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PABLO CHEB COPA AMÉRICA DEL 79 p28 UN HOMBRE DE LETRAS SEDIENTO DE FÚTBOL p44 RAFAEL LÓPEZ COPA AMÉRICA DEL 95 POR UNA COPA MÁS p58 AGUSTÍN LUCAS COPA AMÉRICA DEL 91 3ROS COMO EN EL 62 p24 PATRICIO HIDALGO EL PEOR ERROR DE MI VIDA p20 CARLOS COSTAS LA CUNA DE LOS CRACKS DEL FÚTBOL MUNDIAL CELEBRA SU CENTENARIO TORNEO. CRÓNICAS, REPORTAJES Y ENTREVISTAS QUE NOS RECUERDAN PORQUÉ EL FÚTBOL SIGUE VIVO EN SUDAMÉRICA. SUDAMÉRICA SUDA p23 / p69 EDICION N°3 ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN Pablo Cheb Felipe Bianchi Esteban Catalán Carlos Costas Cristopher Antúnez Agustín Lucas Roberto Castro Carolina Fernández Alejandro Escorcia Matias Pinto Daniel Campusano Francisca Álamos Andrés Santa María Jerónimo Parada Sebastián Santamaría Hermes Antonio Ezio Costa COPA AMÉRICa TEMA CENTRAL

Edición N°3

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Especial Copa América

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Page 1: Edición N°3

PABLO CHEBCOPA AMÉRICA DEL 79

p28

UN HOMBRE DE LETRASSEDIENTO DE FÚTBOL

p44RAFAEL LÓPEZ

COPA AMÉRICA DEL 95 POR UNA COPA MÁS

p58AGUSTÍN LUCAS

COPA AMÉRICA DEL 913ROS COMO EN EL 62

p24PATRICIO HIDALGO

EL PEOR ERROR DE MI VIDA

p20CARLOS COSTAS

LA CUNA DE LOS CRACKS DEL FÚTBOL MUNDIAL CELEBRA SU CENTENARIO TORNEO. CRÓNICAS, REPORTAJES Y ENTREVISTAS QUE NOS RECUERDAN PORQUÉ EL FÚTBOL SIGUE VIVO EN SUDAMÉRICA.

SUDAMÉRICA SUDAp23 / p69

E D I C I O N N ° 3

ESCRIBEN EN ESTA EDICIÓN

Pablo ChebFelipe Bianchi

Esteban CatalánCarlos Costas

Cristopher Antúnez Agustín Lucas Roberto Castro

Carolina FernándezAlejandro Escorcia

Matias PintoDaniel CampusanoFrancisca Álamos

Andrés Santa María Jerónimo Parada

Sebastián SantamaríaHermes Antonio

Ezio Costa

COPA AMÉRICa

TEMA CENTRAL

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LUGANOCARA DE GLORIA. LA MISMA MIRADA

DE OBDULIO.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGOEDICIÓN N°3 DE CABEZA / ESPECIAL COPA AMÉRICA

JUNIO 2015

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COLOMBIAYA HAN LLORADO DEMASIADO. DE UNA VEZ

POR TODAS, IRÁN POR LA ALEGRÍA EXTRAVIADA.

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EDITORIAL

LA COPA AMÉRICA, el torneo de fútbol más antiguo del mundo, como nos ha enseñado hasta el hartazgo el bombardeo publicitario, regresa a Chile devolviéndonos esa añoranza de los tiernos 90’s.

Nos preparamos para recibir a un puñado de los mejores jugadores del mundo, que mostrarán su talento en nuestros estadios arreglados (maquillados, más bien) a la rápida y a medias. Con bastante menos expectativas, nos preparamos tam-bién para recibir a los orondos dirigentes de la FIFA y CONMEBOL que, tambalean-do todavía por los cachetazos de la investigación que desde Suiza y Estados Unidos ha comenzado a revelar lo que ya todos sabían, aprovecharán la justa continen-tal para ahogar sus penas en alcohol del bueno y echar bocanadas de humo de los habanos que consumirán en los elegantes prostíbulos de Vitacura, donde se transan los encantos de muchachas traídas de los más exuberantes rincones de nuestro continente.

Nuestras pantallas, avenidas y estadios serán testigos del verdadero Mundial, don-de el talento sobra, donde nacen los “carasucia” mencionados por Galeano. Se llena el país de expectativa y las marcas “oficiales” machacan con la posibilidad de que Chile deje el oprobio que comparte con Venezuela y Ecuador, y, por fin, levante la Copa más añeja del planeta.

Oiremos inspirados discursos sobre el espíritu fundacional de este torneo, la uni-dad de los pueblos americanos, los sueños de Bolívar y San Martín, todo con el gentil auspicio de marcas multinacionales siempre sospechadas, pero solo recien-temente apuntadas por alentar la corrupción merced a esos verdes billetes que no saben de devaluaciones periódicas ni crisis democráticas.

Y, pese a todo, ahí estaremos. Porque amamos este juego y no nos damos por ven-cidos. Porque siempre supimos que en la periferia de la belleza del fútbol está la humildad de nuestras canchas, nuestras galerías, nuestros “carasucias”. Porque toda la mierda que sigue saliendo a flote no nos espantó lo suficiente como para olvidar que este, el fútbol, es el único medio que tenemos para escapar y volver a sentirnos niños, al menos por 90 minutos. Salud por eso.

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SUMARIO

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EDITORIAL / p05DE CABEZA ESPECIAL COPA AMÉRICA

CLAUDIO TAMBURRINI / p10ATAJANDO EN EL INFIERNO, POR CRISTOPHER ANTÚNEZ

LA GUERRA DE LOS MUNDOS / p16POR ESTEBAN CATALÁN

EL PEOR ERROR DE MI VIDA / p20POR CARLOS COSTAS

SOBRE LOS HINCHAS / p70O LO QUE QUEDA DE ELLOS. POR EZIO COSTA

NARCO-FÚTBOL / p76POR SERGIO MONTES

GUACHUPÉ / p80POR CRISTOBAL CORREA

ESPECIAL COPA AMÉRICA / p23SUDAMÉRICA SUDA

3ROS COMO EN EL 62 / p24COPA AMÉRICA 91 / CHILE. POR PATRICIO HIDALGO

CUANDO D10S SOLO FUE DIE6O / p28COPA AMÉRICA 79 / ARGENTINA. POR PABLO CHEB

LA MIRADA DEL HALCÓN / p38COPA AMÉRICA 91 / BRASIL. POR MATIAS PINTO

RAFAEL LÓPEZ / p44UN HOMBRE DE LETRAS SEDIENTO DE FÚTBOL / MEXICO. POR NICOLÁS VIDAL

COPA AMÉRICA 2001 / p52COLOMBIA. POR ALEJANDRO ESCORCIA

POR UNA COPA DE MÁS / p58URUGUAY. POR AGUSTÍN LUCAS

ENTREVISTA A SWETT / p82POR CAROLINA FERNÁNDEZ

METEGOL / p88POR HERMES ANTONIO

EL REGATE / p92POR DANIEL CAMPUSANO

SERBIA / p96POR SEBASTIÁN SANTAMARÍA

11 IDEAL / p102POR FELIPE BIANCHI

ERA UN BARCO / p104CUENTOS DE CABEZA. POR FRANCISCA ÁLAMOS

MISTERIOS SIN RESOLVER / p60PERÚ. POR ROBERTO CASTRO

PARAGUAY / p64LA POLLERA EDICIONES

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ALEXISES AHORA O NUNCA. EN

BUENA MEDIDA, DEPENDE DE UN NIÑO.

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DI MARÍA / HIGUAÍNSIN MESSI SERÍAN UN EQUIPAZO.

CON ÉL, ES ROBO.

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STAFF

EQUIPO

COLABORADORES

DISEÑO AMIGOSFOTOGRAFÍAILUSTRACIONES

WEB

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Claudio Tamburrini

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EL MÁS TONTO AL ARCO”, reza un popular e injusto refrán chileno para describir lo que ocurría en aquellas pichangas ochenteras que se jugaban en plazas, calles, potreros,

o donde existiera un pedazo de tierra con cuatro piedras.

Nadie quiere ser arquero, es un hecho. Todo niño sueña marcar un gol con el equipo de sus amo-res a estadio lleno y correr por la pista de rekortán besando la camiseta como una ofrenda. Cuesta imaginar a alguien echando a volar la imaginación para encontrarse en el papel de guardapalos ta-pando un penal.

“El arquero es como una mina que todos se quieren coger”: frase acuñada por uno de los grandes arque-ros de Argentina, el “Loco” Hugo Gatti; el mismo que trató de “gordito” a Diego Maradona antes que el “10” le marcara cuatro goles en un encuentro.

“El portero es algo muy específico, los niños cuando son pequeños se fijan en los que meten goles, así que el que mira al que lo recibe, ha nacido para esto” (Juan Calatayud).

No tenemos certeza si Claudio Tamburrini quiso ser portero cuando era un niño, o si estaba pendiente de los movimientos de quienes defienden el arco en vez de alucinar con el que –casi siempre– se lleva todos los aplausos: el goleador.

Este argentino se formó en Vélez Sarfield para lue-go pasar al club Almagro, cuya camiseta es muy parecida a la del Gremio de Porto Alegre, y donde jugaron alguna vez Osvaldo “Chice” Sosa, Lucas Pusineri, Francisco Maciel y un conocido azul: Fer-nando Pierucci.

Tamburrini debutó en 1975, con 20 años, en la vie-ja cancha de Defensores de Belgrano, esa que está muy cerca del Monumental de River Plate y del es-tadio de Obras, donde tocan los grandes del rock argentino. El menudo portero ingresó en el descan-so por el arquero titular del equipo tricolor, que se había lesionado.

El protagonista de esta historia compartía su pasión por el fútbol con el anhelo de estudiar filosofía. Como lo describe él mismo en su libro Pase Libre, era como una doble vida: “En mi época, el deportista que hacía política la hacía desde un desdoblamiento casi esqui-zofrénico de su personalidad. Una parte de sí –por decirlo de algún modo– hacía deporte y la otra se de-dicaba a la militancia política o social sin que en un lado se conocieran las actividades que esa persona realizaba en el otro”.

Como estudiante de la Universidad de Buenos Aires, participó de diversos movimientos sociales, adhirien-do al Partido Comunista, del cual se desvincularía meses después por no sentirse representado.

Con la muerte de Perón, en 1974, la presidencia que-dó en manos de su cónyuge, María Estela Martínez de Perón, más conocida como “Isabelita”. La mandataria creó una policía anticomunista llamada Triple A, que persiguió a Montoneros y simpatizantes de cualquier ideología marxista.

El caos social que vivió Argentina en esos años bas-tó para que los militares de aquel país se sintieran con el derecho divino de dar un Golpe de Estado, que se verificaría el 24 de marzo de 1976.

Si hubo represión bajo el gobierno de Martínez, con la dictadura militar que dirigía Jorge Videla, llamada

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Por Cristopher Antúnez S. (@AntunezSilva)

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Proceso de Reorganización Nacional, ésta se inten-sificó, abrazando la idea de “eliminar todo foco sub-versivo que atentara contra el Ser Nacional”, man-chando con sangre la historia del vecino país con la desaparición de millares de personas, además de la tortura y el sufrimiento de tantos otros.

Tamburrini, mientras tanto, seguía su carrera en Al-magro, donde se hacía cargo del puesto más ingra-to, aunque nada comparado con lo que vivían miles de sus compatriotas.

* * *El 23 de noviembre de 1977, la represión tocó su puerta. Se presentó con la fuerza intimidante del poder que actúa, impune, bajo la fiereza de una idea totalitaria.

“Yo vivía en Maldonado 332, Ciudadela; en ese momento, cuando llego a casa, suena el timbre y se presentan dos personas armadas que me pre-guntan por mi identidad, respondo positivamente y me suben a una camioneta diciéndome que tienen que hacer averiguaciones; pregunto sobre qué se trata y me dicen que ya van a explicarme más tar-de”, relata Claudio.

Estos días, donde las semifinales de la Champions League excluyen a cualquier otro pensamiento fut-bolero, nos entregan otro ejemplo –de tantos– de lo ingrato que es el puesto del arquero. En el partido de ida se enfrentaron Barcelona y Bayern Múnich. Manuel Neuer, a juicio de muchos el mejor portero del planeta, jugaba un partido casi perfecto –mo-nopolizó los aplausos con sus tapadas, salida rápi-da, juego de pies y potente rechazo–, hasta que un muchacho llamado Lio en sólo cuatro minutos cam-bió su apariencia celestial por una absolutamente terrestre. Del Olimpo al suelo, desparramado, be-sando el pasto; sí, esa es la vida del arquero, del aplauso al silencio, de la idolatría a la indiferencia, y todo en un par de minutos.“Se me aplicó repetidas veces la llamada picana eléctrica, durante un lapso que no podría precisar con exactitud porque no tenía noción del tiempo, por todas partes del cuerpo; previamente, se me había desvestido para tal efecto. Había una broma recurrente que hacían los de la patota. Entraban y

decían: ¿Quién es el arquero de Almagro? Yo, se-ñor, contestaba, y ya me iba poniendo en guardia, porque por lo general me pegaban muy fuerte en la boca del estómago mientras decían: Atajate ésta”, recuerda el ex portero de Almagro.

Claudio Tamburrini estuvo recluido 120 días en una casa de tortura y miedo, conocida como “Man-sión Seré”, ubicada en Morón, en las afueras de Buenos Aires.

Él estaba convencido, sin tener ninguna base para ello, que sería liberado inmediatamente. No pasa-ba por su cabeza estar más de una semana en ese lugar frío, colmado de gritos en el día y un silencio aterrador por las noches. Es más, varias veces le co-mentó a sus compañeros ocasionales que en cual-quier momento lo vendrían a buscar, no sólo para liberarlo, sino también para pedirle disculpas por el posible error en su detención. Era un hombre de fútbol y pensaba sólo en seguir peleando por la titu-laridad en Almagro… hasta que rápidamente chocó con la realidad.

“Después de los primeros días de detención me pa-saron a un cuarto donde había otras cuatro personas. Pasadas las fiestas, empezó a correr la versión de que seríamos trasladados a una base en Morón, lo cual nos daba una esperanza: creíamos que ahí nos iban a poner a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Na-cional). Había un guardia de nombre Lucas, que nos alentaba en este sentido, especialmente a uno de los muchachos, Guillermo Fernández, con quien había trabado una relación especial; en parte lo protegía. Pero a fines de enero sacaron a dos de los cuatro muchachos que estaban allí, Jorge y Ale-jandro, diciéndoles que iban a ser tras-ladados. Todos lo tomamos con alegría, porque era prueba de que los casos se e s t a b a n moviendo. C u a n d o ese guardia

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llamado Lucas volvió a la Mansión, en febrero, nos pre-guntó si nos habíamos enterado de Jorge y Alejandro. Nosotros les dijimos que sí, que habían sido traslada-dos. Sarcástico, pero sorprendido, él comentó: “¿Eso les dijeron? Aquellos dos están bajo tierra”. Enterar-nos de la verdad coincidió con el empeoramiento de las condiciones. Por esos días, volvió la patota del grupo de tareas y se cayó cualquier expectativa de traslado. Fue un momento desesperante. Yo tuve la convicción de que todo iba a empeorar aun más”.

* * *Miedo, dolor, tortura. Palabras que Tamburrini re-laciona con esos cuatros meses que atajó, literal-mente, en el infierno. Quizás el protagonista de esta historia no fue tocado con la varita mágica, como Maradona o el petiso que dejó en el suelo a Boa-teng, pero la vida lo puso en una situación donde –quizás– ese par de genios no hubieran podido eludir a sus rivales. Y Tamburrini lo hizo. Un guiño al que eligió el puesto más ingrato.

“Una tarde, Guillermo encontró por casualidad de-bajo de su cama un clavo que sostenía el elástico y que estaba medio suelto. Se paró y probó abrir la ventana con él. Por supuesto, el picaporte del lado de adentro lo habían quitado. Pero no habían tapa-do el agujero. Maniobrando con el clavo, logró abrir la ventana. En ese momento, nos dimos cuenta de que la patota estaba en la casa, porque al abrir la ventana escuchamos las voces. Inmediatamente cerramos, pero ya en ese momento Guillermo em-pezó a elaborar el plan de fuga: abrir la ventana, desatar el cable de plancha que unía las persia-nas, atar las colchas con las que dormíamos, refor-zar las uniones de las colchas con esas correas de cuero con que nos ataban las manos y las piernas antes de ir a dormir, salir al balcón, afirmar la col-cha para bajar por el balcón, bajar al jardín y salir corriendo. Con el cable de plancha que sujetaba las persianas, íbamos a hacer un puente eléctrico para escapar en un auto”.

Este casi absurdo plan les dio una esperanza, una ilusión a la cual aferrarse, un tiro libre en el minuto 91 a la entrada del área. Claudio y sus cuatro com-pañeros tenían la certeza que el plan tenía muy pocas posibilidades de tener éxito. Más cuando los

captores entraban en acción.

“Alrededor del 20 de marzo entraron, nos pegaron a todos, un tipo se paró a mi lado y, en vez del ‘chis-te’ (atájate esta), me puso una pistola en la cabeza y dijo: “Sabemos que están preparando una fuga. Y los dejamos. Para bajarlos cuando salgan”. Ese inciden-te generó un conflicto entre nosotros, porque si bien podía ser una apretada más, nos dio mucho miedo. Un par de noches después, Guillermo Fernández me dijo que no tenía otra alternativa que fugarse, porque lo iban a matar. Habían vuelto a torturarlo después de varios meses, tirándole datos nuevos que ponían, o iban a poner, en evidencia que él les había estado dando información falsa. Todo eso apresuró la fuga, finalmente, para el 24 de marzo”.

Frente a cualquier pronóstico y venciendo incluso un obstáculo que no tenían previsto –una lluvia torren-cial–, Tamburrini y sus cuatro compañeros pusieron en marcha el plan, atando las sábanas para que funcionaran como una cuerda. Así bajaron desde el segundo piso, completamente desnudos, sólo em-pujados por las ganas de ser libres.

“Tres y media de la mañana o cuatro, cruzo desde la ligustrina de una casa donde estaba escondido al garage y casa en construcción donde estaban escondidos mis compañeros y me entero que Gui-llermo Fernández había tocado timbre, como yo lo había visto desde enfrente, en la casa contigua y había manifestado a la vecina que lo atendió, que había sido asaltado en la vía pública y despojado de todas sus pertenencias e inclusive de su ropa, salvo la camisa que llevaba en el torso, y había pedido a esta señora que llamara a un familiar”.

Luego de unas horas, apareció el padre de uno de sus compañeros, los recogió y pudieron por fin salir de la zona donde los buscaban por todos lados. La estrategia había resultado, el tiro libre, metiéndose por sobre la barrera bajo esa lluvia torrencial, se convertía en gol.

* * *Después de la fuga, Claudio vivió en diferentes lu-gares. Familiares y amigos solidarizaron con su si-tuación. Sin embargo, aunque había dejado atrás a

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sus feroces captores, él seguía viviendo con miedo; aún no se sentía libre. Además, extrañaba el fútbol.

Trabajó manejando un taxi, usaba otra identidad. Cuando juntó algo de dinero, consideró dejar Ar-gentina, como un ejercicio de limpieza, una forma de dejar atrás lo que le había tocado vivir. Curiosa-mente, antes de partir a Suecia –donde terminaría radicado– tuvo un último deseo: volver a la Man-sión Seré. “No sabía si algún día iba a volver y no quería tener ese peso tirándome a la distancia”, fue su argumento.

Estando en Estocolmo, retomó sus dos pasiones: el fútbol, donde estuvo entrenando en el AEK para luego jugar en un equipo menor, y sus estudios de filosofía.

“Trabajé durante un tiempo en ese equipo, pero en 1980 me notificaron que me habían aceptado en la facultad de Filosofía de Estocolmo. Fue la primera vez que me vi en la disyuntiva de escoger entre ambas actividades. Elegí estudiar, primero por la falta de continuidad en el equipo. Pero sobre todo por una profunda decepción con el fútbol sueco por su falta de profesionalidad. En-trenábamos dos veces por semana y nos limitábamos a jugar once contra once un partido de 100 minutos. No había preparación específica para arqueros, algo a lo que yo estaba acostumbrado desde que jugaba en las inferiores. Fue tan mala la experiencia que decidí aban-donar el fútbol y centrarme en mis estudios”.

Claudio Tamburrini es hoy Doctor en Filosofía y ejerce como profesor de la carrera. Escribió un libro, Pase Li-bre, donde narró los 120 días que vivió en la Mansión Seré. Este libro fue llevado al cine por Adrián Gaetano bajo el título “Crónica de una fuga”, donde el papel del arquero lo interpreta Rodrigo de La Serna.

Tal como ocurrió con Alcatraz, la temida Mansión Seré fue cerrada una semana después de verificada la fuga, para luego ser destruida.

Por su parte, Tamburrini, 37 años después, tiene una visión distinta a la que tenía cuando escapó del infierno: “Mi secuestro no me generó problemas, al revés. Lo tomo como una parte constitutiva de la vida que hoy tengo. Si no me hubieran secuestrado, no habría salido de Argentina. En Suecia conocí a mi mujer, con la que tuve a mis tres hijos. Habría podido tener otra carrera u otros hijos. Habría tenido otra vida, que podría haber sido mejor o peor, pero no habría sido la mía. Que me secuestraran me sir-vió para ser quien soy”.

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TAMBURRINI Se para de frente, como esperando el movimiento del delantero de turno. Se para con la confianza del que sabe que, después de atajar el penal que atajó, los otros remates serán mansos.

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CRÓNICA DE UNA FUGA. Es una película que narra cómo unos chicos desnutridos, torturados y semi desnudos, movidos solo por su necesidad de supervivencia, fueron capaces de escapar de sus captores y de la muerte.

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Por Esteban Catalán (@estebancata)

EN JUNIO, el Cosmos de Nueva York, un proyec-to que busca mercado en la capital del mundo, visita a la selección de Cuba en La Habana. Orquestado desde la diplomacia, el partido

mide en cancha dos escudos que tendrán que aprender a convivir.

Probablemente, Raúl no entendió la noticia a la pri-mera. Después de acarrear copas por una década en el Real Madrid y disfrutar dos años de la hinchada del Schalke 04, el delantero se dedica a recolectar dinero alrededor del mundo con la magia que aún le queda en la zurda. Tras un par de años en el remoto Al Sadd de Catar, donde ganaba 289 mil dólares libres de impuestos a la semana (más de 176 millones de pesos cada siete días), aterrizó en Nueva York para jugar en el Cosmos, que actualmente juega en la segunda catego-ría del soccer en Estados Unidos. Un equipo lleno de trampas, a la sombra de aquél en que alguna vez jugó

Pelé, que fue disuelto en 1985 y que llevaba 40 mil personas al Giants Stadium. Un empresario británico compró la marca en 2010 y creó esta nueva versión, que lleva apenas unas cinco mil personas al pequeño estadio James M. Shuart. Por supuesto, Pelé, al que en palabras de Galeano jamás se le cayó una moneda del bolsillo, estuvo ahí para respaldar el proyecto a cambio de sus emolumentos. Raúl, cuyo nuevo salario no se hace público por “política del club”, afirma que llegó a Nueva York porque “cree en el proyecto” del Cosmos. Los medios de todo el mundo, por supuesto, repiten esto como un mantra: el bueno de Raúl viene a impul-sar el desarrollo del soccer. Una apuesta más en esta ciudad enajenada, que huele a ancianas en Chanel en una esquina del Soho, y a meado y mierda al bajar al Metro infecto. Una apuesta más con un producto nuevo que vender: el fútbol.

Entonces, probablemente cómodo en una butaca en

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las instalaciones del club, Raúl debe haber levantado una ceja cuando se le informó en marzo del próximo amistoso del club: el 2 de junio contra la selección de Cuba en La Habana.

* * *

El apretón de manos de Raúl Castro y Barack Obama en abril en Panamá cerró años de gestiones subterrá-neas entre La Habana y Washington para pasar a una etapa de simbolismos. No será el ping-pong de Richard Nixon en China, pero el amistoso del Cosmos y la visita de exjugadores de la NBA –Dikembe Mutombo y Steve Nash estuvieron con las selecciones de básquetbol isleñas en abril– sirven para apurar el deshielo a punta de imágenes coloridas.

En Cuba, por razones tan opuestas como los principios de ambas naciones, el fútbol también busca su espacio vital. En el continente americano, solo Estados Unidos tiene más medallas en Juegos Olímpicos que los cuba-nos, que superan con largueza a países que multiplican su PIB o su población varias veces, como Argentina, Brasil, México o Canadá, pero el fútbol siempre se que-dó en un segundo plano en ambas naciones. El partido es un claro guiño de propaganda a Europa y el resto de Latinoamérica, anunciado cuando aún no está claro si algún hincha del Cosmos podrá viajar a la isla, en el caso que exista tal cosa como un hincha del Cosmos.

¿Y en Cuba qué? “Hay mucha expectativa”, afirmó hace unos días el entrenador de la selección, Walter Benítez. En medio de ese intercambio de buenas intenciones, Obama anunció la salida de Cuba de la lista de los paí-ses que “patrocinan el terrorismo”. Pero la vigencia del bloqueo, condenado en la ONU por abrumadoras ma-yorías desde hace 23 años, aterriza las buenas inten-ciones. El grueso de las medidas punitivas solo podrán ser levantadas por el Congreso norteamericano, hoy controlado, en ambas cámaras, por los republicanos.

* * *

En 2011, en una casa en Vedado que regentaba la señora Lupe, una abuela coqueta, viuda de revolucio-

nario, que preparaba el desayuno con huevos, tomate, café, mango y el horrible pan de la isla, nos hospeda-mos con un amigo cuando quisimos viajar a conocer lo que querían decir los propios cubanos sobre su patria. Y ahí, intentando elegir entre los orgullosos ciudadanos que se declaraban en alegría interminable y a los que bramaban, borrachos, que la isla era para nosotros los turistas, pero no para ellos, nació el ardoroso deseo de conseguir camisetas de la selección cubana. Habíamos visto jugar a Cuba en unos amistosos sin historia contra un combinado de “proyección” de Nelson Acosta en Osorno y Temuco, allá por 2007. Pero incluso en las tiendas Adidas de Varadero, reservadas para turistas que, en algún percance de su viaje de lujo, quisieran comprar otra camiseta de Alemania o el Chelsea, nos dijeron lo mismo: no vendemos nada de Cuba. No había suerte en esos resorts para jubilados europeos, menos en localidades más pequeñas y suspendidas en el tiem-po, como Trinidad. Nos encontrábamos con una mirada achinada cuando confesábamos ese deseo ardoroso de comprar algo. Todos nos decían lo mismo: No las encontrarán en ninguna parte.

* * *

Cuba logró su gran momento futbolero en 1938, cuando jugó el primer Mundial de Francia después que Colombia, Costa Rica, Guayana Holandesa –hoy Surinam– El Salvador, México y los mismos gringos renunciaran a las eliminatorias. Instalados en Toulou-se, los cubanos terminaron eliminando a Rumania en un partido de desempate, pero la aventura se termi-nó en cuartos de final, donde fueron aplastados por Suecia (0-8). Sigue siendo, hasta hoy, la mejor campa-ña de un equipo caribeño en Copas del Mundo, solo igualada por la selección de Costa Rica, en el pasado Mundial de 2014.

Estados Unidos no lo ha hecho mucho mejor. La super-potencia mundial falla a menudo en fútbol, mantenien-do las semifinales en 1930 como el mejor resultado histórico. Los últimos veinte años, las eliminatorias y Copas de Oro de la Concacaf –la confederación que reúne a Norte, Centroamérica y el Caribe– se reducen a un aburrido pulso entre estadounidenses y mexicanos.

CRÓNICA / LA GUERRA DE LOS MUNDOS

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Ahí también juega Cuba, estancado en un nivel interme-dio entre naciones minúsculas como Anguila y Baha-mas, y los centroamericanos que aspiran a derribar a los gigantes regionales, como Honduras y Costa Rica. Curiosamente, las ligas de Cuba y Estados Unidos tie-nen algo en común: nadie desciende. En Cuba son re-presentados los quince distritos del país y se juega por cercanía para evitar largos viajes. En Norteamérica, la MLS reúne a veinte equipos de Estados Unidos y Cana-dá, pero nadie pierde la categoría. Tampoco sube nadie de la NASL, donde juega el Cosmos de Raúl, conside-rada la segunda categoría más importante. El dogma del formato de los cuatro grandes deportes –NBA, NFL, NHL y MLB– se sigue a rajatabla. Con la plata segura, repartida entre franquicias, no se juega ni se jugará.

* * *

Cuando llegaba nuestro bus a algún pueblo nuevo, o antes que se hiciera tarde aplanando calles, mientras comprábamos vasos de agua de caña al equivalente de seis pesos chilenos, anotábamos en nuestra libreta cada nuevo grupo de niños que veíamos jugando a la pelota. Y en ese censo humilde y aleatorio, los peque-ños fanáticos del fútbol superaban, por mucho, a los que querían ser beisbolistas. Escuchamos, al pasar, a muchos niños hablar del Barcelona y el Real Madrid, y a acelerar sus carreras declarándose Messi, aun cuando en los medios oficiales el fútbol solo tenía un pequeño espacio, siempre después del béisbol. Nosotros mis-mos nos enterábamos de las noticias por mensajes de texto que nos enviaban desde Chile. “Acaba de haber un terremoto grado nueve en Japón”, decía uno que me llegó en esos días. “Hinzpeter está ordenando evacuar las costas. Si el mundo se acaba, sepa usted que lo quiero”. Todo eso me pareció irreal ahí, en medio de palmeras, gritos de niños corriendo por antiguos pala-cios, viejos jugando a las cartas frente a las casas.

* * *

La del Cosmos no es la primera visita ilustre futbolera a Cuba y ni siquiera la primera de un club estadouni-dense desde que comenzó la Revolución. En 1978, los Chicago Stings jugaron en Cuba invitados por el régimen que encabezaba entonces Fidel e incluso aceptaron la revancha dos meses después en el Soldier Field (1-1). El resultado, y el gesto, se hundieron en el olvido. Mucho antes, en 1926, el Espanyol de Barcelo-na visitó La Habana con el mismísimo Ricardo Zamora en la portería. En años sucesivos viajaron Colo–Colo, Real Madrid, Alianza Lima y Nacional de Montevideo,

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que llevó a varios de los jugadores que levantarían la primera Copa del Mundo. Un par de décadas después, cuando gobernaba Prío Socarrás –y también después del golpe de Fulgencio Batista–, Cuba tuvo una liga profesional de corta vida y acogió al Botafogo, al Atleti y –otra vez– al Real Madrid.

Ahora el Cosmos es recibido en el Estadio Pedro Marre-ro, que tuvo que ser parcialmente reconstruido después que el huracán Katrina destruyera una torre de ilumi-nación y los techos de la tribuna. La falta de pelotas será otro problema a resolver. En los últimos años, la selección brasileña y el Getafe de España donaron unas cuantas. Pocos traspasan la barrera de las palabras para tender concretamente una mano al fútbol cubano. A mediados de la década pasada, el Sankt Pauli de la segunda división alemana, el mismo que en 2011 apoyó al movimiento estudiantil chileno con pancartas de su hinchada, inició una campaña para construir bombas de agua para escuelas de Cuba, después de conocer las precarias condiciones de la isla. Otro ilustre es César Luis Menotti –campeón del Mundo con Argentina el 78 e identificado desde temprano con la Revolución–, que fue pionero en dar charlas en la isla para enfocarse en los más pequeños. Hoy, el fútbol es asignatura obligatoria para niñas y niños.

* * *

Nunca he visto a Raúl en uno de los centenares de neones de Times Square que iluminan desde las alturas a las mujeres lujosas y los vagabundos que comparten vereda. Sí está David Villa, su excompañero en la selección española, luciendo orgulloso la tricota celeste del New York City. La imagen del Guaje, hijo, nie-to y bisnieto de mineros, dura seis segundos, para dar paso a una promoción de Microsoft, otra de Forever 21, otra de Coca Cola Light. Luego vuelve al Guaje, por seis segundos. Abajo, en una tienda deportiva, se pueden comprar las camisetas de los españoles: 110 dólares la Adidas del Guaje, 115 la Nike de Raúl.

* * *

El problema es que las emociones para hinchas nortea-mericanos o cubanos tampoco llegan jugando afuera. Un equipo de la MLS no gana la Liga de Campeones de la Concacaf –conocida por el horrible acrónimo Con-cachampions– desde el 2000. Sus equipos siempre terminan por caer ante los mexicanos. Para los cuba-nos, la cosa va peor. En los últimos dieciocho años, solo una vez enviaron un representante al Campeonato de

la CFU, la Copa Libertadores caribeña: Pinar del Río, en 2007, quedó sin chances después de una abultada derrota por 1-8 ante el Bassa, campeón de la coqueta liga de Antigua y Barbuda. Desde entonces, Cuba cortó por lo sano: no vamos más.

