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Hay un espacio en mí sobre el cualnadie tiene poder. Es el espaciodonde Dios habita en mí. Allí entroen contacto con mi verdadero yo.Allí soy por entero yo mismo. Allí miyo está protegido. Allí crece miautoestima y soy cada vez más yomismo (Anselm Grün). En eseespacio nos sentimos seguros ypodemos escapar de la tiranía de lacotidianeidad y concentrarnos ennosotros mismos. En él llegamos aser libres. En ese espacio deautenticidad, Dios habita ennosotros. En nuestra vida cotidiananos sentimos a menudo

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determinados por las expectativasde los demás, por la presión a laque estamos sometidos y por laincertidumbre. Anselm Grün nosmuestra en este libro cómopodemos, en medio de la dispersiónde nuestro tiempo, concentrarnos ennuestro espacio interior para llegar aser nosotros mismos.

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Anselm Grün

El espaciointerior

ePub r1.0amdg 11.02.15

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Título original: Der innere RaumAnselm Grün, 2003Traducción: María del Carmen BlancoMorenoFotografía de portada: Jonas TanaDiseño de cubierta: amdg

Editor digital: amdgePub base r1.2

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I

El espacio de la quietud.

Entro en contacto a menudo conpersonas que sufren porque su vida estádeterminada por otros. No puedendesarrollar confianza en sí mismas,porque los demás se la sustraen. Soncriticadas constantemente por loscompañeros de trabajo o por el jefe, yestán bajo la influencia de un vecinomaniático o de una tía insatisfecha. Aquien me pide consejo trato de mostrarleel espacio de la quietud que está ya en

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él. Y le animo a imaginar que allíninguna fuerza tiene poder sobre él. Loque el vecino piensa de él no puedeentrar en ese lugar. Lo que los demásdicen de él, sus críticas, su rechazo, suspretensiones, sus expectativas… todoello no tiene ningún acceso a ese lugar.En la esfera emocional soy sensible alas críticas de los demás y me sientoafectado por ellas. Pero detrás de esaesfera se encuentra este espacio dequietud, donde aquéllas no puedenentrar. Si pienso en ese espacio,experimento una sensación de libertad.En ese lugar de quietud puedo respirar apleno pulmón; en él no estoydeterminado por los demás, ni tampoco

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por mis expectativas, ni por los plazosde tiempo que me impongo.

En una ocasión impartí un curso paraconsejeros matrimoniales sobreespiritualidad y counselling. En él tratéde transmitir a los psicólogos que laespiritualidad en el counselling nosignifica pronunciar palabras piadosas,sino introducir a las personas en suverdadera esencia, en su dignidadinviolable, en el espacio de la quietud.Algunos consejeros habían declaradoque, con frecuencia, es imposible ayudarde manera eficaz a una parejabloqueada, aunque se usen los mejoresmétodos de comunicación. Una esposapuede sentirse tan herida, que ni siquiera

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es posible dialogar con ella. O unesposo puede sentirse tan radicalmenterechazado, que se siente incapaz dedecir una palabra a su compañera.Entonces puede ser útil conducir alcónyuge a este espacio interior, un lugarinvulnerable y sano, donde el otro notiene acceso, donde las heridas y elrechazo no pueden entrar, donde cadauno descubre su dignidad intangible. Yala idea misma de este lugar interiorpuede transmitir, en medio del rechazomás completo y la herida más profunda,una nueva autoestima, una dignidad quenadie puede arrebatar.

Una vez vino a verme una mujer quese sentía continuamente atormentada por

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su jefa. Durante la cena con su maridosolamente era capaz de hablar de la jefainsoportable, que convertía su vida enun infierno. Le dije: «Yo no daría a mijefa el honor de permitirle que meamargue la cena. No permitas que entreen tu casa, porque no es tan importante».En vez de dejarnos corroer por la ira ode explotar por su causa, deberíamosservirnos de ella para alejarnos dequienes acaparan nuestra atenciónpermanentemente, para expulsarlos fuerade nosotros. Algunos piensan que estono sería cristiano, que lo cristiano es elperdón. Pero el perdón viene siempredespués de la ira y no antes de ella. Siquien me ha herido permanece aún en mi

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corazón, el perdón no es más quemasoquismo, pues lo único que hago deeste modo es herirme. Sólo cuando mehe distanciado de quien me ha herido,cuando lo he alejado de mí, puedoperdonar verdaderamente, sabiendo quequien me ha ofendido no es más que unniño herido.

Alejar al otro de mí es solamente elprimer paso para percibir en mí elespacio de la quietud: de este modo esposible defender este lugar interiorfrente a todos aquellos que quierenentrar en él por la fuerza. Pero ladefensa por sí sola no basta: en lameditación tengo que despedirmeinteriormente de todo aquello que me

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preocupa excesivamente, de laspersonas que acaparan mi atención, demis pensamientos y proyectos. Debohacer completo silencio y escucharatentamente en mi interior e imaginarque hay en mí un misterio que mesupera. Si escucho dentro de mí, no sóloencuentro mi historia personal y misproblemas, sino que descubro, pordebajo de este nivel, un espacio dequietud, un lugar donde Dios, que es elmisterio, habita en mí. Y allí dondeDios, el misterio, habita en mí puedoestar realmente en casa. Allí intuyo unaprofunda paz en mí. Allí sé que, pordebajo del ruido cotidiano y de laconfusión interior, hay un espacio de

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quietud. Para Evagrio Póntico, el monjey escritor más importante del siglo IV,este lugar de Dios está representado enla imagen de Jerusalén. Jerusalén quieredecir «visión de la paz». Así, en esteespacio de la quietud llegamos a la«visión de paz, en la que uno ve en suinterior aquella paz que es más sublimeque cualquier comprensión y queprotege nuestros corazones» (EvagrioPóntico).

