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EL E VANGELIST A MEXICANO VOCERO OFICIAL DE LA IGLESIA METODISTA DE MÉXICO, A.R. • EDICIÓN ESPECIAL 2010 Q Ténoch David Sesma Meneses* La Iglesia Metodista y la Revolución Mexicana La Revolución Mexicana como proceso histórico fue un ciclo que tuvo un carácter de gran heterogeneidad. En términos generales, se caracterizó por ser un suceso en el cual no se lograba distinguir en realidad un adalid único que dictara las directrices del movimiento. El fenómeno revolucionario mexicano iniciado oficialmente en noviem- bre de 1910 es un acontecimiento inacabado desde la perspectiva de las reformas sociales. No sólo intereses internos sino también externos impidieron en numerosos casos el ver materializados los objetivos que los distintos ideólogos y dirigentes tuvieron. Durante los primeros años de la Revolución, a pesar de existir varios grupos opuestos al régimen porfirista, como lo eran los co- mandados por Villa o por Zapata, la propuesta de Madero alcanzó tal fuerza que se ganó la confianza y la simpatía de vastos sectores de la población, incluyendo a los dos dirigentes anteriormente men- cionados. La amplia visión y sus acciones innovadoras en materia de proselitismo político son de reconocerse. A pesar de ello, una vez que pudo llegar a la presidencia fue causa de desilusión para muchos. Incluso antes de ser electo, la firma de los Tratados de Ciu- dad Juárez ya había sido objeto de duras críticas al vislumbrarse la debilidad que podría llegar a tener el nuevo orden gubernamental. La Iglesia Metodista (es decir, la Iglesia Metodista Episcopal y la Iglesia Metodista Episcopal del Sur), al igual que otras iglesias evangélicas asentadas en el país al momento del estallido de la Revolución, había atestiguado el porfirismo desde sus inicios. Tal situación hizo tener a la Iglesia una completa contemporaneidad con el régimen imperante, con los cambios en las acciones de los liberales herederos de Juárez, así como con las inquietudes de los sectores sociales deseosos de un rumbo distinto en el caminar de la nación. El momento decisivo para la implantación del metodismo en México se gestaría con las garantías legales que el Estado moderno trajo consigo: desde la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860 con Benito Juárez, hasta la incorporación de las Leyes de Reforma a la Constitución en 1873 durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. A lo largo del tiempo en que oficialmente hubo ya presencia pro- testante en territorio mexicano, las actitudes de la clase gobernante en torno a la influencia de los evangélicos en una sociedad de arrai- gadas costumbres católicas no fue siempre la misma. En los albores del nuevo siglo, la política de conciliación entre las autoridades civiles y la Iglesia Católica era evidente; las desigualdades en los beneficios de la modernidad mexicana habían causado grandes estragos a las clases menos favorecidas, las cuales clamaban por una sociedad Q Daniel Escorza Rodríguez Los Metodistas ante la Intervención Norteamericana de 1914 I. En abril de 1914, en medio de la lucha revolucionaria constitucio- nalista para derrocar al gobierno de Victoriano Huerta, se produjo la intervención norteamericana en el puerto de Veracruz. Tropas de Estados Unidos, encabezadas por los llamados “marines” desem- barcaron y bombardearon el puerto mexicano. Este evento produjo en la opinión pública un encendido sentimiento patriótico, y una ani- madversión hacia el país vecino. Se conoce que en las principales Continúa en la contraportada (p 12). 1

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MEXICANOVOCERO OFICIAL DE LA IGLESIA METODISTA DE MÉXICO, A.R. • EDICIÓN ESPECIAL 2010

Ténoch David Sesma Meneses*

La Iglesia Metodista y la Revolución Mexicana

La Revolución Mexicana como proceso histórico fue un ciclo que tuvo un carácter de gran heterogeneidad. En términos generales, se caracterizó por ser un suceso en el cual no se lograba distinguir en realidad un adalid único que dictara las directrices del movimiento. El fenómeno revolucionario mexicano iniciado oficialmente en noviem-bre de 1910 es un acontecimiento inacabado desde la perspectiva de las reformas sociales. No sólo intereses internos sino también externos impidieron en numerosos casos el ver materializados los objetivos que los distintos ideólogos y dirigentes tuvieron.

Durante los primeros años de la Revolución, a pesar de existir varios grupos opuestos al régimen porfirista, como lo eran los co-mandados por Villa o por Zapata, la propuesta de Madero alcanzó tal fuerza que se ganó la confianza y la simpatía de vastos sectores de la población, incluyendo a los dos dirigentes anteriormente men-cionados. La amplia visión y sus acciones innovadoras en materia de proselitismo político son de reconocerse. A pesar de ello, una vez que pudo llegar a la presidencia fue causa de desilusión para muchos. Incluso antes de ser electo, la firma de los Tratados de Ciu-dad Juárez ya había sido objeto de duras críticas al vislumbrarse la debilidad que podría llegar a tener el nuevo orden gubernamental.

La Iglesia Metodista (es decir, la Iglesia Metodista Episcopal y la Iglesia Metodista Episcopal del Sur), al igual que otras iglesias evangélicas asentadas en el país al momento del estallido de la Revolución, había atestiguado el porfirismo desde sus inicios. Tal situación hizo tener a la Iglesia una completa contemporaneidad con el régimen imperante, con los cambios en las acciones de los liberales herederos de Juárez, así como con las inquietudes de los sectores sociales deseosos de un rumbo distinto en el caminar de la nación. El momento decisivo para la implantación del metodismo en México se gestaría con las garantías legales que el Estado moderno trajo consigo: desde la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860 con Benito Juárez, hasta la incorporación de las Leyes de Reforma a la Constitución en 1873 durante el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada.

A lo largo del tiempo en que oficialmente hubo ya presencia pro-testante en territorio mexicano, las actitudes de la clase gobernante en torno a la influencia de los evangélicos en una sociedad de arrai-gadas costumbres católicas no fue siempre la misma. En los albores del nuevo siglo, la política de conciliación entre las autoridades civiles y la Iglesia Católica era evidente; las desigualdades en los beneficios de la modernidad mexicana habían causado grandes estragos a las clases menos favorecidas, las cuales clamaban por una sociedad

Daniel Escorza Rodríguez

Los Metodistas ante la Intervención Norteamericana de 1914

I.En abril de 1914, en medio de la lucha revolucionaria constitucio-nalista para derrocar al gobierno de Victoriano Huerta, se produjo la intervención norteamericana en el puerto de Veracruz. Tropas de Estados Unidos, encabezadas por los llamados “marines” desem-barcaron y bombardearon el puerto mexicano. Este evento produjo en la opinión pública un encendido sentimiento patriótico, y una ani-madversión hacia el país vecino. Se conoce que en las principales

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ciudades mexicanas se realizaron manifestaciones “antiyanquis”, y muchos ciudadanos norteamerica-nos tuvieron que abandonar el país desde finales de abril de ese mismo año. ¿Cuál fue la reacción de los metodistas en México ante este acontecimiento? Recordemos que en ese entonces la iglesia metodista dependía de dos misiones norteamericanas: tanto de la Iglesia Metodista Episcopal, como de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur. En el presente texto me concretaré a revisar la posición que asumieron las autoridades de la Iglesia Metodista Episcopal, y en general los metodistas mexicanos del centro de la República que pertenecían a esta misión norteamericana.

II. Desde que la revolución maderista irrumpió en el escenario político, hacia finales de 1910, y sobre

todo a partir del año 1911, la misión metodista en México guardó las formas y se abstuvo de calificar los movimientos revolucionarios. De dicha forma, las autoridades eclesiásticas reconocieron tácitamente los gobiernos de Madero, León de la Barra, y hasta el de Victoriano Huerta, cuidando de no establecer juicios de valor ante las sucesivas administraciones políticas.

