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27/10/13 Clase 1: Economía y cultura: problemas y debates contemporáneos - Rubens Bayardo virtual.flacso.org.ar/mod/book/tool/print/index.php?id=8226 1/22 Clase 1: Economía y cultura: problemas y debates contemporáneos - Rubens Bayardo 1 Sitio: Flacso Virtual Curso: Gestión Cultural y Comunicación - 2013 Clase: Clase 1: Economía y cultura: problemas y debates contemporáneos - Rubens Bayardo Impreso por: Vilela Do Carmo Cleide Mara Día: domingo, 27 de octubre de 2013, 17:31

Economía y cultura_ problemas y debates contemporáneos - Rubens Bayardo

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Clase 1: Economía ycultura: problemas y

debates contemporáneos -Rubens Bayardo

1

Sitio: Flacso Virtual

Curso: Gestión Cultural y Comunicación - 2013

Clase: Clase 1: Economía y cultura: problemas y debates contemporáneos - Rubens Bayardo

Impreso por: Vilela Do Carmo Cleide Mara

Día: domingo, 27 de octubre de 2013, 17:31

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Tabla de contenidos

I. Introducción

II. La economía, la cultura y el desarrollo en el contexto contemporáneo

III. Relaciones entre la economía y la cultura

IV. La "economía de la cultura" y la "economía cultural"

V. Cultura, economía creativa y desarrollo

Bibliografía

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I. Introducción

Rubens Bayardo

De la mano de su protagonismo en procesos económicos crecientemente imbricados con significados

y valores simbólicos, la cultura ha adquirido una centralidad desconocida en otros tiempos. Latradicional oposición entre economía y cultura ha sido puesta en tela de juicio, e inclusive la cultura

ha pasado a ser considerada como el motor del desarrollo y la base de una nueva economía creativaen ciudades y regiones. La contribución de la cultura a la generación de riqueza y empleo ha

reorientado positivamente las prácticas de gobiernos, empresas, comunidades e individuos. A la vezha dado lugar a instrumentalizaciones de la cultura y a un horizonte utópico sobre las potencialidades

del sector que deben analizarse reflexivamente. En tal sentido abordaremos en principio laproblemática general de la economía, la cultura y el desarrollo en el contexto contemporáneo, para

luego centrarnos más puntualmente en las relaciones entre la economía y la cultura. Seguidamentereferiremos a nuevos encuadres disciplinarios que se están ocupando de estas cuestiones, la"economía de la cultura" y la "economía cultural", para finalmente concluir con algunas reflexiones

sobre la cultura con relación a la economía creativa y el desarrollo.

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II. La economía, la cultura y el desarrollo enel contexto contemporáneo

La economía y la cultura refieren a dominios que muchas veces han sido conceptualizados en

términos opuestos e inclusive incompatibles. La economía se ha visto en tanto actividad material,tangible y mensurable, pero la cultura lo ha sido como actividad espiritual, intangible e imponderable.

Mientras la economía se ha pensado en relación al trabajo productivo como una esfera orientada por

el interés y la necesidad, la cultura se ha considerado vinculada a labores ociosas e improductivas

como espacio de lo desinteresado y libre (Du Gay, 1997). Desde otras perspectivas más recientes,la economía ha sido presentada como motor del desarrollo e inversamente la cultura (hasta hace

poco tiempo) ha sido atacada por vérsela como un freno para el desarrollo (Leander, 1994).

En las nociones mencionadas la economía es usualmente ponderada como el factor primero y

determinante, mientras que la cultura aparece como mucho en un lugar secundario y condicionado

por el anterior. Sin embargo, hay algunas situaciones que echan luz y nos permiten ver otros aspectos

menos tematizados, pero no por ello menos significativos. Pensamos, por ejemplo, cuandoexpresiones intelectuales o artísticas son censuradas o prohibidas por partidos o gobiernos

autoritarios que las incluyen como parte de una cultura “enemiga”, o cuando las tradiciones culturales

arraigadas en un pueblo son combatidas por programas de desarrollo que las repelen en tanto

“obstáculo” para la modernización. En ambos casos resulta evidente que el lugar de la cultura esmás constitutivo de lo que suele predicarse, y esto es precisamente lo que en las teorizaciones más

recientes ha venido a quedar claro (Hall, 1993).

Los procesos de globalización emergentes hacia 1970, analizados en términos de “culturalcapitalismo” (Yúdice, 2002) y “capitalismo cognitivo” (Rodríguez y Sánchez, 2004), han puesto el

lugar de la cultura, y la problemática de las relaciones entre la economía y la cultura, en una

perspectiva que quiebra radicalmente con las visiones anteriores. Las Nuevas Tecnologías de laInformación y la Comunicación, los Nuevos Materiales y el desarrollo de nuevas áreas del saber

científico técnico, trastrocaron la economía. Esta se entiende hoy no sólo por el capital, la tierra y el

trabajo, sino por la importancia de otros factores productivos como la creatividad, la organización, la

información, el conocimiento, la comunicación, la conectividad. Si bien todos ellos remiten más a losaspectos ‘blandos’ de la cultura que a los componentes ‘duros’ de la economía, juegan un papel

central en la economía de nuestros días. No casualmente se han acuñado nuevos términos para

referirse a ella, tales como “nueva economía”, “economía de la información” o “economía creativa”

(Venturelli, 2003), que amén de los aspectos conceptuales aluden también a casos empíricos. Cabedestacar aquí las inversiones y las rentas crecientes en el sector audiovisual, en la industria del

entretenimiento, en el sector del turismo, el ocio y el patrimonio cultural.

Son esas constataciones las que conducen a replantear el problema, haciendo ver que la cultura

conforma un sector económico con una dinámica propia, que no sólo no se encuentra aislado, sino

que interactúa positivamente con otros sectores productivos. Esta actividad, amén de favorecer el

solaz, la imaginación, la diversión y la formación, agrega valor y es generadora de riquezas, que setraducen en el Producto Bruto Interno y en el intercambio comercial. El sector da empleo directo e

indirecto a numerosas personas, que encuentran en él una fuente primaria o secundaria de ingresos, y

aporta dinero al fisco por la vía de los impuestos. Las exportaciones y las importaciones de bienes y

servicios culturales promueven ideas e imágenes acerca de los otros y de nosotros mismos, a la vezque inciden para hacer las balanzas de pagos favorables o desfavorables.

