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E L N E R V I O N EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA ntii** AÑO I. BILBAO 20 DE OCTUBRE 1907 número 8 . (2.a Serie) m enoDenem s egurámente en llegando esta época del año todos los émulos de Cuchares se sienten ranas y les invade tal^afi- ción por el charco que hasta que no le pasan se apodera de ellos una verda dera nostalgia. En cuanto uno de esos jóvenes pre coces, más ó menos siniestros, saben torear á la portera y peinarse pa alan te, se deja crecer cuatro pelos por en- cima'del cogote, se pone un pantalón de fuelles y hombre al agua; á probar for tuna. —Madre, prepáreme la ropa, que me voy hoy á Chile. —Bueno, hombre; pero no te entre tengas; ya sabes que ahora se cierra la puerta á las nueve. —No, madre; si me voy á América á torear; me ha dicho el Pocholo, que sabe mucho de toros, como que tiene un pri mo segundo que ha estado en Sevilla y conocía mucho al por tero del Bomba, que si voy á Chile le quitaré los moños al Guerra. —Pues hijo, yo había entendido que el Guerra era calvo. Y no hay más remedio que liar el petate al chico, so pena de que cometa alguna otra barbaridad. Hace pocos días se presentó en mi casa la panadera con los ojos llorosos y del tamaño de un panecillo de diez cénti mos. —¿Qué le ocurre á usted, señora Claudia? —Calle usted, por Dios; mi chico, el menor, el de trece años, que se ha ido al otro mundo. —¡Cómo! ¿Se ha muerto? ¡Tan hermoso como se había puesto con el aceite de hígado de bacalao! —No, señor; no se ha muerto; se ha ido á México. Se em peñó en juntarse con todos esos que van á las capeas, le lle naron la cabeza de viento y se fué, creyendo que allí son los adoquines de azúcar cande y que se va á traer por lo menos la mitad del Banco Español. Ya ve usted, ahora que empezaba á tener suerte; el Jefe de la oficina le apreciaba mucho, porque escribe muy bien y sabe hacer letras para bordar. En fin, le distinguía tanto, que era el encargado de hacerle los pitillos, y todas las semanas limpiaba las sortijas de las niñas con polvos de Segovia. ¿No es locura perder esta proporción? —Qué va usted á hacer, señora; quizás haga su suerte, lo que no debe usted es alterarse tanto, pues tiene el ojo derecho rojo de tanto llorar. —No es de llorar, es que mi marido que está lelo por el chico, con estas cosas que nos pasan se irritó ayer por una tontería y me tiró un retrato de La Cierva, dándome con el marco en salva sea la parte. Y en la mayor parte de las casas donde hay rorros tau rinos se suceden escenas como estas. Ellos se salen con la suya; cogen un billete de ida (¡la vuelta Dios dirá!), les meten en la bodega de un transatlán tico y á México ó Chile, que son las plazas de moda en la actualidad. Al desembarcar en aquel país se quedarán asustados viendo tamaña legión de «chinos» luciendo su trenza más ó menos averiada, pues alguno habrá dejado parte de ella quizá de un pisotón en la bodega del barco y exhibiendo unas indumentarias dignas de un martes de carnaval. ¿Y la odisea que pasan? ¿que fué de sus ensueños? Ya nos lo contará alguno si tiene la fortuna de volver, aunque sea conducido por la Guardia civil. * * * —Se arregló lo de Caparrota. Ya puede haber palos en las tabernas. —Hombre ¡qué barbaridad! —Sí, señor, y carambolas también se pueden hacer. —Es natural, al haber palos tienen que hacer carambola las cabezas de algunos. —Antes no se podía jugar á nada, pero ahora ya con siente la autoridad que en las tabernas se juegue á palos. —¡Ave María purísima! ¡bonito juego! pero de haber equidad si se consienten los palos, también se consentirán los tutes, que para el caso es igual. (, - * Vistas parciales del exterior del correccional de Larrínaga Dicen que el aragonés es testarudo para salirse con la suya, y para esto todos los españoles nos sentimos arago neses. ¿Que nos obsequia un ministro con una real orden? pues se le contesta con un no me dá la real gana, y se acabó el carbón; y en medio de todo es el mejor medio de evitar conflictos. Por otra parte tenemos la condición de hacer todo lo contrario de lo que nos mandan, esto es innato en todos; so mos como los chicos. Tiene V. un nene que todos los días arma un escándalo porque no quiere ir á la escuela, pero llega un día en que se le dice: «Quilín hoy no vayas á la escuela porque caen capu chinos en punta» y ya está el chico cogiendo el cartapacio y berreando porque no le dejan salir. Y así sucesivamente. Estamos clamando por una cosa, nos la conceden pues ya no la queremos. Ya no ajunto como dicen los chicos. Ahora hay quien pone el grito en el cielo porque se cumpla la ley del trabajo de la mujer y de los niños por ejemplo; pues bien si hay ministro que se atreva á ello, nos amotinaremos en nombre de la libertad y le querremos arrastrar como á Esquilache. Decididamente en esta bendita tierra para ser ministro hay que tener la cabeza de corcho y el cutis de caotchut. * * * Nota de la semana: En un mitin de esos que celebramos un día sí y otro también para arreglar el país. Un orador. Señores con esta son catorce las veces que he tenido el gusto de saludar á este público. Un oyente. Hombre que casualidad. Las mismas que ha tenido el disgusto de despedirse la compañía de la Vita- liani. P. P. (Dibujo de Ugarte-Revenga). RECORTES ESCOGIDOS K L B U E N B IO S (Cuento que parece blasfemo, pero que no lo es) Todos los niños del hospicio habían ya rezado después de la taza de chocolate. A los más pequeños les habían persignado las hermanas de la Caridad. En la gran sala, alumbrada por una fa rola de gas, colocada en un extremo, flotaba el aliento acompa sado del sueño, en las cainitas que hacían de nido y de cuna. La hermana Adela vigilaba. ¡La buena hermana Adela! Al