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El Dragón de Vapor

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El Dragón de Vapor

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Page 1: El Dragón de Vapor
Page 2: El Dragón de Vapor

El dragón de vaporAndrés Alberto Montañés Lleras

Ilustraciones de Marcos Toledo Porras

GRUPOEDITORIAL

normawww.librerianorma.comBogotá, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima,México, Miami, Panamá, Quito, San José,San Juan, Santiago de Chile

Page 3: El Dragón de Vapor

Montañés Lleras, Andrés AlbertoEl dragón de vapor / Andrés Alberto Montañés Lleras ;

ilustrador Marcos Toledo Porras. - Bogotá: CarvajalEducación, 2012.

208 p. : il. ; 20 cm. - (Colección corre de papel. Torre amarilla)ISBN 978-958-8774-13-81. Novela juvenil colombiana 2. Dragones - Novela juvenil

3. Fantasía - Novela juvenil 4. Magia - Novela juvenil!. ToledoPorras, Marcos, tl, II. Tit. 1Il. Serie.863.6 cd 21 ed.A1347587

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

© Andrés Alberto Montañés Lleras, 2012© de la presente edición, Carvajal Educación S. A. S., 2012Avenida El Dorado No. 90-10, Bogotá, Colombia.

Primera edición, agosto de 2012

Reservados todos los derechos,prohibida la reproducción total o parcial de estaobra sin permiso por escrito de la editorial.

Edición: María del Pilar Londoño SalcedoIlustraciones: Marcos Toledo PorrasDíagramación. Blanca Villalba P.Armada de cubierta: José Alejandro Amaya R.

Impreso por: Editorial Buena SemillaAbril,2013Impreso en Colombia - Printed in Colombia

ISBN: 978-958-8774-13-8CC: 26504650

Contenido

Capítulo 1El hijo del herrero 11

Capítulo 2Juglares y dragones 21

Capítulo 3¡Fuego! 31

Capítulo 4Una mañana lluviosa 41

Capítulo 5El Camino del Este 49

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Capítulo 6 Capítulo 17Despedidas 59 El valle secreto 161

Capítulo 7 Capítulo 18Los unicornios salvajes 67 El dragón de vapor 171

Capítulo 8 Capítulo 19La Ciudad de Hierro 75 La Batalla de las Grandes Llanuras 179

Capítulo 9 Capítulo 20Rapaz 85 La caldera principal 191

Capítulo 10 Capítulo 21El Museo de Magia 95 El solsticio de verano 201

Capítulo 11La corte de los ladrones 105

Capítulo 12Compañeros de viaje 115

Capítulo 13El Bosque de Cristal 125

Capítulo 14El señor de los centauros 133

Capítulo 15Los picos nevados 143

Capítulo 16Más allá de las montañas 153

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Capítulo 1El hijo del herrero

E1 martillo golpeaba rítmicamente elmetal templado que despedía pequeñas chis-pas incandescentes. La luz de la forja ilumina-ba suavemente la estancia, revelando las herra-mientas acomodadas en orden en las paredesdel taller. El herrero tenía los brazos anchos yfornidos. La barba oscura le ocultaba el ros-tro tostado por el fuego. Sonreía. Una vez másgolpeó con fuerza sobre el yunque y el metalcantó como si fuera una campana.

Po~ un momento observó con ojo críticola punta del azadón que estaba forjando y ledio la vuelta con las tenazas. Aunque muchosherreros habían dejado las Montañas del Este

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para ir a trabajar en la Ciudad de Hierro, Branhabía preferido permanecer en el pequeñopueblo de Fanador y encargarse de la humil-de herrería que ocupaba el taller al lado desu casa. El ruido de los golpes del martillo pa-reció perdurar en el aire por un instante. Eramejor forjar azadones y arados, que armas deguerra para los caballeros.

La gente de Fanador vivía tranquila, per-dida entre las montañas nevadas, lejos de lasGrandes Llanuras que rodeaban la Ciudadde Hierro. Los cultivos de nabos se extendíanmás allá de las casa c mo un tapiz verde os-curo s bre la hierba. Los manzanos cargadosde frutos azules rodeaban los huertos dondcrecían la hierbabuena y el té y llenaban el airecon su dulce aroma.

Entre el pueblo y la herrería relucían sua-vemente los campos de árboles-hada. Se de daque habían sido lo dragones quienes habíandotado de vida a las mágica plantas, hablan-do les en secreto con su voz de plata. Fanadorera el único lugar del mundo donde crecíanlos extraños árboles. Las ramas cargadas dedulces frutos brillantes e mecían cantandocon el viento, llenando el paisaje con una mú-sica lenta y dulce.

El rítmico martillar de la forja se elevaba enel aire y se extendía por la aldea. Bran miró porla ventana hacia el campo cercano. Aún podíarecordar el día en que había visto por primeravez a su mujer, bailando entre los árboles-ha-

da. Tenía el pelo rubio y los ojos grises, comolas nubes cuando iba a nevar. Le tomó variosdías atreverse a preguntar su nombre: Lilath,como las flores blancas que crecían en mediodel bosque.

Se casaron en primavera, cuando el sol co-menzaba a brillar y la nieve relucía aún sobrelas montañas. Mientras recordaba, Bran levan-tó el metal del yunque y lo puso en el fuego.La había amado como nunca había amado anadie y había lamentado profundamente sumuerte, al dar a luz a su hijo. Lo había criadoél solo; lo había arrullado por las noches y lohabía cuidado cuando se había enfermado. Lasllamas parecieron apagarse por un momento.

-¡Márkel! -gritó el herrero con una vozprofunda que recordaba el ruido del martillo.

Le había pedido varias veces que alimen-tara el fuego. Bran salió del taller y gritó denuevo:

-¡Márkel! -pero su hijo no apareció porningún lado.

Bran renegó en voz baja y sonrió mientrasse ocupaba de la leña él mismo.

Márkel estaba oculto entre los árboles-hadacuando escuchó desde lejos el primer grito desu padre. "El fuego", recordó Márkel y se gol-peó la frente con la mano. Lo había olvidadopor completo. Se asomó entre las ramas llenas

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de frutos brillantes y miró hacia su casa. Su pa-dre salió del taller y volvió a gritar su nombr ,antes de r coger él mismo la madera y entrarde nuevo en la herrería. "Me va a reñir poresto", pensó.

Tenía unos doce años. Habla heredado eloscuro cabello de su padre, pero tenía la com-plexión menuda y los ojos grises de su madre.Bran siempre decía que parecía que estuvieramirando hacia un lugar muy lejano, más alláde las montañas y las nubes. A veces el chicose preguntaba qué haría si en realidad pudiera

dejar Fanador para ver las Planicies de Salo laCiudad de Hierro.

Al otr lado del campo podía oír la risa deCírith. Estaban jugando a las escondidas y lachica caminaba con cuidado entre los árboles-hada, tratando de encontrar a sus amigos. Enocasiones tocaba las hojas con la punta de losdedos y un fino polvillo brillante se elevaba enel aire: Márkel contuvo la respiración cuandopasó a su lado.

Tenía un vestido azul claro y llevaba unacorona de flores en el pelo. Sonreía. Habían

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sido amigos desde muy pequeños, pero al chi-co le había tomado un buen tiempo descubrirlo hermosa que se estaba volviendo. Sus ojosbrillaban mientras buscaba entre las ramas ylos troncos plateados. Por un momento estuvoa punto de descubrirlo, pero siguió caminan-do sin vedo.

Márkel se preguntó si habría encontrado alos demás. Seguro había descubierto ya a losmellizos: cada vez que jugaban, [úniser y Platse escondían juntos y no dejaban de reírse,hasta que los descubrían. A veces Márkel sepreguntaba si entendían realmente las reglasd 1juego. Larok, en cambio, debía estar aúnescondido, esperando como siempr que Cí-rith lo encontrara primero a él.

"Esta vez no", usurró 1chico y subió concuidado a la copa del árbol-hada para ver sipodía descubrir el escondit de Larok.

No 1 tomó mucho tiempo encontrarlo. Shabía ocultad entre d s árbole -hada que cre-cían muy juntos, al lado del muro que daba alcamino. Círíth estaba a corta distancia, sólonecesitaba una pista para hallado de inmedia-to. Márkel tomó uno de los frutos brillantes ye dispuso a arrojado cerca de Larok, pero las

ramas que lo rodeaban parecieron estremecer-se de improviso y una música suave se elevó enel aire. El árbol estaba despertando y empeza-ba a cantar.

Por un momento el chico se quedó hechiza-do, escuchando la canción sin palabras del

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árbol-hada. La dulce melodía lo envolvió yMárkel sintió que la primavera flotaba a su al-rededor. Cerró los ojos. De repente, las ramasse sacudieron con fuerza y el chico cayó al sue-lo golpeándose la cabeza.

Círith llegó corriendo para ver si se habíahecho daño, seguida de Larok, que sonreíacomplacido.

-Parece que he vuelto a ganar.-Fue el árbol-hada -dijo Márkel mientras

señalaba las ramas que cantaban y se movíancomo si estuvieran danzando. Larok se enco-gió de hombros.

Círith se sentó en el suelo aliado del chico,para oír la música del árbol. Los mellizos llega-ron corriendo d sde el otro lado del campo.Tenían sól ocho años e iban siempre juntos atoda partes. [úniser llevaba de la mano a su her-mana, mientras ésta apretaba contra el pechosu muñeca de trapo. Se notaba que habían es-tado comiend desde que Círith los había en-contrado, porque tenían el rostro manchadode polvo brillante. Los cinco chicos se reunie-ron en silencio bajo los árboles-hada y disfru-taron de la magia del canto de las ramas.

Márkel se recostó sobre la hierba y cerrólos ojos. De acuerdo con su padre, a su madresiempre le había gustado pasear entre los árbo-les-hada. A veces el chico trataba de imaginar-se su rostro, pero no podía. Cuando le pregun-taba a Bran cómo era, éste parecía perderse en

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sus propios recuerdos. "Muy hermosa", decía,y después se quedaba callado y sonreía.

A lo lejospodían oírse de nuevo los golpesdel martillo sobre el yunque.

-Parece que tu padre está muy ocupado-dijo Círith.

-¿No deberías estar ayudando? -intervinoLarok-. Hace un rato me pareció oír que tellamaba.

Márkel no le contestó. No tenía la menorintención de discutir con él. Los dos chicos ha-bían sido rivales desde que e habían visto porprimera vez. Competían en carreras, trepabana los árboles y apostaban a quién sería capaz depasar más tiempo a oscuras en 1b sque. Re-cientemente sus disputas parecían estar dirigi-das a v r quién conseguía captar la atenciónde Círith. Lar k ganaba casi siempre, pero lachica no parecía impresionarse fácilmente.

=Irás al Festival de Primavera, ¿verdad? -lepreguntó Cirith a Márk 1con una s nrisa.

El chico no contestó. Todos los habitantesde Fanador esperaban ansi sos la e 1 bracióndesde que había comenzado el deshielo. Már-kel había estado preguntándole a su padreuna y otra vez si faltaba mucho para que seiniciaran las fiestas, pero Bran sólo sonreíacon paciencia. El Festival de Primavera era lamayor celebración del afta. Seguro vendríanlos juglares desde muy lejos, para contar sushistorias y hacer malabares, y tocar sus arpas demadera de plata.

-¿Sabes? -le dijo Plat a Círith con unasonrisa-o Mi mamá está haciendo pasteles demanzanas y miel.

Los pasteles de Cerina, la madre de los me-llizos, eran famosos entre los chicos.

-Seguro habrá también jugo de bayas ycerveza de roble -dijo Larok enumerando susbebidas favoritas.

-y nabos con salsa picante -añadió Júniser.-y dulce de frutos brillantes -terminó

Márkel con una sonrisa.Casi podí~ saborearlos.

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Capítulo 2Juglares y dragones

El día del Festival de Primavera el aireera fre co y transparente. Los habitantes deFanador se apresuraban para terminar 1 s pre-parativos de la fiesta, mientras Márkel y losdemás niños del pueblo cardan impacientesde un lado para otro, mirando todo con curio-sidad. Alguien había sugerido que ayudaran apreparar la comida, pero la madre de Círithlos encontró comiéndose a escondidas el dul-ce de frutos brillantes y los expulsó de la coci-na, blandiendo un enorme cucharón.

Las calles estaban llenas de faroles de cerá-mica que encerraban fuegos fatuos de colores,capturados para la ocasión en los Pantanos del

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Sur. Los hombres del pueblo habían construi-do largas mesas de madera, que habían coloca-do en el prado, a orillas del río. Poco a poco lasmesas se iban llenando con humeantes fuentesde comida que despedían apetitosos aromas.

Mientras caía la noche y empezaba la fiesta,los niños se sentaron con los pies en el río,para espiar desde lejos las tiendas que los ju-glares habían instalado al otro lado del puen-te. Habían llegado a Fanador luego de un viajede varios días por el Camino del Este, comosi hubieran recibido una extraña llamada dela misma primavera. Nadie sabía cómo conse-guían los juglares enterarse de la celebración.Nunca los habían invitado, per todos losañ s aparecían en la fecha exacta, listos paraanimar las festividades.

[úniser y Plat habían montado guardia porhoras sobre una enorme roca para verlo pasara todo. Vestían de negro y rojo, azul, verde yamarillo. Llevaban extraños paquetes a la es-palda y se apoyaban en báculo con cabezas deanimales talladas en la punta. Así los llamabala gente: Tejón, O o, Gorrión, Zorro de Nie-ve. Algunos llegaban caminando en las manos,con los báculos atados a la espalda, o iban ha-ciendo malabares. Otros traían sus instrumen-tos musicales en las manos y entonaban melan-cólicas canciones de viaje.

-Vimos llegar a Cisne y Gato Gris -contó[úniser emocionado, mientras jugaba con lospies en el agua.

-Dicen que Cisne es la mejor bailarina delmundo -añadió Larok con suficiencia-, in-cluso mejor que Alondra.

Alondra había sido por años la bailarinafavorita de Círith y Márkel.

-También vimos a Tejón, y a Gorrión consu traje de colores, jugando con una esfera decristal-suspiró Plat impaciente.

La tarde pasaba despacio, como si esperasetambién el Festival de Primavera.

Cuando por fin cayó la noche, los habitantesde Fanador se reunieron en el prado y dieroninicio a la celebración. Se abrieron los tonelesde cerveza y de jugo de bayas, y las fuentes decomida pasaron de mano en mano. Mientraslos habitantes del pueblo comían y conversa-ban, los juglares comenzaron sus presentacio-nes. Márkel y sus amigos veían asombradossus juegos de magia y habilidad.

Un enorme juglar con un báculo adornadocon una cabeza de oso levantó dos enormesrocas con las manos y luego una de las largasmesas llenas de comida. Después se presentóGorrión, guiñándoles un ojo a los niños y s~l-tanda de un lado a otro. Era famoso por suhabilidad con el arpa y por sus malabares conesferas de cristal. Nadie había oído nunca suvoz, puesto que se comunicaba con los demásjuglares a través de graciosos gestos. [úniser y

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Plat miraban el espectáculo sonriendo mien-tras compartían un trozo de pastel de manza-na y miel.

Cuando la presentación de Oso y Gorriónterminó, todo el pueblo aplaudió entusiasma-do. Luego se presentaron otros juglares, ha-ciendo piruetas o narrando historias sobre loscentauros, que vivían al norte de la Ciudadde Hierro en el misterioso Bosque de Cristal.Bran descubrió desde lejos a Márkel y trató dealcanzarlo para hablar con él, pero su hijo seescabulló entre la gente. El herrero se encogióde hombros y se sentó a comer cerca de lospadres de Larok. El chico atravesó la multitudhasta encontrar a Círith y se sentó con ella.

Cisne y Gato Gris aparecieron en escenacogid s de la mano. Ella llevaba un vestidverde y su cabello oscuro parecía brillar comouna noche e trellada. Gato Gris tenía el rostrcurtido y la piel oscura. Se sentó con cuida-do en el uelo y sacó de su capa una delgadaflauta de madera de plata. Todos guardaronsilenci cuand la música clara del instrumen-to se elevó en el aire como una suave bri a deprimavera.

Los pies descalzos de Cisne, finos como go-tas de lluvia, apenas rozaban el suelo. A Már-kelle recordó la manera en que se movían lasramas de los árboles-hada cuando soplaba elviento. Círith miraba a la bailarina emociona-da y sonreía. Cuando Cisne terminó de dan-zar y extendió los brazos, la música de la flauta

de Gato Gris permaneció por un instante enel aire, suspendida. Los dos sonreían. Por uninstante, los habitantes de Fanador permane-cieron en silencio y luego prorrumpieron envítores. Los dos juglares hicieron una reveren-cia y luego se alejaron, tomados de nuevo dela mano.

Círith quiso ir tras ellos, pero Márkel ladetuvo. Tejón había aparecido entre las me-sas para contar uno de sus relatos. Los demásjuglares se inclinaron resp tuosos ante él. Eraun hombre fornido. Tenía el pelo n gro man-chado de blanc , com el animal que le dabasu nombre, y unos oj O curas que se perdíanentre us anchas cejas. Caminó lentamentehasta el c ntro del dar y c menzó a narrarsu historia.

-Hac ti mp -su v z profunda parecíavenir desde un lugar muy lejano-, cuandolos caball r s no d minaban aún el mundoy la Ciudad d Hi rr era apenas una aldeaamurallada, l ci 1 estaba lIen de dragones.Verde , r j , negros; los dragon s se elevaban'más allá de las nub s para contemplar de cercalas estrellas y c ntarles us secretos a las demáscriaturas.

Los juglares más jóvenes se sentaron en elsuelo y empezaron a tocar una canción dulcey melancólica que se mezcló en el aire con laspalabras de Tejón.

-Eran criaturas enormes y sabias =conti-nuó el juglar-, entendían la voz del viento y

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el lenguaje secreto de los ríos. Sentían crecerla hierba y conocían el canto profundo de lasmontañas. A veces se reunían y cantaban consus voces de bronce y plata, mientras la lunase elevaba en el cielo nocturno. Fueron elloslos que les revelaron su destino a los centaurosy dotaron de vida a los primeros árboles-hada.Fueron los dragones los que les enseñaron alos juglares las primeras canciones sobre la pri-mavera.

Márkel no podía apartar sus ojos de Tejón.Por un momento se imaginó un cielo lleno deen rmes criaturas aladas, volando en círculoentre las nube, y quiso oír su canto.

-Muy alto y muy lejos volaron los dragonesy por largo tiempo se alejaron de 1 s hombres,ha ta que ést s olvidaron u lenguaje. Prontola gente emp zó a creer que eran mon trua , 'que se ocultaban en oscura cuevas dondeguardaban su tesoros y robaban a las donce-lla más hermosas, para quedarse dormidose n su canto. El miedo s adueñe de su co-razón.

La música de los juglares e volvió cada vezmás lenta.

-Los primeros caballeros de la Ciudad deHierro comenzaron a perseguidos para mos-trar su valor y su fuerza. Habían aprendido lossecretos de la forja y no sentían ya ningún res-peto por las criaturas mágicas. A pesar de todo,no eran rivales para los dragones. Muchos ca-balleros cayeron bajo sus garras o murieron

consumidos por el fuego. Finalmente los dra-gones se hartaron de la matanza y abandona-r n las praderas y los bosques, y luego dejaron,1mundo de los hombres para siempre.

Márkel oyó el llanto de Círith a su lado ytrató de calmada.

-Pero cuentan los centauros -la voz deTejón volvió a elevarse hacia la noche- quecuando termina el invierno y el mundo enterorenace, aún puede oírse su canto entre la cimade las montañas y los bosques, y los prados.y por eso la primavera se llama en su antigualengua "el despertar de los dragones".

El juglar sonrió y abrió las manos, y de ellassurgieron pequeños dragones de luz que se ele-varon sobre su cabeza y revolotearon jugueto-nes entre las ramas de los árboles. Un mur-mullo de asombro se extendic por las mesas.Los diminutos dragones volaron alrededor delclaro, lanzando brillantes llamaradas de calo-res, hasta que desapar cieron.

[úniser y Plat aplaudían con entusiasmo.Incluso Larok parecía emocionado. Márkel vioa su padre sonriend y aplaudió también contodas sus fuerzas.

-"El despertar de los dragones" -dijo enun susurrc--. Me gusta.

Tejón hizo una amplia reverencia y se alejóapoyándose en su báculo. Otros juglares toma-ron su lugar para cantar y hacer malabares, ylos habitantes de Fanador los recibieron en-cantados.

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Capítulo 3¡Fuego!

ElFestival de Primavera duró hasta bienentrada la noche. Después de las actuacionesde los juglares, todos se habían puesto a bailaren el claro al ritmo de los tambores y las flau-tas. Márkel recordaba haber dado vueltas yvueltas de la mano de Círith y Plat, hasta caermuerto de risa al suelo. Incluso Bran, a pesarde sus torpes pies, había bailado con Cerinaun par de piezas.

Cuando los fuegos fatuos de los faroles co-menzaron a quedarse dormidos y la música delos juglares fue cada vez más lenta, la gentedel pueblo empezó a despedirse y volver a sushogares. El herrero y su hijo caminaron jun-

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tos hasta su casa, disfrutando del silencio dela noche. Aún podían oír a lo lejos las risasde los últimos comensales, mientras dejabanel pueblo camino a la herrería.

Márkel esperaba que su padre lo riñera porhaber olvidado alimentar el fuego de la forja,pero Bran caminaba ensimismado y sonrien-te, mirando las estrellas. El chico supuso queestaba pensando de nuevo en su madre. El he-rrero pasó su enorme brazo sobre los hombrosde su hijo y lo atrajo hacia sí. Los árboles-hadarelucían a lo lejos en el c;ampo. .

De repente, Bran se detuvo. Había algo ex- .traño en el brillo de los árboles. Márkello viotambién. No se trataba de la luz plateada de losfrutos y las flores; era un resplandor amarillo ynaranja que el herrero y su hijo conocían muybien. Las primeras chispas del fuego danzabanen el aire contra la oscuridad de las montañas.Los árboles-hada estaban ardiendo.

-¡Fuego! -gritó Bran y su poderosa voz re-sonó en todo el camino-o ¡Fuego en el campo!

El chico y su padre corrieron hacia los ár-boles. El herrero saltó el muro de piedra queprotegía los cultivos y se volvió a su hijo:

-¡Llama a todos! ¡Trae ayuda!Márkel salió corriendo hacia el pueblo lo

más rápido que pudo. La noche pasaba a sulado sin tocarlo como una exhalación oscura.En medio del camino, el chico tropezó con unapiedra y cayó al suelo. Se golpeó en las rodillasy en las manos. A pesar del dolor, se puso en

pie de nuevo y siguió corriendo. Cuando llegóa las primeras casas comenzó a gritar.

-¡Ayuda! ¡Fuego! ¡Los árboles-hada se in-cendian!

La gente de Fanador regresaba satisfecha ymedio dormida a su casa después del Festival,de Primavera y no entendía lo que Márkel gri- 'taba. Fue Tejón el primero en comprender losgritos de alarma del chico. Su voz profunda see1evó en el aire como un toque de campanas.

-¡Fuego! ¡Fuego en los árboles-hada!Pareció como si el pueblo entero saliera de

repente de un sueño. Algunas personas corrie-ron de inmediato hacia los campos, mientraslos demás reunían al resto de los habitantes.Corl, el padre de Larok, que lideraba el gre-mio de agricultores, reunió a un grupo dehombres y los condujo con baldes y cubetashacia el río. La madre de Círith lloraba y abra-zaba a su hija. Todo el pueblo corría de unlado para otro, buscando agua y herramientaspara sofocar el fuego. Las mujeres trataban detranquilizar a los niños, que se cogían temero-sos a sus faldas.

Márkel vio a los mellizos que lloraban abra-zados a Cerina y pensó en su padre con unescalofrío. Los juglares seguían a Tejón y GatoGris hacia el lugar del incendio y el chico fuetras ellos. Las llamas habían crecido y se ele-vaban como lenguas de fuego hacia la noche."Como el fuego de un dragón", se dijo Márkelmientras corría detrás de Gorrión.