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En este contexto los deshilvanados estudios precursores de la hoy llamada “economía de la cultura”comienzan a tener otro interés y pasan a conformar una subdisciplina o una rama de las ciencias

económicas. Del carácter reciente de esta síntesis, da cuenta un campo temáticamente vasto y en

expansión, tutoreado por la economía tradicional, aunque no siempre confiado de sus paradigmas

fundantes. En tal sentido, tópicos usuales de la microeconomía marginalista como el enfoque desde elpunto de vista del individuo, el análisis costo-beneficio, la utilidad marginal, el principio de

maximización, los análisis de impacto, las externalidades y los efectos multiplicadores, con frecuencia

van de la mano de fuertes cuestionamientos acerca de su aplicabilidad en el sector cultural. Ello tiene

que ver no solamente con las peculiaridades de la cultura, sino también con los debates acerca desus relaciones con el desarrollo, los que iluminan con otras luces a este terreno.

La cultura, que en el sentido común y humanista continúa siendo identificada con las más excelsasmanifestaciones del arte y el intelecto, en espacios académicos y de gobierno progresivamente ha

pasado a ser conceptualizada en términos más amplios. Ello en parte tiene que ver con la

incorporación de una perspectiva antropológica que la concibe como la totalidad de un modo de

vida, incluyendo no sólo obras, creencias y valores, sino también los elementos de la vida cotidiana ylas maneras por las cuales los seres humanos mantenemos unidas nuestras existencias, en contraste

con las de otros grupos con los que nos diferenciamos. Esto es parte del bagaje teórico con el que

las organizaciones internacionales abordan los problemas concretos de política pública y de iniciativa

privada en el sector.

Así, ya en 1982, la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, que tuvo lugar en México

patrocinada por la UNESCO, declaró que “La Cultura comprende el conjunto de los rasgos

distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo

social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentalesdel ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (en Arfwedson, 1994:7). Se

comprende que desde esta perspectiva no resulte plausible la universalización marginalista del

principio de maximización que hace del ser humano un homo economicus siempre a la búsqueda delmayor beneficio posible, en lo material, en los afectos, en el prestigio, etc. descartando la variabilidad

y la particularidad de los comportamientos efectivamente existentes.

En esa misma Conferencia, contra las construcciones teóricas previamente en boga, el desarrollo fuedefinido como “un proceso complejo, global y multidimensional que trasciende el simple crecimiento

económico para incorporar todas las dimensiones de la vida y todas las energías de la comunidad,

cuyos miembros están llamados a contribuir y a esperar compartir los beneficios” (en Arfwedson,

1994:7). Aquí nos encontramos con un enfoque que otorga preeminencia a las instancias colectivaspor sobre las individuales, otorgando relevancia fundamental a la dimensión comunitaria. Esta visión

del desarrollo torna problemática la adopción del análisis metodológicamente individualista propio de

la microeconomía. A la vez involucra cuestionamientos a la macroeconomía, en tanto y en cuanto

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esta no contemple qué correspondencias guardan las tendencias marcadas por los grandes números

con la calidad de vida de las distintas sociedades.

Es así entonces que el análisis económico de la cultura dista de ser una mera aplicación de lascategorías económicas hegemónicas preexistentes al sector cultural. Aunque en ocasiones se trate no

más que de ello, debemos considerar como un primer paso hacia un enfoque más comprensivo. Su

verdadera importancia reside en el replanteamiento de los conceptos económicos, imprescindiblepara el adecuado abordaje de las especificidades del ancho mundo de la cultura. En él coexisten y se

interrelacionan actividades individuales de tipo artesanal con actividades colectivas que involucran

tecnologías complejas, prácticas basadas en relaciones informales maleables y otras que involucran

relaciones contractuales, alta formalización y división del trabajo, expresiones que rompen con lo

conocido y manifestaciones abocadas a la preservación del pasado, actividades que sólo interesan a

unos pocos entendidos y otras que atraen a multitudes. La poesía y la edición musical, las artesaníasy el cine, el cyberpunk y el patrimonio museístico, el arte web y la televisión, junto a muchas otras

prácticas conforman una diversidad creativa en continuo cambio y que exige de nuevas herramientas

de análisis.

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III. Relaciones entre la economía y la cultura

Existen numerosas lecturas y diversas apropiaciones de la noción de cultura, y el problema es qué se

incluye y qué se excluye de la misma. Podemos entender a la cultura desde un punto de vista

humanista tradicional, ligado al uso más corriente y de sentido común del término. Nos referimos a

ese sentido que se encuentra en las secciones y los suplementos dominicales de los diarios, y

demasiado frecuentemente en la práctica de las instituciones del sector, donde la cultura refiere en

forma casi exclusiva a las artes y al patrimonio. Pero también podemos concebir un dominio másamplio y atento a realidades cotidianas más ostensibles, en cuyo caso la cultura involucra no sólo a

las artes y al patrimonio, sino también a las industrias culturales y de la comunicación, sin las que en

modo alguno es posible comprender la dinámica de las sociedades del presente y nuestras vidas en

ellas (Cardona y Rouet, 1987). Podríamos todavía concebir una esfera aún más amplia,

progresivamente antropológica, con la que, como dijimos, hoy día trabajan las organizaciones

internacionales. La cultura refiere a las artes, al patrimonio, a las industrias culturales y al desarrollo

cultural en su diversidad creativa, involucrando la conformación de identidades, la afirmación de

tradiciones, la producción de innovaciones y el desenvolvimiento de la creatividad al servicio de undesarrollo humano simultáneamente económico y cultural (UNESCO 1996). La mirada sobre la

cultura así conceptualizada se ha vuelto central hoy, al punto que puede considerársela casi como

una moda en algunos ambientes, aunque en otros siga siendo ignorada o subestimada como elemento

decorativo. Es por ello que el problema de las relaciones entre la economía y la cultura reviste un

renovado interés.