muchacho que tenía descubiertos los piececitos, se los cobijaba con la sá bana blanca. Al que se había acostado con una mano sobre el co razón se la quitaba de ahí, y la ponía tendida sobre el lado dere cho, porque así se duerme bien y no se tienen pesadillas. A cada cual vigilaba la hermana con gran cuidado; al rubito Jorge, que tenía los cabellos dorados y las más preciosas manos infantiles; al gordinflón Roberto, una delicia por su gracia; á la dulce Este fanía, que era la que con lindos dientes reía en el jardín, los bra zos al cielo, fresca, tierna y alegre, bajo un rosal; ¿á cuántos ni ños más? Ah, á la incomparable Lea, que pálida y apacible, era en el juego la más formal, y rezaba más bellamente con las ma nos juntas, al Señor Dios bueno, á la hora de acostarse, cuando su espesa cabellera negra manchaba con su negrura la cándida camisa de la chiquilla escuelera. *** ¡Ninguna como aquella adorable pequeña! Era la más amada de las huérfanas inocentes, que vivían en aquella casa de cari dad, bendito kindergarten de miniaturas humanas, donde las risas desbordadas sonaban como canciones locas de pájaros nuevos, en una pajarera encantadora. El domingo, cuando iban de paseo todos los chicos del hospicio, llamaba la atención Lea, seria, cuellerguida, sonriente, con una suave é innata majestad de princesa colibrí. ¡Y era de ver á la vuelta cómo traía sus naranjas doradas, sus ramos de flores del campo, sus lirios y sus rosas! La hermana Adela la quería mucho, porque no era como otras que la decían impertinencias. «Hermana Adela, ¿por qué tiene la cabeza rapada como el mozo que nos trae la leche?» Antes bien la decía cosas sencillas y puras: «Hermana Adela, ¿me permite dar mis violetas á la cieguecita de la esquina? Otras veces, cuando iba á misa, en la capilla, fraganta de incienso, donde estaba el altar flamante, y el órgano místico y sonoro y donde el cura viejo y santo alzaba la custodia, Lea estaba in móvil, fija en el altar. Allá arriba, en el coro, sonaban los him nos religiosos; el sacerdote, vestido con su casulla blanca y oro, bebía un cáliz de oro también; todos estaban de rodillas ante él. Lea decía allá, dentro de su cabecita de gorrión recién naci do al sol:—La hostia es santa, blanca y redonda; el padre tiene una corona en la cabeza, como la ostia; él bebe en una copa de oro; cuando él alza la custodia tres veces sobre la su frente, me está mirando el buen Dios, que me ama, y me ha dado mi cama suave, la leche fresca por la mañana, la muñeca durante el día, el chocolate por la noche: así dice la hermana Adela. ¡Oh, mi buen Dios! * * * ¡Y cuando la plática del cura! Era después de la comunión. Allí él, sencillo, ofreciendo sonrisas, procuraba llegar con su palabra á la comprensión de aquellos pequeñines. «Tenéis todos una madre, hijos mios, aunque os falte la natural. Es una divina mujer que está allá en el cielo y también en el altar donde digo la misa. Es aquella que está sobre una media luna, con un manto azul, rodeado de cabecitas de niños rosados como vosotros, y que tienen alas. Ella es amorosa, es maternal y os bendice. Vuestro padre, es el padre celestial; es el buen Dios!» ¡Cómo amaban y comprendían ellos al «Padre celestial,» á la dulce María Santa, bella y gloriosa, imaginada por el gran Mu- rillo! Y Lea, sobre todo, se fijaba eu el «buen Dios,» que estaba allí en la capilla, en un retablo, hermoso y venerable; un gran anciano de barbas blancas, el Padre Eterno, que tenía los brazos abiertos sobre el mundo, un triángulo de luz en la cabeza, los pies sobre las nubes, lleno de ternura y de majestad, como un abuelo! Cuando ella iba á su lecho, pequeño y tibio, como para que se echase en él una paloma, pensaba en todos los bienes de que se gozaba por el abuelo del cielo, el de la capilla, el que había creado el cielo azul,los pájaros,la leche, las muñecas, la casulla del cura, y la hermana Adela que la persignaba y arrullaba á modo de una madre de verdad. * * * Las doce. Clara noche. La hermana se había puesto á rezar: «Por la guerra. ¡Porque nos quites, oh Dios mío, esta horri ble tormenta! ¡Porque cese la furia de los hombres malos! ¡Por que respeten nuestra capilla, nuestra bandera con su cruz!» La bandera estaba ya puesta desde el principio de la toma de la ciudad, en lo alto del hospicio. La guerra era la más san grienta y espantosa que había visto el país; se sabía de saqueos, de incendios, de violaciones, de asesinatos horrorosos. Las her manas de la Caridad que dirigían el hospicio, habían pedido á los devastadores que se les respetase con sus niños. Así se les había ofrecido. Habían colocado, pues, su bandera; una gran bandera blanca con una cruz roja. Cuando al caer la tarde, la hermana Adela supo la noticia de que había bombardeo, á la hora del chocolate dijo á todos los chiquillos: «Hijos míos, oremos!» Siempre oraban antes de comer. De pronto se empezaron á oir lejanos cañonazos. Todos los niños estaban alegres en la mesa, menos Lea. A poco le dijo á la hermana: «¿Oye, hermana? truena». Otra dijo: «Es la gue rra». La hermana volvió á ordenar: «Niños míos, oremos». A lo lejos se oían gritos, ruido de gente en lucha; retumbaba la voz del bronce. Arriba, en el cielo, en la pureza del azul infi nito, una luna clara y argentina, en todo su explendor, derra maba su luz; pálida, indiferente, alumbraba las miserias de la tierra. $ * * «¡Dios te salve María, llena eres de gracia!...» Ya se había levantado, á media noche, la hermana Adela, cuando vió caer la primera bomba en el patio del hospicio. ¡El bombardeo! ¡Luego esos bandidos, esos Herodes, sacrificarían en su furia y en su venganza á ios inocentes! Pasaban con ruido siniestro é infernal las granadas por el aire. La bandera con la cruz, que estaba

