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D D Directores de la colección: Jorge Larrosa (Universidad de Barcelona, España) Carlos Skliar (FLACSO, Área Educación, Buenos, Argentina) Colección Educación: Otros lenguajes

Educación, otros lenguajes

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  • DDDirectores de la coleccin:

    Jorge Larrosa (Universidad de Barcelona, Espaa)

    Carlos Skliar (FLACSO, rea Educacin, Buenos, Argentina)

    Coleccin

    Educacin: Otros lenguajes

  • Edicin: Primera. Abril de 2012 Tirada: 500 ejemplares

    ISBN: 978-84-15295-06-8

    Copyright: 2012, Mio y Dvila srl / 2012, Pedro Mio Cicirello Prohibida su reproduccin total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorizacin expresa de los editores. Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comuni- cacin pblica o transformacin de esta obra solo puede ser realizada con la autorizacin de sus titulares, salvo excepcin prevista por la ley. Dirjase a CEDRO (Centro Espaol de Derechos Reprogrfi cos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra.

    Diseo: Gerardo Mio Composicin: Eduardo Rosende

    Direccin postal: En Argentina: Av. Rivadavia 1977, 5 B (C1033ACC) Buenos Aires, Argentina Tel-fax: (54 11) 3534-6430

    En Espaa: P.I. Camporroso. Montevideo 5, nave 15 (28806) Alcal de Henares, Madrid.

    e-mail produccin: [email protected] e-mail administracin: [email protected] web: www.minoydavila.com

  • El aprendiz eterno

    gFilosofa, educacin y el arte de vivir

    Fernando Brcena

  • Para J. el dueo de mis palabras.

    El que ha aprendido lo sufi ciente no ha aprendido nada.

    ELIAS CANETTI, El suplicio de las moscas, Apuntes, 1942-1993.

  • NDICE

    Algunas citas sobre la educacin y las ganas de vivir. (Para el aprendiz eterno, a modo de prlogo), por Jorge Larrosa ................................................. 7

    Prefacio .......................................................... 33

    Captulo 1. Potica del aprender ............................................. 47

    1. Distancia crtica .............................................. 522. Responsividad ................................................ 563. Ensayo ......................................................... 634. El signo del acontecimiento ............................... 665. El arte de ensear ........................................... 736. Distancia potica ............................................ 807. Educacin como literatura ................................. 93

    Captulo 2. El brillo de las lucirnagas. El saber pedagogista .... 105

    1. Diagnstico de un presente ................................ 1062. Aprendizajes de la experiencia ............................ 112 2.1. El arte de caer en la cuenta ........................... 117 2.2. El arte de viajar ........................................ 119 2.3. El arte de comenzar ................................... 1223. La escritura derrotada ...................................... 1254. El texto aptico .............................................. 1335. Impostura pedaggica ...................................... 141

  • Captulo 3. La voz del tiempo. El tiempo de la transmisin ........ 161

    1. Presencia ...................................................... 1652. Melancola .................................................... 1753. Pasaje .......................................................... 1814. Pacto ........................................................... 1865. Promesa ....................................................... 1926. Herencia ...................................................... 198

    Captulo 4. El canto de Marsias. Aprendizaje trgico de la existencia ..................................................... 201

    1. Experiencia esttica y tragedia ............................ 2042. Oscar Wilde. La belleza que destruye .................... 2133. Michel Foucault. Una esttica de la existencia ......... 2184. Paul Celan. Un aprendizaje potico ...................... 2255. Luc y Jean-Pierre Dardenne. Ejercicios de pensamiento arendtianos ................................................... 230

    Captulo 5. Aprender a despedirse. Una nia se muere .............. 239

    1. Aprender a concluir ......................................... 2442. Ceremonias para una despedida .......................... 2503. Estar a la altura de lo que nos pasa ....................... 258

    Captulo 6. Aprender tu diferencia. La eterna infancia de un nio .. 265

    1. Diario de un aprendiz. Una conversacin con Maximiliano Lpez .......................................... 2662. Una diferencia inquietante ................................. 280

    Post Scriptum. Filosofa: un arte amatorio ............. 305

    Bibliografa ........................................................ 313

  • 7Algunas citas sobre la educacin y las ganas

    de vivir.

