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DOMINGO DE RAMOS “DE LA PASIÓN DEL SEÑOR” Ciclo B 29 de Marzo de 2.015 Citas de las Lecturas: 1ª Lectura: Isaías 50, 4-7 Salmo: 22(21) 2ª Lectura: Filipenses 2, 6-11 Evangelio: Marcos 14, 1 – 15, 47

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Reflexión sobre la Palabra de DIOS correspondiente al Domingo de Ramos 2015

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DOMINGO DE RAMOS “DE LA PASIÓN DEL SEÑOR” Ciclo B 29 de Marzo de 2.015

Citas de las Lecturas:

1ª Lectura: Isaías 50, 4-7 Salmo: 22(21) 2ª Lectura: Filipenses 2, 6-11 Evangelio: Marcos 14, 1 – 15, 47

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Iniciamos este Domingo de Ramos gritando entusiasmados la llegada del que viene en nombre del Señor, dando vivas al Altísimo. Entonces, como ahora, el que gritaba era el pueblo sencillo, la gente pobre que espera y desea la llegada de un futuro mejor, de un reino nuevo como el que predica este profeta de Galilea. Este día siempre ha tenido en la tradición católica un aire de fiesta, de entusiasmo, de alegre fe y esperanza cristiana. Estamos en la semana más grande del año, la Semana Santa. Gritamos porque no estamos contentos con lo que somos y lo que tenemos, y esperamos que alguien venga a sacarnos de nuestra postración y nuestra miseria. Eso le ocurría a la gente sencilla que acompañaba a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. Veían a Jesús como a un redentor, como un liberador, como alguien más poderoso y más santo que los jefes políticos y religiosos que tenían. Y querían que este profeta les librara ya, anulando poderosa y milagrosamente a la gente que se le oponía. Por eso se desanimaron tan pronto, cuando vieron que este profeta era llevado, vencido y ajusticiado, por los poderosos de siempre. A muchos de nosotros puede pasarnos hoy lo mismo que pasó a la gente sencilla del tiempo de Jesús. Queremos que alguien nos arregle de un plumazo la situación de crisis por la que estamos pasando; queremos que nos arreglen las cosas hoy y ya, como por arte de magia, sin que nosotros tengamos que poner algo, o mucho, por nuestra parte. Y no es así: La redención sólo llega después de un tiempo duro de pasión. Si nos negamos a los padecimientos de la pasión, estamos renunciando a la redención. Nos narra el Evangelio que cuando Pilato puso a escoger al pueblo, prefirieron liberar a Barrabás y no a Jesús. Al preguntar Pilato: “¿Y que hago con el que llaman rey de los judíos” (Marcos 15, 12), “Gritaron: ¡Crucifícalo!” (Marcos 45, 13). Los que gritaban ahora eran los mismos que le aclamaron cuando entraba en Jerusalén. ¿Por qué lo hacían? El texto de San Marcos dice que: “Porque los sumos sacerdotes habían soliviantado a la gente” (Marcos 15, 11). Es cierto que el pueblo, las masas, eran entonces más fácilmente manejables y manipulables de lo que son ahora. Porque entonces la gente, el pueblo sencillo, no sabía ni leer, ni escribir. Pero no conviene exagerar las diferencias. Ahora, como entonces, la gente prefiere creer al que le promete un futuro mejor, más rápido, y con el menor sacrificio posible. Todos queremos que llegue cuanto antes el reino de DIOS, un reino de justicia, de amor y de paz; pero no queremos andar el camino propuesto por Jesucristo para llegar a él: El camino de las Bienaventuranzas. Queremos que otros sean los pobres, los mansos, los que luchan por la justicia, los que perdonan, los que son generosos en amar a todos, preferentemente a los más necesitados. Nosotros queremos primero el éxito, el dinero, las satisfacciones materiales, el poder político y económico; para muchos de nosotros eso es lo primero y urgente; el camino de las bienaventuranzas puede esperar. Y por eso, al que nos pide humildad, fortaleza en la adversidad, lucha contra la injusticia, corazón limpio y un amor generoso y sacrificado a DIOS y al prójimo, le volvemos la espalda. A Jesucristo que predica amor y perdón, lucha contra el mal y amor hasta la muerte, muchos abiertamente y otros más sigilosamente, siguen pidiendo: ¡Que lo crucifiquen! Queridos hermanos y hermanas en nuestro Señor JESUCRISTO, no tenemos porque ser del montón manipulable que grita pidiendo crucifixión, sino que: Estamos llamados a morir con ÉL para también con ÉL resucitar. Hoy entramos todos en Jerusalén. Una vez en Jerusalén, tiene lugar la celebración de la Pascua. En la noche del Jueves Santo, Jesús cena con sus discípulos y hace una Pascua nueva, la Pascua de la Vida, la Eucaristía. El Viernes Santo, Jesús yace en la cruz, signo de maldición convertido en signo de salvación. El relato de su pasión que escuchamos hoy y que volveremos a escuchar el Viernes Santo, es estremecedor. Jesucristo, solidario con la humanidad que sufre, que lo pasa mal, con toda persona humana sedienta de salvación, de sentido y felicidad plena, se anonada, se abaja, se humilla, hasta someterse a la muerte, “Y una muerte de cruz” (Filipenses 2, 8). Y por fin el Sábado, la gran Vigilia, la noche de la resurrección y de la vida; y el Domingo, la Pascua, el día del gozo y la alegría. Jesús ha resucitado. Nuestra vida adquiere un sentido nuevo, profundo, auténtico. “Vamos a mirar con mucha fe y con mucho amor a este Jesús que sube a Jerusalén, para abajarse y morir por nosotros. Pidamos a DIOS que esta semana nos llene el corazón de ese mismo amor con el que Jesús