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E L N E R V I O NE D I C I Ó N E S P E C I A L I L U S T R A D A

ntii**

AÑO I. BILBAO 2 0 DE OCTUBRE 1 9 0 7 n ú m e r o 8 . (2.a Serie)

m e n o D e n e m s

egurámente en llegando esta época del año todos los émulos de Cuchares se sienten ranas y les invade tal^afi- ción por el charco que hasta que no le pasan se apodera de ellos una verda­dera nostalgia.

En cuanto uno de esos jóvenes pre­coces, más ó menos siniestros, saben torear á la portera y peinarse pa alan­te, se deja crecer cuatro pelos por en- cima'del cogote, se pone un pantalón de fuelles y hombre al agua; á probar for­tuna.

—Madre, prepáreme la ropa, que me voy hoy á Chile.

—Bueno, hombre; pero no te entre­tengas; ya sabes que ahora se cierra la puerta á las nueve.

—No, madre; si me voy á América á torear; me ha dicho el Pocholo, que sabe mucho de toros, como que tiene un pri­mo segundo que ha estado en Sevilla y conocía mucho al por­tero del Bomba, que si voy á Chile le quitaré los moños al Guerra.

—Pues hijo, yo había entendido que el Guerra era calvo.Y no hay más remedio que liar el petate al chico, so

pena de que cometa alguna otra barbaridad.Hace pocos días se presentó en mi casa la panadera con

los ojos llorosos y del tamaño de un panecillo de diez cénti­mos.

—¿Qué le ocurre á usted, señora Claudia?—Calle usted, por Dios; mi chico, el menor, el de trece

años, que se ha ido al otro mundo.—¡Cómo! ¿Se ha muerto? ¡Tan hermoso como se había

puesto con el aceite de hígado de bacalao!—No, señor; no se ha muerto; se ha ido á México. Se em­

peñó en juntarse con todos esos que van á las capeas, le lle­naron la cabeza de viento y se fué, creyendo que allí son los adoquines de azúcar cande y que se va á traer por lo menos la mitad del Banco Español.

Ya ve usted, ahora que empezaba á tener suerte; el Jefe de la oficina le apreciaba mucho, porque escribe muy bien y sabe hacer letras para bordar. En fin, le distinguía tanto, que era el encargado de hacerle los pitillos, y todas las semanas limpiaba las sortijas de las niñas con polvos de Segovia. ¿No es locura perder esta proporción?

—Qué va usted á hacer, señora; quizás haga su suerte, lo que no debe usted es alterarse tanto, pues tiene el ojo derecho rojo de tanto llorar.

—No es de llorar, es que mi marido que está lelo por el chico, con estas cosas que nos pasan se irritó ayer por una tontería y me tiró un retrato de La Cierva, dándome con el marco en salva sea la parte.

Y en la mayor parte de las casas donde hay rorros tau­rinos se suceden escenas como estas.

Ellos se salen con la suya; cogen un billete de ida (¡la vuelta Dios dirá!), les meten en la bodega de un transatlán­tico y á México ó Chile, que son las plazas de moda en la actualidad.

Al desembarcar en aquel país se quedarán asustados viendo tamaña legión de «chinos» luciendo su trenza más ó menos averiada, pues alguno habrá dejado parte de ella quizá de un pisotón en la bodega del barco y exhibiendo unas indumentarias dignas de un martes de carnaval.

¿Y la odisea que pasan? ¿que fué de sus ensueños?Ya nos lo contará alguno si tiene la fortuna de volver,

aunque sea conducido por la Guardia civil.** *

—Se arregló lo de Caparrota. Ya puede haber palos en las tabernas.

—Hombre ¡qué barbaridad!—Sí, señor, y carambolas también se pueden hacer.—Es natural, al haber palos tienen que hacer carambola

las cabezas de algunos.—Antes no se podía jugar á nada, pero ahora ya con­

siente la autoridad que en las tabernas se juegue á palos.—¡Ave María purísima! ¡bonito juego! pero de haber

equidad si se consienten los palos, también se consentirán los tutes, que para el caso es igual.

(, - *

Vistas parciales del exterior del correccional de Larrínaga

Dicen que el aragonés es testarudo para salirse con la suya, y para esto todos los españoles nos sentimos arago­neses.

¿Que nos obsequia un ministro con una real orden? pues se le contesta con un no me dá la real gana, y se acabó el carbón; y en medio de todo es el mejor medio de evitar conflictos.

Por otra parte tenemos la condición de hacer todo lo contrario de lo que nos mandan, esto es innato en todos; so­mos como los chicos.

Tiene V. un nene que todos los días arma un escándalo porque no quiere ir á la escuela, pero llega un día en que se le dice: «Quilín hoy no vayas á la escuela porque caen capu­chinos en punta» y ya está el chico cogiendo el cartapacio y berreando porque no le dejan salir.

Y así sucesivamente.Estamos clamando por una cosa, nos la conceden pues

ya no la queremos. Ya no ajunto como dicen los chicos.Ahora hay quien pone el grito en el cielo porque se

cumpla la ley del trabajo de la mujer y de los niños por ejemplo; pues bien si hay ministro que se atreva á ello, nos amotinaremos en nombre de la libertad y le querremos arrastrar como á Esquilache.

Decididamente en esta bendita tierra para ser ministro hay que tener la cabeza de corcho y el cutis de caotchut.

** *Nota de la semana:En un mitin de esos que celebramos un día sí y otro

también para arreglar el país.Un orador. Señores con esta son catorce las veces que

he tenido el gusto de saludar á este público.Un oyente. Hombre que casualidad. Las mismas que ha

tenido el disgusto de despedirse la compañía de la Vita- liani.

