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EEMF011 Clark Carrados - El Negro Espacio Silencioso

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El negro espacio silencioso

Coleccin "Espacio. El mundo futuro", n 11

Ed. Toray. 1964

En la eterna noche sideral vagamos.

Oh, el negro espacio silencioso!

El Sol, la luna, las estrellas y los distantes planetas

de que Dios habl a sus profetas.

Oh, el negro espacio silencioso!

Sobre la luz, audaces, cabalgamos.

Mientras que el espritu se aferra a nuestra vieja, amada

y detestada tierra,

el negro espacio recorrer ansiamos.

En la eterna noche sideral vagamos.

De planeta a galaxia; de asteroide a satlite; de satlite a la tierra,

sobre la luz, audaces, cabalgamos.

Y cuando de nuestro viejo,

amado y detestado mundo nos hastiamos, volvemos, con paso cadencioso,

al negro espacio silencioso.

Del Poema de las estrellas, de Ernie Heaviside.

CAPTULO PRIMERO

- Oiga, oiga! E.S. 3, conteste. Conteste, E.S. 3.

- Estacin sideral nmero tres contesta. Qu tripa se os ha roto por ah abajo?

- Acaba de salir el "Expreso de las Estrellas". A las 8'55 horas.

- Est bien. Dame la nota del pasaje y la carga.

- Ah va. Seis turistas para Luna, clase preferente. Tres oficiales y un sargento. Un especialista en transmisiones, con esposa y dos hijos. Total, catorce personas.

- Y la carga?

- Apunta. Me oyes bien?

- Tengo unos tmpanos reforzados con triplstico, ltimo modelo. Contina, calamidad.

- Si estuvieses aqu, te iba a decir cuatro cosas en esos tmpanos de triplstico. Contino. Doce motores de oruga explanadora. Cien balones de agua comprimida. otros tantos de oxigeno. Tabaco, licor y perfumes en las dosis acostumbradas.

- Enterado. Tomo nota.

- El "Expreso de las Estrellas" te llegar a las 9'20. Comuncame el contacto.

- Enterado. Corto.

El hombre que haba recibido en la Estacin Sideral nmero tres el mensaje de la Tierra, cort el contacto con sta. Se dirigi al otro funcionario que estaba a su lado:

- Oye, Arthur, cmo va el cohete de Jpiter? El interpelado mir la pantalla registradora y, tras escribir a su lado unas cifras en un bloc de papel, se levant, y se fue hacia una calculadora situada al lado del muro vtreo. Tom una cartulina, que introdujo en la ranura perforadora, pulsando a continuacin una serie de teclas blancas y rojas. Luego, aguard un instante, chupando indiferentemente de la colilla que le penda de una comisura de los labios.

Ces el zumbido del cerebro electrnico, y al cabo de veinte segundos y por otra ranura situada al lado sali la tarjeta, con una serie de cifras marcadas a presin, la tom el auxiliar y se dirigi a la mesa de control.

- Treinta minutos, Mark.

- Est bien. Tendremos que decirle que se retrase un poco.

Manej los controles, hasta que la imagen de una espacionave apareci en la pantalla visora. Satisfecho de ello, movi otro botn, y una pantalla adyacente se ilumin.

Primero fueron unas rayas multicolores las que vagaron de arriba abajo, hasta esfumarse en un rectngulo blanco, que luego desapareci para dar paso al rostro de un hombre sentado ante otra mesa de control muy parecida a aquella en que el llamado Mark estaba manipulando.

- Qu ocurre? -pregunt el piloto espacial.

- Tienes que reducir marcha, Knowles.

- Maldita sea! -la exclamacin son perfectamente-. Por qu?

- No puedes coincidir con el "Expreso de las Estrellas". Quita un tercio de energa.

- Un tercio de energa, un tercio de energa -refunfu Knowles-. Y a m me quitarn un tercio de la paga, si lo que traigo no llega a la hora marcada. Qu hacen esos gaznpiros de la Tierra que no saben combinar un horario?

- La culpa no es ma, comprndelo, Knowles. Has registrado la conversacin?

- Naturalmente. O, es que te crees que me olvido del reglamento?

- Eso te servir de justificante, y no habr ningn descuento. Haz lo que te he dicho, y cuando tengas la estacin libre, ya te llamar.

A muchos millares de kilmetros de all, volaba el espacio cohete que regresaba, de Jpiter, tras un largo viaje, en uno de sus rutinarios vuelos mixtos de carga y pasaje.

Knowles, su primer piloto, orden:

- Teeny, saca fuera los tubos de disminuir la velocidad nmeros dos y cuatro.

- Tubos nmeros dos y cuatro -y el maquinista maniobr los correspondientes controles, haciendo girar ruedecillas, pulsando palancas diminutas y oprimiendo botones, consultando cuidadosamente los aparatos de registro, llamando cuando todo estuvo dispuesto-: Tubos deceleradores dos y cuatro, fuera.

Si la nave que regresaba a la Tierra hubiera llevado otra a su costado, navegando ambas en la misma direccin, los que viajaran en sta hubieran podido ver asomar por los costados de la primera, sendos tubos cuyas bocas estaban orientadas en sentido inverso a la marcha. El capitn tom el micrfono, conectndolo con la lnea general y la red de altavoces difundi sus rdenes:

- Atencin, atencin! Capitn de "Estrella de Jpiter" a pasaje y tripulacin. Atencin todos. Vamos a perder velocidad. Sujtense en sus respectivas literas e inviertan el sentido de stas. Concedo dos minutos. La luz roja en el cuadro de seales de cada litera sealar el principio de la deceleracin.

Repiti el capitn la orden y dispar el cronmetro, clavando sus ojos en l. Con la mano derecha, mecnicamente, sin mirar, desconect el sistema general de comunicacin, dejando nicamente la lnea de la sala de mquinas.

La aguja del cronmetro continuaba su giro velozmente.

Faltaban solamente quince segundos cuando el capitn Knowles anunci:

- Estate preparado, Teeny.

El primer maquinista estaba echado en su litera, teniendo los controles de energa al alcance de la mano. Un sencillo cuadro giratorio de instrumentos con varias palancas de puo esfrico, encima de cada una de las cuales habla un circulo graduado.

- Un tercio de marcha, Teeny.

- Un tercio de marcha, capitn.

- Listo? .. Ahora!

El primer maquinista ech con mucha suavidad, hacia adelante, las palancas en cuyos negros puos estaban los nmeros dos y cuatro. Por las bocas de los tubos comenzaron a salir incandescentes chorros de llamas, al propio tiempo que los pasajeros de la nave sentan en sus pechos la opresin caracterstica de la deceleracin.

Continuaron avanzando las palancas. Las llamas dejaron de salir con timidez, extendiendo todava ms su blanco anaranjado fulgor, en tanto que una leve trepidacin acometa al aparato, trepidacin que ces cuando el "Estrella de Jpiter" hubo alcanzado la velocidad deseada.

- Pueden soltarse las ligaduras de seguridad -orden Knowles.

Entretanto, a muchos kilmetros de distancia, continuaban en la E.S. 3. las operaciones preliminares para recibir a la astronave anunciada. Pero las pantallas detectoras no registraron la aproximacin de otro ingenio similar que se acercaba velozmente, devorando las distancias, y cuya trayectoria no estaba controlada.

No obstante, Mark Shannon, el oficial de servicio, tena sus cinco sentidos puestos en el "Expreso de las Estrellas", cuya llegada era ya inminente. Conect el micrfono, y llam a todas las dependencias de la estacin, con una ligera inclinacin hacia adelante:

- Todo el mundo preparado en sus sitios. Quedan diez minutos de tiempo -. Luego se dirigi hacia el piloto del aparato que aguardaban-: E.S. 3 llama a A.N. 22 L. 105.

- A.N. 22 L. 105, por mal nombre "Expreso de las Estrellas" te contesta. Ya s lo que me vas a preguntar y por eso me anticipo con la respuesta. Estoy decelerando, Velocidad, 9. Presin en toberas, 33.

- Muy bien, Sheats. Es lo mismo que te hubiera indicado yo. Contina as durante cinco minutos ms. E-x-a-c-t-o-s -deletre Shannon cuidadosamente, y luego canturre al desgaire -: "Sobre la luz, audaces, cabalgamos ... "

- "Oh, el negro espacio silencioso!" -le respondi Sheats en el mismo descuidado tono-. Estn ya preparados todos los servicios?

- Judah, el "barman", est afilando ya las uas para desnudar a esos infelices turistas.

- Especialidad de la Estacin Sideral nmero tres. El cctel estelar. Lo que prefieren los astros de la espaciopantalla. Dile que me prepare uno. No! No protestes. Que me ponga seis gotas de antigravedad.

- Lo tomaremos juntos -concedi sonriente Mark, echando una apacible mirada a sus pies, en la plataforma donde estaban instalados todos los servicios accesorios del escaln entre la Tierra y el infinito. Control de pasajes, sanidad, para una nueva revisin mdica y devolucin al planeta de quienes no hubieran resistido satisfactoriamente la aceleracin, as como primeros auxilios en caso de accidente; bar y restaurante, y un pequeo almacn, donde se guardaban mercaderas que deban ser remitidas a otro cuerpo celeste y, que por su relativa pequeez estaban excusadas de completar viaje a la Tierra. Y no se necesitaba ms. Salvo las habitaciones destinadas al personal de servicio en la estacin no haba nada ms.

- "... amada y detestada Tierra" -continu en voz baja Shannon, mirndole, enorme, blanca, limpia como en su noche de bodas, girando incansablemente con la fuerza del Divino Motor.

Los diez minutos que faltaban fueron devorados rpidamente por la aguja del reloj. El "Expreso de las Estrellas" se acost al lado de la plataforma y un transparente tnel estanco se adopt a uno de sus costados. Inmediatamente se abri la portezuela y un chorro de excitadas personas ech a andar a toda prisa hacia el interior. Shannon sonri al pensar en las mismas exclamaciones, sobre todo de los turistas, siempre iguales, siempre las mismas, para los que el encontrarse a quince, veinte mil kilmetros de distancia del planeta era una indudable novedad.

Despacharon pronto. Dese un feliz viaje a Sheats y luego volvi a la monotona del trabajo. Tena que llamar a Knowles. Ahora ya estaba libre la estacin.

Una ahogada exclamacin de su segundo le hizo arrojar la cerilla recin encendida: Qu ocurre, Arthur?

- Mira la pantalla, Mark. Ves lo mismo que yo?

- Es extrao. No tenemos anunciada ninguna espacionave para esta hora. Cmo no la viste antes?

- Es que crees que estoy ciego, Mark? Estoy seguro de que ha usado el neutralizador de radares. No he separado mis ojos de la pantalla y no haba antes ms que la "Estrella de Jpiter".

- Llmala. Esto me escama.

- Temes algo? - inquiri Arthur, manejando botones y controles.

- No estoy muy tranquilo, chico. En mi ltimo viaje a la Tierra corran unos rumores muy extraos, pero no pasaban de ser eso: rumores.

- Sobre qu? -pero Arthur no lo lleg a saber, porque en aquel momento reson el altavoz, lo que le hizo respingar en su asiento.

- Atencin E. S. 3, atencin! Habla la espacionave Part. 1562 F 291. Atencin! Me oyen?

- Perfectamente. Qu le pasa?

- Tenemos avera. Uno de nuestros tubos impulsores ha reventado. Nos ha matado dos hombres y herido gravemente a tres ms que necesitan urgente auxilio mdico.

