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Ciclo C

Dom ord 24 c

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Ciclo C

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El mensaje de las tres lecturas de la misa de este día es:

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Principalmente el evangelio nos muestra cómo Dios es misericordia, bondad y perdón y nos enseña, a través de un capítulo largo de san Lucas (15, 1-32), cuánta es la alegría que hay en el cielo, en Dios y en los que están con Él, cuando hay un pecador que se convierte.

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En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos

y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése acoge a los pecadores y come con ellos."

Comienza exponiendo la circunstancia y razón por la que Jesús nos hablará de este hermoso y consolador tema:

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Junto a Jesús se encuentran dos clases de personas deseosas de escuchar las palabras de Jesús. Pero muestran una actitud muy diferente ante los mensajes de Jesús. Por una parte están los “publicanos y pecadores”. Esta expresión de pecadores no es de Jesús, sino del pensar del pueblo. Para Jesús son personas disponibles y que llevan buena intención al escucharle.

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Estas personas, que se veían despreciadas por los que creían que entendían de religión, escuchan ahora a Jesús que les habla del Reino de Dios, que es para ellos. Y les habla de perdón, de amor y misericordia. Las palabras de Jesús debían caer como bálsamo bienhechor sobre ellos.

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Por otra parte están los “fariseos y escribas”. Los fariseos eran los que pertenecían al grupo de “santones” y cumplidores externos de la ley. Los escribas, varios eran también fariseos, tenían como oficio transcribir la ley y, se entendía, que deberían enseñarla al pueblo. Aunque, claro, lo hacían a su manera: “al pie de la letra”.

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Jesús les va a enseñar a ellos, y nos lo enseña a nosotros, cómo es la misericordia de Dios. Y lo hace a través de tres parábolas, ejemplos que pueden suceder en la vida. La primera está sacada de la vida del campo, poniendo como protagonista un pastor que tiene cien ovejas:

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Automático

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Eran cien ovejas que a pastar sacó.

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Sucedió una tarde que al contarlas todas,

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le faltaba una… y triste lloró.

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Las noventa y nueve dejó en el aprisco

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La encontró perdida

temblando de frío,

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curó sus heridas, la puso en sus hombros y al redil volvió.

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curó sus heridas, la puso en sus hombros y al redil volvió.

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Cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros,

muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a

los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado

la oveja que se me había perdido."

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y

nueve justos que no necesitan convertirse.

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Esta misma alegría se manifiesta en la siguiente parábola:

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y

barre la casa y busca con cuidado, hasta que la

encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado

la moneda que se me había perdido.”

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de

Dios por un solo pecador que se convierta."

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La alegría no se la guardan para sí el pastor o la mujer que ha encontrado la moneda, sino que quieren hacer partícipes de la alegría a amigos y compañeras.

Hay algo interesante en la alegría manifestada en estas parábolas:

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Pero la conclusión es grandiosa: Esa alegría será grande entre los ángeles del cielo cuando hay un pecador que se convierte. Y si está entre los ángeles, es porque primeramente está en Dios.

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La tercera parábola que cuenta Jesús para demostrar la misericordia de Dios es la perla de las parábolas: la del hijo pródigo o del padre misericordioso. Es una maravillosa parábola, de la que hablamos largamente en la cuaresma, acentuando el perdón. Hoy nos fijamos un poco más en la alegría de ese perdón.

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El padre se alegra porque el hijo, que estaba perdido, ha vuelto y ha llegado a sus brazos. La alegría de ese padre es el reflejo del corazón de Dios. Nosotros quizá hemos sido como aquel hijo. Vayamos a Él. Y otra enseñanza es que debemos ser misericordiosos como aquel padre, alegrándonos al dar misericordia.

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La alegría de aquel padre, al ver al hijo que ha vuelto arrepentido, no es algo que se queda en el aire, sino que se concretiza en hechos que puedan seguir produciendo alegría.

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No sólo el padre le recibe en sus brazos, sino que le abre las puertas de casa de par en par, le devuelve al hijo

miserable toda su grandeza, todos sus derechos significados por el vestido, el anillo y las sandalias.

Aquel recibi-miento dignifica al hijo.

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Así se muestra Dios con el pecador que decide volver a la casa paterna. No sólo volvemos a poder tratar a Dios como Padre, sino que nos da a sentir la alegría que hay en el cielo.

Y organi-za una fiesta.

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Y aquel padre busca que se impliquen en la alegría otras personas cercanas. En primer lugar el hermano mayor. A éste le molesta que su padre haya recibido con los brazos abiertos a su hermano, el derrochador de los bienes. y, según como se mire, parece que tiene razón:

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Él siempre ha trabajado al servicio de la casa, ha ayudado en todo, de modo que buena parte del fruto de la hacienda se debe a su trabajo. Es verdad lo que le dice su padre, que todo es suyo; pero en realidad quien decide es su padre y nunca le ha dado ni un cabrito para una fiesta particular. Parece que tiene razón.

