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A Lorenzo, siempre

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La abolición del velo femenino es un asunto delicado. No se producirá de un día para otro. Todos tenemos miedo

de lo que encontraremos detrás de ese velo.Anaïs Nin

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TRISTE PARÁBOLA DE LA ALEGRÍA

Mi memoria está hecha de cristales rotos y cuellos cortados, de historia aprendida de los libros de texto y olvi-dada en las calles del centro de la ciudad, de negros y negras, de perros que no muerden y asesinos, de una tercera guerra mundial nacida en nuestras manos. Mi recuerdo es esta gran mentira que me invento cada día para levantarme, caminar y decir que trabajo en serio y me pagan el sudor de mi trabajo. Es el miedo a que un día esta mentira ya no sea más y no haya nada. Es el miedo a fabricar esta caja de Pandora donde todos hallarán más miedo aún.

Son los hospitales, las sábanas amarillas y los muertos que han dormido en ellas, los antibióticos, los sueros y la infec-ción, la muerte de mi Nana con sus últimos olores, las malas palabras, lo trágico de José Ángel Buesa y el romanticismo en Shakespeare.

El desempleado, el músico sin concierto, el amigo de mi esposo que molesta siempre, el amigo que no se debe nada y piensa en mí para contar las mismas penas que lo irritan hasta llorar.

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Mis recuerdos son las viejas tradiciones, el retorno a la iglesia de miles de personas, los tambores y los chivos, el señor (blanco) y el joven (negro) que hablan del fin del mundo, el papa con sus brazos extendidos y la paz de sus palabras contra el ruido de la droga. Mi memoria es la familia y sus homosexuales, el odio, la soledad de los niños cuando nadie los entiende, el cuchillo que te clavan en la espalda a cambio de un poema necesario. Mi recuerdo es la muchacha de la saya corta que no sabe de católicos y protestantes dividiéndose el mundo.

...es el miedo de mis padres con sus buenas intenciones para quererme hasta el dolor, la idea de convertirme en un regalo de los dioses, el pedacito de carne húmeda a que se reducía mi cuerpo cuando me educaban con sus obsesiones de llegar a ser lo que ellos nunca fueron.

...es el miedo al fuego desde que supe cuánto era capaz de hacer por un hombre una mujer enamorada y pude ver cómo se queman los recuerdos y solo queda un olor agrio en el lugar donde antes me preparaba el chocolate para dor-mir. Las fotos, los labios pintados, mis primeros collares de perlas, mis dientes arreglados por unas manos cariñosas... mi tía... y con su fuego la separación de aquel que era su hijo y mi hermano de crianza hasta que descubrió el sabor de una familia importada de la que yo no formo parte. ¿Qué ha hecho Dios con la familia? ¿Qué hemos hecho con Dios? ¿Cómo estar en paz con nuestros muertos?

...es el miedo al rayo, a la velocidad, a los cables eléctricos cuando se pegan... a la oscuridad, la altura, los gritos, los de-siertos... a la guerra... las mentiras convertidas en chismes, las decisiones, el tumulto, la mala conciencia, el cáncer...

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La crueldad de las niñas cuando juegan a decirme fea y me voltean la palma de la mano para asegurar con miedo que nunca he de casarme y tendré apenas un hijo, acaso un hijo doloroso, triste como yo. Mi recuerdo es esta barriga creciendo maliciosa, las soluciones de mi madre y la amena-za de mi padre de matar a alguien. Es la prudencia de callar y decir que ya no hay tiempo (aunque lo hay) para romper las ataduras. Mi barriga crece y yo tendré ese hijo doloroso para evitarle su dolor, beberé de su tristeza para hacer su na-cimiento en las montañas. Solos, felices mientras otras niñas juegan.

Ahora yo también vivo mi juego cruel salpicado de me-morias.

Es la locura, la necesidad de una explicación cuando no es necesaria, el vicio del café cuando me falta, un vaso que se rompe, el adiós de mi madre, el seguro de la puerta, el timbre del teléfono cuando estoy escribiendo y la llamada anónima o equivocada, los personajillos grises de la vida cotidiana.

El encuentro con viejas amigas de la escuela lamentando sus inmediateces, estancadas como el más prosaico de los días en que perdíamos el tiempo y cuando las dejé para salir a caminar. Mi memoria es el hambre de todas cuando vol-vemos a vernos y les cuento sobre un primo que ha curado enfermos en Guatemala.

