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ROUTE, hebdomadairej de La (Jí. 3.Q./1. en (fcanee Année Vil Prix 12 francs ENERO 1951 279 Rédsction el Admlnisiration 4, rué Belfort, 4 — TOULOUSE (Haute-Garonne) CC. Postal N- 1328-79 TOUlOUSe (Hte-Gne) / PONs iK Vil Aüof •l, ázj2>cun& á& la¿#fsTí. ^J.t-.stt fczcurtcÁja- cf¿, una áoeiedad que admite la mi- áezia; ¿i, una humanidad que admite la auezza me pazecen una áoeiedad u una humanidad in(eziozeá; fracia la áoeiedad ideal, hacia la humani- dad ideal que uo ÚOU, áoeiedad éin zeueá, humanidad áin ¿zontezaá. EPIXTETC I—v>v>wwwwvsw EL (ATOLKISHO •**>+++*i+++++++*++* HISPANO € IA AIECRIA de IB& eneiumá Y A va durando en exceso la macabra y falaz alegría que denota la España fascista. Parece como si la súbita clau- dicación de los Estados democráticos, en aras del dios de la guerra, bubiere abierto un paréntesis de euforia entre los ver- dugos de Falange. La Radio y la Prensa nos aportan datos que parecen corro- borar nuestra aseveración, pues por lo visto, o por lo oído y lo leído—que en esta ocasión, y en ciertos aspectos, no debe distar mucho de la realidad—, el falangismo se siente más tranquilo ante la perspectiva de los frutos que, mediante su habilidosa especulación y la cobarde determinación de las ((Naciones Uni- 4 das», piensa obtener de manos del capitalismo yanqui. ', De la alegría fascista participan, en buen grado, los ensota- ! ¡ nados españoles; y entre ellos—y con mayores razones—aquellos ¡ | adoradores profesionales de ídolos que integran la fatitica Com- ¡ ! pañia de Jesús. ! \ En España se habla de ((razón» y de ((realidades»; y al decir ', j razón se refieren a Franco, y al hablar de realidades, al falan- ¡ i gismo. Pero, ¿quién habla? Porque el Pueblo permanece callado, i ', permanece en un silencio angustioso, símbolo del terror que ins- ¡ ¡ piran los que hablan. ¡ Los ediles de Franco tratan de hacer comulgar al Pueblo i ¡ español con triples ruedas de molino, y, no conformes con dis- > ¡ cursear en torno a las determinaciones de la O.N.U., se sienten ; i guia y señera de la ola antibolchevique que corre hoy po r el •; ! mundo. Como si fuese el bolchevismo lo que ellos combatieron 1 ¡ en España; como si no fuesen las libertades del Pueblo español \ i lo que abatieron; como si no se tratase, el régimen franquista, ; i de la más feroz expresión del totalitarismo. i Los discursos y las manifestaciones se suman por docenas '. ¡ en estas últimas semanas. Y no hay paladín del fascismo, ni \ i pulpito o trinchera clerical, que no haya servido para disparar < i sobre la opinión las notas de una letanía discorde, cantada en ', j honor del ((triunfo» que la demencia de los hombres de Estado ¡ i ha servido, en bandeja, al fascismo. I ¡ La España fascista, no cabe duda, posee su mejor aliado, su ¡ ¡ mejor servidor, en la magia negra del españolismo católico. ¥ ¡ i es esa fuerza obscura, vinculada a Roma, la que con mayor < ¡ calor aporta su colaboración a la obra reivindicadora del fas- , ¡ cismo y de lo que él significa. \ Entre humo de incienso el clero español canta loas al régi- men, como en otras ocasiones, entre humo de pólvora, cantó loas a sus privilegios por las troneras de los campanarios. Jamás ha sido otra cosa el clero que la vanguardia de la reacción. Y desde los tiempos pretéritos de Torquemada hasta nuestros días no ha hecho otra cosa que acumular crímenes, morales y materiales, en su fatídica historia. La Iglesia en España sabe que está condenada, como lo está el fascismo, por muchas piruetas que haga el capitalismo Inter- nacional para evitar su ruina, y puesto que sabe el destino que el Pueblo español le reserva, es comprensible que trate de demo- rar su fin respaldando los altos poderes fascistas, el Estado fas- cista, porque en ese mutuo apoyo reside la única posibilidad de que sigan, el Estado y la Iglesia, avasallando al Pueblo español. Es cierto—como decimos al principio de este editorial—que ya dura en exceso la macabra y falaz alegría del fascismo his- pano, y en exceso dura la satisfacción de los cuervos de la Iglesia. La Historia no se forma sólo de alegrías criminales; se for- ma también de santas explosiones de ira, que van fomentándose poco a poco en los corazones de los hombres dignos. Y cuando llega el día, cuando llega la hora, el instante supremo de la ira de un Pueblo, caen los campanarios envueltos en nubes de humo, que no es humo de pajas, como los discursos de los jesuítas, ni humo de incienso, como el que utiliza el clero para glorificar al mayor criminal que ha existido en España. Y ese momento llegará, tiene que llegar, porque la Historia se repite, y se repetirá hasta que los Pueblos dejen hundirse a la Sociedad capitalista en todas sus formas y expresiones: roja, blanca y negra; fascista, bolchevique y seudodemocrática. LA AUTOSUPERACION INTELECTUAL. í^N^^^^^^^^^Wt i U N examen circunspecto y efecti- vo de aquellos hechos sociales que tienen cierta repercusión, atestigua de una manera palmaría que cada instante queda más desvaida la gestión individual. Sd.'o de vez en cuando, no muy a menudo, alguna personalidad relevante atrae la aten- ción y promueve el interés cerca de determinados sectores del público. Ca- be aseverar que la individualidad há- llase, ahora, constreñida a plegarse ca- si por entero al medio circundante, atemperando su conducta a las nece- sidades imperiosas que, incluso en de- terminadas ocasiones, ejercen una in- fluencia avasalladora, aun en los áni- mos mejor templados y más cultos y diligentes. Cuantos estamos en la vida publica nos vemos siempre, en mayor o menor medida, supeditados a los designios misteriosos de las cosas. Ello es inevi- table y ajeno a nuestro arbitrio. Esta- mos, pues, las más de las veces, forza- dos a movernos en un área harto re- ducida, sometidos a influencias avasa- lladoras. Por consiguiente, el esfuerzo individua], por vigoroso que sea, se ha de circunscribir a intentar la consecu- ción de los objetivos que más se com- paginen con nuestras inclinaciones, preferencias y simpatías, y que mejor se acomoden a las aptitudes y a la verdadera vocación, suponiendo que la hayamos descubierto y nos esforcemos por acrecerla, cultivándola. _ Orientarse, hallar la senda venturosa discurrir por ella holgadamente, sue- !e ser (área difícil, pero es, ordinaria- mente, la única que puede conducir- nos a convertir en realidad viva el ideal suspirado. Los pedagogos expertos aconsejan muy atinadamente que, antes de adop- tar una actitud, es indispensable y convenentísimo el profundizar en el examen del problema que las vicisitu- des inherentes a la vida platéannos, y que, al tratar de resolverlo en defini- tiva, hemos de reflexionar las conse- cuencias que puedan acarrear el dejar- nos llevar por el apresuramiento, y de ahí que la duda y la vacilación sean elementos de juicio que son menester para que las determinaciones no sean resultante de no haber deliberado con amplitud. Nada más sencillo ni más simple que abrigar un propósito generoso, que nuestro más vehemente impulso nos llega a desear con ansia, influidos por la angustia fascisnadora que en nues- tro «ego» ejercen las tendencias que predominan en el círculo de nuestras relaciones. Pero sólo es fecundo aquel esfuerzo que se lleva a cabo con ob- jeto de lograr una finalidad para la cual nos hallemos bien dispuestos y en condiciones adecuadas para sobrepo- nernos a todas las contrariedades que nos salgan al paso, por creernos ca- pacitados y con plena comprensión, para salir indemnes de los riesgos y peligros que puedan sobrevenir. A menudo, las gentes más reacias a acariciar proyectos son las que me- nos se distinguen por su perspicacia, sus dotes genuinas, su energía alenta- dora y su visión del futuro inmediato. Los individuos mejor preparados pro- penden a la parquedad y prefieren re- basar con sus actos los planes que se trazaran. Los espíritus ágiles y traba- jadores por la inquietud suelen ser modestos y aun humildes, pecan de recatados y sienten horror por todo cuanto signifique vanidad y afán des- lumbrador. No aspiran a ser admira- dores y se consideran dichosos cuando son comprendidos. La filosofía de la acción enseña que se debe tener un profundo sentido de la responsabilidad cuando nos dispo- nemos a iniciar una campaña renova- dora, encaminada a sustituir aquellos hábitos, costumbres, ceremonias y con- venciones que dejaron de ser símbolos representativos de una sustancia vital. La gran misión a cumplir en la vida contemporánea es adoctrinar a las gen- tes sencillas para que no sigan rindien- do pleitesía, sin previo examen, a to- das las logomaquias conceptuales que todavía defienden con obstinación y terquedad los pobres teorizantes de la escuela liberal, que hoy nada repre- senta, porque carece de soluciones prácticas para resolver los problemas candentes, como todos los relativos a la reorganización económica y a las luchas, cada vez más enconadas, entre el Capital y el Trabajo. Los sujetos moralmente más evolu- cionados poseen, en la hora presente, por fortuna, un agudo sentido critico, y su potencialidad discursiva llévales a aquilatar, de un modo minucioso, la razón de ser de las cosas, por tras- cendentales que sean. Incítales a in- (Pasa a la tercera). C/f éemanal CLAUDICACIÓN DE INTELECTUALES N O hay espectáculo más doloroso que el que ofrecer, aquellos in- telectuales que después de dar- le a conocer durante un tiempo como abanderados de ideales que dignifican, terminan por caer en la más denigrante de las claudicaciones: la que convierte al hombre en adulón de los poderosos de la hora, la que le hace servir a una causa que antes combatiera como delito de lesa humanidad. Intelectuales que ohidan su forma- ción y su actuación de ayer para, a cambio de la paga de servicios lacayes- cos, pegarse a quienes están en el po- der y sumarse al coro que aplaude el despotismo; intelectuales que usan su pluma y su verbo para exaltar doctri- nas y métodos, hombres y hechos, que lofocan la libertad y desvian al pueblo del verdadero camino de su redención; intelectuales que se hacen cómplices de la monstruosa máquina que pretende fabricar una cultura oficial, matando la inteligencia y el sentimiento del hombre, que necesita para vivir inde- pendencia, Ubre iniciativa, libertad siempre; i qué derecho tienen a seguir llamándose intelectuales, si hablan y es- criben al dictado del estómago, de la ambición o del miedo? En épocas de prueba, cuando defen- der principios e ideales, significaba ex- ponerse a represiones, cuando negarse a mascar el yugo requiere temple y espí- ritu de sacrificio, cuando quien dice verdades puede gustar la amargura d¿ la miseria, cuando se cierran las pági- nas de la prensa o se impide la edi- ción de un libro, cuando se debe jugar el todo o nada, frente al dilema de per- manecer erguido o caer de rodü'as, la selección de valores se produce a la vis- ta de todos. Los fracasado, los incapa- ces, los falsos campeones del espíritu y de la inteligencia, son arrastrados por el torbellino de pasiones y apetitos que convierte en «triunfadores» a los medio- cres y serviles. Ellos se suman pronto a 'os «nuevos» intelectuales del régimen, analfabetos en cultura, que repiten los versículos de la biblia oficial. EA PESTE y la guerra A CTUALMENTE el pueblo co- reano se encuentra sumido en el más trágico caos que pueda co- nocer el hombre. La ambición del im- perialismo ruso y los intereses del ame- ricano han creado, en tierra coreana, la desolación y la miseria más espantosas. Seúl, ciudad moderna, de unas ca- racterísticas muy parecidas á las de Ca- saVanca, se encuentra, en la actualidad, casi totalmente destruida. El hecho de haber sufrido !a¿ diferentes «liberacio- nes» de los dos ejércitos en pugna es la causa de que la bella y pintoresca capital sea hoy un montón de ruinas. Las sucesivas «ocupaciones», las «pur- gas» de las checas comunistas y las ejecuciones sumarias obra de los anti- bolcheviques, han convertido aquella ciudad en un inmenso cementerio. El coronel médico in¿és W. A. Crichton, ha sido designado, por el alto mando americano, con amplios poderes, para combatir al peor de los enemigos qeu podían imaginar: la peste. Los jefes americanos, parece ser, se han horrorizado ante la aparición de la terrible epidemia; pero la inquietud Hay la gran traición de los intelec- tuales que cobran precio por artículos y notas en la prensa del monopolio ofi- cial. Hay la traición desembozada, pro- clamada con la firma del apóstata, que pisotea sin asco sus propias ideas de yer, que reza salmos a los ungidos, que nuestra, en fin, la ropa denigrante que viste ahora. No hubo, no podrá haber jamás com- patibilidad entre la inteligencia culta y los regímenes de fuerza. Cuando el pue- blo sufre sojuzgamienio, cuando pierde la brújula empujado por vientos demagó- gicos, cuando la verdad tiene contados portavoces después de las bajas causa- das por ¡a represión, es cuando más falta hacen las voces, el ejemplo, de quienes aspirarj al titulo de intelectua- Mientras reptan tras su pitanza las claudicantes, surge alentador, calido en su mensaje de libertad, el ejemplo de los intelectuales que acompañan al pue- blo en la difícil marcha hacia su re- cuperación. ¿Qué quiere usted? —¿No me recuerda? Soy el obre- ro que vino ayer a ver si tenía usted trabajo para mí. Me dijo que volviera hoy... —¡Ah, gí! Cierto. Ahora recuer- do. Pues bien; me ha sido usted simpático y, en virtud de ello, deseo favorecerle. —He decidido darle trabajo... ¡Alégrese, hombre, alégrese! Para usted se lian acabado las semanas sin jornal. —No cómo agradecérselo... —¡De nada, hombre, de nada! A partir de mañana empieza us- ted a trabajar; porque supongo que, después de tres meses de paro, estará usted en muy mala situación. —En muy mala, sí, señor. —Bueno, pues... a otra cosa. ¡Ah, diablo!, se me olvidaba: el .jornal será un poco más bajo que el mínimo... ¡Qué quiere usted! Los tiempos son tan duros... Y trabajará usted catorce horas cada día, salvo los domingos, natural- mente, para que pueda usted ir por la mañana a misa y por la tarde a la taberna. Pero el tra- bajo no será muy dnro: cargar ba- rras de hierro de 80 kilos. Habi- da cuenta que las hay hasta de 80 toneladas... comprenderá usted que no será muy duro el trabajo. Y lo del salario, para decírselo a usted todo, debe comprender que sea un poquito bajo, porque para resolver la crisis existente hemos decidido, la patronal, rebajar to- dos los salarios y ampliar el per- sonal de nuestras casas y de nues- tros negocios. Ya ve usted... y aun hay quien dice que somos inhu- manos. Bueno: ¿acepta mis pro- posiciones? —Sí, señor. ¡Qué remedio me queda!... —Enhorabuena. Asi, pues, has- ta mañana. El obrero se va cabizbajo, acaso dolorido; y el patrón, conteniendo un bostezo de aburrimiento, excla- ma para sí: ((¡Salud, borrego!» Qaúzoche mostrada por el comandante en jefe, general Walker que ha muerto aplas- tado por su propia Jeep — no era pro- ducto de la desoladora situación en que se encontraba la población civil de Seúl, sino consecuencia del contagio qué amenazaba a las fuerzas militares que defendían, de los ataques bolcheviques, un sector próximo a la capital. Ante el avance de los «rojos»chinos, mongo'es y demás—grandes columnas M. BOTICARIO de refugiados intentaban ganar Seúl. Se calcula que el número de refugiados que cotidianamente entraban en Seúl se elevaba a 3.000. Estos pobres seres indefensos, desco- nocían lo que les esperaba al'i. La falta de material sanitario para combatir la epidemia era total. Los ciudadanos se encontraban tirados por las calles, sin mantas ni ropas con que protegerse del frío, v las ratas se paseaban entre ellos, inoculando por doquier el virus de la muerte: la infección pestífera. Hombres de ciencia se ocuparon ya en el pasado de encontrar la fórmula capaz de combatir los efectos de esta asoladora enfermedad. Hombres que la humanidad comienza a ignorar porque sus glorias no son de las que figuran en las^ páginas de las historias oficiales, que s'lo regitran nombres de reyes y el resu't^do de las batallas. El doctor Yersin, discípulo de Pas- teur, demostró en 1894 en Cantón- ciudad sometida a la peste en aquella época—, que son las ratas las principa- les propagadoras de la epidemia. Y, en 1900, fué el mismo doctor quien se in- yectó un suero de su propia invención. El experimento dio resultado satisfacto- rio: el medio de combatir la peste fué conseguido. En 1910, Manchuria conoció una epi- demia de tan horrible envergadura que llegaron a perecer diariamer4e de tres a cuatro mil personas, durante un espa- cio de seis meses. Trágicos recuerdos tiene la humani- dad de tan malignas epidemias. Fran- cia es una de las naciones europeas que más caras ha pagado las consecuer^ias de la peste. Lyon (de 1472 a 1474) sufrió una horrible epidemia, y Troyes (de 1481 a 1499) conoció, a su vez, la de- vastadora obra de la terrible enferme- dad. Pero, i de qué ha servido el esfuerzo de todos aquellos sabios que todo lo ofrendaron en bien de la humanidad? De nada. Pues si bien es cierto que hoy posee la ciencia los medios necesarios para combatir los efectos de tan cruel enfermedad, no es menos cierto que otros hombres pugnan por propagarla en toda su extensión provocando gue- rras en defensa de bastardos privile- gios. Es irreparable de la guerra el ham- bre, la miseria, la peste... Es su patri- monio. Y el be'icismo tiene su origen en el Estado, respaldo y fortaleza del ca- pitalismo. Ante el nuevo avance bolchevique, las fuerzas de las «Naciones Unidas» reci- bieron órdenes de evacuar Seúl. Habi- tantes y refugiados vuelven a emprers der la marcha con nuevo rumbo, lle- vando consigo no ya so amenté el te- rror y la miseria, sino que, lo que es más grave, el virus de la enfermedad más cruel que el hombre pueda pade- cer. Con cierto temor, se anuncia que la peste se extiende por Extremo Oriente. Se hacen advertencias para que se to- men, contra ela, medidas en Europa; pero lo que no se dice es que el ver- dadero mal está en la guerra; ni tam- poco se dice que acabando con la gue- rra se aplicaría el mejor remedio para terminar con la peste. DE LAS DIFICULTADES de un cronista L OS acontecimientos se suceden de tal manera, y son tan contra- dictorios, que se hace sumamente difícil mantener una crónica de actualidad en un semanario. Los primeros días de esta semana parecían ser portadores de una corta tregua en lo que a la tensión internacional se retiere. Pero hete aquí que, llegados a la mitad de la misma semana, las cosas cambian súbitamente y el panorama internacional se ensombrece. ¿Qué ha acontecido para que se produzca cambio tan repentino? Nada. O, simplemente, que a un señor se le ha antojado deseciiar el fruto de los antojos de otro. Y ya tenemos el porque de la inopinada bifurcación en materia de política internacional. Pero, ¿qué hacer?, se pregunta el cronista en tal ocasión. Porque, a lo mejor, pasado mañana se les anioja a los mencionados señores encauzar los acontecimientos por nueva senda, y en ese caso... ¡po- brecita crónica de actualidad! Lo lamentable es que encadenada a la actualidad va la vida de los pueblos. Y es más lamenifeble todavía que ios pueblos no se ma- reen con ios bruscos cambios de orientación a que los someten. Si se marearan, tendríamos la esperanza de que se decidieran ellos a coger por su cuenta el timón y a tirar al timonel por la borda. No acontece, desgraciadamente, circunstancia tal, y el cronista, no por cronista, sino por hombre, vése en trance apurado. Como los demás. Asi es que la actualidad depende ahora de los antojos de un re- ducido número de señores. Y desaparece a veces con más facilidad que llega. La tregua, a la que nos referimos en las primeras lineas de esta crónica, debía producirse a tenor de una proposición de los Estados Unidos relativa a las operaciones de Corea. Y no se ha producido porque Pekin ha considerado que podía sacar mejor partido de la situación. Y mientras el ((estira y afloja» se producía, seguían sin añojar los cañones en la ya célebre península asiática. Pero mientras no se supo la respuesta de Pekin, era licito pensar que acaso encontraran terreno de «entente» los dos países directa- mente beligerantes. Corea—no sé si será necesario decirlo—no tiene nada que ver con ese problema, o por lo menos así lo parece. Y las gentes, los optimistas a ultranza, se frotaban de gusto las manos ante la perspectiva feliz de poder oir, por la Radio, algo no relativo a los progresos de la ciencia bélica y a las posibilidades que tiene la bomba H de ensordecernos con su estallido. Desgraciadamente, no ha sido asi. Y dos o tres dias después de constatar que el termó- metro bajaba, intempestivamente sube hasta los propios limites de su resistencia. Pekin ha contestado. Y ahora el problema queda planteado: ¿Qué va a pasar mien- tras el linotipista confecciona en su maravillosa máquina esta cró- nica? ¿Qué ocurrirá luego, cuando el tipógrafo extraiga de las ((ca- jas» las letras para confeccionar el titulo? ¿Y después, cuando el maquinista imprima nuestro semanario? Nadie lo sabe. Nadie puede predecirlo. Porque los contrincantes no están seguros, ninguno de ellos, de la victoria. Nosotros, sin embargo, estamos seguros de la derrota de todos. Incluso de la del cronista, que no sabe si su crónica carecerá de actualidad cuando llegue a manos de los lectores. Jean VALJEAN. TEMAS PARA VIEJOS Y «JÓVENES R OMPER una lanza en favor de la organización juvenil no estará de más habida cuenta de que toda- vía perdura la injustificada manía que impulsa a mucha gente de sembrar con- fusión en torno a nuestras ideas, im- posibilitando todo trabajo ordenado, metódico, en pos de nuestros objetivos de captación y educación. La costumbre de hablar filosófica mente a los jóvenes, cuando los jóvenes carecen de la más elemental prepara- ción, nos aleja de cuanto debiéramos alcanzar si partiéramos, en nuestros in- tentos, de una base asequible a la men- talidad de la juventud obrera. Estamos lejos, en muchas ocasiones, de aquella época en que en los sindi- catos y ateneos existia un ímpetu gene- roso en la vieja militancia orientado hacia la juventud que acudía a nuestros medios. Ño existe, como entonces, aque- lla hermandad que vinculaba entre si a todos los compañeros. Nuestra con- cepción del compañerismo ha variado considerablemente, y ha perdido mucho de su valor. Acaso por ello vamos per- diendo eficacidad en nuestra acción li- bertaria, en nuestros esfuerzos por abrir nuevas perspectivas al hombre. Elíseo Reclus decía: «Si la juventud supiese y si la vejez pudiese». La ju- ventud con su entusiasmo, con su es- fuerzo, con su voluntad, se encuentra lejos, a pesar de todo, de la felicidad. Y se encuentra lejos quizás porque no evoluciona con la rapidez necesaria; quizás porque el estudio no llena el va- cio de su forzosa inexperiencia; quizás porque ha desaparecido aquel ímpetu generoso del que más arriba hablamos. No es necesario más que lanzar una mirada retrospectiva a nuestros prime- ros pasos por la organización juvenil, hacer un recuento del camino, ya lar- go para algunos, que hemos recorrido, y veremos cómo nuestros anhelos de ayer, nuestros anhelos de hoy, son los mis- mos que todo libertario ha sentido y por los que todos hemos luchado. Sin embargo, no parece razón suficiente ese anhelo común, para hacer que todos comprendamos la necesidad de aunar nuestros esfuerzos como lo hicieron en el pasado aquellos militantes que inte- graban los sindicatos y los ateneos. Pensamos con Fabri que «ia organi- zación más bella y perfecta está desti- nada a morir si sus componentes, tan doctos como se quiera en teoría, per- manecen inertes». La bondad de la or- ganización consiste precisamente en esto. Es preferible conocer a un hom- bre que actúa, que obra y procede a tenor de sus propias ideas, que a una organización que carece de la movili- dad necesaria, que duerme, que vejeta. FRANCISCO REB0RD0SA Vale más un individuo aislado que ac- túa, que mil personas ineptas e inertes organizadas. Y es de este punto de vista de donde parte este modesto artícu'o. Del punto de vista que debe determinarnos a to- dos a actuar, a movernos, a trabajar por nuestros ideales con aquel mismo espíritu que animó a nuestros antece- sores en las luchas por la libertad y que hizo posible un Movimiento Liber- tario robusto y dinámico que nos con- dujo muy cerca del Comunismo Liber- tario. Cuando en nuestra prensa juvenil—y en la adulta—, se nos pide a los jóve- nes que realicemos un esfuerzo tendente a capacitarnos, no son palabras vanas ni dilaciones en nuestra lucha: son pre- cisamente palabras que conducen al. vértice del problema que los pueb.'os tienen planteados; sin una cultura base nuestros esfuerzos carecerán de su fuer- za posible. Sin duda serán leídas estas lineas por no pocos jóvenes y acaso al- guno de e'los comprenda la realidad que expongo, en cuyo caso me sentiré ampliamente satisfecho de mi esfuerzo, pues no siendo escritor, ni poseyendo las dotes necesarias para serlo, he creído que debía aportar mi óbolo al esfuerzo que otros compañeros hacen por esta- blecer las bases de una revolución so- cial verdadera, que son, nadie lo dude, los conocimientos. Estudiar es actuar. Profundizar en los misterios, esclarecerlos, hacer de nuestro cerebro un arma dé combate y de realización, es moverse por los ca- minos de la libertad. Estudiemos, pues, compañeros, que en tiempos futuros nuestro esfuerzo actual dará su fruto beneficiando, no sólo a nosotros, sino a todos los hombres.