se entregó por nosotros, para que podamos manifestarlo a los que tenemos cerca todos los días del año”. Amén.

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En el Jardín de Tu Paz (Nº 40) Un INJERTO de ESPERANZA

“Las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡GRANDE

ES SU FIDELIDAD!” (Lamentaciones 3, 22-23)

¿Vivimos a veces “días negros”? Son jornadas en las que nuestros sueños se transforman en pesadillas, grandes esperanzas se esfuman y las buenas intenciones no se ven por ninguna parte.

En lugar de ir hacia delante, sentimos que rodamos por un barranco llamado Desaliento, que se encuentra cerca de un castillo llamado Duda y cuyo propietario se llama Desesperanza. Pues bien, eso son los momentos en que nos sentimos injertados en los padecimientos de Jesucristo, quien los enfrentó con mansedumbre porque creyo firmemente en las promesas del Padre y que nosotros hoy la podemos encontrar en la Sagrada Escritura. Una de las grandes ventajas que aporta la lectura y meditación de la Sagrada Palabra, es que nos ofrece una perspectiva más amplia de la vida, una idea más clara frente a los problemas. Si no nos apoyamos en la Palabra de DIOS, los problemas más ínfimos llegan a hacerse insuperables. Un ligero contratiempo toma el aspecto de un drama; nuestro sentido de compromiso se pierde y perdemos nuestra esperanza. ¡Ánimo! Las promesas de DIOS están hechas a la medida de nuestras jornadas “negras”. En el instante preciso en que pensamos que Sus promesas nos van a fallar, aparecen como un rayo de luz que atraviesa la niebla, se disipan las tinieblas y agarramos un nuevo aliento, convencidos de que todo va bien porque DIOS lo controla todo. Nos aportan literalmente hablando un “injerto de esperanza” y es entonces cuando comprendemos los versículos citados del libro de las Lamentaciones. Vemos con claridad a través de la paz que llega a nuestros corazones que el amor de DIOS es inquebrantable, su bondad, su protección y su misericordia, se renuevan cada mañana, incluso en las mañanas de nuestros días “negros”. La esperanza busca siempre el aspecto bueno de la realidad pero sin ser ingenua. Más bien la lucidez de la esperanza no oculta los momentos difíciles ni las contradicciones de la vida, sino que percibe en medio de las tinieblas la iluminación de la fe, el ejemplo brillante de nuestra Madre María. Esta actitud vital nos permite acercarnos a la realidad para verla adecuadamente desde su luz. Desde la mirada de fe en el Señor Jesucristo debemos evitar tanto el optimismo ingenuo como el pesimismo desesperanzado y, más bien, buscar siempre una mirada auténticamente realista. La esperanza suscita el ánimo guerrero, nos hace sacar fuerza de nuestra flaqueza, buscándola en el Señor que nos ayuda con Su Gracia a poner el máximo esfuerzo de nuestra parte, para alcanzar la meta como quien en la carrera aspira llegar primero. Lleva a poner los medios, con energía y constancia, para conquistar tal meta. Es todo lo opuesto a la cobardía o desmayo, al desaliento o pusilanimidad, actitudes íntimamente vinculadas a la falta de esperanza. Queridos hermanos y hermanas en nuestro Señor JESUCRISTO, no hay cosa que más desaliente que luchar sin esperanza de victoria, así como no hay cosa que más multiplique las fuerzas que la seguridad del triunfo con tal de que se luche constantemente. La esperanza es como el "ancla del alma", firme y segura en medio del mar tempestuoso del mundo. Es un arma que nos defiende en el combate espiritual. Es como una soga firme que nos mantiene aferrados a DIOS y por medio de la cual somos jalados por su gracia y a la vez vamos ascendiendo con el esfuerzo de nuestras manos, y en caso de una caída, el arnés está fijo a la soga para no desbarrancarnos y reemprender nuevamente la escalada de la santidad. En toda circunstancia, debemos esperar, con la gracia de DIOS, "perseverar hasta el fin" (Mateo 24, 13).