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El calor del incendi les golpeó el ro trocon fuerza cuando llegaron a los límites delcamp . Lo árboles ardían y se iban curvandohacia el suelo, hasta deshacerse en un puñadode cenizas. Sus voces mágicas se lamentabanmientras ardían.

El chico buscó a su padre con la miradaen medio de la confusión. Bran dirigía a ungrupo de hombres que cavaban una zanja para

evitar que el fuego e xtendiera. Sudaba co-piosamente y su piel brillaba con un resplan-dor naranja. Corl, con otro grupo, intentabasofocar las llamas con el agua que traía unacadena de hombres desde el río. El campo deárboles-hada parecía una enorme forja.

Tejón y sus amigos se detuvieron un mo-mento al borde del camino. De repente, el for-

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nido juglar lanzó un grito de advertencia queMárkel no pudo entender.

A través de las llamas apareció cabalgandoel primer caballero. Su armadura era oscura,brillante, enorme. Llevaba en las manos unmartillo de guerra gigantesco. Los hombresque estaban más cerca gritaron asustados y co-rrieron. El caballo del guerrero estaba tambiéncubierto de placas metálicas. Sus ojos relucíancon el fuego a través de la armadura. El jinetelevantó su arma y la dejó caer con fuerza sobrela espalda de un hombre que cayó al suelo in-consciente.

Dos caballeros más aparecieron entre lasllamas y se lanzaron sobre los aterrados habi-tantes de Fanador. Algunos hombres trataronde luchar usando los picos y las palas con losque habían combatido el fuego, pero éstos no .eran rivales para las gruesas armaduras de susoponentes. Márkel lloraba. Había oído mu-chos relatos acerca de la crueldad de los ca-balleros, pero siempre le había parecido quelas historias hablaban de un mundo muy leja-no. Los hombres que no eran heridos por losmartillos caían bajo los cascos de los enormescaballos, en tanto que los demás huían haciael bosque.

Corl cayó al suelo y estaba a punto de seratropellado por una de las acorazadas bestias,cuando Bran salió de las sombras y saltó sobreel jinete. Con el impulso que llevaba, logrótumbado de su montura. El caballero luchó

para levantarse, pero el herrero había tomadoya el martillo de guerra que había escapadode sus manos al caer y lo golpeó en el pechocomo había golpeado tantas veces el metal so-bre el yunque. El caballero quedó inconscien-te y Bran lanzó un grito de entusiasmo.

Algunos hombres se reunieron alrededordel herrero y empuñaron sus improvisadasarmas, pero más caballeros aparecieron entrelas llamas y rodearon al grupo. No había espe-ranza. Márkel quiso ir en ayuda de su padre,pero Gorrión lo tomó del brazo antes de quepudiera hacer nada y lo arrastró con él hacialas sombras. Al otro lado del camino, los caba-lleros se abalanzaron sobre el grupo y Márkelno pudo ver nada más.

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Sin decir nada, Gorrión guió al chico dandoun largo rodeo por el bosque de regreso a Fa-nador. Márkel apenas podía ver a través delhumo y las lágrimas. La luna se había ocultadoentre las nubes y la noche era cada vez más os-cura. Tropezó varias veces, pero el juglar no sedetuvo. Se movía sigilosamente de sombra ensombra, evitando las miradas de los caballerosque montaban guardia alrededor del pueblo.

Los gritos de las mujeres y los niños resona-ban en la noche. Márkel pensó en Círith y ensu familia; en [úniser y Plat, incluso en Larok.¿Qué les harían los caballeros? ¿Qué le habían

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hecho a su padre? A cada instante le parecíaque los árboles se convertían en enormes gue-rreros con armaduras negras. El chico y el ju-glar se acercaron en silencio hasta la orilla delrío y se ocultaron entre los juncos, para ver -loque sucedía.

Los caballeros habían reunido a los prisio-neros en el prado donde habían celebrado elFestival de Primavera. Las mujeres trataban deatender a los heridos lo mejor que podían yacunaban a los niños en sus brazos. Los hom-bre miraban impotentes los martillos de suscaptores. Márkel trató de descubrir a u padre'y sus amigos, per no pudo ver a nadie. ¿Quéhabía sido d ellos? Los caballeros perman -cían erguido en sus caballos r deand a 1prisioneros.

Márkel quiso ac rcarse má , pero Gorric n .lo detuvo, m nean.do la cabeza. El chico trated liberarse n vano. Tenía qu ir a ayudar asus amigos, tenía que ir a ayudar a u padre.Miró al juglar a lo ojos y vio su propia fru tra-ción refl jada en su rostr .

De repente, apareció en la plaza un caba-llero con un yelmo adornado con un 1 ón do-rado. Márkel contuvo la re piración sin darsecuenta. Los demás guerreros inclinaron la ca-beza en señal de respeto y retrocedieron unpar de pasos. El caballero del león acercó sucaballo a los prisioneros, hasta hacerlos retro-ceder asustados. Un niño empezó a llorar y sumadre trató de arrullado desesperada.

El caballero se quitó el yelmo lentamente.Tenía el pelo gris, casi blanco. Su rostro eraorgulloso y duro como el de una estatua. Már-kel sintió un escalofrío al vedo. Sus ojos pare-cían muertos, como si estuvieran hechos delmismo metal oscuro de su armadura. Miró aI s prisioneros con una mirada despectiva y sevolvió hacia sus hombres.

-Quemen la aldea y llévenlos a todos a laCiudad de Hierro -ordenó con una voz quecarecía por completo de emoción.

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Capítulo 4Una mañana lluviosa

Márkel y ~orrión vieron impotentescómo encadenaban a los prisioneros y los oblí-gaban a marchar fuera del pueblo. Mientrasdejaban las últimas casas, los caballeros pren-dieron fuego a la aldea. Hombres y mujeres gri-taron desesperados al ver cómo ardían todassus posesiones. Imperturbables, sus captoreslos obligaron a alejarse hacia el Camino delEste, mientras Fanador se quemaba a su espal-da, como lo habían hecho antes los campos deárboles-hada.

Pronto el ruido de los cascos de los caballosacorazados se perdió en la distancia. La nochepermaneció silenciosa, casi muerta,. mientras

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el fuego crepitaba sobre el pueblo. Márkel so-llozaba acurrucado entre los juncos. Se habíanido: su padre, sus amigos, la gente que habíaconocido desde su infancia. Todos eran ahoraprisioneros de los caballeros en la Ciudad deHierro. El mundo que conocía había cambia-do para siempre.

La mañana llegó despacio, temerosa, in-cierta. El cielo empezó a aclararse y una suavellovizna cayó sobre el pueblo destruido. "Laprimera lluvia de primavera", pensó Márkelcon tristeza. Los incendios se fueron apagan-do poco a poco, dejando sólo cenizas. Una luzverde pálida se adueñó del paisaje, revelandola devastación del ataque.

Gorrión y Márkel salieron de su esconditey caminaron hacia el pueblo. El puente sobreel río seguía intacto, pero no parecía tener yasentid alguno. El claro de la celebración es-taba lleno de platos rotos y restos de comida.Márkel apenas podía creer que tan sólo unashoras antes había estado allí riendo y cantan-do con sus amigos. Por un momento el chicovio de nuevo a su padre bailando con Cerinay bebiendo cerveza de roble. Lo vio caminan-do satisfecho hacia su casa después del festival,justo antes de descubrir el incendio.

Desesperado, se dejó caer de rodillas sobreel lodo.

Gorrión recorría tristemente lo que queda-ba de las tiendas de los juglares, destruidastambién por el fuego. Márkel no sabía si debía

decir algo, no sabía si a los demás juglares loshabían capturado también. Gorrión se agachóun momento y recogió una esfera de cristalennegrecida por las llamas. La limpió con cui-dado con su manga de colores y la hizo bailarlentamente sobre la punta de los dedos.

De repente, su mirada se perdió más alládel chico y una sonrisa le iluminó el rostro.Márkel se volvió de inmediato y vio aparecervarias personas entre las ruinas del pueblo.Por un momento pensó que sus ojos lo en-gañaban. Tejón avanzaba hacia ellos con ungrupo de sobrevivientes. Estaban cansados y'manchados de ceniza, pero no parecían estarheridos de gravedad. Oso cargaba en sus fuer-tes brazos a Cerina, pero no había rastro algu-no de los mellizos.

Gorrión y Márkel corrieron a su encuen-tro. Del otro lado del pueblo aparecieron algu-nas personas más, caminando penosamente.Se habían ocultado en las bodegas de grano yentre los animales, o habían huido al bosqueal ver a los caballeros. Márkel descubrió a La-rok y su familia entre ellos, pero no vio a supadre ni a ninguno otro de sus amigos.

Nadie fue capaz de decir nada. Algunossólo se dejaron caer sobre el prado chamusca-do y permitieron que la lluvia lavara su tristezay su dolor. Márkel corrió de un lado para otro,tratando de ayudar y preguntando por Círithy por su padre. Después del incendio de losárboles-hada, todo había sido muy confuso:

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los caballeros habían atacado el pueblo desdevarias direcciones y la gente había corrido endesorden tratando de salvarse.

A Cerina la habían herido mientras trata-ba de evitar que se llevaran a sus hijos. Habíaquedado inconsciente, en medio del huertode nabos de su casa, hasta que Oso la habíaarrastrado hacia el bosque. Algunos dijeronhaber visto a Bran y a los padres de Cirith en-tre los prisioneros. Se los habían llevado. Már-kel hundió el rostro entre las manos. La lluviaparecía cada vez más fuerte.

Corl condujo a los sobrevivientes a una delas pocas casas que habían quedado en pie yentre todos encendieron un fuego. Tejón, sinembargo, permaneció en el prado, cerca de unárbol quemado, esperando que llegara alguienmás. Aunque varios juglares se habían salva-do, muchos habían caído también prisionerosde los caballeros.

Márkello vio desde lejos y corrió a su lado.El juglar tenía las manos extendidas y los ojoscerrados y dejaba que la lluvia lo refrescara.Por un momento el chico creyó sentir su tris-teza.

-Lo siento -dijo en un susurro.Tejón abrió los ojos y lo miró de arriba

abajo. Márkel sintió que el juglar podía ver enlo profundo de su alma y no pudo evitar laslágrimas. El pueblo estaba destruido. Habíaperdido a su padre, [úniser y Plat eran ahoraprisioneros y nadie sabía nada de Círith. Todo

parecía tan absurdo. Márkel golpeó con fuerza1·1 tronco del árbol una y otra vez hasta que ledolieron los puños. Se sentía tan impotente,tun pequeño.

-A veces el mundo es cruel y parece que110 hay esperanza -le dijo el juglar con unasonrisa triste-, pero no podemos darnos porvencidos.

Tejón señaló hacia el bosque y Márkel sevolteó ansioso. Entre los árboles aparecieron

isne y Gato Gris, seguidos por un últimogrupo de personas. El chico sonrió aliviado:llevaban a Círith de la mano.

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Los días que siguieron al ataque de los caba-lleros fueron grises y tristes para los habitantesde Fanador. Aunque la lluvia cesó, el sol per-maneció oculto tras una capa de nubes bajas,llenas de presagios siniestros. Parecía como sila primavera se resistiera a hacerse presente enel pueblo destruido. Los sobrevivientes reco-rrían las ruinas de sus casas, tratando de hallaralgún objeto perdido, algún recuerdo de suvida anterior.

Márkellos veía desde lejos, mientras cami-naban entre los escombros con la cabeza ga-cha. De vez en cuando alguien encontraba unjuguete o una vieja herramienta de labranzay caía de rodillas llorando. El chico no habíaquerido regresar a la herrería, por miedo de lo

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que podría ver allí. Pasaba las horas cuidandode Círith, que no había parado de llorar desdeque se enteró de que se habían llevado a suspadres. Márkelle tomaba la mano y trataba deconsolarla, pero no podía dejar de pensar ensu propio padre.

Tres días después del ataque, cuando pa-recía que el silencio se había adueñado delmundo para siempre, Corl reunió a los sobre-vivientes en el prado cerca del río, para decidirlo que harían ahora. El chico lo había vistodiscutiendo durante varias noches con Tejóny los demás hombres alrededor del fuego ysospechaba que al fin habían tomado una de-cisión.

-Fanador ya no es seguro -dijo el padrede Larok, tratando de parecer convencido-oLos caballeros se han ido, pero no sabemos sivolverán algún día.

Un murmullo se extendió entre la gente ymás de uno volvió la mirada hacia el Caminodel Este, esperando ver de nuevo sus sombríasarmaduras.

-Han destruido los cultivos, dispersado elganado -continuó- y los árboles-hada han ca-llado para siempre su voz.

Círith apretó la mano de Márkel con unsollozo.

-No podemos permanecer aquí. Los jugla-res se han ofrecido a guiamos en el viaje haciael norte. Buscaremos refugio con los centauros.

Los sobrevivientes se miraron sorprendi-dos. Todos habían oído hablar del lejano Bos-que de Cristal y el reino oculto de los centau-r s, pero muchos dudaban de su existencia.iHabría de verdad un lugar seguro en el mun-lo? Un murmullo se elevó entre los presentes.

¡Y si los centauros no los recibían? Además,¡cómo conseguirían atravesar las Grandes Lla-I uras sin que los descubrieran?

De repente, Cerina apareció en el claro ytodos guardaron silencio. A Márkel aún le cos-taba verla sin pensar en los mellizos. Se apoya-ba en el hombro de otra mujer y cojeaba hacia

orl sobre el prado.-¿Y los demás? -preguntó-o ¿Vamos a aban-

donarlos en la Ciudad de Hierro?Los sobrevivientes bajaron la vista apena-

dos. La mujer trató de encontrar a alguienque la apoyara, pero nadie parecía dispuestoa hacer algo al respecto. Todos sabían que nohabía manera de liberarlos. Márkel qu iso de-cir algo, pero no encontró las palabras. Corle acercó lentamente a ella y la tomó en sus

brazos.-Prepárense todos -dijo el hombre con

tristeza, ignorando los sollozos de Cerina-.Partiremos en dos días.

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Capítulo 5El Camino del Este

La casa y la herrería habían quedadorompletamente destruidas. Márkel perrnane-(i . un largo rato de pie entre los escombros sinsaber muy bien qué hacer. Los habitantes del'anador se apresuraban a preparar sus equipa-Il' para el viaje, rebuscando en los escombroscualquier cosa que pudiera ser de utilidad.El gremio de agricultores había recorrido loscultivos quemados en busca de frutos que nose hubieran perdido y Corl había enviado avarios grupos a cazar en el bosque.

Las ruinas del taller le parecían a Márkel te-rriblemente silenciosas. El chico se detuvo en(,1sitio donde acostumbraba sentarse, al lado

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de la ventana, mientras Bran trabajaba. Lovio de nuevo golpeando el metal al rojo vivo.Recordó sus manos grandes y burdas arropán-dolo por las noches; su risa atronadora cuan-do contaba una historia divertida. Aún podíasentir el calor de la forja y se preguntó si algu-na vez volvería a oír los golpes del martillo desu padre sobre el yunque.

¿Qué podía hacer? ¿Qué podía hacer cual-quiera de ellos contra los caballeros y sus ar-mas? Recordó a Bran saltando sobre uno delos oscuros jinetes, lo vio golpeándolo con elmartillo y luego rodeado de enemigos. No ha-bía podido hacer nada. ¿Quién había forjadosus armaduras oscuras? ¿Acaso otros herreroscomo su padre, encerrados para siempre enla Ciudad de Hierro, condenados a utilizar elfuego y el metal para darles poder ~ los caballe-ros? ¿Por qué habían atacado su aldea?

El mundo parecía dar vueltas y al chico lecostaba respirar.

Círith lo esperaba silenciosa cerca del ca-mino. Márkel le había pedido que lo acom-pañara por última vez hasta el taller, antes deirse de Fanador para siempre. Necesitaba unúltimo recuerdo de su padre. El chico buscóentre los escombros las herramientas de Bran.La mayoría se habían estropeado con el fuego,pero debajo de unas tablas encontró el marti-llo de herrero de su padre. Aún parecía brillarcon la luz de la fragua.

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Márkel se pasó la mano por el rostro parasecar una lágrima. Guardó el martillo en subolsa y volvió con Círith.

-No queda nada -dijo con tristeza.Los dos caminaron tomados de la mano

de regreso al pueblo, evitando mirar hacia losarrasados campos de árboles-hada.

Cuando llegaron de nuevo al claro, los so-brevivientes se preparaban para emprenderel camino. Tejón y los juglares revisaban elequipaje de todos y aseguraban las bolsas so-bre las espaldas. Márkel vio de lejos a Laroksosteniendo el bastón de su padre. No habíanvuelto a hablar desde el ataque. La familia deCorl había escapado indemne de los caballe-ros y Márkel sospechaba que el chico se sentíaculpable al verlos a Círith y a él.

Mientras se disponían a partir, los habitan-tes de Fanador miraban con tristeza el paisaje,ahora de alado, tratando de recordar cómohabía sido. Cerina lloraba con la bolsa a lospies. Márkel y Círith fueron con ella y la ayu-daron a ponerse de pie. La mujer trató de son-reír, pero los chicos se dieron cuenta de queno sería feliz de nuevo, hasta que recuperara asus hijos. Pasaría mucho tiempo antes de quealguno de ellos volviera a reír de verdad.

Tejón dio la orden de partida y poco a pocose fueron poniendo en marcha, deteniéndosede vez en cuando a despedirse del que habíasido su hogar por tantos años.

Márkel permaneció en el claro cerca del1'10 hasta que todos se fueron. Quería guardaren su mente una última imagen de Fanador.I a noche del Festival de Primavera, [úniser yl'lat comían una rebanada de pastel, su padrereía a lo lejos y Círith veía emocionada bailar11 Cisne al son de la flauta. Los fuegos fatuoshrillaban en los faroles alrededor del pueblo.Ior un momento el chico recordó la historiade Tejón. "El despertar de los dragones".

-iLos dragones! -se dijo Márkel y corrió enbusca de los juglares.

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El Camino del Este descendía de las monta-nas entre bosques de pinos y robles negros.Tejón y Corl abrían la marcha, seguidos delr esto de sobrevivientes. El juglar había decidi-d tomar el camino principal hasta las faldasde las montañas, para luego dirigirse al norte através de los Eriales Grises. El padre de Larokhabía protestado en un comienzo, pero Tejónlo había convencido de que era más seguro se-ruir el camino, a pesar de los caballeros, quearriesgarse a internarse en el bosque con lasmujeres y los niños.

La marcha era lenta y penosa. Muchos delo habitantes de Fanador no habían dejadonunca la aldea ni habían viajado más allá delas montañas. Aunque la primavera comenza-

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ba y el aire era cada vez más tibio, los lobos ylos trolls aún rondaban los pasos más angostosen busca de presas. Los viajeros miraban condesconfianza hacia los árboles, temiendo quelos atacaran en cualquier momento.

Varias veces creyeron ver a las terribles cria-turas que los acechaban, ocultas en las som-bras. Corl envió varios hombres a los ladosdel grupo, pero fueron los juglares quienes seencargaron de espantar sus temores, arrojan-do hechizos de luz y esferas de cristal brillan-te hacia la espesura. Aunque el miedo de loscampesinos disminuyó con la demostraciónde los juglares, al momento de detenerse paraacampar todos seguían muy asustados.

Márkel había tratado varias veces de hablarcon Tejón sobre los dragones, pero el padre deLarok lo había impedido, diciendo que no eramomento de contar historias infantiles. Tejónno había replicado. El chico había tenido queregresar disgustado junto a Círith y Cerina,que marchaban juntas al final del grupo. Lasdos habían tratado de animarlo, hablando deotras cosas, pero pronto el cansancio y la tris-teza las habían obligado a guardar silencio.

Cuando el grupo se detuvo finalmente,el chico corrió de nuevo en busca del juglar,decidido a que le contara todo acerca de losdragones. Quizás si podía encontrarlos, con-seguiría que lo ayudaran a salvar a su padre.¿No habían sido acaso capaces de derrotar acientos de caballeros? Los viajeros se habían

Instalado en un pequeño valle, protegido delIlnto por las faldas de la montaña, y se reu-

níun muertos de cansancio alrededor de lasIH )gueras, compartiendo la poca comida queI(,s quedaba.

Los juglares acampaban un poco más lejos.( 'isne apoyaba la cabeza en el hombro de Gato( Iris y éste la tomaba de la mano. Gorrión to-1 iba su arpa con nostalgia. Márkel buscó a Te-¡I')/) por todas partes y finalmente los encontró111 mtando guardia a la entrada del valle. Elrlrico se acercó en silencio. Ahora que estaba

()I con el juglar, le parecía que todo el asun-lo era una idiotez.

-Estás pensando de nuevo en los dragonesdijo Tejón y se volvió hacia él sonriendo.

Márkel asintió. El juglar se sentó en unIronco seco y clavó su báculo de madera deplata en el suelo. El chico vio asombrado la ea-lx-za de tejón tallada en la punta. Se decía que111 madera de plata era tan dura como el aceroy s lo podía tallarse con los cristales que cre-( jan en el bosque de los centauros. El juglaruspiró y levantó los ojos hacia las estrellas.

-Quiero saber ... -comenzó a decir Márkel,pl'ro Tejón lo detuvo.

+Quieres saber si aún existen y si es posible('11 ontrarlos.

¿Había leído acaso sus pensamientos? Elhombre lo miró y suspiró de nuevo. El silen-( j ) de la noche pareció descender sobre ellos.I'or primera vez en su vida, Márkel escuchó

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)

con temor la respiración del bosque. El ruidode las ramas al moverse y las carreras de dimi-nutos pies sobre las hojas. A lo lejos, las vocesde los viajeros y el suave sonido del arpa deGorrión parecían venir de otro mundo.

Por un momento pareció que Tejón no ibaa decir nada más y Márkel estuvo tentado amarcharse.

-Muchos han intentado hallar a los drago-nes -continuó el juglar después de un instan-te-o El mismo Gato Gris pasó muchos añosrecorriendo el mundo, tratando de saber algode ello , pero no pudo encontrar su pista y

perdió en 1 confin s de la tierra. Al finalfue el recuerdo de Cisne lo único que lo hizvolver.

Márkel vio de de lej la sombra d lodo juglar fundí endo e n una ola.

-La bú queda de 1 s dragones e una av n-tura p ligro a -dij 1juglar=. Demasiado p -ligrosa para alguien tan j ven.

-P r alguien ti n qu nc ntrarlo -re-plicó el chico con vehemencia-o Alguien tieneque hallar a los dragones y hacer que vuelvanpara enfrentarse a los caballeros.

Su voz e qu brc por un m mento.-Alguien tiene que encontrados para sal-

var a mi padre y a la gente de Fanador, y almundo entero.

Tejón se quedó en silencio un instante.-Quizás sea tiempo -dijo en un susurro y

se aproximó al chico.

Márkel no sabía si estaba temblando defrío o de emoción. Tejón se inclinó a su lado ylo guió lejos del brillo del fuego.

-Hablemos entonces de los dragones.

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apítulo 6espedidas

Los sobrevivientes de Fanador siguieron,1 Camino del E te durante varias j rnadas.I co a poco la marcha se convirtió en una ruti-na interminable. Despertaban antes del albay comían en silencio, mientras s preparabanp ra partir. Corl y sus hombres habían conse-guido cazar un par de ciervos blancos y habíanrepuesto las escasas provisiones que habíansalvado del pueblo. Cuando había suficienteluz para ver el camino, Tejón daba la ordenle ponerse en marcha y todos emprendían denuevo el descenso hacia las Grandes Llanuras.

Durante el día, Márkel caminaba con Círithy Cerina. La mujer había tomado la decisión

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de llevar a la chica a salvo hasta el Bosque deCristal y no la perdía de vista en ningún mo-mento, temiendo quizás perderla como habíaperdido a sus hijos. Círith apenas había podidoescaparse con Márkel un par de veces, para verbailar a Cisne al compás de la música triste dela flauta de Gato Gris.

Cada mañana, mientras caminaban, Már-kel les contaba a sus amigas las historias queTejón le narraba por las noches acerca de losdragones.

