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11 C on los ojos de la razón sensible y pura el ar- tista percibe el mundo exterior y lo proce- sa en la alquimia perfectible de su interio- ridad. En ese proceso contradictorio entre la luz, el dolor y su ética, siente una necesidad imperiosa de expresarse. Al expandir esa necesidad plasma en obra de arte tangible y deja para el mundo el aporte de su impronta, su obra. Alberto Ravara EL SANTANA QUE RECUERDO 2 11 La producción dramática del dramaturgo ve- nezolano Rodolfo Santana (1944-2012) es un ejemplo perseverante de ese proceso del artista íntimamente relacionado con su realidad social y su tiempo: Elogio a la tortura (1961), Los hijos de Iris y La muerte de Alfredo Gris . 1 Me parece impor- tante poner en contacto al lector sobre lo que co- mentaba tiempo después sobre esta última pieza el dramaturgo: Recuerdo un episodio ocurrido en la época de los 60 cuando yo participaba a nivel político, combativo y público, en la organización de gru- pos, reparto de octavillas contra el gobierno, realización de mítines. Cierto día en un auto- bús que rodaba por la Avenida Urdaneta, lleva- ba el original de una pieza, La muerte de Alfre- do Gris . La sentía distinta, con personajes que arrancaban de una experiencia íntima. Tenía rasgos de mí, como en algunos de los cuentos 1 Los hijos de Iris (1964), mención de honor en el Concurso de Teatro de la Universidad del Zulia, editada por la mis- ma en 1970, y La muerte de Alfredo Gris (1965), Primer Premio de la Universidad del Zulia en 1968, estrenada en el Teatro Leoncio Martínez de Caracas en 1969, editada por primera vez por la Universidad del Zulia en 1969 y en la antología 13 autores venezolanos, de la Editorial Monte Ávila, en 1971. preservados con celo. El autobús se detuvo. De pronto, me vi en medio de esas manifestacio- nes normales y reiterativas de aquellos tiem- pos. La policía intervino con disparos al aire y bombas lacrimógenas. Hombres y mujeres que corrían, estudiantes quemando vehículos y gri- tando consignas, la policía disparando contra todo bulto humano que se moviera, el tráfico bloqueado. En ocasiones anteriores yo perma- necía en el lugar, participando o intentando participar de las manifestaciones, pero esa vez abandoné el vehículo. Corrí por las calles late- rales evadiendo a los hombres y/o sabuesos y llorando por los gases lacrimógenos. Y corría, no tanto por mí sino por la obra. Me dio terror pensar que pudiera extraviarse, que fuese heri- do y las hojas manuscritas se esparcieran sobre el pavimento y fueran pisoteadas. Corrí hasta una esquina segura, no tanto para salvarme yo,

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Con los ojos de la razón sensible y pura el ar-tista percibe el mundo exterior y lo proce-sa en la alquimia perfectible de su interio-

ridad. En ese proceso contradictorio entre la luz, el dolor y su ética, siente una necesidad imperiosa de expresarse. Al expandir esa necesidad plasma en obra de arte tangible y deja para el mundo el aporte de su impronta, su obra.

Alberto RavaraE l S a n t a n a q u ER E c u E R d o

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11La producción dramática del dramaturgo ve-nezolano Rodolfo Santana (1944-2012) es un ejemplo perseverante de ese proceso del artista íntimamente relacionado con su realidad social y su tiempo: Elogio a la tortura (1961), Los hijos de Iris y La muerte de Alfredo Gris.1 Me parece impor-tante poner en contacto al lector sobre lo que co-mentaba tiempo después sobre esta última pieza el dramaturgo:

Recuerdo un episodio ocurrido en la época de los 60 cuando yo participaba a nivel político, combativo y público, en la organización de gru-pos, reparto de octavillas contra el gobierno, realización de mítines. Cierto día en un auto-bús que rodaba por la Avenida Urdaneta, lleva-ba el original de una pieza, La muerte de Alfre-do Gris. La sentía distinta, con personajes que arrancaban de una experiencia íntima. Tenía rasgos de mí, como en algunos de los cuentos

