175

Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

  • Upload
    others

  • View
    0

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro
Page 2: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

SEBASTIAN LISTEINER

DILUVIOEl despertar de la reina Zafiro

Page 3: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Copyright © 2021 Sebastian Listeiner

Todos los derechos reservados.

ISBN: 9798724292177

Page 4: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Para la dueña de esa sonrisa que me hace estremecer.

Page 5: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

ÍNDICE

*Le doy gracias*Sinopsis

*Mapa de Helamantya* El comienzo

* La voz en el viento* El reino perdido* La noche trágica

* Rumbo al palacio Reverel* El medallón de trébol* Caminos separados* La ciudad de Plata

* Alma de líder* Un sueño Real

* Los piratas* La isla Calavera

* El cónclave* El túnel

* Pontosirenya* La esfera de cristal

* El secreto mejor guardado* La dura realidad

* En medio de la bruma* Imprevisto

* Un plan siniestro* Las montañas Nevadas* La sombra del destino

* El pasado entre tinieblas* Nataly Windsor

* Larga vida a la reina* La conspiración Real

* El reencuentro* El árbol de sangre

* El despertar. Parte I*El despertar. Parte II* Información del autor

Page 6: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Le doy gracias:

A los cientos de relatos edulcorados que siempre, sin excepción, esconden una cuota deverdad.

A los intrépidos que luchan contracorriente para correr el velo de lo oculto a simple vista.

A todos quienes dejaron su huella y amaron hasta perder la cordura.

Page 7: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

SINOPSIS

¿Cómo puede ser que cinco jóvenes, de cinco países distintos, de cinco continentesdiferentes; que jamás se habían visto ni tenían la más remota idea de la existencia de los otros;hayan sufrido un accidente en el mismo instante y se reunieran en un mundo absolutamentefantástico para pelear juntos contra las fuerzas del mal?

Aunque parezca inverosímil, eso mismo fue lo que les ocurrió a Sebastián, Nataly, Dakarai,Mizuki y Amanda. La reina Zafiro los convocó a sus dominios para luchar en su nombre yrestablecer la vida en su mundo desolado.

Ahora, mientras luchan por asimilar su nueva realidad, deberán acostumbrarse a lidiar con unviaje que pondrá a prueba no solo su valor e instinto de supervivencia; también los llevará hastael límite de su cordura mientras aprenden a trabajar en equipo y dar la vida por algo más grandeque ellos mismos.

Page 8: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro
Page 9: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro
Page 10: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

I El comienzo

Nada tiene de extraño que ocurran accidentes a diario. En este momento, en algún lugar delmundo, hay alguien que está sufriendo un contratiempo difícil de asimilar y de superar. A veces esuna casualidad, la mano traviesa del azar que lanza los dados apostando con la vida; otras sinembargo, puede estar digitado por un tercero que necesita poner en pausa nuestra rutina terrenalpara obligarnos a socorrer su mundo en peligro.

Lo sé, lo sé, no tiene sentido. Es imposible. Es un delirio. Eso pensé yo la primera vez que oíla historia. ¿Cómo puede ser que cinco jóvenes, de cinco países distintos, de cinco continentesdiferentes; que jamás se habían visto, ni tenían la más pálida idea de la existencia de los otros,hubieran sufrido un accidente en el mismo instante y se hayan reunido en un mundo absolutamentefantástico para pelear juntos contra las fuerzas del mal?

Yo no lo creía. Era un invento, un cuento de hadas fabulado por sus mentes mientras intentabansuperar el estado de coma en el que habían caído.

Entonces, si eso es correcto, si tan solo es un mecanismo defensivo de sus cerebros paramantenerse activos, ¿cómo puede ser posible que todos ellos hayan sido partícipes, actoresfundamentales del sueño del otro?

Para aclarar esas dudas e intentar lidiar con la desconfianza de los escépticos, seránexpuestos, a continuación, los hechos protagonizados por estos cinco jóvenes narrados por ellosmismos en primera persona.

Dicho eso, quisiera también expresar que sé que todo esto es muy difícil para la ciencia; queel Psicoanálisis y la Onirología, entre tantas otras ramas, han puesto el grito en el cielo por estesueño compartido. Es por eso que será de su agrado saber que para ellos no fue un sueño; fue real.

Sin más preámbulos y aclaraciones por hacer, ahora sí, lo que todos vinieron a escuchar…esta es su historia.

Nataly Windsor era una modelo británica de 21 años que, además de estar dando sus primerospasos en las pasarelas, había conseguido, luego de innumerables audiciones, un pequeño papelsecundario en una serie próxima a estrenarse de la señal Channel 4. Estaba emocionadísima, losplanetas por fin se alineaban y sus sueños poco a poco se hacían realidad.

Page 11: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Hija de un abogado penal y de una eximia violinista, integrante de la Sinfónica de Londres, erala menor de tres hermanas mujeres. Mientras Emily, la mayor, había logrado convertirse enmédico pediatra; y Julia había seguido los pasos de su padre, adentrándose en el mundo de lasleyes; Nataly era la única de toda la familia que no había pasado ni por la puerta de unaUniversidad. Sin embargo, tenía el completo apoyo de sus padres y hermanas para perseguiraquello que realmente la hacía feliz.

Precisamente, al borde del éxtasis emocional, esa fatídica noche del jueves 29 de noviembre,salió del estudio de grabaciones muy tarde, alrededor de las 23hs y no se percató de aquel autoque, desbocado, fuera de control, se había subido a la vereda y la embistió por la espaldaarrojándola, sin miramientos, más de treinta metros hasta golpear con la acera. De repente suestrella perdió su brillo. Su sonrisa capaz de iluminar la penumbra más siniestra se perdió junto ala calidez de su mirada. Socorrida, de inmediato, por los transeúntes que deambulaban por ellugar, fue a parar de urgencia al St Thomas’Hospital; donde permaneció en coma por los próximos90 días.

Pese al nulo optimismo médico y a la resignación de sus amigos y colegas; la familia nuncaperdió la fe ni la esperanza de que un día Nataly abriera sus ojos y retomará las cosas donde lashabía dejado.

Lo que nunca hubieran creído ni imaginado, es que ella se había transportado, había viajadohacia una tierra lejana en la que su presencia podía ser la diferencia entre la luz y la oscuridad.

A un mundo de distancia, del otro lado del Atlántico, Sebastián Montiel era un joven profesorde Historia, de 21 años, que se ganaba la vida trabajando como administrativo en una bibliotecade Buenos Aires. Si bien no pensaba quedarse en ese sitio toda la vida, no se quejaba en lo másmínimo de sus tareas rutinarias; sobre todo cuando mujeres disfrazadas de nerds –y no tanto-coqueteaban desde los sillones de lectura esperando obtener de él algo más que un simple libro.

Vivía junto a su madre en un modesto apartamento al sur de la Ciudad. Precisamente, aqueljueves 29 de noviembre había pedido permiso para salir más temprano de su trabajo para poderllegar, antes del cierre, al shopping más cercano y comprar un obsequio para la mujer de su vida,que lo estaría esperando a las 21hs en un coqueto restaurante para festejar juntos sus 45 años bienllevados.

Sebastián no llegaba. Si algo lo caracterizaba era la puntualidad; por eso, al ver que el relojcorría y no había novedades, su madre desesperada comprendió que algo no iba bien. Las madressuelen tener esa sensación, ese termómetro infalible que las conecta de por vida con sus hijos.Tenía un mal presentimiento. Su corazón comenzó a latir más fuerte y su respiración a dispararsecuando puso atención a la televisión del lugar.

Imágenes impactantes mostraban como parte del Shopping Swiz, se derrumbaba sobre losclientes que observaban las vidrieras. No había muertos, pero sí varios heridos; algunos degravedad. Sebastián Montiel era uno de ellos. El más grave por cierto.

Los testigos dijeron que parte de la mampostería cayó alrededor de las 19 hs. sobre la genteque caminaba desprevenida. Luego solo se escucharon gritos y corridas. Las ambulancias llegaronrelativamente rápido para socorrer a los damnificados; entre los que se encontraba el profesor,devenido en bibliotecario, que pasó los últimos 90 días en estado de coma.

Page 12: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Lo que nunca nadie hubiera imaginado, ni siquiera su madre que ya tenía el corazón reseco detanto llorar, era que Sebastián se había transportado; había viajado a una tierra lejana en la que supresencia era la diferencia entre el bien y el mal.

A más de dieciocho mil kilómetros del infortunio sufrido por el profesor, la joven Mizuki Harade apenas 18 años, salió como todas las mañanas de su casa en la ciudad de Tokio rumbo a laFacultad donde estudiaba para ser veterinaria. Desde que tenía memoria le gustaban los animales,especialmente los perros, eran su debilidad. Tal vez el hecho de que su padre nunca le permitiótener uno, era el motivo principal de la elección de la carrera. Su forma de revelarse.

Sobradamente inteligente pero, a su vez, también, extremadamente introvertida y solitaria, erala primera vez que se sentía libre, liberada de las cadenas impuestas por una familia que no lavaloraba ni le demostraba cariño.

Su madre los abandonó a ella y a su hermano cuando eran pequeños, y a partir de allí quedó alcuidado de su padre ebrio y golpeador. No había noche en que no pensara en su madre. A vecesllegaba a odiarla por haberse ido sin ella y haberla dejado con ese crápula bueno para nada que loúltimo que hacía era ciudarla. Otras veces, sin embargo, practicando un notable gesto de empatía,terminaba perdonándola, consciente de que en su lugar hubiera hecho lo mismo. Quién sabe todolo que tuvo que pasar, las amenazas y el calvario que vivió al lado de ese ser despreciable.

Era su turno de escapar. Soñaba con el día en que abriría su propia clínica canina y semarcharía, al fin, de esa casa que solo le causaba dolor. Ese era el plan. Recién comenzaba susestudios universitarios, apenas iba el segundo semestre del primer año cuando aquel viernes 30 denoviembre todo se truncó.

Eran las 7 de la mañana cuando aceleraba el paso para llegar a clase antes del ingreso delprofesor cuando de repente, de atrás de un árbol, un hombre encapuchado la sorprendióamenazándola con una navaja. Mizuki se quedó inmóvil, rígida del susto por tan estresantesituación. Siempre se repetía que ante un intento de robo entregaría sus pertenecías sin dudarlopuesto que, todo lo material se puede reponer, pero la vida, la vida es otro cantar. No hubo caso.Cuando sintió el jalón de aquel hombre arrebatándole su bolso, intentó defenderlo, casi como unacto reflejo, hasta que cayó, golpeando su nuca contra el cordón de la vereda y ya no respondió.

Permaneció en estado de coma precisamente 90 días. Nunca nadie hubiera imaginado, nisiquiera ella misma, que sería transportada; que viajaría rumbo a una tierra lejana en la que supresencia era la diferencia entre el odio y el amor.

Dakarai Timpu, por su parte, era el típico caso de un joven que buscaba progresar para sacar asu familia de la pobreza y brindarles una vida mejor de la que traían hasta entonces. Oriundo deTogo, o más precisamente de La República Togolesa, en el África subsahariana, había logradoterminar los estudios secundarios con honores –era el primero en la historia de su familia que lolograba- y ambicionaba ser una estrella del fútbol nacional y poder así, pegar el salto a lasgrandes ligas europeas.

Con apenas 20 años, Dakarai era el mayor de nueve hermanos y por eso, se veía en laobligación de ayudar a su padre en la manutención del hogar. Mientras su progenitor pasaba lamayor parte del año en los campos de unos terratenientes adinerados, realizando todo tipo detareas agrícolas, él había conseguido un empleo en la Capital, atendiendo el almacén de una

Page 13: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

jubilada sin descendencia.

En la tardecita, cuando el sol se esconde tras los primeros atisbos de la luna, el muchachotogolés disfrutaba de su verdadera pasión: en el verde césped del club Togolais Sport de lasegunda categoría.

El balón era su vida. No tenía tiempo para enamorarse y formar una familia como le exigía sumadre a diario. No es que no conociera a ninguna jovencita que le moviera el piso; sino quepensaba que cualquier distracción lo condenaría al fracaso deportivo y junto con ello, a perpetrarla pobreza familiar hasta el fin de los tiempos.

Con esa tozudez jugaba. Disputaba cada balón como si fuera el único, el último de su vida.Seguramente fue esa actitud, la misma que lo hacía sobresalir a los ojos de su entrenador y de suscompañeros, la que le jugó una mala pasada aquel jueves 29 de noviembre a las 22hs.

En aquel partido crucial, en el que el equipo se jugaba el ascenso a la primera división, saltó adisputar un balón aéreo y encontró, de lleno, el parietal derecho de un rival impactando en su sien.Se desplomó. Cayó despatarrado al igual que su sueño de progresar en el deporte. Pese a laconstante reanimación practicada por los médicos del lugar; no volvió a abrir sus ojos hasta 90días después.

Nunca hubiera imaginado que el partido más importante de su vida, no se desarrollaría en uncampo de juego; sino en una tierra lejana en la que su presencia era la diferencia entre perseveraro perecer.

Por último, Amanda Laines, era una muchacha australiana que disfrutaba como pocas niñas desu edad ir a la escuela. Mientras a los 16 la mayoría de sus compañeras ocupaban su mente conchicos, bares y demás yerbas; la bella blonda de ojos tan azules como la profundidad del océanovirgen, solo pensaba en estudiar y ser una buena hija, dulce y aplicada, a la vista de sus padres.

Lleyton y Yenny eran extremadamente estrictos con su retoño, tal vez eso provocó que, pese atener un sinnúmero de pretendientes en el colegio o en las áreas extracurriculares que frecuentaba,no se permitiera abrir su corazón.

Era una soñadora empedernida. Algunas mañanas deseaba ser una cantante famosa y llegar consu voz a los confines de la tierra; otras, se imaginaba como Naomi Watts, brillando en la pantallagrande y en ocasiones, algo más modesta, se conformaba con dirigir la millonaria empresafamiliar que instalaba casinos y salas de juego a lo largo y a lo ancho del globo.

Seguro esos aires de grandeza, su belleza natural, la atracción que causaba en los jóvenes y notan jóvenes y, no menos importante, su holgada posición económica, fue lo que despertó en muchasde sus compañeras un nivel de envidia y rencor inusitados. Esas miradas repletas de odio, asícomo los murmullos a sus espaldas, llegaron a su clímax aquel viernes 30 de noviembre a las 8de la mañana. En el primer piso de la Sydney high School, sin mediar palabra, un grupo dealumnas, de un curso superior, comenzaron a agredirla físicamente sin tomar dimensión de lasgraves consecuencias de sus actos. Pese a que la socorrieron de inmediato, luego de empujarlapor las escaleras, no hubo manera de despertarla de aquel sueño que la mantuvo dormida por 90días exactos.

Ni sus padres desesperados, ni los directivos o docentes de la escuela y, mucho menos las

Page 14: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

agresoras, hubieran imaginado que Amanda se había transportado; había viajado hacia una tierralejana en la que su presencia era la diferencia entre la vida y la muerte.

Por lo mencionado previamente; esos accidentes casuales o causales, aquellos jóvenes, enapariencia ordinarios, se convirtieron en los protagonistas de una historia épica, plagada deaventuras, peligros y sentimientos rebalsados, que comenzó en las entrañas mismas de una tierradesconocida y misteriosa que ellos llamaron Helamantya.

Page 15: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

II La voz en el viento

Sebastián, que parece haber sido el primero en llegar, relata que despertó en una noche sinluna, en una suerte de pampa de pastos amarillentos, sin árboles, animales o cualquier otro servivo a la vista, más allá de la incesante flora que parecía marchitarse ante cada una de suspisadas.

No entendía nada; lo que apreciaba no era real; pero estaba seguro de no estar soñando. Norecordaba lo que había pasado los últimos días y mucho menos cómo había ido a parar a aquelpaisaje misterioso, decadente y desolador.

Pensó durante varios minutos permanecer inmóvil en aquel sitio hasta que el sol se elevara porel oriente, y poder así, tener un panorama más claro sobre dónde estaba y hacia dónde debíamoverse.

No pudo esperar tanto. La ansiedad lo invadía por completo y decidió seguir el sendero, o loque quedaba de él, víctima de un alarmante abandono. Era evidente que desde hacía muchotiempo, solo las hojas quebradizas, los vientos revoltosos y los espíritus invisibles de la soledad,eran los únicos huéspedes de aquel camino que supo ser, seguramente, una importante vía decomunicación en un pasado lejano y olvidado.

Luego de varias horas de caminar, comenzó a vislumbrar a lo lejos enormes árboles cuyaaltura se perdía en la noche y una frondosa vegetación, apenas iluminada por la tenue luz de laspocas estrellas que dominaban el negro cielo. Aquel paisaje, que se alzaba abrumador eimponente, desafiaba su idea inicial, puesto que, se encontraba en las antípodas del caminoderruido, de tierra y piedras, que había decidido seguir cuando comenzó a caminar. Era unaencrucijada; no porque el sendero sufriera una desviación y regalara dos vías distintas que loobligaban a elegir; sino porque una voz dulce y aniñada lo invitaba a abandonar su elecciónprimaria para adentrarse en aquel bosque oscuro y sombrío.

«Sebas» «Sebas» escuchaba en forma de melodía, como si estuvieran atrayéndolo, guiándolohacia un lugar donde lo esperaban con ansia. Todo estaba absolutamente oscuro; si afuera lasestrellas servían de guía para atravesar el campo abierto; en el bosque todo se tiñó de negro,gracias a la densa vegetación y, sobre todo, a las innumerables e intrincadas ramas celosas que no

Page 16: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

permitían ni el más mínimo atisbo de luz. En ese contexto, solo la voz de aquella niña orientabasus pasos…

Mientras caminaba se percató de que, al igual que en aquellos largos y tristes pastizales, nohabía ninguna señal de vida en el bosque salvo, una vez más, por la gran cantidad de vegetaciónque lo rodeaba. Ni el ulular de las lechuzas; el canto de los pájaros o el incesante zumbido de lanoche perpetua parecían estar presentes aquella jornada.

Debía ser un sueño. Solo un sueño o una pesadilla podían explicar tanta soledad, tantadesolación. De repente, la voz cálida y abrazadora que lo guiaba dejó de retumbar en su mente; unescalofrío lo atravesó sin piedad de pies a cabeza y fue ahí, justo ahí, donde observó, a los piesde un árbol inclinado, una casilla de madera que dejaba ver luz artificial en su interior. Sonrió.Después de tantas horas de desconcierto y de deambular por bosques y praderas, habíaconseguido, al fin, llegar a su destino; o al menos eso creía.

Tocó la puerta innumerable cantidad de veces sin obtener respuesta. Golpeó sus manos, enforma de aplauso para ser escuchado, pero nadie abría. Le dio no menos de seis vueltas a la casabuscando un resquicio por dónde colarse, pero era infranqueable. No había nadie; aunque la luzencendida en su interior decía lo contrario. Se sentó a esperar. Apoyó su cabeza en aquel troncotorcido y antes de dejarse seducir por el cansancio que lo invadía y cerraba sus ojos contra suvoluntad, el frío -y el filo- de una enorme espada sobre su cuello lo despabilaron con rapidez.

―¿Quién eres tú? ―preguntó la voz firme de una mujer encapuchada que no dejaba ver surostro.

―Me, me me llamo Se… Sebastián ―respondió tartamudeando, víctima del temor,poniéndose de pie como podía.

―¿Qué haces aquí y quién te ha enviado? —insistió—. ¡Habla!

―La verdad no sé qué hago aquí, no sé cómo llegué aquí y mucho menos estoy seguro dequién me manda ―replicó con franqueza, aunque cada palabra que salía de su boca era unaprovocación y una burda mentira a los oídos de aquella mujer.

―Tienes diez segundos para decirme qué te propones brujo o te cortaré la garganta ―loamenazó.

―¿Brujo?, ¿por qué me dice brujo? Soy tan solo un joven ―se excusó apretando los ojoscomo queriendo despertar de una pesadilla espantosa.

―Solo un brujo se adentraría en el Bosque Nocturno y lograría llegar tan lejos como tú lo hashecho, ¡criatura del demonio! —bramó.

Sebastián no sabía qué decirle, cualquier razón o argumento sonarían a excusas a oídos deaquella encapuchada que había tomado la decisión de matarlo ante el más mínimo movimiento.Solo un milagro podía salvarlo de aquella situación. Fue entonces cuando, resignado a aceptar suinevitable destino, su mirada se enfocó, perdida, más allá de la espadachín que lo amedrentaba.Allí lo supo, aquella niña de hipnotizantes ojos verdes que irrumpió en la escena, abandonando laseguridad de aquella vieja casa, era quien había estado llamándolo y quien lo había guiado haciaese momento y a ese lugar.

—¿Dónde estás mirando maldito canalla? —inquirió la mujer percatándose de una presencia a

Page 17: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

sus espaldas —. ¿Qué haces ahí parada? Sabes que no debes salir de nuestro hogar —le dijo a laniña que no hacía otra cosa más que observar al joven acorralado e indefenso.

—Ella…

—Sé muy bien que has venido por ella, pero no voy a permitir que te la lleves; antes deberáspasar por sobre mi cadáver —se desesperó acercando peligrosamente su espada contra el cuellode Sebastián.

—No quiero llevarme a nadie; ella ha estado llamándome, lo juro.

—Buen intento brujo, pero lamento decirte que ella no habla; nunca ha hablado.

El mundo pareció detenerse. Aquel bosque oscuro, triste y agonizante, se iluminó de golpecuando la pequeña niña se acercó hasta Sebastián y tendiéndole su mano, ante la mirada atónita dela mujer encapuchada, le dijo: «Ven Sebas, te he estado esperando»

Todo era irreal. El color celeste se alzaba sobre el cielo después de mucho tiempo y el cantarde los pájaros, extendido por la suave brisa que agitaba las rejuvenecidas plantas, eran la pruebairrebatible e inequívoca de que la esperanza había renacido.

Adentro de la casa, mientras la mujer dejaba caer las lágrimas sobre su mejilla, después de oírla voz de la niña por primera vez, la pequeña Zafiro tomaba las manos de Sebastián, al costado dela chimenea encendida, sin emitir sonido alguno.

—Es increíble —sollozó—. Ella nunca había hablado hasta hoy

—No creo entender lo que está pasando —dijo Sebastián sin soltar las manos de la niña queparecía estar transmitiéndole sus pensamientos, o alguna clase de energía mediante el contacto.

—Según parece ella te ha convocado —asintió la mujer acercándole una taza caliente.

—¿Convocado para qué?

—Para ayudarla a restablecer su reino, claro.

—¿Reino? —preguntó azorado—. Yo soy de Buenos Aires, no entiendo nada de reinos; losiento, se han equivocado de persona.

—Ella te ha elegido, te eligió para alzar la espada en su nombre.

Sebastián no salía de su asombro. Quería despertar del sueño, pero cuanto más trataba, más seconvencía de que esa era su nueva realidad. Había cambiado la civilización del siglo XXI por unmundo totalmente distinto en el que, por alguna extraña razón, pronto se vería envuelto en unaaventura que marcaría no solo su vida, sino la de todo un reino.

—¿Qué está haciendo? —preguntó observando a la niña sentarse en el suelo y elevar susbrazos tan alto como su diminuto cuerpo le permitía.

—Quiere enseñarle…

—¿Enseñarme qué? —preguntó frunciendo el ceño

—El por qué estás aquí.

Zafiro se acercó a él y apoyó las manos en su frente. Lo que le mostró es un absoluto misterio;

Page 18: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

lo único seguro, es que después de contemplar aquello, Sebastián aceptó sin titubear ayudar aaquella jovencita a restablecer su dominio, aunque eso, indefectiblemente, le costara la vida.

Page 19: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

III El reino perdido

«¡Auxilio!» «¡Auxilio!» «¡Bájenme de acá!» gritaba desaforada una mujer en las afueras de lacasa, mientras hacía malabares para no caer de aquella rama ensanchada que le servíamomentáneamente de colchón.

—¿Qué estás haciendo ahí arriba? —preguntó Sebastián observando a la morocha trepada,temerosa, de aquel gigantesco árbol.

—No sé qué hago acá, solo sé que estoy acá y odio las alturas. Ayúdenme a bajar por favor

Al no contar con una escalera, una soga o cualquier otro elemento que pudiera servir para tanimportante menester, Sebastián la animó a saltar con la promesa de que la atajaría en su descenso.Luego de negarse una y otra vez, y ante la amenaza de abandonarla a su suerte, la joven mujercerró sus ojos; se sentó temblorosa en la rama, y se dejó caer implorando en el aire no morirestrellada contra el suelo.

Pese a que era una altura considerablemente alta, cayó sobre los brazos de su receptor y juntosfueron a parar al suelo, producto del envión que traía en su vuelo.

—Gracias. Gracias Dios mío, gracias —repetía mientras continuaba abrazada a su salvador.

—De nada —respondió quitándosela de encima—, para eso están los caballeros —se ufanóantes de percatarse de la extrema belleza que sus brazos acababan de atajar.

—¿Dónde estamos?, ¿qué es este lugar?

—Estamos en un bosque, ella casi me asesina —respondió señalando a la mujer encapuchada—; ella me salvó la vida —continuó señalando a la pequeña—; y yo salvé la tuya. Sebastián,oriundo de Buenos Aires, Argentina; el placer es todo tuyo —le extendió la mano paraestrechársela.

—¿Buenos Aires?, ¿estamos en Buenos Aires? —preguntó confundida, abrumada por lainmensidad de los árboles que los rodeaban.

—No —respondió tentado—. Estamos en…. ¿Dónde estamos? —preguntó frunciendo el ceño.

—Estamos en el reino de Helamantya —contestó la mujer encapuchada enfundando su espada

Page 20: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—. Todavía no nos dices cuál es tu nombre

—Soy Nataly, Nataly Windsor, de Londres, obvio —respondió arrancando su largo cabellooscuro, como intentando poner fin a aquel sueño extraño. ¿Y cómo es que tú siendo de BuenosAires terminaste acá?

—Solo sé que desperté, y esa niña que ves ahí me atrajo hasta su puerta…

—¿Y esa niña quién es?

—Ella, querida Nataly de Londres, es tu reina.

Ni siquiera supo cómo responder a eso. Se rió a carcajadas, presa del nerviosismo, y luego sedesvaneció. A los pocos minutos, ya más relajada y disfrutando de un caldo caliente en el interiorde la vivienda, comenzó a hacerse a la idea de que aquello que ocurría no era otra cosa más que larealidad. Su nueva realidad.

—Si ella es la reina, ¿dónde están sus dominios? —preguntó temblando, bebiendo hasta elúltimo sorbo.

—Estamos en él. Todo desde los mares cristalinos en el norte; pasando por las montañasheladas del Oeste; el desierto de fuego del Este y la Selva Negra al sur; todo es Helamantya —respondió Irina que no alejaba su diestra de la espada ni por equivocación.

—Pero si ella es la reina, y tú eres su madre, entonces eres reina también —comentóSebastián parado frente a la chimenea ardiente.

—Yo no soy su madre.

—¿Y dónde están sus padres entonces?

—Fueron asesinados hace 20 años durante el complot.

—Eso es imposible —sonrió incrédulo—. Zafiro no tiene más de seis…

—Zafiro tiene 35 años de edad y su cuerpo reposa, ajeno al tiempo, en el cofre de diamante enel que se resguardó de la maldad imperante. La niña que duerme en la habitación contigua es solouna parte de ella —murmuró.

—¿Y cómo es que está con usted? —preguntó Nataly abriendo sus brazos.

—Mi madre era una de sus consejeras reales. Murió defendiéndola durante la gran cacería. Yoera apenas una niña. Huí al bosque nocturno y me refugié aquí esperando que llegara mi hora. Losdías fueron pasando, también lo hicieron los meses y los años; y un día, de la nada, ella golpeó mipuerta.

—Todavía no entiendo por qué estamos acá. ¿Qué espera que hagamos? No somos héroes oguerreros, solo dos chicos de clase media de Londres y Buenos Aires —se quejó Nataly apoyandosu cabeza en la puerta, pretendiendo despertar de una vez.

—No importa lo que son en su tierra; solo importa lo que traen consigo en el corazón…

—¿Y qué podemos hacer para ayudarla? Tal vez cuando todo acabe podamos regresar anuestra vida normal —dijo Sebastián mientras miraba a Nataly, esperando consolarla.

—Si no morimos antes —se lamentó agobiada la joven británica.

Page 21: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Pero si vamos a ayudar, necesitamos conocer la historia desde el principio.

Todos enfocaron la vista en Nataly; de su beneplácito dependía ahora toda la aventura.

—De acuerdo, cuéntanos todo…

—Ahí voy:

«Todo era tranquilo en Helamantya. Los hombres y mujeres de las aldeas vivían felices; sinpreocupaciones ni sobresaltos. Algunos podrían, y con razón, decir que la vida era aburrida opredecible; pero nunca llegas a añorar la tranquilidad como en tiempos de guerra. Los marescristalinos eran la zona de encuentro; el punto donde confluían, rebosantes, los barcos de todos losreinos, deseosos de intercambiar sus productos; tan finamente elaborados. Todo lo que se obteníase vendía en las grandes ferias al aire libre que existían en cada uno de los diez pobladosasentados en el territorio.

El Bosque Nocturno, donde estamos ahora, no se llama así porque estuvo siempre oscuro, oporque causaba temor a los visitantes furtivos, todo lo contrario. Lo bautizaron de esemodo porque solía ser el sitio elegido por los enamorados para caminar a la luz de la luna ydarse, bajo su eterna discreción, el primer beso, escondidos entre los árboles fuertes y robustos;mientras se disfrutaba de una variedad de aromas y colores inconseguibles en cualquier otro lugar.Incluso, lo más audaces, comentan que se han topado varias veces con Dríadas, que los deleitaroncon su belleza y sus cálidas melodías. Todo era tan pacifico que hasta los grandes animalescomedores de carne respetaban la privacidad de los tórtolos en primavera.

Incluso los inviernos eran agradables en el reino. No voy a negar que el frío hiela la sangre ydeja en pausa transitoria todo atisbo de florecimiento; pero solo duraba dos meses y era todo unespectáculo observar las montañas cubiertas de nieve, y a los increíbles renos rebuscársela paraobtener pastos con los que alimentarse. De hecho, la gente acostumbra a divertirse patinando enlos congelados lagos internos; a orillas de la Selva negra, siempre perversa y amenazante

—¿Por qué, qué hay en la Selva Negra? —interrumpió Sebastián el relato de Irina.

—Es la morada de las brujas grises, claro.

—¿Brujas grises? —preguntó Nataly sonriendo nerviosa.

—Fueron recluidas ahí hace muchos muchos siglos, cuando se las descubrió planeando elasesinato del rey Mezario I, de la primera dinastía.

«Desde entonces fueron confinadas a vivir en el interior de la Selva Negra. Los pocos que seanimaron a ingresar no han vuelto; y los que lo han hecho, totalmente locos de remate, hanaparecido hablando sobre las carcajadas perpetuas; la naturaleza muerta; el fuego incesante quebrota de un pequeño volcán, cubriendo todo de lava ardiente y que, llamativamente, no incendia ellugar, manteniéndolas a salvo y permitiéndoles seguir con sus espurios encantamientos.

Como les decía, todo era felicidad, todo era paz y armonía; incluso la maldición que noshabían arrojado los dioses se había convertido, con el tiempo, en una bendición que nos manteníaa salvo de las guerras de conquista. El desierto de fuego, cuya temperatura alcanza los 65º enverano, inhóspito e inhabitable, era la frontera natural ideal para mantener a raya a los belicosassalvajes del reino vecino de Azajar.

Page 22: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Lamentablemente, nada de eso importó. Todo llegó a su final tan rápido que no atinamossiquiera a defendernos. Justo cuando comenzaba a tomar cuerpo la férrea esperanza de que lareina Zafiro hiciera un trato con las criaturas nefastas que moraban en el interior de las montañas;todo se rompió, se resquebrajó en mil pedazos aquella noche del 400 aniversario de la CasaReverel.

Todo el mundo estaba de fiesta en el castillo Real, o en las calles de la ciudad, celebrando congran algarabía cuando llegaron ellos, sin previo aviso, sin invitación, y oscurecieron para siemprelos días por venir. Asesinaron a todos a su paso; saquearon la casa de mi reina y escaparon con lamisma prisa con la que habían llegado, llevándose con ellos las reliquias que dotan de vida a todanuestra Nación.

—¿Llegaron, quienes llegaron? —preguntó Nataly al borde de su silla.

—Los seres más malignos de esta tierra. Hicieron un acuerdo oscuro; un pacto de maldad queconsistía en acabar con la reina y con ella, con todo lo que daba vida a este otrora precioso reino.

—Pero no nos dices quienes son… —insistió Sebastián indignado.

—Casimira, Líncaro y Therión

—¿Y esos son los villanos de esta historia? —preguntó Nataly al borde de un ataque dehisteria, con las manos en su nuca intentando procesar todo lo que escuchaba.

—Casimira es la reina de las brujas que habitan la Selva Negra. Es una vieja despreciable, sinescrúpulos y repleta de maldad. Creemos que ella tomó la sortija Ártica que surgió del mar hacemuchos siglos y se lucía, desde entonces, en la sala dorada del castillo real.

«Líncaro es un Drow; una suerte de elfo oscuro que controla el interior de las montañasheladas. Las malas lenguas dicen que huyó, rompiendo el pacto que había hecho con los otros, alno aceptar ser el segundo de Casimira. Según creemos, se llevó consigo el bastón de mandoimperial. Estaba en tratativas de un acuerdo de paz con la reina Zafiro cuando complotó con losotros en su contra; ¿pueden creerlo? ¡El muy desgraciado!

Therión, por su parte, es el comandante en jefe del ejército de Azajar, el reino vecino, másallá del desierto de fuego. No sabemos si actuó de motu propio o con la venia de su rey; lo ciertoes que sus hombres dejaron el tendal mientras él se llevaba la tiara de la reina.

Esos tres objetos; o mejor dicho la ausencia de ellos, es lo que ha hundido en las penumbrasnuestro hermoso hogar. Desde aquella fatídica noche en la que esos miserables nos invadieron, nosolo perdimos a nuestra reina y a nuestro reino; sino también las ganas de continuar viviendo sinellos.

—¿Y cómo es que la reina pudo salvarse? —preguntó Sebastián golpeándose las rodillas consus manos.

—Según la leyenda, un cofre de cristal es lo único que un hechicero o una bruja no puedendestruir. Creemos que la reina sabía la manera de construirlo o que alguien, que no sabemos quién,lo hizo por ella antes del final.

—E imagino que van a pedirnos que recuperemos esas joyas —farfulló Nataly llevando lasmanos a su pecho.

Page 23: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Primero deben encontrar la esfera de cristal. También desapareció esa noche del castillo,pero nadie sabe a ciencia cierta dónde puede estar.

—¿Y esa esfera para qué sirve? —preguntó Nataly acercándose inconscientemente a Irina.

—Le dará fuerza a nuestra reina y le permitirá guiarlos en su búsqueda de las reliquias.

Sebastián tenía más preguntas por hacer; cientos de cosas habían quedado en la nebulosa y losjóvenes terrestres necesitaban saciar mucho más su curiosidad antes de aventurarse en tierrashostiles; pero en ese instante, justo cuando su boca se preparaba para emitir sonido, alguienllamaba a la puerta.

Page 24: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

IV La noche trágica

Todavía atontados por su nueva realidad, y sin ser capaces de procesar tanta información,ambos jóvenes se sobresaltaron con los impetuosos golpes sobre la puerta de entrada. Nodebieron hacerlo. Al asomarse, Irina comprobó que el visitante no era otro que Clemont Burton,un viejo amigo que, de vez en cuando, le llevaba alimentos o leña para sobrellevar el fríoinclemente.

Una vez adentro, el hombre, cuyo rostro evidenciaba cansancio y una larga vida vivida, nopudo disimular la sorpresa al observar, parados junto a una pequeña mesa de madera, aesos forasteros que no recordaba haber visto nunca antes.

Mientras se limpiaba las botas en una suerte de alfombra destinada a esos menesteres, noquitaba ni por un segundo la vista de Nataly quien le devolvía una mirada igual de desafiante.Mientras Sebastián se dirimía entre saludar, por cortesía, o aguardar que Irina los presentase, lajoven británica no parecía tener ningún interés en vincularse con aquel extraño con ojos depervertido. Era desconfiada. Tal vez para cualquiera eso podría resultar un defecto; pero ellaestaba absolutamente orgullosa de ser precavida y honrar la tan famosa frase “mejor prevenir quecurar”.

Por suerte para todos, la dueña de casa rompió el silencio, quebrando la palpable tensión delambiente, empujando a Clemont a no ser descortés y presentar su saludo a los jóvenes que aúnaguardaban de pie, tímidos e indolentes.

—No acostumbro a ver gentes en este lugar; sepan disculpar mi cara de asombro —seexcusó el recién llegado, pretendiendo estrechar la mano de Sebastián que con respeto aceptó elgesto—; es bueno ver rostros nuevos por aquí. Soy Clemont; Clemont Burton.

—Mi nombre es Sebastián, Sebastián Montiel y el de ella es…

—¿Y qué haces aquí Clemont Burton? —interrumpió Nataly, a la defensiva, sin presentarseformalmente.

—Traigo leña como todas las semanas —sonrió mirando a Irina; sorprendido por la

Page 25: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

vehemencia de la británica—. Todavía no me has dicho tu nombre

—Nataly —respondió cortante.

—¿Tienes apellido Nataly? —preguntó mientras agradecía con un guiño la tasa de caldocaliente que su amiga le ofrecía.

—Sí, pero no tengo porque decírselo a cualquier mequetrefe.

—Ellos son los elegidos por la reina —dijo Irina con una sonrisa de oreja a oreja, dando porfinalizada la rispidez inicial.

—¡Eso es magnífico! —celebró Clemont elevando su tasa en forma de brindis —. Y díganmeuna cosa mis buenos amigos, ¿de dónde vienen? Disculpen mi curiosidad, pero no tienen pinta deser de Alopontia ni de Manesh y, claro, mucho menos de Azajar.

—De hecho ni siquiera conocemos esos lugares que dices, venimos de ciudades reales —replicó Nataly con cara de pocos amigos

—¿A qué te refieres con ciudades reales?

—Ellos vienen de más allá de los confines de nuestro mundo —intervino Irina—. Son ajenos atodas nuestras costumbres, hábitos y creencias; son completamente ajenos a nuestro pasado y anuestro tiempo. Son nuestro futuro.

—¿Es una broma, cierto? —Preguntó Clemont con un gesto adusto—. ¿Acaso estasdiciéndome que son dioses?

—No son dioses. Son humanos, y la reina los ha elegido para librar la batalla en su nombre.

—¿Otra vez estás pensando en iniciar una guerra contra Casimira; o tal vez tu locura ya cruzólas ardientes arenas desérticas y ahora quieres enfrentar a Therión? —indagó mordaz, como siestuviera reviviendo una discusión que habían tenido innumerable cantidad de veces en el pasado.

—Con ellos lo haré, claro. A su debido tiempo todos los monstruos y traidores caerán ante lainefable venganza de la reina Zafiro. Ya sabes lo que dicen: “arrodíllate y acepta tu destino conentereza o huye y encuentra la muerte atravesado por su flecha”

—Profecías. Solo vanas palabras tontas y vacías —se quejó— ¡Por favor, despierta! —vociferó y revoleó su taza contra la puerta—. Yo solo veo a dos niños frente a mí, que no podríansobrevivir ni una sola noche a lo que merodea allá afuera.

—Si tú tienes miedo, no te preocupes, enfrentaremos todos los peligros sin tu ayuda —chicaneó Nataly esbozando una sonrisa siniestra.

—¿Te crees muy valiente verdad, niña tonta? —inquirió Clemont repleto de ira; mientrasSebastián retiraba a Nataly hacia atrás y se colocaba por delante.

Temía que la provocación de su compañera, hiciera reaccionar violentamente al viejo Burtony desquitara con ella su evidente furia contenida. Después de todo, no estaba seguro si en aquellugar se enarbolaban los mismos valores que ellos traían desde su tierra.

—Veo que tienes protector —ironizó Clemont quitándose del pecho la mano de Sebastián quefuncionaba como advertencia—. ¿Quieren saber si tengo miedo? Claro que lo tengo. He visto

Page 26: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

cosas que ustedes solo han visto en pesadillas. He visto a mi pueblo sucumbir y a mis reyes caervíctimas de la maldad. He visto como se esfumaba la vida de mis amigos; como sus almasabandonaban sus cuerpos, incrédulos de que alguna vez volviéramos a ver nuestro reinolevantarse.

—Estamos aquí para devolverles esa esperanza —dijo Sebastián provocando la risa irónicade Clemont — ¿Usted estuvo ahí? Esa noche cuando todo cambió, ¿estuvo ahí?

—Todos estuvimos ahí —respondió desplomándose sobre una silla, cerrando los ojos;buscando en su mente todos los detalles de aquella trágica jornada—. Pasamos los últimos mesespreparándonos para el festejo. Las familias más destacadas de cada uno de los diezpoblados, estaban en palacio aquella noche. Los demás, el pueblo llano que le dicen, habíaconvertido cada una de las calles en un carnaval, un jolgorio bien urdido que se extendería hastael amanecer.

«Yo estaba adentro. Era el jardinero oficial y tuve la suerte, o la maldición, de estar muy cercade esa larga mesa de oro sólido, cuando un viento inusitado y repentino, comenzó a soplar tanfuerte que apagó por completo la luz de los candelabros, sumiéndonos a todos en la oscuridad. Eraapenas una premonición, una advertencia, el principio del fin.

Mientras los sirvientes se apresuraban en volver a encender los fuegos e iluminar la velada, unconcierto de risas endemoniadas servían de melodía siniestra a las corridas y gritos queretumbaban como consecuencia de la masacre. Nadie se percató. Ninguno lo hizo. Estábamospreocupados por mantener nuestras copas llenas cuando nuestros amigos y familiares sucumbían,sin atenuantes, contra una maldad que se había propuesto acabar con la vida como la conocíamos.¿Qué se podía hacer contra esa animadversión infundada?, ¿cómo puede uno librarse de la culpacuando la saña empedernida arrasaba con la felicidad milenaria? ¡¿Cómo?!

—¿Y cómo es que pudiste escapar? Entendemos que asesinaron a los reyes en el palacio…

Nataly buscaba acorralarlo. Estaba asustada, pero odiaba mostrar debilidad; paracontrarrestarlo fingía, sacando a relucir su exasperante insolencia. Era tan solo un mecanismo dedefensa, el mismo que utilizaba cada vez que, en su Londres natal, algún joven osaba conquistarsus sentimientos.

—Como dije era el jardinero. No estaba sentado en la mesa de oro; sino en una más modestaen los límites del salón principal. Cuando los hombres de Therión invadieron el palacio, losnobles caballeros de esta tierra los enfrentaron con valor e hidalguía; pero tristemente había diezadversarios por cada uno de nosotros —respondió con un nudo en la garganta, como sirecordar lastimara su corazón.

«Nunca estuve de acuerdo con la idea del rey Clunio de no poseer un ejército. El viejo decíaque si el objetivo era buscar la paz con los reinos vecinos y con distintos grupos o razas quehabitaban nuestro suelo, la mejor forma de demostrar nuestro compromiso era a través de lapalabra y no mediante las armas. Seguro lo lamentó aquel día.

Como buen rey, fue el primero en derramar su sangre. Ni siquiera llegó a tomar su espada. Uncuchillo de cocina para rebanar la carne era lo que empuñaba cuando cayó. Uno a uno losvalientes caballeros murieron sin saber por qué; sin conocer las causas de la desidia.

Page 27: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Yo tenía 30 años en aquel entonces. Tenía edad de luchar, claro. Todo aquel que se preciara deser un hombre debía hacerlo, pero cuando vi que aquellos despiadados bandidos ultimaban a lareina, indefensa y suplicante; comprendí que salvar a la princesa era mi obligación en aquelentonces.

Todo era confusión. Los gritos, el llanto y las corridas que apenas unos minutos atrás oíamosen las calles; se habían trasladado a la mismísima residencia real. Busqué a la señorita Zafiro portodos lados para ponerla a salvo; no podía encontrarla, simplemente se había esfumado a la vistade todos.

Unos cuantos minutos después ya no se escuchaba nada. Solo la arenga de los asesinosrecorriendo las instalaciones, y el olor putrefacto que emanaba de la bruja gris monopolizaban elambiente. Los pocos que sobrevivimos nos ocultamos, permanecimos escondidos en los pasadizossecretos mientras elevábamos nuestras plegarias para que la princesa estuviera viva.

—Y estaba en el cofre de cristal —interrumpió Sebastián el nostálgico relato del otrorajardinero real.

—Allí estaba, en su alcoba. Suspendiéndose en el tiempo, lejana, distante, inalcanzable. Nadiesupo nunca cómo logró introducirse en aquella caja —añoró mientras una lagrima traviesa corríaapresurada por su rostro con destino de suelo—. Muchos dicen que es un hechizo, pero losReverel se oponían a la magia o la brujería. Lo cierto es que ni siquiera los poderes oscuros deCasemira y Líncaro pudieron quebrantar su reposo.

—¿Y qué hay de esas reliquias familiares que se llevaron los invasores? —preguntó Natalycon el mismo tono altanero de antes.

—Bueno, como es sabido, han desaparecido —respondió secando sus lágrimas con la mangade su abrigo—. Siempre se ha dicho que la bruja gris huyó de allí con la sortija Ártica; queTherión se fue con la tiara y Líncaro conservó el bastón para que los otros no reclamaran el reinode Helamantya.

—Pero no querían solo destruirnos —recordó Irina en voz alta—; pensaban gobernar estereino los tres juntos. Eso decía la gente según recuerdo.

—Eso decían algunos. La leyenda cuenta que ninguno aceptó ser menos que los demás,entonces tomaron las joyas sagradas del reino para evitar que alguien se alzase con el poder totaly así dejarnos librados al abandono eterno —refunfuñó Clemont ya recuperado de sus dolorososrecuerdos.

—¿Y qué hay de esa esfera de cristal que nos pediste buscar?

—Nadie sabe nada de esa esfera de cristal —se apuró en responder Clemont—. Desaparecióesa noche junto con todo lo demás. Seguro alguno de esos malnacidos la tiene.

—No lo creo —contestó Irina mirando a Sebastián fijamente—. Yo nunca la he visto; pero lasleyendas de nuestro reino cuentan que la esfera funciona como un espejo que te permite veraquello que deseas.

—¿Acaso es como el espejo de Blanca Nieves? —murmuró Nataly ante la mirada confusa delos presentes.

Page 28: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Son solo cuentos para niños —dijo Clemont dirigiéndose a Irina.

—La esfera nos dirá donde hallar la espada Reverel con la que el rey Mezario II, de laprimera dinastía, asesinó al gran dragón azulado que moraba en las montañas nevadas; inclusoantes de que los Drow habitaran en ellas. Con esa espada, perdida hace siglos, podremos romperel cofre y liberar a la reina.

—¿Pero si la liberamos, no quedaría a merced de sus verdugos otra vez? —preguntó Natalyfrunciendo el ceño.

—No si tiene la espada de su familia.

—Y tú propones que iniciemos la búsqueda en el palacio —dijo Sebastián aguardando unarespuesta afirmativa de Irina

—La reina los eligió —replicó con la voz entrecortada, buscando convencer a un desanimadoClemont.

—De acuerdo —asintió resignado—. Yo los guiaré hacia allá, pero sepan que afrontaremosmás de un peligro en este insensato viaje. Luego no digan que no les advertí

—Preocúpate por tu bienestar anciano —respondió Nataly sin abandonar su costado ofensivo.

—¿Cuándo partimos? —preguntó Sebastián sin poder ocultar la emoción de embarcarse en laaventura.

—Duerman un poco —replicó el otrora jardinero mientras se acomodaba en el suelo, al calorde la chimenea—. Cuando la gran estrella se alce en el horizonte, no habrá vuelta atrás.

Page 29: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

V Rumbo al palacio Reverel

Con las primeras luces del alba, los jóvenes entusiastas montaron a caballo siguiendo alviejo Clemont que se había ofrecido a llevarlos al palacio Reverel, lugar en el que esperabanhallar alguna pista concreta para iniciar la búsqueda de la esfera de cristal.

Era una mañana típica de primavera; la suave brisa acariciaba grácilmente el rostro de losjinetes y los rayos del sol, que a duras penas penetraban las inefables ramas del bosque nocturno,aportaban la tibieza necesaria que invitaba a los animales a deambular y permitía, además, elreverdecer de una amplia gama de colores que brotaban, en forma de flores, a medida que Natalyy Sebastián se desplazaban. Era como si la mismísima naturaleza, por tantos años dormida,estuviera esperanzada en poner fin a un largo periodo de abandono y desidia y recuperar, al fin, lavitalidad que tenía antes de aquella fatídica noche.

El bosque era abrumadoramente extenso; no era raro que Nataly creyera que no hacían otracosa más que dar vueltas en círculo una y otra vez. En parte, sus sospechas tenían más que ver conun presentimiento devenido en desconfianza para con Clemont que con la estricta realidad, yaunque ella era consciente de sus prejuicios, prefería mantener una postura distante y precavidahasta tanto el Sr. Burton demostrará su inocencia o, al menos, los llevase a salvo al palacio real.

Sebastián, por su parte, estaba más preocupado por los eventuales peligros que podíapresentar la travesía que en sus propios aliados. Si bien advertía la rispidez palpable entre sucompañera británica y el jardinero devenido en guía explorador; prefería centrar su atención en laespada afilada que llevaba en su montura y en los potenciales enemigos que podían, llegado elcaso, retarlo a usarla.

Ambos jóvenes tenían una muy vaga idea de lo que eran las brujas; popularizadas por laspelículas o los cuentos de hadas; poco y nada sabían acerca de los Drow, elfos oscuros quemoraban en el interior de las montañas, y mucho menos estaban preparados para tomar las armas yenfrentar a un ejército de mercenarios entrenados para matar. En el fondo, por más armas quellevaran consigo y por más valentía teñida de bondad que motorizara sus ganas de ayudar en elconflicto; no dejaban de ser un profesor de historia y una modelo de otro tiempo y otro lugar. Solosu compromiso, la confianza en el otro y la firme convicción de que nada de lo que vivían era unsueño sino su realidad, era lo que los guiaba hacia su destino.

Page 30: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Acampemos aquí —ordenó Clemont descendiendo de su caballo—. Iré por unas uvas,abundan en este lado del bosque. Solo no se muevan, no hagan nada estúpido.

—¿Quién se piensa que es para hablarnos así? —murmuró Nataly bajando de su caballonegro.

—¿No confías en él, cierto? —preguntó Sebastián mientras bebía agua de su cantimplora.

—Me da mala espina. Siempre fui buena juzgando a la gente —dijo y se sentó a los pies de unenorme ciprés.

—Cuéntame… ¿Qué hacías en Londres?