P. P.(Dibujo de Ugarte-Revenga).

RECORTES ESCOGIDOS

K L B U E N B I O S

(Cuento que parece blasfem o, pero que no lo e s)Todos los niños del hospicio habían ya rezado después de la

taza de chocolate. A los más pequeños les habían persignado las hermanas de la Caridad. En la gran sala, alumbrada por una fa­rola de gas, colocada en un extremo, flotaba el aliento acompa­sado del sueño, en las cainitas que hacían de nido y de cuna. La hermana Adela vigilaba. ¡La buena hermana Adela! Al muchacho que tenía descubiertos los piececitos, se los cobijaba con la sá­bana blanca. Al que se había acostado con una mano sobre el co­razón se la quitaba de ahí, y la ponía tendida sobre el lado dere­cho, porque así se duerme bien y no se tienen pesadillas. A cada cual vigilaba la hermana con gran cuidado; al rubito Jorge, que tenía los cabellos dorados y las más preciosas manos infantiles; al gordinflón Roberto, una delicia por su gracia; á la dulce Este­fanía, que era la que con lindos dientes reía en el jardín, los bra­zos al cielo, fresca, tierna y alegre, bajo un rosal; ¿á cuántos ni­ños más? Ah, á la incomparable Lea, que pálida y apacible, era en el juego la más formal, y rezaba más bellamente con las ma­nos juntas, al Señor Dios bueno, á la hora de acostarse, cuando su espesa cabellera negra manchaba con su negrura la cándida camisa de la chiquilla escuelera.

***¡Ninguna como aquella adorable pequeña! Era la más amada

de las huérfanas inocentes, que vivían en aquella casa de cari­dad, bendito kindergarten de miniaturas humanas, donde las risas desbordadas sonaban como canciones locas de pájaros nuevos, en una pajarera encantadora. El domingo, cuando iban de paseo todos los chicos del hospicio, llamaba la atención Lea, seria, cuellerguida, sonriente, con una suave é innata majestad de princesa colibrí. ¡Y era de ver á la vuelta cómo traía sus naranjas doradas, sus ramos de flores del campo, sus lirios y sus rosas! La hermana Adela la quería mucho, porque no era como otras que la decían impertinencias. «Hermana Adela, ¿por qué tiene la cabeza rapada como el mozo que nos trae la leche?» Antes bien la decía cosas sencillas y puras: «Hermana Adela, ¿me permite dar mis violetas á la cieguecita de la esquina? Otras veces, cuando iba á misa, en la capilla, fraganta de incienso, donde estaba el altar flamante, y el órgano místico y sonoro y donde el cura viejo y santo alzaba la custodia, Lea estaba in­móvil, fija en el altar. Allá arriba, en el coro, sonaban los him­nos religiosos; el sacerdote, vestido con su casulla blanca y oro, bebía un cáliz de oro también; todos estaban de rodillas ante él.

Lea decía allá, dentro de su cabecita de gorrión recién naci­do al sol:—La hostia es santa, blanca y redonda; el padre tiene una corona en la cabeza, como la ostia; él bebe en una copa de oro; cuando él alza la custodia tres veces sobre la su frente, me está mirando el buen Dios, que me ama, y me ha dado mi cama suave, la leche fresca por la mañana, la muñeca durante el día, el chocolate por la noche: así dice la hermana Adela. ¡Oh, mi buen Dios!

** *¡Y cuando la plática del cura! Era después de la comunión.

Allí él, sencillo, ofreciendo sonrisas, procuraba llegar con su palabra á la comprensión de aquellos pequeñines. «Tenéis todos una madre, hijos mios, aunque os falte la natural. Es una divina mujer que está allá en el cielo y también en el altar donde digo la misa. Es aquella que está sobre una media luna, con un manto azul, rodeado de cabecitas de niños rosados como vosotros, y que tienen alas. Ella es amorosa, es maternal y os bendice. Vuestro padre, es el padre celestial; es el buen Dios!»

¡Cómo amaban y comprendían ellos al «Padre celestial,» á la dulce María Santa, bella y gloriosa, imaginada por el gran Mu- rillo! Y Lea, sobre todo, se fijaba eu el «buen Dios,» que estaba allí en la capilla, en un retablo, hermoso y venerable; un gran anciano de barbas blancas, el Padre Eterno, que tenía los brazos abiertos sobre el mundo, un triángulo de luz en la cabeza, los pies sobre las nubes, lleno de ternura y de majestad, como un abuelo!

Cuando ella iba á su lecho, pequeño y tibio, como para que se echase en él una paloma, pensaba en todos los bienes de que se gozaba por el abuelo del cielo, el de la capilla, el que había creado el cielo azul,los pájaros,la leche, las muñecas, la casulla del cura, y la hermana Adela que la persignaba y arrullaba á modo de una madre de verdad.

** *Las doce. Clara noche.La hermana se había puesto á rezar:«Por la guerra. ¡Porque nos quites, oh Dios mío, esta horri­

ble tormenta! ¡Porque cese la furia de los hombres malos! ¡Por­que respeten nuestra capilla, nuestra bandera con su cruz!»

La bandera estaba ya puesta desde el principio de la toma de la ciudad, en lo alto del hospicio. La guerra era la más san­grienta y espantosa que había visto el país; se sabía de saqueos, de incendios, de violaciones, de asesinatos horrorosos. Las her­manas de la Caridad que dirigían el hospicio, habían pedido á los devastadores que se les respetase con sus niños. Así se les había ofrecido. Habían colocado, pues, su bandera; una gran bandera blanca con una cruz roja.

Cuando al caer la tarde, la hermana Adela supo la noticia de que había bombardeo, á la hora del chocolate dijo á todos los chiquillos: «Hijos míos, oremos!» Siempre oraban antes de comer. De pronto se empezaron á oir lejanos cañonazos. Todos los niños estaban alegres en la mesa, menos Lea. A poco le dijo á la hermana: «¿Oye, hermana? truena». Otra dijo: «Es la gue­rra». La hermana volvió á ordenar: «Niños míos, oremos».

A lo lejos se oían gritos, ruido de gente en lucha; retumbaba la voz del bronce. Arriba, en el cielo, en la pureza del azul infi­nito, una luna clara y argentina, en todo su explendor, derra­maba su luz; pálida, indiferente, alumbraba las miserias de la tierra.

