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Edad Contemporánea
es el nombre con el que se designa al periodo histórico comprendido entre la Revolución francesa
y la actualidad. Comprende un total de 226 años, entre 1789 y el presente. La humanidad
experimentó una transición demográfica, concluida para las sociedades más avanzadas (el llamado
primer mundo) y aún en curso para la mayor parte (los países subdesarrollados y los países
recientemente industrializados), que ha llevado su crecimiento más allá de los límites que le
imponía históricamente la naturaleza, consiguiendo la generalización del consumo de todo tipo de
productos, servicios y recursos naturales que han elevado para una gran parte de los seres
humanos su nivel de vida de una forma antes insospechada, pero que han agudizado las
desigualdades sociales y espaciales y dejan planteadas para el futuro próximo graves
incertidumbres medioambientales.1
Los acontecimientos de esta época se han visto marcados por transformaciones aceleradas en la
economía, la sociedad y la tecnología que han merecido el nombre de Revolución industrial, al
tiempo que se destruía la sociedad preindustrial y se construía una sociedad de clases presidida
por una burguesía que contempló el declive de sus antagonistas tradicionales (los privilegiados) y
el nacimiento y desarrollo de uno nuevo (el movimiento obrero), en nombre del cual se plantearon
distintas alternativas al capitalismo. Más espectaculares fueron incluso las transformaciones
políticas e ideológicas (Revolución liberal, nacionalismo, totalitarismos); así como las mutaciones
del mapa político mundial y las mayores guerras conocidas por la humanidad.
La ciencia y la cultura entran en un periodo de extraordinario desarrollo y fecundidad; mientras
que el arte contemporáneo y la literatura contemporánea (liberados por el romanticismo de las
sujeciones académicas y abiertos a un público y un mercado cada vez más amplios) se han visto
sometidos al impacto de los nuevos medios de comunicación de masas (tanto los escritos como los
audiovisuales), lo que les provocó una verdadera crisis de identidad que comenzó con el
impresionismo y las vanguardias y aún no se ha superado.2
En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y político),3 puede
cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las fuerzas rectoras de la
modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y alcanzan todo su potencial de
desarrollo las fuerzas económicas y sociales que durante la Edad Moderna se iban gestando
lentamente: el capitalismo y la burguesía; y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela:
la nación y el Estado.
En el siglo XIX, estos elementos confluyeron para conformar la formación social histórica del
estado liberal europeo clásico, surgido tras la crisis del Antiguo Régimen. El Antiguo Régimen había
sido socavado ideológicamente por el ataque intelectual de la Ilustración (L'Encyclopédie, 1751) a
todo lo que no se justifique a las luces de la razón por mucho que se sustente en la tradición, como
los privilegios contrarios a la igualdad (la de condiciones jurídicas, no la económico-social) o la
economía moral4 contraria a la libertad (la de mercado, la propugnada por Adam Smith -La
riqueza de las naciones, 1776). Pero, a pesar de lo espectacular de las revoluciones y de lo
inspirador de sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad (con la muy significativa adición del
término propiedad), un observador perspicaz como Lampedusa pudo entenderlas como la
necesidad de que algo cambie para que todo siga igual: el Nuevo Régimen fue regido por una clase
dirigente (no homogénea, sino de composición muy variada) que, junto con la vieja aristocracia
incluyó por primera vez a la pujante burguesía responsable de la acumulación de capital. Esta, tras
su acceso al poder, pasó de revolucionaria a conservadora,5 consciente de la precariedad de su
situación en la cúspide de una pirámide cuya base era la gran masa de proletarios,
compartimentada por las fronteras de unos estados nacionales de dimensiones compatibles con
mercados nacionales que a su vez controlaban un espacio exterior disponible para su expansión
colonial.
En el siglo XX este equilibrio inestable se fue descomponiendo, en ocasiones mediante violentos
cataclismos (comenzando por los terribles años de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918), y en
otros planos mediante cambios paulatinos (por ejemplo, la promoción económica, social y política
de la mujer). Por una parte, en los países más desarrollados, el surgimiento de una poderosa clase
media, en buena parte gracias al desarrollo del estado del bienestar o estado social (se entienda
este como concesión pactista al desafío de las expresiones más radicales del movimiento obrero, o
como convicción propia del reformismo social) tendió a llenar el abismo predicho por Marx y que
debería llevar al inevitable enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Por la otra, el
capitalismo fue duramente combatido, aunque con éxito bastante limitado, por sus enemigos de
clase, enfrentados entre sí: el anarquismo y el marxismo (dividido a su vez entre el comunismo y la
socialdemocracia). En el campo de la ciencia económica, los presupuestos del liberalismo clásico
fueron superados (economía neoclásica, keynesianismo -incentivos al consumo e inversiones
públicas para frente a la incapacidad del mercado libre para responder a la crisis de 1929- o teoría
de juegos -estrategias de cooperación frente al individualismo de la mano invisible-). La
democracia liberal fue sometida durante el período de entreguerras al doble desafío de los
totalitarismos estalinista y fascista (sobre todo por el expansionismo de la Alemania nazi, que llevó
a la Segunda Guerra Mundial).6
En cuanto a los estados nacionales, tras la primavera de los pueblos (denominación que se dio a la
revolución de 1848) y el periodo presidido por la unificación alemana e italiana (1848-1871),
pasaron a ser el actor predominante en las relaciones internacionales, en un proceso que se
generalizó con la caída de los grandes imperios multinacionales (español desde 1808 hasta 1898;
ruso, austrohúngaro y turco en 1918, tras su hundimiento en la Primera Guerra Mundial) y la de
los imperios coloniales (británico, francés, holandés, belga tras la Segunda). Si bien numerosas
naciones accedieron a la independencia durante los siglos XIX y XX, no siempre resultaron viables,
y muchos se sumieron en terribles conflictos civiles, religiosos o tribales, a veces provocados por la
arbitraria fijación de las fronteras, que reprodujeron las de los anteriores imperios coloniales. En
cualquier caso, los estados nacionales, después de la Segunda Guerra Mundial, devinieron en
actores cada vez menos relevantes en el mapa político, sustituidos por la política de bloques
encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética. La integración supranacional de Europa
(Unión Europea) no se ha reproducido con éxito en otras zonas del mundo, mientras que las
organizaciones internacionales, especialmente la ONU, dependen para su funcionamiento de la
poco constante voluntad de sus componentes.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo XXI, en que las
fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen tanto la tendencia a la
globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo tipo de identidades,7 personales o
individuales,8 colectivas o grupales,9 muchas veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de
edad, nacionales, estéticas,10 culturales, deportivas, o generadas por una actitud -pacifismo,
ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso las problemáticas -
minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-). Particularmente, el consumo define de una forma
tan importante la imagen que de sí mismos se hacen individuos y grupos que el término sociedad
de consumo ha pasado a ser sinónimo de sociedad contemporánea.11
Índice [ocultar]
1 Modernidad: ruptura y continuidad
2 La "Era de la Revolución" (1776-1848)
2.1 Revolución industrial
2.1.1 ¿Por qué Inglaterra?