En selecciones la cosa va un poco mejor. El equipo masculino de Estados Unidos ha jugado los últimos seis mundiales, con los cuartos en 2002 –eliminando a México en octavos– como gran hito. No está mal, pero aún demasiado lejos del equipo femenino, campeonas de dos mundiales y con cuatro oros olímpicos. En Cuba, las esperanzas también apuntaron a sus futbolistas. “Son más inteligentes y dedicadas que los hombres, sus progresos se ven día a día”, afirmaba Rufino Soto-longo a comienzos de la década, cuando era entrena-dor de las selecciones femeninas. Pero Sotolongo se terminó marchando a República Dominicana en 2011 y el proceso quedó truncado. Los hombres clasificaron a las dos últimas Copas de Oro e incluso alcanzaron los cuartos de final en 2013, pero siguen viendo de lejos la gran meta: volver a una Copa del Mundo.

* * *

El penúltimo día en La Habana nos trajo un dato difícil de chequear: cruzar un pequeño pantano que conducía al Campo Polar. En esa cancha, con el pasto largo y sin redes en los arcos, baños rotos, copas abandonadas de la década del 30 en un camarín derruido, nos habían dicho que entrenaba la selección cubana de fútbol. Pero ese día no llegaron, y en su lugar unos veteranos se aparecieron para jugar una pichanga. “Los de la selección vienen mañana”, dijeron.

Solo esa tarde, gracias al dato de uno de esos viejos, dimos con el estadio Pedro Marrero. Ahí encontramos a un ex defensa central, ahora técnico de inferiores, que aún se lamentaba de un gol de Wanchope (“Ese hijoeputa”) con que Costa Rica había eliminado a Cuba después de dos empates, por la regla del gol de visita, camino al Mundial de 2006. No accedió a vendernos su camiseta de entrenamiento, gigantesca, pero un cabro que escuchaba la conversación, un seleccionado sub 17 que miraba con los ojos bien abiertos, salió corrien-do a su casa a buscar la suya. Sin mirarnos, acelerando hacia su casa, nos gritó a mí y a mi amigo que nos cobraría 60 dólares, mucho más de lo que nos quedaba en los bolsillos.

Ahí nos quedamos, recuerdo, mirándonos el uno al otro, pensando en lo que una camiseta podía valer.

CRÓNICA / LA GUERRA DE LOS MUNDOS

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El peor error de mi vida

FUI INVITADO A PARTICIPAR en la presenta-ción de la revista De Cabeza que se realizó en-tre amigos y un familiar ambiente de barrio en la librería Lolita. Como siempre, fue muy grato

compartir con el dueño de casa, Pancho Mouat y con mi buen amigo e hincha hispano, Patricio Hidalgo. Fue un evento sencillo, sin pretensiones de ninguna espe-cie, que además me sirvió para conocer a los secua-ces de Pato en esta valorable aventura. En esa cálida noche de viernes coincidieron personas simpáticas, futboleros, aficionados a la lectura, además de otros curiosos que se aproximaron a la acogedora y lumino-sa librería del tenor Mouat.

Después de compartir con los invitados algunos re-cuerdos y anécdotas de mis años de reportero que intenté vincular con lo atractivo y necesaria que se hace –en tiempos como los que corren– una revista de estas características, Hidalgo me propuso publicar el texto en una próxima edición.

Ningún problema, le dije yo, sin saber que encontrar ese archivo sería tarea imposible. No estaba en el computador de la oficina y tampoco apareció en el que uso en casa. Extraño enigma para alguien que ape-nas se las arregla con la tecnología. Vaya uno a saber dónde quedaron esos párrafos. La verdad, nunca fui muy “computín”. El sólo hecho de usar esa expresión ya revela mi distancia con el mundo de la informática. Aunque celebro, por cierto, la existencia de ese gran invento que es el mail y los beneficios del computador como una máquina de escribir evolucionada, mucho más cómoda para quienes alcanzamos a teclear y en-mendar nuestros textos con liquid paper.

Fue un error. Otro más en una larga lista, pero no el peor.Asociado a mis recuerdos noventeros y a una costum-bre que me ha acompañado desde cabro chico (contar las malas, más que las buenas) me decido a desclasifi-

car el que considero hasta el día de hoy el peor error de mi vida. Con el debido respeto que me merecen todas las personas a las que alguna vez pude haber ofendi-do o fui injusto y que encontrarán en mi confesión una soberana estupidez.

Corría el año 1992. Cursaba entonces mi segundo año en la carrera de Periodismo y me juntaba con Puma-rino. Felipe es su nombre de pila. Colega, periodista y excelente amigo. Mantenemos la costumbre de en-contrarnos todas las semanas en el café y conversar puras cabezas de pescado. Compartimos cierta afi-ción por las historias alambicadas siempre protagoni-zadas por personajes lateros, la mayoría de las veces perdedores e insignificantes. En cada conversación recreamos un anecdotario común que se va nutriendo de detalles absurdos y graciosos. Despreciamos las lu-ces y perfección de la Champions League, nos aburre tanto la fanfarria en torno a los chilenos que triunfan

Por Carlos Costas

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en Europa como las conversaciones sobre medios y periodismo. También especulamos con un campeona-to nacional potente y atractivo. Un torneo con estadios llenos donde las ciudades importantes estén bien re-presentadas por equipos fuertes que peleen de igual a igual con los grandes de la capital: en dos ruedas y con reglamentos claros. Con mi amigo Pumarino figuraba yo, precisamente, la tarde del jueves 18 de junio de 1992. El día que come-tí el peor error de mi vida. En ese tiempo, aún estaba vigente el feriado de Corpus Christi y dentro de nuestra minúscula realidad de estudiantes universitarios, de-bíamos al día siguiente presentar un trabajo para el curso de Ética.

No sé qué extraño sentido de la responsabilidad me atacó ese día, qué bicho me picó, ni qué pasó por mi cabeza el maldito minuto en que decidí partir a la casa de mi amigo porque era la última opción que teníamos para terminar el trabajo.

Ese día, Colo Colo y la Unión Española disputaban la final de la Copa Chile. Fue una final a estadio lleno, en la época en que el Nacional realmente se llenaba con 76.609 espectadores, según detalla el registro oficial. Finalísima con 3.491 socios del cuadro albo en las tri-bunas y otros 1.713 del elenco hispano, en un apunte tan obsoleto como accesorio.

En qué estaría pensando yo ese maldito día en que traicioné a mí equipo, al mismo que he acompañado toda mi vida. Como esa tarde cuando experimenté la soledad, y una sensación de vacío, ahogo y angustia que se me hace difícil describir. Fue una tarde en que me sentí solo, como nunca me había sentido, sopor-tando el calor y el vacío en las viejas tribunas de Santa Laura mientras la Unión jugaba con Fernández Vial y yo estaba solo, realmente muy solo.

Fui testigo cuando derribamos el invicto del Cacique en el Monumental, me alegré como un niño con la clasifi-cación a la Libertadores 94 en San Carlos de Apoquin-do, celebré el título en Coquimbo y disfruté la séptima estrella desde la cabina radial en ese partido con el Colo en Santa Laura. Sin embargo, haber faltado ese día no me lo perdonaré jamás.

No puedes extrañar lo que nunca fue tuyo, pero cómo podría ahora presumir de una alegría incompleta. Esa felicidad a medias de no haber visto con mis propios

ojos a mi querida Unión humillando al invencible Colo Colo de Mirko Jozic. En qué otra vida podré ver las fintas y gambetas de Marcelo Vega que esa nublada tarde infló tres veces las mallas enemigas. Acúsome padre, porque ese día fui un cobarde. No confié en el Pelao Acosta ni en los muchachos. Fui débil porque vencer al Colo Colo campeón de América parecía una utopía y yo me porté como un hincha cagón, miope y pragmático, preocupado por una vulgar nota de la universidad.

Banesto era el sponsor de nuestra camiseta. Esa que aquella tarde defendieron Azargado, Lucca, Richard Valenzuela, el Manteca González, Cabrera, Perdomo, Figueroa, Sierra, Vega, Dely Valdés, Montecinos… y también Castillo, Bernal y Juan Carlos González que entraron desde la banca.

Escuchamos el partido por la radio, mientras redactá-bamos obviedades para ese encargo académico. No lo podía creer. Estaba eufórico, pero triste. Mi amigo Pumarino, como buen chuncho, se alegró con el resul-tado y me felicitó.

Hoy mi único alivio es contar esta historia y compartirla en una revista que se cocina al fuego de las buenas historias sobre fútbol.

Nuestro trabajo de Ética consistía en hacer una espe-cie de ensayo sobre La Peste de Albert Camus, el mis-mo autor al que se le atribuye haber dicho alguna vez “todo cuanto sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.

El profesor del curso era el sacerdote Luis Eugenio Sil-va y no tengo mucho más que contar de un partido que me perdí, de una tarde de fútbol en que fui un fan-tasma y de un día que me gustaría volver a vivir si fuera posible correr el tiempo atrás.

“Es mi primer triunfo importante con Unión, agradezco a don Nelson Acosta, quien pidió que no me fuera del equipo, además me dio la confianza y la titularidad. Me siento muy identificado con Unión, cuando niño alcancé a vivir algunos campeonatos como hincha, pero vivirlo como jugador es mucho más hermoso todavía”. Pala-bras de José Luis Sierra ese 18 de junio, hace 23 años.

Para mi desgracia no puedo contar mucho más de ese día. Juzgue usted si tengo o no razones para sentir que ese día cometí el peor error de mi vida.

COLUMNA / CARLOS COSTAS

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MEDELPITBULL. NO LLORES. EL FÚTBOL

SIEMPRE DA REVANCHAS.

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HISTORIAS Y RELATOS / SUDAMÉRICA SUDA

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PARA NO SER TILDADO de predecible, iniciaré esta crónica desde su banda sonora. Mientras en el fútbol florecían nuevas figuras y en la política respirábamos democracia, en la

música la dictadura no soltó amarras. Los invitados al Festival de Viña de ese año podrían repetirse perfecta-mente el 2016, y no sería sorpresa para nadie. Estuvie-ron en la Quinta Vergara, impostando emoción en cada Gaviota recibida, Chayanne, Myriam Hernández, Faith no More, Yuri, Ricardo Montaner, el Puma Rodríguez, Los Prisioneros, Juan Luis Guerra, Miguel Mateos y Martika, una entonces veinteañera y atractiva cantan-te cuya carrera no prosperó más allá de ese verano. Tras una somera investigación he concluido que está viva, aunque con otro nombre artístico, Vida Edit, pero esa es otra historia. En la misma senda, los músicos chilenos que durante la dictadura no levantaron ni una ceja en señal de disconformidad, seguían campeando: Alberto Plaza, Álvaro Scaramelli, José Alfredo Fuentes, Juan Antonio Labra y Palmenia Pizarro registran sendos discos de estudio el 91, afortunadamente imposibles de encontrar en la actualidad. En la radio, Guns N´ Ro-ses y R.E.M daban algo de viento fresco, pero lo cierto es que el gran disco de Metallica o el Nevermind de Nirvana, ambos lanzados ese año, eran, en ese Santia-go sin Internet, cosa de iniciados.

Para quienes nacimos el 82, el primer recuerdo depor-tivo imperecedero está atravesado por la vergüenza. La roja, para nosotros, jugaba fuera de la cancha, entre dirigentes ominosos, periodistas patrioteros y jugadores camino a interrogatorios, con ternos incómodos, aboga-dos de segunda línea y pactos de silencio. Todo lo veía-mos por televisión, mientras los grandes trabajaban. La dictadura empezaba con un golpe y terminaba con un corte. El del golpe seguía en la tele, orgullosamente vestido de militar, impune. El del corte fue castigado de por vida, ya no se vistió de arquero y jamás supimos

de él, como un familiar caído en desgracia. Afortunada-mente, éramos niños, incapaces de medir la escanda-losa vara con que la justicia medía un caso y otro. No mucho después, aparece la Copa América.

“Toda la multitud detrás de un sueño”, decía la canción oficial. Saliendo de nuestra edad media, teníamos la oportunidad, más allá de la Teletón, de tener un obje-tivo común, amistoso, sin odio ni rencor. Todos fuimos al estadio, todos vimos los partidos, todos nos ilusio-namos. La retina del hincha se hinchó, el baúl de los recuerdos tuvo su primer atracón de imágenes. René Higuita atajándole un penal a Iván Zamorano en el arco norte del Nacional, contra el tablero marcador que

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COPA AMÉRICA CHILE 1991Por Patricio Hidalgo.

3EROS COMO EN EL 62 / COPA AMÉRICA 91

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sentenciaba con el dedo de Lagos a quien se ganara una tarjeta. Chemo del Solar aconsejando en vano al arquero del Perú antes de otro penal, bajo una lluvia torrencial en Concepción. La misma lluvia que días des-pués se deja caer en Santiago, para un empate a cero en el que Patricio Nazario Yáñez se hizo expulsar en el primer tiempo, el tipo de cosas que don Julio Martínez calificaba como “una torpeza” y don Sergio Livingstone como “un error morrocotudo”. A nuestros rivales, los ar-gentinos, los insultábamos con tal entusiasmo que algo de esa vergüenza del 89 aparecía de refilón, apretán-donos la garganta. “Argentinos maricones, les quitaron las Malvinas por huevones”, cantaba el estadio al unísono. Mi padre, un tipo que no se mide al momento de insultar, elegía silencio. Cuánto le agradezco haber marcado esa diferencia, no haberse dejado contagiar por la marea de fascismo. Aquello me permitió escoger no reírme cuando aún hoy se burlan de los bolivianos por no tener mar, de los colombianos por ser negros y de los peruanos porque vienen a Chile a hacer el traba-jo que algunos no quieren hacer. La violencia sigue allí, esperando que los neutrales no hagan nada.

Los nombres propios, los benditos nombres propios. La volea furiosa de Fabián Raphael Estay contra los para-guayos, la plasticidad heterocuriosa de Patricio Toledo al momento de cortar un centro inofensivo. Zamorano en estado de gracia, tres goles del Pájaro Rubio, la manija del Koke Contreras, el Piri Parraguez roncando al medio. ¿Dónde estaba Colo–Colo 91, campeón de América hacía menos de un mes? ¿Dónde estaban los ganadores de la Copa Libertadores? ¿Reventados tras ganar dos finales, la anticipada contra Boca y la real contra Olimpia? ¿Desorientados porque Salah era la antípoda de Jozic? ¿Dejando de manifiesto que solo ganaban cuando jugaban en el Monumental? ¿Echando de menos a Barticciotto y Morón? ¿Ellos no pudieron o nosotros no los aprovechamos? Le pregunto a un viejo futbolero, que me responde con la rapidez de quien ha pensado en ello al menos un par de insomnios. “Los rivales también juegan”, me dice. Ruggeri, Simeone, Astrada y Caniggia en Argentina; Escobar, Rincón, Val-

derrama y de Avila en Colombia; Cafú, Rocha, Branco, Raí y Careca en Brasil. A vuelo de pájaro, esas tres selecciones le ganarían con relativa facilidad a sus símiles actuales. Solo Chile parece ser superior en la actualidad. Así y todo, no somos candidatos. ¿Nostalgia noventera, como dice Carlos Costas, o realismo futbole-ro? ¿Por qué entonces fue un fracaso el tercer lugar?Los benditos nombres propios, las láminas apostadas en los recreos, las manos rojas de tanto machacarlas contra el suelo. Así, de memoria, fue una Copa de arqueros. Toledo fue el mejor. El segundo, Higuita. Tras ellos, una pléyade de estrellas, partiendo por el Goy-cochea legendario de Italia 90, José Luis Félix Chila-vert, con mucho menos experiencia y kilos que el que deslumbró el 98, pero brillante igual, y el impertérrito Taffarel, que sin mayores aspavientos sigue siendo el último gran arquero brasileño. Y, como todo gran tor-neo, nuevos nombres propios ingresaron por arriba en la pirámide de la gloria. Leo Rodríguez, que reemplazó a Maradona y terminó siendo la figura del torneo, es el principal. De cerca le sigue Gabriel Omar Batistuta, que metió 6 goles, coronándose goleador del campeonato. El equipo era distinto del que brilló un año antes en el Mundial, pero en todo caso excepcional. Jugaron 7 partidos, ganaron 6 y empataron uno.

Batistuta y Rodríguez representan un recambio generacio-nal que se dio en muchas selecciones. Reviso la actuación de Chile en la Copa América del 89 y veo una serie de nombres propios que apenas un par de años después pa-decían el mismo olvido que el Cóndor Rojas: León Asten-go, Chino Hisis, Bocón Ormeño, Arica Hurtado, Olmos (que aún no era el Perro Verde), Llanero Solitario Letelier, Ligua Puebla, Juanito Covarrubias. En dos años, no se repite ningún nombre propio en la formación titular. Dos años después, en Ecuador, se repiten ocho. Siete (de los no nombrados, el Tobi Vega, Javier Margas, Miguel Ramírez y Ronald Fuentes) llegan a Francia 98. Fue, para nosotros, el inicio del resto de nuestra década. Las vueltas de la vida, la Copa América 2015 será la despedida de una genera-ción que empezó a jugar junta ocho años antes, en el Sub 20 de Canadá, cuando también salimos terceros.

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Revisando las nóminas de los equipos participantes, saltan de inmediato algunos viejos conocidos que animaron nuestro torneo local en los años siguientes. Sea para atrasar la fecha de su retiro, como estación intermedia de un gran contrato o derechamente para vivir jornadas de gloria, recordarlos nos lleva de inme-diato a la memoria de nuestros mejores años como hinchas, cuando la disciplina del colegio nos daba sufi-ciente tiempo libre como para memorizar cada detalle, domingo a domingo. Leonardo Rodríguez, Sergio Fabián Vásquez, Fernando Gamboa, Milton Melgar, Marco Antonio Etcheverry, Marcelo Fracchia, Luis Barbat, Carlos Guirland, José Saturnino Cardozo, José Guillermo del Solar y Flavio Maestri, entre otros. Dos al menos vinieron muchos años después, con buzo de entrena-dor: Darío Franco y Néstor Craviotto. La hiperinflación del fútbol y los petrodólares han hecho su trabajo, y es imposible que tras la Copa de este año se pueda formar un escuadrón similar. De la nómina chilena del 91, solo 4 jugadores jugaban fuera de Chile. De un tiempo a esta parte la proporción es, en el mejor de los casos, exactamente inversa.

Terceros como en el 62, escribí al inicio. Ese fue el re-

sultado final, y recordar esos años me trae a la cabeza, junto a la ignominia del 89, una frustración enorme. Es paradojal que desde entonces hayamos jugado 8 Copas América y nunca hayamos igualado ese registro, supuestamente insuficiente. Es probable que se junte con el fracaso del 93, cuando fuimos, a diferencia de todas las otras selecciones, sin una clasificatoria mundialista en el horizonte, le ganamos a Brasil y que-damos eliminados en primera fase, con un equipo muy similar. Entonces, nuestra selección vivió en el sótano del fútbol hasta la previa del Mundial del 98. Nuestro entrenador en ese Mundial, Nelson Bonifacio Acosta, cumplía en 1991 meritorias jornadas con O´Higgins, que supo hacerse presente con el incombustible Aníbal “Tunga” González en nuestra Copa. Si bien no jugó un solo minuto, en lo sucesivo fue un jugador inolvidable en nuestras canchas. Dicen que hoy el Tunga maneja un colectivo en Rancagua, mientras don Nelson, viejo y cascarrabias, sigue haciendo de las suyas en Iquique. Pregúntale a la UC, que el 91 salió tercera, entre otras cosas porque no fue capaz de ganarle al equipo minero en todo el año. El 2015 pasó lo mismo y de manera más dramática, porque sin sufrimiento para Acosta no es fútbol, pero esa es otra historia.

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LA NOCHE EN QUE CHILE y Argentina jugaron en una piscina. Los trasandinos cimentaban un equipo que debió salir campeón del mundo el 94. Chile presentaba a Colo-Colo campeón de América, con algunos refuerzos y otra distribución táctica.

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MARADONA / COPA AMÉRICA 79

Por Pablo Cheb Terrab (@revistauncanio)

Maradona

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MARADONA CELEBRA. Las manos arriba, un gesto que repetiría tantas veces, en tantos lugares. La sonrisa que muestra los dientes, la misma que sería capaz de sacar de todos los que lo vieran jugar, salvo que fueran sus rivales.

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¿DIEGO ARMANDO MARADONA con la cami-seta número 6 en la Selección Argentina? Sí, se-ñores. Sucedió. Aunque parezca raro. Y no fue en su primer partido. Ni en un amistoso. Ni porque le

cambiaron el puesto, ni como homenaje a un compañero, ni por el orden alfabético que en aquel entonces supo regir en algunos equipos del técnico César Luis Menotti para la designación de camisetas. Ocurrió nada menos que en una Copa América. En 1979.

Y Diego usó la curiosa camiseta 6 por una suma de azar, planificación estratégica, acumulación de competiciones y prueba de jugadores por parte del entrenador. Era tan zur-do y tan talentoso y tan volante y tan diez como siempre. Sin embargo, usaba la seis.

No fue en un solo encuentro, sino en dos. Contra Bolivia y contra Brasil. Argentina terminó última en su grupo de primera ronda.

Pero vamos por parte.

EL D10S DE LA CELESTE Y BLANCA, EN JUVENILES Y MAYORESAunque contaba con apenas 18 años, en julio de 1979 Maradona ya era una estrella consagrada en Argentina. Tres temporadas después de su debut en Argentinos Ju-

niors, su talento había sido certificado con creces, y era la gran figura del seleccionado juvenil que buscaba entregar-le al país el primer título en la categoría. Tenía firmado un contrato de publicidad personal con la marca de aviación Austral y era tratado prácticamente como una celebridad en el ámbito del deporte. Alcanza con ojear alguna revista de época para encontrar un seguimiento pormenorizado al Diez durante el día del niño, cuando entregó juguetes a los pibes en el barrio de su nacimiento, Villa Fiorito.

De hecho, tras marginar a Maradona del Mundial de adultos disputado el año anterior, justamente en Argenti-na –decisión que resultó indiscutible tras el título ganado por el equipo local– César Luis Menotti lo había alineado como titular en los partidos amistosos que jugó la Selec-ción campeona del mundo (excepto uno en el que alineó mayoría de suplentes), incluyendo los de una gira por Europa en la que Diego marcó su primer gol oficial con la camiseta albiceleste.

Bulgaria, Holanda, Italia, Escocia –su debut anotador– y un compilado del “Resto del mundo” vieron a Maradona brillar ese año con la camiseta número 10, la suya, la de siempre, rodeado de nombres que habían levantado el trofeo más importante del fútbol global el año ante-rior: Fillol, Passarella, Olguín, Tarantini, Bertoni, Gallego, Luque, Ortiz, Valencia, Houseman. El equipo se paseó sin derrotas por el viejo continente. Nadie podía dudar que,

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EN 1979, DIEGO ARMANDO MARADONA DEBUTÓ EN LA COPA AMÉRICA CON LA SELECCIÓN ARGENTINA USANDO UN NÚMERO DE CAMISETA ABSOLUTAMENTE INÉDITO PARA ÉL: EL SEIS. EL EQUIPO DE MENOTTI TERMINÓ ÚLTIMO EN SU GRUPO DE PRIMERA FASE EN AQUELLA EDICIÓN. MARADONA, QUE PARTICIPÓ EN OTRAS DOS OCASIONES, NUNCA PUDO LEVANTAR EL TROFEO.

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tras su ausencia mundialista, Pelusa se había establecido como titular. Y apuntaba a ser la gran figura en el Mundial Sub 20 que se debía jugar en agosto, en Japón. Pero, de cara a la Copa América, el Flaco DT había ideado un plan particular para sus dirigidos.

UNA COMPETENCIA INTERMINABLE E ITINERANTE La Copa América de 1979 no tuvo una sede fija. Para jugar la primera fase, se dividió a los equipos en tres zonas de tres integrantes, que debían disputar duelos de ida y vuelta para definir su pase a las semifinales. Allí se unirían a Perú, el campeón reinante que obtenía un pase directo para defender su título.

Así las cosas, el torneo duró desde el 18 de julio hasta el 11 de diciembre (contaron bien, cinco meses), cuando finalmente Paraguay se consagró campeón tras jugar tres veces la final con Chile: ganó 3-0 de local, perdió 1-0 de visitante e igualó 0-0 en el duelo definitorio en el terreno neutral de Buenos Aires. Levantó el trofeo por tener mejor diferencia de gol en la serie.

El DT de Argentina no estaba para nada conforme con el sistema, y quedó menos conforme todavía cuando supo que Argentina y Brasil iban a tener que eliminarse entre sí, ya que compartían el grupo con Bolivia. Las otras dos

zonas estaban compuestas por Chile-Colombia-Venezue-la y Uruguay-Paraguay-Ecuador.

Según Menotti, Argentina, Brasil y Uruguay –las poten-cias del continente– debían ser cabezas de serie (“Está mal estructurada porque obliga a eliminarse a las fuer-zas futbolísticas más representativas del continente”, declaró). E incluso consideraba que el torneo se debía jugar de manera íntegra en un país, durante un tiempo determinado.

Todo esto debe haber pesado en una movida audaz: el entrenador decidió que aprovecharía la Copa América para probar jugadores que pudieran aportar en el nuevo proceso de la Selección. Dejaría de lado a todos los mundialistas que lo llevaron a la gloria para ver si podía encontrar un nuevo valor para el objetivo último: España ’82. Así lo explicaba el propio Menotti: “Si yo consigo rescatar de este equipo que jugará en Bolivia y en Brasil a un par de jugadores, me voy a sentir plenamente con-forme. Quiero tener en 1980 al equipo definitivo para el Mundial de España. Por eso hago pruebas en 1979”.

Claro, al mismo tiempo, el Flaco estaba preparando al elenco juvenil que viajaría al Mundial Sub 20. Como Maradona era parte fundamental de ese objetivo y ya había comprobado su valía en el seleccionado mayor, Menotti decidió que no jugaría todos los partidos. “No sé si usarlo en las dos competencias porque no quiero desgastarlo”, explicó el propio DT.

En total, eran 30 los pibes que se preparaban con miras a Japón. A ellos se sumaron 25 jugadores que milita-ban en el país, con lo cual durante ese tiempo hubo 55 jugadores seleccionados que se entrenaron juntos prác-ticamente a diario, y se enfrentaron en amistosos para probar su nivel cotidiano.

Casi todos los nombres arrojados para integrar la mayor resultaron una novedad. Algunos apellidos no figuran hoy en Wikipedia y obligan a rastrearles el currículum. El único consagrado es Daniel Passarella, que integra la nómina rodeado de debutantes.

“Passarella es el único mundialista. Él es el capitán y

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además el lugarteniente de Menotti dentro de la cancha. Él será el abanderado de un grupo. Es un ejemplo. Por esto está en este momento. Es el líder natural de este nuevo plantel. Y qué mejor garantía de seriedad para los más jóve-nes que empezar a trabajar con el capitán y con el cuerpo técnico de la Selección campeona del mundo”, confirmaba el propio Menotti en una entrevista.

Kempes, Ardiles y Bertoni estaban jugando en Europa y Gallego estaba lesionado. Fillol ya tenía el puesto asegu-rado, al igual que Tarantini, en la cabeza del DT. Él quería conocer a fondo a los nuevos valores, para poder evaluarlos personalmente más allá de sus características técnicas.

La lista final de 25 jugadores parece un desafío para los memoriosos. Estaban José Van Tuyne, Ricardo Ferrero, Guillermo Trama y José Luis Gaitán, de Rosario Central; Jorge Gáspari de Quilmes; Carlos Ángel López y “el ropero” Roberto Díaz, de Racing; el trío de Vélez compuesto por Pedro Larraquy, Juan Carlos Bujedo y José Antonio Castro; Hugo Villaverde, de Independiente; Hugo Oscar Coscia, de San Lorenzo; el arquero Enrique Vidallé, entonces en Gimnasia de La Plata; Sergio Fortunato, de Estudiantes; Eduardo Saporiti, de River y Miguel Ángel Bordón, de Boca. Ah, y Passarella.

Maradona ni siquiera figuraba en esa enumeración inicial, pero la lesión de un par de jugadores –como Fren y Villa-verde– más la facilidad de tener a mano a los juveniles, le daban a Menotti la posibilidad de recurrir a lo mejor del Sub 20 para contar con algún reemplazo y dar experiencia a los más jóvenes. Eso sin contar con que, por su extensión, en la Copa no había demasiado rigor en cuanto a la presentación de las listas. Brasil, de hecho, usó 37 jugadores a lo largo de la competencia.

LOS QUE LE ROBARON LA 10 AL 10Volvamos a la voz de Menotti: “En una posición donde Maradona es indiscutible, Carlos López le da veteranía al equipo. Veteranía entre comillas, porque es joven, pero es uno de los grandes jugadores del fútbol argentino y vivió el fútbol del Gitano Juárez en Santa Fe, el de Bilardo en Estu-diantes, el de Sívori en Racing… y además jugó en River”.

El Gitano Juárez y Bilardo. El gran formador y referente de Menotti y su archienemigo. Digamos que López tenía algunos ex entrenadores que lo hacían atractivo para el seleccionador argentino. Además, estaba atravesando un gran presente en el torneo local, que no se suspendió mientras se disputaba la Copa América. Al contrario, se siguió jugando y concitó tanto la atención de los medios locales que –por ejemplo– en todo su transcurso el evento no ocupó la portada de la revista deportiva número uno del país, casi siempre opacada por la pelea por el título en el Metropolitano del 79, que terminó ganando River.

Carlos López, un misionero flaquito de juego elegante, era

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DIEGO CON LA PELOTA bien pegada a su zurda y la seis en la espalda. Casi un insulto para alguien que no admi-te un numero distinto al Diez, el reservado para el mejor.

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entonces jugador de Racing y contaba con un canto propio que bajaba de la platea para festejar su creatividad: “Ra-cing, toque / Racing, toque / con la zurda de Carlos López”. Fue el elegido para ocupar el puesto que a todas luces hubiera pertenecido a Maradona en el primer partido de la Copa, ante Bolivia en La Paz.

Diego era uno de los pocos jugadores de los 55 que tenía a su cargo Menotti que no estaba en actividad. Arrastraba un castigo de seis partidos por una expulsión en un amistoso disputado el 14 de junio entre Argentinos Juniors y Gimna-sia y Esgrima de Mendoza. El árbitro Rafael Jesús Bogda-nowsky lo había expulsado, acusándolo de insultarlo, aplau-dirlo irónicamente y decirle: “Seguí trabajando por 30 palos, que yo cobro 300 millones por mes”. Aunque Maradona lo negó rotundamente, la sanción se dio a conocer casi un mes más tarde y aplicó a los partidos del torneo local. Aun así, el Flaco decidió que no viajaría a Bolivia, porque enfren-tar la altura era demasiado cansador.

Pero regresemos a Carlos López: como Diego, solía jugar de 10 y usar la 10. Por puesto –volante izquierdo, algo suelto, en un 4-3-3– historia y tradición, todo hacía pensar que sería el dueño de la casaca más preciada. Sin embargo, en la repartija de camisetas del debut internacional le tocó la número 16.

La 10, en cambio –vaya uno a saber por qué–, quedó en poder de un lateral izquierdo de Vélez que no pisaría la cancha ni un solo minuto: Juan Carlos Bujedo, hom-bre de 23 años que cursaba su segunda temporada en Primera. Aunque se perfilaba como titular en las prácti-

cas previas, el boquense Bordón apareció ocupando ese espacio en el debut.

Ambos formaron parte de la comitiva que viajó a La Paz un día antes del partido para ver si podían superar al efecto de la altura y al seleccionado entonces dirigido por Ramiro Blacutt, con mayoría de jugadores de Bolívar, bicampeón de la liga local.

El equipo estuvo conformado por Vidallé, Saporiti, Van Tuy-ne, Passarella y Bordón; Gáspari, Larraquy y López; Castro, Fortunato y Roberto Díaz.

La empresa no tuvo éxito. El 18 de julio, López marcó bien temprano, a los cinco minutos, pero Argentina empezó a perder la posesión de la pelota y el control del juego a partir de los treinta de la primera etapa, cuando el rival llegó al empate. Con un doblete de Jesús Reynaldo dieron vuelta el marcador. El local ganó 2-1. Historia vieja como el mundo, los argentinos se quejaron por las condiciones de juego y adujeron que se habían quedado sin aire, pero aceptaron que en la altura Bolivia fue más y ganó con justicia. Venía Brasil, de visitante. Diego esperaba su oportunidad.

EL NÚMERO 6 QUE BRILLÓ EN EL MARACANÁAunque Menotti planeaba llevar a Maradona y a otro juvenil destacado –Juan Barbas– al partido contra Brasil, su titularidad no estuvo realmente en los planes hasta que se concretó la derrota con Bolivia. De hecho, Brasil también perdió en La Paz, con lo cual los puntos de los partidos ante

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el archirrival se habían vuelto francamente importantes.

