    Debemos aclarar que nuestro anlisis no se propone refutar los discur-sos o las representaciones sobre la realidad (i.e., el discurso blico) apelando a loshechos objetivos de la realidad (se trat de un plan sistemtico de terror yexterminio), ni cotejar esos discursos y representaciones con otros (por ejemplo,las representaciones ordenancistas o las refundacionales vis--vislas belicistas)para sopesar cunto ms pudieron haber gravitado unos u otros. Se trata msbien de tomar al pie de la letra el esquema blico de interpretacin de la realidadpara hallar un problema interno en su formulacin. En este sentido, nuestraperspectiva propone que el hecho sin precedente que fue el sistema de terror ydesaparicin de la ltima dictadura militar tuvo una influencia determinanteen la autocomprensin y en los posicionamientos de los militares y que, enconsecuencia, los conflictos internos y las preocupaciones centrales deben ser

    ledas a la luz (o a la sombra) de ese hecho indito y ms all de las tradicionalesdivisiones castrenses (duros y blandos, nacionalistas y liberales, burcratas,politicistas, etc.3). Y si nuestros argumentos son correctos, abonarn la hiptesisde que, ms all de otras divergencias (sobre poltica, economa, organizacinmilitar, etc.), las Fuerzas Armadas argentinas estaban atravesadas, durante elProceso, por un conflicto en torno a la verdad y la mentira, un conflicto funda-mental en la medida en que tocaba y resquebrajaba el cemento que se suponadeba cohesionarlas: el sistema de terror y desaparicin.

    En las pginas que siguen examinaremos tres observables que, a nuestro

    entender, nos permiten percibir las deficiencias del sistema de representaciones

    2 Por verdad de hecho o fctica me refiero a esa realidad comn, pblica y compartida portoda una comunidad desde las diferentes perspectivas de sus miembros, y cuya descripcinexhaustiva es imposible o infinita sin que por ello pierda el carcter de lo verdadero inclusocomo punto de partida de la posibilidad de desacuerdos (que son siempre desacuerdossobrealgo). Slo donde las cosas pueden verse por muchos en una variedad de aspectosy sin cambiar su identidad, de manera que quienes agrupan a su alrededor sepan que ven lomismo en total diversidad, slo all aparece autntica y verdaderamente la realidad mundana

    (Arendt 1996: 66).3 Sobre el tema, ver el interesante libro de Canelo (2008).

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    belicistas y la consecuente preocupacin de los militares respecto de la revela-cin de la verdad sobre los acontecimientos principales de la poca, las desapa-riciones. En primer lugar, veremos las dificultades que encontraban los dictado-

    res para dar el nombre de guerra o de lucha contra la subversin a la empresaclandestina de terror y desaparicin que llevaban adelante. En segundo lugar,analizaremos el uso instrumentalde las representaciones y los argumentos belicistasy el impedimento que ese uso implicaba para que el discurso belicista se conso-lidara como una conviccin ideolgica frrea. En tercer lugar, examinaremos lapermanente preocupacin del gobierno militar por la imagen, y veremos aqula relevancia que cobraba en el mbito interno un problema que poda parecercasi exclusivo de la poltica exterior. Sobre esa base, en la cuarta seccin analiza-remos el conflicto en el seno de las Fuerzas Armadas en torno a los alcances de lamentira y, en consecuencia, respecto del lugar que deba darse a la verdad.Finalmente, en las conclusiones, y partiendo de las reflexiones de H. Arendtsobre la mentira poltica, propondremos una caracterizacin de las posicionesde los altos mandos militares en torno al problema de la verdad y al sentido dela mentira.

    I. El problema de la nominacin: el nombre de la guerra

    El primer problema que encontramos es el de la nominacin: los dicta-dores tenan dificultades para dar el nombre de guerra a la empresa que esta-ban llevando adelante. La reivindicacin del nombre de la guerra por parte degenerales, de idelogos y de simpatizantes, es una constante durante el Proceso,incluso lo precede y lo sucede4. En esa reivindicacin hallamos el reconocimien-to de un problema en el seno de la dictadura, el problema de dar un nombre alo que estaban realizando. As lo plasmaba, por ejemplo, un editorial de fines de1975 del diario pro-militar (ligado a la Armada) La Nueva Provincia: como el

    herrero que machaca sobre el yunque hasta moldear la forma ideal, no podemos

    4 Esas reivindicaciones difieren en que las anteriores al 24 de marzo eran llamados ms omenos solapados a tomar las armas y el poder de gobierno evitando la palabra y, con ella,el problema anejo de la nominacin, mientras que las posteriores eran ms bien reclamospor la falta de declaracin oficial de esa guerra. Ya en el inicio de la democracia, elargumento de la guerra ser una estrategia jurdica para salvarse de las sanciones penales.La evidencia sobre el tema es extenssima y slo podremos recuperar en estas pginas unaparte. En 1975, por ejemplo, el por entonces coronel Bignone deca: Callemos nosotrosnuestra indignacin cumpliendo silenciosamente nuestra misin, mientras dejamos a las

    armas hablar su idioma.... En el mismo sentido, el general Surez Mason instaba: Precisoes hablar poco y hacer mucho... (Clarn yLa Nueva Provincia, 16/12/75).

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    menos que insistir sobre la magnitud que est alcanzando esta tragedia ar-gentina, repitiendo lo que, inconcebible y absurdamente, se tarda tanto en ad-mitir: el pas est en guerra y su enemigo, artero e implacable, entre nosotros

    (16/12/1975, nuestro subrayado).Los oficiales de alto rango con suficiente autoridad como para poderdiscurrir ante la prensa se sentan obligados permanentemente a definir (porcierto, ambiguamente) los alcances del nuevo tipo de guerra no convencionaly las caractersticas especiales del enemigo subversivo: era una guerra de ideo-logas, sin batallas visibles, contra un enemigo oculto, etc. Lo importante eraque se entendiera que se estaba viviendo una guerra. En 1979, en su discurso enocasin del Da del Ejrcito, el general Viola deca:

    Esta guerra, como todas, deja una secuela, tremendas heri-das que el tiempo y solamente el tiempo puede restaar. Ellasestn dadas por las bajas producidas; los muertos, los heridos, losdetenidos, los ausentes para siempre (...) Debe entenderseque aquno ha habido (...) violacin alguna de los derechos humanos. Aquha habido guerra, violencia salvajemente desatada por el terroris-mo (...) No se busquen explicaciones donde no las hay, no sebusquen justificativos donde no cuadran, no se deforme la reali-

    dad (...) Quiera el mundo entenderlo as y sepa ver esta verdad. ElEjrcito est seguro que el pas que sufri la guerra ya lo entendiyasimil como propia (La Nacin, 30/05/1979, citado en Quiroga1994: 232, nuestro subrayado).

    Dicho en otros trminos: aunque no parezca as, tmese la realidad comosi fuera una guerra. El esquema belicista llegaba as en segundo lugar; era unarespuesta a una instancia previa, una solucin a un problema. El problema eraque, en primer lugar, la realidad no se presentaba como una guerra. Haba que

    machacar. En el discurso de Viola, los trminos del problema de la nomina-cin estn claramente planteados: violaciones a los derechos humanos versusguerra. Viola querra que seentendieseque en la realidad haba habido unaguerra. De eso, afirma, necesita afirmar, el Ejrcito est seguro5.

    Tambin, en fecha tan tarda como 3 de diciembre de 1980, en una notapublicada en el diario La Nacin, el recientemente retirado general Luciano B.

    5 A quin dirige esta aclaracin en el Da del Ejrcito? Al mundo? Al Ejrcito, a sus

    compaeros de ruta, las otras fuerzas militares y de seguridad? Cun segura de algo puedeestar una institucin cuyo jefe tiene que enunciar esa seguridad?