—Soy modelo, o lo era, ya no lo sé —replicó con un dejo de tristeza en la voz—, también soyactriz o intento serlo.

—Ya lo creo que sí —asintió Sebastián entre risas.

—¿Por qué, soy muy dramática? —comenzó a reír contagiada por aquel chico porteño.

—Algo, tal vez un poco; aunque en esta situación, ¿quién pudiera no serlo?

—¿Cómo estamos seguros de que no estamos soñando? —cuestionó frunciendo el ceño.

—¿Pero quién está soñando?, ¿yo estoy en tu sueño o tú estás en el mío? Porque si la respuestaes ambos, entonces creo que me da más miedo estar soñando que estar aquí y ahora, el uno para elotro compartiendo la amnesia.

Con ese pensamiento simple pero verdadero, Sebastián consiguió no solo ganarse la confianzade Nataly, sino que, mucho más profundo, sentó las bases para una relación de amistad, basada enel apoyo mutuo y el cuidado del otro.

Entre tanto aguardaban el regreso de Clemont, se detuvieron a contemplar que nada tenía quever aquel bosque con el que se habían topado ayer nomás, cuando llegaron perdidos y agobiados.La soledad y la apatía habían desaparecido y el canto de los pájaros, así como los cientos desonidos de todo tipo de animalias, ponía música a una jornada que muy pronto se tornaríaturbulenta.

—Confieso que creía que ustedes eran unos buenos para nada —dijo Clemont con la bocallena de uvas moradas—, pero ver el bosque renacer de este modo me demuestra que estabaequivocado. Después de todo, tal vez Irina tenga razón y hayan venido a colaborar.

—¿Y a qué se supone que hubiésemos venido si no fuera el caso? —filosa como siempre,Nataly disparó una de sus letales preguntas.

—No lo sé; tal vez a saquear lo poco que queda —respondió lamiendo el jugo de la fruta desus dedos.

—¿Está lejos el palacio de nuestra posición? —preguntó Sebastián con la intención de aliviarlas asperezas lo antes posible.

—¿Por qué, ya están cansados los dioses?

—Si fuéramos los dioses que dices, deberías procurar respetarnos, o desataremos contra títoda nuestra furia.

Page 31: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Vamos, que es una broma —respondió poniéndose serio—; ¿acaso no tienen sentido delhumor de dónde vienen? Estamos a diez lunas a galope del castillo.

—¿El camino es seguro? —preguntó Nataly dando un mordisco a la hogaza de pan queSebastián acababa de compartirle.

—Nada es seguro en este reino. Una vez abandonemos el bosque Nocturno, sabe Dios lo quenos aguarda allá afuera.

«Antes no había nada que temer. Los diez poblados vivían en paz, sin ningún sobresalto. Lasbrujas y los drow eran sencillamente cuentos para niños. Ninguno de nosotros los había visto enrealidad.

—No entiendo —dijo Sebastián frunciendo el ceño

—No vivíamos compartiendo nuestro reino con criaturas extrañas o mujeres malvadas adictasa la nigromancia. No, no, claro que no, éramos solo nosotros viviendo como todos los demás.Sembrábamos la tierra; tejíamos nuestras prendas; comerciábamos con otros reinos, sobre todocon Alopontia, más allá de los mares cristalinos.

«El resto eran mitos, leyendas urbanas para entretener a los inocentes… cuando tuvimos frentea nuestros ojos la fantasía cobrando vida y ansiosa por arrebatar la nuestra; fue demasiado tarde.

—Pero no todo era leyenda —comentó Sebastián poniéndose de pie— me refiero a que poralgo no entraban nunca a la Selva Negra.

—En medio de la Selva Negra hay un volcán. Una suerte de triangulo con forma de montañaque escupe fuego…

—Sabemos qué es un volcán, no venimos de Neptuno —interrumpió Nataly ofendida por loque consideraba una agresión encubierta.

—Bien… pero como los árboles de aquella selva jamás se prendieron fuego o provocaronincendios en los poblados vecinos; creíamos que por arte de magia, o por el poder de nuestrosreyes, estábamos bendecidos¸ amén de que si los árboles no se encendían con el volcán tampocoservían de leña —rió a carcajadas

Ya no sabían si tomar enserio a Clemont o ignorarlo y soportar sus ocurrencias hasta tantocumpliera con su palabra. Todavía quedaba mucho camino por recorrer antes de abandonar elbosque; por eso aceleraron el paso esperando llegar al pueblo más cercano antes del anochecer.

—Acamparemos aquí; ya es tarde —advirtió Clemont asegurando su caballo a un árbol.

—Tal vez deberíamos seguir, no debe faltar mucho para encontrar un pueblo —replicóSebastián todavía montado sobre Emperador.

—Bajen ya de sus caballos —gritó mientras echaba una manta sobre la hierba—. Procurenconciliar el sueño; mañana sabremos si viviremos para ver otro día.

Debieron obedecerlo. Después de todo, él era el único que sabía el camino. No todo era tanmalo, las mantas los abrigaban del viento arremolinado, y el lento fluir de un pequeño arrollocristalino, a unos pocos metros, los relajaba mientras se distraían mirando las estrellas.

—Qué bueno que las ramas nos dejan ver el cielo en este lugar —dijo Sebastián acostado

Page 32: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

boca arriba, admirando las constelaciones que eran ligeramente distintas a las de su tiempo.

—En Londres nunca me había detenido a mirar las estrellas —replicó Nataly con la vozentrecortada—, y ahora siento que este es uno de los mejores momentos de mi vida.

—¿Para tanto? —preguntó Sebastián girando hacia su izquierda para mirarla a los ojos.

—Estamos solos, en un lugar imposible; a punto de correr más riesgos de los que jamáshubiéramos aceptado ni obligados y, para colmo de males, no sabemos si alguna vez vamos aregresar —expresó dando rienda suelta a las lágrimas que afligían su pecho.

—Vamos a regresar. Te lo prometo —susurró Sebastián volviendo la vista al cielo.

—Ahora no puedo ser tan optimista —replicó secándose las lágrimas con las palmas de lasmanos—. ¿Qué fue lo que la reina te mostró?

—Agua, la tierra destruida por el agua.

—¿Cómo en un tsunami?

—Como en un diluvio.

—¿Y qué espera de nosotros?

—Supongo que pronto lo averiguaremos —respondió cuando, de repente, un chistido constanteque provenía más allá del arroyo parecía llamarlos con desesperación.

Mientras Clemont roncaba y se sumergía en el séptimo sueño, avanzaron con sigilo, con lasespadas desenvainadas, en dirección al sonido incesante.

—Acá no hay nada —advirtió Nataly con las manos temblorosas, sin poder mantener firme suarma.

—Hubiera jurado que alguien nos llamaba —dijo Sebastián bajando la guardia.

—Pues claro que los estaba llamando —asintió una voz femenina y muy cálida.

—¿Quién dijo eso?

—Yo, claro. ¿Quién más iba a ser?

La escuchaban perfectamente, tan clara como el agua que fluía por el arroyo pero no podíandivisarla

—Querrían bajar esas espadas por favor, no hay enemigos moviéndose por aquí.

—Sebas… vas a creer que estoy loca, pero creo que este árbol nos está hablando —farfullóNataly a punto de desvanecerse.

—Entonces seremos dos los locos.

—Creo que ya nos entendemos —dijo una mujer preciosa, de delicadas facciones y peloverde, como el de las hojas; saliendo del interior del roble.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Sebastián manteniendo la distancia, mientras Natalycontinuaba amenazante con su espada en la mano.

—Mi nombre es Gricel y soy una Dríada.

Page 33: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¡¿Una qué?! —gritó Nataly poniéndose pálida.

—Es un espíritu del bosque —respondió Sebastián, acercándose con timidez e imprudencia.

—Espíritu está bien; espíritu me gusta; pueden llamarme así. Otros solían decirme duende,pero espíritu me gusta más.

—Mi nombre es Sebastián y el de ella Nataly.

—Y somos personas —acotó Nataly reafirmando su condición humana provocando la sonrisade Gricel.

—Sé exactamente quienes son —asintió antes de volver a mimetizarse con el roble.

—¿A qué te refieres con que sabes quiénes somos? —preguntó Nataly apoyándose en el árbol,buscando algún agujero en él.

—Los hemos estado esperando —asintió con una sonrisa de oreja a oreja—. Tu señoritaWindsor hallarás la esfera, y tu Lord Montiel, liberarás a la reina.

—¿Eres adivina o algo así?

—Hallarán buenos aliados en todo el reino si además de sus ojos abren su alma; pero cuidado,no se fíen de todas las buenas intenciones, algunas solo pretenden despistarlos —susurró Gricelantes de refugiarse permanente en su árbol, justo cuando Clemont despertaba de su sueño ycomenzaba a llamarlos a los gritos.

Page 34: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

VI El medallón de trébol

—¿Dónde se supone que estaban?

—Solo dábamos un paseo —respondió Sebastián tragando saliva, esperando que suafirmación sonara contundente.

—¿Ya podemos avanzar? No debe ser seguro que permanezcamos tanto tiempo en un lugar —dijo Nataly montando en su caballo.

—Ahora resulta que tú te preocupas por la seguridad —replicó mordaz—, creí que ese era mitrabajo.

—Tu trabajo es llevarnos al palacio, y a este paso vamos a llegar cuando cumplamos 50 —retrucó haciendo reír a su camarada argentino que también estaba presto a continuar, ya montadosobre Emperador.

—El poblado más cercano es Viperá, y está a dos lunas a toda marcha. Con suerte llegaremosa la residencia Miwey.

—¿Qué es ese lugar? —preguntó Sebastián frunciendo el ceño.

—Hace años era la casa de Lady Suez, última heredera de los Miwey; una de las familias másantiguas del reino. Hoy es solo un alma solitaria en medio de la nada —respondió y salieron atodo galope para intentar arribar a la propiedad lo antes posible.

El viaje por el interior del bosque era tranquilo. El clima primaveral aportaba su cuota decalidez y aquel extraño conjuro que mantenía a los enemigos alejados, permitía cabalgar con laguardia baja, sin tener que preocuparse de algún ataque artero o, peor aún, de un enfrentamientopara el que, aún, no estaban preparados.

A su paso podían apreciar claramente como los abetos y los alcornoques cedían lugar aárboles más toscos y ordinarios, a la vez que la amplísima gama de colores que presentaban lashojas y las flores, se apagaba dando lugar a raíces muertas o resecas; señal inequívoca de que lasalida estaba cerca.

Solo podían imaginar todo lo que hallarían una vez abandonaran la seguridad del bosque. Las

Page 35: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

historias que habían escuchado los últimos días, no eran nada alentadoras y los jóvenes, novatosentusiastas armados de valor, comenzaban, de a poco, a tomar consciencia de los peligros yadversidades que iban a afrontar en su alocada aventura.

Al atardecer, cuando el sol se resistía a dejar paso a la luna que reclamaba el monopolio delcielo, los jóvenes forasteros tuvieron la posibilidad de contemplar las consecuencias de la maldadde primera mano. Mientras cabalgaban despacio, por el borde del bosque, curioseando el mundosin ley que era el campo abierto, se toparon con una bruja gris, y dos de sus aprendices,practicando sus habilidades contra dos mujeres que, atadas contra un mástil improvisado, solopodían suplicar que la muerte terminara cuanto antes el sufrimiento que soportaban.

Clemont los invitó a bajar de sus caballos y caminar, sigilosamente, para no ser detectados porlas nigrománticas y evitar así ocupar el lugar que pronto dejarían vacante aquellas pobresdesdichadas utilizadas como conejillos de indias.

—Hagan silencio —murmuró Clemont mientras ingresaba nuevamente a la seguridad delBosque Nocturno.

—No podemos dejar a esas mujeres ahí —vociferó Nataly—; tenemos que hacer algo paraayudarlas.

—No digas pavadas niña tonta —reviró el viejo guía abalanzándose sobre ella—. El hecho deque tengas una espada, no te convierte en una espadachín; ni mucho menos en un caballero.

—Yo seré una niña tonta, pero tú eres bastante grandulón como para limitarte a huir de losconflictos —respondió desafiante, con la mano izquierda sobre la vaina que colgaba de su cintura.

—Lo que ven allí afuera es una bruja gris enseñando las artes oscuras a dos novatas. Noduraríamos un segundo frente a ellas. No sé cómo sean sus enemigos en su mundo, pero aquí no temetes con aquellos a los que no puedes derrotar —retrucó ensanchando las venas de su cuello;enojado, irritado.

—¿Tú te quedarás ahí parado sin hacer o decir nada? —preguntó la británica mirando aSebastián que solo se limitaba a contemplar, pasivo, el cielo que de apoco comenzaba aestrellarse.

—Tu amigo es muy sabio, deberías aprender de él —respondió Clemont sentándose a la verade un árbol agonizante a comer una manzana.

—Creí que eras más valiente… —farfulló Nataly contra Sebastián, mientras se sentaba,enfadada, sin emitir sonido alguno.

—¿Cómo se vence a una bruja? —preguntó el argentino rompiendo su apatía.

—No se puede.

—¡Vamos! Seguro hay un modo —insistió mientras buscaba entre sus cosas una ración de pan.

—Las brujas novatas no representan una gran amenaza. No están dotadas de losencantamientos de muerte o enfermedad; por eso vieron a esas mujeres atadas —respondióinterrumpiendo su cena.

—No comprendo.

Page 36: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—No pueden matarlas con un encantamiento, no tienen el poder; por eso, mientras practican elarte de la tortura, deben asegurarse de que sus víctimas estén inmovilizadas; de lo contrariopelearían. Si llevaras un escudo que te protegiera de sus hechizos ordinarios; solo haría falta quefueras hábil con la espada.

—¿Y la otra bruja, la del sombrero gris?

—Si alguna vez te enfrentas a una, será mejor que te hayas despedido de tus amigos…

—Deja de burlarte de nosotros y solo dinos como vencerla —irrumpió Nataly cansada delmelodrama.

—No alcanzarías a elevar tu espada si te cruzas de enfrene con una bruja gris; solo el amuletode trébol te salvaría.

—¿Qué es un amuleto de trébol? —preguntó Sebastián frunciendo el ceño.

—Es un medallón con forma de trébol. No quedan muchos en la actualidad. Se cree que fueronforjados por el rey Mezario II, de la primera dinastía, aunque nadie lo sabe en realidad.

—¿Y el medallón qué hace? —preguntó Nataly poniéndose de pie.

—Depende. Si el medallón que traes es de plata, serás inmune a sus poderes y solo el filo dela espada decidirá tu destino; si es de oro, en cambio, les será imposible tocarte por cualquiermedio, por mucho que lo intenten —dijo con una mueca de sonrisa dibujada en el rostro—.Lamentablemente no se han hecho muchos de esos medallones y nadie sabe dónde están.

—Hay algo que no entiendo —reflexionó Nataly con la vista en el suelo, caminando de unlado para otro—, si las brujas fueron confinadas a la Selva Negra, ¿Cómo fue que tomaron elpalacio y que ahora, además, vagan libres por cualquier sitio?

—Eso es lo más interesante de todo —respondió Clemont mirando a Nataly a los ojos—;nadie lo sabe. ¡Duerman un poco!—, ordenó retándolos—. Roguemos que al amanecer, nohallemos más sorpresas.

Los tres se durmieron. A salvo en el Bosque Nocturno, se rindieron a los brazos de Morfeoesperando despertar con los primeros rayos de sol.

Para sorpresa de todos los habitantes del reino, el cielo que los últimos días se habíamostrado apaciblemente celeste, con pequeños manchones blancos, propios de alguna nubetraviesa que se resistía a marcharse; esta vez lucía un naranja furioso, casi rojo, sangrante. Inclusolas plantas y animales mostraban un extrañísimo comportamiento. Las hojas de los árbolesflameaban sin cesar pese a la ausencia de viento, y las criaturas deambulaban quejosas sin motivoaparente.

Bloqueados ante el espectáculo que se desarrollaba frente a sus ojos, Clemont y losmuchachos se disponían a seguir viaje rumbo a su meta, cuando, de repente, Nataly advirtió laausencia de su compañero americano.

—¿Dónde está Sebastián?

—¡Carajo! ¡Carajo! —maldijo Clemont tomándose la cabeza mientras Nataly gritaba elnombre de su amigo tan fuerte como su garganta permitía.

Page 37: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Creo que ya sé dónde está —advirtió la joven británica con sus manos en el rostro y undolor en el pecho que le estrujaba el corazón.

—¿Dónde?

—Fue a salvar a las mujeres…

—¿Aquellas que estaban con las brujas? —, preguntó absorto—. ¿Acaso no le dije que lomatarían?, ¿en qué idioma hablo?, ¿cómo pudo ser tan inconsciente?

—Es mi culpa, yo lo empujé con mis reproches a esa locura —replicó Nataly montada a sucaballo.

—¿A dónde vas? Ya debe estar muerto, él eligió su perdición; no tenemos por qué seguir suspasos.

—Tú quédate si quieres; yo sé lo que tengo que hacer —respondió y salió a todo galope abuscar a Sebastián, con la esperanza de encontrarlo con vida.

Contra su voluntad, Clemont, temeroso de los sermones de Irina, montó en su caballo y partiótras Nataly con un temor que solo era equiparable al odio que sentía por esos jóvenes forasterosque jugaban con su vida como si fuera confeti.

Conforme se acercaban, el cielo se abría, celeste, dejando atrás aquel colorado intenso quesupo vestir bien entrada la mañana. A lo lejos, podían divisar varios cuerpos yacentes sobre elsuelo y solo podían rogar que ninguno fuera su amigo. Al llegar, el panorama era muy pocoalentador. Las dos mujeres, esas que habían sido víctimas de las nóveles brujas, estaban muertas,todavía atadas a aquel improvisado mástil, clavado en el suelo.

A los pocos metros, las dos aprendices de nigromancia también yacían sin vida, sobre uncharco de sangre que se había encargado de teñir los altos pastizales; y a su lado, tendido bocaarriba, inmóvil, el joven argentino.

Nataly corrió a toda prisa en dirección a su amigo. «Sebas» «Sebas» gritaba con todas susfuerzas mientras Clemont la escoltaba, a caballo, con su espada desenvainada.

Sebastián no respondía; sin embargo, su lenta respiración no pudo más que provocar en Natalyuna risa nerviosa, mientras le sostenía la cabeza entre sus brazos y le empapaba el rostro con sullanto.

—Es un milagro —dijo Clemont parado frente a ellos.

—Ya lo creo que sí —respondió la británica como pudo, entre sollozos.

—No obstante… —hizo una pausa fatal—, no debemos llevarlo con nosotros.

—¿Qué dices?

—Está muy mal herido… es solo cuestión de tiempo —respondió sin importar el daño queesas palabras infligían.

—Yo lo voy a cargar si hace falta

—¡Eso no hará falta! —interrumpió la voz gruesa de un hombre moreno que se presentabacubierto de sangre.

Page 38: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Y tú quién demonios eres? —preguntó Clemont retándolo con su espada.

—Me llamo Dakarai Timpu, y vengo de La República Togolesa.

—¿De dónde? —preguntó Clemont frunciendo el ceño.

—Es de nuestro mundo —dijo Nataly con la mirada clavada en el medallón de trébol doradoque el recién llegado portaba en su cuello.

Page 39: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

VII Caminos separados

Aquel cielo que se elevaba rojizo, premonitorio, y había dado paso al celeste más puroconforme corrían las horas del amanecer, era ahora el único testigo y, tal vez, el arquitecto delmilagro de que el joven Sebastián siguiera respirando pese a las evidentes heridas de lo que fueuna lucha sin cuartel contra las brujas aprendices; aunque, de seguro, Dakarai, quien ahoracabalgaba junto a Nataly y Clemont hacia la residencia Miwey, llevando a cuestas el cuerpomalherido e inconsciente del argentino, tenía una visión mucho más acabada de los sucesosrecientes.

Anduvieron casi sin descansar todo el trayecto; el cansancio y el hambre insoportables no secomparaban ni por asomo con la preocupación que sentían por la salud del lesionado. Incluso, alllegar a la vivienda; majestuosa e impactante, no podían menos que contemplarlo, recostado, sinsaber qué hacer para ayudarlo. Mientras Nataly lloraba desconsoladamente, abrumada por elsentimiento de culpabilidad que sentía, Clemont caminaba de un lado a otro buscando algunarespuesta mágica.

—Todo esto es culpa mía —se reprochó Nataly dejando caer sus lágrimas sobre la humanidadde su amigo—. Yo lo envié a la muerte.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Dakarai ofreciéndole agua de su cantimplora.

—Vimos a las brujas en las inmediaciones del Bosque Nocturno; estaban practicando su magianegra con dos esclavas del reino; quise intervenir para ayudarlas y acabar con esa barbarie, peroClemont nos instó a continuar, haciendo la vista gorda, olvidando lo que nuestros ojos habíancontemplado en ese lugar…

«Me molesté con él por no haberme defendido; por no haber apoyado mi reclamo de acudir endefensa de las cautivas. Le dije cosas ofensivas, cosas que no tenía ningún derecho a decir; cosasque no siento; pero a veces me pasa, no puedo controlar a mi lengua que corre más rápido que micabeza.

—Seguro él también quería salvar a esas mujeres y por eso lo hizo —trató de consolarla—; yel hecho de haya ido solo, tal vez no responda a que se sintió empujado por tus palabras, sino,simplemente, a que no quería involucrarte en una situación en extremo peligrosa.

Page 40: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Gracias por intentar hacerme sentir mejor, pero nada de lo que nadie diga va a cambiar loque pasó, al menos hasta que despierte y se ponga bien —respondió secando sus lágrimas sindejar de sollozar—. ¿Y tú cómo llegaste hasta ahí?

—Esa es una excelente pregunta señorita Windsor —interrumpió Clemont amenazando altogolés con su espada.

—Baje su espada señor, cuando lo haga no tendré ningún problema en contestar cualquierinquietud.

—¡Clemont baja tu espada! —ordenó firme Nataly—, él está con nosotros.

—No hasta que podamos confirmar sus coartadas; puede ser una hábil maniobra de nuestrosenemigos.

—Mi nombre es Dakarai Timpu y vengo de…

—Sí, esa cantinela ya la tenemos aprendida —interrumpió Clemont evidenciando ansiedad—,dinos cómo llegaste aquí, por qué estabas justo en el momento en que hirieron a Sebastián y,todavía mejor, ¿cómo es que traes un medallón de trébol dorado?

—No sé cómo llegué aquí —replicó provocando una sonrisa rabiosa en el guía—, solodesperté una noche y estaba a la intemperie, en un bosque…

—El Bosque Nocturno —acotó Nataly siguiendo la historia de Dakarai con atención.

—Sí, supongo que sí. Estaba asustado, no entendía bien lo que pasaba y solo atiné arefugiarme en una suerte de cueva; perdí por completo la noción del tiempo; no sé cuántosamaneceres y cuántas noches pasé allí.

—¿Es lo mejor que puedes inventar?

—¡Es cierto! Solo salí de mi escondite cuando la voz de una niña comenzó a llamarme através del viento. Sé que suena increíble, pero créanme que así fue.

—Te creo —asintió Nataly mirándolo a los ojos—, ¿Qué pasó después?

—Seguí el susurró y llegué hasta un árbol gigantesco, nunca había visto nada igual, era negro,como la mismísima oscuridad; aunque el resto del bosque se expandía verde a mí alrededor.

—El árbol fantasma —murmuró Clemont casi sin querer.

—¿Qué es el árbol fantasma? —preguntó Nataly frunciendo el ceño, sin soltar la mano deSebastián recostado a su lado.

—Las leyendas dicen que el Bosque Nocturno, toda su inmensidad, floreció como fachada,con el único propósito de proteger al árbol negro que fue plantado por el rey Mezario I y guarda,según dicen, todos los recuerdos de la vida en el reino.

—¿Y por qué le dicen fantasma? —insistió Nataly, buscando saciar su curiosidad.

—Nadie lo ha visto jamás, y los que lo han hecho luego no pudieron hallarlo otra vez; como sidesapareciera o se presentara a voluntad en cualquier recoveco de la inmensidad del bosque. Esoha hecho que deje de tomárselo en serio.

—Es real, estuve allí —aseveró con enjundia Dakarai—. Al llegar, una niña rubia, tan blanca

Page 41: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

como la nieve, me pidió que cavase con las manos en la tierra mojada y, a los pocos centímetros,resguardado sobre una caja de metal, encontré el medallón.

—Eso no explica cómo llegaste hasta nosotros….

—Ella me mostró el camino en mi mente —respondió al instante—. Cuando intenté darle elmedallón, apretó mis manos y me enseñó lo que pasaría. Entonces comprendí que era una suertede amuleto.

—¿Y la espada que traes contigo? —preguntó Clemont con un dejo de sonrisa en el rostro,convencido de haberlo atrapado.

—Estaba junto a mi caballo. Ni siquiera sabía que tenía uno —rió como un loco, conscientede que todo aquello era precisamente una locura.

«Cabalgué a toda velocidad cuando me topé con Sebastián enfrentando a las brujas negras;esas que no traen sombrero. Me apresuré en su ayuda, y juntos pudimos asesinarlas luego demucho batallar aunque, como ven, la suerte cambió cuando la bruja gris que las acompañabacomenzó a torturarlo sin piedad mientras él avanzaba hacia a ella visiblemente adolorido. Cuandocayó al suelo reaccioné y corrí inconsciente en su ayuda.

—¿Y qué pasó cuando te entrometiste entre la bruja y su presa?

—Intentó atacarme también —respondió con la mirada perdida—, entonces el medallón seencendió como una estrella. Para cuando se apagó, la bruja ya no estaba y nuestro amigo norespondía.

Luego de insistir por enésima vez en abandonar al herido y furioso por ver, una vez más, susconsejos u órdenes desechadas como basura, Clemont decidió abandonar la seguridad de la casa yaventurarse en el exterior con la excusa de conseguir alimentos y alguna hierba, aunque poseíanulos conocimientos en la materia, que pudiese sino sanar, al menos apaciguar la agonía del jovenargentino.

De un momento a otro la lluvia quebró la falsa tranquilidad en la residencia Miwey; máximecuando la misma se desató justo en el momento en el que una mano, presurosa, golpeaba la puertacon insistencia. Mientras Nataly se ponía delante de Sebastián, cual escudo protector, el africanocon su espada presta para la batalla, se arrimó a la entrada cuando un nuevo golpe lo hizoretroceder de un salto.

El miedo estaba más que justificado puesto que, no estaban bajo la protección del bosque, yesa vivienda estaba al alcance de cualquiera, incluso de las brujas grises que merodeaban lasinmediaciones en busca de potables candidatas a engrosar sus cada vez más temibles y numerosasfilas.

El hecho de que hayan tocado la puerta bien podía ser una distracción, una artimaña bienplaneada para encontrarlos con la guardia baja.

Dakarai se acercó a la entrada y quitó la traba que impedía el paso a aquella personadesesperada. Grande fue su sorpresa cuando una mujer encapuchada, con el fin de cubrirse de lacopiosa lluvia que caía a raudales, ingresó con la vista puesta en el convaleciente Sebastián y seacercó a él sin importarle las espadas que acompañaban su andar en su trayecto impostergable.

Page 42: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Ante la postura atónita de Dakarai que no sabía qué hacer con la intrusa, y pese a la miradacuasi criminal de Nataly que permanecía estoica al lado de su amigo, la recién llegada searrodilló frente al cuerpo dormido del convaleciente, y tras frotar entre sus manos unas pocousuales flores color violeta, las apoyó sobre las heridas.

—¿Quién eres? —preguntó Dakarai sin soltar su espada; a la vez que Nataly sumaba la suya alcoro de amenazas.

—Mizuki Hara es mi nombre —respondió quitándose la capucha, dejando al descubierto ungrácil y juvenil rostro asiático —. Él es Sebastián Montiel y tú de seguro eres Nataly Windsor;ella me dijo que no confiarías en mí fácilmente.

—¿Ella te dijo?, ¿quién te dijo? —preguntó Dakarai frunciendo el ceño.

—La reina, claro. Ella me instó a apresurarme, me advirtió que Sebas no tenía mucho tiempo.

—¿Y cómo llegaste acá? —preguntó la británica más relajada.

No había caso. Ninguno de los jóvenes recordaba cómo era que habían conseguido arribar aHelamantya. Solo despertaron de lo que parecía ser uno más de tantos sueños fugitivos, y al abrirsus ojos ya no estaban en las grandes ciudades, repletos de comodidades o esclavos de la rutina;sino en un mundo fantástico, el mismo que las películas rara vez hacían justicia, luchando porsobrevivir a las inclemencias del destino.

Cada vez se les hacía más difícil mantenerse despiertos, aguardando que Clemont aparecieracon el alimento prometido. Apenas comenzaban a dormitar cuando un concierto de risas macabras,comenzaron a resonar afuera de la morada. Estaban rodeados; poco menos de un centenar debrujas aprendices y grises, danzaban al son de la lluvia mientras Nataly, Dakarai y Mizuki seacurrucaban en círculo, temblando de miedo, al amparo del medallón de trébol.

La noche fue demasiado larga. Las risas y los cánticos recién cesaron con los primeros atisbosde luz que suplantaban a las nubes encapotadas por un tímido y tenue cielo azulado. Todavíaestaban nerviosos, presos de una angustia inusitada; la misma que se transformó en un vendaval defuria cuando de repente, como si nada, Clemont Burton ingresó a la casa tarareando una viejacanción y sin ningún rastro de comida.

—¿Dónde diablos estabas? —preguntó Nataly antes de empujarlo con fuerza contra elmobiliario de madera raída que engalanaba las paredes.

—¿Quién te crees tú para ponerme las manos encima? —retrucó furioso, con los ojos al bordede sus cuencas cuando, de repente, se percató de que ya no eran cuatro en la habitación, sino cinco—. ¿Y tú quién eres?

—Mizuki Hara, señor —respondió con total amabilidad.

—Ella trajo medicina para Sebastián —acotó rápido el africano.

—Ya veo; e imagino que a ti también te ha enviado la reina a unirte a la fiesta.

—Fuimos visitados por brujas anoche —le recriminó Dakarai.

—¡¿Cómo?!

—Sí, mientras te divertías a salvo en el Bosque, nos rodearon cientos de brujas —respondió

Page 43: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Nataly enfurecida.

—Saben de su presencia ya; el medallón los ha salvado, pero no por mucho —dijo mientrasjuntaba sus cosas para volver a marchar—. Debemos llegar a Viperá mientras todavía sea posible.

—Sebastián aún no responde, no puede viajar en ese estado.

—Pues que se quede atrás —respondió sin miramientos.

—No me iré sin él.

—Si nos quedamos todos moriremos. El medallón solo protege a su portador y con suerte, suenergía alcance a cubrir a quien permanezca a su lado —explicó desencajado, intentando hacerentrar en razón al grupo de jóvenes—. No va a protegernos a todos, somos demasiados.

—Vayan, yo me quedaré con él —se ofreció Mizuki.

—Ten el mapa, no lo necesito —dijo Clemont entregándole un viejo mapa a la japonesa.

—No te preocupes, lo cuidaré hasta que se recupere por completo y iremos tras ustedes —prometió a una desencantada Nataly.

—Pronto habrá luna llena y las brujas saldrán a cazar jovencitas para sus filas —comentóClemont—. Debemos irnos antes de que eso suceda.

—Quédate el medallón, lo necesitarán más que nosotros —dijo Dakarai entregándole el tréboldorado a Mizuki ante la mirada resignada del viejo guía.

Ya no había punto de retorno. Con el otrora jardinero a la cabeza, Nataly y el togolésemprendieron viaje hacia el pueblo de Viperá; entretanto la asiática quedó al cuidado deSebastián con la promesa de que se unirían a ellos cuando la situación mejorase. Tal vez lo hagan,tal vez no; quizá el destino cruce sus caminos otra vez en el desconcertante reino de Helamantya;lo único seguro eran los inevitables peligros por venir.

Page 44: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

VIII La ciudad de Plata

El pueblo de Viperá, conocido antiguamente como la Ciudad de Plata, era uno de los pocosque fue arrasado durante la noche trágica hacía dos décadas. Debido a su ubicación, en la cercaníadel desierto de fuego, fue víctima de las hordas de Azajar, comandadas por el General Therión, ensu paso hacia el palacio real. Si bien una parte de los pobladores se encontraba siendo participede los festejos en el castillo, en representación de toda la ciudad, los que permanecieron fueronsorprendidos con la guardia baja; y pese a ser visiblemente superados en número y armamento; losenfrentaron sin dudarlo. Siempre se los recordará como los primeros en haber dado la vida endefensa de Helamantya; prácticamente el 100% de los varones mayores de 13 años dejaron parala posteridad su sangre en la tierra y un grito de libertad que todavía puede oírse en el viento,cuando empujado por el río sopla arremolinado contra el rostro de los sobrevivientes.

La ciudad había cambiado. Aquella, otrora alegre y rebosante de vida, había dado paso a unagobernada por la tristeza y la desazón. Sus calles permanecían vacías la mayor parte del tiempo;los pequeños campos verdes que solían recibir a los más jovencitos que se divertían correteandoo jugando a ser soldados del reino; hoy yacen descuidados; con la maleza como ama y señora delos espacios abiertos.

Las mujeres debieron endurecerse. Ante la alarmante falta de hombres, producto de la mermasufrida aquella fatídica noche, los resultados comenzaban a evidenciarse en una abrumadoramayoría de mujeres por encima de los 40 años con pocas o nulas posibilidades de encontrar uncompañero con quien formar una familia. Y aunque no resultaba menos cierto que existían otrospueblos dentro del reino y ninguna prohibición para mezclarse; la disminución de la poblaciónmasculina se había hecho sentir en todos los rincones; aunque claro está, el martillo sonó másfuerte en unos lugares que en otros.

A ese pueblo cuasi-fantasma que se resignaba a perderse en el olvido, arribaron los jinetesprovenientes de la residencia Miwey, visiblemente cansados y hambrientos; con la esperanza deencontrar refugio seguro. En los albores del lugar, una pequeña guardia, armada con arcos yflechas, les dieron la bienvenida desde una altísima torre de vigilancia, desde la que custodiabantodo tipo de movimientos.

Al grito de ¡alto!, los forasteros detuvieron el paso y bajaron de sus caballos elevando sus

Page 45: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

manos abiertas, intentando hacer saber que estaban desarmados y llegaban en son de paz.

Todos los pueblos, los diez que conforman el reino de Helamantya, estaban amurallados paradistinguir el propio terreno, la propia dependencia, de aquello que es propiedad comunal o tierrade nadie –valga la contradicción-. Sin embargo, esas paredes en forma de cerca, lejos estaban depretender ser una barrera contra los enemigos; puesto que, más allá de las diferenciasnormales, entre compatriotas no existía tal cosa.

Uno a uno los tres visitantes fueron revisados, palpados de armas y obligados a caminar, enfila india, rumbo al Castillo de la Bondad, como llamaban comúnmente al hermoso palacete dóndevivía la familia Climint, la más antigua y respetada de la ciudad. La señora Melisandre tenía elprivilegio de ser la más anciana del lugar; sin embargo, también cargaba el duro pesar de haberenterrado a su marido, dos de sus hijos, y a sus cuatro nietos varones aquella noche fatal.

—Señora Melisandre —dijo mientras se hincaba una mujer de largo cabello negro—, estosson los visitantes que llegaron a nuestras puertas hace minutos no más.

—Ya veo —suspiró la anciana de unos 80 años, sentada sobre una especie de trono, luciendoorgullosa un enorme sombrero que dejaba ver, apenas, su largo y delicado pelo plateado.

—Permítame presentarme Mi Lady, mi nombre es Clemont Burton; y estos mis compañeros deruta: Nataly Windsor y Dakarai Timpu.

—Lo conozco perfectamente señor Clemont —respondió la señora poniéndose de pie con laayuda de dos de sus cortesanas—, estoy vieja, no ciega u olvidadiza. ¿Quién dicen que sonustedes?

—Yo soy Nataly Windsor; vengo de la ciudad de Londres, en Inglaterra —respondióhincándose tímida—, y él es…

—Dakarai Timpu, de la República Togolesa, Mi Lady —interrumpió el africano.

—¿Londres?, ¿La República Togolesa? — se preguntaba en voz alta, con la claridad necesariacomo para saber que no había oído hablar jamás de tal cosa.

—Seguramente es más allá de Alopontia, Melisandre —susurró una de sus laderas.

—¿Y cuáles son sus intenciones en esta tierra?, ¿a que han venido a nuestro pueblo?

—En realidad, solo pasábamos por aquí y nos pareció un excelente sitio para cargarprovisiones; descansar un poco y seguir nuestro camino —respondió Clemont con ese dejo detitubeo en sus palabras que ponía en evidencia su burda mentira.

—¿Y cuál es ese camino que piensan seguir? —preguntó Melisandre quitándose el sombrero.

—Alopontia señora —respondió presuroso—. Pensamos surcar los bravíos mares cristalinosy probar suerte en el reino vecino.

La anciana lo miró con sorna. Era tan evidente que estaban engañándola que ni siquiera tuvotiempo ni ganas de reír. Como pudo, con los pies cansados por descender esos pocos pero altosescalones; se acercó a Nataly y descansando sus brazos sobre los hombros de la joven preguntósin tapujos:

—¿A dónde van chiquita? Dime la verdad; los de este bendito reino no sabemos mentir —dijo

Page 46: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

mirando a Clemont de reojo, provocando una sincera sonrisa en la británica.

—Vamos al palacio Reverel —respondió generando el incómodo e indisimulable murmullo detodos los presentes—, creemos que allí puede haber pistas para liberar a la reina de su sueño.

—¡Es una locura! —exclamó Melisandre volviendo la vista a Clemont—. Los estás llevando ala muerte.

—Ellos insistieron en ir, Mi Lady —se excusó enseguida.

—¿Por qué?, ¿por qué dos jóvenes como ustedes, con toda la vida por delante; que ni siquierason helamantyanos, se embarcan en esta travesía?

—No somos dos; somos por lo menos cuatro —respondió elevando el tono para que todos laoyeran—. Es cierto, no somos de aquí; de hecho no deberíamos estar aquí pero así es; y le hemosprometido a la reina que al menos intentaríamos liberarla.

—La reina duerme en el cofre hace 20 años; tú ni siquiera habías nacido —advirtióMelisandre arrugando hasta el límite su rostro avejentado.

—Es una larga historia —respondió Dakarai.

La situación era extremadamente difícil. Nadie estaba pidiendo el permiso de los viperanospara continuar el viaje; pero necesitaban descansar y proveerse de alimentos para completar laaventura. Por otro lado, la anciana gobernante no tenía ningún problema en tenderles una mano;salvo que brindarles su ayuda y apoyo, trajera la guerra, una vez más, a las puertas de Viperá.

—¡Celebraremos un banquete esta noche para agasajar a nuestros visitantes! —ordenó laanciana—, y allí hablaremos sobre su viaje —soltó suave a los oídos de la británica.

El atardecer se presentaba ideal. De a poco las primeras estrellas asomaban en el cielo y lashuellas de la todavía incipiente luna se dejaban curiosear desde el suelo. Mientras Clemont yDakarai se vestían para la ocasión, luciendo viejos trajes que otrora pertenecieron a los yainexistentes hombres acaudalados del poblado, Nataly era atendida como una reina por un séquitode colaboradoras cuya única misión era convertirla en la mujer más bonita de la velada por venir.Sinceramente no tenían mucho trabajo. Más allá de elegir el vestido adecuado y arreglar sucabello, expuesto a cuanta inclemencia climática hubo en el reino las últimas jornadas, solodebían resaltar su belleza innata; hacer renacer esos rasgos sutiles y armoniosos que bien sabíaderrochar en su vida londinense.

Todo el pueblo estaba revolucionado. Nadie recordaba la última vez que se había realizadouna fiesta. Los únicos motivos de reunión solían ser las fechas conmemorativas de la tragedia;donde lejos de la algarabía y la celebración, se instaba a los habitantes a recordar a los difuntos yel valor con el que defendieron no solo al pueblo, sino a todo el reino de Helamantya. Un brindis,cargado de dolor y melancolía era todo lo que compartían los viperanos. Esta ocasión era distinta.Los mejores alimentos y los vinos más añejos, reservados siempre para una situación que nuncallegaba, serían al fin degustados por centenares de bocas con abstinencias de manjares.

—Es una fiesta extraordinaria; solo tengo palabras de agradecimiento Lady Melisandre —dijoNataly mientras caminaba junto a la anciana, alejándose de los músicos y la ebullición.

—Nosotros somos los que debemos agradecer —respondió sentándose en un viejo banco—;

Page 47: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

ya habíamos olvidado lo que era divertirse.

—¿Usted estuvo aquí esa noche? —preguntó poniendo el dedo en la llaga.

—Estaba invitada al palacio real. Doscientas personas de cada ciudad o pueblo debían asistiren representación de toda la comunidad —hablaba con la vista perdida en el suelo—. Esa mañanami hija más chica despertó con mucha fiebre, y sentí la necesidad de quedarme con ella. Mimarido y mis dos hijos mayores, junto con sus esposas, estaban donde los Reverel mientras yo,mis tres hijas mujeres y mis cinco nietos permanecíamos aquí.

«No tenían intención de asesinarnos a todos o demoler todo a su paso. Su vista estaba fija enel palacio Reverel y en la familia Real. Solo éramos un estorbo; un obstáculo en medio delcamino que esos salvajes debieron atravesar para seguir su marcha.

¿Qué se supone que debíamos hacer? Hicimos lo necesario. Nadie se arrepiente de la luchaque hemos librado por el reino; pero eran demasiados. No pudimos detenerlos. Ni siquieratuvimos tiempo de avisar a otros pueblos del peligro inminente. Los tomaron por sorpresa, igualque a nosotros. Dicen que el rey tomó su espada y fue el primero en morir en el palacio; seguroque mi Henry y mis muchachos cayeron combatiendo a su lado.

El recuerdo se truncó por el llanto compungido que la invadía. Era obvio que aquellosrecuerdos se conservaban frescos en la mente de la anciana y cada vez que soltaba palabra eracomo si los reviviera, como si cobraran vida.

—Le mentiría si le dijera que comprendo su dolor, pero la reina todavía está viva y creo quepodemos salvarla. No le pido gente ni nada, sé que su pueblo ha derramado mucha sangre ya, másde la que debía; solo le pido que confíe en mí y en mis amigos. Hay una oportunidad.

—Ya lo pregunté antes, pero debo hacerlo otra vez —insistió mientras secaba sus lágrimas—,¿por qué quieren ayudarnos? Ni siquiera pertenecen aquí.

—Por mi culpa un buen amigo está agonizando en la residencia Miwey; juntos íbamos a salvaral mundo —echó a reír despidiendo, sin querer, algunas gotas adoloridas de sus ojos—. Se lodebo, tengo que terminar esta misión.

—¿Cuál misión? —preguntó frunciendo el ceño.

—Restablecer en su trono a la reina Zafiro, y terminar de una vez por todas con los enemigosde Helamantya.

—Pero la leyenda dice que solo la espada Reverel puede romper el cofre de cristal en el quereposa; y no veo que la traigan con ustedes.

—Sebas la traerá a tiempo —respondió esbozando una sonrisa.

—Creí que habías dicho que agonizaba…

—Por ahora.

La fiesta duró hasta la madrugada. Saciados hasta el hartazgo y cansados los pies de tantobailar; de a poco todo el mundo comenzaba a regresar a sus hogares, con la maravillosa sensaciónde haber disfrutado una jornada inolvidable.

Al amanecer, cuando gran parte del pueblo aún dormía, preso de las consecuencias generadas

Page 48: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

por los placeres de la noche; Nataly, Dakarai y Clemont estaban listos para partir.

—Es mágico, jamás se queda sin flechas —dijo la anciana entregándole un arco a la británica,a la vez que una jovencita que apenas podía hilvanar palabras, le entregaba la Cruz de Platino,símbolo de Viperá, como protección.

Ya estaban prestos para continuar su viaje. Repletos de provisiones y con la fortaleza quederrocha el apoyo recibido, estaban por echar a andar sus caballos cuando de pronto, el incesantecabalgar de cientos de corceles acompañados por un ensordecedor grito de guerra, paralizó loscorazones. Las huestes de Therión cruzaban una vez más el desierto, y se proponían, esta vez, nodejar a nadie respirando en Viperá.

Page 49: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

IX Alma de líder

El retumbar del galope acelerado de los cientos de caballos que corrían sin cesar en direccióna ellos; no podía más que revivir en los habitantes viperanos los horrores de antaño mientras laparálisis total se apoderaba por vez primera de Nataly y Dakarai.

Todo el mundo corría. Los gritos desesperados y el resoplar de los cuernos que alertaban, enforma de alarma, el peligro por venir; volvían aún más angustiante una mañana agitada.

Las valientes guerreras de Viperá tomaron ubicación en la frontera este del pueblo; respetandouna estratégica formación militar; a la vez que los pocos hombres que todavía podían empuñar unaespada, terminaban de colocarse sus escudos y se daban valor unos a otros antes del inevitable einminente enfrentamiento.

«Nataly huyamos ahora mientras podemos» gritó desaforado Clemont a la británica que habíaescoltado a Lady Melisandre a salvo al Castillo de la Bondad.

—Debes escuchar al señor Burton —dijo agitada, con un dejo de resignación en su voz—;váyanse ahora mientras los retenemos, cuando atraviesen los muros nadie escapará.

—¡No me iré a ninguna parte! —retrucó Nataly captando la atención de todos los queaguardaban temerosos su final—. No creo que la reina Zafiro me haya traído hasta aquí paraabandonar a su gente cuando más me necesita.

—Admiro tu valentía jovencita; pero no olvides que tienes una misión importante —interrumpió una de las hijas de Lady Melisandre acercándose a ella—, despertar a la reina es algomucho más grande que dar la vida por nada…

—Son palabras sabias Nataly, escúchala —susurró Clemont tímidamente.

—¿Dar la vida por nada? —preguntó decepcionada y luego sonrió atareada, como noentendiendo la actitud de los ciudadanos—. ¿Desde cuándo la vida de la gente no vale nada?

«La reina confía en mí, confía en mis amigos pero, por sobre todas las cosas, ama a su gente ya cada uno de los que murieron peleando por ella en el pasado. No pretendo faltarles el respeto; nisiquiera puedo imaginar el dolor que sintieron hace veinte años y el que ahora oprime suscorazones al oír, una vez más, la furia del enemigo dirigirse hasta sus puertas…. No, no puedo ni

Page 50: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

imaginarlo no; pero algo voy a decirles: si vamos a morir, si todos los viperanos vamos amorir, lo haremos allá afuera, en el campo de batalla y lo haremos por nuestros seres queridos, losque ya no están y los que aún continúan latiendo junto a nosotros, y lo haremos también por lareina Zafiro y la fe depositada en cada uno los habitantes de Helamantya.

«Yo también tengo un amigo por el que luchar; si él no se rindió a pesar de las heridas, ¿cómovoy a hacerlo yo?, ¿cómo lo miro a la cara y le digo que escapamos cuando la gente más nosnecesitaba? No voy a hacerlo. No vamos a hacerlo. Ahora carguen sus escudos y tomen susespadas. El enemigo no nos dará tregua; y adivinen qué… nosotros tampoco se la daremos a ellos.

Al principio fue solo un tímido aplauso, luego las palmas enrojecidas y las gargantassulfurosas se encargaron de dar el visto bueno al discurso de la británica. No solo les había dadovalor; no solo les había dado un motivo por el cual luchar y por el que valía la pena morir; leshabía recordado el valor de la vida y lo importantes que todos eran para el reino.

Por supuesto, semejante discurso que invitaba a tomar las armas y enfrentar a un enemigo quelos triplicaba en número, no podía conformar o alegrar a todo el mundo; de ahí que ClemontBurton, mientras todos abandonaban el palacio buscando tomar posición para la batalla, dejabaque su cuerpo se desplomara en el trono de Lady Melisandre, boquiabierto, enfurecido,aterrorizado.

—Vamos Clemont, harán falta todas las espadas posibles —lo retó Dakarai a seguirlo hasta lafrontera.

—Ve tú solo —respondió con ambas manos sobre su rostro—. Yo los espero aquí.

—¿Qué dices? Debemos combatir junto a los otros.

—Nosotros no debemos combatir. ¡Nosotros debemos marchar al palacio Reverel!

—Ya escuchaste a Nataly, nos necesitan aquí —insistió buscando que el antiguo jardineroentrara en razón.

—Ella se ha vuelto loca —dijo Clemont abalanzándose sobre Dakarai—. Cree que es lareina, la princesa o la dama de quién sabe dónde. Es una simple y llana mocosa que estáempeñada en que nos maten a todos —hizo una pausa, buscaba aire en medio de semejante estrés—, pero tú eres más inteligente, puedo verlo, lo supe desde el primer día en que te vi.

—No te entiendo

—Debemos irnos y dejarla atrás —imploró.

—¿Tienes miedo, cierto? —preguntó el africano frunciendo el ceño y alejándose de Clemont,como despreciándolo.

—¡¿Miedo?! —gritó con furia— ¿Qué sabes tú del miedo? Eres otro mocoso mal criado igualque la Nataly esa, simples plebeyos jugando a ser reyes. ¡Windsor! ¡Nataly Windsor! ¿Quiénpuede gobernar a alguien con un apellido como ese?

—Te sorprenderías —respondió mordaz, apresurándose para alcanzar a Nataly en la muralla.

Clemont lo pensó un rato largo. Se lamentó y maldijo a medio mundo por esa calamidad quesignificaba para él ir a la batalla. Pese a su apariencia de macho cabrío y eterno héroe de

Page 51: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

combates épicos; no dejaba de ser un jardinero más acostumbrado a codearse con la realeza, másno sea mediante un trato distante, que a poner el cuerpo en situaciones límite.

Una de esas ocasiones era sin duda la que llamaba a la puerta de Viperá. Sabido es que elvasto reino de Azajar se caracterizaba por su sed de sangre y sus constantes embates contra losvecinos para intentar someterlos. Era básicamente un reino conquistador, cuya finalidad en losúltimos dos siglos había sido quebrantar y poner de rodillas a la Nación gobernada por losReverel.

Algunos tenían serias dudas de que el rey Basilio estuviera al tanto de los constantes embatesy las alianzas funestas que su General al mando había consumado; otros, por el contrario, culpabanal avejentado monarca por acción u omisión, ya que creían, con razón, que si Therión actuaba demotu propio era porque gozaba de plenos poderes concedidos por su rey. Sea cual fuere lateoría correcta, lo cierto era que dos mil hombres habían abandonado el mundo más allá deldesierto y estaban a la espera de la orden que desatara el vendaval.

—¡Ríndanse! —gritó quien estaba al mando de los invasores —, nadie más debe morir.

Aquellas palabras no tuvieron la respuesta esperada. Lejos de provocar temor o la másmínima reacción dubitativa; las guerreras de Viperá, escoltadas por un puñado de caballeros,estaban deseosas de enfrentar a aquellos que tanto daño habían tejido en el pasado y vengar asítantos años de congoja y aflicción.