Si me abandono al lugar de laquietud en mí, entonces crece lasensación de libertad y de confianza. Nose trata de una confianza en nosotrosmismos exhibida hacia el exterior, sinode una confianza que brota de la libertad

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interior. No lucho contra los demás, sinoque disfruto de la libertad. Hay unespacio en mí sobre el cual nadie tienepoder. Es el espacio donde Dios habitaen mí. Allí entro en contacto con miverdadero yo. Allí soy por entero yomismo. Allí mi yo está protegido. Allícrece mi autoestima y soy cada vez másyo mismo.

Estoy sentado en mi habitación sinorar, sin meditar, sin leer la Biblia, sinreflexionar. Sencillamente estoy sentadoen la presencia de Dios y observo quépensamientos llaman a la puerta de micasa. A cada pensamiento le pregunto:«¿Eres mío o pretendes ocupar mi casa yarrebatarme el derecho que tengo sobre

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ella? ¿Qué desearías decirme? ¿Quéanhelo hay en ti?». Cuando me hagoestas preguntas, percibo que lospensamientos y las emociones quesurgen en mí tienen algo que decirme.Tal vez a algunos de ellos tendré queimpedirles el paso, porque si dejo queentren, ocuparán cada vez más espacio yme echarán de mi casa. Pero si hablocon ellos, me revelan el anhelo que estádetrás de la vestidura a menudo sombríay amenazadora. Y el anhelo mepertenece. Me conduce a lo más hondode mi alma, al fundamento donde puedopercibir una profunda paz interior. Estaforma de oración me confronta con mipropia verdad y me hace posible un

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auténtico conocimiento de mí mismo.Para Evagrio, el autoconocimiento esuna importante condición previa para unverdadero encuentro. «Si quieresconocer a Dios, aprende primero aconocerte a ti mismo», aconseja a susmonjes. Sin autoconocimiento corremosel peligro de confundir nuestras ideas deDios con Dios mismo.

Es importante poseer no sólo formassólidas de meditación sino también unespacio donde estemos sentados anteDios sin protección alguna. El ejerciciodel portero es un lugar con estascaracterísticas, donde nuestra propiaverdad puede aparecer ante Dios. Otrolugar es la oración personal, donde

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presento ante Dios, con palabras osencillamente en silencio, lo que semueve en mi interior. Un buen ejercicioconsiste en decir a Dios durante mediahora en voz alta lo que me conmueve enlo más íntimo de mi ser. Cuando escuchomi propia voz, trato de decir las cosascon toda sinceridad. No puedo usar unaretórica vacía. Tengo que decir a Dioslo que realmente me afecta. El hablar envoz alta ante Dios me conduce a mipropia verdad. O bien me sientosencillamente ante Dios, fijo mi miradaen él y ante sus ojos benévolos dejo quesalga a la luz todo aquello que estáoculto en los abismos de mi alma.Entonces la oración no es sólo un

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encuentro con Dios sino también con mipropia verdad. Y este encuentro sincerocon uno mismo pertenece también alencuentro auténtico con Dios.

Una mujer me escribió estaspalabras: «Cuando yo era niña y mipadre tenía un ataque de ira, solíarefugiarme en un lugar donde nadiepudiera encontrarme. Primero en nuestrogran jardín, donde me ocultaba entre losabetos. Después empecé a hacerme unacabañita con mantas o con maleza, unacasita en el desván o en el sótano, y meocultaba allí. Lo que más me gustaba erarefugiarme en el coro del órgano denuestra iglesia parroquial. Pensaba queallí nadie me buscaría. La iglesia era

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para mí un espacio de protección yseguridad. Por eso me resultacomprensible el hecho de que todavíahoy, ya adulta, me guste meditar,envuelta en una manta, para buscar el“espacio interior”, el lugar al que nadietiene acceso, el espacio donde nadiepuede encontrarme, donde soyinvulnerable y sólo Cristo puede entrar.En esta forma de meditación es dondeme siento más en casa y gracias a ellaexperimento nueva alegría y seguridad».

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II

La oración del corazón.

Una de las oraciones preferidas desde elsiglo IV es la llamada «oración deJesús». El orante decía para sí, cada vezque tenía la posibilidad: «SeñorJesucristo, Hijo de Dios, ten piedad demí». Y al orar, unía las palabras al ritmode la respiración. Al inspirar, decía:«Señor Jesucristo», y al espirar: «Hijode Dios, ten piedad de mí». También sepodían acortar las palabras y decir, alinspirar: «Jesús», y al espirar: «ten

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piedad de mí». Y el modo más breveconsiste en unir el nombre «Jesús» a larespiración. No se trata aquí dereflexionar sobre Jesús o sobre laoración de Jesús, sino de que el espíritude Jesús penetre cada vez más en mí.Los antiguos llamaban a esta oracióntambién «oración del corazón». Elorante debía imaginar, al inspirar, cómoJesús entraba en su corazón y lo llenabade calor y amor. Y al espirar debíaimaginar que el amor de Jesús recorríasu cuerpo entero, fluía sobre todo en laspartes oscuras y desconocidas de sucuerpo y de su alma, las iluminaba y lastransformaba.