-Los dragones hacían sus nidos en los va-lle -les explicaba el chico, mientras atrave-saban una cañada-e, casi siempre cerca de unTÍ . ¿Sabían que los dragones necesitan bebermucha agua para alimentar su fuego?

La madre de los mellizos sonreía taciturnaal ver su entusiasmo.

-Los últimos dragones que de aparecier nvivían en los valles pantanosos d 1 ur. Por sGato Gris trató de buscarlos allí, per no en-contró ningún rastro de ellos,

Círith procuraba seguirl la corri nte, peroa medida que se aproximaban a las falda delas montañas parecía cada vez más tri te. Már-kel lo notó e intentó hablar con ella variasveces cuando Cerina se había acostado ya adormir, pero su amiga lo evitaba y el chico semarchaba frustrado en busca de los juglares.

Tejón había comenzado hablando del ori-gen de los dragones: "Hace siglos, mucho an-tes de que los hombres fundaran las primeras

.ikleas". Mientras hablaban, Gorrión tocaba\'1) su arpa una tonada antigua y melancólica.I .jón le había ido explicando al chico todoIn que sabía de los hábitos y costumbres delos dragones. Muchas de las canciones de losurglares hablaban de cómo habían enseñado alo hombres y los centauros los secretos de lasestrellas.

De vez en cuando el juglar conjuraba iluso-rios dragones brillantes como los del Festivalde Primavera. Márkel los obs rvaba volando-n la noche y se preguntaba cómo habría sido

ver a un dragc n de verdad surcand el cielo.e imaginaba a la n rm s criaturas v landa

bajo las estrellas y lanzando largas llamaradasntre las nubes orn si s aproximara una tor-

menta.Cuando Tej , n 1 hable d nuevo d cc m

I s caballero habían per eguid n van a lodragones en busca d fama y fortuna, 1chicosintió un enorrn p o en el pech . ¿Por quélo habían h ch ? Márk 1 r e rdó los árboles-hada ardiend n la noche y sintic furiosoy apenado. ¿Adónde s habían marchado losiragones? Nadi 1 abía. Se habían e fumadodel mund sin dejar ra tro.

Márkel regresaba triste y cabizbajo al ladode Círith, preguntándose dónde podría en-contrados y cómo conseguiría su ayuda paraalvar a su padre y sus amigos.

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Día tras día la temperatura empezó a tem-plarse y las Grandes Llanuras parecieron cadavez más cercanas. Los robles y pinos fueronremplazados por arbustos de bayas y abetosblancos. La primavera parecía haberse adue-ñado del paisaje y las flores adornaban los pra-dos, que comenzaban a abrirse entre las faldasde las montañas. El sol brillaba cada mañanacon más fuerza y el ánimo de los viajeros mejo-raba lentamente, a medida que se alejaban delas ruinas de Fanador.

Sólo Círith y Márkel parecían distraídos.Después de hablar con Tejón sobre qué rum-bo debía tomar, el chico había decidido dejarel grupo cuando llegaran a las Grandes Llanu-ras, para ir por su cuenta en busca de los dra-gones. Se lo había contado a Círith emocio-nad , pero su amiga le había dicho que todoera una locura. ¿Por qué tenía que irse? ¿Porqué tenía que dejada y marcharse? Márkel tra-tó de consolada, pero la chica e había alejadollorando y ninguno de los dos había vuelto ahablar del asunto.

Los viajeros acamparon por última vez an-tes de dejar las montañas en un pequeño claroa orillas de un arroyo. Círith y el chico ayuda-ban a Cerina a encender el fuego en silencio.Mientras alistaban la leña, sus dedos se toca-ron un momento y Círith apretó la mano deMárkel por un instante. El chico quiso decideque lo sentía, que tenía que ir en busca de losdragones, a pesar de todo, pero Círith le soltó

In mano y bajó la mirada, apenada, sin deciruna palabra.

Confundido, Márkel se alejó una vez más( n busca de los juglares. Tejón estaba reunidoron Corl, discutiendo sus planes para el viajehacia el norte. El chico no quiso interrumpir-los y continuó caminando hasta el arroyo. Te-nia mucho en qué pensar. Gorrión y Oso lohabían ayudado a hacer su equipaje y Cerinahabía preparado ella misma sus provisiones.Tenía miedo, pero estaba convencido de quehacía lo correcto.

De repente sintió que alguien se acercaba.ato Gris venía hacia él, apoyándose en su

báculo. Era la primera vez que Márkel lo veíasin Cisne a su lado. El chico observó su ros-tro oscuro bajo la capucha del manto. Parecíamuy serio, muy cansado. El juglar se sentó en1suelo y lo invitó a sentarse a su lado.

-¿Así que vas en busca de los dragones?-dijo con un susurro.

El chico asintió.-Supongo que Tejón te ha hablado ya de

mis viajes en su busca -dijo Márkel y se sor-prendió de la amargura en su voz.

El juglar suspiró un momento.-Quizás ni siquiera existan y todo sea sólo

una historia -se volvió hacia el chico-o ¿Algu-na vez lo has pensado?

Márkel no supo qué decir.-Por diez años busqué a los dragones -con-

tinuó el juglar- a lo largo y ancho del mundo.

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Recorrí todos los caminos, todos los pueblos yvalles ocultos, hasta que no supe ya de dóndevenía y casi olvidé mi propio nombre.

Márkel se preguntó qué pasaría si a él tam-bién le sucedía lo mismo; si se perdía en losconfines de los bosques buscando a los dra-gones y olvidaba quién era. ¿Qué tal si nuncaregresaba y no volvía a ver a Círith?

El chico y Gato Gris permanecieron en si-lencio.

-Sería mejor que lo olvidaras -dijo el ju-glar, poniéndose de pie, y comenzó a alejarse.

-No puedo.Gato Gris se detuvo y estudió al chico un

momento. Márkel lo miró a los ojos. Estabadecidido a marcharse, estaba decidido a salvar

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a su padre. El juglar pareció .dudar un instan-te; sacudió la cabeza y se acercó al chico unavez más.

-Si en verdad estás decidido, sólo hay unhombre que puede ayudarte -Gato Gris miróhacia las sombras comprobando que no hu-biera nadie cerca.

Márkello miró ansioso-Se llama Arhín -susurró el juglar-o Es

uno de los estudiosos del Museo de Magia, enla Ciudad de Hierro.

Márkel lo miró sorprendido. ¿La Ciudadde Hierro? Por un momento dudó si su planera realmente una buena idea.

+Arhín ha dedicado su vida a la búsquedade los dragones. Alguna vez viajam s juntosn los Pantanos del Sur -el juglar se puso de

pie cuando vio que Círith se acercaba haciaellos desde el campamento-o Ve a buscarlo.Quizás él pueda darte alguna pista.

Se envolvió en su capa y se alejó a grandezancadas. Cuand se volteó por última vez ha-cia el arroyo, vio córn los dos chicos se fun-dían en un abrazo.

El ruido del agua se elevaba hasta el cielonocturno como una canción transparente ytriste.

apítulo 7Los unicornio s salvajes

Márkel vio con tristeza cómo los so-brevivientes de Fanador se alejaban lentamen-te hacia el norte. Después de despedirse conla frialdad de siempre, Larok había corrido enbusca de su padre. Cerina lo había abrazadocon fuerza y se había marchado sin decir nadani volver la vista atrás. Círith la esperaba conel resto del grupo. Los dos chicos se miraroncon tristeza y se despidieron desde lejos conla mano.

Los juglares fueron los últimos en partir.Cisne se acercó al chico y le dio un sonorobeso en la mejilla antes de alejarse con Oso yGato Gris. El misterioso juglar no había vuelto

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a decir nada desde la noche anterior. Márkelbuscó entre los juglares a Gorrión, pero el ma-labarista no se veía por ningún lado. Le habríagustado despedirse.

-Yo le enviaré tus saludos -dijo Tejón con-movido-o Cuídate mucho.

Márkel trató de sonreír. El juglar le dio unabrazo y le entregó algunas monedas de oroantes de alejarse con los demás.

El chico esperó sobre una r ea al lado delcamino hasta que el grupo se perdió en la dis-tancia rumbo a los Eriales Grises. Ahora esta-ba solo. La Grandes Llanuras parecían exten-d rse al infinit . ¿A qué distancia se hallabade la Ciudad de Hierro? No 1 sabía. Teníacomida para varios días, p ro ignoraba cuántop día tardar en llegar allí. ¿Hablan pa ado supadre y 1 s prisioneros p r 1mismo camino?

Antes d empezar a caminar, Márkel mirópor última v z las m ntañas que hablan sidosu h gar durante tantos años. El vi nt pla-ba desde las cumbres nevadas hacia las tierrasllanas, trayendo el olor de los bosques. Atrásquedaban las ruinas de Fanador y 1 s camp squemados, donde el chico y sus amigos hablanjugado a sconderse entre los árbole -hada.Márkel aseguró la bolsa en la espalda y partiórumbo al este en busca de los dragones.

Caminó durante toda la mañana a través dela llanura. Al mediad la se detuvo y comió unpoco de carne salada y frutos secos a la sombrade un árbol. El Camino del Este se internaba

Il un mundo extraño que jamás habla visto.No habla ciervos blancos ni árboles como los'1" . había en las montañas. Los grifos doradospustaban a lado y lado del camino y elevabanI I vuelo de repente, cuando trataba de aproxi-mnrse para vedas más de cerca.

En Fanador había salido a caminar porIlls bosques muchas veces con su padre, peronunca se había imaginado que el mundo fueratnn enorme. Sólo volvió a detenerse cuando elni comenzó a ocultarse al borde de la llanura.Las sombras de los árboles se hacían cada vezmás largas y empezaba a hacer frío. Se alejó unpoco del camino y buscó un lugar entre losárboles para encender un fuego y acostarse adormir.

La noch d la llanura estaba llena de rui-dos que el chico desconocía. Intentó cerrar losojos y pensar qu estaba de vuelta en su hogar,que todo había sido un sueño y que su padredormía en la habitación de al lado, pero fueinútil. Por un momento pensó que había co-metido una e tupidez tratando de buscar a losdragones él solo. Echó otra rama al fuego y sacóde la bolsa 1martillo de su padre.

Apenas había tenido tiempo de observadodesde que habían dejado Fanador. El gruesomango de madera estaba cubierto de cuero y

la maciza cabeza de metal estaba decorada congrabados de hojas de roble. Le recordó a supadre: enorme, resistente, fuerte. Por un mo-mento lamentó no haber alimentado el fuego

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cuando se lo había pedido. Quiso decirle aBran que lo sentía, pero sabía que quizás nun-ca podría hacerlo.

El chico se encogió en el suelo con el mar-tillo en las manos y se cubrió con la manta. Labrisa soplaba con suavidad sobre la hierba yen el cielo podían verse las primeras estrellas.Márkel esperó en silencio con los ojos cerra-dos hasta que se quedó dormido.

El chico continuó caminando por varios díassin ver a nadie. Pronto el paisaje de la llanuracomenzó a hacerse familiar y monótono. Des-pertaba antes del alba y se ponía en caminodespués de comer. El segund día de viaje ha-bía encontrado varios manzanos azules y ha-bía podido aumentar sus provisiones, pero notenía idea alguna de si serían suficientes. Esamisma noche había intentad .cazar un cone-jo, pero el animal había logrado escapar entrela hierba sin que pudiera alcanzarlo.

Cuando ya se había acostumbrado a la so-ledad, vio venir por el camino un enorme ca-rro tirado por dos filas de caballos. Las ruedasde metal forjado eran casi tan altas como él yse movían gracias a unos curiosos engranajes.Una nube de humo negro se elevaba desdedos chimeneas de metal que salían de la partede atrás del vehículo. Márkel se preguntó cuál

I odría ser el propósito del extraño aparato,p .ro no supo qué pensar.

Cuando el carro estuvo más cerca, el chicotrató de preguntarle al cochero si aún faltabamucho para llegar a la ciudad, pero éste legritó que se quitara del camino y se alejó sindecir nada más. Márkel vio cómo el carro seperdía poco a poco hacia las montañas, dejan-do un rastro de humo que se iba deshaciendo.on el viento. ¿Hacia dónde se dirigía?

El chico siguió su viaje por el Camino delEste, deteniéndose sólo cuando caía la noche.En ocasiones, antes de dormir, volvía a sacar elmartillo para recordar a su padre. Varí'as veces,sin embargo, se sorprendió pensando tambiénen Círith. ¿Dónde estaría ahora? La vio denuevo jugando entre los árboles-hada, la viocerca del arroyo la noche en que se habían des-pedido. Los días eran cada vez más largos amedida que entraba la primavera y el caminoparecía no terminar nunca.

Una tarde, mientras se comía las últimasmanzanas que le quedaban, a la orilla de unbosquecillo, oyó el grito de una chica entre losárboles. ¿Círith? No. Alguien más. Parecía queestaba en problemas. Márkel se internó concuidado en la espesura, tratando de no hacerruido al pisar entre las ramas.

De repente, se encontró en un claro cubier-to de hierba. En el centro había un pequeñoárbol de frutos plateados y una chica gritaba

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subida entre las ramas. La rodeaban tres uni-cornios salvajes que gruñían con ferocidad. Lachica se esforzaba por mantenerse fuera de sualcance, pero los animales saltaban unay otravez, tratando de alcanzada con sus cuernos.

El chico jamás había visto un unicornio,pero supo de inmediato lo que eran. Pare-cían delgadas yeguas con un solo cuerno queapuntaba directo al cielo. Los juglares decíanque los unicornios eran criaturas místicas quese presentaban ante las doncellas más puras,para dormir en su regazo. Se creía que traíansuerte, pero los gritos de la chica sonaban bas-tante desesperados.

Márkel tomó algunos guijarros del uel yse ac rcó con cautela a lo furiosos animales.La chica del árbol tenía el pel color naran-ja, amarrado en dos curio as coletas. Lleva-ba unos pantalones y un jubón de cuero, asícom una larga capa de lana o cura. Quizásno s trataba en realidad de una doncella.

Haci ndo puntería c n un ojo cerrado, elchico arrojó un guijarro contra las patas tras -ras de un de los unicornio . El animal se en-cabritó y alió huyendo, como si un abejorrlo hubiera picado. La chica se dio cuenta de loque pasaba y trató de distraer a los otros dosunicornios, gritándoles una serie de insultosque hicieron que Márkel palideciera. Definiti-vamente no era ninguna doncella.

El chico, aún sorprendido por el repertoriode maldiciones de la joven, tomó un segundo

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guijarro y lo arrojó también, pero el tiro fallóy las dos bestias restantes se volvieron haciadonde estaba. Sin pensado dos veces, Márkelarrojó su bolsa al suelo y echó a correr. Losunicornios se olvidaron de la chica y salierontras él. El ruido de sus cascos de plata era ape-nas un murmullo sobre las hojas secas.

Márkel había corrido muchas veces entrelos árboles de las montañas, compitiendo conLarok, pero nunca había tenido que escaparpara salvar su vida, perseguido de cerca por unpar de criaturas tan veloces y enojadas. Saliódel bosque como una exhalación y atravesó 1camin d un salto, seguido aún por los dounic rnios.

Mi ntras e rría, trat de ver hacia atrás,pero s 1 pudo ob rvar la am nazadora pun-ta de un cu rn . Qui ir más rápido, perel pecho le dolía y la pi mas l pesaban. Uninstante más y los unic rnio 1 alcanzarían, yentonces sería el fin. N p dría ncontrar yaa los draga n ,no podría rescatar a u padrey sus amigos.

De repente, el suelo desapareció bajo suspies y el chico cayó dando tumbos a un río.Por un momento braceó en el agua de espe-rado, pero luego salió a la superficie y volvióa respirar. La corriente no era muy fuerte. Los.dos unicornios se habían detenido junto a laorilla y piafaban enfurecidos, temerosos de to-car el agua. Márkel nadó hasta el otro lado delrío y se dejó caer exhausto sobre la hierba.

apítulo 8La Ciudad de Hierro

euando lo unicornios finalmente semarcharon, ya el sol empezaba a ocultarse.Márkel Cruzó de nuevo el río y volvió al cami-no. Hacía frío y estaba empapad . Se adentroentre los árbole en busca de su bol a. Por unmomento pensó que quizás la chica la habríarecuperad y estaría esperándolo en el claro,pero no había rastro de ella ni de sus cosas.Desesperado, buscó entre la hierba y alrede-dor de los árboles sin hallar nada.

Márkel maldijo en voz alta. La chica sehabía marchado llevándose su bolsa; sus pro-visiones, su dinero, el martillo de su padre.Por un momento no supo qué hacer: había

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perdido lo poco que poseía y se sentía terri-blemente desvalido. Pronto sería de noche yni siquiera tenía un trozo de pedernal paraencender un fuego. Los árboles parecían cadavez más siniestros y el chico temió que los uni-cornios pudieran regresar al claro en cualquiermomento.

Decidió entonces volver al camino. No seveía ningún viajero en la distancia. Un grupode grifos salió volando de un campo cercano,en medio de un remolino de graznidos y plu-mas. Temeroso, Márkel echó a andar otra vezcon la esperanza de enc ntrar a alguien quepudiera s correrla. Sus ropas aún m jadas lepesaban sobre el cuerpo y le dolía el costado,tras la caída al río.

El sol e ocultó despacio en el horizonte ylos contornos del mundo se perdieron entrelas sombra . N había luna y las estrellas bri-llaban débilmente. Márkel trató de eguir elcamin en medio de la penumbra, frotándoselos brazos para entrar en calor. Quizá la chicahabía venido de alguna granja cercana, se dijo,y buscó alguna luz al lado del camino, algúnfuego al que pudiera acercarse para dormir. Lallanura se perdía en la noche.

No supo cuánto tiempo estuvo andando,hasta que se lé secaron las ropas. En mediode la oscuridad, tropezaba con las piedras des-iguales del camino y maldecía en voz baja ala chica del árbol y a todos los unicornios delmundo. No podía entender cómo alguien po-

dta pensar que fuera de buena suerte taparseron aquellas antipáticas bestias. Por un mo-mento quiso poder maldecir como la chicade las coletas naranja, pero no recordaba ni lamitad de los insultos que le había oído.

El silencio de la noche parecía cada vez másabsoluto. El ruido de sus pasos se perdía entrelas sombras como si no existiera nadie más enel mundo. Los ojos se le cerraban del cansan-cio. No había ninguna granja, ningún fuegoque pudiera calentado. Había perdido además\'1 martillo, la bolsa y las monedas. Cuandosintió que no podía más, salió tambaleándosedel camino y se dejó caer sobre la hierba.

Dormido en medio de la llanura, Márkelsoñó que estaba de nuevo en Fanador la no-che del Festival de Primavera. Las luces de losfuegos fatuos iluminaban suavemente el pra-do alIado del río. La gente bailaba y reía, perol'l no les podía ver el rostro. Vio a Círith co-'Tiendo hacia los campos de árboles-hada y fueIras ella, pero su amiga se convirtió de repenteen la chica de los unicornios y se esfumó con11 na sonrisa.

Márkel se estremeció en sueños. De impro-viso la brisa se levantó entre los árboles-haday el chico vio a lo lejos a su padre. Caminabapor el campo de la mano de una hermosa mu-Il'r rodeada de luz. Apenas podía ver sus fac-I iones, pero sabía que era su madre. Los dosl· acercaron y lo besaron en la frente. A pesar

tll' estar dormido, Márkel sonrió.

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El viento soplaba sobre las Grandes Llanu-ras y traía desde lejos el sonido de un arpa.

78El chico despertó sobresaltado. Había amane-cido ya y un enorme carro de metal, como elque había visto unos días antes, se acercabalentamente rumbo a la Ciudad de Hierro.Márkel se levantó adolorido. Todavía sentíaen el costado los golpes de la caída y estabaseguro de que e había acostado sobre una pie-dra. Se fr te 1 oj s con la mano y se puso enpie, ahogando un qu jido.

Se había quedado dormid en una pe-queña colina, bajo un scuálido abedul queapena mp zaba a r verd cer. El cielo e tabade p jad y la fresca brisa de la primavera 1acariciaba el ro tr . El carro avanzaba traqu -teando y lanzand d sde us chim neas unaesp a nube d humo n gr . Márkel e acercóal camin y peró hasta que el extraño v hí-culo e tuviera a su lado. Quizás podría e n-seguir que 1 llevaran al me no un. tr cho delcamin .

-Buenos días -dijo, pero el cochero nocontestó ni detuvo el carro.

Márkel se retiró para que pasara.-Me preguntaba -continuó el chico, cami-

nando a su lado- si podría llevarme en su ...este ... carro. Un par de leguas quizás. O tal vezincluso a la ciudad.

El cochero no se inmutó, pero Márkel nose dio por vencido.

-Verá, he perdido mi equipaje por culpade un grupo de unicornios salvajes -se detu-vo un instante-, en realidad por culpa de unachica, y tengo que llegar a la ciudad por unasunto muy importante. ¿Hacia allí se dirige?¿Está aún muy lejos?

El cochero suspiró y le hizo. un gesto al chi-co para que se acercara. Márkel subió de unsalto al pescante y se acomodó a su lado.

-Muchas gracias -dijo sonriendo, pero elhombre no le respondió.

El carro avanzaba con un monótono chi-rriar y crujir de engranajes. El chico trató va-rias veces de iniciar una conversación, pero elcochero permaneció callado con la vista enel camin ,hasta que Márkel dejó de hablar. Elpaisaje cambiaba lentamente. La llanura, queparecía tan fértil cerca de las montañas, se ibavolviendo cada vez más árida. No se veía ni unárbol a lo lej s y las bandadas de grifos habíandesaparecido.

Poco a poco el camino comenzó a llenarsede gente. Había comerciantes de piel oscura delos Pantanos del Sur, rubios habitantes de lasmontañas y extraños hombres del oeste con elrostro gris lleno de tatuajes. Algunos cargabanenormes sacos de mercancías, otros parecían notener más que las ropas que llevaban puestas. Elcochero avanzó entre ellos sin detener el carro.

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De repente, Márkel divi ó una s mbraen rrn que par cía levarse desde la planicie.Por un mornent pensó que se trataba de unagigantesca me eta de r ea oscura, pero prontose dio cuenta de que estaba viendo los murosmetálicos de la Ciudad de Hierro. El tamañode lo edificios y las defensas lo dejó sin alien-to. La ciudad extendía sus brazos retorcidoshacia la llanura C0111.0 tratando de atraparlaentre sus garras. Una negra nube de humo seelevaba sobre los muros, oscureciendo el cielo.El chico se sintió de repente muy pequeño.

A medida que avanzaban, comenzaron aencontrar caballeros armados a lado y lado dela vía. Llevaban enormes martillos de guerraapoyados en el regazo y us ojos inexpresivosvigilaban la multitud que se apretujaba en elcamino. Dos carros más se unieron a la pro-cesión en una encrucijada, llenando el aire dehumo, y Márkel se preguntó de dónde podíanvenir.

Las murallas de la ciudad parecían cada vezmás altas. Estaban hechas del mismo metaloscuro que las armaduras de los caballeros,

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como si la ciudad misma se hubiera cubiertocon una enorme armadura llena de púas yengranajes. El chico vio con horror cómo losmuros se movían lentamente, chirriando ycrujiendo hasta extenderse sobre el campo. Laciudad crecía poco a poco como si estuvieraviva.

Mientras se acercaban a la herrumbrosamole, Márkel se sentía cada vez más desolado.El aire mismo se hacía más pesado. A pesarde los esfuerzos y gritos del cochero, el carrotuvo que detenerse. La multitud se apretujabacontra los gigantescos portones, tratando deentrar a la ciudad, mientras los caballeros tra-taban en vano de imponer el orden.