EL (ATOLKISH C/f éemanal LA AUTOSUPERACION DE … · abanderados de ideales que dignifican, terminan por caer en la más denigrante de las claudicaciones: la que convierte al hombre

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ROUTE, h e b d o m a d a i r e j

de La (Jí. 3.Q./1. en (fcanee

Année V i l Prix 1 2 francs

E N E R O 1951

N° 2 7 9

R é d s c t i o n e l A d m l n i s i r a t i o n 4, rué Belfort, 4 — TOULOUSE (Haute-Garonne)

C C . P o s t a l N - 1 3 2 8 - 7 9 T O U l O U S e (Hte-Gne)

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cf¿, una áoeiedad que admite la mi-áezia; ¿i, una humanidad que admite la auezza me pazecen una áoeiedad u una humanidad in(eziozeá; eá fracia la áoeiedad ideal, hacia la humani­dad ideal que uo ÚOU, áoeiedad éin

zeueá, humanidad áin ¿zontezaá.

EPIXTETC

I — v > v > w w w w v s w

EL (ATOLKISHO •**>+++*i+++++++*++* HISPANO € IA AIECRIA de IB& eneiumá

Y A va durando en exceso la macabra y falaz alegría que denota la España fascista. Parece como si la súbita clau­dicación de los Estados democráticos, en aras del dios de

la guerra, bubiere abierto un paréntesis de euforia entre los ver­dugos de Falange.

La Radio y la Prensa nos aportan datos que parecen corro­borar nuestra aseveración, pues por lo visto, o por lo oído y lo leído—que en esta ocasión, y en ciertos aspectos, no debe distar mucho de la realidad—, el falangismo se siente más tranquilo ante la perspectiva de los frutos que, mediante su habilidosa especulación y la cobarde determinación de las ((Naciones Uni-

4 das», piensa obtener de manos del capitalismo yanqui. ', De la alegría fascista participan, en buen grado, los ensota- ! ¡ nados españoles; y entre ellos—y con mayores razones—aquellos ¡ | adoradores profesionales de ídolos que integran la fatitica Com- ¡ ! pañia de Jesús. ! \ En España se habla de ((razón» y de ((realidades»; y al decir ', j razón se refieren a Franco, y al hablar de realidades, al falan- ¡ i gismo. Pero, ¿quién habla? Porque el Pueblo permanece callado, i ', permanece en un silencio angustioso, símbolo del terror que ins- ¡ ¡ piran los que hablan. ¡

Los ediles de Franco tratan de hacer comulgar al Pueblo i ¡ español con triples ruedas de molino, y, no conformes con dis- > ¡ cursear en torno a las determinaciones de la O.N.U., se sienten ; i guia y señera de la ola antibolchevique que corre hoy po r el •; ! mundo. Como si fuese el bolchevismo lo que ellos combatieron 1 ¡ en España; como si no fuesen las libertades del Pueblo español \ i lo que abatieron; como si no se tratase, el régimen franquista, ; i de la más feroz expresión del totalitarismo. i

Los discursos y las manifestaciones se suman por docenas '. ¡ en estas últimas semanas. Y no hay paladín del fascismo, ni \ i pulpito o trinchera clerical, que no haya servido para disparar < i sobre la opinión las notas de una letanía discorde, cantada en ', j honor del ((triunfo» que la demencia de los hombres de Estado ¡ i ha servido, en bandeja, al fascismo. I ¡ La España fascista, no cabe duda, posee su mejor aliado, su ¡ ¡ mejor servidor, en la magia negra del españolismo católico. ¥ ¡ i es esa fuerza obscura, vinculada a Roma, la que con mayor < ¡ calor aporta su colaboración a la obra reivindicadora del fas- , ¡ cismo y de lo que él significa. \

Entre humo de incienso el clero español canta loas al régi­men, como en otras ocasiones, entre humo de pólvora, cantó loas a sus privilegios por las troneras de los campanarios.

Jamás ha sido otra cosa el clero que la vanguardia de la reacción. Y desde los tiempos pretéritos de Torquemada hasta nuestros días no ha hecho otra cosa que acumular crímenes, morales y materiales, en su fatídica historia.

La Iglesia en España sabe que está condenada, como lo está el fascismo, por muchas piruetas que haga el capitalismo Inter­nacional para evitar su ruina, y puesto que sabe el destino que el Pueblo español le reserva, es comprensible que trate de demo­rar su fin respaldando los altos poderes fascistas, el Estado fas­cista, porque en ese mutuo apoyo reside la única posibilidad de que sigan, el Estado y la Iglesia, avasallando al Pueblo español.

Es cierto—como decimos al principio de este editorial—que ya dura en exceso la macabra y falaz alegría del fascismo his­pano, y en exceso dura la satisfacción de los cuervos de la Iglesia.

La Historia no se forma sólo de alegrías criminales; se for­ma también de santas explosiones de ira, que van fomentándose poco a poco en los corazones de los hombres dignos. Y cuando llega el día, cuando llega la hora, el instante supremo de la ira de un Pueblo, caen los campanarios envueltos en nubes de humo, que no es humo de pajas, como los discursos de los jesuítas, ni humo de incienso, como el que utiliza el clero para glorificar al mayor criminal que ha existido en España.

Y ese momento llegará, tiene que llegar, porque la Historia se repite, y se repetirá hasta que los Pueblos dejen hundirse a la Sociedad capitalista en todas sus formas y expresiones: roja, blanca y negra; fascista, bolchevique y seudodemocrática.

LA AUTOSUPERACION INTELECTUAL.

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i

UN examen circunspecto y efecti­vo de aquellos hechos sociales que tienen cierta repercusión,

atestigua de una manera palmaría que cada instante queda más desvaida la gestión individual. Sd.'o de vez en cuando, no muy a menudo, alguna personalidad relevante atrae la aten­ción y promueve el interés cerca de determinados sectores del público. Ca­be aseverar que la individualidad há­llase, ahora, constreñida a plegarse ca­si por entero al medio circundante, atemperando su conducta a las nece­sidades imperiosas que, incluso en de­terminadas ocasiones, ejercen una in­fluencia avasalladora, aun en los áni­mos mejor templados y más cultos y diligentes.

Cuantos estamos en la vida publica nos vemos siempre, en mayor o menor medida, supeditados a los designios misteriosos de las cosas. Ello es inevi­table y ajeno a nuestro arbitrio. Esta­mos, pues, las más de las veces, forza­dos a movernos en un área harto re­ducida, sometidos a influencias avasa­lladoras. Por consiguiente, el esfuerzo individua], por vigoroso que sea, se ha de circunscribir a intentar la consecu­ción de los objetivos que más se com­paginen con nuestras inclinaciones, preferencias y simpatías, y que mejor se acomoden a las aptitudes y a la verdadera vocación, suponiendo que la hayamos descubierto y nos esforcemos por acrecerla, cultivándola. _ Orientarse, hallar la senda venturosa

discurrir por ella holgadamente, sue-!e ser (área difícil, pero es, ordinaria­mente, la única que puede conducir­nos a convertir en realidad viva el ideal suspirado.

Los pedagogos expertos aconsejan muy atinadamente que, antes de adop­tar una actitud, es indispensable y convenentísimo el profundizar en el examen del problema que las vicisitu­des inherentes a la vida platéannos, y que, al tratar de resolverlo en defini­tiva, hemos de reflexionar las conse­cuencias que puedan acarrear el dejar­nos llevar por el apresuramiento, y de ahí que la duda y la vacilación sean elementos de juicio que son menester para que las determinaciones no sean resultante de no haber deliberado con amplitud.

Nada más sencillo ni más simple que abrigar un propósito generoso, que nuestro más vehemente impulso nos llega a desear con ansia, influidos por la angustia fascisnadora que en nues­tro «ego» ejercen las tendencias que predominan en el círculo de nuestras relaciones. Pero sólo es fecundo aquel esfuerzo que se lleva a cabo con ob­jeto de lograr una finalidad para la cual nos hallemos bien dispuestos y en condiciones adecuadas para sobrepo­nernos a todas las contrariedades que nos salgan al paso, por creernos ca­pacitados y con plena comprensión, para salir indemnes de los riesgos y peligros que puedan sobrevenir.

A menudo, las gentes más reacias a acariciar proyectos son las que me­nos se distinguen por su perspicacia, sus dotes genuinas, su energía alenta­dora y su visión del futuro inmediato. Los individuos mejor preparados pro­penden a la parquedad y prefieren re­basar con sus actos los planes que se trazaran. Los espíritus ágiles y traba­jadores por la inquietud suelen ser modestos y aun humildes, pecan de recatados y sienten horror por todo cuanto signifique vanidad y afán des­lumbrador. No aspiran a ser admira­

dores y se consideran dichosos cuando son comprendidos.

