El diálogo del narrador con el narratario en el «Guzmán de ... · PDF filenarrador sostiene con su narratario o destinatario interno de la fábula3. El fenómeno es tan relevante

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  • CRITICN, 81-82,2001, pp. 317-330.

    El dilogo del narradorcon el narratario en el Guzmn de

    Alfarache de Mateo Alemn

    Michel CavillacUniversidad de Burdeos

    Yo pienso de m lo que t de ti(Guzmn de Alfarache, II P., cap. 1).

    Conocida es la preocupacin, cuasi obsesiva, de Mateo Alemn por la recepcin desus obras y singularmente del Guzmn de Alfarache donde tres prlogos nadamenos van enderezados a iluminar el territorio del pblico lector1. La idea clave dedicho paratexto es que la potica historia del galeote-atalaya ha de leerse, en buenamedida, entre lneas: mucho dej de escribir, que te escribo (I, l l l ) 2 , se le advierte aldiscreto lector as invitado a cooperar a un mensaje que el autor prefiri implicitarhasta cierto punto.

    Pues bien, esa lectura virtual que Alemn anhela ver actualizada por el LettoreModello (en palabras de Umberto Eco) no se inscribe solamente en el espacioparatextual; se insina tambin en el mismo texto a travs de la conversacin que elnarrador sostiene con su narratario o destinatario interno de la fbula3. El fenmeno estan relevante que, segn algunos crticos, el Guzmn podra considerarse como undilogo entre el galeote-escritor y un interlocutor annimo que bien mirado se va

    1 Vanse, en especial, Mrquez Villanueva, 1990, y Cayuela, 1996, pp. 115-117 (Le cas de MateoAlemn : la cration d'un public).

    2 Cito por la edicin de Mico, 1987, a la cual remitirn en adelante las referencias entre parntesis.3 Sobre tal instancia de la recepcin, cf. Prince, 1973; Genette, 1983, pp. 90-93; y Schuerewegen, 1987.

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    convirtiendo en verdadero centro de la obra4. A esta comunicacin con el receptorinmanente, que revela por parte de Guzmn una evidente obsesin por la manera enque va a ser leda su relacin vital5, quisiera yo dedicar lo esencial de mi intervencinsin aspirar, ni mucho menos, a agotar un tema problematizado desde otrossupuestos por los alemanistas discpulos de Amrico Castro6.

    Para ser una autobiografa resalta Jos Mara Mico, suenan bastantes voces enel Guzmn de Alfarache7. De hecho, aparte de los interlocutores circunstanciales quese cruzan con el protagonista, y por supuesto el monodilogo8 en segunda personaque Guzmn mantiene consigo mismo, llama la atencin el eficaz dialogismo por el cualel narrador involucra constantemente al curioso lector en la trayectoria de susvivencias. Si bien es norma en las narraciones picarescas, la presencia de ese alocutariopolariza en la Atalaya tanta densidad de alusiones que Francisco Yndurin no dud envalorar esta peculiaridad en su ensayo sobre La novela desde la segunda persona9,mientras J. M. Mico ha recurrido a la denominacin de monlogo exterior paradesignar la confesin de Guzmn.

    La figura de dicho narratario enlaza obviamente con el Vuestra Merced lazarillesco aquien le une una explcita curiosidad, ajena (por ejemplo) al desocupado lector delQuijote. Pero mientras que el amigo del Arcipreste de San Salvador asume un papelmudo y distanciado en su calidad de mero solicitante de la carta de Lzaro, el receptorinterno adquiere en el Guzmn una funcin tanto ms conflictiva cuanto que no solicitpara nada el discurso en cuestin. Su participacin en la historia obedece al imperiosodeseo del galeote-escritor de zambullirle sin ms en el relato que empieza del modosiguiente: El deseo que tena, curioso lector, de contarte mi vida me daba tanta priesapara engolfarte en ella... (I, 125). La metfora martima es elocuente: de entrada, elnarratario se ve condenado a compartir la travesa en la nave-texto que le asigna elautobigrafo.

    La relacin dialogal que se va a establecer con tal alocutario, as forzado a entrar enel juego del narrador, rompe con el distanciamiento retrico y social que caracterizabaa la postura de Vuestra Merced. No slo Guzmn suele dirigirse a l con un tuteofamiliar entre confidencial y cmplice, sino que no vacila en rebajarle a su propio nivelafendole su probable conducta o increpndole por su culpable inconsciencia. As lascosas, la confesin guzmaniana en forma de alarde pblico (II, 42) reviste a menudo

    4 Ife, 1992, pp. 99-100. En Narratario y lectores en la evolucin formal de la novela picaresca, D.Villanueva subraya la eficaz presencia que el receptor inmanente tiene en la organizacin textual de esegnero novelesco [la narrativa picaresca] (1991, p. 141).

    5 Cabo Aseguinolaza, 1992, p. 108. Probablemente sea el Guzmn de Alfarache destaca, por otraparte, el autor la obra [de la serie picaresca] en la que la riqueza de alusiones al narratario es mayor (pp.120-121).

    6 Todos, como es sabido, se resisten a tomar en serio la conversin de Guzmn; entre otros, cf. Arias,1977; Reed, 1984; Whitenack, 1985; y Rodrguez Matos, 1985.