Márkel bajó del carro y se despidió del co-chero, p ro el hombre no le contestó. El chicose metió con esfuerzo entre la gente que gri-taba y maldecía por el retraso. Pasó entre loscomerciantes y los animales de tiro, esquivó aun caballero y su m ntura y se escurrió entre.las ruedas de una carreta que llevaba una jaulallena de grifos. El aire era denso y pegajoso, y

el calor insoportable.Casi había logrado llegar a las puertas,

cuando vio entre la multitud a la chica de losunicornios. Llevaba su bolsa a la espalda y tra-taba de colarse en la ciudad por detrás de un

I caballero que interrogaba en ese momento aun comerciante. Márkel corrió tras ella y tratóde detenerla, pero el caballero se dio cuentade todo y los agarró brutalmente por el cuello,

antes de que se perdieran dentro de la ciudad.La chica pataleó desesperada.

-¿Qué tenemos aquí? -dijo el caballeroron una voz que hizo que los dos se estreme-rieran-o ¿Acaso un par de pequeños ladrones?

Márkel soltó un grito cuando el hombre leapretó el cuello sin clemencia.

De repente, se armó un terrible barullo enmedio de la multitud. Alguien había abierto lajaula de los grifos y los animales asustados tra-taban de escapar, lanzando picotazos en todasdirecciones. El caos reinó entre los guardias,~ue intentaban sin éxito atrapar a las bestiasaladas en medio de la gente. El caballero dudóun minuto, lanzó a los dos chicos al suelo yarrió en ayuda de sus camaradas.

Márkel quedó aturdido por el golpe. Los graz-nidos de los grifos se mezclaban con los gritos delos comerciantes y las órdenes de los guardias.La chica se puso en pie de un salto, cogió la bol-sa y echó a correr hacia la oscuridad incierta dela Ciudad de Hierro. Márkel dudó un instante,miró por última vez al exterior y luego corrió trasnao

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Capítulo 9Rapaz

La Ciudad de Hierro era un enormelaberinto de callejuelas y casas de metal. Cien-tos de chimenea manchada de herrumbre selevantaban desde los edificios y arrojaban unhumo tan negro, que sumía a la ciudad en unaeterna noche. No había sol, luna ni estrellasen el cielo artificial de los caballeros. Extrañasantorchas de gas brillaban con una luz opacaa lo largo de las calles, dejando la ciudad en lapenumbra.

Márkel corría tras la chica a lo largo de unpasadizo lateral. El aire era pesado y olía aóxido y corrosión. La chica dio vuelta en unaesquina y Márkel la perdió de vista. Aceleró

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el paso y al girar se encontró de repente enun callejón sin salida. ¿Adónde se había ido?De repente los muros comenzaron a moverselentamente y el callejón se convirtió de nuevoen un estrecho corredor. La ciudad cambiabay se movía como si fuera una enorme bestiadormida.

El chico continuó corriendo, sin saber muybien hacia dónde se dirigía. No había mane-ra de ubicarse entre las calles cambiantes y laoscuridad perpetua de la Ciudad de Hierro.Súbitarn nte, el pasaje por donde iba desem-bocó en una plaza llena de gente. Márkel sedetuvo asombrad y se preguntó qué tamañopodría tener la enorm ciudad. ¿Cómo habíaconseguid alguien e nstruir algo tan grande?

La plaza ra una esp cie d mercad . Lose merciant s anunciaban a gritos us pr duc-tos, mientras lo curio ac rcaban entrecodazos y rnaldicion s para vedas. Grupos decaballeros armado pasaban entre los puestoscon los martillo de guerra en las manos. Elruido de u botas contra el suelo resonaba enlas paredes, marcando un extraño ritmo. Már-kel quiso ocultarse, per no había dónde. Loscaballero pasaron frente a él sin mirado.

Una mujer gorda y arrugada como un troll,que llevaba un carrito lleno de animales muer-tos, lo empujó al pasar. El chico se retiró dela boca del corredor y se adentró en la plaza.La multitud a las puertas de la ciudad no eranada comparada con el tumulto del mercado.

Personas de todo el mundo vendían y cam-hiaban productos y ofrecían a los curiosos ex-t raños artefactos de metal que el chico nuncahabía visto.

Márkel caminó despacio entre los puestosy tiendas, preguntándose qué podía hacerahora. La chica de la bolsa había desapareci-do y no sabía adónde ir. Varias veces trató depreguntar a los comerciantes por Arhín y elMuseo de Magia, pero nadie parecía dispues-to a darle información si no pagaba por ella.El chico lamentó haber perdido su bolsa y lasmonedas que los juglares le habían dado. Si-guió preguntando a la gente que recorría elmarcado, pero sólo obtuvo insultos y empujo-nes de los ocupados transeúntes.

Un grupo de prisioneros cargados de cade-nas pasó a su lado y Márkel quiso seguidoscon la esperanza de encontrar a su padre y losmellizos. Cuando iba ya tras ellos, vio de nue-vo a la chica, intentando venderle el martillode Bran a un comerciante lleno de collaresde bronce. La chica lo vio también, tomó denuevo el martillo y salió corriendo a través delmercado, hacia un pequeño pasadizo que seperdía en la oscuridad.

Márkel corrió tras ella lo más rápido quepudo. La chica trató de perderlo en una encru-cijada, pero él no se dejó engañar otra vez.Continuaron corriendo por sombrías calles,h.asta que Márkel perdió toda noción de dón-de se encontraba o dónde quedaba el merca-

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do. Las ant rchas de gas pa aban a u lado,una y tra v z, como paco fu go fatuos enmedi del laberinto de metal.

De improviso, al llegar a un nuevo corre-dor, la chica se detuvo en seco y Márkel se es-trelló e n fuerza contra ella. Lo dos rodaronsobre el uelo, convertidos en un amasijo debrazos y piernas. La chica maldecía a todo pul-món mientras Márkel trataba de arrebatarlesu bolsa. Cuando el mundo dejó de girar, se

encontraban en medio de un patio, rodeadosde caballeros que lo veían sorprendidos.

Los dos chicos se miraron a los ojos y em-prendieron de nuevo la huida, seguidos de unadocena de guardias armado.

-Parece que ya se fueron -dijo la chica contina sonrisa, después de asomar la cabe~a porla entrada del callejón.

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Márkel la miraba furioso. Habían estado apunto de atrapados. Los caballeros se habíanlanzado tras ellos, decididos a alcanzarlos, y lachica había tenido que guiarlo de la mano através del laberinto de la ciudad para perder-los. Las calles parecían cerrarse una y otra vez asu paso y en dos ocasiones habían tenido queregresar por donde habían venido, perdiendoun tiempo precioso.

Cuando ya se creían a salvo, sus persegui-dores aparecían de nuevo, como si supieransiempre dónde estaban. En medio de un pasa-je angosto, uno de los caballeros había alcan-zado a agarrar la larga capa de la chica, jalán-dola del cuello. Sin saber muy bien qué hacer,Márkel había buscado n la bolsa el martillode su padre y lo había de cargado con fuerzasobre el brazo de la armadura. El caballero ha-bía soltado a la chica con un alarido de dolor.

Habían continuado corriendo a través depasajes cada vez más oscuros, hasta casi per-der el aliento. Cuando ya n podían más, lachica se había escondido en un pequeño ca-llejón, llevándolo tras Ha. Los dos habíanpermanecido en silencio, tomados de la manoen medio de la oscuridad. El estrépito de lasarmaduras y los gritos de los caball ros se ha-bían ido alejando poco a poco, hasta perderse.Finalmente habían conseguido escapar.

-Tuvimos suerte -dijo la chica, sentándo-se sobre unas cajas viejas.

-¿Suerte?

La chica no lo miró. Jugaba con una de susaletas naranja como si nada hubiera pasado.

Una traviesa sonrisa parecía bailar en la comí-ura de sus labios.

-¿Sabes lo que les hacen a los ladrones cuan-do los atrapan?

-No soy un ladrón -replicó Márkel ira-cundo.

-Pues quizás podrías habérselo dicho.La chica puso las manos detrás de la cabeza

y se recostó sobre las cajas.-Quizás te lo hubieran creído -dijo son-

riendo.Los dos guardaron silencio. A lo lejos, los

engranajes de la ciudad chirriaban y crujíancomo las ruedas de un viejo molino. Márkel sepreguntó una vez más cuál era el propósito dela enorme maqu inaria y cuál era el objetivo delos caballeros. ¿Por qué habían ido a Fanador?En un pasaje cercano dos paredes se acopla-ron con un estruendo metálico. El chico abrióla bolsa que había dejado a sus pies y contem-pló pensativo el martillo de su padre.

-¿Por qué lo hiciste? -preguntó después deun momento-o Es decir, yo te salvé y luegotú ... tú me robaste.

-Sí, bueno ... Verás ... -la chica se puso depié y empezó a andar de un lado a otro delcallejón-o Yo no sabía que tú ibas a volver.

Márkellevantó una ceja, incrédulo.

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-La verdad es que pensé que habías termi-nado con un cuerno de unicornio clavado enel corazón.

-¡¿Clavado en el corazón?!-A veces sucede -dijo la chica encogiéndo-

se de hombros-o Contrario a lo que la gentepiensa, los unicornios son criaturas bastantesanguinarias.

A Márkel no le importaba lo que decía, es-taba furioso con ella por haberse llevado subolsa. Estaba furioso con los caballeros porhaber destruido su hogar y acabado con.su fa-milia. Estaba furioso con el mundo, que derepente se había convertido en un lugar extra-ño y cruel.

-¡Qué importan los unicornios! -gritó po-niénd se de pie-o ¡Tú te robaste mis cosas ydespués corriste y escapaste y me llevaste conlos caballeros!

La chica pareció avergonzada.-Lo siento -dijo.Márkel se sentía cansado y solo. [Habían

ocurrido tantas cosas en los último días!Echaba de menos a su padre: sus manos gran-des y fuertes, su rostro amable, la manera enque parecía soñar cuando le hablaba de sumadre. Echaba de menos a Círith. Se pasó lamano por el rostro para secar las lágrimas.

La chica se sentó a su lado y le ofreció unpoco de frutos secos que tomó de su equipaje.Márkella miró sorprendido.

-Eso es mío -dijo señalando la bolsa.

-¿De veras?La chica jugaba de nuevo con una de sus co-

tas como si hubiera olvidado todo el asunto.-Soy Rapaz -dijo sonriendo después de un

rato.-Márkel.La chica le dio la mano.-Muy bien, Márkel, me parece que tengo

una deuda contigo.

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Capítulo 10El Museo de Magia

Mientras recorrían las oscuras callesde la Ciudad de Hierro en busca del Museo deMagia, Márkel le contó a Rapaz toda su his-toria. Le habló de Fanador y de su padre, deCírith y Larok y los mellizo . Le contó del Fes-tival de Primavera, del incendio y del terribleataque de los caballeros. Su voz se quebró porun instante. La chica le hizo una seña paraque esperara y avanzó hasta una encrucijadapara explorar.

Rapaz se movía en las sombras como unaladrona experimentada y Márkel se preguntóal veda por qué había decidido confiar en ella.La chica parecía no tener miedo de nada ni de

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nadie: incluso cuando los caballeros habíanestado a punto de atrapados, no había dejadode lanzarles insultos. Quizás tenía miedo deestar solo, se dijo, quizás Rapaz le simpatizaba.El chico sacudió la cabeza. De todos modosnecesitaba a alguien que lo guiara por ellabe-rinto cambiante de la ciudad.

La chica le hizo una seña para que se acer-cara. No había peligro. Siguieron la marchapor una calle lateral donde dormían algunosvagabundos. Rapaz le explicó que muchosde ellos habían sido antes prisi neros de locaballero y habían trabajad en las n rmemaquinaria que movían 1 s engrana] d laciudad, hasta que los abandonar n las fuerzasy dejar n d r útiles.

Márkel l bserv an io c n el t m r der e nacer a algun d su amig . Tenían 1j cansados y vací . L braz s y la espalda

11no d cicatrice. Qu iso d ten r y pr un-tarles si habían vi to a su padre a lo melli-z s, pero Rapaz le indicó qu se apr urara.El chico dude por un m mento, quería alvara su amigo, pero sabía que no podría resca-tados '1 s lo. La chica lo guió hasta un sectorlleno de edificios altos y oxidados. Mientrasse escurrían de sombra en sombra, Márkel lecontó sobre Tejón y Gato Gris y cómo habíavenido a la Ciudad de Hierro en busca deinformación acerca de los dragones. Quizássi podía encontrar! y convencedos de quelucharan en ntra el' 1 caballeros, podría

rescatar a Bran y los demás. Por eso ne 'silahllhallar el Museo de Magia, por eso necesitabaque lo ayudara a hablar con Arhín.

-Sabes que tu plan es una locura, ¿verdad?-dijo Rapaz, mientras atravesaban una aveni-da y se ocultaban en un pasadizo lateral.

-Quizás.-Los caballeros te van a atrapar y te harán

trabajar en las calderas hasta que seas mi an-ciano. ¿Alguna vez te he contado lo que leshacen a los ladrones?

El chico sonrió sin saber por qué.A medida que avanzaban, los edificios pare-

cían má y más grandes. El humo era tambiéncada vez más denso y Márkel se dio cuenta deque estaban llegando a la parte más antiguade la ciudad. Algunos edificios incluso no es-taban hecho d 1 todo de metal, y el chico sepreguntó cómo habría sido la Ciudad de Hie-rro en un comienzo, cuando los caballeros nodominaban el mundo y lo dragones surcabanaún los cielos.

La calle por la que avanzaban se abrió deimprovis para convertirse en un enorme par-que decorado con horribles árboles de metaloscuro. A diferencia del mercado y las callesque Márkel había visto antes, el parque pa-recía desierto. La luz de las antorchas de gasiluminaba débilmente las puertas de los edifi-cios. Rapaz se agazapó en las sombras y le hizoun gesto al chico para que la imitara.

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-Es allí -dijo, señalando un edificio conenormes vidrieras que ocupaba todo un ladodel parque.

Un grupo de caballeros armados vigilabafuertemente la entrada.

-Eso no me lo esperaba -dijo la chica conun suspiro.

De repente las puertas del edificio se abrie-ron y Márkel vio salir del museo al caballerodel yelmo con el león dorado. El chico se sin-tió d sfallecer. Su armadura parecía brillar deoscuridad como una noche sin estrellas. Losd más caballeros pu ier n firmes al v rl yun de ell s trajo c rriendo su caball . El ca-ballero montó sin decir una palabra y s al j'al galop .

Márkel cayó de rodilla al u 1 y Rapaz sinclinó a u lado, preocupada.

-Será div rtido =había dich la hica mi n-tras tr paban al techo d 1edifici que queda-ba al lado del museo, pero Márkel dudaba dqu 11 realidad fu ta una bu na id a.

La cuerda s balanceaba peligrosament o-bre la calle. El chico e agarraba con todas susfuerzas y avanzaba poco a poc . Rapaz habíapasado caminando sobre ella como una equi-librista y lo esperaba al otro lado. Márkel veíadesde arriba a los caballeros que cuidaban elMuseo de Magia, temiendo que en cualquier

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I momento levantaran la vista y lo encontrarancolgando en el aire.

Cuando finalmente llegó al otro lado, sedejó caer al suelo con los brazos adoloridos.Rapaz buscaba ya alguna forma de entrar aledificio. El techo del museo estaba lleno de

100 ventanas que dejaban entrever el oscuro inte-rior. La chica lo llamó con un silbido. Habíaencontrado una vidriera rota que daba sobreun tramo de escaleras. Los dos se colaron den-tro con esfuerzo.

-Te dije que sería divertido.Márkel suspiró.El edificio era enorme y estaba lleno de

ecos. Cuando comenzaron a bajar las escale-ras, sus pasos resonaron en las paredes y losdos se detuvieron asustados. Silenci . Siguie-ron avanzando de puntillas hasta llegar a laplanta principal. Las grandes vidrieras ilumi-naban la sala con una luz fantasmal. L s chi-cos avanzaron lentamente.

De repente, Rapaz dio un salto atrás y aho-gó un grito. Un enorme troll la amenazabacon sus garras. Márkel quiso ayudada y saltófrente a ella, pero pronto notó que la bestiano se movía. Se acercó al monstruo. Hacíamucho que había muerto y lo hablan preser-vado en el museo en una actitud amenazante.El chico no pudo evitar una sonrisa. Rapaz lomiró indignada.

-No es divertido -dijo refunfuñando.

Caminaron juntos a lo largo de la sala. Amedida que avanzaban, Márkel miraba asom-brado las criaturas petrificadas que compo-nían la exhibición. Reconoció un unicornio,varios grifos y tres enormes quimeras de lospantanos, pero había muchas bestias mágicasque ni siquiera había oído nombrar. Pensócon tristeza que muchas de ellas estarían qui-zásya extintas, destruidas para siempre por losmartillos de guerra de los caballeros.

Cuando llegaron al fondo de la sala, se to-paron con una pequeña puerta bajo la cualescapaba una línea de luz. Al abrirla con cui-dado, los dos chicos se encontraron en un es-tudio atiborrado de pergaminos. Un hombrede pelo largo y negro estaba sentado tras unaenorme mesa, consultando una montaña depapeles que a cada instante amenazaban convenirsele encima.

Los chicos se aproximaron a él, pero el es-tudioso pareció no percatarse de su presencia.

-¿Arhin? -preguntó Márkel en un susurro.El hombre levantó la vista de los papeles

y los traspasó con la mirada profunda de susojos dorados. Rapaz dio un paso atrás asusta-da, pero Márkel volvió a preguntar:

-¿Es usted Arhin?El hombre asintió levemente y siguió tra-

bajando. Rapaz y Márkel se acercaron en si-lencio. Arhín observaba los papeles que teníaenfrente y hacía unas anotaciones rápidas enotro pergamino. Los chicos miraron asombra-

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dos la cantidad de libros que se guardaban enel estudio y Márkel pensó que tal vez algunode ellos podía tener la respuesta de dónde es-taban los dragones .

. -No deberían estar aquí -dijo de improvi-so el hombre sin levantar la vista de la mesa.

Los chicos no supieron qué decir.-¿Los caballeros siguen allí afuera? -pre-

guntó de pronto Arhín, mirándolos de nuevoa los ojos.

Rapaz asintió.-No quieren que hable con nadie -se in-

clinó hacia ellos como si alguien más pudieraoírlo -. Van a marchar hacia el bosque en con-tra de los centauros.

Arhín hundió el rostro entre las manos.-Vinieron a verme por primera vez hace

algunas semanas, preguntando por el Bosquede Cristal. Querían saberlo todo. Si los crista-les podrían romper sus armaduras. Si el fuegoconsumiría la madera de plata de los árboles.

Márkel sintió que el mundo se oscurecíade repente. ¡El Bosque de Cristal! ¡Círith![Cerina! Tejón había llevado allí a sus amigos,pensando que estarían seguros. De nada ser-viría haber llegado tan lejos si los caballerosconseguían derrotar a los centauros. Por unmomento quiso echar a correr, escapar de laciudad y avisarles del peligro antes de que fue-ra muy tarde.

-Destruirán el bosque y quemarán los cam-pos -continuó el estudioso desesperado- y noquedará ya ningún rastro de magia en la tierra.

Los chicos se miraron abatidos.-En el fondo, siempre han temido el poder.

de todo aquello que no pueden entender. Poreso crearon la Ciudad de Hierro, por eso tra-taron de acabar con los dragones.

Márkel se puso de pie y golpeó con frustra-ción un estante, haciendo volar pergaminospor todas partes. Por un instante vio de nuevolas llamas en medio del campo de árboles-haday escuchó el grito de la madera al ser consumi-da por el fuego. Vio a su padre esforzándosepor combatir el incendio, lo vio tomando elmartillo del caballero que había logrado tum-bar de su montura y tratando de defenderse.Bran nunca se habría rendido. .

-Tenemos que encontrar a los dragones-dijo convencido-o Tenemos que encontrar-los y salvar a los centauros.

Arhín levantó la cabeza.-¿Encontrar a los dragones? -preguntó.-Un juglar amigo mío me dijo que quizás

usted podría saber dónde encontrarlos.El estudioso asintió.-¿Podría ayudamos, por favor?Los ojos de Arhín se iluminaron de repente.-Vengan conmigo -dijo.

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Capítulo 11La corte de los ladrones

"AJ norte +habla dicho Arhín-, másallá de las montañas". Márkel estaba suspendi-do sobre la calle, a punto de llegar al otro ladode la cuerda, cuando los caballeros que cui-daban el museo lo vieron y dieron la alarma.Rapaz se apresuró a ayudarlo y los dos chicoscorrieron por las escaleras. Márkel se preguntócon amargura cuántas veces había tenido queescapar corriendo desde que había empezadosu aventura. Demasiadas.

Llegaron a la puerta justo antes que los ca-balleros y corrieron hacia la calle más cercana."Al norte". El estudioso había pasado añosbuscando a los dragones por todo el mundo,

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como Gato Gris. Había viajado con el juglara -los Pantanos del Sur y, cuando éste habíaregresado con Cisne, había buscado en las Pla-nicies de Sal y en el Mar de los Tritones sin en-contrar nada. Rapaz dio una vuelta repentinaen una esquina y Márkel corrió tras ella.

Uno de los caballeros tropezó y su armadu-ra golpeó con fuerza el suelo. "Más allá de lasmontañas". Le había tomado años al estudio-so averiguar que los bárbaros de hielo habíanvisto a un dragón sobrevolando las montañasdel norte. Rapaz guió al chico a través de va-rios pasajes angostos hasta una avenida llenade gente. Pasaron entre los transeúnte con unesfuerzo, mientras los caballeros trataban deapartarlos.

"Van a marchar hacia el bosque c ntra loscentauros". Las palabras de Arhín resonabanaún en la m moria del chico. Un segundo gru-po de caballeros apareció d repente delantede ellos cuando dejaron la avenida. No habíadónde correr, no había dónde e conderse.Márkel sacó el martillo de su padre con la in-tención de defenderse. Rapaz se encaró a loscaballeros y empezó a insultados, tirándolespiedras que recogía del suelo, pero éstos no seinmutaron y continuaron avanzando.

Estaban perdidos. De repente, alguien arro-jó una esfera de cristal a sus pies y ésta estalló,llenando d aire de humo. Los dos chicos tosie-ron asustados. Una forma oscura se aproximóa ellos en In di d la confusión y los tomó de

la mano, alejándolos del peligro. Los caballe-ros gritaban mientras intentaban alcanzarlos.El extraño los condujo a toda prisa hacia unacalle cercana y se perdió con ellos en la oscu-ridad.

Márkel no tuvo tiempo de preguntarsequién era su misterioso salvador o a dónde losconducía. Sólo pensaba en lo que el estudiosohabía dicho. Tenía que ir al Bosque de éristalpara avisarles a sus amigos del peligro, y lue-go más al norte en busca de los dragones. Elextraño siguió corriendo con los chicos de lamano, hasta que el tumulto y el ruido queda-ron atrás.

Márkel y Rapaz tosían aún por el humo. Elextraño les permitió descansar un momento yse dirigió al extremo de la calle, para compro-bar si habían perdido a sus perseguidores. Már-kel se acercó a su amiga con un gesto preocu-pado. Cuando el extraño regresó, el chico sepU,so frente a ella para protegerla, pero Rapazprotestó diciendo que no necesitaba que na-die la defendiera.

La chica dio un paso al frente con los pu-ños en alto.

-Muy bien, amigo -dijo Rapaz con unaexpresión amenazante 'que Márkel encontrómuy divertida=, nos vas a decir quién eres oyo misma te vaya dar una paliza que no vas aolvidar nunca.

, El extraño retrocedió unos pasos.

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-¿Sabes lo que hacemos los ladrones conlos extraños?

De repente, la figura retiró la capucha quele cubría la cabeza, revelando un rostro joveny sonriente.

-¿Gorrión? -preguntó Márkel asombrado.El juglar hizo una reverencia y el chico co-

rrió aliviado a sus brazos. Bajo la capa gris quelas cubría, podían adivinarse las coloridas ro-pas del juglar,

Márkel quiso contarle todo lo que le habíapasado, pero Gorrión le indicó con gestos queya lo sabia. El chico comprendió entonce quesu amigo lo había seguido desde el comienzode su viaje, Había sido su arpa la que habíaoído en sueños mientras dormía al lado del ca-mino y había id él quien había conseguidoque entrara a la ciudad.

-¿Tú libera te a los grifos?El juglar asintió y Rapaz soltó una carcajada.