    (Para el aprendiz eterno, a modo de prlogo)

    Jorge Larrosa

    Todos nos hemos deshabituado de la vida, to-dos somos ms o menos invlidos. Tan deshabitua-

    dos estamos que a veces casi sentimos repugnan-cia ante la vida verdadera, la vida viva, y por eso

    mismo no toleramos que nos la recuerden.Fiodor Dostoyevski. Memorias del subsuelo.

    Al mismo tiempo un lector que escribe y un escritor que lee, hay que imaginar al aprendiz con algunos de los rasgos de ese Estudiante que dibuj hace ya tiempo y de cuyo retrato transcribir, para comenzar, algunos fragmentos. El primero dice as: Estudiar: algo pasa. Entre leer y escribir algo pasa.1 Hay que imaginar al aprendiz, entonces, leyendo, con un cuaderno abierto y un lpiz en la mano. Dndose a la vez un centro lleno (la pgina en la que lee) y un margen vaco (la pgina en la que escribe). Y hay que imaginarlo tambin, escribiendo, en medio de una mesa llena de libros. Leer y escribir en el mismo gesto: Pasin entre lectura que se hace escritura que se hace lectura que se hace escritura impulsndose la una a la otra apasionndose la una a la otra interminablemente.2 En mi retrato, el lugar del estudio

    1. Larrosa, J. (2003) Estudar/Estudiar. Belo Horizonte: Autntica, p. 4.2. Idem, p. 8.

  • 8es el laberinto, su tiempo el alba, su humor la melancola, su sonido el silencio, y un gesto compuesto por los codos sobre las rodillas, la frente entre las manos y la espalda encorvada. Y desde ah: Escribir sin poder escribir sin saber escribir sin otro fi n que el sin fi n de la escritura que se hace lectura que se hace escritura sin poder sin saber sin otra fi nalidad que escribir sin fi n hacia la lectura la escritura.3

    Pero tambin: aprender y ensear en el mismo gesto. Hay que imaginar al aprendiz subrayando sus libros y tomando sus notas para la clase del da siguiente, o para el curso que est preparando para cualquiera que lo haya invitado. Y hay que ima-ginar su mesa, la mesa del profesor en este caso, con algunos libros y algunos cuadernos. El aprendizaje y la enseanza apasio-nndose mutuamente. Un aprendizaje tan intenso que necesita hacerse enseanza (estallar hacia el otro), y una enseanza tan intensa que necesita convertirse en aprendizaje. Un ritmo, una alternancia, un latido: implosin que se hace explosin que se hace implosin que se hace interminablemente sin otro fin que el sin fin de un aprendizaje que se hace enseanza que se hace aprendizaje.

    Y en el medio, naturalmente, la vida. El aprendiz es un ani-mal que lee y escribe, aprende y ensea, pero tambin sufre, desea, se estremece, tiembla, tose, sonre, llora, se cansa, res-pira, fracasa, se abotona, se aleja, se enamora y, como todos, siente la densidad de su propio cuerpo, el peso de su propio mundo y el aliento de su propia muerte. El aprendiz vive como lee y como escribe, sin por qu, para sentirse viviendo, gozosa y dolorosamente viviendo. Para el aprendiz la vida (que es un oficio, como deca Pavese, y un arte de los encuentros, como deca Vinicious) es inseparable de su oficio (y de su arte) de pa-labras. Al leer y al escribir no se aparta de la vida, no huye de la vida, no se defiende de la vida, sino que la hace ms intensa. Y no puede entender que la enseanza y el aprendizaje no sean constitutivos de un arte de vivir. Adems, a veces, por un ins-

