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2 CIVILIZACIÓN Y BARBARIE ROMANTICISMO Y LITERATURA NACIONAL CONTENIDOS Las ideas fundacionales Escritores comprometidos y exiliados “El matadero”, de Esteban Echeverría Facundo, de Domingo F. Sarmiento El Salón Literario Literatura y política La generación del ’80 Los inicios de la literatura norteamericana Matavenados, de James Fenimore Cooper Un romántico entre pieles rojas El matadero [...] El matadero de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al sud de la ciu- dad, es una gran playa en forma rectangular, colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí termina y la otra se prolonga hacia el este. [...] Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal, en el cual los animales apeñuscados* se hunden hasta el encuentro* y quedan como pegados y casi sin movimiento. [...] La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cua- renta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros, y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más pro- minente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho des- nudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. [...] [...] Alguna tía vieja salía furiosa en persecución de un muchacho que le había embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y puteadas los compa- ñeros del rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro y llovían sobre ella zoquetes de carne, [...] hasta que el juez mandaba restablecer el orden y despejar el campo. Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo, tirándose horrendos tajos y reveses; por otro, cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mondongo. [...] Simulacro en pequeño era éste ESTEBAN ECHEVERRÍA Nació en Buenos Aires, en 1805, y murió en Montevideo, en1851. En 1825 viajó a Francia, donde recibió buena parte de su formación literaria. A su regreso, en 1831, fue uno de los introductores del Romanticismo literario en el Río de la Plata. Publicó Elvira o La novia del Plata, Los consuelos y Rimas. En este último libro apareció publicada“La cautiva”, su obra en verso más importante. Fue un miembro activo del Salón Literario, y cuando éste cerró, fundó la Asociación de Mayo. En 1840 se exilió en Montevideo. De su producción se destaca“El matadero”, cuento que fue publicado luego de su muerte. 22 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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2 CIVILIZACIÓN Y BARBARIE ROMANTICISMO Y LITERATURA NACIONAL

CONTENIDOS

❚ Las ideas fundacionales

❚ Escritores comprometidos

y exiliados

❚ “El matadero”, de Esteban

Echeverría

❚ Facundo, de Domingo F.

Sarmiento

❚ El Salón Literario

❚ Literatura y política

❚ La generación del ’80

❚ Los inicios de la literatura

norteamericana

❚ Matavenados, de James

Fenimore Cooper

❚ Un romántico entre pieles rojas

El matadero[...] El matadero de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al sud de la ciu-

dad, es una gran playa en forma rectangular, colocada al extremo de dos calles, una de las cuales allí termina y la otra se prolonga hacia el este. [...]

Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal, en el cual los animales apeñuscados* se hunden hasta el encuentro* y quedan como pegados y casi sin movimiento. [...]

La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cua-renta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros, y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más pro-minente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho des-nudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre. [...]

[...] Alguna tía vieja salía furiosa en persecución de un muchacho que le había embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y puteadas los compa-ñeros del rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro y llovían sobre ella zoquetes de carne, [...] hasta que el juez mandaba restablecer el orden y despejar el campo.

Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo, tirándose horrendos tajos y reveses; por otro, cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mondongo. [...] Simulacro en pequeño era éste

ESTEBAN ECHEVERRÍA Nació en Buenos Aires, en

1805, y murió en Montevideo,

en1851. En 1825 viajó a Francia,

donde recibió buena parte

de su formación literaria.

A su regreso, en 1831, fue

uno de los introductores del

Romanticismo literario en el Río

de la Plata. Publicó Elvira o La

novia del Plata, Los consuelos

y Rimas. En este último

libro apareció publicada “La

cautiva”, su obra en verso más

importante. Fue un miembro

activo del Salón Literario, y

cuando éste cerró, fundó la

Asociación de Mayo. En 1840

se exilió en Montevideo. De

su producción se destaca “El

matadero”, cuento que fue

publicado luego de su muerte.

22 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos individuales y sociales. [...]

Un animal había quedado en los corrales, de corta y ancha cerviz*, de mirar fiero, sobre cuyos órganos genitales no estaban conformes los pareceres porque tenía apa-riencias de toro y de novillo. Llegole su hora. [...]

El animal, prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibun-do y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro, donde estaba como clavado y era imposible pialarlo*. Gritábanle, lo azuzaban en vano con las mantas y pañuelos los muchachos que estaban prendidos sobre las horquetas del corral, y era de oír la disonante batahola de silbidos, palmadas y voces tiples* y roncas que se desprendía de aquella singular orquesta.

Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca y cada cual hacía alarde espontáneamente de su ingenio y de su agudeza, excitado por el espectáculo o picado por el aguijón de alguna lengua locuaz. [...]

—Malhaya el tropero que nos da gato por liebre.—Si es novillo.—¿No está viendo que es toro viejo?—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c... si le parece, c...o! [...]—¡Alerta! ¡Guarda los de la puerta! ¡Allá va furioso como un demonio!Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas

que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lan-zando a entrambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sen-tando su caballo, desprendió el lazo del asta, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe

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de hacha la hubiese dividido a cercén*, una cabeza de niño cuyo tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.

—Se cortó el lazo —gritaron unos— ¡Allá va el toro!Pero otros, deslumbrados y atónitos, guardaron silencio, porque todo fue como

un relámpago.Desparramose un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó sobre la cabeza

y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra parte, compuesta de jinetes que no vieron la catástro-fe, se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando:

—¡Allá va el toro! ¡Atajen! ¡Guarda! [...]Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el matadero donde la poca

chusma que había quedado no hablaba sino de sus fechorías. [...] Del niño degollado por el lazo no quedaba sino un charco de sangre; su cadáver estaba en el cementerio.

Enlazaron muy luego por las astas al animal, que brincaba haciendo hincapié y lanzando roncos bramidos. Echáronle uno, dos, tres piales; pero infructuosos; al cuarto quedó prendido en una pata: su brío y su furia redoblaron; su lengua, estirán-dose convulsiva, arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas.

—¡Desjarreten* ese animal! —exclamó una voz imperiosa. Matasiete se tiró al pun-to del caballo, cortole el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su enorme daga en mano, se la hundió al cabo hasta el puño en la garganta, mostrándola enseguida humeante y roja a los espectadores. Brotó un torrente de la herida, exhaló algunos bramidos roncos, vaciló y cayó el soberbio animal entre los gritos de la chusma que proclamaba a Matasiete vencedor y le adjudicaba en premio el matambre. [...]

[...] La matanza estaba concluida a las doce, y la poca chusma que había presen-ciado hasta el fin, se retiraba en grupos de a pie y de a caballo [...]

Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó:—¡Allí viene un unitario! —y al oír tan significativa palabra toda aquella chusma

se detuvo como herida de una impresión subitánea*.—¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque ni luto en el sombrero.—Perro unitario.—Es un cajetilla*.—Monta en silla como los gringos.—¡La Mazorca* con él!—¡La tijera!—Es preciso sobarlo*. [...] —¿A que no te le animás, Matasiete? [...]Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tratándose de violencia,

de agilidad, de destreza en el hacha, el cuchillo o el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían picado; prendió la espuela a su caballo y se lanzó a brida suelta* al encuentro del unitario.

Era éste un joven como de veinticinco años, de gallarda y bien apuesta perso-na, que mientras salían en borbotones de aquellas desaforadas bocas las anterio-res exclamaciones, trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro alguno. Notando, empero, las significativas miradas de aquel grupo de dogos de matade-ro, echa maquinalmente la diestra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando una pechada al sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo ten-diéndolo a la distancia boca arriba y sin movimiento alguno. [...]

Atolondrado todavía el joven, fue, lanzando una mirada de fuego sobre aque-

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llos hombres feroces, hacia su caballo que permanecía inmóvil no muy distante, a buscar en sus pistolas el desagravio y la venganza. Matasiete, dando un salto, le salió al encuentro y con fornido brazo, asiéndolo de la corbata, lo tendió en el sue-lo tirando al mismo tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta.

Una tremenda carcajada y un nuevo viva estentóreo volvió a vitorearlo.¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales! ¡Siempre en pandillas

cayendo como buitres sobre la víctima inerte!—Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.—Pícaro unitario. Es preciso tusarlo*.—Tiene buen pescuezo para el violín.—Tocale el violín.—Mejor es la resbalosa*.—Probemos —dijo Matasiete, y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por

la garganta del caído, mientras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.

—No, no lo degüellen —exclamó de lejos la voz imponente del juez del matade-ro que se acercaba a caballo.

—A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mazorca y las tijeras. ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Viva el Restaurador de las leyes! [...]

La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual no salían los vasos de bebida y los naipes sino para dar lugar a las ejecuciones y torturas de los sayones* federales del matadero. [...]

—¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?—¡Calma! —dijo sonriendo el juez—; no hay que encolerizarse. Ya lo verás.El joven, en efecto, estaba fuera de sí de cólera. Todo su cuerpo parecía estar

en convulsión. Su pálido y amoratado rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios. Sus ojos de fuego parecían salirse de la órbita, su negro y lacio cabello se levantaba erizado. Su cuello desnudo y la pechera de su camisa dejaban entrever el latido violento de sus arterias y la respiración anhelante de sus pulmones.

—¿Tiemblas? —le dijo el juez.—De rabia porque no puedo sofocarte entre mis brazos.—¿Tendrías fuerza y valor para eso?—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.—A ver las tijeras de tusar mi caballo; túsenlo a la federala.Dos hombres le asieron, uno de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y en un

minuto cortáronle la patilla que poblaba toda su barba por bajo, con risa estrepi-tosa de sus espectadores.

—A ver —dijo el juez—, un vaso de agua para que se refresque.—Uno de hiel te haría yo beber, infame.Un negro petiso púsosele al punto delante con un vaso de agua en la mano. Diole

el joven un puntapié en el brazo y el vaso fue a estrellarse en el techo salpicando el asombrado rostro de los espectadores.

—Éste es incorregible.—Ya lo domaremos.—Silencio —dijo el juez—, ya estás afeitado a la federala, sólo te falta el bigote.

Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuentas. ¿Por qué no traes divisa*?

*apeñuscados: amontonados.encuentro: contacto de los cuartos traseros.cerviz: parte dorsal del cuello.pialar: echarle un lazo a un animal.tiple: aguda.a cercén: enteramente.desjarretar: cortar a un animal por el jarrete, que es la parte posterior de la pata.subitánea: súbita.cajetilla: persona adinerada, elegante.Mazorca: nombre de la organización que apoyaba a Rosas, cuyos integrantes sometían a la oposición mediante métodos terribles.sobar: castigar dando golpes.a brida suelta: al galope, a toda velocidad.tusar: cortar el pelo al ras.

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—Porque no quiero.—¿No sabes que lo manda el Restaurador?—La librea* es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.—A los libres se les hace llevar a la fuerza.—Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras armas, infames. El lobo,

el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros. Deberíais andar como ellos en cuatro patas.

—¿No temes que el tigre te despedace?—Lo prefiero a que maniatado me arranquen, como el cuervo, una a una las entrañas.—¿Por qué no llevas luto en el sombrero por la heroína?—Porque lo llevo en el corazón por la patria, ¡por la patria que vosotros habéis

asesinado, infames! [...]—Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada dénle verga,

bien atado sobre la mesa.Apenas articuló esto el juez, cuatro sayones salpicados de sangre suspendieron al

joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros.—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el

joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro, grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negrea-ban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.

—Átenlo primero –exclamó el juez.—Está rugiendo de rabia –articuló un sayón.En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa, volcando su

cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movi-miento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando:

—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron

la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores estupefactos.

—Reventó de rabia el salvaje unitario —dijo uno. [...]—Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa dema-

siado a lo serio —exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre—.Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.En aquel tiempo los carniceros degolladores del matadero eran los apóstoles que pro-

pagaban a verga y puñal la Federación rosina, y no es difícil imaginarse qué Federación saldría de sus cabezas y cuchillas. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador, car-nicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso anterior puede verse a las claras que el foco de la Federación estaba en el matadero.

Esteban Echeverría: La cautiva. El matadero. Ojeada retrospectiva, Buenos Aires,CEAL, 1979.

*resbalosa: danza típica federal. Hace alusión a la tortura que la Mazorca imponía a sus víctimas, las cuales, heridas, “resbalaban” en su propia sangre.sayón: verdugo.divisa: señal distintiva. Se refiere a la divisa punzó, distintivo de los partidarios de Rosas. librea: vestido o uniforme que usaban los criados.

aACTIVIDADES

1. Relean El matadero. Identifiquen y sinteticen las escenas de violencia narradas en el cuento.2. ¿Qué recursos emplea el narrador para impresionar al lector?3. ¿Qué similitudes pueden establecer entre la muerte del toro y la del joven unitario?4. ¿Cuáles son los valores y creencias de los personajes: Matasiete, el joven unitario y el juez?

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aACTIVIDADES1. Busquen los datos biográficos

de Facundo Quiroga y escriban una crónica de su muerte.2. Investiguen sobre argentinos influyentes en la vida política y cultural argentina que hayan tenido que emigrar por persecución política durante los gobiernos de Rosas (1829-1852) y durante la última dictadura militar de la Argentina (1976-1983).