Márkel le contó a Gorrión todo lo que habíadicho Arhín en el Museo. El juglar pareciómuy preocupado por las noticias del ataqueque planeaban los caballeros y les indicó congestos a los chicos que debían encontrar la for-ma de abandonar la ciudad de inmediato. Noiba a ser fácil. La noticia de su huida se habíaextendido por las calles y todos los guardiaslos estaban buscando.

-Hay una manera de salir sin que nadie sedé cuenta +dijo Rapaz de improviso-, perovan a tener que confiar en mí.

El juglar y el chico se miraron un instantey asintieron. Rapaz sacó de su capa dos trozosde tela negra y se los entregó para que se cu-brieran los ojos. Gorrión dudó un instante,pero Márkel lo animó y los dos se amarraronlas oscuras vendas alrededor de la cabeza. Lachica comprobó que no pudieran ver nada yluego los tomó de la mano,

Recorrieron los pasajes de la ciudad lenta-mente, a veces cruzando hacia un lado, a veceshacia el otro, hasta que ninguno de los dossupo dónde se encontraban. Márkel sentíaque daban vueltas y vueltas en el mismo lugar,y se preguntó si no sería la ciudad la que semovía p co a poco en torno a ellos. Súbita-mente, se detuvieron. Rapaz les ordenó queesperaran tranquilos y se alejó algunos pasos.

El juglar y el chico oyeron que hablaba ensusurros con un hombre. Un momento des-pués varios pares de botas se acercaron a ellosy los condujeron a través de una puerta. Laentrada era muy baja y Gorrión se golpeó enla cabeza al entrar, lo que hizo que Rapaz sol-tara una risita. Alguien abrió una escotilla enel suelo y luego los guiaron por una empinadaescalera que se hundía en lo profundo de laCiudad de Hierro.

Cuando finalmente llegaron a su destino,Rapaz volvió a pedirles que esperaran y se ale-

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jó con las p r nas qu 1 habían ayudada bajar. El aire d 1r cint ra húrn do y líamal. Gorrión y Márkel e s ntaron a p raren el suelo. Estaba frío y par cia s r d r ca.Tras un largo rato, la chica r gres' y le dioperrni o de quitar e la venda d lo oj s.

Márkel y Gorrión parpadearon varias vecepara ac stumbrarse a la luz. Se encontrabanen una larga bóveda subterránea, iluminadapor antorchas de gas. Varios hombres y muje-res los miraban con desconfianza. Todos lleva-ban capas como la de la chica y Márkel supuso

qu e trataba también de ladr nes. Un viejocon una larga barba blanca contaba un mon-tón d monedas s bre una mesa, mientras unamujer r chancha trataba de abrir un cofre conla punta de un cuchillo.

Rapaz abrió los brazos con una sonrisa ydijo:

-¡Bienvenidos a la corte de los ladrones!Frente a ellos, en medio de la caverna se,

alzaba un curioso trono de madera y sobre élse sentaba un hombre gordo con una larga ci-catriz en el rostro. A su lado un ladrón de ojos

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saltones jugaba con una larga espada curva,mientras una mujer de largas piernas cargabauna curiosa ballesta. Márkel pensó preocupa-do que quizás en la corte de los ladrones habíatambién algunos asesinos.

-Bienvenidos -dijo el hombre gordo conuna pequeña reverencia.

El chico y el juglar se apresuraron a incli-narse también.

-Soy Halcón Nocturno, rey de los ladro-nes -su mirada recorrió la estancia-s, y estospobres miserables s n mi corte.

Los ladrones vitorearon y gritaron impro-p ri s. Cuando el hombre levantó las man ,t dos callaron de inmediato.

-Rapaz me dice que p s en cierta infor-mación que y p d ría encontrar interesante-dijo sonriendo-o ¿Es ciert eso?

Márkel miró a la chica preguntándose cuán-to había revelado ya y si realmente p día e n-fiar en ella. No sabía qué harían los ladronescon la información del ataque que planeaban1 s caballer s o lo rumor s de un dragón enel norte. Dudó por un momento, pero RapazLe hizo un ge to afirmativo con la cabeza. Elchico decidió confiar en ella.

-Es cierto -asintió y le contó al rey todolo sucedido y lo que habían averiguado en elMuseo de Magia.

Halcón Nocturno oyó la historia de Márkelcon atención. Algunos de los ladrones grita-ron indignados al oír del ataque a Fanador,

mientras otros sacaron sus cuchillos jurandocortarles la garganta a todos los caballeros.Cuando el chico terminó su historia, un airede inquietud flotaba en la corte de los ladro-nes. El rey permaneció en silencio por unmomento, reflexionando sobre lo que habíaoído.

-Si es verdad lo que me cuentan, se aproxi-man tiempos difíciles para todos.

Pasó la vista por el salón y sus cortesanosinclinaron la cabeza en señal de respeto. Lue-go se volvió hacia Márkel y sus amigos.

-Pueden contar con mi ayuda y la de todoslos ladrones +dijo.

Un gran griterío de entusiasmo se elevó denuevo en la corte y Rapaz se volvió sonriendohacia el chico.

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Capítulo 12Compañeros de viaje

Halcón Nocturno y sus hombres guia-ron a Márkel y sus amigos a través de los túne-les y drenajes de la Ciudad de Hierro. Muchosde los conductos habían sido excavados hacíamucho y ya nadie recordaba para qué servían.Varias veces tuvieron que esperar mientrasuno de los túneles se inundaba poco a pococon un agua turbia y llena de óxido y poste-riormente volvía a vaciarse. El techo de lossubterráneos se estremecía a medida que laciudad se transformaba y extendía sus muroshacia la llanura.

Márkel les preguntó a los ladrones cómohacía la ciudad para moverse y cambiar de

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f rma, per ést s s enc gi ron d h mbros.S' lo abían qu había dificio Uen s d ma-quinaria y un jércit d pri ioner s y sclavosalimentando la calderas. El chico p n ó unav z más n su padre y en los demás habitan-tes d Fanador. Se preguntó si [úniser y Plathabrían sido obligados a trabajar como los de-más, y resolvió no decirle nada a Cerina acercade la horrible ciudad.

Los ladrones se detuvieron al final de unlargo dueto y abrieron con cuidado una grue-sa escotilla m tálica que les obstruía el paso.

Cuando el grupo terminó de cruzar, volvierona cerrada tras ellos. Márkel pensó con inquie-tud en Círith y lo juglares que esperabantranquilos en el Bosque de Cristal, sin sospe-char las intenciones de los caballeros.

-Estás pensando de nuevo en tus amigos,¿verdad? -preguntó Rapaz, acercándose a él.

Márkel asintió, y la chica lo tomó de lamano y se la apretó con fuerza.

-No te preocupes -le dijo sonriendo-oTodo va a estar bien.

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El chico la miró agradecido. Habían pasa-do varios días juntos y no se había dado cuen-ta de que tenía los ojos verdes. Permanecieronun instante tomados de la mano viéndose mu-tuamente, pero Rapaz lo soltó de repente y co-rrió en busca de Halcón Nocturno, quitandode su camino a los demás y maldiciendo envoz baja. Gorrión sonrió a sus espaldas.

Los ladrones los llevaron a lo largo de unaenorme cisterna y luego por un conducto deaire caliente que parecía dirigirse hacia la su-perficie. Márkel trataba de pensar en Círithy los demás, pero se entía muy confundido.Rapaz iba al frente con Halcón Nocturno. Losladr n se detuvieron y abrieron la última es-cotilla que les cerraba 1 paso. El aire frescodel exterior par cía llamados desde lejos.

Halcón Nocturno y sus hombres los con-dujer n hasta la b ea del túnel. La ventila so-bresalía del muro ext rior de la ciudad variosmetr sobre el suelo. Abajo las Grandes Lla-nuras s extendían al infinito. Márkel miró alo lejos: muchas leguas al norte los esperaba elBosque de Cristal y más allá las montañas, yquizás la guarida de los dragones.

Sus guías amarraron una larga cuerda a laescotilla y la dejaron caer hacia el vacío. Már-kel les dio las gracias y se inclinó respetuosoante el rey de los ladrones. Había cumplido supalabra y los había llevado a salvo a través delos túneles. Además había ordenado que lle-

naran sus bolsas con provisiones para el viaje.( iorrión hizo también una reverencia.

De improviso, Rapaz se lanzó a los brazosde Halcón Nocturno.

-Vamos -dijo el hombre a la chica con unavoz repentinamente dulce-, será divertido.

Rapaz sonrió y el ladrón se volvió haciaMárkel.

-Sabes lo que te haré si algo le pasa a mihija, ¿verdad?

Antes de que el chico pudiera contestar,Rapaz se soltó de los brazos de su padre y sedeslizó por la cuerda como un rayo hasta elsuelo. ¿La hija del rey de los ladrones? Már-kel miró confundido al juglar, pero Gorriónsólo se encogió de hombros y fue tras ella. Elchico dudó un instante. ¿La hija del rey de losladrones? Sus amigos lo esperaban al pie de lamuralla. Márkel tomó la cuerda con un suspi-ro y descendió también, sin poderlo creer deltodo.

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El túnel de ventilación daba hacia el noroes-te de la ciudad, justo donde comenzaban laspeligrosas Planicies de Sal. Márkel, Rapaz y

orrión tuvieron que dar un largo rodeo al-rededor de los muros metálicos para hallar el

amino del Norte. Los grupos de caballerosque patrullaban en las murallas habían au-mentado, y los tres amigos tuvieron que avan-

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zar lentamente, intentando ocultarse entre lasrocas que surgían de la árida llanura como afi-lados dientes de piedra.

Rapaz guiaba al grupo de escondite en es-condite, evitando a los caballos y a sus oscurosjinetes. Gorrión y Márkel corrían temerosostras ella, atentos a cualquier peligro. La Ciu-dad de Hierro se alzaba imponente a su dere-cha, moviéndose de un modo casi impercepti-ble. Parecía extender sus muros hacia el nortec mo si quisiera atraparlos y Márkel e pre-guntc con tri teza si algún día la ciudad cubri-ría toda la xtensión de las Grandes Llanuras.

Llegaron al Camin d 1 Norte p co antesde que cayera la noche y ocultar n entreunas zarzas moribundas, a p ca distancia delas puerta de la ciudad. Esp raron c ndi-dos hasta qu poco a poc ncendieron lasant rchas de gas n las alm nas y la patru-llas de caballero e hici ron cada vez menosfr cuente . Finalmente la grandes puertas secerrar n e n un struendo d ngranaj s y ea-d na.

G rrión salió con cuidad de su scondi-te y luego 1 hizo seña a lo chicos para quese reunieran con él. La luna no había salidotodavía entre las nubes y el camino se confun-día con las sombras del llano. Márkel recordóincómodo el día en que Rapaz había robadosu bolsa y él había caminado en la oscuridad,hasta caer rendido de! cansancio. Ahora ellaestaba a su lado, dispuesta a acornpañarlo has-

ta los confines del mundo. El chico no supoqué sentir.

Gorrión sacó de su capa una esfera de cris-tal y ésta brilló suavemente iluminando e!sendero. Rapaz sonrió sorprendida. Los tresamigos se pusieron en marcha hacia e! norte,rumbo al Bosque de Cristal.

Caminaron y caminaron a través de unmundo en sombras, hasta que e! alba comen-zó a rayar en e! este. A medida que avanzaban,la llanura se había vuelto cada vez más fértil,las oscuras nubes que cubrían la Ciudad deHierro habían desaparecido a lo lejos y la som-bra de los árboles empezaba a recortarse con-tra e! cielo. Gorrión halló un pequeño clarooculto tras una colina y allí se detuvieron paradescansar.

Mientras dormía, Márkel soñó de nuevocon su padre. Lo vio alimentando una enormecaldera que abría y cerraba las fauces como sifuera un monstruo. El vapor y e! fuego llena-ban la estancia. Bran trataba de alejarse de lacaldera, cubriéndose el rostro con las manos,pero el fuego lo consumía sin remedio. El chi-co despertó asustado cuando el sol ya 'estabaalto en e! cielo.

Durante casi una semana continuaron ca-minando rumbo al norte, deteniéndose ape-nas para comer y dormir, a pesar de las cons-tantes protestas de Rapaz. La chica afirmabaentre improperios que tenía tantas ampollasen los pies como si los caballeros la hubieran

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hecho bailar sobre carbones ardientes. Márkeltrató de ocultar una sonrisa, pero Rapaz se diocuenta y lo golpeó con fuerza en el brazo.

-Ni una sola palabra -dijo refunfuñando yamenazándolo con el dedo.

La chica se alejó a grandes zancadas porel camino, y Márkel y Gorrión tuvieron quecorrer para alcanzada. La primavera había lle-gado en todo su esplendor y el perfume delas flores impregnaba el aire. Márkel intentódisculparse con su amiga una y otra vez, peroRapaz lo ignoró sin musitar palabra y siguiócaminando, levantand el mentón. El chicomiró a Gorrión en busca de ayuda, pero el ju-glar se limitó a sonreír.

Cuando cayó la noche, se detuvieron final-m nte cerca d un pequeñ arroyo para acam-par. El ruid del agua se mezclaba con la brisaqu oplaba ntre los pinos. Márkel encendióun fuego y 1 tres e reuni r n junto a la ho-guera para bservar la llamas y di frutar de lan che tranquila de la Grandes Llanuras.

G rrión acc u arpa de madera de platay comenzó a tocar. Las notas dulces del ins-tru mento parecían elevarse hacia el cielo des-de lo dedos del juglar, convirtiéndose en unhechizo. Rapaz jamás había oído una músicamás bella. Los juglares no eran bien recibidosen la Ciudad de Hierro y hacía tiempo que sushabitantes habían olvidado las antiguas melo-días que alguna vez les habían enseñado losdragones.

La chica cerró los ojos y disfrutó del hechi-zo del arpa. Márkel la veía desde el otro ladodel campamento sin poder apartar la miradade ella. Cuando terminó la canción, los ojosde los dos chicos se encontraron y brillaronun instante como estrellas, antes de apartar lavista avergonzados. 123

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Capítulo 13El Bosque de Cristal

Al día siguiente el cielo amaneció des-pejado y una suave brisa soplaba desde el nor-te. Rapaz parecía de muy buen humor y sedivertía contándole a Gorrión todo lo que leharían los caballeros si algún día lo atrapaban.El juglar parecía algo pálido y desalentado.Márkel sonreía mientras preparaba el desayu-no con las provisiones que les habían dado losladrones. Al parecer la chica ya lo había per-donado.

Comieron sentados junto a los restos delfuego y luego volvieron a emprender la mar-cha. Rapaz le preguntó a Gorrión si aún falta-ba mucho para llegar al Bosque de Cristal y

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el juglar le indicó con gestos que quizás sóloun día o dos. Márkel se alegró al enterarse.Debían avisarles a los centauros del ataque delos caballeros y después tenían que hallar lamanera de atravesar las montañas para encon-trar al dragón.

El chico ansiaba reunirse de nuevo con Cí-rith y los demás en el bosque, pero cada vezse sentía más confundido por la presencia deRapaz. Luego de despedirse de Círith no ha-bía podido dejar de pensar en ella, pero aho-ra la ladrona parecía ocupar todos sus pensa-mientos. La chica caminaba aliado del juglar,jugand con una de sus coletas, y Márkel nopudo evitar sonreír.

Marchar n toda la mañana animados porel 01 y el cant de los pájar . Incluso Rapazd jó d qu jars . N mediodía se detuvi ronen un bosquecillo de haya al lado del cami-no para alm rzar. Márkel y Rapaz s sentaronjuntos y compartí ron algun s frutos secosy bayas que habían ncontrado cerca del ríola noche anterior. Gorrión volvió a tomar suarpa y tocó una tonada alegre que hizo pensaral chico en el color de las flores y las nubes enel cielo.

Cuando volvieron al camino, el juglar viovenir desde lejos a un jinete en dirección con-traria. Su capa oscura flotaba con el viento.Rapaz quiso esconderse y tiró de la mano deMárkel, pero el jinete ya los había visto. De-tuvo el caballo un instante cuando pasó a su

lado y siguió su camino al galope. Había algosiniestro y amenazador en él y Gorrión les in-dicó con gestos que tenían que apresurarse.

No volvieron a hablar en toda la tarde. Ca-minaron lo más rápido que pudieron, inclu-so después de que se ocultó el sol y tuvieronque alumbrar el sendero con la mágica esferade cristal del juglar. Caminaron y caminaronhasta que ninguno de los chicos pudo dar unpaso más. Sólo entonces Gorrión les permitiódescansar entre un grupo de arbustos, pero noquiso encender un fuego, por temor a que losdescubrieran.

Pasaron la n che asustados y muertos defrío. Márkel se despertó varias veces creyendooír ea cos de caballos, pero sólo se oía el ruidodel viento en las copas de los árboles. Rapaztampoco podía dormir. Márkel se acercó a ellay la tomó de la mano para darle ánimo. Lachica trató de sonr ír, pero sus labios tembla-ban. Gorrión hacía guardia un poco más lejos,vigilando el camino que venía de la Ciudad deHierro.

A la mañana siguiente, sin embargo, nohabía rastro de que alguien los siguiera. Elsol segu ía brillando en el cielo y la primaveracolmaba el aire con su perfume. A pesar detodo, ninguno de los tres quiso perder tiempoy volvieron a ponerse en marcha tan prontocomo pudieron. La llanura parecía desierta ylos amigos caminaron sin detenerse. Una ban-

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dada de grifos pastaba tranquila en un pradocercano.

Poco a poco el paisaje se volvió más bosco-so y los chicos vieron entre las hayas y los sau-ces los primeros árboles de cristal. Los troncosde madera de plata eran oscuros y brillantes, ylas hojas plateadas, casi blancas. De las ramasmás altas colgaban los afilados cristales queles daban su nombre a los árboles, reluciendocon un tono azulado.

Márkel y Rapaz estaban fascinados. Go-rrión los condujo a una pequeña colina allado del camino y desde allí pudier n ver p rfin el Bo que de Cristal, brilland como unajoya azul, plateada y oscura al pie de las mon-tañas del norte. Habían 1 grado llegar a salvd spués d todo y lo dos chic s sonrieron ali-viado . Márkel se acercó a Rapaz y s inclinéhacia Ha, pero en es m mento 1 juglar sevolvió hacia 1sur con xpresic n preocupada.

A lo lejo una espesa nub de p lv s ele-vaba obre el camino.

Gorrión bajó corriendo la colina con los chi-cos de la mano. Tenían que llegar al bosqueantes que los caballeros o estarían perdidos.Volvieron al camino y emprendieron la carre-ra hacia el norte. Sus enemigos todavía esta-ban lejos, pero no tardarían en darles alcance.El juglar miraba una y otra vez hacia atrás y

animaba a los chicos con gestos para que seapresuraran.

Por casi una legua no escucharon más quesus respiraciones agitadas y el sonido de suspropios pasos, pero luego empezaron a oír elestruendo de los caballos tras ellos. Las herra-duras de hierro golpeaban con fuerza las pie-dras, haciendo temblar el mundo. Sus perse-guidores se acercaban implacables, como unamarea oscura de ruido y metal.

Márkel corría tan rápido como podía. Eraabsurdo que los caballeros fueran a atrapadosestand tan cerca de su destino. El linde delbosque parecía acercarse con cada paso quedaban. El chico sentía que le faltaba al alien-to. Si no lograban avisarles a los centauros, loscaballer s los tomarían por sorpresa y destrui-rían el bosque como lo habían hecho con Fa-nador. Tenían que seguir, tenían que correr apesar del cansancio.

Cuando alcanzaron los primeros árboles, elruid de las armaduras y los arneses se habíaconvertido en un terrible estruendo. Conti-nuaron corriendo, desesperados, tratando deinternarse en el bosque. Rapaz tropezó conuna raíz y cayó al suelo, y Márkel corrió a ayu-darla. Los árboles se estremecían con la cargade los caballos. Gorrión saltó hacia los chicosy trató de protegerlos con su cuerpo.

Márkel miró sobre los hombros del juglar y.vio a los caballeros abalanzándose sobre ellos.Rapaz lloraba en sus brazos. Ya no había nada

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que hacer. De pronto un grupo de centaurosarmados pasó a su lado como una exhalación ychocó de frente contra los caballeros. Gorrióncubrió la cabeza de los chicos con las manos.La conmoción sacudió el bosque y los cristalestintinearon en las ramas.

Los tres amigos se pusieron en pie lenta-mente y observaron la batalla que tenía lugarfrente a ellos. Las lanzas de cristal y maderade plata de los centauros atravesaban las grue-sas armaduras de los caballer s como si noexistieran. Muchos habían caído ya durantela primera embestida y se arrastraban heridoshacia los limites del bosque. Lo centaurosmovían de un lado para otro, esquivando losmartillos de sus enemig s y acosándolo consus arma y su cascos.

Los caballer , no b tante, n e rendíany golpeaban a 1 s centauro una y otra v z e nu martill . Un caballero alcanz a una d

la criatura justo en medio d la pata y é tacayó al uelo malherida. Otr saltó sobr el10m de un c ntaur y d cargó u martille n fuerza sobr u espalda humana. Rapazsolté un grito de espanto cuando 1 vio des-plomarse sin sentido.

Poco a poco los caballeros retrocedieronhasta salir del bosque y emprendieron la hui-da. Los centauros habían conseguido ahuyen-tarlos, pero tres de los suyos estaban heridosde gravedad. Algunos de sus compañeros seinclinaron junto a ellos y los ayudaron a cami-

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nar hacia el bosque. Los demás se reunieron yse aproximaron a los tres amigos con las lanzasen alto.

Márkel y la chica no habían visto jamás aun centauro y los contemplaban con la bocaabierta. Eran criaturas enormes, de piel azu-lada y largas orejas puntiagudas. La parte infe-rior tenía un espeso pelaje azul oscuro, mien-tras que el torso humano estaba adornado conextraños tatuajes blancos. Tenían el cabellolargo y oscuro y sus ojos parecían mirarlos des-de un tiempo muy lejano.

Gorrión hizo una amplia reverencia y loschicos lo imitaron. Uno de 1 s centauros seadelantó y respondió a su saludo inclinando lacabeza. Los ob ervó un momento en silencioy dio una orden a sus compañ r s en un len-guaje que ninguno de los tres pudo entender.Algunas de las criaturas e dirigieron cabalgan-do a la espesura. El centauro e volvió haciaellos de nuevo. .

-Vengan conmigo -dij con una voz pro-funda-o Mi señor, Ojos de Luna, deseará ha-blar con ustedes.

Capítulo 14El señor de los centauros

E1 Bosque de Cristal estaba iluminadopor una luz azul, casi verde. Los centaurosguiaron a Márkel y sus amigos por senderosocultos entre el follaje que nadie más que ellosconocía. Los troncos oscuros y brillantes delos árboles relucían como joyas entre las som-bras. La extraña música que flotaba en el airele recordaba al chico el canto melancólico delos árboles-hada.

La espesura se elevaba cada vez más, for-mando una cúpula de hojas blancas por don-de se colaban juguetones los últimos rayos delsol. Márkel y Rapaz avanzaban sin decir nada,tomados de la mano corno en un sueño. Todo

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el cansancio que habían sentido durante elviaje y su escape de los caballeros parecía ha-ber desaparecido en un momento.

Se internaron poco a poco en el bosque,hasta que se puso el sol y la noche se adentrórevoloteando entre las ramas. Los centauroscaminaban sin que sus cascos hicieran másruido que el soplo del viento sobre la hierba.Márkel y sus amigos se sentían terriblementetorpes a su lado. Gorrión encendió su esferade cristal para no perder el camino.

De improviso, la espesura comenzó a abrir-se y aparecieron entre los árboles unas ele-gantes con trucciones de mármol blanco. Portodas partes había delgadas columnas que sos-tenían altos arcos de filigrana. L s c ntaurosno tenían ca as ni edifici ; us c nstruccio-n s parecían jugar e n el paisaje, inventandonueva formas que lueg se disipaban util-mente en el vacío.