- Graves? -la pregunta ere tonta. Si no lo estaban, para qu se iban a. molestar en llamar?

- Todos fuertemente quemados y radiactivados. Les hemos aplicado los primeros auxilios, pero nuestros remedios de a bordo son insuficientes,

Shannon reneg contra los particulares que tenan naves espaciales y que se dedicaban al transporte tipo "tramp", admitiendo carga para un planeta, descargando y admitiendo otra nueva para el siguiente astro. Con tal de ganar un dlar ms, por llevar un kilo ms de carga, descuidaban muchas cosas de las que exiga el reglamento de la navegacin interplanetaria. Todos sus patrones dominados por la codicia, y todos del mismo molde. Avariciosos, no les importaba poner en riesgo la vida de sus tripulantes. El seguro lo cubra todo.

-Est bien. Dnse prisa. Ahora dispondr todo para la asistencia mdica. Tendrn que dejar los heridos aqu y el "Estrella de Jpiter" se los llevar. La avera que se la reparen en la Tierra. Con un tubo menos se puede llegar planeando.

- Pero me costar mucho el pasaje de mis tres hombres.

- Haga lo que le digo o no le doy permiso para ponerse en contacto con la estacin. Tengo el tiempo medido, comprndalo -la voz de Shannon era spera, a lo que el otro pareci resignarse.

- Cochino Shyllock! -murmur Mark.

- Est bien. Me dispongo al contacto.

En aquel momento, la espacionave averiada apareca ya a simple vista, tambalendose ligeramente. Mark dio las instrucciones oportunas y la sirena de alarma aull, haciendo correr a los mdicos, en tanto que Judah, abandonando sus botellas, se enfundaba en una bata blanca. Los encargados del almacn le imitaron. All un hombre tena tres o cuatro empleos distintos, y stos corrieron con las camillas, aguardando el momento en que el tnel estanco se adosara a la pared de la nave.

Mark se levant cuando empezaron a salir los primeros tripulantes de sta. Los sanitarios corrieron con tres hombres tendidos hacia el puesto de socorro, en el cual el mdico ya estaba dando sus ltimos toques a los instrumentos. Luego se acerc al micrfono:

- El capitn de la nave que se pase por el puesto de control, para rendir informe y enviarlo a la Tierra por fotostato. Urgente -le acuci, y apenas haban resonado sus palabras, cuando dos hombres, uno de ellos con una cartera de negocios en la mano

salieron del aparato, corriendo velozmente hacia la puerta del piso inferior, de la que arrancaba la semicircular y estilizada escalera que comunicaba con el lugar en que se encontraba Mark.

Aparecieron los dos en la puerta y aqul se dirigi a su encuentro. Pero apenas haba dado un paso, cuando se detuvo como si le hubieran salido imanes en las suelas de los zapatos.

- Qu rayos...? -empez a murmurar al ver que en las manos de los recin llegados aparecan dos pistolas. De plvora, anticuadas, pero que no influenciaran los detectores de radiactividad.

- No se mueva! -le ordenaron perentoriamente, en vista de lo cual Shannon alz las manos con resignacin. El otro asaltante corri hacia su ayudante y le apart, sin ninguna ceremonia, de la mesa de control, echndolo a un lado, junto con su jefe.

- Viglalos bien, Buzz, y si mueven una pestaa, no vaciles en agujerearlos.

- Nada me causara mayor placer que emplear una de estas viejas armas de museo - sonri cruelmente el bandido-. Apartaos a un lado!

Mark y Arthur le obedecieron, en tanto que, impotentes, contemplaban cmo el capitn de la nave acabada de llegar se diriga hacia el registro de viajes.

La examin cuidadosamente, haciendo girar el botn que proyectaba sobre el blanco cuadrado las anotaciones hechas por el oficial de servicio, hasta que, con un gruido con el que quera expresar su satisfaccin, se detuvo. Y en el mismo momento, cuando estuvo convencido de que haba hallado lo que deseaba, llam a sus hombres por el intercomunicador, tras conectarlo, expertamente, a la red general:

- Habla el capitn Kramm! Operen segn plan previsto.

Apenas haban resonado estas palabras, cuando un chorro de hombres sali del vientre de la astronave, todos ellos armados con rifles, dirigindose con precisin mecnica a ocupar los puestos de la estacin. En el mismo momento, el hombre que estaba a punto de ser desnudado en la mesa de operaciones, se incorporaba y derribaba de un puetazo al mdico, dejndolo sentado en el suelo, completamente estupefacto.

- Qu...? -pero el "barman" no pudo protestar del todo. Los hombres que aguardaban su turno en las camillas echaron a un lado las sbanas y en sus manos aparecieron sendas pistolas, cuyas bocas le miraban, as como a sus compaeros, con muy poca simpata.

Silenciosa. y simultneamente alzaron todos las manos. Los empujaron sin ninguna cortesa hacia un rincn, donde quedaron custodiados por dos de ellos, en tanto que el que haba golpeado al doctor, pistola en mano, echaba a correr.

Shannon vio gran parte de la operacin. A excepcin de los dormitorios y los cuartos de aseo, la mayora de las instalaciones eran completamente transparentes y desde el puesto de mando se divisaba fcilmente todo. Lo nico que estaba fuertemente protegido era la central atmica que proporcionaba la energa a la estacin, pero nunca haba nadie all. Su funcionamiento era automtico. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por un empujn,

- Sintese en su sitio! -le ordenaron, al mismo tiempo que senta en sus espaldas, incrustndosele, el can de la pistola.

Obedeci, crispando los puos. Como buen irlands, amaba la lucha, pero no el suicidio. Y resistirse en aquellas condiciones era optar a un definitivo viaje a la Tierra, del que ya no regresara jams.

- Qu desea? - murmur roncamente.

- El "Estrella de Jpiter" va a llegar. Recbalo como si no hubiera ocurrido nada.

- No podr detenerse aqu. Est su aparato.

- No se preocupe por eso -y el jefe de los asaltantes movi ampliamente su mano, con lo que la astronave se apart de la estacin, tras retirarse el tnel de comunicacin. Se perdi a lo lejos en pocos segundos, pero Shannon tenia, la seguridad de que estaba acechando, como un leopardo en la noche de la selva, a sus futuras vctimas.

- Ahora obre como si no hubiera ocurrido nada. y tenga en cuenta que no me importar disparar contra usted, pero eso significara la total destruccin de todos sus hombres, as como la de los tripulantes y pasajeros del "Estrella de Jpiter". Reflexione bien.

Estaba pensado ya. Y cuando la astronave viajera se detuvo, cuando la comunicacin se hubo establecido, un grupo de hombres, empuando decididamente sus armas, invadi el interior del aparato, al mismo tiempo que, contraviniendo todas las leyes, el otro se acercaba a menos de cien metros de distancia.

- Qu es lo que piensan hacer? -Interrog en voz baja Mark.

E! atracador se ech a rer.

- Vienen muchas cosas y muy buenas de Jpiter. Por ejemplo, un confortador cargamento de piedras preciosas.

- Est prohibida la exportacin -aleg Shannon.

- Por eso no se quejar su propietario -replic satisfecho el otro-. Adems vienen un par de turistas de los ricos. Pagarn un buen rescate.

- Bandidos! - gru snannon, pero el asaltante continu con su risa.

- Gracias, amigo. No me ofendo, porque me diga la verdad.

- Les enviarn a la cmara desintegradora en cuanto los prendan.

- Para que ocurra eso, solamente se necesita un pequeo detalle: que nos cojan. Y es tan difcil ... !

Los hombres que haban asaltado la espacionave salieron de ella, con dos prisioneros. Uno de los bandidos corri hacia el puesto de control.

- Todo listo, jefe. Podemos marcharnos cuando queramos.

- Habis destruido las comunicaciones?

- No van a poder hablar ni a medio metro de distancia -solt el atracador una aguda carcajada.

Shannon palideci.

- Se matarn! No podrn aterrizar bien!

- Qu me importa a m eso? Advirtales que cierren la escotilla o retiro el tnel, con lo que se les escapar el aire. Que aterricen a ojo.

Mordindose los puos. de rabia, tuvo que obedecer Shannon. Perdi contacto la astronave saqueada, en tanto que la otra se acercaba, y sus hombres se apresuraban a refugiarse en su interior. Mark se apresur a lanzarse sobre el comunicador, pero antes de que lo lograra una bala hizo trizas el instrumento. Y en sus odos qued sonando la siniestra risa del bandido que, seguro de s, se encaminaba corriendo hacia su nave.

CAPTULO II

"Relacin de los hechos cometidos por la banda de "gangsters" del Espacio:

"Da 28 de abril de 2158: Primer asalto a la Estacin Sideral nmero tres. Vctimas, ninguna. Botn: diez saquetes de diamantes, valorados cada uno de ellos en cinco millones de dlares, ms cinco millones por el rescate de cada uno de los seores T. K. Myron y P. G. Corsican. Total, setenta millones de dlares.

"Da 12 de mayo del mismo ao: Detencin en plena ruta del "Lanza de las Galaxias". Asesinato del capitn y segundo de a bordo, que intentaron resistirse. Dos pasajeros ms, muertos accidentalmente a consecuencia de vares rebotes de balas. Desaparicin de doce millones en billetes y secuestro de Barton M. Dorsey, cuyo rescate cost seis millones ms Total: dieciocho millones de dlares.

"9 de junio siguiente: Asalto a la estacin Ante Luna. Destruccin de las instalaciones transmisoras; cuya reposicin ha costado tres millones quinientos mil dlares. Asalto a la caja del "Exchange of Space", con el subsiguiente saqueo y prdida de veinticinco millones. Cuatro muertos entre el personal de la estacin. Dos ms de la banda.

"19 de junio: Voladura del "Rayo de Plutn" por no obedecer la intimacin a detenerse de los "gangsters" La heroica conducta de su capitn, Boyd Heinshe, no ha servido para otra cosa que abonar diecisiete millones en concepto de indemnizaciones a las familias de las vctimas, ms treinta ms en concepto de seguro de la carga, sin contar el valor del aparato, estimado en veinte millones aproximadamente.

"22 de julio inmediato: Desaparicin de la carga del "Fulgor del Universo", consistente en plutonio y minerales estratgicos, valorados en cuarenta y nueve millones, cuyo seguro se ha abonado. Dos muertos en Ia tripulacin, y tres desaparecidos en el pasaje, por cuyo rescate piden tres millones, o sea nueve. En total, cuarenta y ocho millones ms que podemos considerar perdidos totalmente, porque nuestras plizas de viaje cubren todo, "absolutamente" todo riesgo y hemos de satisfacer nosotros mismos dichos rescates. Es decir, que en menos de tres meses, la Transpacial, S. A., ha experimentado prdida por valor de doscientos veintiocho millones de dlares, a las cuales hay que sumar las cantidades que dejan de Ingresar en caja, puesto que el pblico, naturalmente, deja de hacer sus envos a otros planetas, aparte de los asientos de las astronaves casi vacos. Se est perdiendo la aficin a los viajes siderales por culpa de esa bien organizada banda de atracadores, y de seguir as, de no poner' pronto remedio a la cosa, la Transpacial deber declararse en suspensin de pagos, al no poder cumplir sus compromisos."

Call su presidente, el honorable Bareas K. S. Phillum, paseando su mirada en derredor de la amplia mesa junto a la cual podan observarse los ansiosos y ms que serios rostros de los componentes del Consejo de Administracin. Una mano se alz de uno de los extremos y una voz cruz la sala, una voz aguda, chillona, perfectamente natural en el hombre de quien proceda:

- Seor Phillum, qu se ha hecho para detener a esos granujas?

