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El cono ____________________________ H.G. Wells

El cono - Cuentos infantiles...lejos, en el camino, ardía un farol a gas, desparramando una luz anaranjada sobre el brumoso azul de la noche. Más allá se veían las tres luces de

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  • El cono

    ____________________________ H.G. Wells

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  • La noche era calurosa y oscura, el cieloribeteadoderojoporlaprolongadapuestadelsol del verano. Ellos se sentaron ante laventanaabierta,tratandodeimaginarsequeelaire estaba más fresco allí. Los árboles deljardín se mantenían tiesos y sombríos: máslejos, en el camino, ardía un farol a gas,desparramando una luz anaranjada sobre elbrumosoazuldelanoche.Másalláseveíanlastres luces de la señal ferroviaria contra elhorizonte. El hombre y la mujer hablaban envozbaja.

    —¿No sospechará nada? —preguntó elhombre,algoinquieto.

    —¡No!—dijoellabruscamente,comosiesolairritara—. No piensa en otra cosa que en lasobras y en los precios del combustible. Notieneimaginación,nisensibilidad.

    —Ninguno de esos hombres de acero lastienen—dijoél,sentenciosamente—.

    Notienencorazón.

    —Él no lo tiene—contestó ella, volviendo surostro descontento hacia la ventana. Undistanteyroncosonidosefueacercando,cada

  • vezmásfuerte;lacasaenteraseconmovió.Yase oía el metálico zumbar de la máquina.Cuandoeltrenpasó,seprodujounresplandoren el paisaje y luego lo siguió un espesopenacho de humo. Uno, dos, tres, cuatro,cinco, seis, siete, ocho rectángulos negros —ochovagones—pasaronatravésdelprofundogrisdelterraplényfuerondesapareciendo,unotrasotro,enlagargantadeltúnelque,unavezquepasóelúltimo,parecíahabertragadotren,humoysonidodeunansiosobocado.

    —Estepaísfueunaveztodofrescuraybelleza—dijo el hombre—. Y ahora, es Gehena.Camino abajo, no se encuentra más quecalderasychimeneaslanzandofuegoyhollínala faz del cielo… Pero ¿qué importa? Ya seaproxima el fin… el fin de toda esta crueldad.Mañana —pronunció la última palabra en unmurmullo.

    —Mañana—repitióellaenelmismotono,sinapartarlavistadelaventana.

    —¡Querida!—dijoéltomándolelasmanos.

  • Ella se volvió con un sobresalto y los ojos deambossebuscaron.Losdeellasedulcificaronantelamiradadeél.

    —¡Amor mío! —murmuró; y luego—: Parecetanextrañoquetúhayaspenetradoenmividaparadescubrir…

    —¿Paradescubrir?…

    —Todoestemundomaravilloso—agregóella,vacilando—.Estemundodeamorantemí.

    De repente la puerta chirrió, cerrándose.Volvieronlacabeza,élenformaviolenta.Enlapenumbra de la habitación surgió una granfigura silenciosa. Ellos vieron el rostro en lamedia luz, un rostro con inexpresivas cejasoscuras. Todos los músculos del cuerpo deRaut se pusieron tensos: ¿Cuándo se habíaabiertolapuerta?

    ¿Qué habría oído él? ¿Todo? ¿Qué habríavisto?Unaluvióndepreguntas.

    La voz del recién llegado se dejó oír al fin,después de una pausa que parecíainterminable.

    —¿Ybien?—dijo.

  • —Teníamiedodenoencontrarlo,Harrocks—dijo el hombre de la ventana. Su voz erainsegura.

    La pesada figura de Harrocks salió de lasombra. No respondió a la observación deRaut. Permaneció un momentocontemplándolos. El corazón de la mujerestabahelado.

    —LedijeaMr.Rautqueeramuyposiblequevolvieras—dijoconvozfirme.

    Harrocks, aún silencioso, se dejó caer en unasillaycruzósusgrandesmanos.Sepodíaverelfuegodesusojosbajolaespesuradelascejas.Estabatratandodereponerse.Susojosibandelamujerenquienhabíaconfiado,alamigoenquien había confiado y luego otra vez a lamujer.