En su contribución al Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, que funcionó entre1993 y 1995 presidida por Javier Pérez de Cuellar, el antropólogo norteamericano Marshall Sahlins

sostuvo: “Cuando no se distingue entre ‘cultura’ en el sentido humanista del término y ‘cultura’ en su

acepción antropológica, es decir el conjunto de rasgos distintivos que caracterizan el modo de vida

de un pueblo o de una sociedad, se origina gran confusión tanto en el discurso académico como en el

político. Desde el punto de vista antropológico, la expresión ‘relación entre cultura y economía’

carece de sentido, puesto que la economía forma parte de la cultura de un pueblo… En efecto, la

ambigüedad de una expresión semejante constituye el principal escollo ideológico para la Comisión:

¿es la cultura un aspecto o un instrumento del desarrollo, entendido en el sentido del progresomaterial; o el objetivo y finalidad del desarrollo, entendido en el sentido de realización de la vida

humana bajo sus múltiples formas y en su totalidad?” (UNESCO 1996:13). Esta extensa cita resulta

clave para comprender cuestiones fundamentales de esta relación entre economía y cultura que nos

proponemos abordar, así como de las relaciones entre cultura y desarrollo.

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En las sociedades occidentales modernas la existencia de una esfera económica donde pueden

identificarse una serie de instituciones y de actividades económicas (empresas, bancos, financieras,

pagos, transferencias, clearing, etc.) junto a la noción de que este ámbito es determinante sobre las

otras esferas de la vida, han hecho de la economía un dominio fetichizado e incuestionable. Así la

explicación final de diversos fenómenos termina subordinada al poder imperativo de ‘la economía’, ymás particularmente de una economía planteada en singular, como la única real y posible donde

todos los individuos se comportarían como empresarios en busca de mayores beneficios. Este

dispositivo ideológico dificulta la tematización de la pluralidad de las distintas ‘economías’, del influjo

de otros dominios no económicos, y de las diversas racionalidades que operan en las situaciones

concretas. Sin negar la importancia de las causas económicas, no cabe duda que aún en nuestras

sociedades muy mercantilizadas existen motivaciones basadas en la política, la religión, el parentesco,

etc. Y que a la hora de tomar decisiones, podemos hacerlo impulsados por el beneficio material,pero también por el deber, la solidaridad, el placer, el ‘amor al arte’, etc.

La antropología económica* ha expuesto numerosos casos etnográficos en los que resulta claro el

error de proyectar las categorías occidentales dominantes a otras realidades, y las falacias que se

producen al querer clasificar unívocamente los fenómenos propios o ajenos en tales casilleros. En el

análisis de otras culturas nos encontramos con que no necesariamente existe un ámbito separado y

distinguible que podamos llamar ‘economía’, actividades a las que entender como ‘trabajo’, objetosque identificar como ‘moneda’, o tasas de cambio que podamos relacionar con nuestros ‘precios’,

pues no se trata de conceptos universales. Y en nuestra propia cultura constatamos que mientras

afirmamos vivir en “economías de mercado”, simultáneamente realizamos numerosas actividades y

transacciones que trascienden las relaciones del mercado para inscribirse en la “economía del don”,

como son criar a los hijos, hacer regalos y favores, ayudar a quienes nos ayudan, o colaborar

voluntariamente en instituciones.

En la actualidad, el trabajo en negro, la venta ambulante, los cultivos prohibidos, la piratería, sonprocesos económicos que antes que pertenecer a un borrado pasado pre-mercantil, se entremezclan

en grandes volúmenes con la economía registrada y crecen exponencialmente. Su existencia se apoya

en “economías domésticas” con fuerte presencia de la lógica del ‘don’ o del regalo, en actividades

que se mezclan con el cuidado de la familia, muchas veces ligadas a hogares que son también

talleres, en relaciones informales donde junto a la compra venta por dinero existe el trueque de

bienes, el intercambio de favores, la entrega desinteresada, etc. El fenómeno no es explicable sin

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hacer intervenir otras cuestiones usualmente poco atendidas, como la familia, el parentesco, la

reciprocidad y el clientelismo. Desde una perspectiva formal las actividades mencionadas se

localizarían en el terreno de lo ilegal, pero desde una mirada biográfica o histórica se trataría

simplemente de continuar haciendo lo que se hizo desde siempre, legitimado por una tradición

cultural. Si bien el pensamiento contemporáneo ha roto con el evolucionismo y con la explicación delas diferencias como las distintas etapas de una misma cultura común, avanzando a considerar las

peculiaridades de las culturas en su diversidad y en su variedad, este paso no ha sido dado en lo

económico. Esto es lo que nos lleva a plantear que ‘la economía’ en singular, es un fetiche que oculta

la existencia de realidades muy distintas, con estructuraciones y lógicas muy variadas, no reductibles

a un esquema simple, por lo que se trata de pensar ‘las economías’ desde la pluralidad y la

complejidad, como se hace con la cultura.

El problema es que la noción hegemónica y corriente de economía (particularmente en el contexto de

globalización neoliberal), no reconoce las múltiples vertientes explicativas y universaliza un único

significado, que se reduce a ‘economizar’. En consistencia con la tradición neoclásica subjetivista y el

análisis marginalista, la economía es definida como un aspecto del comportamiento individual

consistente en la asignación de recursos escasos a fines múltiples y jerarquizables, siguiendo el

principio de maximizar la satisfacción de necesidades, deseos y beneficios. Aunque esto identifique y

no le suene mal al consumidor a la hora de hacer sus compras, como teoría resulta conceptualmentemuy pobre y falaz. Se parte de axiomas muy cuestionables como el postulado de la escasez, el

principio de maximización, la universalización del homo economicus, de la psicología individual y de

la lógica del empresario. Y se reduce lo económico al intercambio, dejando de lado cuestiones

fundamentales como son la producción, la distribución y el consumo. Se aísla ‘la economía’

omitiendo los contextos y los factores históricos, políticos, sociales y culturales.

