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El consumismo lleva a la soledad El consumismo es el consumo exagerado irracional, que ha sido motivado por los altos sueldos en el mundo desarrollado. En todas partes las agencias de publicidad promueven la voluntad de adquirir lo que no necesita, “alienando a través del consumo”, despertando un verdadero apetito posesivo de cosas y bienes, y provocando una hipersatisfacción material que aleja a los seres humanos de otras de otras preocupaciones más elevadas. Pues bien los hombres que solo ansían bines materiales, en realidad aumentan sus ataduras, su padecimiento y su servidumbre. Sólo llega a ser hombre verdadero el que comparte. La tragedia del hombre moderno, convertido en mercancía El hombre no solamente vende mercancías, sino que también en el mercado del trabajo se vende a sí mismo y es considerado como una mercancía. Si las características que el hombre ofrece no hallan empleos se vuelve una mercancía invendible carente de valor económico. De esta forma la confianza en sí mismo, el sentimiento del yo, resulta siendo una señal de lo que los demás piensan de uno. De la personalidad y de su éxito depende su autoestimación. Y por ello, cuando menos se siente un el individuo ser “alguien”, tanto más necesita tener posesiones que le ayuden a superar su inseguridad. El afán posesivo lleva su propio castigo En los países más ricos vive la gente más pobre. Sí son ricos. Tienen demasiado y comen demasiado, pero no conocen tranquilidad ni paz. Se aprovechan de todos y no disfrutan nada. Todo lo quieren para ellos. Contaminan el aire y el agua, su corazón y toda su vida. Llenan de amargura su propio nido y sus hijos huyen de sus casas. Sufren de alta tensión y diversas enfermedades del hígado y del corazón. Nunca se sienten bien. Quieren dormir, pero no pueden. Son personas ricas con un corazón empobrecido. Así es. El que se aferra a las cosas, se pierde en sí mismo. Quien nunca vacía su mano dispuesto a perder lo que ya tiene, nunca tendrá una mano vacía para alcanzar lo en verdad le falta. Solo somos ricos por lo que damos El corazón del hombre está siempre hambriento, pero el hambre de lograr, de tener, es infelicidad: la felicidad es el hambre de dar. La verdadera posesión se demuestra dando. Todo cuanto no

El Consumismo Lleva a La Soledad

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El consumismo lleva a la soledad

El consumismo es el consumo exagerado irracional, que ha sido motivado por los altos sueldos en el mundo desarrollado. En todas partes las agencias de publicidad promueven la voluntad de adquirir lo que no necesita, “alienando a través del consumo”, despertando un verdadero apetito posesivo de cosas y bienes, y provocando una hipersatisfacción material que aleja a los seres humanos de otras de otras preocupaciones más elevadas. Pues bien los hombres que solo ansían bines materiales, en realidad aumentan sus ataduras, su padecimiento y su servidumbre. Sólo llega a ser hombre verdadero el que comparte.

La tragedia del hombre moderno, convertido en mercancía

El hombre no solamente vende mercancías, sino que también en el mercado del trabajo se vende a sí mismo y es considerado como una mercancía. Si las características que el hombre ofrece no hallan empleos se vuelve una mercancía invendible carente de valor económico. De esta forma la confianza en sí mismo, el sentimiento del yo, resulta siendo una señal de lo que los demás piensan de uno. De la personalidad y de su éxito depende su autoestimación. Y por ello, cuando menos se siente un el individuo ser “alguien”, tanto más necesita tener posesiones que le ayuden a superar su inseguridad.

El afán posesivo lleva su propio castigo

En los países más ricos vive la gente más pobre. Sí son ricos. Tienen demasiado y comen demasiado, pero no conocen tranquilidad ni paz. Se aprovechan de todos y no disfrutan nada. Todo lo quieren para ellos. Contaminan el aire y el agua, su corazón y toda su vida. Llenan de amargura su propio nido y sus hijos huyen de sus casas. Sufren de alta tensión y diversas enfermedades del hígado y del corazón. Nunca se sienten bien. Quieren dormir, pero no pueden. Son personas ricas con un corazón empobrecido. Así es. El que se aferra a las cosas, se pierde en sí mismo. Quien nunca vacía su mano dispuesto a perder lo que ya tiene, nunca tendrá una mano vacía para alcanzar lo en verdad le falta.

Solo somos ricos por lo que damos

El corazón del hombre está siempre hambriento, pero el hambre de lograr, de tener, es infelicidad: la felicidad es el hambre de dar. La verdadera posesión se demuestra dando. Todo cuanto no podemos dar nos posee. Somos ricos únicamente por lo que damos, y pobres solo por lo que amontonamos y conservamos.

No a la pobreza material

El cristiano declara la guerra a la pobreza, carencia y pasividad que limita al hombre en todos los sentidos. Y rechaza lo mismo la pobreza económica, que la intelectual, que la moral, que la afectiva, o las espiritual. Cada una de esas pobrezas significa el verse privado ya sea del dinero que capacita para una inmensa gama de actividades, sea de conocimientos culturales que agranden la capacidad humana para la vida, sea de una formación moral que da valor y sentido a la existencia, sea la ambientación afectiva esencial para la maduración, sea de los bienes del espíritu sin los que el hombre no pueda ser plenamente persona. Toda esta serie de carencias y otras que se podrían señalar, son como mutilaciones del hombre que lo acorralan en la estrechez de su situación disminuida.

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Aceptar la pobreza como base de la felicidad

Cuando todo resulta bien en la vida, el hombre tiende a centrarse en sí mismo, debido a esto de él se apodera el miedo de perderlo todo, vive ansioso y se siente infeliz. Sólo los que nada tienen pueden experimentar la libertad plena de su ser. Es por esto que para amar hay que ser pobre. Es la pobreza la que transforma este mundo de intereses en un gran hogar en que unos dan y otros reciben, si bien los que dan son los que reciben más. Dios eligió a los pobres n este mundo para que sean ricos en la fe por su plena seguridad en Dios, para que reciban en herencia el Reino de Dios, el cual Él ha prometido a los que le aman.

Los pobres son la esperanza del mundo

Los pobres son la esperanza del mundo porque nos proporcionan la ocasión de amar a Dios a través de ellos. Son el don de Dios a la humanidad, para que nos enseñen una manera diferente de amarlo, buscando siempre la manera de dignificarlos y rescatarlos. Son el signo de la presencia de Dios entre nosotros, ya que cada uno de ellos es Cristo quien se hace presente. Po eso Él nos preguntará cuántas cosas hicimos, sino cuánto amor pusimos en ellas.