$* *«¡Dios te salve María, llena eres de gracia!...» Ya se había

levantado, á media noche, la hermana Adela, cuando vió caer la primera bomba en el patio del hospicio. ¡El bombardeo! ¡Luego esos bandidos, esos Herodes, sacrificarían en su furia y en su venganza á ios inocentes! Pasaban con ruido siniestro é infernal las granadas por el aire. La bandera con la cruz, que estaba

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EL NERVION

La Sala de visitas de la Cárcel

c sobre el hospicio, era como una pobre y grande ave ideal, delan­te del espantoso proyectil del bronce inicuo. Allá, no lejos, se

. oían estallar las bombas y vibrar tristemente los ayes de los i heridos. Una y otra casa se envolvían en llamas. El cielo refle-

- jaba el incendio. «Dios te salve María...» La hermana Adela fué- y vió las camas de los niños, cada una de las cuales alentaba f uña delicada flor de infancia, llena de aroma divino.

Abrió una ventana y vió cómo por la calle iban en larga ca­rrera gentes sangrientas y desesperadas, soldados heridos que desfallecían, mujeres desmelenadas con sus hijos en los brazos, á la luz implacable del incendio.

Entonces fué cuando comenzaron á caer granadas en el recinto en que dormían los niños. ¡Qué respeto á la bandera

; santa! ¡á la cruz roja! ¡á la inocencia! Cayó la primera y saltaron dos camitas despedazadas, dos niños muertos en su sueño. Y siguieron cayendo en lluvia tremenda las criminales; y la hermana Adela gemía, porque la muerte no viene nunca así

' para los pobres inocentes, y porque eso era como un olvido del cielo para con las rosas vivas que perfumaban aquellas cunas- nidos. Despertaron los chicos al estruendo y se pusieron á llo­rar, en tanto que la hermana lloraba, con su rosario en la mano. ■Granada tras granada, el edificio se iba destruyendo por partes.

;A1 fin se incendió el hospicio. Locas todas las guardianasy maestras de los niños, quisieron salvar á los que pudieron tomar en brazos, zaorados en su súbito despertar, soñolientos y des­nudos.

La hermana Adela corrió á la camita de Lea, donde ya la niña estaba de rodillas, orando al Señor anciano de la capilla, que es tan bueno, que hizo el sol y la leche, y las frescas flores de Mayo; orando por aquello que no comprendía, por aquella tem­pestad de fuego, por aquella sangre, por aquellos gemidos.... ¡Oh, el «buen Dios» no permitiría que fuese así, como ella se lo

'rogase!...Pero al acercarse la hermana Adela, que la iba á socorrer,

cayó cerca otra bomba que hirió á la religiosa, ensangrentando su traje de algodón azul y su toca de lino blanco.

Con los ojos abiertos en redondo, poseída de algo sobrehu­mano, la pequeña Lea se alzó de pronto sobre su colchón, y con una voz que helaría de espanto á un hombre de piedra, exclamó

' retorciehdo sus bracitos y mirando hacia arriba:«¡Oh, buen Dios, no seas malo!...»

Rubén Darío.

Nuestra información gráficaPor deberes de la profesión periodística, relacionados con la

vista de un proceso, vista que en los pasados días ha despertado extraordinario interés, visitamos la Cárcel de Larrínaga. Nos pareció muy propicia la ocasión para dedicar á ese establecimien­to correccional una gran parte de la información gráfica de nues­tro próximo número ilustrado y solicitamos del director don José Cabellud, el jueves último, un permiso, que amablemente nos fué concedido.

Hemos de consignar ante todo que los trabajos fotográficos han sido hechos con los apremios que nos veíamos precisados á

' imponer á un distinguido aficionado cuya amabilidad ha sido bien puesta á prueba por nuestras exigencias. Tal apresuramiento ha impedido hacer ampliaciones de algunas instantáneas, obtenidas varias de ellas, en malas condiciones de luz.

Sin embargo, la colección de pequeños grabados que publica­mos en este número, realiza el fin que nos propusimos, pues da á conocer detalles interesantes de la Cárcel de Bilbao, inaugu­rada en 1873, y notablemente mejorada y ampliada en reciente época.

Nos^falta tiempo y espacio para hacer una descripción de sus

Grupo de reclusas en la sala de trabajo

departamentos y hemos de limitar nuestra reseña escrita á dos principalísimas indicaciones generales.

1. a La Cárcel de Bilbao, por el aspecto que ofrece el jardín que existe entre sus muros exteriores y las edificaciones destina1 das á hombres y mujeres, y por la extremadísima limpieza que reina en el interior de los edificios, no parece lugar de castigos, sino agradable y bien cuidada finca cuyos habitantes disfrutan la apacible tranquilidad de una vida de voluntario aislamiento.

2. a La Cárcel de Bilbao, por el perfecto orden y la admira­ble disciplina que allí reinan á todas horas, merece ser conside­rada como modelo entre los establecimientos de su clase. ,

No es nuevo, sino muy sabido, todo lo que decimos en las an­teriores indicaciones. Lo saben todas las innumerables personas que por deberes profesionales, por tener la desgracia deque ha­yan estado ó estén allí seres queridos, por ejercer una obra de misericordia, ó por mera curiosidad en días señalados por la tra­dición para visitar aquel recinto, han entrado en él más ó menos frecuentemente. Lo sabe toda la prensa bilbaína y lo ha consig­nado muchas veces en sus columnas. Lo saben las autoridades y los altos funcionarios del Estado, que han felicitado y han hecho objeto de honrosas distinciones ai director de la Cárcel señor Cabellud, por méritos contraidos en el desempeño de su cargo, por servicios especiales, entre los que figura ya el que ha de prestar á los tribunales y á la policía de toda España y del ex­tranjero con la próxima publicación de una obra que constituirá un archivo de retratos y datos antropométricos de muchos cente­nares de criminales.

Antes de terminar estos breves apuntes, debemos consignar una nota hermosa: la que dan en aquel recinto las nobles, las virtuosas mujeres que ostentan allí la representación de los más puros sentimientos religiosos.