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Pero aquí no estamos en razones, sino en otra razón más importante que es el amor, la misericordia y el perdón. Jesús nos quiere hacer ver que por muy importantes que sean otras razones materiales y cívicas, hay algo más importante que es el corazón. Nos está diciendo cómo es el corazón de Dios y cómo debería ser también el nuestro.

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Por eso el padre invita al hermano mayor a tener esa alegría: “deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” Esta es la alegría cristiana: Alegrarnos porque hay muchos en el mundo que, quizá de una manera muy callada, se convierten y encuentran la alegría de la paz en el alma.

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Jesús nos está diciendo que Dios no pasa facturas, Dios no hace preguntas, Dios perdona siempre. Y, como decía un autor, a Dios en cierto modo se le “puede tomar el pelo”. Porque en la parábola aquel padre no tiene todas las garantías de que su hijo no vaya a marcharse otra vez.

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Aquel padre no tiene las garantías. Lo que sí sabe es que lo único que puede salvar al hijo es el amor, la misericordia y el perdón, la acogida sin condiciones; pero si no le acoge y no le ofrece un amor incondicional, entonces es seguro que el hijo se perderá irremisiblemente.

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Esta es una lección que Jesús quiere dar a padres y esposos sobre todo. Porque cuando uno recibe una maldad, se quiere buscar la revancha. Si se devuelve con bien y perdón, quizá no se consiga nada. O puede que sí.

Todo lo que sea imitando la bondad de Dios tiene que dar un fruto, aunque ahora no lo veamos.

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Cuando Jesús predicaba sobre la misericordia de Dios, en cierto sentido era una novedad; pero el Antiguo Testamento nos da pinceladas de esta gran misericordia de Dios. Hoy en la primera lectura se nos muestra un pasaje en que tuvo que interceder Moisés para que se mostrase esa misericordia de Dios.

Éxodo 32, 7-11. 13-14

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En aquellos días, el Señor dijo a Moisés: "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto.“ Y el Señor añadió a Moisés: “Veo

que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.!” Entonces Moisés suplicó al Señor, su

Dios: "¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano

robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra

descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la

posea por siempre." Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

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Aquellos israelitas estaban un poco desesperados, porque Moisés, que estaba hablando con Dios, no bajaba del monte. Y se acordaron cómo los egipcios adoraban a alguna divinidad en forma de becerro. Así hicieron un becerro de metal para que fuese como su dios, porque tenían poco conocimiento del Dios verdadero.

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Dios habla a Moisés con palabras fuertes. “Con ira” significa con palabras fuertes, haciendo el autor a Dios tener reacciones humanas. Entonces Moisés, el hombre suave, el hombre que había aprendido de Dios muchas veces la misericordia, hace de intercesor y le expone las promesas que Dios ha hecho a Abraham y los patriarcas.

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Y el Señor se arrepintió de la amenaza. Esto es lo más importante: el Señor usó de su misericordia, de su bondad y de su perdón. Un ejemplo de bondad para todas las generaciones.

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1- Que debemos evitar el extremo de la desesperación pensando que nuestras miserias son más grandes que la misericordia de Dios. Hay algunos que se alejan del verdadero cristianismo, porque no saben compaginar el arrepentimiento con la paz. Debemos evitar el pesimismo. Aprendamos a confiar en Dios reconociendo lo que hemos sido, como hoy nos dice san Pablo en la 2ª lectura:

Dos últimas lecciones:

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Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este

ministerio. Eso que yo antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo

compasión de mí, porque yo no era creyente y no sabía lo que hacía. El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús.

Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se

compadeció de mí: para que en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y

pudiera ser modelo de todos los que crearán en él y tendrán vida eterna.

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2- Seamos todos un poco intercedores. Algo así como Moisés. Especialmente los padres con sus hijos y los esposos entre sí. Si intentamos imitar la bondad y la misericordia de Dios, aunque seamos pecadores, llegaremos a sentir:

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La alegría más hermosa

es la alegría en el perdón

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Que en el cielo hay mucha fiesta

cuando vuelve un pecador.

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las monedas que perdió;

La mujer buscaba triste

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Y saltaba de alegría

cuando al fin las encontró.

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Cuando el hijo se fue lejos, triste el padre se quedó.

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Cada día, cada instante, por su ausencia se apenó.

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Que en el cielo hay mucha fiesta

cuando vuelve un pecador.

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Que en el cielo hay mucha fiesta

cuando vuelve un pecador.

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AMÉN