Esas instancias son precisamente las que interesan a perspectivas más afines a la economía política

clásica, que entienden lo económico como los procesos de producción, circulación y consumo de

bienes y de servicios, destinados a la satisfacción de necesidades definidas socioculturalmente y

orientadas a la reproducción de la vida. Aquí entra en juego la totalidad del fenómeno, así como su

contextualización en términos culturales, históricos y políticos, no estableciéndose de antemano ‘la

economía’ que deberíamos encontrar en toda sociedad, sino el marco conceptual a partir del cualconocer con estudios empíricos sus estructuraciones específicas. Esta mirada tiene el mérito de no

partir de postulados naturalistas y ahistóricos, de conceptualizar los fenómenos económicos no como

individuales y psicológicos, sino como sociales y culturales, de abrirse a las contradictorias

racionalidades operantes en los sistemas, las instituciones y los individuos, de no pretender ajustar las

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realidades a las teorías, y de entenderlas en su pluralidad.

En tal sentido puede decirse que economía y cultura resultan fenómenos indisociables, aunque

heurísticamente resulte fecundo considerarlas como instancias analíticas separadas. “Los procesos y

las prácticas ‘económicos’ –en toda su pluralidad, sea que nos refiramos a técnicas de management

para reorganizar el comportamiento en los negocios, a estrategias contemporáneas para publicitar

bienes y servicios o a interacciones cotidianas entre los empleados de un servicio y sus clientes–dependen del significado para tener efecto y tienen ‘condiciones de existencia’ culturales particulares

(…) para manejar algo llamado ‘economía’ primero es necesario conceptualizar o representar un

conjunto de procesos y relaciones como una ‘economía’ susceptible de gerenciamiento. (…) lo

económico puede ser visto como un fenómeno cultural porque trabaja a través del lenguaje y de la

representación” (Du Gay, 1997:4 n/traducción).

Para ser consecuentes con este planteo es necesario romper con la asunción muy frecuente de que adiferencia de otras ‘culturas’, nuestras sociedades son parte (con diversos grados de plenitud) del

sistema ‘económico’ capitalista. Así mientras que a ‘los otros’ se los comprende por la cultura, a

‘nosotros’ se nos explicaría por la economía. Como ya podía inferirse de la indagación weberiana

sobre la ética protestante como espíritu del capitalismo, el capitalismo es también un sistema cultural.

Este no puede entenderse sin la medición estricta del tiempo (el reloj, el calendario), ni sin una noción

del valor económico del tiempo (“el tiempo es oro”, “no pierda tiempo”) incorporados, naturalizados

y universalizados, reemplazando a los ritmos locales de la naturaleza (la salida del sol, el canto del

gallo, el paso de las estaciones) y al simple devenir ajeno al incremento de la tasa de ganancia. Conesto no queremos postular una armonía estricta entre economía y cultura, sino relaciones que

implican correspondencias parciales, disonancias, contradicciones y conflictos, en los que ambos

dominios se constituyen mutuamente.

Aceptada la vinculación indisociable entre economía y cultura se hace necesario disipar los prejuicios

frecuentes, y a los que ya aludimos más arriba, respecto de las contradicciones entre ambas. Los

actores sociales recrean en sus propios términos y según sus circunstancias, las oposiciones que hansido teorizadas al respecto. Es usual que los músicos de rock sean criticados por colegas y

seguidores cuando dejan de grabar caseramente, o con sellos independientes, para pasar a hacerlo

con grandes editoras discográficas. El pasaje de una esfera no profesionalizada a una profesional

directamente ligada a la economía mercantil, suele descalificarse como una ‘transa’, donde se supone

que el producto artístico se empobrecerá. El hecho mismo de cobrar es muchas veces visto como

contrario a la cultura, como si el dinero por sí mismo degradara la creación y la calidad del bien o del

servicio ofrecido.

En esa misma sintonía está la contracara de empresarios y gobiernos que no consideran trabajo a la

labor cultural, y que ofrecen bajas o nulas remuneraciones a creadores e intérpretes, considerando

que estos solo podrían verse motivados por el ‘amor al arte’, son ‘artistas’ y no ‘trabajadores’ como

el personal administrativo, de maestranza o de boletería de museos y teatros. Mientras que no

imaginan la posibilidad de no pagar por la labor del diseñador gráfico o del publicista, suponen que el

trabajo del artista plástico o del comediante puede ser no oneroso, gratis. A decir verdad, el tópico

romántico del ‘genio’ y de la ‘bohemia’ de los ‘artistas’, las representaciones de la libertad y de la noinclusión de lo económico en lo cultural, terminan legitimando que este ámbito resulte mal pagado, e

inclusive aparezca como espacio de lo gratuito. Paradójicamente no se cuestionan y más bien se

admiran las cuantiosas sumas que perciben las grandes estrellas de la música, el cine y la televisión, o

los intelectuales y artistas bien cotizados, que también integran el mundo de la cultura. Y se oscurece

la existencia de las producciones academicistas, las pautadas por el mercado, o las decididamente

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comerciales, que aunque criticadas por ello, no dejan de ser parte de la cultura y suelen ser las más

visibles y concurridas.

En realidad hace falta insistir en algunos puntos que, aunque obvios, suelen pasar desapercibidos

debido a esos prejuicios no cuestionados. En principio cualquier producción cultural moviliza

factores económicos y tiene condiciones económicas. El más pobre de los poetas necesita de un

papel y un lápiz (recursos materiales), de una disposición literaria (recursos inherentes) y de las

condiciones elementales de subsistencia para continuar escribiendo. Esto se vuelve más relevante

cuando aumenta la complejidad de la producción cultural. La aparentemente simple exposición en unmuseo de una colección arqueológica requiere de una labor previa de investigación, de elaboración

de un guión y de un diseño museológico, del trabajo de conservadores y restauradores, del montaje

de espacios de exhibición y señalizaciones, de dispositivos de regulación de temperatura y humedad,

más una larga lista de etcéteras. En términos más generales, de la mano de la tecnificación, “los

recursos económicos para desarrollar cualquier proyecto cultural son en la actualidad mucho más

importantes que en ningún otro período histórico… El incremento no proviene tanto de los costos

directos de la inversión en producción… como, en especial, de la distribución. Esta se haprofesionalizado enormemente debido al aumento de la competencia existente en el mercado del

ocio y de la cultura, y la paulatina sustitución de los mercados locales” (Bonet, 1995:2).