Un desconocido peregrino ruso

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describió maravillosamente lameditación de la oración de Jesús en laobra, ya clásica, Relatos de unperegrino ruso. El peregrino ejercita laoración de Jesús hasta que ella sola oraen él. Él ora estas palabras en cadarespiración. Ya no necesita pensar enellas, porque empiezan a resonar en élpor sí solas. Y al leer el relato se tienela impresión de que el peregrino estabatotalmente lleno del amor y de la ternurade Jesús. La oración de Jesús es tambiénmi camino personal de meditación. Através de esta oración espero que elespíritu de Jesús me impregne cada vezmás. Cuando leo los relatos de losstarets rusos, percibo la cordialidad y el

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amor que brotan de ellos. Es evidenteque estos monjes estaban tan empapadosdel espíritu de Jesús, que eran para suentorno una fuente de sanación y debendición.

Muchas personas desean seguir aJesús y cumplir sus palabras. Y, sinembargo, cuando el seguimiento selimita sólo a la voluntad, se quedanparalizadas debido a una escisión.Deseamos reflejar el espíritu de Jesús,pero a menudo nuestro inconscienteimprime su sello en nosotros con másfuerza que la voluntad. La oración deJesús desearía hacer que Su espíritupenetre en los abismos de nuestra almacon el fin de que reflejemos, desde

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nuestro interior, Su espíritu y actuemos yhablemos a partir de este espíritu. Almismo tiempo, esta oración nos lleva aun profundo silencio interior y a launidad con Dios. La palabra de laoración de Jesús —así la entiende elmonje Isaac de Nínive— nos abre laspuertas al misterio sin palabras de Dios.La oración de Jesús vincula al espíritupara introducirlo cada vez más en elespacio de la quietud, donde Dios, másallá de todas las palabras, habita en mí.La meta de la oración de Jesús es llegara ser uno con el Dios y Padre deJesucristo. De este modo, Jesús seconvierte verdaderamente en el caminohacia el Padre, tal como nos lo ha

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prometido en el Evangelio de Juan: «Yosoy el camino, la verdad y la vida.Nadie va al Padre sino por mí» (Jn14,6).

Para mí, la oración del corazón es elcamino sobre el cual puedo presentir y,a veces, también experimentar a Jesúscomo mi amigo. Cuando me siento anteun icono de Cristo y uno la oración deJesús a mi respiración: «SeñorJesucristo, Hijo de Dios, ten piedad demí», entonces imagino cómo Jesúshabita en mi corazón y, con él, laalegría. Y sé que con Jesús hay en míuna alegría que nadie puedearrebatarme. Cada mañana, cuandomedito, entro en contacto con una fuente

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de la alegría que no puede ser cegadapor los conflictos de mi vida cotidiana,porque esa alegría se encuentra en unlugar más profundo; pero es un gozototalmente sosegado, que no se expresade modo extático. Mientras experimentoeste gozo, no consigo decir por qué soyfeliz. Sencillamente, es la experienciadel gozo. El espacio interior, en el queCristo habita en mí, es al mismo tiempoel espacio de la alegría. El gozo escomo una cualidad que llena esteespacio. Es la cualidad de la ligereza yla amplitud, de la serenidad y la paz, dela luz y la armonía. Cuando, después dela meditación, voy a celebrar laeucaristía, percibo que tengo en mí este

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espacio del gozo y que mi tarea es llevareste gozo interior también a lasconversaciones y los encuentroscotidianos. Pero también percibo quedebo proteger esta alegría en mí,porque, en efecto, queda enmascaradacon demasiada facilidad por la rabiaproducida por aquello que no resultacomo yo esperaba. Con demasiadarapidez el gozo puede desvanecerse enla sensación de amargura por lasdecepciones que la vida nos depara. Laalegría requiere atención, para que no sevea cegada bajo las emocionesnegativas a las que estoy expuesto ennumerosas conversaciones. Yexperimento a veces una batalla entre la

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alegría que hay en mí y la ira y ladepresión que me salen al encuentro enlas conversaciones. ¿Me dejo contagiarpor los sentimientos destructivos de laotra persona o, por el contrario, consigomantener la alegría que hay en mí ytransmitir al otro una chispa de ella?

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III

Una alegría que no sepuede perder.

Cuanto más espacio doy en mí alEspíritu de Dios, tanto más entro encontacto con el gozo que hay en mí,independientemente de la situaciónexterior e interior en la que ahora meencuentro. Esto me da una sensación delibertad. La alegría que hay en mí es, endefinitiva, divina. Por eso nadie puedecuestionármela. Ciertamente puedeenturbiarse, pero está siempre presente

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bajo las turbulencias de mi vida, en elfondo de mi corazón.