2.1.2 La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro
2.1.3 Oposición a los cambios
2.1.4 Revolución demográfica
2.2 Revoluciones liberales
2.2.1 Contexto social, político e ideológico
2.2.2 Preludio de la Edad Contemporánea: Independencia de Estados Unidos
2.2.3 Revolución francesa e Imperio napoleónico
2.2.3.1 Modelo de proceso revolucionario
2.2.3.2 Napoleón Bonaparte
2.2.4 Independencia Hispanoamericana
2.2.5 Otros movimientos y ciclos revolucionarios
2.2.5.1 Revolución de 1820
2.2.5.2 Revolución de 1830
2.2.5.3 Revolución de 1848. La "primavera de los pueblos" y el nacionalismo
2.2.5.4 Revoluciones fuera de Europa
2.3 Reacción contra la Ilustración: el Romanticismo
2.4 Equilibrio europeo
2.4.1 Guerras revolucionarias y guerras napoleónicas
2.4.2 Congreso de Viena
2.4.3 Espléndido aislamiento, Santa Alianza y Sistema Metternich
2.5 Apertura de espacios continentales "vírgenes"
2.5.1 Expansión de los Estados Unidos
2.5.2 Formación y expansión de los estados americanos
2.5.3 Expansión de Rusia
2.6 La "era victoriana" británica
3 La "Era del Capital" y la "Era del Imperio" (1848-1914)
3.1 Cuestión de Oriente, levantamientos nacionalistas y Sistema Bismarck
3.1.1 Unificaciones de Alemania e Italia
3.2 El reparto colonial
3.3 Positivismo y "Eterno Progreso"
3.4 El asentamiento de la revolución burguesa
3.4.1 Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial
3.4.2 La cuestión social y el movimiento obrero
3.4.2.1 Socialismo y anarquismo
3.4.2.2 Cuestión social y leyes sociales
3.4.3 La sociedad de masas
3.4.4 Moral victoriana, tradiciones inventadas y comunidades imaginadas
3.4.5 Abolición de la esclavitud
3.4.6 La emancipación de la mujer
3.4.7 Descristianización y renovación del cristianismo
3.5 La paz armada
4 La "crisis de los treinta años" (1914-1945)
4.1 La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
4.1.1 Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
4.1.2 Surgimiento de los totalitarismos
4.1.2.1 Revolución rusa
4.1.2.2 Fascismo
4.1.2.2.1 Nacimiento del fascismo en Italia
4.1.2.2.2 Alemania y el nazismo
4.1.2.2.3 Franquismo
4.1.3 Crisis de 1929 y Estado del bienestar
4.1.4 Empequeñecimiento de Europa y protagonismo de nuevos espacios: Asia y América.
4.1.4.1 Kemalismo en Turquía
4.1.4.2 De la revolución Meiji al militarismo japonés
4.1.4.3 Revolución china
4.1.4.4 Violencia y no-violencia en India
4.1.4.5 El mundo anglosajón no europeo
4.1.4.6 América Latina en el mundo
4.1.4.6.1 Revolución mexicana
4.2 Segunda Guerra Mundial
4.3 Revoluciones científicas y estéticas
4.3.1 Revolución relativista
4.3.2 Vanguardias artísticas y literarias
5 La "historia inmediata" del "mundo actual": hacia la globalización
5.1 El mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1945-1973)
5.1.1 Las superpotencias y el equilibrio del terror: la Guerra Fría
5.1.1.1 Telón de acero, macarthismo y espionaje
5.1.1.2 Carrera espacial y carrera de armamentos
5.1.1.3 Socialismo realmente existente, Plan Marshall y "milagro" europeo
5.1.2 Mercado Común y Unión Europea
5.1.3 Las nuevas organizaciones internacionales
5.1.4 Descolonización
5.1.5 Tercermundismo
5.1.6 Populismo latinoamericano y revolución cubana
5.1.7 Medio Oriente y el petróleo
5.1.8 Contracultura y contestación juvenil. Nuevos movimientos sociales. La revolución de 1968
5.1.9 Aggiornamento de la Iglesia Católica
5.2 El fin de la Guerra Fría (1973-1989)
5.2.1 Crisis de 1973 y tercera revolución industrial
5.2.2 Caída de las dictaduras mediterráneas y golpes de estado en el Cono Sur
5.2.3 Estados Unidos tras el Watergate
5.2.4 Reacción conservadora católica
5.2.5 Revolución islámica
5.2.6 Glasnost y Perestroika
5.2.6.1 Revolución de 1989
5.2.6.2 Disolución de la Unión Soviética
5.3 ¿"Fin de la Historia" o "Choque de civilizaciones"? (1989-actualidad)
5.3.1 Nuevo orden posterior a la caída del muro de Berlín
5.3.1.1 Guerras yugoslavas
5.3.1.2 Las antiguas repúblicas soviéticas
5.3.1.3 El despertar de China
5.3.1.4 Expansión y "decadencia" de Europa
5.3.1.5 El "poder blando" de Estados Unidos
5.3.1.6 Democratización de América
5.3.2 Globalización y antiglobalización
5.3.3 El mundo posterior al 11-S
6 Material adicional
6.1 Cronología
6.2 Ficción
7 Véase también
8 Referencias
8.1 Bibliografía
9 Enlaces externos
9.1 Departamentos universitarios de Historia Contemporánea
9.2 Recursos educativos sobre historia contemporánea
Modernidad: ruptura y continuidad[editar]
Un pequeño y sucio, pero eficaz barco de vapor conduce al desguace al buque de guerra
Téméraire. Sus años de gloria han pasado. (Cuadro de J. M. W. Turner).