Mientras pasaban entre los minaretes y los ar-cos, vari s e ntaur se acercar n para vedascon sus grande ojos curias . Rapaz sonreíaembelesada. Las criaturas los guiaron haciaun enorme claro rodeado de un círculo de co-lumnas. Tejón y Corl los esperaban a la entra-da con expresión preocupada. Márkel corrióhacia el juglar y éste lo recibió con un fuerteabrazo.

-Es bueno verte, chico -dijo Tejón son-riendo.

Gorrión y Rapaz se acercaron también yel juglar los recibió amablemente. No hubotiempo para que Márkel y sus amigos les con-taran a los dos hombres sus aventuras.

-Ahora tienen que ver al señor del bosque-dijo Tejón con seriedad y los guió hacia elcentro del claro.

La magia parecía respirarse en el aire. Enmedio del prado había un enorme centaurocon una corona de hojas blancas y un grancuerno de oro colgando de un costado. Sus ex-traños ojos de plata parecían mirar hacia ellossin vedas. Los centauros que los acompaña-ban se inclinaron respetuosos ante la hermo-sa criatura. Gorrión y los chicos los imitaronpresurosos.

El gran centauro avanzó hacia ellos y losmiró uno por uno atentamente, inclinando lacabeza hacia un lado y hacia el otro como sioyera una voz misteriosa en el viento. Márkelse vio a sí mismo en sus extraños ojos platea-dos y le sorprendió lo mucho que había cam-biado desde que había dejado Fanador. Le diola impresión de que era más alto y más fuerte,y quizás más decidido. Bajó la vista asustado.

El centauro sonrió por un instante.-Bienvenidos -dijo después de un mo-

mento, y su voz fue como el canto de un arro-yo en medio de la noche-o Soy Ojos de Luna,el señor del bosque.

Por un instante pareció que los árboles seestremecían y el viento soplaba con más fuer-

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za. Márkel y sus amigos volvieron a inclinar-se en señal de respeto. Luego el chico dio unpaso al frente.

-Señor -dijo y su voz tembló ligeramente,pero luego adquirió más firmeza-o Traigo te-rribles noticias.

Márkel le contó al señor de los centaurostodo lo que Arhín les había dicho. Le explicóque los caballeros pensaban atacar el bosque,que sus tropas estarían allí muy pronto. Losmuros de la Ciudad de Hierro se extenderíanpoco a poco sobre el mundo y acabarían conla magia y los bosques. Debían prepararse paraluchar contra los caballeros o todo estaría per-dido.

Tejón y Corl miraron a Ojos de Lunapre cupados, mientras los demás centaurosse m vían inquieto. El señor del bosque, sinembargo, se limitó a' observar a Márkel consus profundos ojos de plata, com esperandoque terminara su historia.

El chico le habló entonces de los rumoresque el estudioso hab'ía oído acerca de los dra-gones. "Al norte, más allá de las montañas",en la tierra de los bárbaros de hielo. Si enrealidad quedaba algún dragón en el mundotenían que encontrado y conseguir su ayudaantes de que fuera muy tarde.

-Debo ir en su busca -dijo Márkel porfin-o Debo ir en su busca sin importar lo quepase,

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La voz del chico se quebró en un sollozo.El centauro se acercó lentamente a él y le tocóla frente. Márkel sintió que la paz del bosquelo invadía y lo llenaba de esperanza. Por unmomento vio a su padre de nuevo, vio a [úni-ser y a Plat, vio a Círith, vio a Gorrión y a losjuglares; vio a Rapaz sonriendo a su lado. Dealguna forma extraña supo que todo estaríabien al final.

-El chico y sus amigos continuarán su ea-min -dijo Ojos de Luna, volviéndose hacialos demás y su voz sonó como un río enfureci-do-o Los demás marcharemos a la guerra.

Tomó entonces el cuerno de ro y soplócon todas sus fuerzas. Una la n ta se elevós bre el bosque hacia la noche, una sola llama-da a 1 s centauros y a lo hombres, para qudef ndieran el bosque y alvaran al mund

Los días qu siguieron al ncuentr con Ojod Luna fueron muy agitado. Aunque los ca-balleros gurament retrasarían su ataque,ahora que los centauros e taban sobre aviso,no había tiempo que perder. Hombres y cen-tauros corrían de un lado para otro, alistandosus armas y pertrechos y tratando de organizarla defensa. Ojos de Luna, Tejón y Corl super-visaban los preparativos.

El juglar había conducido a Márkel y susamigos al campamento de los sobrevivientes

de Fanador, donde Círith y Cerina los espe-raban ansiosas. El chico había corrido a abra-zarlas y los tres habían llorado de emoción alverse. Círith, no obstante, había parecido algodistante y Márkel no había sabido muy biencómo hablarle de Rapaz y lo que sentía porella.

Al día siguiente, la noticia del ataque de loscaballeros había corrido por el campament; ytodo el mundo se encontraba en un estado deexcitación. Tejón apareció muy temprano y lesinformó a Márkel y a Rapaz que en dos díaspartirían de nuevo hacia el norte, para buscaral dragón que Arhín había mencionado. Go-rrión, como siempre, iría con ellos.

-Quizás encuentren a los dragones antesde que todo termine -dijo Tejón, sonriendotristemente- y entonces no tendremos queluchar.

Entre la proximidad de la batalla y los pre-parativos para continuar su viaje, Márkel ape-nas tuvo tiempo de contarles sus aventuras asus amigos de Fanador o visitar las maravillasdel Bosque de Cristal. Tampoco pudo ver denuevo a los juglares, pues Tejón los había en-viado hacia el sur para reconocer el terreno.El chico lamentó no haber podido hablar unavez más con Gato Gris para darle las graciaspor su consejo.

La noche antes de partir, Círith fue a bus-car a Márkel y le dijo que quería hablar con él.El chico miró a Rapaz indeciso, pero la ladra-

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na hacía un esfuerzo por ignorados y se con-centraba en preparar su equipaje.

-Está bien -dijo Márkel tímidamente.El chico y Círith se alejaron del campamen-

to de los sobrevivientes y se internaron en elbosque. La última vez que se habían separadohabía sido en el Camino del Este, cerca de unarroyo. Círith lo había abrazado tan fuerte,que había sentido que perdía el aliento. Aho-ra, sin embargo, se veía más triste que antes.

Márkel quiso consolada; quiso decide quetodo estaría bien, que volvería muy prontocon el último de los dragones. La chica no qui-o oído. Había algo más. Círith le contó casi

llorando 1 difícil que había ido el caminohacia 1 norte y lo sola que e había sentido.Le dijo cómo Larok la había ayudad y habíaestado con ella mientras atravesaban los Eria-le Grises. Despué s pus a sollozar.

El chico al fin lo comprendió todo. Círithestaba enam rada de Larok y se s ntía culpa-ble p r ello. Márkella tranquilizó sonriendo yle habló por fin de Rapaz. Le contó cómo sehabían conocido y Círith no pudo evitar reírsecon la historia de los unicornios y el árbol. Elchico 1 contó todas sus aventuras; cómo ha-bían escapado de los caballeros y cómo habíandescubierto sus planes. Le habló de HalcónNocturno y del largo camino hacia el norte.

Cuando regresaron al campamento lue-go de despedirse, Círith se alejó en busca deLarok y Márkel volvió con Rapaz. La chica se

había quedado dormida con la punta de unade sus coletas naranja entre los dedos. El chi-co sonrió y la cubrió con una manta. Al díasiguiente partirían de nuevo, más allá de lasmontañas, en busca de los dragones.

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Capítulo 15Los picos nevados

Márkel, Gorrión y Rapaz se levanta-ron muy temprano. La bruma del amanecercubría el Bosque de Cristal, dándole un aspec-to fantasmal. Los tres amigos prepararon suequipaje en silencio. Los centauros habían lle-nado sus bolsas con provisiones y les habían.regalado gruesos mantos de piel para prote-gerse del frío en las montañas. Ahora que notenían que ocultarse de los caballeros, el juglarllevaba de nuevo su largo báculo de madera deplata.

Una vez que estuvieron listos, Gorrión ylos chicos fueron en busca de Tejón y Ojos deLuna. El juglar y el señor. del bosque los espe-

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raban en el círculo de columnas con un grupode centauros jóvenes. Cerina estaba tambiéncon ellos. La mujer abrazó a Márkel con fuer-'za y luego se alejó llorando, dejando al chicomuy apenado. No le había dicho nada sobre laciudad o los mellizos, pero Cerina había adivi-nado muchas cosas.

Cuando se hubo marchado, Tejón tomó lapalabra.

-Es la hora de la partida -dijo sonrien-do-o Ojos de Luna ha ordenado a sus cen-tauros más veloces que los conduzcan hasta elextremo del bosque.

Las jóvenes criaturas inclinaron la cabezaen señal de saludo y los tres amigos les respon-dieron con una sonrisa.

-Tengan cuidado -continuó el juglar-oLos caminos de las montañas son peligrosos.

Tejón se volvió hacia Márkel.-Encuentra a los dragones, chico, y ven lo

má rápido que puedas.-Buena suerte -se despidió entonces Ojos

de Luna y su voz fue una cascada cantarina-.Que la paz del bosque los acompañe a lo largode sus viajes.

Los tres amigos se inclinaron ante él, agra-decidos. Luego los centauros se acercaron ylos ayudaron a subir a sus lomos. Márkel sesentía muy extraño tratando de montar a lacriatura como si fuera un simple caballo, peroel centauro encontraba la situación muy di-

vertida. Rapaz parecía encantada y conversabaanimadamente con su montura.

Márkel se volteó por última vez hacia Tejóny Ojos de Luna y levantó la mano en señalde despedida. Los centauros emprendieronentonces la carrera y el chico y sus amigos seagarraron con fuerza a sus hombros para nocaerse. Las criaturas galopaban tan rápido queparecían volar entre los árboles oscuros delBosque de Cristal.

Pronto dejaron atrás los últimos arcos y mi-naretes de mármol y se internaron en la espe-sura. Como en un sueño, Márkel vio a Rapazcabalgand sonriente sobre su centauro. Elmundo era apenas una colección de manchasborr sas que pasaban a su lado un instante yluego se perdían en la distancia. La luz del solse introducía por entre las ramas e iluminabalas hojas, creando un curioso diseño de lucesy sombras.

Se detuvieron al mediodía para comer algocerca de un arroyo, mientras los centaurosdescansaban. Habían recorrido por lo menostreinta leguas desde que habían dejado los úl-timos arcos de mármol. Rapaz decía emocio-nada que este había sido el viaje más diver-tido que había hecho en su vida. El chico sesorprendió observándola de nuevo y bajó lamirada.

Una hora después volvieron a emprenderla vertiginosa marcha hacia el norte. A pesar

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de la velocidad que llevaban, sólo alcanzaronlos límites de la espesura al caer la tarde. ElBosque de Cristal terminaba justo al pie de lasmontañas. Márkel vio los picos nevados ele-vándose sobre ellos y creyó desfallecer. ¿Cuán-tos días les tomaría atravesarlos? Los centaurosse inclinaron para dejarlos bajar de sus lomos,deseándoles mucha suerte en su viaje. Rapazle dio un abrazo a su montura y el joven cen-tauro pareció de repente muy apenado.

Las mágicas criaturas regresaron al bosquey desaparecieron como un rayo entre los árbo-les. Lo tres viajeros se acomodaron las bolsasa la espalda. Un sendero empinad subía ser-penteando ntre las r cas y se perdía algunosmetros de pués entr un grup de pino . Ha-cía frí . El viento soplaba desde la cumbresde las montañas, trayendo el olor blanco dela nieve. La cima de 1 pie s par cía inalcan-zable.

Gorrión tomó su báculo con un suspiro yguió a los chico lentamente hacia el norte.

Do días después de iniciar el ascenso, encon-traron la primeras nieves. Antes de internar-se entre los picos helados, Márkel se detuvoy miró hacia el sur. El Bosque de Cristal erasólo una mancha clara al pie de las montañas.A lo lejos las Grandes Llanuras se perdían enla distancia y un poco más allá alcanzaban a

verse las oscuras nubes de humo que cubríanla Ciudad de Hierro. El chico se preguntó unavez más qué habría sido de su padre y de. losdemás prisioneros.

El viaje hasta entonces había resultado bas-tante agradable. Rapaz parecía de muy buenhumor y hablaba y hablaba sin detenerse.Le había contado a Márkel muchas de susaventuras como ladrona y el chico se habíasorprendido de verdad al darse cuenta de lohábil y temeraria que era. Cuando se deteníana acampar, Gorrión tocaba su arpa y los chicoslo oían en silencio tomados de la mano.

Pronto la marcha e hizo cada vez más difí-cil. Los árboles nudosos que rodeaban el cami-no desaparecieron poco a poco y la montañase volvió cada vez más inhóspita. Gorrión y loschicos caminaban en fila entre la nieve, unotras otro, evitando aproximarse a los acantila-dos que se abrían a lado y lado del camino.Markel se imaginó con un escalofrío cómo se-ría caer por una de las afiladas gargantas.

Esa noche acamparon en un saliente deroca al abrigo del viento. Les tomó más de unahora encender una hoguera. A pesar de las ca-pas de piel que los abrigaban, Rapaz tiritabade frío y Márkel se sentó a su lado para tratarde calentarla. El viento soplaba cada vez conmás fuerza entre las rocas y pronto. empezó anevar. Los tres amigos dormitaron juntos cer-ca del fuego, que amenazaba con apagarse encualquier momento.

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Al día igui nte el mund nt r parecíahab r lesapar cid baj un brillante mantoblanco. El juglar y 1 chico e ntinuaron lamarcha a p ar d 1 frí y 1 vint , cubriéndo-se con las capas. Lo copo d nieve caían d 1ci lo en rem lino, haciendo xtraño di eñoen I aire. Avanzaban peno am nte p t el he-lad paisaje, dejando un delgad rastro trasellos. Gorrión insistió en que se ataran unacuerda alrededor de la cintura para evitar quese perdieran en medio de la ventisca.

La marcha a través de los picos nevadospareció durar eternamente. Márkel sentía laspiernas entumecidas y las manos heladas por

el frío. El viento les golpeaba sin piedad elrostro y no los dejaba ver nada. El juglar ca-minaba despacio, tanteando el suelo con subáculo. Aunque la nieve todavía no era 111.uyprofunda, tuvieron que detenerse varias vecesy volver sobre sus pasos en busca del camino.

Cuando el viento empezó a amainar, lostres estaban exhaustos. La noche comenzó aacercarse rápidamente y los viajeros buscarondesesperados un lugar donde acampar. Már-kel sentía que se iba a desplomar de cansancioen cualquier momento. Rapaz ni siquiera po-día hablar. A pesar de haber caminado todoel día, sentían que no habían avanzado casi

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nada. Gorrión trataba de animados, pero eraclaro que el juglar estaba también al límite desus fuerzas.

De .repente oyeron un fuerte estruendoen lo alto de la montaña. La nieve se habíadesprendido de uno de los picos y bajaba porlas laderas heladas en forma de una terribleavalancha. Rapaz lanzó un alarido. Márkel viouna enorme roca que sobresalía al lado del ca-mino y condujo a sus compañeros hasta allícon un esfuerzo. La tierra temblaba al paso delalud. Los tres amigo se abrazaron en silencio.La avalancha cayó sobre 110sy los cubrió denieve con un rugido.

Por un m mento qu daron sumid en lascuridad. El estru ndo d 1 alud se fue apa-

gando ha ta p rderse. Márkel trató de m ver-e y quitar la ni ve que los cubría. Tenía la

manos helada y el hielo le la timaba lo de-dos. Bu cc n u bolsa el martillo d u padrey g lpeó con fuerza la nieve una y tra vez.

Poco a p e consiguió salir a la sup rficie.El panorama era de olad r. La avalancha ha-bía cubierto las rocas y el camino, dejándolosirreconocibles. El 01 se había ocultado ya y lasombras de los picos nevados se extendían so-

bre el paisaje. Márkel se volvió y trató de ayu-dar a sus amigo. Excavó con todas sus fuerzashasta alcanzar a Gorrión y luego los dos juntosliberaron a Rapaz. La chica se había golpeadocon una piedra en la cabeza y sangraba profu-samente. Márkel la tomó con cuidado en sus

brazos y le limpió la frente con un poc elnieve. Rapaz estaba inconsciente.

Gorrión le pasó su bolsa y su báculo alchico y tomó a su amiga en sus brazos. Ha-bían perdido el camino y estaban exhaustos,pero no podían permanecer a la intemperiemientras Rapaz estuviera herida. A pesar delcansancio y el frío, se alejaron caminando atrompicones en medio de la noche.

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Capítulo 16Más allá de las montañas

Márkel no supo cuánto tiempo andu-vieron sin rumbo, hasta caer rendidos sobre lanieve. Su último pensamiento había sido to-mar la mano de Rapaz entre las suyas; despuéstodo había sido silencio. Cuando el chico vol-vió en sí, se encontró en una tienda de piel allado de un pequeño fuego. Gorrión y Rapazdormían a su lado.

Márkel se acercó a su amiga y comprobócon alivio que parecía estar mejor.

Le retiró el pelo de la cara y le tocó la fren-te con ternura. Sus coletas se habían deshe-cho con la avalancha y el pelo le-caía sobre loshombros como una cascada de cobre. Se veía

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diferente, herrn sa. La herida estaba vendaday despedía un suave olor a hierbas curativas.Márkel e inclinó hacia ella y le acarició condulzura el ro tro.

Afuera se oían varias voces, hablando enuna lengua desconocida. El chico buscó subolsa y la encontró junto a su lecho. Se cubriócon la capa que le habían dado los centauros ysalió al exterior. El brillo del sol sobre la nievelo deslumbró un instante y tuvo que cerrar losojos. Cuando los volvió a abrir, vio con sor-presa que se encontraba en uno de los carnpa-

mentas de los bárbaros de hielo, al otro ladode las montañas.

Las tiendas de piel de troll estaban organi-zadas en círculo alrededor de un gran fuegocentral. Hombres y mujeres tenían el pelolargo y rubio, casi blanco. Su sencilla ropa delana era de color claro y gruesos brazaletes deplata les adornaban los brazos. Todos parecíanmuy ocupados cocinando, tejiendo o curtien-do el cuero de los trolls que habían cazado.Un hombre y una mujer armados de gruesasespadas parecían vigilar el campamento.

Una bárbara de hielo con dos largas trenzasd radas se acercó a Márkel con una sonrisay le dijo algo -en una lengua que el chico nopudo entender. El sonido de las palabras le re-cordaba vagamente el grito de las aves de presay el ruido del viento cuando pasaba entre lasrocas. La mujer lo tomó entonces de la manoy lo condujo hacia el centro del campamento.

Un hombre gordo y sonriente preparabala comida sobre el fuego. El chico recordó derepente que llevaba casi un día sin comer y setomó el estómago con las manos. El bárbarocogió una escudilla de hueso y la llenó con cal-do y carne que le ofreció luego amablemente.Márkel comió agradecido y poco a poco sin-tió que recuperaba sus fuerzas. La mujer llenódos escudillas más y le indicó al chico que laacompañara.

Cuando volvieron a la tienda, Gorrión yahabía despertado y recibió agradecido la corni-

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da. Rapaz, sin embargo, seguía durmiendo. Labárbara se inclinó sobre ella y le puso la manoen la frente con un gesto tranquilizador. Elchico y el juglar comprendieron que su amigaestaba fuera de peligro, pero debía descansar.

Salieron de la tienda sin hacer ruido y vie-ron maravillados cómo el sol comenzaba aocultarse al otro lado de los picos nevados.Un bárbaro muy alto, con un enorme escudoa la espalda, se acercó a ellos y les indicó quelo siguieran. Gorrión y Márkel agradecieron ala mujer de las trenzas sus atenciones y fuerontras el guerrero.

El hombre los condujo a una gran tienda alas afueras del campamento y los invitó a en-trar en ella. Estaba decorada con ricas pielesde o o y tapices tejidos. Una hermosa mujerbárbara se sentaba frente al fuego obre unalto trono de madera labrada. Sus ojos eranazules y brillantes como el hielo. Tenía unaancha espada a su lado y una delgada tiara deplata le sostenía los largos cabellos.

El guerrero que los había acompañado seinclinó en señal de respeto y el chico Y el ju-glar lo imitaron. La reina de los bárbaros lesindicó con gestos que se acercaran al fuegoy, cuando se hubieron sentado, les habló ensu extraña lengua. Gorrión y Márkel no po-dían entender lo que decía, pero rápidamentecomprendieron que quería saber por qué sehabían arriesgado a atravesar las montañas.

¿Cómo podrían explicárselo? ¿Cómo podríandecide que venían en busca de los dragones?

Márkel miró a Gorrión sin saber muy bienqué hacer. De improviso, el juglar se puso depie y empezó a mover las manos como lo habíahecho Tejón en el Festival de Primavera. Undiminuto dragón de luz surgió entonces de susdedos y empezó a revolotear alrededor de sucabeza. Los ojos azules de la reina brillaron deasombro y comprensión.

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Cuando Rapaz despertó al día siguiente, en-contró a Márkel sentado a su lado, sostenién-dole la mano con ternura. La chica sonrió yél la soltó apenado. Había estado velando susueño todo el día. La noche anterior la reinade los bárbaros les había indicado medianteseñas dónde debían buscar al dragón, peroel chico no había querido partir hasta que suamiga no hubiera despertado.

-Quizás esta aventura no sea tan divertidacomo yo pensaba -dijo Rapaz con un esfuerzoy Márkel soltó una carcajada.

Gorrión entró a la tienda al oír la risa delchico y se alegró de ver que Rapaz había reco-brado la conciencia. Márkel ayudó a la chica asentarse y envió al juglar en busca de comida.Rapaz estaba aún adolorida. El chico quisoacomodarle las almohadas, pero ella se quedó

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mirándolo a los ojos con dulzura y él se retiróayergonzado. Por un momento ninguno de losdos dijo nada.

-¿Dónde estamos? -preguntó de improvi-so Rapaz, tratando de aliviar la tensión.

-Con los bárbaros de hielo, al otro lado delas montañas.

-¿Y los dragones?Los ojos de la chica parecían brillar de nue-

vo con la emoción.-Los bárbaros sólo han visto a uno -dijo

Márkel-. Quizás sea el último que queda. Lareina nos indicó que a veces lo han visto vo-land c rca de un valle cret, n muy lejosde aquí.

G rrión regre e n la c mida, acompaña-do de la mujer d la larga trenza doradaque e había cupad de ell d de el primerdía. Márkel y el juglar retirar n un momen-t , mientras la bárbara xaminaba la heridasde la chica. Afuera hacía frí y mp zaba a ne-var de nu va. Márkel miraba c n jo s ñad -res hacia los riscos qu ocultaban 1valle queles había indicado la reina, preguntándose sial fin podrían encontrar a 1 s dragon s.

Había decidido que dejarían a Rapaz conlos bárbaros de hielo, mientras se recuperaba,y él Y Gorrión irían solos hasta el valle. El chicoaún no sabía muy bien cómo podría decírseloa su amiga, sin que ella lo amenazara con todotipo de torturas por atreverse a dejada atrás.Gorrión tampoco parecía muy interesado en

oír los insultos de Rapaz y se había alejado si-gilosamente.

La bárbara de las trenzas salió de la tienday le indicó al chico con gestos que todo estababien. Cuando Márkel entró de nuevo, Rapazestaba terminando de comer y el chico pensócon alivio que al menos el plato estaría vacíocuando se lo arrojara en la cabeza.

-Hay que reconocer que la comida es de-liciosa -dijo la chica chupándose los dedos.

Márkel permaneció en silencio. Rapaz si-guió hablando sin detenerse acerca de los bár-baro y cómo había sido una suerte que losencontraran después de la avalancha. Por unmomento había temido que fueran a pereceren la nieve. El chico no pudo evitar sonreír.A Rapaz le había encantado el peinado de lamujer y trataba sin éxito de trenzarse el pelo.

-M marcho -dijo Márkel de improviso.La chica dejó de jugar con sus trenzas y lo

miró seriamente con sus enormes ojos verdes.-Es decir, Gorrión y yo -continuó el chico

algo incómodo-o Vamos a ir en busca del vallesecreto. Vamos a encontrar al dragón y vamosa ver si podemos convencerlo de enfrentarsecon los caballeros.