- El Gobierno nos ha facilitado algunos de sus mejores sabuesos, perdn... ejem! -carraspe el presidente-: Quise decir algunos de los mejores hombres de sus servicios de investigacin, pero donde han odo ustedes pasajeros muertos, pongan los nombres de esos agentes y no errarn. Por lo tanto, estamos igual que el primer da, seor Dupr,

- Esto quiere decir -insinu otro de los consejeros, Peter Van Dries-, Que si nuestra compaa no puede garantizar la seguridad en los viajes por el espacio, el Gobierno cancelar nuestra concesin y la sacar a subasta, no es as?

- Exacto, seor Van Dries -inclin Phillium levemente la cabeza-, y adems nos veremos obligados a devolver el depsito que hicimos cuando la navegacin sideral pas a ser civil, dejando de estar en las manos de los militares, con objeto de facilitar el comercio entre los planetas.

- En resumen -intervino otro concurrente, el general retirado Anthony Gonzlez- que si la cosa contina as, dentro de poco andaremos pidiendo limosna por las calles, o me engao?

- No se engaa, general- sonri levemente el presidente de la Compaa-. No he conocido esos tiempos, pero puede que sea uno de los primeros en colocarme en una esquina con un sombrero viejo, implorando la caridad pblica.

El general Gonzlez se atus marcialmente el mostacho:

- Puede saber el Consejo de Administracin si se ha tomado alguna medida, aunque sea del tipo que podemos llamar "desesperado"?

- Eso es lo que iba a pedir al Consejo -murmur Phillum-. Tengo al hombre que creo a propsito y lo voy enviar en nuestra prxima expedicin.

- Quin es? Cmo se llama? - inquiri Van Dries.

Bareas K. S. Phillum se sonri levemente:

- Me permitirn reservarme su nombre hasta que todo est concluido. Para bien o para mal de la Compaa.

- Desconfa de nosotros? -gru alguien.

Alz la mano suplicando:

- Oh, no, por favor! Todos ustedes son de la mayor confianza, no solamente para m, sino para los accionistas, que ya se empiezan a rebullir inquietos. Pero me gustara hacerles comprender que hay cosa que es mejor mantenerlas en el ms absoluto de los secretos. Es mejor que slo yo sepa la identidad del agente, quien por otra parte ya tiene las necesarias instrucciones. Obvio es el decir que tiene carta blanca en el captulo de gastos, y espero que el Consejo est de acuerdo con mi apreciacin.

- Pero... -Dupr empez a irritarse, mas le cort un exabrupto del general.

- Cllese! El seor Phillum tiene toda la razn del mundo y por mi parte estoy completamente de acuerdo con l. No me importan los medios, si llegamos al fin, sea como sea. Presidente, tiene toda nuestra confianza y le reiteramos la aprobacin a las medidas que acaba de tomar.

Murmullos de ndole parecida se elevaron en la sala, acallando las posibles objeciones, una de las cuales, hecho el silencio, parti del mismo Dupr:

- El plazo para la renovacin de la concesin termina el 31 de diciembre de este ao. Es decir, que nos quedan siete meses apenas. Su... -el tono era levemente despectivo-, su hombre deber darse prisa si quiere terminar con tiempo suficiente.

- Estoy seguro de que as lo har, caballeros. De otra forma... -y el rostro de Phillum se ensombreci, prosiguiendo-: En fin, creo qua es la ltima y ms acertada solucin que hemos podido tomar.

Phillum dio por terminada la sesin con estas palabras, iniciando el movimiento para levantarse, pero en aquel momento son el zumbador del intercomunicador y Phllum oprimi la palanca que daba el contacto, iluminndose al instante la pequea pantalla en la que al momento apareci el tpico rostro de un oficinista.

- Qu hay, Jeffries? -pregunt el presidente.

- Hay un caballero aqu que desea ser recibido por usted.

- Dgale que aguarde unos momentos. El consejo est a punto de terminar.

- S, seor -pero al cabo de unos segundos la voz volvi a resonar-. El caballero dice desea ser recibido por el consejo de Administracin en pleno.

Phllum mir a sus compaeros como buscando su aprobacin y de nuevo fue el general Gonzlez el que expres la opinin de todos:

- Hgalo entrar, qu demonio! As sabremos lo que desea ese pajarraco.

- Est bien. Jeffries, acompelo hasta la sala.

- S, seor.

Hubo unos momentos de expectacin y al fin, tras sonar unos golpes con los nudillos en la puerta de entrada, el presidente oprimi un botn al alcance de su mano, con lo que el acceso al saln de sesiones qued franco.

Un hombre apareci en su umbral. Un hombre alto, relativamente joven, delgado de tipo, pero no sin dar sensacin de fuerza, al mismo tiempo que en sus obscuros ojos se adivinaba la inteligencia que posea su cerebro. La mesa formaba un circulo casi completo, solamente interrumpido frente a la puerta, y el recin llegado, con paso gil, vivo, elstico, recordando un poco al de los felinos, se adelant hasta colocarse de tal forma que a cualquiera que hubiera ignorado lo que ocurra, le hubiera parecido que era el acusado ante los jueces. Pero en ningn momento dio tal sensacin; por el contrario, dio la idea de que su sola presencia dominaba la situacin tranquilamente. Inclin la cabeza levemente y habl:

- Me complace sobremanera encontrar reunido a todo el Consejo de Administracin de Transpacial, S. A. y asimismo me complace sobremanera el expresarles mi agradecimiento por la atencin que han tenido conmigo al recibirme.

- Djese de pamplinas y hable de una vez! -gru el general, hoscamente.

El recin llegado dirigi una mirada. irnica al que acababa de hablar y prosigui:

- Muy bien. Puesto que su deseo parece ser el de la asamblea, no perder el tiempo intilmente. Estoy enterado de la difcil situacin de la Compaa y vengo a proponerles la solucin para sus males.

- Parece usted saber muchas cosas, seor ... dijo altivamente Phillum.

- Boggles, Sam Boggles -respondi ste.

- Quin le ha dicho a usted que la Transpacial se encuentra ... digamos, algo afectada?

- Un observador mediano podr deducirlo simplemente con la lectura de los peridicos televisados. Crmenes, robos y secuestros han sido la tnica de los ltimos viajes, y como consecuencia, tanto los comerciantes como el pblico restringen, los unos sus envos y los otros sus viajes. Esto implica numerosas prdidas y, usando trminos deportivos, podemos decir que la Compaa se encuentra acorralada contra las cuerdas del "ring", no es as? Pues bien. Yo traigo la panacea para sus males.

El tono de Phillum estaba lleno de orgullo al contestar:

- Supone usted demasiado, seor Boggles. Nuestra Compaa no tiene en estos momentos ningn apuro substancial, ni necesita de esa panacea que usted viene a ofrecernos.

- Est usted equivocado si supone que mis palabras son errneas. Hablando vulgarmente, tengo informacin de primera mano y, puesto que no quiero perder ms el tiempo, tanto mo como de ustedes, les dir que represento a cierta persona, la cual me ha autorizado a ofrecerles hasta cuatrocientos millones de dlares por su concesin de viajes espaciales.

El silencio que se estableci en el saln al orse las palabras de Boggles pudo cortarse con un cuchillo. Durante unos momentos los atontados consejeros, as como su presidente, permanecieron extticos, hasta que, como de costumbre, el general fue el primero en reaccionar:

- Fuera! Fuera de aqu! -aull-. Sinvergenza! Bandido! -y se levant como s tuera a abofetear a Boggles que, desdeoso, no se movi, pero fue contenido por algunos de sus colegas, no obstante lo cual el alboroto que se form atron la estancia, a pesar de los intiles esfuerzos de Phillum, que, al romper la campanilla, se sent cruzado de brazos, aguardando, como el impertrrito visitante, a que se callaran los excitadsimos consejeros.

- Est bien, caballeros - sonri Boggles, cuando el tumulto comenz a calmarse-: Veo con toda claridad cul ha sido su respuesta. Cuatrocientos millones por la concesin. Doscientos ms por el material. sta es mi ltima palabra.

Esta vez quien no se pudo contener fue el propio presidente, que por una vez perdi su ecuanimidad: -Ladrn! No ofrece usted ni una dcima parte de lo que vale todo.

- Ustedes tienen la palabra, seores. Volver dentro de una semana, pero si para entonces no han aceptado, mi oferta ser reducida en un veinte por ciento. Y as- sonri, seguro de s mismo Boggles-, hasta que cedan o...

- O qu...? -interrog ms ansioso de lo que hubiera querido mostrarse Phillum.

- El 31 de diciembre de este ao pasar a nuestras manos la concesin sin que nos cueste un solo centavo ms de los cien millones que exige el Gobierno. Y los aparatos tendrn que cedrnoslos, dndonos encima dinero, porque, si no pueden hacerlos volar fuera de la Tierra, para qu les van a servir?

Phillum lo mir de soslayo:

- Quiere decir con eso que... que continuarn los accidentes?

- No quera ser tan franco, seor presidente, pero usted me obliga a ello.

- Le denunciaremos, Boggles! -grit Phillum, extendiendo su ndice hacia su Interlocutor-. Todas las conversaciones quedan registradas en el grabador y ...

Boggles no abandonaba su burlona sonrisa .

- Podran hacerlo si no hubiera trado conmigo un neutralizador. No solamente no ha quedado registrada esta conversacin, sino que les aconsejo recuerden sus anteriores palabras. Estn borradas tambin.

Y con una inclinacin, llena de irona, Boggles se retir, sin que nadie se atreviera a oponerse, estupefactos todos ante la serie de increbles frases que haban escuchado, y que diez minutos antes les hubiera parecido no haba nadie en la Tierra capaz de pronunciarlas.

Por eso una semana despus, cuando el honorable Bareas K. S. Phillum, con voz derrotada, anunci que todava no se haba hecho pblico y se rogaba el secreto ms absoluto, otra de sus naves espaciales haba sido asaltada y muertos sin compasin todos sus ocupantes, la desmoralizacin ms absoluta se apoder de los consejeros de la Compaa, y algunos de ellos hablaron de pactar con Boggles, que, puntual a su aviso, se present para hacer su segunda oferta.

Pero el general Gonzlez fue quien galvaniz los decados nimos y el emisario de aquel o aquellos desconocidos compradores fue arrojado ignominiosamente del saln, no sin que alguno de los excitados accionistas volviera a su poltrona. ocultndose con el pauelo el ojo que ya comenzaba a amoratarse.

Discutieron nuevamente, hacindose mutuos y amargos reproches, y por fin coincidieron todos en dar un voto de confianza al presidente, que tras agradecer secamente tal muestra, tom su cartera, en la. que guardaba los rollitos de cinta magnetofnica, disponindose a salir del saln, y a continuacin, por el ascensor, hacia el vehculo en forma de platillo que le aguardaba en la terraza del edificio, a cuatrocientos metros de altura sobre el nivel del suelo.

- A casa, Fred -dijo el seor Phillum a su conductor, pues era un hombre chapado a la antigua, y lamentaba infinito no haber nacido en la poca en que los hombres de negocios usaban hongo, chaqu, pantalones rayados, botines, guantes y paraguas, vindose obligado a vestir de aquella casi uniforme manera que era la masculina moda del siglo XXII. No obstante, su espritu era conservador y, aunque le costaba un ojo de la cara, tenia lo que haca doscientos aos se llamaba "chauffeur", y en su domicilio, el correspondiente mayordomo, que no fue precisamente en esta ocasin quien le abri, sino el propio Sam Boggles, recuperada su irnica sonrisa, y reparados, tanto en su ropa como en su rostro, los desperfectos que haba sufrido al ser arrojado de no muy buena manera del saln de sesiones.