1 Los hijos de Iris (1964), mención de honor en el Concurso de Teatro de la Universidad del Zulia, editada por la mis-ma en 1970, y La muerte de Alfredo Gris (1965), Primer Premio de la Universidad del Zulia en 1968, estrenada en el Teatro Leoncio Martínez de Caracas en 1969, editada por primera vez por la Universidad del Zulia en 1969 y en la antología 13 autores venezolanos, de la Editorial Monte Ávila, en 1971.

preservados con celo. El autobús se detuvo. De pronto, me vi en medio de esas manifestacio-nes normales y reiterativas de aquellos tiem-pos. La policía intervino con disparos al aire y bombas lacrimógenas. Hombres y mujeres que corrían, estudiantes quemando vehículos y gri-tando consignas, la policía disparando contra todo bulto humano que se moviera, el tráfico bloqueado. En ocasiones anteriores yo perma-necía en el lugar, participando o intentando participar de las manifestaciones, pero esa vez abandoné el vehículo. Corrí por las calles late-rales evadiendo a los hombres y/o sabuesos y llorando por los gases lacrimógenos. Y corría, no tanto por mí sino por la obra. Me dio terror pensar que pudiera extraviarse, que fuese heri-do y las hojas manuscritas se esparcieran sobre el pavimento y fueran pisoteadas. Corrí hasta una esquina segura, no tanto para salvarme yo,

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sino para salvar el original. En esos momentos, refugiado, en ese pasillo, entendí que era dra-maturgo, no agitador, ni narrador. Corrí cobar-de para salvar de la muerte a Alfredo Gris y ese acto, me mostró otras valentías. Allí fue cuando descubrí que era escritor, que era dramaturgo. Allí sacrifiqué la ideología por el arte.

El FEStIVal dE PoRtuGuESa Y alFREdo GRISEn 1982, tuve la oportunidad de ver el monta-

je de …Alfredo Gris en aquel “casi mítico” primer Festival de Teatro de Portuguesa y Occidente que estábamos creando. Como una jugarreta del des-tino, como algo de lo real maravilloso en aquella ciudad dulce y amable de Guanare horas antes de inaugurar el Festival, ocurría lo insólito e inusual, uno de los personajes principales de la obra había sido detenido por la policía del estado después de un aparatoso e increíble procedimiento. Sobre él pesaban graves cargos. Me puse el traje con cha-leco, me peiné con gomina mi frondosa y rubia cabellera de entonces y argumentando que iba de parte del gobernador del estado llegué hasta el mis-mo escritorio del jefe de la policía estatal, luego de argumentos y contra argumentos metido en una

disparatada y absurda comedia logré que aquellos policías me devolvieran al actor, apelando a que esa noche íbamos a inaugurar el Festival donde asistiría cual mecenas caribeño, lleno de orgullo, el mandatario regional y que el joven preso era uno de los actores inaugurantes. Pude con fortuna libe-rar al joven actor y cuando este me preguntó si yo conocía al gobernador y que como había consegui-do su libertad le respondí, lo conocí hace tres días a través de una foto en la prensa… Logré tu liber-tad diciéndole al jefe de policía que iba de parte del ejecutivo estatal. Él dudaba al escuchar mi acento sureño, no obstante, quedó convencido, compañe-ro mío, especulo que lo que nos salvó fue que el jefe de policía siendo racista vio mi pelo rubio y asoció que estaba ante un hombre que decía la ver-dad, o sea, amigo mío alejémonos lo antes posible de esta central de policía pues vamos a quedar los dos presos. El actor me miró y me dijo, “usted se parece al Preso 1 de La muerte de Alfredo Gris”, y los dos echamos a correr.