La denominación "Edad Contemporánea" es un añadido reciente a la tradicional periodización
histórica de Cristóbal Celarius, que utilizaba una división tripartita en Antigüedad, Edad Media y
Edad Moderna; y se debe al fuerte impacto que las transformaciones posteriores a la Revolución
francesa tuvieron en la historiografía europea continental (especialmente la francesa o la
española), que les impulsó a proponer un nombre diferente para lo que entendían como
estructuras antagónicas: las del Antiguo Régimen anterior y las del Nuevo Régimen posterior. Sin
embargo, esa discontinuidad no parece tan marcada para los historiadores anglosajones, que
prefieren utilizar el término Later o Late Modern Times o Age ("Últimos Tiempos Modernos",
"Edad Moderna Tardía" o "Edad Moderna Posterior"), contrastándolo con el término Early Modern
Times o Age ("Tempranos Tiempos Modernos", "Edad Moderna Temprana" o "Edad Moderna
Anterior"), mientras que restringen el uso de Contemporary Age para el siglo XX, especialmente
para su segunda mitad.12
La cuestión de si hubo más continuidad o más ruptura entre la Edad Moderna y la Contemporánea
depende, por tanto, de la perspectiva. Si se define la modernidad como el desarrollo de una
cosmovisión con rasgos derivados de los valores del antropocentrismo frente a los del
teocentrismo medieval (concepciones del mundo centradas en el hombre o en Dios,
respectivamente): idea de progreso social, de libertad individual, de conocimiento a través de la
investigación científica, etc.; entonces es claro que la Edad Contemporánea es una continuación e
intensificación de todos estos conceptos. Su origen estuvo en la Europa Occidental de finales del
siglo XV y comienzos del XVI, donde surgió el Humanismo, el Renacimiento y la Reforma
Protestante; y se acentuaron durante la denominada crisis de la conciencia europea de finales del
siglo XVII, que incluyó la Revolución Científica y preludió a la Ilustración. Las revoluciones de
finales del XVIII y comienzos del XIX pueden entenderse como la culminación de las tendencias
iniciadas en el período precedente. La confianza en el ser humano y en el progreso científico y
tecnológico se plasmó a partir de entonces en una filosofía muy característica: el positivismo; y en
los diversos planteamientos religiosos que van del secularismo al agnosticismo, al ateísmo o al
anticlericalismo. Sus manifestaciones ideológicas fueron muy dispares, desde el nacionalismo
hasta el marxismo pasando por el darwinismo social y los totalitarismos de signo opuesto; aunque
las formulaciones políticas y económicas del liberalismo fueron las dominantes, incluyendo
notablemente la doctrina de los derechos humanos que, desarrollada a partir de elementos
anteriores, dio forma a la democracia contemporánea y se fue extendiendo (como predijo un
notable estudio de Alexis de Tocqueville -La democracia en América, 1835-) hasta llegar a ser el
ideal más universalmente aceptado de forma de gobierno, con notables excepciones.
Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que hizo que
precisamente en la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo de crítica a la
modernidad, que en su vertiente más radical desembocó en el nihilismo. Es posible seguir el hilo
de esta crítica a la modernidad en el romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas de los
pueblos; en la filosofía de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y posteriores movimientos
(irracionalismo, vitalismo, existencialismo, escuela de Frankfurt);13 en los rasgos más
experimentales del arte contemporáneo y la literatura contemporánea que, no obstante,
reivindican para sí la condición de literatura o arte moderno (expresionismo, surrealismo, teatro
del absurdo); en concepciones teóricas como la postmodernidad; y en la violenta resistencia que,
tanto desde el movimiento obrero como desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a
la la gran transformación14 de economía y sociedad. Superar el ideal ilustrado de progreso y
confianza optimista en las capacidades del ser humano, implicaba una noción progresista y de
confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas "superaciones de
la modernidad" fueron de hecho nuevas variantes del discurso moderno.15
La "Era de la Revolución" (1776-1848)[editar]
En los años finales del siglo XVIII y los primeros del siglo XIX se derrumba el Antiguo Régimen de
una forma que fue percibida por los contemporáneos como una aceleración del ritmo temporal de
la historia, que trajo cambios trascendentales conseguidos tras vencer de forma violenta la
oposición de las fuerzas interesadas en mantener el pasado: todos ellos requisitos para poder
hablar de una revolución, y de lo que para Eric Hobsbawm es La Era de la Revolución.16 Suele
hablarse de tres planos en el mismo proceso revolucionario: el económico, caracterizado por el
triunfo del capitalismo industrial que supera la fase mercantilista y acaba con el predominio del
sector primario (Revolución industrial); el social, caracterizado por el triunfo de la burguesía y su
concepto de sociedad de clases basada en el mérito y la ética del trabajo, frente a la sociedad
estamental dominada por los privilegiados desde el nacimiento (Revolución burguesa); y el político
e ideológico, por el que se sustituyen las monarquías absolutas por sistemas representativos, con
constituciones, parlamentos y división de poderes, justificados por la ideología liberal (Revolución
liberal).
Revolución industrial[editar]
Artículo principal: Revolución industrial
Coalbrookdale de noche (Philipp Jakob Loutherbourg, 1801). La actividad incesante y la
multiplicación de las nuevas instalaciones industriales, y sus repercusiones en todos los ámbitos,
transformaron irreversiblemente la naturaleza y la sociedad.
Máquina de hilados en una fábrica francesa del siglo XIX.
La revolución industrial es la segunda de las transformaciones productivas verdaderamente
decisivas que ha sufrido la humanidad, siendo la primera la revolución neolítica que transformó la
humanidad paleolítica cazadora y recolectora en el mundo de aldeas agrícolas y tribus ganaderas
que caracterizó desde entonces los siguientes milenios de prehistoria e historia.