- Qu es esto? Qu significa esta invasin? -exclam, encolerizado, pues acababa de ver, en un rincn del vestbulo, a Phil, el mayordomo, con los ojos muy abiertos, amordazado y hecho un paquete con las ligaduras que le rodeaban el cuerpo, del cuello a la cintura.

- Pase, pase usted, seor Phillum. Est usted en su casa -murmur, con su peculiar tono insultante, Boggles.

Pero aqul no hizo caso. Se volvi para llamar a Fred, el chfer, sin que llegara a pronunciar palabra, puesto que el hombre suba por las escaleras que separaban la entrada de la casa del plano de la acera, con las manos en alto, a causa de tener una pistola en la espalda, firmemente empuada por un hombre, cuyo rostro indicaba a las claras que nunca se le haba ocurrido opositar a un premio en un concurso de belleza masculina.

- Voy a llamar a la policial Esto es un insulto! -grit, encolerizado sumamente, el honorable Phillum, dirigindose hacia el intercomunicador, y moviendo frenticamente el botn de contacto hasta que, percibiendo una carcajada a sus espaldas, se volvi y pudo apreciar cmo Boggles rea a ms no poder.

- Es intil, mi querido seor Phlllum, La casa est perfectamente aislada y nadie se enterar de lo que va a pasar.

Palideci el presidente de la Transpacial. Retrocedi un paso, murmurando:

- Me... me van a matar?

- Quin habla de eso, seor Phillum? Nada ms alejado de nuestras mentes que el causarle el menor dao. nicamente le interrogaremos. Necesitamos saber un detalle importantsimo... para nosotros, claro est -termin Boggles, encendiendo descuidadamente un cigarrillo y avanzando un paso hacia el financiero, que le imit, pero dndolo a su espalda.

- No dir nada! No podrn obligarme! Resistir todas las torturas!

- Quin habla de torturas, seor Phillum? Para saber quin es ese misterioso personaje que enva la compaa a averiguar quines son los misteriosos "gangsters" del espacio, como usted afortunadamente los ha calificado, no hace falta emplear ninguna clase de tortura; nicamente una simple inyeccin de bipentotal, y hablar usted sin que nos tengamos que esforzar en otra cosa que en preguntarle.

Todava palideci ms Phillum. Trat de echar a correr, pero fue alcanzado con facilidad por Boggles, quien, en un santiamn, le pas una mano por el cuello, al mismo tiempo que con la otra le sujetaba el brazo derecho, al mismo tiempo que le hunda una rodilla en la espalda, con lo que el seor Phillum qued absolutamente imposibilitado para hacer toda clase de movimientos.

- Aprisa, Jupp! -grit Boggles, y el otro bandido alz la mano.

Se oy un golpe seco, y el conductor del vehculo del financiero se derrumb inerte, al recibir detrs de la oreja el impacto de una pesada pistola. Hecho esto corri a ayudar a su jefe, quien se asom a la puerta de la casa haciendo unas seas con la mano.

Enfrente se hallaba un hombrecillo de aspecto insignificante, leyendo un peridico. Cruz rpidamente la calle y entr en la casa.

- Dnde est? -pregunt, pero se fij en seguida en el aterrorizado personaje que estaba sentado en un silln, amenazado por Jupp.

De uno de sus bolsillos sac una cada negra y alargada, que abri. Una jeringuilla. apareci instantneamente en su mano y su aguja, a pesar de las desesperadas protestas de Phillum, se clav en su antebrazo, previamente puesto al descubierto.

Boggles esper cinco minutos, transcurridos los cuales el presidente de la Transpacial contest a todo cuanto le preguntaron sin hacer la menor oposicin. Y cuando su interrogador se sinti satisfecho, se volvi hacia el hombrecillo:

- Ahora la otra inyeccin, doctor! Est usted seguro de que sta le devolver la memoria, excepto en el pasaje de que hemos estado hablando?

- Si tan seguros tuviera yo los veinticinco mil que me han prometido... -mascull el Esculapio, volviendo a inyectar a Phillum-. Listo! -dijo, cuando concluy, guardando los instrumentos.

Boggles ech mano al bolsillo, pero lo que sali de l no fue un fajo de billetes, sino una pistola con silenciador.

- No! No...! - aull aterrorizado el mdico, echando a correr, pero la bala fue ms rpida y lo abati muerto instantneamente.

- Hay que reconocer que los antiguos tenan unos inventos muy tiles - sonri Boggles-. Este silenciador es una maravilla.

- Por qu lo ha matado, jefe? -pregunt Jupp.

- Idiota! No ves que saba tanto como nosotros? Vmonos!

Pero antes de salir, y con un suspiro de resignacin, mirando a Phillum que comenzaba a reaccionar, arroj media docena de billetes sobre el muerto.

- Tendr en qu entretenerse cuando se despierte -dijo.

CAPTULO III

- S, voy una temporadita a Venus. Un poco de turismo, chico. Qu se le va a hacer!

- Demasiado lejos para, mis gustos. Muchos das encerrado en un cohete. No va bien con mi claustrofobia.

- El capitn Slinker es un buen piloto. Hace que olvides por completo que hay cosas tan desagradables como aceleracin y gravedad.

- Minnie, crees t que tendr xito esta coleccin de modas fuera de la Tierra?

- Menos mal que me pagan el cudruplo, de lo contrario los modelos los iba a exhibir la propia seora Scudder.

- No, seorita, no. El viaje es absolutamente seguro. Fantasas lo de los asaltos en plena ruta. Periodistas que quieren justificar la peticin de un aumento de sueldo.

- Un cctel a la venusiana? Con o sin gotas antigravedad, caballero? .

- ATENCIN, ATENCIN! El expreso de Marte est a punto de llegar. Srvanse pasar a la Sala VI los seores que esperan a algn viajero -los altavoces, con sus ladridos, dominaron por un momento el confuso fragor de las conversaciones sostenidas por el pblico que llenaba la dependencia del astropuerto Tierra 1, y tras cesar en su recomendacin, repetida otra vez, volvieron a reanudarse los interrumpidos dilogos.

Ernie Heaviside estaba plcidamente sentado en la sala de espera, aguardando ser llamado a su cohete. Un fajo de peridicos y revistas descansaba sobre su regazo, en tanto que una leve columnita de humo se escapaba del cigarrillo que sostena descuidadamente entre los dedos, mientras que contemplaba divertido el ajetreo y el trfago de la espaciosa estacin sideral, a lo lejos de la cual podan divisarse los enormes bosques que cubran lo que un tiempo fuera desierto de Sahara. Pero de repente su atencin fue requerida por dos cosas, que se sucedieron una tras la otra.

Primero fue el paso de una mujer. Alta, esbelta, de obscuros cabellos, caminando con el porte de una diosa, sin que pareciera moverse la escultura griega que haba debajo de los ropajes andrginos aptos para los vuelos siderales, sobre todo en las primeras etapas. Un sencillo maletn iba en su mano izquierda, en la que, centelleante, arrancando chispas, una enorme esmeralda pona una nota de fulgores cambiantes continuamente.

Despus, fue un grupo de cuatro hombres, caminando todos ellos a la par. Pero los dos que iban en el centro Iban esposados, ceudos, sin mirar a ninguna parte, procurando hacer caso omiso de los comentarlos que se oan a su paso. Ernie, siguiendo el grupo con la mirada, los visti a todos con las ropas de doscientos aos atrs, y averigu inmediatamente cul era el destino de cada uno de ellos. En verdad, se dijo, que mejor hubieran estado los cuatro con sombreros flexibles, de anchas alas e inclinadas sobre la frente, y amplias americanas cruzadas. Era la vestimenta que mejor cuadraba a cada uno de ellos.

Pero sus cogitaciones fueron interrumpidas por la presencia de una persona, y lo primero que vio fue una azul bocamanga con cuatro galones dorados. Todava se segua llevando el convencional uniforme comn a todos los marinos de antao por los pilotos espaciales, cuando menos en tanto no tenan que usar ropas de altos trayectos. Ernie Heaviside alz sus ojos en los que se reflej un rostro sonriente al par que enrgico y decidido.

- Buenos das, seor Heaviside! Es un placer y un honor para nosotros contarle como viajero. En nombre de la Compaa permtame desearle un feliz viaje, que, entre parntesis, es tanto como desermelo a m mismo. Pero, permtame que me presente: Capitn Gremlin, piloto jefe del "Luz del Sistema".

- Encantado, capitn. Muy agradecido por sus amables frases.

- No hay de qu, seor Heavsde. En realidad tena ganas de conocerle personalmente. Es usted un hombre famoso en toda nuestra Galaxia. Su "Poema de las Estrellas" es algo difcilmente superable. Es... es -el capitn Gremln pareci meditar, bajo la benevolente mirada del poeta-. Ya est! Su poesa es en la literatura como nuestra civilizacin A.B.A. y D.B.A. (1). Ha marcado un hito que no se puede superar. Especialmente "El negro espacio silencioso". Sabe que, extraoficialmente, claro est, los pilotos de la Transpacial hemos adoptado este fragmento como nuestro himno? (l) Antes de la bomba atmica y despus de la bomba atmica.

- Muy amable, capitn Gremlin. Tal derroche de elogios me confunde. Pero quisiera hacerle una pregunta. Si soy indiscreto, dgamelo sin reparos.

- Estoy a sus rdenes, seor Heaviside.

- Sintese a mi lado. Es decir, si dispone de un minuto.

Obedeci complacido el capitn Gremlin, y el poeta, con discrecin, le indic la alta figura femenina, que se hallaba a unos cuantos metros de all, rodeada de un grupo de esbeltsimas muchachas, a las cuales pareca impartir rdenes.

- Ah, ya! Kim Scudder. Es la propiearia de "Kim's", la modista ms famosa. Al menos eso dice mi mujer -sonri Gremlin, que prosigui-: Y a juzgar por sus facuras lo es. Una vez se me ocurri regalar a mi esposa un vestido, y tuve que pedir prestado a todos mis compaeros. No lo volver a repetir.

- Hermosa mujer! -pareci murmurar para s Ernie-. Afortunado mortal su dueo.

- Afortunado? -el capitn Gremlin se ech a rer-. Tiene un marido que no sabe apreciarla. Estn separados, sabe?

- Divorcio?

- No. Al menos por ahora. Ella no quiere, segn chismorreras de mi esposa, que no se pierde una. Dice que el matrimonio es para toda la vida. Para bien o para mal. A la seora Scudder le ha salido para mal y lo soporta con toda la filosofa de que es capaz.

Ernie contempl otra vez, admirativo, la hermosa figura que, inconsciente a los elogios que se la tributaban, continuaba hablando con las modelos, y pregunt:

- Tambin viaja con nosotros?

- S. Creo que la seora Scudder ha recibido una importante oferta de una casa de Venustown y va a presentar su ltima coleccin. Volver forrada de millones -suspir melanclicamente Gremlin.

- Escuche, capitn -la atencin de Ernie se centr en el otro grupo, el de los cuatro hombres.

