Edición 76 color

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    n la plaza de Santo Domingo, juega un nioque no tiene padres ni hogar. Tampoco hasido capaz de hacer amigos y sus das sepasan entre los escenarios que su imaginacin

    crea y el hambre cruel de los indigentes. Un pequeo perrocallejero es su nica compaa fiel, en un mundo que le temey desprecia.

    A veces, nada en la fuente de la plaza y se sienteflotando en medio del ocano, en completa paz. Otras, bebedel licor que dejan en las mesas de las fondas y su tempe-ramento se enciende, trenzndose a golpes con muchachosmayores. Luego recuerda su situacin y se sienta a llorarbajo las palmeras de la plaza. Aun as, la mayor parte deltiempo sonre, ya que cuando duerme, suea que es poderosoy benvolo, justo y terrible a la vez; que la gente lo venera

    y pide su ayuda.El pequeo no es consciente que durante sus horas de

    vigilia, su alma transmuta y cruza a un orbe lejano; dondees conocido como Dios. La mayora de los habitantes de talmundo solo conocen el alma del nio cuando sta se querellaen su realidad despiadada. Pocos son los que estn al tantode que duerme y suea, en compaa de su perro.

    N 76Elenco

    Por Psico

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    Editorial

    Regreso

    Por Juan Vctor

    Director:Juan V. Soto

    Diseo:Drebo y

    Juan V. Soto

    Diagramacin:

    Sergio M.Alvarez

    Tapa:El amor despus

    del amorpor Adrin

    Magarzo

    Dibujos

    interiores:Objetos

    fractales, Dreboy AdrinMagarzo

    Ilustracinpginas 8 y 9:

    La obra de Diospor Luis Soto

    Ilustracinpgina 11:

    Lorreine porJos Luis Soto

    Textos:Los que firman

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    l ayer cuando se dejay vuelve, nunca hadejado de estar pre-sente. As vuelven las

    olas al mismo mar para desgastarlas duras rocas del pasado. Y vuel-ven sin jams haberse ido. Y vuel-

    ven para cambiar lo sido. Y hacerse.

    Regresan en forma de pala-bras. En forma de voz, que no es lomismo. Las palabras necesitan vozpara ser escuchadas por la msicaque nos es propia y nos trasciende.Por la voz que reside escondida en

    nuestros silencios.

    Vienen las palabras a recupe-rar la voz que perdieron.

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    Por Juan Vctor

    n hombre contemplaba diariamente al sol quenaca en las aguas y a los peces que moranen sus redes. La arena le sepultaba los piesy el calor secaba sus laboriosas manos. Era

    rutina su bsqueda infatigable del alimento, de la tarde dur-mindose en la noche, de la soledad. Su casa segua lejos,en un lugar inmutable. Encontrara a su mujer ejerciendo

    labores cotidianas y a los nios corriendo a su encuentro,una vez en casa. Encontrara al amor en forma de silen-cio, al momento de comer y contar historias. Los curiososnios abrirn los ojos fascinados por los relatos de naves,viajes aventureros, peces extravagantes, botellas con rarasinscripciones. A su mujer, muy bella, le brillarn los ojoscual bano de alguna tierra lejana por sus historias quetienen una pausa premeditada, como el procedimiento fino

    de tirar las redes, ya que sus descripciones son precisascomo el cielo estrellado que seala el norte, el sur y todoslos lugares posibles. No obstante, el pescador es un hombresencillo. Cuando narra no es ms que el eco de un marinerofatigado que describe sin mentir ni exagerar, sino recons-truyendo el sentido de lo que no comprende, valindose dela imaginacin, es decir, traduciendo. Y traduce los rostrosexticos con metforas sobre los vastos cielos que tanto co-noce. Habla de mujeres que brillan como la luna, de sirenasque cantan para encender el fuego de las estrellas. Luegoviene otra pausa. Otro sorbo del fruto dulce de los valles.El alcohol que es un compaero necesario para que la ho-nestidad refuerce la labor del ingenio, los cuales edificarnjuntos relatos memorables en donde guerreros devendrnmuros infranqueables y en lugar de ser veinte pasarn aser quinientos. Las bestias tendrn tantos dientes como ojos,las mujeres tendrn cuerpos hechizantes y las ciudades se

    tornarn de maravillas que slo un audaz que se atreve asurcar la furia de Neptuno podra certificar.

    El hombre simple no slo llena su estmago, sino quese entretiene con el tacto de la comida. La toma con sus

    manos, la degusta lentamente para luego continuar con lahistoria y otro sorbo de vino. La realidad le deleita tantocomo la fantasa. No por falta de asombro a lo desconocido,a lo lejano, sino que lo propio le provoca cierto extraa-miento. La mesa con su familia que no es el mar al quepertenece. A ese infinito al que no llegan sus ojos y quese vislumbra desde la orilla que es un siempre. Lo demsse confunde con la fantasa, con la historia que cuenta.