La transformación de la sociedad preindustrial agropecuaria y rural en una sociedad industrial y
urbana se inició propiamente con una nueva y decisiva transformación del mundo agrario, la
llamada revolución agrícola que aumentó de forma importante los bajísimos rendimientos propios
de la agricultura tradicional gracias a mejoras técnicas como la rotación de cultivos, la introducción
de abonos y nuevos productos (especialmente la introducción en Europa de dos plantas
americanas: el maíz y la patata). En todos los periodos anteriores, tanto en los imperios hidráulicos
(Egipto, Mesopotamia, India o China antiguas), como en la Grecia y Roma esclavistas o la Europa
feudal y del Antiguo Régimen, incluso en las sociedades más involucradas en las transformaciones
del capitalismo comercial del moderno sistema mundial,17 era necesario que la gran mayoría de la
fuerza de trabajo produjera alimentos, quedando una exigua minoría para la vida urbana y el
escaso trabajo industrial, a un nivel tecnológico artesanal, con altos costes de producción. A partir
de entonces, empieza a ser posible que los sustanciales excedentes agrícolas alimenten a una
población creciente (inicio de la transición demográfica, por la disminución de la mortalidad y el
mantenimiento de la natalidad en niveles altos) que está disponible para el trabajo industrial,
primero en las propias casas de los campesinos (domestic system, putting-out system) y enseguida
en grandes complejos fabriles (factory system) que permiten la división del trabajo que conduce al
imparable proceso de especialización, tecnificación y mecanización. La mano de obra se
proletariza al perder su sabiduría artesanal en beneficio de una máquina que realiza rápida e
incansablemente el trabajo descompuesto en movimientos sencillos y repetitivos, en un proceso
que llevará a la producción en serie y, más adelante (en el siglo XX, durante la Segunda revolución
industrial), al fordismo, el taylorismo y la cadena de montaje. Si el producto es menos bello y
deshumanizado (crítica de los partidarios del mundo preindustrial, como John Ruskin y William
Morris), no es menos útil y sobre todo, es mucho más beneficioso para el empresario que lo
consigue lanzar al mercado. Los costos de producción disminuyeron ostensiblemente, en parte
porque al fabricarse de manera más rápida se invertía menos tiempo en su elaboración, y en parte
porque las propias materias primas, al ser también explotadas por medios industriales, bajaron su
coste. La estandarización de la producción reemplazó la exclusividad y escasez de los productos
antiguos por la abundancia y el anonimato de los productos nuevos, todos iguales unos a otros.
La revolución industrial iniciada en Inglaterra a mediados del siglo XVIII se extendió sucesivamente
al resto del mundo mediante la difusión tecnológica (transferencia tecnológica), primero a Europa
Noroccidental y después, en lo que se denominó Segunda revolución industrial (finales del siglo
XIX), al resto de los posteriormente denominados países desarrollados (especialmente y con gran
rapidez a Alemania, Rusia, Estados Unidos y Japón; pero también, más lentamente, a Europa
Meridional). A finales del siglo XX, en el contexto de la denominada Tercera revolución industrial,
los NIC o nuevos países industrializados (especialmente China) iniciaron un rápido crecimiento
industrial. No obstante, la influencia de la revolución industrial, desde su mismo inicio se extendió
al resto del mundo mucho antes de que se produjera la industrialización de cada uno de los países,
dado el decisivo impacto que tuvo la posibilidad de adquirir grandes cantidades de productos
industriales cada vez más baratos y diversificados. El mundo se dividió entre los que producían
bienes manufacturados y los que tenían que conformarse con intercambiarlos por las materias
primas, que no aportaban prácticamente valor añadido al lugar del que se extraían: las colonias y
neocolonias (África, Asia y América Latina, tanto antes como después de los procesos de
independencia de los siglos XIX y XX).
¿Por qué Inglaterra?[editar]
La revolución industrial se originó en Inglaterra a causa de diversos factores, cuya elucidación es
uno de los temas historiográficos más trascendentes.
Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las materias primas
esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para alimentar la máquina de vapor que
fue el gran motor de la Revolución industrial temprana, así como los altos hornos de la siderurgia,
sector principal desde mediados del siglo XIX. Su ventaja frente a la madera, el combustible
tradicional, no es tanto su poder calorífico como la mera posibilidad en la continuidad de
suministro (la madera, a pesar de ser fuente renovable, está limitada por la deforestación;
mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no renovable, solo lo está por el
agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el precio y las posibilidades técnicas de
extracción).
Como factores ideológicos, políticos y sociales, la sociedad inglesa había atravesado la llamada
crisis del siglo XVII de una manera particular: mientras la Europa meridional y oriental se
refeudalizaba y establecía monarquías absolutas, la guerra civil inglesa (1642-1651) y la posterior
revolución gloriosa (1688) determinaron el establecimiento de una monarquía parlamentaria
(definida ideológicamente por el liberalismo de John Locke) basada en la división de poderes, la
libertad individual y un nivel de seguridad jurídica que proporcionaba suficientes garantías para el
empresario privado; muchos de ellos surgidos de entre activas minorías de disidentes religiosos
que en otras naciones no se hubieran consentido (la tesis de Max Weber vincula explícitamente La
ética protestante y el espíritu del capitalismo). Síntoma importante fue el espectacular desarrollo
del sistema de patentes industriales.
Como factor geoestratégico, durante el siglo XVIII Inglaterra construyó una flota naval que la
convirtió (desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma indiscutible desde la batalla de Trafalgar,
1805) en una verdadera talasocracia dueña de los mares y de un extensísimo imperio colonial. A
pesar de la pérdida de las Trece Colonias, emancipadas en la Guerra de independencia de Estados
Unidos (1776-1781), controlaba, entre otros, los territorios del Subcontinente Indio, fuente
importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón que alimentaba la
industria textil, así como mercado cautivo para los productos de la metrópolis. La canción
patriótica Rule Britannia (1740) explícitamente indicaba: rule the waves (gobierna las olas).
Ironbridge.
El líder de los ludditas. Al fondo, una fábrica incendiada. Ilustración de 1812.
La máquina de vapor, el carbón, el algodón y el hierro[editar]
La experimentación de la caldera de vapor era una práctica antigua (el griego Herón de Alejandría)
que se reanudó en el siglo XVI (los españoles Blasco de Garay y Jerónimo de Ayanz) y que a finales
del siglo XVII había producido resultados alentadores, aunque aún no aprovechados
tecnológicamente (Denis Papin y Thomas Savery). En 1705 Thomas Newcomen había desarrollado
una máquina de vapor suficientemente eficaz para extraer el agua de las minas inundadas. Tras
sucesivas mejoras, en 1782 James Watt incorporó un sistema de retroalimentación que
aumentaba decisivamente su eficiencia, lo que posibilitó su aplicación a otros campos. Primero a
la industria textil, que había ido desarrollando previamente una revolución textil aplicada a los
hilos y tejidos de algodón con la lanzadera volante (John Kay, 1733) y la hiladora mecánica
(spinning Jenny de James Hargreaves -1764-, water frame de Richard Arkwright -1769, movida con
energía hidráulica, aplicada en Cromford Mill desde 1771- y spinning mule o mule jenny de Samuel
Crompton, 1779); y que estaba madura para la aplicación del vapor al telar mecánico (power loom
de Edmund Cartwright, 1784) y otras innovaciones demandadas por los cuellos de botella a los
que se forzaba a los subsectores sucesivamente afectados, poniendo a la industria textil inglesa a
la cabeza de la producción mundial de telas. Luego a los transportes: el barco de vapor (Robert
Fulton, 1807) y posteriormente el ferrocarril (George Stephenson, 1829), cuyo desarrollo se vio
obstaculizado por los recelos sociales que suscitaba; pero que permitió extraer toda la
potencialidad a las vías férreas de uso minero y tracción animal y humana que se venían utilizando
extensivamente con el hierro de Coalbrookdale fundido con coque (Abraham Darby I, 1709;
puente de Ironbridge, 1781). El vapor, el carbón y el hierro se aplicaron a todos los procesos
productivos susceptibles de mecanización. El invento de Watt había representado el salto decisivo
hacia la industrialización, e Inglaterra, la primera en hacerlo, se convirtió en el taller del mundo.