Esa noche se abrió con entusiasmo el telón para ver a Alfredo Gris y el recientemente libera-do actor interpretaba un policía latinoamericano autoritario, corrupto, fascista y criminal. La obra

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sin lugar a dudas expresaba un momento social e histórico de nuestra amada Latinoamérica. Santana, haciendo gala del sarcasmo, nos plan-teaba situaciones por momentos absurdas y de sorprendente humor trágico. Eran sus diálogos inteligentes y por momentos vi en su creación al-guna influencia del cine del neorrealismo italiano. Pero más allá de la vigencia, que sin lugar a dudas tiene la pieza en este momento, era sorprendente ver cómo la misma expresaba a aquel elenco de provincia en sus dolores, angustias y humillacio-nes. A través de la razón sensible aquellos acto-res aficionados decodificaban la obra y les servía como instrumento de denuncia liberadora de lo que padecían a diario.

PEtaRE Y loS ÁnGElES dE la SocIEdad MaRauRYDe 1966 son las piezas El sitio, El ordenanzas,

El sospechoso suicidio del Sr. Ostrovich, Tarántula

y Moloch, de 1967.2 Hacia ese año nuestro drama-turgo con veintitrés años de edad presentaba sus montajes en la sociedad Maraury de Petare. Esta era una sociedad civil dedicada a la Virgen del Tránsito; antes de resucitar y acceder a los cielos, en palabras de Rodolfo Santana podemos infor-marnos:

Una mezcla de club y cofradía religiosa fre-cuentada por los adultos y viejos de Petare ju-gadores de dominó, fanáticos del béisbol y del 5 y 6 turfístico. Me las vi negras haciendo tea-tro en dicho lugar pues los criterios sobre mis espectáculos eran terribles. Con ese horror, con vacío propio de los inquisidores, fue allí, en un escenario de 6 metros por 5 que presen-té varias de mis primeras obras.En aquella sociedad civil petareña tenían una

biblioteca y en la misma los lugareños tenían una réplica del catafalco de la Virgen del Tránsito con dos ángeles como guardianes. Allí nuestro autor escribió las piezas Algunos en el islote, Paz y avi-sos, Safari, La tierra de nadie, Nuestro padre Dracu-

2 El sitio (1966) se estrena en el II Festival de Teatro de Provincias y recibió el Premio “Juana Sujo” a la mejor obra en 1970, publicada con la Editorial Monte Ávila en el mismo año; El ordenanzas, II Premio del Concurso de Teatro y Edición de 1969 de la Universidad del Zulia; El sospechoso suicidio del Sr. Ostrovich, estrenada por el Instituto de Formación de Arte Dramático 1972, publi-cada por la Universidad de Carabobo en 1971; Tarántula, mención de honor Premio León Felipe, México, publica-da por la Editorial Monte Ávila, y Moloch, publicada por la Universidad de Carabobo en 1971 y estrenada en la Universidad de California en 1973.

la y Las camas,3 entre otras, sobre lo que comen-tó: “Creo que a partir de ese sitio desarrollé un instinto peculiar con los ángeles. Y a esta altura no sé si escribía obras de teatro o establecía un vínculo con ellos, tras muchas horas de observar y estudiar la imagen de la Virgen del Tránsito”.

En una de sus últimas entrevistas, al pregun-tarle un funcionario y poeta “¿Si pudiera enmen-dar su acta de nacimiento que nombre se pon-dría?”, Santana respondió: “Elegiría Bumajes, nombre de un personaje de Algunos en el islote. Él es un profeta y toma ese nombre en una etapa terrible de nuestra historia, que es una mezcla de Buda, Mahoma y Jesucristo”.