Facundo On ne tue point les idées.

FORTOULA los hombres se degüella; a las ideas, no.

A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales*, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas baca-nales* sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda, bajo las Armas de la Patria que en días más alegres había pintado en una sala, escribí con carbón estas palabras: On ne tue point les idées*.

El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amena-zas. Oída la traducción, “¡y bien!”, dijeron, “¿qué significa esto?...”

Significaba, simplemente, que venía a Chile, donde la libertad brillaba aún, y que me proponía hacer proyectar los rayos de las luces de su prensa hasta el otro lado de los Andes. Los que conocen mi conducta en Chile saben si he cumplido aquella protesta.

Introducción ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangren-

tado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convul-siones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No, no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!”. ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtiose en Rosas en sistema, efec-to y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambiose en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio. [...] Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espí-ritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo*. [...] Sí; grande y muy grande es, para gloria y vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares de seres degradados que se unzan* a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a milla-res, las almas generosas que en quince años de lid* sangrienta no han desesperado de vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la Repú-blica. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan. [...]

Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar en los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradicio-nes populares, los puntos en que están pegados.

Domingo F. Sarmiento: Facundo, Buenos Aires, CEAL,1979.

DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO Nació en San Juan, en 1811.

Fue maestro, militar, escritor,

periodista, senador, diplomático

y presidente de la Nación (1868-

1874). Su oposición al gobierno

de Rosas lo llevó a escribir

Facundo (1845). También es autor

de Recuerdos de provincia,

Dominguito, Viajes, entre otras

obras. Como Presidente, estimuló

el desarrollo de la educación;

creó numerosas instituciones

educativas, como la Escuela

Normal de Paraná, la Universidad

Nacional de San Juan, la Biblioteca

Nacional de Maestros y el

Observatorio Astronómico de

Córdoba. Murió en Asunción del

Paraguay en 1888.

*cardenal: moretón, hematoma.bacanal: orgía con mucho desorden y tumulto.On ne tue point les idées: reformulación de una frase de Diderot. Significa “Las ideas no se matan.”Maquiavelo: (Italia,1469-1527) ensayista y teórico de la política. Autor de El príncipe.uncir: atar o sujetar al yugo.lid: lucha.

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Escritores en el exilio

Hacia 1836, la consolidación de Rosas en el gobierno de Buenos Aires trajo conse-

cuencias importantes para la vida del país. El período que siguió estuvo signado por el

enfrentamiento político entre federales y unitarios, y culminó en 1852 con el triunfo de

Urquiza y el inicio de la etapa constitucional.

En esa época, era habitual que los intelectuales estuvieran profundamente comprome-

tidos con sus ideales políticos. Por lo tanto, las sangrientas luchas internas que dominaron

la escena nacional entre 1830 y 1850 marcaron, a veces duramente, la vida de muchos de

ellos.

En efecto, el triunfo de Rosas vino acompañado del exilio no sólo de ciudadanos

de filiación unitaria sino también, gradualmente, de todos aquellos que no estaban de

acuerdo con el régimen.

Durante la primera mitad del siglo XIX, muchos intelectuales pasaron por la experiencia

del destierro y escribieron desde allí distintas obras que narraban la lucha contra el Restau-

rador.

Esteban Echeverría fue uno de esos intelectuales románticos disidentes, y su cuento

“El matadero” es considerado el texto fundacional de la literatura argentina. También

Sarmiento optó por refugiarse en Chile, donde escribió Facundo, y José Mármol escribió

en Brasil parte de sus Cantos del peregrino. Desde entonces y hasta la actualidad, debido a

los avatares de la historia argentina, el exilio se tornó un contexto habitual para nuestros

escritores e intelectuales, y un tema recurrente en la producción literaria nacional.

La educación europeaDurante el siglo XIX, muchos intelectuales argentinos completaban su formación en

Europa. Era habitual el viaje de los jóvenes que, en Francia, se nutrían de las teorías para

impulsar el progreso y la libertad de los pueblos americanos. Ya el Río de la Plata se había

emancipado políticamente de España, pero restaba, en el plano cultural, alejarse de la

pesada tradición española, por lo que los intelectuales deseaban establecer relaciones

con otros países europeos.

Uno de esos jóvenes fue Esteban Echeverría, que viajó a París en 1825. Allí, durante

cinco años, tomó contacto con las ideas vigentes, las del movimiento liberal romántico,

que cultivaba el sentimiento estético del arte, su función social y el papel activo del

intelectual comprometido con su época. Las obras de algunos escritores románticos como

Lord Byron, Chateaubriand, Goethe y, en mayor medida, Víctor Hugo, le revelaron una

nueva manera de vincular el arte con lo social. La poesía era para Echeverría una actividad

creadora del hombre al servicio de las ideas, y, en este sentido, el escritor debía ser un

intérprete de la realidad y un formador de la opinión pública.

Cuando regresó a su patria, en 1830, publicó, en el periódico La Gaceta Mercantil, “El

regreso”, un poema de corte netamente romántico. A partir de ese momento, imbuido de

una fuerte vocación por la actividad pública, realizó una intensa tarea en periódicos y se

conectó con los jóvenes universitarios que por ese entonces comenzaban a nuclearse en

el Salón Literario (1837). La represión intelectual empezaba a sentirse: por ejemplo, para

conseguir su título, los casi graduados universitarios debían manifestarse adeptos a “la

causa de la Federación”.

Fecunda actividad periodísticaEn el período comprendido entre 1829 y 1852, hubo una considerable producción periodística. Se publicaron, entre otros: El Tiempo, de los hermanos Varela; El Pampero, la fecunda serie de periódicos populares de Luis Pérez; El Monitor, El Imparcial, El Censor Argentino, La Moda, redactado por Rafael Corvalán, Juan B. Alberdi y Juan María Gutiérrez; La Gaceta Mercantil con su trayectoria de casi 30 años y, además, El Diario de la Tarde, La Bruja y El Restaurador de las Leyes.

Sello de goma de los federales, usado

en 1836.

28 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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Las ideas fundacionales

El Salón Literario de 1837 estaba formado por un

grupo de jóvenes intelectuales que se reunían a discutir

sobre arte y política en la librería de Marcos Sastre. Allí,

Echeverría leyó a los concurrentes muchas de sus produc-

ciones y ejerció un liderazgo natural.