Así, la misión metodista consideró a la administración de Huerta como un gobierno “de facto” al cual no se le podía poner ninguna objeción. De tal manera que en julio de 1913 encontramos a John W. Butler en las fiestas de la conmemoración de la Independencia de Estados Unidos, departiendo con Huerta y con Aureliano Blanquet, en una imagen muy conocida.

Asimismo, en el año de 1914, no será casual que la maestra Juana Palacios haya sido nombrada miembro de la comisión educativa en las escuelas de educación básica del Distrito Federal, o que el Ministro de Instrucción Pública, Nemesio García Naranjo, visitara el Instituto Metodista Mexicano, en Puebla, haciendo grandes elogios para la educación protestante.

En este panorama, la ocupación estadounidense en Veracruz, a partir del 21 de abril de 1914 sus-citó al menos dos reacciones en el ámbito de la iglesia metodista: por una parte de manera práctica, los superintendentes de la misión como John P. Hausser, F. Wolfe, J. P. Lawyer, y otras maestras norteame-ricanas de las escuelas de la Sociedad de Señoras tuvieron que salir del país súbitamente. De la misma forma, muchos pastores abandonaron sus iglesias para sumarse a la causa revolucionaria, aprovechan-do la coyuntura de la invasión norteamericana, pero en realidad lo hicieron para incorporarse a las filas constitucionalistas. Entre otros casos, sólo por mencionar algunos, el de Daniel Rodríguez, de Atlixco; Leopoldo Sánchez, de San Bernabé Amajac, Tlaxcala; Ángel Zenteno, de Panotla, y otros pastores de Puebla como Andrés Angulo, Anastasio Maldonado, etc. Cabe señalar que la iglesia no denostó la de-cisión de los pastores. Simplemente se limitaba a decir que “Fue a servir a su patria de otra manera”, o “cambió el modo de servir a su patria, empuñando las armas para su defensa”.

Por otra parte, tenemos la reacción de las autoridades eclesiásticas a través del órgano oficial El Abogado Cristiano en el sentido de que no dudaron en rechazar esta vejación, tal como lo asienta el editorial del 28 de mayo de ese año, cuando era su director el pastor Vicente Mendoza:

“Al primer momento, el choque producido por el ultraje, -porque ultraje es el desembarque de fuerza extranjera armada, el asalto a oficinas públicas nacionales, y la elevación de una bandera extraña en donde antes había flotado nuestra patria enseña…” y agrega:

“Condenamos pues, y protestamos contra la ocupación de Veracruz, y el despliegue de fuerzas hecho en el puerto por la presencia de veinte mil hombres, cuando menos, con todos los elementos de guerra y de fuerza que son una amenaza patente para la nación entera”.

El editorial además hace referencia a las hostilidades de la prensa católica en el sentido de que la situación de las misiones protestantes es difícil y comprometida ya que están sostenidas completa-mente por el dinero americano. Desde luego que se rechaza enfáticamente esa visión: “En primer lugar, nosotros los ministros evangélicos y los demás obreros cristianos no somos, en ningún sentido, servi-dores de los americanos, ni las misiones protestantes son empresas americanas.” El editorialista pone en claro que el objetivo de la obra evangélica no es favorecer en ningún sentido a la nación americana. Lo sugerente de este editorial es que inclusive justifica “la toma de armas” para defender a la nación, cuando Vicente Mendoza dice:

“Lo racional, lo justo, lo digno, es empuñar un rifle y marchar a las avanzadas federales…”. “Aborre-cemos la guerra, maldecimos la matanza, pero si es inevitable, iremos a ella y cumpliremos con nuestro deber”.

Desde luego, habla de ir a las filas federales del gobierno Huertista, con quien, por lo demás se llevaba una relación tersa.

Por otra parte, el director del Instituto Metodista de Puebla, don Pedro Flores Valderrama, tampoco dudaba en poner a disposición de “la patria” a los estudiantes. Por ejemplo, en una carta del 23 de abril, dirigida al gobernador de Puebla, Gral. Juan A. Hernández, el pastor Pedro Flores Valderrama, director del Instituto dice:

“…Aún cuando los alumnos del Instituto que están en condiciones de empuñar las armas para la defensa de la Patria, son relativamente cortos en número, están dispuestos a hacerlo con la mejor buena voluntad del mundo; y para tal efecto, se ofrecen desde luego a las órdenes de usted”.

El gobernador le contesta en el sentido de que se unan a los grupos que reciben instrucción militar, felicitándolos por su “patriótico empeño”. En otra carta, pone a la disposición del gobierno federal las instalaciones de los colegios, para que en caso de una invasión, sirvan de hospitales , o incluso que las alumnas y maestras que lo consideren puedan prestar sus servicios en la Cruz Blanca Neutral o en la Cruz Roja….”

Sin embargo, en el transcurso del mes de junio y julio, la correlación de fuerzas cambia, y la re-

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volución constitucionalista avanza hacia el centro. Huerta es obligado a renunciar el 15 de julio y los constitucionalistas ocupan la ciudad de México a partir del 15 de agosto, después de los Tratados de Teoloyucan.

Algunos meses después, el director del Instituto de Puebla recordaría estos episodios en estos términos:

“Todos los jóvenes mexicanos querían lanzarse a la guerra; pero nuestros estudiantes, más caute-losos que los de otros colegios, comprendieron desde luego que no se trataba más de un lazo, tendido por el Presidente de la República para seguir sosteniéndose en el poder, que de una invasión extranjera; y por eso fue que ellos en vez de alistarse en las filas del ejército federal, lo hicieron en el revolucionario, esperando, como sucedió, que cayendo el Presidente Huerta, terminaría en nuestro país la intervención del ejército de Estados Unidos”.

Los dirigentes metodistas se percataron de la maniobra huertista para reclutar voluntarios, y una vez destruido el gobierno de Huerta, la misión metodista calificó a este régimen como nefasto. La portada de El Abogado Cristiano del 20 de agosto de 1914, es sintomática de esta toma de posición: muestra una fotografía del rostro de Venustiano Carranza, y la cabecea como el “Jefe de la Revolución Constituciona-lista que ha triunfado en México”.

En esta ocasión, el editorial de El Abogado se refiere al régimen de Victoriano Huerta como un “ré-gimen tiránico, sangriento y brutal, como pocas veces o ninguna lo hayamos tenido en México”, p. 1. También se refiere al “dictador” Huerta, y a su gobierno de 17 meses como de “dictadura sangrienta”. Saluda con gran beneplácito la llegada de los revolucionarios a la ciudad de México, como los genera-les Álvaro Obregón, Pablo González, Francisco Coss, Lucio Blanco, y otros, y agrega: “todos ellos han defendido la causa del pueblo, representan las aspiraciones nacionales, y han traído en la punta de sus espadas la causa de la legalidad, del orden, la justicia, en una palabra, del constitucionalismo.”

III. EpílogoComo parte de una misión norteamericana, la situación de la

iglesia metodista en este año de 1914 fue particularmente riesgosa y peligrosa ya que la población en general consideraba a las iglesias metodistas como enclaves norteamericanos. No obstante, dirigentes mexicanos como Vicente Mendoza y Pedro Flores Val-derrama, entre otros, dejaron en claro su posición ante la ocupación estadounidense. Ello contribuyó a que por primera vez en el conflicto revolucionario, los metodistas fijaran su postura ante los acontecimientos que se suce-dían y en el cual no se podía saber el desenlace.

Rubén Pedro Rivera

La Familia Osuna y La Revolución Mexicana

Comenzaban los trabajos de la Soberana Convención Revolucionaria, efectuada en la ciudad de Aguascalientes en octubre de 1914. Convocada por el Primer Jefe Cons-titucionalista y Presidente del país, D. Ve-nustiano Carranza, se había mudado de la ciudad de México a la de Aguascalientes, con el propósito de encontrar en un terreno neutral, el avenimiento de los jefes revolucio-narios, especialmente los villistas, con los carrancistas, para asegurar la paz y la plani-ficación del nuevo Estado Mexicano. Asistie-ron, en calidad de delegados, los generales y gobernadores, en número superior a cien, incluidos los representantes de quienes, con la misma investidura, no pudieron o no qui-sieron concurrir al llamado presidencial.