una FaRRa En BuEnoS aIRESTomé contacto por primera vez con La farra4

en el Teatro El Vitral del Off Corrientes en Buenos Aires, en el año 1990. Un grupo de teatro indepen-diente estaba haciendo temporada con esta pieza de Santana, por razones de afecto y de nostalgia no podía fallar a una de sus funciones. “Mongo”, uno de los personajes de La farra, sabe que vive sumergido en la cultura de la violencia de la cual se beneficia… En ese inframundo saben que tarde o temprano la justicia llegará pero están acostum-brados a vivir el día a día… Él sentencia al final: “Todas las jornadas poseen un héroe. La de ma-ñana me pertenece”. La obra de alguna manera es una alegoría de crímenes muy famosos ocurridos en la Venezuela de los años 60 donde un personaje perteneciente al alto clero, un militar y un político dejaran en descubierto la vida que llevan envueltos en corrupción, crímenes y excesos de todo tipo. El autor de manera sagaz e implacable pone ante los ojos del espectador lo que ocurre en algunos sectores de las élites que gobernaban el país. Al terminar la función, la sala colmada por el público del Off Corrientes ovacionó con aplausos estruen-dosos e interminables el trabajo. Luego se realizó un foro donde muchos espectadores gauchos rela-3 Algunos en el islote (1967), estrenada por el Teatro de la

Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela en 1969. Editada por la Revista del Nuevo Grupo en 1970; Nuestro Padre Dracula (1968), estrenada en el Teatro del Triangulo, Caracas, 1969, y editada en volumen Nuestro Padre Dracula, Editorial Monte Ávila 1970; y Las camas (1969), publicada en Nuestro Padre Dracula, ob. cit.

4 La farra (1969), estrenada en el Teatro Leoncio Martínez en 1972, Premio Juana Sujo a la Mejor Obra de Teatro en 1972. Participante en el Festival de Teatro de Nancy, Francia, en 1972. Publicada en Ocho Obras de Rodolfo Santana, Universidad de Carabobo en 1971; Teatro del Absurdo Hispanoamericano, antología anotada en Howard Quackembush, Editorial Patria, 1987.

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los Medios de Comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Si no desarrollamos pensamiento crítico corremos el riesgo de pere-cer en las redes del funcionalismo y sus herra-mientas conductistas, los manejos subliminales, etc. de las formas ocultas de la propaganda. Será más difícil entender que los sistemas de educa-ción en la mayoría de los casos son la educación para el sistema. O sea la educación para la adap-tación y alienación al sistema.

En la pieza teatral El animador, el personaje de Carlos ha pasado su vida frente a la pantalla de un televisor. Fue alienado por telenovelas engañosas, programas frívolos que propagandizaban una y otra vez los valores de las élites, con su modelo de la economía de mercado opresor, depredador y violento. Este personaje totalmente enajenado producto de la influencia mediática decide se-cuestrar a Marcelo Ginero, dueño de un canal de televisión, su propósito es reclamarle el desarro-llo de alguna de las tramas de las novelas, propo-niéndoles alternativas tan cursis y ridículas como las novelas mismas que consumía. La comedia se transformará en tragedia en la medida que se va haciendo evidente la contradicción de los dos personajes que están atrapados por el sistema que han construido algunos medios masivos de comunicación con su programación manipulado-ra, cosificadora y alienante, de la cual serán re-cíprocamente víctima y victimario, en un círculo vicioso del que no podrán salir.

En 1994 tuve el honor de trabajar con el teatró-logo y maestro cubano Rine Leal, una de las cinco o seis personas más eruditas que he conocido en mi vida, que los que omita en este recuerdo, atri-buyan mi falta a mi limitación de memoria; Bor-ges, César Rengifo, Carlos Guerón, Aníbal Nazoa, Jorge Abelardo Ramos, Fruto Vivas y por supuesto Rine Leal. Con Rine trabajamos juntos en el Siste-ma Nacional de Compañías Regionales de Teatro de Venezuela y tuve el gusto de ser su amigo y también discípulo, era imposible no sucumbir por más adusto que uno pretendiera ser ante aquel hombre con tanto don de gente, bondad y sabi-duría. Cuando una noche le comenté mi intención de montar El animador, encontré en Rine Leal el mejor dramaturgista y el mayor de los estímulos desinteresado para decidirme a montar esa pieza.

La mayoría de los dramaturgos que he conoci-do son sumamente celosos con sus textos, muy subjetivamente siempre he pensado que se ena-moran de los vocablos que ellos escriben. Nunca me he atrevido a confesárselo a ellos; sin lugar a

cionaban el eje temático de la obra de Santana con sucesos ocurridos durante la sangrienta dictadura militar neoliberal de Videla, Viola y Galtieri (Argen-tina 1976-1983); también con sucesos acontecidos en la democracia representativa del país sureño. Cual testigo mudo de aquellas experiencias socio-políticas y de esa reflexión post-obra de arte me quedé verificando y sintetizando en silencio la trascendencia y vigencia latinoamericana de la im-pronta del dramaturgo de Guarenas.