    Los tres casi se habían comprendido ya: sinembargo, ninguno osaba pronunciar unapalabra que atenuara la incomodidad de lasituación.

    Fuelavozdelmaridolaquerompió,porfin,elsilencio.

  • —¿Ustedquería verme?—dijo, dirigiéndose aRaut.Estesesobresaltó.

    —Vineaverlo—dijo,resueltoamentirhastaelfin.

    —Sí—murmuróHarrocks.

    —Usted me prometió —continuó Raut—mostrarme algunos de los hermosos efectosproducidosporlaluzdelalunayelhumo.

    —Yo prometí mostrarle algunos efectosproducidos por la luz de la luna y el humo—repitióHarrocksconvozincolora.

    —Yyopenséque tal vezpodríaencontrarloausted esta noche, antes de que volviera a lasobras—prosiguióRaut—eirconusted.

    Hubo otra pausa. ¿Pensaría tomar la cosafríamente el hombre? ¿Sabía, después detodo? ¿Cuánto tiempo haría que estaba en lahabitación? Sin embargo, cuando oyeron lapuerta,susactitudes…

    Harrocksmiróelperfildelamujer,pálidoenlapenumbra. Luego miró a Raut y pareciórecobrarsesúbitamente.

  • —¡Pero es claro! —dijo—. Yo prometímostrarle el obraje bajo sus propiascondicionesdramáticas.Esraroquelohubieraolvidado…

    —Silomolesto…—comentóRaut.

    Harrockssesobresaltóotravez.Unanuevaluzsedivisabaahoraenlaoscuridaddesusojos.

    —No,enabsoluto—dijo.

    —¿Le has estado describiendo a Mr. Rauttodosesoscontrastesdellamasysombrasqueconsideras tan bonitos? —preguntó la mujervolviéndose hacia sumarido por primera vez,sintiendo renacer su confianza. Su voz estabasolamente medio tono más alta—. ¡Esahorribleteoríasuyadequenoexistenadamáshermosoquelasmaquinarias!…Yaveráusted,Mr. Raut. Es su gran teoría, su únicodescubrimientoartístico.

    —Soy muy lento para hacer descubrimientos—dijo Harrocks en forma horrible, dejandoaterradaa lamujer—.Pero loquedescubro…—Sedetuvo.

    —¿Bien?—dijoella.

  • —Nada —contestó Harrocks levantándose—.Le prometí a usted mostrarle las obras —agregó, dirigiéndose a Raut y colocando sumanazaensuhombro—.¿Estádispuestoair?

    —Enteramente—contestóRautponiéndosedepie.

    Seprodujootro silencio. Cada cual tratabadeespiarseenlaoscuridad.LamanodeHarrocksdescansaba aún sobre el hombro del amigo.Raut casi creía que el incidente había sidotrivial, después de todo. Pero Mrs. Harrocksconocía mejor a su marido y comprendió elsignificado de la horrible calma de su voz. Laconfusiónquereinabaensumenteasumióunavagaformadelocura.

    —Muy bien —dijo Harrocks, dejando caer sumanoydirigiéndosehacialapuerta.

    —¿Mi sombrero?—Rautmiró en torno de lahabitación.

    —Está en mi costurero —dijo ella, con risahistérica. Susmanos seunieronpordetrásdelasilla.

    —¡Aquí está!—dijo él. Lamujer experimentóel impulsodeprevenirlo,envozbaja,perono

  • pudo pronunciar palabra. «¡No vayas!» y«¡Cuídate de él!» lucharon en su mente y elminutopasó.

    —¿Lo encontró? —preguntó Harrocks,manteniendo la puerta semiabierta. Raut fuehaciaél.

    —Esmejorqueledigaadiósalaseñora—dijoelmaridoconunacalmatodavíamásterrible.

    Rautseestremecióyluegosevolvió.

    —Buenas noches, Mrs. Harrocks —dijo y susmanossetocaron.