La filosofía de la acción enseña que se debe tener un profundo sentido de la responsabilidad cuando nos dispo­nemos a iniciar una campaña renova­dora, encaminada a sustituir aquellos hábitos, costumbres, ceremonias y con­venciones que dejaron de ser símbolos representativos de una sustancia vital.

La gran misión a cumplir en la vida contemporánea es adoctrinar a las gen­tes sencillas para que no sigan rindien­do pleitesía, sin previo examen, a to­das las logomaquias conceptuales que todavía defienden con obstinación y

terquedad los pobres teorizantes de la escuela liberal, que hoy nada repre­senta, porque carece de soluciones prácticas para resolver los problemas candentes, como todos los relativos a la reorganización económica y a las luchas, cada vez más enconadas, entre el Capital y el Trabajo.

Los sujetos moralmente más evolu­cionados poseen, en la hora presente, por fortuna, un agudo sentido critico, y su potencialidad discursiva llévales a aquilatar, de un modo minucioso, la razón de ser de las cosas, por tras­cendentales que sean. Incítales a in-

(Pasa a la tercera).

C/f éemanal

CLAUDICACIÓN DE INTELECTUALES N O hay espectáculo más doloroso

que el que ofrecer, aquellos in­telectuales que después de dar­

le a conocer durante un tiempo como abanderados de ideales que dignifican, terminan por caer en la más denigrante de las claudicaciones: la que convierte al hombre en adulón de los poderosos de la hora, la que le hace servir a una causa que antes combatiera como delito de lesa humanidad.

Intelectuales que ohidan su forma­ción y su actuación de ayer para, a cambio de la paga de servicios lacayes­cos, pegarse a quienes están en el po­der y sumarse al coro que aplaude el despotismo; intelectuales que usan su pluma y su verbo para exaltar doctri­nas y métodos, hombres y hechos, que lofocan la libertad y desvian al pueblo del verdadero camino de su redención; intelectuales que se hacen cómplices de la monstruosa máquina que pretende fabricar una cultura oficial, matando la inteligencia y el sentimiento del hombre, que necesita para vivir inde­

pendencia, Ubre iniciativa, libertad siempre; i qué derecho tienen a seguir llamándose intelectuales, si hablan y es­criben al dictado del estómago, de la ambición o del miedo?

En épocas de prueba, cuando defen­der principios e ideales, significaba ex­ponerse a represiones, cuando negarse a mascar el yugo requiere temple y espí­ritu de sacrificio, cuando quien dice verdades puede gustar la amargura d¿ la miseria, cuando se cierran las pági­nas de la prensa o se impide la edi­ción de un libro, cuando se debe jugar el todo o nada, frente al dilema de per­manecer erguido o caer de rodü'as, la • selección de valores se produce a la vis­ta de todos. Los fracasado, los incapa­ces, los falsos campeones del espíritu y de la inteligencia, son arrastrados por el torbellino de pasiones y apetitos que convierte en «triunfadores» a los medio­

cres y serviles. Ellos se suman pronto a 'os «nuevos» intelectuales del régimen, analfabetos en cultura, que repiten los versículos de la biblia oficial.

EA PESTE y la guerra

A CTUALMENTE el pueblo co­reano se encuentra sumido en el más trágico caos que pueda co­

nocer el hombre. La ambición del im­perialismo ruso y los intereses del ame­ricano han creado, en tierra coreana, la desolación y la miseria más espantosas.

Seúl, ciudad moderna, de unas ca­racterísticas muy parecidas á las de Ca-saVanca, se encuentra, en la actualidad, casi totalmente destruida. El hecho de haber sufrido !a¿ diferentes «liberacio­nes» de los dos ejércitos en pugna es la causa de que la bella y pintoresca capital sea hoy un montón de ruinas. Las sucesivas «ocupaciones», las «pur­gas» de las checas comunistas y las ejecuciones sumarias obra de los anti­bolcheviques, han convertido aquella ciudad en un inmenso cementerio.

El coronel médico in¿és W. A. Crichton, ha sido designado, por el alto mando americano, con amplios poderes, para combatir al peor de los enemigos qeu podían imaginar: la peste.

Los jefes americanos, parece ser, se han horrorizado ante la aparición de la terrible epidemia; pero la inquietud

Hay la gran traición de los intelec­tuales que cobran precio por artículos y notas en la prensa del monopolio ofi­cial. Hay la traición desembozada, pro­clamada con la firma del apóstata, que pisotea sin asco sus propias ideas de yer, que reza salmos a los ungidos, que nuestra, en fin, la ropa denigrante que viste ahora.

No hubo, no podrá haber jamás com­patibilidad entre la inteligencia culta y los regímenes de fuerza. Cuando el pue­blo sufre sojuzgamienio, cuando pierde la brújula empujado por vientos demagó­gicos, cuando la verdad tiene contados portavoces después de las bajas causa­das por ¡a represión, es cuando más falta hacen las voces, el ejemplo, de quienes aspirarj al titulo de intelectua-

Mientras reptan tras su pitanza las claudicantes, surge alentador, calido en su mensaje de libertad, el ejemplo de los intelectuales que acompañan al pue­blo en la difícil marcha hacia su re­cuperación.

—¿Qué quiere usted? —¿No me recuerda? Soy el obre­

ro que vino ayer a ver si tenía usted trabajo para mí. Me dijo que volviera hoy...

—¡Ah, gí! Cierto. Ahora recuer­do. Pues bien; me ha sido usted simpático y, en virtud de ello, deseo favorecerle.

—He decidido darle trabajo... ¡Alégrese, hombre, alégrese! Para usted se lian acabado las semanas sin jornal.

—No sé cómo agradecérselo... —¡De nada, hombre, de nada!

A partir de mañana empieza us­ted a trabajar; porque supongo que, después de tres meses de paro, estará usted en muy mala situación.

—En muy mala, sí, señor. —Bueno, pues... a otra cosa.

¡Ah, diablo!, se me olvidaba: el .jornal será un poco más bajo que el mínimo... ¡Qué quiere usted! Los tiempos son tan duros... Y trabajará usted catorce horas cada día, salvo los domingos, natural­mente, para que pueda usted ir por la mañana a misa y por la tarde a la taberna. Pero el tra­bajo no será muy dnro: cargar ba­rras de hierro de 80 kilos. Habi­da cuenta que las hay hasta de 80 toneladas... comprenderá usted que no será muy duro el trabajo. Y lo del salario, para decírselo a usted todo, debe comprender que sea un poquito bajo, porque para resolver la crisis existente hemos decidido, la patronal, rebajar to­dos los salarios y ampliar el per­sonal de nuestras casas y de nues­tros negocios. Ya ve usted... y aun hay quien dice que somos inhu­manos. Bueno: ¿acepta mis pro­posiciones?

—Sí, señor. ¡Qué remedio me queda!...

—Enhorabuena. Asi, pues, has­ta mañana.

El obrero se va cabizbajo, acaso dolorido; y el patrón, conteniendo un bostezo de aburrimiento, excla­ma para sí: ((¡Salud, borrego!»

Qaúzoche

mostrada por el comandante en jefe, general Walker — que ha muerto aplas­tado por su propia Jeep — no era pro­ducto de la desoladora situación en que se encontraba la población civil de Seúl, sino consecuencia del contagio qué amenazaba a las fuerzas militares que defendían, de los ataques bolcheviques, un sector próximo a la capital.

Ante el avance de los «rojos»—chinos, mongo'es y demás—grandes columnas

M. BOTICARIO de refugiados intentaban ganar Seúl. Se calcula que el número de refugiados que cotidianamente entraban en Seúl se elevaba a 3.000.

Estos pobres seres indefensos, desco­nocían lo que les esperaba al'i. La falta de material sanitario para combatir la epidemia era total. Los ciudadanos se encontraban tirados por las calles, sin mantas ni ropas con que protegerse del frío, v las ratas se paseaban entre ellos, inoculando por doquier el virus de la muerte: la infección pestífera.

Hombres de ciencia se ocuparon ya en el pasado de encontrar la fórmula capaz de combatir los efectos de esta asoladora enfermedad. Hombres que la humanidad comienza a ignorar porque sus glorias no son de las que figuran en las^ páginas de las historias oficiales, que s'lo regitran nombres de reyes y el resu't^do de las batallas.

El doctor Yersin, discípulo de Pas-teur, demostró en 1894 en Cantón-ciudad sometida a la peste en aquella época—, que son las ratas las principa­les propagadoras de la epidemia. Y, en 1900, fué el mismo doctor quien se in­yectó un suero de su propia invención. El experimento dio resultado satisfacto­rio: el medio de combatir la peste fué conseguido.

En 1910, Manchuria conoció una epi­demia de tan horrible envergadura que llegaron a perecer diariamer4e de tres a cuatro mil personas, durante un espa­cio de seis meses.

Trágicos recuerdos tiene la humani­dad de tan malignas epidemias. Fran­cia es una de las naciones europeas que más caras ha pagado las consecuer^ias de la peste. Lyon (de 1472 a 1474) sufrió una horrible epidemia, y Troyes (de 1481 a 1499) conoció, a su vez, la de­vastadora obra de la terrible enferme­dad.

Pero, i de qué ha servido el esfuerzo de todos aquellos sabios que todo lo ofrendaron en bien de la humanidad? De nada. Pues si bien es cierto que hoy posee la ciencia los medios necesarios para combatir los efectos de tan cruel enfermedad, no es menos cierto que otros hombres pugnan por propagarla en toda su extensión provocando gue­rras en defensa de bastardos privile­gios.

Es irreparable de la guerra el ham­bre, la miseria, la peste... Es su patri­monio. Y el be'icismo tiene su origen en el Estado, respaldo y fortaleza del ca­pitalismo.

Ante el nuevo avance bolchevique, las fuerzas de las «Naciones Unidas» reci­bieron órdenes de evacuar Seúl. Habi­tantes y refugiados vuelven a emprers der la marcha con nuevo rumbo, lle­vando consigo no ya so amenté el te­rror y la miseria, sino que, lo que es más grave, el virus de la enfermedad más cruel que el hombre pueda pade­cer.

Con cierto temor, se anuncia que la peste se extiende por Extremo Oriente. Se hacen advertencias para que se to­men, contra ela, medidas en Europa; pero lo que no se dice es que el ver­dadero mal está en la guerra; ni tam­poco se dice que acabando con la gue­rra se aplicaría el mejor remedio para terminar con la peste.

DE LAS DIFICULTADES de un cronista

LOS acontecimientos se suceden de tal manera, y son tan contra­dictorios, que se hace sumamente difícil mantener una crónica de actualidad en un semanario.

Los primeros días de esta semana parecían ser portadores de una corta tregua en lo que a la tensión internacional se retiere. Pero hete aquí que, llegados a la mitad de la misma semana, las cosas cambian súbitamente y el panorama internacional se ensombrece.

¿Qué ha acontecido para que se produzca cambio tan repentino? Nada. O, simplemente, que a un señor se le ha antojado deseciiar el fruto de los antojos de otro. Y ya tenemos el porque de la inopinada bifurcación en materia de política internacional.

Pero, ¿qué hacer?, se pregunta el cronista en tal ocasión. Porque, a lo mejor, pasado mañana se les anioja a los mencionados señores encauzar los acontecimientos por nueva senda, y en ese caso... ¡po-brecita crónica de actualidad!

Lo lamentable es que encadenada a la actualidad va la vida de los pueblos. Y es más lamenifeble todavía que ios pueblos no se ma­reen con ios bruscos cambios de orientación a que los someten. Si se marearan, tendríamos la esperanza de que se decidieran ellos a coger por su cuenta el timón y a tirar al timonel por la borda. No acontece, desgraciadamente, circunstancia tal, y el cronista, no por cronista, sino por hombre, vése en trance apurado. Como los demás.

Asi es que la actualidad depende ahora de los antojos de un re­ducido número de señores. Y desaparece a veces con más facilidad que llega.

La tregua, a la que nos referimos en las primeras lineas de esta crónica, debía producirse a tenor de una proposición de los Estados Unidos relativa a las operaciones de Corea. Y no se ha producido porque Pekin ha considerado que podía sacar mejor partido de la situación. Y mientras el ((estira y afloja» se producía, seguían sin añojar los cañones en la ya célebre península asiática.

Pero mientras no se supo la respuesta de Pekin, era licito pensar que acaso encontraran terreno de «entente» los dos países directa­mente beligerantes. Corea—no sé si será necesario decirlo—no tiene nada que ver con ese problema, o por lo menos así lo parece. Y las gentes, los optimistas a ultranza, se frotaban de gusto las manos ante la perspectiva feliz de poder oir, por la Radio, algo no relativo a los progresos de la ciencia bélica y a las posibilidades que tiene la bomba H de ensordecernos con su estallido. Desgraciadamente, no ha sido asi. Y dos o tres dias después de constatar que el termó­metro bajaba, intempestivamente sube hasta los propios limites de su resistencia. Pekin ha contestado.

Y ahora el problema queda planteado: ¿Qué va a pasar mien­tras el linotipista confecciona en su maravillosa máquina esta cró­nica? ¿Qué ocurrirá luego, cuando el tipógrafo extraiga de las ((ca­jas» las letras para confeccionar el titulo? ¿Y después, cuando el maquinista imprima nuestro semanario? Nadie lo sabe. Nadie puede predecirlo. Porque los contrincantes no están seguros, ninguno de ellos, de la victoria.

Nosotros, sin embargo, estamos seguros de la derrota de todos. Incluso de la del cronista, que no sabe si su crónica carecerá de actualidad cuando llegue a manos de los lectores.

Jean VALJEAN.

TEMAS PARA VIEJOS Y «JÓVENES

R OMPER una lanza en favor de la organización juvenil no estará de más habida cuenta de que toda­

vía perdura la injustificada manía que impulsa a mucha gente de sembrar con­fusión en torno a nuestras ideas, im­posibilitando todo trabajo ordenado, metódico, en pos de nuestros objetivos de captación y educación.

La costumbre de hablar filosófica mente a los jóvenes, cuando los jóvenes carecen de la más elemental prepara­ción, nos aleja de cuanto debiéramos alcanzar si partiéramos, en nuestros in­tentos, de una base asequible a la men­talidad de la juventud obrera.

Estamos lejos, en muchas ocasiones, de aquella época en que en los sindi­catos y ateneos existia un ímpetu gene­roso en la vieja militancia orientado hacia la juventud que acudía a nuestros medios. Ño existe, como entonces, aque­lla hermandad que vinculaba entre si a todos los compañeros. Nuestra con­cepción del compañerismo ha variado considerablemente, y ha perdido mucho de su valor. Acaso por ello vamos per­diendo eficacidad en nuestra acción li­bertaria, en nuestros esfuerzos por abrir nuevas perspectivas al hombre.

Elíseo Reclus decía: «Si la juventud supiese y si la vejez pudiese». La ju­ventud con su entusiasmo, con su es­fuerzo, con su voluntad, se encuentra lejos, a pesar de todo, de la felicidad. Y se encuentra lejos quizás porque no evoluciona con la rapidez necesaria; quizás porque el estudio no llena el va­cio de su forzosa inexperiencia; quizás porque ha desaparecido aquel ímpetu generoso del que más arriba hablamos. No es necesario más que lanzar una mirada retrospectiva a nuestros prime­ros pasos por la organización juvenil, hacer un recuento del camino, ya lar­go para algunos, que hemos recorrido, y veremos cómo nuestros anhelos de ayer, nuestros anhelos de hoy, son los mis­mos que todo libertario ha sentido y por los que todos hemos luchado. Sin embargo, no parece razón suficiente ese anhelo común, para hacer que todos comprendamos la necesidad de aunar nuestros esfuerzos como lo hicieron en el pasado aquellos militantes que inte­graban los sindicatos y los ateneos.

Pensamos con Fabri que «ia organi­

zación más bella y perfecta está desti­nada a morir si sus componentes, tan doctos como se quiera en teoría, per­manecen inertes». La bondad de la or­ganización consiste precisamente en esto. Es preferible conocer a un hom­bre que actúa, que obra y procede a tenor de sus propias ideas, que a una organización que carece de la movili­dad necesaria, que duerme, que vejeta.

FRANCISCO REB0RD0SA Vale más un individuo aislado que ac­túa, que mil personas ineptas e inertes organizadas.

Y es de este punto de vista de donde parte este modesto artícu'o. Del punto de vista que debe determinarnos a to­dos a actuar, a movernos, a trabajar por nuestros ideales con aquel mismo espíritu que animó a nuestros antece­sores en las luchas por la libertad y que hizo posible un Movimiento Liber­tario robusto y dinámico que nos con­dujo muy cerca del Comunismo Liber­tario.

Cuando en nuestra prensa juvenil—y en la adulta—, se nos pide a los jóve­nes que realicemos un esfuerzo tendente a capacitarnos, no son palabras vanas ni dilaciones en nuestra lucha: son pre­cisamente palabras que conducen al. vértice del problema que los pueb.'os tienen planteados; sin una cultura base nuestros esfuerzos carecerán de su fuer­za posible. Sin duda serán leídas estas lineas por no pocos jóvenes y acaso al­guno de e'los comprenda la realidad que expongo, en cuyo caso me sentiré ampliamente satisfecho de mi esfuerzo, pues no siendo escritor, ni poseyendo las dotes necesarias para serlo, he creído que debía aportar mi óbolo al esfuerzo que otros compañeros hacen por esta­blecer las bases de una revolución so­cial verdadera, que son, nadie lo dude, los conocimientos.