Los propósitos políticos que los unían no se enrola-

ban ni en el unitarismo ni en el federalismo; buscaban

crear ideas nuevas que rescataran los principios de la

Revolución de Mayo, es decir, los ideales de libertad y

democracia y, especialmente, de independencia cultural,

que no habían llegado a desarrollarse plenamente. Parti-

ciparon de este grupo figuras tan destacadas como Juan

Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez. Cuando el clima

de la época tornó insostenible su actividad, todos optaron por el exilio.

En el plano literario, el grupo buscaba fundar una literatura nacional que rompiera con

la herencia española y se acercara a las ideas francesas: “Hay que tener un ojo puesto en

la inteligencia francesa y el otro clavado en las entrañas de la patria”, decía Echeverría.

Hacia 1840, en un clima político desafiante, de exacerbada violencia, y a punto de exi-

liarse, Echeverría escribió “El matadero”. Este relato no fue publicado por su autor; recién lo

hizo su amigo Juan María Gutiérrez en 1871, cuando Echeverría ya había muerto.

“El matadero”: civilización y barbarieConsiderado el primer cuento de la literatura argentina, “El matadero” circunscribe las

acciones a un espacio geográfico ubicado en la zona intermedia o fronteriza entre la ciudad

y el campo. La dicotomía “civilización y barbarie”, que recorrió la literatura argentina del

siglo XIX, ya aparece en la elección de este ambiente, porque el matadero era el lugar por

donde lo rural —la barbarie, según la visión de algunos intelectuales de la época— pene-

traba en la ciudad: las reses eran traídas desde el campo para servir de alimento a la gente

de la ciudad. En ese mundo vivían los pialadores, los matarifes, los descuartizadores, las

achuradoras, las mulatas, que estaban en contacto con las vísceras y la carroña, con la grasa

y con la sangre.

Lo que desencadena la anécdota inicial del relato es la falta de reses en el matadero

de la Convalecencia, debida a las intensas lluvias. Luego de una descripción minuciosa del

ambiente, el relato se detiene en el día en que se reinicia la faena: un toro se escapa y huye

por las calles de la ciudad, un lazo le cercena la cabeza a un niño, un unitario se acerca al

lugar y es torturado y asesinado por los mazorqueros.

Leído desde la perspectiva del Romanticismo, “El matadero” es un relato de denuncia

política y social que muestra hasta qué punto, en esa época, la superación del enfrenta-

miento entre unitarios y federales era impensable. Los jóvenes del matadero, entrenados en

el cuchillo y en la pelea, difícilmente podrían ser la cabeza pensante de una nación.

Esta representación del conflicto político propio de la época enfrenta dos mundos: el

del joven unitario y el de la Mazorca, el de la civilización y el de la barbarie, el de la ciudad

y el del campo, el del espíritu y el del materialismo. Esta brutal oposición sólo pudo produ-

ci r violencia y muerte.

1. Ubiquen en “El matadero” el fragmento en el que el narrador manifiesta que los jóvenes del matadero no podrían ser la “cabeza pensante” de una nación. ¿Quiénes podrían serlo, por oposición?2. Comparen el modo de hablar del joven unitario con el de los mazorqueros. ¿Cómo caracterizarían el nivel de lengua de cada uno? ¿Qué se intenta señalar al incluir ese contraste en el texto? 3. ¿De qué otro modo se muestran en el texto las diferencias entre unitarios y federales?4. Vuelvan a leer el apartado “La Refalosa” (capítulo 1, página 15). ¿Qué relación guarda el fragmento del poema de Ascasubi con la escena final de “El matadero”?

aACTIVIDADES

El matadero, acuarela de Carlos Enrique

Pellegrini, 1830.

29

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Un periódico “a la moda”Los integrantes del Salón Literario buscaron difundir sus ideas a través de periódicos.

El 18 de noviembre de 1837, se publicó La Moda, una hoja semanal cuyo objetivo era

influir en la opinión pública. Juan Bautista Alberdi fue uno de sus principales columnis-

tas. Firmaba sus notas como Figarillo, en honor a José María de Larra, el único español al

que reconocía valor intelectual.

A partir de notas dedicadas a comentar el atuendo de damas y caballeros, el mobi-

liario o el baile, se intentaba atacar la tradición e instalar lo novedoso, es decir, poner

en circulación nuevas costumbres y, a la vez, difundir las ideas de los nuevos pensadores

franceses. El punto de partida era que, ya que los hábitos arraigados obstaculizaban la

reforma social y el progreso, era necesario crear nuevos modos de vivir, de relacionarse y,

en definitiva, de pensar la sociedad.

La gacetilla llevaba el epígrafe “¡Viva la Federación!”. Es que no todos los integrantes

del grupo juvenil, al que posteriormente se denominó “generación del ’37”, actuaban en

franca oposición a Rosas. Al principio, muchos de ellos intentaron congraciarse con el

poder para asegurar la continuidad de la publicación, pero no tuvieron éxito. Luego de

seis meses, el semanario fue clausurado por las autoridades del gobierno rosista. Alberdi

se exilió en Montevideo, desde donde siguió trabajando en el diario El Nacional a partir

de 1838.

Sarmiento: literatura y política

Domingo Faustino Sarmiento fue otro escritor destacado, que en la primera mitad del

siglo XIX denunció a Rosas y se opuso fervientemente a su gobierno. De hecho, su produc-

ción literaria se circunscribió al período 1838-1852.

Sin embargo, la ficción que cultivó Sarmiento estaba muy unida a la escritu-

ra política, a la palabra relacionada con la verdad. Tal vez Echeverría no se deci-

dió a publicar“El matadero” en la época de Rosas porque no confiaba demasiado

en la efectividad política de la ficción literaria. Esa misma desconfianza quizá

llevó a Sarmiento a adoptar para Facundo, su obra fundamental, un encabalga-

miento entre lo ficcional y lo histórico. Mucho se ha escrito acerca del género

de esta obra: ¿novela o ensayo? La crítica literaria la define, en algunos casos,

como una novela ensayística, pero en sus páginas confluyen distintos géneros:

la autobiografía —en la primera página de la obra, por ejemplo— ; la biogra-

fía de Facundo Quiroga, pero también de otros personajes como la del mayor

Navarro; y la modalidad del ensayo, en tanto plantea como objetivo aclarar el

proceso argentino que se inicia con Facundo Quiroga y llega hasta Rosas.

El esquema básico del libro se asienta sobre la oposición “civilización-

barbarie”. Esta dicotomía desencadena otra serie de contrastes a la largo de la obra: moder-

nidad-tradición; ciudad-campaña; Buenos Aires-interior del país. La literatura es el lugar

de la mediación entre estas oposiciones.