—Entonces han escogido su destino —murmuró el capitán azajariano relamiéndose en suspensamientos —. ¡Ataquen! ¡Sin cuartel!

El grito se oyó como un estruendo y las tropas, portadoras de una armadura de acero y unagran variedad de armas, entre las que se contabilizaban espadas, hachas y lanzas, se aventuraroncontra la frágil muralla que los recibía con una lluvia de flechas cubiertas de fuego en forma decascada.

La intención de Lady Llonia, hija de Melisandre Climint, era llevar la batalla a las afueras dela ciudad; tratando de impedir a toda costa que el enemigo ingresase para poder mantener así asalvo las viviendas, cosechas y a los pocos niños y niñas que eran el futuro de Viperá. La tarea noera sencilla. Mientras las flechas comenzaban a provocar las primeras bajas en el bandoadversario; un grupo reducido liderado por Dakarai, se plantaba en campo abierto para elcombate cuerpo a cuerpo.

Lo único que se oía por todas partes era el choque del hierro envuelto en un mar de sangre yensombrecido por un coro de quejidos ante mortem y dolor. Los gritos paralizaban el cuerpo, y loque poco a poco se transformaba en un campo santo no podía más que alimentar el receloimperante.

Al menos así lo vivía Nataly. Parada en lo más alto de la torre este, la única verdaderamentefortificada; reliquia sobreviviente de la última invasión, no dejaba de disparar sus flechas que seacumulaban sin piedad en el cuello de los oponentes o en cualquier otro resquicio que dejaran amerced de su puntería las férreas armaduras.

Desde allí podía contemplar, además, la mella que habían hecho sus palabras en las guerreraslocales que, apenas protegidas por una cota de malla, continuaban defendiendo la ciudad,

Page 52: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

disparando en cada lanzamiento, además de la munición, el aborrecimiento y la rabia contenida, lamisma que se transformaba en liberación al rozar por última vez los dedos inquietos.

Si bien la británica tenía la inestimable ventaja de poseer el arco mágico, lo que le permitíatirar a discreción; sabía que para ayudar realmente debía concentrarse en descargar sus flechascontra los que se acercaban peligrosamente a la muralla; o bien, alivianar un poco la extremacarnicería que se desarrollaba alrededor de Dakarai. Su función no era entonces matar por matar,sino elegir con minuciosidad sus blancos para lograr así una batalla más pareja.

«Nataly, Nataly» gritó una voz claramente agitada subiendo las escaleras que llevaban a latorre.

—¿Clemont? —preguntó sorprendida—, ¿no debieras estar luchando junto a Dakarai?

—Estaba asegurándome de poner a salvo a jóvenes y ancianos en el palacio.

—¡Baja y ayúdalos! —ordenó—. Necesitamos todos los brazos posibles.

—Prefiero ayudarte a ti. Se me da muy bien el disparar flechas.

—Eres un cobarde, si no vas a usar tu espada, yo lo haré por ti —dijo arrebatándole elhierro de su cintura y apresurándose escalones abajo para llegar lo antes posible al epicentro dela acción.

—Abajo está mi caballo, ¡tómalo si quieres! —gritó Clemont elevando al extremo su grado decaradurez.

Nataly le hizo caso; lo hubiera hecho de todos modos, no necesitaba que nadie, y mucho menosun miedoso que huía de sus responsabilidades, le dijera qué hacer. Cabalgó a toda velocidad y seabrió paso por la muralla estoicamente defendida por las guerreras viperanas. Atravesó laspuertas, exclusivamente abiertas para ella, y así, sin ningún tipo de protección, armadura o cota demalla, se abalanzó sobre los enemigos dejando el tendal a su paso.

Semejante acto de hidalguía no pudo más que contagiar a los pocos guerreros, aún con vida,que estaban a punto de rendirse, víctimas de heridas superficiales; pero sobre todo del cansancio.Todos, como pudieron, se formaron alrededor de la británica que con la venia –y una sonrisacómplice- de su amigo africano, se lanzaron sin miramientos contra las filas rivales. Ayudados porlas flechas que continuaban menguando al adversario y a pesar de la poca o nula puntería queClemont aportaba desde lo alto, se las rebuscaron para alzarse con la victoria.

La propia británica se sorprendía del alcance de su brazo y del filo de su espada penetrandoen las carnes de sus enemigos, que le regalaban, a través de sus yelmos, las miradas que dejanescapar las almas de los cuerpos. Su accionar no podía más que reafirmar que había mucho másen ella que una cara bonita; era tan bella como letal.

Puede que no sea un reina; o mucho menos una General, pero para cuando el sol llegó a suclímax a las 12 en punto del mediodía, todos se habían convencido de que esa joven de aparienciadulce y grácil, los conduciría, con la ayuda inestimable de Dakarai y el resto que aún no conocían,a la impostergable victoria y devolverían, al fin, el esplendor y la grandeza a Helamantya.

—Hemos dado una gran batalla —dijo Clemont acercándose a los guerreros que permanecíande pie, observando las nefastas consecuencias de la batalla.

Page 53: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Cuerpos mutilados, sangre y muerte era todo lo que había dejado ese enfrentamiento que lejosestaba de ser el último. La lucha había terminado; con un número exiguo de bajas, los viperanos seimpusieron, aunque tenían claro que las guerras por venir serían aún más cruentas y voraces.

«Su líder está huyendo» gritó una mujer desde lo alto de una torre de vigilancia.

Nataly y Dakarai cruzaron miradas y de inmediato supieron que no debían dejarlo escapar.Montaron rápido en sus caballos y se marcharon, con Clemont a cuestas, en busca de aquel capitánque deshonraba su posición al escurrirse mientras sus hombres yacían tirados a las puertas deViperá.

A todo galope lo alcanzaron y lo sorprendieron arrodillado junto al río Niglou, una de las tresdesembocaduras del Mar del Norte.

—¿Han venido a matarme? —preguntó el hombre, como pudo, con una evidente heridaprovocada por una estocada.

—¿Por qué han atacado Viperá? —preguntó Nataly sin descender de su caballo.

—No podemos permitir que la reina Zafiro se siente en su trono —contestó terriblementeadolorido, con su mano haciendo presión en la herida que no paraba de sangrar.

—Eso a ustedes no les concierne, son de un reino extranjero y bastante daño han hecho ya —reviró la británica desmontando.

—¡Este reino nos pertenece! —pretendió gritar cuando una tos expulsora de sangre detuvo suspalabras súbitamente.

—Estos son los dominios de la reina Zafiro y ella pronto volverá —dijo Dakarai, deseoso poracabar con el sufrimiento de aquel hombre agonizante—, nadie puede evitarlo.

—Ustedes no entienden; otros vendrán.

—Y por eso tú vas a enviarles este mensaje: la reino Zafiro despertará y ustedes deberánrendir cuentas.

—Sí, lo haré, enviaré el mensaje de inmediato; muchas gracias Mi Lady por perdonarme lavida.

—No estás entendiendo… vas a enviar el mensaje sí, pero lo harás desde el infierno.

La flecha, entre sus ojos, terminó con el último de los azajarianos que habíaarribado para corromper la paz en Helamantya. Sin embargo, para su pesar, lejos estaban deacabarse los problemas para los jóvenes héroes. Mientras contemplaban, en silencio, el cuerposin vida del otrora capitán, una nave sin bandera que surcaba las bravías aguas, los sorprendiódesprevenidos.

Page 54: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

X Un sueño real

«¿Dónde estoy» se preguntaba Sebastián avanzando, algo mareado, por un pasilloexageradamente extenso que desembocaba no sabía bien a dónde; sin embargo, algo en su interiorlo empujaba a avanzar hacia la luz, brillante como un parlamento de estrellas, que titilaba al finaldel camino.

Caminaba con cuidado. Lo último que recordaba era su enfrentamiento con las brujas en lascercanías del Bosque Nocturno. Luego de aquello su mente estaba en blanco; de hecho podíasentir el frío de las paredes al rozarlas, pero no se sentía real. Un sueño dentro de otro sueño,pensaba sin detener su andar, sigiloso, cuando de repente la entonación de algunos instrumentos,precedidos por un aplauso, cerrado y sincero, quebraron el silencio.

Aceleró el paso atraído por el sonar de los violines y otras melodías que escapaban a suacervo cultural; más aún, se apuró cuando una cálida voz femenina le puso letra a aquella músicaque cautivaba, insolente, a todo aquel que la oía:

Ya no sé bien quien soy, si llegué o si voy

Pero a tu lado resisto.

Tal vez fue tu compasión, tu sonrisa o tu voz

La primavera se enciende….

Junto a ti no existe mal, muere ahogado en soledad

Todo enemigo del reino…

Fue aquí que comenzó, con su brillo y su esplendor

Que vivirá en tus ojos por siempre…

Recuérdanos al reinar y nunca olvides quién eres…

La tradición habla de ti y te guía en la noche…

Cuando estés a ciegas otra vez

Solo recuerda mi nombre

Page 55: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Cuando la espada venga a ti;

Todo el mundo acudirá al llamado de Su majestad.

Y al escuchar el bravo viento resoplar

La antigua magia a ti vendrá, antiquísima lealtad.

Lejos van, lentamente las tristezas mueren

No recuerdo como fue…que tu nombre pronuncié

Y la primavera se enciende…

Ven a mí, estoy junto a ti

Todos nosotros lo estamos….

Ten valor y frialdad

Para cuidar a quien amo…

Es tu voz, mi voz y juez

La luna que sale en las noches

A vigilar que el sol se fue

Y la primavera se enciende….

Nunca ya sola estarás… cierra tus ojos y duerme

Al despertar ya lo verás…

Como la primavera se enciende.

Sebastián estaba maravillado, espiando detrás de una pared el baile que se llevaba a cabomientras la canción sonaba y decenas de personas, rebosantes de felicidad, danzaban al compásdel vals.

«¿Lo estás disfrutando?» preguntó la voz de una mujer que lo sorprendió por la espalda.

—Sí, en realidad yo… —al voltear se quedó perplejo. Una mujer rubia como el sol loencandilaba con sus enormes ojos verdes—. Disculpe, ¿dónde estoy?

—Creí que ya lo habías descifrado —respondió la mujer, enfundada en un bellísimo vestidode seda que hacía juego con sus ojos, estrechándole la mano para bailar la pieza.

—Debieron haberme golpeado muy fuerte la cabeza, solo recuerdo que estaba en un reino quellaman Helamantya… lo sé, es un delirio, una pesadilla tan solo.

—Me alegro entonces de que hayas despertado —replicó obsequiándole una sonrisa.

—Tengo la leve sensación de que todos nos están mirando —dijo el joven argentino aferrado ala cintura de la rubia desconocida, justo en medio de la pista de baile.

—No te preocupes, eso es normal.

—Creo que no te entiendo…

Page 56: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Estás en la fiesta de mi asunción al trono —respondió antes de cambiar de pareja.

Sebastián quedó absorto, aturdido. No solo permanecía en Helamantya, sino que estababailando con la mismísima Zafiro el día de la coronación; estaba presenciando la famosa nochetrágica.

Afuera, unos gritos desgarradores comenzaron a hacerse escuchar, pero muy pronto fuerontapados por un estrepitoso concierto de risas endemoniadas, gentileza de las brujas grises. Almismo tiempo, el inconfundible sonido del acero, propio de las espadas de los Drow, irrumpíadentro del palacio Reverel asesinando a todos a su paso.

«¡Líncaro! Este es un accionar imperdonable» exclamó el rey Clunio mirando fijamente al reyde los elfos bajo la montaña.

—Sepa disculpar nuestra osadía Majestad, pero hemos venido a tomar el reino en nuestrasmanos —respondió con su espada dorada, cuya hoja era tan larga que podía atravesar a unadversario a más de tres metros de distancia.

—No podemos permitir que asuma el poder la reina Zafiro, no confiamos en ella —intervinoTherión tras degollar a un niño de cuatro años, perteneciente a la nobleza, dejándolo tirado sobreuna enorme alfombra oscura que de a poco se teñía de rojo sangre.

—Ríndete viejo amigo y podrás salvar tu vida y la del resto de tus seres queridos —laspalabras de Líncaro, con quien se había estado negociando la tan ansiada paz durante décadas,sonaban como puñaladas en la espalda del rey—. Solo queremos a la princesa.

—¡Sobre mi cadáver se llevarán a mi hija!

Fue lo último que alcanzó a decir Clunio, con un cuchillo de rebanar carne en la mano; antesde que Therión cumpliera su último mandato enterrando su espada en el corazón del rey; luego losiguieron la reina; y el resto de los invitados. Pese a haber presentado batalla, cayeron sinatenuantes en una lucha desigual.

Corridas. Solo corridas de gente desesperada tratando de escapar de un lugar sin salida; y losinfaltables gritos de auxilio, acompañados por el llanto desgarrador que había reemplazado a lamúsica armoniosa que había sabido amenizar la velada instantes atrás; recordaron a Sebastián,una vez más, que estaba muy lejos de casa.

«Sebas, Sebas, ven, sígueme» le ordenó Zafiro en medio del bullicio, instándolo aacompañarla en su plan de fuga. Ambos subieron presurosos las escaleras del palacio y sedirigieron a lo que claramente era su alcoba.

—Mi reina, recuéstese, no tenemos mucho tiempo —dijo una mujer encapuchada visiblementeconmovida.

—¿Qué ha pasado?, ¿cómo pudieron las brujas llegar hasta aquí? —preguntó Zafiroacostándose sobre el suelo, al lado de su cama, y sin soltar la mano del joven forastero que solocontemplaba la acción como un mero espectador que lo vive en primera persona.

—Alguien rompió el conjuro; le aseguro que descubriré quién lo hizo, pero primero debemosponer a salvo su vida —dijo la mujer tomando distancia y preparándose para soltar un hechizo.

Sebastián se alejó de Zafiro que ya en el suelo y con los ojos cerrados, habló a la mente de su

Page 57: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

joven amigo: «cuando despiertes, ve directamente a Glinwood; allí alguien necesitará tu ayudainmediata».

—¿Irina, eres tú? —preguntó Sebastián al ver a la mujer despojarse de sus ropajes y lanzandoel hechizo que confinó a Zafiro al descanso perpetuo; a salvo de sus verdugos.

Irina no podía oírlo; él estaba siendo parte de aquella noche gracias al poder y la intenciónmanifiesta de la reina de mostrarle el pasado.

Era un alivio. Según lo que había escuchado de Irina y del propio Clemont, pronto llegaríanCasimira, Líncaro y Therión a la mismísima alcoba real. Y de hecho así lo hicieron. Sin embargo,aquellos tres rufianes devenidos en regicidas no estaban solos. Liderando la marcha del enemigovenía Clemont Burton, el jardinero traidor.

No había dudas. Estaba con los invasores. Sebastián lo miraba con un odio incontenible, peropor mucho que lo intentara, sus golpes e insultos no hacían mella en un rejuvenecido Clemont quesolo atinaba a lamentarse por haber llegado un instante tarde.

Todos se retiraron. Afuera se los oía discutir los pasos a seguir ahora que Helamantya habíaquedado huérfana de autoridades. El orgullo primó. Ninguno de los tres aceptó quedar al serviciode los otros; y con esa decisión de dejar el trono vacante y con la promesa de que nadiereclamaría para sí el reino legendario; Clemont vio truncadas sus ambiciones de convertirse en unSeñor, en un miembro de alcurnia.

No podía tolerarlo. Mientras veía con furia y resentimiento cómo Casimira se apropiaba de lasortija ártica; Líncaro se hacía con el bastón y el forastero Therión robaba la tiara real; no quisoser menos y escapó, corriendo entre los cadáveres de los que hasta hacía unas pocas horas eransus amigos, cargando en una bolsa de tela la esfera de cristal.

De a poco todo estaba claro para Sebastián, aquel sueño pretendía advertirle sobre la traiciónde quién simulaba ser su amigo; el mismo que permanecía dando consejos a su amiga británica.

«¡Es un maldito traidor!» gritó y despertó provocando un cuasi paro cardíaco en Mizuki quecontinuaba a su lado.

__¿Quién es un traidor? —preguntó sobresaltada.

—No era solo el aniversario de su casa, era su coronación —susurró.

—¿Qué cosa?

—¿Y tú quién eres? —preguntó confundido, recostado sobre una cama en la casa Miwey.

—Soy Mizuki Hara, la reina me envió para curar tus heridas.

—¿Eres de acá, de Helamantya?, ¿dónde está Nataly, la has visto? Es una joven más o menosde nuestra edad; bonita, de tez pálida…

—Calma, calma —lo interrumpió en seco—. Has estado inconsciente varios días. En primerlugar, no soy de aquí, soy de Tokio, no me preguntes cómo llegué porque no lo recuerdo; creo quenadie lo hace; en segundo lugar, sí he visto a Nataly y también a Dakarai y al hombre que va conellos.

—¿Clemont? —preguntó masticando bronca, con las venas del cuello reverdecidas por el

Page 58: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

fervor que lo invadía desde lo profundo de las entrañas.

—Sí, ese —asintió—. Se marcharon al pueblo de Viperá, y en cuanto estés en condiciones deviajar iremos tras ellos.

—Aguarda, ¿dijiste Dakarai? —preguntó frunciendo el ceño.

—¿Tampoco te acuerdas de él? —sonrió—. Es quién salvó tu vida del ataque de la bruja gris.Si mal no recuerdo, es de Togo. De hecho él me dio esto —le enseñó el trébol dorado que portabacomo collar—; nos protege de las brujas grises.

—Vaya —susurró tomándose la cabeza—, te duermes unos días y todo se desmadra.

—¿Te sientes bien?

—Eso creo —respondió poniéndose de pie—. Gracias por haberme salvado la vida. SoySebastián, aunque supongo que ya sabes eso —dijo estrechándole la mano que Mizuki cambió porun abrazo sentido.

—Mira —dijo mientras extendía sobre el suelo el mapa que Clemont le entregó—, nosotrosestamos aquí; si nos vamos ahora, mañana estaremos en Viperá.

—Usted manda señorita. ¡No! ¡Espera! —gritó dejando a Mizuki tildada—. Debemos ir aGlinwood.

—Pero eso está en la otra punta del mapa —respondió confundida—, además ese pueblo estájusto en medio de la intersección entre la Selva Negra y las Montañas Nevadas; no creo que seauna buena idea.

—La reina me pidió que vaya, confía en mí.

Ya se iban, Sebastián solo podía confiar en la reina y en la sagacidad de su amiga británicaque seguro no tenía idea de que caminaba junto al enemigo. Sus destinos se habían bifurcado, sinembargo, todos anhelaban encontrarse en el palacio Reverel más temprano que tarde.

—Debemos regresar al Bosque Nocturno y tomar la ruta hacia Surmey, para después continuara Glinwood, aunque no creo que podamos hacerlo sin adentrarnos en la Selva Negra —se lamentóMizuki.

—Ese plan no me gusta nada —comentó Sebastián con la vista puesta en la cartografía.

—Tal vez podamos desviarnos al oeste, e intentar cruzar los lagos internos…

—Aguarda —susurró Sebastián señalando lo que parecía ser una vía alternativa que tenía suorigen en el Bosque Nocturno.

—Parece un camino subterráneo —advirtió la japonesa soltando una sonrisa, luego de cruzaruna mirada cómplice con su camarada.

La decisión estaba tomada. Eludir los senderos por debajo de la tierra era una magnífica ideapara evitar, a priori, encontrarse con las brujas o cualquier otro enemigo que anduviera al acecho.Sin embargo, aquel pasadizo no dejaba de ser una incógnita, mucho más cuando una voz grave yvigorosa los sorprendió por detrás:

«Esa ruta me parece una elección nada prudente».

Page 59: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XI Los piratas

La debacle de Glinwood no parecía responder a los acontecimientos ocurridos dos décadasatrás. El abandono que reinaba en las calles desiertas, así como una gran cantidad deedificaciones antiguas vacías, deterioradas por el paso del tiempo y la desidia, convertían a eselugar en la ciudad de la bruma.

Aquel fenómeno atmosférico, que lucía perpetuo cubriendo cada centímetro de lo que otrorafueron enormes parcelas de tierra fértil, parecía ser la consecuencia irremediable de una batallalibrada hacía siglos, ausente de la memoria y de las páginas tendenciosas de los anales de lahistoria.

Era definitivamente un sitio triste. Los pastos crecidos, tan altos como árboles, y la ausenciatotal de animales, que de seguro prefirieron refugiarse en las comodidades de la selva, o inclusoperecer antes que quedarse a ver pasar los días en la más desgarradora soledad, no hacían másque destacar, como si les hiciera falta, la enorme cantidad de castillos milenarios; hoydeshabitados, raídos, ajados; sin poder comprender el porqué del silencio caprichoso queconspiraba contra las risas que alguna vez tiñeron de felicidad las viejas paredes.

En ese paraje desolado, frío y aterrador, había tenido la mala suerte de despertar AmandaLaines, absolutamente confundida y asustada, apenas acurrucada detrás de un gigantesco árbol quese presentaba como un amigo en medio de la intemperie.

—Todavía no entiendo por qué Casimira nos ha enviado aquí —refunfuñó una bruja aprendiz,en su habitual caminata de rastrillaje—. Esto está más muerto que nuestra alma putrefacta—bramósarcástica.

—Dice que ha olido una presencia.

—Hace días había un perfume, cierto. De seguro venía de los lagos y el viento se encargó detraerlo hacia aquí.

—Demos otro rodeo antes de volver a la Selva, es mejor estar seguras…

Nadie se adentraba demasiado en Glinwood, ni siquiera las brujas. Era una pérdida de tiempointentar hallar vida en una ciudad que apenas si regalaba algo de oxigeno debido a la casi

Page 60: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

inexistente presencia de árboles. Solo unos pocos permanecían en pie, como recordatorio de loque alguna vez supo ser un vasto y grandioso bosque, hoy reducido a pequeñas ramitas secasdesperdigadas a placer. Precisamente, el roble que servía de refugio a la joven australiana, era delos pocos que se las rebuscaba para agitar, atrayendo a las suaves brisas, que de vez en cuandosurcaban los lagos internos, sus hojas grisáceas que, haciendo un esfuerzo, cada vez másdenodado, habían conseguido burlar, incluso, las inclemencias de los largos otoños.

—Creo que oí algo —dijo una de las brujas cuando se disponían a marcharse.

—¿Dónde? —preguntó su secuaz frunciendo el ceño.

—Por aquí, ¡sígueme! —ordenó dirigiéndose directo al roble, cuyas hojas escapaban a la vistagracias a la bruma incesante.

El corazón de Amanda se había disparado. Las posibilidades de evitar convertirse en unaprisionera, disminuían conforme permaneciera allí inmóvil. Lo tenía claro. Lo que no sabía erahacia dónde correr y mucho menos contaba con la certeza de que esa decisión le permitiera salirindemne de la cacería.

«Si te quedas quieta, yo te protegeré» dijo la voz de una mujer que no dejaba ver su rostro,inquietando todavía más los nervios de Amanda.

—¿Quién está hablándome?

—Yo, por supuesto —respondió una voz en el aire.

—¿Quién es yo? No te veo —susurró bajito, divisando entre la espesa bruma a las brujasavanzar en su dirección.

—Me llamo Rámala, y estoy justo detrás de ti —replicó con un dejo de alegría, como si lapresencia de aquella niña le devolviera cierta algarabía inmemorial.

Amanda se tapó los ojos. El solo hecho de permitirse la credulidad de que sea el árbol quienle dirigía la palabra, hacía que dudara hasta de su propia cordura.

Entretanto, las dos brujas aprendices estaban a menos de treinta metros de aquel roblesolitario que se elevaba majestuoso en una tierra arrasada. Solo se quedaban mirándolo,imaginando cómo es que sobrevivió a la barbarie que puso fin a la ciudad toda. Le temían. Vayauno a saber que fuerza sobrenatural había sido capaz de sobreponerse a siglos y siglos dedesamparo.

—Sabemos que estás allí —rompió el silencio la que parecía llevar la voz cantante—,podemos oler ese horrible perfuma que traes.

—¡Sal de una vez! Será mejor para ti, si nos ahorras el tiempo de ir a sacarte.

—Creo que ha escogido salir por las malas—sonrieron en complicidad, dispuestas a rodear elárbol para obtener el premio.

—¡No hay nadie!

—Imposible, podría jurar que aquí se escondía.

—Será mejor que regresemos a la Selva; Casimira creerá que estamos ociando.

Page 61: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Sus voces se perdían en la lejanía, discutiendo sobre la falsa alarma que les había hechoperder tiempo valioso.

—Muchas gracias Rámala, me salvaste —dijo Amanda sonriendo sincera, mientras la dríadala sacaba de las entrañas de su roble.

—No tienes por qué agradecerme, reconozco un buen corazón cuando lo oigo latir —respondió dejando ver su largo cabello verde y esa piel que se intuye suave, tan bronceada comola noche veraniega—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—No lo sé. Solo recuerdo que estaba en el colegio, discutiendo con mis compañeras ydespués ya no hay nada.

—No te preocupes niña, de seguro hay una explicación. ¿Acaso estudiabas en los legendarioscolegios Reverel?

—No, estudio en la Sydney high School; en Australia —contestó con un nudo en la garganta.

—¿Australia? Jamás he oído hablar de Australia; tal vez sea más allá de Alopontia.

—¿Alo qué?

—No te preocupes —respondió Rámala sonriendo—, duerme un poco, al despertar todoestará más claro.

* * *

Mientras tanto, del otro lado del mapa, en el turbulento río Niglou; Nataly, Dakari y Clemonteran prisioneros de unos bucaneros de Alopontia que se aprovechaban de la debilidad y suerte deanarquía que sufría Helamantya, no solo para navegar libremente, sin control alguno por sus aguas;sino también, lo que era peor, para robar sus peces; fuente indispensable de alimento para muchosde los habitantes del reino.

Al mando del navío, un viejo y presuntuoso pirata que osaba exigir que lo llamasen CapitánYatasto Alma de Buey, se presentaba de modo poco amistoso ante los cautivos maniatados.

—Entonces… díganme, ¿qué están haciendo aquí, en mis aguas? —preguntó con su infaltableperico posado sobre su hombro derecho.

—¿Tus aguas? —cuestionó Clemont luchando por liberarse de la soga que lo ataba a un mástil.

—Bueno, no parece haber nadie que las gobierne, y cuando algo no tiene dueño; todo elmundo es libre de tomarlo.

—Esto es propiedad de la reino Zafiro y de todos los habitantes de Helamantya —contestóDakarai provocando una carcajada generalizada.

—Mi nombre es Yatasto Alma de Buey; ¿y cuál el de tan hermosa flor en silencio afligida? —preguntó dirigiéndose a Nataly.

La respuesta de la joven británica fue contundente y devastadora. Seguramente no pensó alescupir la cara del Capitán que esa acción impulsiva terminaría poniéndola a ella y a sus amigosmás en aprietos de lo que ya estaban.

—Me gustan las mujeres con carácter —dijo sin limpiar la saliva de su cara—; les voy a

Page 62: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

hacer una proposición que no podrán rechazar.

—Lo escuchamos capitán —respondió Clemont apresurado.

—Les doy mi palabra de pirata de que los llevaremos a dónde deseen, siempre y cuandogusten entregarnos a la doncella.

—¿Cuál es el truco, señor?.

—No lo comprendo —dijo Yatasto frunciendo el ceño.

—¿Por qué pedir nuestra venia si en su posición, puede apropiarse de lo que quiera?

—Lo sé mi inestimable amigo, pero quiero ver cuán lejos están dispuestos a ir para salvar susvidas. Se los voy a poner en estos términos, ¿entregarían a su amiga y la dejarían a merced deunos piratas inescrupulosos, repletos de pensamientos non santos, con tal de sobrevivir?

—Por supuesto que sí —respondió Clemont.

—¡Por supuesto que no!— gritó Dakarai.

—No podemos cumplir nuestro objetivo si estamos muertos —retrucó el ex jardinero.

—Entonces prefiero morir antes de dejar a Nataly con ustedes —bramó el africano mirandodesafiante a Yatasto.

—Veo que no hay consenso en el grupo; eso dificulta mucho las cosas.

«¡Exijo una votación!» gritó de pronto, reuniendo a todos los tripulantes en círculo en torno aél. Las opciones no eran muy alentadoras. Arrojarlos por la borda o mantenerlos prisioneros enlas cárceles del barco, eran las únicas vías posibles para los desdichados.

La contienda fue muy reñida. Apenas por tres votos se impuso la opción que los confinaría,quién sabe hasta cuándo, en las oscuras celdas.

«Bienvenidos al Inquebrantable» vociferó el capitán mientras daba la señal para trasladarlos ala cárcel.

—¿Por qué tenías que escupirlo? Un simple saludo hubiera bastado.

—Es un pirata que estaba robando la comida de nuestra gente…

—¿Nuestra? —interrumpió mordaz —, ni siquiera finges bien que te importa nuestro reino.

—Creo que la reina tomó esa decisión, sea que tú lo quieras o no —retrucó vehemente.

—Calmémonos —intervino Dakarai cortando la discusión—. Debemos pensar en algo parasalir de aquí.

—A no ser que traigas las llaves contigo, nunca saldremos.

—¿Escuchan eso? —preguntó Nataly acercándose a las rejas oxidadas que coartaban sulibertad.

—¡Es una bala, agáchense! —alcanzó a advertir Clemont cuando una verdadera batallacampal; o más bien naval, se desataba en la cubierta.

Un barco con la bandera de Helamantya; con la insignia de la espada de oro coronada, estaba

Page 63: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

enfrentando sin cuartel a los bucaneros invasores.

Desde su arresto, apenas podían imaginar lo que ocurría más allá de las rejas. Los gritos y elruido escalofriante de las espadas al chocar, les daban, sin embargo, una idea bastante clara de losacontecimientos.

Duró unos pocos minutos. De repente todo enmudeció. Los cañones dejaron de disparar y lasangre que se colaba entre las maderas y penetraba hasta caer, en forma de gotera, sobre lasceldas, anunciaban que la batalla había terminado. Había habido un ganador. Solo esperaban quequien sea que se hubiera alzado con la victoria; tuviese el decoro o la amabilidad de bajar hastalos calabozos para ponerlos en libertad.

Así fue. Con las manos atadas con gruesas sogas, fueron trasladados hasta el barcohelamantyano para, después de ser testigos de la explosión que sumergiera para siempre el barcopirata, poder presentar sus excusas y con ella, la clemencia a sus correligionarios.

—¿Quiénes son y por qué los tenían cautivos esos piratas?

—Mi nombre es Clemont y soy del reino de Helamantya, mi señor —respondió apresurado—.Estábamos a orillas del río Niglou cuando fuimos secuestrados.

__¿Y ustedes, acaso les comieron la legua los ratones? —preguntó el capitán, un joven apuestoque aún portaba en la diestra su espada ensangrentada.

—Mi nombre es Dakarai y el de ella Nataly —respondió cabizbajo el africano—, estamosaquí para ayudar a su pueblo, señor.

—O sea que no son de Helamantya —murmuró el capitán provocando un murmullo general—.Si no son de nuestro reino, ¿entonces de dónde?

—Si le dicen no les creerá señor —intervino Clemont.

—Pruébenme…

—Yo soy de Inglaterra y él de la República Togolesa; su reina nos llamó para liberarla de susueño.

Semejante aseveración no pudo más que convertir a los prisioneros en el hazme reír de laembarcación. Cuando creían que, liberados de las garras de los bucaneros, estarían mejor; prontocorroborarían, una vez más, que nada es lo que parece y en nadie o casi nadie se puede confiar.

—¿Tu nombre era Nataly, cierto? —preguntó el joven capitán mientras la británica asentía conla cabeza—, bien Nataly de Inglaterra… yo creo que son enemigos de mi reina.

La debacle de Glinwood no parecía responder a los acontecimientos ocurridos dos décadasatrás. El abandono que reinaba en las calles desiertas, así como una gran cantidad deedificaciones antiguas vacías, deterioradas por el paso del tiempo y la desidia, convertían a eselugar en la ciudad de la bruma.

Aquel fenómeno atmosférico, que lucía perpetuo cubriendo cada centímetro de lo que otrorafueron enormes parcelas de tierra fértil, parecía ser la consecuencia irremediable de una batallalibrada hacía siglos, ausente de la memoria y de las páginas tendenciosas de los anales de lahistoria.

Page 64: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Era definitivamente un sitio triste. Los pastos crecidos, tan altos como árboles, y la ausenciatotal de animales, que de seguro prefirieron refugiarse en las comodidades de la selva, o inclusoperecer antes que quedarse a ver pasar los días en la más desgarradora soledad, no hacían másque destacar, como si les hiciera falta, la enorme cantidad de castillos milenarios; hoydeshabitados, raídos, ajados; sin poder comprender el porqué del silencio caprichoso queconspiraba contra las risas que alguna vez tiñeron de felicidad las viejas paredes.

En ese paraje desolado, frío y aterrador, había tenido la mala suerte de despertar AmandaLaines, absolutamente confundida y asustada, apenas acurrucada detrás de un gigantesco árbol quese presentaba como un amigo en medio de la intemperie.

—Todavía no entiendo por qué Casimira nos ha enviado aquí —refunfuñó una bruja aprendiz,en su habitual caminata de rastrillaje—. Esto está más muerto que nuestra alma putrefacta—bramósarcástica.

—Dice que ha olido una presencia.

—Hace días había un perfume, cierto. De seguro venía de los lagos y el viento se encargó detraerlo hacia aquí.

—Demos otro rodeo antes de volver a la Selva, es mejor estar seguras…

Nadie se adentraba demasiado en Glinwood, ni siquiera las brujas. Era una pérdida de tiempointentar hallar vida en una ciudad que apenas si regalaba algo de oxigeno debido a la casiinexistente presencia de árboles. Solo unos pocos permanecían en pie, como recordatorio de loque alguna vez supo ser un vasto y grandioso bosque, hoy reducido a pequeñas ramitas secasdesperdigadas a placer. Precisamente, el roble que servía de refugio a la joven australiana, era delos pocos que se las rebuscaba para agitar, atrayendo a las suaves brisas, que de vez en cuandosurcaban los lagos internos, sus hojas grisáceas que, haciendo un esfuerzo, cada vez másdenodado, habían conseguido burlar, incluso, las inclemencias de los largos otoños.

—Creo que oí algo —dijo una de las brujas cuando se disponían a marcharse.

—¿Dónde? —preguntó su secuaz frunciendo el ceño.

—Por aquí, ¡sígueme! —ordenó dirigiéndose directo al roble, cuyas hojas escapaban a la vistagracias a la bruma incesante.

El corazón de Amanda se había disparado. Las posibilidades de evitar convertirse en unaprisionera, disminuían conforme permaneciera allí inmóvil. Lo tenía claro. Lo que no sabía erahacia dónde correr y mucho menos contaba con la certeza de que esa decisión le permitiera salirindemne de la cacería.

«Si te quedas quieta, yo te protegeré» dijo la voz de una mujer que no dejaba ver su rostro,inquietando todavía más los nervios de Amanda.

—¿Quién está hablándome?

—Yo, por supuesto —respondió una voz en el aire.

—¿Quién es yo? No te veo —susurró bajito, divisando entre la espesa bruma a las brujasavanzar en su dirección.

Page 65: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Me llamo Rámala, y estoy justo detrás de ti —replicó con un dejo de alegría, como si lapresencia de aquella niña le devolviera cierta algarabía inmemorial.

Amanda se tapó los ojos. El solo hecho de permitirse la credulidad de que sea el árbol quienle dirigía la palabra, hacía que dudara hasta de su propia cordura.

Entretanto, las dos brujas aprendices estaban a menos de treinta metros de aquel roblesolitario que se elevaba majestuoso en una tierra arrasada. Solo se quedaban mirándolo,imaginando cómo es que sobrevivió a la barbarie que puso fin a la ciudad toda. Le temían. Vayauno a saber que fuerza sobrenatural había sido capaz de sobreponerse a siglos y siglos dedesamparo.

—Sabemos que estás allí —rompió el silencio la que parecía llevar la voz cantante—,podemos oler ese horrible perfuma que traes.

—¡Sal de una vez! Será mejor para ti, si nos ahorras el tiempo de ir a sacarte.

—Creo que ha escogido salir por las malas—sonrieron en complicidad, dispuestas a rodear elárbol para obtener el premio.

—¡No hay nadie!

—Imposible, podría jurar que aquí se escondía.

—Será mejor que regresemos a la Selva; Casimira creerá que estamos ociando.

Sus voces se perdían en la lejanía, discutiendo sobre la falsa alarma que les había hechoperder tiempo valioso.

—Muchas gracias Rámala, me salvaste —dijo Amanda sonriendo sincera, mientras la dríadala sacaba de las entrañas de su roble.

—No tienes por qué agradecerme, reconozco un buen corazón cuando lo oigo latir —respondió dejando ver su largo cabello verde y esa piel que se intuye suave, tan bronceada comola noche veraniega—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—No lo sé. Solo recuerdo que estaba en el colegio, discutiendo con mis compañeras ydespués ya no hay nada.

—No te preocupes niña, de seguro hay una explicación. ¿Acaso estudiabas en los legendarioscolegios Reverel?

—No, estudio en la Sydney high School; en Australia —contestó con un nudo en la garganta.

—¿Australia? Jamás he oído hablar de Australia; tal vez sea más allá de Alopontia.

—¿Alo qué?

—No te preocupes —respondió Rámala sonriendo—, duerme un poco, al despertar todoestará más claro.

* * *

Mientras tanto, del otro lado del mapa, en el turbulento río Niglou; Nataly, Dakari y Clemonteran prisioneros de unos bucaneros de Alopontia que se aprovechaban de la debilidad y suerte deanarquía que sufría Helamantya, no solo para navegar libremente, sin control alguno por sus aguas;

Page 66: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

sino también, lo que era peor, para robar sus peces; fuente indispensable de alimento para muchosde los habitantes del reino.

Al mando del navío, un viejo y presuntuoso pirata que osaba exigir que lo llamasen CapitánYatasto Alma de Buey, se presentaba de modo poco amistoso ante los cautivos maniatados.

—Entonces… díganme, ¿qué están haciendo aquí, en mis aguas? —preguntó con su infaltableperico posado sobre su hombro derecho.

—¿Tus aguas? —cuestionó Clemont luchando por liberarse de la soga que lo ataba a un mástil.

—Bueno, no parece haber nadie que las gobierne, y cuando algo no tiene dueño; todo elmundo es libre de tomarlo.

—Esto es propiedad de la reino Zafiro y de todos los habitantes de Helamantya —contestóDakarai provocando una carcajada generalizada.

—Mi nombre es Yatasto Alma de Buey; ¿y cuál el de tan hermosa flor en silencio afligida? —preguntó dirigiéndose a Nataly.

La respuesta de la joven británica fue contundente y devastadora. Seguramente no pensó alescupir la cara del Capitán que esa acción impulsiva terminaría poniéndola a ella y a sus amigosmás en aprietos de lo que ya estaban.

—Me gustan las mujeres con carácter —dijo sin limpiar la saliva de su cara—; les voy ahacer una proposición que no podrán rechazar.

—Lo escuchamos capitán —respondió Clemont apresurado.

—Les doy mi palabra de pirata de que los llevaremos a dónde deseen, siempre y cuandogusten entregarnos a la doncella.

—¿Cuál es el truco, señor?.

—No lo comprendo —dijo Yatasto frunciendo el ceño.

—¿Por qué pedir nuestra venia si en su posición, puede apropiarse de lo que quiera?

—Lo sé mi inestimable amigo, pero quiero ver cuán lejos están dispuestos a ir para salvar susvidas. Se los voy a poner en estos términos, ¿entregarían a su amiga y la dejarían a merced deunos piratas inescrupulosos, repletos de pensamientos non santos, con tal de sobrevivir?

—Por supuesto que sí —respondió Clemont.

—¡Por supuesto que no!— gritó Dakarai.

—No podemos cumplir nuestro objetivo si estamos muertos —retrucó el ex jardinero.

—Entonces prefiero morir antes de dejar a Nataly con ustedes —bramó el africano mirandodesafiante a Yatasto.

—Veo que no hay consenso en el grupo; eso dificulta mucho las cosas.

«¡Exijo una votación!» gritó de pronto, reuniendo a todos los tripulantes en círculo en torno aél. Las opciones no eran muy alentadoras. Arrojarlos por la borda o mantenerlos prisioneros enlas cárceles del barco, eran las únicas vías posibles para los desdichados.

Page 67: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

La contienda fue muy reñida. Apenas por tres votos se impuso la opción que los confinaría,quién sabe hasta cuándo, en las oscuras celdas.

«Bienvenidos al Inquebrantable» vociferó el capitán mientras daba la señal para trasladarlos ala cárcel.

—¿Por qué tenías que escupirlo? Un simple saludo hubiera bastado.

—Es un pirata que estaba robando la comida de nuestra gente…

—¿Nuestra? —interrumpió mordaz —, ni siquiera finges bien que te importa nuestro reino.

—Creo que la reina tomó esa decisión, sea que tú lo quieras o no —retrucó vehemente.

—Calmémonos —intervino Dakarai cortando la discusión—. Debemos pensar en algo parasalir de aquí.

—A no ser que traigas las llaves contigo, nunca saldremos.

—¿Escuchan eso? —preguntó Nataly acercándose a las rejas oxidadas que coartaban sulibertad.

—¡Es una bala, agáchense! —alcanzó a advertir Clemont cuando una verdadera batallacampal; o más bien naval, se desataba en la cubierta.

Un barco con la bandera de Helamantya; con la insignia de la espada de oro coronada, estabaenfrentando sin cuartel a los bucaneros invasores.

Desde su arresto, apenas podían imaginar lo que ocurría más allá de las rejas. Los gritos y elruido escalofriante de las espadas al chocar, les daban, sin embargo, una idea bastante clara de losacontecimientos.

Duró unos pocos minutos. De repente todo enmudeció. Los cañones dejaron de disparar y lasangre que se colaba entre las maderas y penetraba hasta caer, en forma de gotera, sobre lasceldas, anunciaban que la batalla había terminado. Había habido un ganador. Solo esperaban quequien sea que se hubiera alzado con la victoria; tuviese el decoro o la amabilidad de bajar hastalos calabozos para ponerlos en libertad.

Así fue. Con las manos atadas con gruesas sogas, fueron trasladados hasta el barcohelamantyano para, después de ser testigos de la explosión que sumergiera para siempre el barcopirata, poder presentar sus excusas y con ella, la clemencia a sus correligionarios.

—¿Quiénes son y por qué los tenían cautivos esos piratas?

—Mi nombre es Clemont y soy del reino de Helamantya, mi señor —respondió apresurado—.Estábamos a orillas del río Niglou cuando fuimos secuestrados.

__¿Y ustedes, acaso les comieron la legua los ratones? —preguntó el capitán, un joven apuestoque aún portaba en la diestra su espada ensangrentada.

—Mi nombre es Dakarai y el de ella Nataly —respondió cabizbajo el africano—, estamosaquí para ayudar a su pueblo, señor.

—O sea que no son de Helamantya —murmuró el capitán provocando un murmullo general—.Si no son de nuestro reino, ¿entonces de dónde?

Page 68: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Si le dicen no les creerá señor —intervino Clemont.

—Pruébenme…

—Yo soy de Inglaterra y él de la República Togolesa; su reina nos llamó para liberarla de susueño.

Semejante aseveración no pudo más que convertir a los prisioneros en el hazme reír de laembarcación. Cuando creían que, liberados de las garras de los bucaneros, estarían mejor; prontocorroborarían, una vez más, que nada es lo que parece y en nadie o casi nadie se puede confiar.

—¿Tu nombre era Nataly, cierto? —preguntó el joven capitán mientras la británica asentía conla cabeza—, bien Nataly de Inglaterra… yo creo que son enemigos de mi reina.

Page 69: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XII La isla Calavera

—¡Eres un estúpido!

Por mucho que Nataly gritara, pataleara o maldijera, la decisión del capitán Duncan estabatomada y los dos hombres, compañeros de la británica, a quienes consideraba no solo enemigos,sino una amenaza para Helamantya, sufrirían las consecuencias de esa desconfianza.

Arengado por la tripulación, la misma que se vanagloriaba de acabar con los piratas en losMares Cristalinos del norte, no dudó en obligar a Dakarai y Clemont a desembarcar en una islaalejada del mundo; en los confines del reino, casi en los límites con Alopontia; para queencontraran allí el castigo que merecían por ser, a su criterio, traidores, canallas y embusteros.

No pudieron hacer demasiado. Pese a la resistencia mostrada por el africano, ambos hombresterminaron en aquel pedazo de tierra olvidada por Dios. Solo un montículo de arena y unascuantas palmeras tropicales daban forma a la desolación. Tal era el grado de pena que brindabaese costal de tierra en medio del océano que, a medida que iban acercándose, arrastrados por eloleaje, daba la impresión que se derrumbaría con el solo hecho de apoyar un pie en ella. Porsuerte para los desdichados, nada de eso sucedió. Llegaron sin mayores dificultades y solopudieron atinar a contemplar al Inmortal alejarse, llevando consigo las esperanzas de arribar,como pretendían al iniciar el viaje, al palacio Reverel.

—Señorita, quiero que sepa que entiendo su malestar momentáneo, pero confío en que pronto,cuando la furia desenfrenada pase, apreciará con ardor el favor que le hemos hecho este día —dijo el capitán mientras Nataly era sujetada por dos hombres en la cubierta del barco.

—¡Eres un completo estúpido! Estamos aquí porque la reina nos necesita.

—La reina no necesita forasteros —le contestó molesto, revoleando un manotazo al aire—;ustedes acabaron con nosotros hace 20 años.

—¿Te parece que hace 20 años estuve aquí? —preguntó haciendo alarde de su juventud.

—Tal vez no tú, pero sí tus parientes —reviró un hombre calvo con las manos puestas en eltimón.

—Ya les dije que soy de Inglaterra.

Page 70: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—No creas que no sabemos quién está detrás de todo esto…

—¿A qué te refieres? —preguntó resignada.

—Solo hay una nación capaz de complotar contra Helamantya, sin tener el menor reparo enaliarse con la peor escoria de este mundo.

—Entonces dímelo y vayamos a derrotarla todos juntos.

Tal comentario, cargado tanto de coraje como de ignorancia, no pudo menos que provocar lacarcajada generalizada de toda la tripulación.

—Ellos dominan los mares del mundo; una flota como nunca se ha visto en la historia de esteplaneta; amen de sus guerreros, con fama de invencibles, y una inteligencia que parece desafiar lamismísima lógica…

¿Azajar? —preguntó frunciendo el ceño.

—Azajar es un maldito reino de arena, asfixiado por el desierto y las altas temperaturas quesolo busca un sitio donde remojar sus pies. Nosotros hablamos de un verdadero reinoconquistador que ha dejado su huella a lo largo y a lo ancho del mundo.

—¡Dímelo de una vez! —se desesperó.

—Responde tú, si es que nos estamos acercando a tu verdadera identidad.

—Si soy tan peligrosa como dicen que soy, ¿por qué no me arrojaron al mar como hicieroncon mis amigos?

—Tenemos otros planes para ti —respondió el capitán colocándose su sombrero ydirigiéndose al timón—; tal vez te vendamos a cambio de comida o quizás, quién sabe,negociemos con tu rey algunas condiciones.

—¡No pueden venderme! —vociferó—. La reina Zafiro me necesita. ¿Por qué no lo entienden?

—Zafiro ya no es nuestra reina; Helamantya no tiene reina, ya nunca la tendrá —respondió ycon un ademán desinteresado, ordenó a sus hombres que la encerraran en los oscuros calabozos.

Primero fue Sebastián, pensaba Dakarai, todavía parado a orillas del mar, perdiendo la miradaen un horizonte cada vez más ensombrecido. El joven argentino, en un acto ingenuo de valentía,había puesto su vida en peligro enfrentándose a las brujas en medio de la nada y vaya uno a sabersi pudo superar, medicinas de Mizuki mediante, las profundas heridas sufridas en su cuerpoproducto de los embates maliciosos. Después Nataly. No podía evitar sentirse culpable porhaberla dejado sola, a merced de aquellos piratas disfrazados de honorables caballeros. Lacárcel, fría y oscura, era el nuevo hogar de la británica que, al igual que Sebastián, al igual que élmismo, le habían fallado a la reina en su promesa inquebrantable de devolverle la vida.Finalmente, por supuesto, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y se deslizaban suaves por surostro moreno, no podía menos que sentirse impotente por su destierro y la aparente imposibilidadde continuar luchando por un objetivo que iba más allá de sus ambiciones personales, o el siempretentador mote de héroe; era ni más ni menos que la restauración de la corona lo que estaba enjuego; y al ver a Clemont, recostado boca arriba, a merced del sol ardiente, como esperando lamuerte, solo podía resignarse a la idea de que todo había terminado; todo se había derrumbadomás rápido de lo habían tardado en construirlo.

Page 71: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Aprecio tu poca voluntad y tu rendición sin luchar, pero apreciaría mucho más quecompartas tus ideas para escapar de esta isla.

—Es inútil muchacho —respondió sin moverse—, moriremos en este sitio.

—Debe haber alguna forma de salir.

—¿No tienes idea de dónde estamos, cierto jovencito? —preguntó poniéndose raudamente depie.

—Ilústrame.

—Estamos en la isla de la Calavera, ¿sabes por qué la llaman así? Porque es el cementerioprivado y exclusivo de todos los traidores al reino. Aquí envían a morir a los que cometen lospeores delitos que puedas imaginarte.

—Entonces es como la silla eléctrica o algo así… la pena de muerte —susurró con un nudo enla garganta.

—No tengo idea de qué silla hablas —respondió frunciendo el ceño—, pero sí concuerdo enque nos han juzgado a muerte.

—Debemos buscar la manera de pescar para poder alimentarnos y hacerle señales a lapróxima nave que surque estas aguas.

—Ningún barco pasa por aquí jamás, y los peces de estas aguas tienen dueño muchacho.

—¿A qué te refieres?

—Déjame contarte una historia: durante milenios, los helamantyanos no solo debimossoportar Drows, Enanos o pestilentes brujas grises, no, claro que no. Otras muchas criaturasatestaban nuestro bien amado reino…

«Hace cuatro siglos atrás, cuando los Reverel se alzaron con el poder, seguramente todoscreyeron que al fin había llegado la hora para toda esa escoria. Sin embargo, la corona se mostróclemente con todos aquellos que mostraran lealtad; qué ilusos. Nunca debimos mostrar piedad contodas esas bestias que no hicieron otra cosa que succionarnos la sangre, mientras aprovechabanlas bondades que una casa necia y decadente derrochaba a discreción. Si algo hemos aprendidolos helamantyanos en los últimos siglos es que si tu rey o reina pierde el norte, lo mejor seráentonces cambiar de rumbo antes de que nos arrastren a todos a una irremontable calamidad.

—¿Qué es lo que estás diciendo? —preguntó sobresaltado— ¿Acaso sugieres que loshelamantyanos conspiraron contra el rey en la Noche Trágica?