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    Menndez crea necesario insistir: hasta que no afrontemos la realidadde queestamos inmersos en la Tercera Guerra Mundial y, en consecuencia, hasta que noafrontemos a la subversin con mentalidad y disposiciones de guerra, ganaremos una

    y todas las batallas contra los subversivos violentos, pero nunca terminaremoscon la subversin (Menndez 1981: 50). La referencia es notable si se toma encuenta que el gobierno militar vena dando por terminada la guerra contra lasubversin una vez tras otra desde haca aos: si en fecha tan temprana como

    junio de 1976 el director del Colegio Militar y futuro presidente de la dictadura,general Bignone se refera a la guerrilla como una fuerza derrotada (19/06/1976),ya en 1977 fueron varias las ocasiones en que el presidente Videla sostuvo que elproblema subversivo estaba prcticamente derrotado desde el punto de vistamilitar (01/04/77), aunque aclarara que podan ocurrir episodios aislados en lomilitar y que quedaba por erradicar definitivamente las causas; finalmente, alao siguiente el brigadier Agosti, miembro de la Junta de gobierno, sealaba almes de julio de 1978 como un punto de inflexin en el que se haba terminadoel combate armado contra el terrorismo subversivo (08/07/1978)6. En elmismo sentido, el general duro S. Riveros poda hablar en pasado de la guerraen febrero de 1980: Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con rdenesescritas de los comandos Superiores. Nunca necesitamos, como se nos acusa,de organismos paramilitares (La Nacin, 18/02/1980, citado enQuiroga

    1996: 75).Si nos limitsemos a contar las menciones del trmino guerra y de sufamilia de palabras, podramos suponer que se crea convencidamente en ladescripcin de la realidad como un estado de guerra. Pero debemos considerartambin la posibilidad de que la reiteracin de una idea (vivimos una guerra)est evidenciando que esa idea no era aun asumida. Si el nombre de guerra tenaque ser machacado era porque las doctrinas belicistas no encontraban sustentosuficiente ni en la realidad ni en el modo en que muchos nombraban la reali-dad. Y si los militares se vean en la necesidad de machacar y de afirmar su

    seguridad al respecto, era porque perciban el inconveniente. En una palabra,los militares, o muchos de ellos, perciban una realidad adversa (adversa en loshechos y en las representaciones de los hechos). Esto significa que la doctrinade guerra estaba lejos de conformar un sistema de representaciones ideolgi-cas consolidado que emancipara a los militares de la experiencia de una reali-dad y unas representaciones de la realidad que no se amoldaban del todo a suvoluntad.

    6 Ver Novaro y Palermo (2003: 160, 169-170), Mensajes presidenciales (1977: 9, 40, 46),Yanuzzi (1996: 178-179), Troncoso (1984: 39-40) y Frontalini y Caiati (1984: 32-33).

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    Ahora bien, el nombre de la guerra tena que designar lo que transcurraen la clandestinidad, lo que no se haba querido mostrar. Por qu dar un nombrea lo invisible? Porque lo invisible tena su propia visibilidad y estaba adquiriendo

    nombres menos favorables al rgimen violaciones a los derechos humanos, des-apariciones, o lo que el escritor Julio Cortzar (2006: 84-85) llamaba la presenciaabstracta o presencia invisible de los desaparecidos. Desde el punto de vistapblico pues los esfuerzos por resolver la nominacin se daban en discursospblicos, el nombre de la guerra tena que ser admitido para dejar de hablar(de averiguar, de preguntar) sobre lo que no se poda ver y que sin embargo eravisible, para asegurar la invisibilidad y el silencio de lo invisible.

    Esto quiere decir que la revelacin de lo oculto era una prueba que elnombre de guerra no pareca poder superar. El nombre de la guerra careca dela aceptacin suficiente que hara innecesaria su reiteracin era el lenguaje delas desapariciones el que cristalizaba cada vez ms, y por eso apareca comouna necesidad para los militares7; y se volva cada vez ms necesario ante lavisible aparicin de huellas de aqullo oculto y sin nombre. Se generaba uncrculo vicioso en el que la eficacia del nombre de la guerra requera de unaaceptacin tan extendida y ciega que hiciera superfluo el mencionarlo, pero almismo tiempo la imposicin de ese nombre requera la reiteracin revelndoseas como una solucin tarda e imposible a un problema mayor. Y era tambin

    el intento paradjico de dar un nombre a algo que no tena referente porque eraclandestino. Por ltimo, mientras no se hablara deguerra no se podra darla porconcluida ni olvidarla (pues no se puede dar por terminado algo cuya existenciano ha sido en primer lugar reconocida), de modo que el problema del nombretenda a persistir as pueden entenderse tambin los reiterados anuncios delfin de la lucha armada, a la par del reclamo duro de asumir la guerra.

    Todo este problema repercuta de una manera particular en las filas mili-tares, donde nada de lo clandestino era invisible y donde el nombre tena refe-rente. En este sentido, el problema del nombre nos indica que los militares

    tenan dificultades para darle un sentido a lo que estaban haciendo (y viendo).Segn el general Menndez, la solucin era abrazar la doctrina de la guerra:hasta que no afrontemosla realidad de que estamos inmersos en la Tercera Gue-rra Mundial, deca, no podran terminar con la subversin A quines les falta-ba afrontarla realidad con mentalidad y disposiciones de guerra? A los milita-

    7 Cuntas veces hay que anunciar las guerras? Una sola. Luego, sigue el parte de guerra, lacrnica y la crtica, tareas de informantes, cronistasyespectadores, y no de soldados, que

    habrn de estar ocupados en el campo de batalla. As ocurrira en 1982 en Argentina, conla guerra de Malvinas.

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    res. El problema de la nominacin, que recubra a la sociedad, no dejaba inc-lume a la institucin militar.

    Ese problema de la nominacin suscitaba una doble preocupacin: por

    la legitimidadsocial del nombre y por el sentido de los actos militares cometidos.En la primera preocupacin puede apreciarse la importancia que cobraba lasociedad para los protagonistas, una sociedad que se mostraba distante respectode la postulacin de la guerra8. En efecto, el inters por la legitimidad de unnombre denota la conciencia (al menos en sentido prctico) que tenan los mi-litares de estar comprometidos en una guerra civil en la cual los civiles estu-vieron mayormente ausentes. En la segunda preocupacin, que retomaremos enla seccin siguiente, encontramos que los militares tampoco sentan haber adop-tado con conviccin el nombre de la guerra. Lo que estaban perpetrando, yque era mucho ms visible para ellos que para el resto de la sociedad, tampocotena un nombre cabalmente aceptado por los propios militares. Y todo el sen-tido que el mote de guerra poda darle a sus actos, se perda si no se estabaconvencido de que se era el nombre de la empresa militar.

    II. Las convicciones como estrategia

    Un argumento que nos permite reconocer la naturaleza problemtica deldiscurso belicista es el que seala el carcter instrumental de ese esquema decomprensin de la realidad. Hallar un uso instrumental de un discurso cual-quiera, y en nuestro caso del discurso belicista, implica que ese discurso nopoda ser incondicionalmentecreble y esgrimido, al menos para quienes hicierande l ese tipo de uso (instrumental). El uso instrumental requiere mirar deafuera el esquema de representaciones instrumentalizado, objetivarlo, es decir,mirarlo de un modo distinto al que suponen la fe ciega o la conviccin ideolgi-ca sincera. Para decirlo en otros trminos, respecto de lo que se toma como

    instrumento ya se ha perdido la inocencia; los fines y las convicciones, en tantotales, no se instrumentalizan. Y para perder esa inocencia puede bastar una solapuesta en escena del uso instrumental de un discurso para que toda una vida de

    jurada fe en ese mismo discurso se derrumbe.En este sentido, uno de los datos ms notables se encuentra en el Plan del

    Ejrcito para el golpe de Estado. All encontramos una curiosa forma de encubrir lospreparativos del golpe. Leemos el punto de ese Plan dedicado al Encubrimiento:

    8 Sobre esta ltima afirmacin, tema al que est dedicado parte de mi tesis de doctorado, mepermito remitirme a lo que he publicado hasta el momento: Martn (2008, 2009).

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    En la medida de lo posible, todas las tareas de planeamientoy previsiones a adoptar emergentes del presente plan, se encubri-rn bajo las previsiones y actividades de la lucha contra la subversin9.

    El encubrimiento era la respuesta que deban dar los mandos ante lasinquietudes que pudieran despertar los movimientos previos en vistas al golpe,en especial, los desplazamientos de tropas(Troncoso 1984: 12). Encubran, as,el objetivo de realizar un golpe de Estado o, ms probablemente, dada la conti-nua circulacin pblica de versiones que anunciaban la eventualidad de ungolpe de Estado, queran evitar que se supiera la fecha exacta del mismo.

    Paralelamente, esta forma de tomar un objeto de conviccin como ins-trumento de accin tambin tena una proyeccin poltica hacia el futuro, orien-tada a la obtencin de apoyos, a convencer a quienes no estuvieran aun conven-cidos. As, por ejemplo, en el Anexo 15 sobre Accin psicolgica del mismoPlan del Ejrcito, se establecan en trminos generales los objetivos que debancumplirse para obtener el apoyo tanto de la poblacin como de la propia tropa.Entre las disposiciones se encuentran varias cuyo carcter contrasta con la ideade una conviccin ideolgica. Veamos algunas de las que estaban orientadas a lapropia tropa (pblico interno):

    b)Acentuar el convencimiento de la justa actitud de inter-vencin de las FFAA en resguardo de los valores permanentes queaniman a la nacin.

    c) Reafirmar la conviccin sobre la responsabilidad ineludi-ble que las FFAA tienen respecto al mantenimiento del orden y laseguridad de la nacin.

    e) Clarificaral pblico interno sobre las acciones empren-

    didas y los logros obtenidos por el Gobierno Militar en los dife-rentes mbitos del quehacer nacional, a fin de evitar los efectos per-niciosos del rumor10.