Estudiar es actuar. Profundizar en los misterios, esclarecerlos, hacer de nuestro cerebro un arma dé combate y de realización, es moverse por los ca­minos de la libertad.

Estudiemos, pues, compañeros, que en tiempos futuros nuestro esfuerzo actual dará su fruto beneficiando, no sólo a nosotros, sino a todos los hombres.

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RUTA

NOVELAS tu*

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de Graham Greene 3*. , . «... Salió del confesonario y se arrodilló nuevamente ; también esto

era parte de la rutina. Por un momento, le pareció que Dios era de­masiado accesible. No había dificultades para acercarse a él. Como un demagogo popular, a cualquier hora, cualquiera de sus partida­rios tenia acceso a él. Alzando la vista hacia la cruz, pensó : Hasta sufre en público...» (LIBRO II.)

• , * i

GRAHAM GREENE es uno de los grandes novelistas contemporáneos que —al igual que Mauriac, con quien a veces se lo ha comparado—de­fiende ardientemente la ética crist iana. Católico convencido, la convic-

vicción equivale en él a un apostolado : el a r t e sirve de vehículo a su pré­dica, a su concepción religiosa del hombre y el mundo. Detrás de cada personaje suyo—no det rás : dentro , en él mismo—está Dios ; y el pecado, y la santidad, y la lucha—que no siempre es triunfo—para escapar al cas­tigo divino. Sus novelas son intentos pa ra s i tuar al hombre en el reino de Cristo ; y pa ra hacerle aceptar , además, la tabla de valores creada por la morai católica. El a r t e de Greene es una aspiración que tiende a purificar la Humanidad por el camino de la gracia. P a r a vencer al ángel del mal y conseguir la máxima absolución.

Esa acti tud, s in conocer la cual mal podría comprenderse la obra del autor inglés, no representa , s in embargo, una frontera que limite su arte. El punto es deiicado y exige a lguna reflexión : el exaltado prur i to de racio­nalismo a teo—tan peligroso como cualquier dogma cuando roza la exage­ración—suele conducir no pocas veces a una ro tunda impugnación de toda creación ar t ís t ica que responda a un aliento antagónico. Tal posición, en la que lo religioso adquiere una e x t r a ñ a identidad con lo herético, posee una lógica semejante a la absurda dialéctica que caracteriza en general el pen­samiento católico : un ar te ortodoxo y, en oposición a él, un ar te ilícito y condenado a la excomunión. Evitemos en mater ia ar t ís t ica el fanat ismo deísta y el fanatismo ateo : sin transigir con la propia e inal ienable actitud an te la idea religiosa, t ra temos de juzgar el a r t e como un valor en s í : nc digo independiente de la vida, ya que es ésta la que lo define y valoriza, pero sí como dueño de una medida dis t inta a aquella que se aplica al estu­diar la hipótesis de un presunto ser divino. El dios de Tolstoi no h a ahogado su a r te ; ni el de Pascal sofocó su mensaje, ni el de Dante ha borrado la «Divina Comedia».

Con G r a h a m Greene se plantea un caso parecido. Su catolicismo—posi­ción, io repito, en él existencial—dista mucho de p lan tear un «no más allá» a su a r t e : queda éste explicado, pa tentes su contenido y su dirección, pero jamás empequeñecido o anulado por su sentido apostólico. Greene ha encon­t rado la forma de buscar a Dios sin que la búsqueda se convierta en demos­tración teológica ; y sin que la figura d e t Cristo reduzca a simples sombras el contorno de los personajes. Hay en su catolicismo—con todo lo que el catolicismo implica de rígido y uniforme—una misteriosa facultad p a r a cap­tar las contradicciones del hombre ; y, al mismo tiempo, una ap t i tud cons­ciente pa ra asimilar lo divino a la vida diaria, pa ra negar lo ferozmente absoluto de la santidad.

«El revés de la t rama» es una historia simple. Scobie, el héroe, no es un hombre ext raordinar io ; ni lo bas tante inteligente p a r a conocer sus límites —sólo la experiencia le da ese conocimiento, y la experiencia es casi siem­pre tardía—, ni lo bas tante vulgar para ser feliz en su mediocridad. Un hombre cuyo mundo comienza y termina en la ru t ina de su trabajo y de su hogar : automático en el cumplimiento de un deber oficial y uno íntimo, este úl t imo más doloroso y difícil que aquél. Has ta la desdicha h a llegado a ser en él un sent imiento ru t inar io , una sensación de vacío repet ida mil veces ; y el d rama deja entonces de serlo, ya que su familiaridad lo torna diario y vu lga r : la angust ia verdadera sólo nace en lo desconocido, en la hora que no puede preverse n i re tardarse .

Es la idea del deber, a n t e todo, la que detiene a Scobie ; a cada ins tan te viene en su ayuda—tal vez para a tar lo a su destino, para colaborar a su resignación—y le facilita la tarea de llevar a cabo su papel. Cuando piensa en el rost ro de su esposa, del que h a n desaparecido no sólo la belleza, sino la dulzura, no puede menos de compararlo t r is temente con el rostro ingenuo de la juventud, virgen de la pesada experiencia que habr ía de cambiarlo más tarde ; y, sin embargo. Scobie no se lamenta , n i se atreve a rebelarse contra el presente : se siente responsable del cambio sufrido por Luisa, co­partícipe en el delito de haber permit ido la pérdida de la dulzura y la inge­nuidad : «Tenía conciencia de su propia responsabilidad. El le había mar­cado el camino; toda la experiencia que ella había recibido era la que él le había elegido. El le había formado el rostro...»

En torno a Scobie ha de tejerse una ceñida malla de fatalidades. La angust ia deja de ser un fenómeno diario, habi tual , y se presenta entonces con la agudeza de la novedad : la ru t ina de soportar una vida matr imonia l fracasada, desemboca en el d rama de no poder ya prolongar la sumisión. En las escenas en t re Scobie y Luisa—dicho sea de paso, las más hermosas y tensas del libro—ha aparecido un nuevo factor que relega a segundo tér­mino la tradicional y velada pugna de a n t a ñ o : habiendo conocido a Helen, h a nacido en él la convicción de que la felicidad no puede construirse con ment i ras pa ra salvar un hogar perdido. Ni tampoco con el hundimiento completo de ese hogar—hundimiento de Luisa—y el »omienzo de o t ra vida.

No es sólo el vínculo religioso el que le impide renegar de un matr imo­nio estéril ; es la figura de Luisa, para quien el abandono representar ía una formal condena a la soledad absoluta : h a sido Scobie el único, duran te lar­gos años, que le h a evitado el terrible ais lamiento en un mundo que no tolera la huida. No, no podría Scobie vivir sabiendo a Luisa indefensa, mient ras él construyera su nuevo refugio : tal solución sería o t ra tragedia, quizás peor que la diaria ment i ra de an tes y la to r tu ra actual .

Llega entonces al suicidio. Y llega a él pese a su catolicismo, pese a su certi tud ínt ima de ser condenado al castigo eterno. Jus t amen te por eso lo hace : sabiendo que no puede ya a lcanzar ia paz en su vida—no obs tante haberla ansiado siempre, tal vez por ru t ina también—, quiere poner fin a ese combate, para él monstruoso, que ha entablado contra su propia fe-Sabe analizarse, y dice entonces : «... No puedo abandonarlas a ninguna de las dos, mientras viva, pero puedo morir y arrancarme a la corriente de su sangre. Están enfermas de mí, y puedo curarlas. Y tú también, Dios, estás enfermo de mí. No te pido que me perdones. Pero tú estarás en paz cuando yo esté fuera de tu alcance...»

Valdría el libro aunque sólo fuera por esa concepción míst ica del suici­dio : un crimen contra Dios que, al mismo tiempo, in ten ta ser ofrenda ma­jestuosa a su pureza. Scobie se condena irremediablemente, pero el acto se le aparece como imprescindible para cortar de raíz su cotidiano pecado que ofende al ser supremo. Perdiéndose él, te rmina la humil lación que ha infli­gido a la fe.

Tal acti tud—me apresuro a decirlo—choca de lleno con la ortodoxia de la Iglesia, que ha visto siempre en la muerte voluntar ia un pecado sin ate­nuantes . G r a h a m Greene—novelista de un ta len to al que no puede escati­marse elogio alguno—ha brindado una nueva perspectiva : religiosa, es cier­to, pero le suficientemente herética pa ra ser h u m a n a .

en loa iuazzaá m&zaleá

(%¿cacda QMejiaá <J)eha

AL «c ANTACLARO» nos ha dejado

esta semana sin sus acostum­bradas Notas. La cosa no es

nueva — aunque si lo es para «Can-taclaro» —, y tampoco es él sólo el que nos ha castigado a escribir más de la cuenta.

Pero las Notas lo deben dejar de sa­lir esta vez, so pena de que la redac­ción de RUTA se declare desprovista de noticias y acontecimientos que co­mentar. Y eso no es asi.

Podríamos hablar de las corbatas de Truman, y de las acuciantes palabras pronunciadas por el dueño de las corba­tas, con destino a los sastres londinen ses, que no comprenden cómo tamaño presidente sea hombre de tan poco gus­to. Cosa ésta, también de singular im­portancia.

Podríamos también comentar las ha­zañas de cierto cura belicoso, quien

exhibe en toda ocasión un hermoso es­capulario, una biblia y una «Colt» del 45. Dicho representante de Dios con­sidera que existen diversas fórmulas para resolver los problemas planteados en la tierra. Y apostamos a que en el

cielo le reservan lugar señalado, de relieve, porque si no... i la «Colt» del 45!, amigos míos...

También nos sería dado hacer algún comentario en torno a las embestidas del brioso señor Acheson, pero como que solo se desarrollan en Washing­ton; a muchos kilómetros de Corea, considero que no es ésta la mayor opor­tunidad para hacerlo. ¿Acaso se calma­ra el brío de Dean, si viera que la palidez de los amarillos es innata en ellos, y no producto de la psicosis que se respira a pesar de los pesares?

En fin, también podríamos hablar de laj maniobras bolcheviques para evitar toda tranquilidad a los mortales, pero la cosa no es nueva ni fruto de un solo día.

Asi es que, pudiendo hablar de mu­cho, no hablaremos de nada, en espera de que «Cantaclaro» vuelva a cumplir su cometido sin desfallecimientos, im­perdonables — sea dicho de paso — en estos tiempos tan «extraordinarios» en que tantas cosas merecen comentario.

; . p .

E L anarquismo era ya una fuerza pujante en esta parte de América antes de obtener beligerancia com­

bativa entre las multitudes del trabajo. Si esas multitudes le dieron después volumen y extensión abriendo más am­plios horizontes a su actividad, fué por­que las defperto de su sopor milenario en cuanto a un sentido de la vida más elevado y una noción de sus propios valores que les era totalmente descono­cida. Su situación histórica no era ni más ni menos propensa a las rebeldías que cuantas las. antecedieron en un in­alterable proceso de relaciones humanas sin alternativas capaces de hacerlas pensar en sus mejores destinos. Siem­pre las impulsaron el interés creado, que no era su propio interés, y una noción moral añeja, detinada a justificar y defender injustos privilegios median­te una bárbara y cruel interpretación del derecho, que sancionaba el despojo del hombre por su semejante y aprisio­naba el pensamiento en moldes tan her­méticos para que no proyectaran nin­guna luz a través de la oscurecida con­ciencia humana.

De ese modo hacia su aparición un pensamiento social que venia a esta-b'ecer y reivindicar el sentido de la jus­ticia, proclamando la igualdad de de­rechos y deberes para todos los hom­bres, con la supresión de privilegios y jerarquías irritantes, igualmente depre­sivas para quienes las soportan como para quienes las asumen frente a los imperativos de la naturaleza, que no admiten distinciones entre los seres creados como elementos integrantes de su propia existencia. Y producía sacu­dimientos entre los secularmente enca­denados por su propia incomprensión antes que por su impotencia para libe­rarse, como quienes se sienten brusca­mente iluminados por el esplendor de una luz-mo presentida. ¿Por qué vuel­ve a las tinieblas de su pretérita exis­tencia la multitud otrora animada por el anhelo de eludir las sombras de su pasado inerte e infecundo?

La respuesta es más simple de lo que parece. No exige consideraciones tan variadas y complejas como las que se ofrecen para explicar esa mutación de conducta, al parecer tan desconcertan­te. El tiempo no trabajó sólo a favor del futuro: también se agita por con­servar y prolongar el pasado, con ma­yor empeño si cabe, y mejores probabi­lidades de éxito, que las fuerzas del progreso dispuestas a vencerlo. Pero su victoria no será perenne. Eso es lo que debiera mantener inquebrantable la es­peranza de quienes concibieran el pro­pósito de realizarlo, según una más be­lla y generosa interpretación de las re­laciones de convivencia humana. Pero para ello es preciso tener mks confianza en el hombre que en la multitud, im­pulsiva, impresionable, y por ende, frá­gil y tornadiza cuando queda a merced de as fuerzas de la reacción, sin el calor de la palabra y la acción de los propulsores de su libertad, en aquellos períodos borrascosos de la actividad creadora, cuando todo es barrido por el

vendaval de las represalias y los espa­cios conquistados para la siembra y la germinación de los ideales redentores, son hollados y abatidos por las incursio­nes del enemigo tradicional.

Empero, el hombre queda en otro terreno y actuando de otro modo, aca­so, pero firme en su afán de ampliar el panorama de su acción, que ninguna sombr puede jamás eclipsar totalmen­te. La muchedumbre vuelve alegre ha­cia las tinieblas, pero es incapaz de apagar ninguna luz del futuro. Cuando más logrará ponerse a su margen, nun­ca interrumpirlos, porque no puede ocuparlos, sino como cosa muerta; y la

José M. ACHA muerte se hace a un lado cuando la vida necesita avanzar. Fué siempre asi; fué a pesar y contra lo inerte, lo ca­duco y lo incapaz de sobrevivir ante los imperativos de una nueva exigencia de la razón, como se ha impuesto una ver­dad perseguida, vilipendiada y escarne­cida por las mayorías ineptas, abúlicas y pusilánimes.

Como en el mito bíblico, el hombre puede ser formado también con barro de multitud. Somos de ese barro; pero no nos conformamos con ¡os perfiles con que la estupidez de las generaciones precedentes nos ha esculpido y, ademas de haber expulsado por medio de per­severantes cuidados del espíritu los tó­xicos que lo infeccionaban, hemos tra­tado de infundirle alma, forjarle un co­razón, encarnarle un pensamiento. De ese modo se llega a ser anarquista, por la razón de que • se llega a conformar la personalidad con sentimientos de in­dependencia sustrayéndola a la servi­dumbre moral impuesta por los dogmas de la domesticidad y la sumisión a to­dos los poderes eregidos para sujetarla a normas incompatibles con su natura­leza de elemento social creador, capaz de todas las ascensiones hacia las cum­bres de mayor perfección, si je le de­jan libres los caminos para avanzar en pos de lo desconocido, tanto más inte­resante cuanto más hipotético en cuan­to a la posibilidad de vivirlo.

Las ideas se afirman en los valores morales de quienes las agitan con noble pasión, no en las actitudes versátiles y esporádicas de determinados grupos hu­manos, que por no sentirse circunstan­ciados con ninguna aspiración superior, sirven unas veces a dios y Qtras al de­monio, extraños a todo sentido de res­ponsabilidad etica, no "exigida por nin­guna necesidad de guardar consecuen­cia entre el pensamiento y la acción, porque la primera es convencional y el segundo no se tiene. ¿Hemos de la­mentar, pues, deserciones de antemano previstas, por parte de grupos a los que no nos han vinculado nunca ningún lazo espiritual y si motivos azarosos de lucha, para llevar ideales a su concien­cia antes que agitar fricciones de me­joramientos materiales inmediatos den­tro de un orden económico tan previso-ramenet organizado como para no per­mitir la más pequeña alteración de su

equilibrio? Desciende al abismo panta­noso donde padecen los condenados al eterno castigo de trabajar para otros, desangrarse y perecer para asegurar y prolongarla vida parasitaria, indigna y abyecta de otros, está bien. Pero per­manecer en su seno cenagoso con la esperanza de edificar sobré suelo tan frágil y movedizo una civilización nue­va, sería candoroso. Elevar del abismo a la cumbre a las almas capaces de redimirse del infierno de sus propias preocupaciones morales, por las cuales viven atadas al sistema que las estruja y vilipendia, es siempre afán meritorio. En cambio, son fatales los sentimientos que ligan al hombre emancipado con el esclavo irredimible, aquel cuya in­capacidad para las insurgencias del es­píritu es irremediable, merced a un lar­go proceso de sumisión a normas de vida que lo han despojado de toda ap­titud para progresar, reivindicando los fueros abatidos de la propia personali­dad.

Ciertos excepticismos de esta hora confusa y brumosa de la historia, no tienen otro origen. Por haber asignado valores que no tenían a una manifesta­ción específica de la vida del proleta­riado, en sus relaciones con el capita­lismo, se sufre ahora la tortura intima de ver cómo se entienden entre si lobos y corderos y la revolución social pa­rece postergarse por la claudicación de las fuerzas señaladas para realizarla. Se había olvidado que esas fuerzas tam­bién eran brutas hasta cierto grado, por­que no las movía ninguna pasión de crear, sino la necesidad de subsistir, por parte de quienes las agitaban dentro de la órbita de los intereses y los privile­gios dominantes sin abortarla, romperla ni mancharla...