—¡Claro que sí! A ver si se enteran de una buena vez —exclamó liberando un secreto que leoprimía el corazón—. La mayoría de nuestra gente estaba cansada de los Reverel, y de seguro sealegraron cuando el rumor de una sombra cubriendo el nefasto apellido real se desparramó entodas direcciones.

—Eso no es cierto —retrucó—, si fuera como dices, no hubieran dado sus vidasdefendiéndolos.

—Nadie cayó defendiendo a los Reverel, o a la reina Zafiro.

Page 72: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Entonces?

—Murieron por su propia credulidad —murmuró despacio mientras se sentaba bajo la sombraque proporcionaba una de tantas palmeras—. Creyeron insólitamente que podían confiar en unarebelión llevada adelante por criaturas que solo sentían desprecio hacia nosotros.

—No puedo creerte —dijo el africano moviendo la cabeza de lado a lado.

—Da igual lo que creas, no estabas allí esa noche… Casimira, Líncaro y Therión solohicieron lo que el pueblo anhelaba con ardor, pero no tenía el valor para realizar —vociferóprovocando la ira de Dakarai que se le vino encima, hecho una furia, decidido a saciar su broncaa puñetazos limpios.

La jornada transcurrió en silencio. Cada uno de los hombres, ahora enemistadosirreconciliables, permanecía callado, inmerso en sus pensamientos en puntas opuestas de ladiminuta isla. A medida que la tarde comenzaba a apagarse y daba paso a la negrura de la noche,el clima se tornaba más inclemente, cambiando de manera súbita el calor y la suave brisa por elfrío que hiela sangre, siempre acompañado por un viento arremolinado que se divertía sin pausacon el oleaje indómito.

«¡Ven, siéntate al calor de las llamas!» vociferó Clemont, a la vera de una fogata reciénencendida.

—Al menos tuviste una buena idea.

—Sin rencores, muchacho.

—Siento haberte golpeado de ese modo —se lamentó—; no debí hacerlo.

—No hay cuidado —respondió amigable.

—Lo que no me dijiste, fue por qué no se puede pescar en estas aguas —dijo Dakarai con lamirada puesta en las llamas.

—Sirenas, claro.

—¿Perdón?

—Los Reverel hicieron un pacto con ellas en el pasado —respondió mientras apoyaba suespalda en una fina palmera—; nosotros dejaríamos de cazarlas, si ellas dejaban navegar en paz alos marineros decentes.

—Suponiendo que sea verdad que existan sirenas en estas aguas, ¿por qué debiéramostemerles? Digo, no tenemos intención de cazarlas.

—Porque los peces son su alimento. Ese fue el trato. Robar su comida te quita la decencia —sonrió mofándose de su suerte.

La noche, sin luna, atestada por los fríos vientos provenientes del sur, se presentaba ideal pararendirse ante el cansancio. Tras una jornada extremadamente agitada, el viejo Clemont se durmiósin mayores esperanzas de un mañana mejor; mientras Dakarai, todavía meditando las palabras desu compañero no podía, simplemente, echarse a dormir, abandonándose a la resignación y a lamuerte. Y así fue que, impulsado por sus ganas de vivir, y con la inestimable complicidadsilenciosa de las estrellas que invadían la inmensidad del cielo oscuro, se dispuso a aprovechar la

Page 73: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

abundante cantidad de palmeras para improvisar una balsa que fuera capaz de flotar en el ferozMar del Norte.

No fue lo único que hizo. Entretanto Clemont dormía como un bebé, ignorando por completo elaccionar del africano, éste se apresuró en afilar, contra una roca, una vara alargada que usaríapara pescar en las aguas prohibidas. Su plan era arriesgado. Sabía que no obtendría el visto buenode su colega. De lo que no tenía ni la más pálida idea, era de la reacción que pudieran llegar atener aquellos seres mitológicos, cuya presencia solo había apreciado a través de las páginasamarillentas de algún viejo libro en la biblioteca de su escuela.

Para su pesar y, sobre todo, para la desgracia de Clemont, estaban muy cerca de corroborar, encarne propia, la ira que reina en las profundidades.

Page 74: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XIII El cónclave

Esa misma noche, en el corazón del reino de Helamantya, se llevaba a cabo una reunión, unasuerte de cónclave como no había habido en los últimos siglos. Las principales figuras de los trespueblos más acaudalados y cercanos a la realeza, se reunían para conversar sobre los rumores deciertos jóvenes forasteros que habían arribado al reino con la aparente misión de despertar aZafiro; a la vez que para debatir sobre los pasos a seguir en lo referente a la protección delPalacio Reverel. El punto de reunión fue la fortaleza Clunia, una suerte de castillo situado enmedio del pueblo de Acator, lugar con fama de albergar a los guerreros más temibles.

El primero en hablar fue Bonifacio, gobernante indiscutido del pueblo de Hilferold, ubicadoen el extremo oeste del Bosque Nocturno; barrera artificial obligada antes de llegar al palacioReverel.

—Todos hemos oído hablar de esos jóvenes extranjeros que vagan libres por nuestras tierras,esgrimiendo ser los salvadores de la reina. ¿Alguien de los aquí presentes los ha visto?—preguntósin obtener respuesta satisfactoria.

—Me ha llegado el rumor que el pueblo de Viperá fue nuevamente atacado por los hombresdel desierto, y que al menos dos de los extranjeros se encontraban allí al momento del ataque —intervino Rivena, gobernante del pueblo Zimawe; y una de las pocas sobrevivientes con sangrereal.

—Debemos traerlos aquí para interrogarlos —dijo Tomeo, gobernante anfitrión.

—Primero debemos capturarlos —vociferó Bonifacio—; parece que se mueven con rapidez,como si tuvieran una misión, un objetivo que cumplir.

—Tal vez sinceramente vienen a despertar a la reina.

—¿Cómo harán unos jovenzuelos para romper el hechizo?

—Propongo que ampliemos la seguridad en la entrada al Palacio, para asegurarnos de queningún intruso ponga otra vez sus pies allí —replicó Bonifacio.

—Concuerdo con esa idea —se apuró Tomeo—; a la brevedad enviaré a cincuenta de mismejores guerreros.

Page 75: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Yo haré lo mismo, no podemos arriesgarnos a otra traición o puñalada por la espalda —concluyó Bonifacio—. ¿Contamos con tu gente Rivena?

—Por supuesto que sí. Inmediatamente enviaré emisarios a Zimawe para que alisten a losmejores espadachines y marchen, sin retraso, a las puertas del palacio —afirmó segura—. Sinembargo, déjenme decirles que una corazonada, un pálpito, me dice que esos jóvenes misteriososhan venido a ayudarnos.

—Eso ya lo veremos, no podemos arriesgarnos más —concluyó Bonifacio poniéndose de pie,dando el cónclave por terminado.

—Rivena tiene razón, los jóvenes extranjeros están de nuestro lado— irrumpió Irina, sininvitación, provocando en todos una sincera reverencia a medida que avanzaba.

—¡Srta. Irina! —Exclamó Tomeo sorprendido, hincado, con la cabeza gacha—, noesperábamos recibir su visita.

—Vine a advertirles que días oscuros asoman en el horizonte —replicó parada en medio de lasala oval.

—¿A qué te refieres? —preguntó Bonifacio volviéndose a sentar en su silla.

—Al igual que ustedes se han enterado de la presencia de los forasteros; otros también lo hanhecho —respondió despojándose de su negra capucha.

—¿Acaso insinúas que nuestros enemigos nos atacarán otra vez?

—No pueden permitir que la reina despierte; las consecuencias para ellos serían funestas.

—¿Dónde has estado todos estos años? —preguntó Tomeo, acercándose a Irina, titubeante,temeroso.

—Tuve que refugiarme en el Bosque Nocturno; como temía, el cofre de la reina consumió mispoderes.

—Muchos hablan por lo bajo Irina —susurró Bonifacio con malicia—, la gente murmurasobre tu accionar aquella noche.

—Si tienes una acusación que hacer, solo hazla…

—Nadie comprende como tu gente, de repente, de la nada, rompió el maleficio deconfinamiento y perforó nuestras defensas.

—¿Qué quieres decirme? —preguntó mirándolo fijo, con sus ojos prendidos fuego.

—¿Liberaste tú a tu hermana y a toda esa parva de seres indeseables? —preguntó consagacidad.

—¿Por qué la habría liberado y después salvaría a la reina, con qué propósito? —preguntócon los dedos jugueteando sobre su espada, que colgaba siempre de su cintura.

—No lo sé… es igual de misterioso tu regreso justo ahora que parece que nuestros salvadoreshan llegado —dijo preparado para responder cualquier ataque.

—Estoy aquí porque mi fuerza ha comenzado a regenerarse —respondió poniéndosenuevamente su capucha—; ellos lo hicieron posible. La reina los eligió, debe tener un propósito

Page 76: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

para todos ellos; y nosotros debemos confiar en sus decisiones.

—Si es cierto lo que dices, entonces nuestros enemigos llegaran mucho antes de lo quepensábamos —se lamentó Rivena jugando con el anillo dorado en su anular.

—¿Y dónde están esos amigos tuyos? —preguntó Bonifacio dejando atrás su posturadesafiante.

—No lo sé, pero voy a encontrarlos…

* * *

Al amanecer, en algún lugar de los Mares Cristalinos, el capitán Duncan contemplabaimpávido el horizonte mientras se debatía internamente entre seguir el sueño que lo atormentabadesde anoche o bien, hacer caso omiso a las advertencias que habían invadido su mente cuandodormía plácidamente, meciéndose al compás de las olas.

No se decidía. Por un lado creía que aquel sueño vívido era un presagio, pero por el otro, nopodía parecer un timorato y un panqueque a la vista de toda la tripulación. Si ayer nomás habíatildado a Nataly de traidora y enemiga del reino, cómo reaccionaría su gente si se disculpara conla británica y pusiera sus servicios a disposición. Después de todo, pese a navegar con la banderae insignias helamantyanas, El Inmortal no dejaba de ser un barco pirata que, con la excusa, ciertade hecho, de expulsar a los extranjeros de sus aguas; no perdían oportunidad de saquear esosbarcos o cualquier otro que se rehusara a aceptar su dominio de las aguas.

Ese era el panorama complejo que debía afrontar el capitán. Su reputación de bucaneroimplacable y la apariencia de líder despiadado, versus las disculpas a una joven extranjera y lamarcha atrás de todas sus habladurías.

«Traigan a la prisionera ante mí» ordenó mirando a su lugarteniente, tratando de disimular elnerviosismo y la siempre incómoda sensación que antecede al reconocimiento de un error.

—No soy un animal para que me anden llevando y trayendo como más les plazca —lerecriminó Nataly, con las muñecas enrojecidas por las sogas, y con un rostro visiblementecansado, ojeroso, víctima de no haber podido conciliar el sueño.

—Gracias, ahora retírense por favor; déjennos solos —ordenó el capitán y sus secuacessonrieron cómplices, no sin antes guiñarle un ojo a su superior, proyectando en el otro lo que sinlugar a dudas hubieran hecho en su lugar.

—Tranquila, tranquila —repetía estirando su mano para acariciar el rostro de la jovenamarrada—, no te sulfures. Solo quiero conversar contigo.

—¡No me toques! —gritó echándose para atrás, evitando el contacto con la piel de su captor—. Y no tengo nada que hablar contigo.

—¿Estás segura de eso? —preguntó cerrando sus ojos, dejando que el suave viento seestrellase contra su cara.

—Primero libérame; no hice nada malo como para que me tengan retenida y me traten comouna delincuente; y segundo…

—Te escucho —interrumpió Duncan esbozando una sonrisa burlona.

Page 77: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Da media vuelta este barco de mala muerte, y ve a buscar a mis amigos de inmediato —vociferó enérgica.

—Me temo que eso es imposible Nataly de Inglaterra —respondió mientras accedía asatisfacer su primera petición.

—Gracias —se le oyó muy tímidamente mientras masajeaba sus muñecas adoloridas quetodavía dejaban ver las marcas de semejante sujeción—. ¿Por qué no quieres ir a buscar aDakarai y Clemont? Son buenas personas que tampoco hicieron nada malo.

—Anoche tuve un sueño —dijo ignorando la insistente súplica de su prisionera —, y túestabas en él.

—No sé si quiero saberlo.

—Aquella noche maldita, yo estaba navegando con mi padre en una pequeña embarcación enel río Plateado. El resto de mi familia estaba en casa festejando la coronación de la reina —dijocon un nudo en la garganta—. No me malentiendas, no es que mi padre y yo no deseáramos formarparte del jolgorio… solo era el momento ideal para aprender a convivir con el agua, ya que todosestaban en sus casas o en las inmediaciones del palacio.

«Mi padre era pescador. Mi madre y mis hermanas vendían lo que obtenía en la feria local.Hacía tiempo me insistía para que lo acompañara y aprendiera el oficio. Yo no quería saber nada.Mi deseo era ser un explorador, quería conocer todas las tierras que existían más allá deHelamantya. Por eso acepté subirme al barco de mi padre. Entendí que aprender a navegar, era lamejor opción para conquistar el mundo…

—¿Y qué pasó? —preguntó Nataly en pose altanera.

—La debacle, eso pasó. Perdí a toda mi familia esa noche.

—¿Y tu papá? Dijiste que estaba contigo enseñándote a navegar

—Mi madre era todo para él… supongo que la tristeza lo mató.

Sin que se dieran cuenta, toda la tripulación, en silencio, se había reunido para escuchar laconversación que se había transformado en una suerte de autobiografía, en la que el capitánnarraba en primera persona sus peripecias y pesares.

—¿Y cómo sobreviviste?

—Fue gracias a los Reverel —contestó mirando su brújula.

—Creí que todos habían muerto en la Noche Trágica.

—No todos, el señor Eigor, gobernante de Zimawe, era primo del rey Clunio —replicómientras maniobraba el timón—. Él me permitió trabajar en sus tierras; me alimentó, me vistió yme dio una educación…

—¿Y qué pasó? —preguntó con temor a meter el dedo en la llaga.

—Cuando Eigor murió y Rivena asumió las funciones que su padre dejó vacantes, tomé ladecisión de marcharme y hacer mi propio camino —carraspeó.

—Ella te pidió que te fueras… —murmuró Nataly

Page 78: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Todo lo contrario —respondió y cerró sus ojos, como lamentándose—, yo no era digno depermanecer junto a una gobernante, y mucho menos si se trataba de una Reverel.

—¿La abandonaste? —preguntó frunciendo el ceño.

—Tuve que hacerlo —respondió cerrando sus ojos—. Soy un nadie, un huérfano, undescarriado; y ella una princesa…

—Eres un cobarde —le reprochó Nataly generando un sinfín de graciosas muecas en el rostrodel capitán, como si estuviera haciendo malabares para no responder a la agresión.

—Tú pareces estar enamorada de los amigos que abandonaste en la isla, y no te he visto saltarpor la borda para ir a su encuentro —chicameó y el estallido de risas lo avivó de que hacía muchotiempo aquella había dejado de ser una conversación privada—. ¡Todo el mundo a sus puestos! —gritó acelerando la evacuación.

—Tengo un novio en Inglaterra y sé que está esperando a que despierte de este sueño parapoder besarme, abrazarme y estar juntos otra vez —respondió dejando caer las lágrimas de susojos—. Y antes de que me reproches por qué no estoy con él, te diré por enésima vez que la reinaZafiro me trajo.

—Lo sé —respondió extendiéndole un pañuelo celeste.

—Hasta ayer yo era una mentirosa y una enemiga de la reina, ¿y ahora me crees? —preguntósecándose las lágrimas.

—La reina te cree y eso me basta.

—¿Qué quieres decir?

—El sueño que no me dejaste contarte. Me dijo que te liberara, que tienes una misión quecumplir —confesó mientras un marinero gritaba « ¡tierra a la vista! »

—Entonces, ¿soy libre?

—Solo acepta este consejo —dijo con la vista puesta en la tierra cada vez más próxima—,olvida a tu novio en Inglaterra; nadie está soñando nada; esta es la única vida que hay.

Page 79: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XIVEl túnel

—¿Y tú quién demonios eres? —preguntó Mizuki con su espada apuntada directo al abdomende aquel misterioso caballero.

—Déjenme presentarme, mi nombre es Gabriel Hilferold, primogénito del gobernanteBonifacio que custodia el pueblo que lleva nuestro apellido, en el extremo oeste del BosqueNocturno.

—Sebastián y Mizuki, no somos de aquí y tampoco nuestros apellidos tienen raigambre en estatierra.

—Ustedes son los forasteros de los que murmuran los vientos del sur —dijo mientrasamarraba su caballo a un roble vigoroso—. He venido para cerciorarme de sus intenciones.

—Nuestra única intención es arribar al palacio Reverel y despertar a la reina.

—Entonces van en dirección contraria —observó Gabriel con la vista puesta en lo que parecíaser una entrada a un túnel subterráneo.

—La reina nos pidió que vayamos a Glinwood, necesitamos algo de ese pueblo —replicóSebastián abriéndose camino para ingresar al túnel.

—Eso es demencia —le recriminó antes de obstruirle el paso, apoyando su diestra en el pechodel explorador entusiasta—. Ese pueblo fue arrasado hace siglos; solo las brujas grises caminanpor sus senderos viciados.

—Si la reina lo solicitó, iremos. Tú quédate si tienes tanto miedo —retrucó la japonesadisparando directo al orgullo del caballero.

—¿De dónde sacaron ese mapa?

—Nos lo dio nuestro guía —contestó Sebastián mientras lo doblaba y guardaba en uno de losbolsillos de su pantalón—; además, ¿cómo sabemos que podemos confiar en ti?

—Mi pueblo es de los más leales a nuestra reina, y durante años hemos estado buscando laforma de despertarla de su letargo.

—Dicen que solo la espada puede romper el hechizo —intervino Mizuki.

—Así es. Sin embargo, nosotros estamos buscando otra solución igual de urgente.

Page 80: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿A qué te refieres? —preguntó la japonesa con su mano presta a desenvainar la espada.

—A que nadie puede entrar al palacio desde aquella noche —respondió apretando sus puños,como un gesto evidente de impotencia—, los enemigos custodian el cofre.

—¿Estás diciendo que las brujas controlan los accesos al palacio?

—Dejaron una custodia dentro del palacio, sí —respondió con firmeza—, pero losalrededores son nuestros. Tenemos absoluto dominio de los ingresos y las rutas de acceso.

—No entiendo; ¿por qué no envían guerreros para tomar posesión del palacio?

—Ya se los dije, está embrujado, no podemos entrar; ninguno puede.

—¿Entonces cómo se supone que la liberaremos si no podemos entrar? —preguntó Sebastiánresignado.

—No nos apuremos; seguro hallaremos el modo —dijo Mizuki optimista, levantando el ánimode los otros dos.

—Bien, si insisten con esta sonsera de avanzar hacia territorio enemigo, me veo obligado aacompañarlos.

—Seguro precisaremos ayuda —asintió Mizuki corriendo junto a Sebastián las piedras queobturaban la entrada.

Todo estaba listo. Solo les restaba armarse de valor para tomar esa vía alternativa que losayudaría a evitar los senderos milenarios y quedar a merced de cualquier enemigo. O eso creían.

—¿Por qué dijiste que era una mala idea tomar este camino? —preguntó Sebastián poniendoun pie en los viejos escalones que conducían a la dimensión desconocida.

—Porque nunca supe de este pasaje, ni oí a nadie hablar de él —contestó preparándose paradescender—, aunque imagino que si es peligroso pronto lo sabremos.

Atrás del argentino, descendió la japonesa y, finalmente, el apuesto caballero proveniente deHilferold. Alumbrando su andar con unas barritas luminiscentes que permitían divisar variosmetros hacia adelante, se encontraron con una suerte de túnel que, al menos en esa etapa, permitíasin inconvenientes el paso erguido de los exploradores; puesto que el techo estaba a unos tresmetros del suelo. El ancho, sin embargo, hacía imposible que más de una persona se desplazaracon comodidad debido a la estrechez, de ahí que avanzaran lento, con precaución, en fila india.

Era algo extraordinario. Una construcción milenaria que parecía haberse montado muchoantes, incluso, que el mismísimo reino de Helamantya.

Jugar a adivinar su propósito o quién –o quiénes- pudieron llevar a cabo semejante hazaña, setornaba ineludible a medida que se maravillaban con esa joya de la arquitectura antigua. Sin vigas,o alguna otra contención aparente que hiciera más llevadero el peso que debían soportar lasparedes, los constructores se las rebuscaron para curvar la estructura y hacerla serpentear, comouna suerte de zig-zag, para de ese modo evitar los derrumbes.

Todo estaba en silencio, apenas si podía escucharse el sonido de la respiración agitada, másproducto de la incertidumbre que de algún síntoma claustrofóbico, y el rechiflar de algunaspiedras que pisaban, sin querer, a su paso.

Page 81: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Luego de varias horas de procesión, se toparon con la majestuosidad que echa por tierra losimposibles. El camino, antes estrecho y alargado, desembocaba de pronto en una cámara muchomás amplia, iluminada y ventilada que hacía olvidar, más no sea un instante, que estaban bajotierra. Sin embargo, no todo eran buenas noticias. En el mapa que poseían solo alcanzaban a ver laentrada y la salida de aquel pasaje subterráneo, pero no regalaba señales o pistas de cómomoverse a través de él. Ese dilema se presentó cuando observaron que esa amplia sala a la quehabían arribado, ofrecía por lo menos seis rutas a seguir.

El temor de elegir la equivocada era mayúsculo, puesto que un error podía resultar,tranquilamente, en irreversible o, peor aún, llevarlos a la muerte. De buenas a primeras, el caminosilencioso que prometía llevarlos a salvo a su destino, se había convertido en una trampa y ellargo y único pasadizo era de pronto un complejo laberinto que podía ser letal para quien noconociera sus secretos.

No tenían opción. La brújula que Gabriel traía consigo se comportaba raro desde el momentoen que descendieron aquellos lejanos escalones y el hecho, obvio, de no poder guiarse mirandolas estrellas, los obligaban, una vez más, a seguir sus instintos para salir ilesos de tan agobiantesituación.

—¿Alguna novedad? —preguntó Sebastián luego de reunirse con sus compañeros en la cámaracentral tras haberse repartido la exploración de algunos túneles.

—El de la izquierda parece más un conducto de agua —respondió Gabriel sacudiendo susrodillas— tuve que gatear después de los primeros cincuenta metros; yo diría que no es por ahí.

—También el de la derecha —dijo Mizuki—. Tal vez en el pasado por aquí transportaban elagua que llegaba a todo el reino.

—Podría ser, no lo sé —respondió el argentino masajeando su barbilla—. El camino que yoseguí, era bastante similar al que tomamos para llegar aquí, aunque no había ductos de ventilación;tal vez nos asfixiemos.

—No es muy alentador entonces —respondió Mizuki en cuclillas, lista para explorar otrasopciones.

A los pocos minutos estaban de vuelta. Ninguno de los caminos se veía prometedor; seguro,pensaban, esa había sido la idea de los constructores para evitar que cualquier extraño seadentrase más allá de lo que estaban dispuestos a tolerar. Luego de un pequeño debate, un breveintercambio de opiniones, optaron por unanimidad adentrarse por uno de los accesos centrales conla esperanza de que fuera el acertado.

Caminaron cientos de metros hasta que de repente Sebastián, que venía segundo en la marcha,se percató de un agujero, un hueco considerable por el que caería cualquier desprevenido, yalcanzó a atajar, en el aire, a una mizuki sorprendida.

«¡No me sueltes!» gritaba la japonesa aferrándose al brazo derecho de su compañero que lasujetaba con dificultad. Las venas marcadas alrededor de sus extremidades y el enrojecimiento desu rostro, señales inequívocas de un esfuerzo denodado, no hacían más que dejar en evidencia elcompromiso y amistad imperante entre los jóvenes terrestres.

Sin espacio para la intervención de Gabriel, éste solo atinó a sostener al argentino de la

Page 82: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

cintura y arrastrarlo hacia atrás, para con el envión poder subir también a Mizuki. Así lo hicieron,luego de unos segundos de completa angustia y desesperación, los tres cayeron boca arriba, unoencima del otro, gracias al impulso generado.

El abrazo ferviente entre la aprendiz de veterinaria y el historiador devenido en bibliotecario,no hacía otra cosa más que afianzar una relación incipiente pero sólida; tan sólida como lasparedes que los circundaban.

Ya estaban agotados. Habían perdido también la noción del tiempo. Intuían que la nocheinvadía el cielo hacía rato y la luna se colaba en el firmamento atestado de estrellas. No podíanrendirse, echarse a dormir era un lujo que no podían darse en esas circunstancias; máxime cuandoel ruido, incipiente, del fluir del agua, causó que apuraran el paso, temerosos de una inundaciónrepentina que llenase los túneles con ellos adentro.

Al llegar, la sorpresa. Aquel incesante goteo que retumbaba en las paredes inmemoriales, sehabía convertido en un manantial, una suerte de estanque de agua cristalina que no dudaron encargar con sus manos y beber como si no hubiera un mañana. Sin embargo, mientras los hombresno podían pensar en otra cosa que no fuera saciar su sed, Mizuki advirtió, tarde, la presencia deunas cuantas cubetas a medio llenar; y una canasta repleta de frutillas. No estaban solos en eselugar.

—Levántense lentamente —dijo un hombre diminuto con un hacha en el cuello de Sebastián.

—Tranquilo —respondió el argentino poniéndose de pie, con los brazos en alto; en señal deinocencia.

—¿Qué hacen en este lugar?, ¿acaso no les alcanza con todo el mundo que gobiernan avoluntad?

—¡Eres un maldito Enano! —gritó Gabriel desafiándolo con su espada, mientras el argentinocontinuaba de rehén, a merced del hacha filosa que rozaba su cuello.

—Y tú eres un malnacido hijo del hombre —respondió retrocediendo.

—Escuche señor, no queremos problemas; solo intentamos llegar lo más cerca de Glinwoodposible.

—Existen hermosos y directos senderos bajo el sol abrazador, ¿por qué ingresaron a nuestrosdominios?

—Se supone que ustedes se habían extinguido —reviró Gabriel sin ayudar demasiado—, losDrow se adueñaron de las montañas nevadas acabando con toda tu especie.

—Muchos sobrevivimos cuando los invasores nos expulsaron —respondió con cierta congoja,entrecerrando los ojos.

—¿Y ahora viven en estos túneles? —preguntó Sebastián sin quitar la vista del arma que loamenazaba.

—Por supuesto que no —respondió empujando al argentino hacia adelante, encima de susamigos—, nos ocultamos en el Bosque de la Niebla. Ya no somos bienvenidos en ninguna parte.

—Por algo será —ironizó el guerrero de Hilferold volviendo a poner al Enano en pie de

Page 83: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

guerra.

—¿Y qué haces aquí abajo, Sr…?

—Díganme Tilmur, y estoy transportando agua a mi casa, claro

—De acuerdo Tilmur, buscamos la salida de este túnel, ¿podrías decirnos como llegar aGlinwood desde aquí?

—No confíen en él, su raza es enemiga de nuestra reina —advirtió Gabriel mirándolo conrecelo.

—Recién ni siquiera sabías que existían y ahora resulta que son enemigos —chicaneó Mizuki.

—Ya me he presentado pero… ¿Quiénes son ustedes? —preguntó el Enano tomando con fuerzasu hacha.

—Mi nombre es Mizuki y él es Sebastian —respondió enseguida—. Venimos de una tierradistinta, lejana, difícil de explicar.

—¿Y a qué han venido?

—A liberar a la reina Zafiro —respondió Gabriel entrometiéndose.

—No estaba hablando contigo —reviró Tilmur elevando la voz—, la princesa era amiga de mipueblo, había prometido que nos devolvería nuestras tierras

—¡Mentira! —gritó Gabriel desconcertado—, Zafiro jamás pudo prometer algo así.

—¿Por qué crees que Líncaro tomó parte en el complot? —preguntó sagaz—, al final seretractó de su promesa.

—Entonces era cierto; esa era la eterna negociación que el rey Clunio llevaba con los Drow—murmuró Gabriel—; no solo era el cese de hostilidades contra la corona, sino contra ustedes.

—Pero ya todo acabó —dijo Tilmur cargando las cubetas de agua y dando media vuelta,presto para continuar su viaje.

—¡Aguarda! —exclamó Mizuki parándolo en seco—, llévanos a Glinwood y la reina sabráque nos ayudaste.

—¿Acaso poseen la espada sagrada? —preguntó sin voltear.

—Creemos que puede estar allí.

—Ese pueblo está maldito —dijo soltando las cubetas—, existe en esas tierras un mal quenunca duerme, no es buena idea.

—La reina nos ha enviado, ¿acaso no oyes? —inquirió Gabriel sin abandonar su actitudbelicosa.

—¿Sabes cómo llegar? —preguntó Sebastián esperanzado en obtener un guía.

—Espero que sepan lo que hacen; nadie ha vuelto jamás de ese sitio…

Page 84: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro
Page 85: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XVPontosirenya

El sol se elevaba radiante por el noreste y se brindaba como la única compañía de loscondenados que se hallaban varados, esperando el fatídico beso de la muerte, en la solitaria IslaCalavera.

Ese era el panorama que sobrevolaba los destinos del joven Dakarai y su guía, el inefable einimputable jardinero Clemont Burton. Hoy, al igual que ayer, solo podían contemplar el aguacristalina, calma, apacible, que rodeaba su mundo hasta donde la vista alcanzaba con laresignación de haber aceptado un final con mucha más pena que gloria. Sin embargo, algo en elamanecer, algo en aquel trozo de tierra en medio de la nada, era distinto esa mañana. Algunas delas palmeras que solían vestir de paraíso la calamidad, habían pasado a mejor vida y seencontraban dispuestas una al lado de la otra, formando una suerte de balsa; lista para intentar unaproeza tan poco ortodoxa como peligrosa.

El Mar del norte no era la única preocupación para el africano. Vencer la parsimonia de sucompañero y animarlo a superar sus miedos para salir airosos de la aventura, era realmente latarea más ardua por realizar.

—¿Qué significa esto, muchacho? —peguntó Clemont, entrecerrando los ojos para evitar quelos rayos del sol obnubilaran sus pupilas adormecidas.

—Anoche, mientras roncabas, decidí que no voy a morir en esta isla —contestó Dakaraiultimando detalles en su balsa improvisada.

—Ya veo, has decidido ahogarte en las profundidades del mar con ese cacharro.

—Debemos aprovechar el buen clima —respondió quitándose la remera—; la dirección yvelocidad del viento son óptimas, o lo intentamos ahora o no habrá un mañana para nosotros.

—Escúchame amigo, sé perfectamente lo que sientes; comparto tu frustración, en serio. Soloéchate bajo una palmera y acepta lo que te tocó en suerte.

—Aprecio tus consejos para morir como un cobarde, pero prefiero aferrarme a la vida; digo,todavía estoy aquí, con todas mis facultades a disposición de las metas a cumplir; voy aaprovechar ese regalo del cielo —respondió acercando al agua la barcaza— ¡Última llamada! —

Page 86: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

gritó amenazando con marcharse.

—Eres un insensato —murmuró por lo bajo, sin poder ocultar la sonrisa que se dibujaba en surostro—, espero que soporte el peso de ambos porque si muero ahogado, puedes estar seguro deque te voy a matar.

Impulsada por el oleaje y por los fuertes brazos de Dakarai, que utilizaba un tronco atravesadocomo remo, deambularon sin rumbo alrededor de dos horas, amenizando el tiempo conconversaciones coloquiales que les hicieran olvidar, más no sea por un instante, la ruleta rusa quehabían decidido jugar.

—¿Qué me dices de la Sra. Burton? —preguntó Dakarai sin dejar de remar las paradisíacasaguas.

—No hay una Sra. Burton, jamás la hubo —respondió con un dejo de tristeza en la voz.

—¿No encontraste a la indicada?

—Pasaba mucho tiempo en el palacio de joven; no había lugar para una vida social —sesinceró con la palma de su mano jugueteando con el agua—; además, toda mi camada tenía ojospara una sola mujer.

—¿Para quién? Cuéntame.

—Tal vez creas que el sol que nos regala la posibilidad de admirar todas las bondades anuestro alrededor, el que nos da calor, el que brilla incluso cuando no reparamos en su presencia; el que nos da vida, aquel astro monumental que gobierna el firmamento, es el único que existe.Pues no es así.

«Zafiro tiene el mismo poder; la misma capacidad de penetrar en el frío congelado que moraen las montañas; capaz de hacer emerger las flores de la oscuridad más profunda; de sacarle unasonrisa a la tristeza más dura anclada en el alma. Era solo verla andar. A cada paso que dabapodías sentir como el viento se detenía, la brisa matinal se posaba en su cara y el reino sealegraba como un acto reflejo. Su cara, el rostro más bello que cualquier mortal ha contempladojamás. Un regalo del cielo para un conglomerado de ciegos que no saben apreciar el encanto sutilque sus labios derraman. Tontos, ilusos, soñadores, eso fuimos todos los que tuvimos el placer yla mala suerte de ser testigos del cautivador vaivén de sus caderas como de su voz, risueña comoel bosque en primavera.

—No sabía que la princesa despertara tantas pasiones. ¿Y quién fue el afortunado?

—¿Afortunado? —preguntó frunciendo el ceño.

—Claro, el que logró conquistar a la gema más codiciada.

—Creo que no has entendido lo que te he dicho —respondió y cerró los ojos, rememorandoalguna travesura pasada—. Ella era como el mismísimo sol; realmente lo era, pero el astro rey noes del todo bondadoso.

«Regala su luz, como te dije, nos da calor, nos abriga, nos contiene. Sin embargo, tambiénllega a quemarte si te acercas demasiado; te encandila hasta enceguecerte como un topoacurrucado en las profundidades de su madriguera. Te engaña. Cuando piensas que es posibleconquistarla y monopolizar su radiante corazón… caes a la realidad, la dura y triste realidad que

Page 87: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

te grita, aunque no quieras escucharla, que el sol sale para todos.

—¿Tan promiscua era?

—Estaba más ocupada y preocupada por su gente que por enamorarse.

—Pero si no estaba comprometida con nadie, entonces tal vez podías haber tenido algunaoportunidad.

—Era la heredera y yo un jardinero —respondió con el rostro desfigurado, irradiando rencor.

Aquella cara, la misma que expresaba sin reparos las sensaciones urticantes, se transformaríaaún más cuando un canto cautivador e hipnotizante parecía desafiar las barreras del sonidopenetrando a la superficie desde las profundidades. No había duda ni margen para el error o laconfusión. El cielo celeste que todavía pintarrajeaba la mañana, estaba a punto de ser el únicotestigo de un acontecimiento fuera de todo pronóstico o libreto.

Las sirenas, aparentemente violando todo convenio, ignorando los acuerdos realizados en elpasado, intentaban persuadir, en principio de forma apacible, a los marineros indiscretos queosaban desafiar al destino, despreocupados de codearse con la muerte, a la deriva de una barcazadeprimente.

El juego de la seducción, la irresistible melodía de las sirenas que tantos navíos habíasumergido, que tantas almas había secuestrado, que tantos corazones había corrompido; parecíaresurgir con el único propósito de ultimarlos, como si fuese condición sine qua non acabar contodos los intrépidos que abandonaran, gracias a un ingenio tenaz, la Isla Calavera. De una forma uotra debían morir. Si no aceptaban su destierro y se rendían sin luchar; ellas parecían tener eldeber, o al menos sentirse en la obligación, de acabar el trabajo inconcluso. Esa desdicha, esabarbarie, esa calamidad era la que ahora debían enfrentar, en medio del océano inclemente, eltemeroso jardinero y su osado camarada.

Todo oscureció. Ante la mirada impávida de Dakarai, el terror manifiesto en Clemont, a puntode desmayarse, las aguas, antes calmas y cristalinas, se tiñeron grisáceas y comenzaron a acelerarun oleaje inusitado. Haciendo equilibrio para no caer de la balsa, ambos hombres comenzaron unadiscusión que no duraría demasiado.

—Esto es imposible —vociferó Clemont, algo aturdido por el chiflar del viento arremolinadoque se había levantado desde las entrañas mismas de la nada—, creía que las sirenas soloatacaban a los pescadores.

—Tal vez ya no les interesa mantener la paz —dijo Dakarai usando el tronco que antesoficiara de remo como si fuera un bate, agazapado para repeler cualquier sorpresa.

—No lo creo, nadie las ha visto en los últimos siglos, quiero creer que anoche mientrasconstruías esta porquería no hiciste nada estúpido.

—¿A qué te refieres?

—Eres en desgraciado —sonrió nervioso—, te atreviste a pescar en las aguas prohibidas yluego me obligaste a subir a esta barcaza.

—Lo siento, tenía hambre, no creí que las historias que me contaste fueran ciertas —se excusócon una mueca de sonrisa dibujada en el rostro.

Page 88: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Era menos doloroso morir en la isla —se lamentó antes de lanzarse apresurado sobre elcuello de Dakarai que no tuvo ningún problema en repeler el ataque.

—Tranquilo, tengo un plan —dijo con la vista puesta en el remolino que parecía abrir lasaguas, el mismo que atraía cual imán la balsa cuasi destrozada por el temporal.

Las leyendas eran ciertas. Los cuentos eran reales. En medio de la tempestad, cayeron alocéano indefensos y fueron sujetados por dos sirenas de belleza inconmensurable; finas doncellasde rasgos delicados y agraciados los arrastraban a las profundidades, mucho más allá del lechomarino.

Estaban inconscientes. A los pocos metros y ante la obvia falta de oxígeno perdieron elconocimiento y se desvanecieron en los brazos de aquellas criaturas que los conducían, sinescalas, a sus dominios.

—Oye Clemont —susurró Dakarai despertándose algo bamboleado—, ¡despierta!

—Siento como si mis huesos quisieran salir de mi cuerpo, ¿qué es este lugar?, ¿dóndeestamos? —preguntó el otrora jardinero mientras palpaba sus costillas adoloridas.

—No lo sé, solo recuerdo que nos sumergimos en el mar —respondió poniéndose de pie,antes de quedar perplejo, sin palabras, a las puertas de lo que parecía ser un imponente templo,totalmente recubierto de mármol blanco.

—¡Arrodíllense criaturas deleznables!

—¿Ustedes son las famosas Sirenas? —preguntó Clemont cabizbajo.

—¿Por qué preguntas?

—Creía que tenían cola de pez.

—La tenemos, pero no la usamos fuera del agua —respondió buscando la complicidad de suhermana que la miraba con dulzura—, ahora párense y suban las escaleras; ya está todopreparado.

—¿Preparado para qué? —preguntó Dakarai frunciendo el ceño.

—Se van a hacer un festín con nosotros, debimos quedarnos en la isla, te lo dije.

Los escalones eran unos cincuenta. Nada que no pudiera subirse en uno o dos minutos. Sinembargo, Dakarai no podía dejar de maravillarse con ese lugar que se asemejaba a un inmensojardín, sereno y complaciente donde las cuerdas de lo que parecía ser una balalaica volvían todoextremadamente irreal. Máxime cuando al llegar a la cima, miró hacia arriba y advirtió, atónito,que el cielo se movía, se mecía con las olas empujadas por la brisa. Allí lo comprendió. Estabanen el fondo del mar. Una tierra debajo del relieve oceánico.

«Bienvenidos a Pontosirenya» dijo la más joven de las doncellas, invitándolos a ingresar enaquel magnífico edificio.

—Padre, Madre —dijo la bella Coral al irrumpir en el palacio del rey, saludando a suspadres, sentados en el trono, en medio de una multitud que se había convocado, de prisa, conmotivo de decidir la suerte de aquellos que osaron romper el juramento de paz—, estos son loshombres que pescaron en nuestras aguas.

Page 89: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Mi nombre es Magnalius Trinti; y soy el Tritón gobernante en este territorio —se presentósin ponerse de pie—. A mi lado, la Sirena Mircela es mi reina, y las jovencitas que los escoltan,Coral y Fresia, son nuestras bien amadas hijas.

—Es un placer para mí tener el privilegio de visitar tus dominios Sr. de las profundidades —se hincó Clemont demostrando respeto.

—En realidad, soy el Sr. de los mares. Profundidades es muy amplio y ambiguo y podríanconfundirme con alguien más

—Por supuesto Sr., mis más sinceras disculpas por la equivocación. Mi nombre es ClemontBurton del reino de Helamantya y mi compañero aquí presente es…

—Dakarai Timpu —interrumpió en seco, acercándose al trono de los reyes, provocando quelos guardias se pusieran alerta—, y vengo desde más allá de los confines de la tierra y el espacio,Su Majestad.

—Sean bienvenidos a mi tierra. Como sabrán, está prohibido pescar en nuestras aguas y asítodo tuvieron el tupe de hacerlo —mientras Magnalius hablaba, un pequeño séquito de una decenade hombres colocaba cuatro sillones a cada uno de los lados de la sala—, y ahora, al igual que lohan hecho millares y millares a lo largo de los años, deberán ser sometidos a juicio y ganar en élsu libertad; o morir intentándolo.

—¿Juicio?, ¿qué juicio? —preguntó Clemont mientras era encadenado y obligado a ponerse derodillas, en medio de los sillones donde de a poco iban tomando su lugar cada una de losmiembros del jurado —. Esto no tiene sentido, ¡soy inocente! No fui yo el que capturó al indefensopez, lo juro.

—Mircela, Zevora, Agali, Hanna, Silene, Lilia, Fresia y Coral, decidirán ahora si soninocentes y hubo aquí un mal entendido o bien son culpables y deben pagar en consecuencia.

Page 90: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XVI La esfera de cristal

Su aventura marítima parecía haber quedado atrás. El capitán Duncan había decidido seguiraquel sueño que lo invadió por la noche y de ese modo congraciarse con la reina liberando a suelegida. Seguramente no fue fácil para aquel joven orgulloso desprenderse de tan bello y valiosobotín, pero tenía claro, como había experimentado en el pasado que, a veces, y solo a veces, hayque soltar lo que no nos pertenece.

Sola, sin transporte ni provisiones, la británica deambulaba sin rumbo aparente por las tierrassin dueño, sin gobierno, sin ley, del reino de Helamantya. Solo podía pensar en llegar a cualquiersitio donde poder descansar y toparse con alguien, que lejos de utilizarla como escudo o algopeor, la ayudase con sinceridad a llegar al famoso palacio Reverel.

El día no ayudaba demasiado. El cielo celeste, completamente despejado, y la ausencia totalde viento tornaban el día extremadamente caluroso. Estaba sedienta, con la garganta seca, al bordede la locura, cuando su cuerpo cedió ante el cansancio y la inanición.

El pueblo más cercano era Farmington; sin embargo, estaba a una luna de distancia viajando acaballo. No podía permitirse semejante trajín sin antes saciar las necesidades básicas que sucuerpo reclamaba. Buena parte del problema podría endilgársele al buenmozo capitán que pese ahaber liberado a Nataly Windsor, no pudo o no quiso desligarse por completo de su costado piratay la hizo descender del Inmortal sin más equipaje que su deseo imperioso de tocar tierra otra vez.

Tanto luchar, tanto sufrir, tanto extrañar; no podía simplemente rendirse y quedar a merced delo que la vida decidiese para ella. No era su estilo. No iba con su personalidad. Debía continuar,tenía que hacerlo por Sebastián; ni un segundo dejaba de pensar en él, en cómo se encontraría, quécamino estaría tomando para reunirse con ella, cuánto deseaba abrazarlo. Debía ponerse de pie ycaminar por Dakarai, aquel muchacho fortachón que de seguro no se había rendido y buscaba laforma de encaminar el cauce de los infortunios. Incluso Mizuki, con quien apenas había tenido unbreve contacto, era una buena excusa para animarse a enfrentar su alarmante presente.

Lo consiguió. Después de buscar y encontrar fuerzas donde parecía no haberlas, se puso de piey siguiendo sus instintos caminó con dirección al sur. De repente, a lo lejos, como una imagenborroneada, la silueta de una niña rubia que le hacía señas con sus manos, le recordó a la reinaZafiro y comenzó a trotar para poder alcanzarla. Era inútil. Cuanto más se esforzaba por acortar la

Page 91: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

distancia que las separaba, más se convencía de que nunca lo haría. Era una suerte de ilusiónóptica, producto de su locura por la falta de alimento, pensaba mientras avanzaba por inercia.

Luego de algunos kilómetros dejó de ver a la niña, más no dejó de sentir su presencia. Elsonido en forma de canto arrullador que viajaba a través de la incipiente, pero nunca tanfervientemente deseada brisa, parecía dirigirse a ella, como guiándola en su camino. No dudó enseguirlo.

Estaba nerviosa, caminando en campo abierto sin la más mínima protección en caso de toparsecon alguna presencia indeseada. A lo lejos, al costado del camino, lo que parecía ser una choza,logró encender su espíritu y llenar de algarabía su corazón. Seguro pensó que por fin se habíanoído sus plegarias e iba a tener la posibilidad, no solo de alimentarse y aprovisionarse, sinotambién, y fundamental, de descansar unas horas. No tenía idea de que encontraría mucho más enese lugar de lo que hubiera podido imaginar jamás.

Se cansó de golpear las manos esperando que alguien abriera. Para su suerte, la triste ydecrepita puerta de madera raída, cedió sin mayores atenuantes ante la patada furiosa de la jovenbritánica que comenzaba a perder los nervios. Por dentro, la vivienda era muy parecida a la deIrina, escondida en las profundidades del Bosque Nocturno.

«¿Qué es este lugar?» se preguntaba mientras revisaba cada recoveco en busca de comidaprimero y, también, de armas que le permitieran defenderse en el exterior. Una mesa de madera,coronada por una cesta con frutas; una silla del mismo material y un armario sin cajones, adornadopor dos macetas que albergaban flores marchitas, abandonadas a su suerte, y sostén de unoscuantos manuscritos ilegibles; eran lo único, amén de un antiguo retrato familiar que yacía en elsuelo; apoyado en el vértice de la pared. En la habitación contigua, el panorama desolador dabapaso a la decadencia absoluta. Apenas un catre, cuyas sabanas amenazaban con ir a parar al sueloy un pequeño arca que asomaba semi oculto detrás de la puerta o lo que quedaba de ella, eran todolo que existía en aquel rincón arrasado por la humedad inclemente.

Sin dejar de mordisquear con ganas la manzana jugosa que había tomado de la sala principal,abrió el cofre sin mayores dificultades y halló una llave, en un compartimento secreto, que notardó en maquinar en su mente qué puerta o candado abriría. Tras revisar no menos de tres vecesla choza y no encontrar cerradura alguna, estaba por darse por vencida cuando advirtió que aquelcatre polvoriento estaba levemente inclinado hacia adelante. Más rápido que inmediatamente, locorrió con firmeza y allí estaba, oculta detrás de una rendija, la silueta inconfundible de unacerradura. Le dio dos vueltas a la llave como quien pide un deseo y parte de las maderas queoficiaban de pared cedieron hacia abajo cual puerta corrediza.

Era imposible, seguro estaba soñando; esperaba que alguien la despertara cuando al correr elpaño que la envolvía tuvo frente a sus ojos, y al alcance de sus manos temblorosas, la perdida ycasi mítica esfera de cristal desaparecida hacía veinte años del palacio Reverel durante la nochetrágica. Se quedó en silencio, contemplándola, temía tocarla y que eso desatara una serie deacontecimientos en cadena que estuvieran fuera de su control.

«Dios mío, es la esfera, ahora qué debo hacer» se repetía una y otra vez frente a uno de losobjetos más trascendentes para la vida del reino a merced de su voluntad. Cerró los ojos. Intentóponer su mente en blanco para luego sí tomarla con decisión. Lo hizo. Estiró levemente sus brazosy se apropió de la esfera como si de eso dependiera su vida.

Page 92: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

«¡Lincaro! Este es un accionar imperdonable» exclamó el rey Clunio mirando fijamente alrey de los elfos bajo la montaña.

—Sepa disculpar nuestra osadía Majestad, pero hemos venido a tomar el reino en nuestrasmanos —respondió con su espada dorada, cuya hoja era tan larga que podía atravesar a unadversario a tres metros de distancia.

—No podemos permitir que asuma el poder la reina Zafiro, no confiamos en ella —dijo Therión tras degollar a un niño de cuatro años, perteneciente a la nobleza, dejándolotirado sobre una enorme alfombra oscura que de a poco se teñía de rojo sangre.

—Ríndete viejo amigo y podrás salvar tu vida y la del resto de tus seres queridos —laspalabras de Líncaro, con quien se había estado negociando la tan ansiada paz durantedécadas, sonaban como puñaladas en la espalda del rey—. Solo queremos a la princesa.

—¡Sobre mi cadáver se llevaran a mi hija!

—Mi reina, recuéstese, no tenemos mucho tiempo —dijo una mujer encapuchadavisiblemente conmovida.

—¿Qué ha pasado?, ¿cómo pudieron las brujas llegar hasta aquí? —preguntó Zafiroacostándose sobre el suelo, al lado de su cama.

—Alguien rompió el conjuro; le aseguro que descubriré quién lo hizo, pero primerodebemos poner a salvo su vida —dijo la mujer tomando distancia y preparándose para soltarun hechizo.

«Con la venia del rey y por el poder que me han conferido los cielos, delego a este árbolmilenario la protección de la espada magna; que aquí permanezca hasta el final de los tiemposo hasta que el turbulento viento del sur arrastre hasta su morada al elegido por la corona paraempuñarla en su nombre. Ahora duerme, duerme espada eterna hasta que el otoño se marchite yel invierno oscuro dé paso al fin a la primavera futura; que nunca nadie te encuentre a menosque un Reverel corra el velo del secreto y reclame por ti en tortuosos momentos.

Fue un flash, una película cuyas escenas antiguas y discontinuadas penetraban en su cerebropor sujetar la esfera. Desde lo acontecido durante la noche trágica hasta la exacta ubicación de laespada le fue confiado a Nataly, reconociéndola como una mujer de la reina, una justa merecedoradel conocimiento prohibido. Estaba en shock cuando de repente, el relinchar de un caballo en elexterior la devolvió a la realidad y, cubriendo la esfera con el paño y escondiéndola entre susropas, se apresuró a la salida, con el miedo a ser descubierta por quien sea que hubiera llegadomontando ese animal.

No había nadie. Solo el corcel agitando sus patas contra la tierra, como esperando que Natalysubiera sobre su lomo para continuar un viaje que ahora se tornaba urgente. No es que antes no lofuera, pero el hecho de cargar la esfera y no contar con ningún elemento para defenderla, volvía lasituación mucho más desesperante. No sabía dónde estaba. Confiada, se dejó llevar por su nuevoamigo que a diferencia de su jinete, parecía tener bien claro el sendero que conducía a laseguridad; más no sea provisoria.

Caía la tarde cuando pudo avistar, a lo lejos, las murallas infranqueables de lo que sin dudaera un nuevo pueblo del reino de Helamantya. No pudo evitar sonreír. Abundante y fresca agua,

Page 93: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

enormes y sabrosos platillos y la comodidad de una cama digna de una guerrera del reino, eratodo lo que anhelaba mientras cabalgaba a su destino.