Tiempos difíciles para el país. La gesta revolucionaria estuvo en riesgo de frustrarse debido a las divisiones entre los principales protagonistas de la lucha. La Convención era, en ese momento, la esperanza para po-der conjuntar los ideales y puntos de vista particulares de los líderes, a fin de elaborar el programa de vida del México posrevolu-cionario que todos deseaban.

Las primeras sesiones se dedicaron al examen de la validez de las credenciales de cada delegado. En las discusiones intervino el Coronel Gregorio Osuna, ex Jefe Político

del entonces territorio de Baja California, representante del General Jesús Carranza, considerado como el aglutinador de los partidarios de D. Venustiano Carranza, quien

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defendió la validez de la credencial del dele-gado Manuel Cornejo, que algunos pusieron en duda. Tras la discusión del caso, la cre-dencial terminó por aceptarse.

En una sesión posterior, el Profr. Andrés Osuna, también delegado, presentó ante la asamblea una proposición en los términos siguientes: “Pedimos a esta Convención So-berana, dé los pasos conducentes para que la neutralidad de esta plaza sea efectiva”. Firmaban la petición –además del propio Osuna–, el Gral. Álvaro Obregón y otros cua-tro delegados. La razón de la proposición era que la inseguridad en Aguascalientes había llegado a extremos peligrosos por la presen-cia desordenada de soldados villistas que provocaban disturbios frecuentes. Gregorio Osuna reforzó la petición al informar que a una hora de la ciudad estaban acampados 18,000 villistas, de los cuales muchos iban a la ciudad a escandalizar y provocar desenfre-nos. La asamblea determinó que las tropas villistas debían retirarse a una posición más lejana y también debían hacer lo propio las tropas favorables a Carranza, localizadas al sur de la ciudad. A lo largo de las sesiones, los Osuna continuaron participando, siendo en una de ellas que el secretario Vito Alessio Robles se refirió a Gregorio como “ministro protestante” (equivocando el dato, pues el ministro lo había sido su hermano Andrés).

¿Quiénes eran estos señores Osuna y por qué estaban involucrados en la política nacional? ¿De dónde sacó la información Vito Alessio Robles, respecto a la filiación religiosa de Gregorio? Para obtener las res-puestas a estas y otras preguntas que se nos pudieran ocurrir, hay que remontarnos a los orígenes de la familia Osuna y su evolución histórica. Los Osuna provinieron de ances-tros españoles que llegaron a colonizar las regiones norteñas de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. De las varias ramas de Osuna nos interesa en particular la de D. Félix y su esposa, D. Matilde Hinojosa. Esta pareja se estableció temporalmente en Ciudad Mier, Tamps., donde nacieron varios de sus hijos, entre ellos, Andrés (nacido el 27 de junio de 1872), quien habría de destacar en las filas

del metodismo nacional y relacionaría a su familia con esta iglesia. La niñez y adoles-cencia de Andrés se dio en el campo, entre el ganado y las faenas de la siembra. Posee-dor de un espíritu valiente y una mente inqui-sitiva, pronto fue destinado para realizar los estudios primarios en poblaciones de mayor importancia.

El primer contacto de la familia Osuna con la Iglesia Metodista se dio en razón de la búsqueda de una ciudad y hogar a don-de enviar a Andrés para que continuara sus estudios. Alguien les informó que en la casa de un señor llamado David Alba se le podía hospedar y educar casi gratuitamente. El señor Alba residía con su familia en Laredo, Tex., y allí se hicieron los arreglos del caso para Andrés. “Casualmente”, el señor Alba era el pastor metodista encargado de la na-ciente congregación de la ciudad y siendo una persona de más que mediana educa-ción, pronto le instruyó en el conocimiento del idioma inglés y le matriculó en la escuela pública. Una vez concluida esta etapa, An-drés fue recomendado para inscribirse en el Instituto Fronterizo, de la ciudad de Monte-rrey, (después llamado “Instituto Laurens”), donde destacó como un excelente alumno y digno miembro de la iglesia, a tal punto que el Superintendente del Distrito, Alejan-dro Sutherland lo invitó a dirigir la Escuela Primaria del mismo Instituto, pese a su ju-

ventud y falta de experiencia como maestro. Estando en esta capacidad le correspondió recibir al nuevo Director del Instituto, el mi-sionero Frank Onderdonk, quien quedó im-presionado por encontrar una persona tan joven con un cargo de tal responsabilidad y además hablando un buen inglés.

Sin embargo Andrés estaba consciente de la falta de conocimientos pedagógicos y por ello solicitó y obtuvo el permiso para combinar su trabajo con los estudios de la Escuela Normal para Maestros, donde tuvo como mentores a los destacados profeso-res Miguel F. Martínez y Serafín Peña, ambos de relevante memoria en la historia pedagó-gica neoleonesa.

Al concluir sus estudios como maes-tro, Andrés se radicó en Saltillo, donde fundó una escuela primaria que denominó “Victoriano Cepeda”. Estando en esta labor fue invitado a pastorear la congregación metodista de Saltillo, donde sirvió por varios años. Aprovechando su situación econó-mica más desahogada, llamó a su herma-no Gregorio para que realizara estudios en Monterrey y posteriormente en Saltillo, en-cargándose de sus gastos.

La capacidad y eficiente manera de ejer-cer el magisterio de Andrés, llamaron pronto la atención de las autoridades educativas del Estado de Coahuila, quienes le invitaron para dirigir la Escuela Primaria Anexa a la primera Escuela Normal, edificada en Salti-llo y también se le invitó para ser catedrático de inglés en el Ateneo Fuente. No pasaron muchos años antes de que ocupara la Di-rección General de Instrucción Primaria en el Estado. Andrés fue también escritor, es-pecialmente de textos escolares, tales como Libro primario de escritura y lectura simultá-neas, Elementos de Psicología Pedagógica, Libro de texto para Segundo Año, Por la Es-cuela y por la Patria, entre otros.

Con una ejemplar visión, Andrés propu-so al Gobierno del Estado la construcción de una Escuela Normal realmente avanzada. La proposición fue aceptada con entusiasmo y se le encargó la planificación y operación de la misma. Para cumplir el encargo, Andrés

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reclutó a los mejores ingenieros y especia-listas en la materia con el resultado de un proyecto que incorporó los últimos avan-ces tecnológicos específicamente diseña-dos para una Escuela para maestros. Para seleccionar el mobiliario, Andrés viajó a los Estados Unidos a fin de escoger, en una fá-brica dedicada exclusivamente al diseño y fabricación de muebles escolares, los que se destinarían a la Escuela Normal de Sal-tillo. El diseño de las aulas, oficinas, labora-torios y demás anexos se hizo conforme a lo más avanzado que existía en los Estados Unidos. La majestuosa fachada se construyó con cantera blanca traída del Estado de Du-rango. De esta manera la Escuela Normal de Saltillo vino a ser la más moderna y funcional de su clase en el país, equiparada solamen-te con la de Jalapa, a la cual superaba en la modernidad del edificio. Una vez en funcio-nes el propio Venustiano Carranza, siendo Gobernador del Estado, gustaba de asistir eventualmente a las cátedras de Osuna. Las deberes magisteriales de Andrés le llevaron a la ciudad de México varias veces, donde cultivó una amistad profunda con D. Justo Sierra, “El Maestro de América”, quien fungía por entonces como Ministro de Educación.

Mientras Andrés destacaba como pe-dagogo, sus hermanos realizaban estudios, especialmente Gregorio, que les abrieron campos de influencia en diferentes aspec-tos. A su vez los sobrinos principiaron a es-tudiar en diferentes escuelas. La familia en general se afilió al metodismo, si bien no to-dos en relación tan cercana como Andrés.