Salí del teatro con el orgullo y la alegría íntima de ser conocido de aquel hombre. Ante el hecho vivido dispensé su tozudez y picardías en el debate para defender una idea, en cantidades de noches y madrugadas en Sabana Grande y Parque Central y me quedé fortalecido con la capacidad de sín-tesis, imaginación y perspicacia que son unas de las tantas virtudes que tiene la obra del elegante caballero de la noche y el teatro Rodolfo Santana.

EL ANIMADORA comienzos de la década de 1970 nuestro

dramaturgo escribe Babel,5 La Gran Circo del Sur, Los ancianos y El animador.

Para ninguna persona finisecular y de comien-zos del siglo XXI, debe ser ajena aquella expre-sión de Malcolm X: “Si no estáis prevenidos ante 5 Babel (1970), publicada en Ocho obras de Rodolfo Santana,

ob.cit.; Revista Mester, Universidad de California, 1972; La Gran Circo del Sur (1971), estrenada por el Laboratorio de Investigación Teatral de la Universidad del Zulia en el II Festival Internacional de Teatro de Caracas en 1974. Premio Nacional de Crítica en 1975; Los ancianos (1971), estrenada en la Sala Rajatabla, Caracas, en 1978. Premio Nacional de la Crítica en 1978. Publicada en volumen Teatro de Rodolfo Santana. nueve obras, Imprenta Nacional, 1986, y El animador (1972), estrenada en el III Festival Internacional de Teatro por el Grupo Cobre, en 1978. Premio Nacional de la Crítica en 1978. Versión radial en Sveriges Riksradio AB, Suecia, en 1985; versión televisiva en Lisboa, Portugal en 1986. Editada en Piezas perversas, Ediciones de Fundarte, 1978; Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, ob.cit.

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dudas esto puede no hablar muy bien de mi per-sona. El Rodolfo que yo conocí no era la excep-ción de los dramaturgos mencionados. Grandes piruetas hicimos con Rine para ajustar algunos detalles de la estructura dramática. Le decíamos a nuestro amigo Santana que al texto explícito no se le tocaría una coma y era verdad, no le toca-mos una sola coma, solo algunos vocablos y situa-ciones de la estructura dramática. Con el maes-tro Rine siempre estuvimos convencidos de que Rodolfo Santana “El Implacable” se daba cuenta pero bondadoso y silente dejaba hacer.

Estrenamos la obra en la sala de la Escuela de Teatro César Rengifo, el personaje de Carlos lo in-terpretaba Henry Manganielo y el personaje de Marcelo Ginero mi querido y viejo amigo Trino Rojas. La musicalización de aquel montaje fue el debut para el teatro de Eduardo Ravara. La pre-mier contó con un público muy especial, la actriz y directora Ligia Tapia, Germán Lester “El Rabi-no”, la licenciada Gabrielle Gueron, Alicia Mansur, Carlos Miranda, Víctor Villavicencio, Miguel Gra-cia, Edgar Antonio Moreno Uribe, Manolo Febres, entre algunos de los que recuerdo y los alumnos de la Escuela de Teatro César Rengifo. Con senti-do del humor veíamos con Rine la llegada masi-va de aquellos discípulos –nada más implacable como crítico que los estudiantes de teatro, para que les guste un montaje hecho por un director de otra generación es tan difícil como matar un burro a pellizcos–.

Por suerte el autor y el tan selecto público mani-festaron estar muy satisfechos con el montaje. Des-pués que hicimos temporada y gira con esta obra, e inauguramos el Festival de Cantaura en Anzoáte-gui, tuvimos una sensación de plenitud… de estado de gracia. El público y nosotros experimentábamos unidad en la experiencia; sumergidos en la otredad de los personajes, se manifestó la metáfora y el pen-samiento diverso surgía en cada presentación y foro

con los espectadores. Aquellas vivencias forman parte de los recuerdos e intangibles que más quiero. Sin lugar a duda el autor unía en el humor y la re-flexión crítica, sobre la mala televisión y el impacto que hacía en los desprevenidos televidentes.