- Ah, s! -el piloto consult la lista del pasaje que extrajo del portafolios que llevaba en la mano-. Son dos peligrosos malhechores, Tyler Maslowski y Paul McGerald. Cinco aos en Plutn, sabe? No cambiara mi pellejo por el de ellos por nada del mundo. Ni tampoco por el de los agentes de escolta. Demasiado largo el viaje.

- Qu han hecho? -inquiri, curioso, Heaviside.

- Sabotaje. Cegaron dos tubos de energa de una de nuestras naves, pero los cogieron con las manos en la masa antes de que concluyeran su labor. Por eso han escapado solamente con cinco aos, y ya est bien. Una temporadita as, sin ver el sol, a una media de 2400 bajo cero, es como para pegarse un tiro. Pero es lo menos que se merecan. De no haber sido descubiertos, una nave, con todos sus ocupantes, hubiera volado como un castillo de fuegos artificiales.

- Gracias, capitn -dijo Heaviside, volviendo sus ojos a la figura femenina, hacia la cual se senta atrado a su pesar.

- Con su permiso, seor -sonri maliciosamente Gremlin-. Tengo que disponer todo lo necesario para la partida. Permtame repetirle que yo y todos mis hombres estamos a su disposicin, incondicionalmente.

- Muchas gracias, capitn. Es usted muy amable -pero los pensamientos de Ernie estaban muy alejados de all.

Alguien entr en la sala. Otro grupo de hombres, atropellando todo cuanto se pona a su paso. Unos de ellos iban armados con cmaras porttiles de televisin y fotogrficas; otros, con diminutas registradoras de sonido. Se detuvieron en el centro, ante la expectacin del numeroso pblico, y de repente, a un grito de uno de ellos, la tromba se dirigi hacia Ernie, que iniciaba en aquel momento un movimiento para levantarse.

- Por favor, seor Heaviside! Unas palabras para nuestros "videos". Cules son los motivos de su viaje?

- Busca inspiracin? -pregunt otro reportero.

- Nos han dicho que tiene usted en preparacin otro libro de poemas, es eso cierto?

- Cul es su destino? A, qu planeta se dirige? Ernie alz las manos, algo aturdido y un tanto deslumbrado por los fogonazos de los "flashes", al mismo tiempo que senta encarados los objetivos de las cmaras de televisin que le enfocaban los reporteros.

- Por favor, seores! Por favor! Una pregunta tras otra. As no se puede contestar debidamente.

Ante el barullo que haban provocado los fotgrafos y periodistas, la atencin del pblico se centr en la persona que estaba siendo interrogada, y Kim Scudder no pudo por menos de volver la vista hacia el centro de aquel jaleo, viendo que el hombre a quien torturaban los chicos de la prensa, como todava segua llamndoseles, se haba puesto en pie y con su elevada estatura dominaba a todos ellos.

Kim apreci un rostro agradable, de cabellos negros ligeramente ondulados, ojos grises y admir la. anchura de sus hombros. Pero antes de que tuviera tiempo de preguntar quin era aquel importante personaje, una de sus modelos exclam:

- Cielos! Si es el mismsimo Ernie Heaviside! Kim Scudder se qued instantneamente sola.

Como una bandada de pajarillos, las chicas echaron a correr y, atropellando la rueda de periodistas, irrumpieron en medio, rodeando al poeta, que palideci retrocediendo hasta que no pudo ms, de lo cual se aprovecharon los periodistas y "cameramen", hasta hacer saltar sus objetivos.

- Un autgrafo, seor Heaviside!

- Por favor, dedqueme un pensamiento!

- Frmeme aqu!

Apoyado en el mostrador del bar se hallaba Dirk, el popular vendedor de libros y revistas, que pregunt Indiferentemente:

- Quin es aquel tipo tan admirado?

- Ser posible? -le replic asombrado Pat, el "barman", que en aquellos momentos no tena ningn cliente a la vista -. Ernie Heaviside, hombre de Dios!

- Ernie Heaviside, has dicho? -e inmediatamente Dirk se convirti en un torbellino, entrando detrs del mostrador, donde tena un montn de libros con la efigie del autor. Cogi un enorme brazado de ellos, dejando todo lo que llevaba encima y sali disparado hacia el grupo, irrumpiendo en l como una bala,

- Seoritas, aprovechen la ocasin! El "Poema de las Estrellas" por solamente veinticinco dlares! -el que aprovechaba la ocasin era el astuto Dirk, que lo cobraba a un precio cudruple, pero que no le fue regateado-. El propio autor les dedicar un ejemplar! Slo por veinticinco dlares y no se descuiden! Los voy a agotar!

Se los arrebataron de las manos. Los billetes le llovieron y las muchachas no se preocuparon siquiera de las vueltas. Ni tampoco Dirk, que en cinco minutos hizo el negocio que no habla conseguido hacer en todo el mes. Se retir triunfalmente vencedor, dejando tras s un agobiadsimo hombre, materialmente asaltado, no solamente por las maniques, sino por el pblico que, dndose cuenta de lo que ocurra, imit a las muchachas en su frenes por el famoso autor, quien no daba abasto a firmar.

Kim Scudder mir con disgusto el histrico tumulto. Tacone impaciente en el suelo, pero se abstuvo de intervenir. Era demasiado orgullosa para ello. Sac un cigarrillo de su bolso, pero antes de que sacara un encendedor, una llamita brot ante ella.

- T tan hermosa como siempre -murmur en tono de intensa admiracin el hombre que se le haba acercado sin que ella se diera cuenta.

Kim encendi el pitillo y luego exhal el humo, contemplando a su interlocutor, fornido, con tendencia a la obesidad, sanguneo de rostro, de ojos que parecan pedernal tallado y que sonrea satisfecho de s mismo.

- Gracias, Val -lo mir framente.

- De negocios, Kim?

- T lo has dicho, Val. Voy a Venustown. Me hicieron una interesante oferta y decid aprovecharla.

- Siempre fuiste una excelente mujer de negocios, Kim. Nunca has dejado que el corazn se mezclara con las cosas del cerebro.

- Esa frase es Inexacta, Val, y t lo sabes bien.

- Es cierto! -suspir ste-. Una vez sucumbiste a lo que podemos llamar mi poder de seduccin, pero aquello est tan lejos!

- Afortunadamente. Al menos para m -murmur ella, mirando a lo lejos, contemplando distradamente el aterrizaje de la espacionave que soltaba por los tubos potentes chorros de ardientes gases, frenando el descenso, bajando con la suavidad de una pluma.

- Quisiera hacerte una proposicin, Kim -rog el hombre.

- Si es la que ya me supongo, pierdes el tiempo, Val -continuaba sin mirarle.

- Por qu? Lo separacin definitiva nos convendra a ambos, Kim.

- A ambos? O a t solamente? -se burl la mujer, que continu-: Es intil, Val, que insistas. Ya sabes mis ideas sobre el particular, por ms que no son ideas, sino una simple consecuencia de la religin que profeso. Comet un error al casarme contigo, y aunque lo reconozco, no por eso he de recurrir a un extremo que me repugna.

Val Scudder comenz a perder los estribos: -Buscar los motivos y presentar yo mismo la demanda!

Descendieron levemente las largas pestaas de la mujer, al mirar irnicamente a su esposo:

- Qu motivos vas a alegar, Val? Demasiado sabes que mi vida es total y absolutamente transparente, sin que la murmuracin haya encontrado el menor motivo en qu cebarse. Ni siquiera puedes alegar nada sobre las muchachas que empleo como modelos. Son de una conducta intachable y en cuanto averiguo la menor nota desfavorable, las despido. Por esa parte, pues, te encuentras desarmado.

Apret los puos el hombre y, viendo que sus esfuerzos iban a ser intiles, vari de tctica:

- Si t quisieras, Kim! Sabes que, siempre, a pesar de todo lo que ha ocurrido, te he amado. Volvera a ser el esposo de nuestros primeros meses...

- Para, a los quince das de reanudada la vida en comn, volver a las andadas. No, Val, no. Sigue tu camino, y ten en cuenta que la ruta que llevas conduce indefectiblemente a la que llevan esos dos hombres -y al decir eso, seal a los penados, que aguardaban estoicamente el momento de embarcar- A la penitenciaria de Plutn! Y te agradecer que me dejes sola, Val. Hemos hablado ya demasiado.

Scudder inici un movimiento de retirada, pero tras dar un par de pasos, pareci pensarlo, regresando Junto a su esposa.

- Antes de decirte adis, quiero darte un consejo, Kim.

- Gracias, Val. Har exactamente todo lo contrario. Estoy segura de acertar.

Se encogi l de hombros y despus de breve vacilacin exclam:

- No embarques, Kim! No emprendas el viaje!

- Me indemnizaras t si suspendiera la expedicin? -pregunt ella, plena de irona en la voz.

Val Scudder se mordi los labios, abri la boca como si fuera a hablar nuevamente, pero pareci meditarlo mejor y se march con apresurado paso, seguido por la disgustada mirada de la mujer, que tratando de olvidar el incidente se sumergi en la lectura de un montn de papeles de negocios que extrajo de las profundidades del bolso. Y tanto se abstrajo que no se dio cuenta de que los altoparlantes llamaban a los viajeros para Venus, hasta que el ruido que hacan las muchachas cogiendo sus equipajes, los que llevaban en la mano, la hizo ver que haba llegado la hora de la partida.

Comenzaron las despedidas.

- Una ltima palabra, por favor, seor Heaviside...

- Adis, Jimmy. Cudate mucho y no dejes de mandar un espaciograma en cuanto llegues.

- Sujtate bien a la litera, hijo mo.

- Adis, cario. Antes de seis meses, de vuelta al hogar.

- "Aloha", Claire.

- Seora Scudder, un momento...

Fogonazo del "flash"...

- Un beso muy fuerte...

- Cuidado con las nieblas. Dicen que son muy malas en Venus...

Ms fogonazos...

Comenzaron a disolverse los grupos, quedndose todava algunos rezagados que agitaban los pauelos a los que, de pie en la acera deslizante, se encaminaban hacia la imponente mole del "Luz del Sistema" que se alzaba, rgido, brillante, imponente en su silenciosa inmovilidad, a un kilmetro de los edificios de la estacin. Pero ignoraban que les aguardaba una sorpresa.

CAPTULO IV

La astronave, dejando escapar ingentes cantidades de energa por las toberas, hbilmente conducida por su piloto, se aproxim a la estacin espacial, en la que su oficial de servicio, el teniente John Barkley, dej escapar una rotunda e intraducible exclamacin.

- Eh? Qu es esto? se no es el "Luz del Sistema"!

- Naturalmente que no -le contest su adjunto, el suboficial Sparks Trainn-. Se aprecia fcilmente a primera vista.

Barkley no se dio cuenta momentneamente del inslito hecho de que su adjunto no le hubiera advertido a tiempo de que el aparato que se acercaba no era el esperado, por lo que se abalanz sobre el cuadro de comunicaciones, dispuesto a pedir socorro a la Tierra, mas hubo de detenerse repentinamente cuando una anticuada, pero no por eso menos eficaz pistola, apareci en la mano de Trainn, encaonndole firmemente, con lo que la luz se hizo en el cerebro del oficial.

- Tambin t...! -murmur, y luego le insult, escupindole la palabra-: Traidor!