    Harrocks sostuvo la puerta abierta con unacortesía poco usual en él con los hombres. Elotro salió y entonces, después de unasilenciosa mirada a su esposa, Harrocks losiguió. Ella se mantuvo inmóvil, mientras elpasoligerodeRautyelpesadodesumaridoseoían en el pasillo. La puerta de calle se cerrólentamente.Ellafuehacialaventanayesperó,ansiosa. Los dos hombres aparecieronfugazmenteenelcamino,pasaronbajoelfarolyfueronocultadosporlasmasasnegrasdelosárboles.La luz iluminómomentáneamentesusrostros, revelando solamentemanchaspálidas

  • quenoledijeronnadadeloqueaúnteníayseatormentabanuevamenteporsaber.Entoncesse sentó, abatida, en el gran sillón, los ojosabiertos, fijosen las luces rojasde loshornos,quesereflejabanenelcielo.Unahoradespuésestaba todavía allí, su actitud escasamentecambiada.

    LaagresivaquietuddelanochegravitabasobreRaut, que caminaba junto a Harrocks, ensilencio. Una niebla azul, mitad humo, mitadhollín, grandes moles grises y negras,delineadas débilmente por las raras manchasdoradasdelosfaroles.Aquíyallá,unaventanailuminada, el amarillo resplandor de algunafábricamantenida en actividad hasta tarde, oalgúndespachodebebidas.Fueradelasmasasclarasyesbeltascontraelcielo,seelevabanlasaltas chimeneas, casi todas humeantes.Algunas sombras fantásticas mostraban laposición de una hornalla gigantesca o unarueda,grandeynegracontraelhorizonterojo.Más cerca estaba la ancha vía del ferrocarril,por donde huían trenes casi invisiblesarrojandocolumnasdehumohaciaelcielo.Yala izquierda,entre lavía férreay lagranmole

  • del cerro, dominando el paisaje entero,colosales, negrísimos, coronados de humo ycaprichosas llamas,se levantaban losenormescilindros de la Jeddah Company y BlatFurnaces, losedificioscentralesdelasgrandesfundiciones de acero, en donde Harrocks eragerente. Aparecían amenazadores, vomitandollamas, mientras en sus interiores hervía elacero derretido. A sus pies se oía el zumbidode losmolinosyelpesadobatirdelmartilloavapor, que desparramaba al golpear, blancaschispas de acero. Un vagón lleno decombustible fuedescargadoal interiordeunode los colosos, produciendo una llamaradavivísimayunaconfusióndehumoyhollínqueascendiórápidamente.

    —Realmente se pueden obtener magníficosefectosdecolorconesoshornos—dijoRaut,rompiendo un silencio que se había tornadoincómodo.

    Harrocks contestó con un gruñido. Estabaparado con las manos en los bolsillos,contemplando,conelentrecejoarrugado,a lavía férrea y a las obras, como tratando desolucionarunproblemaintrincado.

  • Raut lo miró y luego desvió la vista hacia lalejanía.

    —Todavíanosepuedeobtenerelefectodelaluna—continuó—, está aún empalidecida porlosvestigiosdeldía.

    Harrokslomiróconlaexpresióndeunhombrequehadespertadodepronto.

    —¿Vestigiosdeldía?…Ah, claro, claro.—A suvezmiró a la luna descolorida aún en el cielode verano.— Venga —dijo de repente, yoprimiendo el brazo de Raut, comenzó acaminar a grandes pasos por el sendero queconducíaalavía.Rautforcejeóporretroceder.Los ojos de ambos se encontraron y en unsegundo se comunicaronunmontónde cosasque los labios se resistían a pronunciar. Lamano de Harrocks se cerró aún más y luegoaflojólapresión,dejandolibreaRaut.Antesdeque este se apercibiera de ello, caminaban,tomadosdelbrazo,unodeellosmuyencontradesuvoluntad,porelsendero.

    —Vea el hermoso efecto de las señalesferroviarias allá hacia Burslem — comenzóHarrocks, tornándose locuaz súbitamente y

  • apretando el codo de Raut—. Pequeñas lucesverdes,rojasyblancas,contralabruma.Ustedtiene golpe de vista para estas cosas, Raut. Ymire esos hornosmíos cómo se elevan sobrenosotrosamedidaquebajamoselcerro.Allí,ala derecha, estámi preferido: setenta pies dealtura. Lo he cargado yo mismo y por cincolargosañoshahervidoalegrementeelaceroensus entrañas. Sintiendo una particularpredilección por él. Allá, a la izquierda, ¿veusted las chispas que produce el martillo?,estánlosmolinos.Oigacómorepercutenenlatierralosgolpesdemartillo.¡Venga!