Rapaz lo miraba sin decir nada.-y tú te vas a quedar aquí mientras te re-

cuperas -siguió diciendo sin detenerse-, por-que no hay tiempo que perder y tenemos quesalvar a los centauros y a la gente de Fanador,

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y luego tenemos que rescatar a mi padre y atodos los prisioneros ...

La chica le puso un dedo en los labios sua-vemente y sonrió. Márkel no supo si debía de-cir algo más. Rapaz se acercó a él lentamente ylo besó por primera vez.

160 Capítulo 17El valle secreto

Márkel y Gorrión se dispusieron a de-jar el campam nt antes de que amaneciera.La reina de los bárbaros y sus hombres se des-pidieron de ell en u extraño lenguaje, le-vantando en el aire sus espadas mientras sealejaban. La noche era silenciosa, el cielo es-taba despejado y la luz de las estrellas se refle-jaba sobre la nieve. El chico miró hacia atrásy vio a Rapaz de pie a la entrada de su tienda.El viento le mecía el cabello y los ojos le bri-llaban.

El valle al que se dirigían quedaba al no-roeste del campamento, oculto entre escar-pados desfiladeros de roca. La reina les había

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indicado con gestos que les tomaría al menosdos jornadas llegar allí. Cuando el sol salió fi-nalmente entre los picos de las montañas, yahabían perdido de vista el campamento de losbárbaros. Márkel y el juglar caminaban en si-lencio disfrutando la soledad absoluta de lasladeras heladas.

El terreno se había vuelto poco a poco másrocoso y los dos amigos tuvieron que andarun tras otro, a través de un e trecho senderoque serpenteaba entre 1 s peñascos. Más alláde las m ntañas, el cielo primaveral brillabapálido y frío. Al medi día se detuvieron en unr c do d 1camin para almorzar y compartie-ron un p co d carn salada. El viento oplabaentr 1 s barrancos, ululand uavemente.

Mientra caminaban, Márk 1 pensaba enqué sucedería cuand encontraran finalrnen-t al dragón. ¿Qu' pa aría i todas las histo-ria de T jón no eran más que leyendas? ¿Ysi el drag . n taba hambri nto y los dev rabade un b cad ? D r p nte, el chico ernpezc asentirse terriblemente a ustado. Había pasadotant tiempo bu cando a los dragones, quenunca se le había ocurrido pensar cómo po-dría convencerlo de que lo ayudaran.

Cuando cayó la noch , Márkel se sentíatan perdido como al comienzo de su viaje. Elchico y el juglar acamparon sobre una enormeroca que se asomaba sobre el acantilado. Go-rrión encendió una pequeña hoguera y tocócon su arpa una de las antiguas canciones que

los dragones, según contaban los juglares, ha-bían enseñado a los mortales antes de dejar elmundo. La melodía era dulce y melancólica yMárkel no pudo dejar de pensar en su padre.

Esa noche soñó de nuevo con el ataque aFanador. Vio el fuego extendiéndose en loscampos, hasta que el cielo entero pareció ar-der. Vio a los caballeros saliendo de entre lasllamas con sus armaduras oscuras, levantandoen el aire sus martillos. De improviso, ya noera Fanador el que ardía, sino el bosque delos centauros. Márkel corría buscando a Ra-paz entre los árboles de cristal, pero no podíaencontrarla.

El chico despertó sobre altado. Gorriónya se había levantado y derretía un poco dehielo sobre el fuego. Márkel se incorporó des-pacio, tratando de olvidar el terrible sueño, ycontempló en silencio el imponente escenariode las montañas. La luz dorada del sol pasabaentre los picos nevados, iluminando apena elpaisaje. La bruma se elevaba desde el valle se-creto, volviendo difusas las formas.

Súbitamente, Márkel vio entre las nubes laoscura ilueta de una enorme criatura. Volabamás alto que cualquier ave, trazando amplioscírculos alrededor de las montañas. El chicollamó al juglar con un grito y los dos amigosvieron fascinados cómo el' último dragón delmundo volaba libremente sobre las cumbresnevadas, bajo el cielo plateado del amanecer.

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P r un m m nt nin un de lo d dijonada. Una lágrima tran par me caía por lam jilla del juglar. El dragón siguió planeandoentr las nubes y luego e menzé a de cenderhacia el valle. Gorrión y Márk 1corrieron trasla enorme criatura por el empinado caminoque bajaba entre los desfiladeros. El dragónvolaba cada vez más bajo, hasta que el chico loperdió de vista entre las rocas.

Les tomó casi una hora llegar hasta el sue-lo rocoso del valle. Márkel avanzaba ansiosoy asustado entre las piedras afiladas que lle-naban el paisaje. El último dragón no era unsueño después de todo. El valle se abrió pocoa poco y el chico y el juglar vieron ante ellosuna enorme cueva excavada en lo profundode la montaña. El dragón se había posadofrente. a ella y parecía haberse quedado dormi-do. Márkel y Gorrión lo miraron ocultos entrelas rocas.

Incluso acostada en el suelo, la criatura eraenorme. Sus largas alas, plegadas a la espalda,debían medir por lo menos quince metroscada una. Las poderosas garras sobre las quedescansaba la cabeza habrían podido aplas-tar a un caballero con todo y montura. Losdientes afilados salían entre los labios comolargas espadas. Tenía la piel oscura y brillantey desp día una pequeña nube de humo por lanariz.

Al verlo tan terrible y poderoso, Márkelquiso alejarse del valle y olvidar todo el asun-to. Pronto, sin embargo, recordó a su padre ysus amigos y dio un paso adelante hacia la bes-tia. El dragón no pareció despertar. Gorriónsiguió al chico con cautela. Las escamas deldragón brillaban como metal pulido. Márkelse detuvo de repente y luego corrió hasta elmonstruo. Sacó el martillo de la bolsa y golpeócon fuerza sobre una de las garras. El ruido delmetal se elevó en el valle hasta perderse.

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El último dragón era sólo una enorme má-quina hecha del mismo acero oscuro de la ar-madura de los caballeros.

166 Desesperado, Márkel cayó de rodillas entre lasgarra inertes de la bestia. Todo había sido envano. Gorrión miraba el dragón de metal sinpoder creerlo. ¿Quién podía haber construidoalgo semejante? Los ojo del chico se llenaronde lágrimas. Ahora 10 caballeros derrotaríanin r medio a 1 centauros, el fuego arrasaría1Bosque d Cri tal y nunca más volv ría a ver

a su padr .P nsó n [únis r y Plat, prisionero en la

iudad d Hi rr . R c rdé 1 to tr vacío de1 m ndig qu había vist por su calles.P n 'en írith y n 1 juglar , Cisn yTejóny Gat Gri j 1 vio cayend heridos bajo losmartillos de gu Ha de sus nemig s. P nsó enRapaz y inti t rriblement avergonzado.La chica 1 había ac mpañad hasta el fin delmundo y había arri gad u vida para nada.

El juglar arrod ílló a u lado y trató de cal-marlo, per Márk 11 apartó de él de un em-pujón. ¿Qué esperaba que hiciera? D pués detantas aventuras venían a enterarse de que elúltimo dragón del mundo era sólo una enor-me máquina. El chico se puso en pie de nue-vo, tomó el martillo de su padre y comenzó a

golpear una y otra vez las enormes fauces deldragón, hasta que cayó rendido.

-¡Alto! ¡Detente! -salió gritando de la cue-va un hombrecillo diminuto y corrió hacia eldragón agitando los brazos.

Márkel y Gorrión lo miraron sorprendidos.Ninguno de los dos había visto antes un gno-mo. Tenía la piel gris como la roca misma ydos ojos saltones que parecían adecuados paravivir en la oscuridad. Se decía que los gnomoshabitaban en lo profundo del mundo y rarasveces salían a la superficie. El hombrecillo em-pujó al chico lejos del dragón y usó su delantalpara limpiarlo. Mientras trataba desesperadode pulir la superficie, murmuraba sin cesar envoz baja.

-Más presión. Un vuelo perfecto. La partedelantera ha sido golpeada por un chico. Pu-lir, brillar.

Parecía muy preocupado por el dragón yMárkel se sintió culpable de haberlo dañado.La furia que había sentido se esfumó de re-pente. El hombrecillo acabó de limpiar la bru-ñida superficie y se volvió hacia el chico muyenojado.

-¿Por qué? -preguntó casi llorando y luegose puso a murmurar de nuevo-. Más presión.El ala derecha tiene fallas. Los engranajes, larueda. ¿Acaso yo voy por ahí golpeando las co-sas con un martillo?

Por un momento pareció que iba a lanzarsesobre el chico, pero luego se tomó la cabeza

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con ambas manos y comenzó a caminar de unlado para otro, sin que Márkel ni el juglar pu-dieran comprender 10 que decía.

-Golpea el dragón con su martillo. Máspresión. El vapor sale .muy rápido por el esca-pe. La válvula tres parece descompuesta.

Los dos amigos se miraron sin saber muybien qué hacer. '

-Un vuelo perfecto. Aumentar la inclina-ción de la cola en el ascenso. Alto, entre lasnubes. ¿Por qué han venido? Se necesita máscalor para poder atravesar las montañas.

El h mbrecillo miró hacia el cielo con ojossoñador s y lu go volvic hacia Márkel y Go-rrión.

-Má pr ión. Ti n n qu ver al mae tro.El e cap . La válvula tr .

El pequ ño gn m l S indicc c n un gestoque 10 igui ran y dirigí a la ntrada de lacueva. El chico y 1 juglar fu r n tras él con-fundidos. La caverna par cía un en rme tallerde maquinaria. Por todas pan s había herra-mi ntas y xtrañ s aparatos de metal llenos detubo y agujas indicadoras. El h mbrecillo loscondujo hacia la parte posterior de la sala yabrió con esfuerzo una pesada pu rta de acero.

-Los engranajes giran n sentido contra-rio. El escape. La inclinación debe ser mayor.

Márkel y Gorrión lo siguieron por un lar-go pasillo, hasta una gran sala iluminada porantorchas de gas como las que habían visto enla Ciudad de Hierro. En medio del recinto

un hombre increíblemente viejo se inclinabasobre una mesa de trabajo llena de extrañosaparatos. Tenía la barba tan larga, que ésta cu-bría buena parte del suelo de la estancia y seenredaba en las patas de las mesas.

Sin dejar de murmurar, el hombrecillo seacercó al anciano y le susurró algo al oído. Elhombre asintió lentamente y levantó la vista ha-cia los recién llegados. Sus ojos grises parecíanmirar el mundo desde un tiempo muy lejano.

-Bienvenidos -dijo con una voz rasposa.Se alejó de la mesa cojeando y se acercó

a ellos lentamente, apoyándose en un grue-so bastón. Pisaba su propia barba sin darsecuenta y varias veces estuvo a punto de enre-darse con ella y caer al suelo. Cuando llegó asu lado, Márkel vio asombrado que tenía elcuerpo cubierto de extraños aparatos y tubosde vidrio llenos de líquidos burbujeantes. Lefaltaba una de las piernas y en su lugar llevabaun extraño mecanismo hecho del mismo me-tal oscuro que el dragón.

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Capítulo 18El dragón de vapor

-Yo mismo lo construí -dijo el an-ciano, mirando con tristeza el enorme dragónde metal que descansaba frente a la cueva-,cuando los últimos dragones dejaron el mun-do y se marcharon para siempre.

Márkel lo miró sorprendido; si lo que elviejo decía era verdad, tenía por lo menos qui-nientos años de edad. Gorrión se encogió dehombros. El anciano veía el dragón con unamezcla de orgullo y nostalgia, mientras lesmostraba cómo funcionaba. En un momentose detuvo y se agarró el pecho con fuerza. Elchico trató de ayudarlo, pero el viejo le dijoque estaba bien.

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Cuando Márkel le había contado su his-toria, sentados en una de las mesas llenas deaparatos, y cómo había hecho un largo.carni-no en busca de los dragones, el anciano habíahundido la cabeza entre las manos y el chicohabía sentido al vedo que cargaba todo el pesodel mundo sobre su espalda. Al enterarse dela destrucción de Fanador y el plan de los ca-balleros para atacar a los centauros, el viejo sehabía puesto a sollozar.

-Todo es mi culpa -musitó-. Yo ayudé alos caballer s a construir u ciudad. Yo les en-señé a u ar el vapor para m ver sus máquinasyext nd r su muros poco a poco hasta cubrirla llanura.

El gn mo e había acercad preocupado yhabía tratad de r animado, pero 1viejo llo-raba de e n olad . La criatura había perma-necido a u lado, murmurando y mirando a sumae tr e n jos cargad de tristeza. Márkeln había p dido imaginar el d lar que entíael ancian . ¿Cuánto añ había pa ado ocul-t en las montaña, lamentando lo que habíah cho?

-Es hora de pagar por tod -había dichode rep nte y los había c nducido a lo largo delcorredor de regreso al exterior.

El gnomo había tratado dese perado decargar la larga barba del viejo, desde el tallerhasta la entrada de la cueva, pero ésta se le ha-bía enredado entre los pies y se había engarza-do en los bordes de las puertas. Al anciano no

parecía importarle y continuaba caminandolentamente alrededor del dragón, hablandode cada una de sus partes. El chico y el juglarlo seguían sin decir nada.

-Las alas fueron lo más difícil de construir.¿Saben la cantidad de fuerza que se requierepara elevado?

El gnomo retiró con esfuerzo una de lasplacas que cubrían el cuerpo y el viejo les mos-tró el enorme motor que lo impulsaba. Lesexplicó cómo el vapor del agua hacía moverlos pistones y éstos a su vez movían al dra-gón. Márke] comprendió de inmediato cómofuncionaba. Así debían moverse también losmuros de la Ciudad de Hierro, con el vaporque salía de las calderas que alimentaban losprisioneros.

-Fue una labor de muchos años -dijo elanciano, pasando la mano por las brillantesplacas de metal de la cola-, pero no soportabavivir en un mundo sin dragones.

Su mirada estaba cargada de nostalgia.-A veces, cuando era joven, los veía volar

de noche sobre las nubes, cada vez más alto,cantando con sus voces de bronce a las estre-llas.

Una lágrima transparente resbaló por la me-jilla del anciano y se perdió en su barba.

-Jamás he visto nada tan hermoso.Márkel se imaginó por un instante a los

dragones volando en el cielo nocturno y sintióun terrible pesar en el pecho.

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-Ahora no queda ninguno. Los caballerosse encargaron de espantarlos a todos. Queríanun mundo sin magia, sin misterios. Un mun-do ordenado donde pudieran gobernar.

Se volvió hacia Márkel y el juglar con expre-sión decidida.

-Tienen que llevárselo -dijo, señalando alenorme dragón-o Tienen que volar sobre lasmontañas y salvar a sus amigos.

El viejo se tambaleó un instante y el gnomocorrió en u ayuda.

-Tienen qu utilizar] para derrotar a loscaballero d una v z por toda .

Márkel y G rric nativa r n 1 mandos deldragc n tal c m 1gn mo 1 s había indicado.Un e tr mecimi nto r corrié 1 enorme cuer-p d m tal y poc a po o la ala comenzarona m v rse. Las aguja dios medidores salta-ron y girar n en 1tabl ro. El juglar parecía in-cóm d en la cabina d mando, pero el chicoe encontraba n su 1 m nt . Abrió una de

las válvula y una nube de vapor salió despedi-da p r los escapes.

A través de los ojo cristalinos del dragón,Márkel vio al anciano y al gnomo esperandoansiosos frente a la cueva. Antes de irse, elviejo lo había llamado a su estudio y le habíaentregado un rollo de pergamino.

-Si derrotan a los caballeros, necesitaránesto.

El chico había abierto los papeles sobreuna mesa y había visto los planos originales dela Ciudad de Hierro. Cada válvula y cada me-canismo estaban allí. Márkel le había dado lasgracias al viejo por su ayuda y había queridoprometerle que volverían cuando todo termi-nara, pero éste le había dicho con tristeza queiba a dejar las montañas para siempre.

-He vivido ya muchos años, más de los quedebería haber vivido.

El chico apoyó la mano contra el ojo deldragón en señal de despedida.

Lentamente el enorme monstruo de metalse levantó sobre sus garras. El batir de las alasera cada vez más fuerte, levantando un remo-lino de polvo en el valle. Las enormes patasmetálicas se encogieron con un chirrido deruedas yengranaje y luego se extendieron confuerza. El dragón se elevó en el aire y poco apoco fue ganando altura.

Márkel y el juglar vieron asombrados cómoel suelo del valle se perdía poco a poco a suspies, mientras la enorme criatura de metal seelevaba entre los escarpados acantilados. Elchico miró una vez más hacia la gruta y vioque el anciano y el gnomo los observaban ma-ravillados. El viejo sonreía con tristeza, mien-tras contemplaba por última vez al dragón devapor remontándose hacia el cielo.

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Gorrión ajustó una de las válvulas y el dra-gón planeó con suavidad entre las corrientesde aire que subían desde el valle. Márkel che-queó los distintos medidores y luego tomó losmandos. El dragón giró ligeramente hacia unlado y luego hacia el otro. Una sonrisa de puraemoción iluminó el rostro del chico. El dra-gón se elevó de repente y atravesó las nubes.

El cielo de la mañana se abrió ante sus ojoscomo un océano infinito. El sol brillaba do-rado entre la nubes, en medi de un cieloazul, casi verd . El chico hiz que el dragónse elevara cada vez más alto. P r un instanteel mundo pareció hecho de sil nci . Lu go eldragón de cendió n picada ha ia las nubes yplaneó uav m nt ntre ella.

Márkel r ía c n todas u fu rza , alegre depoder volar br la cumbre nevada e moalguna v z 1 habían hech 1 drag ne deverdad. El juglar agarraba n fuerza de usilla. El mundo ent ro e xtendía ante ellos,diminuto, y Márkel lanzó un grit de entusias-mo; al menos ahora tenían una v ntaja frentea los caballer .

El chico hizo que el dragc n d scendierade nuevo entre las montaña n dirección alcampamento de los bárbaro d hielo. Desdela cabina de mando, Márkel y Gorrión vieroncómo los rubios guerreros corrían de un ladopara otro, señalando hacia el cielo. La reina delos bárbaros permanecía de pie en medio delas tiendas con los ojos azules fijos en el dra-

gón. El chico vio con una sonrisa que Rapazestaba a su lado. Sus coletas naranja se agita-ban con el viento.

El dragón de vapor descendió suavementey se posó sobre el suelo, levantando un remoli-no de nieve. Las alas dejaron de moverse pocoa poco y se plegaron a la espalda del mons-truo. Márkel fue apagando uno por uno losinterruptores y el juglar abrió la puerta de lacabina con un esfuerzo.

Rapaz y la reina vieron sorprendidas cómose abría de repente la cabeza del dragón, y elchico y Gorrión descendían de ella con unasonrisa. Una nube de vapor se elevó de los cos-tados de la bestia y Rapaz corrió emocionada aabrazar a sus amigos.

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Capítulo 19La Batalla de las Grandes Llanuras

Rapaz disfrutaba el vuelo en el dragónde vapor tanto como Márkel. Veía fascinadala forma que tomaban las nubes y de vez encuando se volvía hacia el chico con una son-risa. Sus ojos brillaban con la luz de la tarde.Cuando había corrido hacia él, en el campa-mento de los bárbaros, a Márkel le había pare-cido que estaba más hermosa que nunca. Lohabía besado por segunda vez y luego se habíaquedado mirando el dragón.

La chica había escuchado sorprendida cuan-do le contaron acerca del gnomo y el anciano,y había lamentado no haberlos visto, aunqueMárkel sospechaba que quizás podría haber

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compartido con el viejo algunos de sus insul-tos más sofisticados, por haber construido laCiudad de Hierro. La reina de los bárbaros sehabía ofrecido a ir con sus hombres en buscadel anciano, pero Márkel sabía que ya no en-contrarían a nadie en el valle.

¿Habría vivido en realidad quinientos años?Al chico le costaba comprender que alguienpudiera vivir por tanto tiempo. En sólo unassemanas el mundo había cambiado tanto paraél, desde el ataque de los caballeros, que nopodía imaginarse lo distinto que sería todopara el viejo d pués de cientos de ciñas. Laspalabras del anciano resonaron n su memo-ria: "No soportaba vivir en un rnundo sin dra-

"ganes.Márkel accione lo mand y el dragón

batié las ala varias vece , adquiriendo másv locidad. Habían sido los caballeros quie-nes habían obligado a los dragones a alejar edel mundo y ahora planeaban destruir a locentaur s. El chic recordó lo . árboles-hadaardi ndo la noche del ataque y a su padre ca-yendo prisionero. Rapaz le tomó la mano condulzura y los do vieron cómo el sol de la tardeiba coloreand de rojo y naranja las nubes.

-Ya falta poco -dijo la chica, apoyando lacabeza en su hombro.

Habían dejado el campamento de los bár-baros tan pronto como habían podido, teme-rosos de que los caballeros hubieran iniciadoya el ataque en contra de sus amigos. La rei-

na se había despedido de ellos en su extrañolenguaje y había visto con sus hombres cómoel enorme monstruo de metal emprendía denuevo el vuelo y pasaba sobre los picos neva-dos rumbo al sur.

El dragón atravesó de improviso un bancode nubes y los tres amigos vieron de nuevo elBosque de Cristal que se extendía oscuro alpie de las montañas. Márkel suspiró aliviadoal ver que el humo de los incendios no se ele-vaba aún en la espesura. Los caballeros no ha-bían atacado todavía. Más allá de los límitesdel bosque, las Grandes Llanuras se perdíanen el horizonte hacia la Ciudad de Hierro.

El cielo comenzaba a oscurecer. De repen-te, Gorrión hizo un gesto y señaló a lo lejos.Rapaz y Márkel sólo podían ver una extrañasombra que se extendía en los limites de laplanicie. Poco a poco, sin embargo, se dieroncuenta con horror de que se trataba de unenorme ejército de caballeros armados, quemarchaba lentamente hacia el norte. Estaríanen el bosque en dos días a lo sumo y entoncesempezaría la batalla.

Sin decir una palabra, el chico guió al dra-gón hacia la espesura. Descendieron, trazandoamplios circulas sobre los árboles, hasta en-contrar los minaretes y columnas de mármolblanco que rodeaban la ciudad de los centau-ros. Los cristales brillaban sobre las ramas delos árboles y los tres amigos vieron cómo unamultitud se reunía a su alrededor, mientras el

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dragón se posaba con un estruendo sobre elsuelo.

Márkel, Rapaz y Gorrión descendieron deun salto de la cabina de mando y corrieron en-tre la gente y los centauros en busca de Tejóny Ojos de Luna.

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La mañana de la batalla, las Grandes Llanurasestaban cubiertas de bruma. El señor de loscentauros y sus aliados habían decidido com-batir a los caballeros antes de que llegaran albosque y evitar así que quemaran los árbolesde cristal. Ocultos entre las nubes a bordo deldragón de vapor, Márkel y Rapaz veían cómou fuerzas iban rganizando en la planicie,

en spera d que 11garan 1 caballeros.Los centauros, armado e n sus lanzas de

cri tal y madera de plata, e habían organizadon el centro d la llanura, preparados a cargar

contra sus p nentes. Sus crines azules flota-ban al viento. La chica temía que muchas delas mágicas criaturas no sobrevivirían a la bata-lla y los miraba con tristeza desde el aire. Ojosde Luna cabalgaba frente a sus tropas con elcuerno de oro en las manos, listo para dar laseñal de ataque.

Los juglares, dirigidos por Tejón, esperabandel lado derecho. Cisne y Gato Gris permane-cían juntos tomados de la mano. Habían re-gresado justo antes que los chicos, para avisar

a Tejón del avance de los caballeros y habíanseguido a los centauros hasta el centro de lallanura. Oso y Gorrión también estaban conellos. El silen~ioso juglar había insistido en lu-char con sus amigos, a pesar de que Márkel yRapaz le habían rogado que los acompañara.

