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El enfoque cultural en las ciencias sociales.
Premisas y aportes de la teoría de las Representaciones Sociales a los
estudios sociológicos.
Rosa María Guerrero
Artículo a presentar en el Congreso Español de Sociología, 2010.
Presentación:
Esta ponencia tiene como objetivo recoger el debate existente a nivel de las
ciencias sociales respecto a la noción de cultura y al rol que los aspectos subjetivos
y de significado juegan en la construcción del devenir social. Para lo anterior
tomaré como referencia central los aportes teóricos y metodológicos de la teoría
de las representaciones sociales. La presentación finaliza con una reflexión sobre
los desafíos y potencialidades que esta perspectiva plantea a la investigación
social.
La ambigüedad de la noción de cultura en las ciencias sociales
El rol que los aspectos simbólicos o culturales juegan en el funcionamiento de la
vida social ha sido una preocupación clásica de la sociología. Tanto E. Durkheim,
con su noción de representaciones colectivas o su distinción entre sacro y profano
como categorías de configuración del mundo social o M. Weber con su noción de
acción social con sentido y el análisis del espíritu del capitalismo como eje de la
formación del mismo, atribuían un lugar central a los aspectos significativos y
simbólicos en la construcción de lo social. Sin embargo, el análisis de estos
aspectos ha tenido un carácter más bien marginal en los análisis sociológicos. Una
de las razones de ello es la ambigüedad que ha tenido el concepto mismo cultura y
el status ambivalente de la misma en la investigación social.
Desde los años sesenta, no obstante, con los aportes del estructuralismo simbólico
de Levi Strauss, de los estudios de antropología simbólica de C. Geertz, y de los
aportes de J. Thompson, se llegó a un cierto consenso respecto a que el eje que
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definía los fenómenos culturales era el “carácter simbólico” de los mismos,
concitando una notable aceptación entre autores procedentes de disciplinas y
horizontes teóricos muy diversos (Giménez, 2005).
Desde una concepción socio-simbólica cultura se entiende como el conjunto de
representaciones, valores, ideas y significados, o más precisamente, la
organización social de pautas de significados “históricamente transmitidos y
encarnados en formas simbólicas, en virtud de las cuales los individuos se
comunican entre sí y comparten sus experiencias, concepciones y creencias”
(Giménez, 2005:67). En la línea de esta definición, P. Bourdieu, distingue dos
grandes dimensiones de cultura. Cultura internalizada, como pautas de
significados, creencias, representaciones, significados y valores, y cultura
objetivada, como expresiones simbólicas tangibles, tales como edificios, prácticas,
rituales u objetos cotidianos, religiosos y artísticos a partir de las cuales los actores
expresan significados. Cada una es indisociable de la otra.
Desde esta definición los aspectos significativos o simbólicos no se entienden como
algo sobrepuesto a lo social, sino como un elemento constitutivo de ésta y una
dimensión necesaria de todas las prácticas humanas. En este sentido la cultura
objetivada o las expresiones culturales físicas no son propiamente cultura sino
soporte de ésta, expresión simbólica de valores o representaciones colectivas
(Bourdieu, 1990). Las expresiones tangibles de la cultura, tales como
monumentos, edificios, obras de arte, etc, por su accesibilidad, han sido las
expresiones culturales más estudiadas, no obstante es la cultura internalizada
como soporte indisociable de lo objetivo, la que nos permite comprender el sentido
impreso en la obra tangible.
Tendencias respecto a la construcción social de los aspectos simbólico-
culturales y el rol que juegan en la construcción de lo social
Pese a la existencia de un cierto consenso respecto a la noción de cultura como
marcos de significados o sistema de ideas, no existe un consenso a nivel sociológico
respecto a cómo se construye socialmente estos aspectos y el rol que estos juegan
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en la construcción del orden o el cambio social. Al respecto Z. Bauman (2002)
vislumbra tres grandes tendencias:
CULTURA COMO INSTRUMENTO AL SERVICIO DEL ORDEN SOCIAL:
Una tendencia clásica entiende las ideas y expresiones culturales como la
expresión de un determinado orden social, como instrumento de la continuidad
y el orden. La cultura, son las tradiciones, valores e ideas heredadas aceptadas y
compartidas. La expresión de un orden predeterminado que tiene como rol la
mantención del status quo y del orden social vigente. La cultura en este marco es
un agregado de presiones apoyado sobre sanciones y normas interiorizadas frente
a los cuales los individuos tienen un rol pasivo, es el sistema sobre los individuos.