Los comedores de patatas (Vincent van Gogh, 1885. La patata se convirtió en un alimento casi
único en muchas zonas, con lo que su ausencia producía espantosas hambrunas, como el hambre
de Irlanda de 1845-1849, que además originó una emigración masiva.
Oposición a los cambios[editar]
Estas novedades no siempre fueron bien acogidas. La sustitución del trabajo humano por
máquinas condenaba a los trabajadores de la artesanía tradicional al desempleo si no se
adaptaban a las nuevas condiciones laborales o la pérdida del control del proceso productivo si lo
hacían. La resistencia contra ello condujo en algunos casos a la destrucción física de las nuevas
industrias mecanizadas (ludismo). Los nuevos empresarios, liberados de las restricciones
gremiales, consiguieron la ilegalización de cualquier forma de asociación de defensa de los
intereses laborales, dejando únicamente en el contrato individual y el mercado libre la negociación
de las condiciones de trabajo y salario. Simétricamente, tampoco se consentía la asociación de
empresarios, por atentar contra el principio de libre competencia, fuente de toda prosperidad
según el triunfante liberalismo económico de Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1776). El
debate historiográfico sobre si la industrialización fue un proceso más o menos perjudicial para las
condiciones de vida de las clases bajas ha sido uno de los más activos, y no está resuelto.18 No
disminuyeron los puestos de trabajo, por el contrario, aumentaron, haciendo necesaria la llegada
a los masificados barrios obreros del norte de Inglaterra (Mánchester, Liverpool) de masas de
emigrantes del campo (de donde eran expulsados por las poor laws -leyes de pobres- y las
enclosures -cercamientos-). Por el contrario, la liberalización del precio de los alimentos básicos
tuvo que esperar a mediados del siglo XIX para la abolición de las Corn Laws (leyes de granos,
vigentes entre 1815 y 1846) que defendían los intereses proteccionistas de los terratenientes
británicos, desproporcionadamente representados en el Parlamento y combatidos por el grupo de
presión del capitalismo manchesteriano. La rebaja en el nivel salarial (que David Ricardo justificó
como expresión de una necesidad económica, la ley de bronce), los horarios prolongados en
trabajos insalubres y la degradación social generalizada, condujeron al pauperismo (las durísimas
condiciones sociales fueron retratadas en las novelas de la época, como Los miserables de Víctor
Hugo, o Oliver Twist de Charles Dickens); al tiempo que también creaban las condiciones (objetivas
en terminología marxista) para el surgimiento de una conciencia de clase y el inicio del
movimiento obrero. También tuvieron expresión política en las revoluciones de 1830 y 1848,
burguesas en su calificación social, pero con un fuerte protagonismo obrero, en particular en
Francia; así como el cartismo inglés.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada
por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la
primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy
distintas a las pirámides de Egipto; a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha
realizado campañas muy distintas a las migraciones de pueblos y a las Cruzadas. (...)
Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas
durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo
estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven
forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas. (...)
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha
aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo,
substrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha
subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países
civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
... ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones
pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la
aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el
telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continente enteros, la apertura de ríos a la
navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los
siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno
del trabajo social?
... toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes
medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las
potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. (...)
Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar el feudalismo se vuelven ahora contra la
propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
Karl Marx, Manifiesto comunista, I Burgueses y proletarios, 1848.19
Revolución demográfica[editar]
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la población, 1798),
advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el inusitado crecimiento de
población que estaba experimentando Inglaterra, la primera en sufrir las transformaciones propias
de la transición del antiguo al nuevo régimen demográfico. A medida que se industrializaban, otras
naciones se incorporaron al mismo proceso, que implicaba la disminución de la mortalidad (se
habían mitigado sustancialmente dos de las principales causas de la mortalidad catastrófica -
hambre y epidemias-) mientras se mantenían altas las tasas de natalidad (ni se disponía de
métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado las transformaciones sociales que en el
futuro harían deseable a las familias una disminución del número de hijos).
Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la presión social,
fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca (por ser la fase de la revolución
demográfica protagonizada por Europa y otras zonas de población predominantemente europea).
Campesinos arruinados y obreros sin nada que perder, se veían incentivados a abandonar Europa
y tentar suerte en las colonias de poblamiento (Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para
los franceses) o en las naciones independientes receptoras de inmigrantes (como Estados Unidos o
Argentina); también miembros de las clases altas se incorporaban como élite dirigente en colonias
de explotación (como la India, el sureste asiático o el África negra). Explícitamente los defensores
del imperialismo británico, como Cecil Rhodes, veían en la inmigración a las colonias la solución a
los problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases. De una forma similar lo
interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.20 Una de las mayores emigraciones
nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-1849, que despobló la isla,
tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de población, que convirtió ciudades enteras
de la costa este de Estados Unidos en ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación de los
dominantes WASP). Otras oleadas posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos,
alemanes,21 italianos y de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, de los judíos sometidos a los pogromos).
Revoluciones liberales[editar]
Contexto social, político e ideológico[editar]
Véanse también: Antiguo Régimen, Ilustración, Despotismo ilustrado, Revoluciones burguesas y
Revolución liberal.
Voltaire en la corte de Federico II de Prusia, de Adolph von Menzel (reconstrucción historicista, de
hacia 1850; el hecho representado sucedió cien años antes).