Frente á la delincuencia, frente al vicio, frente á los grandes extravíos de la razón y las grandes perversiones del instinto, frente á las severidades de la ley y de la reglamentación carce­laria, un grupo de afables Hermanas de la Caridad, de San Vi- centé de Paul, dirigidas por la bondadosa Sor Dominica, realiza allí la grandiosa misión que hace vibrar en los corazones la fibra de la ternura, que lleva á los espíritus ensombrecidos, destellos de la hermosa luz de la esperanza.

Los que vimos á la infeliz Jesusa Pujana, el primer día que salió de la cárcel, arrojarse llorosa á los pies de las Hermanas que la acompañaban hasta el zagúan y besar con veneración el rosario de una de ellas, pudimos ver en ese acto la mejor expre­sión de los sentimientos de cariño respetuoso que esas religiosas inspiran á las almas dignificadas por el dolor, por el arrepenti­miento.

Las fotografías instantáneas de esta información están he­chas por don Mariano Bengoechea, y los fotograbados por los señores Delclaux é Hijos.

*San Prudencio, Patrón de Alava. Obra del escultor alavés

señor Viana, regalada al pueblo de Armentia (Alava), por el caballero don J. Ayala.

Está ejecutada bajo la base de la época en que floreció el santo, cuya expresión v actitud se basan en la palabra «Páx», virtud entre otras que más le distinguieron. Va caminando entre las turbas con la mano diestra en actitud de apaciguar, y hace breve pausa para elevar su mirada al Cielo, á fin de conseguir la paz para los díscolos.

Con la izquierda sostiene el báculo, propio también de la época, notándose por la fuerza con que en él se apoya, el trabajo muscular estudiado en la mano por el peso vacilante que la an­cianidad del que lo sujeta, le haga más bien aferrarse á él.

Vestido con stola tunicada á modo de paenula y casula ó manto redondo, origen de la casulla actual; y el omorphium, banda que cruza sobre los hombros, pendiendo las puntas por delante y por detrás, con artísticos adornos, propios también de su época, así como los de las franjas de casula y paenula, mitra y calzas.

En la aureola ó nimbo que corona su venerable cabeza, se ve el anagrama «Páx».

El tipo corresponde muy característicamente á la raza éus­cara ó alavesa.

La mujer vascongada

Al rasgar por Oriente sedas y tules con su dorado filo de luz la aurora, y al romper del silencio la muelle urdimbre el gallo con su agudo filo de notas, en la bravia cumbre de la montaña despierta el caserío, mientras las sombras aún van, por los nogales que lo circuyen, descolgándose lentas y perezosas.En el caliente establo muge la vaca, el humilde chacurra ladra y retoza, y el portón, al abrirse, publica achaques de la vejez y ofensas de la carcoma.Triunfa, al fin, en el cielo la luz del día, al par la nescatilla madrugadora aparece, y en salva su sano aliento le envían los heléchos y las argomas.Madre Naturaleza, que para rudos trabajos la engendraste, gózate en tu obra: la fuerza hizo el boceto de su figura; la gracia, los contornos de su persona.Como en la flor de almendro, brilla en su cara el albor de lo bello más que el diploma, y una emoción alegre de intensa vida pone luz en sus ojos, risa en su boca.No peina con aliño su cabellera de hebrecillas doradas y revoltosas y que al correr los años, por toda gala, se enlazará en doa trenzas fuertes y toscas; no pule con adornos su gallardía ni pide á los colores siervas lisonjas; cual la escultura clásica, tiene en la línea

Reclusos en un patio de la Cárcel■:? i i

todas las majestades que hay en la forma.Madre Naturaleza, tú la creastepara vivir contigo tu vida sobriaen el gran escenario de las montañas,con la amplitud de aliento qué hincha las olas,bajo la dura sombra de los nogales,sobre un suelo en que, al hierro, ciñe la roca.La creaste robusta para el trabajo,para el amor sumisa y ensoñadora,serena en la alegría, firme en el dueloy siempre al sacrificio y al deber pronta.De las antiguas razas fuertes y libres guarda en su limpia sangre la ejecutoria, y ve pasar la vida con ese altivo desdén de lo perenne por lo que flota.Y cuaedo las arrugas pliegan sus sienes, en las noches de invierno tristes y lóbregas, ella misma hila el lienzo que ha de cubrirle para el sueño sin sueños que no se agota.La nieve en denso manto cae á la tierra; los senderos destruye, las lindes borra... Madre Naturaleza, tú también hilas los copos de ese lienzo que te aprisiona, también amaste mucho, también sentiste la fatiga del fuerte, también reposas.

José pE Roure.

El cambio de los sueños

Uno de los sueños venía, en la noche, de muy lejos; el otro, también en la noche, venía de más lejos aún.

¡Sueños! Sí, solamente que estaban próximos á ser soñados. Es decir, no tenían todavía el cuerpo impalpable que iban á tomar en el sueño de los humanos, á los cuales estaban destina­dos por la misteriosa voluntad desde la tierra consoladora de los buenos que son desdichados, y castigadora también de los felices que son perversos: los bellos sueños son el goce antici­pado del Paraíso; las pesadillas son el aprendizaje del infierno.

Uno de los sueños era todo rosa, con alas de silfo.¡Ah! ¡El otro era negro, con alas de cuervo!Se encontraron y se contemplaron. ..El sueño rosa dijo:— ¡Cómo eres de sombrío! ¡Cómo eres de terrible! ¿A qué

alma adormecida vas á llevar el espanto y el desastre?El sueño negro respondió:—Voy á llevar el desastre y el espanto al sueño de un viejo

atroz, cargado de crímenes, á fin de que expíe durmiendo sus delitos y se despierte con los cabellos erizados. Pero tú, ¡cómo eres de claro! ¡Cómo eres de encantador! ¿A qué alma adorme­cida vas á llevar el encanto y la buena ventura?

— Voy á llevar la buena ventura y el encanto al sueño de una niña que no pensó en todo el día más que en el galán que duran­te una fiesta contemplaba el musgo de oro de su nuca, á fin de que él, al dormir, sonría y despierte con maravillosos ojos de aurora.

Aun siendo completamente negro, puede tenerse piedad.—¿Sueño rosa?