    3. Idem, p. 28.

  • 9tante, siente como si tocara la vida de la vida, lo que podra ser como su entraa, su latido. O quiz su exterior, lo otro de la vida, aquello que no se deja vivir, que no se puede vivir, pero a lo que la vida a veces apunta y seala. Por eso: El estudiante lee para sentirse leer, para sentirse leyendo, para sentirse vivo leyendo. Lee para tocar, por un instante y como una sorpresa, el centro vivo de la vida o su afuera imposible. Y para escribirlo.4 El aprendiz es carne de palabras o palabra encarnada. Ha aprendido con los libros el sentido exacto de sus propias despedidas y ha aprendido en la relacin entre los cuerpos (entre el suyo y el de sus otros) el sentido exacto de la palabra hospitalidad. Por eso, para l, de lo que se trata es de poner las palabras a la altura de su vida, y la vida a la altura de sus palabras.

    Se entender entonces que la escritura del aprendiz est llena de citas o, mejor, habitada de citas. Como una forma de mostrar (de ofrecer) las lecturas que le han hecho escribir, que le han hecho pensar, con las que ha entretejido su vida. El apren-diz escribe citando, incitando y excitando, del mismo modo que ensea recitando y concitando. De ah que: El estudiante asla lo que ha ledo, lo repite, lo rumia, lo copia, lo vara, lo recompone, lo dice y lo contradice, lo roba, lo hace resonar con otras palabras, con otras lecturas. Se va dejando habitar por ello. Le da un espacio entre sus palabras, sus ideas, sus sentimientos: Lo hace parte de s mismo. Se va dejando transformar por ello. Y escribe.5

    Por eso, a modo de prlogo, voy a ofreceros, a ti aprendiz, y a ti lector, una coleccin de citas. Walter Benjamin, como se sabe, gustaba de los coleccionistas e imaginaba un libro hecho enteramente de citas.6 Y nada mejor, me parece, que una serie de fragmentos a propsito de la educacin y las ganas de vivir entre los que mi propia escritura slo hace de engarce. Prime-ro, por la ocasin, porque varias de esas citas las utilic, hace

    4. Idem, p. 80.5. Idem, p. 66.6. Y as, o casi, es El libro de los pasajes (Madrid: Akal, 2005), un rastro

    de su paso por la biblioteca.

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    tiempo, en Porto Alegre, en el cais do porto, junto al Guaba, en un almacn habilitado como sala de conferencias, al mismo tiempo que el aprendiz usaba las suyas en el mismo galpn, apenas separados por unas cortinas, de modo que en el sector que cada uno ocupaba se oa el rumor de fondo de las palabras del otro, durante unos das vividos, gozados y padecidos con tanta intensidad que an hoy su recuerdo nos provoca estreme-cimientos. Y, segundo, por el tema, porque el libro que tienes entre las manos est transido de una extraa mezcla de melan-cola y vitalidad. El aprendiz, como mi estudiante, es un ser eminentemente melanclico. Lo cual lo hace particularmente atractivo en esta poca en la que el optimismo se ha converti-do en mercanca, en espectculo y en ideologa oficial, y en la que la figura del intelectual, del hombre de letras, se ha cons-truido a travs de un encarnizado combate contra la aceda y el humor negro.7 Ms aun, en el campo de la educacin, conver-tido todo l, todas sus facciones, en un gigantesco mercado de futuro en el que la esperanza se ha convertido en el embalaje obligatorio de todo tipo de bagatelas. Sin embargo, esa melan-cola es como el tono fundamental, el bajo continuo, en el que destaca el otro tono dominante de este libro: el amor a la vida. Una forma de vitalidad que tambin es de agradecer en estos tiempos en los que la vida misma apenas se nos da sino como un objeto de consumo.

    Se sabe que la palabra leer, que viene del legere latino, tiene que ver con recolectar. Y todava podemos percibir el parentes-co entre la palabra leccin y las palabras eleccin, seleccin o coleccin. Incluso la palabra elegancia tiene que ver con elegir, con saber elegir. Lo que viene a continuacin no es sino una coleccin resultado de mis lecturas, es decir, de mis elecciones. Y las ofrezco aqu en conmemoracin de aquellos

    7. Para esa cuestin, puede leerse el libro de Wolf Lepenies (2008) Qu es un intelectual europeo? Los intelectuales y la poltica del esp-ritu en la historia europea. Barcelona: Crculo de lectores/Galaxia Gutemberg (edicin original 2007).