Precisamente en los instantes de mivida en los que no me va bien, trato deentrar en contacto con la alegría interior.Entonces tengo la sensación de que,suceda lo que suceda, este gozo interiorestá en mí, Dios está en mí. Y dondeDios está, está la alegría, la sensaciónde que todo es bueno, la alegría por elhecho de ser una persona amada porDios, enriquecida por la vitalidad y lafantasía, una persona libre sobre la cualnadie tiene poder.

Puedo recordar una situación en laque no me sentí comprendido poralgunos hermanos de comunidad. La

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primera reacción fue la rabia y ladecepción. Y también corrí el peligro dehundirme en la autocompasión. Peroentonces percibí cuánto poder estabadando a aquellas incomprensiones. Notécómo justamente aquella experiencia fueuna interpelación a mi espiritualidad.¿Puedo vivir espiritualmente sólocuando soy reconocido y sostenido portodos? ¿Me dejo hundir por lasafirmaciones críticas de los demás hastatal punto que no disfruto en modo algunode la liturgia o de mi vida de monje? ¿Obien todo esto es un desafío para verprecisamente ahora en Cristo mifundamento, sobre el cual sólo yoconstruyo? Cuando en la meditación me

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vienen a la mente estos pensamientos, depronto tengo la intuición de que hay enmí un espacio de alegría que nadiepuede arrebatarme. En lo profundo demi ser hay una fuente de vitalidad y degozo de vivir, que es más fuerte quecualquier reconocimiento y quecualquier comprensión exterior. Depronto, el hecho de ser incomprendidoya no me paraliza, sino que me da alaspara entrar en contacto con esta alegríainterior. Precisamente en una situacióntan paralizadora conseguí de prontoponerme a escribir. Y al hacerlo, lospensamientos salieron a borbotones demi interior. Percibí la fuerza que tiene laalegría. Es una energía que desea brotar

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y es más fuerte que todos los obstáculosexteriores. Como una cascada quedesciende impetuosa, arrastra los cantosrodados y mueve las grandes rocas, asítambién la alegría es una corriente vivaque libera nuestras energías interioresantes bloqueadas y las hace fluir denuevo. No se deja detener, sino quealcanza infaliblemente su meta a pesarde todos los obstáculos.

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IV

La imagen que Dios se haformado de mí.

Jung habla de la realización del símismo (o «plena individuación»), no dela realización del yo. El sí mismo esdiferente del yo. El yo es sóloconsciente. Es el núcleo consciente apartir del cual tomo decisiones. Esto seexpresa claramente hacia el exteriorcuando digo: «Quiero esto ahora. Tomoesta decisión ahora. Voy allí ahora. Notengo ganas». El yo quiere imponerse.

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Solemos aferrarnos al yo, pero paraacceder al sí mismo hemos de dejar elpequeño yo. Tenemos que descender anuestro ámbito profundo y descubrir elverdadero núcleo de nuestra persona.No obstante, a los seres humanos nosuele resultarnos fácil «bajar del lugarelevado donde nos hemos situado yquedarnos abajo. Tenemos miedo, enprimer lugar, de una pérdida social deprestigio y, en segundo lugar, de unapérdida de la conciencia moral denosotros mismos, cuando hemos deadmitir nuestra propia debilidad» (C. G.Jung). Tenemos que bajar a nuestroespacio más profundo antes deencontrarnos con la imagen de Dios.

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Solamente quien admite en sí mismo laimagen de Dios puede encontrar supropio sí mismo; y únicamente quien haencontrado este núcleo interior, suverdadero sí mismo, tiene un auténticosentido de autoestima.

Quien está en contacto con su propiosí mismo es independiente de la opiniónde los demás, se encuentra a sí mismo ysu propia dignidad. Y se hace capaz depermanecer en sí y de soportarse. Elviaje hacia la propia interioridad es tanfascinante, que ya no se consideranimportantes la alabanza y la crítica quellegan del exterior. Jung lo afirma en unacarta: «En última instancia, el valor deun ser humano no se expresa nunca en la

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relación con otro ser humano, sino queexiste en sí mismo. Por eso nuncadebemos hacer que nuestra concienciade nosotros mismos o nuestra autoestimadependan del comportamiento de otrapersona, aun cuando podamos resultarperjudicados». La plena individuaciónsignifica alcanzar un verdadero símismo y, con ello, hacerseindependientes del juicio de los demás.

Si asumo la responsabilidad de mivida, dejaré de buscar en otras personasla culpa de mis miserias. Laresponsabilidad me abrirá los ojos a lasposibilidades que sólo yo tengo pararealizar la imagen única que Dios se hahecho de mí. Ahora bien, para ello tengo

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que despedirme de ideales demasiadoelevados con los que tal vez meidentifico: no se trata de llegar a serperfecto, de no cometer errores, sino dellegar a ser uno conmigo mismo, contodas las contradicciones que hay en mí. Para C. G. Jung, tener una sanaautoestima significa hacerme sensible ala luz y a la oscuridad que hay en miinterior, a los altibajos de mi vida, albien y al mal, a lo divino y a lo humano.Se trata de la intuición según la cualDios quiere nacer en mí de una maneraúnica: el sí mismo es, en último término,la imagen de Dios en mí, la imagenúnica que Dios se ha hecho de mí.