Al mismo tiempo se arroj sobre l, despreciando el peligro, pero la mano del adjunto no tembl. Oprimi el gatillo y de la boca del arma sali un fogonazo y un circulito crdeno apareci inmediatamente en la frente de Barkley, quien se desplom hacia adelante, sin una palabra ms, sin un gesto, quedando instantneamente muerto. Y luego el asesino se volvi e hizo con la mano un amplio gesto hacia la astronave, seguro de que era visto con toda claridad desde all. Acto seguido, manej los correspondientes controles y el tnel estanco se desliz hasta colocarse en la escotilla de la astronave, de la que, obedeciendo a una orden, con disciplina militar, un torrente de hombres, todos ellos armados hasta los dientes, se esparca por todos los rincones de la estacin, conquistando sus puntos neurlgicos, antes de que los sorprendidos servidores tuvieran tiempo siquiera de reaccionar.

- Gracias, Trainn -dijo alguien entrando en la sala de mandos, arrojando una indiferente mirada sobre el cadver del oficial-. Se resisti?

El canalla le contest con una risita apagada:

- Usted qu cree? Lo intent nada ms.

- Est bien, Trainn. Sers recompensado como te mereces.

- Cincuenta mil, no lo olvide, Kramm. Y tome mi pistola. No quiero que cuando empiece la investigacin me la encuentren encima. Ustedes fueron los que le mataron, no es as?

- Cierto, muy cierto -murmur pensativo mientras tomaba el arma de manos del otro-. As lo haremos constar. No te molestar nada. A un cadver no le molesta nadie.

Trainn se levant a medias, comprendiendo tardamente la trampa en que se haba metido.

- Usted... usted no puede hacer eso...

- Que no? -ri el otro burlonamente, en tanto que haca su primer disparo, que alcanz al adjunto en pleno pecho derribndole sobre la mesa de controles, sobre la que intent en vano mantenerse, con la manos engarfiadas-. Eres muy duro de pelar, amiguito -y volvi a disparar, alcanzndolo de lleno detrs de la oreja, con lo que el traidor acab por caer al suelo. agitndose cada vez ms dbilmente hasta que con un definitivo suspiro cesaron sus movimientos.

- Cincuenta mil que me he ahorrado -dijo el "gangster" satisfecho, arrojando el arma sobre los dos cadveres, que haban quedado cruzados el uno encima del otro, la vctima debajo de su matador, castigado con su misma traicin, y luego se volvi al ver que un par de hombres suyos entraban en la sala-. Esto est listo. Decidle al piloto que aparte la nave a unos cuantos kilmetros. Que permanezcan all hasta nueva orden.

Entretanto, ignorantes de la sorpresa que les aguardaba, los ocupantes del "Luz del Sistema" se disponan, en sus literas, a soportar la deceleracin, sujetndose en sus literas. Ernie se sinti irresistiblemente proyectado haca adelante y abri la boca, sintiendo como si por ella se le quisiera escapar el estmago, cuando los tubos de freno dejaron escapar los gases que reducan la marcha. Pero fue un momento muy breve. En la enorme pantalla televisora que haba encima de los asientos que, mediante un breve juego de palancas, se transformaban en cmodas literas, apareci la imagen de la estacin sideral, agrandndose cada vez ms, hasta que llen todo el espacio rectangular, y entonces not la breve sacudida del aparato al primer contacto con el muelle.

- Todos los pasajeros descendern para someterse a las operaciones necesarias para continuar el viaje -orden alguien a travs del altavoz, y Ernie se solt las correas, incorporndose, en el preciso momento en que alguien, a su lado, vacilaba y hubiera estado a punto de caer de no sujetarla l con fuerza por uno de sus brazos.

- Gracias -murmur Kim Scudder, cuando por fin recobr el equilibrio-. Me mare un poco al decelerar. No estoy acostumbrada a estos viajes.

- Tampoco yo -ri Ernie-. Es mi segunda experiencia de esta ndole.

Y no hablaron ms por el momento, sino que se dirigieron hacia la salida, en la cual, apenas se haban asomado, se detuvieron, como si no creyeran en lo que estaban presenciando.

- Bonito comit de recepcin! -murmur Ernie al ver la doble fila de hombres, de rostros patibularios, con rifles terciados.

- Oh! -grit irreprimiblemente Kim, retrocediendo un paso al ver la serie de "gangsters" sobre cuya identidad no caba la menor duda.

Una persona avanz hacia ellos por en medio de la calle de hombres que permanecan rgidos, inmviles, aguardando sin duda rdenes, y el rostro del que se encaminaba hacia la escotilla de la astronave estaba sonriente, como altamente satisfecho de s mismo.

Se detuvo a tres metros de los cuatro o cinco escalones.

- Bienvenidos, seoras y caballeros! Por esta vez, las operaciones para continuar el viaje a Venus van a sufrir alguna modificacin que no dudo ser de su agrado, precisamente por lo inesperado. Tengan la bondad de continuar.

Pero antes de que Ernie ni Kim, que haban sido los primeros en acudir a la salida, tuvieran tiempo de mover un dedo, alguien los apart violentamente a un lado, y de nuevo Ernie tuvo que sostener a la mujer, que estuvo a punto de ser derribada.

- Canalla! Qu es esto? -grit excitado el capitn Gremlin.

- Simplemente lo que podemos llamar con delicado eufemismo una apropiacin indebida, pero no por ello deja de ser apropiacin. Lleva usted demasiados objetos -y al decir esta palabra, mir aviesamente hacia Kim Scudder que, sin saber por qu, no pudo evitar que un helado estremecimiento le recorriera el hermoso cuerpo-, demasiados objetos, repito, de valor para que consintamos en dejrselos llevar libremente.

Pero el capitn Gremlin era un valiente y no le dej apenas concluir al bandido. Al mismo tiempo que saltaba hacia adelante, desenfund una pistola elctrica, cuyo gatillo oprimi nerviosamente.

Su oponente haba previsto el movimiento y se agach rpidamente, por lo que el proyectil le pas por encima, yendo a dar a uno de los inmviles bandidos, que no tuvo tiempo siquiera de lanzar un grito, al convertirse instantneamente en una masa de carbn, cuando los miles de voltios que haba encerrados en la cpsula se desparramaron por todo su cuerpo. El rifle que empuaba lanz una aterradora serie de chispas, cayendo al suelo nicamente las partes metlicas producidas al incendiarse la culata y el guardamanos de madera, y desde la posicin de semiarrodillado en que se encontraba el jefe de los "gangsters" hizo un disparo. Uno slo, pero fue suficiente, porque el capitn Gremlin cay hacia delante con un ronco grito, emitido al sentir en su pecho la mordedura del proyectil que le atraves limpiamente de parte a parte.

La detonacin de su pistola se confundi con el crepitar de media docena de rifles que los bandidos haban disparado, alarmados, pero su jefe les increp:

- Quietos, estpidos! Creis que no me basto yo solo para resolver este incidente?

Sin embargo, en el mismo momento en que Gremlin hacia uso de su arma, Kim, que presenciaba aterrorizada la escena y que vio perfectamente cmo el Infeliz piloto, que se hallaba a su lado, caa hacia delante, se sinti asida por unos fuertes brazos y atrada hacia atrs, con lo que sin duda se salv de una muerte segura, cuando las balas disparadas por los atracadores penetraron, gruendo amenazadora mente en el interior de la astronave, sin que, por fortuna, alcanzaran a nadie ms.

Pero se desasi prontamente de las manos que la sujetaban y mir con llameantes ojos a Ernie:

- Cobarde! Qu hace usted ah que no sale y lucha?

- Seora Scudder, por favor! Si usted me lo ordena, saldr e insultar a esos hombres para que me maten, pero no me diga que salga a luchar Quiere decirme con qu?

Comprendi ella lo improcedente de sus palabras, mas antes de que tuviera tiempo siquiera de excusarse, el mismo que haba matado al capitn, despus de pasar por encima del cuerpo de ste, se asom:

- El caballero tiene razn, seora. Pero mejor ser que me sigan -y al decir esto, agit una de sus manos, a cuyo gesto unos cuantos de sus hombres penetraron en el interior, arrojando fuera, sin contemplacin alguna, a hombres y mujeres que, con Ernie y Kim a la cabeza, abatidos, en rebao, se dirigieron hacia la sala de espera, en la que haca otra cuadrilla anloga de nombres, armados tambin de la misma manera.

Los bandidos rodearon a las cuarenta o cincuenta personas que, entre tripulacin y pasaje, componan la dotacin de la astronave, y frente a ellos se situ Kramm, que comenz a hablar, cuando alguien le acerc unos papeles que hoje distradamente.

- Seor William Clarke -dijo al cabo de unos minutos-: tiene la bondad de aproximarse?

El aludido, por el contrario, dio un paso atrs, pero un "gangster" le vio la accin y le empuj hacia adelante, con la culata, y muy poca ceremonia, por lo que tuvo que avanzar, muy a pesar suyo, hasta un metro del que mandaba, que lo mir framente.

- Seor Clarke, usted es un rico propietario y no padecer mucho si se desprende de media docena de millones que a nosotros nos harn mucha falta.

- No... no los tengo! -tartamude el hombre, palideciendo-. Mi for... mi fortuna no alcanza a tanto.

- No me haga rer, ni mucho menos perder el tiempo. Lo tengo todo preparado para que en Nueva York su banco pague, sin rechistar, ese rescate. Entretanto, usted se vendr con nosotros y sabr lo bueno que es desecar pantanos.

- Por favor... ! -implor sollozante Clarke, pero a un frio ademn del otro un "gangster" lo apart con pocos miramientos de all,

Tres o cuatro hombres ms fueron llamados, y recibieron idnticas rdenes, a las que asintieron con ms o menos reparos, pero debiendo resignarse a lo inevitable. A la fuerza se reunieron con Clarke, formando un abatido y tembloroso grupo que ni siquiera se atreva a chistar.

El jefe de los "gangsters" consult una vez ms la lista del pasaje y llam:

- Seora Scudder, tenga la bondad!

Alguien la empuj. Alguien la ech hacia adelante de muy mala manera, pero Kim, furiosa, sin poder contenerse, se volvi hacia el granuja y le atiz una soberana bofetada, que reson con toda claridad en la estancia.

- Sinvergenza! -se sulfur la mujer, al verse tratada tan desconsideradamente, pero en aquel momento el hombre, olvidando el sexo, levant el can del rifle, dispuesto a descargarlo sobre la cabeza de la mujer, pero sta retrocedi un paso, chillando asustada.

No lo consigui. Alguien, un hombre, se le plant enfrente, y deteniendo fcilmente con una mano el descenso del arma, alarg la otra, cerrando el puo con fulminantes efectos.

Los pies del bandido se separaron unos cuantos centmetros del suelo al recibir en el mentn el demoledor impacto y se desinteres a continuacin de cuanto ocurra. Otro de los forajidos, tratando de cortar lo que crea una sublevacin de los prisioneros, se abalanz sobre Ernie Heaviside, que fue quien golpe a su compaero, pero antes de que se diera cuenta, el arma le fue arrebatada de las manos, en dolorossima torsin que le hizo arrancar un aullido de dolor, al mismo tiempo que un brutal rodillazo al vientre le haca encogerse sobre s mismo. Luego, antes de que pudiera recuperarse, el can del arma se estrell contra su mejilla, en la que dej una sangrienta marca, y el hombre fue arrojado como un pelele a un lado por la violencia del golpe.

Ernie no tuvo tiempo de hacer fuego siquiera. Alguien se le acerc por detrs y le golpe en la nuca. Puso los ojos en blanco, solt el arma al aflojar las manos y, doblando las rodillas, se dej caer al suelo, inconsciente.