Es que no hay fuerzas tan pondera-blse, irreductibles y eternas que las fuerzas morales, porque son palpitacio­nes de la vida mismo en su inmortal afán de renovarse.

COMEUCIfl Eli ORLÉIS El s á b a d o 27 d e enero d e

1951, a l a s n u e v e d e l a n o c h e , el cu l to c o m p a ñ e r o

F A B I Á N M O R O di ser tará sobre el t e m a

« F I G U R A Y F O N D O DE LA T R A G E D I A

DE E S P A Ñ A »

( U n a re trospec t iva histórica . )

El a c t o se ce lebrará en la S a l a Munic ipa l , 25, rué d e s P e n s é e s . S a l a con ca le facc ión .

¡Acudid t o d o s !

Q5(BWLaá óeíéetieáiá ( C h )

EN la lo ter ía de la a m i s t a d y el c o m p a ñ e r i s m o h e s ido a g r a c i a d o por el d ios-suerte , l l a m a d o José Cervel lo , con un libro m a g n i f i c o que se

t i t u l a ((Libro d e los Oradores», e d i t a d o e n 1842, h a c e m á s d e un s ig lo , pero fresco c o m o u n a rosa y robusto c o m o u n a m o n t a ñ a .

C o n s t a e s t e l ibro de d o s p a r t e s : l a p r i m e r a de ­d i c a d a a la o r a t o r i a en g e n e r a l o «preceptos» de la ora tor ia , y l a s e g u n d a a l e s t u d i o d e l o s ve int i ­séis oradores m á s f a m o s o s de aque l la época , con sus c o r r e s p o n d i e n t e s re tra tos , f í s icos e i n t e l e c t u a ­les. U n a j o y a i n e s t i m a b l e .

En los c a p í t u l o s «técnicos)) de la p r i m e r a parte se h a c e un es tud io d e c a d a u n o de los c a r a c t e r e s de la orator ia , c o m o lo h a r í a un c a t e d r á t i c o e n s u c la se , c o n u n r e a l i s m o y u n a d e s e n v o l t u r a a d m i r a b l e s , u n o de cuyos t ipos r e s a l t a c o m o u n a luz d e s l u m b r a n t e sobre un f o n d o o b s c u r o ; e s t e t ipo es «el fraseó logo» , y n o t e n i e n d o b a s t a n t e e s p a c i o para publ i car lo i n t e g r o c i t a n d o l a proce­denc ia , h a r e m o s , s e n c i l l a m e n t e , u n a g losa .

Los oradores f raseó logos s o l a m e n t e s o n sens i ­bles a l a m ú s i c a d e su d i scurso . El los bordan , so­bre todos sus t e m a s , el c a n t o de su p r o s a y la re­c a r g a n p a r a que i m i t e el redoble de l t a m b o r ; el los la l a n z a n a todo vue lo p a r a que r e t u m b e c o m o la c a m p a n a g o r d a d e l a ca tedra l , y l a r e c o r t a n y s o b r e p o n e n p a r a q u e t o d a s sus n o t a s e n t r e c h o ­quen y se c o m b i n e n c o m o las c a m p a n i l l a s d e los co l lares d e l a s m u í a s . El los ' a l i a n sus p a l a b r a s c o m o el l ap idar io t a l l a l o s d i a m a n t e s en f a c e t a s y se m i r a n en sus a g u a s c o m o los N a r c i s o s . Se p a s m a n a n t e u n a figura re tór ica y se a b i s m a n en l a p o m p a i n m e n s a d e u n per iodo orator io .

El f raseó logo n o r a z o n a , porque e s t á vac ío d e ideas , s i b i e n e s t á m u y l l e n o d e pa labras , d e J a s que h a e s t u d i a d o s u s or ígenes , s u s s i n o n i m i a s y sus d e r i v a d a s p a r a nutr ir b i e n d e r ipio la a lba-ñ i l er ia de su m u r a l l a orator ia . Su e s t i l o luce s i e m p r e traje d e g a l a ; su a m o !o dora, lo pule, lo p la tea , l o v is te con t o d o el r igor d e la ú l t i m a m o d a g r a m a t i c a l , con toda la f a t u i d a d de la m á ­x i m a curs i ler ía .

N u e s t r o t ipo que e s t u d i a m o s , n u e s t r o fraseó logo , n u e s t r o h o m b r e - g l o b o — c o m o d e c í a n u e s t r o a d m i ­rado Larra—, h a c e r e p e t i d o s e n s a y o s d e sus dis­cursos . En l a so ledad d e su cuarto , c o m o un per­fec to en ladr i l lador , él arreg la s u s f rases con u n a s i m e t r í a m a t e m á t i c a o, c o m o un g e n e r a l en u n a r e v i s t a de t r o p a s , l a s o r d e n a c o m o c a d e n a s pa ­

ra le las d e h o m b r e s y l e s h a c e rea l i zar mi l evolu­c iones sobre el p a v i m e n t o , c o n v e r t i d o e n c a m p o de M a r t e del ejérc i to d e la g r a c i a coreográf ica , y a m e d i d a que c a d a f rase p a s a a n t e sí, él se le­v a n t a el sombrero y le h a c e u n a g r a n reverenc ia para que m a ñ a n a , e n la tr ibuna, le s e a n fieles y so l i c i tas c o m o e sc lavas .

El orador f r a s e ó l o g o lo i g n o r a todo. La H i s t o r i a N a t u r a l y la H i s t o r i a h u m a n a . Las l eyes , los pre­s u p u e s t o s públ icos , y d e s d e ñ a las c i fras , la lóg ica , los h e c h o s c o m u n e s y la m a r c h a vu lgar d e l a s cosas . El m i r a c o m o m u y i^or d e b a j o de su o l í m ­pica p e r s o n a el e s tud io de la t é c n i c a y d e la a d m i ­n i s t rac ión , los negoc ios , l a e c o n o m í a po l í t i ca y los p r o b l e m a s soc ia les . Pero , e n cambio , e s t á m u y fuerte sobre l a «melopea» , la « o n o m a t o p e y a » , el ( (p leonasmo», l a eufon ía , la ( (metonimia» , la «hipébole» , l a «prosopopeya» , l a «protas ia» , l a «ca tacres ia» y d e m á s figuras de la Retór i ca a l uso de los gr iegos .

N o c r e a m o s que él h a b l a p a r a c o n v e n c e r , para emoc ionar , para a y u d a r a sus s e m e j a n t e s e n el c o m b a t e por la vida, pues só lo h a b l a por el pla­cer de hab lar , de o írse h a b l a r a si m i s m o . Ved sus ojos e n t r e a b i e r t o s c o m o s o ñ a n d o , vedlo c ó m o se i n c l i n a y abre sus o ídos a l s o n i d o d e su prop ia voz. Ved c ó m o l l e v a con el p ie el c o m p á s d e s u s o n a t a , c ó m o m e c e su cuerpo c o m o e n u n a cuna , c ó m o se e m b o r r a c h a con el a l c o h o l d e su prop ia e locuenc ia , y c ó m o el m u n d o e x t e r i o r a s i m i s m o le es e x t r a ñ o y p a r a é l no es m á s que u n vapor repuls ivo y a c a s o pe l igroso y repugnante . . .

N a d a n i n a d i e Uega a l a l e jan ía y super ior idad e n que vive el orador f r a s e ó l o g o ; é l s e c o n s i d e r a el a s t r o l u m i n o s o que g u i a a l a H u m a n i d a d c o n s o l a su presenc ia , y que fuera d e su b a m b o l l a h u e c a t o d o es inút i l y despreciable . . .

D a horror p e n s a r que en l a s t r i b u n a s del m u n ­do h a n a b u n d a d o s i e m p r e los e j e m p l a r e s de es te mode lo , y que, en m u c h a s o c a s i o n e s , de su voz d e p e n d í a n l a s h a c i e n d a s , l a s f e l i c idades y l a s vi­das d e los pueblos . El los t a m b i é n s i e m p r e e n c o n ­traron e x c u s a s p a r a s u s f racasos , que, por o t r a parte , los pueb los n o se las p id ieron , d i s u e l t o s c o m o e s t a b a n y m e z c l a d o s s u s res tos con l a t ierra e n s a n g r e n t a d a , f o r m a n d o el c e m e n t o f u n d a m e n ­ta l d e l a s Eras f u t u r a s , en l a s que el sol d e la Verdad y d e l a J u s t i c i a bri l le a p l e n a luz, por haber d e s a p a r e c i d o p a r a s i e m p r e l a s o p a c a s nu­bes d e los o r a d o r e s f raseó logos .

AisfRTo CASS1

CUENTECITOS CORTOS

IA R£3£lIOkM de las piedras

EXISTÍA, en tiempos ya muy lejanos, una hermosa y s ingular mon taña que se elevaba, majestuosa como los bellos ideales, en el cen t ro de una inmensa l lanura .

Tenía la m o n t a ñ a mucho de singu'.ar, pues, siendo toda ella de roca pura, aparecía, cuando se le antojaba, cubierta de bellas flores que bro taban del corazón de las piedras. Y no te rminaban ahí sus insospechadas caracterís­ticas, puesto que poseía, además, la tr iple facultad de ver, oír y pensar ; cosas éstas que, referentes a una montaña , no dejarán de sorprender a quien no las supiere.

La m o n t a ñ a e ra sensible a todo Jo bello, y lo mismo le causaba alegría el chispear de las estrellas que el verdor de los árboles que cubrían la lla­nura. Pero no todo era alegría. También la tristeza compungía a veces el corazón de roca de la mon taña . Lo feo, lo inhumano, lo cr iminal la entris­tecía. Y entonces la mon taña se debatía impotente por no poder gritar su dolor, pues—aunque no lo hemos dicho—la m o n t a ñ a era muda.

Al pie de una de sus hermosas vertientes los hombres habían construido un hosco puebluco, que apenas si lograba alzarse unos metros sobre la base de la montaña . Y el puebluco era un manchur rón grisáceo que pugnaba por obscurecer los radiantes destellos de la belleza que lo rodeaba.

La m o n t a ñ a se sent ía inquieta. Temía—y acaso razones tuviese—que del feo injerto, obra de los hombres, nada bueno surgiera pa ra aquel pedazo de cielo afincado en la tierra.

* * * La riqueza que rodeaba al poblado eximía, a los pobladores, de todo tra­

bajo. Allí no existía ia necesidad de luchar por la existencia. La Naturaleza había sido prodigiosamente fructífera en aquel lugar. Y, sin embargo, los odios y las envidias más enconadas se producían a cada ins tante , como re­flejos de la más aborrecible maldad .

Las disensiones eran ex t remamente agudas entre los pobladores del lugar Y no pasaba día sin que, acuciados por el odio, no provocasen encarnizada pelea, que las más de las veces finalizaba sobre un charco rojizo.

Toda la inmensa riqueza mater ia l que se ofrecía a aquellos seres no les servía apenas para nada . Se estrellaba contra la miseria moral que pa­decían.

«¡Yo debo mandar aquí!», gri taba uno cualquiera de aquellos desdicha­dos ; y los otros se precipi taban sobre él, furiosos, encarnizados, pero no por evitar que mandase alguien, sino por dominar cada uno de ellos a los otros.

«¡La única religión es la mahometana !» , c lamaba o t r o ; y en el acto se dividían de nuevo p a r a t r a t a r de imponerse mutuamente cualquiera de las muchas e igualmente falsas religiones que allí imperaban.

«¡La ley y la justicia soy yo!», proclamaba un te rce ro ; y de nuevo se bat ían y se disputaban por saber cuál de ellos era «la ley y la justicia».

Y así t ranscurr ía el t iempo en aquel poblado que había proscrito la razón, la lógica y los sentimientos bellos. Las gentes carecían de corazón.

. * . La m o n t a ñ a hubiera querido poder gr i tar cuáles e ran sus sentimientos a

aquellos hombres. Hubiera deseado decirles que se comportaban como fieras ; que, lejos de odiarse por cuestiones que amenazaban aún más su suerte, de­bían aprovechar la esplendorosa riqueza que la Naturaleza les br indaba ; que desecharan las ruines concepciones de un sistema de vida oprobioso; que dejaran las viejas e insensatas religiones ; que se negaran a mandar , como se negaban a dejarse m a n d a r ; que abandonasen el camino de las leyes, que es el camino del privilegio y de la injusticia ; que se consideraran hermanos , en vez de t ra ta rse como enemigos... Pero la mon taña no podía hablar .

A veces, cuando veía lo que a sus pies acontecía, sent ía estremecimientos de angust ia . Llegaba, incluso, a lamenta r poseer las facultades de pensar y de ver. Le dolía su corazón de roca, al ver la espantosa furia que animaba a aquellos desdichados.

Muchas veces quiso hui r de allí, pero sus esfuerzos por moverse sólo lo­graron remover peligrosamente las piedras de que se formaba su cuerpo.

Sin embargo, sintió un día nacer una bella esperanza. Desde su propia cumbre veía, la montaña , avanzar presuroso a un hombre joven, camino del poblado. Aquél no era de los pobladores, y su andar , sus maneras , el cuidado que ponía en TÍO aplas ta r las flores parecía indicar que e r a * u n hombre bueno. «¡Quién sabe—se dijo la montaña—si no será éste el hombre que diga cuanto yo pienso !»

* * • Y s í : fué aquel muchacho el que a los hombres del poblado l lamó a la

razón. Fué aquel joven vigoroso quien, sin saberlo, expresó el pensamiento de la montaña . Fué él quien quiso hacer de aquel infierno un paraíso.

Y le ofendieron. Y le escupieron en el rostro. Y le golpearon has ta abrir mil grietas en su cuerpo. Y le lanzaron piedras durante su agonía. La mon taña se estremeció con mil violencias h u m a n a s aquel día, y sus

esfuerzos fueron tales, que se rompió en cien mil pedazos, que cayeron, con formidable estrépito, sobre él horroroso poblado, enterrándolo bajo la nueva mon tañas que entonces se formó. Bajo la montaña en la que no nacen flores porque el corazón de roca también se rompió cont ra la incomprensión y la maldad de aquellos hombres.

guan ¿pintado

IMÁGENES DE LA CIUDAD > — • ' • •" • • — • • • • — •' • • C U

Desde Esquirol a Juana de Arco E N mi deambular por las calles de

la ciudad, en busca, la mayor de las veces, de impresiones y con­

trastes dignos de retener, ocúrreme de emprender el retomo a casa sin haber logrado mis propósitos. No porque en la animación de las calles, en especial durante las primeras horas de la noche, falten cuadros e imágenes de relieve e importancia, no porque ante mis ojos no se desarrollen escenas yendo de o cómico a lo dramático, sino porque la vulgaridad de los hechos, la repetición de los actos, hacen que éstos pierdan el interés real que encierran...

Serian las ocho de la noche cuando sin saber exactamente por qué, me encontraba en la plaza Esquirol. En es­ta plaza—cuyo nombre nos recuerda el que se aplica en España a los rompe­huelgas—, se paran los autobuses pro­cedentes de pueblecitos y barriadas ex­tremas y cercanas a Toulouse. Había llovido, en las ca'les se conservaban aún los charcos de agua acumulada en los lugares que, habiendo sido levan­tado el pavimento, forman hondonadas y accidentes en e¡ terreno. El suelo estaba resbaladizo, las luces suspendi­das de los cables eléctricos se refleja­ban en las-calles, dándoles un aspecto casi feérico. Cerca de esa plaza, en di­rección Nor-oeste, pasa el Garonne; un murmullo apagado nos hace descubrir la subida del rio a causa de las recien­tes lluvias.

Llega un autobús. Un grupo de per­sonas, hasta aquel momento estaciona­das, se mueve, se agita, recoge paque­tes y bultos colocados por el suelo, acercándose, al mismo tiempo, al ve­hículo. Oigo súbitamente exclamacio­nes, gritos, insultos, amenazas y lamen­taciones. ¿Qué ocurre? La curiosidad me ha conducido al lugar en que se encuentra la gente aglomerada, el au­tobús parado. Una anciana, en medio de un corro de curiosos, explica lo que le ha ocurrido:

—«On m'a volé mon portefeuille de mon sac a main ».

Más curiosos se aproximan, más gen­te se aglomera. Observo a la anciana.

Su aspecto es misero: sus ropas viejas, sus zapatos usados. La anciana e la­menta. Dice que ni tan solo tiene di­nero para hacer el viaje. Nadie se mue­ve; nadie le tiende unas monedas. Veo aparecer dos hombres uniformados. Me acerca a la anciana, le tiendo cincuenta francos (importe del viaje) y me alejo. Aún llega a mis oídos la .voz de la an­ciana; « Je n'vais que cinq-cents

&. GaRúzla franes. » ¡Mísera cantidad, pobre botín el del no menos desgraciado victima­rio!

Un tropel de imágenes, un cúmulo de hechos, cuya similitud explican de por si la aparición en mi imaginación, acuden a mi mente. Empieza a llover nuevamente, una lluvia fría, fina, pene­trante, me hace aligerar el paso. La gente corre, se guarece, se para en es­pera de un tranvía...

Paso ante la estatua de Juana de Arco, la santa legendaria, la «puceile» quemada en Orleáns. Símbolo de «san­tidad y de patriotismo», de «virginidad y valentía».