FIN DEL ROUNDNuestro dramaturgo escribe La horda y La em-

presa perdona un momento de locura, en 1974; Gra-cias José Gregorio Hernández y Virgen de Coromoto por los favores recibidos, en 1975, y en 1976, Fin del Round.6

En 1982, Rodolfo Santana, los jóvenes teatre-

6 La horda, editada en Piezas perversas, ob.cit.; La empresa perdona un momento de locura, estrenada por el Grupo de Álvaro de Rosson en 1976. Versión fílmica dirigida por Mauricio Walerstein en 1982. Editada en Piezas perver-sas, Ediciones Fundarte, 1971; Teatro latinoamericano en un acto, Ediciones La Honda, Casa de la Américas, La Habana, 1986; Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, ob.cit.; Gracias José Gregorio Hernández y Virgen de Coromoto por los favores recibidos, estrenada en el Teatro Nacional en el IV Festival Nacional de Teatro 1979. Obtuvo el Premio Juana Sujo a la Mejor Obra del Año 1980. Publicada en Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, ob.cit., y Fin del Round, estrenada en la Sala de Teatro de la Confederación Venezolana de Trabajadores dentro del V Festival Internacional de Teatro de Caracas 1981. Mereció el Premio Consejo Nacional de la Cultura 1982. Versión Fílmica de Olegario Barrera, 1991. Publicada en Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, ob.cit..

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ros de aquella época y quien escribe esta nota éramos jóvenes, es más, teníamos y tenemos una gran experiencia como jóvenes y muy poca como viejos, pues somos viejos por primera vez. En aquel año para el Festival Internacional de Teatro de Caracas muchos nos fuimos caminando has-ta la sala del Paraíso donde se iba a presentar la obra Fin del Round.

El Teatro del Paraíso o el Teatro de la Casa Sin-dical como se llamaba es una sala grande con un gran aforo, ese día estaba repleto de público, la mayoría hombres y mujeres jóvenes que estába-mos acostumbrados a comer salteado como los caballos de ajedrez; un día sí, un día no, sentíamos que el texto de Santana expresaría nuestras rebel-días. El montaje creaba una gran expectativa para muchos de nosotros que éramos los excluidos de siempre. Pero esa preferencia la practicábamos de una manera “simpáticamente clandestina”, en algunos planos del inconsciente sabíamos que Rodolfo Santana era uno de los grandes drama-turgos venezolanos pero el discurso hegemónico de las élites parecía que aún no lo veía así, por lo tanto le dieron la sala no muy utilizada y en aquel entonces lejana del Paraíso. Escena a esce-na el público ovacionó aquel montaje de gran for-mato donde Santana como dramaturgo, no solo supo pintar los personajes de barrios caraqueños, su visión crítica del boxeo profesional, sino que demostró ser un director teatral de gran fuste e imaginación. La noticia de que en el teatro de El Paraíso se estaba exhibiendo uno de los montajes de mayor calidad de ese festival, corrió como re-guero de pólvora en los corrillos culturales cara-queños y todas las presentaciones restantes de la obra fueron colmadas por un público que lo eligió, en la mayoría de los casos, como el dramaturgo de su preferencia.

Luego vendrían Encuentro en el parque peligro-so, Crónicas de la Cárcel Modelo, Primer día de re-surrección (Rock para una abuela virgen), Con los fusibles volados, Baño de damas, Mirando al ten-dido, Santa Isabel del video, Un lugar donde nadie nos mire los zapatos, Nunca entregues tu corazón a una muñeca sueca, Obra para dormir al público, Influencia turística en la inclinación de la torre de Pisa, Rumba caliente sobre el Muro de Berlín y Asal-to al viento .7

Por la tiranía del espacio solo me limitaré a acotar que cada título fue un éxito editorial, de público y crítica especializada. Alimento la espe-ranza de poder hacer en futuras entregas un tra-bajo sobre dos obras suyas que me parecen de excepción: La empresa perdona un momento de lo-cura y Mirando al tendido.