' —¿Sueño negro?—¿Quieres que cambiemos de oficio?

'

Reclusos en un patio de la Cárcel

Page 3: E L N E R V I O Nliburutegibiltegi.bizkaia.eus/bitstream/id/76854/b11265772_1907_10_20.pdf · E L N E R V I O N EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA ntii** AÑO I. BILBAO 20 DE OCTUBRE 1907

EL N E R V J O M

Vista pardal de la enfermería

—¿Qué quieres decir?—Hace muchas noches, desde que lo acoso, está triste el vie­

jo atroz cargado de crímenes. Ve, tú que consuelas, á su sueño, en tanto que yo iré al de la niña sin pecado.

—¡Pero la pobre sufrirá injustamente!— ¡Pero el miserable sufrirá un poco menos!—¿Y qué pensará la eterna justicia, á la cual servimos?—La eterna justicia es la bondad, y sin duda aprobará que en

cambio de un instante de gozo para el desesperado, tenga un poco de inquietud, una vez siquiera, la dichosa.

El cambio filé convenido. Los sueños cambiaron de camino. ¡Cuántas maravillas vió aquella noche*el alma adormecida del viejo atrozl Le parecía que marchaba con pies desnudos de niño por una pradera de flores y de rocío. ¡Cuán tristes espectáculos presenció la pura niña aquella noche! Parecíale que al marchar calzada de sandalias enrojecidas por hogueras infernales, sobre puntas de puñales, veía las contorsiones de un pueblo infinito de precitos.

¡Pero el viejo despertó con los cabellos erizados! Y se acorda­ba del sueño hermoso como si hubiera sido una horrible pesa­dilla.

La niña desperíó con ojos maravillosos de aurora. Y se acor­daba de la pesadilla como de un delicioso ensueño.

¿Por qué se es como se es? Ni las realidades ni las quimeras pueden cambiar nada. Las almas son urnas en que todo se transforma en lo que ellas son. La tinta se haría blanca en un vaso de alabastro. La miel se liaría amarga en una copa de cicu­ta. Si Dios pudiese equivocarse, y al equivocarse eligiese á un criminal y condenase á un inocente, el criminal sentiría los esco­zores del infierno en el Paraíso y el inoceute tendría el cielo en el infierno.

Catülle Mendes.

En honor del bello sexoPENSAMIENTOS Y SENTENCIAS

La mujer es un sér que ha descendido momentáneamente so­bre la tierra para cumplir una misión celeste y volver ensegui­da al Cielo.

Droz.** *Nosotros que pregonamos á cada instante la seriedad y la

fuerza de nuestro sexo, somos mucho más volubles y más débi­les que las mujeres, y nos dejamos caer con más facilidad que ellas en la inconstancia y en el hastío.

S h a k e s p e a r e .

Ningún marido tendría á su mujer por honrada si la conside­rase capaz de pensar como él piensa y obra.

R. Robert.

La mujer es una segunda alma de nuestro sér, que, bajo for­ma diferente, corresponde á todos nuestros pensamientos que despierta, á todos nuestros deseos que enciende, y á todas nuestras debilidades que llora.

Conde de Segur.

El Cielo, para indemnizar á la mujer de las injusticias de los hombres, la concedió la facultad de amar mucho mejor que ellos.

Mad. Krupner.

• Todas las virtudes que tienen las mujeres son suyas propias, mientras que sus vicios son nuestros, porque somos nosotros los que se los enseñamos.

Molé.

OBRA bE ACTUALIbAb

Acaba de publicarse la intitulada El Evangelio de! S. Cora­zón de Jesús , ingeniosa producción del Padre Juan Baudou, misionero diocesano de Bourges, y vertida al español por el ilustrado Presbítero Doctor don Nicasio Bande.

Después de haber saboreado los hermosos conceptos de la obra—originalísima hasta en los epígrafes de sus capítulos- no hay más que decir sino que colma las medidas del deseo, y satisface toda la idea el brillante prólogo del traductor.

Es libro recomendadísimo para los señores sacerdotes, orado­res y ascéticos, que quieran hacerse de un maravilloso arsenal de temas y doctrina aplicables á todas las circunstancias de sus mi­nisterios.

Sólo se halla de venta, y á un precio insignificante, en las li­brerías de Landáburu, calle de la Cruz (de muestra en el esca­parate) y en la de Eléspuru y San José.

Capilla oratorio del Pabellón de mujeres en la Cárcel de Bilbao (Fotografía de Mariano Bengoechea) (Fotograbado Estévez y C.a)

PARA LLEGAR AL ÉXITO(CONSEJOS PROVECHOSOS)

Mr. Williams Henrry Smith, uno de los editores más pode­rosos del Reino Unido, y que tuvo que trabajar desde muy joven en el negocio de su padre y conservó la costumbre de presentar­se á las seis de la mañana en su despacho hasta que fué elegido presidente de la Sala de los Comunes, y más tarde ministro de la Guerra, expresa así su opinión:

«Acostúmbrate ó encauzar la actividad mental hacia un fin preferido. Ten el valor de cambiar de opinión en cuanto te hayan convencido de que has padecido una equivocación. Obra honra­damente y no te resistas á reconocer los derechos de tus contra­rios. Muéstrate cortés con todo el mundo y benévolo y justo para con tus subordinados. Trabaja con intrepidez en tu negocio y considéralo como un bien que habrás de traspasar sólido y flo­reciente á tus sucesores».

William Whiteley, quien siendo joven estableció en Londres un comercio de paños y al cabo de treinta años de actividad ha­bía adquirido una fortuna de un millón de libras esterlinas, da los siguientes consejos:

«Aumenta tu capital solo mediante operaciones concienzu­das, que para tu negocio sean todas tus aspiraciones. Procede con la mayor escrupulosidad en las ventas y vende solamente lo que puede mantenerte la confianza de tu clientela. Paga al con­tado.»

San Prudencio, Patrón de AlavaObra del escultor alavés señor Viana, regalada al pueblo de Armentla

por el caballero don F. de A';ala.(Fotograbado de Delclauxé Hijo.)