    9 La misma expresin se repite en el apartado Preparacin y en los Anexos 2 (Inteligencia)y 15 (Accin psicolgica).

    1 0 Plan del Ejrcito (Contribuyente al Plan de Seguridad Nacional), firmado por el Jefe deEstado Mayor General del Ejrcito (JEMGE), general Viola, febrero 1976, nuestro

    subrayado. Consignas similares estaban orientadas al pblico externo o a los pblicosafectados.

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    Se abre aqu una brecha en la conviccin ideolgica, al menos en la cpu-la que ide este Plan. Probablemente no podamos afirmar que la mayora de losmilitares no estuviera convencida de las ideas que deca sostener, pero s pode-

    mos sealar que muchos en la cpula tenan una cierta conciencia de los lmitesdel alcance de esas ideas, en extensin e intensidad, por fuera del propio crculo.En resumidas cuentas, aunque estuvieran convencidos, los militares saban quehaba un problema en torno a las convicciones centrales que definan al rgi-men. Y la final referencia al rumor nos sugiere una precisin sobre el eje de eseproblema. El problema, lo que abra una brecha en las convicciones desde don-de poda surgir un potencial conflicto, era la aparicin de la verdad en pblico,aun bajo la forma del rumor. En efecto, la idea de rumor no forma parte de lared conceptual, o de la familia de palabras, de la opinin, de los valores o de lasconvicciones. La idea de rumor se refiere a una versin de la realidad que circulaextraoficialmente. El rumor no es necesariamente veraz, pero pone de manifies-to el registro de la verdad y el criterio verdadero/falso. De modo que, antes delgolpe, podemos encontrar esta preocupacin por la amenaza que la verdad hacapesar sobre las convicciones de los propios militares.

    Tanto el uso instrumental de la figura de la lucha contra la subversincomo la preocupacin por forjar convicciones de acuerdo con ella son indiciosde la naturaleza problemtica que revestan las representaciones que promovan

    los militares. Por un lado, el argumento mayor para justificar el terror de Estadola guerra o, mayormente, la lucha contra la subversin era pasible de unuso instrumental. Por otro lado, hay una insistencia en el objetivo de persuadira la propia tropa y a la poblacin en general acerca de la justeza de los fines y dela cohesin de las Fuerzas Armadas tras esos fines. Para lograr esa persuasinpareca pertinente prevenir sobre la posible existencia de rumores y aconsejaruna actitud de verdadero convencimiento evitando la postura de una manio-bra poltica interesada11. A la luz de estos ejemplos, vemos que aquello quepodra ser considerado como las causas ltimas del rgimen y los motivos de

    convicciones sinceras de los miembros de las fuerzas represivas, era observadodesde un punto de vista externo, como opciones, tcticas, instrumentos. Y,segn sostuvimos antes, entablar una relacin externa con las propias conviccio-

    1 1 As apareca en una Directiva del Comandante General del Ejrcito. Aqu, al aconsejar eldilogo y la persuasin en los contactos que los oficiales tuvieran con los representantes dela Iglesia, se daba la siguiente recomendacin: [la] accin no deber ser buscada como unamaniobra poltica interesada, sino con el verdadero convencimiento que da la toma de conciencia

    de la actual situacin y de la necesidad de superarla (Directiva 504/77, anexo 4: mbitoreligioso, nuestro subrayado).

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    nes les resta a stas, por lo menos, la posibilidad de adquirir un carcter ideol-gicamente cerrado.

    Esta ausencia de un monolitismo ciego en las creencias militares y, parti-

    cularmente, la ausencia de una lgica impermeable a la realidad comn y com-partida, a la verdad fctica, diferencia las ideas de los dictadores argentinos de lascerradas ideologas totalitarias. Esto no quiere decir que no hubiera quienescreyeran en mayor o menor grado en los fundamentos ideolgicos de las doctri-nas represivas y en que lo que se estaba viviendo era una guerra o una lucha noconvencional. Sin duda, los hubo. Pero empieza a tomar cuerpo la hiptesis deque el pequeo mundo de los cuarteles y los uniformes contena, en ese aspectodecisivo, el germen de la discordia.

    En este sentido, debemos subrayar lo significativo de esa preocupacinpara un rgimen que se crea salvador y refundador desinteresado, que se sababeneficiario de un consenso social suficientemente amplio y que contaba tantocon elaborados argumentos y graves justificaciones como con una superioridadnotable en recursos y metodologas de dominacin. Con todo eso a su favor,estos militares estaban preocupados por la visibilidad de aquello que hacan, ysentan de algn modo que sus convicciones no convencan del todo, incluso aellos mismos.

    III. La preocupacin por la imagen

    Decir que las ideologas militares y, por lo tanto, los militares mismos,eran permeables a la realidad significa que en el mundo comn y compartidoocurran hechos (o haba repercusiones de hechos) que siendo polticamentecentrales escapaban a su voluntad y llegaban hasta sus odos o hasta sus ojos nocomo el producto directo y esperado de su artificio. La verdad sobre los hechoscentrales de la poca (las violaciones a los derechos humanos, las desapariciones)

    generaba un problema que el discurso ideolgico no alcanzaba a clausurar. Otroindicador de este problema lo encontramos en una preocupacin que, de acuer-do con el uso de la poca, podemos denominar preocupacin por la imagen.

    La preocupacin por la imagen aparece en forma reiterada, aunque convariantes en los motivos y en las intensidades. Los militares se preocupaban porla imagen internacionaldel pas y por la imagen interiordel gobierno ante losargentinos. Esos escrpulos estaban motivados de manera general en la idea deque haba que mantener una buena imagen. La preocupacin estaba a su vez

    motivada por intereses ms especficos, como los de obtener financiamientointernacional o mantener el comercio exterior de armas, y en este sentido, no era

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    una preocupacin nueva. Ya desde los tiempos de planificacin del golpe laposibilidad de fusilar en pblico fue descartada por las repercusiones interna-cionales que poda acarrear, en especial teniendo en cuenta el ilustrativo caso de

    la dictadura de Pinochet (ver Pgina 12, 31/08/2003). En ese entendimiento,el almirante E. Massera se preocupaba, siempre antes del golpe, por conseguirespecialistas en imagen para no tener que sufrir las desavenencias chilenas12. Enun principio, las prevenciones tomadas dieron algunos frutos de buena ima-gen: el gobierno militar fue prontamente aceptado por otros Estados y la ima-gen de moderacin de los militares en el poder, y especialmente de su primerafigura (Videla), confortaba a diplomticos, gobernantes y publicistas de todo elmundo (Novaro y Palermo 2003: 109-110). Sin embargo, la magnitud de loscrmenes que se perpetraban produjo desde el comienzo efectos sensibles en larealidad compartida y sus repercusiones traspasaban las fronteras del pas. Muypronto comenzaron los reclamos muchos de ellos reservados provenientesprincipalmente de Estados Unidos y Europa que daaban la imagen en la me-dida en que ganaban un lugar en la opinin pblica de los distintos pases13.

    Con la mala imagen venan las consecuencias ms tangibles que habantemido los militares, es decir, las relativas a las relaciones diplomticas. Las re-percusiones por las violaciones a los derechos humanos motivaron medidaspunitorias, como el cierre del comercio de armamentos o el bloqueo del acceso

    a crditos de los organismos financieros internacionales (Armony 1999, Novaroy Palermo 2003). Para los dictadores, las sanciones econmicas eran probable-mente las ms dolorosas y las que guardaban un vnculo ms estrecho y msntido con lo que definan como un problema de imagen. Es tambin bastan-te probable que muchos hubieran tenido especialmente en mente ese tipo desanciones cuando propusieron la clandestinidad como mtodo. Sea como fuere,por s mismas esas sanciones no cambiaron ninguno de los rasgos ms terriblesdel rgimen de terror y desaparicin. Por eso su relevancia debe ser ponderada,especialmente en relacin con la preocupacin militar por la verdad.

    Como sugerimos antes, el de la imagen fue un problema constante, visi-ble y nombrado pero, a nuestro entender, son estas caractersticas las que revelanque no constituyera un problema decisivo, que fue un problema que los milita-

    1 2 Ver el documento desclasificado por el Departamento de Estado del Gobierno de EstadosUnidos por la Ley de Libertad de Informacin (Freedom of Information Act) N 4525 del16/03/1976 (en adelante citar esta fuente como FOIA, ms el nmero de archivo deldocumento y su fecha de emisin; por ejemplo, FOIA 4525, 16/03/1976).

    1 3 Ver por ejemplo, FOIA 4510, 07/04/1976; FOIA 4511, 07/04/1976; FOIA 4212, 30/09/

    1976; FOIA 4192, 08/10/1976; FOIA 4187, 18/10/1976; FOIA 3550, 19/08/1977; FOIA2612, 30/05/1978; FOIA 920, 11/04/1980.