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    de Porto Alegre en que nuestras palabras y nuestras vidas estu-vieron mezcladas, y desde una vitalidad de lector y de escritor, de enseante y de aprendiz, tal vez menguada y empaada de tristeza.

    1

    La novela se titula El vino del esto y la escribi Ray Bradbury.8 Estamos en 1928, al principio del verano. Douglas Spaulding tiene doce aos y est comenzando sus vacaciones en un pueblo del sur de los Estados Unidos. Un da, saca una libreta y un lpiz y decide ir anotando las cosas que pasan. Para ello, va a dividir el verano (y el cuaderno) en dos partes. La primera parte la titula ritos y ceremonias y va a incluir lo que se repite: hacer vino, comprar zapatos nuevos, baarse en el lago, recoger fru-tas silvestres. Todos los veranos lo mismo. La segunda, titulada descubrimientos y revelaciones, va a contener las cosas que se hacen o se piensan por primera vez, como el haberse dado cuenta de que el abuelo y el padre quiz no lo saben todo. La paliza del padre del 24 de junio es, desde luego, una ceremonia, pero el pensar sobre eso da una revelacin: que los mayores y los chicos siempre pelean porque son de razas distintas y las pa-ralelas nunca se encuentran. Todos los veranos hay una primera paliza: eso se repite, como un rito. Pero pensar en ello ofrece siempre un descubrimiento. Lo nuevo no es lo que pasa, sino la experiencia de lo que nos pasa. Siempre, naturalmente, que nos apliquemos a ello, que pensemos en ello, que estemos atentos. Haces algo viejo y familiar, como embotellar vino, y lo pones bajo ritos y ceremonias. Y luego piensas, y pones lo que piensas, aunque sea una locura, bajo descubrimientos y revelaciones. Mira lo que puse del vino: cada vez que lo embotellas guardas un buen pedazo de 1928. Qu te parece Tom?.9

    8. Bradbury, R. (1996) El vino del esto. Barcelona: Minotauro (edicin original de 1946).

    9. Idem, p. 30.

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    Unos das antes, Douglas haba estado recogiendo fresas con su padre y con Tom, su hermano pequeo. Tom es aficionado a hacer cuentas de todo: en diez aos se haba cepillado los dientes seis mil veces, se haba lavado las manos quince mil, haba comi-do seiscientos melocotones y ochocientas manzanas, haba visto cuarenta y cinco pelculas de Tom Mix. Tras hacer una parada para comer algo, Douglas y Tom se pelearon y rodaron por el suelo. Douglas sinti el corazn agitado, la respiracin jadeante, la sangre y la tierra en la boca. Y, de pronto, la sensacin abrupta, intensa y simultnea de su cuerpo y del mundo, de su cuerpo en el mundo y del mundo en su cuerpo: la sensacin de estar vivo. Estoy realmente vivo!, pens. Nunca lo supe, y si lo supe no lo recuerdo! Pinsalo, pinsalo! Doce aos y ahora lo descubro! () Tom saben todos en el mundo que estn vivos?.10

    Dnde debera anotar Douglas ese estoy vivo? l no tiene ninguna duda: lo anota en los descubrimientos. Su hermano le dice que eso es viejo, que eso ya lo saba, que todo el mundo lo sabe. Y Douglas responde: Pensarlo, notarlo, eso es nuevo. Uno hace cosas sin pensar. De pronto miras y ves qu ests haciendo, y es la primera vez, realmente.11 Todos sabemos que estamos vivos, pero se trata de un saber sin pensar, slo a veces lo notamos, nos damos cuenta, slo a veces tenemos la experiencia del vivir. Y entonces es la extraeza de estar vivos: un acontecimiento, una revelacin, una sorpresa. Y ser a partir de ah, a partir de ese primer gesto de tomar posesin de su vida, de ese primer acontecimiento de sentirla y de sentirse presente en ella, que Douglas vivir, en primera persona, todos los acontecimientos del verano.