Cruzó por una de las calles laterales. En la esquina dos mujeres elegante­mente vestidas se aproximan a mi; una me coge del brazo, murmurándome pa­labras que evocan el amor y recuerdan la grosería. Logro desprenderme de ella. Aquí y acullá otras mujeres paran a los transeúntes; unos pasan indife­rentes, otros se paran y cambian pala­bras...

La estatua de la «puceile» se erige en la húmeda obscuridad de la noche cual pórtico de acceso al mercado hu­mano. Continúa pasando la gente, in­diferente a lo que a su alrededor su­cede. Ignorando o queriendo ignorar las causas que determinan el que a la anciana le robasen el dinero y a los motivos que empujan a esas mujeres a vender sus cuerpos ya marchitos y enfermos.

Continúa latiendo el corazón de la ciudad, con sus vicios y sus crímenes. Continúa la indiferencia de los hom­bres. ¡Pobre sociedad!

Page 3: EL (ATOLKISH C/f éemanal LA AUTOSUPERACION DE … · abanderados de ideales que dignifican, terminan por caer en la más denigrante de las claudicaciones: la que convierte al hombre

RUTA P á g . 3

C P I N I C N E S

HACIA fundamentalmente

RAL científica

Cuando la primera chispa de la inte- La filosofía aparece derribando aque-ligencia brilló en el cerebro del hom- Has creencias mezquinas y elevando el bre, rasgando el velo de la oscuridad estado espiritual a un grado superior, en que le tenia sumido la ignorancia, mas en su marcha investigadora se in-se produjo el momento metamorfósico, terna tanto en las profundidades de lo en el cual pasó de animal irreflexivo a desconocido, que pierde et norte, las ser pensante. No menos agitada fué su trazas de la ruta seguida, y vuelve a in­existencia en las épocas sucesivas, cuan- currir en el fatal confusionismo, no apor-do, teniendo ya suficiente capacidad taado ninguna concreción a los proble para conocer el miedo, no tenia la su-

«Fuerza y materia». Habrá hecho más ese día la ciencia en pro de la civili­zación y de la superación moral del hombre que todos los filósofos habidos y por haber.

Es verdad que la moral—como todas las cuestiones relativas al hombre—tiene dos aspectos que difieren aparentemen­te y que en si forman un conjunto ar-

ficiente para conocer el origen de los mil fenómenos que le rodeaban, ni para preservarse de las continuas acometidas di éstos haciéndole sentir, en sus pro­pias carnes, los afilados colmillos de' frío y del hambre unas veces, y de la muerte otras.

Es en esta psicosis de terror y de incertidumbre donde tiene su origen la moral y todo cuanto el hombre posee de inmaterial y de humano. Fué en­tonces cuando por primera vez, al le­vantar la cabeza para mirar al firma­mento, dióse cuenta de su pequenez y <>n un esfuerzo supremo incorporóse so­bre las extremidades inferiores ponién­dose derecho. En tal posición, contem­pló el infinito en toda su grandeza y contractando todo su cuerpo en gesto amenazador, execró todo el odio de su impotencia.

mas planteados. Es por lo cual que la monioso, cuando ésta se estudia bajo el filosofía es deficiente y falta de los ma- punto de vista colectivo y solamente se teriales necesarios para edificar sólida- refiere al individuo.

En el prirner caso, los fenómenos psíquicos o variaciones evolutivas se realizan de una manera paulatina y a base de generaciones sucesivas, mientras que en el segundo, los fenómenos son más radicales y sensibles.

Pocos son los hombres cuya moral se mantiene idéntica hasta el fin de su vida. El estado físico, la juventud, la vejez, etc., son elementos que influen­cian enormemente en la moral del in-

mente.

Las razones expuestas nos aconsejan no fiarnos demasiado de ella y por el contrario hacer que nuestras doctrinas

Acracío Orrantia sean fundamentalmente científicas e in­controvertibles.

«Marx ya quiso hacerlo, cuando ca­lificó a su socialismo de científico; pero

á i ¡-__j« i„ i , - -i„ j dividuo, llegando a cambiarlo completa como escaseo de ciencia, lo tue solo de nombre». Hemos de tener en cuenta que las ciencias en general han llegado a un grado elevadisimo. Hasta hace muy po­cos años se pronosticaba que jamás se llegaría a desintegrar el átomo. Hoy, su desintegración es un hecho palpable y

A partir de ese día, el hombre (rey prácticamente demostrado. ¿Quién se de los animales) declaró la guerra a atreve a negar que nuestros físicos no la naturaleza. Las batallas aún conti- descubrirán el origen de la materia y uñan, cada vez más fuertes. A simple, de la vida?, como Buchmer ya dejó en­vista, es el hombre quien va ganando te- trever en su magnífica obra titulada rreno. ¿Quién será el vencedor? No se sabe. Lo que si es fácil que con el triunfo del hombre, de ser éste el ven­cedor, la tierra salte atomizada y en ella perezca el hombre con todo su or­gullo, igual que el ratón que enjaulado queman.

Nacido el entendimiento, los hombres se agrupan entre si para llevar a cabo sus interminables contiendas.

Sus relaciones con los demás son re­guladas por la moral, que entonces ya ejerce sus verdaderas funciones.

Las creencias se acrecientan en él; las quimeras son de más en más numero­sas. Los fetiches aparecen por doquier, trayendo consigo el bien o el mal. La felicidad de los pueblos está a expen­sas de los brujos y hechiceros.

mente Antes de terminar, he de añadir a lo

ya expuesto, que en tanto que huma­nos no debemos en ningún momento hacer dejación del espíritu altruista y humanista, anteponiendo los intereses materiales al amor y a la solidaridad. De lo contrario, llegaríamos a parecer-nos a los indígenas de las islas Yidji, que matan a los padres ancianos «cuan­do ellos mismos no se dan la muerte», para nó soportar su carga.

OTRO FESTIVAL EN BURDEOS

Que perdonen los compañeros pero... . / " N UE lástima!... ¡Qué lástima que tiranía franquista, todo cuanto están a I \ J C el Grupo Artístico Cultura Po- su alcance, lo mismo que en otras ac-• ' pular, de Burdeos, que está do- ciones solidarias y altamente humanas,

tado de buenos elementos, dentro del Nuestro reconocimiento a estos actos es cuadro de aficionados al arte teatral, in- emocionado y sincero, pero esto, con ser vierta sus actividades en llevar a la es- quizás lo más importante, guarda poca cena obras que carecen de contenido, relación con el enjuiciamiento que nos

merece la labor artística que van des arrollando. Lo dijimos en nuestra cró­nica anterior, y lo apuntamos de nuevo en ésta: No, compañeros de «Cultura Popular», no es ese el camino más acer­tado para interesar de manera general al numeroso público, que acude a cuan­tas representaciones nacéis. Hay que pensar un poco con la cabeza y dejar a un lado las conveniencias que en otro aspecto hubiere, porque lo que se gana por una parte se pierde por otra. ¿Lo tomaréis en consideración? Vamos, un poco de satisfacción para los amantes a otra clase de teatro. Hay que corres-

La autosuperación intelectual

(Viene de la página 1) quirir y averiguar la aspiración legiti­ma de que su actuación responda a un criterio de justicia distributiva, y el ansia nobilísima de colmar de benefi­cios a quienes con nosotros laboran y conviven, sufriendo y gozando.

El deseo de perfectibilidad, para cuantos anhelamos un mejoramiento social, es el gran móvil de la existen­cia humana. Es éste el más poderoso y dinámico de los ideales, porque, so­bre ser el más racional, compendia to­dos nuestros ensueños, pues, asimismo, es el que puede dinamizar nuestra ac­tividad entera, ya que nos hace me­joras y nos lleva a darnos por com­pleto, cuando en ello ponemos el alma y la vida, el laborar sin descanso por ir incorporado al acervo común cada uno de los hermosos postulados melio-ristas. La obra más altamente renova­dora y cultural que pueda realizar es, por consiguiente, desarrollar con am­plitud el intelecto de los productores.

No puede concebirse el más leve perfeccionamiento si no se consigue la autosuperación intelectual. Si estamos satisfechos, por ignorancia o cortedad, de como somos, no es probable que tratemos, en serio, de corregir aquellos defectos que más nos incapacitan para conducirnos con gallardía e hidalga generosidad.

A. S c h o p e n h a u e r : «El a m o r , l a s m u j e r e s y !a m u e r t e ) ) . 1T5 f r s . S. Z w e i g : « A m o k » 175 » F . D o s t o i e v s k i : « L a m u j e r d e l o t r o » 175 » R. W r i g h t : « S a n g r e n e g r a » 640 » V o l i n e : ((La R é v o l u t i o n i n c o n n u e » (ed ic ión f r a n c e s a ) . . 650 » U p t o n S i n c l a i r : ((El f in d e l M u n d o » 960 » R. R o c k e r : ((El p e n s a m i e n t o l i b e r a l e n los EE . UU.» . . 500 » H. L i n d e m a n n : ( (Fi losof ía soc i a l d e l futuro)) 400 » E. H e m i n g w a y : ((¿Por q u i é n d o b l a n l a s c a m p a n a s ? ) ) . . 550 » A. G a n i v e t : ((Pió Cid» 500 » A. S p e z z a : ( (Re juvenece r» 220 » V. B l a s c o I b á ñ e z : « M a r e N o s t r u m » 450 » H. G . W e l l s : ((El g r a n D i c t a d o r » 400 » H. G. W e l l s : ((Del p a s a d o y d e l f u t u r o » 400 » D r . Adol fo W e i s : ¡(La E s f i n g e de sve l ada ) ) 300 » J . A l d r i d g e : ( ( F i r m a d o c o n su h o n o r ) ) 300 » P . K r o p o t k i n : « L a L i t e r a t u r a r u s a » 350 » P . S. B u c k : « L a E x i l a d a » 520 » Dr. J. C r o n n : «La Ciudade la» 450 » J . B u r n h a m : ((La r e v o l u c i ó n d e los d i r e c t o r e s » 320 » T h . H . V a n d e V e l d e : ( ( F e r t i l i d a d y e s t e r i l i d a d e n el

m a t r i m o n i o » 640 » L. M. R i b a s : ( ( M o v i m i e n t o s r e v o l u c i o n a r i o s » 350 » N i e t z s c h e : ((La g é n e s i s d e l a M o r a l » 120 » B o v i o : ((El G e n i o » 120 » M o r o : ( (Utopia» 120 » R e c l u s : ( (Evoluc ión y R e v o l u c i ó n » 120 » S p e n c e r : ( ( D e m a s i a d a s leyes» 120 » R o u s s e a u : «El C o n t r a t ó soc i a l» 120 » P r o u d h o n : « L a m o r a l d e l a s i d e a s » 120 »

no solamente social, sino de verdadera enseñanza, para el pueblo.

No queremos decir con eso que no haya en el seno del mismo las inquie­tudes naturales que producen los efec­tos buenos o malos, ocasionados por una y otra reacción del público en favor o en contra de aquello que ve, observa y escucha.

Es un error, asi lo creemos nosotros, que sólo se quiera recabar la mayor cantidad posible de fondos económicos, mientras se deja a un lado lo otro, y lo otro es llevar al ánimo dfe los audi­tores o espectadores, algo más que la ponder a todos, y de esa manera todos risa o la carcajada, pues siempre se ha contentos. ¿No os parece bien que al-considerado al teatro como una escuela temando se complace a las opiniones? popular, ya que habla directamente al Esperamos que no lo echaréis en saco público, es decir, se pone en contacto roto.

^ / I r f 1 0 yAle d I C e T g m n I 3 " ¿ A t o n ° & qué viene este trabajo ndad donde radican las buenas y las riodístico? A £ u e e l s á b a d 1 3 e l ma as acciones de los seres que torman \ . u _»_j j •

H domingo 14, próximos pasados, pusieron en escena los compañeros del grupo

Un teatro bien dirigido y orientado, mencionado, la comedia, saínete o lo hace más que cien lecciones partícula- <iue sea> e n tres actos, de A. y M. Paso, res. ¿Una exageración esto? No. El tea- titulado «¡Qué lástima de hombre!». tro es acción y reproducción de la vida e n e l l°cal que tienen por costumbre social o debe de serlo, porque es un hacerlo. modo esencialmente instructivo y huma- En la interpretación se distinguieron no que se expone a la critica del pú- ] 0 s compañeros de la Calle, que hizo buco, y le abre poco o mucho los ojos un Exuperio de verdadero ambiente ma-y los oídos, para que vea y oiga la drileño, destacándose la caracterización opinión de aquellos que intelectualmen-te predisponen al auditorio a que reco­ja alguna enseñanza moral. No creemos nosotros que la actitud adoptada por el grupo aludido responda a una linea de conducta, sino a la falta, quizás, de medios de representación y, en este caso, lo lamentamos de verdad, porque habría Ocasión de asistir a ver obras de otros caracteres, que son precisamente, las que se notan a faltar.

Lo que si puede hacer el «Grupo Cultura Popular», es buscar obras que, aun siendo de ambiente burgués, reúnan condiciones que se aproximen a una vida más libre y a una sociedad de

I menos prejuicios, seguros de que las en­contrará. Todo es cuestión de proponér­selo uno. Hay mucho escrito, y entre ese mucho, se encuentra también lo que apuntamos en este modesto trabajo.

Es triste, lo repetimos, que no se vea ninguna innovación en lo que va de temporada, dándonos siempre el mismo plato. Comer siempre lo mismo, cansa.

No nos anima nada contra el mencio­nado grupo artístico, nada en absoluto, e} Grupo Artístico Cultura Popular, ha-porque reconocemos el tesón y la vo- r a justicia al nombre que modestamen-luntad de todos los compañeros de en- t e ostenta, carnar el personaje lo mejor posible y X r\ • de poner a contribución de los compa- ük Ir I \ / ^ I*Q ñeros que luchan en España, contra la ' " I M V v l U

S. I. C. de la Haute - Garonne Todos los compañeros mutilados e vesando todos los desvalidos, como

inválidos CONFEDERALES, residen, así el informe general del Secretaria-tes en el depar tamento de la HAU- do nacional, rogamos la máxima asis-TE-GARONNE, son convocados a la ASAMBLEA GENERAL EXTRAOR­DINARIA que se celebrará el día 11 de febrero de 1951, en el número 4 de la rué Belfort, TOULOUSE.

Teniendo q u e discutir problemas trascendentales relacionados con la situación económica que están a t r a

tencia a dicha reunión.

Con la esperanza que nuestro co­municado s e r á cumplimentado por todos los compañeros muti lados, in­válidos y enfermos, quedamos vues­tros f ra ternalmente . — Por el CO­MITÉ DEPARTAMENTAL: EL SE­CRETARIADO.

que dio al personaje.

Lar, como siempre, supo agradar al público, lo mismo Rodríguez, Martínez. González, Valero y el niño R. Regales, que se reveló como un buen intérprete infantil.

De las compañeras: Todas en gene­ral correspondieron y se esmeraron en cumplir en su cometido, sobresaliendo la González en el papel de Eloísa, a pesar de ser el primer rol interesante que hacia frente a otros'anteriores.

F. Montseny, como siempre. Es una buena intérprete, asimismo Sarrate.

A. Montseny, se la vio progresión y no desmereció del conjunto. Lo mismo María Luisa, que sólo actuó el sábado a causa de un hecho ajeno a su volun­tad.

Amapola, que la sustituyó sin ha­ber ensayado el papel, se salvó con cre­ces.

Y asi terminó tste festival pro Es-paña, esperando que, en lo sucesivo, ¡

EL POETA a Parficulon

Aún me quedan muchas cosas que pudiera decir; aun abunda co­piosa variedad de temas; mas las bromas l i g e r a s son agradables; inmoderadas, disgustan.

Por lo cual, ¡oh, Particulón, va­rón de altas virtudes!, tu nombre vivirá en mis escritos mientras estén en honor las letras latinas.

Aprueba, pues, si no mi, inge­nio, al menos mi brevedad, tanto más recomendable cuanto que los poetas son cada vez más mo­lestos.

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GIROS: "C.N.T." hebdomadaire , LOUSE (Haute-Garonne).

(1) Trimestre, semestre o ano. —

C.C.P. 1197-21, 4, rué Belfort, TOU-

(2) 180 fr. ; 360 fr. • 720 francos.

FESTIVAL en /2úucdaá

En Lourdes, el día 7 del corriente, tuvo lugar una representación teatral, a cargo del cuadro artístico local «Floreal» y a beneficio de S.I.A., bajo el siguiente programa:

1" « Los demonios en el cuerpo», de Echegaray.

2" «El primer Rorro», de Antonio Parades y Joaquín Linares.

3 o Tuvo lugar un sorteo á la ameri­cana de un cuadro donado a los or­ganizadores por el pintor Zarate, titu­lado «La Cascada de las Gloriettes» (H.-P.) y artísticamente encuadrado por el compañero Aguado (hijo).

4° Exhibición de danzas modernas a cargo del compañero Gisbert, con las alumnas Mari, Casafor y Vizcarro.

5o Canciones populares francesas y españolas a cargo de los ejecutantes Castillo, Aguado y el intrépido Jorge Santamaría.

Para ¡finalizar la fiesta tuvo rugar un animado baile, que fué de agrado del numeroso púb'ico que asistió y aplaudió la magnifica interpretación de todos los actuantes, en la diversidad de sus papeles.

Resumiendo: satisfacción de todos los integrantes del grupo «Floreal», los cuales se ponen a disposición de las locales del departamento, que tengan a bien pedir su concurso, para celebrar otras representaciones.