Y Maradona jugó.

Le buscaron una camiseta que no hubiera sido asignada en el partido anterior y le tocó el insólito número seis. La decisión es coherente pero un poco extraña, dado que en el mismo torneo Jorge Gáspari usó la número 2 y la número 12; y tomando en cuenta que tanto José Luis Gaitán como José Luis Valencia usaron la número 13 en distintos parti-dos de la competencia.

Igualmente allí fue, Diego, con el inédito número que parecía no identificarlo del todo. El 2 de agosto de aquel año jugó su primer partido en una Copa América, y lo hizo con aquella camiseta ajena. Para colmo, tuvo que absor-ber el duro golpe que llegó en forma de gol de Zico, a los 2 minutos de partido. Si Argentina había disfrutado de un gol tranquilizador de entrada en La Paz (que no aprovechó), en el Maracaná debía remar una desventaja temprana.

En Brasil jugaban Zico, Palinha, Amaral, Carpeggiani. ¿En Argentina? Vidallé, Barbas, Van Tuyne, Passarella y Bordón; Gáspari, Larraquy y Gaitán; Coscia, Maradona y Roberto Díaz. López ingresó en el segundo tiempo por Gaitán y sirvió de buen socio para Maradona.

El equipo llegó al empate a través de Coscia y tuvo en Maradona al mejor jugador. Dio la asistencia para el gol, puso una pelota clarísima dentro del área a Pas-sarella –que terminó desviando su tiro por arriba del travesaño– y pateó una pelota al ángulo que tapó muy bien el arquero Leao. Justamente, la revista El Gráfi-co –una biblia del deporte– calificó al crack argentino con 8 puntos, la nota más alta del partido junto a la del guardavalla brasileño.

Dice aquella crónica: “Entregó el pase que terminó en el empate, se movió con claridad e inteligencia, desequilibró amontonando rivales y sacándoselos de encima, colocó pases de gran precisión y terminó mos-trando una nueva faceta de su personalidad de jugador: DIEGO MARADONA COMPRENDIÓ PERFECTAMENTE LA SITUACIÓN Y CARGÓ CON ELLA. FUE CONDUCTOR DEL EQUIPO. NO HUBO NI UNA SOLA JUGADA PRECISA, AGU-DA DE ARGENTINA, QUE NO PASARA POR SUS PIES”. Las mayúsculas son del original.

Sin embargo, Brasil desniveló a partir de un gran gol de Tita y se llevó los dos puntos que en aquel momento en-tregaba la victoria. La sensación general tras la derrota fue positiva. Muchos pensaban que sería una goleada y

fue un partido dignísimo de un seleccionado en forma-ción. Ahora bien, si Menotti sacó algo en claro de aquel día fue esto: Maradona no podía faltar.

EL NÚMERO 6 QUE MARCÓ EN EL AMALFITANIYa sin margen para un tropiezo, el equipo de César Luis reci-bió a Bolivia en la cancha de Vélez, el 8 de agosto. Argen-tina se presumía superior, pero no tomó riesgos: paró una versión apenas más ofensiva de aquella que había gustado frente a Brasil, con el único cambio de Fortunato por Gaitán.

Diego volvió a usar la extraña camiseta seis, y volvió a ser el mejor de un equipo que ganó muy tranquilo. De hecho, el campeón del mundo se puso en ventaja con un zurdazo de Passarella al minuto de juego. Gáspari aumentó a los 15. Y la obra maestra del partido llegó en el minuto 20, un golazo tras una arrancada de Maradona desde la derecha hacia el medio, una linda pared con Coscia que corrió por la punta hasta el fondo y una definición con libertad del propio Diego dentro del área.

Maradona festejó desde el suelo aquella conquista y la posibilidad certera de poder buscar una clasificación en el último encuentro, mano a mano contra Brasil. Si Argentina ganaba en ese siguiente juego, quedaría primero en su zona por diferencia de gol.

El periodismo coincidió en volver a señalarlo como el mejor del partido. Ya no quedaban dudas de lo importante que era para el equipo. Aunque, tristemente, ya no tendría chan-ces de demostrarlo.

El 16 de agosto, cuando Argentina apenas empató 2-2 con-tra Brasil en el Monumental, Pelusa ya estaba lejos. Se fue a Los Ángeles a jugar un amistoso preparatorio junto al Sub 20, a mitad de camino hacia Oriente, frente a México. Ter-minó 2-1 con un gran gol de Diego, de tiro libre, por encima de la barrera. Ya había vuelto a usar la número 10. Menotti fue con él, a dirigir aquel seleccionado y dejó el equipo de la Copa América a cargo de Federico Sacchi.

La igualdad significó la eliminación del campeón mundial, que finalizó último en su grupo, con tres unidades. Algunos días más tarde, el 26 de agosto, Diego arrancó el Mundial juvenil anotando dos de los cinco goles argentinos en el 5-0 ante Indonesia. Sería la figura del equipo que ganó el título. De allí en adelante construiría su leyenda y se convertiría en el mejor de su tiempo.

La tapa de El Gráfico en la semana que Argentina quedó

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definitivamente afuera de la Copa América es elocuente: una foto de Maradona en el Mundial juvenil.

SIN GLORIA EN AMÉRICA: UN TROFEO ESQUIVOEs curioso, pese a que muchos sostienen que ganó el Mundial ’86 prácticamente por su cuenta, Maradona nunca pudo levantar la Copa América. Además de aquella parti-cipación del ’79, Diego sumó dos más. No fue convocado en el ’83 por estar jugando en el exterior. Sí apareció, en 1987 y 1989, después de su consagración planetaria, con el mote de mejor jugador del mundo bien ganado y Carlos Bilardo como entrenador.

En el ’87, Argentina fue la sede del torneo, hizo de local en el Monumental y Maradona jugó en todos los partidos. Arrancó con un 1-1 ante Perú, con gol del Diez. Siguió con un 3-0 ante Ecuador en el que Diego hizo un tanto de penal y otro de tiro libre. Terminó primero en su grupo, pero no pudo superar en las semifinales al campeón vigente, Uruguay, que entró directamente en esa ronda y

se vengó a su manera de la eliminación ante los vecinos rioplatenses en los octavos de final del Mundial del año anterior. Luego, el anfitrión cayó 2-1 ante Colombia, en el partido por el tercer puesto.

En 1989, Maradona tuvo su última chance de levantar el máximo trofeo de naciones del continente. Llegó diezma-do físicamente e integró un equipo discutido, que logró la hazaña de convertir apenas dos goles en siete partidos (ambos de Canniggia) e igual pasar a la ronda final del campeonato.

En 2011, cuando el seleccionado argentino dirigido por Sergio “Checho” Batista –sucesor de Diego en el cargo– quedó eliminado de la Copa América jugada en casa tras ganar apenas un encuentro, Maradona declaró: “Si yo no puedo ganar dos partidos en la Copa América, me voy solo”. Quizá no se dio de cuenta que eso fue exactamente lo que logró en aquella primera experiencia del ’79: ganar un único partido e irse solo. En el ’87 repitió la dosis simple de victoria y, para acrecentar el paralelo con Batista, fue local. En el ’89, al menos pudo festejar dos victorias.

En el ’91 y en el ‘93 ya le había caído esa suspensión maldita que lo obligó a perderse de los dos últimos títu-los internacionales que Argentina supo ganar. Ambos con los hombres de su generación. Ambos sin él. Ambos en la Copa América.

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DIEGO CAMPEÓN del mundo. Lo mira y aplaude un Estadio Azteca colmado. El héroe ofrenda al público el símbolo del reinado que se consolidó bajo el fuego del calor mexicano.

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JARA VS NEYMARA VECES, EN POCAS OPORTUNIDADES, LA APLICACIÓN PUEDE GANARLE AL TALENTO. PASÓ EN EL MUNDIAL.

¿PASARÁ DE NUEVO?

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Vizcarrondo VS VARGASVENEZUELA Y CHILE, JUNTO A ECUADOR, SON LOS ÚNICOS QUE NO HAN GANADO NUNCA LA COPA AMÉRICA. VEREMOS SI

ALGUNO LOGRA PERDER LA VIRGINIDAD.

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Por Matias Pinto (@YoMatiasPinto)

BAJÓN MUNDIALISTA, desinterés y un cambio forzado de buena parte de los jugadores y el DT. El escenario de la Copa América 2015, para el públi-co brasileño, podría ser muy similar a la edición de

1991. Pero no para Paulo Roberto Falcão: “La diferencia es brutal, enorme. La única similitud es la sede. No teníamos una cosecha de jugadores consagrados como hoy”, dijo el entrenador de entonces, desde Porto Alegre, ciudad donde dio sus primeros pasos como futbolista.

El volante, de buena técnica y pelo colorado, marcó época en el Internacional entre 1973 y 1980, donde jugó con Don Elías Figueroa. “El Gringo fue muy importante, nos hizo reconocidos por toda Sudamérica”, señaló Falcão sobre el amigo chileno y compañero del bicampeonato brasileño de 1975-76.

Del Inter pasó a ser coronado como Rey de Roma al conquistar el scudetto de la temporada 1982-83 con el

club homónimo de la capital italiana. También fue uno de los referentes del equipazo dirigido por Telê Santana en el Mundial jugado en España. Volvió a Brasil en 1985 para retirarse por São Paulo FC, campeón paulista en dicha opor-tunidad.

Por su trayectoria como jugador fue designado por Ricardo Teixeira, mandamás de la CBF, como substituto del cesado Sebastião Lazaroni en el comando de la selección brasile-ña, tras el fracaso de Italia 1990, donde el estilo ultradefen-sivo del entrenador chocó con la opinión pública.

El carismático Falcão tenía como principal misión traer nuevas caras para el Scratch. “Teníamos que descubrir jugadores, buscar una renovación”. Al día siguiente de su presentación en Río de Janeiro, viajó rumbo al interior del Estado de São Paulo para asistir a la inédita Final Caipira. Bragantino y Novorizontino, dos equipos chicos, decidían el campeonato paulista,

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el más prestigioso torneo estadual de Brasil.

El entrenador del Bragantino era un todavía desconocido Wanderley Luxemburgo, lateral de pocos recursos y discreto paso como suplente por Botafogo, Flamengo e Internacio-nal. Tres jugadores del Braga serían convocados por Falcão un año más tarde: Mazinho Oliveira, Mauro Silva y Silvio. El defensor Márcio Santos, del plantel rival, tuvo su primera oportunidad pocos días después de perdida la final –Bra-gantino fue campeón con dos empates–, cuando Brasil viajó a Gijón y perdió por 3 a 0 ante los dueños de la casa.

Los comandados por Falcão se presentaron el mes siguiente en Santiago por la Copa Expedito Teixeira, torneo amistoso organizado en memoria al padre del ya citado Ricardo Teixeira, fallecido en Santiago tras una complica-ción cardíaca, tres días después del partido de ida ante Chile por las Eliminatorias del Mundial 1990. Sin embargo, la verdadera motivación del torneo no era homenajear al finado padre del Tricky Ricky, sino una pública disculpa de parte de la ANFP a sus pares brasileños por El Condorazo. Cabe recordar que Teixeira era yerno de Jean-Marie Faustin Goedefroid Havelange, el reconocido presidente de la FIFA, uno de los hombres más poderosos de la política internacio-nal en su tiempo; y el flamante presidente de la ANFP, Abel Alonso, buscaba su perdón y el visto bueno para que Chile figurase nuevamente en el fútbol internacional.

Dos empates sin goles, uno en el Estadio Nacional y el otro en Belém, al norte de Brasil, dejaron la Copa Expedito Teixeira en el olvido. Los canarinhos se despidieron de 1990 nuevamente empatando sin goles en un amistoso jugado en Los Ángeles, ante México.

Por un cambio del calendario, el Campeonato Brasileiro, finalizado el 16 de Diciembre con el primer título del Corin-thians, sería recomenzado recién en Febrero, invirtiendo el fixture con los campeonatos estaduales. Así, Falcão tendría que desplazarse menos para formar el plantel de cara a la Copa América.

El sorprendente Bragantino, apodado Linguiça Mecânica (pues la ciudad es muy reconocida por sus longanizas), lle-gó a la final bajo la mano del experimentado Carlos Alberto Parreira, quien formó parte del cuerpo técnico tricampeón mundial en México, además de haber dirigido a Kuwait y Arabia Saudita en los mundiales de 1982 y 1990, respec-tivamente, y salir campeón brasileño con el Fluminense, en 1984. Pero en su camino estaba el poderoso São Paulo FC de Telê Santana, que acumulaba dos subcampeonatos consecutivos. El Tricolor se consagró campeón al ganar por

la mínima en Morumbi y empatar sin goles en Bragança.

Finalizado el torneo nacional, Paulo Roberto Falcão llamaba a la Granja Comary, complejo deportivo de la CBF localizado en Teresópolis, a los siguientes jugadores:

ARQUEROSTaffarel (Parma)Ronaldo Giovanelli (Corinthians)Sérgio Guedes (Santos)

DEFENSORESMazinho (Lecce)Cafu (São Paulo)Ricardo Rocha (São Paulo)Júlio César (Juventus)Márcio Santos (Internacional)Wilson Gottardo (Flamengo)Leonardo (São Paulo)Branco (Genoa)

VOLANTESMauro Silva (Bragantino)Valdir (Atlético Paranaense)Moacir (Atlético Mineiro)Raí (São Paulo)Luis Henrique (Bahia)Neto (Corinthians)

DELANTEROSRenato Gaúcho (Botafogo)João Paulo (Bari)Careca Bianchesi (Palmeiras)Mazinho Oliveira (Bragantino)Bebeto (Vasco da Gama)

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Sin embargo, tres jugadores no estaban en condiciones físicas y fueron reemplazados: Julio César dio lugar a Cléber, proveniente del Atlético Mineiro, Lira del Goiás heredó la camisa 16 de Leonardo y Marcio Bittencourt, de Corinthians, sustituyó a Moacir. A ellos se les agregó Bebeto, que no estaba conforme con su condición de reserva, y fue liberado una semana antes de cruzar la cordillera. Silvio, que formaba dupla con Mazinho Oli-vieira en la delantera del Bragantino, atendió la llamada prontamente. Solamente cuatro futbolistas europeos y muchos jóvenes con ganas de jugar su primer torneo oficial con la verde y amarilla.

Brasil volvía al Estadio Sausalito 29 años después de consagrarse bicampeón mundial, y debutó ante Bolivia, que venía de empatar con Uruguay en la primera fecha. Pero la buena imagen dejada en Viña del Mar casi tres décadas atrás fue borrada por un partido trabado.

A los cinco minutos, Neto abrió el marcador desde el punto penal. Marco Antonio Etcheverry respondió con un zurdazo atajado por Taffarel. En el complemento, Branco utilizó el mismo artificio del Diablo y estiró la ventaja. Al final, Gottardo cometió un penal infantil y Erwin Sánchez descontó para La Verde.

El próximo rival sería Uruguay, descrito por el diario El País como “una desilusión para una pléyade de consa-grados y promesas que bajo la Dirección Técnica de Luis

Alberto Cubilla había rumbeado hacia Chile sin ningún repatriado”. O sea, figuras como Francescoli y Sosa no viajaron a la Copa América.

En la jugada más clara de la etapa inicial, Raí habilitó a João Paulo, que tocó por sobre el portero Fernando Álvez. Los orientales llegaron al empate después de un centro pifiado por Gottardo, permitiendo a Peter Mén-dez marcar el tanto final.

En la cuarta fecha (habían quedado libre la primera), les tocaba contra Colombia, la sensación del torneo, llena de buenos mediocampistas de la talla de Freddy Rincón, Leonel Álvarez y Carlos Valderrama. Los cafeteros se fueron adelante y Rincón se la dio al Pibe abierto por la izquierda, que centró para Escobar dentro del área y éste, de cabeza, habilitó a De Ávila, que la agarró de volea y dejó sin chances a Taffarel. ¡Golazo!

El segundo grito también fue una buena jugada colectiva de los tricolores. Valderrama la tocó a la derecha para De Ávila, que se la devolvió de taco al número 10 para que éste habilitara a Iguarán en el semicírculo, que clavó un derechazo en el ángulo opuesto. Primer triunfo de Colom-bia sobre Brasil en partidos oficiales.

Brasil tendría que ganar sí o sí a Ecuador por dos goles para clasificarse para el cuadrangular final. Partido a partido las tribunas viñamarinas demostraban todo su descontento con los garotos, por el fallo desfavorable en el Caso Rojas, que suspendió a La Roja del Mundial de 1994. Cuando El Fretón Muñoz empató el partido con un cabezazo tras un rebote en el travesaño –Mazinho Olivei-ra había abierto el marcador–, el público chileno festejó como si fuera un tanto de Zamorano. En el mismo arco, pero en la segunda etapa, el debutante Márcio Santos –asumió la titularidad por el bajo nivel de Gottardo– apro-vechó un balón desviado por un compañero y cabeceó violentamente la pelota al piso, dejando sin reacción al arquero Erwin Ramirez. Al cierre del partido, Luis Henri-que arrancó desde la mitad de la cancha, dejando dos marcadores, y finalizó tocando al fondo de la red. Brasil clasificado por dos goles favorables en comparación al invicto Uruguay.

Jugando un partido cada dos días, los muchachos llegaron molidos para enfrentar a la Argentina de Alfio Basile, que había ganado todos sus compromisos en la fase anterior. Los rivales ya se habían medido en dos amistosos previos al torneo continental –3 a 3 en Vélez y 1 a 1 en Curitiba–. Los verdugos de Italia 90 sufrieron la baja de Diego Maradona, suspendido por doping

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positivo en el Calcio, pero contaban con la juventud de Gabriel Omar Batistuta, que llegaba con 4 goles.Al primer minuto, Darío Franco puso en ventaja a los albicelestes, cabeceando libre tras un córner. Un rato más tarde, Branco –una de las víctimas del Bidona-zo– empató con un zurdazo de 140 km/h, al patear un tiro libre. Tras un foul duro de Mazinho sobre Caniggia, hubo un principio de gresca y los dos jugadores fueron expulsados por el árbitro paraguayo Carlos Maciel. Tras un desborde por la banda izquierda, Leo Rodríguez en-contró nuevamente a Franco en medio de los defenso-res brasileños, quien con un preciso cabezazo venció a Taffarel, en el cierre de la etapa inicial.

Pocos segundos después del entretiempo, en otra llega-da de Rodríguez, el Batigol emuló a Franco y de cabeza hizo el tercer gol. Hubo tiempo para el descuento de Brasil y otras tres expulsiones: Márcio Bittencourt, Car-los Enrique y Careca Bianchesi, el último por un codazo a Ruggeri. Márcio Santos recuerda que casi hubo una pelea generalizada cerca de los camarines, ya que El Cabezón quedo con la nariz rota por el golpe recibido.Falcão fue obligado a cambiar el equipo para el parti-do clave ante Colombia –en la previa, los anfitriones

habían empatado sin goles con Argentina, bajo un dilu-vio–. Valdir fue designado para marcar personalmente a Valderrama, eje del equipo de Francisco Maturana. Casi no hubo fútbol, por las condiciones de la cancha, y Brasil salió ganador con goles de Renato Gaúcho y Branco, desde los doce pasos.

En la última fecha, casi todos los asientos del Estadio Nacional estaban ocupados, pero los organizadores notaban la ausencia de un hombre: João Havelange no atendió los llamados de la ANFP, la Conmebol y el Palacio de La Moneda, una clara señal de que la FIFA no cambiaría de idea sobre el fallo del Condorazo.

Con dos goles de cabeza –una tendencia del torneo– tras errores del Pato Toledo, Brasil no encontró dificul-tades para ganar al seleccionado de Arturo Salah. Sin embargo, la frutilla del postre quedó para Argentina al derrotar a Colombia. Así, volvían a levantar la Copa América, 32 años desde la última vuelta.

Paulo Roberto Falcão no pudo con la presión resul-tadista y dio un paso al costado. Cosas del fútbol, lastimosamente. Por otro lado, el entonces joven DT cree que cumplió plenamente con la tarea de for-mar jugadores de cara al Mundial siguiente. Carlos Alberto Parreira lució el buzo tricampeón en las Eliminatorias, mientras Falcão se marchó al América de México.

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FALCAO COMANDÓ una selección brasileña como pocas: olvidable. 3 años más tarde, sería campeona del mundo y comenzaría el ciclo que la llevaría a jugar 3 finales mundiales consecutivas.

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JAMES Y VIDALLATINOS QUE LA ROMPEN EN EUROPA.

DE ESTOS NO NACEN POR ESOS LADOS.

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UN JOVEN RAFAEL LÓPEZ entra a la cancha vestido de corto. Es un volante creativo, habili-doso, con una zurda respetable, de esos engan-ches que los rigores del fútbol moderno han ido

extinguiendo. Pero este día no es uno cualquiera. Los pies no se apoyan con firmeza en el césped. La sangre, porfiada, insiste en subírsele a la cabeza y machacarla con hirientes punzadas. La garganta seca apenas le permite respirar mientras intenta un pique corto. El aire empieza a faltar, los pies se niegan a seguir corriendo, incluso a caminar. Los sentidos comienzan a abandonarlo. Luego de veinte mi-nutos de discreto rendimiento, notoriamente afectado por las incontables copas de la noche anterior, el joven Rafael López cae desmayado sobre la cancha. Sus amigos, entre la risa y la preocupación, lo llevan al borde de la cancha. Tal vez le lanzan un poco de agua o le dan un suave cachetazo, hasta que vuelve a abrir los ojos. “Prefiero tirarme del sexto piso que venir a jugar de nuevo en este estado”, musita el joven Rafael López, negándose a volver a jugar.

Así nace el nombre de una de las editoriales más impor-tantes de la lengua hispana: Sexto Piso. A los 25 años, en 2002, Rafael López fue uno de sus fundadores. Actualmen-te, cuentan con más de 200 libros en su catálogo y han

Por Nicolás Vidal (@nicovidal79)

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ENTREVISTA A RAFAEL LÓPEZ, EDITOR DE HUEDERS.

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logrado algo realmente difícil: sus obras tienen una calidad literaria innegable y, además, un cierto éxito comercial. Incluso –en algo casi inédito para una editorial latinoameri-cana– abrieron una sucursal en España.

Estuvo cuatro años como socio de Sexto Piso, hasta que lo dejó todo para acompañar a su padre enfermo en el lejano y poético balneario de Isla Negra, en la Quinta Región. Empezó de nuevo. Ahí fue fichado por el equipo de El Quisco Sur, donde jugó más de diez partidos por la Liga del Litoral Central. Tremendos clásicos contra las escua-dras de San Antonio, Cartagena y El Totoral. Todavía se acuerdan de su exquisita zurda.

Se enamoró, partió a Santiago y al poco tiempo fundó, junto a su mujer, la Editorial Hueders. Y en sólo cinco años ya es uno de los actores principales del mercado editorial chileno. En su catálogo encontramos nombres de la talla de Alejandro Zambra, Germán Marín, Roberto Merino, Rafael Gumucio, César Aira, Marcelo Mellado o Matías Celedón. Nuevamente, igual que en Sexto Piso, ha sabido conjugar la calidad literaria con buenos resultados comerciales.

Indudablemente, Rafael López es un tremendo editor. Pero también es un exfutbolista del América de México, testigo ocular de momentos cúlmines de la historia del fútbol mundial, además de su pasado como enganche de El Quisco Sur. Aquí, su historia:

“ESTUVE EN EL ESTADIO EN EL PARTIDO DE LA “MANO DE DIOS” Y EN LA FINAL. ME ACUERDO QUE CASI LE IBA MÁS A ARGENTINA QUE A MÉXICO, POR MI TÍO, COSA QUE MIS AMIGOS ODIABAN”1. ¿Desde cuándo te gusta el fútbol? ¿De dónde viene esa pasión? Mi viejo era futbolero, pero mi abuelo sí que era fanático. Aunque la influencia más importante debe haber sido la mi tío, Mario Pavez; un exfutbolista argentino que fue transferido en el 57 de Chacarita Juniors al América. Ahí jugó varias temporadas; le decían “El malabarista del balón”. Se casó con una tía mía y, una vez retirado, abrió unas parrilladas en el DF. Yo crecí en sus restaurantes. Ahí sólo se hablaba de fútbol.

2. ¿Cuál es el recuerdo más valioso de esa niñez rodeada de fútbol? Indudablemente, el Mundial del 86. Estuve en el estadio en el partido de la “Mano de Dios” y en la final. Me acuerdo que casi le iba más a Argentina que a México, por mi tío, cosa que mis amigos odiaban. Yo tenía 9 años. Fui a todos los partidos de Argentina, y también a sus entrenamientos en la cancha del América. Me acuerdo de haber visto a Maradona sentado en el piso con Pasarella, pasándose la pelota en el aire, sin que cayera al suelo. Fui también a todos los partidos de México, salvo al último que fue en Monterrey.

3. ¿Y de ese Mundial, cuál es el partido que más recuer-das? Tal vez es una memoria medio selectiva, pero me acuerdo en especial del partido de Argentina con Inglaterra. Yo había vivido mucho la previa por lo de las Malvinas y todo eso, muy influenciado por mis tíos. Una postura im-postada, era un escuincle que no sabía nada. Me acuerdo siempre de ese tremendo gol de Maradona, donde se pasa a medio equipo. El estadio repleto con ciento veinte mil personas, una euforia indescriptible, una conmoción que te marca para toda la vida. Ahí, Maradona ya era mi locura y la siguió siendo hasta que se hizo indefendible. Era una devoción absolutamente arbitraria. Ese equipo era Marado-na y diez más. Cualquier selección que tuviera a Diego en ese Mundial, lo habría ganado; andaba solo ese cabrón. De ahí lo seguí toda la vida.

4. Con esa clase de estímulos, era imposible que no salieras fanático. Claro, en mi niñez y juventud vivía para el fútbol. Es que la influencia de mi tío y sus parrilladas era fantástica. Por ejemplo, en el 91, cuando Cesar Luis Me-notti llegó a dirigir a la selección mexicana, se la pasaba en el restaurante de mi tío. Él era su anfitrión en México. Debo haber estado con Menotti unas cincuenta veces, imagínate. Era una bestia, ¡lo que sabía ese tipo! Hizo un poco en México lo que Bielsa en Chile: reivindicó el profe-sionalismo, el orgullo de jugar en la selección, cambió la mentalidad de los jugadores. Al final, se fue a los dos años porque todos le tenían muchas ganas; a las televisoras no les daba entrevistas, no dejaba que le metieran jugadores en la nómina, lo típico de cualquier huevón decente. Se fue cuando el equipo ya estaba casi clasificado al Mundial de Estados Unidos.

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“EN LAS INFERIORES DEL AMÉRICA ME DECÍAN EL SCHUSTER, PORQUE ERA EL ÚNICO RUBIO”Desde muy pequeño, Rafael jugó en las escuelas de la Federación de Fútbol Mexicano. Aparentemente, la gra-cia era ser entrenado por exfutbolistas, pero en realidad “eran unos animales que te hacían patear la reja con calcetines”. Sin embargo, su efímera carrera profesional comenzó después, ya grandecito, cuando a los 17 años se fue a probar a las inferiores del América. “Yo era me-dio gordito, pero me pegué un estirón y quedé delgado. Siempre había sido talentosón, y quería probar. Tenía esa duplicidad del cómodo clase mediero, tal vez por eso no puse todas las pelotas en el fútbol”.

Al cabo de seis meses, no pudo subir al siguiente nivel: lo cortaron por decisión técnica. Por edad, podría haberse quedado otro año y probar suerte de nuevo, pero ya había tenido suficiente. “Fue un reto personal porque el fútbol jugó en mi niñez y en mi vida un rol fundamental. Pero a esa edad no me visualizaba como profesional”. Efectivamente, Rafael no tenía el hambre, no tenía la ambición, no tenía el ánimo para aguantar los maltratos, sacrificios y humillaciones que son propias de la carrera de todo futbolista. “Siempre pienso que podría haber tenido una carrera más o menos decente. Lo pasé bien, pero a la primera que me pude ir, me fui”.

5. ¿Cómo te llevabas con el resto de los jugadores en el América?¿Hubo alguno que llegó a ser profesional? Yo era el distinto. Me decían Schuster porque era el único pinche güero (rubio) que se había ido a probar al Amé-rica. El entrenador me dijo: “Usted nunca va a llegar, Schuster, porque no tiene hambre”. Y bueno, era verdad. Yo no estaba dispuesto a soportar todo. Una vez el entre-nador me pidió: “Saque los balones, Schuster”. Y no era poca cosa, era un bolso de esos enormes, donde cabían como 50 pelotas. Entonces, yo los sacaba y se los entre-gaba uno por uno a los jugadores, y justo cuando ya cada uno tenía el balón entre sus manos, el entrenador decía “ahora vamos a correr”, de manera que tenía que po-nerlos de nuevo en el bolso. Igual, había un par de tipos con los que me llevaba bien. Acaba sonando clasista, pero era un mundo muy ajeno. Por ejemplo, cuando te subían de categoría pasabas a cobrar algo así como 150 lucas chilenas. Y, para ellos, eso era de vida o muerte. Yo terminaba los entrenamientos y después volvía a ser un niño normal. Además, entré a ese mundo ya grande. De mis compañeros, el más destacado fue José Antonio “El Gringo” Castro. Estuvo como doce años en el Améri-ca e incluso jugó en el Mundial de Alemania 2006. Pero el mejor de todos era un acapulqueño de apellido Cam-

pos, sobrino del arquero Jorge Campos. Nunca supe por qué no llegó arriba.

6. ¿De qué jugabas? Yo siempre he jugado de enganche. Pero el 10 del equipo era un crack, así que me pusieron de volante por la izquierda, porque soy zurdo. Mi problema es que pasé de ser la diva en el fútbol amateur al güey que tenía que aprender a recuperar balones, cosa que nunca había hecho. Soy bastante incompleto. Tengo buena pega-da, buen cuerpo para cubrir el balón, pero me falta derecha y saber marcar… típicos defectos que podrían haberse limado de haber entrado antes.

“PREFIERO TIRARME DEL SEXTO PISO QUE VENIR A JUGAR DE NUEVO EN ESTE ESTADO”“Creamos Sexto Piso con un grupo de amigos, a quienes conocía desde la escuela y la universidad. Pero también, como casi todo en mi vida, su génesis tiene un aspecto futbolístico. Un día llegué con una caña infernal a jugar un partido y, a los 20 minutos, simplemente me desmayé.

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Contacto: Nicolás Contardo / +56 9 56889823 / [email protected]

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Entonces me sacaron de la cancha como un rollo de pasto, güey. Me iban echando así para afuera, rodando. Cuando ya estaba fuera de la cancha, tirado junto a la línea del lateral, abrí los ojos y dije: prefiero tirarme del sexto piso que venir a jugar de nuevo en este estado. Y ahí lo agarramos como muletilla para todo: prefiero tirarme del sexto piso que ir a ver a mi suegra, o hacer cualquier cosa que no me gusta”. Al poco tiempo, surgió la idea de crear una editorial, cuenta Rafael. “Al principio tratamos de buscar nombres medio intelectuales, pura mierda”. Hasta que vieron el logo de un tipo tirándose del sexto piso. Ahí no hubo vuelta, preferían tirarse del sexto piso a publicar un libro que no les gus-tara. Eran cuatro, tres de ellos, enfermos por el fútbol. Y, como suele pasar con los ateos en esta religión, el cuarto integrante no podía entenderlo. El enfoque de la editorial tampoco estaba muy claro al principio. Incluso, el primer libro fue un fracaso, pero siguieron adelante con la premisa de publicar sólo los libros que les gustaran.

En esos tiempos iniciales se hacía indispensable buscar dinero en alguna parte. Había que invertir para seguir sacando libros. “Al principio, cuando sobraba un poco de plata, hacíamos apuestas corporativas a partidos de fútbol. Si, por alguna razón, nos quedábamos con algunos pesos más en la caja, íbamos y los apostábamos en algún partido. Por lo general, le íbamos al Pachuca”. Sexto Piso se dedicaba, entonces, además de publicar libros, a hacer apuestas de fútbol.

Recién al tercer año comenzaron a pagarse un pequeño sueldo. Al poco tiempo ya se habían hecho un nombre en el exigente mundo editorial mexicano y pensaban en ampliar-se al mercado español. Rafael estuvo los primeros cuatro años en Sexto Piso pero, paradójicamente, cuando la cosa empezó a ir bien, se fue.