La pasión de Andrés fue siempre la en-señanza. Sin embargo hubo de entrar en la política, aunque ésta no le atraía primordial-mente, por invitación. Un día del año de 1909, el Lic. Benito Juárez (hijo), visitó Saltillo para organizar el Partido Democrático; Andrés fue invitado a afiliarse, y en tal calidad des-empeñó actividades de apoyo que refrendó al conocer y fraternizar con D. Francisco I. Madero con quien sostuvo siempre una sin-cera amistad. Cuando éste estuvo preso en San Luis Potosí, Andrés y Gregorio le visita-ron (agosto de 1910), celebrando con él una larga entrevista. Los Osuna recién habían tenido una junta con D. Venustiano Carranza en Cuatro Ciénegas, Coah., con quien con-vinieron en que “en caso de que se formali-zara un movimiento para acabar con la dic-tadura del General Díaz, estaban dispuestos a cooperar en la forma que fuera necesaria” y al visitar a Madero, seguramente le infor-maron de los planes coahuilenses de apoyo a la causa. Una vez iniciada la gesta revo-lucionaria, Gregorio y diez sobrinos más se dieron de alta en las filas maderistas (a la muerte de Madero, apoyaron a Carranza), llegando a generales, Gregorio y Carlos, y a Teniente Coronel, Clemente; el resto obtuvo rangos menores.

Andrés fue discriminado y semi perse-guido en Coahuila, por personas envidiosas y opuestas a las ideas democráticas, y debi-

do a ello fue retirado de los puestos educati-vos. Esto le orilló a aceptar la invitación para ser traductor de la Casa Metodista de Publi-caciones, que la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, tenía en Nashville, Tenn. a fines de 1909. Alejado de los vaivenes políticos aun-que constantemente bien informado, Andrés se dedicó a traducir, entre otras obras, Juan Wesley, su vida y su obra, de Lelievre; Ma-nual de doctrina cristiana, de Banks; Ele-mentos de Ética, de Muirhead; Teoría del pensamiento y del conocimiento, de Bowne; Lecciones Graduadas, para la Escuela Do-minical (siete volúmenes), etc.

Mientras Andrés estuvo en Nashvi-lle, aprovechó para realizar estudios en la

Universidad de Vanderbilt, donde obtuvo la Maestría en Artes. En medio del cumpli-miento de sus deberes como traductor y estudiante, se dio tiempo para realizar una pocas visitas a Coahuila con el propósito de atender asuntos familiares de carácter ur-gente y conservar su contacto con Madero y Carranza.

La República Mexicana estaba, mien-tras tanto, en plena lucha revolucionaria. Madero había sido asesinado y Carranza se levantó en armas estableciendo el Constitu-cionalismo. Ya estando Carranza en la Presi-dencia del país, llamó a Andrés para asumir la Dirección General de Educación Pública, puesto que ocupó hasta el asesinato del Pri-mer Jefe, a quien acompañó hasta el tiempo del crimen en Tlaxcalantongo, escapando de sufrir la misma suerte, en forma providencial. Otro tanto hizo su hermano el General Gre-gorio, quien también se mantuvo fielmente al lado de Carranza durante la trágica mar-cha que le llevó a la muerte.

Mientras Andrés estuvo al frente de la Dirección General de Educación, dedicó buena parte de su tiempo a definir los pro-gramas docentes de primaria y secundaria (muy incipientes por entonces), así como a determinar la capacitación de los maestros en el sistema educativo nacional.

Durante el período en que se reunió el Congreso Constituyente convocado por Carranza, en Querétaro, para crear la nue-

va Constitución que regiría al país, Andrés sirvió como enlace entre el Presidente y los congresistas, aportando los criterios de Carranza y los propios; éstos últimos prin-cipalmente en materia de la educación y la religión. Posteriormente, cuando devino el conflicto entre villistas y constitucionalistas, los Osuna concurrieron ante la Soberana Convención aguascalentense, afiliados al sector carrancista, como se ha dicho al prin-cipio de este escrito.

Pasada la primera etapa posrevolucio-naria, encontramos nuevamente al Profr. Osuna, ocupado en lo que más le agrada-ba: la educación. Invitado por el Lic. Aarón Sáenz, a la sazón Gobernador del Estado

de Nuevo León, en 1927, fue a ocupar la Di-rección del sistema educativo estatal. Muy pronto, con su dinamismo habitual, reorga-nizó la institución y los cursos de la Escuela Normal de Maestros; inició y llevó a su con-sumación la construcción de un edificio ad hoc para Escuela Primaria modelo, la cual llevó el nombre de “Fernández Lizardi”.

Con sabia visión Andrés analizó el espíri-tu comercial e industrial de Monterrey y pudo ver la gran falta que hacía la capacitación de obreros y técnicos para servir eficientemente en las numerosas fábricas e industrias que se estaban estableciendo en la localidad. Por tanto, se avocó a promover la construcción de una escuela industrial especializada mo-derna. Su sueño culminó con la inauguración de la Escuela Industrial “Álvaro Obregón”, única en su género en todo el país por ese entonces. Reorganizó también el sistema de inspectores escolares hasta hacerlo eficiente y responsable. La suma de estas acciones y muchas otras, condujo al Estado de Nuevo León a ocupar el primer lugar en eficiencia educativa en el país. Con el arribo de un nue-vo Gobernador al Estado neoleonés, el apoyo para las iniciativas de Andrés vino a menos y finalmente hubo de renunciar al cargo; no sin haber recibido un buen número de medallas y reconocimientos oficiales que corroboraron la importancia de su labor.

Miembro fundador del Partido Liberal Constitucionalista, diplomático sin cartera

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Ténoch David Sesma Meneses

La Libertad Religiosa a 150 años de su promulgación en el Territorio Mexicano

Un número considerable de los Estados modernos del mundo cuentan entre los derechos fundamentales de sus ciudadanos el de la libertad de culto. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 1948), ya contempla dicha normativa en su artículo 18. Nuestro país, que alcanzó la independencia de España en las primeras décadas del siglo XIX ingresó, aunque bajo duras circunstancias, a las filas de las naciones decimonónicas basadas en leyes sociales de vanguardia; sin embargo, el renglón de la religión aún traería conflictos graves.

El Estado Mexicano como tal –con Benito Juárez a la cabeza– dictó para su territorio la Ley de Libertad de Cultos el 4 de diciem-bre de 1860 al hallarse en medio de la guerra civil. Pero no fue el gobierno juarista en la ciudad de Veracruz el primero en decretarla en la demarcación mexicana actual. Ya Manuel Crecencio (sic) Re-jón había aportado para la Constitución de la República de Yucatán (1841) la libertad de cultos, además de otras ideas novedosas para la época, entre las que también destaca el juicio de amparo. Por tal motivo, el sesquicentenario que ahora celebramos había tenido ya un antecedente en la península yucateca secesionista.

El tema de la religión es un aspecto de la vida social que acom-paña a las naciones del mundo, independientemente de la posición que cada gobierno local tome al respecto. Para el caso de nuestro país, la ideología religiosa permanece en la mente de la población en general, aunque en ocasiones de forma velada. El primer gran

en los Estados Unidos (pues aunque se le propuso la diplomacia oficial, prefirió hacer la misma labor voluntariamente y sin compro-miso gubernamental), su labor en éste último aspecto logró el cam-bio de actitud del Gobierno de la Unión Americana hacia nuestra patria. Anteriormente las relaciones entre ambas naciones no siem-pre fueron cordiales ni bien informadas debido en gran parte a las manipulaciones parciales del embajador Henry Lane Wilson, cuyas ideas y actuaciones se opusieron al maderismo y al carrancismo. De este mal representante del país vecino escribe un historiador, que era: “irascible, quisquilloso, nervioso, egoísta… a su llegada a México siguió una línea de conducta morbosa y sin duda criminal”.