Antes incluso de que las transformaciones ligadas a la revolución industrial inglesa afectasen de
forma notable a otros países, el poder económico creciente de la burguesía chocaba en las
sociedades de Antiguo Régimen (casi todas las demás europeas, a excepción de los Países Bajos)
con los privilegios de los dos estamentos privilegiados que conservaban sus prerrogativas
medievales (clero y nobleza). La monarquía absoluta, como su precedente la monarquía
autoritaria, ya había empezado a prescindir de los aristócratas para el gobierno, llamando como
ministros a miembros de la baja nobleza, letrados e incluso gentes de la burguesía, como por
ejemplo Jean-Baptiste Colbert, el ministro de finanzas de Luis XIV. La crisis del Antiguo Régimen
que se gesta durante el siglo XVIII fue haciendo a los burgueses cobrar conciencia de su propio
poder, y encontraron expresión ideológica en los ideales de la Ilustración, divulgados
notablemente con L'Encyclopédie (1751-1772). Con mayor o menor profundidad, varios monarcas
absolutos adoptaron algunas ideas del reformismo ilustrado (José II de Austria, Federico II de
Prusia, Carlos III de España), los llamados déspotas ilustrados a quienes se atribuyen distintas
variantes de la expresión todo por el pueblo, pero sin el pueblo.22 Lo insuficiente de estas tibias
reformas quedaba evidenciado cada vez que se mitigaban, postergaban o rechazaban las más
radicales, que afectaban a aspectos estructurales del sistema económico y social (desamortización,
desvinculación, libertad de mercado, supresión de fueros, privilegios, gremios, monopolios y
aduanas interiores, igualdad legal); mientras que las intocables cuestiones políticas, que
implicarían el cuestionamiento de la misma esencia del absolutismo, raramente se planteaban
más allá de ejercicios teóricos. La resistencia de las estructuras del Antiguo Régimen solamente
podía vencerse con movimientos revolucionarios de base popular, que en los territorios coloniales
se expresaron en guerras de independencia.
En la ideología de estas revoluciones jugaron un papel importante dos nociones filosóficas y
jurídicas íntimamente vinculadas: la teoría de los derechos humanos y el constitucionalismo. La
idea de que existen ciertos derechos inherentes a los seres humanos es antigua (Cicerón o la
escolástica), pero se asociaba al orden supramundano. Los ilustrados (Locke o Rousseau)
defendieron la idea de que dichos derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos
por igual, por el mero hecho de ser seres racionales, y por ende ni son concesiones del Estado, ni
se derivan de ninguna condición religiosa (como la de ser "hijos de Dios"). La secularización de la
política no implicaba necesariamente el agnosticismo o el ateísmo de los ilustrados, muchos de los
cuales eran sinceros cristianos, mientras otros se identificaban con las posturas panteístas
próximas a la masonería. El principio de tolerancia religiosa fue defendido con vehemencia y
compromiso personal por Voltaire, cuyo alejamiento de la Iglesia católica le hizo ser el personaje
más polémico de la época.
Estos derechos son "derechos naturales", se conciben como anteriores a la ley del Estado por
oposición a los "derechos positivos" consagrados por los distintos ordenamientos jurídicos. Los
"derechos del hombre" son recogidos en una Constitución ("derechos constitucionales") pero no
creados por ella. Las constituciones o las declaraciones de derechos explícitamente declaran que
tales derechos pertenecen al hombre con carácter universal, y no en virtud de ningún hecho
propio o ajeno, o por una condición particular (nacionalidad, lugar o familia de nacimiento,
religión, etc.).23
Atribuyendo al Estado la inevitable tendencia a arrollar estos derechos (por la corrupción
inherente al ejercicio del poder), los ilustrados concibieron garantizar la libertad individual
limitándolo mediante una "Constitución Política", prefiriendo el imperio de la ley al gobierno del
rey. Aunque podían diferir sobre sus preferencias en cuanto a la definición del sistema político,
desde la mayor autoridad del rey hasta el principio de separación de poderes (Montesquieu, El
espíritu de las leyes, 1748) y, en su extremo, el principio de voluntad general, soberanía nacional y
soberanía popular (Jean Jacques Rousseau, El contrato social, 1762), entendían que debía regirse
por una Ley Suprema que atendiera a las exigencias de la razón y que proporcionara más felicidad
pública (o más bien permitiera la búsqueda de la felicidad individual de cada individuo). Tal
constitución, en su interpretación más radical, debía ser generada por el pueblo y no por la
monarquía o el gobernante, ya que se trata de una expresión de la soberanía que reside en la
nación y en los ciudadanos (no en el monarca, como predicaban los defensores del absolutismo
desde el siglo XVII: Hobbes o Bossuet). Para garantizar el equilibrio de los poderes, el poder judicial
habría de ser independiente, y el legislativo ejercido por un parlamento que represente a la nación
y sea elegido por el pueblo, o al menos en su nombre, por un cuerpo electoral cuya
representatividad podía entenderse más o menos amplia o restringida. Estas formulaciones,
basadas en la práctica del parlamentarismo británico posterior a la Gloriosa Revolución de 1688,
se convirtieron en el cuerpo doctrinal del liberalismo político.
Fue trascendental la influencia que sobre los teóricos políticos de la Ilustración tuvo ese ejemplo,
reconocido en los escritos de Voltaire o Montesquieu. También la Constitución de los Estados
Unidos de América (1787), está fuertemente imbuida en la tradición jurídica consuetudinaria
británica. La opción por una constitución escrita en vez de consuetudinaria se explica tanto por la
influencia de la ideología de la Ilustración en los constituyentes americanos como por el hecho de
que el proceso jurídico británico se había producido en el lapso de unos 600 años, mientras que su
equivalente estadounidense se produjo en apenas una década. El texto escrito se hizo
indispensable para crear todo un nuevo sistema político desde la nada, al contrario del caso
británico, que había evolucionado con sucesivas adiciones y decantado con en el paso de los
siglos. Se plasmaba en el prestigio de varios textos legales (algunos medievales, como la Carta
Magna de 1215, otros modernos como el Bill of Rights de 1689), la jurisprudencia de tribunales
con jueces independientes y jurados y los usos políticos, que implicaban un equilibrio de poderes
entre Corona y Parlamento (elegido por circunscripciones desiguales y sufragio restringido), frente
al que el Gobierno de su Majestad respondía. Las primeras constituciones escritas en el continente
europeo fueron la polaca (3 de mayo de 1791)24 y la francesa (3 de septiembre de 1791). No
obstante, el primer documento legal moderno de su tipo (más bien un ejercicio teórico y utopista
que no se aplicó) fue el Proyecto de Constitución para Córcega que Jean Jacques Rousseau redactó
para la efímera República Corsa (1755-1769).25 Las primeras españolas aparecieron como
consecuencia de la Guerra de Independencia Española: la redactada en Bayona por los
afrancesados (8 de julio de 1808) y la elaborada por sus rivales del bando patriota en las Cortes de
Cádiz (12 de marzo de 1812 llamada popularmente Pepa), tomada como modelo por otras en
Europa. En la América Hispánica las primeras constituciones fueron creadas entre 1811 y 1812,
como consecuencia del movimiento juntista, que fue la primera fase del movimiento
independentista latinoamericano. El Congreso de Angostura, con la inspiración de Simón Bolívar,
redactó la Constitución de la Gran Colombia (incluía las actuales Colombia, Ecuador, Panamá y
Venezuela) el 15 de febrero de 1819.
