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EDITORIAL ¡POR TU CULPA! Da igual si a las siete de la mañana o las nueve de la no- che: conectas con la mayoría de los canales de noticias tele(abu)sivas o de las emisoras radiofónicas de nuestro país y… más de lo mismo. Básicamente, el mismo guión con los ingredientes de siempre: infortunio, “ la verdad” de moda del momento hasta empacharnos de saber , y, como no, los pormenores y chismes del pique entre dos postu- ras ideológicas que se consideran a sí mismas antagóni- cas e irreconciliables, a lo cual llaman a la ligera política. No, la estructura (des)informativa no cambia. Práctica- mente es la misma película, versión digitalizada, de nues- tros ancestros atrapados en sus batallas -por desgracia, entonces muchas veces entretejida por la sangre derra- mada en las contiendas de acontecimientos reales-. ¿Verdad que ustedes también se cansan de escuchar siempre la misma cantinela? Además, ¿a dónde nos conduce todo esto? Ya se sabe: a la repetición de, más o menos, lo mismo. Mucho antes del descubrimiento del inconsciente el saber popular atinaba cuando decía que quien no conoce su historia está conde- nado a repetirla. Tanto lo concerniente a la historia perso- nal como también a la comunitaria o social. Pero tampoco es suficiente con no ser cortos de memoria. Luego, no lo olvidemos, hay que elaborarla. ¿Cómo si no vamos a lograr superar alguna vez lo que supuestamente nos traumatizó? Es decir, cuando la victoria de uno se asienta sobre la de- rrota del otro el resultado que produce es un reparto no compartido de euforia y pesadumbre, y eso es una mala política. Como también es de pésima educación sumar en vez de restar. Digo: el éxito nunca será tal si su condición es cabalgar a lomos del fracaso del prójimo. “¡Por tu culpa!” es una expresión cotidiana que ilustra, a modo de paradigma, estructuras arcaicas de pensamien- to sustentadas en otras frases igualmente irresponsables tanto en asuntos domésticos como en relaciones más multitudinarias e incluso en el ámbito nacional. Obviamente, esto es lo más parecido al cuento de nunca acabar, ¿se acuerdan de que no tenía fin, y también de que su sentido entraba en el territorio del sinsentido? Claro, así es, aparentemente, más fácil: las cosas no marchan a causa de fulanito o tal o cual. Lo cual significa que más tarde o temprano se convertirá en una fuente de conflictos generadora de sufrimiento. Vuelvo a preguntar: ¿a dónde lleva pensar, y encima creérselo, que mi dolor o sus equi- valentes: frustración, desánimo, fracaso, impotencia…, me lo causas ? Observen que la frase, para expresarlo coloquialmente, ya es rara de por sí. ¿Cómo seguir en la ingenuidad de que si yo no tengo/ puedo, en términos generales, es porque tú me quitas/me fuerzas, y un largo etc. de impertinencias henchidas de celosías y envidias? ¿Hasta cuándo seguir con el victimis- mo y su réplica en forma de (te) arrebato como medida compensatoria? A eso sí podemos llamarle bipolaridad. Resumiendo, con otra sentencia popular, y como conclu- sión: “el que se excusa se acusa”. Palabras, actitudes, en definitiva, para no hacernos cargo de lo que nos sucede. Para no asumir lo que nos pasa o deja de pasar. Sobre todo cuando “eso” se repite en nuestra vida. Resistencias para continuar gobernados por la anarquía de tan nocivo pensamiento primitivo, donde “el mal”, el mal-estar, “las crisis”, etc. vienen siempre de un lugar llamado afuera. Es cierto que la mayor parte de la Historia de la Humanidad se ha escrito echándole las culpas al otro. Sí, una historia de desplazamientos: del Otro de mí, al otro como prójimo. Ese Otro extraño-extranjero de nosotros que acostumbra a ser nuestra propia vida (interior) y que a fuerza de recha- zarla acaba por materializarse en la realidad externa como una molesta amenaza. Agobio en forma de amenaza que proyectamos en el semejante, en el otro, como intruso, como enemigo. Conocemos, desgraciadamente, los resultados de esa ló- gica ignorante de cambiar el mundo sin cambiar ni un ápi- ce de nosotros. Esa lucha infantil y cruenta entre “buenos y malos” en pos de la salvación, de la pureza de sangre, del bien…, de la verdad. Y es que sin una posición ética, la sombra del fanatismo, bajo los más sutiles disfraces, se seguirá cerniendo sobre nosotros. Terminaré con una reflexión del escritor, médico psiquia- tra y psicoanalista Dr. Jaime Szpilka: No imputar al otro ni colocar en el otro la propia escisión subjetiva y el propio dolor de existir. Hacerlo sería al precio de perder nuestra humanidad.

Editorial Nº3

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¡POR TU CULPA!