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    res pudieron en cierto modo pilotear. En efecto, ante la eventualidad de sancio-nes provenientes de la comunidad internacional y motivadas por las versionessobre violaciones a los derechos humanos en el pas, los militares desplegaron

    toda una serie de recursos que tuvieron una eficacia nada desdeable: podansostener que la guerra contra el terrorismo era ms importante que la imagen yque el visto bueno de Estados Unidos14; podan eludir las crticas provenientesdel exterior adhiriendo a ellas, fingiendo incluso indignacin respecto de loshechos denunciados y manifestando la voluntad de poner fin a esa situacinenojosa para todos; tambin podan restar entidad a las violaciones a los dere-chos humanos, por ejemplo, atribuyndolas a grupos descontrolados y a excesosindividuales15; por ltimo, los militares deslegitimaban las denuncias en bloqueaduciendo que ellas formaban parte de una campaa de los enemigos en elexterior16 o de una campaa anti-argentina (estrategia que se acentu espe-cialmente durante el Mundial 78 y durante la visita de la ComisinInteramericana de Derechos Humanos en septiembre de 1979). En el mismosentido, los militares podan jugar con lo inverosmil de la situacin: en tanto yen cuanto era para todos evidente el dao que las violaciones a los derechoshumanos haca a la imagen internacional del gobierno argentino, no era veros-mil que fueran los propios militares que estaban a cargo del gobierno los queestuvieran detrs de tan escandalosas atrocidades17. De este modo, asumiendo

    la realidad del problema de la imagen (y las sanciones internacionales que tenapor efecto), invertan su sentido volvindolo un argumento a su favor. La imagende moderacin que supo forjarse el rgimen contribuy a dar verosimilitud aestas simulaciones. Ayud tambin que las eventuales sanciones estuvieranlejos de ser los suficientemente persuasivas y, mucho menos, perentorias, y que,por lo general, formaran parte en realidad de un proceso de negociacin18. Ensuma, en la escena internacional la mala imagen era indudablemente un pro-blema, pero era un problema en el que los militares argentinos contaban con un

    1 4 Ver por ejemplo FOIA 4225, 24/09/1976; FOIA 2656, 17/05/1978.1 5 FOIA 4242, 17/09/1976; FOIA 4236,20/09/1976; FOIA 3888, 30/03/1977.1 6 FOIA 3888, 30/03/1977.1 7 Esa fue, por ejemplo, la respuesta de Massera a las requisitorias de la funcionaria

    norteamericana Patricia Derian. (FOIA 3564, 15/08/1977).1 8 Estados Unidos se tomara ms de un ao entre la comunicacin y la efectivizacin de la

    interrupcin del envo de armas (FOIA 3594, 01/08/1977); Francia no suspendi el comerciode armas luego de la resonante desaparicin de dos de sus ciudadanas. Adems, en el juegointernacional del equilibrio de poderes, el gobierno militar argentino poda recurrir a otrospases que servan de contrapeso, haciendo que las sanciones econmicas perdieran parte

    de su eficacia (como cuando el gobierno decidi no adherir a un embargo cerealero contrala Unin Sovitica).

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    amplio margen de maniobra incluso frente a las presiones de la administra-cin Carter en Estados Unidos, que haba tomado al caso argentino como pun-tal de su poltica de defensa de los derechos humanos (Armony 1999, Novaro y

    Palermo 2003). Todava ms, segn nuestro argumento la cuestin de laimagen era tambin la solucin en la medida en que reduca a un problema deimagen lo que en realidad era la problemtica irrupcin de verdades fcticas.

    En todas sus estrategias de mentira y simulacin, los militares demostra-ban una gran versatilidad. Como si hubieran sido claramente concientes de que,en la esfera de la opinin, decir la verdad de hecho no tiene ms fuerza que lamentira. Por eso podan deslegitimar a quienes decan la verdad en denuncias ytestimonios. Como si en sus discusiones con funcionarios de otros estados, losdictadores dijeran: es su palabra (la de los denunciantes y la de los mismosfuncionarios) contra la nuestra. En efecto, dada la clandestinidad de los crme-nes, dada la ausencia del carcter ostensible que tiene toda realidad comn,tanto la denuncia como el testimonio dependan exclusivamente de la credibi-lidad. Los militares parecan haber tomado nota de eso y desplegaban con natu-ralidad sus estrategias de mentira y simulacin.

    Pero en la medida en que la forma de proceder, annima y oculta, cedierapaso a la visibilidad pblica, esas estrategias perderan su eficacia y, consecuen-temente, el rgimen poda llegar a conocer problemas ms serios que el de la

    imagen. Por cierto, el fenmeno de las desapariciones era ya la manifestacinpblica o semi-pblica de los crmenes annimos y clandestinos. Que hombresy mujeres des-aparezcan, significa que hasta un momento antes formaban partedel mundo social y, por lo tanto, implica que su desaparicin es percibida. Dehecho, el problema de la imagen era un signo de esteproblema de la verdaddelas desapariciones; pero era tambin, como sugerimos antes, una forma dedesplazarlo y enmarcarlo dentro de lmites menos peligrosos. Para decirlo enotros trminos: preocuparse por la imagen es un modo de restarle entidad altema de la verdad, es reconducir un tema que se rige por el criterio verdadero-

    falso a una cuestin de opinin y conveniencia. Cuando la realidad que se quiereocultar comienza a ser visible, la manera de impedir que ella sea tomada comotal, como realidad contante y sonante, es lograr que sea leda en trminos deopinin y de imagen y, por lo tanto, lograr que sea relativizada (vase argu-mento similar en Arendt 1996).

    Si nuestro argumento es vlido, entonces la eficacia de las estrategias dementira y simulacin que venimos de examinar dependan a su vez del xito deuna estrategia anterior por medio de la cual la cuestin de la verdad era tratada

    en trminos de imagen. En este sentido, no slo importaba que las violaciones alos derechos humanos (no) tomaran estado pblico sino adems el modo en que

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    eso se produjera cuando se produca. Es decir, si antes dijimos que las repercu-siones de los crmenes generaban una preocupacin por la imagen, ahora debe-mos agregar que las repercusiones que planteaban problemas de imagen eran

    menos preocupantes que aquellas que pona en escena el tema de la verdad.Esta distincin que hacemos no tena una manifestacin clara y permanente enla realidad19. De haberla tenido, probablemente los militares se habran encon-trado en mayores dificultades puesto que ello hubiera significado una mayorpresencia del tema de la verdad. Sin embargo, esas dificultades no faltaron,especialmente cuando el problema de la imagen se trasladaba al plano interno.

    En tal sentido, quiero proponer ahora que la estrategia de la imagen era unmodo de soslayar el problema de la verdad cuyo xito dependa tambin del lugar,el mbito, en que esa imagen repercutiera: importaba entonces el cmo y eldnde.Pues la imagen era tanto un problema de poltica exterior como motivo de unconflicto en el mbito interno, donde tomaba otro cariz. Este cariz distinto sedeba, a nuestro entender, a que la cuota de verosimilitud con que contaba lamentira y la simulacin en la negociaciones diplomticas era menor en el planointerno, donde los argumentos de la lucha contra la subversin podan aparecer, adiferencia de lo que ocurra en el plano internacional, como un justificativo absur-do20 para lo que realmente estaba sucediendo y, como dijimos antes, el nombrede guerra como un nombre imposible para los atisbos de visibilidad de aquello

    que no se poda mostrar. A nuestro entender, el motivo de esta diferencia resideen que aquello que amenazaba a la imagen tena, en el orden interno, una exis-tencia perceptible que no era posible en el orden internacional. En efecto, mien-tras que en orden de la poltica exterior todo dependa de la credibilidad de lasdenuncias y los testimonios, en el plano interno el fenmeno de las desaparicionesformaba parte de un modo oscuro y elusivo, es cierto de la realidad comny compartida. Esto haca que un mismo problema las violaciones a los derechos

    1 9

    Un examen del movimiento de derechos humanos y, en especial, de las Madres y Abuelasde Plaza de Mayo, atento a esta problemtica, como tambin uno que recoja la centralidaddel tema de la verdad a partir de 1983/1984, tambin podran iluminar nuestra compren-sin en este sentido (ver Martn 2009).

    2 0 Por ejemplo, en agosto de 1976, tras un publicitado operativo en Baha Blanca encabezadopor el general Vilas y en el que fuera acusado de infiltracin un ex ministro del ex dictadorgeneral Lanusse, Gustavo Malek, se desat entre los dos generales un conflicto en el queLanusse cuestionaba la accin de Vilas en trminos de imagen y de derechos, mientrasque ste esgrima demasiado pblica y enfticamente la ideologa del rgimen. Para losobservadores no militares de la poca, la decisin de Videla de sancionar a Lanusse aparecadefendiendo el absurdo de Vilas contra el planteo lgico del antiguo dictador. Ver La

    Nueva Provincia, ediciones del 5 al 11 de agosto de 1976; FOIA 4338, 06/08/1976 y FOIA4325, 09/08/1976; entrevistas del autor.