    2

    La educacin es una relacin con la infancia. No con los ni-os, sino con la infancia. El hecho de que la educacin tenga

    10. Idem, p. 15.11. Idem, p. 30.

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    que ver con nios, con jvenes o con adultos no tiene aqu la menor importancia. Pero qu es la infancia? Podramos decir, con Hannah Arendt, que la infancia es lo que nace. Al relacionar la educacin con la natalidad, con el hecho de que hayan nacido seres humanos en el mundo,12 Hannah Arendt descubre algo que todos sabamos pero de lo que quiz no nos habamos dado cuenta: que los seres humanos nacen, que llegan al mundo por nacimiento. Y nos invita a pensar en ello.13

    El nacimiento est colocado bajo el signo del inicio: el nue-vo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo slo porque el recin llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo14 o, en otro lugar, los hombres, aunque han de morir, no han naci-do para eso sino para comenzar.15 Por eso, los que nacen son los nuevos. Por eso, la infancia es la posibilidad de lo nuevo. Por eso la educacin es la relacin con los que nacen, con la novedad, con las vidas nuevas y con las nuevas vidas. Por eso la educacin tiene que ver con la manera como recibimos a los nuevos y a la novedad que traen consigo. Por eso la educacin es una rela-cin entre generaciones, entre los viejos y los nuevos, entre los que ya estamos en el mundo y los que vienen al mundo, entre nuestra mortalidad y su nacimiento.

    Por eso, la vocacin pedaggica (no el trabajo pedaggico sino la vocacin pedaggica, si es que la palabra vocacin puede an mantenerse) supone un doble compromiso. En pri-mer lugar, un compromiso con las vidas que nacen, con unas vidas que muchas veces estn condenadas a malograrse. Por-que, se diga lo que se diga, el infanticidio contina y Juan de

    12. Hannah Arendt, La crisis de la educacin, en Entre el pasado y el fututo. Barcelona: Pennsula, 1996 (edicin original de 1954), p. 186.

    13. Pensar en ello es lo que hace Fernando Brcena en Hannah Arendt. Una fi losofa de la natalidad. Barcelona: Herder, 2006.

    14. Hannah Arendt (1993), La condicin humana. Barcelona: Paids (edi-cin original de 1958), p. 23.

    15. Idem, p. 265.

  • 14

    Mairena continuara pensando que el mayor pedagogo todava hoy sigue llamndose Herodes. Y supone, en segundo lugar, un compromiso con el mundo y con el lenguaje, con un mundo y con un lenguaje que estn deteriorndose a toda velocidad. Venir al mundo es inseparable de venir al lenguaje. El mundo y el lenguaje constituyen lo nico que los seres humanos tene-mos en comn (aunque no nos gusten, aunque estn divididos y repartidos). Nosotros, los viejos, somos los que ya estamos en el mundo y ya estamos en el lenguaje. Y, por tanto, los que tenemos que entregar el mundo y el lenguaje a los nuevos, a los que llegan. Y nos gustara entregar un mundo y un lenguaje en los que la vida sea posible y en los que valga la pena vivir.

    Por eso hay un doble amor implicado en toda transmisin educativa, el amor al mundo (y al lenguaje) y el amor a los que nacen. La cita, tambin de Hannah Arendt, una cita en la que la palabra mundo puede sustituirse sin violencia por la palabra lenguaje, dice as: la educacin es el punto en el que deci-dimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una res-ponsabilidad por l y as salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovacin, de no ser por la llegada de los nuevos y los jvenes, sera inevitable. Tambin por la educacin decidimos si amamos a nues-tros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportu-nidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo comn.16

    3 Hay un gnero literario que tal vez nos pueda decir algo

    a propsito de esa relacin entre los viejos y los nuevos que constituye la educacin: las palabras que dicen los padres a los hijos cuando stos se van de casa. La novela de formacin con-tiene algunos ejemplos maravillosos de esos discursos de des-pedida pronunciados en el instante mismo en el que los jve-