“AL MEXICANO LE GUSTA MUCHO EL SHOW QUE RODEA EL FÚTBOL, PERO NO TANTO EL FÚTBOL EN SÍ MISMO. ESTAMOS DEMASIADO CERCA DE ESTADOS UNIDOS”7. Hablemos un poco de México y su fútbol. Se acerca la Copa América que se jugará en Chile. ¿Cómo crees que andará México? ¿Por qué les va bien en la Copa América? Yo creo que andaremos bien, tenemos una buena base del Mundial. Además, tanto a nivel de se-lección como de equipos, los mexicanos tienen un buen rendimiento jugando en Sudamérica. En su momento, la selección tuvo una tremenda racha en Copa América, partiendo por el subcampeonato del 93. Siempre he creído que el fútbol mexicano es de un muy buen nivel, sobre todo en selecciones. Tiene una forma de jugar

a la que es muy difícil de derrotar, aunque nunca va a lucir mucho. Es un equipo duro. Si jugara las eliminato-rias acá en Sudamérica, igual clasificaría. Todos dicen “es que ustedes juegan contra Haití y puros equipos de mierda, y por eso van a todos los mundiales”. Es cierto, probablemente alguna vez no iríamos, pero en el Azte-ca, México es un equipo medianamente grande.

8. ¿Cuál es la mejor selección mexicana que viste? Mira, de sensaciones, la de Lapuente, cabrón. Para el Mundial del 98, tenía al Pájaro Hernández, a Cuauhté-moc Blanco, a Jesús Arellano. Contra Bélgica, cuando empatamos a dos, hay un gol de Cuauhtémoc que no puedes creerlo. Valdano hizo la mejor definición de Blanco: un falso torpe. Parecía que no podía hacer nada, ni abrocharse las agujetas, pero se tira no sé cómo, la toca y la mete pegada al palo. También me encantaba el Pájaro Hernández, es el típico producto mexicano, no especialmente técnico, sino vivito, entre barrio y ganador. La verdad, no son jugadores muy exportables: tienen un hábitat, un ritmo y deben jugar a ese ritmo. Como Cuauhtémoc.

9. ¿Qué caracteriza al fútbol mexicano, qué lo diferen-

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cia del sudamericano? Al mexicano le gusta mucho el show que rodea el fútbol, pero no tanto el fútbol en sí mismo. Estamos demasiado cerca de Estados Unidos. Si a media temporada ya está todo medio decidido, no va nadie al estadio. Por eso han inventado todas las liguillas, play off y cuanta cosa se les ha ocurrido, sólo para que la gente se entretenga. Lo único que les im-porta es ganar o perder. Por eso también crearon los torneos cortos, porque en el largo, si no había nada que pelear a la mitad de la temporada, dejaban de ver los partidos.

“MÉXICO ESTÁ HECHO MIERDA, ROTO, DESPEDAZADO”10. También da la impresión que el fútbol mexicano está más mercantilizado, o que comenzó a mercantilizarse antes, más bien. Claro, eso comenzó en los ochentas, incluso antes. Todos los grandes empresarios eran fanáticos del fútbol, y tenían sus equipos. El Tigre Azcá-rraga, el dueño de Televisa y por lo tanto del América, era un loco. Fue él quien logró traerse el Mundial del 86 después del terremoto en Colombia. Y, en los sesentas, construyó el Estadio Azteca con un operador de la FIFA

que se llamaba Guillermo Cañedo, sólo para traerse el Mundial del 70. De hecho, así se llama el Estadio Azteca: Guillermo Cañedo. El Tigre Azcárraga tenía un poder impresionante. Bajo su alero, en los noventas, el América ganó varias veces en partidos al menos extraños. Tenía un lema genial: “Yo no me meto en política, yo soy un sol-dado del PRI”. Cuando Rafael comienza a hablar sobre los oscuros manejos del fútbol mexicano, se le nota una cierta fascinación, como la de quien lee una buena no-vela negra. “Cada empresario tenía su club, y era como su feudo, hacían lo que se les venía en gana. Eran tipos podridos en plata y todo les daba igual”. A diferencia de muchos empresarios “futbolistas” de ahora, éstos tenían equipos de fútbol como un capricho. Y era un capricho bastante caro, porque pagaban una brutalidad.

Un ícono en esto es el famoso Draft, una subasta de juga-dores que, para muchos, viene a ser bastante similar a la trata de esclavos (bastante bien pagados, en todo caso). Sin embargo, en este mercadillo importado desde el fútbol americano había mucho más que una compra y venta de jugadores. “En el Draft se inflaban todos los precios, eran muy superiores a los reales. Era para lavar platas negras, todo muy ligado al tema de los impuestos. El costo de un jugador es subjetivo, tú lo puedes manejar para arriba y para abajo. Lo mismo pasaba con los contratos de los jugadores. Todo se pagaba en negro, directamente a una cuenta de otro país”.

Pero las cosas han cambiado, incluso para peor. El fútbol parece ser la actividad ideal para lavar el dinero proveniente del narcotráfico y otras mafias. Los cuadros tradicionales siguen perteneciendo a los mismos, pero hay otros, nuevos y millonarios, que brotan como por generación espontánea. “Hay equipos sospechosos, como el Irapuato, el Santos Laguna, o los Dorados de Sinaloga, que trajeron a Guardiola en su momento, y ahora el Querétaro, que le paga millones de dólares a Ronaldinho por venir a tomar sol”. El narcotráfico ya está metido en toda la sociedad mexicana, a todo nivel. “El narco es impredecible, se mueve por caprichos. Mira, por ejemplo, el crimen de Cabañas: en el baño le dijeron ‘por qué no metes goles’ y Cabañas le respondió ‘sí meto goles’, y ¡pum!”.

Todo es un reflejo de lo que se vive en México como socie-dad. Son prácticas que ya forman parte de una idiosincra-sia que no es fácil de asumir desde otro lado del mundo. “México está hecho mierda, roto, despedazado. Si quieres medir a México en términos legales, te vuelves loco. Es la real politic. Tiene una lógica, pero hay que verlo desde esa pinche lógica, sino es imposible entenderlo”.

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DIEGO RODEADO de 5 ingleses. Les ganó a todos y recuperó emocionalmente las Malvinas.

ENTREVISTA / RAFAEL LÓPEZ, EDITOR DE HUEDERS

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“EN EL EQUIPO DE EL QUISCO SUR HABÍA TRABAJADORES DE UN HOTEL DE LA CAJA DE COMPENSACIÓN, JARDINEROS, TAMBIÉN UNOS MALANDRAS DE PUERTO”. 11. ¿Por qué terminaste en Chile? Mi padre estaba muy enfermo, tenía esclerosis múltiple. Él había estado en Chile en la época de Allende, cuando trabajaba en la Cepal, y tenía un gran recuerdo. Decidió venirse a vivir a Isla Negra, aprovechando que aquí vivía mi hermana con sus nietos. Yo estaba recién divorciado, me habían echado del trabajo, y también había dejado Sexto Piso, así que decidí acompañarlo por seis meses. Al final, fue bastante más que eso, porque en Chile conocí a Marcela, mi mujer, y nueve años después, aquí me tienen.

12. Cuando viviste en Isla Negra, entiendo que jugaste en la Liga del Litoral Central. Yo estaba todo el día con mi padre. Escribíamos, cocinábamos, leíamos. Pero al poco tiempo ya me estaba poniendo gordo. Necesitaba jugar. Hablé con el portero de otra casa, que sabía del tema, a ver dónde podía jugar. “Lo siento, no puede jugar en el equipo de Isla Negra porque no tiene Rut”, me dijo. Yo no tenía visa ni nada en esa época; viajaba a Argentina cada tres meses para ir renovando la de turista. Seguí preguntando y se empezó a correr la voz de que había un mexicano hueviando por jugar. Así llegué al equipo de El Quisco Sur. Ahí me dijeron que podía jugar, pero con el Rut de un palo blanco. Me conseguí el de mi cuñado. En los

registros del equipo, figura su nombre, no el mío.

13. ¿Cuántos partidos jugaste? ¿Cómo fue tu desem-peño? Jugué como diez partidos. Teníamos un equipo bueno, pero fallamos en las mismas cosas en que falla Chile. Siempre he creído que a Chile le falta gente, mayor cantidad de población. Por ejemplo, en el equipo teníamos ocho muy buenos, pero los otros tres eran malísimos, no podían ni vestirse. Y uno de esos tres era el portero. Yo estaba medio jodido anímicamente y me ayudó mucho. Durante varios meses me pasaba toda la semana espe-rando que llegara el sábado para jugar de nuevo. Creo que jugué bien. Mi gran momento fue cuando eliminamos al equipo de Isla Negra con un tiro libre mío; les ganamos 3 a 2 en un play off. Después de ese partido nos eliminó El Totoral, en una batalla campal que duró una hora. Pasó algo en la banca, creo que insultaron a la mujer de uno. Imagínate, los huevones se conocen de toda la vida en esos pueblos. La cancha de El Totoral está metida como entre montecitos, entonces no puedes salir. Cerraron las puertas y comenzó la pelea. Cada tanto me venían a bus-car y yo sólo los empujaba, pero nada más.

14. ¿Quiénes eran tus compañeros? ¿Cómo te llevabas con ellos? Había trabajadores de un hotel de la caja de compensación, jardineros, también unos malandras de puerto. Imagínate, yo era muy exótico. El primer día llegué con los shorts de Chile. Me los había comprado porque

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MENOTTI, EL TIPO al que le gustaba jugar al fútbol sin correr, hizo de sus defectos una filosofía.

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nunca quepo en los uniformes y caché que era parecido. Un huevón me dijo ‘qué bonito el short’ y apenas se acabó el partido se los regalé, tal vez influenciado por una culpa social medio imbécil. Al partido siguiente, mientras jugába-mos, me robaron los zapatos.

Había, en todo caso, un dejo de profesionalismo: llegaba un huevón que te embarraba con pomadas y nos prepa-raba antes del partido. La camiseta era celeste, como la de Uruguay. Había equipos desde Algarrobo hasta San Antonio. Los de San Antonio Unido eran los mejores.

Jugábamos de local en un estadio exquisito, de esos ba-cheletosos, de pasto sintético. Cobraban 500 pesos, pero se podía entrar por cualquier lado. Incluso, teníamos una hinchada. Una vez me fue a ver la Marcela. Imagínate, yo jugaba muy emocionado. Y había unas setentonas, parte de la hinchada, que le gritaban: “Señora, no nos lo engor-de, déjelo así. Ya no lo engorde, déjenoslo así, por favor”.

“AL CUENTO LE SIENTA BIEN EL FÚTBOL. PERO, EN GENERAL, UNA NOVELA NO PUEDE TRATAR SOBRE SI HICISTE O NO UN GOL, SINO QUE TIENE QUE FUNCIONAR COMO UN VEHÍCULO DE OTRA COSA”. 15. ¿Crees que se puede escribir buena literatura de ficción a partir del fútbol? Claro que sí. Es un tema muy rico. Siempre está condicionado por la pasión y la épi-ca, aunque, cuando se vuelve metareflexivo, me llega a cansar. No me gustan esos intentos sobreargentinizados de intelectualizarlo demasiado. Me encantan los cuentos de Soriano, por ejemplo. Fiebre en las gradas me parece una obra de arte, es para quienes el fútbol es el mejor eje conductor para explicar su vida.

16. ¿Sería necesario para un escritor de temas relaciona-dos con el fútbol, pensar en un hipotético lector o crítico que no sepa de fútbol? Hay algo que me abruma en Chile, que es ese afán por agradar a los demás. Por ejemplo, a mí me da lo mismo lo que diga Patricia Espinosa de un libro, pero la mitad de los huevones está escribiendo para evitar ser destrozados por ella. Ni cuando hablan pestes o maravillas de mis libros, se vende uno más o uno menos. Entiendo que uno le tenga respeto, por ejemplo, a Pancho Mouat en un libro de fútbol, porque es toda una institu-ción, pero no puedes agradar a todo el mundo. 17. ¿Qué formato le viene mejor a la ficción de fútbol, el cuento o la novela? Al cuento le sienta bien el fútbol. Pero, en general, una novela no puede tratar sobre si hiciste o no un gol, sino que tiene que funcionar como un vehículo de otra cosa. El fútbol se mueve muy bien en el campo

de la crónica, el ensayo y el cuento, e incluso se pueden mezclar géneros y ficcionalizar un poco dentro de esos campos. La novela puede ser un poco forzada si se trata sólo de fútbol. Fiebre en las gradas incluso es un poco una crónica o unas memorias. Una buena novela de fútbol me la imagino, por mí, corta. Otros que escriben muy bien sobre fútbol son Martín Kohan y Fabián Casas.

18. En Chile se publican bastantes libros de fútbol, sobre todo de anécdotas, investigación y estadísticas. ¿Cómo los ves, desde la perspectiva de la calidad literaria? Cuando publican un libro de fútbol, muchos buscan al público no lector que lo toma desde sus valores futboleros. Entonces, se privilegia la anécdota sencilla y corta. No hay editores que digan ‘me la voy a jugar literariamente por el tema’. Lo complejo es que en ese momento tienes que volver a en-trar al otro lector, al lector exigente, y ya da igual si hablas de fútbol o de otra cosa. También se da porque, a diferen-cia de Argentina, por ejemplo, no hay un buen hincha de clase media que goce el fútbol porque sí, sino que todo se traduce en ganar y en los resultados.

19. ¿Cómo se hace para pasar de jugar en el equipo de El Quisco Sur a tener un catálogo como el de Hue-ders? Cuando llegué a Chile, me traje la distribución de Sexto Piso. Por ahí entré en el circuito literario. Y un día, hablando con Marcela, le comenté que no podía creer que aquí no se hubiera editado La Sociedad contra el Estado, un libro de un antropólogo francés anarquista. Así comenzó todo. Después tuvimos la suerte de que llegara el libro de los 31 Minutos y ahí empezamos a crecer. Fuimos convenciendo a tipos más consagrados, como Germán Marín, ofreciendo pequeños adelantos, además de buenas conversaciones y dedicación a fondo en la difusión de los libros.

Hay muchas editoriales que tienen una posición muy políti-ca, casi ideológica, a partir de la cual trabajan, pero yo esto lo veo como un negocio editorial, que a fin de cuentas es un negocio como todos. Nuestros autores son, en su gran mayoría, de izquierda, pero no editamos por motivos políticos. A pesar de que siempre hemos trabajado de ma-nera artesanal, muchas veces cada uno en su casa, creo que la clave en esto es la profesionalización.

20. Por último, tienes algunos proyectos editoriales relacionados con el fútbol. Es un área en la que nos interesa crecer. Ahora vamos a hacer un cómic con la historia de Colo–Colo, por ejemplo. Y también esta-mos haciendo unos flip books con momentos tristes, y uno de los primeros será el palo de Pinilla en el Mundial.

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ENTREVISTA / RAFAEL LÓPEZ, EDITOR DE HUEDERS

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EL DÍA QUE SE REALIZÓ la inauguración de la Copa América 2001, Saúl Martínez recibió la llama-da de Ramón Maradiaga para ser convocado a su selección. A raíz de la cancelación de la selección

Argentina el día anterior, Honduras sería invitado y Saúl Martínez haría un gol en el cuarto minuto de adición del segundo tiempo para eliminar a Brasil en los cuartos de final. La victoria histórica que se erige hoy como símbolo patrio de la nación hondureña fue solo uno de los múlti-ples eventos insólitos que sucedieron en la Copa América con sede en Colombia. Sin embargo, aunque lo lindo del fútbol es su capacidad inagotable de sorprendernos, hay sorpresas que no hacen parte de ese espectro deportivo. El certamen de aquel año fue uno donde la inseguridad y violencia pusieron obstáculos al rodar libre de la pelota. El conflicto colombiano con la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) alcanzó un clímax con el secuestro del Vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Hernán Mejía Campuzano, a pocos días de la realización del torneo. El acto terrorista convirtió al continente en un erial de incertidumbre que terminó por

poner un asterisco sobre el torneo donde Colombia ganó su único título internacional. “A nadie le quitan lo bailado” dicen en tierras colombianas y el título es de Colombia firmado con tinta indeleble. Hubo discusiones en su momento y hasta el día de hoy todavía se desentierran ar-gumentos para decir que Colombia ganó el certamen por culpa del terrorismo. Para muchos, de no haber sucedido el atentado , la Copa no hubiese sido la misma y quién sabe, quizás Colombia aún tendría un palmarés virgen.

UN PAÍS EN GUERRA LUCHANDO POR SU DIGNIDADColombia vivía un momento álgido y se le venía encima su primer torneo internacional como anfitrión. Desde 1998, el gobierno de Andrés Pastrana había entrado en diálogos de negociación con las FARC que no parecían llevar a ningún lado. Se estableció una zona de distención en San Vicente del Caguán que, sin un cese al fuego en el país, parecía ser un resort de descanso para los altos mandos de las FARC. Las decisiones del Estado eran criticadas y la violencia

Por Alejandro Escorcia (@alescorci), revista El Escorpión (@elescorpion95)

La Copa América 2001: El asterisco en el

palmarés colombiano

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crecía. Se estimaba que la guerrilla contaba con 35.000 hombres armados y era evidente que los esfuerzos milita-res del gobierno eran fallidos. Llegó el 2001 y el gobierno desprestigiado buscaba asilo político en la fiesta del fútbol. La Copa América se acercaba trayendo ánimos distintos, pero el terrorismo se manifestó en contra y, después de años de una guerra periférica, los atentados volvían a la ciudad como en épocas del narcoterrorismo. Primero fue un carro bomba el 11 de enero en el centro comercial El Tesoro de Medellín, luego el 4 de mayo estalló otro en el Hotel Torre de Cali. Lo siguió otro carro bomba en el Parque Lleras de Medellín y así otros dos incidentes en el mismo mes. Fue cuando la administración de Pastrana estaba más presionada por la CONMEBOL para garantizar la seguridad que las FARC dieron su golpe fulminante: el lunes 25 de junio fue secuestrado el vicepresidente de la Federación de Fútbol Colombiana, Hernán Mejía Campuzano. Los medios se encargaron de echarle leña al fuego y la sede de Colombia se vio en la cuerda floja. Al enterarse del secuestro, la CONMEBOL le retiró a Colombia el privilegio y empezó a considerar propuestas de dónde llevar a cabo el torneo. La vergüenza cayó sobre el país y Colombia se hundió en un pozo séptico de desilusión y rabia. Pastrana, tratando de salvar los muebles, llamó personalmente a los mandatarios de cada país pidiendo solidaridad. En decla-raciones oficiales el presidente señaló: “llevarse la Copa es negarnos la solidaridad de los países hermanos, es quitar-nos el apoyo internacional a nuestros esfuerzos y lucha por alcanzar la paz”. El mandatario afirmó con severidad que quitarle la sede era “no sólo una decisión muy injusta con nuestro país, sino una bofetada a nuestra hospitalidad, dig-nidad”. Se repetía la humillación del ’86 cuando Colombia tuvo que renunciar a ser la sede del Mundial. Está vez las repercusiones políticas y sociales eran más desgarradoras. Ser anfitrión era el único analgésico para un país abatido por la violencia.

Mejía Campuzano fue liberado a las 72 horas y con su libe-ración se desató una algarabía de incertidumbre. Reunión tras reunión los directivos y delegados de las Federaciones tomaban decisiones que los periódicos publicaban un día y desmentían al otro. Se habló de Brasil como la competencia de Colombia y la pugna exigió la polarización de los países. Sin embargo, parecía que la mayor parte del continente apoyaba a Colombia. El presidente de la Federación Argen-tina, Julio Grondona, en entrevista con Radio Mitre, ratificó su apoyo arguyendo que si no se jugaba la Copa América en Colombia eso “llevaría a que ningún equipo quiera ir más a jugar allá”. Finalmente, el 1 de julio se ratificó al país cafete-ro como sede, considerándose la opción de postergarla has-ta el 2002. Al ver que interferiría con el Mundial de Corea y Japón, el 5 de julio se habló de correr la Copa hasta agosto. Se acercaba la fecha prevista para la inauguración –el 11

de julio– y todo lo que podía decirse era que las Federa-ciones improvisaban en salas de conferencia y los medios ventilaban todo lo que se discutía a puertas cerradas.La Federación Colombiana hacía malabares y lograba mantener con vida el espectáculo. Canadá, país invitado, canceló su asistencia y la federación cafetera consiguió a Costa Rica como reemplazo. Lograron convencer a Brasil de asistir y se sintió una corta brisa de tranquilidad cuando Scolari publicó la lista de convocados. Faltaban 24 horas para la inauguración y parecía apaciguarse el fuego, cuan-do Argentina envió un comunicado incendiario: por razones de seguridad, la Albiceleste decidió no participar. Los diarios colombianos inmediatamente condenaron la actuación bi-polar de los argentinos, tachándolos de traidores. Mientras tanto, los delegados colombianos buscaban quién salvara patria. Asumiendo un tremendo reto, Ramón Maradiaga se pegó al teléfono y convocó un equipo de hondureños para viajar al día siguiente hacia Colombia. La selección de Honduras, con el uniforme de ángel guardián, llegó a tiempo para disputar el primer partido que le correspondía a Argentina y salvaron el certamen.

UN CAMPEONATO SIN PRECEDENTES La Copa América esquivó balas y bombas y logró sobrevivir otra edición. En el grupo A, Colombia pasó primero ganan-do todos sus partidos sin recibir goles y Chile fue segundo tras golear a Ecuador y derrotar a Venezuela por la mínima. Las cosas comenzaron picantes en el B. En un partido hermético donde ningún equipo cedía espacios, Perú y Paraguay empataron 3 a 3 gracias a un gol del guaraní Silvio Garay en el minuto 94. Brasil cayó ante México con un gol tempranero de Jared Borghetti. El favorito caía pero de alguna manera podía esperarse. En una decisión tomada con miedo por la inseguridad a flor de piel, las estrellas de la verdeamarelha no fueron convocadas. No viajaron al país vecino ni Ronaldo, Roberto Carlos, Cafú, Lucio, Ronaldinho, Gilberto Silva, Robinho, Kaká y otros que un año después le arrebatarían a la Alemania de Oliver Kahn la Copa del Mundo en tierras niponas. La derrota en el debut sembró dudas acerca de si Brasil era en realidad un contendiente a la Copa. Sin embargo, ganó los próximos dos encuentros, mientras Perú derrotó a México después de que los aztecas hubieran empatado con Paraguay. El resultado fue un grupo apretado con 4 puntos para México y Perú, donde los peruanos pasaron como uno de los mejores terceros con una diferencia de gol de menos 1.

En el Grupo C la presión estaba sobre Bolivia, pues compe-tía por un cupo para la siguiente fase con los dos invitados de urgencia. Lo inesperado seguía reinando en la tierra del café y fue Uruguay el que sufrió la presión de los medios al pasar como mejor tercero. Bolivia quedó último sin ganar

COLOMBIA / COPA AMÉRICA 2001

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un partido, sin marcar un gol y llevándose 7 en contra. Hon-duras dio visos de que quería la Copa con su nómina de 48 horas cuando le ganó a Uruguay, y Costa Rica no se quedó atrás goleando a Bolivia. Los invitados sacaron la cara por el grupo pasando primero y segundo. Se sentía en el aire que este no era un torneo cualquiera.

Llegaron los cuartos de final y las lógicas futbolísticas pa-recían cumplirse. México le ganó a Chile y aunque Uruguay empezó perdiendo con una Costa Rica aguerrida liderada por Paulo Cesar Wanchope, luego se armó de experiencia copera y remontó faltando tres minutos para el final. Por su lado, el país anfitrión vivía su sueño. Después de quebrar a un Perú férreo con un tanto al principio del segundo tiempo, el marcador se abrió y terminó por hacerle tres. Se especulaba que la goleada llenaría de ánimos a Colombia para enfrentar lo que se venía: Brasil. Los brasileños se en-frentaban a Honduras y la lógica ya daba por sentado que Colombia jugaría con la verdeamarelha en semifinales. Sin embargo, aquí se dio la gran sorpresa del torneo.

En una noche para guardar en ese lado del corazón que se alimenta de recuerdos, Saúl Martínez hizo un gol y generó un autogol. A los 12 minutos del segundo tiempo, tras recuperar un rebote, “Rambo” de León tira un amague que desparrama a Emerson y lanza un centro al que Martínez le mete un frentazo. La pelota golpea en el palo y le rebota a Belleti para el autogol. No había acabado el partido en el Estadio Palogrande de Manizales y ya la gente acompa-ñaba la derrota de Goliat con cantos de “Ole”. Un par de minutos después vino otro gol hondureño pero fue anula-

do y finalmente en el cuarto minuto de adición, tras una espectacular corrida de Limbert Pérez, Martínez la empuja para liquidar el partido. Honduras fue más que Brasil y el continente veía como el último invitado parecía ser el más bonito de la fiesta.

Esa primera y única victoria en la historia sobre Brasil llenó a Honduras de vigor, pero no fue suficiente. Colombia se aferró a su “Copa de la Paz” y acabó con el sueño hondu-reño con dos goles. Los invitados le sacaron a Uruguay el tercer puesto y, liderados por su capitán Amado Guevara, que fue elegido como el mejor jugador del torneo, se fue-ron bañados de aplausos y elogios. El protagonismo fue compartido, por supuesto. La selección anfitriona derrotó a México con un gol de cabeza del capitán Iván Ramiro Córdoba que dejó plantado al portero Oswaldo Sánchez. El torneo de principio a fin estuvo lleno de anomalías tanto políticas como deportivas. Colombia logró sentar un prece-dente que nadie ha repetido: ganar la Copa sin perder un partido y sin recibir un gol. La tan anhelada Copa Améri-ca se levantó y los esfuerzos de 23 jugadores de fútbol unificaron, por un corto pero necesario momento, a una nación fraccionada por la violencia. El país disfrutó la bre-vedad que acompaña a la celebración deportiva y entró nuevamente a una realidad difícil que aún hoy no acaba. Frente a lo futbolístico siempre hay mucho que decir. Se discutió entonces –y se discute todavía– si Colombia le hubiese ganado a un Brasil completo o la Argentina de Batistuta, Verón, Crespo y Zanetti. Lo cierto es que el único título que le pertenece a la selección de Colombia lleva el asterisco que remite a esa duda.

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PAOLO GUERRERO LE GUSTA LA NOCHE, PERO DÁMELO

SIEMPRE EN MI EQUIPO.

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WES MORGANLÍDER DE LOS REGGAE BOYZ, LE PONE

RITMO A LA COPA.

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MI VIEJO AVISA que tiene el mate pronto apenas entro. Se entusias-

ma con mi respuesta positiva en un guiño, y ceba el primero mientras desensillo. Hacemos un pequeño recuento de cómo está todo: la vieja, el herma-no, el amor; la vida pasa por la avenida. En la tele Central y Progreso se sacan los ojos. El fútbol sigue estando a sol y sombra. Con Liverpool nos coronamos campeones y volvimos a la divisional de privilegio del fútbol yorugua. Aunque el privilegio es relativo. Liverpool es un club que dignifica al futbolista como trabajador, pero la Copa que nos dieron es de plástico, por lo que –al igual que la que ganamos con la querida IASA en 2013– terminó tam-baleando, en una apología tácita de nuestro fóbal. Mi segundo roce con la gloria me pone en una electricidad especial. La lesión muscular es agua para ese cablerío desnudo, y, como pequeños shocks sinápticos, la euforia y la duda se instalan en la barrera del éxito.

Meto un cambio de frente en la conversa (no puedo dejar de usar “cambio de frente”, a pesar de que lamentable-mente Novick lo use en su propaganda política) y pregunto por la Copa América del 95. El éxito es esa oncena de brasileros apabullados por el rumor del Río más bravo de ésta esquina de América: la hinchada. El éxito es el movimiento de la sangre por las venas que trepan des-de los botines amarrados de Bengoechea; el dolor en el hombro del Enzo; la juventud de Abeijón; el cansancio en la cara del hombre común. El fracaso es parecido. Nuestra

charla, como tantas otras, se dispara hacia hechos del fóbal, intentando explicar con el opio de los pueblos, las cuestiones cotidianas; nuestros ojos giran como slots. Rejuvenecemos mientras armamos el equi-po: Fernando Álvez -arquero Manya que alguna vez estuvo vinculado al Partido Colorado-, Pepe Herrera -creo recordar que también manifestó cierto enfoque político-, Eber Moas, un zaguero de los de antes; Diego López, cauto como un

cowboy en duelo; y Edgardo Adinolfi, el de los laterales como centros. El guitarrero Álvaro Gutiérrez era el cinco (mi viejo dice que avisó antes uno de los pocos goles que marcó por la celeste); Marcelo Saralegui, con la facha del fóbal argento; Bengoechea, el profesor; Francescoli, con aquellos ojos saltados viendo pases inexplicables, con esa zancada justa y desgarbada, el enganche maravilloso, la danza exquisita; Fonseca, europeizado, mezcla rara de Ca-vani y Suárez; y el Manteca Martínez, ídolo de Boca, con el folclore de la caravanita y el colgarse de los alambrados en un festejo, hasta derribarlos. Rúben Sosa también estaba, ¡mamita que estilo! El Marujo Otero y toda la picardía del barrio, el Polillita Da Silva como una aparición talentosa, Diego Dorta con el calor infernal de Avellaneda; Poyet, el lord inglés, el Negro Méndez y sus entradas tan pronun-ciadas como la cuña de sus desbordes; Aguirregaray con su guadaña afilada y su semblante impávido, y Tabaré Silva, que hablaba en voz baja y con poco espacio para la respiración. A éste último “le hizo crack crack crack el hueso al final”, y se rompió la gamba en mil pedazos en pugna por evitar el gol de Brasil. El gol de Tulio. El famoso

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Por Agustín Lucas (@taponesdefierro)

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URUGUAY / COPA AMÉRICA 1995

gol de pecho. Nunca más un gol de pecho fue tan solo eso; desde el 95, todos los goles de pecho entraron en la discusión latina de si es mejor o peor que el gol de Tulio; si debería cobrarse mano o no, si fue viveza criolla norteña o si el juez fue un gil, y nosotros miles y miles de fundamentalistas boquiabiertos por el roce del cuero con el fondo de las piolas.

Yo era un gurí de apenas diez años, que, como tantos otros, girábamos entorno a “Todos goleando” entonada por aquel canoso que resultó ser el Pájaro Canzani. El Torito -la mascota de la Copa- aparecía en las tortas de cumpleaños, los peluches de las niñas, las remeras de los niños, en las toallas; en los sobres de figuritas ansio-sas pegoteadas por dulce de leche y chocolate, de algún alfajor de entretiempo. El país se nos hizo más grande: Uruguay dejó de ser tan solo colores cálidos en mapas de geografía; ahora existían el Atilio Paiva Olivera de Rivera, el Campus de Maldonado, el Estadio Artigas de Paysandú. La túnica blanca y la moña eran la camiseta de los mejores, y para cuando se terminaban los celestes empezábamos con los vecinos: la serenidad mágica del Pibe Valderrama, la seriedad facultativa de Luis García; la fiereza de Edmundo, las diabluras de Etcheverry, la pinta de Batistuta, la supuesta pulcritud de Rozental. Por Avenida Italia fuimos a ver pasar el ómnibus de

la Celeste. Era un mar de gente en la penillanura de cemento. Eran miles de banderitas a franjas hori-zontales. Una galaxia de soles. Hasta que pasaron, efímeros, fantásticos, y fue esa vez y para siempre, el único momento en que la vida de aquellos hombres y estos niños se cruzaron. El niño crece cuando el fútbol se expande. El hombre se eriza cuando ve que el niño crece con el fútbol que se expande. Bengochea puso el empate con un tiro libre magistral. Bolsos y Manyas lo gritaron al unísono. Explotó la barriada del Uruguay. Quebró Brasil en llanto una vez más. Tafarel fue espec-tador de lujo luego de un saltito rendido, y el delirio se hizo cuerpo en el índice del Profesor, que corrió más rápido que nunca a dedicárselo a esa anécdota que nunca sabremos. Lo único que sí sabemos de aquellos hombres comandados por el Pichón Núñez, es que ga-naron y salieron campeones. Y los niños crecieron. Y los grandes jugaron. Y el Manteca Martínez todavía acelera esa carrera loca luego del último penal. Todavía se va, brazos abiertos a la memoria.

Uruguay es un enjambre trabajador de enamorados políticos y técnicos futboleros; apasionados poetas y melancólicos bares de mármol. Dictadura, hijos de puta, y Copas América. Uruguay y el fútbol, una relación viciosa con miles de hijos por el mundo.

URUGUAY GANÓ su propia Copa el 95. Sintió que podía volver a ser Uruguay.

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EN 1939, Perú ganó el primer título sudamerica-no de su historia tras una célebre victoria sobre Uruguay, que empezó a edificarse con un gol cuya autoría, por décadas, se atribuyó a un jugador que

no lo convirtió. La historia de Víctor Bielich, trágicamente fallecido apenas a los 23 años de edad, es acaso la más famosa que esconde un arco del Estadio Nacional de Lima con más de un enigma entre sus redes.