Facundo fue publicado en Chile en 1845. Su concepción se debió fundamentalmente a

la llegada a ese país de un enviado de Rosas, Baldomero García, que llevaba como misión

protestar por la campaña antirrosista de los exiliados argentinos, especialmente la desa-

rrollada por el mismo Sarmiento. Esto precipitó al autor a escribir su obra, que apareció en

forma de folletín durante tres meses en el diario El Progreso.

Facundo y el rol de la literatura En el capítulo II de Facundo, Sarmiento dejó en claro su posición respecto del modelo de país que sostenía en su producción literaria: “Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y sobre todo de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia; lucha imponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país”.

Uno de los medios de confrontación

política del siglo XIX fue la publicación

de caricaturas en diarios y revistas, para

ridiculizar al oponente. Sarmiento fue un

personaje habitual de esas viñetas, tanto

por su exposición pública a partir de la

publicación de sus escritos, como por las

acciones políticas que luego lo llevaron a

ser Presidente de la Nación.

30 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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La primera página del Facundo La anécdota que narra la primera página del libro de Sarmiento (seleccionada en el

inicio de este capítulo) ha sido analizada por Ricardo Piglia —escritor y estudioso de la

literatura argentina—, en relación con el cuento de Echeverría. Dice Piglia que en ambas

historias se narra una misma escena de violencia, en el cuerpo y en el lenguaje —la veja-

ción del unitario que entra en el matadero y el destierro de un intelectual que debe huir

de su país—, generada por la confrontación civilización-barbarie. Lo interesante de la

anécdota de Sarmiento es que enfrenta a los que, desconcertados, no pueden comprender

una frase escrita en francés con el que sí puede dar cuenta de su significado —en este

caso, el escritor—, pero que, sin embargo, debe exiliarse. Si en el caso de Echeverría el

unitario que penetra en el territorio hostil es asesinado; en el de Sarmiento, el disidente

no tiene otra opción que abandonar su patria. Ése es el marco que inaugura los hechos

narrados en la obra y que pone en primer plano a la figura del caudillo riojano Facundo

Quiroga y, en segundo plano, a la figura de Rosas.

Del escritor liberal romántico al gentleman

Intelectuales como Echeverría, Sarmiento y José Hernández alternaron la práctica

literaria y periodística con el accionar político. De hecho, muchas de sus ideas llegarían

a regir los destinos de la Nación. El escritor romántico ejercía tanto la literatura como la

política, dos fuerzas que produjeron las mejores páginas de la época.

La década de 1880, con el inicio de la Argentina moderna, se caracterizó por el impul-

so del progreso y por grandes cambios sociales. Si bien no había desaparecido todavía la

actividad política de los escritores, la progresiva división del trabajo que se observó en

otros sectores de la estructura social fue separando la figura del político de la del escritor.

De a poco se impuso cierta especificidad propia de cada esfera. Los escritores de la llama-

da “generación del ’80” —Miguel Cané, Eduardo Wilde, Lucio Mansilla, Eugenio Cambace-

res, entre otros— se situaron como voceros de la oligarquía liberal que, en ese momento,

regía política y económicamente los destinos del país.

Era la época en la que Buenos Aires, capital de la República, se volvió europea; se

embelleció con la construcción de edificios como el teatro Colón y muchos otros de estilo

francés; la clase adinerada argentina se habituó a comprar sus muebles y su ropa en París,

las mujeres lucían sus trajes en las funciones de la ópera y la élite dirigente se reunía en

el Club del Progreso.

El intelectual era un dandy o un gentleman que coleccionaba objetos artísticos exqui-

sitos, exhibía su distinción en el Jockey Club y paseaba por Europa. Como muestra de estas

costumbres, en nuestra literatura quedaron relatos de viaje, narraciones autobiográficas

al estilo de Juvenilia, de Cané, y las conversaciones breves de Entre nos, de Mansilla. Pero

también quedaron las novelas de Cambaceres, en las que ya se mostraban las contradic-

ciones de esta época que desembocó en la gran crisis económica de 1890.

Si el escritor que abrió nuestra literatura a principios del siglo XIX fue el liberal román-

tico, el que cerró este período fue el escritor gentleman de la generación del ’80.

Opiniones sobre Facundo En “Facundo y su biógrafo”, Juan B. Alberdi comenta su posición sobre Facundo: “Es el manual del caudillo y del caudillaje, en que el autor desenvuelve y consagra la teoría del crimen político y social como medio de gobierno. Biografía de un caudillo cuya vida es un tejido de robos, de asesinatos, de violencias y atentados de todo género. El Facundo es un proceso criminal hecho a Quiroga, en efecto, pero en que el juez acaba por absolver al reo de lesa humanidad y de lesa patria desde que le oye hablar de constitución”.Por otra parte, en “Facundo y el historicismo romántico; civilización y barbarie”, el historiador Tulio Halperín Donghi afirma: “No, no hay tan sólo repulsa en la actitud de Sarmiento ante la barbarie, no es tan sólo para injuriar al enemigo muerto, sino precisamente para entenderlo”.

aACTIVIDADES1. Lean el capítulo V de Facundo,

en el que se narran la infancia y la juventud de Quiroga. ¿Qué relación se establece entre el “tigre cebado” y el “tigre de los llanos”?2. Investiguen el origen de la idea de Sarmiento acerca de la influencia del medio en la personalidad del individuo. 3. Organicen un debate a favor y en contra de la siguiente afirmación: “El medio influye en la personalidad del individuo”.

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Matavenados Capítulo XXIX

Entre los salvajes, era de uso común someter los nervios de sus víctimas a las más severas pruebas. Por su parte, para los indios era una cuestión de honor no demostrar terror ni dolor sino más bien provocar al enemigo para arrancarle un gesto de violencia que causara al prisionero una muerte rápida. Se sabía de muchos guerreros que habían logrado una rápida conclusión de sus sufrimientos escupiendo injurias y terribles insul-tos, en el preciso momento en que sentían que su fuerza física los abandonaba ante las torturas, obra de un ingenio infernal que podría eclipsar todo lo que se ha dicho acerca de los métodos demoníacos de la persecución religiosa. Sin embargo, Matavenados no podía provocar las pasiones de sus enemigos para protegerse de su ferocidad, ya que se lo impedía su peculiar idea de los deberes de un hombre blanco, por lo que decidió firmemente que soportaría cualquier cosa antes de deshonrar su color.

No bien los jóvenes comprendieron que estaban en libertad de comenzar, algu-nos de los más audaces y corpulentos de entre ellos se lanzaron al centro de la arena, tomahawk* en mano. Se preparaban para lanzar esa arma letal, intentando hacer blanco incrustándola en el tronco del árbol lo más cerca posible de la cabeza de su víctima, pero sin rozarla siquiera. Era un experimento tan riesgoso que sólo aquellos cuya pericia con el arma había sido sobradamente demostrada podían participar en la prueba, para evitar que una muerte prematura arruinara el entretenimiento tan esperado. Aun en manos confiables, el cautivo rara vez salía ileso, y con frecuencia la muerte se producía incluso sin premeditación por parte del atacante.