Uno de los exponentes de esta postura fue el primer E. Durkheim, que atribuía a lo
social una fuerza que constreñía al individuo y orientaba sus ideas y acciones
(Durkheim, 2000). Para la antropología ortodoxa, que seguía esta definición,
cultura significaba regularidad y modelo. La libertad era desviación y ruptura de
normas. Talcott Parsons, otro exponente de esta tendencia, entendía la cultura
como un sistema de ideas que contrarrestaba el azar, como una herramienta
fundamental para asegurar el orden y la prolongación social. La cultura era el
lubricante que permitía la persistencia del sistema, donde se asentaba la idea de
orden social y su continuidad. Las tradiciones, normas, valores y representaciones
estaban al servicio del funcionamiento de los distintos subsistemas sociales.
La cultura, desde esta perspectiva, restringía la capacidad inventiva del ser
humano, le entregaba referentes para reducir la complejidad, se entendía como un
instrumento de la monótona e invariable reproducción de la formas de vida. En
esta posición se sitúan también las propuestas marxistas de la cultura como
ideología, como discurso y doctrina al servicio del poder y de la opresión. Los
análisis de M. Foucault, respecto del poder como discurso omnipresente que
circula por todos los engranajes de lo social, dejando poco margen al cambio,
resultan también un ejemplo de este enfoque.
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LA CULTURA COMO EJE DEL CAMBIO SOCIAL
Otra tendencia opuesta a la anterior sitúa la cultura como eje del cambio social.
Las formas de interpretación y de significación de la realidad social, desde esta
tendencia, son una actividad resultado del espíritu libre. La cultura es el espacio de
la creatividad, de la autocritica y la trascendencia, por lo cual, son la esfera donde
se desarrolla el cambio social. Desde esta visión, los actores sociales internalizan y
perpetúan tradiciones y normas, pero desarrollan también sus propias
interpretaciones, generando nuevos sentidos y significaciones sociales.
Levi Strauss, representante de esta tendencia, entendía la cultura como una
estructura de elecciones, una matriz de permutaciones posibles, finitas en número,
pero prácticamente incontables. Para él la cultura lejos de ser una jaula, que
recorta, trunca y encadena, era una catapulta, una determinante de la libertad, una
herramienta de la diversidad, un motor de cambio inacabable, siempre incompleto,
una expresión de la libertad humana y de la capacidad creativa del individuo
El poder emancipatorio del individuo, desde esta perspectiva, yacía en las ideas, en
la formas como los actores sociales procesan simbólicamente lo social (Bauman,
2002: 46).
Bajo esta concepción, pierde fuerza la noción de cultura como marco definido por
la estructura y el sistema, otorgando a los individuos y su capacidad reflexiva e
interpretativa, un rol central en la orientación de sus prácticas y de las dinámicas
sociales. No obstante, es la primera tendencia la que ha prevalecido en las ciencias
sociales
LAS TENDENCIAS UNIFICADORAS RESPECTO A LA CULTURA: LA CULTURA
COMO PARADOJA.