Cuando se abrieron las puertas y pudo ingresar al poblado, un gran número de personas sehabían agolpado para recibir a la forastera. Podía sentir, sobre sus hombros, el filo de las miradasdesafiantes y desconfiadas que seguían su ruta con recelo. No era bienvenida.

Al contrario de lo ocurrido en Viperá, donde su presencia fue tomada con alegría y llenó deesperanza los corazones abatidos de cada uno de los vecinos, allí en Farmington, uno de los dospueblos que yacían en el norte, en las cercanías de los Mares Cristalinos, no parecía tenerdemasiados adeptos su incursión imprevista.

—Desmonte señorita —dijo un soldado bloqueando el camino del caballo.

—Mi nombre es Nataly, Nataly Windsor —respondió con la mayor firmeza que pudo—, yquisiera un lugar donde poder descansar unas horas.

El murmullo de la gente comenzaba a volverse insoportable. Era obvio que no la querían allí,lo que aún no estaba claro era el por qué.

—Ningún extranjero recibirá comodidad alguna por parte de nuestro pueblo —contestó elsoldado ganándose el aplauso cerrado de su gente.

—Yo no soy extranjera; o en realidad sí lo soy, pero soy una extranjera amiga, aliada.

—Helamantya no tiene aliados señorita Windsor, dígame una cosa, ¿no les alcanza conaprovecharse de nuestra debilidad con acuerdos leoninos que solo perpetúan la miseria y laaflicción?

—No sé de qué está hablando señor, yo no hice un acuerdo con nadie —respondió apretandocon fuerza el tesoro que traía oculto en su vestimenta.

—Vienes del norte, vienes del mar; lo que quiere decir que eres alopontiana o de cualquierotra tierra más allá del gran charco —reviró una mujer, con pinta de harapienta, escupiendo sudesdicha en cada palabra.

—No soy alopontiana, ¡soy inglesa! —exclamó confundiendo bastante más al chismosoauditorio—, es tedioso dar siempre la misma explicación a cada lugar al que llego.

—Jamás hemos oído de esa tierra —respondió el soldado desenvainando su espada—, elhecho de que hayas venido de tan lejos solo confirma nuestras sospechas.

—¿Qué sospechas? —preguntó exaltada.

—Que la noticia de nuestra anarquía ha llegado a los confines del mundo, y pronto vendránenemigos más letales de los que ya conocemos para esclavizarnos y tomar nuestro reino.

—Les dije que soy amiga de su reino. La mismísima Zafiro me trajo para liberarla de susueño.

—Osas pronunciar su nombre en vano —vociferó y luego colocó su espada en el cuello deNataly—, cómo te atreves a proferir semejante blasfemia.

«Mátenla» «Cuélguenla» «Lapídenla» «Sí, que se disculpe o muera» eran solo algunos de los

Page 94: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

gritos, al menos los únicos pronunciables, que provenían de la multitud agitada que no estabadispuesta a escuchar más mentiras tendientes a disfrazar la realidad.

—Lanceros, llévenla ante nuestro gobernador y que él decida qué hacer con esta lobadisfrazada de cordero —ordenó el soldado a sus súbditos.

—Que nadie se mueva, no se atrevan a acatar esa orden —dijo la voz de una mujer que se oyócon claridad en medio del bullicio.

—¿Quién se atreve a desafiarme abiertamente y a defender, encima, a una forajida, en contrade lo que mandan nuestras leyes?

—Yo lo hice —respondió Irina dando un paso al frente, despojándose de su negra capucha.

De inmediato, todos los presentes se hincaron ante ella. Una reverencia que hacía muchos añosno hacían a nadie, ni siquiera a su gobernador interino.

—Señorita Irina, llevábamos tiempo sin saber de usted —dijo el soldado, todavía con surodilla izquierda en el suelo mientras Nataly observaba estupefacta.

—Esa muchacha de ahí es una amiga nuestra, una dama de Helamantya, hónrenla, respétenla yasístanla en todo lo que necesite.

—Pero ella misma admitió no ser de por aquí, mi señora.

—La reina la eligió para liberarla, a ella y a otros cuatro valientes jóvenes —respondiócambiando los incesantes murmullos por un silencio avergonzado.

—¿Irina, qué significa esto? —preguntó Nataly abriendo sus brazos, no pudiendo creer elespectáculo allí montado.

—¡Ten más respeto insensata! —vociferó el gobernador Ardius sumándose a la fiesta—, yarrodíllate cuando te dirijas a la bruja blanca.

—¿Bruja blanca? —farfulló absorta.

—Es una larga historia.

Page 95: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XVIIEl secreto mejor guardado

—¡Silencio todo el mundo! —gritó la sirena Mircela, pretendiendo callar el murmulloincesante que inundaba la sala—, vamos a comenzar el juicio contra los acusados. A continuación,Zevora leerá los cargos contra Dakarai Timpu, cazador de almas, y Clemont Burton, perpetuadorde cadenas.

—Sra. disculpe pero yo no…

—¡Cállese la boca el acusado! —interrumpió Zevora cortando en seco la hilarante defensaque el jardinero real estaba por hacer —, Dakarai y Clemont, se los acusa a ambos de pescar enlas aguas prohibidas y quebrantar, con eso, siglos de paz arduamente construida, dejando atrás labarbarie que afligía cada rincón del reino. La pena para dicho accionar es la muerte —concluyódando paso a un clamor enardecido por parte de los asistentes—. ¿Cómo se declaran?

—¡Inocentes!, al menos yo señoría —se apuró Clemont para no dejar espacio a la duda.

—¿Y usted? —preguntó Zevora dirigiéndose a Dakarai.

—No soy partidario de la frase que reza: “el fin justifica los medios”, pero esta vez me viobligado a valerme de ella para poder servir a un bien mayor.

—No lo escuchen, es claro que las profundidades del océano lo tienen algo mareado —dijoClemont, más apegado a excusas banales y discursos trillados para salir indemne de situacionesembarazosas que a probar con la verdad.

—¿Se declara culpable o inocente Señor Dakarai? —preguntó Zevora comenzando a perder lapaciencia.

—Inocente.

—¿Y toda esa pantomima que vociferó recién que era? —preguntó Agali, tan bella como tenaze implacable.

—Pretendía excusar mis acciones.

—Entonces admite que lo hizo, pescó en las aguas prohibidas —retrucó Zevora abriendo sus

Page 96: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

brazos, tanto como su fisionomía le permitía

—Lo hice para salvar nuestra vida… no puedo fallarle a la reina —dijo poniéndose de pie.

—Explícate mejor, deja de dar evasivas —lo apuró Agali.

—Fui convocado por la reina, junto a otros jóvenes de mi mundo, para despertarla de su largosueño y ayudarla, así, a recuperar su trono perdido —dijo con lágrimas en los ojos mientrasClemont asentía con la cabeza, apoyando los argumentos de su compañero.

—La reina está muerta, la Casa de los Reverel se perdió en las tinieblas; la línea sucesoria serompió hace años; ¿crees que no sabemos lo que ocurre en la superficie, jovencito?

—¡Zafiro no está muerta! —exclamó enseñando las venas en su cuello—, solo está dormida ynecesita del apoyo de todos para resurgir entre las cenizas.

—Nuestro mundo y el suyo siempre estuvieron en guerra, nuestra sangre lleva la huella de losenfrentamientos como el ADN genético fluye en la suya. Nunca hemos sido tan felices como losúltimos trescientos años; libres de arpones, a salvo de redes y todo tipo de creaciones ominosasque solo se proponían cazarnos y exponer nuestros bustos como botín, adornando las paredes desus casas o castillos.

«Gracias a los Reverel esos tiempos de barbarie habían terminado. Nuestro pueblo nadabalibre, sin temor a ningún ataque artero; sin embargo, lo que ustedes han hecho, no hace otra cosaque demostrar que los códigos se han resquebrajado, el acuerdo firmado antaño ya no tienevalidez y su insaciable sed de sangre, de nuestra sangre, es la prueba irrefutable de que el poderen Helamantya ha caído y nunca se levantará.

—Pero señora, yo no pesqué nada; de hecho siempre me opuse a ese plan macabro de esteforastero —se excusó Clemont mientras las ocho sirenas, miembros del jurado, se juntaban enronda para deliberar la suerte de los acusados.

A los pocos minutos, la decisión parecía estar tomada. Sin embargo, todavía quedaba tiempopara que las sirenas se sacaran una duda que les impedía comprender el panorama en su totalidad:

—Si lo que deseabas era sobrevivir, y no resignarte a morir en esa isla maldita, ¿por quécreíste que pescar en nuestras aguas te haría completar la supuesta misión que te impulsa?

—Pensaba que, tal vez, ustedes se apiadarían de nosotros y más no sea por el cariño, simpatíao respeto que tienen hacia la princesa o su familia, nos iban a ayudar a regresar a tierra paracontinuar sin más retrasos nuestro camino —contestó con sinceridad, arrodillado junto a Clemontque permanecía en silencio, con los ojos cerrados, como elevando una plegaria urgente.

—La sirena Hanna leerá el veredicto indeclinable de esta sesión —dijo Mircela dando unpaso atrás, permitiéndole a su sobrina exponer la sentencia.

—Señora, le repito que yo jamás hubiera permitido que se quiebre de este modo el acuerdomilenario; estaba durmiendo cuando este imprudente actuó de motu propio —jugó Clemont porenésima vez su defensa vacía.

—La decisión está tomada, tuvimos en cuenta todos sus argumentos, no se preocupe —advirtióHanna contestando la aburrida cantinela—, pónganse de pie los acusados —ordenó con firmeza—. Sin mayores preámbulos, el jurado aquí reunido con motivo de celebrar el juicio contra

Page 97: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Dakarai Timpu y Clemont Burton por las aberraciones ya conocidas por todos, tiene un veredicto.

«Este solemne tribunal encuentra a los acusados, respecto del cargo de quebrantar la paz:¡inocentes!

Al principio un breve murmullo y a continuación, una ovación coronada por un vendaval deaplausos y gritos de algarabía se manifestaban a favor de la decisión tomada.

—Respecto del cargo de pescar en las aguas prohibidas, se declara a los acusados:¡culpables!

El bullicio se resquebrajó y se desvaneció como el agua en el desierto. Las palabras del jovenafricano, sentidas y sinceras, habían hecho mella en los asistentes que habían, incluso, comenzadoa empatizar con su causa.

—¡No puede ser! Debe haber un error, yo no pesqué nada, soy inocente; exijo que me lleven ala superficie —reclamó Clemont entre pataleos, esperando reblandecer los corazones de losárbitros, encargados de definir su futuro.

—¡Silencio! Todavía no terminé de leer el fallo —lo regañó Hanna, cansada hasta el hartazgode las interrupciones—, aún falta hacer público el castigo que deberán afrontar.

—¿Entonces evitamos la muerte? —preguntó Clemont esbozando algo parecido a una sonrisa.

—Ningún mortal evita jamás la muerte; esa desesperación que te ha hecho hacer el ridículodesde que llegaste a nuestra tierra, no es otra cosa más que el temor a aceptar el fuego que todo lodevora o la lluvia que todo purifica; el impulso inmanejable de aferrarse a cualquier resquicio contal de ir a parar a ninguna parte.

—Creo que no comprendo —dijo frunciendo el ceño.

—A veces, y solo a veces, es mejor aceptar una muerte honrada que mendigar una vida vacía,repleta de montañas de nada.

—Pero mi vida florecía como las rozas en septiembre, antes de que estos belicosos llegaran acorromper nuestra paz.

—El hecho de que no dejaras de recalcar tu inocencia, pretendiendo con ello alcanzar laabsolución, incriminando a tu compañero sin tener el más mínimo remordimiento, es lo quecontradice tu necesidad imperiosa de continuar robando el aire de los mortales.

—Le eché la culpa porque él me arrastró hasta esta asfixiante situación.

—Porque te habías resignado a morir en la isla; y ahora no haces otra cosa que endilgarle lacarga de la desdicha a la persona que te dio otra oportunidad.

—¿Ahora resulta que él es el bueno del cuento y yo el ogro, es eso?

—No hay buenos y malos en esta historia; solo desinteresados u oportunistas; valientes ycobardes; sinceros y desleales —contestó Mircela dando por cerrada la conversación.

—Caminen hacia afuera —ordenó Agali a los hombres devenidos en reclusos.

—Aún no dicen cuál es el castigo que nos impondrán —dijo Dakarai encabezando la fila quebuscaba la salida.

Page 98: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Serán devueltos al océano —respondió Zevora cerrando la procesión.

—¿Entonces somos libres? —preguntó Clemont con una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, si pueden alcanzar la superficie antes de que el agua inunde sus pulmones —respondióAgali echando por tierra las esperanzas de salvación.

—Pero hay miles de metros hasta la superficie; eso o la muerte es exactamente lo mismo.

—Intentaremos llegar antes de ahogarnos —dijo Dakarai titubeando.

—¿Estás loco? Ni siquiera podríamos ascender diez metros antes de necesitar respirar.

—Entonces moriremos intentándolo —murmuró el africano para sus adentros, dándose valor—, tú siéntete libre de rendirte, yo prefiero pelear mientras todavía me queden fuerzas.

* * *

A cientos de kilómetros, pero también bajo la superficie, Sebastián y Mizuki, en compañía deGabriel y Tilmur, continuaban desplazándose por los intrincados y peligrosos pasadizos queconducían a todas partes, si conocías el camino, o hacia las entrañas de la perdición si traías acuestas la pesada mochila de la ignorancia.

Por suerte para ellos, el enano cascarrabias parecía conocer el laberinto subterráneo como lapalma de su mano y se aferraban a sus conocimientos, igual que a la esperanza de estar cada vezmás cerca de cumplir el objetivo por el que habían arribado en primer lugar.

No dejaba de maravillarlos aquella construcción inmemorial, que nadie tenía claro quiénes sehabían tomado tantas molestias y cómo es que pudieron construir semejante obra colosal.

Ya estaban cansados. Habían caminado sin parar desde que convinieron arribar a Glinwood yla pesadez en las piernas, así como una flojera general en todo el cuerpo, afectando también losojos que comenzaban a entrecerrarse, desobedeciendo las órdenes del cerebro por mantenersedespiertos y alerta, se evidenciaban con claridad y reclamaban un merecido descanso. Ahí nomás,se echaron en el suelo y utilizando las mochilas o pequeñas mantas como almohadas, sedispusieron a descansar para reponer fuerzas antes de continuar el viaje; después de todo, por másque sea un trayecto directo, sin tránsito o peligros latentes, estaban llevando adelante la odisea deatravesar medio reino a pie.

Sebastián no podía dormir; tal vez sentía la necesidad imperiosa de mantenerse atentomientras sus compañeros reposaban. Quizás no tener ninguna noticia de Nataly comenzaba a hacermella en su alma y a contrariarlo mucho más de lo que estaba dispuesto a aceptar; amén de que nopodía evitar sentir remordimientos al darse el lujo de descansar, a salvo y tranquilo, mientras lareina aguardaba por él, dormida en su cofre hechizado.

Se puso de pie, apoyó su humanidad contra la pared y notó, sin querer o sin proponérselo, algoextraño en el muro opuesto. Definitivamente el material de una porción de la mamposteríaresaltaba del conjunto de manera sospechosa. ¿Por qué hacer toda la obra del mismo material yalterarlo en una ínfima fracción a mitad de camino; justo donde nadie esperaría encontrar nada queresaltase? Estaba convencido de que debía investigarlo. Tal vez no fuese nada, pero puede quealgo estuviera oculto, intencionalmente, del alcance de los peregrinos.

—Yo creo que es una pérdida de tiempo —dijo Gabriel dándole golpes suaves con el puño

Page 99: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

cerrado, sin poder disimular la sorpresa al sentirlo hueco.

—Supongamos que tienes razón jovencito, y algo permaneciera recóndito allí atrás, ¿qué tehace pensar que es algo bueno? —preguntó Tilmur con autoridad.

—No lo sé —respondió abriendo sus brazos—, pero jamás lo sabremos si lo ignoramos y ledamos la espalda a la evidencia.

—¿Qué es lo peor que pudiera pasarnos? —preguntó Mizuki atesorando el medallón de trébolque colgaba de su cuello.

—¿Lo peor? Que la caverna se derrumbe, supongo —dijo Gabriel sin estar demasiadoconvencido.

—¡Pero que estupidez! —replicó Tilmur en respuesta a las ocurrencias del heredero deHilferold—; una mega construcción que abarca miles de kilómetros no va a desmoronarse por laausencia de un rectángulo sospechoso. Voy a darle con mi hacha y a terminar con la incertidumbre.

—Bueno, si vamos a hacerlo, démonos prisa; debemos continuar a Glinwood —dijo Mizukiretrocediendo mientras Sebastián y Gabriel desenvainaban las espadas dormidas, con abstinenciade acción; a la vez que el enano machacaba la pared de la discordia; o al menos parte de ella.

Como preveían, la mampostería cedió con facilidad; solo hicieron falta unos cuantos golpespara resquebrajarla y luego destrozarla por completo. Permanecieron inmóviles. Una estridenteluz blanca provenía de la pared, ahora ahuecada, y nadie se animaba a dar un paso al frente.Mizuki fue la primera valiente. Con su espada en la mano y secundada por los hombres queoficiaban de escolta personal, se aventuró en la cámara que había estado oculta del mundo porsiglos. El mayor secreto de Helamantya estaba ahora al descubierto, peligrosamente al alcance decualquiera.

Page 100: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XVIIILa dura realidad

Estaban anonadados, todavía no comprendían la importancia de aquel objeto colocadocuidadosamente sobre un altar dorado que no hacía más que recalcar su valor. La habitación erapequeña, con suerte entraban los cuatro visitantes y restaba algo de espacio para mover lasextremidades con cierta comodidad. Estaba cerrado, de hecho parecía que así había estado losúltimos siglos; de ahí el titubeo o vacilación a la hora de revisarlo; acto que fue superado por elanhelo insostenible de curiosear su contenido.

—Por mi barba —susurró Tilmur al ser testigo casual de los orígenes del reino, tal como loconocían, escrito de puño y letra por las brujas diamantinas.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó Gabriel acercándose con cautela, preso de la ansiedadtraicionera que enceguece el buen juicio.

—Alguno de los dos sería tan amable de compartir con nosotros qué significa ese enormelibro.

—Es el libro de nuestro reino —replicó Tilmur aún con la boca abierta.

—Contiene no solo nuestro origen, de los pueblos y de las familias que lo erigieron; también,según cuenta la leyenda, detalla con minuciosidad a cada una de las criaturas que alguna vezpisaron esta tierra y los pactos y tratados que se forjaron antaño —farfulló Gabriel.

—Y no olvides lo más importante.

—¿Qué cosa?

—Los hechizos.

—Todos los hechizos y los antídotos que anulan los maleficios o conjuros desperdigados poresta tierra.

Sebastián se acercó, seguido de cerca por Mizuki, impulsados ambos por la reliquia quetenían enfrente y que no podían abandonar así sin más, a merced de cualquier pasajero furtivo quese topara con la sala sin pared. Se había esfumado la protección de piedra y con ella la seguridad

Page 101: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

de evitar que cayera en las manos equivocadas.

Lo que ocurriría a continuación, pese a las precauciones que pudieran tomarse en adelante,modificaría la temprana satisfacción de sentirse bendecidos por contemplar semejante objetoinmemorial, y la transformaría en una profunda y abrumadora angustia que no podía menos queponerlos a la defensiva.

—Es extraordinario —dijo el joven entusiasta mientras pasaba revista a cada una de laspáginas hermosamente encuadernadas con piel de animal —. La letra, los dibujos, losencantamientos; es bellísimo.

—Y lleva siglos sin que nadie lo abra; los mapas… son de una exactitud ridícula.

—Sería bueno saber qué dice de mi pueblo —Murmuró Tilmur de atrás, sin lugar físico paraunirse a la fiesta.

—¡Aguarden! —vociferó Mizuki haciendo añicos el momento —, faltan hojas.

—¿Cómo?

—Es imposible, acabamos de tirar la pared, nadie ha estado aquí en siglos —respondióGabriel sin salir del asombro.

—Tal vez la arrancaron antes de esconder el libro del mundo.

—No tiene sentido; ¿con qué propósito harían algo así? —preguntó Gabriel ojeando cada unade las páginas, constatando que no hubiera más faltantes.

—¿Se dieron cuenta cuál es la hoja que falta? —preguntó Mizuki con el índice sobre el títuloaún por encima del vacío repentino de las letras que coronaba.

«Cómo liberar a las brujas en la Selva Negra» se leía con claridad.

El silencio fue ensordecedor. La guarida del libro hacía tiempo había dejado de estar a salvo.Quién sea que fuere que arrancó la página, tuvo que hacerlo en los últimos veinticinco o treintaaños; ya que antes de esa fecha el hechizo estaba efectivo.

—Por eso la pared era distinta —advirtió Sebastián sacando a todos de sus pensamientospesimistas—, quien la destruyó conocía la ubicación del libro y luego levantó otro muro paracubrir sus huellas.

—Así rompieron el confinamiento —asintió Mizuki con los ojos llenos de lágrimas,consciente de que en Helamantya había, al menos, un traidor.

—Muy pocos vagan por estos caminos metiendo las narices donde nadie los llama —dijoGabriel mirando fulminante a Tilmur que respondió levantando su hacha. Solo la intercesión deMizuki, que puso su cuerpo entre ambos, frenó lo que parecía inminente.

—Culparnos entre nosotros no nos beneficia en absoluto —los regañó la japonesa.

—Además, ¿qué ganábamos nosotros liberando a las brujas grises? —vociferó el enano,dejando en claro la inocencia de su gente—. Como les dije, los Reverel negociaban con los Drowla devolución de nuestras tierras legendarias; jamás hubiéramos alzado nuestras armas contra lacorona. En cambio ustedes…

Page 102: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Qué tienes que decir de nosotros? —inquirió vehemente—, lava tu sucia boca antes dehablar de la gente de Helamantya.

—Todos somos helamantyanos, no solo los hombres altaneros y aborrecibles como tú, que contal de escalar posiciones bien pudieron traicionar a la princesa.

—Ahora sí has ido demasiado lejos —enfureció Gabriel e hizo falta la intervención física deSebastián, amenazándolo con su espada al cuello, para detener la pelea.

El clima enardecido maquillaba de derrota los rostros abatidos y cortaba con un alfiler latensión imperante. Nada estaba claro a partir de ese momento. La única seguridad que todoscompartían era que debían, pese a los cuantiosos peligros que pudieran sobrevenir, cargar el libroy llevarlo con ellos a donde quiera que fuesen.

—¿Estamos lejos de Glinwood? —preguntó Mizuki a Tilmur que continuaba ofendido por losagravios gratuitos recibidos por el Lord Hilferold.

—Si no nos detenemos, veremos la luz del día antes de lo que imaginan —respondiógolpeando su hacha suavemente contra el suelo.

—Vámonos entonces, todavía tenemos una tarea que cumplir —ordenó Sebastián vaciando sumochila y colocando dentro el libro milenario.

Caminaron durante horas. Acompañando la caravana un gran número de huesos humanosrecordaban que aquellos túneles, dispuestos en zigzag, con forma de laberinto, eran una trampamortal para los exploradores que se atrevieran a surcar sus senderos.

Por suerte para el grupo, el malhumorado Tilmur, parecía ser un gran conocedor de muchos delos recovecos de aquel puente bajo tierra que terminaba en todos lados y en ninguna parte.

—Creí que jamás saldríamos de ahí adentro —comentó Mizuki quitando el polvo y la tierra desu ropa.

—Por fin aire fresco.

—Lo de fresco no durará mucho tiempo —respondió Tilmur saliendo del túnel.

—¿A qué te refieres? —preguntó Sebastián con la vista puesta en los lagos al frente; y con laidea fija de sumergirse un rato en ellos.

—Los hombres llaman a este sitio Los Lagos Internos —respondió echándose a los pies de unárbol—, del otro lado, allí donde brota aquel humo incesante y la niebla no duerme ni siquiera unminuto; ese lugar, ese maldito lugar, es Glinwood.

—Y yo que creí que lo peor había pasado ya —susurró Sebastián mirando a la bruma perpetuaque se elevaba del otro lado del lago.

* * *

—¿Cómo es eso de que eres la bruja blanca?

—Mi gente también es de otro mundo, como ustedes —contestó con un dejo de añoranza—.Llegamos a esta tierra hace un milenio y nos establecimos en Helamantya. Antes todo era un caos;había más de veinte ciudades todas enfrentadas entre sí; amén de las disputas eternas con otras

Page 103: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

especies como Drows y enanos; y eso sin contar el peligro que significaban los dragones, lassirenas y vaya uno a saber qué otra cosa más que deambulaba libre por ahí reclamando el reinopara sí.

«Duró muchos siglos la discordia. Pero cuando pasas tanto tiempo pensando cómo destruir atus hermanos, creas un caldo de cultivo que otros reinos, “civilizados”, no dudan en aprovechar. Yvinieron. Nos invadieron. La flota más numerosa jamás vista llegó a nuestras costas y destruyótodo a su paso.

Las bajas fueron exorbitantes. Habíamos perdido más que vidas en aquellos años; lo habíamosperdido todo.

—Pero no entiendo, ¿quiénes vinieron? —preguntó Nataly ávida de conocimiento.

—Algunos lo llaman el Pueblo del Mar; otros prefieren nominarlos los creadores de lasmontañas de piedra; el nombre no tiene demasiada importancia; lo que sí importa fue lo quesucedió después.

«Un hombre, un joven de apenas 25 años, alzó la voz entre tanto silencio adolorido y sepropuso unir al reino de Helamantya bajo una sola bandera. Mi padre no dudó en apoyarlo; nosolíamos involucrarnos demasiado, pero Finkel creyó oportuno tender nuestra mano para alcanzarla paz.

—¿Finkel? —preguntó frunciendo el ceño.

—Mi padre… y el de Casimira también —replicó mientras contemplaba la palidez que teñíael rostro de la británica—. Mezario era un buen hombre. Rápidamente se hizo con el favor detodos los habitantes y contó con la venia de las principales casas para erigirse como su realgobernante.

«Los pueblos pasaron de veinte a diez, y muy rápido comenzaron los acuerdos con todos losseres del reino para garantizar la paz. Mi madre le devolvió la vida a los bosques y forjó en lalava incesante de la Selva Negra la espada que ha servido a la corona por siglos. El fuego, nuestrasangre y la de los Reverel, fundidas y entrelazadas para siempre en el metal que ha dirimido losdestinos del reino desde entonces. Semejante sacrificio de mi madre la debilitó hasta el extremo ypor eso debimos regresar al mundo de dónde venimos; solo allí podía recuperarse; no sin antesesconder la espada de la faz de la tierra.

—Pero si tu gente se fue, ¿por qué te quedaste?

—Mi padre creyó que necesitarían ayuda, que debíamos acompañarlos en esos primeros pasosrumbo a la felicidad. Los días se hicieron meses y los meses años; para cuando quisimos darnoscuenta estábamos tan arraigados a este lugar, y era tanto el cariño que sentíamos por su gente, quese nos hizo imposible abandonarlos.

—¿Y qué hay de tu hermana?, ¿por qué ahora es enemiga de los Reverel si antes, como tú, fuesu leal consejera?

—La avaricia la corrompió. La convenció de que nosotros debíamos gobernar y no ponernuestros poderes a disposición de una raza inferior.

«Y se levantaron. Se rebelaron como un tsunami que azota sin aviso; fue devastador.

Page 104: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Asesinaron al rey Mezario II, Cazador de Dragones, mientras descansaba en los Lagos Internos yse refugiaron en la Selva, esperando que el vacío de poder reviviera las guerras del pasado paraasí lograr alzarse con el gobierno en medio del caos.

—¿Y qué pasó después?

—Los hombres me capturaron y me acusaron de regicida. Iban a colgarme por los pecados demi gente hasta que les hice una promesa —recordó mientras sus ojos se volvían tan rojos como lasllamas del infierno—, todavía primaba en algunos corazones el buen recuerdo de mi madre…

—¿Qué promesa?

—Que confinaría a los míos a una prisión eterna en la Selva Negra; y lo hice —enfatizóapretando los puños—, pero de algún modo algo salió muy mal hace veinte años; y el resto eshistoria.

—Bueno, no todo es tan malo —intentó animarla un poco—, tengo algo que han estadobuscando desde aquella fatídica noche.

—¿A qué te refieres? —sus ojos parecían salirse de sus cuencas cuando Nataly le enseñó laesfera de cristal que traía oculta entre su ropa—. No es posible. Lo veo y no lo creo. ¿Dónde lahallaste? —preguntó sin poder ocultar una enorme sonrisa.

—La encontré en una choza de camino a Farmington —respondió no sin advertir que el rostrode Irina comenzaba a transformarse—, creí que dijiste que el palacio era la clave para comenzarnuestra búsqueda.

—Tal vez me equivoqué, tal vez el palacio no sea el inicio, sino la última parada de nuestroviaje. ¿Esa casa donde la hallaste era similar a mi casa del Bosque, con poco mobiliario y hechacon madera terciada?

—Creo que no lo hubiera descrito mejor —rió a carcajadas—. ¿Qué pasa, qué problema haycon esa casa?

—Es la casa de Clemont Burton.

Page 105: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XIXEn medio de la bruma

—¿Alguna novedad? —preguntó preocupada, mirando para todos los costados, asegurándosede que no hubiera moros en la costa.

—Ninguna, no encuentro bote que me saque de este lugar; creo que estoy condenada apermanecer aquí hasta que los años de mi vida se marchiten como este sitio desolado.

—No bonita; no te apures; ya hallaremos una solución; confía en mí.

Amanda Laines continuaba varada en aquel poblado sin más vida que aquella que la muerteolvidó reclamar; solo en compañía de las brujas que solían practicar, en la privacidad que brindala soledad más angustiante, sus conjuros maléficos; con la finalidad, obvia, de mejorar la técnica ydominar la nigromancia que en un futuro cercano sería utilizada contra los defensores de la reinaZafiro.

Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba en ese sitio. La niebla constante no permitíadiferenciar a ciencia cierta la noche del día y, de a poco, comenzaba a cansarse de soloesconderse para no ser detectada. Ese no podía ser su papel. Fuera lo que fuese que estabapasando, algún plan debía haber para la joven australiana que hasta entonces se rompía el cocopensando la forma de dejar atrás ese lugar.

—Amanda, Amanda —susurró Rámala, llamándola con desesperación—; ven, acércate a mí;oigo voces acercándose.

—¿Brujas grises? —preguntó aferrando sus manos al roble.

—Seguro, nadie más deambula por este sitio.

No se equivocaban. Las voces desperdigadas en el viento se acercaban con rapidez, solo queno estaban de paso por el lugar, haciendo una de las infinitas rondas que realizaban todos los días;tenían un objetivo específico, cruel, que no tardaría en traer consecuencias inesperadas.

—Debemos talar este roble, ya oyeron a nuestra Señora; no hay sitio para estos árbolesmilenarios; guardan muchos secretos —dijo una bruja, ordenando al séquito que trajo consigo

Page 106: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

comenzar a golpear, sin piedad, la morada de Rámala.

Como es sabido, las Dríadas y su árbol son uno. Cada azote que se estrellaba contra lamadera, lastimaba con fiereza no solo su corteza, también dejaba marca en su bronceada piel; yaún peor, en su alma. Debía defenderlo, pero no podía hacerlo con Amanda en su interior; de ahíque le diera la orden de correr a la deriva, sin mirar atrás, entretanto ella se batía sin cuartelcontra las sádicas enemigas.

—Mira lo que tenemos aquí, una Dríada —se alegró—; no se confíen de su aparienciaaniñada; son letales batalladoras; eminencias en el arte de la espada.

—Les doy la oportunidad de salvar su vida, váyanse ahora y no les guardaré rencor —amenazó Rámala buscando convencerlas de retroceder, aunque su única intención era ganar tiempopara que Amanda pudiera escapar ilesa.

—Alcen sus espadas, ningún hechizo servirá contra la Dríada; solo el filo del metal nos darála victoria.

—Señora Minerva, una niña está escapando en dirección a las ruinas.

—¡Vayan por ella! —ordenó—. Casimira estará más que complacida con nosotras.

—Si se mueven las liquido, no den un paso más —desafió la osadía de las brujas que dudabanentre obedecer a Minerva o atender la advertencia de su adversaria.

—Las Dríadas no pueden alejarse demasiado de su roble; esa niña ya está afuera de sualcance; está vacilando —dijo Minerva con una sonrisa de oreja a oreja, tomando a continuaciónla iniciativa en el enfrentamiento—. ¡Vayan por la niña ya!

Amanda se escondió detrás de las ruinas de un antiguo fuerte. Los trozos de mampostería queaún permanecían en pie, sumados a la inefable cortina de niebla que no descansaba, como siestuviera confinada en ese pueblo, hacían el resto para mantenerla, al menos de momento, a salvode todo peligro.

No duraría demasiado. Su amiga dríada no podía defenderla del grupo de brujas aprendicesque rodeaba la zona y no tardarían en hallarla; para colmo de males, no poseía ni siquiera unaespada para plantarles cara o ningún otro objeto contundente que sirviera a la causa, más no seapara vender cara la derrota.

«Sabemos que ahí estás niña tonta; podemos oler tu presencia. Sal de tu escondite; noqueremos hacerte daño»

—No está por ninguna parte —se quejó una de las brujas buscadoras, dándose por vencida.

—Si la hallamos, de seguro Casimira nos recompensará y nos proporcionará un sombrerogigante, puntiagudo y podremos realizar todo tipo de conjuros…

—Tienes razón, es una oportunidad inmejorable; ese primor escurridizo será nuestraplataforma, nuestra carta de presentación.

Comenzaba a oscurecer. Puede que en Wlingood eso no fuera una cuestión relevante, pero labarcaza improvisada, que había partido desde las entrañas mismas de una tierra de nadie, avistabatierra a lo lejos, en medio de la bruma; y comenzaban escucharse los sonidos inequívocos y

Page 107: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

estresantes de la batalla.

—¿Oyen eso? —preguntó Sebastián semi arrodillado en el extremo de la canoa que sedesplazaba con lentitud, a través de los Lagos Internos, hacia las costas de Wlingood.

—Yo no escucho nada —replicó Tilmur en la otra punta sin despegar jamás sus dedos delhacha que lo acompañaba.

—Es como un chocar de espadas —advirtió Mizuki desenvainando con cautela la suya.

—No se desesperen, pronto arribaremos

—¡Aguarden insensatos! —advirtió Gabriel poniéndose de pie, provocando que la canoa sebambolee de un lado a otro—, debemos pegar la vuelta; no hay nada bueno en esa tierra.

—Ahí tienen al cobarde —murmuró Tilmur salivando sin querer en su tupida barba.

—¿Acaso no fuiste tú el que nos advirtió de los peligros de ese sitio de muerte?

—Ya no hay vuelta atrás —dijo Sebastián en medio de un suspiro resignado—, llegamos.

Caminaron los cuatro, con el mayor sigilo posible, con las armas empuñadas; listos pararepeler y devolver cualquier sorpresa que regalara el terreno. A cada paso que daban, aquelchocar de las espadas se volvía más nítido y, preocupados porque alguien inocente estuviera enproblemas, apresuraron el paso hasta toparse, de manera imprudente, con Minerva y Rámala queregalaban un espectáculo singular. Ambas espadachines, cada una con su técnica, buscabadoblegar a la otra en una lucha que se tornaba cada vez más estratégica que vehemente.

Llegaron en el momento menos oportuno. Al advertir su presencia, Minerva desatendió lacontienda que la mantenía ocupada y lanzó un conjuro terminal contra Sebastián y Mizuki queamenazaban con inclinar la balanza en favor de la dríada. El ataque, sin embargo, no causó elefecto deseado. El hecho de que estuvieran casi pegados el argentino y la japonesa, permitió queel trébol dorado, que colgaba orgulloso en el pecho de la aprendiz de veterinaria, hiciera sutrabajo y dejara estéril el hechizo.

—No se preocupen por mí —advirtió Rámala a los jóvenes entusiastas—, corran hacia lasruinas; su amiga está en peligro, ¡vayan!

Le hicieron caso. Se alejaron de la batalla que parecía no requerir de su presencia y corrieroncon desesperación en dirección oeste, rumbo a las tristemente célebres Montañas Nevadas.

—¡Esperen! ¿Por qué no nos dijeron que tenían una amiga aquí?

—Porque acabamos de enterarnos.

—¿Nataly? —murmuró Mizuki meneando la cabeza de lado a lado, convenciéndose a sí mismade que era imposible.

—Démonos prisa, sea quien sea necesita nuestra ayuda.

La batalla se desató sin cuartel; espadas en mano, la contienda se tornó cruenta; ni las brujasaprendices, más habituadas a practicar sus débiles conjuros contra hombres y mujeres indefensos;y los jóvenes terráqueos, más familiarizados con los libros que con las espadas, se cruzaron conferocidad, guiados por el miedo y las promesas que habían hecho alguna vez. Sin embargo, ellos

Page 108: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

no eran los únicos que se habían lanzado sin pensarlo contra un adversario temerario; el enanoTilmur, más sediento de venganza que cualquier otro ser sobre el reino de Helamantya, noescatimaba en hachazos, que colisionaban furibundos contra los cuerpos, cuasi esqueléticos, desus oponentes. Gabriel Hilferold; en cambio, hacía gala de una gran técnica y dominio absolutodel arte del esgrima, haciendo daño en cada estocada que soltaba con delicada frialdad.

Fue esa misma tenacidad, ese desparpajo; el arrojo casi instintivo de lanzarse encima de unobjetivo y aferrarse a él con uñas y dientes, lo que hizo que, en menos de diez minutos, elenfrentamiento terminara en un baño de sangre que regaba la tierra marchita y maldita deGlinwood. Las brujas aprendices yacían sobre el suelo, víctimas de unos adversarios quesuperaron con creces la pesada carga de llevar las de perder.

Tal vez el de Sebastián era el mejor ejemplo. Todavía con las secuelas de aquellas heridas quelo habían dejado inconsciente durante varias jornadas, se movió con la destreza de un verdaderocaballero; como si aquel episodio hubiera sido una prueba para él, una que batió en el momentomás crítico de la misión, convirtiendo en furiosas pinceladas cada una de las estocadas directas alcorazón del enemigo.

La noche había caído sobre Helamantya. El cielo, encaprichado, no dejaba ver la luna y laspocas estrellas que lo adornaban, se negaban a suplir con su luz la compañía imperiosa que solola novia del sol sabe regalar.

* * *

A ras de la tierra, sobre las costas del Mar del norte; en el mismo lugar que el bucaneroDuncan había liberado a Nataly de su reclusión, yacían tirados, inconscientes, el perseveranteDakarai Timpu y el inimputable jardinero Clemont Burton.

—¿Dónde estoy? —inquirió el africano, levantándose en la playa, mareado, desorientado—.Oye Clemont, despierta.

—¿Ya estamos muertos?, ¿este es el cielo?

De repente, el recuerdo borroso de una conversación invadió la mente de Dakarai que noconseguía, sin embargo, convencerse de que fuera él el protagonista de la historia que revivía;sintiéndose, más bien, un mero espectador que contemplaba una escena de su propia vida que noconseguía asimilar.

—¿Por qué nos ayudan, se supone que debían dejarnos librados a nuestra suerte? —preguntó recostado en la orilla, perdiéndose en los ojos violáceos de Coral, que acaba dellevarlo a la superficie.

—Confío en ti —respondió con sinceridad, soltando un susurro—, aunque me costó trabajoconvencer a mi hermana de salvar también a tu amigo.

—Gracias. Te prometo que haremos todo lo posible para restaurar el orden en el reino pero,¿qué hay de tu familia?

—Si es cierto que hay una oportunidad para Zafiro y tú luchas por brindársela; entoncescorreré el riesgo. No te preocupes por mí.

—¿Volveré a verte?

Page 109: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Ten esto; siempre estaré presente mientras lo lleves contigo —se quitó un brazaletedorado y lo colocó en la muñeca derecha de Dakarai—. Ahora duerme —dijo dándole unapalmada en la frente.

Era lo último que recordaba. Por suerte para él, la prueba de que no había enloquecido yacíaenvolviendo su brazo derecho, portando orgulloso aquella pulsera de oro; que se apresuró a taparcon las mangas de su remera, para ocultarla de todo el mundo; incluso de su compañero de viaje.

—¡Sé exactamente dónde estamos! —advirtió Clemont sacando al africano de su trance—, esees el mirador de Sorrento; estoy en casa —rió por las casualidades que resbalan de los bolsilloscaprichosos del destino.

—¿Y eso es bueno? —preguntó Dakarai quitando de su ropa la arena.

—El pueblo de Farmington está lo bastante cerca como para pedir ayuda, pero lo másimportante es que mi casa está de paso.

—¿Qué estamos esperando? —preguntó Dakarai con una sonrisa en el rostro, feliz de toparsecon buenas noticias después de tantas penurias.

—Sí, estoy ansioso por regresar.

Page 110: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXImprevisto

Caminaron raudamente. A veces, incluso, trotaban aunque no demasiado, puesto que Clemontya no era un jovencito. Estaban desesperados por llegar; la promesa de un techo que los cubrierade la intemperie y una cama dónde descansar, eran lujos que no se permitían desde hacía muchotiempo.

El día acompañaba; como en su gran mayoría, al llegar la primavera, se ensañaba conpresentar un cielo en extremo celeste; con algunas nubes blancas que orlaban tímidamente lamajestuosidad reinante en las alturas. Si al buen tiempo se le suma la felicidad por habersobrevivido a una muerte inminente; y el entusiasmo renovado por llevar adelante con éxito lamisión encomendada; la jornada no podía ser más auspiciosa.

—Esa de ahí es mi casa —dijo Clemont acercándose con apuro, mientras Dakarai tenía undéjà vu de la pobreza con la que convivía, constantemente, en su país natal.

La buena vibra se detuvo. La cara de asombro, mezcla de tristeza y desesperación que habíapuesto el otrora jardinero al ver la puerta de entrada arrancada; como si le hubieran dado unapatada tremebunda, le puso los pelos de punta y se adentró con cuidado, sigiloso, pendiente de quehubiera alguien aguardándolo.

—¿Todo bien por aquí? —preguntó Dakarai al ver la puerta tumbada.

—Ven, pasa —dijo Clemont desde su habitación en la parte trasera—, no hay nadie. Se ve quehan pretendido robar en mi ausencia.

—Qué barbaridad. ¿Adviertes la falta de algún objeto de valor?

—No, acá no guardo nada de valor; ni acá ni en ningún sitio de hecho —bromeó.

—Entonces… ¿prefieres que descansemos aquí o continuamos camino a Farmington?

—Tengo otra idea —respondió apresurándose a la salida—, no perdamos tiempo yendo a esepueblo de campesinos malhumorados; mejor crucemos el Puente de las Almas y vayamosdirectamente al pueblo de Zimawe; allí nos darán el apoyo que necesitamos y está losuficientemente cerca del palacio para variar —las palabras se amontonaban en su boca.

Page 111: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Era obvio que prefería evitar el pueblo de Farmington porque temía que quien hubieraingresado a la casa en su ausencia; y se había atrevido a husmear en las pertenencias ajenas,pudiera estar ahora refugiado en ese sitio.

—¿Pero iremos con estas pintas? —preguntó abriendo sus brazos de par en par, haciendonotar el aspecto harapiento que traían.

—Tienes razón, debemos cambiarnos de ropa —asintió regresando a su habitación—, ¿creesque te irán bien mis prendas?

—Claro, siempre y cuando no sea de tan mal gusto como la que traes puesta —ironizó.

—Aquí tienes —dijo Clemont alcanzándole una túnica negra de mangas largas y un pantalónlargo que rivalizaba con la discreción.

—De acuerdo, imagino que es mejor que nada —se resignó —, dime que tienes caballos eneste lugar.

—No, el que tenía se quedó atrás cuando llegaron los bucaneros —respondió afligido—, perosí tengo algunos potros en el establo.

—Me alegra escuchar eso —respondió aventurándose en el exterior para constatar que allíestuvieran todavía.

A todo galope emprendieron la marcha rumbo a Zimawe. El viaje era silencioso. Clemont nopodía asimilar la desgracia que significaba, para él, que hubiera desaparecido la esfera de suhabitación. No podía, ni por un segundo, despejar su mente de aquel acontecimiento que ponía enjaque no solamente su vida, sino algo mucho más macabro y elaborado que se había tejido hacíadecenas de años.

Viajaron durante horas. El calor abrazador del mediodía comenzaba a hacer mella en lasbocas sedientas de los aventureros. El único punto a favor era que el camino regalaba una vistapanorámica sin desperdicio. A diferencia de muchas de las zonas del reino, en las que fuera de lossenderos tradicionales todo era campo hasta donde el ojo alcanza; en esta oportunidad, alencuentro impostergable del Puente de las Almas, un variopinto paisaje cultural, que iba desderuinas de castillos, pasando por mercados abandonados y templos a medio terminar, volvían latravesía mucho más amena; más no sea jugueteando con la imaginación a adivinar los porqué detan lamentable desenlace.

«Es aquel, allí está» gritó Clemont, señalando un inverosímil puente de madera que atravesabapor completo el río Plateado; una de las tres formas marítimas de arribar al pueblo de Zimawe,próximo al palacio Reverel.

—Nunca vi nada igual, ni siquiera de dónde vengo —dijo Dakarai maravillado por aquelpuente colgante.

—Debemos desmontar y cruzarlo a pie; no queremos que se derrumbe por el peso —replicócon un dejo de ironía; —adelante, ve tú primero.

El puente estaba hecho con cedro rojo; una de las especies arbóreas más preciadas en todoslos tiempos y en todos los lugares. A los lados, unas poco confiables cuerdas tensadas servían debarandas; más como límites que como agarradera. Pese a ello, el paso era seguro. Durante siglos

Page 112: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

había soportado estoico las caravanas de turistas, mercaderes o caballeros osados que probabansu resistencia a todo galope.

Dakarai iba por delante. Sujetaba fuerte las riendas de su potro arrebatado, que cruzaba a sulado como buen amigo. Detrás, Clemont Burton tiritaba, con los ojos encapotados, preso de lasfunestas ideas que colonizaban su mente. Todo había cambiado; él lo sabía. Ya sin la esfera en supoder; y con el posible rumor que lo incriminaba, viajando como el viento a lo ancho y a lo largodel reino, no podía más que cancelar su promesa primigenia y pegar el volantazo antes de quefuera irreversible. Tristemente, Dakarai Timpu, era un estorbo, una víctima casual y desafortunadaque cometió el error imperdonable de hallarse en el momento justo en el lugar equivocado.

Un golpe contundente, directo a la cabeza, fue lo que recibió el africano que cayó, sinatenuantes, desmayado al fondo del río. No lo vio venir. Jamás lo hubiera imaginado. Sucamarada, su compañero de ruta, el indefenso jardinero se transformaba, de buenas a primeras, ensu verdugo de forma cobarde, artera; sin mediar palabra, por la espalda.

* * *

Ajeno a lo acontecido, a kilómetros de distancia; el pueblo de Zimawe recibía con pleitesía,no solo a la bruja blanca –a quien no veían desde hacía décadas- sino también a la queconsideraban una abanderada de la causa, una joven guerrera de Helamantya aunque su ADNdijera que pertenecía a otro lugar.

Después de tanto trajín, de tantas peripecias, por fin Nataly Windsor podía sentirse como encasa. El pueblo gobernado por Rivena, jefa de la única familia que arrastraba el linaje de lacorona, la recibía con los brazos abiertos, deseosos de conocer a una de las artífices de laesperanza renovada.

—Querida Irina —la recibió Lady Clotilda, dándole la bienvenida al castillo de gobierno—,que alegría verla.

—También es una alegría para mí, querida amiga

—No has envejecido nada —retrucó sonriendo—, qué envidia te tengo. Pasen, pasen, laDuquesa Reverel las recibirá enseguida.

—¿Dijo la Duquesa Reverel? —susurró Nataly confundida.

—Rivena es prima de Zafiro; ella y su hermano menor Cleston son los únicos Reverel quesobreviven en Helamantya —contestó de pie, todavía con la capucha negra ensombreciendo surostro.

—¿Y por qué no asumieron el poder si la sangre real fluye en sus venas? —preguntó buscandocomprender el intrincado entramado familiar.

—Bueno, tenían poco más de diez años en aquel entonces; su padre Eigor podría haberreclamado el trono, pero con los enemigos sueltos y las Casas principales diezmadas; asumir elgobierno del reino hubiera sido poco prudente; además recuerda que Zafiro está viva y es ella laque debe elegir un sucesor y, además, como si fuera poco, han desaparecido las joyas reales;indispensables para una coronación

—Es bellísima —se le oyó decir a Nataly mientras contemplaba boquiabierta a la esbelta

Page 113: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

morocha de tez blanca, enfundada en un vestido largo de seda, bajar la extensa escalera de piedrapara acercarse a su encuentro.

—Irina, me alegro enormemente de verte —dijo estirándole la mano—, y tú serás la famosaNataly Windsor; hemos oído bastante de ti estos días — cambió el saludo protocolar por unabrazo efusivo que dejó a Nataly dura como una roca.

—¿Cómo ha estado todo por aquí?

—Todavía ningún enemigo ha movilizado tropas, pero creemos que si nosotros estamos altanto del arribo de estos chicos; ellos tampoco lo ignoran.

—Dalo por hecho; no deben tardar en fortalecer sus defensas, ahora que estamos tan cerca,vendrán a impedirlo con todas sus fuerzas

—Líncaro y Casimira no tardan en atacar pero, ¿qué hay de Therión? —preguntó mientras seservía una taza de té—, ¿Azajar continuará con su postura belicosa y hostil hacia nosotros?

—No lo dudes; arriesgó mucho el General como para dejar el statu quo librado al azar…

—Ellos nos atacaron —dijo Nataly captando la atención de las otras mujeres—, cuandoestábamos en Viperá nos enfrentamos con un mini ejército del desierto; atacaron por sorpresa;aunque ese tal Therión no se encontraba allí.

—Exploradores; cazadores de rumores —susurró Irina—; querrían cerciorarse que era ciertasu llegada.

—Veo que en todos lados es igual, las noticias vuelan —comentó Nataly tomando unas masitasde la bandeja de cristal que reposaba sobre la mesa redonda frente a ella.

—Sobre todo las malas; esas se expanden como el frío en el invierno.

—¿Qué hay de tus poderes; nada todavía?

—Ellos me revitalizan; pero no alcanzaré toda mi capacidad hasta tanto la princesa despierte—respondió haciendo estallar en mil pedazos su taza con solo mirarla.

—Eso asusta —dijo Nataly provocando una risa genuina en la sala principal.