    16. Hannah Arendt (1954), Entre el pasado y el futuro, ob. cit., p. 208.

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    nes empiezan a vivir su propia vida. Y es interesante constatar que esos discursos se van haciendo cada vez ms menesterosos, ms vacos, ms dbiles como si ya no supiramos muy bien qu decir y cmo decirlo. Qu podramos decirles acerca del mundo, si el que ellos van a vivir no ser el nuestro, y si ni si-quiera al nuestro lo entendemos? Cmo dirigirnos a los que empiezan a vivir si nuestra vida est constituida por rutinas, por pactos, por resignaciones, por sumisiones, por derrotas si nosotros mismos nos hemos deshabituado de la vida y somos cada vez ms invlidos?

    Quisiera contaros, poder contaros. Pero, en realidad, qu se yo? Vuestro reino es vuestro tiempo, solo vuestro. Vais a reinar un tiempo en el que nunca ha reinado nadie. Un tiempo muy di-fcil, porque es nuevo. Nadie lo ha vivido nunca. Y, sin embargo, no debis alarmaros en exceso: ms o menos es lo que nos est pasando, lo que nos ha pasado a todos. Incluso ahora, despus de tantos aos, cada maana, al despertar, muchos an repeti-mos ese gesto de tomar posesin de nuestro tiempo, cambiando en algo sus leyes, redibujando sus fronteras y nos decimos que en adelante nunca ms, o que hoy s, que fi nalmente ser hoy el da en que s, que de hoy no pasa. En alguna medida, no importa tanto que al fi nal las horas acaben por ordenarse casi como siempre. Es lo malo que tienen las usuras, las inercias, las deudas que acarrean los tiempos que ya estn muy usados. Lo que s importa es que siga vivo el gesto nos decimos por aden-tro, casi como alguien que resucita. Vamos a vivir el da de hoy vivos, por cuenta propia.17

    La apuesta es esa: que los que nacen tomen posesin de su vida, de su tiempo, del tiempo de su vida, que alcancen a vivir su vida vivos, por cuenta propia. Algo de lo que nosotros, que no somos capaces siquiera de renacer, slo podemos conser-

    17. Miguel Morey, Carta a una princesa, en Pequeas doctrinas de la soledad. Mxico: Sexto Piso, 2007 (la carta fue publicada original-mente en 2000), pp. 431-432.

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    var y quiz transmitir el gesto. El imperativo es no delegar la vida, no entregar la experiencia. Y para ello lo nico que se precisa es una actitud (estar atento, ser prudente, no tener mie-do) y, sobre todo, una determinada relacin con el mundo y con el lenguaje.

    Lo que se transmite no es el mundo. Cmo podramos darlo si no es nuestro, si nos sentimos extraos en l, si no hemos sido capaces de convertirlo en nuestra casa, si cada vez nos es ms ajeno y ms incomprensible? Lo que se transmite es, ms bien, una relacin con el mundo. Pero no se trata, en absoluto, de una relacin que consista en conocer y transformar el mundo, una relacin en la que se juega el saber y el poder, una relacin que abre y constituye todo tipo de posiciones, de oposiciones y de imposiciones, sino que se trata de algo que para Miguel Morey es asunto del corazn y tiene que ver con algo as como sentir el peso de lo que pasa y de lo que nos pasa: no volverse ciego, sordo y mudo ante el peso del mundo.

    Adems, esa relacin con el mundo es inseparable de una relacin con el lenguaje: nadie puede ponerse a salvo del modo como el lenguaje nos dibuja los contornos de todo aquello de lo que podemos tener experiencia. Vivimos segn el lenguaje que tenemos a nuestra disposicin. Nuestra vida es slo tiempo cabalgado por un lenguaje. Es el lenguaje el que nos abre la experiencia de tener ex-periencia. Prostituir el odo es delegar por cuenta ajena toda nues-tra experiencia del mundo, fi rmar la ms negra esclavitud, lo ms parecido a un suicidio.18