Todos los que integraban la lista estaban más decididos a exhibir su destreza que a vengar la muerte de sus camaradas. Cada uno de ellos se preparaba para la prueba con un sentimiento de rivalidad más que de venganza, y durante los pri-meros minutos, el prisionero sólo tenía para ellos el interés que necesariamente despierta un blanco viviente. Los jóvenes se mostraban más ansiosos que feroces, y Talarrobles pensó que sería capaz de salvarle la vida al cautivo cuando la vanidad de los jóvenes atacantes fuera satisfecha, siempre que no terminara sacrificado en el curso del delicado experimento que estaba a punto de llevarse a cabo.

El primero en presentarse fue un joven llamado Cuervo, que todavía no había teni-do la oportunidad de ganarse un sobrenombre más bélico. Era más notable por sus pretensiones que por sus habilidades o proezas; y los que conocían su temperamento sabían que el cautivo se hallaba en peligro inminente, desde el momento mismo en que Cuervo tomó posición y alzó el tomahawk. No obstante, el joven, de buen natural, sólo deseaba que su tiro fuera mejor que el de sus camaradas. Matavenados intuyó el deseo de renombre de su agresor a partir de las advertencias que le hicieron los mayo-res, quienes hubieran objetado la participación de Cuervo de no ser por la influencia

CON

EXIO

NES

En los inicios de la literatura norteamericana se relata el enfrentamiento con el “otro”; en este caso, con el indio. James Fenimore Cooper narra en varias de sus novelas la difícil convivencia de los blancos con los pieles rojas en el marco de las luchas entre franceses y norteamericanos a principios del siglo XIX.

Natty Bumppo, Matavenados, es un joven cazador blanco que vivió mucho tiempo entre los indios delaware. Mientras intenta rescatar a la enamorada de su amigo Chingachcook (uno de los últimos mohicanos), Matavenados se ve obligado a matar a dos miembros de la tribu de los hurones (en lo que hoy es la frontera oriental entre los Estados Unidos y Canadá). Cuando comienza el capítulo XXIX, Matavenados, prisionero de los hurones, es sometido a torturas.

JAMES FENIMORE COOPERNació en 1789, en New

Jersey, Estados Unidos.

Escribió 32 novelas de

aventuras en las que relata

la vida de los pioneros y sus

enfrentamientos con los

pieles rojas. Entre sus obras,

se destacan Los pioneros

(1823), El último mohicano

(1826), La pradera (1827),

El trampero (1840) y El

cazador de ciervos (1841).

Murió en 1851.

32 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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de su padre, un guerrero maduro de gran mérito que integraba el consejo de la tribu.A pesar de todo, nuestro héroe permaneció imperturbable. Había decidido con

resignación aceptar que le había llegado la hora, y no hubiera sido una calamidad, sino más bien un acto de misericordia, caer fulminado gracias a la impericia de la primera mano que se alzaba contra él. Al cabo de un número importante de flo-reos y gesticulaciones, que prometían mucho más de lo que en realidad era capaz, Cuervo lanzó el tomahawk. El arma describió los usuales giros en el aire, rebanó unas astillas del arbolito al que el prisionero estaba amarrado, a unos centímetros de su mejilla, y se clavó en un gran roble que se erguía pocos metros más atrás. Fue decididamente un mal tiro, que despertó en la concurrencia burlonas risotadas para gran mortificación del guerrero. Por otra parte, la valentía demostrada por el prisionero provocó disimulada admiración. [...]

El infructuoso intento de Cuervo fue sucedido de inmediato por el de Le Daim-Mose, el Alce, un guerrero de mediana edad particularmente hábil en el uso del tomahawk, cuya participación era muy esperada por la concurrencia. Este hombre hubiera sacrificado con gusto al cautivo en nombre del odio que sen-tía hacia los carapálidas, de no ser por el mayor interés que despertaba en él su propio éxito como experto en el uso del tomahawk. Tomó posición en silencio pero confiado, alzó su hacha apenas un instante, adelantó un pie con movimiento rápido y tiró. Matavenados vio el arma que giraba presta hacia él y creyó que todo había terminado. Sin embargo, el tomahawk ni siquiera lo rozó; fijó su cabeza al árbol agarrándole el cabello y enterrándose en la blanda corteza. Una exclamación general manifestó el deleite de los espectadores, y Alce sintió que su corazón se ablandaba un poco al advertir que la imperturbabilidad del prisionero le había permitido dar muestra de su consumada pericia.

El siguiente fue Saltarín, o Le Garçon qui Bondi, que ingresó a los saltos al centro del círculo, como una cabra juguetona. [...] Saltarín rebotó a ambos lados y delante de su cautivo, amenazándolo con el tomahawk, con la vana esperanza de que esta omi-nosa* exhibición le arrancara algún signo de temor. Finalmente, agotada su paciencia ante tanta monería, Matavenados habló por primera vez desde el inicio de la prueba.

—¡Tira de una vez, hurón! —exclamó—. De otro modo, tu tomahawk olvidará su utilidad. ¿Por qué haces tantas piruetas como un cervato que le muestra a su madre qué bien sabe saltar? ¡Si ya eres un guerrero avezado, y otro tan avezado como tú te está enfrentando, a ti y a todas tus tontas monerías! ¡Tira, o las mucha-chas se te reirán en la cara!

Aunque no tenían esa intención, estas palabras encendieron la furia guerrera de Saltarín. La misma excitabilidad nerviosa que lo hacía tan activo físicamente le difi-cultaba el control de sus sentimientos, y en cuanto Matavenados soltó su desafío el tomahawk salió disparado de las manos del indio. Lo lanzó sin ninguna buena voluntad y con feroz determinación asesina.[...] Era la primera vez que se manifesta-ba un objetivo que no fuera aterrorizar al prisionero o exhibir destreza, y Saltarín fue inmediatamente expulsado de la arena y fogosamente censurado por su apresura-miento e intemperancia*, que así habían frustrado todas las expectativas de la tribu.

Este indio irritable fue sucedido por otros jóvenes guerreros, que no sólo lan-zaron su tomahawk sino también el cuchillo —un experimento aun más peligro-so— con temeraria indiferencia, dando muestras, sin embargo, de tal habilidad que nunca hirieron al cautivo.