Lo anterior nos lleva a otro punto aún no suficientemente asimilado, que es que la cultura produce

resultados económicos, visibles en bienes y servicios, en rentas e impuestos, en tasas y derechos,

que integran un mercado competitivo y excluyente debido a la creciente participación de pequeñas y

medianas empresas e instituciones, pero sobre todo a la conformación de gigantescas corporacionestransnacionales de la cultura, el entretenimiento, la información y la comunicación. La rentabilidad

económica no es sólo la que se produce internamente dentro del sector, ya que este comporta lamovilización de otras ramas como el transporte, la gastronomía, la hotelería, las industrias conexas a

la cultura y la comunicación, etc. En la actualidad, la menos mercantilizada de las fiestas popularesinvolucra costos y beneficios propios, a la vez que da pie a la generación de ganancias en comidas ybebidas, traslados y estancias, adquisición de artesanías y recuerdos, etc.

De hecho existe una vasta economía de la cultura, aunque con frecuencia sólo se la reconozcaparcialmente en lo que refiere al mercado de las artes plásticas y a las industrias culturales y de la

comunicación. Sus contornos son de difícil delimitación, pero como disciplina la economía de lacultura viene a asumir de lleno a la cultura en toda su amplitud y con todas sus particularidades como

un sector económico, haciendo a un lado las oposiciones antes mencionadas. Entidades claramentesituadas en el espacio de la economía, y más particularmente de las finanzas de gobierno, como elBanco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario

Internacional (FMI) ya hace tiempo que vienen sosteniendo que "la cultura cuenta", esto es, formaparte de las cuentas nacionales e internacionales (República Italiana - UNESCO 2000). Esta línea de

pensamiento sobre la cultura no la opone a la economía, difumina los límites entre ambos dominios yconcibe a la cultura como un sector económico. Es decir, la trata como un sector productivo, donde

se elaboran bienes y servicios, donde se genera valor y beneficio, donde se crea empleo y riqueza, locual ya había quedado expresado en los indicadores presentados en los Informes Mundiales sobre laCultura de 1998 y de 2000 de la UNESCO. Es también un espacio donde se llevan a cabo

intercambios que inclinan significativamente las balanzas comerciales de los países y sus capacidadesde decisión autónoma. De ahí las dificultades para lograr consensos al respecto de las transacciones

culturales en los acuerdos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que han puesto trabasal funcionamiento de la Ronda Uruguay del GATT.

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El involucramiento en la cultura de estas organizaciones internacionales se comprende a la luz de los

‘nuevos tiempos’, cuyo análisis Stuart Hall centra en el ‘post fordismo’, planteando que comporta“tanto una descripción cultural como un cambio económico. En efecto, la distinción es casi inútil. La

cultura ha dejado de ser –si alguna vez lo fue– una adenda decorativa al mundo ‘pesado’ de laproducción. La palabra ahora es tan ‘material’ como el mundo. A través del diseño y las tecnologías,

la ‘estética’ ha penetrado ya el mundo de la producción moderna. A través de la comercialización yel estilo, la ‘imagen’ provee un modo de representación y de narrativización ficcional del cuerposobre el que tanto se apoya el consumo moderno. La cultura moderna es, sin duda, material en sus

prácticas y modos de producción. Y el mundo material de las mercancías y tecnologías esprofundamente cultural” (1993:94).

Diversos autores vienen señalando el desarrollo de procesos generalizados de ‘economización dela cultura’ y de ‘culturización de la economía’. Los procesos de economización refieren a la

mayor inclusión de las actividades culturales en la reproducción ampliada del capital bajo criterios ylógicas económicas. Desde su misma autonomización en la modernidad la cultura se incorporó almercado, y la emergencia de las industrias culturales en el siglo pasado profundizó esa marketización.

Esta se vio más recientemente incrementada por la convergencia en grandes conglomeradostransnacionales de cultura, entretenimiento, información y comunicación, vinculados al mundo

financiero. Por su parte los procesos de culturización de la economía tienen que ver con la crecientebúsqueda de asociaciones de los más diversos bienes y servicios con valores culturales, mediante

imágenes, narrativas, ficciones y experiencias que favorecen la investidura de sentidos. Más allá desu valor de uso, las mercancías se diferencian y jerarquizan por valores simbólicos ligados a estilosde vida promovidos y deseados, los servicios cualifican por ofrecer experiencias con significados y

sentidos singulares. Las mismas empresas se conciben a sí mismas como entidades que portan unacultura organizacional, se fundan en identidades corporativas y reorganizan sus estructuras y su planta

de personal basándose en lo que denominan ‘reingeniería cultural’ (Du Gay, 1997)

Al convertirse la creación intelectual y artística en “el recurso de la cultura” (Yúdice, 2002) tanto enla producción, como en la comercialización y el consumo, la relativa autonomía de la cultura dejapaso a una ligazón directa con la economía en general que contribuye a reproducir, y también con la

política. Así, la cultura hoy es visualizada como una herramienta de transformación y de inclusiónsocial de los excluidos, como un instrumento expresivo y de planificación de ciudades y regiones,

como una vía de integración subnacional y supranacional. La asunción de la indisolubilidad de las

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relaciones entre economía y cultura, también plantea problemas políticos, como los señalados porSayer, para quien hay “un cambio en la dialéctica de cultura y economía, en el cual los fenómenoseconómicos están volviéndose crecientemente ‘culturizados’. Contra los teóricos de la cultura que

han sostenido que la distinción entre cultura y economía está muerta, planteo que la primera incluyevalores intrínsecos o no instrumentales mientras que la última es esencialmente una clase de acción

instrumental, y que esta distinción es de considerable importancia moral y política.… los queaparecen como casos de ‘culturización de la economía’ frecuentemente involucran una

instrumentalización de la cultura para fines económicos… (una) reducción de valores políticos ymorales a cuestiones de estilo de vida y preferencias del consumidor” (en Achugar 1999:312,

n/traducción). Se trata pues de no perder de vista esos valores constitutivos de la vida social.