En los años sesenta y setenta se comienza a romper esta antinomia clásica sobre la
cultura y surgen tendencias más unificadoras. Estas perspectivas más que
preocuparse por analizar el rol que los aspectos simbólicos juegan en la vida social
se orientan a profundizar sobre cómo se construye éstos y cuáles son los
elementos que lo definen. Para estas tendencias la cultura es una paradoja en sí
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misma, en el sentido de que es un proceso definido por elementos tanto
“capacitadores como restrictivos”, en ella se entrecruzan el mundo social y
subjetivo. Las formas simbólicas son paralelamente expresión de lo voluntario y lo
obligado, lo teleológico y lo causal, la autodeterminación frente a la regulación
normativa, la invención y la preservación, la continuidad y a la discontinuidad, la
novedad y la tradición. La cultura es herencia, tradición y persistencia, pero
también desviación, innovación y metamorfosis permanente (Giménez, 2005)
Para G. Simmel, situado en este enfoque, la cultura se asemejaba a un drama
griego en tanto se enfrentaban dos fuerzas humanas formidables. La vida subjetiva,
que es inquieta, pero finita, y sus contenidos que una vez creados se fijan y
adquieren una validez atemporal. La cultura se hace realidad en la unión de
ambos, ninguno de los cuales puede abarcar por sí mismo la complejidad la
cultura. La tragedia de la cultura, no dice este autor, es la de actores zarandeados
por fuerzas que se revelan indómitas cuantos más tratan de dominarlas. (Bauman,
2002). La paradoja de la cultura se puede resumir entonces: todo aquello que sirve
para la preservación de un modelo socava al mismo tiempo su afianzamiento. La
cultura resulta por lo tanto un instrumento del orden como del cambio (Ibid).
Dos nociones expresan este doble sentido: la noción de Habitus de Pierre Bourdieu
y la noción de Representaciones Sociales, elabora por Serge Moscovici.
Para Pierre Bourdieu el habitus es el proceso por el que lo social se interioriza en
los individuos y logra que las estructuras objetivas concuerden con las subjetivas,
pero también es el proceso en el cual la discordancia de sentido promueve el
cambio a nivel de sentido y de prácticas. Es decir, por un lado, el habitus
constituye el fundamento objetivo de conductas regulares, haciendo que los
agentes dotados del mismo se comporten de cierta manera en ciertas
circunstancias” (Bourdieu, 1990: 40). Al mismo tiempo es fuente de nuevas
disposiciones de significado y conductas. Al ser producto de la historia, el habitus
es un sistema abierto de disposiciones que se confronta permanentemente con
experiencias nuevas y, por lo mismo, es afectado también permanentemente por
ellas. El habitus es duradero, pero no inmutable, en tanto esta afectado por la
luchas de poder que se dan a nivel simbólico y social. En definitiva, el habitus
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puede ser entendido como “una creatividad gobernada por reglas”, una
competencia capaz de engendrar una infinidad de respuestas posibles a partir de
un número reducido de principios (Bourdieu, 1992: 109. En Giménez, 2005)).
La noción de Representaciones Sociales (RS)
Una segunda noción que avanza en el ámbito de comprender el rol que juegan los
aspectos interpretativos en la construcción del devenir social es la de
representaciones sociales (RS), la cual en muchos ámbitos es homologable y es la
continuación de la noción de habitus. El concepto de representaciones sociales
procede de la sociología de E. Durkheim, pero fue recuperado en los años sesenta
por Serge Moscovici y sus seguidores. Para este autor las RS son construcciones
socio-cognitivas propias del sentido común y del pensamiento cotidiano, que
pueden definirse como “conjunto de informaciones, creencias, opiniones y
actitudes a propósito de un objeto determinado”. Constituyen, según D. Jodelet
(1993), “una forma de conocimiento socialmente elaborado y compartido, que
tiene una intencionalidad práctica y contribuye a la construcción de una realidad
común a un conjunto social” (Jodelet, 1993:473).
El presupuesto subyacente a este concepto es que la realidad es representada, es
decir, apropiada por el actor, reconstruida en su sistema cognitivo e integrada en
su sistema de valores, en función de su historia y del contexto ideológico que lo
envuelve. Y esta realidad apropiada y estructurada constituye para el individuo y
el grupo la realidad misma” (Jodelet, 1993 y Abric, 1994).
Las representaciones sociales, así entendidas, no son un simple reflejo de la
realidad, sino una organización significante de la misma que depende, a la vez, de
circunstancias contingentes y de factores más generales como el contexto social e
ideológico, el lugar de los actores sociales en la sociedad, la historia del individuo o
del grupo y, en fin, los intereses en juego. Son por lo tanto construcciones socio-
cognitivas, que responden a una doble lógica: la cognitiva y la social. Si bien es
cierto tienen cierta permanencia, son también cambiantes en tanto se van
adaptando a las nuevas demandas del entorno individual y social. (Abric, 1994:14).