Preludio de la Edad Contemporánea: Independencia de Estados Unidos[editar]
The tree of liberty must be refreshed from time to time with the blood of patriots and tyrants
El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con sangre de patriotas y tiranos.
Thomas Jefferson, 1787.26
Artículo principal: Guerra de Independencia de los Estados Unidos
La primera página de la Constitución de los Estados Unidos de América (17 de septiembre de 1787)
comienza con el célebre We the People ("Nosotros, el Pueblo"), que define el sujeto de la
soberanía. El precedente inmediato había sido, además de la Declaración de Independencia, la
Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776). En los diez años siguientes, las primeras
enmiendas conformaron lo que se denominó Carta de Derechos (1789). Desde entonces ha sido
profusamente enmendada.
Los ingleses se habían instalado en las Trece Colonias de la costa noroccidental americana desde el
siglo XVII. Durante la gran guerra colonial entre Inglaterra y Francia (1756-1763), y que fue
correlato americano de la Guerra de los Siete Años europea, los colonos estadounidenses
cobraron conciencia de hasta qué punto sus intereses eran divergentes de los de la metrópolis
(imposibilidad de recibir un trato equilibrado, o de ascender en el ejército), así como de los límites
de la capacidad de esta y de su propio poder. En los años siguientes, ante apremiantes
necesidades fiscales, se intentó incrementar la extracción de recursos de las colonias imponiendo
tasas sin ningún tipo de control local ni representación en su discusión. Tras el enfriamiento
progresivo de relaciones, los colonos y los casacas rojas (las tropas inglesas, llamadas así por el
color de su uniforme) tuvieron las primeras refriegas en incidentes menores cuya importancia se
magnificaba convirtiéndolos en simbólicos (Masacre de Boston, 1770, Motín del té, 1773). En
1776, en un Congreso Continental reunido en la ciudad de Filadelfia, representantes enviados por
los parlamentos locales de las Trece Colonias proclamaron la independencia. La guerra, liderada
por George Washington en el lado colonial, que recibió el apoyo internacional de España y Francia,
terminó con la completa derrota de los ingleses en la batalla de Yorktown (1781). En el Tratado de
París (1783) se reconoció por Inglaterra la independencia de los Estados Unidos.
Durante los primeros años hubo dudas sobre si las Trece Colonias seguirían cada una su camino
como otras tantas naciones independientes, o si formarían una única nación. En un nuevo
congreso celebrado otra vez en Filadelfia (1787), acordaron finalmente una solución intermedia,
conformando un estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y
los estados miembros, bajo el mandato de una única carta fundamental: la Constitución de 1787.
La Federación, denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su creación y para la
redacción de su carta magna (sobre todo de las numerosas enmiendas que hubo que añadir
progresivamente a los siete artículos iniciales) en los principios fundamentales promovidos por la
Ilustración, además de en la práctica política del autogobierno local experimentado durante más
de un siglo, e incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena americano (la
confederación iroquesa).27 El sistema político se basó en un fuerte individualismo y en el respeto
a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron como derechos civiles), entre
los que destacaban las mayores garantías nunca existentes en ningún ordenamiento jurídico
anterior a la neutralidad del estado en cuestiones propias de la vida privada y al respeto a las
libertades públicas (conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión de
armas) y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la felicidad
(Life, liberty and the pursuit of happiness28 ). La construcción de la democracia, en muchas de sus
implicaciones, como el sufragio universal, no fue de rápida consecución, especialmente en cuanto
a los problemas de la esclavitud, que diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la relación con
las naciones indias, por cuyos territorios se expandieron. Las nociones de república e
independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y durante mucho
tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.
Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las revoluciones de
finales del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo Régimen menos valores que en el
buen salvaje (avanzado en su Discours sur les Sciences et les Arts -"Discurso sobre las Ciencias y las
Artes"- y popularizado con la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese
concepto de bondad natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más
adelante, de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado uniformador y
totalitario de las dictaduras del siglo XX.
Presentación al Congreso Continental por la comisión de los "cinco hombres" de la propuesta de
Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776). Aparecen entre otros
Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams (Cuadro de John Trumbull, 1817).29 En este
texto se aplicaron los valores de la Ilustración a la construcción del primer sistema político
contemporáneo. La recepción de esta experiencia en Europa, principalmente en Francia, fue una
mezcla de simpatía y paternalismo: el mito del buen salvaje contribuyó a ello, y también la
habilidad diplomática del propio Franklin, embajador en París. Los estadounidenses se
presentaron a sí mismos como resistentes a la tiranía, con referencias neoclásicas a la antigua
República Romana, de la que se verán herederos de allí en adelante (Nueva Roma)
El general y primer presidente George Washington despide al noble francés y también general
Marqués de La Fayette (1784). Al frente de tropas de la monarquía francesa había apoyado la
independencia de las Trece Colonias frente a Inglaterra, al igual que hizo el gobernador de Luisiana
Bernardo de Gálvez y Madrid con tropas de la monarquía española, en un ajuste de cuentas de la
anterior Guerra de los Siete Años. La Fayette, influido por su experiencia americana, fue partidario
de las reformas moderadas y de una monarquía constitucional durante la posteriores
acontecimientos revolucionarios en Francia.
El británico Thomas Paine tuvo una trayectoria vital ligada a las revoluciones americana y francesa.
Expulsado de Inglaterra, también tuvo problemas con el régimen terrorista de Robespierre, y
acabó su vida en suelo norteamericano. Fue autor de tres importantes libros: el liberal Common
Sense ("El Sentido Común") donde defiende la independencia de Estados Unidos, el polemista The
Rights of Man ("Los Derechos del Hombre") respondiendo al ataque a los excesos revolucionarios
de Francia de Edmund Burke (quien, por el contrario, había defendido la americana, aunque con
argumentos más conservadores que los radicales de Paine); y el anticlerical y volteriano The Age of
Reason (La edad de la razón).
Revolución francesa e Imperio napoleónico[editar]
Artículo principal: Revolución francesa
Muerte de Marat, por Jacques-Louis David. La mayor parte de los personajes de la Revolución
francesa tuvieron trágicos finales.