Convertida en recurso la cultura resulta necesariamente instrumentalizada, lo que hace que ademásde ponderar los mencionados valores intrínsecos, resulte imposible no expedirse respecto de los

muchos usos actuales de la cultura. Esta es reclamada como constitutiva y distintiva de lo propio porparte de diversas sociedades, grupos y minorías, en confrontación con otros y en reivindicación de

reconocimientos de visibilidad dignificante, de derechos y de ciudadanía. A la vez que se presentacomo espacio de creación y producción, como ámbito de generación de empleo y autoempleo,como medio de vida, también es proclamada como medio de elevación de la autoestima, de curación

de males sociales, de reconstitución del tejido asociativo. En este contexto más acá de rechazar deplano la instrumentalización económica y política, se trata de tomar posición sobre la legitimidad y la

viabilidad de las distintas opciones e intereses que se dirimen actualmente en torno de la cultura.

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IV. La "economía de la cultura" y la"economía cultural"

No es sino hasta mediados del siglo XX que algunos economistas se ocupan puntualmente de laproblemática cultural. En 1960, John Kenneth Galbraith publicó una conferencia en la que refería a la

situación económica del artista, en 1963, Lionel Robbins analizó el rol del Estado en elfinanciamiento de las artes, museos y galerías, tema sobre el que volvió Alan Peacock en 1969. Peroson los norteamericanos William J. Baumol y William Bowen, con su libro Performing Arts, The

Economic Dilemma, publicado en 1966, quienes por primera vez realizan un análisis sistemático detoda una rama de las artes: la economía del espectáculo en vivo. Este es considerado un trabajo

fundante en lo que serían los preámbulos de la economía de la cultura como disciplina. En la décadadel 70 se producen varios fenómenos que contribuirían al afianzamiento de este campo de trabajo.

Nos referimos a la creación de la Association for Cultural Economics International en 1973, allanzamiento del Journal of Cultural Economics en 1977 y al comienzo de conferenciasinternacionales sobre economía de la cultura a partir de 1979. En las décadas del 80 y del 90 se

elaboran numerosas aportaciones incluyendo una variedad de temas y de autores, mayormenteeuropeos y norteamericanos. Las preocupaciones pasan por el consumo cultural con relación a los

gustos y a la demanda, el mercado de las obras de arte, los costos y beneficios, los precios de lasentradas y la rentabilidad en las artes performáticas, el empleo cultural, la formación y la

remuneración de los artistas, las políticas públicas y el sostén de museos y teatros, el financiamientoprivado de la cultura, las disposiciones de las audiencias a pagar por bienes y servicios, etc.

Los antecedentes acumulados en treinta años de estudios, fueron repasados por el australiano David

Throsby y publicados en un artículo de 1994, el que se ha tendido a considerar como la primerasíntesis e hito constituyente de la disciplina a nivel internacional. Esta línea de trabajo, la más

identificada como ‘economía de la cultura’ resulta muchas veces inspirada en modeloseconométricos de corte marginalista, con énfasis en la toma de decisiones individuales sobre la

asignación de recursos y tiempos, en la relación costos beneficios y en el impacto económico(Dupuis, 1991). Con todo, los trabajos reconocen las dificultades que se presentan para aplicar esemarco categorial a los fenómenos estudiados y procuran realizarle adecuaciones parciales que

amplíen la perspectiva.

En esto lleva ventaja la ‘economía cultural’, cuyo análisis multiparadigmático abreva en

perspectivas de la economía política, centrándose en las estructuras de la producción, distribución yconsumo de los bienes y servicios culturales, aunque poniendo un énfasis novedoso en la

significación, que lleva a considerar su indisolubilidad de los aspectos identitarios y de regulación (DuGay, 1997; Mackay, 1997). La economía cultural está relacionada con la teoría crítica, los estudiosculturales británicos (que ya vieron en otras clases) y con la economía de la práctica desarrollada en

Francia por Pierre Bourdieu. Parte de una concepción de la cultura más amplia, vinculada a lacomunicación y a los media, interesándose por las audiencias, el diseño, la publicidad, la moda, etc.,

y vinculando los niveles micro y macrosociales. Aun cuando cabría discutir si la ‘economía cultural’ yla ‘economía de la cultura’ refieren a una misma disciplina utilizamos indistintamente ambas

denominaciones, en el entendido de que nos encontramos ante paradigmas relativamente recientes,abiertos y susceptibles de cruces y replanteos para abordar una nueva problemática.

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En Latinoamérica los problemas, debates e investigaciones más arriba mencionados recién apenas seatisban, hace falta un buen recorrido para establecer algunas acotaciones y parámetros de discusión

comunes. Con todo no puede dejar de señalarse la preocupación por las relaciones entre economíay cultura y por la economía de la cultura, en particular vinculada con las industrias culturales, con elconsumo cultural y con la cuestión de la integración regional y el desarrollo. A esta tendencia han

estado ligados algunos gobiernos como los de México, Colombia, Chile, Brasil, Argentina, y tambiénorganismos internacionales como el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), la Organización

de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), el Convenio AndrésBello (CAB), el MERCOSUR Cultural. Con ellos se ha ido logrando superar las resistencias a

vincular economía y cultura, producidas por ligar está última fundamentalmente con cuestionesideológicas. Con todo, como señala Hugo Achugar, “la diversidad de opiniones refleja el estadio detransición en que se encuentra el debate latinoamericano respecto de la ecuación economía-cultura y,

en especial, la problemática del ‘valor y la cultura’ así como la relación entre cultura e industriasculturales” (1999:312).

Una atención especial merece el problema de la especificidad de la economía de la cultura, esto es,si la cultura exige una teoría sui generis, un marco conceptual distinto al que las ciencias económicas

utilizan en los demás dominios que abordan. Más concretamente, desde la perspectiva marginalistase argumenta que las categorías explicativas usualmente utilizadas por este abordaje requierenmodificaciones y adaptaciones para ser válidas en el análisis de la cultura. Nuestra pregunta es si esto

no sucede también en muchas otras temáticas y si no es que el marginalismo subjetivista pretendejustificar sus fallas generales, atribuyéndolas a una supuesta extrema peculiaridad de la cultura.