* * *

Por alguna razón, el arco sur del Estadio Nacional de Lima ha sido protagonista de goles en partidos disputa-dos por la selección peruana que han quedado envueltos en misterio. El primero de agosto de 1969, Pedro Pablo ‘Perico’ León anotó allí por Eliminatorias ante Argentina el que dicen fue uno de los tantos más hermosos de la selección blanquirroja: Héctor Chumpitaz le lanzó desde su propia área un pase largo de más de 70 metros que el moreno delantero de Alianza Lima amortiguó con el pecho y, antes de que la pelota cayera al suelo, se la

cruzó por arriba a Mario Agustín Cejas. Sin embargo, el video de ese golazo –que los ya abuelos relatan con emoción– jamás ha podido ser observado por las gene-raciones posteriores; la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado, de corte izquierdista, prohibió la importación de diversos productos al Perú, entre ellos las videocin-tas. Por tanto, durante los años setenta, los canales de televisión regrababan encima de las pocas videocintas que tenían los diversos eventos que se producían, que en épocas de desfiles y convulsiones sociales eran bastan-tes. Así, el gol de Perico, que tampoco ha sido encon-trado en archivos fílmicos argentinos, parece haberse perdido para siempre.

Atrás en el tiempo, el 22 de febrero de 1953, el mismo arco recibió otro gol que pasó a la posteridad. Era un día especial para el Estadio Nacional: por primera vez Perú jugaba allí luego de su reinauguración un año antes –se habían susti-tuido las dos antiguas tribunas de madera del coloso de la calle José Díaz por cuatro tribunas de cemento para alber-gar a cincuenta mil espectadores–. Sin embargo, Bolivia

Por Roberto Castro (@rcastrolizarbe), Director de DeChalaca (@DeChalaca)

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amargó la fiesta con un triunfo por 0-1 que se decidió a cinco minutos del final del partido. Para la prensa pe-ruana, el tanto fue autogol del volante Luis ‘Joe’ Calderón –quien de ahí en adelante quedó estigmatizado por esa jugada– pero para los reportes bolivianos el gol fue ano-tado con golpe de cabeza de la máxima figura altiplánica, Víctor Agustín Ugarte. Los registros de la Confederación Sudamericana de Fútbol confirman a Ugarte como autor del tanto, aun cuando las fotografías del día siguiente en los medios limeños muestran imágenes del supuesto au-togol como una jugada no precedida de un cabezazo, sino de un balón que rebotó en el palo y salió hacia afuera. ¿Por qué la discordancia? Las especulaciones hablan de un intento del periodismo peruano de restar méritos al triunfo de un rival débil que había golpeado el orgullo del país anfitrión, al punto de considerar la derrota como “la tragedia deportiva más grande de la historia patria”. Otros, más conspiracionistas, van más allá y conjeturan que fue parte de una campaña que buscaba desestabili-zar, a como diera lugar, al DT inglés William Cook, a fin de procurar –como finalmente ocurrió– que fuera sucedido

por el argentino Ángel Fernández Roca, de muy buenas relaciones públicas con la prensa peruana. El video, desde luego, tampoco existe.

Pero, por encima de esas confusas historias, hay otro gol en el arco sur del Estadio Nacional que se ve envuelto en un halo de misterio. Y que esconde paradojas en torno a la bre-ve, pero futbolísticamente intensa, vida de su protagonista. Su nombre era Víctor Bielich, autor en 1939 de uno de los goles más famosos de la historia del balompié peruano que él, por cierto, jamás convirtió.

LA INCÓGNITAVíctor Bielich Roca era el más rubio de sus hermanos, nacidos cerca del corazón de la Lima antigua, en una casona del Jirón Washington. Por eso, “porque parecía un italianito”, le pusieron de sobrenombre ‘Pichín’. Y con ese apodo alcanzó reconocimiento en las canchas desde sus inicios en el club infantil Piloto Olímpico hasta su debut en Primera División, en 1937, con

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camiseta de Universitario de Deportes.

Al año siguiente, en 1938, Bielich pasó al Deportivo Mu-nicipal, el llamado club “millonario” de la época, y que en dicha temporada obtuvo el primer título de su historia. En el equipo de la franja, apodado así porque viste la misma camiseta de la selección peruana, pero usa pantalón azul oscuro, pasó a ocupar la posición de insider derecho en el ataque, tras haberse iniciado por el flanco izquierdo. Y fue en esa posición que llegaron los llamados para integrar la selección peruana, primero en los Juegos Bolivarianos de 1938 –ganados en fútbol por Perú, que obtuvo en esa competición el primer título de su historia– y luego en el Sudamericano de 1939.

En el torneo, Bielich formó parte de un quinteto de ata-que de polendas. Lo integraban, como puntero derecho, Teodoro Prisco Alcalde; ‘Pichín’ iba como insider derecho; como centrodelantero, el gran Teodoro ‘Lolo’ Fernández, ídolo máximo de Universitario y principal referente de gol peruano; como insider izquierdo, Jorge ‘Campolo’ Alcalde, hermano de Prisco y, como él, símbolo del Sport Boys; y en la punta izquierda, Arturo Paredes, también de las filas

rosadas del Boys. Ausentes del torneo Argentina y Brasil, Perú arrasó con Ecuador, Chile y Paraguay antes de llegar a la última jornada igualado con Uruguay para definir el título.

El 12 de febrero de 1939, Perú recibió a los uruguayos en el antiguo Stadium Nacional desbordado. Y comenzó a resolver la historia a su favor apenas a los 7 minutos de juego, en el arco sur. Prisco Alcalde escapó por derecha y sacó un centro templado al área charrúa. Las crónicas de la época coinciden en que dos futbolistas saltaron al cabezazo: ‘Campolo’ Alcalde y Bielich. La fotografía más famosa de aquel momento, de hecho, muestra a ‘Pichín’ impactando la pelota con la cabeza hacia el arco del por-tero Horacio Granero.

¿Qué pasó en esos segundos entre el cabezazo de Bielich y el ingreso de la pelota al pórtico uruguayo? Hay discre-pancias. Algunas crónicas reportan que el balón recibió un segundo cabezazo de ‘Campolo’, antes de que ingresara al arco. Otras, que tras el testarazo de Bielich, Granero intervi-no y cedió un rebote que Alcalde tocó para marcar el tanto.

La confusión, sin embargo, no existe en los registros de la

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Confederación Sudamericana de Fútbol. Ellos siempre sos-tuvieron que Alcalde, quien a los 35 minutos –sin discusión de por medio– anotó el segundo gol del local, marcó esa tarde un doblete que le otorgó al fútbol peruano el primero de sus dos títulos continentales en el nivel de selecciones. Pero la sabiduría popular, no obstante, dejó a Bielich como autor del tanto, y esa creencia se trasladó a muchos libros que, por décadas, se reprodujeron en el Perú. Eso también tiene un porqué.

LA TRAGEDIAPoco más de un año después de aquella tarde feliz, en la noche del 9 de marzo de 1940, un rapto de tristeza se apoderó del fútbol peruano. Víctor Bielich y el zaguero Jorge Parró volvían de Chincha, ciudad a 200 kilómetros al sur de Lima y caracterizada por su población afrope-ruana con dotes físicas privilegiadas para la práctica del deporte. Ambos habían sido encomendados por Deportivo Municipal para viajar a observar a un futbolista llamado José Montero, de forma de enrolarlo al equipo. Pese a su negativa inicial, insistieron y lograron convencerlo. Pero nunca llegaron a Lima.

En la carretera Panamericana Sur, el vehículo que conducía a los tres futbolistas se estrelló a toda velocidad contra un camión que estaba detenido en medio de la pista, al que no divisaron por la oscuridad de la noche. Montero falleció en el acto y Parró quedó tuerto al perder un ojo producto del impacto; Bielich, con apenas 23 años de edad, ingresó a una agonía que se prolongó cuatro días hasta que falleció producto de las secuelas del accidente.

El fútbol peruano perdió en trágicas circunstancias a uno de sus talentos más brillantes. La gran pompa que rodeó a su entierro fue acompañada de titulares grandilocuentes y biografías que incluían, por supuesto, la atribución a Bielich de la autoría de aquel tanto que abrió el camino del triunfo ante Uruguay el año anterior. Y así quedó escrita la leyenda que se prolongó por décadas, y que la práctica contempo-ránea del copy paste permite aún encontrar en algunos rincones del ciberespacio.

Sin duda, eso no retacea méritos a Víctor Bielich, un auténti-co héroe blanco y rojo. Porque entregó su vida por el fútbol

y por una franja de esos colores en el pecho: no la de la selección, sino la del Deportivo Municipal, uno de los clubes peruanos más queridos, que tiene en él al primer gran símbolo de su historia y a quien, quizás, debería recordar de modo más frecuente. Porque, encima, la intempestiva muerte de ‘Pichín’ provocó que su equipo tuviera que echar mano, para cubrir su puesto en el ataque, de un jovencito llamado Roberto Drago Burga: ‘Tito’, el máximo ídolo de la historia de Municipal, y quien importó para ese equipo el apodo de ‘Academia’ cuando se marchó a jugar a Racing Club de Avellaneda a mediados de los años cuarenta. Un legado que, sin dudas, vale más que un gol en un arco sur que nunca ha querido dejarse ver con claridad.

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EN LA IMAGEN de la izquierda, el cabezazo de Víctor Bielich, con el que durante décadas se le adjudicó un gol histórico que nunca hizo.

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Paraguay

LA CIUDAD DE ROTTERDAM -partida por las aguas del río Nieuwe Maas-, Friedrich Wilhelm Pa-ats Hantelmann y el pujante negocio naviero bajo el cual se cimentó la prosperidad de los Países

Bajos, parecen elementos de un universo paralelo al que conforman el Chaco Boreal, el río Paraguay, Alto Paraná, Itapúa y la misma Asunción.

Pero fruto de este curioso encuentro, provocado prin-cipalmente por los débiles pulmones del joven Wilhelm que lo obligaron a buscar climas más templados, nacería el Olimpia, la Asociación de Fútbol, la albirroja, y todo el estallido que dio origen a la actividad futbolística en Paraguay, con lo que se comenzaría un siglo de coraje y fiereza, ambas cualidades heredadas de los incansables guerreros guaraníes, que trascendieron su brutal fiereza a una nueva dimensión bélica, en medio de gritos de guerra proferidos en Yopará, el exótico dialecto nacido de la fu-sión del Guaraní con el Castellano, provocando una forma de comunicación única entre el pueblo paraguayo.

A lo largo de un siglo de innumerables acontecimientos, la Selección de Paraguay se laureó una fama de brutalidad y fiereza, que hace que enfrentarlos en un campo de juego

se transforme en un verdadero suplicio, el cual se hace particularmente evidente cuando el enfrentamiento ocurre en el inhóspito Estadio Defensores del Chaco. ¿Qué es lo que hace a este escenario tan temible, tan escabroso, tan aplastante?

El ritual que se provoca entre la luz eléctrica, el césped del campo de juego, los equipos con sus indumentarias y desquiciados hinchas que pueblan las gradas, provoca una misteriosa reacción cósmica, que trae desde universos inexplorados de la física el alma errante de aquellos que dieron la vida en la sanguinaria defensa del Chaco Boreal, para deambular sin descanso tras el enemigo, provocando descensos en sus capacidades físico-motoras que no pue-den ser eludidas por estrategia ni entrenamiento alguno.

Palmeras, bosques y espinosos matorrales cubren la superficie de la tierra que aleonó la ambición del Presidente Salamanca de Bolivia, quien consideró que la cercanía al Río Paraguay podía conectar nuevamente los negocios del país con el océano Atlántico, tras la dolorosa pérdida de la Guerra del Salitre. Bajo la inspiración del Comandante José Félix Estigarribia, la furiosa y eterna resistencia de los soldados paraguayos, testimonio vivo del mestizaje castella-

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PARAGUAY ES UNO DE LOS DIEZ PAÍSES QUE CONFORMAN “PELOTA SUDACA”, EL LIBRO DE ANDRÉS SANTA MARÍA Y JERÓNIMO PARADA QUE PUBLICA LA

POLLERA EDICIONES DURANTE ESTA COPA AMÉRICA. SON DIEZ EQUIPOS, DIEZ CAPÍTULOS QUE RECORREN LA GÉNESIS DE LA IDENTIDAD FUTBOLERA, LOS

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no-guaraní, se decidieron a no volver a sufrir la humillación de la derrota, y se internaron en las misteriosas y hasta en-tonces poco exploradas tierras del Chaco Boreal, que Carlos Arce describiera como el absurdo mismo materializado en árboles, como el terrible mundo de la desorientación.

Este violentísimo suceso, que llenó estas tierras de deso-lación y muerte, tuvo consecuencias tenebrosas, como dan cuenta los testimonios de quienes, luego de terminada la guerra, pasaban por un conocido pozo de agua en Platani-llos, asegurando que de esas aguas antes puras y cristali-nas, ahora emanaba el putrefacto olor de la carne humana avanzando en el camino sin regreso de la descomposición.

Cada cierto tiempo, cuando se celebra la fiesta del fútbol en Asunción, los incesantes cánticos de la bravísima hinchada paraguaya, invocan el recuerdo de los mártires de la guerra, quienes solo internados en la desconocida realidad energética post mortuoria, desesperados ante el sinsentido del sacrificio humano y la lucha por el poder, son atraídos por las furiosas vibraciones que emanan del Defensores del Chaco, y se reúnen en torno a la lucha de sus herederos, quienes persiguen furiosamente el balón, y a punta de empellones, manotazos, saltos, barridas y carreras imposibles, hacen que aquella vieja lucha tenga eternos homenajes.

JULIO CÉSAR ROMEROEn el espíritu de un escultor guaraní que había devenido en José, atrás habían quedado los Porá. Y´porá, el señor de las aguas, Caaygüra, el señor de la Selva, se extinguían en sus recuerdos, se difuminaban con las sombras de un pasado que parecía cada vez más remoto, perdido en el exitoso adoctrinamiento de los misioneros jesuitas. Los genios de la naturaleza habían sido reemplazados por las figuras cristianas, y entre estas imágenes, la madre de Jesús de Nazaret, había calado profundo en el cora-zón de José. Así, no fue extraño que el indio, en medio de un bosque, al experimentar la posibilidad cierta de verse aniquilado por una furiosa horda de mbayás que se dirigían hacia donde estaba, se encomendara a la Virgen María, prometiendo dedicar su arte a venerarla. “¡Ka’aguý cupe-pe!”, fueron los poderosos gritos que le profirió una morena Virgen María en perfecto guaraní, lo que quiere decir: “¡Vete detrás de los arbustos de yerba mate!”; y José, obnubilado, corrió hacia los arbustos. Oculto detrás de un inmenso tronco de yerba, vio perderse a las espe-luznantes figuras de los mbayás y sus ojos inyectados de rojo. Presuroso, llegó a esculpir con esa misma madera representaciones de la virgen, dando origen al desmedido

fervor que hasta el día de hoy tienen los paraguayos hacia la Virgen de Caacupé.

Esa profunda devoción animaba cada una de las geniales jugadas con que el niño Romerito lograba quebrar los bru-tales cercos que formaban descendientes de guaraníes y mbyás en las tosquísimos picados que se celebraban en su natal Luque. Entremedio de barridas asesinas, codazos capaces de noquear, fouls de todas las especies, furibun-dos despejes, cabezazos que expulsaban la pelota hasta 30 metros fuera de los improvisados límites de la cancha y desmedidos remates, aparecía como venida de otros con-fines, la sutileza de Romerito, que esculpía su obra de arte con finísima precisión desde la más profunda rusticidad del fútbol paraguayo.

Ungidas por interminables horas de amor a la Virgen de Caacupé, las piernas de Romerito tocaban el balón con delicadeza, lo apartaban abismalmente del salvaje estilo de sus compatriotas, lo distanciaban brutalmente de sus

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compañeros de armas quienes, quizás sin saberlo, quizás sin siquiera pensarlo ni rendirle pleitesía, todavía parecían estar emparentados con el espíritu de Tupá, dios del trueno.

Fue así como Romerito volvió a suelo paraguayo desde Nueva York, aterrizó en Asunción proveniente de Río de Janeiro, llegó a su tierra cruzando el atlántico desde Barce-lona, regresó a Paraguay desde el D.F. tras anotar dos goles en un mundial. Pero no importaba desde dónde viniese, siempre su ligera figura se perdía en los sinuosos rincones del santuario de la Virgen de Caacupé, donde le agradecía en silencio, por haber impulsado con sus suaves y precisas manos cada balón que forjó su leyenda.

JOSÉ LUIS CHILAVERTLo que hoy conocemos como el departamento central del Paraguay ha estado azotado por innumerables brotes de violencia desde que Pedro de Mendoza y Juan de Salazar y Espinosa, impulsados por la codicia del imperio, decidieron remontar los ríos que conforman la cuenca del Plata inmis-cuyendo sus pervertidas narices europeas en el inocente y salvaje equilibrio de los nativos y sus aguas. En su remota formación, Luque -antes de ser Luque fue un fortín que formó parte de los “tres presidios” y recibió como pudo, en base a la firmeza de sus muros de piedra, los constantes embates de nativos furiosos que nada entendían de la téc-nica pero que mucho sabían de pelear hasta desangrarse por extirpar el cáncer blanco que se instalaba en sus tierras.

Pero más allá de cualquier militancia indigenista, debemos reconocer también la bravura de esos conquistadores, quienes a pesar de los dudosos y quizás nocivos motivos que los impulsaban, muy poco tenían de cobardes porque allá, allá en el mundo viejo, estaban destinados al presidio, a la vejación de una sociedad que avanzaba monárquica en clases espuriamente delimitadas y acá podían morir o qui-zás agasajarse con kilos de oro blanco y coger con mujeres como las que nunca en su vidas habían imaginado.

Gracias a que la guerra de la triple alianza dejó algún macho paraguayo con vida, logró engendrarse en la ciudad de Luque a un mítico hombre de los tres palos. La braveza del Chila, sus “orientales” ojos ensangrentados, aquella falta de diplomacia que lo coronó como un volador de estirpe dorada, acaso solo sea pensable en este marco, en la extrañeza de un pueblo que no sabe si hablar castellano o guaraní pero que lo único que tiene claro es que quiere defenderse y atacar. A Chilavert nunca le bastó la resisten-cia de un fortín bien construido, nunca quiso solo detener los pelotazos mortales que inflaban muy ocasionalmente sus redes; el Chila además quiso clavar su flecha, meter

su pequeño dardo en muros impenetrables, y supo, como ninguno, expresar la dualidad de sus tierras. Vivió goles paupérrimos por su falta de ortodoxia, pero sobre todo supo ser el líder de contiendas imborrables como cuando aquella vez, impulsado por su pie, un balón furibundo atravesó la noche del fortín de Liniers rompiendo el silencio y se clavó en el arco de Burgos.

CARLOS GAMARRAHacia el año 1600, interminables lluvias azotaban Para-guay, millones de litros de agua caían desde los cielos sin tregua. Era Tupá, dios del trueno, quién hacía sentir su inmenso poder a desesperados pobladores que busca-ban algún refugio seco, entre inútiles plegarias al Dios de sacerdotes franciscanos. Llovió durante meses que el acuoso paisaje ralentizaba en años, poblados desapare-cían arrastrados por el portentosísimo caudal del agua que se transformaba en ríos. El padre Luis de Bolaños deliraba con que se trataba de un segundo diluvio universal, pero se equivocaba, fue Tupá quien formó el lago Ypacarí.

Pasados varios siglos de este acontecimiento un mucha-cho esperaba paciente los 41 grados a la sombra del sol más quemante del verano, para ir a zambullirse desnudo en las aguas del lago Ypacaraí, en las cercanías de la sierra de Ybytypanema, en medio de tetrapacks, bolsas de plásti-co y todo tipo de inmundicias y cianobacterias, para luego salir inmune ante tamaña osadía, con una mutación de la flora bacteriana que provocaría efectos permanentes en su organismo, transformándolo en un mutante con el sistema nervioso híper alterado que volvía furioso al potrero de su equipo, el 30 de Agosto, a romper circuitos futbolísticos como un carnicero hambriento del desolado París que dejó el fin de la Segunda Guerra Mundial.

En el desnudo contacto de su piel con los secretos ocultos en esas aguas, el Colorado sufrió una revelación mística, se mimetizó con sus orígenes indígenas, olió los campos de soya, mandioca y maíz; se adentró en las anárquicas tierras del chaco; experimentó el dolor de la colonización misionera y despertó su bestia interna.

No por nada en guaraní significa guerrero.

SALVADOR CABAÑAS“Nos estás robando a los mexicanos, pinche cabrón”. Fue la inesperada ráfaga de palabras que se le vinieron encima, justo antes de que aquel certero balazo se depositara sobre su cabeza. Una luz blanca se apoderó del campo visual de Salvador, quien fue transportado a un lugar que inmediata-

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mente reconoció como Cerro Corá, encerrado en un cuerpo que no era suyo, en una ropa que parecía tener siglos de antigüedad. En el lugar, estaba rodeado de un bizarro grupo de soldados y soldadas, todos de aspecto furioso y con una convicción absoluta, entre los que se encontraban débiles ancianos, pequeñas y delgadas mujeres junto a sus hijos e hijas, muchos desnutridos, y toda una amplia gama de personajes como salidos de los rincones más sórdidos del Paraguay. Todos, profiriendo las más variadas groserías en contra del ejército brasileño que los sobrepasaba diez veces en número, y que se veía en el horizonte.

“Jaha Karaí, nandétopái chéne jepe los camba ore apyte-pe”, le advirtió uno de los indígenas caygús que venían con él, lo que quiere decir: “Vamos, señor, no darán con usted los negros adonde pensamos llevarle”. Pero Salvador sintió, movido por la voluntad del espíritu en el que estaba atrapado, que no había posibilidad de esconderse. Una descomunal matanza se desató, en la cual los paraguayos descabezaron cuanto soldado brasileño se les cruzó en el camino, antes que la abismal superioridad numérica del rival terminara por silenciar la lucha, en medio de la mirada horrorizada del Mariscal Camara, quien veía como se multiplicaban en razón de 4 a 1 los muertos suyos en comparación con los seguidores del Mariscal Francisco Solano, Presidente y Comandante del Ejército Paragua-yo, cuerpo en el que se encontraba atrapado el espíritu de Cabañas, quien pudo reconocerlo recordando aquel comercial que había grabado hace algunos años para la televisión, en el que lo personificó. De repente, Salvador, conciente de estar reviviendo la vida de Solano, sintió el filo de una lanza atravesar su cuerpo, mientras gritaba al cielo: “¡Muero por el Paraguay!”, un grito sordo que estremeció a

los sobrevivientes de la brutal batalla. Al instante, una os-curidad solitaria y desoladora que parecía ser la muerte lo envolvió, para luego despertar en un salón de tonos rojos y altísimo calor, delante de una figura que al contemplarla en plenitud, le provocó un horror indescriptible: una silueta humanoide sentada con las piernas entrecruzadas se erigía delante suyo, con largas alas negras en la espalda, el brazo izquierdo alzado y una cabeza en forma de cabra, la cual exhibía en su frente una luminosa estrella de cinco puntas. “Bienvenido Mariscal Solano”, le dijo con una voz que parecía venir del centro más recóndito de la Tierra.

Enfrentado a la espeluznante imagen del guardián sinies-tro de alas negras, Cabañas, aún atrapado en las vivencias del Mariscal, comenzó lentamente a calmarse. Entendió el significado de su posesión, gracias a una sensación de asco e impiedad que lo invadía y que se le hacía insopor-table. “Ven”, le dijo el humanoide de cabeza de cabra, haciéndolo cruzar una misteriosa puerta gris, tras la cual podía encontrarse un gran lago, que parecía perderse en un horizonte nebuloso. “Mira el reflejo del agua”, le dijo el Ángel Negro, y Solano, acarreando el espíritu de Caba-ñas atrapado en su cuerpo, observó muecas de dolor y escuchó los gritos desgarradores de sus víctimas: minis-tros, jueces, prefectos, militares, obispos y sacerdotes, sus propios y parientes y finalmente su madre, aquella anciana de 70 años que también le pareció un monstruo conspirador en medio de delirios paranoides, viendo cómo el control de la República del Paraguay se le escapaba para siempre. El sufrimiento y la culpa de Solano asolaron también al espíritu de Salvador, quien lanzó un sordo grito al vacío, justo en el momento en que una luz encandiló sus ojos, y fue transportado hacia otro lugar, en el que

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GAMARRACHILAVERT

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tras un momento sintió una mano que tocaba su frente, que le transmitía una paz intensa y profunda que no había sentido nunca antes. “Todavía no es tu tiempo”, le dijo una luminosa presencia todopoderosa, que lo llevó a abrir los ojos en medio de una sala de hospital en el D.F. Intranquilo y confundido, pero vivo.

Como el vapor del agua perdiéndose en la inmensidad del cielo, el poderío de Cabañas fue detenido por aquel miste-rioso pistolero mexicano.

Su tránsito por el mundo del fútbol se vio brutalmente cortado en las puertas del sueño mayor que era Sudáfrica 2010, la consecución de años y años de lento sacrificio, deambulando por pequeños equipos, mostrando un esfuerzo conmovedor en sus constantes arrebatos de po-tencia y rapidez, que solían terminar con un furioso grito de gol. “¿Qué fue lo que hice?, ¿por qué yo?”, se debe haber preguntado Salvador, quien proyectaba en la sala del hos-pital algo similar a la obra L’Innocence de William Adolphe Bouguereau: una especie de bondad moral asaltada por el azar del caos, y dejada a la deriva sin que haya otra opción que buscar respuestas más allá del bien y el mal.

ROQUE SANTA CRUZLa Ley de la Atracción cayó como un haz de luz en la mente de Roque, en una fría tarde de invierno en Blac-kburn, aquella perla de Lancashire que fuese alguna vez uno de los pulmones de la Revolución Industrial. Su desmesurado optimismo y su ciega Fe en el Señor tenían una base con pretensión científica: El Secreto de Rhonda Bhyrne. Rhonda, con su “obra”, torció la metafísica y la llevó a sus confines más siniestros, haciéndose a la vez de entusiastas seguidores, entre ellos algunos ilustres como Roque. Regurgitó la espeluznante estética ho-llywoodense y destrozó la voluntad de poder.

Igualó las inteligencias de Alba Edison y Einstein, for-mando como resultado un enorme aluvión de materia fecal disfrazado de filosofía popular, y curiosamente embolsando con ello fortunas inconmensurables. Pese a esto, personajes como Roque Santa Cruz, inspirados por estas seudo filosofías, son capaces de potenciar aún más su estoica pasividad; gentiles, ligeros, conser-vadores por omisión, nobles e increíblemente temples, sienten que la magia universal opera cada vez que reproducen sus morales, y con ello otorgan lo mejor de sí mismos al mundo. Santa Cruz está convencido que pasajes de su vida, como por ejemplo las cálidas temperaturas de Málaga, son obra reflecta de su virtud moral, y la prueba máxima que sus goles son impulsa-

dos no sólo con la técnica, sino con la gracia divina de la fe, y el amor cósmico universal.

De su transitar futbolístico, los años en München producen en Roque una poderosísima nostalgia. No es la intensa vida moderna, ni la lujuria desmesurada, ni ostentosos lujos lo que lo mueven. La sofisticación y modernidad de la vida burguesa en München, sus calles limpias y pulcras hasta el último rincón, la mesura, honestidad y calidez que exhiben casi como por obra refleja los alemanes, eran para él una suave caricia, una brisa de aire fresco en cada día libre transitando maravillado por la Marienplatz luego de embocarle dos goles al Borussia Dortmund, para luego ir de compras a Ludwigstrasse, Maximilianstrasse, Kaufingerstrasse y Tal, calles llenas del glamour, la moda y la tecnología más avanzadas de Europa. Todo este brutal contraste con Asunción que, como varias capitales sudamericanas entrado el siglo 21, rebalsan suciedad, stress, caos vial, pobreza, grises bloques de cemento, carteles publici-tarios y vagabundos de las más insólitas procedencias buscando sobrevivir al horror de las superpobladas urbes del subdesarrollo, lo hacían conectarse con su intrínseco cristianismo, recordar las enseñanzas de Rhonda, agra-decerle al Creador y a Jesucristo por su infinita generosi-dad para consigo, y ponerse con alegría la camiseta del Paraguay, para convertirse en cada remate al arco y en cada cabezazo furioso que terminaba en un atronador grito de gol, en el héroe que le devolvía la alegría al pue-blo paraguayo y hacía al Defensores del Chaco entrar en su natural estado de irracional éxtasis.

ROQUE

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FARFÁNDE LA MANO DE GARECA, SUEÑA UN

PUEBLO QUE NO SABE DE ALEGRÍAS HACE DEMASIADO.

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PREPARANDO esta columna me puse a leer uno de los tantos textos de Sacheri sobre los hinchas. Como con muchas de las cosas del autor argentino, me emocioné hasta las

lágrimas y me acordé que quería agradecerle algo. Porque, probablemente, mi mayor conexión con el fút-bol mientras estuve una temporada fuera del país, no fueron los trasnoches viendo perder a una versión muy pixeleada de mi equipo en pésimas transmisiones por internet –que agradecía como empate de último minu-to–, sino la lectura de Papeles en el viento, una novela del mismo autor, donde el fútbol está y no está en toda la obra y se mezcla con la emoción, la hermandad de los amigos y el amor familiar; todo eso sin nunca dejar de ser fútbol, del de verdad.

El texto que leí ahora se llama “mala racha”, y es una columna sobre, precisamente, la seguidilla de malos resultados que puede afectar al equipo de uno. Pero, más allá de eso, trata de la experiencia del hincha en esas ocasiones, de su infaltable presencia en la can-cha, del dolor experimentado desde el minuto 7 en adelante cuando –acabada la esperanza inicial– se empieza a sufrir pensando que ese partido será uno más que se unirá a la terrible lista de derrotas conse-cutivas. Trata sobre las diversas posturas de los hin-chas, desde el que aplaude hasta un lateral defensivo a favor de su equipo –me identifico con ese tipo de hincha–, hasta el que, rabioso, mira al suelo buscando respuestas a una pregunta que no puede ni formular. Pero lo más lindo del texto es su final:

“Alguna vez, eso sí, las cosas cambian. Y eso es lo que no entienden los que no son hinchas de fútbol, o los oportunistas que se creen que el fútbol es un lecho de rosas. Ellos volverían a la cancha después del final de la mala racha. Después de un par de victorias, como mínimo. Pero los futboleros, no. Los futboleros necesi-tamos estar ahí cuando todo anda mal, para asegurar-

nos de estar ahí cuando cambie. Y no importa si antes del cambio nos falta comernos otras seis derrotas, agregar doce partidos sin ganar, o catorce horas sin meterle un gol a nadie. Ahí estaremos”.

HINCHAS, SEGUIDORES Y OTROS SERES La transformación de la administración del fútbol a lo que tenemos hoy (llámelo “versión capitalista- neolibe-ral” o “profesionalizada”, como guste) ha significado también un cambio en los aficionados. Esto porque para un club los aficionados son, aunque no quera-

Sobre los Hinchas (O LO QUE QUEDA DE ELLOS)

Por Ezio Costa (@eziocosta)

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mos, sus clientes; y en la base de todo negocio está la idea de aumentar el número de clientes.

El sociólogo inglés Richard Giulianotti condujo, du-rante el 2002, un estudio sobre los aficionados, para clasificarlos de acuerdo a su relación con el club (tra-dicional o de consumo), y su vínculo emocional (frío o caliente), identificando 4 categorías de acuerdo a la tabla (Fig.01).

Explicado someramente, el hincha es aquel que tiene una relación personal y emocional con el club, y que, de alguna manera, tiene un contrato de por vida con el mismo, que le impone la obligación de apoyar a su club de manera permanente y sin condiciones. Para el autor, el hincha tiene una relación con su club que se asemeja a la que tiene con su familia cercana o sus amigos; de forma que quiénes representen a su escua-dra en un determinado momento le es relativamente indiferente. El amor es por los colores y no por los in-térpretes. El hincha es el “de verdad”, el incondicional de todo equipo. Los que aprendimos geografía con el álbum del campeonato nacional, los que nos hemos saltado matrimonios por un partido de la cuarta fecha contra un equipo que no es rival directo, los que mira-mos el calendario de partidos antes de planificar cual-quier cosa, viajamos sin plata, gritamos sin garganta y hacemos por nuestro equipo cosas que sólo haríamos por nuestros padres, hermanos, parejas e hijos.

Seguidores son los que siguen a un club en particular, pero también a jugadores o entrenadores. Los segui-dores conocen, en general, el devenir de sus clubes o jugadores favoritos, pero no tienen un vínculo emocio-nal tan potente con el club, de tal forma que adquieren esta información, en general, por medios masivos y no de manera directa. Son aquellos que ven los partidos solo en televisión, pero intentan mantenerse al tanto de sus clubes o jugadores favoritos. Tienen nociones

de los valores del club que siguen, pero para los hin-chas los seguidores son, simplemente, “hinchas de cartón” o, más recientemente, “hinchas de sillón”. Saben si el equipo ganó o perdió, que el entrenador es el culpable, que hay un argentino bueno que com-praron este año y que juega atrás, y serían capaces de reconocer en la calle a los 5 o 7 jugadores más llama-tivos de la plantilla. Finalmente, cada tanto (cuando la mano viene dulce), van al estadio.