Mi recuerdo es la tacita de porcelana verde para tomar la leche, la mantequilla, el temblor en las manos de mi Nana haciéndome feliz, la lotería que sin dinero no era lotería, na-cer sietemesina.

El último novio que se convirtió en amante, la servidum-bre en los labios de Magdalena, la voluntad de obedecer en todo a un hombre libre. El egocéntrico placer de la felicidad.

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El deseo de no ser la misma y morir de amor como mi Nana. De seguir creyendo en Dios. De que Dios la tenga en la Gloria y me despoje de esta lágrima.

Los reproches, la soledad de mi madre y las andanzas de mi padre. El hombre que fue a la guerra y le escribían largas cartas de amor que un día regresaron, a Dios gracias con el hombre. La mentira. Ver cómo se enreda la madeja.

La locura del maestro que no pudo más y aprendió a ha-blar inglés.

Jugar con las palabras amor, guerra y patria en el poema interminable de los trece años. La desconfianza de mi madre y la próxima hoja en blanco, la mezcla de palabras otra vez cuando ni yo sabía cómo lo había hecho antes. El plagio des-carado para acabar con las dudas.

La decisión de los adultos, los jueces y los políticos. Los tiburones y el windows. El cielo azul, los dientes de

leche y los ancianos. La oscuridad del minotauro en su silla de ruedas.

...es el miedo a despertar y que mi hijo no esté entre los lí-mites de su egoísmo, para mortificarme y decir que me quiere del tamaño del sol... a tener un nuevo hijo aunque lo necesi-te... a amar demasiado a un hombre que también me ama.

Es la certeza de que mis miedos, como cualquier otro, tuvieron un origen, y que dependen todos de mi memoria y sus secretos.

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EVA´S

A mi padre, cantor excelente que no espera ser reconocido

En el tronco de un árbol una amante grabó su nombre herida de placer. Entro a mi casa y compruebo el cansancio de toda una vida en mis costillas. Los pies me duelen. Camino a la cama, me siento en su borde y me descalzo. No tengo llagas, pero mis pies están rojos. Me desvisto... Y el árbol conmovido allá en su seno a la amante una flor dejó caer. El techo es azul a la manera de un capricho sobre mí en los bajos fondos Ahora estoy desnuda mirando al techo. Si supieras cuánto estoy su-friendo, por mis venas llorarías también. Cierro los ojos y no hay techo, solo música y millones de estrellitas que vienen y se alejan como el Big Bang. Ahora pienso que no tengo pies y cesa el dolor, solo la música. Si las cosas que uno quiere se pudie-ran alcanzar... También reniego de mis brazos, de mi cabeza, de mi cerebro, de mi corazón. De todas las estrellas, de su ori-gen, de mí. Solo la música. Lejos...

-I-Soy rubia y me llamo Anne... Pero todos me dicen Ninon. Tengo en el rostro la sonrisa de quien ya no tiene nada que

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perder y se arriesga una vez más, aunque solo sea para el bien ajeno. Ahora estoy durmiendo y sueño... veo casas y un enorme árbol de muchas ramas... hay otro, de ramas secas y con el tronco hueco, junto al árbol una muchacha; soy yo. Los hombres insisten en cortar el árbol frondoso para darme fuerzas, piensan que agradezco los rayos de sol que se filtran por los tallos recién cortados y llegan como una bendición hasta mis raíces... Veo niños que juegan tomados de las manos... De pronto comienza a llover con gotas pequeñas y muy frías. Los hombres apuran su labor y los niños agitan su ronda. Todos temen a la lluvia. Hay mucha muerte, el agua trae el castigo en sus finas gotas... Llueve... La risa de los niños es ahora una mueca pegada al llamado de los padres. Nadie quiere irse a casa, el hambre los corroe y la sed los ha convertido en viciosos del vino. Todos temen a la muerte y la muerte está en todos los rincones que habitan, así que deciden irse a casa y cambiar la ropa sucia por otra más sucia aún, pero seca. La lluvia ya es aguacero y arrastra parte de la tierra que cubre mis raíces... Veo ahora el primer día de aguacero, después de meses de dura sequía. Todos están de fiesta, cantan y bailan a mi alrededor para rendirme culto. Yo los he acompañado siempre, ellos me adoran y gracias a mí se acabó la tristeza. Me gusta este olor a tierra infértil mojada por la lluvia. El agua corre por mi tronco sin mayor dificultad que llenar los espacios vacíos, no puedo absorberla, pero calmo mi sed y cobro vida... Vuelvo a sentir frío, el aire es más intenso cada lluvia que pasa, cómo deseo un poquito del sol que hace un rato me ofrecieran los hombres. Ya no siento sed, más bien una sensación de ahogo interminable, un vínculo naciente entre la tierra y yo... Hay alguien más... un hombre. Los otros han hecho todo lo posible porque abandonara su labor y