Los hombres de Hilferold y Acator ya se habían movilizado, tal como lo habían prometido susgobernantes reunidos días atrás, a las puertas del palacio para garantizar la seguridad de losjóvenes; al menos hasta la entrada. El ejército de Zimawe, por su parte, tenía la difícil misión deescoltar a Nataly, de ahí que las tropas aguardaran formadas en las afueras de la ciudadela;esperando la orden de su Señora para avanzar.

—La gente tiene mucha fe en ti y en tus amigos, no tengas miedo; la reina te ha elegido; solopiensa en eso cuando dudes de tu capacidad.

«Pueblo de Zimawe, ciudadanos de Helamantya» vociferó Rivena, desde el balcón, a toda sugente que respondía eufórica a la aparición de su líder.

«Hoy es un día muy especial; es el primero de una nueva historia, el que marcará el camino denuestra victoria impostergable… lo que tanto hemos estado esperando; lo que tantas vecesanhelamos, suplicamos, rogamos y parecía que nunca iba a llegar, finalmente llegó. Este día

Page 114: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

libraremos a Helamantya de sus cadenas, y nuestra reina resurgirá para ver a nuestros enemigosimplorar clemencia mientras el filo de nuestras espadas reclaman furiosas su venganza postergada.

«Pero antes, déjenme presentarles a una de las personas que está haciendo posible estemomento crucial en nuestras vidas; ella es extranjera sí, pero no viene de ningún reino opresor; noviene de ningún sitio enemigo; no viene ni siquiera de un lugar que exista en nuestro mapacontemporáneo, por eso es especial; por eso es diferente; por eso es nuestra líder en el campo,ella es: ¡Nataly Windsor!

El griterío fue ensordecedor. El rostro de Nataly llorando contra su voluntad, era la pruebainequívoca de que estaba en el lugar correcto. Era lo que siempre había querido; el aplauso que sehabía cansado de perseguir en los teatros londinenses llegaba ahora en el lugar menos pensado ypor el motivo más insólito. Se asomaba con timidez, apenas atinaba a agitar su palma derecha enforma de saludo, sin poder dejar de sentirse abrumada por la multitud que sin conocerla coreabasu nombre.

—Nuestro deber es escoltarla a salvo al palacio Real; pero antes de emprender el viaje,quisiera, con el permiso de todos ustedes, agasajarla con algunos anuncios y obsequios.

«En primer lugar, le hago entrega de la espada Rizor» dijo Rivena, tomando la espada de lasmanos de Irina y depositándola en la diestra de la británica. «Para que te proteja de los peligrospor venir y en tu estadía en Helamantya» le susurró al oído.

«A continuación, le hago entrega de uno de los objetos más importantes e invaluables de estostiempos… un medallón de trébol plateado. Lamento infinitamente no poseer uno de oro paraobsequiarte pero éste bastará, en principio, como escudo protector.

«Finalmente, por el poder que me confiere el gobierno de Zimawe y el apellido que pretendollevar con orgullo e hidalguía, nombró a Nataly Windsor Marquesa de Zimawe, y hago extensivosu título a todo el reino» anunció colocándole en el dedo anular de su mano derecha una sortijaque lucía un enorme diamante conocido por todos como Estrella Azul.

La ceremonia había acabado. La forastera más orgullosa y sensible que había pisado algunavez esa tierra, era ahora un miembro de la realeza; pero uno muy especial, era la primera que iba aentrar al palacio Reverel después de aquella fatídica noche.

Page 115: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXIUn plan siniestro

Si hay un sitio del que puede decirse, sin temor a equivocaciones, que ha crecido paulatinapero ininterrumpidamente en los últimos cuatro siglos, es ni más ni menos que la impenetrableSelva Negra. Lejos del obvio aumento de plantas y todo tipo de especies animales, que han hechode ese mundo verde su hábitat permanente; el verdadero desarrollo refiere más bien a las brujas yhechiceros, que en sus años de confinamiento, tuvieron tiempo de sobra para multiplicar demanera sustancial sus filas; hasta llegar a convertirse en el pueblo más numeroso de todoHelamantya.

Los más de dos millones de kilómetros cuadrados por los que se extiende el bosque lluvioso,es el dominio, obligado, de la especie más temida por hombres, elfos y enanos. La magnificenciade su vegetación, gentiliza de la lluvia incesante que riega sus raíces, liderada por orquídeas,lianas y arbustos, es lo que otorga la envidiable privacidad de la que gozan Casimira y su séquitode nigromantes.

Un reino dentro del reino; con sus propias leyes, normas y autoridades. Quién pudieraconstruir una verdadera fortaleza dentro de la vegetación abrumadora que rodeaba, sin dejarrecoveco, la ciudadela pujante que habían construido con el sudor de su frente y la fuerza de susbrazos; amén del Castillo de Las Almas, residencia colosal e intimidante del mismísimo mal queensombrecía el reino entero.

Precisamente, muy cerca del castillo, en las inmediaciones del famoso volcán activo que hacíalas veces de centro de poder, donde se reunía a menudo la cúpula gobernante; compuestaíntegramente por brujas diamantinas, oficiaba una vez más de punto de encuentro para el cónclavenocturno.

—Mi Señora, ¿por qué nos ha reunido aquí? El castillo de las Almas es más acogedor que lamontaña de fuego —dijo Nitina, ocupando su habitual asiento colorado.

—A mí me gustaba mucho más cuando nos reuníamos en los pantanos negros; rodeadas decocodrilos y anacondas furtivas —soltó Miranda ante la mirada asqueada de sus hermanas deconjuros.

—Siempre fuiste la misma pordiosera —murmuró Polonia encendiendo sus enormes ojos

Page 116: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

azules—, jamás tuviste buen gusto querida

—Y bien Casimira, ¿a qué se debe esta reunión poco habitual? —preguntó Elvidia, sentada asu lado, siempre a su diestra.

—Seguro ya saben que cuatro jóvenes, venidos de quién sabe que estrella latente en elfirmamento, están hurgando dónde no les incumbe, entrometiéndose en nuestros asuntos —replicóde pie, delante de un trono improvisado de oro que relucía majestuoso intimidado por el vestidoblanco de la reina de la noche que producto de su tela, de algún material símil a la fibra óptica, laencendía como lámpara en la oscuridad, afinando sus delicados rasgos faciales y volviendotiernos sus estremecedores ojos negros.

—¿Qué pueden hacer cuatro jovencitos contra nuestro poder? Creo que te preocupasdemasiado, mi reina.

—Jamás te atrevas a subestimarlos de nuevo —sus ojos se volvieron rojos como la lava quese desprendía a diario del volcán—. Tienen un propósito, y creo saber de qué se trata.

—Compártelo con nosotras

—Han venido a despertar a su reina —dijo sin perder la compostura—, para eso, sinembargo, necesitan la espada familiar que mi madre muy sagazmente escondió de la vista.

—Entonces es una misión suicida.

—No tan rápido —exclamó, iluminando de golpe la oscuridad perpetua—. Me temo quepudieron haber hallado la esfera de cristal que olvidamos llevarnos esa noche. Con ella, les serárevelada su ubicación.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Elvidia frunciendo el ceño, con evidentes muecas depreocupación.

—Debemos ocuparnos de lo único que en verdad importa: los herederos —replicó Casimiradibujando una sonrisa en sus labios.

—Pero Zafiro no estaba casada, no tiene hijos que la sucedan.

—El conjuro dice que un Reverel puede sacar la espada de su escondite; y solo quedan dosReverel con vida en Helamantya.

—Y si acabamos con ellos —pensaba Elvidia en voz alta—, no habrá quien tome la espada.

—Y si nadie toma la espada, Zafiro nunca podrá ser liberada —remató Polonia.

—Envíen un ejército a las puertas de su asqueroso palacio y si alguien pretende entrar con laesfera que lo liquiden; pero no olviden que la prioridad son Rivena y Cleston Reverel; ellos nodeben volver a ver el sol salir.

—Así se hará, mi Señora.

Las fichas estaban en movimiento. Las brujas, hasta ahora meras espectadoras de los sucesosacontecidos, por fin se movilizaban con una estrategia clara y contundente contra los jóvenesforasteros, buscando golpear en el corazón adolorido del reino, justo en el pecho de los potablesherederos.

Page 117: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

«Mi Señora Casimira, mi Señora Casimira» —gritaba desde lejos una bruja gris, acercándoseal cónclave prohibido.

—¿Qué significa tanto espamento?

—Mi señora —dijo hincándose con temor—, traigo novedades urgentes del mundo exterior.

—¿Cómo te atreves a interrumpir un cónclave al que no has sido invitada?

—Tranquila Polonia —dijo Casimira, calmando la sed de oscuridad de una de sus súbditaspredilectas—, ¿qué es eso tan urgente que no puede esperar?

—Ha habido noticias de que una niña extranjera ha sido divisada en el poblado en ruinas deGlinwood, en compañía de una Dríada, mi Señora.

—Interesante, otra intrusa que se une a la fiesta —murmuró contemplando la imponencia delvolcán—. Llévate a un grupo contigo y vayan por ella; ¡no olviden traérmela con vida!

* * *

A la mañana siguiente, las nubes ennegrecidas amenazaban con desatar una lluvia copiosa;justo en el momento en que salía la procesión del pueblo de Zimawe rumbo al palacio Reverel. Ala cabeza el Duque Cleston, hermano menor de Rivena y General de tropas del reino deHelamantya, y detrás de él no menos de seiscientos soldados, servían de escolta a la Duquesa, a labruja blanca y a la joven británica, devenida en salvadora.

Nataly no podía evitar sentirse nerviosa. El miedo la invadía por completo, al punto de hablarpara sus adentros y rogar despertar en su cuarto de habitación en el centro de Londres. Estabaparalizada. Por mucho que fingiera fortaleza, la realidad la encontraba temerosa, con lospensamientos en cualquier parte, buscando distraerse de la angustiante crueldad con la que setoparía en pocas horas.

Todo estaba a punto de empeorar para ella.

—He visto a un amigo tuyo en mi viaje hacia acá.

—¿Ah sí? —preguntó frunciendo el ceño la duquesa —, ¿a quién?

—Al capitán Duncan del Inmortal.

—Él no es mi amigo; no es amigo de nadie en Helamantya —contestó con la vista al frente,acariciando suavemente su corcel blanco—, si alguna vez vuelves a verlo, dile que el reino jamásolvida las traiciones.

—Y menos un corazón roto —susurró Nataly sin poder evitar que su interlocutora la oyera.

—No sé qué te habrá contado ese patán, pero sea lo que fuere, puedes estar segura de que noes cierto.

Con el silencio dominando la marcha y el cielo cumpliendo su promesa de tormenta, laslágrimas de Nataly pasaban desapercibidas, confundiéndose con las gotas incesantes que volvíanlodoso el camino al palacio.

El momento que había estado esperando desde que llegó, arribar a la Casa Real deHelamantya y poder despertar a Zafiro de su vida en pausa, parecía estar a la vuelta de la esquina.

Page 118: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Sin embargo, no era por eso que lloraba. El miedo, la angustia, la presión, los nervios, el estrés,la inseguridad, la confusión, el desquicio; todas esas sensaciones atravesaban su cuerpo a cadaminuto, agigantadas, además, por el recuerdo de los amigos que hacía tiempo no veía, ycomenzaba a dudar de la dicha de encontrarlos otra vez.

Le parecía que había sido ayer que conoció a Sebastián en la choza de Irina, en medio delBosque Nocturno, y comenzaron juntos esta travesía sin sentido. Ayer cuando de la nada, unaDríada abandonó su roble para presagiarles el futuro y advertirlos de probables traiciones. Ayer,que tuvo que abandonarlo, mal herido, en pos de un bien superior, de una causa más grande.

No podía creer, todavía, cómo su amigo Dakarai, que tantas veces la había respaldado, con laespada o en palabras, ya no estaba acompañándola y, en lugar de eso, esperaba su hora junto altraidor y cobarde Clemont Burtnon en una Isla olvidada por Dios. Pensaba también en Mizuki, enlo bien que le hubiera venido una amiga en todo el trayecto que caminó sola, más no sea paraconversar de aquellas cosas que solo las mujeres comprenden.

Estaba Irina, es cierto, pese a su enorme tristeza, no dejaba de agradecer a cada paso, laaparición sorpresiva de la bruja blanca que hacía las veces de hermana mayor, de confidente, deamiga.

Viajaba en medio de una multitud, justo en el centro de centenares de apuestos y valerososcaballeros que estaban dispuestos a morir por ella, y aun así no podía evitar sentir que le faltabaalgo. Máxime cuando a escasos kilómetros de llegar, Irina no tuvo mejor idea, aunque tampocotenía más remedio, que comentarle la buena nueva que iba a dejar a la británica estupefacta,atónita, congelada.

Pocas veces había experimentado la sensación de tener la imperiosa necesidad de serabsorbida por la tierra; ni siquiera en aquellas largas y tediosas audiciones para conseguir unmísero papel de extra, que más que extra parecía parte del decorado. Esta vez lo sentiría.

—Nataly, ahora que ya estamos llegando; creo que hay algo que debes saber —dijo Irina,cruzando miradas nerviosas con Rivena.

—¿Hay algo más que debo saber? —rió de los nervios, consciente de que ya poseíademasiado información imposible de asimilar como para seguir incorporando novedades—. Soytoda oídos.

—Una vez que lleguemos al palacio estarás sola.

—¿A qué te refieres con que estaré sola?, ¿a dónde irán todos ustedes?

—Iremos contigo, pero no podemos ingresar —se sinceró mirándola a los ojos.

—No entiendo, ¿de qué se trata? Acaso es el famoso dicho de: “te acompañamos alcementerio, pero solo hasta la puerta”; ¿es eso?

—No, no es eso —replicó frunciendo el ceño; jamás había oído antes ese latiguillo—, cálmatey podré explicarte.

—¡No! —gritó con fuerza y su enojo se entrelazó con los truenos ensordecedores—, no mepidas que me calme; nunca me habías dicho nada de esto.

—Porque no hay forma sutil de decirlo.

Page 119: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Ambas detuvieron la marcha; el resto de la procesión continuaba, pero ellas permanecíaninmóviles bajo la lluvia torrencial.

—Explícate.

—No podemos entrar porque un hechizo lo impide. Por eso la reina los trajo a ustedes; no sonhelamantyanos y por lo tanto el conjuro no los atañe.

—¿Qué hay de ti? Tampoco eres helamantyana —soltó con singular agudeza.

—Mi hermana se aseguró de bloquearme el paso —respondió resignada—, créeme, ya lo heintentado.

—¡Me mentiste! —exclamó con un hilo de voz, como si aquella información le hubieradesplomado su espíritu inquebrantable—. ¿Con qué me voy a encontrar ahí?

—A los pocos días de la noche trágica, nuestra gente tomó posesión de las adyacencias ynadie ha entrado ni salido desde entonces —respondió sin ir al meollo de la cuestión.

—Entonces no tenemos idea, puede que no haya nadie o tal vez que un ejército estéaguardando mi llegada.

—Es poco probable; no creemos que hayan más de cinco o seis enemigos custodiando aZafiro.

—Por eso me dieron la espada Rizor y el medallón plateado, para que pueda defenderme allíadentro —susurró.

—Con esa protección y la fe en ti misma podrás hacerlo; solo confía más en ti.

—Estoy aterrorizada —confesó y sus lágrimas comenzaron a brotar otra vez—, ¿qué se suponeque haga?

—Tú puedes vencerlos; nosotros estaremos allí afuera dándote fuerza, acompañándote connuestros pensamientos, y una vez que lo logres solo debes introducir la esfera en el cofre decristal; ya te darás cuenta dónde.

—¿Eso despertará a la reina? —preguntó frunciendo el ceño.

—No, pero te mostrará la ubicación de la espada. Cuando la tengas, solo debes salir ycontarle a Cleston lo que viste; para que él pueda ir por ella.

—Qué extraño, una dríada nos dijo hace tiempo que Sebas la tomaría —respondió confundida.

—Es imposible, solo los que tienen sangre Real pueden tocarla; créeme lo sé bien.

—¿Estuviste allí el día del conjuro?

—No, lo leí en un libro…

Page 120: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXIILas montañas Nevadas

Corrieron a toda marcha. Todavía con sus espadas chorreando sangre, volvieron hasta el robledonde hasta hacía escasos minutos habían estado combatiendo Minerva y Rámala. El charco desangre sobre el suelo, el hilo rojo que fluía incesante por el sendero, era la huella inequívoca ytemeraria de que la contienda no había acabado bien para alguna de las luchadoras o bien, paraambas.

Sin cuerpos a la vista, comenzaron a rodear el lugar hasta que, por fin, la voz suave y delicadade la Dríada echó por tierra toda búsqueda infructuosa –y dolorosa- de los cadáveres.

—¿Qué ocurrió?, ¿dónde está la bruja? —preguntó Mizuki con las manos en sus rodillas,recuperando el aire.

—Enterrada doscientos metros campo adentro —respondió con frialdad—, no podía permitirque su cuerpo delatase mi guarida. ¿Qué hay de su amiga, la que les dije que fueran a ayudar?

—No encontramos a nadie; solo a un grupo minúsculo de brujas aprendices que derrotamos ala vera de unas ruinas —respondió Sebastián envainando su espada.

—Ella corrió hacia allá, deben encontrarla.

—¿Sabes su nombre?, ¿cómo era?

—Sí, además, ¿cómo sabes que es nuestra amiga?, ¿acaso te habló de nosotros?

—Claro, su nombre era Amanda —respondió la Dríada mientras los jóvenes terrestrescruzaban miradas, convencidos de no haber oído jamás ese nombre en Helamantya.

—Tal vez te has equivocado, señora de los bosques —dijo Tilmur ofreciendo una reverencia.

—No, era una niña de otro mundo; rubia como el sol que quema; de unos ojoscautivadoramente azules. Deben apresurarse, tal vez esté asustada o en peligro.

—No vamos a ir más allá de las ruinas, bajo ningún punto de vista —reviró Gabriel clavandosu espada con furia en la tierra muerta.

—¿Por qué?, ¿a qué te refieres? —preguntó el argentino, asombrado por la actitud de sucompañero.

Page 121: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Más allá de las ruinas de Glinwood se encuentran las Montañas Nevadas —respondióTilmur entrecerrando los ojos.

—Lo que habita en esas montañas está fuera de nuestro alcance y nuestras posibilidades. LosDrows no son buenos anfitriones.

—¿Drows?, ¿esos que le quitaron a tu gente sus tierras? —Mizuki le hablaba a Tilmur que nodejaba de golpear su hacha contra el suelo, tentado de inmolarse contra las montañas.

—Sí, esos mismos.

—Los Drows son elfos malignos; de orejas puntiagudas y manos alargadas; con la piel tanoscura como la profundidad de las cavernas y el pelo tan blanco o grisáceo como la ceniza decarbón consumido.

«Son inmunes a la magia y letales en el combate cuerpo a cuerpo. Sus escudos de adamantinalos vuelven impenetrables; y su ductilidad con dagas o espadas por igual los hacen invencibles.Son guerreros, mercenarios; siempre buscando la aprobación de sus amos para escalar posicionesen una estructura férreamente jerarquizada.

—Tenía otra concepción de los elfos —dijo Sebastián, pensando seguramente en aquellos quehabía visto en el cine, amigos de las causas más nobles.

—Seguro conocías a los elfos de los bosques; seres de luz, repletos de bondad aunque igualde tenaces —respondió Gabriel sonriendo ante la mirada adusta de Tilmur para quién no existíadiferencia alguna entre unos y otros.

—Los Drows fueron elfos de luz alguna vez; solo que se corrompieron y fueron expulsados desus territorios. Eso los llevó a refugiarse en las cuevas de la montaña —comentó Rámalacompartiendo todo su conocimiento.

La decisión no era para nada sencilla. Mientras Gabriel dejaba clara su postura de noadentrarse en aquel inframundo; no hacía falta demasiado poder de persuasión para convencer aTilmur de realizar lo que más anhelaba. Mizuki y Sebastián, por otro lado, no tenían opción; másallá de los peligros evidentes, y las escasas chances de resultar indemnes de su nueva misiónsuicida, sabían que no podían dejar librada a su suerte a la joven Amanda que, pese a noconocerla, de seguro estaba llamada a convertirse en otro miembro importante del equipo de lareina.

Una vez más, como parecía ser típico en Helamantya, los imprevistos solían alterar todos losplanes. De ahí, que la aproximación temeraria de un para nada despreciable ejército de brujasgrises; esas que había enviado Casimira a capturar a los terráqueos, los obligó a correr endirección a las Montañas Nevadas, no ya con la intención de encontrar a su amiga perdida; sino por el simple hecho de salvar sus vidas de una muerte segura e inminente.

Arengados por Rámala a empezar a correr, se apresuraron entre la bruma incesante yemprendieron la huida a toda velocidad en dirección opuesta a la Selva Negra; directamente,como suele rezar el dicho popular, de Guatemala a Guatepeor. Para colmo de males, no existía elmás mínimo rastro de la presencia de Amanda por ninguna parte. Al toparse de frente con lo queparecía ser una de las entradas a la montaña, ingresaron de forma inconsciente, temerosos de seralcanzados por las brujas que corrían tras ellos como un leopardo persigue a una gacela.

Page 122: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

El pánico era infinito. Habían entrado a la dimensión desconocida. Por fuera de los mitos yleyendas, esas cuevas eran una completa y hermética incógnita para todos.

—Mizuki, ¿aun tienes esas luces que utilizamos en el túnel, en tu mochila? —indagó Sebastián.

—Sí, pero no hagan ruido.

—¿Cómo podían ustedes vivir en estas condiciones de nocturnidad perpetua? —le recriminóGabriel a Tilmur que prefirió ignorarlo, temiendo que la reacción que ameritaba semejantecomentario, delatara su ubicación.

Mizuki, finalmente, encendió una barrita luminiscente y la claridad se hizo en la caverna. Nohabía rastros de que alguien hubiera estado allí en mucho tiempo. Después de todo, esa era unaentrada lateral, en el extremo de la cadena montañosa; de seguro los Drows habitaban la partecéntrica aunque, circunstancialmente, vigilarían todo el lugar. Eso pensaban los cuatro intrépidosadvenedizos mientras avanzaban con sigilo.

Resultaba cómico ver cómo se peleaban por no encabezar la expedición. Tal vez porfamiliaridad con el sitio; o simplemente por ser el más bajo, Tilmur fue obligado, expresamentecontra su voluntad, a ir al frente; casi como un chivo expiatorio. De nada servía que repitiera hastael hartazgo que su raza llevaba siglos ajeno a esas habitaciones y que, con sus 40 años reciéncumplidos, menos que nadie conocía aquel recinto milenario.

Tras caminar en línea recta varias decenas de metros, se encontraron en la encrucijada devoltear a la derecha o subir, escalera mediante, hasta lo que parecía ser la cima de la montaña.Sebastián aceptó el desafío. Mientras sus compañeros hacían guardia en los salones abandonadosdel interior, el argentino se propuso escalar con la esperanza de que Amanda hubiera tomadotambién esa ruta en su plan fuga.

Le llevó casi media hora alcanzar el techo en aquella parte baja de la pirámide natural. Amedida que se acercaba podía ver el cielo estrellado, pero sin luna, que regalaba la noche. Sisubir había sido una odisea, bajar por los mismos escalones destartalados lo sería aún más.

«Amanda, Amanda» susurraba bien bajo para no levantar la perdiz, esperando que la jovendesaparecida diera señales de vida al oír su nombre. Era inútil, desde allí podía ver lamagnificencia del reino, como lo harían los pájaros en vuelo de estación. A excepción de la SelvaNegra que los arboles escondían celosos; y de la inefable bruma del pueblo de Glinwood quedesde las alturas se confundía con las nubes, el resto era claramente apreciable desde su posiciónprivilegiada.

—No sé a quién estás buscando; pero nadie ha subido hasta aquí arriba a excepción de ti —dijo una voz descaradamente dulce.

—¿Quién me habló?

—Eso depende de quién pregunte —respondió la voz sin rostro.

—Yo, obvio, ¿quién va a ser?

—Entonces sí, te diré que mi nombre es Shaula —respondió sonriendo, como si estuvieradivirtiéndose.

—Bien Shaula, mi nombre es Sebastián —replicó con un dejo de desconfianza y con la mano

Page 123: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

sobre la empuñadora de su espada—, ¿por qué no puedo verte?

—Sí que puedes, solo que yo no dejo que lo hagas —contestó demasiado cerca, tanto queSebastián pudo sentir su respiración.

—Déjame verte, por favor, tal vez tú puedas ayudarme.

—Sería un placer para mí colaborar con el Señor de Helamantya —respondió con mayorseriedad para luego dejarse ver, tímida y temerosa, guardando distancia.

—¿Qué eres, una elfa? —preguntó acercándose despacio, lo que la hizo retroceder y agitar susalas cuasi transparentes.

—Soy una Sílfide y éste es mi hogar —respondió levitando con extrema gracia.

—Increíble —susurró atontado—, no sé bien qué significa eso que dijiste pero… este mundono deja de sorprenderme.

—Debes huir de aquí lo antes posible y llegar al palacio cuanto antes; ella te espera.

—Lo sé, pero estoy buscando a una amiga; creemos que pudo esconderse en estas montañasmientras huía de las brujas grises.

—Debes hallar la espada y romper el cofre —insistió.

Pese a haber comenzado a entablar conversación, Sebastián continuaba tildado, víctima deesa jovencita de rasgos delicados, mezcla de niña humana y elfa con alas de libélula, y un cabellotan rubio que se hacía imposible contemplarlo sin que su brillante irradiar lo obligara a cerrar losojos.

—No tengo idea de dónde puede estar la espada, ¿tú no conoces su ubicación, cierto?

—Solo la esfera de cristal la rebelará —su rostro se había transformado, sus orejas de elfahabían captado el sonido inconfundible de la batalla escalera abajo.

—¿Qué ocurre?, ¿por qué ese gesto adusto?

—Tus amigos abajo te necesitan, corre; ve por ellos y lárguense de aquí —ordenóvolviéndose invisible otra vez—, la pequeña Amanda está en estos momentos empujando unavieja barcaza a los Lagos Internos. ¡Corre! Reúnete con tus amigos y alcáncenla; necesitan estartodos frente al cofre para romper el hechizo.

—¿De qué estás hablando? Creí que la espada bastaba para deshacerlo —cuestionóconfundido, mirando hacia todos lados, sin saber de dónde vendría la respuesta.

—Deben introducir los cuatro objetos en el cofre antes de hacerlo añicos con la espada —respondió nerviosa, desesperada porque Sebastián permanecía todavía allí, en lugar de cumplircon su propósito.

—Nadie me dijo nada de cuatro objetos. ¿Qué diablos se supone que es eso?

—¡Vete! —exclamó—, deben alcanzar a la niña antes de que abandone la orilla.

Salió a toda velocidad. Bajó los escalones sin mirarlos y más de una vez estuvo a punto deresbalarse y tocar fondo como no hubiera querido. Al llegar al suelo solo podía admirar,orgulloso, a Mizuki encabezando la resistencia contra un grupo reducido de Drows, seguramente

Page 124: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

vigilantes, gracias a su extraordinaria inteligencia y sentido de la estrategia. La inferioridad decondiciones; manifiesta en la habilidad legendaria de los elfos con las espadas, o en lainestimable condición de localía que los hacía conocedores del terreno; la japonesa lastransformó en una ventaja sosteniendo bien alto las barritas luminiscentes, dificultandoenormemente la visión de los enemigos mientras reducía su capacidad de maniobra.

Los elfos de la montaña, acostumbrados a vivir en la oscuridad permanente de las cuevas,habían desarrollado una suerte de visión infrarroja pero sufrían enormemente la luz solar ocualquier tipo de luz artificial que se propusiera emular al padre de todas las estrellas.

Esa idea maestra fue la que permitió a Tilmur desahogar su furia contenida contra losusurpadores de su tierra; estrellando, una y otra vez, el filo de su hacha contra las extremidades,ahora amputadas, de sus enemigos acérrimos. No existía piedad, lastima o clemencia en sucorazón desgarrado.

Mizuki peleaba con la misma bravura. Encandilaba, sin cesar, a sus oponentes con una mano ycon la otra les hacía sentir el frío filo del acero penetrando hasta las entrañas, hasta el punto depoder advertir cómo sus almas endemoniadas abandonaban sus cuerpos, camino del inframundo,que reclamaba, como a menudo lo hacía, su cuota de muerte.

«Salgan, vámonos» gritó Sebastián con la clara intención de alcanzar a Amanda antes de quefuera demasiado tarde. Nunca en mejor momento llegó la orden de abandonar la montaña. Elrumor de su presencia había cruzado los pasillos hasta llegar, sin escalas, a oídos de Líncaro quese apresuró a enviar a sus mejores hombres a terminar la tarea.

Corrían desaforados con el temor que significaba por un lado sentir en la nuca la respiraciónde los Drows y, por el otro, el miedo de toparse con las brujas grises, enviadas por Casimira, conla orden expresa de llevárselos con vida.

En esa vorágine, en esa locura; se adentraron en las calmas pero misteriosas aguas de losLagos Internos, cuando de repente los gritos, acompañados por los brazos en alto agitando el airey disipando la niebla, de una bella y asustada niña australiana, les mostraba, al fin, la tan ansiadasalida.

Page 125: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXIIILa sombra del destino

«Por favor, respira» murmuraba Coral, nerviosa, desesperada, triste; apretando con fuerza elpecho de Dakarai que yacía, sin vida, a orillas del río Plateado. No existía magia o poder algunoen ella que pudiera traer al africano de vuelta del mundo de los muertos. Sin embargo, pese atodas las adversidades, la resignación era un lujo que no podía darse y continuaba intentando,ahora con respiración boca a boca, hacer que su amigo despertara.

Vaya uno a saber la satisfacción que sintió o qué otro sentimiento invadió su alma hastaposeerla por completo, cuando una tos expulsora de agua fue el indicador inequívoco del milagroque presenciaba.

—¿Qué?, ¿dónde estoy? —balbuceó.

—Te estabas ahogando —fue lo que alcanzó a decir, tímida, para no asustarlo en demasía.

—¿Coral? Pero… ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó mientras masajeaba su cabeza.

Todavía permanecía el dolor causado por aquel objeto que lo había golpeado a traición,aunque no recordaba de manera fehaciente los sucesos que lo depositaron en el fondo del río.

—No puedo saber qué te ha ocurrido —respondió con lágrimas en los ojos—, solo sé queestabas inconsciente y ya no respirabas.

—¿Dónde está Clemont? —preguntó dirigiendo la vista en todas direcciones, sin hallar a sucompañero de viaje—. Tal vez se haya ahogado.

—O quizás, finalmente, mostró la hilacha —dijo secando sus ojos llorosos—, nunca me fié deél.

—¿Estas insinuando que él me empujó al agua?, ¿con qué propósito lo haría? Tuvo infinidadde oportunidades para deshacerse de mí si lo hubiera querido —le buscaba una explicación a tanextraño suceso—. No creo que lo conozcas muy bien; él puede parecer egoísta, tramposo,estúpido, hipócrita, malvado, despreciable, cobarde; pero en el fondo, o tal vez muy en el fondo,es un buen hombre.

—Si tú lo dices…

Page 126: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Aguarda un momento —dijo frunciendo el ceño y abriendo grandes sus ojos negros—,¿cómo es que tú estás aquí?, ¿cómo es que me salvaste?

—Si estás sugiriendo que yo asesiné a tu amigo…

—¡No! —la interrumpió en seco con un grito contundente—, ¿pero cómo sabías que estaba enpeligro, acaso estabas siguiéndonos?

—El brazalete —le respondió acariciándole el brazo, evocando el regalo que le había hechohoras atrás.

—No entiendo.

—Cuando la pulsera descendió más de tres metros en el agua, supe que algo no andaba bien

La lluvia era cada vez más copiosa. El cielo teñido de gris, se encargaba, a su manera, depresagiar los momentos difíciles por venir, encapotando por completo el futuro del reino. Tal vezhaya sido por la conversación que mantenía a ambos concentrados en los labios tentadores delotro; seguramente la cortina de agua y los relámpagos que anunciaban los truenos por sonar,hicieron lo suyo para que ninguno se percatara, a tiempo, de aquel barco que echaba sus redessobre los ahora prisioneros.

—Pero miren lo que tenemos acá —enfatizó Duncan a toda su tripulación—, y pensar que losilusos creen que nadie vuelve de la Isla Calavera.

Toda la tripulación reía y se mofaba de la mala suerte del africano, que tras haber sobrevividoa su confinamiento perpetuo había vuelto a caer en manos de sus captores primigenios.

—¿Dónde está Nataly, maldito cobarde?

—¿No nos presentas a tu amiga? Miren lo que tenemos aquí —fue lo último que dijo antes derecibir una mordedura certera, en respuesta a una caricia indebida—. ¡Maldita perra!, enciérrenlaabajo inmediatamente; enciérrenlos a los dos —ordenó enfurecido, cubriendo con un retazo detela mugrienta la sangre que brotaba, sin cesar, de su mano.

Afuera el cielo parecía venirse abajo; un verdadero diluvio azotaba al reino de Helamantyamientras Coral, en los calabozos del Inmortal, comenzaba a sufrir las consecuencias depermanecer tanto tiempo fuera del agua. Era una sirena. Tenía la capacidad de desplazarse portierra, aparentando ser una mujer como cualquiera, pero no por tiempo indeterminado. Necesitabaregresar cuanto antes a su hábitat, lo que dificultaba mucho las cosas y acortaba, de formaalarmante, el tiempo de maniobra para dar con una solución.

Sabían que no podrían convencer al capitán Duncan de ser liberados; tampoco era una opciónsuplicar, alegando la verdadera condición de Coral; puesto que una confesión solo elevaría suprecio de venta para los bucaneros. La salvación estaba, entonces, en la mano de Dakarai. No porsu habilidad, por su fuerza o por su corazón de guerrero. Estaba literalmente en su mano. Elbrazalete de oro era la llave de salida para los cautivos.

La extraña inscripción que traía grabada, funcionaba como una señal de alerta, un pedido deauxilio que llegaba directo a las profundidades del océano.

Una vez más, el clima implacable jugó sus cartas en la operación rescate. Lo que fue leídocomo normal, la respuesta acorde y esperable de un barco que se bamboleaba de un lado a otro en

Page 127: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

medio de la tempestad, era, en realidad, la furia apabullante de un pueblo que iba al rescate deuno de sus miembros más estimados.

—Habremos caído en un remolino —dijo Dakarai, sujetándose fuerte de las rejas de su celdapara no rodar como lo hacían los trastos que lo rodeaban.

—A mí me parece algo más inusual —respondió Coral con una indisimulable sonrisa en elrostro, consciente de que sus hermanas habían acudido a la cita.

Y comenzaron a cantar. Una suave y cálida melodía, que despertaba la excitación másdesenfrenada jamás vista, fue lo que inició la seguidilla de clavados por parte de los marinerosque, uno a uno, abandonaban la nave, presos de la lujuria y el desenfreno. Solo el capitán Duncanque se había esposado al timón para no ceder a la tentación, permanecía en la cubierta mientras elresto de tripulantes yacía en el lecho marino, rindiendo cuentas de sus actos en ultramar. El barcoestaba a la deriva; las sirenas estaban decididas a hundirlo cuando la joven Coral irrumpió en laescena junto a su amigo africano. Tantos golpes, tanto traqueteo había logrado vencer laresistencia de los calabozos; y le había permitido a Dakarai tomar el mando del barco antes deque fuera a parar al fondo. De yapa, mientras subían las escaleras, se toparon, sin querer, con elarco mágico que los Climint habían obsequiado a Nataly en Viperá.

—¿Dónde está Nataly Windsor? No me obligues a hacerte daño.

—Te juro que no lo sé, de camino al palacio supongo —respondió el capitán con los ojoscerrados.

—¡Mientes! Cuando nos abandonaste en esa isla desértica, a ella la mantuviste cautiva yamenazabas con venderla como esclava a los reinos vecinos; así que por tu bien dime que hapasado con Nataly antes de que ponga una flecha en tu cráneo.

No estaba jugando, las venas en su cuello, a punto de estallar, daban fe de ello.

—Créeme, la liberé en la costa hace unos días. La princesa Zafiro se me apareció en sueños yme pidió que la liberara; debes creerme.

—Me temo que dice la verdad —susurró Coral al oído del africano—, tal vez deberías ir trasella cuanto antes.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó con la voz apagada, con la angustia que representaba el miedode no volver a verla.

—Estaré bien —respondió con una sonrisa—, no olvides que tienes una misión que cumplir.

—Si es cierto lo que dices, deberé apresurarme para alcanzarla en el palacio. Y será mejorque reces para que Nataly se encuentre bien y no le haya pasado nada; sino te juro que lolamentarás.

—Déjame llevarte a la orilla por favor; es lo mínimo que puedo hacer por ti.

—Llévame a la orilla sí, pero voy a necesitar un guía; no conozco el camino.

—Puedo darte indicaciones si quieres —dijo Duncan haciéndole ver que seguía esposado, ynecesitaba liberarse para poder maniobrar la nave.

—Eso me agrada; lo harás —replicó abriendo las esposas de su ahora rehén—, pero no vas a

Page 128: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

darme indicaciones; vas a ir conmigo.

* * *

Un puente, apenas un puente conocido por todos como el Brazo del Rey, era lo único que seinterponía entre la joven Nataly Windsor y el imponente y estremecedor palacio Reverel, últimaparada de una aventura inverosímil, imposible, irreal.

Bajo una lluvia torrencial, permaneció de pie, con los ojos puestos en el castillo milenario,pensando que muy posiblemente no hubiera marcha atrás para ella. De seguro no podía retroceder,no existía posibilidad de volver sobre sus pasos y renunciar a su destino impostergable.

No era eso lo que bloqueaba su mente y no la dejaba avanzar. Era la muerte. El hecho de creerque su deber consistía en burlar la guardia, enfrentar a los enemigos que se encontrarancustodiando el cofre donde reposaba la princesa y salir airosa, sonriente y campante con laubicación exacta de la espada; no la convencía en absoluto. No podía ser tan simple. Temía, muyen el fondo de su corazón, no estar a la altura de la misión, no cumplir las enormes expectativasque recaían sobre su persona; no poder retribuir con valor la confianza de la reina; y por sobretodas las cosas, no saber qué pasaría en su vida londinense una vez que sus ojos se cerraran parasiempre en Helamantya.

Su respiración rivalizaba con el frío e inusual viento congelado, gentileza de las MontañasNevadas, insólito en esa estación del año. Las ráfagas cortaban la piel como cuchillas afiladas ycada gota de lluvia, que no dejaban de caer como catarata desbocada, parecía un recordatoriotortuoso de las lágrimas lloradas y por llorar.

Se sentía extraña, no podía evitar sonreír, más no sea una risa nerviosa, al notar que ya nollevaba puestos sus jeans ajustados que tanto apreciaba, o sus faldas desfachatadas que tan bienlucia en épocas veraniegas; en su lugar una pesada armadura blanca compuesta por grebas,rodilleras y musleras, tapaban el atractivo de sus piernas en forma apabullante. Algo similar leocurría al mirarse el torso y verlo cubierto por una coraza, compuesta por el gorjal, el peto y labarriguera que, Dios mediante, la protegerían de cualquier ataque artero.

Ven, tengo algo más para ti. Recordaba la conversación con Irina en una de las carpas delcampamento, en las afueras del castillo, justo en medio de la plaza central, que fuera antaño elcentro neurálgico de la vida en el reino. Mientras la gran cantidad de soldados afilaban susespadas y se reunían a conversar sobre hazañas pasadas y momentos jamás vividos, peromaquinados infinidad de veces en las mentes más imaginativas; Nataly recibía de su amiga brujauna cota de malla absolutamente inusual.

Todos los contemporáneos estaban habituados a cubrir sus cuerpos para la batalla con unasuerte de camisón o cota de malla, compuesta de anillos de hierro entrelazados, que tenía la difíciltarea de oficiar de última barrera; la delgada línea roja entre la vida y la muerte, cuando todas lasdefensas exteriores, llámense armadura o escudo, fracasasen o cedieran.

«Es muy importante para mí, mi madre me lo obsequio antes de irse y lo he guardadosiempre para una situación límite, como la que ahora te toca atravesar». Las palabras de Irinaretumbaban en su cabeza a medida que avanzaba, al fin, con pasos cortos pero firmes por el puenteque llevaba directo a la entrada principal del palacio.

Page 129: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

«Es una cota de malla sí, como la que tienes en tus manos en este momento pero, enrealidad, es extremadamente distinta, diametralmente diferente de la que está a punto de vestirtu cuerpo. En nuestro mundo, al igual que en este, existen numerosos metales que hemosaprendido a manipular con el paso del tiempo; pero existe uno en particular que no abunda enestas tierras ni se utiliza para estos menesteres, y yo quiero que lo lleves contigo al castillo».Apretaba su espada con fuerza, no quería mirar atrás, consciente de que todo el mundo estaría, deseguro, observándola caminar hacia el futuro del reino. En la otra mano llevaba su casco, con lacabeza a merced de cualquier flecha que pudiese provenir de alguno de los ventanales superioresdesde donde se apreciaban, claramente, todos los movimientos que ocurrían afuera.

«Está hecha de paladio, a diferencia de otros metales no se oxida jamás; es tan duro eimpenetrable como la personita que lo porta y mucho más liviano que una suave hoja que semece alegre con la brisa matinal de la primavera. Te protegerá, nada quiebra su resistencia;póntelo debajo de la armadura y nada malo podrá pasarte. Será nuestro secreto». Ojalá no teequivoques, pensaba la británica -mientras repasaba una y otra vez en su mente el diálogo conIrina- a escasos metros de la puerta de entrada, a pocos pasos de la verdad; a un abismo de suobjetivo.

A lo lejos, bien a lo lejos, se podía oír la arenga de la muchedumbre que cruzaba los dedospor la forastera devenida en la esperanza de un reino desmoralizado. Nataly respiró hondo, intentópor enésima vez cerrar fuerte sus ojos para despertar de la pesadilla; pero al no conseguirlo,colocó el yelmo sobre su cabeza y empujó suavemente la puerta; que, para su pesar, hizo un ruidoescandaloso, producto, seguro, de los años que llevaba cerrada. El aliento constante en el exterior,y su poco discreto ingreso al interior de la morada, seguro no habían pasado desapercibidos paraquien quiera que estuviese montando guardia, con la única finalidad de custodiar que nadie seacercara jamás al cofre que protegía el cuerpo de la princesa.

Page 130: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXIVEl pasado entre tinieblas

—¿Has visto alguna vez a la reina? —susurró Amanda para no despertar al resto del grupo.

—Sí, la he visto en sueños.

—¿Te ha confesado por qué nos ha elegido?

—No lo sé, cientos de veces me he cuestionado lo mismo; tal vez haya alguna clase deconexión entre nosotros y este lugar.

—¿Extrañas a tu familia?

Amanda sentía la imperiosa necesidad de conversar; no es que con Rámala no lo hiciera, peroahora estaba con humanos, con otros jóvenes que, al igual que ella, fueron reclutados contra suvoluntad a una suerte de confinamiento encubierto, amén de la supuesta libertad de la que gozabanen el trayecto.

—Claro que sí; de hecho me pregunto si mi madre estará buscándome. Era su cumpleaños —respondió entrecerrando los ojos, con un nudo en la garganta.

Llevaban varias horas invadiendo, en el buen sentido, la casa de una pareja de granjeros quecompraron de inmediato la historia de la salvación de Zafiro aunque, a decir verdad, lo queterminó de convencerlos fue la persuasión intimidante del Lord Gabriel Hilferold, cuyo apellidoimponía respeto y derrochaba abolengo a lo largo y a lo ancho del reino.

Los granjeros eran ancianos. Habían perdido a sus dos hijos varones y a sus tres nietos en lainnombrable noche trágica. Todavía calaba hondo el dolor y perduraba el resentimiento contra lavida; contra el destino, a la vez que no dejaban de culparse por haber sobrevivido cuando lamuerte llegó para reclamar, de modo anticipado y sin aviso, las almas de sus seres queridos.

Pese a todo, no resultaba menos cierto que estaban felices de recibir visitas después de tantotiempo de soledad y auto reclusión. Con las rutas comerciales abandonadas y la escasa, por nodecir nula, cantidad de gente que se aventuraba en los Lagos en verano, ya sea para tener un día decampo o simplemente darse un chapuzón reparador, casi que no veían otros rostros, además de lossuyos, y eso era realmente gratificante. No los hacía sentirse jóvenes o rejuvenecidos pero sí,

Page 131: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

definitivamente, recordaban que estaban vivos y si podían ayudar, más no sea dando cobijo y unataza de caldo caliente a los futuros vengadores de aquella noche que los marcó para siempre,entonces estaban más que satisfechos.

«¡El desayuno está listo!» gritó Mery dando aviso a los huéspedes para que se acercaran alcomedor para alimentarse. Gabriel durmió como un bebé, pudo haber habido un ataque de Drowso brujas grises que, sin embargo, él jamás se hubiese enterado. A Mizuki, por otro lado, al igualque Sebastián y la recién rescatada Amanda, le costó largo rato conciliar el sueño hasta que porfin su mente hizo una pausa y cedió ante el reclamo desesperado de un cuerpo exhausto. Distintofue el caso del enano Tilmur, recostado sobre una frazada en el suelo, al costado de la cama quecompartían las mujeres, bien contra el extremo de la habitación, pasó la noche en vela, simulandoque dormía pero abriendo un ojo cada tanto, nervioso y desconfiado por compartir cuarto conLord Hilferold a quien continuaba considerando una amenaza.

—Está delicioso señora Mery.

—Verdaderamente exquisito —confirmó Mizuki la apreciación de su amigo.

—Muchas gracias chicos; hace tiempo no preparaba un buen caldo de verduras; mi esposodice que si vuelve a ver uno prefiere pedir asilo en la Selva negra —todos rieron a carcajadas porla graciosa ocurrencia; sin embargo, la nota la dio, sin duda, el cascarrabias enano al echar lamitad de su plato encima de su alargada barba amarronada.

—Creo que voy a retirarme, no puedo comer de este modo —dijo Gabriel quejándose de losmalos hábitos de Tilmur.

—Tal vez quieras practicar un poco —lo retó Sebastián guiñándole un ojo.

Pronto se formaron las parejas. Con la japonesa esperando su turno para chocar espadascontra alguno de los agrandados machos alfa de la manada; Tilmur enseñaba a Amanda tácticasdefensivas para repeler estocadas ligeras.

De a poco, el cielo despejado daba cabida a numerosos nubarrones que comenzaban aoscurecer y empañar una mañana que se vislumbraba soleada. Mientras el ruido de las espadasque chocaban con fuerza o, en su defecto, hacían silbar al aire de dolor; un llanero solitario seaproximaba a todo galope por el horizonte.

«Mis saludos señores y señoras de Helamantya» dijo la amazona descendiendo de su caballo,algo cansada por la distancia recorrida.

—Lady Ofelia, benditos los ojos que contemplan tu belleza en un amanecer que se escondetras la tormenta —recitó cual poema Gabriel, haciendo una sutil reverencia a la recién llegada.

—He venido en nombre de mi gobernador, el Duque Tomeo de Helva, del pueblo de Acator,para comunicarles que todos aquellos que puedan luchar, deben presentarse esta noche en lasafueras del palacio Reverel.

—¿Por qué, que sucederá esta noche? —preguntó Sebastián envainando su espada.

—Escoltarán a la enviada de la reina y nosotros debemos prepararnos para lo peor —respondió aceptando congraciada el vaso de agua que Mery le alcanzaba.

—¿A qué te refieres con lo peor? Digo, no podemos hacer nada para ayudarla una vez cruce la

Page 132: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

puerta.

—Creemos que Casimira y Líncaro no se quedarán de brazos cruzados, y enviarán a su gentepara obstruir nuestro camino a la victoria.

—Dijiste que escoltarían a una mujer al palacio, ¿cierto? Podrías decirnos el nombre de esamujer —preguntó Sebastián con un nudo en la garganta.

—Seguro, su nombre es Nataly, ¿la conocen? —respondió de inmediato

—¡Obvio! es nuestra amiga —exclamó Mizuki con una sonrisa de oreja a oreja queevidenciaba la felicidad de saberla a salvo y con vida; al menos por ahora.

—¿Entonces ustedes son los extranjeros que han venido con ella a despertar a la reina? —preguntó sorprendida de haberlos encontrado, por casualidad, en medio de la nada.

—Podría decirse que sí

—Y yo soy Tilmur, comandante en jefe de los lanceros del Bosque de la Niebla.

—No existe tal ejército, no hay ningún comandante en jefe ni mucho menos lanceros; son unacaterva de mineros y contrabandistas sin tierra ni nación —refutó Gabriel antes de ir a parar alsuelo producto de un empujón furioso, gentileza de un enano que comenzaba a perder la pacienciapor tantas agresiones.

—No le haga caso Señor Tilmur, no gaste sus fuerzas, harán mucha falta esta noche, cuando latierra se tiña de sangre una vez más —dijo Ofelia para cortar la rispidez reinante.

La cicatriz indeleble que el mal había tatuado en el corazón del reino parecía irrumpir otra vezen escena, con la cruel finalidad de concluir el trabajo comenzado hacía veinte años. Sin perdertiempo, todos los presentes, a excepción de los granjeros que solo atinaron a desearles buenasuerte, montaron en los caballos, gentilmente proporcionados por Mery y su esposo, y salieron atoda marcha para acudir a una cita a la que ya estaban llegando tarde.

* * *

—Podríamos haber robado dos caballos como Dios manda y no estas mulas viejas que correntan rápido como un caracol enfermo— se quejó Duncan, mientras avanzaba de mala gana junto aDakarai al palacio Reverel.

Al igual que lo habían hecho Nataly e Irina, debieron cruzar, muy a pesar del otrora capitánpirata, el pueblo de Zimawe, reducto gobernado por Rivena; con quien no había terminado enbuenos términos.

Para su alivio, la duquesa, al igual que la mayor parte de sus guerreros, no se encontraban enel lugar; ya que habían emprendido viaje escoltando a la británica a cumplir con el mandato de lareina.

Por mucho que Duncan estuviera incómodo; y por más prisa que trajera el africano paraalcanzar a su amiga y poder secundarla en tan importante menester, lo cierto era que un puebloamigo significaba ropa seca y limpia, provisiones, caballos decentes y, por sobre todas las cosas,armas con las que enfrentar a los enemigos que de seguro se interpondrían en su camino.

Al atravesar el umbral, devenido en murallas de piedra custodiadas por un centenar de

Page 133: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

atalayas, fueron gratamente recibidos por los lugareños y conducidos, sin mayor demora, alpalacio de gobierno, donde ausentes los duques; el Barón Milton Siwfried los recibía eufórico,haciendo gala de su fama de buen anfitrión.

—Pónganse cómodos caballeros —dijo señalándoles los sillones aterciopelados en labiblioteca.

—Muchas gracias señor —respondió rápido el africano que no tenía demasiado interés enentablar conversaciones burdas mientras el final de la odisea estaba a la vuelta de la esquina y seaproximaba con celeridad.