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Varias veces el arma le pasó raspando, pero Matavenados no recibió lo que podría llamarse una herida. La imperturbable firmeza con la que enfrentó a sus atacantes despertó el profundo respeto de los espectadores, y cuando los jefes anunciaron que el prisionero había pasado con éxito las pruebas del cuchillo y el tomahawk, ninguno de los miembros de la tribu sentía ya hostilidad hacia él, salvo Sumach y Saltarín.

Talarrobles dijo entonces a su gente que el carapálida había demostrado ser todo un hombre. [...] El jefe [...] procuró por todos los medios detener la prueba a tiempo, pues sabía muy bien que si permitía que se desataran las más feroces pasiones de los atormentadores, sus intentos de interrumpir la sangrienta carrera serían tan inútiles como pretender embalsar las aguas de los grandes lagos. Convo-có, por lo tanto, a cuatro o cinco de los mejores tiradores y les dijo que sometieran al cautivo a la prueba del rifle, mientras les advertía que sus reputaciones depen-dían de la destreza que demostraran.

[...] Sin embargo, se produjo una breve interrupción antes de que el asunto se concretara.

Enriqueta Hutter había presenciado todo lo ocurrido, y al principio la escena había hecho que su mente se paralizara; pero ahora reaccionó indignada ante el inmerecido sufrimiento que los indios infligían a su amigo. A pesar de ser tímida como un cervati-llo, en muchas ocasiones afloraba en ella la intrépida defensora de la causa de la huma-nidad. [...] Ahora ingresó al círculo, suave, femenina, hasta púdica, pero severa y firme, hablando como quien se sabe sostenida por la autoridad de Dios.

—¿Por qué atormentan a Matavenados, pieles rojas? —preguntó—. ¿Qué les ha hecho para darles derecho a jugar con su vida? Si algún cuchillo o tomahawk le hubiera acertado, ¿quién de ustedes podría curar esa herida? Además, al herir a Matavenados estarían hiriendo a un amigo; cuando mi padre y Torbellino vinie-ron a arrancarles las cabelleras, Matavenados se negó a acompañarlos y se quedó solo en la canoa. ¡Al atormentar a este joven, están atormentando a un amigo!

Los hurones la escucharon con grave atención y uno de ellos, que sabía inglés, tra-dujo lo que la joven había dicho. En cuanto Talarrobles entendió el contenido de lo dicho, le respondió en su propio dialecto y el intérprete tradujo al inglés la respuesta.

—Bienvenidas son las palabras de mi hija —dijo el severo y anciano orador, con tono amable y sonriendo con tanta amabilidad como si se dirigiera a una criatura. Los hurones se complacen al oír su voz y escuchan lo que dice. El Gran Espíritu suele hablar a los hombres a través de estas voces. Esta vez ella no ha abierto sufi-cientemente los ojos para ver todo lo ocurrido. Matavenados no vino a arrancarnos el cuero cabelludo, es verdad, pero ¿por qué no vino? Aquí, sobre nuestras cabezas, se yerguen nuestros tocados de guerra, listos para ser arrancados; un enemigo audaz debería extender la mano y arrebatarlos. La nación iroquesa* es demasiado noble para castigar a los cazadores de cabezas. Nos gusta ver que los demás hacen lo mismo que nosotros. Que mi hija mire a su alrededor y cuente mis guerreros. Si yo tuvie-ra tantas manos como cuatro guerreros, habría menos guerreros que dedos en el momento en que ustedes llegaron a mi territorio de caza. Ahora, me faltan tantos guerreros como dedos de una mano. ¿Dónde están esos dedos? Dos fueron cortados por este carapálida; mis hurones desean saber si lo consiguió gracias a un corazón valiente o gracias a engaños, como un taimado zorro o como una temeraria pantera.

—Tú mismo viste, hurón, cómo cayó uno de ellos. Yo lo vi, y todos lo vieron. Fue un espectáculo sangriento, pero no fue culpa de Matavenados. El guerrero

34 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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*tomahawk: hacha de mano.ominosa: abominable.intemperancia: falta de templanza.nación iroquesa: la confederación iroquesa reunía distintas tribus indígenas de Norteamérica. Eran grupos de agricultores que también se dedicaban a la caza y al comercio de pieles. Los mingos o hurones formaban parte de la confederación.el buen libro: se refiere a la Biblia.pulla: dicho con el que se humilla a una persona.

quiso quitarle la vida, y él se defendió. No sé si el buen libro* lo aprueba, pero todos los hombres harían lo mismo. Vamos, si quieres saber quién dispara mejor, dale a Matavenados un rifle y verás que él es mucho más diestro que cualquiera de tus guerreros. [...]

Si alguien hubiera podido observar esta escena con indiferencia, le hubiera resultado graciosa la seriedad con la que los salvajes escucharon la traducción de este inusual pedido. Ni una pulla*, ni una sonrisa empañó su sorpresa, pues el carácter y los modales de Enriqueta eran demasiado puros para despertar burlas bestiales y feroces. Por el contrario, obtuvo una respuesta atenta y respetuosa.

—Mi hija no siempre habla como un jefe ante el consejo reunido en torno del fuego —replicó Talarrobles—, o no habría dicho nada de esto. Dos de mis guerre-ros han caído bajo los golpes de nuestro prisionero; su tumba es demasiado peque-ña para albergar a un tercero. A los hurones no les gusta apiñar a sus muertos. Si un espíritu más está a punto de partir hacia el otro mundo, no debe ser el espíritu de un hurón, sino el de un carapálida. Ve, hija, y siéntate junto a Sumach, que está en duelo: deja que los hurones demuestren su puntería, deja que el carapálida demuestre su indiferencia a las balas.

[...]Tras esta interrupción, los guerreros volvieron a ocupar sus puestos, y otra vez

se dispusieron a demostrar su pericia, con dos objetivos en vista: poner a prueba la entereza del cautivo y hacer gala de la firmeza del pulso de los tiradores, aun en momentos de gran agitación. [...] Por cierto, el rostro de Matavenados estaba tan próximo a las bocas de las armas que apenas si podía evitar el deslumbramiento del fogonazo, y sus ojos miraban directamente los cañones preparándose para el fatal mensajero que estaba a punto de brotar de cada uno de ellos. Los astutos hurones conocían perfectamente este efecto, y todos ellos acomodaron el arma, pero no sin antes haberla apuntado directamente a la frente del prisionero, con la esperanza de lograr así que la fortaleza lo abandonara. No obstante, todos ellos tuvieron gran cuidado de no herirlo, ya que el descrédito de matarlo prematuramente sólo era menor que el de fallar el tiro por completo. Efectuaron disparo tras disparo y todas las balas pasaron a mínima distancia de la cabeza de Matavenados, sin rozarlo.