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Editorial

¡Por tU CUlPa!Da igual si a las siete de la mañana o las nueve de la no-che: conectas con la mayoría de los canales de noticias tele(abu)sivas o de las emisoras radiofónicas de nuestro país y… más de lo mismo. Básicamente, el mismo guión con los ingredientes de siempre: infortunio, “ la verdad” de moda del momento hasta empacharnos de saber, y, como no, los pormenores y chismes del pique entre dos postu-ras ideológicas que se consideran a sí mismas antagóni-cas e irreconciliables, a lo cual llaman a la ligera política.

No, la estructura (des)informativa no cambia. Práctica-mente es la misma película, versión digitalizada, de nues-tros ancestros atrapados en sus batallas -por desgracia, entonces muchas veces entretejida por la sangre derra-mada en las contiendas de acontecimientos reales-.

¿Verdad que ustedes también se cansan de escuchar siempre la misma cantinela?

Además, ¿a dónde nos conduce todo esto? Ya se sabe: a la repetición de, más o menos, lo mismo. Mucho antes del descubrimiento del inconsciente el saber popular atinaba cuando decía que quien no conoce su historia está conde-nado a repetirla. Tanto lo concerniente a la historia perso-nal como también a la comunitaria o social. Pero tampoco es suficiente con no ser cortos de memoria. Luego, no lo olvidemos, hay que elaborarla. ¿Cómo si no vamos a lograr superar alguna vez lo que supuestamente nos traumatizó?

Es decir, cuando la victoria de uno se asienta sobre la de-rrota del otro el resultado que produce es un reparto no compartido de euforia y pesadumbre, y eso es una mala política. Como también es de pésima educación sumar en vez de restar. Digo: el éxito nunca será tal si su condición es cabalgar a lomos del fracaso del prójimo.

“¡Por tu culpa!” es una expresión cotidiana que ilustra, a modo de paradigma, estructuras arcaicas de pensamien-to sustentadas en otras frases igualmente irresponsables

tanto en asuntos domésticos como en relaciones más multitudinarias e incluso en el ámbito nacional.

Obviamente, esto es lo más parecido al cuento de nunca acabar, ¿se acuerdan de que no tenía fin, y también de que su sentido entraba en el territorio del sinsentido? Claro, así es, aparentemente, más fácil: las cosas no marchan a causa de fulanito o tal o cual. Lo cual significa que más tarde o temprano se convertirá en una fuente de conflictos generadora de sufrimiento. Vuelvo a preguntar: ¿a dónde lleva pensar, y encima creérselo, que mi dolor o sus equi-valentes: frustración, desánimo, fracaso, impotencia…, me lo causas tú? Observen que la frase, para expresarlo coloquialmente, ya es rara de por sí.

¿Cómo seguir en la ingenuidad de que si yo no tengo/puedo, en términos generales, es porque tú me quitas/me fuerzas, y un largo etc. de impertinencias henchidas de celosías y envidias? ¿Hasta cuándo seguir con el victimis-mo y su réplica en forma de (te) arrebato como medida compensatoria? A eso sí podemos llamarle bipolaridad.

Resumiendo, con otra sentencia popular, y como conclu-sión: “el que se excusa se acusa”. Palabras, actitudes, en definitiva, para no hacernos cargo de lo que nos sucede. Para no asumir lo que nos pasa o deja de pasar. Sobre todo cuando “eso” se repite en nuestra vida. Resistencias para continuar gobernados por la anarquía de tan nocivo pensamiento primitivo, donde “el mal”, el mal-estar, “las crisis”, etc. vienen siempre de un lugar llamado afuera.

Es cierto que la mayor parte de la Historia de la Humanidad se ha escrito echándole las culpas al otro. Sí, una historia de desplazamientos: del Otro de mí, al otro como prójimo. Ese Otro extraño-extranjero de nosotros que acostumbra a ser nuestra propia vida (interior) y que a fuerza de recha-zarla acaba por materializarse en la realidad externa como una molesta amenaza. Agobio en forma de amenaza que proyectamos en el semejante, en el otro, como intruso, como enemigo.

Conocemos, desgraciadamente, los resultados de esa ló-gica ignorante de cambiar el mundo sin cambiar ni un ápi-ce de nosotros. Esa lucha infantil y cruenta entre “buenos y malos” en pos de la salvación, de la pureza de sangre, del bien…, de la verdad. Y es que sin una posición ética, la sombra del fanatismo, bajo los más sutiles disfraces, se seguirá cerniendo sobre nosotros.

Terminaré con una reflexión del escritor, médico psiquia-tra y psicoanalista Dr. Jaime Szpilka: No imputar al otro ni colocar en el otro la propia escisión subjetiva y el propio dolor de existir. Hacerlo sería al precio de perder nuestra humanidad.