Agradab'es momentos pasados por parte del público durante toda la re­presentación.

Y satisfacción por parte de los orga­nizadores por haber podido recoger una importante cantidad para las obras solidarias de S.I.A.

F. L. DE ALES

Ponemos en conocimiento de los jó­venes libertarios de Ales que e' domin­go d\a 4 de febrero, a las diez de la mañana, tendrá lugar ur¡a reunión de la mayor importancia.

Esperamos la asistencia de todos los compañeros.

Por la F. L.

El Secretario.

j£ea y, ptúpaya

RUTA Journal sorti des presses de la

SOCIETE GENÉRALE DIMPRESSION (Cooperativa Ouvriére de prodnctlon) Siego social : 26, rué Buflon Toulouse

Attliers : 61, rué des Amidonniers

Los PRINCIPALES inventos

de los antiguos MEXICANOS

M AYAS, aztecas y totonacas llegaron, hasta que fueron dominados por los euro­

peos, a crear una técnica que se aplicó a todos los órdenes de la actividad humana, consistente en utensilios y aparatos numerosos, cuya paternidad es imposible ave­riguar.

La mayoría de estos aparatos corresponden a similares de los europeos y asiáticos. Pero fué en el modo de transformar por el fuego los materiales alimenticios, donde superaron a éstos de un modo incontestable.

Los aztecas inventaron la vapo-rera u olla^ para cocer al vapor, la que los europeos no conocieron, sino que tuvo que reinventarla primero Dionisio Papin, en su cé­lebre marmita, y luego James Watt con la caldera.

Los aztecas cocían en esta olla, que no es otra que la olla de los tamales, con vapor a presión nor­mal y alta tensión, exactamente como ahora se hace con la olla exprés y el autoclave. Su sistema fué de uso general, y les permitió obtener un máximo de provecho de las frutas, legumbres y verdu­ras, carnes y pescados que forma­ban su alimentación.

La importancia de este invento es tal, que puede afirmarse que los europeos nunca hubieran po­dido cocer un tamal antes de que Papin inventase la marmita.

También inventaron el coci­miento por calor radiante, que no es otro que el universalmente conocido con la palabra «bar­bacoa».

SABOTAJE... ¿QUE REMEDIO LES QUEDA

A LOS TRABAJADORES BURLADOS?

CALATAYUD.—Una «mano crimi­na1» desconocida prendió fuego a la soberbia mansión del acaudalado indus­trial Ramiro Zaera. Gracias a la pronta intervención de unos vecinos, el incen­dio no tomó proporciones.

¿ C O N T I N U A R A D E G R E L L E E N L A E S P A Ñ A F R A N Q U I S T A ?

BRUSELAS (OPE).—El diputado .so­cialista M. Lou's Pierard, en una re­unión de su grupo parlamentario, dio lectura a una carta que había recibido de un destacado abogado be'ga—cuyo nombre no ha sido revelado—aseguran­do que en un viaje que realizó recien­temente a España, se vio con el anti­guo líder fascista belga León Degrelle. En consecuencia, el grupo parlamenta­do socialista designó una delegación para que se eníreviste con el jefe del Gobierno, M. Pholien, para insistir que Bélgica no envíe embajador «a un país que alberga a criminales de guerra belgas».

Se recordará que al producirse la li­beración de Bélgica, Degrelle escapó en una avioneta y aterrizó en la playa da San Sebast án. Las autoridades fran­quistas le recluyeron en el Hospital mi­litar de la capital donostiarra, y al pe­dir el Gobierno belga su extradición, Degrelle desapareció en fuga prepara­da por los propios franquistas.

A los pocos días el Gobierno de Ma­drid contestó a bruselas que Degrelle «había abandonado el i terr'torio esna-ñol». Sin embargo, durante estos últi­mos años ha habido diversas versiones localizándolo en distintas ciudades es­pañolas. Otras referencias, le situaban escondido en América del Sur.

f v W v v v w v v V W V ^ ^ »A A « S « , « | « , « , « , V W W y W V W W W V V N

La idea práctica más duradera que se encuentra en el fondo del espíritu religioso como en el fondo de todas las tentativas de reforma social o filosófica, es la idea de asociación, el afán de lograr la unión de las con­ciencias en torno a un sólo y único ideal. Pero, con todo, esos anhelos, plausib'es en si, se han visto, en el correr de los siglos, defraudados por la mayoría de lo hombres, que simplemente o no han hecho el me­nor caso de e'los o han permanecido insensibles ante la inoperancia y falsedad de los mismos.

LO riLOSONf) EN TODA SU MISERIA HACE ya mucho tiempo que la Humanidad ha querido desentrañar el misterio que envuelve a la existencia humana y a las incógnitas funda­

mentales del ser, y, sobre todo, resolver el tan impor­tante problema moral, sin que, hasta el presente, haya visto coronados sus deseos, con el éxito positivo qu^ algunos creyeron poder alcanzar mediante la religión y a p r e n s ¿ 5 n p a r a todo lo que es verdad probada, para una ventaja de sí mismos sin tener derecho a ella ni a trictas normas de una escuela determinada, pretende la filosofía. Esta inquietud por encontrar, de una vez t Q ( j 0 j Q q U e e s d e m o s t r ab le , para la ciencia en general, la responsabilidad que conlleva. Quisieron apoyarse en que_ su personal concepción de la Naturaleza sea la jor todas, la verdadera esencia de la fuerza moral , hacer luz en las cuestiones más intrigantes de la vida, fué lo que indujo a las religiones primero y a las filo­sofías posteriormente, a realizar esas grandes construc­ciones metafísicas que hoy, por la falsedad de sus ci­mientos, se están derrumbando estrepitosamente, pese a los desmesurados esfuerzos y transformismos de últi- e j , o > s i g u < ; n j 0 s s i n u o s o s c a n i inos del intuicionismo, de

"tenerlas . .„«„,•„, r»ui:„.,™ ......_ . . . . J ^ S . . . „ „»;„,; „••« ...-ma hora de los que todavía se empeñan por sos en pie.

Los filósofos de la antigüedad, al igual que los teó­logos, pretendieron hacer de sus especulaciones meta­físicas, sistemas morales indestructibles ; quisieron rea­lizar la felicidad humana mediante la práctica de sus personales doctrinas; creyeron, por último, haber ene

Le tienen envidia por la forma arrolladura en que ha la ciencia como en un dogma y, por lo -mismo, preten-triunfado, y por la libertad de investigación que ella den que los conocimientos actuales sean definitivos, otorga y que ellos temen y reDudian. Hablan dema- inmutables, absolutos. Por esto, esos seudo-fi'ósofos y síado de la verdad sin sentirla, ya que ellos sólo ad- pseudo-cientificos, han desempeñado mal su papel, tan-miten «ciertas verdades» como toda su obra lo atesti- to en un terreno como en el otro. Entonces, cuando gua. Saben de antemano lo que deben demostrar y, oara creyeron en la ciencia, no supieron amarla por lo que

era realmente; querían que fuera como ellos la desea­ban: absoluta e inmutable; querían toda la verdad al mismo tiempo, mas al serles negada por aquélla, se volvieron incrédulos, delatores para toda la obra pos­terior de la misma, y, por eso, la abandonaron^ Ahora representan, tales como son, honorables, rencorosos y vindicativos, en la palabra y en la acción, la incredu-

trado la verdadera solución y la esencia absoluta del dogmática de su doctrina.

la metafísica. Obtienen «sus verdades» a priori, sin su­jetarlas a la comprobación experimental, pues ni si­quiera aceptan la libre critica de las mismas, ni su dis­cusión; se reconocen como filósofos casi en esto: que todos aceptan tales verdades como definitivas e inmu­tables, y en que se oponen al escepticismo científico

origen de todos los progresos —, la incongruente fe

intrincado problema de la moralidad humana, y haber resuelto definitivamente todas las incógnitas del ser ; pero al caer en el mismo error que las religiones, la filosofía también fracasó. Y su fracaso fué más estruen­doso, pues ella, que se consideraba asi misma como el resultado de una conquista espiritual, debería de haber limitado sus pretensiones al real alcance de nuestro co­nocimiento, y no dar, en la forma tan atrevida como dio, las personales concepciones de los filósofos, como defi­nitivas y últimas, creyendo que con la sola labor a prio­ri, por ellos realizada, era suficiente para llegar a esta- * Q £ s q u £ ] a n o n r a ( j e z intelectual»; Dasan delante de los blecer la verdadera esencia, y mucho menos la real i i ecj,os. n o percibiendo, con su óptica defectuosa, más solución, de tan graves problemas, sin antes someterlas

«En toda filosofía hay un punto en que la convicción del filósofo entra en escena», en que la fe cierra el paso al análisis, a la libre investigación. La libertad de con­ciencia, aunque es tema del que constantemente se les ve hablando, no es practicada en ninguna forma y ni siquiera permitida. En su búsqueda, el filósofo, no acep­ta más razones que aquellas que conviene para su causa, para su dogma; la validez de los hechos está en fun-

Octavio ALBEROLA lídad sobre la tarea directriz y de la supremacía que incumbe a la filosofía. ¿Y acaso podría ser de otra manera?

El triunfo de la ciencia se ha hecho demasiado pa­tente, está hoy día floreciente, la buena conciencia que es la ciencia está escrita en su semblante, mien-

ción directa del beneficio que, para la defensa de su tras que esa ingenuidad en que, poco a poco, ha caído capaces de traspasar las fronteras egoístas del yo per sistema, pueden darle. «Nada es más raro entre los filó- la nueva filosofía, lo que aún queda de filosofía, sus- sonal.

verdadera expresión de la realidad; pretende plasmar, con su subjetivismo plástico y espiritual, la fiel repre­sentación de la objetividad universal. Pero, en verdad, vista la filosofía sin prejuicios, sin temor, sin el respeto y la obediencia que en todos los tiempos se le ha te­nido, me atrevería a definirla como un «deporte del pensamiento», como un, hasta cierto punto, sa'udable ejercicio mental; pero, en último término, no deja de ser metafísica, falsa ciencia, y, aun el positivismo y la «filosofía científica», no dejan de ser más que una trá­gica desfiguración, una inmerecida burla a lo que cons­tituye el espíritu mismo de la ciencia.

Cuando se siente la alegría de poseer una verdad o un sistema que parezca serlo, nada hay más dulce para el corazón humano que tratar de difundir esta verdad, hacerla actuar y exhalarla como nuestro mis­mo aliento, respirarla e inspirarla todo a un tiempo. Para todo hombre rebosante de energía pasional, capaz de entusiasmarse con la actividad creadora de la in-te'igencia en constante irradiación, no hay nada más grato que el propagar sus ideas, sus sentimientos y sus esperanzas a los demás. No existen, en nuestro cerebro, ideas que no tengan un carácter social y que no sean

a un riguroso análisis científico, para que pudieran ad quirir la validez necesaria para su aceptación.

La afirmación de la idea de lo absoluto implica lógi­camente la negación de la libertad, la proscripción de la dignidad humana. Los filósofos al querer estancar el progresivo avance del conocimiento sobre barreras infranqueables, al dar a sus «verdades» la calidad de absolutas e insuperables, se volvieron absolutistas en grado sumo, estáticos, estériles, y, sin quererlo, se trans-

que aquellos que en alguna forma pueden aDovar sus creencias, mientras aue todos los otros aue refutan sus ideas y que nulifican su sistema, pretenden ignorarlos v. en todo momento, deconocerlos.

Nuestra desconfianza para las diversas escuelas filosó­ficas, se ve acrecentada en estos últimos tiempos con la aparición de esos que, en una torma atrevida y suma­mente pretensiosa, se autonombran «filósofos de la rea­lidad» o «positivistas», y que pretenden amoldar los conocimientos científicos a las exigencias arbitrarias d

cita la desconfianza y el olvido, cuando no la burla y la compasión. «La filosofía, reducida a la teoría del conocimiento, no es ya, en realidad, más que una tí­mida abstinencia y una teoría de templanza, una filo­sofía que se queda en el dintel y rechaza rigurosa­mente el derecho a entrar: es la filosofía en toda su miseria, es un fin, una agonía, algo que da piedad». ¡Cómo podría haber triunfado tal filosofía, en la que sólo impera la falsa lógica, la sinrazón y el error con­vertido arbitrariamente en verdad!

Esta aspiración, innata en el ser, de unir a los hom­bres, de hacer prose'itismo alrededor de algo que se cree es el bien o la verdad, como es natural, ha tras­cendido de la esfera individual a la esfera cultural y social, en las que el individuo encuentra mayor campo de acción para aplicar sus ideas y ejercer sus senti­mientos. Este anhelo de lograr la aprobación de todas las inteligencias y los corazones, haciéndolos comu'gar en el cuito de una misma verdad, ha sido siempre la máxima finalidad perseguida por las religiones primero

formaron en enemigos del progreso, de la verdad y del sus teorías. Todos estos nuevos filósofos, tal como son, mismo pensamiento. Estos mal llamados buscadores di parecen vencidos, «conducidos» bajo el yugo de la la verdad, sienten, aunque no lo digan, una completa ciencia, personas que en otro tiempo aspiraron a sacar

La filosofía tal como fué considerada desde Aristó- y por la filosofía después. Como en todas las manifes-teles para acá, como el arte de descubrir la verdad, taciones humanas, la religión y la filosofía, no han lo-presupone en el arte una fuerza y un poder que se grado desprenderse de las características esenciales que acerca un poco más a su verdadera esencia; pues el definen a! hombre y de ¡as cuales, tanto la primera filósofo, al igual que el artista, sujetándose a las es- come la segunda, se hallan fuertemente impregnadas.

Hemos visto ya el fracaso estrepitoso con que vio coronados sus esfuerzos la religión, en su afán de do­minio universal. Veamos zahora la suerte que le ha tocado correr a la filosofía, en ese mismo afán de unir a las conciencias en torno a un solo ideal, en torno a un único e invariante sistema filosófico. Si no fuese por los resultados y experiencias que hemos visto ya, y por el empobrecimiento creciente de la misma, po-' dría suponerse que la fi'osofía corriese con mejor suer­te que su antecesora, la religión. Pero no es asi; su fracaso es más rotundo, su impotencia es más visible y las consecuencias que de tal derrota se desprenden, son más graves.para el futuro de la humanidad, que la misma inefectividad de las religiones para lograr la uni­dad y la paz en la vida espiritual y moral del hombre.

Los filósofos, al caer en el mismo error que los teó­logos, al hacer de sus concepciones, sistemas absolutos e inmutables, se volvieron intolerantes, estáticos, y al establecer como eterno a un presente en constante va­riación, empobrecieron sus sistemas al limitar el alcan­ce de los conocimientos a los de su presente y fincar sobre y en función de ellos, toda la existencia y la evolución de la Humanidad y del Universo. Ahora bien, el error que ha motivado la derrota de la filosofía, es el mismo que causó la derrota de la religión. Es su afán desmedido e irreflexivo a la vez, de conocer la verdad, toda la verdad de un golpe, el que los lleva a substituir su escasez de conocimientos positivos acerca de la Naturaleza, por las construcciones e hipótesis fantasmagóricas que el intelecto, a través de la fan­tasía, les proporciona. La filosofía en todos los tiempos ha procedido en idéntica forma, siempre ha querido rebasar ios limites de la experiencia, para alcanzar sus mágicos fines, lanzándose para ello en los campos es­tériles de la irrealidad y de la abstracción, en alas de la endeble y caprichosa fantasía personal de los filó­sofos.

(Continuación.)

Page 4: EL (ATOLKISH C/f éemanal LA AUTOSUPERACION DE … · abanderados de ideales que dignifican, terminan por caer en la más denigrante de las claudicaciones: la que convierte al hombre

H A Monln presumía y se enor-y j gullecía afirmando haberse T v K salvado del naufragio del ¿ J R «Titanic».

- ¿Estaba Vd. a bordo? - le pregunta admirado un señor. - ¡Hombre - exclama Monín ~. Si hu­biera estado a bordo no me hubiera salvado. f*

S

* $

Kiko viajaba en el tren, pa­sa el revisor y Kiko dirigién­dose a él le pregunta: - Perdone. ¿Tendría la bon­

dad de decirme adonde voy? - Pero, ¿tu no sabes donde vas? - No... ¡He perdido el billete!

"uncía "*•&. EU±?&f niñas

mm M)UEM¥ C€M IL ne faut pas croire que les

nomines aient seuls inventé les moyens de se distraire.

Bien au contraire, ils n'ont fait souvent — comme dans la danse, par exemple — qu'imiter les mou­vements de certains animaux. Car ees derniers, du haut en bas de l'échelle des étres, savent jouer, ce qui prouve clairement que l'homme n'a pas, dans la création, le monopole de l'intel-ligence!

Parmi les bétes employant les formes d'amusement qui se rap-prochent le plus des nótres, il faut naturellement citer les sin-ges, dont le corps est d'aüleurs spécialement constitué p o u r le mouvement.

Le saut, la course, la poursui-te, la lutte, la danse font leur bonheur et ils montrent la ma-iiee, l'espiéglerie des enfants. Ils le prouvent bien en jouant les tours les plus comiques aux per-sonnes qui leur déplaisent ou

auxquelles ils ont des raisons d'en vouloir.