La intensa campaña que emprendió Andrés entrevistándose con los congresistas y funcionarios gubernamentales, así como a las instituciones sociales de mayor importancia, incluyendo a las principales denominaciones protestantes de Norteamérica, logró que el criterio, no sólo oficial, sino aún de la nación cambiara y se concretara en el retiro del embajador Lane Wilson, para suplirlo con Edward Morrow, quien traía instrucciones suficientes para cambiar el enfoque político que ahora sería favorable a México. Al término de esta valiosa labor, Osuna no reclamó ningún reconocimiento ni be-neficio personal; simplemente se reintegró a la vida cotidiana como un ciudadano más.

Andrés fue también gobernador de Tamaulipas, donde se propuso realizar una labor digna, ajena a las intrigas políticas que menudeaban en la capital del país. Allí estableció un organismo filantrópico que bien pudiera tomarse como antecedente del DIF contemporáneo; saneó el sistema administrativo y organizó debida-mente los diferentes departamentos gubernamentales.

Una vez más, con gran visión adquirió una extensión de terreno inculto y selvático en la región de El Mante, asociándose con su hermano Gregorio y el Gral. Lucio Blanco, para emprender un inno-vador proyecto de desarrollo agrícola que no paró hasta convertir la selva en un emporio azucarero de primer orden.

Otro miembro de esta familia que destacó en las postrimerías revolucionarias, fue Carlos Osuna, quien llegó a ser general, recor-dándosele en las páginas de la historia, principalmente por su valen-tía y capacidad de mando, manifestadas en la batalla de “El Ébano”, donde las fuerzas constitucionalistas vencieron a las villistas.

En fin, mucho más podría decirse de la familia Osuna, y en particular del Dr. Andrés Osuna Hinojosa (doctorado en Leyes por la Universidad de Chattanooga), metodista, revolucionaria, educa-dora, diplomática, promotora agrícola, entre otras cosas. Hombres patriotas que hicieron su parte de la mejor manera que les fue po-sible, dentro del tiempo crítico y crucial de la Revolución Mexicana, donde dejaron su huella para la posteridad.

Sin duda, la vida y obra de esta familia es digna de recordar en los anales de la iglesia y de la patria.

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plan evangelizador de lo que hoy es México llegó como parte de la conquista ibérica, en el marco de la intensa defensa del catolicismo que enarbolaron los reinos hispanos de la época y que llevaron a cabo en el territorio peninsular e incluso más allá de él: no sólo en Europa sino asimismo en América y en otros sitios del planeta.

La transición de un territorio pluriétnico, multicultural, plurilingüe y con una diversidad religiosa cuyo acento pagano era dominante, hacia un reino español ultramarino no fue un paso sencillo. En el caso particular de la religión, la conversión al cristianismo católico por parte de los nuevos súbditos fue en general un recurso obli-gado que, al menos para las mayorías, dejó poco margen para la experiencia individual respecto a la necesidad de acercarse a la fe cristiana y a una vida verdaderamente distinta. Esta situación here-dó a la actual religiosidad mexicana un sincretismo que no satisface las exigencias bíblicas de una auténtica transformación de la mente humana conocedora de Jesucristo.

México, un país basado en una población culturalmente diver-sa y en el que sus primeros habitantes no conocieron una verdadera cohesión política, ha hallado a lo largo de su historia al menos dos elementos que han hecho viable la conformación de un Estado mul-tinacional: una herencia lingüística común y una ideología religiosa capaz de cobijar y tolerar una multitud de creencias populares. El primero, que en otros tiempos se presentaba como avasallador más que el medio para expresarse libremente, hoy convive en armonía creciente con otros idiomas (aunque falta todavía mucho por hacer al respecto). Por otro lado, el segundo elemento se encuentra tam-bién en un proceso de cambio; transición que comenzó hace más de una centuria y que a pesar de ello continúa provocando polémi-ca en nuestra sociedad actual.

En los días del Imperio Mexicano (el primero), el catolicismo era uno de los pilares del naciente país. El movimiento insurgente no podía hacer menos referencia al tema, toda vez que cuestiones tales como la imagen de la virgen de Guadalupe o la alusión a la doctrina romana y la celebración del 12 de diciembre eran temas del andar cotidiano: formaban parte de la cultura nacional en gestación. Se trataba de una nación muy inestable que necesitaba argumentos para permanecer unida. No sería sino hasta el México republicano de los tiempos de Juárez que la libertad de credo se instauraría con cierta firmeza en el territorio nacional, a semejanza de otras nacio-nes contemporáneas. Incluso el emperador Maximiliano tuvo una clara visión de la separación entre el gobierno civil y la institución eclesiástica. En 1873, el presidente Lerdo se encargaría de incorpo-rar las Leyes de Reforma a la Constitución vigente. En sintonía con su tiempo, las normas civiles mexicanas rompieron el nudo existen-te entre religión y cultura nacional; es decir, el catolicismo dejó de ser inherente a la cultura mexicana.

Con este telón de fondo, iglesias como las metodistas de los Estados Unidos se establecieron formalmente en el país, lo cual tra-jo como consecuencia un carácter renovado de la evangelización a los mexicanos. En los años siguientes, el presidente Díaz conservó algunos lineamientos liberales de los gobiernos anteriores que le permitieron continuar una relación pacífica con las iglesias no cató-licas a pesar de la creciente influencia del clero romano. Más tarde, vendrían los años de la Revolución, que aunque ésta era vista como una luz en el camino de la prolongada dictadura, produjo una nueva Constitución poco amigable con las instituciones eclesiásticas que redujo la influencia de las iglesias en la vida civil.

Tanto protestantes como católicos que habían creído en los ideales de la democracia y habían participado activamente en el movimiento revolucionario, se toparon con una legislación que no sólo se pronunciaba por la separación del gobierno y las iglesias, sino que propició el surgimiento de un Estado que buscaba ejercer su autoridad con mayor amplitud mediante actitudes contradicto-rias ante el derecho a la libertad religiosa: prohibición de las ma-nifestaciones públicas de culto, negación tanto de opinión pública como del ejercicio de derechos ciudadanos para ministros, desco-nocimiento de personalidad jurídica eclesiástica, exclusión de las iglesias de los ámbitos educativo y político, entre otras.

El resto del siglo XX no estuvo exento de conflictos político-religiosos, en donde el sector eclesiástico mayormente implicado fue el católico. Se puede hablar de movimientos armados como el cristero, y asimismo de descontentos por cuestiones educativas que podrían parecernos contemporáneas, como lo fue la implanta-ción de los libros de texto gratuitos. El sexenio de Salinas de Gortari marcó una profunda diferencia respecto al trato del gobierno pos-revolucionario hacia las iglesias. Desde su toma de posesión habló de una modernización de la relación del gobierno federal con la Igle-sia. En diciembre de 1991, el partido del presidente de la República presentó las iniciativas de reforma constitucionales en esta materia, las cuales, después del proceso legislativo correspondiente (se lo-gró la reforma de los artículos 3°, 5°, 24, 27 y 130 constitucionales), fueron publicadas el 28 de enero de 1992 en el Diario Oficial de la Federación (DOF). Esto derivaría en una ley reglamentaria: la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público. El 15 de julio fue publicada en el DOF. Las nuevas disposiciones legales hablaban más de un acuerdo entre instituciones (gobierno mexicano-iglesia católica, que al final de cuentas se extendería al resto de las iglesias) que de un terreno renovado del ejercicio de la libertad religiosa para los ciuda-danos del país.

Los habitantes del México de hoy vivimos en una sociedad que al menos en teoría está secularizada, como resultado de un largo proceso por la defensa de un Estado sin religión oficial y respetuoso de la libertad de culto. Aunque celebramos la laicidad del Estado, es indispensable recordar que a la luz de las Escrituras toda la vida es sagrada, de modo que así debemos considerarla independiente-mente del lugar que tengamos como integrantes de una comunidad plural que ha dado la espalda a la Biblia como su único referente válido. Ante este panorama, nos corresponde ser promotores de leyes justas para la población, independientemente de la creencia que ésta profese; ser agentes de cambio en una nación que nece-sita ser reformada.