    Es igual la situacin de los nios, quienes ya escucharonla historia que su padre les est transmitiendo pero queahora lo hacen con odos nuevos como si jams hubieransabido de ella o si la versin anterior que fue contada enotra comida fuese completamente diferente de la que esttomando lugar ahora. La mesa con el padre trabajador esparte de la travesa, es compartir la red no slo de pecessino de sueos, de experiencias. Los nios saben que en un

    Pescador de hombres

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    futuro no muy lejano pescarn peces o, tal vez, hombres.Pero no harn otra cosa que echar redes, sumergirse enese horizonte que empequeece al hombre. Sentir el silencioque calla la voz insignificante del pensamiento. Tirar esasredes y ver el rostro ntido del marinero que en su fatiga sesienta al lado de su padre y, por un poco de alimento, cuentauna historia y deja unas monedas. El padre les muestra lasmonedas no sin antes tomarse cierto tiempo para encon-trarlas en su bolsillo como si las preservara cual tesoroinvaluable, quizs para darle ms suspenso a la historia o

    para hacerla creble. La mujer mira a su esposo con ciertocansancio pero pronto aparece en ella una pequea muecaque pareciera una sonrisa. Precisamente cuando ve a lospequeos comensales deleitndose con la historia de maresy aventuras absurdas. Luego suelta una carcajada cuando lahistoria se torna descabellada y, cuando su hombre degluteel alimento para finalmente beber un poco ms, formulapreguntas que permiten a los nios imaginar en detalle el

    lugar de las aventuras. Le pregunta sobre las playas, si lasarenas son doradas como el oro o sobrias como la plata.

    Pregunta sobre las vestimentas, los colores, si usan plumaso no cubren sus cuerpos esos seres desconocidos que vivendel otro lado del vasto mar. Cmo es la voz que tienen, la

    forma en que caminan (eso hace rer mucho a los nios quese entretienen con los graciosos gestos que realiza su padrepara describir a los villanos y su andar grotesco). En unmomento todos comienzan a creer en la historia. No poruna cuestin de verdad o mentira de la misma. Sino porquela historia transcurre ante ellos, en ellos. Los ojos del padreven los sables cruzarse entre aquellos piratas o nativos oextraos seres que se disputan riquezas o exticas mujeres

    o simplemente pelean por la dignidad de sus pueblos. Tam-bin hay caprichos extravagantes, los cuales nunca faltan.La cabeza de aqul que fue bendecido por los dioses. Oalguna guerra en nombre de una deidad. Luego, el silencio.Los nios ensimismados por la historia aprovechan parapreguntar sobre hechos ya narrados con mucha anticipaciny hacen que el narrador retrotraiga su relato. No porquehayan perdido el hilo del mismo, sino porque la historialos ha estimulado a pensar en mundos con formas nuevas,con increbles peligros, animales maravillosos y aventurasexcepcionales de los cuales jams podran sentirse cansados.El hombre retoma la labor sin problemas, quizs porque yatenga memorizada la historia desde el principio. O porquese siente ese nio pequeo que se le parece tanto e imaginauna cierta continuidad en su vida. Ya ha visto morir a los

    peces, a los das y a los marineros pero jams ha visto mo-rir a las historias. Muchas de ellas ni siquiera contadas porextraos marineros ni escuchadas en bares remotos cuandola razn lo abandonaba, sino por su padre, tambin pescador,que vena a la mesa con esas historias inmemorables hastaque una mujer, su madre, haca un gesto. Ahora sucede lomismo, los nios tienen que dormir, no hay dudas. El padrecierra la historia con una moraleja forzada que termina lo

    que nunca se acaba. La historia se repetir alguna vez mshasta el infinito. Y los nios dormirn felices.

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    Por Csar Soto

    los rboles enamorados que pierden sus hojas.A los poemas en nombre del otoo y del olvido.A las hojas solitarias que yacen en la hierba.Las flores que emergen y a otras muchas que

    duermen.A aquel sol intermitente pero nunca ausente.

    A la lluvia de insistentes y pequeas gotas.A las aves, sus clidos, indestructibles y clidos nidos.A las bestias que esperan su primavera.A los hombres cansados que an siguen soando.A las mujeres que mueren cada noche en la aoranza.Y a los ancianos y sus ms antiguos recuerdos:

    El Otoo, su equilibrio y su mesura,

    Una primavera que ha perdido sus encantos,Fra, solitaria,De nostalgias y amores escondidos en los hogares,De otros amantes encerrados entre muros,Impacientes, sedientos y vencidos.Aquella primavera que ostenta su otra cara,Salpicada de insistentes pequeas lgrimas,De grandes desventuras y heroicas odiseas.

    De amantes inquietos que veneran la vida.

    Aqu los aos no corren, perduran.Aqu solo caminan las estaciones,Marchan inviernos para nuevas primaveras:Y todo rejuvenece.

    Versos del Otoo

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    i me mostraba as hubiera tenido que darexplicaciones, y terminar en las palabras desiempre. Como an no surge lo nuevo en todosu esplendor, existe el peligro de que vuelva a

    suceder, de que lo viejo se agolpe en su afn por restituirse.Eso sera para m un verdadero gasto, y no estoy dispuesta.

    Esta vez decid vivir plenamente la soledad que mecorresponde por mi ejercicio de libertad. En un acto dealquimia he logrado quedarme en ella como en un territoriodigno de ser poblado sola.

    Por Gabriela Carrin Por Oriana Corts

    La subienda

    u iba uno a saber que esos dos jveneshaban salido del agua. Se vean normales,altos, morenos, buscaban trabajo, de haberlosabido... Nunca ms, me oye? No le voy a

    volver a hacer caso a Leticia, la vecina, es que ella comen-z que atindalos, llveles, mire que son dos pobres pelaosque no tienen donde caerse muertos y es que pensbamos

    que si llegaban los jvenes este pueblo no iba a desapare-cer con tantos viejos. Pero de pronto se meten al cuarto yliteralmente se convierten en un mar de lgrimas. Todo lohan arruinado, los cultivos, los animales se han ahogado, lascasas estn a medio caer y a unos cuantos se los ha llevadola corriente. Es que yo no entiendo, este era un pueblohumilde, ni si quiera sala en el mapa! Ahora qu? Nos tocairnos, echar a andar pal monte.

    La espera de m

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