Lo vi por última vez cuando nos correspondió ser jurados, junto con la primera actriz María Bri-to, del Premio Nacional de Teatro de Venezuela 2012 en la Casa del Artista.

Una vez más disentimos con elegancia, cari-ño, firmeza y humor… Rodolfo dijo en esa opor-tunidad una frase a la que apelaba muchas veces: “Cada día me asombro de lo imprevisible que es el ser humano; y allí, en ese quiebre, es donde ocurre el milagro: El humor en medio de la trage-dia”. El querido amigo Rodolfo, argumentó con-tundentemente por qué Néstor Caballero debía ser el Premio Nacional de Teatro de ese Año… riéndome le dije: como dice un poeta “un día co-

7 Encuentro en el parque peligroso (1978), estrenada en el Teatro Las Palmas, Caracas, 1991; Crónicas de la Cárcel Modelo (1978), publicada en Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, Imprenta Nacional, 1986; Primer día de resu-rrección (Rock para una abuela virgen) (1982), estrenada en la sala de Concierto del Ateneo de Caracas 1988, pu-blicada en Teatro de Rodolfo Santana, nueve obras, ob.cit., y en Ediciones de Fundarte 1991; Con los fusibles volados (1984), estrenada en la Sala Anna Julia Rojas, Caracas, 1989, versión fílmica de Oscar Lucien bajo el titulo Un sueño en el abismo, 1991; Baño de damas (1986), es-trenada en la Sala Anna Julia Rojas, Caracas, 1987, pu-blicada por la Revista Tramoya de la Universidad de la Veracruzana, México; por Rutgers University, EE.UU., 1990, y en Ediciones Fundarte 1991; Mirando al tendido (1987), estrenada en la sede del Teatro Nacional Juvenil, 1991, Premio de Dramaturgia Festival Juvenil de Teatro y Danza, 1991; Santa Isabel del video (1991), editada por la Revista El Publico, del Centro de Documentación Teatral, INAEM, Ministerio de Cultura de España, 1992; Un lugar donde nadie nos mire los zapatos (1993); Nunca entregues tu corazón a una muñeca sueca, Premio de Dramaturgia Santiago Magariños del CONAC; Obra para dormir al pú-blico (1995); Influencia turística en la inclinación de la torre de Pisa (1995), y Asalto al viento (2000), estrenada con el Grupo Cobre en el 2002.

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rrerá un tren sobre un rayo de luz” estoy seguro de eso, como también lo estoy de que discutire-mos siempre… Hasta que corra el tren por ese bendito rayo de luz.

Cuando le mostré los borradores de esta nota al actor venezolano Trino Rojas, este me dijo:

Era un hombre disciplinado, trabajador con una gran capacidad de asombro y de observa-ción, en su pasantía por Londres donde coin-cidimos un tiempo, tuve oportunidad de pasar buenos ratos con él. Cuando nos reencontra-mos en Venezuela, comentó que en lo que es-taba escribiendo, había utilizado el material que tenía en su diario donde había registrado nuestras largas conversaciones nocturnas so-bre el teatro. Le pedí derechos de coautoría y nos reímos un rato.Sin lugar a dudas la labor de este gigante de la

dramaturgia venezolana y latinoamericana estu-vo signada por una férrea voluntad persistente y por un contacto difícil de igualar con su pueblo. Sorteó todas las vicisitudes que la vida cotidiana y política le impusieron a su paso. Tesoneramente escribió, cuidó y difundió su obra. Fue un apóstol que edificó su existencia con el teatro y este fue su proyecto de vida.

Quizá ya esté conversando con Rine en algún lugar, dibujando nuevas metáforas y otredades… Espero encontrarlos cuando vaya, viajo lento y sin apuros.

Caracas, junio de 2013. m