El fan es una figura más reciente. Es quien se relacio-na con un club o jugadores a través del consumo de los bienes que dicho club o jugador promocionan o venden. Aunque se siente vinculado a un club, ese vín-culo es construido artificialmente mediante el marke-ting y valores utilitaristas (compro mejores jugadores para que mi espectáculo sea mejor y, a cambio, mis fans compran más camisetas de manera que pueda pagar esos jugadores), razón por la cual el vínculo es más débil y depende de que dichos valores utilitaristas se renueven continuamente. El autor se refiere a los fans como similares a los fan de los artistas, proclives a comentar su vida privada y a estar interesados en ellos en la medida que ellos se mantengan en ciertas posiciones de exposición relevante. El fan se compró la camiseta 30 de Paredes y quizás ahora se compre la 26 de Suazo, el fan hizo que la polera de la U fuera la más vendida de Adidas en el mundo durante la previa navideña. Al fan le gusta la evolución que han tenido los suplementos deportivos de los diarios y las noticias deportivas de la televisión, que cada vez hablan me-nos de fútbol y más de los futbolistas y sus vidas. El fan no se dio cuenta que ya no vienen las formaciones de los equipos de Primera B en el suplemento, pues eso no le duele.

Por último, tenemos a los Flaneur, término francés si-milar a pasajero o vagabundo, y que hace referencia a alguien que, a la vez, es parte y no es parte de algo

COLUMNA / EZIO COSTA

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Vínculo Frío

Seguidor

Falenur

RelaciónTradicional

RelaciónConsumo

Vínculo Caliente

Hincha

FAN

Fig.01

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como un vagabundo es parte de la ciudad sin involu-crarse realmente con ella y sus códigos. Son personas desapegadas de las cuestiones que los rodean y en el fútbol es el consumidor per se, de fría y distante rela-ción con el espectáculo y con el club al que supuesta-mente siguen. En el extremo, este tipo de simpatizante incluso apoya a una selección diferente a la propia, ya sea por razones de éxito deportivo o por seguir a un determinado jugador. Se vinculan a los clubes solo a través de los medios y no buscan maneras efectivas de pertenecer a un colectivo de simpatizantes. Les gusta el fútbol –dicen ellos– pero más el europeo que el nacional, ven la liga inglesa en la televisión, tienen una camiseta del Chelsea, otra del Arsenal y una de la selección de Brasil. Un hípster del fútbol. Yo, la verdad, no sé si eso es que te guste el fútbol. Si es así, enton-ces a mí me gusta otra cosa.

Es obvio que todos podemos ser un poco de todo. Uno es hincha de un solo equipo, pero es posible que siendo hinchas de un equipo seamos fan de otro de una liga diferente, por ejemplo, o fan de un jugador o de un entrenador, como los alexistas o los bielsistas. Difícilmente se pueda ser hincha de un equipo y se-guidor de otro, porque eso requiere una relación más personal, quizás sí seguidor de dos o más equipos. Todo club, además, tendrá una proporción de cada uno de estos tipos, aunque bajando en las populari-dades y las divisiones me parece que se van perdien-do las categorías de mercado y van quedando solo las relaciones tradicionales.

A propósito de todo esto, me gustaría llamar la aten-ción sobre algunas cosas. La primera es que pareciera que hinchas hay pocos en Chile, pues de otro modo es difícil explicar la baja asistencia general a los estadios. Los clubes de mayor asistencia claramente mejoran su número de espectadores en sus rachas positivas. Tienen, así, más seguidores que hinchas. Sin duda, los hinchas, al igual que los amigos de verdad, se cuen-tan en las malas. La segunda es la importancia vital de los hinchas, no sólo porque son los que envuelven los valores reales del fútbol, sino porque también son los que sostienen –o debieran sostener– la economía de los clubes. Las buenas campañas son exclusorias y, por lo tanto, solo algunos clubes –digamos, 5 por campeonato– podrán disfrutar de este beneficio. Por lo mismo, será poco sustentable una economía de club basada en seguidores, fans y flaneurs, salvo que sea un club de éxitos permanentes y capacidad eco-

nómica para fichajes rimbombantes constantes, como algunos grandes europeos.

La tercera es la más importante y donde se encuen-tra la dificultad. El hincha no quiere una relación de mercado con su club. La relación en esos términos nunca se establecerá o, por lo menos, no por la bue-na. El resultado más probable ante la presión mer-cantilizante de la relación hincha-club es el quiebre y el enojo. Y esto no tiene que ver con el aspecto mo-netario; cualquier hincha de verdad está dispuesto a dar lo que no tiene por su club, pero espera algo a cambio y lo que espera no son fichajes rimbomban-tes ni victorias inmediatas. Por supuesto que espera jugadores de cierta categoría y se desvive por la vic-toria, pero lo que en realidad espera es una relación bidireccional, emocional, más o menos igualitaria, que se le devuelva el cariño.

Por último, existe espacio para que el fútbol chileno crezca en hinchas. Miles de personas en las ciuda-des de provincia, por ejemplo, son fan de clubes ca-pitalinos cuando, en realidad, podrían establecer una conexión emocional con el equipo de su ciudad, una conexión más allá de los triunfos y que solo puede ser leída por quienes viven en esa cultura. Sobre este particular ahonda, por ejemplo, el libro Soccernomics (2009) de los economistas Kuper y Szymanski. En una interesante tesis, los autores vinculan el éxito pasado de los clubes de ciudades industriales europeas (Bar-celona, Manchester, Milan, Munich) con la capacidad que esos clubes tuvieron para generar vínculos entre los nuevos habitantes de dichas ciudades. En una economía creciente de la industrialización, tanto para el trabajador inmigrante como para el nuevo oligarca, demostrar su amor por el club local era la manera más rápida de pertenecer al colectivo. Esa necesidad de pertenencia existe.

Cómo devolver el cariño a los hinchas para recuperar a los que se han perdido y atraer a otros más, es algo que depende mucho de cada club, de su cultura in-terna, de sus valores fundantes y su realidad social. Es, probablemente, algo mucho más complejo que la relación de mercado empresa/cliente, pero genera además algo mucho más profundo, más rico en un sentido trascendente, pero también más conveniente en sentido económico. Quizás la mejor manera de en-tender cómo se puede establecer o reestablecer esta relación sea la más simple: escuchando al hincha.

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Por Sergio Montes (@smontesl)

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LEONEL ÁLVAREZ anota el penal definitorio de la tanda y corre desaforado hacia su derecha. Sabe que en cosa de segundos llegarán sus compañeros a abrazarlo, pero –mientras eso no ocurra– será el

protagonista exclusivo de las fotos que inmortalizan la ma-yor hazaña de la historia del fútbol colombiano, hasta ese entonces. Es el circunstancial protagonista de la obtención de la Copa Libertadores de 1989 por el Atlético Nacional de Medellín, una gesta en la que también participaron René Higuita, el Chicho Serna, el Pitufo Aristizábal y, por supuesto, Francisco “Pacho” Maturana, el cerebro detrás del éxito.

Sentado en las tribunas, el jefe celebra. Según cuenta John Jairo Velásquez (el tristemente célebre “Popeye”, quien fue-ra condenado por el asesinato confeso de 250 personas), nunca había visto, ni volvería a ver, tan eufórico a Pablo Es-cobar, la cabeza del Cartel de Medellín y quien se sentía el verdadero artífice de lo que estaba ocurriendo en la cancha.

Un par de días más tarde, pasada la resaca de la celebra-ción, plantel y cuerpo técnico serían recibidos por el Patrón en su Hacienda Nápoles. Hubo comida, bebida, mujeres de buena vida, se repartieron regalos para los jugadores (in-cluyendo una camioneta último modelo) y, rodeado de las jirafas y rinocerontes que acicalaban la surrealista estancia de Escobar, también se jugó al fútbol.

Es que Pablo no solo veía el fútbol como la actividad ideal para lavar el dinero obtenido de su lucrativo negocio de venta de cocaína. Como la mayoría de los colombianos, el Patrón era fanático, al punto que, según cuentan sus acompañantes, durante los aciagos días en que era per-seguido por la DEA, la Policía y, principalmente, por los infi-nitos enemigos que se forjó en el hampa durante los años en que gobernó sin contrapeso, mientras estaba rodeado y escondido esperando su inevitable muerte (pues ni él ni nadie pensaba que se limitarían a tomarlo prisionero), su única entretención consistía en escuchar partidos de fútbol en un pequeño radio transistor.

Así que el asunto ameritaba una celebración como las que se acostumbraban en la Hacienda Nápoles. La obtención de la Copa Libertadores por el Atlético Nacional venía a reforzar la supremacía de Pablo Escobar entre sus cole-gas narcotraficantes. Había conseguido aquello en que los hermanos Rodríguez Orejuela (los capos del cartel de Cali) habían fracasado. El América de Cali, impulsado por el cartel de la zona, había perdido las finales de la Copa

Libertadores de 1985, 1986 y 1987.

La disputa entre el América de Cali y el Atlético Nacional de Medellín no nació, ciertamente, junto con el auge de la venta de cocaína colombiana en Estados Unidos. Data, como casi todos los clásicos nacionales a nivel sudamerica-no, de los orígenes de la liga local. Sin embargo, la rivalidad alcanzó su punto más alto durante los años en que el polvo blanco producía el dinero que establecía las reglas bajo las que se movía Colombia. En 1981 ambos equipos se enfrentaron en la última fecha, con triunfo de los verdes y escándalo: el único gol del compromiso fue el resultado de una grosera falta previa al arquero de América de Cali (Julio César Falcioni), y fue seguido de dos dudosas expulsiones de jugadores rojos; además, como si todo eso no fuera sufi-ciente, se concedió a Atlético Nacional un penal inexistente a pocos minutos del final. Fue así como, saturado por la porfía del colegiado Efraín Otárola, el técnico de América de Cali –Gabriel “El Médico” Ochoa– decidió retirar a su equipo de la cancha. Atlético Nacional fue campeón esa tarde en la cara de su máximo rival, pero –más importante que eso– el fútbol colombiano comenzaba a adentrarse en el complejo laberinto del dinero, talento, poder y exitismo. Y, como buen laberinto, al final de éste, la que esperaba, seductora, era la muerte.

La disputa continuaría durante los siguientes años, con éxitos repartidos: mientras América de Cali se consagró campeón local durante cinco veces consecutivas entre 1982 y 1986, Atlético Nacional fue quien que se llevó el premio gordo esa noche de julio de 1989 en que Leonel Álvarez anotó el penal definitorio ante Olimpia de Paraguay.

Al conseguir con Atlético Nacional la primera Copa Liberta-dores de la historia del fútbol Colombiano, Pablo Escobar no solo se dio el gusto de su vida, sino que hizo también un gran negocio al superar, ya no solo en kilos de coca, dólares y número de amigos y enemigos, sino también en la cancha de fútbol, a sus más fuertes competidores del Cartel de Cali. Capicúa.

* * *

El Tren Valencia se moría por dejar su nombre escrito en la que sería la más grande epopeya del fútbol colombia-no en su historia. Con esa fe corrió a una pelota profun-da, la controló, tuvo tiempo de mirar a un destrozado Goycochea, y definió con clase. Y corrió fuerte hacia la

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derecha, buscando a los fotógrafos que tomarían su imagen y la pondrían en las portadas del día siguiente. El Tren Valencia acababa de convertir el último gol con que Colombia –la misma Colombia que hacía no mucho eran puntos seguros para sus rivales– le ganaba 5-0 a Argentina en el estadio Monumental Antonio Vespucio Liberti. Por primera vez en 28 años, Colombia volvía a jugar un Mundial, y no accedía por la ventana, sino que lo hacía por la puerta grande de los candidatos a que-darse con la gloria máxima.

Ese resultado, el 5-0, no fue fruto del azar. El 3 de septiem-bre de 1993 ha quedado en los libros como el corolario de una historia que, en realidad, partió en los tórridos años ochentas. Porque, al margen de la indiscutible calidad de los protagonistas de esa generación dorada, para subir la cantidad de peldaños que subió Colombia en 10 años, se necesita dinero. Y harto.

Y dinero era, justamente, lo que se le caía de los bolsillos a los capos de los grandes carteles de la coca colombiana. La revista Forbes llegó a calcular la fortuna de Pablo Escobar en más de 3.000 millones de dólares. Sus competidores no se quedaban demasiado atrás. Y buena parte de ese dinero fue a parar al fútbol. Por razones del negocio, por supuesto (los oscuros manejos que han rodeado a la pelota eran terreno fértil para el lavado de los billetes que se recibían luego de “coronar” en Miami un barco cargado de cocaína de alta pureza), pero también por razones emocionales. A los capos de la droga, como a cualquier colombiano, les encantaba el fútbol.

Varios de los muchachos que se abrazaban en la cancha en esa fría tarde de septiembre bonaerense, jugaron sus primeros partidos en las canchas de los barrios humildes de Medellín, construidas e iluminadas con el gentil financia-miento de Pablo Escobar. Todos ellos gozaban de sueldos y beneficios económicos inusitados, y completamente desproporcionados a la realidad del fútbol colombiano. Ese dinero venía de la droga, todos lo sabían, y nadie se esforza-ba demasiado por disimularlo.

Ser visto con un capo narco era, derechamente, símbolo de estatus durante esos años colombianos. Los dueños de la droga no sólo se paseaban por el país con total impunidad, sino que además comían y transaban con ministros, jueces y policías. Pablo Escobar se hizo elegir parlamentario y, años más tarde, logró “convencer” al Poder Legislativo para que reformara la Constitución prohibiendo que los ciudada-nos colombianos fueran deportados para ser juzgados por tribunales extranjeros.

Fue así cómo, con la certeza de que no sería juzgado por el rigor de un tribunal norteamericano, Pablo Escobar decidió que ya era hora de descansar. Y, manso como cordero, se entregó para ir a la cárcel. Junto con sus más leales cola-boradores, sus armas, su dinero y sus lujos, se encerró en una prisión que el mismo Patrón había mandado construir para él: la Catedral, el resort desde el que siguió manejando tranquilamente su lucrativo negocio, y en el que –cómo no– incluyó una cancha de fútbol en la que se disputaron reñidos partidos donde participaba asiduamente el plantel completo de la Selección Colombia, su cuerpo técnico y dirigentes.

Fueron los “buenos viejos tiempos” del fútbol colombiano. Canchas llenas, jugadores que daban espectáculo, salarios exorbitantes y, sobre todo, aquello que le había sido tan esquivo a los cafeteros: resultados. Y, de la mano de éstos, el respeto de sus pares sudamericanos y europeos.

Eso sí, el precio que hubo que pagar por todo ese brillo fue alto. La guerra del narcotráfico incluyó 540 poli-cías muertos, el asesinato de ministros de gobierno y miembros de la Corte Suprema, además de un número no determinado de personas de a pie. Y ya que habla-mos de fútbol, la guerra se llevó también la vida de un árbitro profesional y la del capitán del equipo nacional de Colombia, Andrés Escobar, asesinado por los hermanos Gallón en lo que la prensa colombiana denominó eufe-místicamente “un confuso incidente”.

* * *

El que corre bajo el sol abrasador para cortar ese centro a ras de piso es Óscar Córdova. Impensadamente, ocupa el lugar que la Historia le tenía reservado a René Higuita, el arquero titular de la primera selección colombiana que llegaba como favorita a un Mundial de Fútbol. Higuita, sin embargo, no pudo llegar a su cita con la Historia, pues se encontraba a miles de kilómetros de Estados Unidos, en su natal Colombia, preso por haber intermediado en el secuestro de una menor.

Los meses que precedieron a ese Mundial de 1994 fueron una pesadilla para Colombia. Luego de una incesante presión internacional, en julio de 1992 el gobierno decidió intervenir la Catedral y terminar con la cómoda vida que llevaban sus reclusos. Sin embargo, cuando los comandos del Ejército ingresaron a la cárcel, no encontraron a nadie. Alertados a tiempo por su compleja red de informantes, Es-cobar y los suyos decidieron largarse con la misma facilidad con que se desplazaban al interior del recinto penitenciario.

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Lo que vendría después sería la sangrienta persecución del Patrón por parte del gobierno, la DEA y, principalmen-te, los Pepes (por las iniciales de “Perseguidos por Pablo Escobar”), una heterodoxa mezcla de antiguos aliados del Cartel de Medellín, capos de otros carteles competidores, paramilitares y una larga lista de etcéteras.

Pablo Escobar murió acribillado el 2 de diciembre de 1993. Lo que sucedió a su muerte fue la oscura anarquía de las disputas entre aquellos que pretendían ocupar su lugar como capo máximo. Y bajo ese denso clima, la Selección Colombia partió a los Estados Unidos cargando la pesada mochila del favoritismo.

Fue quizás por ese ambiente que, de la incredulidad, se pasó rápidamente a la rabia por la derrota de Colombia en su primer partido del Mundial. El 3-1 que le propinó Rumania fue un cuchillazo en el desbordante orgullo de los dueños de la droga. La reacción fue inmediata: los men-sajes amenazantes sonaron claros en los teléfonos de las habitaciones del hotel en que se encontraban, a la espera de su siguiente partido contra el local Estados Unidos.

Uno de esos mensajes fue el que Pacho Maturana le trans-mitió llorando a sus jugadores, pocos minutos antes de salir a la cancha: Barrabás Gómez no jugaría ese partido, pues de hacerlo se ponía en riesgo la vida de los jugadores y cuerpo técnico. A esas alturas, Maturana tenía claro que a esas amenazas había que escucharlas y tomarlas en consideración.

Pocos minutos después, Óscar Córdova corre a cortar ese centro rasante. Pero no llegaría nunca a la pelota, pues el pie de su compañero y capitán, Andrés Escobar, se inter-pondría en su camino, enviando el balón a su propio arco. Gracias a ese autogol, perdieron 2–1 frente a los locales. Esta segunda derrota sellaría la temprana eliminación de la Selección de Colombia.

La palabra fracaso atravesó los noticiarios de Colombia. La vergüenza es un sentimiento que no saben llevar bien los machos alfa que controlan el negocio de la cocaína. Había llegado el momento, entonces, de destruir aquello que una década atrás habían empezado a construir los capos de la mafia: la generación dorada del fútbol colombiano.

Un par de días después del triste regreso a su país, el infor-tunado villano de la eliminación, Andrés Escobar, escribió una columna en el diario El Tiempo de Bogotá que concluía con la frase “la vida no termina aquí”. Se equivocó.

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DE CABEZA / LA DÉCADA DE GLORIA DEL FÚTBOL COLOMBIANO

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EDICIÓN N°3 DE CABEZA 2015

EN SUS CONCIERTOS hay banderas, lienzos, hinchadas y cánticos de barra brava. Hay pe-lotas, camisetas de fútbol y se respira ese am-

biente tan de estadio. Ciertamente, es el grupo más futbolero de Chile, que en cada concierto confirma la singularidad de su trabajo.

Tuvimos la oportunidad de entrevistar a Tomás Maldonado, vocalista de la banda (el club, mejor dicho) y conocer a estos chicos de Maipú, compa-ñeros del Liceo Lastarria, que empezaron tocando covers de Attaque 77, 2 minutos y Red Hot, y de ahí no pararon más.

Esto es Guachupé, señores, el aguante de una banda que no pretende largar, a pesar de lo que les ha tocado vivir.

1. ¿Qué rol juega el fútbol para su música? Sus con-ciertos parecen un partido. La relación de Guachupé con el fútbol parte en el primer festival de bandas jó-venes de Balmaceda 1215, donde aparecimos a tra-vés de Vía X. Todos salimos con camisetas de fútbol de distintos países y con un lienzo que llevaban nues-tros amigos y familiares al concierto. De ahí se fue encaminando la relación de las camisetas y el fútbol en nuestros recitales.

2. ¿A qué le cantan? ¿A la pura fiesta y el hedonis-

mo del mero disfrute? ¿A lo marginal? ¿Al fútbol? Si le prestas atención a nuestras letras, vamos variando en distintas temáticas dependiendo de los momen-tos que vivió la banda. Desde la pérdida de un amigo como el Nono, declaraciones de principios como “En la trampa” y “No ser tan Grave” hasta las cosas simples de la vida como en “Hoy te conocí”. Como autor de la mayoría de las letras, les dedico mucho tiempo para que el hincha –nótese como se refiere a los fans de la banda– de Guachupé disfrute igual que uno. Tenemos un especial respeto por el contenido.

3. ¿Qué temáticas del Chile actual los motivan para ha-cer música? Creo que vivimos tiempos de mucha de-cepción y frustración. Hace rato que hay un desencan-to generalizado, vemos que se han robado todo, y la mentira y el poder de algunos deforma cada vez más un Chile repleto de consumismo, aniquilado comple-tamente por la dictadura. Somos el legado de eso, de un colegio militarizado con ideales de mierda. Hoy por suerte estamos juntos y nos damos cuenta de eso. La motivación en la banda, para salir de toda esa mentira que nos rodea, parte por valores como la amistad y el deseo de apreciar la simpleza de las pequeñas cosas. Nuestro legado político y social pasa también por las amistades que hicimos en la Fech, donde personas como Gabriel Boric pelean desde un lugar casi imposi-ble, pero real. Con ellos siento que la banda se siente identificada.

Por Cristóbal Correa (@cristobalcorrea)

Guachupé, más que una banda,

un club

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DE CABEZA / MÚSICA

4. ¿Si Guachupé fuera un jugador de futbol, cuál sería? Definitivamente nos identificamos con José Luis “Guachupé” Jiménez. Pequeño, gordito, pero esforzado y luchador.

5. ¿Se mercantilizó totalmente la música, como el futbol? El costo de las entradas es una barrera de en-trada para el público hoy por hoy. A mí me encanta que la gente vaya a los recitales. Soy un convencido que las entadas a los conciertos nacionales son al alcance de cualquiera. Negocio es Lollapaloza.

Sin embargo, es en el fútbol donde veo que hay un negocio terrible. Ir a la Copa América es carísimo. No puedes ir a comprar la entrada a la boletería, tienes que esperar un cupo por internet y tener las tarjetas Santander o Falabella o no sé qué mierda. Es muy triste, pero es lo que nos merecemos. La música, por otro lado, sigue siendo el espacio de resistencia. La gente que organiza los eventos en general tiene in-tenciones de juntar a bandas nacionales que tienen ciertas cosas en común, y eso se agradece. Durante mucho tiempo nosotros hicimos autoproducciones y entendemos el trabajo que eso significa. Hoy quedan menos lugares donde tocar, pero se han ido abriendo otros, ojalá existan más bandas con quienes la gente se identifique, eso es motivador.

6. A ustedes Lotto los eligió para ser la primera banda del mundo en tener una camiseta propia. Lo de Lotto fue muy lindo, se dio de manera natural. Recibimos de regalo unos cuantos buzos y unas zapatillas, que no eran de gran calidad y estéticamente no son las más bonitas, pero hasta el día de hoy las usamos y nos reímos cuando pensamos en lo que hicimos. Una camiseta de fútbol de 4 tiradas con Lotto: “Qué grande que es Lotto”, decimos.

7. Hace poco celebraron 15 años de trayectoria: ¿Cuál es fue momento más difícil de Guachupé? Cualquier momento que esté por venir puede ser difícil, no sa-bes con lo que te puedes encontrar. Personalmente, hasta el día de hoy siento esa impotencia de no tener a Lucho al lado para las composiciones musicales, que era lo que más disfrutaba él. Siento que éramos una gran dupla. Perder a un compañero musical es muy fuerte, pasan los años y la pérdida se siente en cualquier viaje o momento de nostalgia. Hemos sali-do adelante y mis compañeros de banda fueron bas-tante fuertes también para retomar eso que hicimos cuando chicos, que fue armar Guachupé.

8. ¿Cuál es el tema más futbolero de la banda? “Pasen la Pelota”, sin duda. Es un tema muy directo sobre lo que nosotros sentimos que es el “Fútbol”, así, con ma-yúscula. Creo que lo que hacen futboleras a nuestras canciones son los canticos y banderas de la hinchada de Guachupé.

9. ¿A qué canción le tienen más cariño? ¿Cuál es la más representativa del espíritu de Guachupé? Eso es relativo, va cambiando de acuerdo a la evolución de la banda. Yo por suerte no me arrepiento de ha-ber hecho ninguna canción cuando miro para atrás, les tengo un cariño diferente a cada una. De todas formas creo que las más viejas son las que más quiero, porque así nació la banda y me traen hermo-sos recuerdos. Pero las nuevas las vas aprendiendo a querer en cada concierto; la personalidad de cada tema me parece que se la da el público.

10. Para mí, el disco “El Club del Amigo” es quizás el mejor, donde se alcanza una madurez musical que los identifica. Da la sensación que Guachu-pé se profesionaliza cada vez más. No sé si será el mejor disco de la banda, ojalá que el que esté por venir sea mejor. Yo en lo particular no le tenía ninguna fe al Club del Amigo, de hecho hay mu-chas cosas del disco que tampoco me gustan. Pero coincido en que fue muy sanador en un momento de mucha pena para nosotros. Se hizo con mucho respeto, amor y preocupación por el otro.

A mí me tuvieron bastante paciencia, no quería nada con la música ni con Guachupé, y fuimos sa-cando fuerzas entre todos para sacar este disco adelante, por eso tiene otro valor. Soy un agradeci-do de mis compañeros de banda y el empuje que tuvimos para sacar este disco adelante, que fue un nuevo respiro y nos abrió la posibilidad de mostrar nuestra música a personas que nunca nos hubie-ran escuchado. Una canción como “Todo Va Lento” representa mucho lo que este disco fue: con letras más nostálgicas y emotivas, con paisajes como Tafalla y Tegualda, donde la banda tuvo momen-tos de mucha felicidad. Era una meta cumplirle a nuestro compañero Lucho Ardilla. Un disco que marca un momento muy especial en Guachupé. Ojalá vengan nuevas cosas, en eso estamos hoy, tratando que la vida nos encuentre en un nuevo Club del Amigo. Quién sabe si viene pronto o no, lo importante es que sea de corazón, como nuestro amor por el fútbol.

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“SAN CARLOS DEBIÓ HABER QUEDADO CHICO HACE AÑOS”

Por Carolina Fernández (@Caro_fernandez)

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LITVAK, ÁLVAREZ, Jara, Roldán, Molina; Sán-chez, Vásquez, Moro, Baum, Cisternas, Montuori e Infante”. Sin mayor esfuerzo, Alfonso Swett Saavedra recita de memoria el equipo que alcanzó

la segunda estrella cruzada, en 1954. “El de (Miguel Án-gel) Montuori fue de los equipos que más recuerdo de la Católica”, rememora quien para muchos ha sido el mejor presidente de los 78 años de historia del club franjeado.

“Para el primer título, el del 49, tengo recuerdos pese a que era muy chico, apenas tenía seis años. Iba con mi papá al estadio. Uno va recordando con lo que va leyendo después, uno cree que lo vivió pero la verdad es que lo leyó”. Sea como sea, Swett Saavedra se ha ligado desde la cuna a la Universidad Católica. Fue el décimo quinto presidente del club y su periodo, el más extenso entre los 20 que lo han ostentado. En sus doce años a la cabeza del Club Deportivo, los cruzados alcanzaron la final de la Copa Libertadores (por única vez en su historia), levanta-ron dos títulos nacionales y dos Copa Chile, y se inauguró el estadio San Carlos de Apoquindo.

Es media tarde. Llego un par de minutos antes de lo acor-dado. Su secretaria me invita a esperarlo en un despacho contiguo a su oficina. Estamos a pasos de una de las principales carreteras de la capital. Pese a ello, casi no hay ruido. La luz es tenue. El lugar está impoluto. Todo en

su lugar. Dos sillones. Un sitial. Hay una mesa de centro, otra al costado con cuatro fotos enmarcadas y un mesón con decenas de otras. Una foto sobre una de las mesas re-cuerda los lazos que alcanzó en el fútbol. En dicha postal aparece junto a Joseph Blatter, actual timonel de la FIFA.

Asoma puntualmente. Escoge el sitial justo al otro extremo donde me ubico. Viste un terno oscuro. Hoy lidera una empresa colosal, lejos del fútbol. Su papel fuerte lo juega allí. Realiza declaraciones por el curso de la economía, pero de fútbol poco y nada.

1. ¿Por qué se marginó tantos años de San Carlos de Apo-quindo? Primero, porque me vendieron mis asientos.

2. ¿Un ex presidente no tenía dónde sentarse? Tenía seis asientos. A la llegada de un viaje, en un acto inamistoso, me los vendieron. No me esperaron. Después me resarcie-ron. Me entregaron tres asientos que tomé yo y tres que ocupó mi hijo. Fue una época en que dejé de ir porque me sentí mucho por eso. Fue un error administrativo del club. Me dio rabia y como no tenía asiento, no iba.

3. ¿Quién le quitó los asientos? El gerente general del club los vendió.

4. ¿Arbitrariamente? No. Me fui de viaje y a la vuelta,

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cuando quise renovarlos, ya me los habían vendido. Esos asientos yo los había comprado por diez años desde que se fundó el estadio. Ahí fue una especie de sentimiento no más y me alejé un tiempo.

5. ¿Hoy está distanciado de la dirigencia? No me siento ni distanciado —porque pertenezco a los Cruzados Caballeros y alguna relación tenemos— ni tampoco muy adentro.

6. Esa institución, Cruzados Caballeros, ¿qué peso tiene hoy en Católica? Poco.

7. ¿En qué se traduce? En una relación cordial. Se man-tiene un diálogo protocolar a través de las comidas con el presidente del club.

8. Todo a nivel social… También está la opinión de Cruzados Caballeros. Algunas veces individual, otras colectiva. Opina-mos sobre la marcha del club. Es una opinión que es escu-chada pero que no tiene fuerza ni cabida real dentro de las decisiones que se toman en el club. No sé si son receptivos en cuanto a aplicarlas. De ahí a influir, no sé. Creo que no.

9. Se nombró a Mario Lepe recientemente como parte de Cruzados Caballeros. Fernando Carvallo es otro de sus miembros. Estuvo hasta hace poco en Colo Colo pese a ser parte de esta orden… Hay que entender Cru-zados Caballeros como una orden que tiene por objeto agradecer, honrar a quienes de alguna manera y por muchos años le dieron honor y gloria al club con triunfos deportivos. Es una orden más bien pasiva que tiene esa especie de misión no escrita de velar por el buen destino del club. Es una orden de honor. No es gestión.

10. Precisamente por esa descripción que usted hace, ¿no debiesen ser sus miembros, los más empapados con el sentimiento genuino del club, los que no debieran partir a otro lado? Cuando alguien está en su vida activa tampo-co le puedes cortar las alas. Se puede criticar por qué la Católica permite su salida pero en este caso a Fernando Carvallo no le puedes prohibir salir.

11. ¿Se cuida poco lo de casa? Es una pena que una persona de tanto valor como Fernando Carvallo no tenga cabida en la UC y sí la haya tenido en Colo Colo.

“A LA CATÓLICA LE HA FALTADO AMBICIÓN DE TRIUNFO” 12. ¿Se perdió la raigambre popular del club al trasladar el estadio a San Carlos de Apoquindo? El pueblo siguió a la Católica. Nosotros no teníamos estadio hacía 18 años.

El estadio de Independencia se perdió. La Universidad lo vendió para pagar deudas en unos años muy complicados en Chile. El club no tenía personalidad jurídica como hoy, entonces tuvo que acatar no más lo que la Universidad deci-día. Pasó 18 años jugando en Santa Laura o en el Nacional, hasta en el estadio de la Universidad Técnica jugamos un año pero no tuvimos estadio hasta que en 1988 se inaugu-ró San Carlos de Apoquindo. Lo hicimos en un lugar donde teníamos los terrenos y era muy difícil encontrar terrenos en Santiago. Hoy todo se comunica con buena locomoción. La ubicación del estadio no la veo importante.

13. Pese a que la ciudad ha avanzado, el estadio sigue es-tando muy lejos de Santiago. Está el estigma de ser el club pituco, de elite, el equipo cuico. Esa es una caricatura ya pasada de moda. En Chile, en los años ‘40, ‘50, ‘60, el 2% iba a la Universidad. Era bastante elitista. La UC ha hecho algo ejemplar durante su vida que es invitar a todo el país a ser parte de la UC. A quererla. No por eso uno se va a ir a instalar a lugares donde cuesta encontrar los terrenos. Hoy, a diez cuadras está el metro. Es un estadio muy conectado. La mayoría de la gente tiene auto. La ubicación del estadio está en un lugar maravilloso.

14. ¿Preocupa que a diferencia de los rivales acérrimos, la hinchada de la UC venga a la baja según las encuestas? La Católica ha perdido importancia. Ha perdido masividad. Este estadio debiera haber quedado chico hace 10 años. Muy chico. Debiésemos tener 20, 25 mil personas en las tribunas. Pero para eso hay que tener un plan, un proyecto y trabajarlo. La gente no llega sola. Se necesita inversión en títulos. Generar amplios espacios para la hinchada y atraerlos. Pero nada de eso se ve que esté en los proyectos de la Católica.