Tomemos para ello un hito fundante de lo que llegaría a ser la economía de la cultura, el queconfigura un sesgo insoslayable de esta perspectiva disciplinar. Nos referimos a la tesis de Baumol y

Bowen (1966) de la "enfermedad de los costos" y el "dilema económico", elaborada a partir de lainvestigación encargada por la Ford Foundation. La Fundación estba interesada en dar cuenta de lacrisis de los teatros de Broadway en los 60, paradójicamente coincidente con la plena expansión y

euforia del consumo cultural de los norteamericanos. La explicación dada propone un esquema dedos velocidades en la economía, donde existiría un sector progresista generador de una alta

productividad a partir de las innovaciones científico técnicas, las economías de escala y laacumulación de capital. Por otro lado habría un sector arcaico de condición trabajo intensiva, con

dificultades de innovación tecnológica y de productividad constante, en el que consecuentementecrecen los costos relativos. Mientras que en el sector progresista la alta productividad permite elaumento de los salarios, en el arcaico esto no es posible por sus propios medios.

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Aquí residiría el "dilema económico": o se deja librado el sector arcaico a su suerte y desaparición, o

se le compensa y sostiene merced a subvenciones e intervenciones del Estado en el mercado. Dadoque estas comportan transferencias desde el sector moderno, generarían una sangría que a la largapondría en riesgo a la economía en su conjunto, por lo que deberían ser evitadas. Las más decididas

economías de mercado tienen mecanismos públicos (como incentivos, descuentos, impuestos,subsidios, retenciones, reintegros) por los cuales promueven o desalientan ramas y sectores

productivos. En eso se basa precisamente el éxito actual de las reconversiones económicas deciudades, regiones y naciones, pero no nos detendremos aquí. Baste señalar que dar apoyos al

teatro se asimila a una peligrosa maniobra intervencionista que debería evitarse por la salud de todala economía.

El espectáculo en vivo y –por discutible extensión– todo el sector cultural, pertenecerían a este

sector arcaico, improductivo y necesitado de subsidios, ciertamente nada inocuos. Esta marca deorigen de la economía de la cultura, la vincula a políticas que legitiman las restricciones en los

presupuestos estatales y le exigen al sector cultural que encuentre sus propios recursos y equilibriosindependientemente del financiamiento público. Aunque el análisis de Baumol y Bowen ha sidorevisitado, corregido y negado por diversos autores, el planteo original sigue siendo una piedra

angular desde donde se conceptualiza el sector.

En un sentido asimilable al anterior va la teoría del consumo cultural adictivo de Becker y Stigler

(1977), cuando intentan explicar por qué los estudios empíricos indican que el consumo de música seincrementa con el mayor entrenamiento musical de los públicos. Esta situación contradice la ley de la

utilidad marginal decreciente, según la cual el interés en un bien o servicio y la disposición a pagarpor él, disminuirían con la satisfacción lograda en el consumo. Pero en este caso ocurre justamente lo

contrario, el consumidor de música desea y procura consumir más música, por lo que los autoresrecurren a atribuir a la cultura una cualidad ‘adictiva’, similar a la de las drogas. La explicacióneconómica es inadecuada, por lo que se retrocede a una explicación psicológica que no resulta

refutable. De este modo se termina concibiendo excepcionalidades supuestamente exclusivas delmundo cultural, y se construye una especificidad dudosa de la economía de la cultura. En esta

perspectiva el análisis económico de la cultura se visualiza como una bestia a domesticar, mientrasque el enfoque económico marginalista permanece incuestionado y los componentes sociales,

históricos y contextuales que recupera una mirada política para comprenderla no son considerados.

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V. Cultura, economía creativa y desarrollo

Cuando las Naciones Unidas instauran el Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural de 1988 a

1997, destacan la importancia que tiene la consolidación de las autonomías nacionales y de lasidentidades locales en el desarrollo. Para impulsarlo se mencionan una serie de sectores a los que

hoy englobaríamos en la economía cultural, cuyos potenciales debían ser fortalecidos por losEstados, entre los que figuran la educación, el turismo, las industrias culturales, las artesanías. Másrecientemente, la cultura ya no se entiende apenas como el mundo de las artes y el patrimonio, sino

que también incluye las industrias culturales, el turismo cultural, la revitalización urbana, la moda, eldiseño. Formas artesanales como recetas de cocina, dulces y licores caseros, y toda una amplia

gama de producciones tradicionales vinculadas al ‘saber hacer’ pasan a ser pensadas en términosculturales que involucran dimensiones económicas. Y también producciones que requieren recursos

técnicos más complejos como el audiovisual, la programación de software y la animacióncinematográfica, se agregan dentro de este amplio espacio que constituye la denominada “economíacreativa” (Venturelli, 2002). La cultura es entendida más genéricamente como creatividad y de ella

se esperan aportes sustantivos al desarrollo, especialmente en los países pobres, considerados comograndes reservas de talento inexplotado.

Como ya se dijo, actualmente se considera que el sector cultura es un complejo productivo quegenera empleo, riquezas, bienes y servicios exportables, a la vez que proporciona imágenes y

significados de nosotros mismos y de los demás, centrales en la elaboración de proyectos socialescolectivos. De la primera idea del desarrollo, identificada con crecimiento económico como unproceso por el cual lograr la satisfacción de necesidades materiales y la eliminación de la pobreza, se

pasó a una noción cultural donde la satisfacción de necesidades materiales sólo se considerarealizada cuando se produce una ampliación de las capacidades intelectuales y sensibles, una

multiplicación de las opciones de que disponen los diversos grupos humanos, y una participación enlas decisiones y en los procesos de desarrollo (UNESCO, 1996). Es decir, se postula que cuando

las personas pueden decidir libremente su vida y su destino, a partir de sus propias prácticas, susnecesidades, sus aspiraciones, y construir la comunidad, la sociedad o el mundo que desean, lacultura se convierte en motor del desarrollo.