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    humanos pudiera ser ms fcilmente tratado como una cuestin de imagen enel orden externo que en el orden interno, donde pesaba la posibilidad de que lacuestin de la imagen deviniera cuestin de verdad/falsedad aunque ms no

    fuera, recordemos, a partir de rumores.Esta posibilidad se tornara realidad con la visita de la ComisinInteramericana de Derechos Humanos de la Organizacin de los Estados Ame-ricanos (en adelante CIDH o Comisin) al pas en septiembre de 1979, visitaque gener uno de los momentos ms conflictivos del Proceso. Desde el puntode vista del gobierno militar, la visita de la CIDH poda ser un beneficio respec-to de las metas internacionales (crditos, armas; ver Novaro y Palermo 2003); ypara eso los dictadores haban previsto poner la casa en orden desmantelandobuena parte de la estructura clandestina que restaba (con asesinatos, amenazas yreubicaciones incluidos). Sin embargo, pese a estas prevenciones, el problemano pudo ser evitado. La visita de la CIDH significara un nuevo giro en elproblema de la imagen. En las dos semanas que permaneci en el pas, lamisin recogi un gran cmulo de informacin. El dato central lo constituye-ron los miles de testimonios recibidos, cuyo nmero super las expectativas detodos (se denunciaron 5.580 desapariciones). El informe, concluido a media-dos de diciembre de 1979, comenz a circular a principios de 1980, aunque lasrepercusiones de la visita se hicieron sentir mucho antes en el pas (Novaro y

    Palermo 2003)21

    . Miles de personas se haban movilizado con el fin de dartestimonio de lo que saban. Se tornaba evidente que la manipulacin que losmilitares podan hacer de la imagen a nivel internacional perda buena parte desu eficacia una vez el observador externo, instalado en el terreno, pudiera cons-tatar la veracidad de la imagen. Lo esencial del hecho no radicaba en que laverdad saliera a la luz pblica sino en que el tema de la verdad desplazara al dela imagen, que era funcional al ocultamiento.

    Como seala Arendt, la mentira puede destruir el suelo comn de loshechos, del que da cuenta la verdad de hecho, pero no puede poner en su lugar

    un sustituto22. Cuando los fenmenos determinantes de una poca son sustra-

    2 1 Respecto de las repercusiones en el seno de la comunidad internacional, los militaresargentinos encontraran nuevamente cierto margen de maniobra. La OEA, por ejemplo,evitara una condena expresa al rgimen de terror y desaparicin argentino. En buenamedida esto fue posible gracias a la solidaridad de las dictaduras de la regin. En el mismosentido, un nuevo giro anticomunista en Estados Unidos daba ms oxgeno al gobiernoargentino (Novaro y Palermo 2003). Un indicador de ese giro fue la renuncia de PatriciaDerian a la Subsecretara de Derechos Humanos a principios de 1980 (Armony 1999).

    2 2 Que los hechos no estn seguros en manos del poder es algo evidente, pero la cuestinest en que el poder, por su naturaleza misma, jams puede producir un sustituto de la

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    dos de la mirada pblica, negados y mentidos, lo que ocurre es simplementeque la lnea que separa lo verdadero de lo falso forma parte de los problemasimportantes del momento. En esas circunstancias, lo que generalmente ocurre

    es que los enunciados de verdad son medidos en trminos de opiniones e inte-reses (de imagen) y ya nadie cree en nadie. Verdad y mentira se enfrentan en laesfera de la opinin y el nico suelo estable, comn y compartido, parece radi-car en que se es el problema: la ausencia de verdades estables. Por eso, quien seacercara a conocer de cerca lo que estaba ocurriendo en Argentina poda encon-trarse, tal como suceda en la esfera internacional, con dos versiones de la reali-dad. Estas diferentes versiones gozaban, en principio, de la igualdad propia detodo lo que toca la esfera pblica de las opiniones. Luego sucedi que las denun-cias y los relatos, por su coherencia y por su nmero, dieron consistencia a laverdad de los hechos. Pero la importancia de esto no radicaba solamente en elconvencimiento que se forjaran los miembros de la Comisin sobre la realidadargentina o en el cmulo de materiales con que contasen luego para elaborar suinforme sobre la situacin argentina en materia de derechos humanos. En tr-minos de poltica externa, y en el sentido de nuestras apreciaciones anteriores,desde que la CIDH abandonara el pas, el tema de las violaciones a los derechoshumanos poda retomar su senda habitual, es decir, sera reconducido a la cues-tin de imagen exterior. Por eso, tanto o ms importante que las repercusiones

    internacionales, fue el lugar que tuvo la verdad de hecho en la escena polticanacional. El simple hecho de que muchos se convocaran para contar su verdad yhacer la denuncia del caso, pona a la verdad de hecho cada vez ms en el centrode la escena pblica. Y quedaba tambin de manifiesto el nmero de ciudada-nos dispuestos a asumir los riesgos necesarios para contar su verdad, al menosdesde el momento en que se sintieran acompaados y encontraran un espaciopara hacerlo. El gobierno poda seguir negando y negociando en la esfera inter-nacional, pero esa posibilidad se estrechaba en la medida en que en el pasaumentara el nmero de individuos que simplemente dijeran la verdad, pre-

    guntaran por ella o denunciaran de manera pacfica (como hacan desde hacatiempo las Madres de Plaza de Mayo).

    Debemos subrayar la significacin que tuvo la visita de la CIDH en elrestablecimiento en el pas del registro de la verdad. Luego de la visita y ante la

    estabilidad firme de la realidad objetiva que, por ser pasado, ha crecido hasta una dimensinque est ms all de nuestro alcance (...) En su obstinacin, los hechos son superiores alpoder; son menos transitorios que las formaciones de poder (...) Este carcter transitoriohace que el poder sea un instrumento poco fiable para conseguir una permanencia de

    cualquier clase, y por eso no slo la verdad y los hechos estn inseguros en sus manos sinotambin la no-verdad y los no-hechos (Arendt 1996: 272).

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    inminente publicacin del informe de la CIDH, hay un giro en la posicinpblica de los dictadores frente a las desapariciones y crmenes clandestinos:pasan en buena medida de la negacin a la justificacin. Ya no pueden ser

    ocultadas las violaciones a los derechos humanos por la negacin, la mentira y lasimulacin, de modo que ahora, sin admitirlas abiertamente, se pasa a atribuir-les razones que las justifiquen y a buscar que en adelante no se revisen ni loscrmenes ni las razones23 razones que, como hemos venido argumentando,eran poco convincentes, absurdas e inverosmiles.

    El giro de la negacin a la justificacin plasmaba una preocupacin queprovena de tiempo atrs. Entre la utilizacin del motivo de la lucha contra lasubversin como encubrimiento de la movilizacin de tropas y el giro queimprimi la visita de la CIDH, puede percibirse una lnea de continuidad entorno al problema de la verdad que no se dejaba resolver ni por las representacio-nes belicistas ni por el mal menor de la mala imagen. Los ejemplos vistos nosindican que los militares en el poder no asuman ciegamente (de manera ideo-lgica) las doctrinas antisubversivas, que eran permeables, al menos en parte yde formas diversas, a la realidad comn y compartida tal como esta se conforma-ba ms all de sus propios deseos y voluntades, y que esa realidad ineludible eramotivo de preocupacin. Una de las expresiones ms curiosas reveladoras queadquiri esta preocupacin pertenece a un importante funcionario civil de la

    dictadura, Ricardo Yofre, quien en mayo de 1978 la pona en los trminossiguientes: Temen la amenaza de un clima de Juicio de Nuremberg. Asdescriba Yofre, el miedo subterrneo [underlying fear], la preocupacin[concern], que observaba en las Fuerzas Armadas y en las Fuerzas de Seguridadante la eventualidad de una vuelta al orden civil. Y de poco serva que su inter-locutor, el diplomtico estadounidense Mark Schneider, le asegurara que su pasno pretenda algo as sino simplemente que se pusiera fin a los abusos, puestoque el motivo de los temores eran las repercusiones sobre las desapariciones quepersistan en los medios internacionales, en la opinin pblica argentina y en

    las organizaciones religiosas y de derechos humanos24. En una palabra, el pro-blema no era solamente la imagen exterior; haba en el pas una amenaza para ladominacin que provena de la eventual irrupcin de la verdad, irrupcin que

    2 3 Por ejemplo, el ministro de Interior, general Harguindeguy, sostiene que el ejrcito vencedorno rinde cuentas y que la apertura del dilogo poltico dependa de la posicin que tomaranlos polticos respecto de la lucha contra la subversin (La Nacin, 22/03/1980); en elmismo sentido se pronuncian los generales Viola, Videla y Galtieri (Clarn, 12, 17 y 20/04/1980, citados en Vertbisky 2002: 116-117).

    2 4 FOIA, 2649, 18/05/1978. Ricardo Yofre (proveniente del radicalismo) fue Subsecretariode la Presidencia durante el gobierno de Videla.

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    acechaba desde el seno mismo de las Fuerzas Armadas, habiendo entonces allun potencial de conflictividad interno. Al examen de este potencial deconflictividad nos abocaremos en la seccin siguiente.