- Esto no me gusta nada -reprendi el forajido en jefe a sus hombres-. Un tipo como este, sin ms que sus manos, ha dejado a dos de vosotros fuera de combate. Espero que la cosa no se repita. No me agradara tener que imponer sanciones. Y en mi cdigo no hay ms que una clase de castigo! No lo olvidis.

Luego se volvi hacia Kim:

- Seora, le ruego encarecidamente me dispense por el trato tan incorrecto a que ha sido sometida por uno de mis hombres.

- No tiene que excusarse para nada, seor asesino -contest ella orgullosamente -. Estamos en sus manos. Eso es todo.

El hombre se inclin profundamente.

- Celebro mucho su amable comprensin, seora Scudder, y dispenso las duras palabras que me ha dirigido, proferidas en la excitacin del momento.

- Acabemos ya de una vez -cort ella impaciente-. Soy una mujer de negocios y no me gusta perder el tiempo en rodeos.

- Una vez ms debo felicitarme por su capacidad... digamos comercial -sonri el "gangster"-. Y ahora, he aqu lo que llamaremos, por respeto a su sexo, mi proposicin. Como usted muy bien ha dicho, es una mujer de negocios. Yo dira de negocio, en singular. Un negocio particularmente lucrativo. Las modas han sido siempre la perdicin de los hombres, mejor dicho, de sus carteras. Usted est en condiciones de pagar tres millones.

- Bandido! -grit ella, reparando en que su defensor se levantaba penosamente, llevndose las manos al sitio golpeado.

- Es una consecuencia ineludible de mi profesin, seora Scudder. Pero como dijo alguien hace muchsimos aos... bueno, qu importa lo que dijera? sa es su contribucin a nuestras finanzas. Entretanto se vendr con nosotros a Venus. Y sus maniques tambin.

Palideci Kim al or las palabras.

- No! -grit una vez ms-. Ellas no! Pagar lo que me pida, fije usted mismo la cifra. Pero no las condene a una vida peor que la misma muerte.

- Lo siento, seora. Los desecadores de pantanos estn ansiosos de tener esposa. Viven muy solitariamente y una mujer que les tenga preparada la cena al regreso de su trabajo y les distraiga con su amable charla, es algo por lo que pagarn, como antiguamente se deca, su peso en oro.

- Pero... ! -Kim intent protestar de nuevo, mas el forajido alz su mano en seco ademn.

- Bastal Ya he dicho todo lo que tena que decir -y perdi su amabilidad bruscamente-. No se hable ms.

Volvi sus ojos hacia el hombre que acababa de ponerse en pie, y se dirigi hacia l.

- Seor Heaviside, en su elogio dir que es usted un hombre muy valiente, puesto que en defensa de una dama, sin contar con ninguna clase de armas, ha expuesto su vida. No obstante, su gesto ha sido completamente intil. Y como no quiero perder ya ms tiempo, le dir que su rescate ha sido fijado en cinco millones de dlares.

Ernie se ech a rer, procurando soportar el dolor con estoicismo.

- Me valora usted demasiado, amigo. Si me dice de dnde puedo sacar esa cantidad que para m es algo tan alejado como la constelacin de Orin, se lo agradecer infinito.

Tambin su interlocutor ro, satisfecho:

- No creo que el Gobierno de los Estados Unidos deje que unos desalmados, nosotros, maten a una gloria de las letras, seor Heaviside. Y estoy seguro de que el Gobierno pagar por usted. Aunque pida el doble.

Ernie se encogi de hombros.

- All usted! sas son cuentas suyas. Pero se echar encima a todos los patrulleros del espacio y no crea que lo pasar muy bien cuando lo cojan. Robo, asesinato, piratera, son crmenes que en todas las edades han tenido una sola pena. No lo olvide.

- Lo s. Pero esa pena se aplica cuando se prende al culpable. Y a mi todava no han conseguido cogerme. Lo veo bastante difcil. Dicho lo cual, como ya hemos hablado bastante, regresaremos inmediatamente al "Luz del Sistema". Nos lo llevaremos con nosotros. El cargamento que lleva no es de despreciar -y el bandido concluy-: Aquellos que se vienen con nosotros les recomiendo una cosa. En cuanto entren en la espacionave, tense con cuidado, pues no habr prevenciones de despegue. De no hacerlo as se exponen a convertirse en papilla, por culpa de la aceleracin.

Ninguno de los secuestrados protest cuando fueron empujados hacia el aparato. Antes al contrario, procuraron obedecer las rdenes recibidas, atndose con frenes a las literas antichoques. La cosa no era para tomarla a broma. CAPTULO V

Era un hombre fuera de s el que entr en el despacho, y la persona que estaba sentada detrs de la mesa alz la cabeza con gesto de disgusto al ver a Val Scudder que, plido, cerrados los puos, se le acercaba con muy pocas contemplaciones.

- Qu le trae por aqu, Val?

- Escuche, seor...

ste alz la mano en prohibitivo ademn:

- Chitsss...! Por favor, se lo ruego! Nada de nombres. Y adems, no alce tanto la voz. No es conveniente... para ninguno de los dos.

- Est bien -admiti Scudder de mala gana-. Solamente vengo a decirle que han hecho conmigo una mala faena.

- No s a qu se refiere, Scudder -dijo el otro, simulando ignorancia.

- No se haga el tonto, jefe. Usted: sabe tan bien como yo qu es lo que me trae por aqu. Por qu han tenido que secuestrar a mi esposa? Es que no tenan bastante con los otros ricachos y la carga? Qu ms poda darles tres millones encima de los que ya tendrn? No nos moriremos de pobres, digo yo, eh?

- Tienes razn -dijo el hombre sentado, con paternal acento-. Ha sido un error por nuestra parte, Scudder. Realmente la ambicin nos ciega a veces. Dar rdenes...

- Dmelas a m de su puo y letra, jefe. As estar ms seguro.

- Hum! Eso de escribir no me gusta, Scudder. Lo har yo en persona.

- No me fio. Quiero a mi mujer y usted lo sabe, patrn. Y los dos nos conocemos lo suficiente para saber que sin algo que nos sujete el uno al otro, no haremos nada. De modo que, dme esa orden por escrito! saldr en la primera astronave para Venus. He sido un sinvergenza con Kim, pero ya pasa de la raya.

- Kim? Y qu te importa ella a ti, Scudder?

- Dice que qu me importa? -rugi ste, enrojeciendo-. Es que no sabe usted cules son mis sentimientos hacia ella? Ignora que se trata de mi esposa?

- Tu esposa? No digas cosas raras, Scudder!

Demasiado sabemos todos la burda trampa de que la hiciste objeto. Agradece que no se lo hayamos dicho para que pudieras disfrutar tranquilamente de su fortuna. Menos mal que ella es lista y te conoci a los pocos meses de... "casados" -subray esta palabra.

- Es igual -farfull Scudder bastante molesto-. Entre nosotros, con o sin trampa, ha sido considerada como tal y, en pago a mis servicios, exijo que se me conceda lo que pido.

- Est bien, Scudder. No hay por qu negarte una peticin tan justa. Enviaremos a nuestra central en Venustown una orden ma, por fotostato. Cifrada, naturalmente, No hay que correr riesgos. Te parece bien as?

Val Scudder asinti de mala gana.

- No me queda otro remedio. Pero ir yo en el prximo cohete. No quiero correr ningn riesgo y quiero comprobarlo por m mismo.

- Excelente idea! De Paso te encargar de una misin. Escucha ...

Cuando termin de hablar el que Scudder llamaba jefe, aqul hizo un gesto significativo, frotndose el pulgar y el ndice.

- Ando un poco escaso de fondos...

- Cundo has tenido cinco dlares tuyos, Scuder? -ro el otro, echando mano a un talonario de cheques y escribiendo en l unas lneas, tras lo cual firm. Le entreg el rectngulo-. Toma. Tienes ms que suficiente para el viaje y para las gestiones que te he encomendado. Pero recuerda que andas entrampado con la Sociedad.

- Demasiado lo s -gru Scudder-. He sido el que ms he trabajado y el peor pagado de todos.

- No digas cosas raras, Boggles ha hecho cien veces ms que t, sin hablar de Kramm, que es el que manda nuestra nave pirata y se juega el fsico, y no han recibido, ni con mucho, las recompensas que t te has llevado y que has .dilapidado de cualquier forma.

- Bien, dejemos esto ahora. Lo importante es que enve el fotostato cuando antes a Venustown. Por lo menos que cuando yo llegue ya est ella en libertad.

- Lo estar. Te lo aseguro -murmur el jefe, ponindose melodramticamente la mano en el pecho.

Pero Kim Scudder se encontraba a muchos miles de kilmetros de distancia de all, en relativa libertad. Toda la libertad de que poda disfrutar en la cmara de pasajeros del "Luz del Sistema", apenas desatados de las literas, y su primer impulso fue acercarse a Ernie Heaviside, que tena un pauelo mojado en la parte afectada por el golpe.

- Seor Heaviside -dijo ella, al cabo de un momento de vacilacin.

ste alz sus ojos.

- Hola, seora scudder! Perdneme que no me ponga en pie -se hallaba sentado al borde de la litera-. Pero ese estacazo que me dieron me ha dejado las piernas de mantequilla.

- Lo comprendo. No se preocupo por m -dijo ella suavemente-. nicamente quera expresarla m agradecimiento por su noble gesto de antes.

-No tiene importancia -murmur Ernie-. Supongo que esa debe ser la reaccin lgica de un poeta. Un caballero, vamos, aunque est mal que yo me elogie a m mismo. La verdad es que fue un impulso irrefrenable.

- Lo siento. Pero el resultado ha sido el mismo. Todos vamos con rumbo desconocido hasta que accedamos a las peticiones de estos bandidos.

- Si, y lo que no s es por qu se suponen que un escritor ha de poder conseguir cinco millones de dlares. El Gobierno...! Se pasarn aos antes de que el Congreso acuerde el crdito necesario. Esto suponiendo que me consideren como una gloria digna de ser rescatada.

- Seor Heaviside! -se asombr Kim-. Usted lo es. Desde el siglo XVI no ha habido otro poeta como usted.

- Bah! Fantasas de la propaganda. Shakespeare y Lope de Vega, en su poca, vivan como magnates comparados conmigo. Quiere usted creer que he tenido que pedirle dinero adelantado a mi editor para poder hacer este viaje?

Kim iba a continuar hablando, pero en aquel momento la interrumpieron. El altavoz:

- Atencin todos! Disponen de dos minutos para sujetarse en sus literas. Vamos a decelerar para llegar a la estacin sideral de partida definitiva. Y durante la parada que nadie se mueva, o nos veremos obligados a disparar contra l.

Sbitamente Ernie tuvo una idea. Tom a Kim por el brazo, mirndola a los ojos al mismo tiempo que le deca:

- Seora Scudder, usted es decidida. Hara algo por librarse de estos bandidos?

Centellearon los ojos de la mujer:

- De qu se trata?

Antes de contestarle, Ernie mir en su alrededor, no viendo otra cosa que gente ocupada en sujetarse a las literas.

- Cuando frene la astronave, no se levante usted. Fnjase enferma. Lo dems corre de mi cuenta.

- Qu piensa hacer? -inquiri ella ansiosa.

- No se preocupe de mi. Haga lo que le he dicho y tenga confianza.

Apret ella la mano del hombre que todava estaba posada en su mueca y su tono era decidido al responder:

- As lo har, seor Heaviside!