Para C. G. Jung, el sí mismo es algo

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más que el resultado de la historia denuestra vida. La psicologíatranspersonal afirma actualmente quedescubrimos quiénes somos en realidadsolamente si abandonamos nuestrasnumerosas identificaciones. Solemosidentificarnos con las opiniones denuestros padres, nos definimos enfunción del éxito y del rendimiento, dela aceptación y del reconocimiento, dela atención y de las relaciones. Mientrasseguimos identificándonos con nuestrossentimientos y nuestras necesidades, conlos cambios en nuestro estado de salud,dependemos de ellos y nos hacemosciegos con respecto a la realidad propiadel verdadero sí mismo. Tenemos que

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abandonar la identificación con otraspersonas, con los papeles, con nuestrotrabajo y nuestro rendimiento, paradescubrir quiénes somos realmente.Debemos des-identificarnos paraencontrar nuestro sí mismo espiritual. Lapsicología transpersonal ha desarrolladoel ejercicio de la des-identificación.Observo mis pensamientos, missentimientos, mis pasiones y después medigo: «Siento mi ira, la observo. Pero nome identifico con ella. No soy mi ira.Dentro de mí hay un punto que puedeobservar la ira, que ya no estádeterminado por ella. Es el testigo noobservado, el verdadero sí mismo».Roberto Assagioli, un psiquiatra

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italiano, ha desarrollado este ejerciciode des-identificación. En primer lugar,hay que percibir el propio cuerpo ydespués tomar conciencia del hecho deque es posible transformarlo. Delcuerpo hay que regresar al sí mismoespiritual, al centro de la concienciapura, que observa el cuerpotransformable pero sigue siendoconstante e inmutable. Ésta es nuestraverdadera identidad. Assagioli afirmaque éste sí mismo espiritual es «uncentro de pura autoconciencia yautorrealización».

Somos más que el yo que pretendeafirmarse, que parece seguro yconsciente de su valor. El sí mismo

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espiritual es la patria interior, en la queestamos totalmente en nosotros mismos,en la que descubrimos que nuestroverdadero sí mismo ha sido formado porDios: es la imagen única e inconfundibleque Dios se ha hecho de nosotros. No setrata, por tanto, simplemente de parecerseguros de nosotros mismos yconscientes de nuestro valor. Somos másque lo que vivimos hacia fuera yvalemos más que nuestra aparienciaexterior de seguridad o inseguridad, defortaleza o debilidad. Por eso, nuestratarea consiste en desprendernos denuestra autovaloración. No esimportante cómo me valoro a mí mismo,si me considero mejor o más fuerte que

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los demás. No me descubro a mí mismocontemplando las heridas de mi infanciay analizando mis miedos, que dependende la falta de confianza en mí mismo. Lodecisivo es que yo descubra el secretode mi verdadero sí mismo. Para elpsicólogo transpersonal Bugental,nuestro problema consiste en el hechode que buscamos siempre nuestro símismo en el exterior, en la confirmaciónexterior, en los éxitos exteriores, en laseguridad exterior. Pero únicamentepodemos encontrarlo en el interior, en elmundo interior de nuestra alma, ennuestra verdadera patria: «Nuestrapatria está en el interior. Y allí somossoberanos. Hasta que descubramos esta

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verdad antiquísima —cada uno por símismo y a su manera— estamoscondenados a vagar y a buscar elconsuelo donde no existe: en el mundoexterior» (James Bugental). Porconsiguiente, es demasiado pocodesarrollar exteriormente un notableautoconocimiento, presentarse bien,saber estar por encima de las críticas ysaber hacer frente a las oposiciones. Enestos casos parecemos exteriormenteseguros y conscientes de nosotrosmismos, pero no hemos descubiertonuestro verdadero sí mismo. Elconocimiento de nosotros mismos estáconstruido sobre la arena, no estamosverdaderamente en contacto con nuestro

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auténtico sí mismo.Mi verdadero sí mismo es más que

el resultado de mi historia, más que elresultado de mi educación y de mitrabajo sobre mí mismo. Es algoclaramente divino, un misterio, porqueDios mismo se expresa en él de formaúnica. Es la imagen originaria que Diosse ha formado de mí, es la palabra deDios única que quiere hacerse carne enmí. Es la palabra originaria de Dios dela que habla Romano Guardini, unapalabra única y exclusiva para cada serhumano. Es la palabra que debe hacerseperceptible en el mundo a través de cadapersona. El sí mismo espiritual es estapalabra única e inconfundible de Dios

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que quiere hacerse visible y audibledentro de mí.

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V

El cuerpo comobarómetro.

Un camino importante para llegar aestar y permanecer en nosotros mismoses el que pasa por el cuerpo. El cuerpoes un barómetro que indica el estadointerior de la persona. En una personainsegura se nota en su cuerpo el hechode que no tiene confianza alguna en símisma: se ve, por ejemplo, en el hechode que se apoya en algo, no deja caerlibremente los brazos e incluso al

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caminar mantiene cerradas las manospara encontrar un apoyo en sí misma. Obien, si una persona camina con loshombros levantados, se percibe que estállena de miedo. Tales personas taninseguras tienen su centro en la zona delpecho. Viven con angustia, pero debenpresentarse hacia el exterior como sifueran fuertes e invencibles. Enrealidad, no tienen ninguna estabilidad:basta con tocarlas y caen. En la forma enque una persona está en pie se puedepercibir la confianza en sí misma. Noobstante, el cuerpo no es sólo unbarómetro, sino también un instrumentopara la plena individuación humana: esposible ejercitar mediante el cuerpo y en

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el cuerpo actitudes interiores. Esposible, por tanto, ejercitarse en laautoconfianza manteniéndose en pie, conestabilidad.