Ya en la década de los 90’, cuando transformaciones aceleradas vuelven obsoleto el mundoindustrial que propugnaba el desarrollismo de los años 50’, cobra renovado vigor la problemática del

desarrollo. Se está pensando en un nuevo marco, donde las sociedades atraviesan prolongadas crisiseconómicas, donde existe un irrefrenable desempleo, necesidades sociales insatisfechas, demandas,

reivindicaciones y muchas urgencias muy difíciles de resolver. Para ello se depositan expectativas desolución en la concertación de actores y recursos a nivel local y con perspectiva global, adoptandoformas de acción que les resulten propias y adecuadas a lo que son estos entornos, y a los

miembros que componen una determinada comunidad. Y aquí aparecen como elementos centralesde las estrategias de desarrollo los componentes culturales e identitarios, entendidos como fuentes de

empleo y como configuraciones simbólicas e integradoras, en el sentido de afirmar la pertenencia, lasolidaridad y el compromiso participativo con las iniciativas de desarrollo, para conseguir que éstas

se potencien y concreten (Di Pietro, 2001). Las dimensiones económicas y simbólicas de la culturase piensan al servicio del desarrollo.

Por nuestra parte tenemos ciertas reservas con relación a lo que consideramos configura un horizonte

de utopías culturalistas y de utopías identitarias. Estimamos que hay problemas no resueltos en lareivindicación paroxística y en la moda de la cultura que se ha impuesto en los últimos años. Aunque

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se constata una inversión con respecto a postulados anteriores sobre el vínculo entre cultura ydesarrollo, no es sensato confiar mágicamente en la reinvención salvífica de la economía por lacultura como “economía creativa”, ni en la nueva noción de la cultura como motor del desarrollo. Por

una parte se percibe en ello un intento de otra aproximación a la cultura pensándola como factorintegral y relevante de la vida social, pero por otra pervive la ausencia de reconocimiento de los

componentes significantes con los que se trata, postulando abiertamente el uso de las culturas y delas identidades como un recurso. Así se produce una instrumentalización de la cultura y de las

identidades, desatendiendo los valores intrínsecos que vehiculizan, en pro de alcanzar beneficioseconómicos y de rentabilidad política.

Aún cuando estemos pensando en procesos de desarrollo atentos a dimensiones culturales y de

sustentabilidad, los modelos económicos imperantes raramente son resultado de produccionespropias, nacionales, locales, sino que más bien son reelaboraciones de recetas, financiamientos y

condicionamientos externos. Toda gestión cultural requiere necesariamente tener cierto encuadreadministrativo más o menos formalizado, contar con procedimientos y normas adecuados, y disponer

de un financiamiento que haga posible que los fundamentos que la orientan puedan llevarse a cabo.Aun cuando el desarrollo procure soluciones endógenas, aprovechando energías y capacidadeslocales no puede olvidarse que existen presiones externas aliadas a intereses internos, que son

difíciles de resistir debido al peso del endeudamiento de los países latinoamericanos, y a cómo éstees manipulado por los acreedores, con el fin de perpetuar transferencias de valor que a la vez

aseguran su dominio.

Desde hace décadas cuando el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo planteanprioridades en sus líneas de financiamiento, también están definiendo, directa o indirectamente, paraqué rubros y en qué condiciones considerarían otorgar prestamos a los países. Gran parte de las

políticas y las iniciativas arbitradas localmente (sea a nivel nacional, provincial o municipal) estándiseñadas en función de lograr ese financiamiento externo que se obtiene adscribiendo a tendencias

de conglomerados económicos transnacionales y plasmadas en los grandes bancos. Localmenteestas tendencias muchas veces son concebidas como necesarias para no quedar fuera de un mundo

excluyente, pero no pueden dejar de señalarse los ecos del viejo colonialismo. Cuando se registraque buena parte del modelo de desarrollo propuesto a esta parte del planeta se cifra en factorescomo incentivar las artesanías y poner en valor el patrimonio para aumentar los flujos turísticos, surge

la pregunta por cuánto de artesanal puede circular en el mundo industrializado, cuántos edificios,bienes tangibles o intangibles se pueden continuar convirtiendo en patrimonio y espectáculo, cuántos

turistas alcanzaremos a ver consumiendo estas ilusiones. ¿Podemos convertirnos en sociedades deturistas, dónde nos escudriñaríamos unos a otros como extraños, dónde contemplaríamos

mutuamente la exótica identidad del otro y consumiríamos con avidez sus expresiones y supatrimonio cultural? Por nuestra parte consideramos que es posible replicar pero que no es posibleuniversalizar esta formula exitosa en algunos lugares, y entendemos que se le está pidiendo a la

cultura que ofrezca soluciones que provienen básicamente de la economía (García Canclini, 2002) yde la política.

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No se puede caer en la ingenuidad de olvidar que de la mano del desarrollo y la modernización,prolongada y sucesivamente se han venido aplicando una serie de conceptos y de recetas milagrosas,sin la necesaria perspectiva crítica ni la suficiente capacidad de asumirlos como un desafío. En el

mundo globalizado cabe preguntarse qué desarrollo y qué economía cultural pretendemos paranuestras sociedades. Básicamente un desarrollo que parta de proyectos acordes a nuestros propios

intereses y del diagnóstico reflexivo de nuestras circunstancias y posibilidades reales. Para ello sedeben considerar las expectativas de la población y su participación en términos efectivos, no como

legitimación de acciones prediseñadas que terminan por descargar los costos de latransnacionalización y la revaluación privada del capital en los sectores sociales menos protegidos.Esto involucra negociaciones firmes ante las presiones externas que condicionan e imponen fórmulas

con pretensiones universalistas, que generalizan engañosamente sus intereses particulares. A la vezuna economía cultural que encare al sector cultura tanto en sus elementos comunes con cualquier otra

actividad económica, como en sus especificidades no reductibles, atento a los mercados globales y alos intereses locales. Que se base en sistemas de información confiables y sistemáticos, y en un

conocimiento en profundidad de nuestras realidades culturales, abierto al reconocimiento dignificantede la pluriculturalidad y a la conformación de ciudadanía.

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