15. ¿La inmediatez se ha impuesto? No, yo creo que a la Católica le ha faltado ambición de triunfo. Y la ambición siempre parte por las cabezas, por los dirigentes. Tienen que tener mucha más ambición y creatividad para encon-trar los recursos, invertir. Sobre todo tener una estrategia más de largo plazo. La UC debiera reforzar fuertemente su área formativa. Han llegado muchos jugadores ex-tranjeros, muchos de otros clubes. Son torneos cortos. Cada seis meses llegan seis, siete jugadores a la UC. Eso posterga el producir elementos propios. También hemos tenido discontinuidad técnica durante mucho tiempo y esas cosas pasan la cuenta.

16. Pero apelar a técnicos apaga-incendios es una costum-bre recurrente. También se hizo bajo su mandato… Claro que cometimos errores, pero nosotros veníamos armando un club que venía de una década pobre, que no tenía canchas de entrenamiento, con divisiones inferiores

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débiles, minimizado porque la Universidad estaba en muy mala situación. No había recursos. La UC pasó por malos años en la década del ‘70. Hubo que rearmar de a poco. Se pusieron técnicos competitivos que cambiaran la men-talidad, como Orlando Aravena que venía de un equipo muy parecido al de (Mario) Salas. Venía a motivarlos, a exigirles, porque el jugador de la UC estaba muy cómodo. Había que empezar a construir los pilares. El primer obje-tivo era no descender, luego formar entrenadores. Se llevó a Europa a (Alberto) Tito Fouillioux, a Ignacio Prieto. Se hizo un plan de reforzamiento de técnicos. Partimos por cadetes. En 1983 Ignacio (Prieto) pudo tomar el equipo después de que a (Luis) Santibáñez no le fue bien. Con Prieto fuimos campeones en 1984 y empezamos a ser actores en la Libertadores. El ‘88 deshicimos el equipo porque necesitábamos plata para pagar el estadio. Ya el ‘92 llegamos a la Libertadores, el ‘93 a la final. Éramos competitivos, pero fue un proceso. Y son muy largos, no de la noche a la mañana. Teníamos claro que primero teníamos que formar en casa, debíamos tener cuerpos técnicos que conocieran la idiosincrasia, la realidad o tu-vieran alguna historia con el club. Hubo excepciones como (Vicente) Cantatore entre medio. Es lo que está haciendo Mario Salas hoy. Mostró inteligencia. Tengo esto, cómo le saco esfuerzo, sacrificio, compromiso a este plantel, cómo ubico las piezas, se preguntó. La UC hoy no tiene un gran plantel pero sí encontró un entrenador al que le creyeron, que les exigió, que no les mostró el camino fácil. Hoy ha logrado tener un plantel competitivo con jugadores com-

prometidos con el club. Eso es un mérito. Eso lo ha hecho ya Católica en otros años.

17. La historia se repite… Cuando uno llega cree que la reali-dad es la que uno va a imponer. A mí también me pasó. Los dirigentes miran para adelante. Yo lo voy a hacer de esta manera, a mí me va a ir bien de esta forma, piensan. Se ol-vidan de la historia, de la experiencia pasada de otros. Uno se cree que lo sabe todo. Que conmigo esto va a funcionar y que con el otro no. Eso pasa en todos los clubes.

18. Federico Valdés, ex presidente de Azul Azul, se quejó de algo similar. ¿A usted tampoco se han acercado a pedirle consejos? En eso entiendo a Federico. No tuve nunca más contacto con los presidentes porque uno pasa a ser la sombra de ellos. A mí me fue bien, hicimos una institución de nuevo, una infraestructura inmensa, creamos las bases en lo formativo, en lo competitivo y le dimos un sello, una cultura deportiva al club…

19. ¿Siente que terminó siendo un karma para el resto de los presidentes? No. Siento que el que venía (NDLR: Jorge Claro) no quería que le dijeran que estaba copiando, quería hacerlo de nuevo. Como dicen, uno deja la vara alta y todos la quieren pasar por arriba.

20. ¿Quisieron desligarse de su figura? Yo creo que sí. Pero algunos. Una gran mayoría siempre ha estado conmigo en el aprecio y valoración de las cosas que se hicieron.

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Aravena

JORGE

Lepe

MARIO

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21. ¿Qué distinguió su periodo? Para mí siempre ha sido clave armar un buen equipo humano y nosotros teníamos en ese entonces dirigentes muy buenos, comprometidos, gente que dejaba todo por la UC.

22. ¿Dirigentes apegados a los colores? Eran fanáticos, so-bre todo. Nosotros teníamos gente que sabía de futbol, que había jugado por la UC, que había jugado en primera…

23. ¿Muy distintos a los actuales dirigentes de la UC?No los conozco. De las ramas, no ubico a nadie. Y del fútbol, conozco muy pocos porque hoy el fútbol es una sociedad anónima. Tiene otros fines también. Se pierde un poco la familia de la Católica.

24. ¿Falta gente que sepa de fútbol? ¿Que tenga ese tacto? Creo que a muchos les faltan vivencias. Del fútbol mismo. El camarín, la realidad del jugador, la opinión de los entrena-dores, saber dar directrices en los campos que a uno le corresponden, hacer exigencias acorde a lo que se quiere. Parece todo muy fácil, acomodado, muy al palmotazo.

DULCES RECUERDOS 25. Usted fue un dirigente con fama de rudo, severo, estricto. ¿Cómo controlaba a los jugadores que se tentaban con la noche? Era una generación brava… Uff, brava. Nos tocó castigar a muchos, enmendar a otros

pero vivíamos el tema desde dentro. Marcábamos al ju-gador, le enseñábamos, lo dirigíamos. Hacíamos mucha labor uno a uno con los jugadores.

26. ¿Dirigente-papá? No, más bien dirigente-amigo. Dirigente-papá, nunca. Dirigente encauzador, orientador.

27. ¿Cuál le salió más chúcaro? Jeje, nombres no voy a dar. Yo me quedo con los buenos recuerdos.

28. De esos buenos recuerdos, ¿cuáles destaca de los títulos de 1984 y 1987? El del ‘84 fue más bien sorpre-sivo. No lo esperábamos. No lo planificamos tampoco. Se nos fue dando durante el año. Jugadores como Jorge Aravena aparecieron en toda su majestad, y así hubo muchos jugadores sorpresa que se destaparon y el cam-peonato se nos fue dando. El ‘87 fue más planificado así que lo disfrutamos más. Adrede hicimos un equipo sin extranjeros. Creamos en los jóvenes, dijimos.

29. En el título de 1987, ¿cuánto influyó el sistema de premios que se implementó? No recuerdo bien los montos pero el sistema era algo así: fijamos premios por los primeros cinco partidos, partías con $100.000 el punto, por decirte una cifra. Entonces si se obtenían dos puntos, el próximo partido valía $200.000. Si obtenías 1 punto en vez de 2, se bajaba y si perdías, se bajaba. Entonces, se acumulaba mucha plata ganando, pero era muy riesgoso perder porque perdías plata que ya habías

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Hurtado

OSVALDO

Tupper

RAIMUNDO

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acumulado y tenías que empezar de nuevo a subir la escalera. Tu otro partido ya no valía $500.000, si no que valía $100.000.

30. Dio resultado, por lo visto… Claro porque era una motivación muy grande para el jugador. En ese tiempo, para los jugadores los premios eran importantes porque era una época en que no había primas y los sueldos no eran los que se pagan hoy.

31. ¿La final de la Libertadores ‘93 qué significó? Fue una de esas cosas de dulce y agraz. Dulce porque llegar a una final es fantástico. Teníamos excelente equipo. Uno de los buenos equipos de Católica para mí fue el de 1993. Y decepción en la final allá. Nosotros tuvimos un conato de huelga que nos repercutió en el partido. Fue una especie de “motín” de los jugadores por los premios uno o dos días antes de jugar a pesar de que estaban todos pactados de mucho antes. Los jugadores querían más. Ahí hubo un tira y afloja. Eso trajo desatención. La gente cambia sus objetivos. Por eso nos pillaron descuidados y nos hicieron cinco goles.

32. Pero algún rol debió jugar lo deportivo… Creo que no se preparó el partido para ser campeón. Se disfrutó llegar a la final, en vez de decir vamos a ser campeo-nes. Es una manera sicológica de entender a lo que va uno. A nosotros nos faltó decir “señores, el objetivo es ser campeón”. Era como demasiado objetivo llegar a la final, algo muy grande. Ahí nos faltó más paciencia, ha-

ber manejado mejor esto con el plantel y haber metido un programa motivacional importante. Decir, acá lo que importa es ser campeón y vamos a campeonar. Son de las cosas que uno puede hacer desde afuera y que se supone se reflejan después en la cancha.

“LA FUNDACIÓN HA DEJADO HACER A CRUZADOS LO QUE CRUZADOS HA QUERIDO” A comienzos de la década del ’50, mediante una concesión de uso del Municipio de Las Condes el club obtuvo por 99 años los terrenos de Santa Rosa de Las Condes ubicados en la comuna de Vitacura. Su venta provocó incesantes roces entre el ala dirigencial presidida por Jorge O´Ryan en aquel momento y los Cruzados Caballeros.

33. Usted siempre se opuso a la venta de Santa Rosa de Las Condes. ¿Cuál es su mayor crítica a ese negocio? Siem-pre estuve muy en desacuerdo. En esa época envié al presi-dente del club una carta a nombre de Cruzados Caballeros manifestándole por qué era un error vender Santa Rosa. No era un tema de platas: se iba a perder un lugar para hacer deporte en Santiago. Eso era lo primero, perder un recinto para el deporte y en ese lugar, la Plaza de Armas de Chile donde hay cuatro comunas que confluyen. En segundo lu-gar, el club no hizo las tareas bien hechas en cuanto a darle valor. Si uno quiere vender un terreno, tiene que darle valor, traer a agentes externos que sepan de marketing para apor-

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Lunari

RICARDO

Parraguez

NELSON

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tar con ideas sobre qué se puede hacer con ese terreno. Como tercer punto, no era un buen momento para vender y a un precio muy bajo. Hoy eso vale tres, cuatro veces lo que se vendió. La UC se perdió US$100 millones.

34. Con el paso de los años, ¿fue bueno haber vendido Santa Rosa? Todo lo que sea para invertir en el deporte, bienvenido. El objetivo de esa fundación y del club es hacer deporte. Ese terreno fue donado exclusivamente con ese fin. Eso después debió modificarse. Soy más fiel a la historia y al deporte. Allí se podrían haber hecho muchas cosas interesantes.

35. Menciona la Fundación que usted creó en 1982, ¿Cómo evalúa su rol actual? La Fundación tiene su fin que es el deporte, no exclusivamente el fútbol. Y ese es el rol que está cumpliendo, quizá no con la intensidad que a mí me gustaría pero lo está cumpliendo. Tiene 12 ramas, 20.000 socios, infraestructura, etcétera.

36. ¿Y su papel dentro de Cruzados SADP? La Fundación tiene un ojo dentro de la sociedad anónima para mantener los principios de la propia universidad más los del club. La Universidad, a diferencia de otras fundaciones u otras so-ciedades anónimas, tiene detrás una tremenda institución que tiene otros fines por lo que tiene que cuidar mucho su imagen y principios. Eso lo hizo, según mi opinión, bastante inteligentemente dejando un par de asientos en el directorio y teniendo algunos vetos.

37. ¿Está de acuerdo en cómo salió a la bolsa? Sí, fue una idea bien armada para defender estos valores y principios poniéndose un parche en la herida si esto no funciona.

38. Para muchos hinchas, la Fundación es la culpable de los males del fútbol… No creo que la Fundación sea una especie de tranca u obstáculo a la sociedad anónima. Ha dejado hacer a Cruzados lo que Cruzados ha querido hacer. Hay poca crítica ahí.

39. ¿Fue una buena jugada haber convertido a la rama en una sociedad anónima? Yo no hubiese hecho una sociedad anónima. Era más partidario de hacer las cosas bien en el club, no tener deudas, saber conseguir recursos. Sin más, Santa Rosa se vendió para pagar deudas, lo que demuestra que no había una buena gestión.

40. Después de 17 años como dirigente, Luis Felipe Gazitúa dejó su lugar en el directorio. ¿Por qué su figura generó tan-to rechazo? Es un tema de comunicación, de dar a conocer los proyectos, de acercarse a la gente, de no aislarse. Él se aisló. A él le dolió mucho cierto trato de algunas personas y decidió hacerlo, pero yo no he estado muy adentro como

para tener una opinión más concreta.

41. ¿Siente que fue injusta la crítica? Claro que es injusta. Los dirigentes puede que no lo hagan bien pero de ahí a que la pasen mal, a ser amenazados… Me parece desme-dido que haya ensañamiento contra ellos producto de la derrota o de no obtener los resultados.

42. ¿Se identifica con algún dirigente actual? (Se toma va-rios segundos para contestar) Los conozco muy poco. (Luis) Larraín es un dirigente que yo llevé al futbol en mi época. Fue desarrollándose bien en el club. Pero, en general, no conozco a los dirigentes de hoy.

43. ¿Le gusta que su sobrino (Juan Pablo Swett) tenga sus mismos intereses? Juan Pablo es fanático de toda la vida. Lo que más desea es estar cerca de Católica. Me pasó algo muy parecido. Yo era un loco por la UC, desde chico. Que se meta, que disfrute, creo que tiene mucho que aportar porque es muy inteligente. Le haría bien al club.

44. ¿Es su sucesor? No. En estas cosas no hay sucesores. En el fútbol haces tus cosas, pones tu impronta, dejas tu leyenda y llega otro que pondrá la suya.

ENTREVISTA / ALFONSO SWETT

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EN LOS AÑOS 80, la UC como club destacaba en fútbol y también en las otras disciplinas, ¿por qué esa parte se ha perdido hoy? El fútbol y sus tentáculos han ahogado la imaginación y el trabajo en más deporte. La UC está en deuda con un trabajo amplio, formativo y de competitividad. En los últimos 30 años ha habido mucho menos actividad deportiva y la UC no ha sabido liderar ese cuento. La Católica debe tener un área formativa deportiva, ser líder en ese ámbito y producir atletas de alta competitividad. Sacar al deporte ade-lante. La UC se encuentra con una cultura deportiva muy baja en Chile. Estamos pasando por un nivel de actividad deportiva amateur extremadamente baja desde la infraestructura a la preparación de técnicos y la competencia.

La UC ha ido con los tiempos… La UC se ha dejado llevar por el ambiente y no lo ha enfrentado para cambiarlo. Pero, a cambio de eso y hay que ser justos, es la única institución que hace algo. De las pocas que tiene 12 ramas y que está haciendo algo por el deporte en el país. No lo que nos gustaría. No es suficiente, pero la crítica es para el país. Hoy el deporte tiene muy poco espacio.

LA UC HOY

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SPOILER ALERT: No sé nada de fútbol. Les aviso al tiro por si solo quieren leer la opinión de expertos en la milenaria disciplina del ba-

lompié, o como sea que le dice Solabarrieta. Aunque mi viejo trató, nunca prendí con el fútbol. En el es-tadio me entretenían más los sánguches de jamón palta que lo que pasaba en la cancha, y todavía me acuerdo de la carita de Guayasamín que puso mi papá cuando me estaba comprando una bandera del Colo-Colo (su equipo favorito) y yo le dije que prefería la bandera del rival porque era mejor el dibujo. Pero bueno, los hijos vienen a este mundo a decepcionar a sus padres, así que todo bien.

Al que sí le gusta el fútbol es al peliculasta argentino Juan José Campanita. No sé si vieron su obra El secre-to de sus ojos (ganadora del Oscar), pero es una pelí-cula que chorrea amor por el fútbol por todas partes. Varios personajes son fanáticos del fútbol, hablan mu-

cho de fútbol, y el asesino al que todos buscan resulta ser hincha de un equipo y lo pillan precisamente en un partido, en una de las escenas más maestras de todos los tiempos, en un estadio lleno de gente. Claro que esa película se trataba de otras cosas además, como la venganza, el amor, la dictadura argentina, y otros te-mas que no tienen nada que ver con pasto, pelotas y estoperoles.

Ganarse el Oscar te cambia la vida, claro, y des-pués del éxito vendría la obra maestra del pelicu-lasta, un flim que no es NADA MÁS que amor por el fútbol y por todo lo que lo rodea: La película de animación Metegol, que absolutamente todo el mundo miró a huevo (me incluyo), pero que debe ser uno de los estrenos infantiles más increíbles de los últimos tiempos, y la mejor película Pixar que nunca hizo Pixar; lo cual es un cumplido, por si las moscas.

Por Hermes Antonio (@hermeselsabio)

El Golazo de Metegol

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DE CABEZA / CINE

Metegol cuenta la historia de un taca-taca mágico, cuyos pequeños jugadores cobran vida, en la más Toy Story, para salvar a un pobre gil de una existencia sin pena ni gloria, justo cuando su viejo rival de infancia vuelve al pueblo convertido en una súper estrella de fútbol. Al compadre le gusta una minits, y lo único que ha hecho con su vida es perfeccionarse en el taca-ta-ca. Cuando el otro pelmazo se pone insoportable y quiere echar abajo el pueblo, los dos deciden jugár-sela toda en un torneo de taca-taca, pero al final ter-minan jugando un partido de fútbol alucinante donde participan no solo los protagonistas, sino además los jugadores del taca-taca y la gente del pueblo. Ahora que la leo, la historia es pésima y no salva a nadie, pero ¿saben qué? Metegol es una de las películas animadas más entretenidas y emocionantes que re-cuerde, y todo se debe justamente al amor de Juan José Campanita por el fútbol.

Y no solo por el deporte mismo, sino también por todo lo que se le asocia. En Metegol hay amor por los hinchas, por el lenguaje que éstos usan para

hablar de fútbol, por la espera de no solo jugar un partido sino también de verlo. Hay amor por los re-latores de radio y televisión, por las transmisiones de los partidos, por las barras, y por los jugado-res. La personalidad que tienen los monitos del taca-taca una vez que cobran vida es alucinante, el retrato perfecto de los jugadores de fútbol: son todos medio brutos, hablan igual que un jugador que está hablando con los periodistas, sudando y escupiendo después del partido, y se lanzan a pe-lear y discutir por cualquier cosa. Después se abra-zan y celebran cuando hacen goles, y se engrupen trabajando en equipo tan rápido como se enojaron. Graciosos es poco.

Con todo este amor por el fútbol de fondo, el peliculas-ta arma una película de aventuras que en verdad no tiene nada que envidiarle a las de animación de Ho-llywood, incluso superándolas en casi todo. Las voces de todos los personajes son para hacerse un autogol de la risa (ojo con el “jugador” chino), y el humor tan latino y tan familiar definitivamente es el delantero es-trella de esta película, siempre achuntándole al arco desde media cancha. Quiero pedir disculpas públicas por intentar hacer comparaciones futbolísticas que obviamente no funcionan, pero esto es para que vean que el amor por el fútbol de Juan José Campanita es contagioso. Y mucho.

Finalmente, les voy a contar que el partido de fútbol donde está el clímax de Metegol es una secuencia tan hilarante y tan entretenida que en mi opinión le vuela el traste a todas las secuencias de fútbol de todas las películas de toda la historia de la galáctea. Olvídense de los Supercampeones, de Shaolin Soccer, de Bend it like Beckam, el Chanfle y todas las películas de fút-bol que se les ocurra. Para mí es más emocionante y entretenida que cualquier partido, además, y de cual-quier deporte, ahora que lo pienso. Filo, lo voy a de-cir: el partido final de Metegol es mejor que la Capilla Sixtina y la Novena Sinfonía combinadas. Puede que esté exagerando, pero así de prendido me dejó esta cuestión, y la voy a recomendar a todo el mundo cada vez que pueda.

Si son como yo, nunca les tincó mucho Metegol. Nada en los afiches o los tráilers vendía realmente la carta de amor al fútbol y a su fanaticada que es esta pelí-cula. De verdad se van a sorprender. Porque Metegol es… un golazo. Perdón, última vez, lo juro.

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FALCAOVUELVE EL TIGRE. NO TE VAYAS

DE NUEVO.

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MARTINSBOLIVIA BUSCARÁ DEJAR EL SÓTANO

DEL FÚTBOL SUDAMERICANO.

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Por Daniel Campusano (@dcampusano2015)

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RESEÑA LIBROS / EL REGATE

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1 TAL VEZ, sólo tal vez, antes de leer la obra po-dría sugerirse buscar y volver a mirar esa jugada inclasificable ocurrida en el Mundial del setenta. Tostao levanta la cabeza y mete una diagonal a

Pelé, que pasa de largo ante la salida del arquero uru-guayo Mazurkiewicz. O más preciso: ambos pasan de largo. Porque mientras Mazurkiewicz manotea el aire desorientado, Pelé, en cambio, en una pulsión suici-da propia de los iluminados, realiza a consciencia el regate más escalofriante y misterioso de la Historia. Un destello, sin duda, pero aquí se convierte en épica, en el campo de los números y el resultado, sólo una relámpago infructífero. Despertamos y pensamos que Pelé, “cansado de ser un semidiós”, erró un tiro cruza-do con la insolencia y genialidad de quien sabe, inclu-so, cómo desviar un gol inolvidable. El marcador siguió 3 a 1. Mazurkiewicz cobró el saque de meta y Brasil mantuvo la clasificación a la final. Porque lo sabe Mou-rinho, Pellegrini y el hincha de los matinales. Aunque lo parezca, el juego no termina siendo precisamente arte: es resultado; es éxito o fracaso. Y Brasil, incluso, podría haber perdido ese partido y nadie hubiese re-clamado que esa jugada de Pelé debería valer, en el campo de los sueños e ideales, a lo menos un cam-peonato del mundo.

En lo literario, la novela comienza y termina con este suceso. Y es Murilho, protagonista y antagonista de la historia, quien describe la jugada en términos apo-calípticos y bartleblyanos. Teoriza que Pelé prefirió no hacer lo correcto, sino lo sublime. Lo incierto, no lo se-guro. Pelé desafió a Dios, insiste, pero sencillamente no pudo vencerlo: “quebró la espina del destino y el mundo se desmoronó”. Y uno queda pensando, tan perdido como Mazurkiewicz, que tal vez el partido de la humanidad se dividiría entre los que elegirían perder con belleza y los que elegirían ganar con espanto.

2Pero hay en la vida de Neto un acontecimien-to mas álgido que inmortaliza ese 17 de junio de 1970. El mismo día que Pelé desafiaba la

lógica, su madre traspasó unas barreras de conten-ción y saltó de un puente para romperse la cabeza con las piedras, abajo. Y eso lo entiende, claro, el mismo día que entiende que su padre será, hasta el último de sus días, su más intimo enemigo.

La relación entre Murilho y Neto es, sobre todas las cosas, una familiaridad violenta y desavenida. Ambos

dejan de verse por muchos años y Neto sólo anestesia sus rencores para visitarlo cuando ya está desahucia-do. Las vicisitudes entre ambos mezclan maltratos físi-cos, condenas políticas y líos de faldas. Hasta el último momento, vale decir, el hijo nunca pierde la pulsión incontrolable y justificada de agredir a su padre.

3En breves lapsos de tregua, eso sí, lo único que los vincula pareciera ser el fútbol. Mu-rilho es un célebre narrador y cronista brasi-

lero. Para algunos, un Charles Dickens criollo, y para otros, sobre todo para su hijo, una persona miserable, pero llena de una habilidad indiscutible para mitificar el juego. Uno de los puntos altos de la novela es, preci-samente, los instantes donde fluye su memoria como espectador privilegiado de los campeonatos y Mundia-les del último siglo.

Murilho tiene casi ochenta años. Y el único tema que puede armonizar con su hijo de cincuenta es, justa-mente, una obsesión de fútbol: un jugador que iba a ser más grande que Pelé, pero que no llegó a serlo, como ese casi gol del setenta. Peralvo, un muchacho escuálido, negro y rubio, posee un talento endemo-niado y, literalmente, una capacidad paranormal para entender el juego. Si Maradona y el Chino Ríos pare-cían intuir el movimiento del oponente y el lugar exacto donde esperar la pelota, en el caso de Peralvo, esas premoniciones tenían ribetes ligadas al campo técni-co, pero también al sobrenatural. El Murilho escritor intenta escribir un mamotreto que relacione todas las corrientes filosóficas, sociológicas y políticas existen-tes con las vicisitudes del fútbol; pero la empresa lo vence después de años y, ya en el ocaso, se conven-ce que la historia más urgente de su existencia es la vida de Peralvo: ese jugador irrepetible que presenció desde su mismo origen hasta paralizar el Maracaná, y que, a sus ojos, podría haber convertido sin temblar ese gol ante Mazurkiewicz.

4El Regate es, también, una alegoría, una de-fensa con espada a la metáfora, a la ficción, al recurso literario como un aliño imprescin-

dible del cotidiano humano. Si en Las mil y una noches, Sherezade lleva hasta el paroxismo la astucia narrati-va para distraer a ese sultán misógino y dañado; Muril-ho siente la responsabilidad de adornar el transcurso del juego y, como un manifiesto ético, camuflar esa

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verdad incómoda y decepcionante: que el fútbol, como la vida, tiene escasísimos momentos de refulgencia; que la mayoría del juego son horas muertas, escenas que pasan y nadie se esforzaría en rebobinar; que la ti-bieza, la parsimonia o la mediocridad, son la sustancia habitual de los noventa minutos.

De este modo, el viejo Murilho, enfermo de narración, heredero natural de Homero y Píndaro, comprende mucho antes que el fútbol es, regularmente, un ejer-cicio de hacer lo correcto: el pase, el centro, el quite, la entrega. De asumir lo esperable porque lo sublime, eso lejano a la planificación, está reservado a un grupo reducido y anormal de jugadores. Porque Francescoli, Valderrama, Ronaldinho o Valdivia, pertenecen, a fin de cuentas, a una zona improbable de la realidad. Porque después de luces y sombras, el fútbol y la vida consisten, en su correspondiente velocidad, en espe-rar algo encandilante que no sabemos cuándo va a lle-gar. Como el teniente Giovanni Drogo que, en la novela de Darío Buzzati, agota sus días en la frontera espe-rando una invasión de los tártaros que nunca ocurriría.

5Los psicólogos se apresuran a decirlo: cuan-do el ser humano sufre de culpa o remor-dimiento por no haber actuado de alguna

forma, está dominado por una angustia punzante de

imágenes que pertenecen al campo de la fantasía. No existen. Pudieron haber sido, pero nadie podría asegu-rar que el tiempo hubiese avanzado en otra dirección. Es, sin duda, una tortura existencial que sólo podría encontrar solución en la aceptación, o si se quiere, en el entendimiento religioso de que el destino está escri-to antes de nuestros impulsos.

El Regate es una obra que visita una y otra vez esta constante: la imposible proyección de las repercusio-nes de un pasado distinto. Es una novela de futuro y de pasado, donde el presente queda remitido a pro-cesar sintomáticamente lo vivido. En la historia hay humor negro y blanco, y también, alusiones políticas y raciales a la turbulenta historia brasileña; pero, so-bre todo, hay pasado, y más específicamente, la ob-sesión de que todo pudo ser distinto habiendo ejecu-tado otras decisiones. En el mundo narrado por Neto y Murilho, pareciera que los desaciertos, omisiones y errores sepultan; nunca enseñan. Y que las emocio-nes se esmeran en identificar cómo y cuándo, de ma-nera inconsciente o voluntaria, el curso de las cosas toma el camino equivocado.

Sergio Rodrigues, Anagrama, 2014, 213 pp.

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FOTO

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RONDONANTES LES HACÍAN DE A CINCO. HOY

VENEZUELA SE LE PLANTA A CUALQUIERA.

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HOY EN DÍA LOS MEDIOS de comunica-ción nos quieren hacer creer que los gran-des clásicos del mundo del fútbol son aque-llos donde participan jugadores de pases

millonarios. Clásicos donde los más de 30 jugadores, técnicos, y hasta los ayudantes de los técnicos son ricos, y han asegurado que también lo sean sus hijos y sus nietos. Partidos en los que el sucio dinero juega más que el crack de turno: está presente en los de-rechos de televisión, en el valor de las entradas, en la lucha a muerte entre los auspiciadores, hasta el costo del desabrido hot-dog que se puede comprar en el entretiempo. Un despojo total de la esencia ro-mántica del fútbol, la claudicación en beneficio del sobrevalorado talento.

Habemos, en cambio, algunos que buscamos algo dis-tinto a lo que nos ofrecen las multicolores luces. Y, par-ticularmente al momento de hablar de clásicos, lo que nos interesa encontrar es una relación histórica de rivalidad, diríamos que hasta de enemistad, entre dos clubes, por ignotos que estos sean para el seguidor de ESPN. Así, he gastado innumerables horas de mi vida buscando un partido como el que a continuación les narraré, uno de los mejores clásicos del mundo. Qui-zás, el que más añoraba presenciar.

Večiti Derbi. El clásico máximo de Belgrado, entre el Partizan y el Estrella Roja (o Crvena Zvezda para los locales). Los dos equipos más importantes de Serbia y de lo que fuera alguna vez Yugoslavia, según asegu-ran con una certeza casi incuestionable en Belgrado. En sí mismo, el nombre no nos dice nada, a menos que se tenga la gracia de entender serbio. Cosa distin-ta ocurre cuando a uno le explican que su traducción literal es la de “Derby Eterno”. Pero la verdad es que el concepto no se entiende cabalmente hasta que se

tiene la suerte –o mejor dicho, la bendición– de vivirlo en carne propia. El 18 de Octubre de 2014, en el mí-tico Stadion Partizana-Humka (el “sepulcro”), tuve esa suerte, en el marco de la Jelen Super Liga de Serbia, en compañía de 30.000 furibundos hinchas.

Ya desde Agosto de 2014, apenas se publicó el fix-ture de la Primera División Serbia 2014/2015, y sabiendo que en la fecha del derby estaría más o menos liberado de mi claustro, comencé a juntar un arsenal de razones –algunas ciertas, y otras no tan-to– para convencer a Marcela de que el mejor lugar en el mundo para visitar en Octubre era Belgrado. Que era económico, que los vuelos eran accesibles, que pocos lugares son más románticos que Serbia en esas fechas. Cuando, ante las preguntas inquisi-doras, las razones comenzaron a flaquear, tuve que sincerarme derechamente y confesar que uno de los mayores anhelos que tenía en la vida era poder estar presente en este partido. “¿Qué tiene de especial ese partido?”, me preguntó. La respuesta quise acompa-ñarla de algunos videos de YouTube que ilustran lo que quería explicar. Grave error: “ni loca te dejo ir”. Para intentar salir jugando, encontré una página web de turismo de Serbia, de la cual estaré eternamente agradecido, que promocionaba maravillosos lugares que inventé que se encontraban cerca de Belgrado, pero que –en realidad– estaban casi en la frontera con Rumania. La fotografía profesional (y la publici-dad al filo de lo engañoso) de esa página web me permitieron obtener el segundo “sí, acepto” más im-portante de mi vida, y sin dudas, el más valioso de mi carrera futbolística.

Llegamos a Belgrado en medio de una visita oficial de Vladimir Putin en el marco de la celebración de los 70 años de la liberación de Yugoslavia de la II Guerra

El “Derby Eterno” de BelgradoPor Sebastián Santamaría

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Mundial. El conductor del transfer que nos llevó del aeropuerto al hotel fue el primero a quien le conté que una de las razones por la que veníamos a Bel-grado era para asistir al Derby, ante lo cual me dijo, como buen hincha del Estrella Roja, “me imagino que irán al lado norte”.

Nuestro ocasional conductor también lamentó que hayamos venido de tan lejos para ver el Derby en un estadio “de segunda categoría”, como calificó al del Partizan por su capacidad de “sólo” 30 mil personas, y no en el mítico Marakana de su archirrival, donde caben un poco más del doble de espectadores.

El día siguiente lo utilizamos para recorrer la ciudad y presenciar una imponente parada militar que or-ganizaron para agasajar a Putin. Los serbios y los rusos tienen onda. El acto se realizaba en un sector llamado Novi Beograd (“Nuevo Belgrado”), donde fi-gurábamos caminando en un laberinto de tanques, lanzamisiles y militares serbios, que posaban felices con niños mientras sus padres les sacaban fotos. El militar en Serbia es ídolo. Es que el pueblo serbio ha salido de una para meterse en otra. La más reciente –y la que más les duele, quizás– es el bombardeo de Belgrado por fuerzas de la OTAN en 1998. Pero, para atrás, podemos contar cientos de episodios tanto o

más sangrientos que éste y, ciertamente, más largos. Toda esta historia militar reciente, y los hechos de violencia por los que ha pasado el pueblo serbio, creo que inciden en la personalidad serbia desde dos frentes: individualmente son, quizás, la gente más amable de la que se puede tener conocimiento. El serbio es de piel, de abrazarte, de agradecerte por venir de tan lejos a visitarlos, de conversarte mucho. Sin embargo, la cosa es bien distinta cuando se tra-ta de masas de serbios, como pude aprender en el Derby Eterno.