BIBLIOGRAFÍA

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Canto Chac, Manuel y Raquel Pastor Escobar. ¿Ha vuelto Dios a México? La transformación de las relaciones Iglesia Estado. México: Universi-dad Autónoma Metropolitana Xochimilco, 1997.

La libertad religiosa. Memoria del IX Congreso Internacional de Derecho Canónico. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1996.

Matute, Álvaro et al. Estado, Iglesia y sociedad en México. Siglo XIX. Méxi-co: Universidad Nacional Autónoma de México, 1995.

Derecho fundamental de la libertad religiosa. México: Universidad Nacio-nal Autónoma de México, 1994.

Taylor, Richard (red.). Diccionario Teológico Beacon. Kansas: Casa Naza-rena de Publicaciones, 1995.

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Miguel Hidalgo y Costilla fue un cura “progresista” como se dice hoy, en contraste con los “integristas” de comienzos del siglo XIX. Este guanajuatense fue apodado “el zorro” cuando estudiaba en el semi-nario de Valladolid (hoy Morelia), del cual más tarde fue director.

Nacido en 1754, estaba en plena formación cuando fue tocado por las ideas igualitarias de la Ilustración Francesa, que nutrieron la revolución del 14 de julio de 1789. Sabemos que Manuel Abad y Queipo, compañero de estudios y tertulias, compartía en esos años las mismas ideas liberales siendo seminaristas. Sin embargo, Abad, como obispo electo de Michoacán, fue el primero en excomulgarlo recién dado el grito de Dolores. Ambos eran criollos que servían en curatos rurales, ya que los peninsulares tenían las parroquias y puestos importantes en la jerarquía.

Ya en el ejercicio ministerial, Hidalgo fue párroco de Colima (un año), en San Felipe, Gto. (apodado Torres Mochas) por corto tiem-po y en Dolores Hidalgo, Gto., donde sí permaneció un buen plazo. Desde 1801, la Inquisición lo acusó no sólo por sus ideas, sino tam-bién por haber engendrado hijos.

Su acción independentista es tan breve como luminosa (sep-tiembre de 1810 a julio de 1811): combates, periodismo, decretos libertarios que culminan con su abjuración forzada, degradación sa-cerdotal y fusilamiento en la ciudad de Chihuahua. Él fue pionero de una estirpe de libertadores en nuestro continente. ¡Loor al prócer!

Hidalgo es un académico, pues invierte 25 años de su existen-cia –¡casi la mitad de ella!– en el colegio de San Nicolás (Valladolid) como alumno, docente y Rector. Allí se relaciona con el clero del Bajío, como Verdusco y Morelos, y otros que también lo seguirán durante el estallido social.

Hidalgo es un cura que convive con sus feligreses unos 18 años en tres parroquias donde impulsa tanto el trabajo productivo (vid, gusano de seda, alfarería) que aliviará la miseria de sus pa-rroquianos, como la divulgación cultural a través del teatro galo en sus tertulias a las que la gente apodó “Francia chiquita” en sus dos parroquias guanajuatenses: San Felipe y Dolores.

Hidalgo es un revolucionario inquietado por la situación política de la “Madre Patria” que está bajo la manipulación napoleónica y las innegables repercusiones en la mayor de sus colonias america-nas, el Virreinato de la Nueva España, lo que finalmente lo lanza a la insurrección armada poco antes de lo planeado, en septiembre, en plena temporada de lluvias en nuestro hemisferio boreal.

Nuestro héroe no está solo entre los clérigos del momento y más de 100 de ellos se incorporan a la tropa insurgente. De ese número recordamos ahora a Mariano, hermano de Miguel, a José María Mo-relos, Francisco S. Maldonado, Mariano Matamoros, Servando Tere-sa Mier, Sixto Verdusco, José María Mercado, José María Cos y Ma-riano Balleza. La mayoría de ellos pagaron su osadía en el paredón de fusilamiento, como le sucedió igualmente al Padre de la Patria.

Hidalgo, del mismo modo, ha inspirado a pintores como Oroz-co y a poetas como Acuña, y hay estatuas suyas en muchos países del mundo. Transcribo ahora al vate coahuilense, Acuña:

HIDALGOSonaron las campanas de DoloresVoz de alarma en el cielo estremecíaY en medio de la noche surgió el día,De augusta libertad con los fulgores.

Temblaron de pavor los opresoresE Hidalgo audaz el porvenir veía,Y la patria, la patria que gemíaVio sus espinas convertirse en flores.

¡Benditos los recuerdos soberanosDe aquellos que cifraron sus desvelosEn morir por sellar la independencia

Aquellos que vencidos y humilladosEncontraron el paso hacia los cielosTeniendo por camino su conciencia!

Dice Villoro: “Al fin brota el levantamiento armado en la madru-gada del domingo 16 de septiembre de 1810 en Dolores, Guanajua-to, al llamamiento del párroco del lugar Miguel Hidalgo y Costilla. Este cura tenía 57 años…” Como político resultó carismático y hasta un tanto demagógico pues en Atotonilco, muy cerca de Dolores, toma como bandera del movimiento una imagen guadalupana en contraste de la imagen de la Sra. de los Remedios que abanderaba al ejército virreinal.

El mayor apoyo militar de Hidalgo era Ignacio Allende, capitán en el “Regimiento de la Reina”, destacamentado en San Miguel, Gto., que además era su lugar de nacimiento. Pronto llegan a la ciudad de Celaya, Gto. siendo ya unos 80,000 del ejército insurgen-te (campesinos en su mayoría), el cura Hidalgo se deja proclamar Generalísimo, aunque Allende sí es militar de carrera y 15 años más joven que él.

Óscar G. Baqueiro

Hidalgo

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La toma de la capital del estado, la ciudad de Guanajuato, fue un triunfo insurgente. José A. Riaño, intendente virreinal y amigo de Hidalgo, se encerró en la Alhóndiga de Granaditas, fortaleza y granero de la ciudad. Hidalgo le escribe instándolo a rendirse, pero ante la negativa de Riaño, es tomada y masacrados los ocu-pantes.

Lo siguiente es tomar la Ciudad de México, capital del Virreina-to, pero en el camino a esa capital, en Charo, Michoacán, Morelos se entrevista con Hidalgo, quien lo comisiona para levantar esa re-gión suriana. Muy pronto Morelos será el sucesor natural de Hidalgo y por su agilidad militar será conocido como el “Rayo del Sur”.

En el Monte de las Cruces, Cuajimalpa, a la entrada de la Ciu-dad de México y ya deshecha la débil resistencia de las armas vi-rreinales, Hidalgo decide no entrar, ¡oh misterio de la historia!, y replegarse en Celaya, pero el Gral. realista Félix María Calleja lo im-pide al enfrentarlo y derrotarlo en Aculco, lo que origina muchas deserciones en las filas independentistas.

Así las cosas Allende marcha a la ciudad de Guanajuato, e Hi-dalgo a la de Valladolid. Pronto Calleja retoma Guanajuato y Allende tiene que reunirse con Hidalgo, quien ya ha llegado a Guadalajara. En Zitácuaro, Mich. empieza a publicarse “El Despertador Ameri-cano” con Ignacio López Rayón y dirigido por el cura Francisco S. Maldonado. Era bisemanario y sólo duró un mes, pero sus 2000 ejemplares en cada ocasión, se agotaban a pesar de un precio alto para la época, dos reales el ejemplar.