Puedo, por ejemplo, imaginar queestoy firmemente arraigado como unárbol, que mis raíces se hundenprofundamente en la tierra. Meencuentro bien en el lugar donde estoyplantado. Estoy bien enraizado si elcentro de gravedad se encuentra entre eltalón y la zona inferior del pulgar delpie. Puedo alcanzarlo si balanceo lasrodillas: entonces estoy relajado comoun árbol, y no rígido como un pilar dehormigón. Después puedo imaginarmecómo la respiración, en el momento de

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la espiración, se prolonga a través delas plantas de los pies hasta el suelo y,en el momento de la inspiración, correde la tierra hasta la parte superior delcráneo, hacia el cielo. Entonces soy deverdad un árbol, que en la parte inferiorestá bien arraigado y en la partesuperior abre su copa al cielo. Sipermanezco así durante un cierto tiempo,puede crecer la confianza en mí.Entonces puedo decirme a mí mismofrases como: «Sé estar de pie. Estoy conlos dos pies en el suelo. Tengo un punofirme. Puedo soportar algo. Puedohacerme responsable de mí mismo y dealgo. Estoy conmigo mismo, estoy enmí». O bien, al estar así, puedo repetir

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frases de la Biblia: «Confía al Señor tupeso y Él te sostendrá» (Sal 55,23). Ytambién: «Tengo siempre presente alSeñor. Él está a mi derecha y no vacilo»(Sal 16,8). Experimento continuamenteque el camino que pasa sólo por lacabeza no puede transmitirme ningunaconfianza en mí mismo. En cambio, losejercicios a través del cuerpo puedenayudarme a acrecentar cada vez más laconfianza en mí mismo. Naturalmente,tampoco esto es un truco que me dé laconfianza en mí mismo de una vez parasiempre: debo ejercitarmecontinuamente.

Dürckheim decía que «hemos deestar en el hara». El hara es el bajo

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vientre. Si tenemos el centro degravedad en el bajo vientre, podemosestar en pie firmemente. Entonces nadiepodrá hacernos caer fácilmente. Estar enel hara no significa plantarse con fuerzaen el suelo para que nadie puedadesplazarnos. El hara es más bien unapostura de permeabilidad: no me apoyoen mí mismo, sino que estoy abierto aDios, o al Ser. Y porque estoy abierto auna realidad mayor que yo, no deboaferrarme espasmódicamente a mímismo, sino que me siento sostenido porDios.

Si durante una charla estoyconscientemente en el hara, me sosiegoy hablo con más claridad. Al pronunciar

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una conferencia, muchas personas seapoyan en la tribuna desde dondehablan, o descansan, alternativamente,sobre uno y otro pie. Pero esto no sóloexpresa inseguridad, sino que la refuerzaaún más. Situarse conscientemente en elhara es un ejercicio en la confianza y enla permeabilidad. No se trata deimponerse mediante una charla, sino deque una realidad mayor que yo pasa através de mí, del hecho de que, en últimainstancia, es Dios quien habla a losdemás a través de mí.

Muchos piensan que no se puedehacer nada sin confianza en uno mismo.Pero no dependemos sólo de esto: através del cuerpo podemos ejercitarnos

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para hacer entrar lentamente mayorconfianza en nosotros mismos.Naturalmente, el proceso detransformación en el cuerpo tiene lugarcon lentitud. Se necesita muchapaciencia. Pero, sobre todo, el cuerpono se deja engañar: no podemos usarlosolo para tener mayor confianza ennosotros mismos. Hemos de estarpreparados para desprendernos, y paraconfiar en Dios, el único que nos daverdadero apoyo y autoestima.

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VI

El camino de la mística.

Otro camino que conduce hacia unasana autoestima es el camino místico. Lamística —de manera semejante a lapsicología transpersonal— se basa en laidea de que dentro de nosotros hay unespacio al que los demás no tienenacceso, donde no pueden entrar lasreflexiones del propio superyó. Es elespacio de la quietud, donde Dios habitaen nosotros. Y allí donde Dios habita ennosotros, los seres humanos no tienen

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ningún poder. Los místicos creen queeste espacio de la quietud está presenteen cada uno de nosotros. Pero muchaspersonas no lo perciben porque estánseparadas de él por un estrato de ruinasy escombros, por un estrato depreocupaciones y problemas, depensamientos y proyectos que se haninterpuesto entre su conciencia y su símismo.

El camino hacia este lugar interiordel silencio pasa por la meditación y laoración. En el monacato se hadesarrollado el método de la jaculatoria,en el que se une al ritmo de larespiración una palabra de la Escritura;por ejemplo: «Mira, estoy contigo» o la

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oración de Jesús: «Señor Jesucristo,Hijo de Dios, ten piedad de mí». Dirijomi atención a la respiración y vinculo aella la palabra. De este modo me dejoconducir, en la inspiración, por lapalabra hacia el espacio interior delsilencio, donde Dios habita en mí. Isaacde Nínive piensa que la palabra que semedita puede abrir la puerta al misteriosin palabras de Dios, a la casa de laquietud en la que sólo Dios puede entrar.Cuando medito, no siempre percibo esteespacio de la quietud: a menudo sólovislumbro brevemente que dentro de míhay algo muy distinto, que Dios mismohabita en mí. Pero ya esta breveintuición mueve algo dentro de mí: tengo

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una vivencia distinta de mí mismo; tocomi verdadero ser, entro en miprofundidad. Siento una profundaquietud de la que brota paz.