Había averiguado con el guardia de seguridad de un supermercado cercano al hotel que la única forma de conseguir entradas era comprándolas directamente en la boletería del estadio. Hasta ese minuto, iba a asistir al partido solo, pero el caldeo previo y el hecho de que todos con quienes tuvimos la ocasión de inter-cambiar un par de frases nos recalcaran la importan-cia del Derby, motivó a Marcela a querer asistir, lo cual me puso un tanto nervioso. Decidimos arriesgarnos, ya que la oportunidad era única y Marcela, a quien le gusta el fútbol creo que por mi culpa, también lo en-tendió así.

Llegamos a las boleterías del estadio del Partizan a las 9:00 el día del partido. Divisamos una boletería

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abierta, atendida por un tipo que hablaba algo de inglés. Dos – cero a favor mío, y contando. Le pre-gunto por entradas para el lado sur, donde se ubican histórica-mente los Grobari, la hinchada del Partizan. Me dice que tiene, pero luego cambia de opinión: mira a Marcela que está más atrás sacando fotos, y dispara: “¿Quieres ir a Grobari con ella? No, no puedes. Vas a tener problemas”. Finalmente, ante la tenaz insistencia de mi ocasional consejero, compré dos en-tradas a la tribuna oficial, a un precio razonable consi-derando la importancia del partido (aproximadamente 10 mil pesos cada entrada). Lamenté, eso si, no ir a la popular. Luego lo agradecería.

Entradas en mano, hicimos hora recorriendo el centro de Belgrado. En esa excursión, compré en un kiosko un imán del Vojvodina de Novi Sad, el “capo de provin-cia” de Serbia, que hoy adorna mi refrigerador.

El taxista que nos llevó de vuelta al estadio aprovechó de mostrarnos la calle más representativa de Belgra-do, Kneza Milosa, donde se encuentra aún el edificio en ruinas de los que fueran los cuarteles del Ministerio de Defensa de Serbia, blanco principal del bombardeo de Belgrado por la OTAN de 1998. Ante mi pregunta de por qué no lo han arreglado, la respuesta es tan demo-ledora como el bombardeo: “El gobierno ha preferido dejarlo tal cual, para que los funcionarios de la emba-jada de EE.UU., cuando vayan todos los días a trabajar, tengan consciencia de lo que causaron”. La embajada de EE.UU. está en esa misma calle, con presencia po-licial y militar permanente. Nos bajamos del taxi. En su despedida, el taxista nos lanza una frase de lujo: “Va-yan con cuidado. Cuando termine el partido, SI ESTÁN BIEN, vengan a este mismo lugar a buscar taxi”.

Previa degustación de una Jelen –la cerveza serbia por excelencia– y fumarnos un Sparta que com-pramos a un vendedor de cigarrillos sueltos (gran institución en Serbia), entramos a la cancha. Todo era tranquilo hasta que, de pronto, proveniente del lado norte, se escuchó un rugido como nunca antes había escuchado en una cancha de fútbol. Era el ingreso de los Delije, la barra brava del Estrella Roja.

Al rato, vino el espectáculo del lado sur. Descubrie-

ron un lienzo negro que cubría toda la longitud de la reja, con una calavera negra en el centro. Los hinchas del Partizan saca-ron banderas negras y comen-zó por los parlantes a sonar un disco punk. Marcela se entre-

tenía viendo como una chica de unos 8 años, con la camiseta del

Partizan, coreaba todas y cada una de las canciones como quien canta el

show de Barney.

La disputa en las tribunas respondía a la típica dialéc-tica barrabrava: por turnos, van haciendo sus gracias, mostrándole los dientes al del frente, jugando a asus-tar. En el lado norte, la batuta parecía manejarla un tipo de camisa y pantalón, con más pinta de oficinista que de rudo combatiente. Se subió a la reja y le alcanzaron un altavoz, con el cual gritó una instrucción a partir de la cual la hinchada del Estrella Roja comenzó a saltar. Se encendieron 5 o 6 bengalas e inmediatamente las lanzaron al sector que equivaldría a la tribuna Andes, donde había mayoritariamente hinchas del Partizan. Naturalmente, se generó el caos que se buscaba ge-nerar: la gente corría de un lado a otro para evitar las

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bengalas y los bomberos, a su vez, corrían a apagarlas. Los policías se metieron al sector a tratar de calmar los ánimos, mientras los militares se mataban de la risa y ni siquiera apagaron sus cigarri-llos. A un tipo le cayó una bengala entre las piernas y se le prendió el pantalón; como si nada, apagó el fuego de su ropa, tomó la bengala y la lanzó de vuelta al sector norte, aún encendida.

Faltando unos cinco minutos para el inicio del partido, todos se dieron vuelta mirando hacia arri-ba, gritando y saludando. Hice lo mismo, y en el palco VIP vi al gran Savo Milosevic, el corpulento y mañoso delantero que jugara, entre otros, en el Zaragoza y el Aston Villa; famoso por su duro ca-rácter y sus encontrones con compañeros en los entrenamientos. Hoy se gana la vida como director deportivo del Partizan.

Antes del partido, aparte del habitual seguimiento que hago de la liga serbia, había estudiado los nombres uno por uno. Se hablaba mucho de un delantero de 16

años del Estrella Roja, Luka Jovic, que se convertiría en el jugador más joven de la historia en figu-rar en este partido. En cuanto a los demás, llamaba la atención que no figurara en ninguna de las dos alineaciones algún juga-

dor no balcánico.

En el Partizan, el jugador favorito del público es su capitán, Sasa Ilic. Veterano

de aquellos, volvió al club de sus amores a quemar sus últimos cartuchos después de haber bri-llado en el fútbol turco y en el Celta de Vigo. Lo acom-pañaban esa tarde Danko Lazovic, quien alguna vez estuviera en el Feyenoord y el PSV, y Petr Skuletic, de-lantero con un envidiable juego de espaldas al arco. Tendría la suerte de verlos a todos juntos.

Pitazo inicial. Si digo que durante los primeros 25 mi-nutos el espectáculo estaba en las barras, creo que resumo lo aburrido del match. Mientras la hinchada del Partizan hacía impresionantes mosaicos con ban-deras, la del Estrella Roja encendía antorchas. Una, otra, dos más, todas en diversos sectores. El humo comenzó a tapar la cancha, obligando a detener el partido para esperar a que se disipara.

Se extinguen las antorchas y se reanuda el juego. La pausa le vino bien al Partizan, que empieza a apretar arriba. Jugada por la izquierda de Circovic, que saca un centro ante el que Pavicevic resbala. Aparece Sku-letic al segundo palo y le pega como venía, con una volea impresionante. La pelota da en el travesaño y se va. “Skule”, como le apodan los hinchas del Partizan, se agarra la cabeza. El sector en el que estábamos se cae a pedazos. El “vecino” de Marcela se deshace en gritos. Los míos se agarran la cabeza, gritando “kurve, kurve!!!”. Después me enteraría que se trata de la peor puteada posible en el idioma serbio.

Llega el entretiempo, cero a cero. Partido trabado, ju-gado prácticamente en su integridad en la mitad de la cancha, con pincelazos de talento de Sasa Ilic. No nos movemos de nuestros lugares. Las escaleras estaban agolpadas de gente, y temíamos que alguien nos qui-tara los asientos, por lo que nos dedicamos a ver a las barras, que en el entretiempo alentaron aún más, en una especie de competencia de quién cantaba más fuerte. Marcela solo me miraba y sonreía moviendo la

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cabeza, como diciendo “están todos locos”.

Aunque en Serbia me linchen, llama la atención que se trata de hinchadas con una ideología muy similar. De hecho, ambos surgen como vertientes deportivas de unidades de combate del ejército yugoslavo durante la Guerra de los Balcanes. Varios compartieron frente e, incluso, unidad en la Srpska Dobrovoljacka Garda, la Guardia Voluntaria Serbia; allí estuvieron los fundado-res de los Delije del Estrella Roja (cuya traducción lite-ral es “tipos duros”), y de sus antagonistas, los Grobari del Partizan (los “sepultureros”). Ambos clubes, a su vez, comparten valores ultra nacionalistas: mientras el Estrella Roja surge como el apéndice deportivo del Ministerio del Interior de la Yugoslavia comunista, el Partizan surge como la unidad deportiva del Ejército del Pueblo de Yugoslavia (Jugoslavenska Narodna Ar-mija). A su vez, este último emana históricamente de las guardias partisanas, el movimiento anti-nazi más radical en operación durante la II Guerra Mundial.

No obstante las cercanías ideológicas y el hecho de

que en la Guerra de los Balcanes hayan combatido es-palda con espalda, existe un odio parido entre ambas hinchadas. Los estadios están ubicados a dos cuadras de distancia. Cada uno se encuentra adornado con murales de sus respectivos ídolos, que nadie raya ni interviene. Cuando compramos las entradas, aprove-chamos de caminar al estadio del Estrella Roja. Afue-ra de éste, me llamó la atención un graffitti en el que aparece un cuchillo con un signo de prohibido encima. Le pregunté a un local, que creo trabajaba en el esta-dio, qué quería decir. Me dijo que significaba que “sólo las niñitas apuñalan“. Acto seguido, luego de pregun-tarnos de dónde éramos y poner cara de sorprendido ante nuestra respuesta, nos explicó que cuando las hinchadas pelean, los del Partizan trampeaban usan-do cuchillos, cuando en realidad lo único permitido era –con suerte– palos. Y que, si eres realmente duro, llevas solo los puños.

Comienza el segundo tiempo. El Partizan sale con más ganas, pero deja espacios atrás. Las hinchadas ya empiezan a inquietarse y el apoyo se hace cada vez

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CON CUCHILLOS no vale en Belgrado. La cosa es a mano limpia.

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más ruidoso; los nervios se manifiestan en gritos. Tras una jugada por la derecha de Nenad Gavric, Jovic la manda a las nubes, prácticamente solo frente al arco. Avanza el reloj, y el partido sigue enmarañado. Dos mi-nutos más tarde, oportunidad para el Partizan en los pies de Skuletic después de una tole-tole en un corner, pero Rajkovic, el portero del Estrella Roja, nos regala una atajada felina. Por lejos, la mejor del partido. En la mitad del segundo tiempo, se enciende, esta vez, el sector sur. La hinchada del Partizan prende simul-táneamente una infinidad de antorchas. El partido se detiene por la humareda. Se ilumina con luz roja el sector norte completo. “Welcome to Hellgrade“. Lue-go de mantenerlas encendidas por un rato, lanzan las antorchas a la pista atlética, mientras los bomberos corren de un lado al otro para extinguirlas. Se reanuda el partido 10 minutos después.

Ya resignado, pensando en que el partido terminaría 0-0, llega el minuto 88. Tiro libre para Partizan des-pués de un agarrón de camiseta a Petr Skuletic en el vértice del área. Posiblemente la última oportunidad del partido. Se prepara para el tiro libre Nikola Drincic, un volante de corte de esos de antaño, con técnica, pero que en su faceta destructiva hace recordar al gran Dragan Sekularac, de quien mi viejo me contó va-rias historias, en especial del Mundial del ‘62, cuando lesionó a Pelé. En buen castellano, un tipo que pegó todo el partido y la sacó calva. Ni amarilla se llevó (creo). Bombazo a tres dedos al segundo palo, y go-lazo al ángulo para el Partizan. Era el 1-0, a la postre definitivo. Locura en el sector donde nos encontrába-mos. Nuestros vecinos se abrazaban, nos abrazaban a nosotros, la palabra GOOOOOL figuraba escrita en el marcador. La voz del estadio grita desaforada: “¡¡¡Ni-kolaaaaaa DRINCHICH!!!”. La hinchada del Partizan comienza a tirar a la cancha todas las banderas ne-gras con las que armaron parte de su show, los que estaban agolpados en las escaleras parecía que en cualquier minuto pasaban para abajo volando, el ve-cino de Marcela, que puteó todo el partido, la abraza y le dice cosas en serbio. El tipo de adelante mío, con la camiseta estampada de Sasa lic, llora de emoción. Un manjar, exactamente lo que vine a ver.

De pronto, mi vecino de asiento, que nos escuchó hablar en español todo el partido, tras pedirme por última vez el encendedor, nos dice en inglés “cuando termine el partido, tienen que correr, no queden entre-medio de las barras”. Marcela me mira con cara de no entender nada. Pitazo final y el público se agolpa en la

escalera de salida. Nos ponemos en la fila para salir y, al lado del parque, divisamos que todos corren hacia una avenida y agarran cuanto taxi pasa. En medio de los dos estadios hay un parque, en el cual tradicional-mente se juntan las barras a pelear. Miramos hacia atrás y comienzan a aparecer serbios con cara de mo-lestos, gritando, azuzando a sus rivales. Marcela me mira con cara de despavorida mientras unos hinchas del Estrella Roja agarran a patadas una caseta de se-guridad del parque. La verdad, en ese momento pensé “hasta acá llegamos“. No se veía por dónde salir, hasta que se nos ocurrió cruzar la calle en sentido contrario y tomar un taxi, aunque nos diera una vuelta digna de turista gringo. Encontramos uno y el taxista nos dice algo en serbio. Le decimos que no entendemos. Nos habla en inglés y nos dice que en 2 minutos más, en esa misma plaza, quedaría la grande y que habíamos tenido suerte, así que acelera sin asco y deja el parque atrás lo más rápido posible.

Agradecí haber vuelto sin novedad al hotel. Esa noche no pude dormir, fueron demasiadas emociones para una sola tarde. Al día siguiente, compré el diario de-portivo, el cual no sólo viene escrito en serbio, sino que también en alfabeto cirílico, por lo que cuesta enten-der lo que ahí aparece (hasta la publicidad). Guardaré ese diario como un tesoro; he tenido la suerte de ver fútbol en varios lados, pero el Derby Eterno es y será, simplemente, una belleza. De principio a fin. Un clásico de verdad, con todos los condimentos que el hincha del lado B busca en un partido de esta naturaleza. ¿Real Madrid-Barcelona? Paso, gracias.

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Por Felipe Bianchi (@bianchileiton)

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*En esta edición especial, nuestro invitado ha confeccionado su 11 ideal con seleccionados chilenos que vio jugar en alguna Copa América y que no sean

integrantes de la actual selección adulta.

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3. El único chileno elegido como el me-jor del mundo en su puesto. Le pidieron nacionalizarse para jugar por Brasil en los setentas. Basta con esas dos. Capitán se-guro.

ELÍAS FIGUEROA2. Elegante, fino, ofensivo. Era 2, pero pa-recía 8; y a veces 7. Se podía pasear a seis en dos metros de terreno. Gran dribbling. Gran pase.

MARIO GALINDO1. Nunca vi a nadie salvar goles como los salvaba él. Solo contra el mundo, le gana-ba al mundo.

ROBERTO ROJAS

7. Técnicamente, el mejor de todos. Un deleite. Valiente entre valientes. Seguro de sí mismo. Sorprendía siempre.

CARLOS CASZELY10 Nunca, nadie, le pegó así a la pelota. Con esa comba, con esa exactitud en los pases, con esa certeza. Un tiro libre era medio gol. Y un penal, gol seguro.

CHAMACO VALDÉS8. Desde donde fuera, adentro. Más de medio gol por partido. Golazo, en rea-lidad. Inteligente, además, para “leer” el juego.

JORGE ARAVENA

6. Tácticamente, se los devoraba a todos. Era uno y parecía que fueran dos volantes de quite. Además, tocaba bien. Traspasaba confianza.

RODOLFO DUBÓ4. Fiero, eficiente, bien arriba y abajo. Figura y líder donde jugara. No querías tenerlo entre los rivales.

FERNANDO ASTENGO5. No paraba. Nunca. Un fenómeno. Marcaba bien y salía jugando mejor.

HÉCTOR PUEBLA

11. Goleador de casta. Si estaba ins-pirado, era imparable. Y casi siempre lo estuvo.

MARCELO SALAS9. Corredor, busquilla, táctico a morir, uno de los mejores cabeceadores de la his-toria. Personalidad fuera de serie.

IVÁN ZAMORANO

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POR FRANCISCA ÁLAMOS

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HABLÉ CON EL TANQUE.- ¿Qué Tanque? - pregunté, con cinismo.- El Tanque Mendoza, pues. Rodrigo Mendoza. Me dijo que vuelve, que está listo y que vuelve...

Habían pasado ocho años desde que se fue con sus goles, cruzando la cancha en medio de ese segundo tiempo, en pleno partido, llevándose, como acurrucada bajo el brazo, la pelota que hacía un momento había metido con un bombazo al ángulo. Dejó al equipo con diez, pero entró alguien en su reemplazo, lanzaron una nueva pelota para que el partido continuara y con el pitazo final habíamos ganado el campeonato, gracias a ese último gol que hizo antes de irse. Para el siguiente año, cuando era obvio que ya no volvía, llegó otro delantero, probablemente peor que él, pero suficiente, y después otro, y así, como en todo. Se pierde la pelota y lanzan otra para que siga el juego. Nuestro equipo había sobrevivido a su partida. Porque así es el fútbol.

Pero, pensándolo bien, quizás el fútbol no es tan así. Para mí no hubo, ni antes ni después, otro como el Tanque Mendoza. Desde que entendí lo suficiente de fútbol, él había sido mi ídolo, el único de verdad, y aunque mi equipo ya lo hubiera dejado atrás, yo no me había olvidado de él. Ni Maradona, Platini, Caszely. Sólo el Tanque. Probablemente, no era mejor que ellos. No tenía ni la habilidad circense de Mara-dona, ni la elegancia de Platini, ni la técnica y finiquito de Caszely. Rodrigo Mendoza era un hombre de carne y hueso; medianamente feo, más o menos grueso; al me-nos lo suficiente como para justificar su apodo, incluyendo dos muslos grotescos como ballenas varadas– siempre con aspecto sudoroso, casi sucio diría. No era bonito ni necesitaba serlo. No salía en la tele, y si hoy fuera profesional no se le ve-ría posando en calzoncillos en carteles repartidos por la ciudad. Pero se trataba de fútbol. Y a todos ellos sólo los vi a través de los alterados colores y la insensible cur-va de un viejo televisor, o en la opaca inmovilidad del papel de una revista. Dioses

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demasiado ajenos para ser idolatrados. En cambio, el Tanque fue el mejor delantero que conoció Zánganos FC, el mejor jugador de fútbol que he visto en mi vida.

En el peak de su carrera (si se le puede llamar así), Rodrigo Mendoza tenía 20 años. Yo tenía 10 y soñaba con ser futbolista –sueño irreal, porque no tenía ni tuve nunca el talento suficiente, y él, en cambio, era el crack del barrio del que todos hablábamos, el que se daba por hecho que iba a triunfar; sólo había que tomar pal-co y ver su camino a los grandes estadios. No sólo iba a ser futbolista profesional, iba a ser un grande, una estrella de selección que jugaría afuera –en Europa, seguro–, y creíamos que era cosa de tiempo para que los periodistas se empezaran a interesar en él. Incluso, se inauguró una tienda del club sólo para satisfacer la venta de camisetas con su nombre y número. Muchos esperaban ansiosos ser entrevistados para hablar de los inicios del crack, y los de mi edad nos reuníamos todos los sábados en la mañana, como quien asiste a un sacramento, sólo para verlo jugar, soñando con algún día tener aunque sea una pizca de su talento.

El año de ese último gol, el Tanque fue el goleador del campeonato –como todas las temporadas desde que su papá lo llevó por primera vez a jugar– pero marcando además un récord en la liga interregional: diez fechas seguidas metiendo al menos dos goles por partido. Tenía 26 años. Joven para cualquier profesión, salvo para la que todos creíamos que iba a ser la suya; a esa edad, Rodrigo Mendoza no había jugado nunca en el fútbol profesional. Trabajaba de lunes a viernes como aprendiz de pescadores en Algarrobo. Sólo venía a Santiago los fines de semana a ver a su familia, y a jugar al fútbol. No lo decíamos en voz alta, pero lo sabíamos: el Tanque había pasado de promesa a viejo crack. El futuro de éxitos y gloria futbolística se esfumó sin concretarse nunca, y a él parecía no importarle. Ro-drigo Mendoza se había quedado como futbolista de fin de semana, en la cancha del barrio. El gran Tanque del Zánganos Fútbol Club, pero nada más. Para mí, ver que pasaban los años sin que se lo llevaran a jugar a otro lado me causaba tanta alegría como frustración.

Su éxito hubiera significado objetivar mi opinión so-bre su talento, pero su fracaso –palabra que, en todo caso, nunca nadie se atrevió a pronunciar junto a su nombre– me permitía seguir viéndolo jugar cada fin de semana, metiendo los goles para mi equipo y para el de nadie más. Pero ni siquiera eso siguió haciendo.

Nunca logré encontrar ni rastro de su nombre en Inter-net. No había videos suyos. Lo busqué varias veces, usando todas las palabras que me pudieran llevar a ver alguno de sus goles. No estaba. Había grabaciones caseras de muchos niños genios del fútbol –el “Ronal-do altiplánico”, el futuro “Zidane chino”–, pero no de nuestros partidos de barrio, no del Tanque. Como po-cas veces, maldije que la tecnología no hubiese apare-cido antes. Los celulares con cámara habían llegado tarde. Pensé en los cientos de grandes jugadores que sólo permanecen en la memoria de quienes los vieron jugar, en las miles de jugadas irrepetibles que no se conservan ni en el relato de un radioaficionado, y en los golazos que no muestran en ningún programa de-portivo. Entonces, sentí la nostalgia de quien se sabe en peligro de olvidar, de quien siente el miedo de estar siendo engañado por recuerdos sin otro sustento que el de creerlos ciertos. Quizás el Tanque no era tan bue-no, después de todo.

Mendoza siempre fue considerado un tipo raro, lo que significaba que no era un veinteañero normal: hablaba poco, no tenía demasiados amigos –quizás ninguno–, no se valía de su fama futbolística para conquistar mujeres, no salía de noche y, aunque de vez en cuando participaba de los asados en el club, rara vez se lo veía tomando. Pero, sobre todo, Men-doza era un bicho raro porque no soñaba con ser futbolista. Sólo jugaba al fútbol, que no es lo mismo. El Tanque llegaba cada fin de semana a la cancha, acompañado de su papá, sólo cinco minutos antes de que empezara el partido; y ahí se convertía en una máquina de meter goles, pero con el pitazo final se iba en la misma vieja citroneta azul de vuelta a su casa, de vuelta a ser sólo Rodrigo Mendoza. Y, seguramente, después se tomaba un bus de vuelta

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al mar, a su trabajo en la caleta. Ni siquiera habla-ba de fútbol, dicen. Quizás, ni siquiera le gustara el fútbol. No sé.

- Así que vuelve a jugar.- Sí, vuelve. ¿Hace cuánto que se fue? ¿Cinco, seis años? - Ocho años. Se fue hace ocho años. - Le pedí que viniera este fin de semana.- Es la final...- Por eso mismo se lo pedí.

El sábado, Zánganos FC jugaba la final del campeo-nato interregional. Yo había sido el delantero titular durante todo el torneo. Pero eso dejó de importarme. Desde que supe que volvía el Tanque, en lo único que pude pensar era en verlo de nuevo con una pelota en los pies, aunque para eso tuviera que ocupar mi lugar en el equipo.

Estuve nervioso toda la semana esperando la final, la vuelta de Mendoza al fútbol. Desde ese día en la cancha cuando, atónito como todos los presentes, lo vi alejarse caminando a quién sabe dónde, no lo ha-bía vuelto a ver más que una sola vez. Cuando murió su padre, un par de semanas antes del último partido que el Tanque jugó para Zánganos, se quedó definiti-vamente a vivir en la costa, así que nadie del barrio sabía de él desde entonces. El día en que lo vi, tres o cuatro años después de ese último partido, yo iba en el auto y él estaba parado en la otra esquina, esperan-do a que le dieran la verde. No me reconoció, como era obvio, creo que ni siquiera me vio. Yo para él no era nadie. Lo había admirado desde mi lugar al borde de la cancha, en silencio. Nunca le había dirigido ni una sola palabra; mi admiración era invisible. Era sólo otro niño con un ídolo al que no conocía, que es probablemen-te una de las condiciones necesarias para idolatrar a alguien. Ese día, me pareció que estaba bastante parecido a como lo había dejado en mi memoria, sin embargo, me sorprendió ser incapaz de volver a ima-ginarlo como un futbolista. El de la calle no parecía el goleador que había sido, sólo un hombre viviendo sin disimulo en la treintena. Era difícil imaginar a ese su-jeto de aspecto meditativo y ausente corriendo detrás de una pelota.

Llegó el día del partido, nublado y tímidamente cá-lido, como anticipando un desastre con un susurro. Me fui caminando las diez cuadras que me sepa-raban de la cancha. Llegué, deliberadamente, algu-nos minutos después del pitazo inicial.

Lo primero que vi a lo lejos, mientras me acercaba con los estoperoles en una mano y el bolso en la otra, fue al Tanque Mendoza deambulando entre los defensas contrarios –que en estos partidos, aunque la pizarra diga que son cuatro, en realidad son siete u ocho–. Tenía varios kilos de más y una barba tupida, de ca-zador o náufrago. Me senté a mirarlo desde el borde de la cancha, como antes, como siempre. Ahí estaba el Tanque, con un pantalón corto que seguro no era suyo porque le quedaba chico y acentuaba aún más el grosor de sus piernas.

El partido era tenso –malo, diría cualquier espectador no involucrado con el resultado–, un partido apretado como casi todas las finales, con ambos equipos teme-rosos de que un error les signifique el campeonato. Ha-bían caído ya algunas gotas y el pasto estaba cada vez más mojado. En los largos minutos del primer tiempo que aún quedaban por jugarse, creo que no tocó la pe-lota más de tres veces. No era su culpa, en realidad ninguno de los dos equipos lograba dar más de cinco pases seguidos, y con el agua acumulándose en la cancha la cosa no iba para mejor.

Un buen pase filtrado del gordo Soto, nuestro medio-campista más habilidoso, dejó en evidencia la falta de ritmo del Tanque. Lo que hacía ocho años hubiera sido gol seguro –porque la habilitación había pillado a la defensa mal parada y al arquero a medio cami-no, listo para que el delantero lo esquivara y, deján-dolo tirado, definiera con el arco a su disposición– ni siquiera pudo considerarse como una jugada de peligro. Mendoza no llegó a tiempo para alcanzar el pase. Estiró su pierna derecha, en un movimiento in-soportablemente torpe, y la pelota se fue por la línea de fondo, mientras él seguía corriendo tras ella, algu-nos metros detrás, sin todavía darse cuenta de que ya era tarde. Cuando el arquero rival hizo el saque de meta, el Tanque seguía en el mismo lugar. Apoyado con ambas manos en las rodillas, con cada respiro el movimiento de su espalda reflejaba el esfuerzo, mientras la lluvia rebotaba contra su cuerpo y el agua escurría por su ropa y su barba empapada.

Así se fue el primer tiempo, con el partido a cero y sin oportunidades de gol para ninguno de los dos equipos. En el entretiempo me preguntaron cómo andaba y yo fingí una molestia en el muslo, nada grave dije, pero prefiero esperar. Estaba seguro que el segundo tiem-po sería distinto, que al Tanque le iba a quedar por lo menos una clarita frente al arco. Seguro que tarde o temprano iba a mostrar su clase, porque jugar al fútbol

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DE CABEZA / CUENTOS DE FÚTBOL

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no podía habérsele olvidado, no a él. Estaba conven-cido de que un gran jugador lo sigue siendo a pesar de tener algunos años y varios kilos de más, de que el fútbol es mucho más que ser un atleta.

El segundo tiempo empezó tal como terminó el pri-mero, pero con la lluvia cayendo inapelable y la can-cha cubierta de barro. Todo indicaba que el campeo-nato se iba a definir por penales, daba la impresión de que podrían estar cinco horas jugando y no habría ningún gol. Pero entonces, sucedió. Uno de nuestros defensas, nervioso, la despeja reventándola innece-sariamente. Es córner en contra y los 22 jugadores, salvo el arquero rival, están empujándose en nuestra área. El árbitro toca el silbato y en vez de tirar el cen-tro la juegan cortito. Entre dos se divierten por unos segundos cerca del banderín, mientras los demás si-guen la jugada, expectantes, agolpándose en el área. El puntero se aburre de aguantarla contra la línea lateral y se pasa al defensa con un túnel de otro par-tido –como habría dicho un relator, de haber habido alguno–, llega a la línea de fondo y tira un centro a media altura, hacia el punto penal. Pero no hay nadie para patearla al arco y la pelota le llega a uno de los nuestros. Todos respiramos aliviados por un segun-do. Entonces no sé qué pasó. O lo sé, pero aún no me lo explico. Hubo un silencio quieto, que permaneció como si los cientos de ojos que habían en esa cancha nos hubiésemos puesto a observar una misma gota caer desde el cielo.

No miré el final del partido, me quedé con ambas ma-nos sobre la cara y una toalla tapándome la cabeza. Lloré. Sentí algunas palmaditas en la espalda y voces tratando de darme consuelo, pero la verdad es que no me importaba el campeonato que perdíamos. Llora-ba pensando en el último gol del Tanque, hacía ocho años. Un verdadero golazo. Partió en tres cuartos de cancha, se la pasó al puntero derecho y este le devol-vió de primera una pared. El Tanque la llevó pegadita al zapato con su zancada de gigante acercándose al arco contrario, esquivó a un defensa cambiándola de pie, como si la gravedad jugara en su equipo y su cuer-po estuviera en la luna. Quedó justo a la entrada del área, con un defensa saliéndole y el arquero a la es-pera, dudando si quedarse o salir. Entonces, el tiempo se detuvo, o más bien él lo detuvo, como parece que hacen todos los grandes jugadores antes de meter un gol. La tocó unos centímetros a la derecha y chu-tó. Fue un bombazo que se metió en el ángulo. El gol más perfecto que vi nunca, y al verlo de nuevo, en las profundidades oscuras de la memoria, sentí la misma

adrenalina que hacía ocho años, esa sensación de que algo te expande el pecho y te conmueve hasta la garganta, llenando de una materia extraña los huecos en donde antes no había más que aire. Era el minuto 35 del segundo tiempo. Quedé sin voz de un solo gri-to mientras veía al Tanque correr hasta el fondo del arco, agarrar la pelota y salir caminando. Miré hacia donde siempre estaba sentado su padre, creyendo que Mendoza iba a ir corriendo hacia allá, como siem-pre hizo, pero el viejo no estaba. Yo entonces aún no sabía que su padre había muerto. El Tanque pasó por el punto central sin detenerse ni soltar la pelota. En-tonces supe que no volvía, y dejé de gritar. Algunos de sus compañeros corrieron eufóricos a abrazarlo, pero él siguió caminando como si no hubiera nadie más ahí. Ocho años después, pensé en que debió haberse ido para siempre, que los ídolos deberían desaparecer a tiempo, que el universo no les debería permitir volver jamás, esfumarse en el aire en el momento justo en que son incapaces de repetir lo que los hacía ser algo más que seres de este mundo. O, simplemente, des-aparecer mar adentro, donde seguro están guarda-das todas las jugadas y goles irrepetibles, esos que quedan impresos en algunas memorias tratando de esquivar lo efímero.

El árbitro pitó el final del partido. Habíamos perdido el campeonato. Cuando volví a levantar la cabeza, no que-daba casi nadie en la cancha, y el Tanque estaba senta-do en la mitad del área chica, mirando de frente al arco.

Pasé a su lado y le di una palmadita en la espalda, incapaz de otro gesto.- Perdóname, cabro.- No pasa nada, Rodrigo.- Perdóname, el campeonato - No pasa nada.

Lo ayudé a levantarse. Me dio algo parecido a un abra-zo y agarró la pelota que había dejado en el pasto. Se fue caminando con ella entre las manos, mirándola, como si buscara ahí su gol. No el de este partido, no el que metió en nuestro propio arco, sino ese gol perfecto de hacía ocho años, cuando yo era todavía un niño y él era de otro mundo, del mundo en que hay hombres que vuelan.

Esa fue la última vez que supe de él. Mientras lo veía caminar, alejándose bajo la lluvia, pensé que tal vez ese hombre gordo y lento nunca fue un tanque. Quizás Mendoza era raro porque siempre fue un barco, y aho-ra sí, se iba mar adentro.

EDICIÓN N°3 DE CABEZA 2015

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PEQUEÑA, ESTA REVISTA LA DISEÑAMOS JUNTOS. GRACIAS POR TU COMPAÑÍA. SIEMPRE EN MI CORAZÓN.

TENGO UN SOLO TICKET POR PARTIDO, PERO TÚ NO NECESITAS, IREMOS JUNTOS A GRITAR POR CHILE.

Te extraño.

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EL FÚTBOL DE PANTALÓN LARGO

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