Comenzando 1811 se han pronunciado por la Independencia Zacatecas, San Luis Potosí, Coahuila, Nuevo León y Texas, en tanto que Morelos toma las ciudades de Chilpancingo y Tuxtla, en el ac-tual estado de Guerrero. Sin embargo, el 16 de enero de ese mismo año, en el Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, Calleja vuelve a humillar con las armas a Hidalgo, quien se encamina entonces al Norte, vía Zacatecas. En la hacienda Pabellón (ahora Aguasca-lientes), Hidalgo es relevado del mando militar. Se acuerda ir hasta los Estados Unidos y hacer una escala en Saltillo, de allí siguen al Norte pasando por Baján. El contingente es mayor de 800 perso-nas, quienes son hechas prisioneras el 21 de marzo por los realistas comandados por Ignacio Elizondo, anterior insurgente que pasa a la historia con el calificativo de traidor.

Los reos son concentrados en Nuevo Almadén (hoy Monclova) y son enviados a pie a las lejanas ciudades de Durango y Chihuahua para los juicios respectivos. A Hidalgo, Aldama, Allende, Jiménez, Abasolo y otros les tocó viajar a pie hasta Chihuahua a donde llegan hasta el 23 de abril. Podemos imaginar semejante travesía: los reos encadenados con enormes trabas, para todas sus necesidades na-turales, comer, dormir, desocupar los intestinos, asearse y los tratos inhumanos de quienes los conducían. De los cinco mencionados sólo Abasolo logró evadir la pena de muerte gracias a los buenos oficios de su esposa.

Miguel Hidalgo es el último en ser pasado por las armas debido a que enfrentó juicio civil y eclesiástico. Su bondadoso carcelero, Melchor Guaspe, mallorquino de 38 años, sobrevivió al Padre de la Patria 40 años. Mereció que Hidalgo le dedicara una décima, por cierto escrita con carbón en un muro del calabozo:

Melchor, tu buen corazón Ha adunado con pericia Lo que pide la justicia Y exige la compasión Das consuelo al desvalido En cuanto te es permitido Partes el postre con él Y agradecido, Miguel, Te da las gracias rendido.

Una escuela pública de la ciudad de Chihuahua lleva el nombre de Melchor Guaspe en honor de su bonhomía. Al visitar en la capital de Chihuahua el calabozo de Hidalgo, todavía puede leerse la dé-cima aquí inserta.

Los otros caudillos insurgentes que fueron fusilados antes que Miguel Hidalgo, lo hicieron de espaldas. Él sí estuvo de frente senta-do en una silla. Su actitud sacerdotal estaba presente, aunque vestía de civil pues sus ropas talares le fueron prohibidas por la degrada-ción previa. Al pelotón ejecutante les dijo “hijos míos” y les indicó que apuntaran al pecho. Los soldados mostraban respeto al disparar y además la fortaleza física de Hidalgo obligó una segunda descarga. Sus penetrantes ojos de color también impresionaron al pelotón.

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Las celebraciones en el ámbito latino siempre se han dado revesti-das de innumerables adornos para hacer latir el corazón de la gen-te, así como para dejar algún recuerdo del acontecimiento o forta-lecer la visión de los coleccionistas de muy distintos tipos e índole. Las monedas no son la excepción, y de esta forma encontramos en diversos momentos algo que nos permita tener presentes esos mo-mentos vividos por generaciones anteriores y que dejan una huella para las futuras o nuevas generaciones.

Mi interés en escribir sobre este asunto de las monedas y la celebración del Bicentenario de la gesta de Independencia estriba en un singular detalle que algunas monedas traen en su creación y circulación en nuestro país. Hablemos de los pesos mexicanos, los antiguos y los modernos, los de plata y los de otros metales; esto sería un trabajo muy arduo en un momento dado.

Nos centraremos en la década de los años 60. Los pesos de plata que traen la efigie del Generalísimo Don José María Morelos y Pavón. ¿Qué podemos decir de estas monedas? Primero son mo-nedas de plata, acuñadas en la Casa de Moneda de México. Traen en el anverso la efigie del prócer insurgente de perfil hacia el lado derecho, y asimismo el valor de la moneda inscrito en caracteres notables. Contiene el año de emisión y también el sello de en donde fue acuñada, este es una M con una pequeña ° sobre la misma M, lo que indica que fue acuñada en México, ya que la casa de moneda en España al ser acuñada en Madrid, tiene la M de la ciudad, y se hizo necesario darle ese distingo a la casa de moneda nacional. En el reverso traen el Escudo Nacional: El Águila posada en el nopal y devorando la serpiente con el perfil hacia el lado izquierdo, forman-do un medio arco o un poco más con la leyenda “ESTADOS UNI-DOS MEXICANOS”, Manifestando de dónde es la moneda. También muestra el año de cuño o de circulación en el país.

Muchos dirán que eso no tiene gran relevancia, que las mone-das mexicanas poseen estos detalles en su mayoría. Es aquí donde manifiesto la causa de mi interés para escribir sobre este pasaje histórico y los pesos de plata. En el canto de la moneda, llámese también la circunferencia, allí están grabadas las palabras “INDE-PENDENCIA Y LIBERTAD”. Desde siempre me llamó la atención que las monedas tuviesen esto; algo tendrían que decir o declarar. ¿No lo creen así?

La década de los 60 fue de mi infancia, y ustedes saben que no nos fijamos en muchos detalles como tales, de lo que en nuestro derredor sucede. Al paso del tiempo y encontrándonos ahora con

La saña de sus verdugos los llevó a decapitarlo a él junto con Allende, Aldama y Jiménez, cuyas cabezas se llevaron a la Alhón-diga de Granaditas en la ciudad de Guanajuato, donde estuvieron expuestas hasta el fin de la guerra de Independencia, como escar-miento a posibles seguidores. Sin embargo, la atracción del cura de Dolores no menguó y prueba de ello es que a la población del “gri-to” pronto se le conoció como Dolores Hidalgo; también la ciudad chihuahuense de Parral tiene el nombre de Hidalgo del Parral. En casi todas nuestras ciudades una de las calles principales lleva el apellido del libertador mexicano y/o tiene una estatua de él; todavía más, una de las 31 entidades federativas es el Estado de Hidalgo desde 1869, en el pleno tiempo de la constitución liberal de 1857 y cuando la reacción conservadora apenas había sido vencida. Por cierto, la trayectoria liberal de los hidalguenses es histórica.

Para encerrar este modesto acercamiento al héroe, quiero de-jar constancia de los descendientes que este cura progresista re-conoció públicamente ante sus acosantes inquisidores: que con la Sra. Manuela Ramos Pichardo engendró a Lino Mariano y a Agus-tina (la cual murió sin descendencia). Lino casó con Petra Avoytes y procrearon dos hijos: Juan Antonio y Guadalupe quien murió sin descendencia. A su vez, con la Sra. Josefa Quintana engendró dos hijas María y Micaela, esta última se casó con el Dr. Julián de Men-doza y procrearon a María Ignacia. Esta bisnieta del prócer no tuvo descendencia, vivió en Matamoros, Tamps. hasta mediados del si-glo XX y recibía una pensión del gobierno federal. Es decir que Hi-dalgo, con dos parejas, fue padre de tres mujeres y de un varón.

OBRAS CONSULTADASCossío V., Daniel. Historia general de México. El Colegio de México.Covarrubias, Ricardo. Caudillos de la independencia de México. Ed. Pri-

vada.Diccionario de historia, biografía y geografía de México. Porrúa.Diccionario de historia, biografía y geografía de Chihuahua. F. R. Almada.Mancisidor, José. Miguel Hidalgo. Xóchitl.Sáenz, Mateo A. Un curso de historia de México. Ed. Privada.Zamarrita, Florencio. Anecdotario de la independencia. Ed. Futuro.

Andrés Hernández Miranda

En torno a la Celebración Bicentenaria de la Independencia Nacional

La Numismática

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esta celebración, no podemos, o no puedo menos que hacer, no sólo remembranza, sino atender a los eventos histórico – sociales que activan la visión de celebración y de agudeza innovadora para la gente que desea celebrar de algún modo en el área de su trabajo y quehacer. Por ello el proponernos la tarea de hacer algo como metodistas en esta celebración. No dude en escribir sobre esta ex-periencia.

