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El Ciruelo de Lorena Sylvia Suanes

El Ciruelo de Lorena

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Biblioteca Plan Ceibal

El Ciruelo de Lorena • Sylvia Suanes1

La mamá de Lorena trabajaba mucho fuera de su casa y para ella uno de los mo-mentos más preciados era el que dedicaba a su jardín.

Todos los años en época de renovación de plantas, visitaba el vivero de Toshiro. Hijo de japoneses, nacido aquí había aprendido de sus padres lo referente al cui-dado de plantas y árboles. El primer fin de semana disponible le pidió a Lorena que la acompañara a comprar algunas pues ambas compartían el mismo hobby.

-Buenas tardes Toshiro ¿como le va?- dijo María.-Hola Toshiro, ¿sabe que mi mamá me dejará elegir una planta?-¡Que bien Lorena! Pero debo decir que ahora sí está completo mi jardín con estas dos bellas flores- comentó piropeándolas- ¿en que las puedo ayudar?- Gracias. Quiero renovar mi jardín con plantas que me den flores coloridas y varia-das, ¿qué me recomienda? –preguntó entusiasmada.- Bueno, a ver, venga por aquí, -le dijo tomando por uno de los caminitos del vivero.

Lorena mientras tanto, tomó por otro, el de los árboles frutales y los de sombra de hojas perennes hasta que se detuvo ante uno que estaba totalmente pelado y mirándolo pensó: “Pobrecito, no tiene hojas, ni flores. Lo voy a llevar a casa para cuidarlo”.

-Mamá, mamá, vení. Quiero que me compres este árbol.-¿Estas segura que te gusta?-Sí el árbol me pidió que lo llevara a casa y así lo voy a hacer, quiero cuidarlo.-Bueno muy bien, lo llevamos. María miró a Toshiro y le guiñó un ojo en complici-dad por lo que había dicho la niña.

Salieron con el carrito lleno de pensamientos, margaritas, copetes, zinnias y otros, y por supuesto con el árbol de Lorena.

Ya en su casa, María se ocupó de ubicar las flores en la jardinera, mientras que Lorena buscaba un lugar para el árbol que Toshiro aconsejó se tenía que plantar en un lugar amplio. Con los años se pondría frondoso.

-Mamá, ¡aquí quiero plantarlo!- decía Lorena mostrándole el lugar- porque desde mi ventana puedo verlo.

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-Me parece lindo, ya lo plantamos, trae un balde con agua mientras hago el pozo.

Lorena lo regaba periódicamente. Lo iba a ver y le hablaba todos los días ya que ella estaba convencida que él la escuchaba.

Pero pasaban los días y parecía que el árbol entristecía. María le había dicho que tenía que esperar unas semanas para que se habituara al lugar pero esto no la con-vencía.

Comenzaba setiembre, y una mañana donde se olía la proximidad de la primavera, se acercó a su árbol y ¡oh sorpresa! En una de las ramas encontró un pimpollo, salió corriendo a contarle a su mamá.

-¡Mami vení a ver a mi árbol! ¡Dale! –le dijo agarrándola de la mano--Espera no corras, -le decía, tratando de sacarse el delantal.-Miralo mamá ya tiene un pimpollo.-Viste Lorena, solo era cuestión de tiempo.

Para el 21 de setiembre su árbol estaba lleno de flores pequeñas blancas que tenían en el centro un toquecito bordó. ¡Era un ciruelo de jardín!