A veces me ayuda también el merohecho de imaginarme en el lugar de laquietud; por ejemplo, pensandosencillamente en las imágenes con que laBiblia describe este espacio interior dela quietud. No considero estas imágenesdesde el exterior, sino que me observo amí mismo a través de ellas. En elEvangelio de Juan, Jesús dice sobre elque cree: «De su interior brotaráncorrientes de agua viva» (Jn 7,38). Enmí hay una fuente que no se extinguenunca, la fuente del Espíritu Santo. Para

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percibirla, puedo imaginar que penetro—en el momento en que espiro, a travésde los estratos que se han amontonadosobre esa fuente— hasta que en el fondodel alma soy capaz de percibir algo deesta fuente pura, que expulsa las aguasturbias de mis pensamientos oscuros yme refresca interiormente. O bien puedomeditar la imagen del Santo de lossantos, al cual, según la Carta a losHebreos, sólo tiene acceso el sumosacerdote Jesucristo. Si imagino estaimagen bíblica, puedo entrar en contactocon la realidad que ella representa, conJesucristo, que habita en mí. Allí dondeél está en mí, no puede entrar el ruidoque hay en el atrio del templo, ni los

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asuntos de negocios ni lo mundano, nitampoco los otros sacerdotes. Allí,nadie puede turbar mis reflexiones nimis proyectos.

En este espacio interior intuyotambién quién soy. En él entro encontacto con mi verdadero sí mismo.Donde Dios está en mí, allí me liberadel poder de los demás, de susexpectativas y exigencias, de sus juiciosy criterios. Allí me libera también de lasimágenes que otros me han inculcado ode las imágenes de mí mismo que yo mehe hecho. Dios me libera para ser yomismo. Soy más que la historia de mivida. Soy una imagen única de Dios. Enmí hay una imagen intacta que Dios se ha

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hecho de mí, mi verdadero ser tal comoDios lo ha formado. El camino de lameditación me conduce también haciami verdadero sí mismo. Allí donde lasopiniones de los otros y los criteriospersonales no pueden entrar, puedo sertotalmente yo mismo, allí vislumbro midignidad divina, allí puede abrirse paramí la posibilidad de estar, en mi espaciomás íntimo, en contacto directo conDios.

Continuamente me encuentro conpersonas que sufren porque estándeterminadas por otros. No puedendesarrollar confianza en sí mismasporque otras personas se la arrebatan.Siempre hay alguien que las critica y

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están de continuo bajo la influencia delos demás. A quien me pide consejotrato de mostrarle ese espacio de laquietud que existe ya en él: deberíaimaginar que allí no hay ninguna fuerzaque tenga poder sobre él y que nadiepuede acceder a ese espacio.

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VII

Anhelo de amor.

Jesús abre su corazón para que todosnosotros podamos entrar en él connuestro deseo de amor. Se deja herir ensu amor hacia nosotros. Y de su corazónabierto brota la sangre viva de su amor.Su amor no retiene, sino que se derramapor nosotros. Nos abre un espacio en elque podemos vivir. Jesús comprende suamor como una casa en la que podemoshabitar cuando nos exhorta con estaspalabras: «Permaneced en mi amor» (Jn

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15,9). Es una imagen peculiar para elamor. El amor no es sólo un sentimientoque puede desaparecer, sino que tambiénes un espacio donde podemospermanecer. Pero Jesús señala tambiénel requisito para permanecer en el amor:«Si guardáis mis mandamientos,permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10).No podemos disfrutar el amor de Diossolamente para nosotros. Debemos hacerque siga fluyendo de nosotros hacia losdemás. De lo contrario, se estanca. Yentonces se derrumba el espacio delamor, en el que tan agradablemente sepuede habitar.

El amor de Jesús no toma, como tana menudo hace el nuestro, sino que da.

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Es puro don. En el fondo de nuestrocorazón, todos anhelamos un amor así,que se desprende y se entrega, quemuere por nosotros y brota sin límitespara nosotros. Ante Cristo crucificadosentimos que somos incapaces de unverdadero amor. Nuestro amor semezcla a menudo con el deseo de teneral otro para nosotros, de poder poseerlo.

Queremos retenerlo para que ya nonos deje nunca. Y no advertimos cómole quitamos el aire para respirar, cómole arrebatamos la posibilidad de seguirdesarrollándose, de llegar a serplenamente él mismo. A menudoqueremos incluso moldear al amado yforzarle a adoptar la figura que nos

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parece digna de amor. Así lo expresa elmito griego de Pigmalión, que se creóuna mujer de marfil porque con ningunamujer estaba satisfecho. De esta manera,el otro miembro de la pareja no puedellegar a ser independiente. Debe seguirsiendo creación nuestra.