    IV. Coherentes e incoherentes

    En el momento de realizar el golpe de Estado, en marzo de 1976, lasFuerzas Armadas argentinas se encontraban muy probablemente en el punto msalto de cohesin de todo el siglo veinte. En los ltimos tiempos del gobierno deMartnez de Pern, los desacuerdos ms importantes entre los militares parecanser menores bajo el paraguas del consenso golpista: retardar o apurar el golpe yproyectar una dictadura ms o menos larga (Fraga 1988). Tambin es cierto que,desde el punto de vista histrico, no haba habido un clivaje definido y permanen-te en el seno de la institucin armada, un clivaje que estuviera basado en diferen-cias ideolgicas profundas; siempre hubo, por cierto, faccionalismos mutantes que podan tornarse, por cierto, agudamente violentos segn los temas y lasocasiones (Quiroga 1994, Novaro y Palermo 2003). Ahora, como en el pasado,parecan ser varios los temas de poltica interna y externa que dividan a los altosmandos dentro del marco de la nueva cohesin ganada25. Pero mucho ms impor-

    tante era sin duda el cemento que los una: el sistema clandestino de desaparicin,tortura y exterminio. Sin embargo, exista un desacuerdo incluso en torno a esesistema y, por lo tanto, un desacuerdo de relevancia primera. Ese desacuerdo sederivaba de la potencial revelacin de la verdad de los crmenes clandestinos,versaba sobre el lugar de la verdad y el sentido de la mentira y pona en escena lafragilidad tanto de la cohesin de las Fuerzas Armadas como del rgimen.

    Las posiciones enfrentadas en este punto podan ser descriptas segn laforma con que tradicionalmente se definen a los bandos opuestos en las internascastrenses: palomas versus halcones, o duros versus blandos o moderados. Sin

    embargo, creemos que es posible afirmar que el conflicto al que nos referimos nogiraba en torno al grado de rigidez o moderacin el acuerdo en torno a lametodologa represiva era unnime en el generalato sino en torno a dos for-

    2 5 En poltica interna los temas que se destacaron, durante todo el perodo 1976-1983 fueronla poltica econmica, la poltica sindical, la apertura al dilogo poltico, los derechoshumanos y los trminos de la transicin democrtica; en poltica exterior, se destacaron lapostura ante la crtica internacional por las violaciones a los derechos humanos (sobresaliendola liberacin del periodista Jacobo Timerman y la visita de la CIDH), el problema limtrofe

    con Chile en la zona del canal del Beagle y los reclamos por Malvinas (que culminaron enuna guerra).

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    mas de entender la clandestinidad y la mentira que recubran al sistema deterror y desaparicin del rgimen. En virtud de que el desacuerdo giraba entorno a la mentira y no al sistema represivo, podemos proponer la siguiente

    hiptesis: por un lado, las manifestaciones principales del desacuerdo tuvieronlugar cuanto ms asomaba la verdad, puesto que era slo entonces que se ponaen juego la razn de ser de la mentira; por otro lado, la oposicin coherentesversus incoherentes describe mejor las posiciones encontradas que los trmi-nos tradicionales utilizados para designar a las facciones castrenses. Veamos al-gunas de las manifestaciones histricas del desacuerdo al que nos referimos.

    La primera evidencia relevante la hallamos en los preparativos del rgi-men, cuando se plante la discusin sobre si se deba o no se deba fusilar enpblico y finalmente se acept la clandestinidad como modus operandi. La ra-zn de la clandestinidad era simple y poltica: deba preservarse una buenaimagen internacional y domstica y las experiencias de fusilamientos en lasdictaduras de Pinochet en Chile y de Franco en Espaa enseaban que de locontrario habra que asumir las crticas internacionales, incluida la del Papa.Pero tambin es cierto que esa era una razn incompleta desde la perspectivamilitar para la cual las razones polticas nunca podan ser suficientes cuando loque se defenda eran los ms profundos valores nacionales (y cristianos); es poresto que el argumento favorable a los fusilamientos pblicos asomara una y otra

    vez a lo largo del Proceso, aunque en la mayora de las ocasiones sin repercusio-nes pblicas ostensibles26. As, por ejemplo, el entonces capitn de fragata JorgeFlix Busico fue pasado a retiro por manifestar su desacuerdo con el modooculto de proceder en la represin y por decir que, en su opinin, se debaaplicar la ley marcial con ejecuciones oficiales (CONADEP 1995, Verbitsky2006). Asimismo, por sostener ese pensamiento, a algunos generales, comoBuasso y Mujica, les fueron vedados los cargos de relevancia durante todo elProceso27. Tambin el general Vilas tena la postura coherente que lo llevaba a

    2 6 Partidarios del recurso a juicios sumarios y ejecuciones pblicas fueron los generales debrigada R. Mujica, J. A. Buasso y L. B. Menndez (ver Massot 2003, Fraga 1988, Novaroy Palermo 2003, Clarn 18/12/1975; La Nueva Provincia 18/12/1975). Sobre los argumentosa favor de la clandestinidad, ver Seoane y Muleiro (2001), Pgina 12 (31/08/2003) yVerbitsky (2006).

    2 7 Al parecer, luego del asesinato del Jefe de la Polica Federal (el general Cardozo) por unatentado montonero, el general Buasso habra estado entre los posibles candidatos paracubrir la vacante. Pero el hecho de que pensara llevar todo a la superficie hizo que nofuera aceptado. El cargo recay finalmente en el general Corbetta, quien fue reemplazadounas pocas semanas ms tarde aparentemente a causa de la misma diferencia de punto de

    vista (quera hacer las cosas por derecha, segn la opinin de Buasso). Ver Seoane yMuleiro (2001).

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    mostrar y contar ms de lo conveniente y a criticar lo que entenda era un doblediscurso28.

    En la misma lnea puede interpretarse el conflicto que desencaden en el

    seno del Ejrcito la visita de la CIDH en septiembre de 1979, cuyo pice loconstituy la sublevacin del comandante del III Cuerpo del Ejrcito, generalMenndez. En el origen de este conflicto, la discusin gir en torno al problemaque la Comisin vena a observar por invitacin del gobierno argentino29: lasviolaciones a los derechos humanos. El argumento oficial y pblico de Videlay Viola, bsicamente era no tenemos nada que ocultar; sus opositores ar-gan pblicamente un argumento soberanista tpico de las relaciones exterio-res de los Estados: un organismo extranjero no deba emitir juicio algunosobre los asuntos internos del pas30. Por su parte, el general Luciano B.Menndez entenda, en esa tnica y de un modo coherente con el argumentode la guerra, que la CIDH deba en todo caso or tambin las denuncias de lasvctimas de la delincuencia subversiva y criticaba la preocupacin que el go-bierno tena por la imagen (La Nueva Provincia yClarn, 22 y 23/09/1979).Como puede apreciarse, estas consideraciones excedan el argumento soberanistay, en cambio, llevaban aun ms lejos la premisa de Videla y Viola de que nohaba nada que ocultar: Menndez amenazaba con abrir la caja de Pandora delos relatos y testimonios de la verdad. En ese contexto, Menndez se subleva

    durante casi tres das a fines de septiembre de 1979 en nombre de una cohe-rencia fundada en los fines del Proceso y en las ideas belicistas que, segn crea,guiaban a la masa del Ejrcito (La Nueva Provincia, 30/09/1979). l parecacreer o pareca creer que debacreerse que la guerra que estaban entablandodeba tener su momento de verdad que la mentira deba tener un lmite.Frente a este discurso, los moderados (particularmente Viola, en este caso),ms preocupados por la imagen (esa preocupacin ms propia de polticos,

    2 8

    Con un rol protagnico en la lucha contra la subversin desde el Operativo Independenciaen Tucumn (1975), Vilas esperaba la consideracin, el reconocimiento de la tareacumplida. Ver Lpez Saavedra (1983) y la declaracin indagatoria de Vilas en Causa 11/86,Cmara Federal de Apelaciones, Baha Blanca.

    2 9 Recordemos que las misiones de la CIDH slo pueden proceder por invitacin formal delos pases observados.

    3 0 La Nueva Provincia (02/09/1979, 06/09/1979, 07/09/1979, 09/09/1979, 21/09/1979,23/09/1979). Ese diario expresaba la opinin de los duros del Ejrcito y de la Marina,apelando desde sus columnas editoriales a esa coherencia soberanista y a las archivlidasrazones de la represin y criticando a la excesiva preocupacin por la imagen que mostrabael gobierno con esta invitacin. No obstante, el diario no trastabillaba y no llevaba su

    coherencia hasta el punto de revelar lo clandestino, refirindose a los desaparecidoscomo compatriotas extraviados (La Nueva Provincia, 09/09/1979).

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    civiles, que de militares), aparecan como incoherentes, o carentes de la ener-ga o la decisin necesarias para llevar adelante de manera consecuente las ideasdel Proceso31.