—Por favor llámenme Milton —suplicó mojando sus labios con un licor rojizo—, soy unmiembro destacado de esta ciudad y confidente de la Duquesa Reverel en momentos difíciles.

Duncan lo ignoraba, se burlaba de la falsa modestia del Barón mientras no podía evitar sentirnostalgia por cada rincón de aquella casa que supo cobijarlo en su infancia.

—¿La Duquesa Reverel? —preguntó Dakarai frunciendo el ceño—, creo que no comprendo.

—Rivena y su hermano Cleston son primos de la princesa —replicó Duncan poniéndose depie y revisando de modo insolente, ante la mirada escandalizada de Milton, el estante de librosantiguos que asomaba alto a sus espaldas.

—Exacto; veo que conoce bien a la familia Real, aunque no recuerdo haberlo visto antes poraquí, ¿señor?….—Milton se puso de pie, advirtiendo que Duncan escondía algo detrás de esa carade yo no fui, y esa insípida barba desprolija.

—Yo también me alegro de verte Yoyo —respondió volteando con un libro titulado «Justiciadivina» en sus manos.

—¡Guardias! ¡Guardias! —vociferó Milton desesperado buscando apoyo como si se tratara deun adversario peligroso—. ¿Cómo te atreves a aparecerte aquí después de lo que has hecho?

—¿Alguien quisiera explicarme lo que está ocurriendo? —preguntó Dakarai con las palmashacia abajo.

—¿Tú fuiste parte del asesinato también?

—Él no tiene nada que ver, gracias al cielo no tuvo la mala suerte de conocerte —respondióDuncan tomando con rapidez la espada que el africano guardaba en su cintura.

—Evidentemente ustedes se conocen y tienen asuntos pendientes; no intento importunarlos,pero una cuestión más determinante nos atañe y necesita de nuestra colaboración inmediata.

La mediación de Dakarai no surtía efecto; la tensión imperante se había apropiado, sin retorno,de los hombres solo separados por la humanidad del africano.

—Te dije que no era buena idea traerme contigo a esta tierra maldita.

—Pero no me dijiste que todos te querían muerto —se defendió.

—No hay otra salida para los regicidas —dijo Milton poniéndose delante de la puerta paraevitar que huyeran.

—¿Regicida? —se sorprendió Dakarai dirigiendo su mirada al Capitán que solo se limitó a

Page 134: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

negar la acusación con la cabeza.

—Sí, regicida —respondió Milton cuando tres guardias armados con lanzas y espadasarribaron a la habitación—. Asesinó al gobernador Eigor para asumir el cargo en su lugar; pero laseñorita Rivena descubrió la estratagema y lo desterró de Zimawe y de Helamantya. Todavía nome explico por qué no te condenó a la horca.

—Tal vez porque sabe que soy inocente —contestó rindiendo su espada, entregándose sinresistencia a la embestida de los soldados.

—Ya no volverá a cometer ese error —sonrió—, cuando la reina despierte vengará, entretantas muertes lamentables, la de su tío.

—Cuidado Yoyo, tal vez sea verdad lo que dicen de Zafiro —murmuró mientras era arrastradofuera de la habitación.

—¿A qué te refieres? —preguntó después de darle un puñetazo en el estómago.

—Dicen que lo ve todo; que está en todas partes; que lo oye todo. En tu lugar estaría muypreocupado.

—Pierde cuidado —respondió susurrándole al oído, tomándolo fuerte del pelo—, algo medice que no tendrás la suerte de contemplar el retorno de Su majestad. ¡Llévenselo al calabozo! —ordenó con un grito estridente.

—Pero señor, no puede encarcelarlo; es mi guía para llegar al palacio.

—El palacio sí, casi lo olvido… tú puedes marcharte, pero esa rata se queda —respondió conla satisfacción que produce el deber cumplido—. No te preocupes, escoge a cualquiera de lossoldados y dile que yo ordené expresamente que te escolte donde los Reverel.

No tenía tiempo que perder. Se sentía culpable por la reclusión de Duncan pero sabía que sumisión primaria, su destino impostergable, le exigía reunirse con su amiga británica para intentarromper el maleficio que llevaba décadas asfixiando al reino y a cada uno de sus habitantes.

Page 135: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXVNataly Windsor

Todo era oscuridad. Por más que intentó dejar la puerta abierta para que ingresara algo de luz,ésta se cerró como por arte de magia y la sombra ennegrecida que cubría la mansión se relamíacon solo pensar en los obstáculos y peripecias que iba a tener que afrontar la joven intrusa parasalir indemne –y triunfante- de ese lugar.

El sitio era enorme. Espada en mano y atenta a cualquier sonido, se desplazaba con precaucióntratando, a cada paso, de adaptarse a moverse con la armadura que, aunque pesaba menos de loque podría creerse a simple vista, era toda una novedad para una joven que acostumbraba a vestir,usualmente, mucho más ligera.

Procuraba no perder la concentración, pero el ambiente no colaboraba en lo más mínimo. Nosolo por la falta de luz o el temor obvio que recorría su cuerpo a cada instante; sino más bien, porlos recuerdos y la nostalgia que desprendía cada uno de los recovecos, censurados de gritar a loscuatro vientos la tristeza por la gloria perdida.

Todavía permanecían allí casi todos los objetos que solían adornar el palacio en su máximoesplendor. Cada cuadro, cada mueble, cada sueño estaba allí adormecido, esperando despertar deuna pesadilla que lo sumió en el abandono, condenándolo a una estadía repleta de oscuridad; sinnadie que apreciara sus bondades o su finura; nadie que les hiciera justicia. En el aire, en mediodel tétrico silencio, podían oírse las sonrisas que alguna vez alegraron la casa entera; o al menosel eco de lo que alguna vez fue alegría; como si fuera que las paredes, hoy echadas a su suerte,víctimas de una total falta de mantenimiento, a merced de la tirana humedad, hubieran almacenadoaquellos recuerdos para llenar el vacío desolador que se había apropiado de todo hacía veinteaños.

No pudo evitar, después de avanzar varios metros y asegurarse de que no hubiera moros en lacosta en ninguno de los pasillos a los lados que atravesaban la sala principal, quedar boquiabiertafrente a la legendaria mesa de oro, testigo resplandeciente del horror de antaño.

«Tranquila, todo va a salir bien; solo respira hondo y mantén los ojos abiertos» se repetíamientras avanzaba, en dirección a la escalera que llevaba directo al primer piso. No habíarevisado toda la planta baja; el hecho de no haberse topado con nadie, y el recuerdo de que lareina estaba en su habitación, instintivamente la llevaron hacia la escalera. Con una mano en la

Page 136: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

baranda y la otra en su espada, subía dando pasos pequeños para no perder el equilibrio o haceralgún ruido indeseado con su armadura.

La oscuridad era casi total; máxime cuando se alejaba de los objetos que irradiaban luzpropia. Estaba a merced de su olfato o de lo que sus oídos pudiesen captar para reaccionar atiempo. Al llegar al primer piso, no pudo evitar sorprenderse por el parecido de la sala con laplanta baja. Era como si uno fuese el fiel reflejo del anterior; dos habitaciones idénticas, que sediferenciaban apenas por la ausencia de una mesa de oro y por los enormes y grandiosos muralesque regalaban las paredes. Eran retratos familiares. Todavía los colores mantenían la vivacidadque habían tenido antaño; y los rostros aún iluminaban, aunque tenuemente, la fría opacidad.

«Zafiro, eres tú» susurró acariciando el rostro de una alegre muchachita, sentada sobre elregazo de su padre, luciendo un fino vestido amarillo, inmortalizada para siempre en la piedra.Una lágrima traviesa se desprendió, insolente, de su ojo izquierdo luego de que un escalofrío lerecorriera todo el cuerpo. Cómo podía ser que aquella niña, que rebosaba de felicidad y teníatoda una vida por delante, fuese la única sobreviviente de una noche nefasta, apenas burlada poruna desahuciada victoria pírrica, que la mantenía ajena del mundo y privaba de su compañía atodos los habitantes del reino que rezaban todos los días por su retorno glorioso.

Estaba en un impasse. Aquel momento emotivo que, incluso, le arrancó una lágrima, lahicieron perder la concentración y hasta cometer la imprudencia de quitarse el casco para refregarsus ojos llorosos. Ese acto de indisciplina, esa distracción que en cualquier momento hubiera sidouna pavada, una acción sin importancia; se transformó en el objetivo ideal para un ataque sigilosoy certero. Las dos flechas que se incrustaron contra la pared, cada una perfectamente ubicada acinco centímetros de sus sienes, la devolvieron a la realidad de la peor manera. Solo atinó aecharse cuerpo a tierra y resguardarse tras un pequeño trasto que no tenía por qué estar allí.

—Debiste haberla matado, tenemos órdenes expresas de nuestro rey—. se oían los murmullosque procedían de algún lugar, del otro lado de la sala, ocultos en la oscuridad.

—No seas aguafiestas, déjame divertirme un poco; no hemos tenido visitas en veinte años—. devolvió el susurró quien supuestamente había disparado las flechas y errado a propósito elblanco preestablecido.

—¿Quién osa irrumpir la tranquilidad del cementerio Reverel?

—No soy nadie, vine a visitar a los muertos —respondió siguiéndoles la corriente;empuñando su espada y tomando con fuerza su escudo de acero, mientras permanecía agachada,con una rodilla en el suelo y la otra flexionada; preparándose para una posible batalla.

—Ya está bueno de juegos; dinos realmente quién eres, por qué estás aquí y quién te haenviado —preguntó una voz bien varonil pero con cierto dejo de dulzura.

—No creo tener una respuesta para todo; solo he venido a curiosear. Este palacio es muyfamoso y he venido a comprobar la veracidad de las leyendas que lo pintan —replicó sin dejar detemblar, con la vista puesta en las grandes y bellas baldosas que dibujaban rombos de algún colorperdido.

—Sabemos muy bien a qué has venido —bramó uno de los Drow, dejándose ver levementedetrás de una columna que servía de soporte al piso de arriba—; y también estamos al tanto de

Page 137: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

quién marcha contigo y espera buenas nuevas en la puerta misma del castillo.

—No sé de qué estás hablando, pero seguro podemos llegar a un acuerdo — se movióraudamente detrás de la escalera alfombrada que llevaba al piso superior.

—El único acuerdo que recibirás, lo firmarás con tu miserable sangre. He notado que no traesarco; y no es mi intención cazarte como si fueras una conejita indefensa.

—¿Entonces qué propones? —preguntó Nataly mientras se mantenía erguida, suplicandofuerza a todos los santos que recordaba.

—Un combate a la antigua. Tú y yo; nadie más, cuerpo a cuerpo, y que nuestras espadasdecidan el resto.

—Me parece justo, aunque podría asegurar que tú no estás solo —apuró para deschavar, depaso, la ubicación y postura del segundo enemigo.

—Tienes mi palabra de que no intervendrá, un combate es un combate.

El desafío estaba planteado. Nataly sabía que no iba a poder acercarse al cofre dondereposaba Zafiro sin antes superar las adversidades que se interpusieran en su camino. Para supesar, chocar espadas con un Drow era lo último que hubiese deseado, aunque atendiendo elcontexto no existía margen para decidir. Las opciones eran claras: luchar o morir en el intento.

Al igual que ella, su adversario estaba completamente cubierto por una armadura deadamantina; era imposible alcanzar a ver su rostro pero su lacio pelo blanco, que caía sobre suespalda hasta la parte trasera de sus rodillas, y el rasgo distintivo de las orejas puntiagudas,dejaban saber que no se trataba de un humano.

—Cuando dé la orden Mi Lady —dijo el Drow con el escudo en alto y su espada encima deél.

—Todavía puedes rendirte —contestó Nataly provocando una carcajada arrogante en suadversario.

Ya no hubo más palabras, ambos contendientes se abalanzaron sobre el otro intentandoimponer las condiciones. En primera instancia, la fuerza y la habilidad milenaria del elfo volcaronlevemente la pelea a su favor. Nataly solo atinaba a defenderse, su escudo no paraba de recibirestocadas furibundas que chocaban una y otra vez contra su coraza de acero. Debía pensar en algo,no iba a durar demasiado si la lucha mantenía la misma tónica por mucho tiempo.

No hay mejor defensa que un buen ataque. Nataly solo pensaba en esa frase que colonizabasu mente mientras soportaba estoica los sucesivos embates de su adversario. O cambiaba suactitud o más temprano que tarde terminaría pereciendo, y con ella se irían al drenaje lasesperanzas que guardaba la multitud agolpada en las inmediaciones.

—¿Eso es todo lo que tienes niña tonta? Ahora entiendo porque esta fortaleza cayó en elpasado; no existen caballeros que la defiendan —el Drow se ufanaba de su habilidad mientras seburlaba del esfuerzo estéril con el que Nataly intentaba equiparar las acciones.

No quería rendirse, no podía fallarles a todos sus amigos sin antes haber intentado todo lo queestuviese a su alcance para torcer el rumbo de su calamitoso destino. Si no podía por la fuerza; deseguro existían otros caminos para alzarse con la victoria.

Page 138: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

A veces, más vale maña que fuerza retumbaba en su cabeza empujándola a pensar en unaestrategia diferente que la pusiera en situación ventajosa. Y ocurrió. La cara de felicidad de lainfante reina Zafiro dando vida y embelleciendo lo que de otra forma sería una desabrida pared, leproporcionó la idea que le faltaba. Cuanto más cerca del muro llevara la pelea, la luz, queirradiaban los frescos, dificultaría la visión del Drow, acostumbrado a moverse en las sombras yen la oscuridad de sus cuevas.

—¡Teníamos un acuerdo! —se exasperó al percatarse de la estratagema de la británica—,estás quebrantando las reglas.

—No estoy quebrantando nada; sigue siendo un combate cuerpo a cuerpo —respondió cercanaa la pared mientras su oponente continuaba parado en medio del salón—, puedes venir por mí orendirte en este preciso instante.

Una estocada, una firme y letal estocada al orgullo del elfo es lo que había conseguido con esaproposición indecente que lo había acorralado. O se arriesgaba a luchar prácticamente a ciegas odeponía las armas de modo indecoroso. Tampoco tenía opción. A regañadientes, aceptó las nuevascondiciones y se abalanzó sobre Nataly con una tremebunda sed de venganza.

Las cosas habían cambiado. Nataly llevaba las de ganar y aceleraba sus estocadas conrapidez, ante un rival que hacía lo que podía con los ojos cerrados.

—No sabía que sufrías de fotosensibilidad; lo siento en el alma —dijo ufanándose de suposición ventajosa, devolviendo, en parte, las ofensas recibidas momentos atrás.

—No sé de qué estás hablando —respondió sacudiendo su espada de un lugar a otro;buscando adivinar el paradero de su contendiente—, mejor cierra la boca y pelea.

Ya no había lugar para acciones temerarias, tendientes a modificar sustancialmente una batallaque estaba terminada desde el mismísimo momento en que Nataly llevó el agua para su molino,dejando estéril toda habilidad defensiva u ofensiva que pudiera desplegar el Drow en condicionesnormales. En la guerra como en el amor todo vale, y eso la británica lo había ejecutado a laperfección. En uno de tantos avances, terminó de penetrar la muralla de acero que protegía a suoponente enterrando su espada tan profundo como su brazo permitió.

Después de tanto batallar, de haberse sobrepuesto a momentos verdaderamente delicados,pudo saborear el fruto de su estrategia, tendido en el suelo, con los ojos abiertos que aúnreflejaban el temor que todos los seres tienen a la muerte. Sin embargo, no hubo demasiado tiempopara festejar, una flecha endiablada se estrelló directo contra su escudo y antes de que pudiesereaccionar, para plantar cara a su nuevo aspirante a verdugo, recibió un nuevo impacto quepenetró, sin miramientos, en medio de su pecho, depositando en el suelo su cuerpo sin vida.

Fingió su propia muerte. Tendida en el suelo, con los brazos abiertos, proporcionaba unainvitación al regocijo que el Drow, ciego de soberbia, no pudo rechazar. Se acercó hasta los piesde la británica y cuando alzó su espada para terminar de rematarla, pretendiendo enterrar el hierroen su pecho vulnerable y vengar así la muerte de su correligionario; Nataly abrió grandes los ojosy con un movimiento rápido y firme de su espada, que aún empuñaba en su mano derecha, cortó deplano las piernas de su verdugo a la altura de las rodillas. El gritó fue estremecedor. A lamismísima británica se le congeló la sangre antes de recordar no tener piedad con los enemigos yopresores del reino. Era un espectáculo desagradable. La sangre salía a borbotones de los

Page 139: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

miembros amputados del elfo oscuro que se retorcía de dolor mientras su presa, devenida encazadora, contemplaba de pie su lenta y triste agonía.

—¿Quién demonios eres? ¡Monstruo infernal! —alcanzó a preguntar el Drow antes de queNataly acabase con su sufrimiento, degollándolo sin consideración.—Soy Nataly Windsor, Marquesa Windsor de Helamantya— respondió mientras contemplaba loscuerpos sin vida que yacían a su alrededor.

Page 140: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXVILarga vida a la reina

En las inmediaciones del Bosque Nocturno, la lluvia había cesado hacía algunas horas; pese aello la noche se tornaba nublada, sin estrellas, sin luna, sin cielo. Todo era gris, incluso lasfrondosas y rejuvenecidas flores primaverales se teñían de tristeza y melancolía al resistirse, envano, a la reunión que estaba por llevarse a cabo en la vieja cabaña de Irina. Uno de los hombresinvolucrados estaba pálido, evidentemente cansado y con señas evidentes de estar arrepentido o,cuanto menos, harto de soportar el peso de sus acciones pasadas; el otro hombre, en cambio, nodaba demasiadas pistas sobre su estado de ánimo. El gesto adusto, los dedos bailoteando en laempuñadura de su espada y su mente perdida en alguna parte remota del pasado, que ahora loperseguía a gran velocidad, indicaban, tal vez, cierto nerviosismo, pánico o desesperación.

Todo eran conjeturas. Hubieran preferido nunca tener ese cónclave. No volverse a ver lascaras, al menos hasta tanto se hubiese cumplido con éxito el plan maquiavélico que supieronmaquinar hacía veinte años.

Las cosas habían cambiado. Todo estaba fuera de control. Lo que alguna vez fue un sueño, unautopía que necesitó corromper varios corazones y traicionar a la mismísima Corona, como asítambién, sumergir en las sombras nefastas de la historia a una de las familias más añejas del reinode Helamantya; hoy se tambaleaba, pendía de un hilo la misión suicida pergeñada hacía décadas,las mismas que llevaba alardeando impunidad.

«¿Hay alguien ahí? ¡Ya he llegado!» gritó una voz, visiblemente agitada y compungida en lasafueras de la cabaña.

—Aquí estoy mi viejo amigo —respondió la voz grave de un hombre saliendo del interior dela morada de la bruja blanca.

—Hay problemas —informó Clemont Burton con las manos en sus rodillas, intentandorecuperar el aire.

—Siempre los hay —respondió el hombre encapuchado—, solo que a veces algunosproblemas no tienen remedio.

—De eso mismo estoy hablando, ya no tengo la esfera de cristal. No me preguntes qué pasó,cómo pasó o quién la tiene, porque no tengo repuesta para esos enigmáticos interrogantes.

Page 141: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Recuerdas bien aquella noche?

—Todos los días —respondió el otrora jardinero tragando saliva.

—No pudimos terminar el trabajo, pero nuestros socios, cumpliendo con su parte del trato,tomaron las reliquias sagradas para evitar otra coronación que no fuera la mía; y tú, mi fielservidor, tomaste la esfera para que nunca nadie pudiera encontrar jamás esa espada maldita

Los vívidos recuerdos de esa noche lo asfixiaban. Nunca había estado tan cerca de su victoriapersonal, como nunca lo había estado del ocaso de su Casa.

—No tengo idea de quién pudo haberla robado, lo que sí sé es que no tardarán enrelacionarme con ella —dijo desbocado, preocupado por su debilitada posición—, debo irmeantes de que me hagan preguntas que no puedo contestar.

—Claro que no puedes responder, debes mantenerte en silencio —replicó abandonando lacomodidad del roble que servía como respaldo a una espalda cansada—, pero sí quiero que seassincero conmigo. ¿Acaso te arrepentiste de tu papel y decidiste traicionarme?, ¿ya no te importaconvertirte en Lord?

—Creo que no lo entiendo Señor; yo nunca lo traicionaría.

—Dices no saber quién tomó la esfera de cristal de tu pordiosero rancho; sin embargo, yo sísé quién la porta orgullosa, de camino, en estos momentos, a la habitación central de la princesaZafiro.

—¿Quién? —preguntó frunciendo el ceño.

—¿Te dice algo el nombre Nataly Windsor, alias la forastera malcriada?

—Es imposible, la última vez que la vi era prisionera del capitán Duncan en El Inmortal —seexcusó.

—Ya todo el mundo sabe que la obtuvo de tu casa; y que tu traición solo puede pagarse con lamuerte —sentenció el hombre mirándolo fijo a los ojos.

—Entonces con más razón debo irme cuanto antes; iré a Azajar, tal vez pueda pedir asilo en eldesierto.

Su acuerdo estaba concluido. La fachada de Clemont Burton había sido descubierta y elpeligro para todos aquellos que estaban detrás del complot crecía conforme la británica seacercaba a los aposentos de la reina; pero más aún, por la desconfianza en la promesa de silenciodel jardinero que, si supo ser un hombre leal y valioso, no menos cierto resultaba el hecho de quesu error, su descuido, habían puesto en jaque a quienes desde las sombras pretendían -y aúnpretenden- salir beneficiados con la extinción del linaje Real.

—No podemos darnos el lujo de que te obliguen a hablar Clemont, ¿eso lo entiendes verdad?

—Por supuesto. Por eso voy a irme de inmediato. No me fui antes porque quería que seenterara por mi boca de la desaparición de la esfera; no sabía que era vox populi —sonrió de losnervios.

—Agradezco tu lealtad hasta el final —dijo el hombre quitándose la capucha que le cubría elrostro, a la vez que desenvainaba con ridícula rapidez la espada que portaba en su cintura.

Page 142: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Qué haces? Te juro que jamás diré nada; voy a irme tan lejos que ni el mismísimo infiernopodrá encontrarme.

—Lo sé mi viejo amigo, pero un imperio no se construye con promesas, sino con la sangre delos prescindibles.

—Hazlo entonces —dijo cerrando los ojos.

—¡Aguarda! —vociferó suspendiendo de momento la sentencia, como si hubiera recordadoalgo importante—. ¿Dónde está la hoja de conjuros que quitaste del libro secreto?

—La destruí como ordenaste, aunque el mapa mágico…

—¿A qué te refieres?, ¿dónde está ese mapa?

—Ellos lo tienen; ¿o cómo crees que se desplazan por el reino a placer? —sonrió.

—¡Eres un estúpido! —exclamó vehemente—. ¡Un bueno para nada! ¿Cómo te atreviste aentregarles el mapa?

Estaba desfigurado, la piel rosácea inicial había mutado a un rojo furioso desencajado, que seadivinaba en las venas a punto de ebullición que dejaba ver su cuello.

—Más temprano que tarde descubrirán sus secretos y el reino será libre —contestó y elevó lacabeza al cielo, invitando a su verdugo a decapitarlo sin demora.

—¿Y qué hay de la lealtad que decías tenerme hace un instante? —preguntó abriendo losbrazos de par en par.

—La tenías, pero aquella mañana cuando el joven Sebastián arriesgó su vida por unas mujeresque no conocía, y ver a Nataly llorar por él, cuando apenas llevaban cinco minutos juntos,comprendí lo que es serle leal a algo o alguien —contestó con la tranquilidad que antecede a lamuerte.

—Tus últimas palabras…

—De seguro arderé en el infierno; solo espero que se me permita disculparme con DakaraiTimpu por haber apagado la llama de su vida.

—El infierno está reservado para los valientes que desafían los límites en pos de un mundomejor; no para cobardes como tú.

«¡Larga vida a la reina Zafiro!» fue lo último que salió de la boca del jardinero ClemontBurton antes de ser silenciado para siempre; una madrugada gris, sin estrellas, sin luna, sin cielo.La misma madrugada en que la joven Nataly Windsor trataba de burlar a las brujas grises quecustodiaban celosas el cofre de la discordia.

* * *

No había tiempo para perder. Los cuerpos de los enemigos junto a ella le confirmaban, por unlado, que su astucia y habilidad en el manejo de la espada estaban a la altura de losacontecimientos pero, por otro lado, también servían para recordarle que había dado un gran paso,pero era solo el primero; y que todavía, en algún lugar del palacio, esperaban su llegada no menosde un par de brujas decididas a que nada interfiriera con el sueño eterno de la princesa cautiva.

Page 143: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Del otro lado de la habitación se vislumbraba un largo pasillo con innumerables habitaciones;sin embargo, la enorme escalera alfombrada que conducía al segundo piso era una tentación difícilde resistir.

Mientras subía las escaleras intentaba imaginar el cuadro de situación con el que,irremediablemente, iba a tener que lidiar en los instantes por venir. El trébol de plata que colgabade su cuello le proporcionaba una tranquilidad insuperable puesto que, en el peor de los casos,debía empuñar su espada y poner a prueba, una vez más, su valía y su templanza, dejando atrás, laposibilidad de ser alcanzada por un maleficio sin siquiera tener oportunidad de defenderse.

El segundo piso, igual de oscuro que su predecesor, era diametralmente opuesto a lo que habíafrecuentado con anterioridad. El salón principal mucho más reducido; parecía servir de antesala ainnumerables habitaciones que se extendían a los lados, atravesando el recinto por la mitad, enforma de cruz.

No había dado ni dos pasos cuando una voz chillona le dio la bienvenida:

«Me sorprende que hayas llegado hasta aquí; aunque a decir verdad nunca confiamosdemasiado en esos orejas alargadas de abajo».

La voz retumbaba en todas las paredes; era difícil saber de dónde provenía; más aún cuandouna risa escalofriante, una sinfonía de carcajadas parecían querer destrozar los tímpanos de labritánica que solo atinaba a cubrirse los oídos con las palmas de sus manos, sin mayoresresultados.

—Déjame verte, ¡muéstrate! —reclamó Nataly a su tímida adversaria.

—Tengo una idea mejor —chasqueó los dedos y los candelabros, así como las finas arañasque colgaban del techo, se encendieron como por arte de magia.

Nataly tapó su vista con una de sus manos. Debía acostumbrarse a la luz otra vez, luego detanto camino recorrido entre tinieblas.

—He venido a ver a la reina —dijo la británica levantando su escudo para evitar cualquierataque artero.

—Sabemos a qué has venido; y por eso vamos a darte la posibilidad de retornar y nuncaregresar —respondió la bruja desplazándose lateralmente, hasta ponerse frente a ella, a unadistancia considerable.

—Me temo que eres muy generosa, pero no puedo aceptar esa oferta.

—Intuyo que traes algún trébol plateado en alguna parte de tu cuerpo, lo cual nos obliga aextender un poco más tu agonía —advirtió mientras deslizaba su espada de un lado a otro delsuelo, haciendo pequeñas ralladuras en el piso de cerámica— ¿Crees que es sensato levantar tuespada contra una bruja gris?

—Tal vez los Drow de abajo respondan por mí.

—Cayeron victimas de su arrogancia; nosotras jamás cometeremos ese error. El crepúsculonos da la fuerza que necesitamos para salir victoriosas de cada batalla. ¡Ríndete!, y me aseguraréde que toda la mugre que clama por ti allá afuera sepa que libraste una gran batalla.

Page 144: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Tú deberías rendirte y yo te aseguro que haré saber a Casimira que luchaste hasta el últimoaliento de tu putrefacta vida mientras me veías, resignada, despertar a la reina de su letargo.

La bruja no lo resistió. Ciega de furia por la ironía recibida como respuesta a sus condicionesde rendición, corrió en dirección a Nataly, espada en mano, sin solución de retorno. Para susorpresa, lejos de amedrentarse o, incluso, de preparar su defensa para la inminente envestida, lajoven británica dejó caer su enorme escudo de acero y dejó ver, entre sus manos, el arco que habíatomado, como trofeo, de los Drows caídos en desgracia minutos atrás.

Tarde se percató la bruja gris de la sorpresa que le había deparado el destino. Antes de que sucerebro pudiese, siquiera, procesar la información de aquello fuera de los planes; ajeno a todolibreto previsto; su cuerpo yacía en el suelo, a mitad de la sala, con una flecha incrustada parasiempre en su corazón sin armadura.

«Le advertí a Fabiola de que no eras una niña inútil e indefensa» se lamentó una voz queparecía provenir del lado derecho del pasillo.

Nataly avanzaba con precaución. Escudo en alto y espada en mano se dirigía hacia lashabitaciones que permanecían con sus respectivas puertas cerradas. La luz, que generosamentehabía encendido la bruja caída en desgracia, permitía iluminar, más no sea tenuemente, todo elespectro visual que tenía por delante.

Todas las puertas estaban cerradas con alguna clase de cerrojo. Era, hasta el momento,imposible identificar la habitación de la reina como así también adivinar el paradero de la dueñade aquella voz que amenazaba agazapada en algún rincón.

«Solo yo puedo abrir la habitación de Zafiro, por mucho que te esfuerces nunca lograrás entrarsin mi venia» se oyó fuerte y claro y un escalofrío recorrió súbitamente el cuerpo de la británica.

—No te creo —respondió mirando hacia todos lados, intentando adivinar dónde se escondíala portadora de esa voz suave y melosa.

—Pues no lo hagas; pero tú estás en el pasillo y yo junto a tu reina muerta —rió a carcajadas.

—Hagamos un trato, ábreme la puerta y conversemos al respecto.

—No soy tan tonta; traes la protección de un medallón de trébol y algo me dice que vienesarmada con algo más que una espada.

—Si el medallón es un impedimento puedo entregártelo —dijo Nataly quitándose el casco ydejando caer, una vez más, su escudo contra el suelo.

—¿Por qué harías una cosa así?

—Porque tú sabes que más temprano que tarde descubriré cómo abrir esa puerta y entonces notendrás ninguna posibilidad —amenazó mientras empujaba un enorme espejo de pie hasta lamismísima entrada de los aposentos de Zafiro—, pero, en cambio, si tú me abres ahora; yo te daréel medallón y que gane la mejor.

—No sé qué mentira te habrán contado quienes te enviaron sin miramientos al matadero; perodéjame advertirte que sin la protección del trébol, no respirarás más de dos veces antes deextinguirte como las estrellas viejas y marchitas.

Page 145: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

A continuación, sin dejarla terminar de hablar, el medallón se deslizó por debajo de la puerta,directo a los pies de la bruja que se encontraba custodiando el cuerpo dormido de la princesa.

Sabía que era una trampa; sin embargo, el hecho de que hubiera renunciado a la protección delmedallón, era la oportunidad perfecta para deshacerse de la única amenaza, real y concreta, quehabía surgido en los últimos veinte años; y el hecho de no haber visto otra cosa que no fuera elrostro sereno de la nueva bella durmiente, atentaban contra su buen juicio y la impulsaban hacia lalocura, hacia su perdición. Destrabó el cerrojo, a distancia, con un simple movimiento de susmanos y al abrirse la puerta se encontró con la humanidad de Nataly, parada indefensa, justo a laentrada, y no dudó en atacarla lanzando contra ella su espada como si fuera una lanza. Para susorpresa, el estallido en mil pedazos del espejo que había servido de anzuelo, fue la pruebairrevocable de que había sido engañada; y antes de que pudiera reaccionar, más no sea intentandouna acción defensiva; la espada de su contrincante viajó como el viento que azota las MontañasNevadas en invierno y halló anclaje en su corazón desprevenido.

Ya no había más obstáculos; al lado del cuerpo sin vida de la bruja gris, el famoso cofre decristal se presentaba ante sus ojos majestuoso, irreal, hipnotizante. El cuerpo de una mujerdescaradamente bella reposaba armonioso como si estuviera levitando; a la espera de ser liberadode su prisión necesaria.

Luego de contemplarla por largos minutos y dedicarle un breve discurso que mantuvo ensecreto; recordó que su misión era descubrir, esfera mediante, el paradero de la espada familiarque rompería al fin el confinamiento. A los pies del cofre; se dejaban ver cinco figuras queactuaban de cerrojo, cuya pieza central era una circunferencia donde debía encastrarse la esferade cristal que Nataly traía escondida dentro de un saco que colgaba de su espalda. Lo hizo. En unprimer momento solo sintió una fuerte presión que no la dejaba moverse y luego sí, la claraimagen de un roble anaranjado, al costado de uno de tantos senderos del Bosque Nocturno, serevelaba como el guardián de la espada Reverel.

Cuando volvió en sí, con la firme intención de correr por donde había venido para compartirla buena nueva, una luz que parecía emerger del cuerpo mismo de la reina, encegueció su visión yla transportó fuera del palacio.

Page 146: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXVIILa conspiración Real

—No tenía idea de que pudieran existir las tabernas en este mundo —dijo Sebastián alzandosu bebida para brindar con sus camaradas.

—¿Cuándo podremos avanzar? Algo me dice que deberíamos estar en el palacio —murmuró Mizuki, preocupada, con la vista perdida en su vaso sin catar.

—No podíamos hacerlo con esa tormenta; el camino se torna fangoso y tardaríamos másrodeando el sendero que aguardando aquí a que pare la lluvia —respondió Ofelia antes de pararsepara pedir al posadero unas habitaciones dónde poder descansar.

El lugar estaba lleno. Decenas de hombres, en su mayoría sin norte, bebían sin parar ydedicaban cada sorbo a los rumores que auguraban el despertar de la reina. Antiguos soldados,comerciantes, agricultores, timadores y nobles caídos en desgracia, regalaban un espectáculo tandesopilante como decadente en el viejo y querido, tan infame como resarcido, Licor de lasPalmas, como se llamaba aquel lúgubre pero ameno lugar.

En el primer piso, en una habitación en la que solo cabían dos camas de una plaza y media yun pequeño buró destartalado, la joven Amanda intentaba conciliar el sueño observando el aguacaer como cascada y los relámpagos iluminar el cielo grisáceo, que de vez en cuando se abríapara confirmar que estaba aún allí, oculto tras las nubes ennegrecidas.

—¿Amanda, te encuentras bien?

—Sí, pensaba en todo esto que estamos viviendo —susurró para no despertar a Ofelia quedormía plácidamente en la cama contigua—, ¿cómo puede ser posible?

—Créeme que me lo pregunté más de mil veces y tampoco encuentro explicación, nadie lohace —respondió Mizuki devolviendo el susurro, acostada boca arriba, contemplando resignadael techo resquebrajado—, es mejor no pensar demasiado en eso o nos explotará la cabeza.

—Sabes…. Mi madre hubiera puesto el grito en el cielo o le agarraría un infarto si vieradónde estamos durmiendo ahora.

—¿Eres muy unida a tu mamá? —preguntó la japonesa con tristeza, recordando que no tuvo ladicha de contar con esa figura en su vida.

Page 147: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Sí, lo soy —respondió volteando para ver a Mizuki a la cara—, sé que soy lo másimportante de su vida aunque suela ser demasiado estricta o exigente conmigo.

—¿A qué te refieres?

—Mi familia es muy importante en Australia, influyente y adinerada; y eso condiciona un pocotodo: los lugares a los que voy, las personas que frecuento, los horarios; todo.

—Suena a prisión, pero creo que te envidio —dijo Mizuki dibujando una sonrisa triste en surostro—, a mí nadie me espera en casa y a veces creo que todo esto que pasa es la respuestasatisfactoria a todas mis plegarias.

La conversación se tiñó de melancolía. Los recuerdos y la incertidumbre se fundían con losmomentos cruciales que estaban a punto de acontecer en Helamantya.

La madrugada los encontró a todos durmiendo. Mientras abajo, los más descarriadoscontinuaban emborrachándose hasta morir, las habitaciones de la posada se encontrabanabarrotadas, como nunca, de personas que esperaban marchar, con el amanecer, a lasinmediaciones del palacio para colaborar en lo que hiciera falta, en pos de una esperanza queamenazaba, con vigor, devolver al reino la grandeza de antaño.

En ese momento, en el que la lluvia había dado paso al viento del sur que todo lo barre, elrelinchar de un caballo herido, acercándose al viejo edificio, en las fronteras de Acator,interrumpió el sueño de la blonda australiana que vio, sorprendida, pegada a la ventana, al jinetecaer sin resistencia, directo al fango, desmayado mientras su corcel se desplomaba a su lado,víctima de un trajín insoportable.

«¡Despierten! ¡Despierten!» gritó Amanda a sus compañeras de cuarto mientras se ponía unabrigo y enfilaba, desesperada, hacia la puerta.

Las tres mujeres bajaron con rapidez. Ante la mirada atónita de los ebrios maltrechos quecontinuaban malgastando sus vidas, y apostando a perdedor en cada ronda de naipes, corrieron atoda prisa para socorrer al extraño que yacía tirado en el lodo, al costado de la taberna.

—¿Señor, puede oírme? —preguntó Ofelia sosteniendo la cabeza del viejo ajado quecontinuaba convaleciente.

—Za Za Zafiro —alcanzó a balbucear antes de perder el conocimiento.

—Debemos llevarlo adentro —dijo Mizuki justo en el instante en que Gabriel y Sebastián,seguro alertados por el alboroto generalizado, llegaban al lugar para saber de qué se trataba todoaquello.

Gabriel lo subió en brazos hasta la habitación que habían estado ocupando las mujeres,mientras Tilmur y Amanda le mojaban los labios con agua fresca, y le quitaban la fiebre con pañosmojados sobre la frente.

—Seguro es un pordiosero borracho —se quejó Gabriel mientras pedía otra ronda de cervezaen una de las últimas mesas del lugar—, y nosotros corriendo desesperados en lugar de estarreponiendo las fuerzas que necesitaremos para combatir mañana.

—Tal vez tengas razón y carezca de importancia o puede que tenga algo crucial que decirnos—respondió Ofelia sin dejar de mecer sus piernas cansadas debajo de la mesa.

Page 148: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—¿Quién está cuidándolo? —preguntó Gabriel estrellando con autoridad su vaso vacío sobrela mesa.

—Amanda está con él —replicó Tilmur limpiando el líquido que chorreaba de su barba.

—Creo que voy a relevarla —contestó Gabriel poniéndose de pie—, no tolero tus maloshábitos —farfulló desafiando a Tilmur con la mirada.

Entretanto, el viejo forastero había vuelto en sí y agradecía las atenciones que la jovenaustraliana le brindaba en forma desinteresada; aunque eso fuera cierto solo a medias.

—Tuvo suerte de que lo vi caer de su caballo desde esa ventana —comentó mientrascontinuaba colocándole paños fríos en la cabeza.

—Eres muy amable, todos lo son —balbuceó—, pero debo llegar al palacio Reverel cuantoantes.

—Quédese tranquilo, todos vamos hacia allá. ¿Por qué tiene tanta prisa en llegar?

—He oído que la princesa está a punto de despertar y debo advertirla sobre sus enemigos —respondió con los ojos cerrados, soportando el peso de un secreto que lo atormentabahacía décadas.

—Estamos al tanto de que muchos helamantyanos están, en estos momentos, rodeando todo ellugar para protegerlo de las hordas de Casimira y Líncaro; que de seguro no tardan en atacar.

—Casimira y Líncaro no son el verdadero peligro para Zafiro, al menos no por ahora —reviróel hombre sentándose sobre la cama, captando por completo la atención de la muchacha.

—¿A qué se refiere? —preguntó frunciendo el ceño.

—Al complot contra la Corona hace veinte años, por supuesto —respondió abriendo susbrazos, como si sus palabras refirieran a una verdad evidente.

—El complot de las brujas, los Drows y el pueblo de Azajar, ¿ese complot dices?

—Ellos provocaron el caos sí; trajeron muerte, destrucción y miseria al reino, pero… yo estoyhablando del verdadero complot, del trasfondo de esa vil emboscada; el motivo real dellevantamiento.

—Cuéntame, ¿quiénes traicionaron a la reina?

—Los que levantaron el confinamiento de las brujas grises para empezar —replicótranspirando, con el sudor corriendo por sus mejillas.

—¿Y Sabes quiénes son?, ¿sabes sus nombres? —insistió desesperada, mientras le quitaba elsudor con un trapo más húmedo que mojado.

—Claro, estuve allí ese maldito día —respondió cerrando sus ojos, lamentándose por suaccionar—, mi nombres es Daryus Reverel, hermano del rey Clunio y tío de la princesa… y yolevanté el hechizo de las brujas en la Selva Negra.

Amanda retrocedió, tambaleándose llegó hasta la puerta y no sabía si salir huyendo o terminarde escuchar toda la historia.

—¿Cómo pudiste traicionar a tu familia?

Page 149: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Estaba ciego de envidia y ávido de poder —se excusó poniéndose de pie, destrozando deuna patada el pequeño buró que separaba las camas—, Clunio tenía una mujer hermosa y una hijatan bella e inteligente como este mundo jamás había contemplado.

«No es fácil ser el hermano menor cuando tu familia se sienta en el trono del reino. Lacoronación de mi sobrina era el fin de mis aspiraciones, ¡era renunciar a mi máximo anhelo! Peroalguien más lo sabía; otro hombre, igual de ambicioso que yo, utilizó mi fragilidad y mi falta decordura para sacar provecho en beneficio propio. Él envenenó la mente de todos y corrompió amedio palacio solo para satisfacer su codicia.

—Las tuyas querrás decir.

—No, hay un hombre más cruel que yo y que ninguno entre nosotros, seguro está jugándola debueno en las inmediaciones del palacio, ¡por eso debo detenerlo y ustedes deben ayudarme! —clamó.

Amanda salió corriendo, mientras bajaba, a toda velocidad, casi sin tocar los escalones,embistió a Gabriel que subía para tomar su lugar en el cuidado del extraño maltrecho. Al verlaatravesar la posada como un rayo, todos sus amigos se apresuraron detrás de ella, presos de unaangustia y una incertidumbre inusitadas. Al salir, la procesión encabezada por Sebastián, encontróa la australiana arrodillada en el lodo, llorando de manera desgarradora.

«Amanda, ¿qué ha pasado?, ¿qué tienes?» preguntó la voz de alguien que no pudo distinguirsebien en medio de la desesperación.

—Ese hombre que estamos ayudando es el tío de la princesa —respondió entre sollozos, sinpoder controlar su respiración.

—¿Daryus? —preguntó Ofelia frunciendo el ceño—, eso es imposible, él murió aquellanoche, en el palacio.

—Parece que está vivo —intervino Tilmur con cierto dejo de ironía.

—Confesó que él y otros cómplices levantaron el maleficio de las brujas y lideraron elcomplot contra la Corona.

—Es imposible —susurró Ofelia sin salir de la conmoción—. ¿Quiénes eran esos hombres?,¿te dio algún nombre?

—Tal vez debamos arrancárselo a la fuerza —respondió Sebastián e ingreso, de vuelta, a laposada, seguido de cerca por Ofelia y Tilmur para terminar de interrogar al traidor.

Al llegar a la habitación, la escena hallada no era la que hubieran imaginado, y mucho menosdeseado, instantes atrás. Ante la mirada impávida de Gabriel, yacía el cuerpo sin vida del bandidoDaryus Reverel, con una daga en su mano izquierda y señas inapelables de que había sidodegollado.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó Ofelia abriendo los brazos, tratando de encontrar unarespuesta en medio del charco de sangre.

—Me ha dicho que un secreto lo atormentaba y que ya no podía seguir viviendo así —seexcusó—, cuando me percaté de lo que iba a hacer ya era tarde, no pude evitarlo.

Page 150: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Qué extraño —murmuró Tilmur, siempre con su hacha preparada para la acción.

—¿A qué te refieres?

—¿Por qué se suicidaría alguien que parecía tener intenciones de acercarse a la reina? Digo,si lo que quería era matarse, imagino habrá tenido infinidad de oportunidades en estos veinte años.

—No me gusta nada lo que insinúas —respondió Gabriel abalanzándose sobre Tilmur, actoque Ofelia detuvo a la brevedad interponiéndose entre ambos.

—Sea como sea, debemos irnos cuanto antes; estas son señales inequívocas de que eldespertar está cerca.

Con las primeras luces de la mañana, y ya sin la copiosa lluvia que los había retrasado lanoche anterior, salieron a todo galope esperando arribar, sin escalas, al palacio Reverel antes delmediodía. El silencio era sepulcral. Nadie emitía el más mínimo sonido, todavía perduraba laconfusión y las amargas sensaciones por la situación vivida en El Licor de las Palmas.

«Este punto se llama el cruce del destino» gritó Ofelia haciendo añicos la tediosa calma.

—¿Por qué lleva ese nombre? —preguntó Mizuki con el ceño fruncido mientras cabalgaban acampo traviesa, sin nada a la vista que no fueras kilómetros y kilómetros de pradera.

—Al este El bosque Nocturno, al norte Hilferold y al oeste Acator; todos a la misma distanciadesde este punto exacto —respondió con una sonrisa en los labios mientras el viento revoleaba sulargo pelo negro.

Cuatrocientos metros, no más que eso avanzaron por los campos desiertos cuando divisaron, alo lejos, a dos brujas grises divirtiéndose con una joven, privada de su libertad. La lógicaindicaba seguir camino; pero la curiosidad y los recuerdos del pasado reciente hicieron mella enel corazón del argentino que con un grito, y un movimiento de su mano izquierda en alto, ordenó alos demás descender con lentitud y avanzar con precaución al sitio de tortura.

«No puede ser, ¡es Nataly!» advirtió Mizuki al reconocer a su amiga británica como el objetode divertimento de aquellas desalmadas brujas.

—Creí que habían dicho que estaba en el palacio —murmuró Tilmur confundido.

—Bueno, parece que ya no lo está —respondió Sebastián desenvainando su espada.

Page 151: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XVIIIEl reencuentro

El sol se elevaba alto en el occidente cuando Dakarai Timpu llegó desesperado hasta laspuertas del palacio Reverel, escoltado por un guardia de poca monta del pueblo de Zimawe. Alnotar su llegada, la multitud, que aguardaba agolpada y con sed de respuestas una señal de vida dela británica todavía en el interior, se voltearon todos sobre el africano y lo desafiaronabiertamente, temiendo que se tratase de un nuevo enemigo.

«Mi nombre es Dakarai Timpu y soy un leal soldado de Su Majestad, la reina Zafiro» seexcusó descendiendo raudamente de su caballo, esperando ser bien recibido luego de haberpresentado credenciales; y dejar en claro que nada tenía que ver con los traidores de antaño.

—Dakarai, es un placer conocerte —dijo la bruja blanca saliendo entre la muchedumbre,tomando la voz cantante—, me alegra que te encuentres bien y hayas logrado arribar hasta aquí.Mi nombre es Irina y hemos custodiado la llegada de Nataly al palacio ayer por la noche.

—¿Y por qué no han entrado con ella? —preguntó frunciendo el ceño, mientras un soldado seacercaba para proporcionarle una armadura.

—Es una larga historia, ninguno de nosotros puede —respondió Rivena, dando un paso alfrente.

—Ella es Rivena Reverel, prima de Zafiro y gobernadora del pueblo de Zimawe.

—Un placer Mi Lady, vengo de sus dominios —replicó el africano hincándose levemente.

—Apresúrate, tal vez Nataly necesite ayuda; no hemos sabido nada de ella desde que ingresóhace ya varias horas.

—Adentro de seguro hay enemigos; debes tener muchísimo cuidado y tomar todas lasprecauciones necesarias.

—¿Por casualidad no traes ningún medallón de trébol, cierto? —le preguntó Rivena,consciente de que iba a hacerle falta.

—No, no se preocupen; si Nataly está adentro la voy a encontrar —respondió y avanzó conrapidez.

Page 152: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Corriendo atravesó el Brazo del Rey, y dejando atrás el griterío ensordecedor, empujó laenorme puerta de entrada y desapareció en la oscuridad del castillo. Con extremo sigilo revisó laplanta baja y al no haber rastro de su amiga ni de posibles enemigos, o ninguna otra cosa quemereciera la pena en ese momento de tensión, se aventuró en el primer piso, subiendo la enormeescalera que recordaba la inmensidad del palacio y al terminar de subirla, no pudo evitarmaravillarse con los hermosos murales que retrataban, a todo color, las distintas generaciones dereyes. Principalmente, la luz blanquecina que se desprendía del rostro de una pequeña,inmortalizada en el regazo del rey Clunio, permitía iluminar, aunque tímidamente, parte delinmenso salón que yacía en tinieblas.

Sin dejar de levantar su escudo y con la espada siempre lista para una estocada fulminante,avanzó, pegado a la pared, como resguardándose de cualquier sorpresa que pudiera encontrarlofalto de defensa. Solo su respiración escuchaba. El sonido de sus pasos retumbaba fuerte en elsalón vacío. No había nadie. Ni brujas, ni Drows, ni Nataly, nadie.

«Nataly, Nataly» susurraba tan bajo que ni siquiera él mismo podía oír su propio llamado.Estaba asustado; el hecho de no encontrar nada de lo que supuestamente estaría aguardándolo, leponía los nervios de punta; máxime cuando se percató de que estaba pisando un hilo de sangre queparecía provenir de la enorme escalera alfombrada que conducía a la segunda planta.

Apoyó su espalda contra la pared, se puso una mano en la boca para contenerse de gritar yluego de apretar sus dientes y respirar hondo, no menos de tres veces, corrió desaforado rumbo ala escalera hasta tropezar, de lleno, contra los cuerpos de los Drows que dormían el sueño eterno;gentileza de la flamante Marquesa de Zimawe.

«Madre mía, qué demonios son estas cosas» preguntó en forma retórica mientras seincorporaba, atraído por los cadáveres al costado de la escalera. «Bien, hay gente muerta peroninguno es Nataly, eso es un alivio» pensaba mientras subía las escaleras y se topaba de frentecon la bruja gris, ultimada de un flechazo en el pecho.

El escudo le pesaba. Ya comenzaba a creer que su amiga británica había hecho todo el trabajoy no necesitaría cargar ese trozo de adamantina o, ni siquiera, el casco protector que tanto calor ytanta transpiración le estaba provocando. Se desarmó. Solo con la pechera y losmiembros cubiertos y con su inseparable espada, continuó avanzando por el reducido salón delsegundo piso hasta notar los pequeños trozos de aluminio, desperdigados por doquier, productodel espejo destrozado. Al acercarse pudo constatar la dolorosa muerte que de seguro había sufridola bruja gris; que aún permanecía con la espada de Nataly clavada en su pecho, y a su lado, comoajeno al tiempo y al espacio, el cofre de cristal en el que reposaba la reina.

Luego de admirar por largos segundos la belleza de Zafiro, advirtió que la esfera de cristalestaba colocada a los pies del cofre; pero no había noticia alguna del paradero de la británica.