Qu'est-ce que le tiers état? Tout. Qu'a-t-il été jusqu'à présent dans l’ordre politique? Rien. Que
demande-t-il? À y devenir quelque chose.
¿Qué es el tercer estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? Nada. ¿Qué
demanda? Llegar a ser algo.
Emmanuel Joseph Sieyès, ¿Qué es el tercer estado?, 1789.
Francia había apoyado activamente a las Trece Colonias contra Inglaterra, con tropas comandadas
por el Marqués de La Fayette; pero aunque la intervención fue exitosa militarmente, le costó cara
a la monarquía francesa, y no solo en términos monetarios. Sumada a la deuda cuyos intereses ya
se llevaban la mayor parte del presupuesto, y en medio de una crisis económica, llevó a la
monarquía al borde de la quiebra financiera. Las deposiciones sucesivas de Calonne, Turgot y
Necker, los ministros que proponían reformas más profundas, hicieron al gobierno de Luis XVI aún
más impopular. El rey, sin apoyo entre la aristocracia que controlaba las instituciones (negativa de
la Asamblea de notables de 1787), aceptó como mejor salida convocar a los Estados Generales,
parlamento de origen medieval en el que estaban representados los tres estamentos, y que no se
reunía desde hacía más de cien años. Durante la elección de los diputados, se habían de redactar
cuadernos de quejas, peticiones que representaban el pulso de la opinión de cada parte del país.
Siguiendo el argumentario ilustrado, las del Tercer Estado (el pueblo llano o los no privilegiados,
cuyo portavoz era la burguesía urbana) pedían que los estamentos privilegiados (clero y nobleza)
pagaran impuestos como el resto de los súbditos de la corona francesa, entre otras profundas
transformaciones sociales, económicas y políticas. Una vez reunidos, no hubo acuerdo sobre el
sistema de votación (el tradicional, por brazos, daba un voto a cada uno, mientras que el individual
favorecía al Tercer Estado, que había obtenido previamente la convocatoria de un número mayor
de estos). Finalmente, los diputados del Tercer Estado, a los que se sumaron un buen número de
nobles y eclesiásticos próximos ideológicamente a ellos, se reunió por separado para formar una
autodenominada Asamblea Nacional.
El 14 de julio de 1789 el pueblo de París, en un movimiento espontáneo, tomó la fortaleza de La
Bastilla, símbolo de la autoridad real. El rey, sorprendido por los acontecimientos, hizo
concesiones a los revolucionarios, que tras la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano y la eliminación de las cargas feudales, en lo relativo a la forma de gobierno solo
aspiraban a establecer una monarquía limitada como la británica, pero con una Constitución
escrita. La Constitución de 1791 confería el poder a una Asamblea Legislativa que quedó en manos
de los más radicales (los miembros de la Constituyente aceptaron no poder ser reelegidos) y
profundizó las transformaciones revolucionarias. Tras el intento de fuga del rey, este quedó
prisionero, y en 1792 la Francia revolucionaria hubo de rechazar la invasión de una coalición de
potencias europeas, decididas a aplastar el movimiento revolucionario antes de que el ejemplo se
contagiase a sus territorios. La eficacia del ejército revolucionario, motivado por el patriotismo (La
Marsellesa, La patrie en danger -La patria en peligro-, Levée en masse -Leva en masa-30 ) y la
defensa de lo conquistado por el pueblo, frente a los desmotivados ejércitos mercenarios, cuyos
oficiales no lo eran por mérito, sino por nobleza, demostró ser suficiente para la victoria. En el
interior, la revuelta del 10 de agosto de 1792, protagonizada por los sans culottes (la plebe urbana
de París) forzó a la Asamblea a sustituir al rey por un Consejo provisional y convocar elecciones por
sufragio universal a una Convención Nacional, que dominaron los jacobinos. Su política de
supresión de toda oposición, el llamado Terror (1793-1795), eliminó físicamente a la oposición
contrarrevolucionaria (muy fuerte en algunas zonas, como la Vendée) así como a los elementos
revolucionarios más moderados (girondinos), mientras los que pudieron huir (nobles y clérigos
refractarios, que no habían aceptado jurar la constitución civil del clero) salían al exilio. Se
estableció un régimen político republicano, que transformó incluso el calendario, establecía un
sistema de precios y salarios máximos (ley del máximum general) y controlaba todos los aspectos
de la vida pública mediante el Comité de Salud Pública dirigido por Robespierre. El número de
ejecuciones, por el igualitario método de la guillotina fue muy alto, e incluyó al rey y a la reina, así
como a varios de los propios jacobinos, como Danton, y a un gran científico, Lavoisier (en ocasión
de su condena, se dijo: la revolución no necesita sabios). Un golpe de estado (conocido como
reacción thermidoriana, por el nombre en el nuevo calendario del mes en que se produjo) acabó
físicamente con Robespierre y su régimen e instauró un sistema mucho más moderado, del gusto
de la burguesía: el Directorio (1795-1799).
Modelo de proceso revolucionario[editar]
La Revolución francesa asentó así un modelo de proceso revolucionario dividido en fases: iniciada
con una revuelta de los privilegiados, pasa por una fase moderada y una fase radical o exaltada
para acabar con una reacción que propicia la plasmación de un poder personal. Las expresiones,
comunes en la historiografía, destacan por su similitud con las fases en que se dividió la
Revolución rusa. Georges Lefebvre señala tres fases en la primera parte de la revolución:
aristocrática, burguesa y popular. Para Carlos Marx (en su estudio comparativo que tituló El 18
Brumario de Luis Bonaparte), el proceso de la revolución de 1789 fue ascendente, mientras que el
de la de 1848 fue descendente.31
Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un modelo de
revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa sería un modelo de revolución
social, y de ahí su fracaso, como el de las revoluciones que siguen su modelo (especialmente la
rusa); pues (como planteaba ya Alexis de Tocqueville) los logros políticos de la libertad y la
democracia solamente se consolidan cuando son el resultado de procesos sociales y económicos
anteriores, y no cuando se plantean como requisitos previos para conseguir estos.32
La analogía entre los periodos de la historia de Roma (Monarquía-República-Imperio) y los mucho
más efímeros de la Revolución de 1789 (repetidos en la evolución posterior de la historia de
Estados Unidos)33 no dejó de ser tenida en cuenta por los propios contemporáneos, que no solo
se inspiraban en la antigüedad grecorromana para el arte neoclásico, sino también para su sistema
político y sus símbolos (gorro frigio, fasces, águila romana, etc.).