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Según, Abric (1994: 15-17) y Giménez (2005:.406-428) las representaciones
sociales tienen por lo menos cuatro funciones nucleares:
1) Función cognitiva y de saber, en tanto constituyen esquema de percepción a
través del cual los actores individuales y colectivos perciben, comprenden y
explican la realidad, permitiendo el intercambio social, la transmisión y difusión
de saberes e información de la vida cotidiana.
2) Función identificadora, permite situar a los sujetos y los grupos en el campo
social, definiendo el sentido de pertenencia y la identidad.
3) Función de orientación, es un sistema de pre codificación de la realidad
constituyéndose en guías potenciales de los comportamientos y de las prácticas.
Esto de tres maneras: a. definiendo el objeto de una situación, por ejemplo, algunos
estudios han mostrado que la representación de una tarea determina el tipo de
estrategia cognitiva adoptada por un grupo, y la forma en que ésta se estructura y
se comunica; b. generando un sistema de anticipaciones y expectativas que implican
la selección y filtración de informaciones y de interpretaciones que influyen sobre
la realidad para acomodarla a la representación a priori de la misma; c.
prescribiendo los comportamientos y las prácticas obligadas. En tanto son
expresión de las reglas y normas sociales.
4) Función justificadora: en cuanto permiten explicar, justificar o legitimar a
posteriori las tomas de posición y los comportamientos en función de las normas o
marcos de comportamiento de un grupo o contexto.
Los estudios sobre RS y sus contribuciones conceptuales y metodológicas
Una de los principales problemas con los que se han enfrentado los analistas de los
aspectos significativos o representacionales de la vida social viene de la
complejidad metodológica que implica la aprehensión de estos aspectos de manera
rigurosa y fiable. La cultura objetivada, a través de manifestaciones como fiestas,
tradiciones, o de objetos, como edificios, monumentos, obras de artes, suele ser de
lejos la más estudiada, por ser fácilmente accesible a la documentación y a la
observación etnográfica. En cambio, el estudio de la cultura interiorizada como
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habitus o representaciones sociales ha sido menos estudiado, especialmente por
las dificultades teóricas y metodológicas que implica su aprehensión.
En este sentido la teoría de las RS ha realizado un importante aporte en el último
tiempo, en tanto los estudios desarrollados han permitido la elaboración de un
concepto analítico de gran prolijidad conceptual y metodológica aplicable al
análisis de diversos temas y problemáticas.
Los seguidores de esta corriente han desarrollado una gran variedad de
procedimientos metodológicos para analizar las representaciones sociales desde el
punto de vista de su contenido y de su estructura. Estos procedimientos van del
análisis de similaridad – fundado en la teoría de los grafos – a la aplicación del
análisis factorial y del análisis de correspondencias a datos culturales. De esta
manera se ha ido acumulando una gran cantidad de investigaciones sobre
representaciones colectivas de los más diversos objetos como, la vida rural y
urbana, la infancia, el cuerpo, el sida, las nuevas tecnologías, el psicoanálisis, los
movimientos de protesta, género, etc; que han sido particularmente relevantes
para consolidar el concepto de RS, pero además para entregar herramientas
respecto a cómo analizar la construcción y efectos de ciertas representaciones a
nivel social.
Uno de los hallazgos más relevantes observados por medio del análisis de las
Representaciones Sociales es la afirmación del carácter estructurado de las
mismas. Es decir, las RS se componen de un núcleo central relativamente
consistente, y de un contorno más flexible y variable que constituye la parte más
asequible, realista y especifica de la representación (Jodelet, 1993; Abric, 1994).