BENLLIURE Y LOS SITIOS

Benlliure, el eminente escultor que aceptó el compromiso de modelar y construir el manumento que debe eri­girse en la capital aragonesa para per­petuar la memoria de las heroínas de los Sitios, dando pruebas de su grande actividad y haciendo demostración de su talento artístico, ha remitido ya á la Junta del Centenario un modelo en yeso de su proyectada obra escultó­rica.

Las primicias, en boceto, de su la­bor, acreditan de maravillosa la con­cepción que genialmente ha transpor­tado al yeso, y en la que ha puesto toda entera su admirable alma de artis­

ta eminente, y sin regateos el cariño que siente por las grande­zas de la tierra aragonesa.

Desde Zaragoza dicen que ha sido ya expuesto el boceto en el salón de fiestas del Gírenlo Mercantil é Industrial, para que lo admire el público.

LAS rAN O S PÁLIbAS

No muy lejos de donde yo vivo hay un convento de monjas. No sé á q té orden pertenecen, ni sé á qué clase de vida regla­mentan las suyas de prisioneras voluntarias. Sólo sé que tienen un órgano de muy doliente plañir y sé que todas las noches sale del convento el eco de muchas voces que cantan.

Como hace ya dos, tres años que oigo el doliente plañir del órgano y el canto de las voces, conózcolas muy bien y noto en seguida la falta de una de ellas, al igual que un músico echa de menos la nota que debiendo de ser emitida no lo fué.

Digo esto, porque hace ya varias noches que noto la falta de una de esas voces que sobresalía del conjunto por su blandura de tono, por su clara sonoridad y por la intensidad de su melo­día.

Era la voz que rompía primero á cantar. Era la que entonaba el primer salmo y á la que, más luego, se unían las otras voces para continuar el canto. Era un canto lleno de unción religiosa y ardiente, como aquellos primtivos cantos que entonaran los mártires de la leyenda. Y el órgano plañidero quejábase á com­pás de estas voces turbadoras de la paz mansa y solemne del claustro.

Esta noche, apenas el reloj marca la hora, abro la ventana y espero.

El órgano preludia los primeros compases. Una voz rompe á cantar el primero de los salmos. Y no es aquella voz dulce y melancólica que escuché una noche y otra noche, tantas, como noches tienen tres años consecutivos, la que ahora se deja oir.

Esta será más dulce, más blanda, más sonora, pero no es aquella. ¿Qué será de aquella, por qué no canta aquella que es­cuché tres años en esta misma hora de la media noche?

En mi memoria hay un recnerdo. Data de más de veinte años. En mi pueblo hay un convento de mojas. Frente á este convento hay una plaza solitaria y antigua, con bancos de piedra y ap re ­ses altos y pensativos -que la sombrean. Yo atravesé muchas veces esta plaza en compañía de mi madre, de paso para el con­vento. Mi madre iba á este convento dos veces al mes; y me llevaba siempre. Yo vi que mi madre hablaba por el locutorio con una monja. Hablaban muy quedo de cosas que yo no entendía. Luego que terminaba de hablar yo veía como unas manos muy pálidas salían por el enrejillado del locutorio y estrechaban las de mi madre con cariño. Después nos íbamos sin decir palabra, muy lentamente.

Pero un día mi madre habló por el locutorio no sé con quien, y al marcharnos, las manos pálidas que estrecharon las de mi madre con cariño no salieron, y mi madre salió del convento un poco triste.

Y tornamos nuevamente y nos fuimos sin que las manos páli­das estrecharan las de mi madre...

Una tarde, mi madre llegó al locutorio y rompió á llorar. Luego arrodillóse frente á un Cristo demacrado y sangriento y rezó. Y nos fuimos...

Y después de tantos años todavía no sé por qué lloró mi ma­dre. ni por qué no salieron más por el locutorio aquellas manos pálidas de monja, que yo vi tantas veces.

M. Lozano Casado

MESA REVUELTA

SeguidillasDicen que el hombre es débil;

y en contra de esto, los hombres hablan mucho

del débil sexo.Regenerarse

no es posible, con tantas debilidades.

***Mujer linda y ditereta

parece el cielo; celosa, sin encantos;

es el infierno.Con buen palmito,

si es tonta de remate, resulta el limbo.,

S antiago Cirassa.

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Page 4: E L N E R V I O Nliburutegibiltegi.bizkaia.eus/bitstream/id/76854/b11265772_1907_10_20.pdf · E L N E R V I O N EDICIÓN ESPECIAL ILUSTRADA ntii** AÑO I. BILBAO 20 DE OCTUBRE 1907

E L N E R V I O N

Flores campestresQue tenga honores, riquezas,

gloria... ¡hasta felicidad! poco importa... ¡El ser humano siempre desea algo más!

Trataría á las mujeres de ingratas, viles y necias; pero me impide el hacerlo el que mi madre es muy buena.

Retratadas en las ondas, las ilusiones están:¡nace una, se desvanece, y vida á otra nueva da!

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—¿Con que has ganado tu pleito?—Ya lo creo.—¿Fácilmente?—Mucho. Como el presidente cfel Tribunal es un hombre hon­

radísimo, la víspera de la sentencia le envié una carta con un billete de 1.000 pesetas.

—¡Hombre! Ese modo tan brutal de hacer las cosas me parece más á propósitó para perder.

—Tienes razón; pero la carta la firmé con el nombre de mi contricante.

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Francia.Pocas estaciones después de pasada la frontera, y en una de

ellas en que bajaron á almorzar, se le perdió á uno de ellos un magnífico solitario.

Cuando se dió cuenta de ello ya habían salido de aquella es­tación, pero en la próxima mandaron de poner ue telegrama pre­guntando por el anillo y diciendo que les contestaran al camino.

Pasaron varias estaciones, y al llegar á una vieron á un por­tero que gritaba indicando la salida:

—¡Par ici la sorti!... (Por aquí es la salida).Y entonces uno de los viajeros dijo, fijándose en aquél y aten­

diendo lo que decía:—Oye, que ya ha parecido la sortija...

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