Del lado izquierdo, a la sombra de las mon-tañas, se habían reunido los hombres de Fana-dar. Aunque la mayoría eran sólo campesinosy todos estaban asustados, Corllos había ani-mado para que combatieran. Algunos estabanarmados con ballestas, otros con cuchillos yotros más con lanzas de cristal como las delos centauros. Márkel los vio desde lo alto yse sintió orgulloso de ellos. Su padre lo habríaestado también.

Poco a poco los primeros caballeros surgie-ron de entre la bruma. Sus armaduras oscurasrelucían suavemente con las primeras luces dela mañana. Uno tras otro parecieron materiali-zarse de pronto entre la niebla como si fueranfantasmas y el campo se fue llenando de caba-lleros armados. La enorme marea negra queformaban avanzó lentamente hasta cubrir lallanura, estremeciendo la tierra al paso de susacorazadas monturas.

Rapaz apretó la mano de Márkel con fuer-za. Debían ser al menos cuatro mil hombres acaballo y los defensores sumaban apenas sete-cientos guerreros, entre hombres y centauros.Los caballeros se detuvieron frente a sus ene-migos en perfecta formación de combate.

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El chico vio a travé dios oj del dragóncómo uno de lo caballer avanzaba hastasituarse al fr nte del jército y reconoció deinmed iato al caballero del yelmo del león. Elhombre s quitó el casco e inclu o en mediode la nubes Márkel pudo sentir la frialdad desus ojos. El caballero levantó entonce su ·mar-tillo de guerra y lanzó un horrible alarido, Elsilencio de la mañana se hizo añicos, cuando

mile de voces respondieron a su llamado ygolpearon sus martillos contra el pecho, El ca-ballero sonrió con un gesto inhumano,

De repente, la nota clara de un cuerno seelevó sobre el campo y los centauros se lanza-ron a la carga liderados por el señor del bos-que, Márkel accionó los controles del dragóny el enorme monstruo descendió sobre el cam-po, lanzando una enorme llamarada,

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-Ellanzallamas funciona -dijo Rapaz, son-riendo y girando de nuevo la válvula que libe-raba el fuego.

Los caballeros gritaron asustados. Pensabanque los dragones habían huido para siempre yno tenían la menor intención de enfrentarsecon uno de ellos. Algunos incluso rompieronfilas y comenzaron a retroceder hacia la Ciu-dad de Hierro. El caballero del león pareciódudar un instante, pero luego recuperó lacompostura y se puso de nuevo el yelmo, gri-tando rrdenes a sus hombres.

A pe ar del miedo que entían, los caballe-ros marcharon al encu ntro de los defensoresdel b que. Márkel se abalanzó sobre ellos,voland muy baj , y golp ó c n la garras deldragón a un grup d caballero, arrojándoloal suelo con t d y u m nturas. L s centau-ros c rrían tras '1 s bre 1 llano casi sin tocarla hierba. Su lanza brillaban baj 1s 1comojoyas reluci ntes. El dragón s leve hacia elcielo lanzando una nu va llamarada.

Márk 1 y Rapaz vieron desd 1 alto cómolos d s ejércitos se encontraban y chocabancon un terrible estruendo. Los centauros seintrodujeron profundam nte entre las filasde sus enemigos, mientras éstos trataban derodearlos. Sus lanzas de cristal atravesaban lasoscuras armaduras sin esfuerzo, tal como ha-bía sucedido en el bosque, y muchos caballe-ros cayeron heridos al suelo.

Ojos de Luna dirigía la carga golpeandocon su lanza y sus cascos a los infortunadosguerreros que trataban de enfrentado. Por unmomento, pareció que los centauros rompe-rían las líneas de batalla de sus enemigos, peropronto la superioridad numérica de éstos co-menzó a sentirse. Las mágicas criaturas reci-bían una y otra vez los golpes de los martillosde guerra de los caballeros, y poco a poco ibancayendo rendidas al suelo.

De repente, una piedra gigantesca cayó en-tre los guerreros que acosaban a los centauros.Márkel y Rapaz buscaron a Oso con la mira-da. El enorme juglar corría hacia los caballeroscon un gran saco de rocas a la espalda, queiba lanzando contra sus oponentes como sifueran sólo guijarros. Tejón y Gorrión corríana su lado en medio de incandescentes ilusio-nes, seguidos de Cisne y Gato Gris. Los chicosvieron. asombrados cómo la mujer empezaba adanzar entre los caballeros, asestando fuertesgolpes con su báculo a diestra y siniestra.

En el otro extremo del campo, los sobrevi-vientes de Fanador atacaban también. Las sae-tas volaban por el aire y se clavaban entre lasplacas brillantes de las oscuras armaduras. Los"-hombres, armados de lanzas y 'cuchillos rodea-ban a los caballeros y los tiraban al suelo, paraluego dejados fuera de combate. Luchabanpara vengarse por la destrucción de su hogar yel rapto de sus amigos con una furia que sor-prendía a sus oponentes.

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El dragón de vapor volvió también al ata-que, sembrando la confusión entre los caba-lleros. Ojos de Luna animaba a sus guerrerosy poco a poco los centauros recuperaron el te-rreno perdido. Los defensores parecían tenerla ventaja, pero el caballero del yelmo del leónno se rendía y golpeaba sin piedad a todosaquellos que se cruzaban en su camino.

Dos centauros cayeron heridos por su mar-tillo y quedaron inconscientes en el suelo. Elhombre lanzó un grito triunfal y se volvió ha-cia Ci ne, que luchaba a pocos metros de él.Estaba a punto de alcanzarla con un golpe,cuando Gato Gris le saltó encima. El caballe-ro arrojó al juglar al suelo de un puñetazo y logolpeó con fuerza en la spalda e n su marti-11 d guerra. Ci ne lanzó un grito de de espe-raci ' n y c rrió al encuentro de u amado.

Al ver herido al juglar, 1 s chicos d scen-dieron sobre lo caballeros c n el dragón, lan-zand fuego hacia unos y g lpeando con susgarras a los otros. Márkel abrió una válvula yluego viró a la derecha, tomando al caballerodel yelmo del león por sorpresa. Las garras deldragón de vapor se cerraron con fuerza ~obresu caballo y la enorme bestia se elevó hacia lasalturas.

El caballero golpeaba desesperado las ga-rras metálicas con su martillo, sin conseguirliberar;e. Por un momento el chico quiso sol-tado y dejado caer al vacío, pero no fue capazde activar los mandos. El dragón de vapor dio

un amplio giro sobre el campo y aterrizó conun estruendo en medio de la batalla.

Por un momento los combatientes se que-daron quietos y bajaron las armas. El caballerose sintió libre y trató de escapar, pero la enor-me garra de metal lo inmovilizó sobre el suelo.Márkel y Rapaz activaron los mandos y abrie-ron las válvulas, y el dragón de vapor lanzó ungrito que ningún hombre había oído 'en másde cuatrocientos años.

Los caballeros que aún trataban de comba-tir huyeron asustados, intentando llegar a laCiudad de Hierro. Los centauros y sus aliadoscorrieron tras ellos, mientras Ojos de Luna,Tejón y Corl se reunían al pie del dragón yapresaban al caballero del yelmo del león. Loscaballeros habían sido finalmente derrotados.Márkel abrió la escotilla y él y Rapaz salieronde la cabina de mando. El caballero los mirabas rprendido.

-Sabes lo que te haremos ahora, ¿verdad?-dijo la chica lanzándole una mirada amena-zante.

La multitud prorrumpió en vítores y loschic s se abrazaron emocionados. El sol bri-llaba alto en el cielo, iluminando las GrandesLlanuras.

-Lo logramos -dijo Márkel sonriendo yRapaz lo besó en los labios.

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Capítulo 20La caldera principal

Poca a poco los centauros capturaron alos caballeros que habían huido y los obliga-ron a entregar sus armas. Cuando Márkellosvio sin sus armaduras, se sorprendió al darsecuenta de que no eran muy distintos del res-to de los hombres. Quizás alguna vez habíanvivido también en una aldea como Fanadory habían celebrado la llegada de la primavera,pero luego lo habían olvidado al descubrir elpoder de sus armas.

Ojos de Luna les ordenó a sus guerrerosque prepararan un campamento y socorrierana los heridos de ambos bandos, mientras Már-kel y Rapaz corrían en busca de Gorrión. Lo

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hallaron junto a los demás juglares en mediodel campo de batalla. Gato Gris yacía malheri-do en brazos de Cisne. La mujer. le acariciabala frente con ternura y le decía una y otra vezque lo amaba. Todos parecían muy tristes.

El chico y sus amigos cargaron al juglar has-ta el dragón de vapor, para llevado al Bosquede Cristal, donde aguardaban los curanderos delos centauros.

-El último dragón -dijo Gato Gris en unsusurro, tratando de sonreír, y apretó la mano'de Cisne-o Lo encontré después de todo.

Márkel ayudó a sus amigos a entrar en lacabina de mand y activó las válvulas de lascalderas. El dragón volvió a elevarse hacia elcielo y partió rumbo al norte. Ahora qu todohabía terminado, las Grandes Llanuras pare-cían t rriblemente sil nciosas. Las primerashoguera corn nzaban a encenderse, mientras1 1de cendía lentamente en el oeste.

Cuando llegaron al bosque, vieron que una. gran multitud se había reunido esperando no-ticias de la batalla. Márkel divisó a Círirh y aLarok tomados de la mano, aguardando en-tre los centauros. Cerina estaba con ellos. Eldragón descendió suavemente y se posó en lahierba. El chico abrió la escotilla y dio la noti-cia de la victoria. Los centauros y las mujeresy los niños de Fanador gritaron emocionados.

Gorrión fue en busca de los curanderosy entre todos ayudaron a bajar a Gato Grisdel dragón, para que lo atendieran. Cisne

lo acompañó todo el tiempo con expresiónpreocupada, a pesar de que los centauros leaseguraron que estaba fuera de peligro. Círithy Cerina corrieron en busca de Márkel y loabrazaron emocionadas. Larok se acercó tam-bién y le ofreció la mano, y el chico la aceptócon una sonrisa.

Esa misma noche se reunieron todos juntoal fuego y celebraron la derrota de los caballe-ros. Gorrión tocó una alegre tonada con suarpa, acompañado de un centauro con un ca-ramillo. Círith sacó a Larok a bailar, a pesarde las protestas del chico, y pronto Márkel yRapaz se unieron a ellos. Incluso los centaurostrataron de sumarse a la celebración, levantan-do sus cascos con alegría.

Cuando terminó la fiesta, Márkel y Rapazse acomodaron frente al fuego en silencio. Elchico pensaba una y otra vez en su padre y enlos demás prisioneros que esperaban aún serliberados en la Ciudad de Hierro. Mientrasla chica dormía, Márkel fue en busca de losplanos que le había entregado el anciano en lacueva y los estudió con cuidado a la luz de lasllamas. Había concebido un plan, pero necesi-taba la ayuda de su padre.

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A la mañana siguiente llegó un mensajero cen-tauro desde las Grandes Llanuras, solicitandoque Márkel y sus amigos regresaran al carnpa-

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mento, para marchar con los demás hasta laCiudad de Hierro. Los chicos y Gorrión bus-caron a Cisne para despedirse y se enteraronaliviados de que Gato Gris estaba mejor, aun-que le tomaría un largo tiempo recuperarsedel todo.

194 Cuando llegaron al claro donde descan-saba el dragón, Cerina, Círith y Larok ya losestaban esperando. Márkel los ayudó a todosa subir a la cabina de mando v el dragón devapor se elevó en el cielo azul de la mañana.Rapaz le mostraba a Círith cómo se condu-cía el enorme mon trua de metal y las dos sereían de vez en cuando, mirando a Márkel conexpresi . n divertida. El chico se preguntó sirealmente era una buena idea que se volvierantan amiga.

Cuando llegaron al campamento, los cen-tauro y us aliado e disponían ya a partirrumbo a la ciudad. Larok bajó del dragón yf~, en busca de su padre, pero Círith y Ce-nna perman cier n con ello . Ojos de Lunadio la orden de partida y Márkel y sus amigosemprendieron por última vez el camino haciael sur. Los hombres y los juglares cabalgabana lomo de los centauros, mientras el dragónvolaba en círculos sobre ellos.

Les tomó sólo. dos jornadas llegar a la ciu-dad. Los muros de metal se elevaban aún sobrela llanura, como si no se hubieran enterado dela derrota de los caballeros. Algunos centaurosse detuvieron sorprendidos al ver por primera

vez la horrible silueta de la ciudad. Un estre-mecimiento recorrió a Cerina al pensar en sushijos. Las nubes de humo oscuro cubrían to-davía el cielo, bloqueando la luz del sol.

Al llegar a las enormes puertas de acero for-jado, vieron con sorpresa que estaban abiertasde par en par. Márkel movió los mandos y el

- dragón aterrizó frente a ellas. Los chicos y susamigos descendieron de la cabina de mandoy fueron a reunirse con Tejón, Corl y Ojos deLuna, que se acercaban ya al frente de sus tro-pas.

Cuando se dirigieron todos juntos hacialas puertas, vieron que Halcón Nocturno salíaa recibidos, acompañado de Arhín y rodeadode sus súbditos. Rapaz corrió a sus brazos, yel rey de los ladrones la recibió emocionado,aunque luego trató de mantener la compostu-ra frente a sus huéspedes. Ojos de Luna y losdemás saludaron con una reverencia al ladróny éste pareció encantado.

Luego de que Márkel y sus amigos se hu-bieran marchado, Halcón Nocturno y sushombres habían rescatado al estudioso y ha-bían empezado a planear la toma de la ciudad.El rey de los ladrones parecía muy orgullosomientras les relataba lo sucedido. Al oír de laderrota de los caballeros, los ladrones habíanatacado y no habían tenido muchos proble-mas para someter a los guardias que queda-ban. Márkel prefirió no preguntar qué habíanhecho con ellos.

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-¿Y los prisioneros? -preguntó ansiosa Ce-rina-. ¿Qué hay de ellos?

Halcón Nocturno hizo un gesto a sus hom-bres y uno de ellos regresó corriendo a la ciu-dad. Un momento después una enorme mul-titud apareció en las puertas y salió al exteriorcon pasos vacilantes. Los prisioneros se cu-brían los ojos, deslumbrados por la luz del sol.Algunos reían, otros lloraban, otros corríansaltando de alegría. Por fin eran libres.

Los sobrevivientes de Fanador corrieronentre ellos, buscando a sus vecinos y familia-res. Círith encontró a sus padres y los tres sefundieron en un larg abrazo. Entre la multi-tud aparecieron también [úniser y Plat toma-dos de la mano y corrieron hacia su madre quelos cubrió de besos, llorando de alegria. Losjuglares pri ioneros se reunieron también consus amig s.

Márkel buscaba en vano a su padre entrelos hombres y mujeres que abandonaban pocoa poco la ciudad. De repente, reconoció aBranen med io de la gente. El herrero estaba flaco ycansado, pero sus ojos brillaban aún, tal comoel chico lo recordaba. Por un momento Brany su hijo se miraron asombrados. Luego el chi-co corrió hacia él y el herrero lo tomó en susbrazos.

Su risa profunda se elevó en el aire, y loshombres y los centauros rieron también, comono lo habían hecho en mucho tiempo. Ojosde Luna ordenó a sus guerreros que prepara-

ran un campamento a las afueras de la ciudad,y allí se reunieron todos para celebrar su liber-tad bajo las estrellas.

Mientras los juglares cantaban y tocabansus instrumentos, Márkelles contó a su padrey sus amigos todas sus aventuras. Les habló dellargo viaje hasta la Ciudad de Hierro y de suencuentro con Rapaz. Les contó cómo habíanescapado de los caballeros y cómo habían con-seguido atravesar las montañas. Halcón Noc-turno parecía fascinado con la historia, aun-que lanzó varias imprecaciones cuando supoque Rapaz había resultado herida en mediode la avalancha.

Bran miró orgulloso a su hijo y se dio cuen-ta de lo mucho que había crecido desde la úl-tima vez que lo había, visto. El herrero apenaspodía creer todo lo que le contaba el chico yMárkel tuvo que llevarlo de la mano y mas-trarle el dragón de vapor. Allí encontrarontambién a Arhín que miraba sorprendido a laenorme criatura de metal. Los dos hombrespasaron un buen rato intentando descifrar sinéxito el funcionamiento del monstruo.

La música y el baile continuaron hasta bienentrada la noche. Mientras todos celebraban,Rapaz y Márkel se sentaron juntos al lado delfuego, mirándose con dulzura. El señor de losladrones y el herrero los vieron desde lejos conternura, sabiendo perfectamente lo que pasa-ba entre ellos.

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Al día siguiente, Márkel y su padre se reunie-ron con Ojos de Luna, Tejón, Arhín y Hal-cón Nocturno, cerca de las grandes puertas,para discutir lo que harían con la Ciudad deHierro. Aunque ya no había prisioneros que 199alimentaran las calderas, la ciudad seguíamoviéndose lentamente, como una horriblearaña oscura que amenazaba con tragarse elmundo.

El chico les contó a los demás de los pla-nos que había recibido del anciano y todosestuvieron de acuerdo en usados para detenerfinalmente la horrible maquinaria. Siguiendoel plano del viejo, Halcón Nocturno y Rapazguiaron a Márkel y a su padre a través de lososcuros pasadizos de la ciudad, hasta la enor-me caldera principal que alimentaba todos losmecanismos. El corazón mecánico de la Ciu-dad de Hierro estaba rodeado de tubos y esca-pes de vapor.

Márkel sacó de su bolsa el martillo de supadre y se lo entregó con una sonrisa. El he-rrero lo tomó en sus poderosas manos y lo so-pesó por un momento. Luego se acercó a lacaldera principal y la golpeó una y otra vez,haciéndola pedazos, hasta que todo el vaporhubo escapado. El ruido del martillo sobre elmetal se perdió en el aire como un tañido decampanas.

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Lentamente las máquinas y ruedas de laCiudad de Hierro se fueron quedando quietasy las enormes chimeneas dejaron de escupir suhumo negro hacia el cielo. Los muros llenosde herrumbre se detuvieron con un chirridoy una nube de vapor salió de todos los esca-pes hasta perderse entre las nubes. Una suavellovizna comenzó a caer sobre la ciudad ahoravacía, apagando los últimos fuegos.

Márkel, Rapaz y los demás dejaron parasiempre la Ciudad de Hierro y corrieron a reu-nirse con sus amigos.

Capítulo 21El solsticio de verano

J úniser y Piar salieron corriendo entre lagente que se reunía alrededor del fuego. Cadauno llevaba en la mano un trozo del famosopastel de manzana y miel de Cerina y teníael rostro manchado de crema. Los árboles decristal brillaban con una luz azulada que refle-jaba el claro cielo nocturno. Márkel y Rapazobservaban la celebración del solsticio de ve-rano desde la copa plateada y oscura de unenorme árbol.

Había pasado más de un año desde la de-rrota de los caballeros. Los sobrevivientes deFanador habían marchado hacia el norte conlos centauros y habían decidido fundar un

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nuevo poblado en los límites del bosque. Leshabía costado mucho tiempo levantar unanueva aldea, pero poco a poco parecía que elmundo renacía una vez más. Los dos chicoshabían regresado con el dragón un par de ve-ces a la Ciudad de Hierro y habían visto cómo

202 la maleza comenzaba a crecer entre los murosabandonados.

La música de los juglares se mezclaba con larisa de la gente. Los bárbaros de hielo habíanbajado desde las montañas y veían curiosos losmalabares y trucos de los juglares. Los niñoscorrían de un lado para otro y las mujeres seapresuraban tras ellos llevando enormes fuen-tes de comida. Los centauros habían venidotambién desde el bosque y Arhín pasaba entreellos, tomando notas y preguntando infatiga-ble sobre sus costumbres.

En una mesa cerca de los barriles de cerve-za, Corl y Halcón Nocturno discutían acalo-radamente acerca de la reciente ola de robosen el pueblo. El ladrón y sus hombres habíandecidido mudarse también al norte y el padrede Larok no encontraba el asunto muy diver-tido. Márkel sonrió. Ojos de Luna caminabamajestuoso entre las mesas llenas de comida allado de Cerina, tratando de descubrir en vanola receta de sus nabos picantes.

Círith y Larok se acercaron al árbol con-versando alegremente e invitaron a los chicosa ver las presentaciones de los juglares. Rapazy Círith se habían hecho muy buenas amigas,

por lo que Márkel y Larok habían tenido quearmarse de paciencia, mientras las dos chicasse contaban entre risas todo lo que hacían odejaban de hacer. Ctrith incluso había apren-dido algunos insultos del amplio repertorio dela ladrona, dejando a sus padres muy preocu-pados.

Los cuatro amigos pasaron entre un grupode centauros que trataba de aprender a bailarcon algunas de las chicas del pueblo y luegose acercaron al claro donde se presentaban losjuglares. Mientras Oso levantaba dos anchostoneles de cerveza de roble, Gorrión hacía ma-labares con sus esferas de cristal. El juglar ha-bía seguido viajando con frecuencia por todoel mundo y los chicos sólo lo veían de vez encuando.

Por un momento Márkel recordó el Festivalde Primavera y se sorprendió de todo lo quehabía sucedido desde entonces. Había llevadoa Bran en el dragón de vapor a ver los restosde Fanador, y padre e hijo habían recorridoentristecidos las ruinas. El bosque había em-pezado a volverse salvaje y los árboles crecíanahora en desorden entre las casas destruidas.

Cuando los dos juglares terminaron su nú-mero, fue el turno de Cisne y Gato Gris. Eljuglar caminaba ahora con dificultad, pero pa-recía más feliz que antes. Se sentó con cuidadojunto al fuego y tocó una alegre tonada con suflauta, mientras Cisne bailaba en medio delclaro. Círith y Rapaz le habían pedido varias

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veces que les enseñara a bailar como ella, perotodavía se equivocaban al tratar de imitar suspasos.

Márkel vio a Bran al otro lado del prado,sentado en una larga mesa con Cerina y lospadres de Círith. Conversaban animadamen-te y la risa profunda de Bran parecía resonarpor todo el bosque. Había construido un nue-

va taller a las afueras del pueblo y gracias a sushabilidades como herrero tenía mucho traba-jo. A veces Márkel oía desde lejos los golpesde su martillo sobre el yunque y sonreía ensilencio.

Cisne terminó su danza y todos los presen-tes aplaudieron emocionados. La bailarina yGato Gris se besaron apasionadamente. Tejón

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tomó entonces la palabra y comenzó a narraruna de sus historias. El juglar parecía cada vezmás viejo, pero sus relatos seguían siendo losmejores. De improviso, hizo un gesto con lasmanos y dos pequeños unicornios de luz co-rrieron por el claro.

Márkel y Rapaz se miraron y sonrieronal recordar su primer encuentro. La chica letomó la mano con ternura y lo condujo lejosdel fuego. El viento soplaba suavemente en-tre las ramas haciendo tintinear los cristales.De repente, Gorrión apareció a su lado y loschicos se preguntaron cómo había hecho paraencontrados una vez más.

El juglar los abrazó sonriendo y luego sacóde su capa dos esferas de cristal y le dio una acada uno. Márkellas observó fascinado y viocon asombro cómo aparecía una imagen de símismo y sus dos amigos dentro del cristal. Loschicos abrazaron a Gorrión agradecidos y eljuglar hizo una larga reverencia antes de alejar-se de regreso a la fiesta.

Márkel y Rapaz se encogieron de hombros,imitando el gesto de su amigo, y siguieroncorriendo entre los árboles, mientras su risase perdía juguetona entre las ramas. De im-proviso, llegaron al claro donde guardaban aldragón. La enorme criatura de metal parecíadormir en medio del bosque. El chico dudóun momento antes de acercarse, pero Rapaz loatrajo hacia sí y lo besó en los labios.

-Será divertido -dijo sonriendo.

Márkel abrió la escotilla y los dos subierona la cabina de mando. Activaron las válvulas ychequearon los medidores de presión.

El dragón de vapor se elevó suavementeentre los árboles, cada vez más alto, hasta pa-sar las nubes y flotar por un instante entre elmundo y las estrellas. 207