    Finalmente, si observamos los acontecimientos posteriores a la cada delrgimen militar, notaremos que iluminan la importancia ms o menos mani-fiesta que el problema de la verdad haba tenido en los aos del Proceso. Enefecto, cuando la verdad sali a la luz en el perodo de transicin democrticacomenzaron a conocerse los diferentes sentidos que oficiales de diferente arma yrango atribuan a su ocultamiento. Por ejemplo, el general Ramn Camps afir-maba que deban ser coherentes y decir la verdad en toda su crueldad. Enesa tnica reivindicaba el argumento de la guerra no convencional que, a suentender, justificaba la represin terrorista32. Poco tiempo despus, en 1985, elcontralmirante (RE) Horacio Mayorga reivindicaba las acciones llevadas a cabodurante el Proceso y sostena enfticamente que, en su opinin, lo correctohubiera sido realizar eso pblicamente y no de manera clandestina33. Diez aosms tarde, cuando los jefes mximos ya haban sido beneficiados con indultosmientras que sus subordinados sufran aun las consecuencias jurdicas por losmismos crmenes, fueron algunos ms los que llevaron al espacio pblico unconflicto que haba sido incubando durante todo el Proceso. El caso de mayoresrepercusiones fue el del marino retirado Adolfo Francisco Scilingo quien, segn

    sus propias palabras, buscaba que la verdad triunfe sobre la hipocresa (Verbitsky2006: 18). Scilingo haba credo que los militares encaraban una guerra noconvencional con medios no convencionales, que esa guerra haba sido empren-dida dentro de la legalidad institucional de la Marina y que el secreto debadurar lo mismo que la guerra, no ms. En este sentido, esperaba que hubiera enalgn momento un reconocimiento por lo actuado, aunque ms no fuera den-tro de la institucin, pero lo impeda la negativa de los oficiales superiores aasumir la verdad (Verbitsky 2006). En suma, tras la cada del Proceso, cuandola verdad de los crmenes tom una relevancia poltica de primer orden, los

    3 1 La liberacin de Timerman por presiones internacionales haba desencadenado ellevantamiento con el que se exiga la renuncia del general Viola a la Comandancia delEjrcito. Ver La Nueva Provincia (30/09/1979, 01/10/1979, 02/10/1979, 05/10/1979).

    3 2 Yo digo que tenemos que ser coherentes. Que esto es parte de la historia. Quizs la partemala de la historia, pero historia al fin (citado en Duhalde 1999: 258-261).

    3 3 Ofuscado ante la denuncia de que en la Escuela de Mecnica de la Armada (ESMA) secortaban los dedos de los prisioneros para evitar su identificacin, respondi: Mentira!Lo nico que tenamos en la ESMA era lapicana, y luego agrega: Para m habra que haber

    fusilado en River con Coca-Cola gratis y televisndolo. Yo no estaba de acuerdo con eso detrabajar por izquierda (Verbitsky 2006: 23).

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    conflictos castrenses hasta el momento sosegados tomaron un cierto estado p-blico y pusieron de relieve que el eje del problema era (y haba sido) la visibili-dad de la verdad y las razones de la mentira.

    Consideremos en primer lugar la posicin de los militares convencidosde sus acciones, de la validez de las doctrinas que las justificaban y de lacoherencia entre ambas. Esa posicin se distingua por su coherencia, en elsentido en que quienes la sostenan tomaban al pie de la letra las doctrinas deguerra no convencional: eran soldados de unas Fuerzas Armadas en unaguerra justa y todo lo que hacan estaba justificado por el tipo de guerra (noconvencional) y el tipo de enemigo (subversivo). Desde esta perspectiva, notenan nada que ocultar, salvo a los fines especficosde la guerra, y la mentira (elsecreto) tena una finalidad limitada y, por eso, un trmino. Era una mentiraestratgica que, llegado el fin de la guerra, crean poder justificar y, as, obte-ner el reconocimiento y acaso la gloria pblicos (Verbitsky 2006). En esemarco, no parece haber lugar para una preocupacin excesiva por la imagen.Si slo una cuestin estratgica justificaba ocultar la realidad de los hechos,una vez finalizada la guerra, es decir, cuando ya no hubiere razones de estrate-gia blica sino razones polticas, todo podra ver al fin la luz. La victoria,adems, implicara el establecimiento de valores autoritarios que no daranlugar a cuestionamientos. Al contrario, poda esperarse, como espera todo

    militar cuando vuelve del frente, algn tipo de reconocimiento. A lo sumo, sureemplazo por un pronto olvido selectivo (olvido piadoso de los rasgos mscruentos, como en toda guerra, pero necesaria memoria para el reconocimien-to a los oficiales que lograron la victoria). Lo que no podan esperar era lanecesidad de mantener el ocultamiento. Como sea, esta manera coherentede representarse el propio compromiso con el rgimen clandestino de terror ydesaparicin exiga algn tipo de figuracin del orden social futuro, del mun-do de regreso, en la que los aspectos definitorios de ese rgimen pudieran salir ala luz. La meta, ese lugar de regreso, con toda la ambigedad vaga y sesgada

    que pudiera tener en la imaginacin de los militares que quisieran prefigurrsela,deba tener por oficial y medianamente pblica la lucha emprendida (aunquems no fuera, su legtimo nombre) y, por hroes, a los soldados que actuaronen ella. En una palabra, la mentira era instrumental y estratgica, era un medioy no un fin en s mismo, ni siquiera poda ser parte de la meta (el lugar deregreso) imaginada.

    Es en estos trminos que podemos designar a estos militares como cohe-rentes. Esta conviccin sincera (Nino 1997: 10) puede ser atribuida a una

    parte importante de los militares que participaron activamente en el sistemaclandestino de represin. Es muy probable que hayan sido los cuadros medios

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    e inferiores quienes mayormente cobijaron este tipo de opinin34. La minorade los oficiales de rango superior favorable a los fusilamientos pblicos tam-bin debe ser contada en esta posicin. En la alternativa entre mostrar y ocul-

    tar se pona en juego la coherencia de las propias convicciones, de las convic-ciones con que los militares se explicaban a s mismos lo que estaban hacien-do. En otros trminos, el sentido que los militares podan dar a sus actosdependa de la razn de ser que se diera a la mentira que recubra esos actos.

    Distinta era la postura de la faccin predominante de los moderadoso incoherentes. Para ellos, el secreto militar deba convertirse en mentira

    permanente. La mentira no posea las limitaciones de lo instrumental y estra-tgico. Si algn reconocimiento futuro se esperaba de parte de la sociedad,ste habra de ser respecto de los hechos falseados por el relato de los dictado-res35. Los militares, a lo sumo, podan as aspirar a ser reconocidos por accio-nes que no haban llevado a cabo y por esfuerzos menores, sin riesgo ni sacri-ficio, en los que haban ocupado menos tiempo y en que no muchos habanparticipado. Por esos motivos sostuvieron siempre la opcin por el exterminioclandestino, pusieron lmites a las carreras militares de los coherentes,recubrieron la cuestin de la verdad bajo el signo de la imagen y mantuvie-ron la mentira hasta el final. En esta postura destacan los nombres de Videlay Viola, el primero especialmente, y los generales que los secundaban. Sin

    embargo, dada la naturaleza del problema que generaba la escisin el lugarde la verdad y del sentido de la mentira, entendemos que las posturas no sedefinan simplemente de acuerdo a ideas y creencias explcitas sino en virtudde la amenaza de la verdad comn y compartida a que se vean expuestosquienes asuman funciones de gobierno. El contacto con cualquier atisbo depublicidad de lo pblico en general y de la visibilidad de la realidad polti-ca central del momento (las desapariciones), en particular pona a los gene-rales ante el problema central del rgimen o, como dir Camps a posteriori,con el hecho de que haban tocado lo intocable(Tern 2006: 175), realizado lo

    innombrable e injustificable.

    3 4 Eran los cuadros ms decididos a combatir la subversin antes del golpe (Fraga 1988).Menndez crea que la masa del Ejrcito comparta su postura (La Nueva Provincia, 30/09/1979).

    3 5 Es poco probable que hayan tomado deliberadamente esta posicin durante el Proceso, ymucho menos que la hayan previsto en los prolegmenos del golpe. Creo que es ms

    acertado creer, aunque comprobarlo sea muy difcil, que asumieron esa posicin en laprctica de gobierno.

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    V. Conclusiones. La tensin entre dos formas de mentir:estratgica vs. moderna

    El uso instrumental de la fe doctrinaria, el problema de la nominacin yla preocupacin por la verdad que subyaca a la cuestin de la imagen, dejabanver las deficiencias de los militares al momento de explicarse a s mismos loscrmenes que estaban cometiendo. La posibilidad de que lo clandestino cobrarael carcter manifiesto de la verdad fctica despertaba prevenciones y generabaconflictos que corroan la cohesin interna de las Fuerzas Armadas, en particu-lar, en el Ejrcito. Que unos militares creyeran que en algn momento eraposible decir la verdad y que otros creyeran que eso nunca podra tener lugar,muestra las limitaciones de la autocomprensin en trminos belicistas. Por cier-to, todos los militares mentan, negaban y destruan la verdad de los hechos, esdecir, todos contribuan en lo esencial del rgimen, el sistema de desaparicin yla clandestinidad. Pero no todos ocultaban, simulaban y destruan por las mis-mas razones.