    Prostituir el odo es plegar la experiencia del mundo a lo que el lenguaje tiene tambin de brutalidad y de estupidez, a ese lenguaje que nos da todo ya nombrado, conocido, reducido a la medida de nuestro saber, de nuestro poder y de nuestra vo-luntad. Y afinar el odo sera, por el contrario, experimentar el mundo atendiendo a lo que en el lenguaje hay de potico, a lo que nos da el mundo en su incomprensibilidad, es decir, en su alteridad y en su diferencia. Por eso, todo es cuestin de cora-

    18. Idem, pp. 432-433.

  • 17

    zn (para sentir y encarar el peso del mundo) y de palabra (para verlo, para orlo y para nombrarlo): para los hombres, la digni-dad del vivir siempre ha consistido en apostar por una experiencia del mundo en la que se acompasen el corazn y la palabra.19

    4

    Hace ya bastantes siglos, un grandsimo poeta japons, Bashoo, recibi a su discpulo Kikaku, quien le dio a leer un haik que aca-baba de componer. El poema deca as:

    Liblulas rojasQutales las alasSern granos de mostaza.El maestro ley el poema y replic: No. De este modo has matado

    a la liblula. Di ms bien:Granos de mostazaAdeles las alasY sern liblulas.Que qu quiero decir con todo esto? Casi os dira que ni yo mismo

    lo s, a ciencia cierta. Tal vez pretenda tan slo mostraros el poder de la palabra: deciros que slo ella nos permite ponernos a salvo de la brutalidad y la estupidez; que slo gracias a ella podemos encarar el peso del mundo recordando que el corazn existe; que es ella sola-mente la que nos seala lo que de nuevo trae el nuevo da.20

    Tal vez se trate de eso. Hay formas de educacin, de rela-cin con la infancia, que disminuyen la vida, que la empeque-ecen, que la desvitalizan, que convierten las liblulas en gra-nos de mostaza.21 Y hay formas de educacin, de relacin con lo que nace, con lo que empieza a vivir, que aumentan la vida, que la potencian y la intensifican, que le aaden alas. Tal vez la

    19. Idem, p. 435.20. Idem, pp. 434-435.21. Ver Jorge Larrosa, Educacin y empequeecimiento, en Entre las

    lenguas. Lenguaje y educacin despus de Babel. Barcelona: Laertes, 2003.

  • 18

    educacin tenga que ver con darle vida a la vida o, lo que es lo mismo, con dar ganas de vivir. Y dar ganas de vivir significa, tambin, dar ganas de leer, de pensar, de sentir, de conversar, de amar, de experimentar, de hacer cosas. Dar ganas de estar a la altura del don o del regalo de la vida, ese don que Douglas Spaulding sinti un da como la extraeza del estar vivo. Dar ganas de buscar eso del sentimiento de estar vivos, eso del vivir por cuenta propia, eso de la dignidad del vivir.

    5

    La capacidad que los seres humanos tienen de dar vida puede llamarse fecundidad. Los hombres nacen y mueren, pero tam-bin dan vida, son fecundos. Y quiz sea Emmanuel Levinas uno de los que mejor ha reflexionado sobre la fecundidad. La cita es la siguiente: un ser capaz de otro destino que el suyo es un ser fecundo.22 Y podramos aadir: una vida capaz de otra vida que la suya es una vida fecunda; un tiempo capaz de otro tiempo que el suyo es un tiempo fecundo; una palabra capaz de otra pala-bra que la suya es una palabra fecunda; un pensamiento capaz de otro pensamiento que el suyo es un pensamiento fecundo. Y si la educacin, entonces, tuviera que ver con darle vida a la vida, o con darle a la vida una vida otra con darle tiempo al tiempo, o con darle al tiempo un tiempo otro con darle pala-bra a la palabra, o con darle a la palabra una palabra otra con darle pensamiento al pensamiento, o con darle al pensamiento un pensamiento otro? Y otro significa que no es el nuestro, ni la repeticin del nuestro, ni la continuacin del nuestro es decir, una vida que nosotros no podremos vivir, un tiempo en el que no estaremos presentes, una palabra que no comprende-remos, un pensamiento que no podremos pensar.23

    22. Levinas, E. (1977) Totalidad e infi nito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca: Sgueme (edicin original de 1971), p. 289.