“Y esta esperanza no nos defrauda, porque DIOS ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado”

(Romanos 5, 5). Amén.

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Binomio de Amor y Paz CONTAMINACIÓN y CORAZÓN

Cuando hurgamos en los acontecimientos que ocurren en el mundo, nos encontramos con situaciones muy interesantes como la siguiente: “Un hombre hacía su recorrido habitual por una enorme planta. Era el guarda nocturno de una fábrica electrónica de Tokio, Japón. Estaba rodeado de maravillas electrónicas como los robots, que siguen haciendo perfectamente su trabajo aunque ningún operario los maneje.

De pronto un enorme brazo de hierro realizó un movimiento totalmente fuera de orden. Tomado por sorpresa, el hombre no pudo esquivar el golpe. Quedó muerto en medio de los robots. ¿Qué había pasado? Una interferencia electromagnética había afectado al robot y lo había llevado a realizar un movimiento totalmente desordenado. «Fue una niebla electrónica —explicaron los técnicos—, una contaminación electromagnética que afectó al robot»”. He aquí una nueva contaminación, de las muchas que ya hay en la tierra. La «niebla electrónica» o «contaminación electromagnética» se produce por el funcionamiento de juegos de video, amplificadores caseros, teléfonos portátiles y muchos aparatos electrónicos más. Esta contaminación puede afectar los robots de las fábricas, y prácticamente «volverlos locos». Cuando observamos el estado de nuestro planeta, podemos evidenciar que la contaminación abarca una amplia dimensión: Aire, ríos, lagos, mares, atmósfera y estratosfera. Toda esa contaminación no viene de la nada, sino que es ocasionada por nosotros, los seres humanos, quienes además contaminamos el comercio, la política, la religión, la moral, el amor, el hogar y el matrimonio, así como a los niños y a la juventud. Toda contaminación es perjudicial, pero hay una que es letal y es cuando lo que se contamina es la mente, el corazón y el alma. Por eso hay quienes dicen que esta vida es un martirio. Todos contaminamos lo que nos rodea y luego nos extraña que todo nos vaya mal. Le pedimos a DIOS el milagro del socorro y luego nos extraña que ÉL no corresponda a nuestro clamor, cuando somos nosotros mismos los que producimos los males que nos acosan. Sembramos odio, rencor, ira y contienda, y cosechamos agonía, dolores, sufrimientos y muerte. ¿Podrá haber algo que quiebre esa secuencia fatídica de acontecimientos? Sí, pero sólo en el sentido individual, no colectivo. La persona que desea quitarse de encima las consecuencias que la están acabando debe tener un cambio de corazón. Eso lo produce sólo un profundo arrepentimiento. Si nos arrepentimos de corazón, DIOS cambiará nuestra vida. Hoy día muchos necesitan con urgencia ser trasplantados espiritualmente, después de haber sido envenenados en el espíritu con grandes dosis de soberbia, que es veneno mortal para el ser humano. Una vez en el torrente espiritual se arraiga al corazón y a los pensamientos de quien ha sido contaminado con tan nociva sustancia. El Señor ha prometido cambiar nuestros corazones, sólo es necesario que entreguemos el corazón contaminado para recibir uno nuevo. Por eso, ÉL nos dice: “Yo les daré un corazón íntegro y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 11, 19). Si dejamos que el Señor obre en nuestros corazones, cambiando nuestra soberbia por mansedumbre, nuestra altivez por humildad, estaremos a salvo y atendidos por la mano de DIOS siempre: “Porque el Señor es excelso, y atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos” [Salmo 138(137), 6]. Queridos hermanos y hermanas en nuestro Señor JESUCRISTO, el Señor atiende al humilde porque es quien se acerca para recibir de ÉL Su amor y Su sustento, pero el altivo se aleja, dándole la espalda a DIOS y a Su palabra. Volvamos a DIOS de corazón, pidiéndole que traiga el antídoto de Su amor y Su perdón a nuestras vidas e implante en nosotros un nuevo corazón, tal como nos promete a través del profeta Jeremías:

“Les daré un corazón íntegro que les haga tener una conducta intachable, para que me respeten toda su vida, para su bien y el de sus

hijos que los sucedan” (Jeremías 32, 39). Amén.