Para muchos las monedas tal vez no digan nada; así es en mu-chos casos. Hoy para nosotros, los años dejan constancia de una emisión que data la celebración, lo cual no deja pasar dicha fecha inadvertidamente. Estas monedas nos hablan de ciento cincuenta años que habían pasado ya de la gesta heroica del movimiento in-surgente. Y una forma sencilla de hacer llegar a la gente esa celebra-ción, de enfatizar el nacionalismo por nuestra Patria (como lo están haciendo hoy con los billetes de 100 y 200 pesos respectivamente), lo hicieron en su momento con nuestra moneda representativa, el PESO MEXICANO, peso de plata todavía en esos momentos.

Recuerdo que para evaluar la moneda misma, lo práctico y co-mún era morderlas para atestiguar que sí eran monedas de valor y no falsas. También la otra manera de detectar su falsificación era haciéndolas caer y escuchar su sonido prístino del metal o el sórdi-do ahuecado que declaraba que no era una moneda auténtica. Era el mensaje emblemático de una gesta heroica, de un pueblo con historia y de una actividad económico – comercial que nos daba orgullo y satisfacción. Nuestro peso mexicano, peso de plata.

Los tiempos han cambiado. Ahora las monedas no traen en su canto leyendas grabadas, traen otras cosas que parecieran más sencillas; al fin es un cuño con el que se trabaja. Pero tampoco es así de sencillo. La misma sociedad en la búsqueda de integración de los diferentes grupos sociales, no solamente de los indígenas, sino también de los discapacitados (o con capacidades diferentes a las consideradas normales) han añadido a lo más que se ha podido la facilidad para el reconocimiento de los artículos de uso común. Éstos pueden ser, para el caso de los invidentes, puntos o líneas que sobresalen y les ayudan en el uso de su sensibilidad dactilar para saber lo que pasa por sus manos.

Así que puedo declarar a todos los que puedan prestar un poco de su atención a estas pequeñas líneas escritas, que todo nos habla constantemente de los eventos que hubo en su época. Las monedas hablan, no por así quererlo, sino que en sí mismas llevan la marca o la huella de su tiempo.

Qué interesante está siendo poder celebrar un Bicentenario de Independencia nacional, y además encontrar una celebración de ciento cincuenta años acuñada en unas monedas que fueron y es-tuvieron entre las manos de muchos mexicanos, entre los cuales hubo quienes las guardaban en una alcancía para lograr metas eco-nómicas o materiales, quienes las mostraban con orgullo nacional dentro y fuera del país, quienes las jugaban en la ferias o en las calles. En los diversos eventos, allí casi escondido, sin pretensión, un mensaje de celebración ha quedado guardado hasta el desuso de las mismas. Sí, los mexicanos celebramos y acuñamos en lo que pudimos ese mensaje de lucha que nos llevó a lograr una victoria y libertad. Y que podemos y podremos continuar celebrando en me-dio de todas las dificultades.

¿Por qué J. M. Morelos? Entre otras razones, porque es con-siderado el estratega militar que le dio a la gesta independiente la visión de los embates y combates que llevaron a la victoria en su tiempo determinado. Nos muestra, y tal vez con mayor precisión, no que haya sido un sacerdote católico romano, sino cómo fue acu-sado y llevado a la muerte: por sus ideas, por sus lecturas y por su responsabilidad social emanada de un compromiso religioso desde los cielos. Libertad para un pueblo oprimido, en un tiempo opor-tuno, con ideas acuñadas en el epistolario bíblico, que le llevan a uno a tomar decisión por el statu quo, o aun el sacrificio de la vida misma en aras de ideas y servicio al prójimo.

Para la historia y el estudio hay muchas veredas por caminar en búsqueda de una verdad incógnita o tan prístina como lo es la luz. La Biblia y las ideas protestantes se dejaron anunciar por medios a veces inesperados. Quienes ofrendaron su vida para bien de otros son considerados y llamados los Héroes que nos dieron LIBERTAD y PATRIA.

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más justa; en tanto que la democracia, uno de los grandes valores inherentes a iglesias como la Metodista, era altamente vulnerada.

En términos generales, los metodistas mexicanos habían sido formados con altos valores cívicos que hacían de la religión y el amor a la patria dos recursos indisociables. Además, la sólida formación en el terreno bíblico y en aspectos académicos seculares estaban entre sus sellos distintivos. Para los momentos en que la propuesta de Francisco I. Madero acerca de la sucesión presidencial tomó fuer-za, el sector wesleyano estuvo entre los receptores más propicios. Clubes antirreeleccionistas surgidos en diferentes localidades eran en varias ocasiones dirigidos por metodistas. Los conflictos civiles en México trataban de abandonar su anterior plataforma de contien-das de orden religioso, sociolaboral o político bipolar: la lucha era ahora por la democracia, y los metodistas, como actores de la his-toria nacional, se adherían al nuevo rumbo. Era una meta novedosa que iba mucho más allá del significado aislado de esa palabra.

Una vez que Madero vio el fin de sus recursos por alcanzar un cambio a través del sistema legal imperante, su siguiente paso, el Plan de San Luis, tocaba elementos clave de la ideología liberal que había propiciado el surgimiento del protestantismo en nuestro país. El ambiente ilegal que era subrayado por las propuestas maderistas en torno a la defensa de la Constitución tal como había sido conce-bida por los políticos triunfantes en la segunda mitad del siglo XIX, movió una de las capas más profundas de lo que constituía el ser metodista en México. Una instancia metodista donde ha quedado grabado de alguna forma el nombre de la Revolución es el hoy Ins-tituto Mexicano Madero (antes Instituto Metodista Mexicano), asen-tado en la ciudad de Puebla. Además de recibir en 1911 la visita del líder antirreeleccionosta, es ampliamente sabida la participación

de profesores, alumnos y ex alumnos en el movimiento. Es éste un ejemplo de muchos sitios e individuos que, pertenecientes a las filas wesleyanas mexicanas, compartían ciertos principios con los que buscaban un nuevo orden nacional.

Dado que la Revolución Mexicana no concluyó con la llegada de Madero al Palacio Nacional, sino que fue un proceso largo, complica-do y de amplias variaciones en el ritmo de su desarrollo, mucho más se podría agregar a la participación de los metodistas en la etapa constitucionalista y en los diversos apartados que regionalmente tuvo la Revolución. Por ejemplo, la instauración de la Constitución de 1917 debilitó ampliamente la influencia metodista en el sector educativo, aunque no puede olvidarse que en los años subsecuentes y de ma-yor fortalecimiento de la institucionalización del movimiento, algunos metodistas ocuparon cargos de alto rango en las esferas del orden gubernamental. Reestructuraciones al interior de la Iglesia, como lo fue el Plan de Cincinnati, tuvo sus beneficios y sus desventajas. Todo esto hace ver que la Revolución Mexicana dio glorias a la Iglesia Me-todista mexicana, pero también la llevó a una de las épocas de menor crecimiento en feligresía que hasta entonces había conocido.

Teniendo ante nosotros la conmemoración del centenario del inicio de una revolución de tan altas aspiraciones, uno de los ele-mentos de mayor importancia como metodistas del siglo XXI es considerar que somos partícipes de la historia de un país que se ha forjado debido a la contribución de sus habitantes. Reconocer a los metodistas de aquella época como activos forjadores del México actual es de enorme valía. Hoy es necesario también sabernos me-todistas responsables de nuestro presente: de nuestra familia, de nuestra Iglesia y de nuestro país. El porvenir de nuestro pueblo está en las manos del Creador, pero le ha placido hacernos integrantes de la memoria de los hechos humanos. Es por la gracia de nuestro Dios que nos es permitido ser testigos de Él en este mundo y portar la misión de difundir la obediencia a sus preceptos.

* Director Nacional de Archivo e Historia de la Iglesia Metodista de México.

La Iglesia Metodista y la Revolución Mexicana

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