—Podrán llamar a esto puntería, Mingos —exclamó—. [...] Desátenme los brazos, pongan un rifle en mis manos, y desde noventa metros de distancia incrus-taré en el árbol y de un tiro el penacho más delgado que penda de la cabeza de cualquiera de los presentes.

Esta provocación fue recibida con un murmullo grave y amenazante. La ira de los guerreros se encendió al escuchar semejantes burlas de quien los despreciaba al punto de no pestañear cuando le descargaban un rifle casi tan cerca como para quemarle la cara. Talarrobles [...] se interpuso a tiempo impidiendo así que los demás procedieran a torturarlo salvajemente hasta matarlo. [...]

—Ya veo —dijo–. [...] Hemos sujetado a Matavenados con demasiada fuerza; las sogas impiden que sus miembros tiemblen y que sus ojos se cierren. Aflójenlas, y veamos de qué está hecho su cuerpo realmente.

James Fenimore Cooper: Matavenados, en El fin de la inocencia, Antología de cuentos

norteamericanos del siglo XIX, Buenos Aires, Biblos, 2005 (adaptación).

aACTIVIDADES1. Expliquen cuál es la razón por

la que Matavenados soporta el tormento que le infligen los indios.2. ¿Cómo caracterizarían a los indios y a los blancos que protagonizan este capítulo?3. ¿Qué razones da Enriqueta Hutter para que liberen a Matavenados?

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Los inicios de la literatura norteamericana

El siglo XIX representó para los Estados Unidos la época de consolidación, de expan-

sión territorial y de desarrollo del capitalismo a través de distintos métodos: la anexión

de las tierras del Oeste que habitaban los indios, luego de su exterminio; las luchas con

México y la compra de posesiones a Estados europeos como Francia y España.

Luego de declarada la Independencia en 1776, los escritores y pensadores norteame-

ricanos iniciaron la tarea de crear una literatura nacional basándose en las circunstancias

históricas y en las tradiciones políticas y religiosas que inspiraron los acontecimientos.

Sin embargo, no todos los intelectuales confiaban en el poder de la ficción: algunos

opinaban que la literatura no condecía con el espíritu práctico que se necesitaba para la

etapa fundacional de la nación. Otros, enfrentados con un territorio nuevo e inexplorado,

deseaban diseñar una visión propia de la nueva realidad geográfica y social. Un último

grupo sostenía que se debían seguir los modelos de los escritores europeos y, en especial,

de los ingleses. El debate entre nacionalistas y europeístas definió casi todo el siglo XIX

en la literatura norteamericana. Así, hacia mediados de siglo, Herman Melville —autor de

Moby Dick— y Mark Twain —que escribió Huckleberry Finn— representaron la segunda de

estas posiciones; mientras que Henry James —autor de Otra vuelta de tuerca— manifestó

una fuerte influencia de los escritores europeos.

James Fenimore Cooper, un romántico entre pieles rojas James Fenimore Cooper fue uno de los escritores que marcó el inicio de la narrativa

norteamericana. Si bien sus obras se inspiraron en acontecimientos históricos y muchas

presentan como fondo el enfrentamiento entre franceses e ingleses por las tierras de

Canadá, es notable la influencia del movimiento romántico europeo, en especial de Wal-

ter Scott, de quien tomó la idealización de la naturaleza y de los seres humanos.

El escritor pasó la mayor parte de su infancia en el estado de Nueva York, en contacto

con tierras habitadas por los indios, ya que era hijo de un importante colono. De esa expe-

riencia obtuvo el material narrativo de gran parte de su novelística. Así, por ejemplo, el

protagonista de Matavenados, Natty Bumppo, también ha vivido entre los indios delaware

y el contacto concreto y material con los ambientes y los seres humanos conforman su

visión idealizada del paisaje y de los indios. En la novela, él es el personaje que defiende

la idea de la igualdad de los seres humanos ante Dios; en cambio, otros personajes como

Torbellino o Tomás Hutter sostienen la idea de la superioridad del blanco y, por lo tanto,

la legitimidad del exterminio de los pieles rojas. Para Matavenados, lo único que justifica

la lucha es la defensa de la vida.

Cooper es el creador de cinco novelas conocidas como Leatherstocking Tales, entre las

que se destacan Matavenados (1840) y El último mohicano (1826). Su protagonista es el

cazador blanco, Natty Bumppo, figura heroica que resume los ideales del autor.

aACTIVIDADES 1. Comparen las características de los personajes de

“El matadero” con los del capítulo XXIX de Matavenados. Establezcan similitudes y diferencias.2. Debatan en grupo la idea de justicia que expresa el jefe de los hurones.

3. Busquen información sobre el exterminio de los pueblos originarios en los Estados Unidos. Confróntenla con lo ocurrido en la Argentina durante la Conquista del Desierto.4. Investiguen acerca de la situación actual de los pueblos indígenas en los Estados Unidos y en la Argentina.

El último mohicano en el cine Existen varias versiones fílmicas de la novela de Cooper El último mohicano, que se convirtió en un clásico del cine de aventuras. La más reciente es de 1992, dirigida por Michael Mann y protagonizada por Daniel Day-Lewis.

36 Capítulo 2. Civilización y barbarie.

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TALLER DE ESCRITURA

La representación del “otro”1. Observen los cuadros de la

historieta “El matadero”, de

Enrique Breccia.

2. Escriban dos textos breves,

uno titulado “Los federales” y el

otro, “El unitario”, basándose en

el cuento y en las imágenes de la

historieta.

3.Traten de ver las películas

Historias mínimas, de Carlos Sorín,

o Mundo grúa, de Pablo Trapero,

y conversen acerca del tema del

desclasado y de la marginalidad.

4. Elijan una de las películas y

escriban un texto de opinión

sobre alguno de los problemas

planteados en los filmes. Un

título posible podría ser “La

marginalidad: ¿expulsión o

rebeldía?”.

❚ La dicotomía entre “civilización

y barbarie” no es exclusiva de la

literatura del siglo XIX. A partir

de este eje, es posible leer relatos

más actuales como “La fiesta del

monstruo”, en el que Adolfo Bioy

Casares y Jorge Luis Borges tratan

el enfrentamiento político en la

época de Perón.

❚ “El niño proletario”, de Osvaldo

Lamborghini, cuenta una historia

de crueldad inusitada contra el

que es diferente.

ITINERARIOS DE LECTURA

❚ En el cuento “Las puertas del

cielo”, de Julio Cortázar, se

enfrentan dos mundos, el del

narrador intelectual y el de los

monstruos, del que Celina, la

protagonista femenina, es parte.

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