Ya estaban slidamente sujetos, cuando en la pared frontera apareci la luz roja indicadora de que comenzaba la deceleracin. Ernie se sinti proyectado hacia adelante, cuando los chorros de gases comenzaron a actuar en sentido opuesto, y not la dura opresin de las correas. Pero fue solamente un momento. Pas en seguida, y por uno de los ojos de buey, a travs del azulado cuarzo, pudo ver los edificios de la estacin desde la que emprenderan el largo viaje hasta Venus, que se acercaban lentamente. No aguard siquiera a que se detuviera la astronave. Soltndose las correas, y en medio de la expectacin de los otros pasajeros, corri hacia la puerta y all manipul en el contacto del comunicador con la sala de mandos.

- Oiga! Escuche! -grit-. Vengan pronto, por favor. Hay un pasajero gravemente enfermo.

Ernie not en su nuca las miradas de extraeza de quienes estaban a sus espaldas, pero continu fiel a su papel. Y la respuesta no se hizo esperar:

- Qu ocurre? Quin es el enfermo?

- No es enfermo, sino enferma. Es la seora Scudder.

- Y usted, quin es?

- Ernie Heaviside. Y por lo poco que s, la seora Scudder tiene un ataque de apendicitis. De modo que apresrense, si no quieren perderse tres millones de dlares.

Sonaron al otro lado unos gruidos y maldiciones, y Ernie se volvi al lecho de la. supuesta paciente, que desempeando hbilmente su papel, rodeada por sus muchachas, pareca contener los fuertes dolores de que estaba aquejada. Ernie la mir por encima y le gui el ojo, sonriente, a lo que ella hizo un imperceptible movimiento de prpados, asintiendo. y en aquel momento se abri la puerta de acceso, por la que entraron cuatro hombres, de los que dos se dirigieron al lecho, en tanto que una pareja armada se quedaba en la entrada, vigilando cuidadosamente a los pasajeros robados.

Ernie se dio cuenta de que entre los que avanzaban hacia l no se hallaba el jefe. Sin duda se encontraba dirigiendo la maniobra de atraque, pero para su fin le era igual. Se ech a un lado cuando aquellos dos hombres se acercaron, irrumpiendo en el. circulo y uno de ellos, con gesto profesional, tom la mueca de la mujer.

- Vaya! -murmur Ernie irnicamente-. No descuidan detalle estos bandidos. Tienen su mdico. Enfermeras tambin?

- Cllese! -dijo con aspereza el interpelado, dirigindose a Kim-. Por qu no se hizo operar, como es obligacin, antes de emprender el viaje espacial? .

- Yo... yo... -empez a decir ella, fijando sus ojos en el hombre que estaba detrs de los dos forajidos, pero en el mismo momento el poeta entr en accin.

El filo de su mano cay sobre la nuca del mdico, que a su vez, y sin decir palabra cay sobre la litera en que reposaba Km, la que sin vacilar, sin el menor empacho, se apoder de la pistola que llevaba el mdico en el cinturn.

El otro bandido lanz un juramento, echndose mano a su arma, pero no concluy el movimiento, porque un tremendo puntapi en el bajo vientre lo derrib en medio de una serie de impresionantes alaridos de dolor que concluyeron cuando otro golpe anlogo, conectado con su maxilar, le hizo perder el conocimiento.

Hubo un momento de sorpresa entre los dos hombres que estaban de guardia, que, alarmados, echaron mano a sus rifles, sin atreverse, no obstante, a disparar, por miedo a herir a las mujeres, ya que en medio de ellos estaba el autor del desaguisado, quien, tomando la pistola del mdico que le alargaba Kim, la enfil hacia los bandidos, disparando sin ninguna contemplacin y derribndolos antes de que tuvieran tiempo de darse cuenta de que alguien habla conseguido sublevarse.

- Cojan sus armas! -orden Ernie, y su voz se impuso a los cuatro o cinco hombres que, paralizados, haban visto en un segundo desarrollarse aquella inesperada accin que haba costado ya cuatro bajas al enemigo. Y no tardaron en obedecer y aun en pelearse por la posesin de los rifles y de las municiones de los muertos, hasta que el poeta, que haba tomado el mando de la sublevacin, les orden:

- Qudense aqu y protejan esto! Yo ir a ver si consigo apoderarme del mando de la nave.

Sali de la cmara, pistola en mano, empezando a descender la escalerilla de caracol que daba al amplio pasillo con dos direcciones: una a la sala de mquinas y otro al puesto de pilotaje. Mir en ambas direcciones y le extra no ver a nadie de momento, pero no tuvo que aguardar mucho. Las detonaciones haban sido escuchadas y tres o cuatro hombres, armados, a cuyo frente iba su jefe, corran hacia l.

Dio un salto hacia atrs, guarecindose tras el eje de la escalera y apunt cuidadosamente. Mas en el mismo momento en que apretaba el gatillo, como si Kramm hubiera previsto lo que iba a suceder, dio un salto lateral y la bala disparada fue a clavarse en el pecho del hombre que iba detrs, quien cay hacia delante con un grito de agona en los labios.

Le respondieron tres o cuatro proyectiles que gimieron lgubremente al chocar contra el metal, e incluso uno de ellos le roz el brazo, quemndoselo, pero volviendo a disparar derrib otro bandido.

Sin embargo, Ernie comprendi que aquella situacin no poda prolongarse mucho. No tena abundancia de municiones y a la larga acabara por ser vencido. Y en tanto que procuraba contener a los dos que quedaban, disparando de vez en cuando, su cerebro trabaj a la desesperada, buscando una solucin para salir de aquel atasco.

La hall. Dispar todos los cartuchos de su pistola en rpida sucesin, y luego arroj el arma vaca, que rechin con metlico sonido contra el suelo, en tanto que l ascenda rpidamente por la escalera, como si tratara de huir.

Oy a sus espaldas los gritos de alegra de sus perseguidores, que crean haberlo vencido definitivamente, pero en lugar de entrar del todo, se guareci en el umbral de la puerta, al mismo tiempo que arrebataba el rifle de las manos de uno de los secuestrados, aguardando el momento en que los dos bandidos se le acercaran.

Una cara apareci en la puerta. Ernie comprendi que el jefe era un tipo astuto, al enviar al otro por delante, pero no se entretuvo en reflexionar mucho. La culata de su rifle se estamp contra la cara que desapareci al instante, baada en sangre, en medio de las ondas conmovidas por el aullido de dolor, y acto seguido sinti el caracterstico ruido del cuerpo que caa por la escalera.

Una, dos, tres detonaciones rpidas se escucharon, y tres proyectiles, silbando ominosamente, penetraron en la cmara, provocando gritos de horror de las aterrorizadas mujeres pero Ernie, pegado con la espalda a la puerta, no quiso contestar. Un silencio sbito se hizo, y dur unos momentos, hasta que fue roto por una voz:

- Escuche, Heaviside! No sea tonto y entrguese. No sacar nada en limpio, si no es la muerte de todos ustedes. Admito que es un valiente y que me ha causado bastantes bajas, pero su fin ser el mismo.

Ernie se ech a rer sonoramente.

- Est usted clavado, amigo. Sus hombres, los que le queden, estn en este momento en la estacin sideral, disponiendo lo necesario para reanudar la marcha. Y usted no se puede mover de aqu, porque en cuanto lo haga lo freir yo a tiros.

Hubo una pausa. Al fin le contestaron

- Bien. Parece ser que, por el momento, la cosa est en tablas. Pero solamente por el momento, porque mis hombres no podrn tardar en venir y sabe lo que haremos?

- Diga -contest simplemente Ernie.

- Nosotros tenemos que proseguir nuestro viaje, quiranlo o no lo quieran ustedes. Verlo0 que ocurre cuando empecemos a acelerar. Aunque tambin tenemos otros medios tan buenos como el anterior para reducirlos a ustedes.

- Por ejemplo?

- Hacer el vaco en la cmara. No tendrn aire para respirar. Tambin podemos hacer descender la temperatura, aumentando el funcionamiento de refrigerador. Un par de horas a treinta o cuarenta bajo cero no sern otra cosa que un medio muy bueno para hacerles desistir de su intil motn.

La voz del jefe de los bandidos penetraba con toda claridad en el interior de la cmara. Y alguien se anticip a contestar:

- Yo quiero entregarme Pagar lo que me pidan. No quiero morir.

Y William Clarke, pues de l se trataba, avanz unos pasos, dispuesto a salir, pero la fuerte mano del poeta lo detuvo.

Quieto, imbcil! No ve usted que se trata de un truco solamente? Cmo comprende que nos va a dejar morir? Sera lo mismo que arrojar por la borda un buen montn de millones Y es lo suficientemente astuto para no hacerlo.

- Est usted equivocado, seor Heaviside, si cree que me importan sus vidas lo ms mnimo. Aunque, como usted dice, pierda unos cuantos millones, la carga compensa lo suficiente para sacar una buena utilidad a este golpe, y por otra parte, la noticia de la suerte que han corrido ustedes no dejar de extenderse. Ser un buen ejemplo para posteriores asaltos.

- Djeme! -grit, despavorido, perdido ya el control de si mismo Clarke, luchando a brazo partido con Ernie, pugnando por salir, al mismo tiempo que continuaba con sus voces-: Seor bandido! Soy William Clarke! Yo me rindo! Pagar lo que usted quiera...!

La desesperacin, el pnico Infunda un notable aumento de sus fuerzas a Clarke, por lo que Ernie se vea apurado para contenerlo, y en aquel mismo momento el rostro del "gangster", y a continuacin su cuerpo, aparecieron en la puerta.

El poeta se dio cuenta de que en la mano del forajido haba una pistola. l tena su rifle sujeto por las de Clarke, sin que pudiera hacer nada por defenderse, por lo que, en un supremo esfuerzo, arroj a ste hacia el bandido, en el mismo momento en que una bala sala de la pistola que empuaba.

El proyectil entr por la espalda de Clarke, que se arque hacia atrs, convulsivamente, al mismo tiempo que un alarido sala de sus labios, que palidecieron instantneamente. Gir sobre s mismo, permaneciendo luego un instante en pie, un momento que se hizo dramticamente largo, y en seguida cay al suelo.

El bandido aprovech la ocasin. Hubiera podido disparar sobre Ernie, pero ste tena razn. No le convena, por lo que, en un santiamn, y antes de que pudieran obstaculizarle la accin, cerr la puerta de acceso a la cmara, en la cual reson con acentos triunfales su risa estruendosa.

Ernie mir al quieto Clarke, cuyo rostro ya habla tomado el tono ceniciento de la muerte, y, arrojando a un lado el ya intil rifle, inclinada la cabeza, se dirigi hacia su litera, en la que se sent, desalentado.

Alguien se le acerc. Kim, que le cogi una mano.

- No sea pesimista, seor Heaviside l Usted hizo lo que pudo.

La mir Ernie, sonriendo dbilmente.

- S, que fue bien poco. nicamente matar unos cuantos bandidos, amn de conseguir la desgracia del seor Clarke.

- l tuvo la culpa -replic ella adustamente. Si le hubiera hecho caso, todava estara vivo.

- De todas formas no estamos peor de lo que estbamos, y contamos con dos rifles y una pistola. Algo es algo.

Pero en aquel momento son de nuevo el altavoz:

- Atencin, vamos a partir. Sujtense a las literas. Y dnse prisa.

Aquello hizo reaccionar a Ernie, que se levant de un salto, dirigindose a los hombres:

- Aydenme a sujetar a los muertos y a los heridos. Pronto!

Lo hicieron con el tiempo justo, porque todava se estaba atando cuando sinti que su cuerpo se hunda en la blandura ele lo