    Tuvoquedejardehablarpararespirar.Subrazo oprimía el de Raut,estrechamente,ydescendía el cerro a trancos presurosos ydesordenados,comosiestuvieraposeído.Rautnohabíapronunciadounapalabra: solamentese limitaba a resistir, con todas sus fuerzas, alostironesdeHarrocks.

    —¡Dígame! —exclamó al fin, riendonerviosamente—.¿Porquédiablosmearrastraen esta forma? ¿Y por qué me oprime tanfuertementeelbrazo?

  • Harrocks lo soltó. Sus maneras cambiaronnuevamente.

    —¿Le oprimía el brazo? —dijo—. Lo siento.Perofueustedquienmeenseñóacaminarenesamaneraamistosa.

    —Todavíanohaaprendidoesosrefinamientos,entonces —contestó Raut, riendoforzadamente otra vez—. ¡Demonios! Estoytodo negro y azul.—Harrocks no se disculpó.Sedetuvieronahoraa lospiesdelcerro,cercade la empalizada que rodeaba la vía. Delantedeellos,alladodelabarrera,surgíaunletreroque ostentaba la inscripción aún visible de:«Cuidadoconlostrenes».

    —Bellísimos efectos —dijo Harrocks—. Allíviene un tren. Los penachos de humo, elresplandor, el redondoojode luz al frente, elmelodioso ronquido. ¡Muy lindo efecto! Peroesos hornos míos eran mucho mejores antesde que arrojáramos conos en sus gargantas,paraaprovecharelgas.

    —¿Cómo?—preguntóRaut—.¿Conos?

    —Conos,miamigo,conos.Yalemostraréuno.Antes, las llamas lanzaban fuera de las

  • gargantasabiertasgrandescolumnasdehumo,duranteeldía,ynubesdefuegoyhumonegroy rojo, por la noche. Ahora lo recogemos entubos y los hacemos arder para calentar loshornos,cerrandosusbocasconuncono.Yoséqueleinteresaráesecono.

    —Sin embargo, a veces se contemplan, alláarriba, verdaderas explosiones de fuego yhumo.

    —Esqueelcononoestáfijo:estásujetoaunapalanca por medio de una cadena, y sebalanceagraciasauncontrapeso.Yaloverádecerca.Deotramanera, sería imposiblearrojarcombustible al interior del horno. De vez encuando, el cono se introduce allí y recoge elvaporylasllamas.

    —Yacomprendo—dijoRaut,mirandosobreelhombro—. La luna ya está más brillante —agregó.

    —Venga —exclamó Harrocks abruptamente,oprimiendo de nuevo el hombro de Raut yconduciéndolo bruscamente hacia el cruce dela vía. Entonces se produjo uno de esosincidentes, vívidos, pero tan rápidos, que lo

  • dejan a uno lleno de dudas. En la mitad delcamino, Harrocks, volviéndose de súbito,empujó a Raut con fuerza, haciendo que estegirarasobresímismoyquedaradefrentea lavía. En eso, una larga cadena luminosa,formada por las ventanillas de los vagones,reverberó ligeramente al avanzar, y las lucesrojas y amarillas de la locomotora seagrandaban cada vez más, abalanzándosehaciaél.AlcomprenderloqueestosignificabasevolvióhaciaHarrocksyempujócontodasufuerzaelbrazoquelososteníaenmediodelosrieles.Laluchanoalcanzóadurarunsegundo.AsícomofueciertoqueHarrockslosostuvieraallí, no lo fue menos el que él mismo loarrancaraviolentamentedelpeligro.

    —¡Ya salimos del paso! —dijo Harrocks,respirandoaliviado,mientrasveíapasareltren.

    —No lo vi venir —contestó con calma Raut,tratandodeaparentarunatranquilidadquenosentía—. Por un momento mis nerviosflaquearon.—Harrockssemantuvoinmóvilporun momento y luego, con brusquedad, sevolvióhacialasfundicionesdeacero.