    23. Ver Jorge Larrosa, Uno ms uno igual a otro. Meditaciones sobre la fecundidad en Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados. N 5.

  • 19

    6

    Roberto Bolao, sabindose herido de muerte, dedic dos poemas a su hijo Lautaro en los que resuena ese doble amor del que hablaba Hannah Arendt, transfigurado aqu en una doble entrega. Como si la educacin consistiera en entregar el mun-do (la parte ms noble y generosa del mundo) a nuestros hijos, pidindoles que le presten atencin y en entregar a nuestros hijos al mundo, pidindole que los acoja y los cuide. El primer poema, titulado Lee a los viejos poetas, dice as: Lee a los viejos poetas, hijo mo / y no te arrepentirs. / Entre las telaraas y las maderas podridas / de barcos varados en el Purgatorio / all estn ellos / cantando! / ridculos y heroicos! / Los viejos poetas. / Palpitantes en sus ofrendas / Nmades abiertos en canal y ofrecidos / a la Nada / (pero ellos no viven en la Nada / sino en los sueos) / Lee a los viejos poetas / y cuida sus libros. / Es uno de los pocos consejos / que te puede dar tu padre.

    El segundo se titula Biblioteca y dice lo siguiente: Libros que compro / Entre las extraas lluvias / Y el calor / De 1992 / Y que ya he ledo / O que nunca leer / Libros para que lea mi hijo / La biblioteca de Lautaro / Que deber resistir / Otras lluvias / Y otros calores infernales / As pues, la consigna es sta: / Resistid queridos libritos /Atravesad los das como caballeros medievales / Y cuidad de mi hijo / En los aos venideros.24

    7

    Amalfitano es un profesor de literatura que Bolao nos muestra en Santa Teresa (la ciudad de los asesinatos de muje-

    Caracas (Venezuela), 1998. Tambin Dar la palabra. Notas para una dialgica de la transmisin, en J. Larrosa y C. Skliar (Eds.), Habi-tantes de Babel. Polticas y poticas de la diferencia. Barcelona: Laertes, 2000.

    24. Bolao, R. (2007) La Universidad Desconocida. Barcelona: Anagrama, pp. 434-435.

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    res, la Ciudad Jurez recreada en la novela 2666) recin llega-do de la Universidad de Barcelona de la que haba sido expul-sado, o haba tenido que marcharse por razones oscuras, que sin embargo se adivinan completamente banales: la estupidez, la mercantilizacin y la hipocresa de una institucin cada vez ms inhabitable. Entre los papeles pstumos de Bolao, en su ordenador, se encontr la pgina que cito y que resuena ex-traamente con los dos poemas para Lautaro y tambin, me parece, con la liblula de Basho: Y qu fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfi tano? Aprendieron a recitar en voz alta. Me-morizaron los dos o tres poemas que ms amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto. Que lo ms importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca. Que al cabo de las lecturas los escritores salan del alma de las piedras, que era donde vivan despus de muertos, y se instalaban en el alma de los lectores como en una prisin mullida, pero que despus esa prisin se ensanchaba o explotaba (). Que la principal enseanza de la literatura era la valenta, una valenta rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valenta semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era ms c-modo leer que escribir. Que leyendo se aprenda a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.25

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    Habra que pensar tambin en el carcter a la vez hostil y hospitalario del mundo (y del lenguaje) en el que se nace o, di-cho ms radicalmente, en la promesa de vida y, al mismo tiempo, en la amenaza de muerte (fsica o espiritual) que pende sobre cualquier recin nacido. O, si se quiere, pensar que junto a cada nacimiento est la sombra de Herodes. La cita es de Peter Han-dke, una anotacin hecha tras visitar, de la mano de su hija, un

    25. Bolao, R. (2011) Los sinsabores del verdadero polica. Barcelona: Anagrama, p. 146.