    7 Ed. 1987, Introduccin, I, p. 34.8 Sabor de Cortzar, 1962.9 En 1968, pp. 177-180.

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    la apariencia de una escritura oral10 basada en un forcejeo dialctico que confiere aldiscurso (I, 125) todo el dramatismo de un alegato en defensa propia.

    Lejos de tener la mira puesta en Dios cual otro San Agustn, o en un confesoreventual como Santa Teresa en el Libro de la Vida, Guzmn redacta su confesingeneral pensando en un destinatario que se halla inmerso en las mismas pasioneshumanas que l debi afrontar con tan psima fortuna. La secularizacin es, aqu, total:Todos somos hombres (I, 142) seala una y otra vez, aunque de picaro, creeque todos somos hombres y tenemos entendimiento (I, 283-284), somos hombres ytodos pecamos en Adn (II, 350). Si el atalaya ocupa metafricamente un lugarelevado es para avisar mejor a sus semejantes de las amenazas que les asedian o seperfilan en el horizonte. Desde tal ptica, nuestro picaro reformado (II, 510) necesitaa todas luces la colaboracin de su receptor tan interesado como l en que los avisossurtan el efecto deseado: no eres ms hombre que yo (I, 264) puntualiza, eres loque yo y todos somos unos (I, 364-365). Tales definiciones constituyen un leitmotiv:narrador y narratario estn embarcados en la misma galera.

    Se presupone, pues, que este curioso lector virtual pecador l tambin debeconvencerse de que los errores e infortunios del protagonista han de redundar, comoatriaca o antdoto, en provecho suyo:

    este alarde pblico que de mis cosas te represento, no es para que me imites a m; antes paraque, sabidas, corrijas las tuyas en ti (II, 42); a mi costa y con trabajos propios se le repite,descubro los peligros y sirtes para que no embistas y te despedaces ni encalles donde te falteremedio a la salida (II, 43).

    Al asemejarse as al Pharmakos socrtico11, no se le escapa a Guzmn que sunarratario, acaso harto de que le prediquen verdades amargas, podra estar tentadode escurrir el bulto deslizndosele leemos como anguilla de entre las manos (II,42). Por lo tanto, el intento del narrador va a consistir en ganarle la boca (II, 40)persuadindole de la finalidad utilitaria de una autobiografa que, en el fondo, pudieraser la suya.

    La segunda persona, es cierto, favorece el didactismo conforme a una tcnica biendocumentada en la oratoria espiritual y en la literatura humanstica de ndole moral.No obstante, importa subrayar que, siendo ah el receptor no ya un simple pretextodidctico sino una instancia clave de la ficcin12, el uso del t entraa una dimensinafectiva llamada a suscitar la empatia de ese confidente ms prximo a la intimidad deGuzmn que el lector real por muy discreto que fuese. Al rechazar la narracin entercera persona por el discurso primopersonal que le brindaba la posibilidad de tejerestrechos lazos entre el yo y el t, Alemn segn demostr Edmond Cros13 opt abuen seguro por sumergir su potica historia en el sistema de los afectos que, alapelar a la sensibilidad y a la imaginacin, le permita mover los nimos del lector

    O Peale, 1979, p. 33. Cf. asimismo Sobejano, 1975, III.11 Derrida, La pharmacie de Platon, 1972, pp. 70-197; y Cruz, 1999, pp. 75-115 (The Picaresque as

    Pharmakos).12 Cf. Schuerewegen (1987, p. 247).13 Cros, 1967, pp. 390-419 (La Dialectique de la justice et de la misricorde: le systme des affectus).

    Comp. Blecua, 1974, pp. 49 y 55.

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    llevndole a identificarse con los avatares del protagonista y los deseos del narrador.Dentro de tal perspectiva es fundamental al contrario de lo que estima FranciscoRico14 que Guzmn escribiera desde las galeras (I, 113), o sea desde una situacinpropicia a la compasin y misericordia15. Soslayar este marco de la enunciacin (queafecta directamente a la legitimidad de la escritura) equivaldra a tergiversar lascondiciones de la recepcin16.

    Aunque resulta difcil definir con precisin al destinatario inmanente de estaconfesin, pues a veces el t propende a asimilarse al otro yo de Guzmn o bien, a lainversa, se dilata en un vosotros polivalente que abarca a todos los lectores, descuellaneso s algunos rasgos especficos que se repiten a lo largo del texto.

    Impersonal pero prximo, como nota J. M. Mico (I, 34), el receptor ficticioparece ser una instancia fronteriza entre el vulgo y el discreto lector'17, una especie demediador entre el texto y el lector real. Si bien no se le atribuye ninguna superioridadmoral o social, se le suele tratar con cierta deferencia: No s qu disculpa darte (I,172) observa repetidas veces el narrador, si me detuve y no te satisfice, perdonami ignorancia (I, 407), -perdona mi proceder atrevido, no juzgues a descomedimientotratarte desta manera, falto de aquel respeto debido a quien eres (II, 39). Por lo visto,Guzmn cuida de amoldarse a la sensibilidad de su interlocutor. ste, presentado comoun compaero de viaje o de posada al que se invita a descansar un poco antes deemprender la jornada siguiente (I, 409), o como un discreto husped capazleemos de hacerme aquel tratamiento que a tu proprio valor debes (II, 49), esbsicamente un hermano (I, 330, 364, 411) o un amigo