  • —¡Veaquéhermososparecenen laoscuridadesos grandes baluartes formados de ladrillosamontonados! ¡Aquel vagón,más lejos, arribanuestro!Poraquísevahacia loshornos,peroquieromostrarleanteselcanal.—Asídiciendotomóde nuevo el brazo de Raut y caminaronjuntos. Raut contestaba con vaguedad a lasobservaciones del otro. Se preguntaba quéseríaloqueverdaderamentehabíasucedidoenla vía férrea. ¿Se estaría atormentando convanos temores o era que realmente Harrockshabía querido arrojarlo al paso del tren?¿Habríaestadoapuntodeserasesinado?¿Ysiese monstruo supiera algo? Por un instanteRaut temió seriamente por su vida; pero esetemor pasó cuando comenzó a razonar.Después de todo, Harrocks podía no haberoído nada. De cualquiermanera, lo arrancó atiempodelavía.Suprocederextrañosedebía,quizás,alosvagoscelosquehabíademostradouna vez. Ahora hablaba del canal. —¿No escierto?—decía.

    —¿El qué? —preguntó Raut—. ¡Ah!… ¡Quéhermoso!Lalunaentrelaniebla.

  • —Nuestro canal—dijoHarrocks deteniéndosedepronto—.Nuestrocanalalaluzdelalunaydelfuegoproduceunhermosoefecto.¿Nuncalo había visto? ¡Claro que no! ¡Tantas nochesque ha perdido vagandoporNewcastle! Ya ledigo:paraefectosbellos…Peroyaveráusted.Aguahirviendo…

    Amedidaquesealejabandelosmontonesdecarbón, ladrillos y minerales, los ruidos delmolino resonaban sobre ellos, fuertes,cercanosydistintos.Trestrabajadorespasarony se llevaron la mano a la gorra al ver aHarrocks. Sus rostros no se distinguían en laoscuridad.Rautexperimentóelsúbitoimpulsodedirigirseaellos,peroantesdequepudieraformular una palabra, se alejaron entre lasombra. Harrocks señalaba ahora que selevantaban hasta cerca de cincuenta yardas,producían una constante sucesión defantasmas negros y rojos, surgidos de losremolinos, en un incesante movimiento quehacía vacilar la cabeza. Raut se manteníaalejado del borde del canal y observaba aHarrocks.

  • —Aquí es rojo —decía este—, vapor rojosangre, tan rojo y ardiente como el pecado;peromáslejos,bajolosrayosdelaluna,estanblancocomolamuerte.

    Raut volvió la cabeza y luego se apresuró areanudarsuvigilanciasobreHarrocks.

    —Vamos a los molinos —dijo este. Lasintenciones que Raut creía notar en él nofueron tan evidentes esta vez y se sintió algoreanimado. Pero, de cualquier modo, ¿quédiablos habría querido significar al decir«blanco como la muerte» y «rojo como elpecado»?¿Coincidencia,quizás?

    Llegaronalosmolinos,donde,enmediodeunincesante estrépito, el martillo automáticoextraía el jugo del suculento acero, yennegrecidos y medio desnudos, titanesdeslizaban las barras, plásticas como cera,entrelasruedas.

    —Venga—murmuróHarrocksaloídodeRaut,conduciéndolo hasta uno de los hornos.Espiandoporunodelospequeñosagujerosdevidriodelapartebaja,pudieroncontemplarelfuego que crepitaba en el interior. El intenso

  • resplandorloscegómomentáneamente.Luegofueron hacia el ascensor que servía paratransportar los vagones cargados decombustiblehacialacimadelgrancilindro.

    Una vez sobre la estrecha barandilla que secerníasobreelhorno,eltemorvolvióaasaltara Raut. ¿Era prudente permanecer allí? ¿Y siHarrocks supiera todo? No pudo impedir unviolento temblor. Justo debajo de ellos habíauna profundidad de setenta pies. Era un sitiopeligroso. Tuvieron que empujar un vagónlleno de carbón, para llegar a la baranda quecoronaba el lugar. El humo del horno parecíahacerondularlosdistantescerrosdeHanley.Elcanal corría debajo de un puente que no sedistinguíaydesaparecíaenlaespesaniebladeBurslem.

    —Ese es el cono de que le hablaba —gritóHarrocks—. Y debajo, sesenta pies de metalderretido.