Según algunos de los teóricos de esta perspectiva (S. Moscovici, 1993; J. Abric,
1994; D. Jodelet, 1993; D. Mato, 1999), el sistema central de las representaciones
sociales está vinculado a condiciones históricas, sociales e ideológicas más
profundas, y define los valores más fundamentales de un grupo. Se caracteriza por
la permanencia y la coherencia, y es relativamente independiente del contexto
inmediato. El sistema periférico, en cambio, es más flexible, depende de contextos
inmediatos y específicos, permite adaptarse a las experiencias cotidianas
adecuando los temas del núcleo central. Los elementos periféricos están
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constituidos por estereotipos, creencias e informaciones cuya función principal
parece ser la de proteger al núcleo acogiendo, acomodando y absorbiendo en
primera instancia las novedades incómodas. Opera como una especie de defensa
que salvaguarda al núcleo central consintiendo incluir informaciones nuevas y a
veces contradictorias. (Abric J., 1994)
Quizás uno de los avances más relevantes en el último tiempo del enfoque de las
representaciones sociales es que no sólo se han orientado hacia el análisis de los
aspectos representacionales en contextos micro, como escuelas, familia, barrio,
empresa, hospitales, etc., sino que se han extendido progresivamente a analizar
contextos más amplios, como por ejemplo, el tránsito y articulación de marcos
simbólicos y representaciones sociales globales con representaciones y prácticas
locales y regionales.
Un ejemplo de estas tendencias de investigación son, por ejemplo, los análisis de M.
Diani (1998), sobre los efectos sociales, económicos y medioambientales de la
globalización como expresión de la hegemonía de ciertos valores y principios que
se ha extendido a nivel político y social. Para este autor, el cambio social no puede
ser sólo como un proceso ligado a un cambio en las estructuras de poder, como se
pensaba tradicionalmente, sino además como un proceso resultante de la
construcción de nuevos marcos de sentido y valores que buscan contraponer los
discursos hegemónicos. Estos procesos han replanteado al sujeto como actor
reflexivo y cognoscente, y clave para incentivar el cambio social. Los Nuevos
Movimientos sociales (NMS), plantea Diani (1998), son la expresión de nuevas
representaciones sociales sobre viejos problemas, pero también el surgimiento de
nuevos actores sociales que colocan sus demandas como un problema de carácter
público. Para este autor, los principales aportes de los nuevos movimientos
sociales son a nivel simbólico, fundamentalmente en la generación de cambios en
las representaciones sociales de la ciudadanía sobre aspectos o ámbitos de la
realidad social que antes no se consideraban como problemáticos.
Daniel Mato (1999), en este mismo sentido, describe la importancia que tienen
ciertas representaciones sociales globales en la configuración y orientación de las
prácticas de actores sociales sociopolíticamente significativos. Ciertas
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representaciones de la sociedad civil, nos dice este autor, son producidas en el
marco de relaciones transnacionales tanto de tipo global-local, como de tipo local-
local, relaciones que inciden en algunas características de dichas representaciones.
El análisis de los discursos y prácticas de distintas redes trasnacionales permite
comprender la forma de circulación de estos discursos.
Estas investigaciones han entregando elementos relevantes para comprender el rol
que los actores y sus modos de significación juegan en los procesos de apropiación
y continuidad de dinámicas globales, así como los diversos marcos políticos,
sociales y económicos que los estructuran
Orientaciones actuales y desafíos futuros de la investigación sociocultural
El enfoque de las Representaciones Sociales, es a mi parecer, una vía analítica
especialmente fructífera para el análisis de las formas interiorizadas de la cultura,
permitiendo detectar esquemas subjetivos de percepción, de valoración y de
acción que están en la base de ciertos procesos y problemáticas sociales, de esta
forma ha podido ampliar y profundizar en aspectos relevantes respecto a cómo los
individuos están procesando subjetivamente el devenir social y el rol que los
procesos de subjetivación y significación tienen en las dinámicas sociales.
Paralelamente planeta, a mi juicio, una serie de énfasis y desafíos para el análisis
de los aspectos socioculturales en la investigación social que han cobrado especial
relevancia en el último tiempo. Por un lado, demanda recuperar la experiencia de
los actores sociales como un aspecto central en la descripción de los procesos
sociales, destacando además la importancia del contexto como marco que otorga
sentido a la experiencia. Por otro lado, en un plano colectivo, nos induce a
reflexionar sobre el papel de los individuos como actores “pensantes y actuantes” y
a la realidad social como una construcción social de ida y vuelta entre los aspectos
micros y macros. (D. Jodelet, 2008).