    Partiendo de los anlisis de Hannah Arendt sobre la mentira poltica,podemos encontrar una forma de entender el conflicto generado en el seno delos dictadores, el modo distinto de entender la mentira. Arendt distingue lamentira tradicional de la mentira moderna u organizada. Esta ltima se distin-

    gue por dos aspectos: por un lado ataca hechos comunes que ataen a todos, demodo que su eficacia depende de un aparato ideolgico y manipulador que laimplemente en todos los rincones de la sociedad, como en los totalitarismos;por otro, el mismo mentiroso se engaa a s mismo, es decir, acta como si larealidad fuera la que su propia mentira ha fabricado y no guarda para s ningntestimonio de la verdad. En este sentido, la mentira organizada es ideolgica: laideologa reemplaza la realidad con su lgica, tanto en el nivel de la realidadsocial (el mundo comn) como en el nivel individual (en la vida de la mente)(Arendt 1999). En cambio, la mentira poltica tradicional, cuyo origen se halla

    en las relaciones interestatales, intenta ocultar verdades particulares a un enemi-go y por eso tiene una utilidad estratgica, de modo que reconoce un vestigio deverdad en el crculo que la genera (en su origen, los funcionarios diplomticos),el cual se vale en su actuar de esa diferencia de saber lograda mediante el engao.En resumen, mientras que los mentirosos tradicionales conocen los secretos y lasintenciones que ocultan y no buscan destruir la verdad con su mentira sinoocultarla a la mirada externa, los mentirosos modernos intentan cambiar todo elcontexto, la historia, el mundo compartido, porque atacan cuestiones internas

    que conciernen a todos, incluso a ellos mismos (Arendt 1996). Segn Arendt,para sostener su propia credibilidad, los propios mentirosos modernos se

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    autoengaan anulando todo nicho de verdad convirtindose en hipcritas, loque para Arendt significa convertirse en falsos testigos de s mismos.

    De acuerdo con esta distincin, los moderados o incoherentes aspira-

    ban a estatuir una mentira permanente, moderna, y la destruccin generalizadaque se ejerci desde el Estado terrorista bajo su mando pareca orientada a lo-grarlo. Por su parte, los coherentes, habran tenido en mente una mentiralimitada y, por lo tanto, mantenan un nicho de verdad bsico. Ahora bien, locurioso del caso argentino residira en el rol que en todo ello jugaban las repre-sentaciones de la guerra no convencional. A diferencia del rol decisivo que

    jugaron las ideologas en los totalitarismos nazi y stalinista (Arendt 1999), en laArgentina procesita las doctrinas no tuvieron, segn el anlisis realizado en estaspginas, ese importante rol ideolgico. Ms precisamente, las doctrinas y repre-sentaciones belicistas parecan convencer menos a los mentirosos modernos (in-coherentes) que a los mentirosos tradicionales o estratgicos (coherentes). Enefecto, en ltima instancia, los coherentes, que crean ciegamente en sus doc-trinas, sostenan una mentira limitada que en algn punto deba dejar su lugara la verdad (cualquiera fuera el contenido que pueda suponerse que ella tendra);los incoherentes, en cambio, aspiraban a lograr una mentira ilimitada aunqueno se engaaban a s mismos respecto de la eficacia de la ideologa belicista paraalcanzar ese logro. De modo que mientras que los incoherentes parecan tener

    una cierta conciencia de las limitaciones de los justificativos en trminos deguerra no convencional, los coherentes parecan querer llevar hasta las lti-mas consecuencias esos mismos justificativos. En virtud de esta falencia ideol-gica, se abra una brecha en el corazn mismo de la dictadura militar por dondela verdad de los hechos (las repercusiones que las desapariciones tenan en elmundo comn) ejerca su trabajo corrosivo sobre los dictadores. Y si bien esdifcil saber a ciencia cierta qu nivel de cinismo o de convencimiento estuvopresente en cada una de las posiciones, lo cierto es que el conflicto se deja ver, enesos trminos y en sus aspectos pblicos y semi-pblicos, como un conflicto en

    torno a los alcances de la mentira.En resumen, coherentes e incoherentes eran mentirosos, pero mientras

    que los primeros comenzaban la mentira en s mismos, en la forma de represen-tarse el mundo y su intervencin en l, para luego extenderla al resto de lasociedad, los segundos necesitaban engaar primero a la sociedad para quizms tarde convencerse a s mismos. Los incoherentes se inclinaban hacia unamentira permanente que no revelase la estructura del Proceso y que borrase parasiempre la verdad que poda echar por tierra al futuro orden. En este sentido,

    aspiraban a una mentira total de tipo moderno. Sin embargo, a falta de ideolo-ga totalitaria, la verdad quedara resguardada en el crculo de mentirosos (justi-

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    ficados probablemente con un aura mesinica). Por eso, seguan siendo, en eseaspecto, mentirosos tradicionales. Los coherentes, en cambio, preferan creer enla posibilidad de la revelacin de la verdad de los hechos y por eso abrazaban

    ciegamente la creencia en la guerra antisubversiva, en la que la mentira tena unfin estratgico y limitado. Podan liberar as su conciencia de la duplicidad delmentiroso algo inadmisible para la mentalidad militar. Se engaaban a smismos como los hipcritas que sostuvieron las ideologas totalitarias, pero esomismo los llevaba a sostener la idea de que la verdad que estratgicamente ocul-taban con fines blicos, deba en algn momento ser revelada al mundo, aunquems no fuera porque eran militares convencidos y no simples mentirosos.

    Para concluir, podemos decir que la brecha que abra la verdad en elcorazn de la dictadura generaba un conflicto en torno a la razn de ser de lamentira, un conflicto que se plasmaba en dos formas diferentes de mentir. Porun lado, los incoherentes eran en mentirosos tradicionales y por eso no dejabande ser testigos de la verdad que ocultaban y destruan, aunque tenan pretensio-nes de una mentira moderna u organizada en el mundo comn; por otro lado,los coherentes, eran hipcritas modernos que sostenan una mentira tradicionaly estratgica y por eso daban un lugar a la revelacin de la verdad en el mundoy no en sus conciencias. En suma, el conflicto que corroa el cimiento terroristadel Proceso era el que enfrentaba a hipcritas modernos que sostenan la mentira

    de modo tradicional con mentirosos tradicionales que aspiraban a una mentiramoderna y organizada, pero sin ideologa.Por ltimo, ms de veinticinco aos de finalizada la dictadura, debemos

    reconocer que son escassimos, y adems tardos, los casos en que los propiosperpetradores del terror y la desaparicin contaron algo de la verdad del Proce-so. Esto es tema que merece un nuevo anlisis. De todas formas, la negativa adecir la verdad aun cuando la verdad ya haba salido a la luz en democracia nosindica que las representaciones y los justificativos belicistas no podan fcilmen-te conjugarse con el restablecimiento de la verdad. En este sentido, la historia

    habra dado la razn a los incoherentes concientes desde siempre de lospeligros de la verdad, aunque ms no sea en trminos de una conciencia prcti-ca y as lo habran reconocido los coherentes con su silencio postrero.

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    Resumen

    El objetivo de este artculo es argumentaracerca de la existencia de una preocupacin

    central entre los responsables del denomina-do Proceso de reorganizacin nacional.Dicha preocupacin, segn sostendremos,giraba en torno de la revelacin de la verdadsobre el sistema criminal y clandestino, y ge-neraba un conflicto interno en el frente mi-litar acerca del sentido de la mentira con quelos militares ocultaban ese sistema. El anlisis

    de la dificultad para dar el nombre de gue-rra a la represin clandestina, del uso instru-

    mental de las convicciones belicistas y delproblema de la imagen del pas, nos per-mitir dar cuenta de esa preocupacin a lavez que mostrar las limitaciones del sistemade representaciones belicistas mediante el cuallos militares crean poder explicar y justificarlos aspectos centrales de su rgimen de terrory desaparicin.

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    Palabras clave

    Argentina dictadura militar mentira poltica fuerzas armadas Arendt.

    Abstract

    The aim of this article is to argue on theexistence of a main concern between themilitary chiefs of the so called NationalReorganization Process. This concern,according to our argument, turned around

    the revelation of the truth of the criminal andclandestine system, and generated an internalconflict between the military about the senseof the lie with which they hid that system.The analysis of the difficulty to name war

    the clandestine repression, of the instrumentaluse of the counter-subversion warfareconvictions and of the problem of the imageof the country, will allow us to give accountof that concern as well as to show the

    limitations of the military representationssystem of warfare by means of which themilitary believed to be able to explain and to

    justify the central aspects of their regime ofterror and disappearance.

    Key words

    Argentina military dictatorship political lie army Arendt

    Dictadores preocupados...