    Raut, sosteniéndose fuertemente delpasamanos,miróalcono.Elcaloreraintensoyel hervor del acero acompañabafragorosamentealavozdeHarrocks.Pero,

  • «aquello» debía haber pasado ahora. Quizás,despuésdetodo…

    —En el centro —gritaba Harrocks— hay unatemperaturacercanaalosmilgrados.Siustedfueraarrojadoallí…crepitaríaentre las llamascomounapizcadepólvoraen la llamadeunavela.Yese cono,allá…La superficie tieneunatemperaturadetrescientosgrados.

    —¡Trescientosgrados!—exclamóRaut.

    —Trescientos centígrados, quise decir. Esoharíahervirsusangreenunsegundo.

    —¿Eh?—gritóRaut,volviéndose.

    —Hervir susangreenmenosde…¡No! ¡Ustednoseirá!

    —¡Déjeme!—gritabaRaut—.¡Sueltemibrazo!

    Se asió desesperadamente a la baranda, conuna mano y después con las dos. Por unmomento los dos hombres estuvieronbalanceándose. Luego Harrocks, con unviolento empellón, desprendió a Raut de susostén. Este pegó un manotón, tratando deapoyarse en Harrocks, pero falló y sus piesencontraronelvacío.Cayóretorciéndoseenel

  • aire y entonces, mejillas, hombros y rodillasgolpearon conjuntamente la candentesuperficie del cono. Se prendiódesesperadamentealacadenaquesujetabaelcono y al hacerlo, este se hundióimperceptiblemente.Uncírculorojoaparecióasu alrededor y una llamarada libertada deentre el caos que reinaba en el interiorascendió hasta él. Comenzó a sentir unespantosodoloren lasrodillasypudopercibirel olor a chamuscado que despedían susmanos.Penosamentesepusodepie,tratandode escalar la cadena, y algo le golpeó en lacabeza. Harrocks permanecía en la barandilla,alladodelvagóndecombustible,gesticulandoygritando:

    —¡Hierve, loco! ¡Hierve, cazador de mujeres!¡Hierve!¡Hierve!

    De pronto sacó un puñado de carbones delcamión y los fue arrojando deliberadamente,unoporuno,alacabezadeRaut.

    —¡Harrocks!—gemíaeste—.¡Harrocks!

    Sollozando, se asía a la cadena con ambasmanos,tratandodeescaparalterriblecalordel

  • cono. Sus ropas comenzaron a inflamarse ymientras forcejeaba, el cono cayó: unasofocante ola de calor comenzó a rodearlo ytremendas lenguas de fuego se abalanzaronhaciaél.

    Todo vestigio de apariencia humana habíadesaparecido de Raut. Cuando el resplandormomentáneo pasó, Harrocks vio una figuraennegrecida y achicharrada, con la cabezacubiertadesangre,aúnluchandoenmediodesu agonía. Un animal reducido casi a cenizas,una inhumana y monstruosa criatura quecomenzó a exhalar un sollozante einterminablechillido.

    Alavistadesemejanteespectáculo,elodiodeHarrocks se fue apaciguando. Un horriblemalestar comenzó a invadirlo. El olor de lacarnequemadallegaba,penetrante,hastaélysulocuradesapareció.

    —¡Dios tenga piedad de mí! —gritó—. ¡Oh,Dios! ¿Qué he hecho?—Sabía que «la cosa»que aún estaba debajo, aunque se movía ysentía,erayaunhombremuerto,yquetodalasangre estaría hirviendo en las venas. Unainmensa piedad hacia la agonía horrible del

  • desgraciadocomenzóadesalojardesumentecualquier otro sentimiento. Se detuvo, algoindeciso y luego, volviéndose hacia el vagón,volcópresurososucontenidosobreloqueunavezhabíasidounhombre.Elchillidocesóyunahirvienteconfusióndehumo,polvoyllamasselevantó hacia él. Cuando pasó, pudo ver elcono,despejadootravez.

    Luego, bamboleándose, volvió a tomarsefuertemente del pasamanos. Sus labios semovieron, pero no pudieron formular unapalabra.

    Abajo, se oía un rumor de voces y de pasosrápidos. El fragor del molino cesóbruscamente.

    FIN

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