Para el sociólogo culturalista J. Alexander (2000) lo anterior implica que la
sociología debe incorporar invariablemente una dimensión cultural, en tanto
cualquier acción, ya sea la instrumental o reflexiva, vertida sobre sus entorno
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externos, se encarna en un horizonte de significado (un entorno interno) en
relación al cual no puede ser ni instrumental ni reflexiva (Alexander, 2000: 31).
Durante bastante tiempo, plantea Touraine en esta misma línea (2007), hubo un
discurso interpretativo dominante en la sociología que buscó la comprensión y
explicación de los fenómenos sociales en lugares exteriores al sujeto (estructura,
sistema), afectando como consecuencia los paradigmas de la investigación
psicológica y social. Esta orientación significó no sólo la relegación del sujeto como
fuente de información, sino también que la sociología se orientó hacia un trabajo
parcelado dejando fuera las importantes contribuciones de la psicología, la
lingüística, la historia, etc. para describir y comprender la dimensión subjetiva y el
sentido y su rol a nivel social. Los análisis de estas y otras disciplinas, nos dice este
autor, nos muestran que los actores no son individuos aislados en sus mundos de
vida, sino individuos auténticamente sociales; un sujeto que interioriza y se
apropia de ciertas representaciones, interviniendo al mismo tiempo en su
construcción. Los estudios desarrollados en el campo del análisis cultural,
especialmente de las representaciones sociales, toman por objeto a los individuos
como participantes activos en redes y contextos sociales, y como sujetos colectivos
de naturaleza variada (grupos, comunidades, conjuntos definidos por una
categoría social, etcétera).
Es el retorno a la idea de un “sujeto social activo y reflexivo”, plantea D. Jodelet
(2008), abriendo nuevas interrogantes sobre el vínculo social, sin hundirnos en
los extremos de idolatrar al actor o proclamar su expiración. Las formas y las
figuras de la subjetividad (RS, habitus, imaginarios, etc.) son creadas y modeladas
en el devenir histórico por condiciones estructurales, de diverso origen, religioso,
político, económico, técnico, artístico, etcétera. A partir de ello, se ha transformado
la forma en que el sujeto ha sido conceptualizado en su relación con la sociedad. La
relación individuo/sociedad, nos dice Jodelet (2008), inicialmente formulada en
términos de oposición entre actor o agente y sistema social o estructura, ha
evolucionado en un sentido que se aproxima a las nociones de actor y de agente.
A. Giddens en su teoría de la estructuración, propone considerar a los individuos
como agentes cognoscentes, incluso cuando actúan enmarcados por contextos
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históricos determinados y por condiciones sociales que ellos no reconocen,
incluyendo las consecuencias de sus actos que ellos no pueden prever. De esta
interpretación las distintas formas de conocimiento en los cuales se apoya la
acción se posicionan en un lugar central (Jodelet, 2008).
La noción de agente, elaborada por Giddens (1990) implica el reconocimiento de
un sujeto con una capacidad latente para elegir sus actos, un sujeto activo y
reflexivo con aptitud para escapar de las coacciones sociales e intervenir de
manera independiente en el sistema de las relaciones sociales apropiándose de sus
decisiones y acciones.
A. Touraine (2007), en esta misma línea, promueve el acercamiento entre actor y
sujeto para producir una teoría que permita integrar las transformaciones a nivel
global, con las dinámicas locales y la reflexión de los individuos marcados por una
voluntad de libertad, de afirmación de su singularidad y de reivindicación
identitaria. (Touraine, 2007: 16).
En definitiva, a nuestro entender, estas tendencias destacan la relevancia de los
aspectos subjetivos y culturales en la construcción y comprensión de las dinámicas
sociales. Incentiva además el trabajo interdisciplinario como un vía importante
para avanzar hacia investigaciones y nociones analíticas fuertes y con mayor
capacidad descriptiva para entender las nuevos procesos sociales.
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