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corriera con ellos a refugiarse de la muerte. Él no ha querido. Dice que si muero él morirá también. Dice que soy la luz y la esperanza y que si muero todo está perdido. Los demás lo dejan solo y huyen asustados como si los dominara el fuego... Veo fuego, pero no los quema. El fuego simplemente los ha dejado atrás, separando nuestras vidas. Hemos quedado en la combinación perfecta: el agua y yo, la tierra y él que ahora toma nuevamente el hacha para salvarse. No es un hacha, es una espada... El hombre la levanta firmemente sobre su cuerpo mojado y llora, sabe que mi sufrimiento lo acompaña y no le importa ya que lo vea llorar. Me habla... Pide que lo salve si en verdad soy poderosa. Arrastra hacia mí sus pies descalzos y me enseña los dañados calcañales, ¿es esto la vida?, pregunta y yo no sé qué pensar. Dice que nos vamos juntos y su rostro se me vuelve familiar, aunque está un poco deformado por el llanto... Pobrecito, es él, ya no tengo dudas... Veo a mi hijo, ha querido hacerme el amor y no lo he permitido. Pero él no es culpable, le he dicho que su madre es la mujer de quien se ha enamorado. Yo lo he entrenado durante algún tiempo en el arte del amor y ahora siente vergüenza, se lamenta por haber nacido de mi vientre... Levanta la espada, sus manos no necesitan la fuerza para derribarme. Yo no puedo con el peso de mis años. Con cada movimiento de sus manos y en el intento de arrancarse la vida caen mis últimas hojas y agonizo mis últimos minutos... Presiento que ya nada podrá separarnos y viene hacia nosotros una luz que nos atrae... Es la paz, el amor...

-II-Camino lentamente. Voy a morir. Llevo los pies sangrantes de tantos golpes con las rocas que se hallan a lo largo del lugar, donde estoy con las manos atadas a la espalda. Hay

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personas llorando, pero son más las que gritan invocando a la muerte. Una mujer alza los brazos y sostiene un niño... es mi hijo más pequeño y la señora se quedará con él... Yo he matado a su hija, pero no fue mi culpa, fue ella quien se lanzó sobre mí sin darme tiempo a bajar el cuchillo que tenía en mi mano izquierda. La señora lleva puesto un largo ves-tido negro y baja con fuerza el brazo extendido de mi hijo, quien ha comenzado a llorar y me llama insistentemente. Les digo que es un error, pero nadie me escucha... La verdad no es esa, realmente soy la amante del esposo de la señora vestida de negro... Él está escondido entre la muchedumbre, permanece en silencio y baja la cabeza cuando lo miro... Me asustan las piedras. La señora del vestido negro ha comenzado a tirar. No sé de dónde salen las demás, pero son muchas... ¡Que muera, que muera!... El dolor es inmenso y no puedo cubrirme. Me he tirado al piso, pero siempre me atacan. No puedo, no puedo, me van a matar... Ya vienen, son muchos y gritan muerte, muerte... Ya no puedo más, veo una luz y termina la angustia... Aún puedo ver sus rostros descompuestos por la ira, siguen lanzando piedras sobre mi cuerpo inerte... Ya no tengo dolor... Una paz muy dulce me rodea.

-III-Me llamo Celeste. Llevo unas sandalias de cuero, un largo vestido gris y el pelo recogido a modo de trenza y bien cui-dado. Soy hermosa, ahora todo parece tranquilo. Un hombre obeso y con dinero quiere hacerme su esposa, yo no quiero. Escapo de mi casa y paso la noche a la intemperie. Conozco a un joven que me dice palabras bonitas, es apuesto y pintor. Duermo con él toda la noche y cuando despierto ya se fue. Él nunca lo sabrá, pero tuve un hijo suyo. Regreso a mi casa,