On raconte qu'un babouin, aga-cé par les taquineries d'un offi-cier, mélangea de la terre de sa cage avec l'eau du récipient dans lequel on lui donnait á boire et en flt de la boue, dont il asper­gea tout le costume flambant neuf de l'imprudent militaire. Un autre singe arracha le mouchoir d'un jeune moqueur, imita sa fa­cón de se moucher, puis se coif-fa du mouchoir, le rejetant en arriére de la méme facón dont était posé le chapeau sur la tete du monsieur tout en « singeant a (c'est bien le cas de le diré) les protestations furieuses de sa vic­time. Enfin, las de ce jeu, il dé-chira en laniéres, avec ses dents, le carré d'étoffe, en jetant les morceaux á la figure du person-nage qui avait fait mine de se moquer de lui.

On sait que le grand plaisir des chevaux est de jouer á la course

dans le seul but de se dépasser les uns les autres, comme ils le font tous, qu'ils soient encoré sauvages et libres, ou domesti­ques. Ils font preuve, á ees mo-ments-lá, du méme sentiment de rivaüté que les hommes, n'hési-

tant pas á barrer la route á leurs concurrents, á les mordre ou á leur donner un coup de sabot pour les empécher d'arriver les premiers. Aussi le dressage que leur fait subir l'homme dévelop-pe-t-il beaucoup cet instinct, ce

qui explique l'entente parfaite existant souvent entre le cava-lier et sa monture. Tous les ania-teurs de polo — ce si joli sport -l'ont experimenté. Le che val n'o-béit pas passivement á celui qui le monte. II prend un intérét vé-

LAS AVENTURAS DE NONO

PRIMERAS AVENTURAS

Meditando a sus solas cierto día Un pensador Filósofo, decía: El jardín adornado de mil flores Y diferentes árboles mayores. Con su fruta sabrosa enriquecidos. Tal vez entretejidos Con ia frondosa vid que se derrama Por una y otra rama. Mostrando a todos lados Las peras y racimos desgajados; Es cosa destinada solamente Para que la disfruten libremente La oruga, el caracol, ia mariposa: No se persuaden ellos otra cosa.

Los pájaros sin cuento. Burlándose dei viento. Por los aires sin dueño van girando; El milano cazando Saca la consecuencia: Para mí ios crió la Providencia. El cangrejo en la playa, envanecido. Mira los anchos mares, persuadido De que las olas tienen por empleo Sólo satisfacerle su deseo;

Pues cree que van y vienen tantas veces Por dejarle en la oriila ciertos peces. No hay, prosigue el Filósofo profundo. Animal sin orguilo en este mundo: El hombre solamente Puede en esto alabarse justamente.

Cuando yo me contemplo colocado En la cima de un risco agigantado. Imagino que sirve a mi persona Todo el cóncavo cielo de corona. Veo a mis pies los mares espaciosos,

Y ios bosques umbrosos Poblados de animales diferentes; Las escamosas gentes. Los brutos, y las fie/as, Y las aves ligeras, Y cuanto tiene aliento En ia tierra, en el agua y en el viento,-Y digo finalmente: Todo es mío ;

¡Oh, grandeza del hombre y poder ío !—

Una Pulga que oyó con gran cachaza

Al Filósofo maza. Dijo: Cuando me miro en tus narices. Como tú sobre ei risco que nos dices, Y contemplo a mis pies aquel instante Nada menos que al hombre dominante. Que manda en cuanto encierra El agua, viento y tierra, Y que el tai poderoso caballero De alimento me sirve cuando quiero; Concluyo finalmente: Todo es mío ;

¡Oh, grandeza de Pulga, y poderío! — Así di jo; y saltando, se le ausenta.

De este modo se afrenta

Aun al más poderoso.

Cuando se muestra vano y orgulloso.

SAMANIEGO.

V W V V W V V V V S í M / W y V V V V V ^ / ^ V V V ^ / / / ^ ^ A ^ A ^ A ñ < V V ^ ^ i V V V

(Continuación.)

Visiblemente fatigado ya, sus esfuer­zos eran cada vez menos vigorosos y más espaciados; mientras, colocado a conveniente distancia, un gorrión agu­zaba su pico en la rama que le soste­nía esperando el momento oportuno para lanzarse sobre aquella presa que tenia por segura.

Nono corrió al espino, espantó al go­rrión y desenredó cuidadosamente al iraecto, que vio era un hermoso cárabo de los jardines, de aque'los que osten­tan élitros de verde dorado y reflejos metálicos del más gracioso aspecto.

El salvador puso el insecto en el suelo, y el bichillo, pasando sus patas delanteras sobre tsus antenas, pareció como si se diera un agradecido saludo antes de desaparecer entre la hierba.

Nono continuó su marcha. En el ángulo de una sendita que se

inclinaba hacia la izquierda, vio otra vez un pinzón en la rama de uno de los árboles que la bordeaban. Parecía esperarle, y en cuanto se acercó Nono, el pájaro voló en la dirección del nuevo camirM.

Abandonó nuestro amigo la. senda para seguir al pájaro; pero éste batió nuevamente las alas, se elevó gorjean­do y fué a situarse a un árbol más lejano. „

—i Me tienes miedo?—dijo Nono ha­blando más bien consigo mismo que con el pájaro.

Como si hubiese comprendido, vino a revolotear alrededor de él, y, pruden­te siempre, aunque se posó un instante su hombro, levantó otra vez su vuelo y fué a pararse más lejos.

Nono hallábase completamente des­orientado y siguió al animalito, toda vez que cualquiera dirección le era in­diferente; así llegaron a un claro a cu­ya extremidad había un montón de ro~i c.as rojizas cubiertas de liqúenes, mus­gos y zarzas.

Por una de aquellas rocas filtrábase un manantial de agua clara y viva, que descendía en murmurantes cascadas so­bre una serie de gradas para caer en una especie de pilón natural formado por t>l trabajo combinado del agua y del tiempo, de doróle salla luego en Impido arroyo que serpenteaba a tra­vés del claro para perderse en el bns que. Un magnifico abedul, de corteza plateada que logró arraigar en una grie­ta de la roca, le cubría con su delicado follaje, que caía como la cabellera de una "náyade llorosa.

Nono corrió a la fuente y se arro­dilló para sacar con sus marMs el agua, que bebió con avidez, y que le pareció la más deliciosa de las bebidas.

—Hay que convenir—pensó Nono—, que sin el pinzón no hubiera dado con esta fuente; por seguirle ábarAoné mi primer camino. Buscóle entonces por todos lados para manifestarle su grati­tud, pero el pájaro había desaparecido.

Nono inclinóse de nuevo hacia el manantial para beber una vez más de aquella agua fresca y pura, y harto ya, iba a levantarse cuando apercibió -una pobre abeja que se agitaba en medio del pilón, corriendo inminente riesgo de ser arrebatada por la corriente, a pesar de sus inútiles esfuerzos, donde segu­ramente perecería sumergida. Con su varita atrajo Nono al arUmaliUo y, sa­cándole del agua, le colocó delicada­mente sobre la hierba al sol, para que se secase, parándose a cordemplarla, a pesar de las tiradas del estómago re­cordando que el hambre no había sido satisfecho-

Durante un momento el insecto se arrastró pesadamente sobre la hierba, cor, el cuerpo pesado por la humedad, las alas pegadas con el contacto del agua y pudiendo apenas sostenerse so­bre sus patas. Después fué recobrando poco a poco la libertad de sus movi­mientos, y pudo pasar las patas trase­ras sobre las alas para secarlas, y por último, cuando se sintió fuerte y a su

gusto, levantó el vuelo y se lanzó zum­bando al espacio.

Pero, cosa extraña, al niño, asombra­do, parecióle que aquel zumbido loma­ba forma de lenguaje. Juraría que el insecto le decía: «Sigúeme ahora, que yo te guiaré donde puedas saciar tu hambre».

Nono sabia que los insectos no ha­blaban; pero había leído tantos libros de cuentos en que hablaban los anima­les, y había recitado tantas fábulas en la escuela en que no solamente hablan los animales, sino hasta los insectos más ínfimos, y aún las plantas y los minera­les, haciendo discursos que muchos se­res humaras son incapaces de produ­cir por si solos y con tal prudencia— cuando en los tales discursos hay pru­dencia verdadera—, que no había en realidad de qué asombrarse.

Por lo mismo nuestro hambriento no se admiró gran cosa, no de oir hablar a la abeja—no estaba muy seguro de que le hubiese hablado lo que queda dicho, inclinado mas bien a que era producto de ia propia imaginación—, sino de que pudiera haberlo dicho.

Siguió, pues, a la abeja muy anima­do, toda vez que el vuelo del insecto le permitía seguirle muy fácilmente.

Atravesaron el bosque que comen­zaba detrás de las rocas de la fuente y llegaron a un vaVe atestado de flo­res de los campos. Cuantas variedades florecen en épocas diferentes se encon­traban allí reunidas y en plena flora­ción.

Amapolas de rojo deslumbrador, poé­ticos no me olvides de azul celeste al lado de hiniestas de flores de suave amarillo de oro, campánulas de mora­do obscuro junto al carmín de las digi­tales, formaban encantadores grupos de variadísimos matices por los efectos de luz y sombra producto de su propia coloración.

- ¿De nuevo has tocado la confitura? Serás cas­tigado a no comerla en los postres. - Tu también, papá. Me la he comido toda.

El romero, la alhucema, el hinojo, la hierba buena silvestre y muchas espe­cies aromáticas embalsamaban el am­biente con la intrincada combinación de sus perfumes; mientras que las vio­letas modestamente ocultas bajo las hierbas y arbustos, los narcisos, junqui­llos y jacintos formaban tapices de ca­prichosos dibujos y variados colores, o las trepadoras con la pasionaria a la cabeza conquistaban las alturas de los arboles completarlo aquel cuadro ma­ravilloso.

Nono se detuvo encantado, sin pre­guntarse cómo podía ser que todas aquellas flores se abriesen al mismo tiempo; porque bien mirado, a los nue­

ve años, nadie está obligado a poseer los conocimientos propios de un jar­dinero, y para él, lo mismo era verlas allí brotar a su presencia como leerlo en la obra de un novelista a la moda.

Nunca había visto nuestro amiguito tantas flores juntas, y si no puso por obra su primer interno de recoger un ramillete para su madre, no fué por fal­ta de voluntad, sino por miedo de que se presentase un jardinero regañón o un guardia mal encarado que le echasen mano y lo arrojasen de allí ignominio­samente: tan pequeño y todo se conoce que ya sabia cómo las gastan la propie­dad y la autoridad.

Además, que, preciso es recordarlo, el hambre le exigía satisfacción con ur­gencia.

La abeja que vio a Nono detemerse, retrocedió para zumbar un poco más fuerte cerca de él, y nuestro hambrien­to emprendió de nuevo su marcha guia­do por el vuelo del insecto, que se di­rigió hacia un árbol a cuyo rededor revoloteaban confusamente gran número de abejas, las cuales se adelantaron ha­cia la que llegaba en cuanto la vieron.

Observóse que en cuanto la recono­cieron cesaron en su zumbido de guerra y entonaron otro más dulce como para darle la bienvenida y quejarse por ha­berlas dejado apenadas por su larga ausencia.

Nono pasó por alto aquellos detalles y recordó en cambio las historias de aquellos que, demasiado temerarios, pa­garon con horribles sufrimientos la im­prudencia de aproximarse demasiado a la habitación de aquellos irascibles in­sectos. Para colmo de desgracias, entre aquella ola viviente de bichos todos iguales, sin distinción de forma ni de color, era imposible reconocer a su guía, y, perdida toda esperanza, se tiró sobre un tronco caído interrogando an­gustiosamente al porvenir.

III INSTRUIRSE VIAJANDO

N ADA tenían de alegres las refle­xiones de nuestro amiguito: 4 En qué país estaba? ¿Encontraría

comida? i Estaba destinado a morir de hambre, o, nuevo Robinson, se veía obligado a pasar su vida lejos de todo semejante?

Robinson, al menos, en su naufragio pudo salvar armas, herramientas, víve­res y abordó a una isla provista de caza y frutos comestibles; pero Nono, en su paseo, aparte de los pajarillos, nada vio buer.o para comer, y en) cuanto a herra­mienta o arma, sólo tenía un cortaplu­mas inútil para derribar árboles, serrar tablas y para cazar un gorrión al vuelo.

Y volvía siempre al punto de partida de sus reflexiones-, i Por qué se encon­traba solo? ¡Dónde estaban sus padres, sus hermarjos y su hermana? Decidida­mente había en esto un misterio incom­prensible.

Completamente absorto en estas re­flexiones, Nono se desinteresaba de cuanto ocurría a su a'rededor, cuando llamó su atetíción un zumbido fuerte y prolongado que producía una abeja re­voloteando a su alrededor.

Y, nueva admiración de Nono, por­que aquel zumbido, primero confuso e indistinto, tomaba poco a poco forma de lenguaje iráeligible y parecía decirle:

—«... Calma tu pena, no te abando­naremos. Ven hacia mis hermanas; ven y te presentaré a i nuestra madre, te consolaremos en tu angustia, te ayuda­remos en tu necesidad.»

Levantó Nono la cabeza y reconoció a su protegida que le hacia sigr,os que comprendió perfectamente: la abeja le indicaba que se levantase y la siguiera.

Obedeció sin vacilar: levantóse y si­guió a su guia, que se dirigió al árbol que servia de colmena; pero a medida que se le aproximaba, el viejo tronco iba perdiendo su forma, atenuábanse sus contornos, transformábase su aspec­to, y cuando Nono estaba a pocVs pa­sos tenía ante si un magnifico palacio, edificado sobre una amplia terraza a la cual se subía por amplia y señorial esca­linata de mármol.

(Continuará.)

ritable á la partie, puisqu'il pré-voit souvent et exécute la ma-noeuvre nécessaire avant que le cavalier la lui ait commandec.

Mais la forme de jeu la plus curieuse a étudier chez les ani­maux est encoré la lutte.

Les ours polaires semblent des ennemis acharnés, préts á s'en-tre-dévorer. Pourtant, ils ne se feront aucun mal. II faut done qu'ils soient doués d'une intelli-gence et d'une volonté qui répri-ment leurs élans et les empé-chent de b l e s s e r sérieusement leur adversaire.

Voyez un chat se battant, par jeu, avec un singe. Comment se fait-il que le matou, se sentant le plus faible, n'essaie pas de griffer ou de mordre véritable-ment le quadrumane pour l'em-pécher de conserver son avanta-ge? II y a la un mystere que ne peut expliquer le simple instinct de l'animal.

Quant á la danse, elle a les fa-

veurs de beaucoup de bétes, et c'est de leurs attitudes et de leurs mouvements que les peu-ples primitifs s'inspirérent pour imaginer leurs premieres figures de danse.

Les véritables maitres, en cet art, se rencontrent chez les oiseaux. Certains espéces se li-vrent entre elles a des exercices regles et compliques comme ceux d'un ballet. Les grues, notam-ment, se réunissent pour de vé­ritables bals oú les couplés tour-nent en mesure, puis se font face, avancent, reculent, se sa-luent comme si elles exécutaient un quadrille.

C'est que le jeu est un besoin aussi nécessaire a l'animal qu'á l'homme pour detendré ses mus-cles.

Faisons done du sport, sans exagérer cependant, nous mode-lant sur nos amies les bétes qui ne vont, elles, jamáis au delá de leurs forces.

Aunque te haya elevado ia Fortuna Desde el polvo a los cuernos de la Luna, Si hablas, Fabio, al humilde con desprecio. Tanto como eres grande, serás necio. ¡Qué ! ¿te irritas? ¿te ofende mi lenguaje?— No se habla de ese modo a un personaje.— Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,

Y escucha a un Caracol: vaya de chiste.

En un bello jardín cierta mañana

Se puso muy ufana

Sobre la blanca rosa

Una recién nacida Mariposa.

El Sol resplandeciente

Desde su claro Oriente

Los rayos esparcía:

Ella a su luz las alas extendía.

Sólo porque envidiasen sus colores

Manchadas aves y pintadas flores.

Esta vana, preciada de belleza.

Ai volver la cabeza

Vio muy cerca de sí, sobre una rama,

A un pardo Caracol. La bella dama

irritada exclamó: ¿Cómo, grosero,

A mi lado te acercas? Jardinero,

¿De qué sirve que tengas con cuidado

E¡ jardín cultivado,

Y guarde tu desvelo

La rica fruta del rigor del hielo,

Y los tiernos botones de ¡as plantas.

Si ensucia y come todo cuanto plantas

Este vil Caracol de baja esfera?

O mátale al instante, o vaya fuera.—

Quien ahora te oyese.

Si no te conociese.

Respondió el Caracol, en mi conciencia.

Que pudiera tembiar en tu presencia.

Mas díme, miserable criatura

Que acabas de salir de la basura:

¿Puedes negar que aun no hace cuatro días

Que gustosa solías.

Como humilde repti i , andar conmigo,

Y yo te hacía honor en ser tu amigo?

¿No es también evidente

Que eres por línea recta descendiente

De los Orugas, pobres hilanderos.

Que, mirándose en cueros.

De sus tripas hilaban y tejían

Un fardo, en que ei invierno se metían,

Como tú te has metido,

Y aun no hace cuatro días que has salido?

Pues si este fué tu origen y tu casa,

¿Por qué tu ventolera se propasa

A despreciar a un Caracol honrado?

El que tiene de vidrio su tejado

Esto logra de bueno

Con tirar las pedradas al ajeno.

SAMANIEGO.