Tal vez por curiosidad, tal vez por instinto; no pudo evitar darse cuenta, que a ambos lados dela esfera de cristal, existían espacios ahuecados con diferentes formas; como si se tratara de alguna clase de cerradura. No fue hasta que pasó sus dedos por la abertura en forma de redondelque la pulsera que llevaba puesta, gentileza de la sirena Coral, se encendió como el fuego, al igualque lo hizo su lugar correspondiente en el cofre.

«Ya comprendo. Son llaves, hacen falta cuatro llaves para romper el conjuro» pensaba el

Page 153: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

africano mientras se quitaba el brazalete y lo depositó en el cofre. Como preveía, el encastre fueperfecto y el sonido a cerrojo destrabándose confirmó su teoría.

Estaba satisfecho. Había cumplido con éxito la misión que tenía en el reino, aunque lapreocupación por el paradero de su amiga aguaba por completo la felicidad. Sin poder disimular,pese a todo, la sonrisa dibujada en su rostro, corrió tan rápido como pudo para avisarles a todosque los enemigos estaban muertos y el confinamiento de la reina a punto de terminarse, cuando derepente, al abrir la puerta, su cerebro se detuvo; las palabras se asfixiaron en su silencio y susojos, ahogándose en un mar de lágrimas contenidas, solo podían apreciar la tremebunda batallacampal que enfrentaba, sin cuartel, a los defensores de la reina con Azajarianos y brujas grises.

* * *

«Necesitamos a alguien inofensivo, que parezca indefenso; sí claro» se quejaba Amandamientras se ponía en el campo de visión de las brujas que torturaban a Nataly; como si fuera partede un plan, la carnada para poder burlar a las enemigas sin derramar una gota de sangre; al menosde la propia.

—Jacinta, esta niña no despierta —se desesperó la bruja de largo sombrero—, o la matamosahora o se la llevamos a Casimira. Estoy segura de que nos premiará por nuestra labor.

—No olvides Lucrecia que hemos sido degradadas —respondió con un largo bastón demadera en su mano derecha—. Todas las leales brujas de nuestra reina deben estar ahoracombatiendo en el palacio y nosotras, rebajadas y humilladas a barrer los claros en busca demigajas.

—Pero éstas no son migajas mi querida amiga; debe ser una de esas extranjeras que hanvenido a ayudar a la impostora.

—Debemos comprobarlo, la reina quiere vivos a esos forasteros malditos. Además, nopodemos molestar a Casimira sin estar seguras de lo que estamos llevándole.

—Ya me estoy poniendo vieja de tanto esperar —se quejó mientras maldecía a los cuatrovientos—, tal vez debamos lanzarle un conjuro y obligarla a despertar.

—En los años que te conozco, es la primera vez que te oigo decir algo coherente —comenzó areír como una desquiciada.

—¡Aguarda!, observa lo que tenemos por allí —la interrumpió en seco al percatarse de lapresencia de Amanda caminando distraída por la verde pradera—, creo que hoy es nuestro día desuerte.

Amanda estaba furiosa. Sabía que por ser la más joven la habían designado para tan peligrosomenester. Sin embargo, para que tuviera éxito la misión, debía concentrarse en cumplir a rajatablasu papel que consistía, ni más ni menos, en mostrarse perdida, aturdida, conmovida y sin la másmínima noción del tiempo y del espacio.

—Pero miren lo que tenemos aquí, un cachorrito extraviado.

—¿Qué tal señora? Podría decirme, si fuera tan amable, qué día es hoy.

—Hoy es un día fabuloso —respondió la bruja sonriendo—. Dime bonita, ¿cómo te llamas?

Page 154: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—No lo recuerdo —contestó frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos—, no recuerdoabsolutamente nada.

—No te preocupes, nosotras te ayudaremos a recordar —pasó su mano por sobre el cuello dela joven, fingiendo cariño y al voltear dónde su compañera, solo pudo observar, incrédula, elflechazo que atravesaba el cuerpo de su socia.

Todo se detuvo. Solo el vuelo de la saeta llegando a destino con minuciosa puntería, habíalogrado romper el silencio abrazador que imperaba en el ambiente.

«¡Lucrecia! ¡Lucrecia!» gritaba con fuerza mientras corría desesperada hacia el sitio dondeyacía el cuerpo sin vida de su compañera, boca abajo, víctima de un ataque artero y traicionero;por la espalda.

—¿Quién fue el maldito que hizo esto? ¡Da la cara cobarde! Vociferó vehemente, sin dejar deempuñar bien alto su bastón de madera.

—Yo lo hice —respondió Mizuki acercándose lentamente.

—O tal vez he sido yo —contestó Ofelia avanzando por el flanco izquierdo.

—No les hagas caso, fuimos nosotros —replicó Gabriel mientras copaba junto a Tilmur elflanco derecho.

—¿Qué es esto?, ¿acaso pretenden encerrarme? Puedo acabar con todos ustedes con solochasquear mis dedos.

—Solo ríndete y te perdonaremos la vida —dijo Mizuki dejando ver en su cuello el tananhelado medallón de trébol dorado.

—Antes muerta que rendirme —contestó Jacinta alzando su palo de madera, a punto de lanzarun conjuro contra Tilmur y Gabriel.

—Tus deseos son órdenes para mí

La espada de Sebastián perforando su putrefacto corazón, sorprendiéndola por detrás,pusieron fin a una mañana por demás agitada que traía consigo, como si fuera poco, la dicha dereencontrarse con una vieja amiga.

«Está desmayada» advirtió Mizuki sosteniendo en sus brazos la cabeza de Nataly.

Todos sonreían, pese a la urgencia por arribar lo antes posible al palacio Reverel, en su granmayoría estuvieron de acuerdo en hacer una parada, en una pequeña casa abandonada; otroraocupada por uno de los comerciantes más ricos del reino, hasta tanto la británica despertará ydemostrase tener la fuerza suficiente para viajar y, en el mejor de los casos, luchar también.

El sitio era enorme. Más que una casa se trataba de una suerte de castillo construido paraevidenciar la fortuna familiar de los antiguos inquilinos, viejos fugitivos del caos que azotó sinpiedad y dejó sin negocios a todos aquellos emprendedores fascinados por las ganancias.

Pese a su majestuosidad imponente, por dentro estaba destruido; con claras señales de habersido asaltado, saqueado y utilizado infinidad de veces como refugio de algún extraviado. Muypoco quedaba de su opulencia y su glamur; ni siquiera la vulgaridad del derroche obscenopermanecía en los rincones que alguna vez reflejaron la alegría del hogar. Apenas unos cuantos

Page 155: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

trastos sin valor; y dos camas maltrechas fue lo que encontraron los aventureros para hacer lo másamena posible la pausa consensuada.

Mientras las mujeres cuidaban de Nataly en el interior, los hombres salieron a tomar el aire ymeditar sobre los pasos a seguir:

—Sé que es su amiga, y que hace tiempo no la ven; créeme que lo entiendo, pero yadeberíamos estar en el palacio; es una vergüenza de nuestra parte sentarnos a ver pasar el díamientras otros mueren en batalla —se quejó Gabriel, dejando en claro que no había sido porunanimidad la elección de parar.

—Pronto la muchacha despertará y podremos avanzar al palacio —respondió Tilmur con lavista puesta en el suelo.

—Ahora que lo pienso, ¿por qué estas acompañándonos? —le preguntó Gabriel frunciendo elceño y abriendo sus brazos—, no es que no aprecie tu colaboración, pero podrías haber reunido amás de los tuyos o, tal vez, aún mejor, pudieron haber luchado por la princesa aquella noche haceveinte años cuando prefirieron permanecer escondidos en los malditos desagües.

—No te doy un piñón solo porque me he jurado a mí mismo no volver a caer en tusprovocaciones, pero ahora que lo mencionas déjame responderte Lord Hilferold bueno para nada:en primer lugar, ningún enano —dijo dibujando comillas en el aire con sus dedos—, pelearía allado de los que no hicieron nada por nosotros hace cuatro siglos, ni aunque compartamosenemigos y, segundo, no estuvimos aquella noche por la sencilla razón de que se trató de uncomplot encubierto, mantenido en secreto y ejecutado en una fiesta a la que no habíamos sidoinvitados.

—¿Entonces qué diablos haces aquí?

—Tal vez cuando la reina despierte, recuerde las promesas que hizo a mi gente y juntospodamos ir a recuperar nuestras montañas.

—Olvídalo, eso nunca pasará —rió a carcajadas.

«Muchachos vengan, Nataly despertó» informó Ofelia desde la puerta de entrada, invitándolosa suspender las rencillas momentáneas para presentar sus saludos a la bella durmiente.

En el interior del castillo todo era alegría. Por un instante se habían olvidado aquellaspenurias que afligían sus corazones y se permitieron, más no sea un momento, entregarse a lospequeños instantes de felicidad aunque sucedieran en el momento menos propicio. Una pausa, unrecreo era tan importante como la concentración en los objetivos por cumplir; y eso lo tenían enclaro.

Luego de un abrazo sentido con la japonesa y la algarabía por haber conocido a la australiana;llegó el momento de saludar de modo muy afectuoso a los guerreros helamantyanos queacompañaban la procesión. Primero fue Ofelia, quien se presentó como la Comandante de armasdel pueblo de Acator y fiel servidora de la princesa cautiva; a continuación, sin abandonar el tonocaballeresco que lo distinguía, fue el turno del Lord de Hilferold quien le brindó un fuerte apretónde manos, algo frío pero suficiente para la ocasión; finalmente, el enano Tilmur, tímido como decostumbre; más por el qué dirán, que solía minimizar su personalidad avasallante, que por propiaelección; se hincó frente a la flamante Marquesa del reino, ofreciendo su hacha de modo

Page 156: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

simbólico.

—¿Y Sebastián? —preguntó secando las lágrimas de sus ojos mientras buscaba a su alrededoral indomable argentino.

—Aquí estoy.

Difícil resulta describir el abrazo eterno en el que se fundieron ambos jóvenes quecomenzaron juntos esta alocada aventura, y que el destino quiso que se distanciaran hasta esepreciso momento. Nunca habían abandonado la esperanza, que movilizaba sus corazones, devolverse a mirar a los ojos para gritar a los cuatro vientos todo lo que los labios eran incapacesde pronunciar.

Tenían mucho de qué hablar. Muchas cosas que contarse; pero ahora sí, el tiempo deesparcimiento había terminado y la vuelta al deber se imponía como el sol abrazador delmediodía quemaba las almas en pena que vagaban inertes, a ninguna parte.

—Bueno, no se hable más, ¡a todo galope al palacio Reverel! —gritó Gabriel montado a sucaballo.

—No. ¡Aguarden!

—¿Qué quieres decir? Demos darnos prisa —retrucó el caballero de Hilferold, molesto portantas idas y venidas.

—Debemos ir al Bosque Nocturno —retrucó Nataly con la vista puesta en los árboles que seelevaban inmensos a kilómetros de distancia.

—Creí que su misión era despertar a Zafiro —intervino Ofelia confundida.

—Y eso haremos —respondió la británica cabalgando contra la corriente, rumbo a la cuna deoxigeno del reino entero.

Page 157: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXIXEl árbol de sangre

«¿Irina! ¡Irina!» gritaba Dakarai desesperado, atravesando a toda velocidad el Brazo del Reypara unir su espada a la de los cientos de helamantyanos que defendían su reino de los enemigosque se habían dado cita para impedir que Zafiro fuera despertada.

El panorama era poco alentador. Pese a la tenacidad e hidalguía mostrada por los defensoresde la reina, de a poco comenzaba a notarse la superioridad, no en habilidad, sino en número, delos opresores que inclinaba raudamente la balanza. Por lo menos cuatro mil soldados habíanatravesado el desierto, provenientes del reino de Azajar, para sitiar el palacio Reverel; y unas dosmil brujas, en su gran mayoría aprendices, descargaban, una vez más, todo su rencor e iracontenida. A eso debía sumarse que en las filas de helamantyanos escaseaban peligrosamente losmedallones de trébol por lo que, aquellos que tuvieran la bendición de poseer uno, eran quienesdebían acorralar a las brujas grises antes de que soltaran sus conjuros de tortura o algo peor,contra los desamparados e indefensos caballeros carentes de escudo protector contra cualquiertipo de arma que no fuera de metal.

—Dakarai, refúgiate, ponte a salvo; esto se pondrá cada vez peor.

—¡No puedo irme! Debo ayudar —contestó el africano atravesando a una bruja aprendiz quese abalanzó sobre él en forma repentina.

—¿Qué pasó allí adentro?, ¿dónde está Nataly? —preguntó sin dejar de maniobrar con las dosespadas que empuñaban sus manos.

—Ella no está adentro —respondió cuando un azajariano lo atacaba de frente.

—¡¿Qué quieres decir con qué no está adentro?

—Hay cadáveres de Drows y de brujas, pero no hay señales de ella —respondió mientras seatajaba de los estocadas que volaban por doquier—, la esfera está inserta en el cofre; ¿eso te dicealgo?

—Se supone que la esfera rebelaría la posición de la espada, no que evaporaría a Nataly —respondió entretanto quitaba su espada de las entrañas de un azajariano que continuaba, en vano,buscando una reparadora bocanada de aire.

Page 158: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Bueno, tal vez quién haya hecho el conjuro en primer lugar pueda darnos más precisiones.

—No creo que ella sepa más de lo que te he dicho —respondió envainando su espada ytomando su arco para derribar objetivos a mayor distancia.

—No seas tan pesimista, seguro hay una explicación.

Su armadura bañada con la sangre de los enemigos, de seguro lo mareaba haciéndole creerque estaban obteniendo una gran victoria cuando, en realidad, las bajas propias eran alarmantes eiban en aumento.

—No soy pesimista, ¡el conjuro lo hice yo! —enfatizó—. Y puedo jurarte por lo que másquieras que no tengo idea de lo que sucedió con Nataly —sus palabras eran sinceras, tanto, comola preocupación que invadía su mente y carcomía sus nervios.

El enfrentamiento era cruento. Todos los pueblos que eran leales a la reina habían enviado asus mejores hombres y mujeres a custodiar su regreso. Viperá, Hilferold, Farmington, Acator yZimawe batallaban sin cuartel contra las fuerzas del mal; mientras que, por su parte, el pueblo deMinarys seguía resistiendo, dentro de sus fronteras, los constantes embates de las brujas grises,por su cercanía a la Selva Negra, limitando además con el Desierto de Fuego, a orillas del mundo,al borde del mapa, a una vida del palacio Real. Distintos eran los casos de los pueblos deGlinwood, arrasado y deshabitado mucho antes de aquella fatídica noche y, también, del pueblo deSurmey, invadido y aniquilado por las brujas durante la rebelión. De allí, que pese al valor con elque luchaban y la enjundia con que arremetían, como si en cada estocada viajara algo más que eldeseo imperioso de triunfar, no fuera suficiente para imponer condiciones. Amén de la merma dehombres adultos, producto de la sangría recordada, no era, para nada, un factor de pocaimportancia el hecho de que los pueblos de Hobarti y Yubal, que completaban la decena queconforman Helamantya, habiendo negociado con los enemigos, se disfrazaban de neutrales yapenas atinaban a ocultarse en sus murallas como si nada pasara, esperando la noticia que losconfirmara como esclavos de un poder al que adherían por avaricia, sin conocer lasconsecuencias.

* * *

—Sigo sin entender por qué estamos aquí cuando nuestros hermanos caen a las puertas delcastillo —Gabriel estaba ofuscado, bufaba a cada instante por lo que consideraba una pérdidatotal de tiempo.

—Sigue buscando —respondió Nataly encabezando la hilera que revisaba con minuciosidadcada uno de los robles.

—¡Estamos buscando un árbol en un bosque! ¿Alguien comprende la locura que eso significa?

—Tal vez deberíamos dividirnos para cubrir más terreno

—Es una buena idea —respondió Tilmur asintiendo con la cabeza.

Se desperdigaron. Cada uno tomó un rumbo diferente, motivados por una descripción vaga delroble a buscar, atravesaron los diferentes senderos con la esperanza de hallar ese legendario árbolque nadie había contemplado jamás, pero del que sí habían oído en innumerables leyendas ocuentos fantasiosos de los que corren de boca en boca hasta hundir, en la más pálida penumbra, laverdad en un algún rincón de las palabras.

Page 159: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Dentro del bosque, el sol era una caricia al alma que, entremezclado con la suave brisa queviajaba sin rumbo, propiciaba el fin del estado de reposo para la gran mayoría de las flores quedejaban, de a poco, ver su belleza y teñir multicolor el bosque en todas direcciones.

«Mira Lucy, es él» se escuchaban susurros que parecía transportar el viento desde algún puntoremoto.

«No, no es. Ellos tienen ojos verdes y los suyos son marrones»

«Puedo sentir que es él, los ojos no tienen nada que ver; es su sangre lo que importa»

La discordia era cada vez más acalorada y aunque Sebastián buscaba, impaciente, encontrar elpunto exacto del que provenían los susurros, sus intentos eran en vano.

«¿Hay alguien ahí?» preguntó el argentino sin obtener ningún tipo de respuesta. De repente,todo era silencio. Las rosas y tulipanes que hacía instantes se mecían, jugueteando con las suavescorrentadas, ahora permanecían inmóviles, expectantes del incierto porvenir.

Más se adentraba en el bosque, más inerme se sentía. Estaba seguro de que lo estabanobservando y que los dueños de las voces que no había podido distinguir, aún permanecían allí, enalgún lugar, acosándolo; estudiando sus movimientos.

«Debemos estar seguras; si nos equivocamos lo estaríamos enviando a su muerte»

«Hazme caso, la reina Palatina nos premiará por nuestra decisión»

—¿Por qué están siguiéndome? —preguntó Sebastián dándose vuelta, con su espadadesenvainada, pero sin encontrar a nadie a quién apuntar.

—¿Nos hablas a nosotras? —preguntó una Dríada sorprendiéndolo por atrás.

—Sí, supongo —respondió entre balbuceos, con los ojos como almendras, sin comprender dedónde habían salido.

—¿Estás buscando el roble anaranjado?

—Eso creo —respondió envainando lento su espada—, mis amigos y yo buscamos la espadaReverel.

—¿Con qué propósito jovencito?

—Bueno… romper el conjuro que mantiene a la reina dormida para que pueda restablecer lanormalidad en Helamantya —contestó con las palabras amontadas en su boca, esperando que larespuesta sea del agrado del jurado improvisado.

—¿Acaso eres un Reverel?

—Pues no, mi nombre es Sebastián Montiel, de hecho ni siquiera pertenezco a este lugar.

—¿Cómo es eso posible? —se preguntaban, mirándose entre ellas, tratando de encontrar unaexplicación a un dilema que no formaba parte de su guión ancestral.

—Tampoco yo lo sé, la reina nos trajo, es lo único que puedo decirles —se excusó mientrasmiraba todo a su alrededor.

—Nosotras podemos llevarte al roble de sangre, pero no podemos asegurarte que vayas a salir

Page 160: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

con vida —contestó la que parecía llevar la voz cantante, mientras le señalaba con el dedo elcamino correcto.

—¿A qué se refieren con que no pueden asegurar que vuelva con vida? Creí que la espadaestaría enterrada a los pies del árbol.

—Debes tocar el árbol y él decidirá si te permite el paso o no —replicó Lucy con un dejo desonrisa en su precioso rostro—. Sin embargo, eso no quiere decir que te acepte como el elegido.

—Claro que no, una vez adentro debes probar que lo eres —remató el comentario de suamiga.

—¿Están diciéndome que debo meterme dentro de un árbol? —preguntó sonriendo, incréduloante lo que acababa de oír.

—Pues claro, ¿no conoces la leyenda? El elegido deberá probar que es un Reverel y un dignoportador de la espada magna ante los ojos de la reina Palatina.

—¿Y quién se supone que es esa reina? —preguntó abriendo y cerrando sus manostranspiradas, más nervioso que asustado.

—Pues, es la reina de las brujas diamantinas, por supuesto.

—¿Están diciéndome que una bruja custodia la espada del reino?

Cada vez entendía menos, era urgente que comenzara a apaciguar una mente que no era capazde procesar tanta información.

—Bueno, es lo más justo; después de todo ella la forjó —contestó Lucy avanzando por elsendero, invitando a Sebastián a seguirla hasta su destino sin retorno.

—¡Aguarden! —gritó después de haber recorrido los primeros cien metros—, creo que deboavisarle a mis amigos a dónde voy; se preocuparán.

—Descuida, nosotras les avisaremos una vez te encuentres dentro del roble.

—¿Falta mucho para llegar?

—Hemos llegado.

Sebastián temblaba. Ya había enfrentado brujas grises y supo tener el magro placer de cruzarsecon elfos oscuros; sin embargo, el hecho de desaparecer dentro de un árbol y tener que convencera una completa desconocida de que era quién en realidad no era, no podía menos que ponerlonervioso, sin poder ocultar o disimular el tembladeral general que se había apoderado de sucuerpo.

—Solo debes pronunciar las palabras que te ofrecen el paso —dijo Lucy sonriendo,emocionada por lo que estaba por vivir.

—¿Qué palabras? —preguntó abriendo sus brazos.

—¿Acaso no sabes nada? —bufó la otra Dríada algo molesta por la situación—, repite tal cualdespués de mí: «Por mi sangre y la magia forjada en el pasado, te pido me otorgues paso entre tucorteza desgarrada, más la epifanía de la espada mi presencia reclama en momentos terminantes.¡Ábrete! Ábrete como las puertas del paraíso y permíteme probar que soy su portador legítimo».

Page 161: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Entretanto, el resto de los exploradores se reunía en el punto cero, con la mala noticia de nohaber hallado ningún roble anaranjado o ninguna otra pista que los guiara a su destino. Las caraslargas debido a la imposibilidad de escudriñar la inmensidad del bosque, eran la señal inequívocadel fracaso; la sensación impotente de haberse esforzado al máximo por alcanzar un objetivo quese les escurría entre los dedos sin siquiera haber llegado a atesorarlo.

Page 162: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXXEl despertar. Parte I

—Falta Sebastián —interrumpió Ofelia la congoja y la desolación que monopolizaba elambiente—, tal vez haya encontrado algo.

—Aunque lo hubiera encontrado, no hay nada que podamos hacer —respondió Natalyrecolectando algunas frambuesas que se presentaban tentadoras.

—¿A qué te refieres? Creí que dijiste que encontraríamos la espada en ese árbol.

—En ese lugar hallaremos la espada sí, pero solo un Reverel puede sacarla —contestó con lamirada perdida en el sendero que había tomado su amigo—, Irina me advirtió que Rivena oCleston eran los únicos que podrían tomarla.

—¿Entonces por qué razón nos has hecho perder el tiempo? —preguntó Gabriel acercándose aella en forma vehemente.

—Para ganar tiempo; para descubrir cuál era el sitio exacto al que debían llegar —se excusó.

—Tal vez, en ese caso, solo debiste haber venido tú mientras el resto iba a ayudar a la reinaen el palacio, para variar —reviró ofuscado el Lord de Hilferold

—En ese caso, tal vez la mayoría de nosotros deberíamos partir —intercedió Ofelia en tonoconciliador, buscando no caldear más los ánimos.

—Bien, subamos a nuestros caballos y cabalguemos a la batalla; que el niño perdido y laseñorita “pérdida de tiempo” permanezcan aquí, el resto nos vamos —sentenció Gabriel yendo abuscar su corcel amarrado.

Nataly evitó contestar. Prefirió tragar saliva, masticar la bronca y contar hasta mil antes dedividir al grupo en un enfrentamiento carente de todo sentido. Lo había hecho de buena fe. Lacercanía de la casa en la que despertó respecto del Bosque Nocturno, la había convencido de queera una buena idea ahorrar un paso, uno decisivo, en la guerra que se estaba librando por eldespertar de Zafiro y la libertad del reino. Obviamente, las cosas no salieron como habíafantaseado y la falta de resultados solo sirvió para dejar en evidencia que se había perdido tiempovalioso, que pudo haberse utilizado para contribuir con los brazos cansados que seguían, contra lacorriente, defendiendo la fortaleza Reverel pese a los cada vez más virulentos embates por parte

Page 163: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

del enemigo.

—Allí están, son ellos —murmuró Lucy sin dejarse ver.

—¿Alguien ha oído algo? —preguntó Amanda captando la atención del resto del grupo que seapuraba a montar en sus caballos.

—Es el viento, ya basta de retrasos —vociferó Gabriel, temiendo que se tratara de una nuevaestratagema para no cumplir con el deber que los aguardaba.

—Yo sí lo escuché, fue como la voz de una mujer llamándonos —dijo Tilmur guiñándole unojo a la joven australiana, para pesar de Gabriel.

—Ya déjense de tonterías y avancen.

—¡Aguarden! ¡Aguarden! Tenemos un mensaje de un amigo suyo que debemos entregarles—exclamó Lucy temiendo que se fueran.

—¡Dríadas! —gritó Ofelia hincándose ante la aparición sorpresiva.

El resto acompañó el gesto de la amazona de Acator, todos, incluido el fastidioso Gabriel, searrodillaron mostrando respeto por los espíritus del bosque que habían decidido revelarse deimprevisto.

—Si están buscando a su amigo, no pierdan el tiempo, acaba de ingresar al reino Nebular ysinceramente dudamos mucho de que pueda salir —confesó Doroty alejándose, temerosa, delauditorio que la mirada impávido, conmovido frente a semejante noticia.

—¿Cómo es eso posible? una amiga me confesó que solo un Reverel podría cruzar el umbral ytraer de regreso la espada

—No te apures jovencita; si el destino quiere ver restablecida la corona; y a su joven amigoen el pináculo de la historia blandiendo el acero familiar que protege al reino; solo es cuestión deconfiar y tener fe. Cuando la noche caiga, el elegido regresará del reino inmemorial con lapreciada reliquia; y al blandirla su Real portadora, todo en el mundo se restablecerá.

—Sí, o al menos eso dice la historia

—¿Entonces nosotros qué debemos hacer? —preguntó Tilmur levantando su hacha ycolocándola encima de su hombro.

—Protejan a la reina, se vienen horas difíciles y la oscuridad no tarda en llegar.

Aquellas palabras no resistían demasiado análisis. Con la esperanza puesta en su amigodesaparecido y la última carta jugada en la mesa de la incertidumbre, se apuraban a abandonar, atodo galope, el Bosque Nocturno, cuando, de repente, una avalancha de nubes negrasmonopolizaron el cielo, haciendo a un lado la calidez propia de los rayos del sol, amenazando condescargar un verdadero temporal que incluía truenos, rayos y vientos arremolinados del sur sobretodo Helamantya.

El camino no era demasiado largo. Unas dos horas, en condiciones climáticas normales,hubieran bastado para poder arribar al palacio y unir sus armas a las de Irina, que continuabaliderando el muro defensivo contra los viles y despreciables oponentes.

Page 164: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Los caballos se negaban a continuar. En una actitud sin precedentes, varios de los corceles sellamaron a cuarteles de invierno y exigieron, de modo unilateral, un descanso que no estaba en losplanes. Era un lujo que no podían darse; sin embargo, el presagio de temporal se habíamaterializado y la fuerte tormenta eléctrica azotaba las praderas sin tapujos ni compasión.

—¿Qué es eso que tienes ahí? —le preguntó Nataly a Amanda al observarla apretar, celosa, unextraño objeto con forma de rombo como si se tratara de una suerte de amuleto.

—Rámala me lo obsequió —respondió con cierto dejo de tristeza, puesto que nunca pudodespedirse de su amiga—, es una Dríada. Dijo que me protegería si alguna vez me encontraba enproblemas. Aunque a decir verdad, no he hecho otra cosa desde que llegué a este lugar.

Ambas rieron. Lo que parecía una sutil ironía, en realidad, no era más que la pura y duraverdad. No habían sido atraídos al reino para vacacionar u ampliar su acervo cultural mediante lavisita de una tierra extranjera; su misión, su objetivo, era colaborar con un mundo devastado,caído en desgracia y fuertemente amenazado por enemigos que, lejos de encontrarse en retirada odispuestos a dialogar o negociar una tregua, pretendían concluir aquello que habían iniciado hacíaveinte años para poder calmar así su insaciable sed de maldad.

—Es precioso —observó Nataly asiendo el metal sin poder dejar de contemplarlo—, es algúntipo de diamante.

—¿Puedo verlo? —preguntó Mizuki extendiendo sus manos para tomarlo.

—¡Aguarden! —exclamó la británica con un grito que tronó como un rayo, captando deinmediato la atención de todos—. “Al costado de la esfera de cristal existían figuras o formastalladas que oficiaban como una suerte de cerraduras, cuyos elementos perfectamenteencastrados liberarán el cerrojo del cofre” —pensaba en voz alta, ante la mirada estupefacta detodos sus amigos—, no llevas un amuleto, ya sé lo que es, ¿Mizuki todavía tienes el medallón detrébol dorado que te dio Dakarai en la casa Miwey?

—Sí lo tengo, pero no entiendo que tiene que ver con…

—¡Son llaves! Debemos volar al palacio ahora —interrumpió mientras montaba a su caballoblanco que ahora se mostraba dispuesto a atravesar la tormenta sin siquiera voltear atrás.

La luz del día hacía tiempo se había esfumado. La noche ganaba la tierra mientras losintrépidos se acercaban con celeridad a cumplir su ignorado mandato.

La tormenta no amainaba. El diluvio incontenible, mezclado con el frío y turbulento viento,tornaban imposible la visión y solo viajaban por inercia, confiando en el legendario instinto de losanimales para llegar a destino. Tal vez fue el exceso de confianza; quizás la algarabía por haberdescubierto el enigma detrás del cofre; o puede, simplemente, que hubieran bajado la guardia,seguros de que no habría más inconvenientes que los que el propio clima se encargaba deproporcionar, que no se percataron a tiempo de las flechas envenenadas que hicieron blanco enGabriel, arrojándolo lejos de su caballo, mientras el resto intentaba ponerse a resguardo en mediode la destemplanza más absoluta.

Los caballos habían huido, tan rápido como el alma del Lord de Hilferold abandonó sucuerpo, escurriéndose entre los rostros espantados que no tuvieron, siquiera, tiempo a lagrimearpor su compañero caído. La sorpresa era mayúscula. Nadie podía divisar de dónde habían

Page 165: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

provenido las flechas que cruzaron sin inconvenientes agua y viento hasta estrellarse contra elbrazo izquierdo del heredero de Bonifacio.

—Son flechas envenenadas, permanezcan en el suelo —alertó Ofelia al resto de suscamaradas, tirada cuerpo a tierra, a resguardo entre los altos pastizales.

—¿Alguna idea de cómo escapar? —preguntó Mizuki cubriendo sus ojos de la indomablecorrentada que los atravesaba inclemente.

—“Si mi alma es pura que tu presencia me libre de la noche oscura” —recitó Amanda antela incredulidad de sus amigos.

—¿Qué se supone que es eso que dijiste? —preguntó Tilmur frunciendo el ceño.

—No lo sé, es la inscripción en el piedra —respondió Amanda haciendo referencia alobsequio de la Dríada en Glinwood.

—¿Oyen eso? — preguntó el enano sintiendo el retumbar del suelo, como si algo se acercara agran velocidad.

—¡Desenvainen sus espadas! —ordenó Ofelia ante la presunción de peligro inminente.

Nada más alejado de la realidad. El azul intenso de su mirada, iluminó por un instante lalúgubre oscuridad que se había apoderado de Helamantya hacía ya varias horas. Estaba allíparado, elegante, llevando con displicente altanería su ridícula belleza; con la mirada inmutableen el palacio, invisible, desde su posición.

Era imposible dilucidar de dónde había salido semejante ejemplar, inédito para la mayoría delos seres vivos, que parecía ponerse a disposición de las jóvenes en apuros.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó Nataly, contemplando maravillada al joven corcel, conpatas de antílope y cola de León.

—Es un Unicornio —respondió Amanda poniéndose de pie para acariciarle el lomo consuavidad.

—¡La piedra! —gritó Ofelia emocionada—, cuando leíste la inscripción debiste haberlollamado. Los Unicornios son inmunes a la magia y los conjuros de muerte; y si algo te hace daño,el roce de su cuerno cura todas las heridas.

—Pero no cabemos todos en él —se lamentó la australiana.

—Ustedes deben irse —susurró Tilmur a las tres mujeres terráqueas—, después de todo tienenen su poder las llaves que liberarán a la reina.

—Él tiene razón —sentenció Ofelia—, monten el Unicornio y vayan al palacio; de ustedesdepende el desenlace exitoso de esta guerra maldita.

—¿Pero qué hay de ustedes?

—No hemos olvidado como pelear.

—No olviden que somos guerreros —retrucó Tilmur enseñando su hacha—, lucharemos hastael final contra quién sea que esté del otro lado. Ahora váyanse de aquí.

Así lo hicieron, a salvo, cabalgaron a una velocidad inusitada, con la idea fija de no detenerse

Page 166: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

jamás hasta tanto hubieran colocado los objetos en el cofre que guardaba el cuerpo de Zafiro.

—Creía que los unicornios eran una leyenda.

—Todas las leyendas que hemos leído parece que eran bien reales—respondió Mizukiprovocando la risa de sus compañeras de aventura.

—Es lo más hermoso que he visto jamás —cerró la británica divisando las llamas que, a lolejos, se elevaban desbocadas en las inmediaciones del castillo, señal inequívoca de la batalladesatada.

* * *

«Sebas, Sebas» lo llamaba la melodía cálida de una voz irreconocible en medio del viento yla nieve que congelaba sus extremidades y confundían su buen juicio.

Adelante, frente a sus ojos, un bosque extremadamente verde, que rivalizaba con lascondiciones inclementes de la intemperie sobre la que se paraba, se presentaba como la únicaalternativa posible para adentrarse, con la esperanza firme de poner fin a los síntomas dehipotermia que de a poco comenzaban a hacer mella en su voluntad inquebrantable.

Ni lo dudó. Atravesó el umbral imaginario que separaba la nieve del clima ecuatorial y sintióla extraña sensación de haber estado allí alguna vez en el pasado. Luego de caminar durante largorato por el sendero principal, llegó hasta un enorme claro, coronado por una silla de piedracentral y otras nueve, menos glamorosas, rodeándola como si se tratara de una suerte de tribunal oconsejo que, con seguridad, no había sesionado en siglos; o tal vez, nunca lo había hecho.

Sebastián se aceró con desconfianza. El temor a lo desconocido no era lo único que lo sacabade sus casillas; tampoco existía rastro alguno de la espada que había ido a reclamar.

«¿Hay alguien aquí?» gritaba una y otra vez sin obtener respuesta, hasta que la voz que habíaestado llamándolo y guiándolo, minutos atrás, se materializó en cuerpo y alma y murmuró conclaridad: « Ven Sebas, te he estado esperando». Ya había oído antes esa voz, esa melodíainconfundible solo podía emanar de los labios de una persona.

—¡Zafiro! ¿Eres tú? —preguntó dejándose encandilar por los ojos verdes de aquella niña quese acercaba con parsimonia; la misma que supo recibirlo en casa de Irina días atrás.

—¿Esperabas a alguien más? —preguntó la niña sentándose en el trono de piedra.

—Una Dríada me dijo que iba a encontrarme con la reina Palatina —respondió dibujando enel rostro una sonrisa nerviosa—, no creí que fueras tú.

—De hecho no lo soy, solo he venido a desearte suerte y a recordarte que debes confiar en ti,solo así la espada te reconocerá como su legítimo dueño.

—Eso nunca va a pasar, hubo un error —farfulló—, yo soy Sebastián Montiel.

Zafiro se reía a carcajadas, parecía estar disfrutando del mal momento por el que atravesabasu amigo y leal servidor.

Page 167: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Yo sé bien quién eres; no hace falta que te presentes. Tenemos la misma sangre y debeshacérselo entender a ella.

—¿La misma sangre? —preguntó mientras se acercaba para arrodillarse a sus pies—¡Guau! creo que algo anda mal, no soy un Reverel como tú.

—Claro que lo eres —respondió tomándolo de las manos—, solo que faltan más de doce milaños para que vengas al mundo.

Page 168: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

XXXEl despertar. Parte II

—A ver si entiendo… ¿estás diciéndome que he viajado al pasado?

—No —respondió Zafiro poniéndose de pie, pero sin dejar de tomar sus manos—. Enrealidad estamos en el presente y tú más que haber viajado al pasado; has venido desde el futuro.

—¿Qué diferencia hay? —preguntó frunciendo el ceño, convencido de que el enunciado soloescondía entre sus palabras la misma verdad que él había expresado segundos atrás.

—No te preocupes; mejor concentrémonos en nuestra labor —respondió Zafiro invitándolo asentarse—. En unos minutos van a reunirse en este lugar las brujas diamantinas que forjaron laespada, mientras fueron aliadas de nuestros ancestros.

—¿Y qué debo hacer?

—Sé tú mismo —respondió resoplando—, confía en ti.

—Confío, en verdad lo hago; pero todavía no me dices cómo probaré que soy el legítimoportador de la espada.

—Pronto lo averiguarás.

A continuación, nueve hermosas mujeres, todas ellas brujas provenientes del reino inaudito deNebular, tomaron asiento en las piedras, dejando la central para la reina Palatina que lucía unlargo y precioso vestido de seda azul que se confundía, de modo escalofriante, con los ojos queirradiaban un brillo singular.

—¿Estamos listos para comenzar? —preguntó la madre de Irina y Casemira con miradaintimidante. Sebastián miró a su costado, esperando obtener alguna señal de Zafiro pero estabasolo; la pequeña princesa se había esfumado, había desaparecido sin aviso, del mismo modoextraño en que había arribado en primer lugar.

—Sí, estoy listo —respondió calibrando la voz, luego de toser un par de veces.

—Hemos venido desde muy lejos para asegurarnos de que seas digno de la espada.

—Agradezco las molestias que se han tomado, y espero convencerlas de que soy el más aptopara blandirla en batalla

Page 169: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—No debes convencernos de nada; nosotras no tenemos nada que ver con su decisión; ellamisma te escogerá o no —dijo otra de las brujas, luciendo un largo vestido negro; en constantedisputa con sus ojos claros.

—¿Entonces qué debo hacer?

—Empieza por entonar el himno de Helamantya —contestó Palatina cruzándose de piernas.

Estaba en serios problemas. No tenía la más pálida noción de la canción nacional y la pésimaidea de cruzar el bosque corriendo, escapando del juicio final, comenzaba a taladrarle la cabeza.Sus manos transpiraban; sus piernas temblaban, para colmo, el arcoíris que irradiaba la miradaconjunta de todas las mujeres, encandilaba sus ojos y no le permitía pensar con claridad.

—Empieza cuando quieras —insistió otra de las brujas al notarlo callado; perdido como nieveen chimenea—, la primavera siempre invita a la canción.

«Primavera» primavera era la palabra mágica que actuaba como detonante de una memoriaque de a poco empezaba a recordar aquel baile vívido al que había asistido, más no sea encalidad de incógnito, mientras se recuperaba de sus heridas en la casa Miwey.

«Ya no sé bien quien soy, si llegué o si voy

Pero a tu lado resisto.

Tal vez fue tu compasión, tu sonrisa o tu voz

La primavera se enciende….»

Las brujas entonaron, como un coro, la primera estrofa para animarlo a comenzar a cantar ydespojarse, de una buena vez, de la timidez que lo ataba al profundo silencio.

Junto a ti no existe mal, muere ahogado en soledad

Todo enemigo del reino…

Fue aquí que comenzó, con su brillo y su esplendor

Que vivirá en tus ojos por siempre…

Recuérdanos al reinar y nunca olvides quién eres…

La tradición habla de ti y te guía en la noche…

Cuando estés a ciegas a otra vez

Solo recuerda mi nombre

Cuando la espada venga a vos;

Todo el mundo acudirá al llamado de Su majestad.

Y al escuchar el bravo viento resoplar

La antigua magia a ti vendrá, antiquísima lealtad.

Lejos van, lentamente las tristezas mueren

No recuerdo como fue…que tu nombre pronuncie

Page 170: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Y la primavera se enciende…

Ven a mí, estoy junto a ti

Todos nosotros lo estamos….

Ten valor y frialdad

Para cuidar a quien amo…

Es tu voz, mi voz y juez

La luna que sale en las noches

A vigilar que el sol se fue

Y la primavera se enciende….

Nunca ya sola estarás… cierra tus ojos y duerme

Al despertar ya lo veras…

Como la primavera se enciende.

—¡Excelente! —festejó Palatina mientras el resto aplaudía, celebrando la prueba superadacon éxito.

Sebastián sonreía. No podía explicarse cómo fue capaz de recordar una canción que solohabía oído una vez en su vida, y estaba listo para superar el próximo escollo que le pusieranenfrente para hacerse lo antes posible con la espada milenaria.

—Has probado que eres un helamantyano, felicitaciones —dijo Melania, a la derecha de lareina Palatina—, ahora debes probar que eres un Reverel.

—¿Necesitan una muestra de sangre o algo así? —preguntó desatando un cruce de miradasconfundidas en los miembros del consejo.

—¡Denle una espada! —ordenó Melania a sus secuaces—, y llamen a Greyfus.

Eran pésimas noticias. Greyfus era un caballero oriundo de Nebular, más peligroso con laespada que cualquier otro ser que hubiera enfrentado jamás. Entre los árboles nevados se podíaobservar al hombre, de apariencia normal, acercarse, arma en mano, con la vista puesta en supróxima víctima.

—Esta es la cuestión —dijo Palatina poniéndose de pie, y retirándose del centro de la escenajunto con el resto de las brujas que la secundaban—¸ debes enfrentar a Greyfus en un combatesingular, donde no hay más victoria que la muerte del oponente.

—¿Si logro matarlo la espada me reconocerá como su legítimo dueño?

—No exactamente —respondió echándose para atrás, justo en el instante en que el guerrero seabalanzaba contra el argentino sin ningún tipo de clemencia.

La pelea era en extremo despareja. Pese a la voluntad y compromiso mostrados por el jovenentusiasta, la superioridad de Greyfus era abrumadora; y solo atinaba a escabullirse como unapresa acorralada, estirando su agonía, cansado de soportar los constantes embates de un oponentecon mayor habilidad para el esgrima y una exorbitante fuerza física.

Page 171: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Estaba perdido. Las brujas contemplaban inmutables los esfuerzos denodados del aspirante aportador por mantenerse con vida, mientras intentaba sin éxito, una suerte de contraofensiva que lopusiera en una posición ventajosa. Debía buscar fuerzas donde no las había para poder torcer unenfrentamiento que mostraba, a todas luces, un ganador evidente.

Romper el molde; salirse de las reglas implícitas y llevar la batalla a otro terreno, parecía serla solución; o al menos el as en la manga que le quedaba por jugar en tan difícil contienda. Saliócorriendo. Dándole la espalda a su oponente que se plantó incrédulo, buscando alguna explicaciónen los rostros congelados de las brujas, se perdió en el interior del bosque nevado, esperandosorprender, ni más ni menos, que a un asesino enfadado que salió a cazarlo para terminar lo que,precisamente, había culminado antes de arrancar.

El clima era hostil. Bastaba con quedarse quieto unos instantes para sufrir, en modo literal, lasextremidades del cuerpo congeladas y sentir cómo, lentamente, los latidos del corazón se deteníany la mente se sentía desvanecer, imposibilitada de transmitir las ordenes al resto del organismo.

No podía permitirse el lujo de improvisar cuando su propia vida estaba en juego y dependíade una estrategia certera que, si no le otorgaba el triunfo anhelado, al menos sirviera para torcer,definitivamente, la balanza y hacer del combate un lugar más equitativo.

«Esto es indigno de un Reverel» vociferaba Greyfus cortando con su espada las plantas a supaso, más para mantener la temperatura corporal que para despejar sinuosos senderos.

—Ya has probado ante la reina que eres un improvisado bueno para nada —vociferó mientrascontinuaba buscándolo entre los pinos teñidos de blanco que se amontonaban uno detrás de otro—. Al menos demuestra que no eres tan cobarde y enfrenta tu muerte con hidalguía.

—Es cierto; estoy improvisando —respondió oculto en algún lugar—, tal vez podamos hablary llegar a un acuerdo.

—¿Hablar? —escupió sobre la nieve como quien desprecia las palabras, algo fuera decontexto, de su enemigo íntimo—, ya escuchaste a la reina; la muerte es la única que pondrá fin aesta mentira mal montada que nadie en su sano juicio llamaría combate singular.

—Lo siento, solo pretendía darte una oportunidad de salvar tu vida —lo amenazó de formadescarada.

—¿Salvar mi vida? —susurró Dreyfus confundido—. Voy a hacer que te tragues tus inmundaspalabras.

A continuación, lanzó una estocada certera donde creyó que se escondía su rival. Para susorpresa, se topó con la hoja de su adversario abandonada sobre la nieve y sin ninguna huella quedelatara el paradero de su reciente portador.

«Nunca des la espalda a tu enemigo» dijo Sebastián, parado detrás, propinándole un golpe depuño directo al rostro antes de tirársele encima para continuar a mano desarmada lo que fueincapaz de resolver con el filo de su espada.

No hubo vuelta atrás. El efecto sorpresa fue lo que decidió el resultado inalterable de uncombate desvirtuado. Pese a la inferioridad física, y a las escasas aptitudes pugilísticas, el hechode haber trastocado las reglas en medio de la contienda fue la jugada clave, el manotazo deahogado que el asesino rival no supo ver ni leer hasta que fue demasiado tarde.

Page 172: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

—Vamos, acaba conmigo; es tu deber —lo retó.

Sebastián aceptó la propuesta, con cierto tinte de súplica, de un hombre que se sentía másavergonzado por el anzuelo mordido, que agonizante por las heridas físicas que pudo haberleinfligido su joven adversario. Ya no importaba. Espada en mano, tiritando de frío y ensangrentado,elevó el hierro al cielo y lo enterró sin escrúpulos poniendo fin a una prueba despreciable.

—No voy a matar a nadie para demostrar que soy digno de nada —dijo Sebastián,recuperando el aire, ante la atenta mirada de las brujas diamantinas, quitando la espada del árbolque había soportado, con entereza, la estocada final.

—Tal vez deberías soltar esa espada y desenvainar la que aguarda en tu cinturón —dijoPalatina acercándose al joven para tomarle la mano.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó contemplando la hoja afilada de la espada Reverel queaún conservaba unas cuantas gotas de sangre del vil dragón azul.

—Ven, solo queda un paso para liberar a Zafiro.

—¿Debo volver a cantar el himno? —preguntó provocando la risa sincera de las brujasdiamantinas.

—No, por favor no lo hagas —dijo Melania alargando un poco más el instante deesparcimiento.

—Acércate al trono de piedra y destrúyelo con la espada —ordenó Palatina.

—¿Este es el final? —preguntó con un dejo de alivio en el rostro.

—¿El final? Apenas estamos comenzando.

* * *

—No vamos a resistir mucho tiempo más —se lamentó Rivena que continuaba luchando allado de Irina, incansablemente, contra los enemigos.

—¡Resistan! —arengó la bruja blanca, intentando animar a unos soldados abatidos, sin fuerza,al borde de la derrota; una más.

El panorama era oscuro como la noche. Para colmo de males, junto con el vendaval, un grupoimportante de brujas grises galopaba sin más norte que no fuese asesinar a los herederos, tal cualrezaba la orden de Casimira que aguardaba noticias a los pies del volcán en la Selva Negra.

«Ya oyeron a la reina; Rivena y Cleston Reverel son nuestro único objetivo en este lugar» dijouna bruja de largo sombrero, dando, mediante un claro ademan, la orden inequívoca de atacar.

Por su parte, Dakarai continuaba siendo el leal partenaire de cualquier helamantyano enapuros, gracias al físico privilegiado que tantos años de entrenamiento duro, en su país natal,habían moldeado, preparándolo para un desafío tan exigente como el que ahora le tocaba afrontar.En uno de tantos salvatajes de soldados cansados o heroínas sorprendidas, él mismo se asombróde ver llegar a la extraviada Nataly Windsor, en compañía de la japonesa Mizuki y otra muchacha

Page 173: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

rubia que no había tenido el placer de conocer.

Las tres mujeres, evitando caer en la tentación de ayudar en batalla, se apresuraron ainmiscuirse en el Brazo del Rey, donde permanecía estoica la última línea defensiva de los lealesa Zafiro, para adentrarse en el palacio y subir al segundo piso lo antes posible para terminar dedestrabar el cerrojo que aprisionaba con fuerza el alma de la reina.

«¡Nataly! ¡Mizuki!» gritaba Dakarai mientras terminaba de subir las escaleras buscando,desesperado, unirse a sus compañeras en la alcoba anfitriona del cofre.

—Coloquen las piezas en sus respectivos lugares —ordenó la británica a sus amigas, mientrasun escandaloso bullicio hacía notar que no estaban solos en el palacio.

—¡Las brujas ya vienen! —se desesperó Dakarai haciendo guardia, espada en mano, a los piesde la reina dormida.

—Aún falta una llave —advirtió Mizuki percatándose de que tres de los cuatro objetosestaban insertos en sus respectivos lugares.

En ese momento de máxima tensión y angustia, Nataly pasó sus dedos por el hueco en forma decruz, y recordó aquel objeto que le había entregado la pequeña niña en el pueblo de Viperá. Lacruz de platino, insignia del pueblo arrasado, que desde entonces llevaba en su cuello, comoprotección y recordatorio de las calamidades sufridas por los inocentes, era la pieza faltante deaquel rompecabezas a punto de ser completado.

—Rápido, apresúrate —vociferó Dakarai en el preciso instante en que las brujas grisesasomaban sus largos sombreros en la entrada misma de la habitación.

Rodeados y en evidente inferioridad de condiciones solo restaba cerrar los ojos e implorarque el final no fuese doloroso. Sin embargo, mientras las nigromantes reían y saboreaban lavictoria; acercándose a los jóvenes para ultimarlos, el estruendoso chocar de la espada Reverelhaciendo añicos el cofre de la princesa no pudo más que dejar atónitos a los presentes; y mientrasse preguntaban de dónde había salido Sebastián y cómo era que portaba la espada sagrada; una luzcegadora, tan potente que pulverizó a las nigromantes indefensas, emanaba de la miradaadormecida de una reina que por fin abría los ojos.

CONTINUARÁ…

Page 174: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro

Información del autor

Sebastián Listeiner, nació en Buenos Aires en enero de 1988.Luego de obtener el título de Profesor de Educación Superior en Historia, del InstitutoSuperior del profesorado Dr. Joaquín V. González, se dedicó a explotar su pasión por laescritura.

Te invito a pasar por mi Instagram para conocer más acerca de mi obra.

Allí, además de un contacto más directo conmigo, hallarás un amplio catálogo denovelas, de diferentes géneros y temáticas, que espero sean de tu agrado paraacompañarte a disfrutar de un momento de distención y entretenimiento.

Si te gustó Diluvio: El despertar de la reina Zafiro, te animo a compartirla con tusamigos, familiares, en tus redes sociales y, fundamental para ayudarme a crecer y llegara más personas, votar la novela y dejar un comentario en Amazon.

Page 175: Diluvio: El despertar de la reina Zafiro