Una vez que, orando a los pies de lacruz, admití mi incapacidad para amarrealmente y contemplé el amorcrucificado de Cristo, me invadió unapaz profunda. Y sentí que en lo máshondo ansiaba un amor así. Todo amorhumano es siempre contradictorio.Puede fascinar, pero también desgarrarde tristeza el corazón. Puede cautivar,pero también puede dominarnos, y hasta

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casi obsesionarnos. Admira y odia.Sana, y al momento hiereintencionadamente. Hay muchas clasesde amor insatisfecho. Ernesto Cardenallas ha descrito: «Cuántos viven en elmundo una vida monótona y estéril, sinamor, esperando un amor que les llene yque nunca llega. O sufriendo lasamarguras del amor despechado. O eltormento del amor imposible o del amorperdido o el amor prohibido que nopueden satisfacer. O la tristeza del amorsatisfecho pero que no llena». Yo no hevivido solamente la felicidad del amor,sino también, con bastante frecuencia, sudecepción, su llaga, mi incapacidad paraamar realmente. He percibido

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dolorosamente mi necesidad de un amorincondicional, de un amor al que puedaabandonarme lleno de confianza. En elamor de Cristo en la cruz heexperimentado algo de este amorincondicional por mí. Ahí siento que soyaceptado incondicionalmente. No haynada en mí que no sea tocado por elamor de Cristo. Pero también hepercibido que sólo puedo entendercorrectamente este amor si locomprendo como aceptación de misituación concreta. En muchas homilíashe oído que Cristo nos ama, que muriópor amor a nosotros. Pero esto meresultaba abstracto y vacío. No metocaba. Sólo me llega cuando introduzco

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conscientemente la promesa del amor enmis intentos de amar, en mi propiofracaso en el amor, en mis pensamientossedientos de venganza, en mis palabrashirientes que pretenden ofender al otroaunque lo ame.

La condición previa paraexperimentar corporalmente el amor deDios es que me abandone totalmente ami respiración, que al hacerlo me olvidede mí mismo, que sólo esté ya en larespiración. Entonces tendré unaexperiencia del amor de Dios deintensidad semejante a la que sientocuando experimento el amor de un serhumano en un beso o en la unión sexual.Ahora bien, en el caso de un ser humano,

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sólo sentiré realmente ese amor si creoen él. El beso por sí solo no es aúnamor. Sólo expresa el amor en el quecreo. Del mismo modo, la respiraciónpuede estar vacía, sin amor, sincercanía. Pero si creo que en mirespiración entra en mí el amor de Dios,y si me hago totalmente uno con mirespiración, en ella puedo experimentarcorporalmente el amor de Dios. Nopuedo retener dicho amor. A veces, pesea toda mi prudencia y atención, no lopercibiré. En esos momentos me quedoen mí y en mi inquietud. Me ayudaentonces confiar en mi anhelo. Auncuando no perciba el amor de Dios,conozco, sin embargo, mi profundo

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anhelo de dicho amor. Cuando sigo elrastro de este anhelo, vuelve a surgirtambién en mí un presentimiento delamor de Dios.

Aun cuando no puedo aferrarme alamor de Dios, sé, no obstante, que no estan frágil como el amor humano.

A quien realmente ama, a menudo lebasta el aliento del amado. En el alientocomún siente cómo ese amor recorre suser y lo vincula con el otroprofundamente. En el aliento se hacenuno. Quien siente este amor humano demanera atenta y consciente, sentirátambién el amor de Dios cuando tratecon cuidado su propia persona, lascosas, las plantas y animales y a sus

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semejantes. El místico persa Yalal ad-Din Rumi describió de maneramaravillosa en el siglo XIII cómo Dios,en nuestra respiración, nos llena delperfume de su amor:

«¡Oh, Dios grande!,mi alma con la tuya se hamezclado,como el agua con el vino.¿Quién puede separar el vinodel agua?¿Quién, a ti y a mí, de nuestraunión?Tú te has convertido en mi yomás grande:ya no quiero volver a ser elpequeño yo.

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Tú has aceptado mi esencia:¿no debería yo aceptar la tuya?Me has aceptado para laeternidadde manera que yo no puedanegarte por la eternidad.Ha penetrado en mí tu aroma deamor,y ya no abandona mi médula.Como una flauta permanezcoentre tus labios,y como un laúd sobre tu regazo.¡Sopla! Y yo emitiré suspiros.¡Toca! Y yo vibraré en llantos.Tú, aliento de mi corazón».

Es evidente que este piadoso musulmánhabía experimentado también

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corporalmente el amor de Dios. Si meabandono a mi respiración tanatentamente como lo recomienda estetexto, en cada inspiración podré sentircómo me impregna el amor de Dios,cómo se hace indistinguiblemente unoconmigo; podré sentir que dicho amorcorre a través de todos los poros de micuerpo, que no hay nada en mí que noesté tocado por el «perfume de amor deDios».

Lo expresado por este místico persalo encuentro en las palabras de Jesússobre la vid (Jn 15,1-8). En mirespiración, el amor de Dios atraviesami ser. Estoy unido a la vid de Cristo. Ytoda la vida que siento en mí es su amor

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divino. En efecto, el vino es para Juanuna imagen del amor de Dios, que nuncase agota. Jesús nos promete: «Yo soy lavid; vosotros los sarmientos. El quepermanece en mí y yo en él, ese damucho fruto» (15,5). La respiración queme impregna, la sangre que corre pormis venas, todo cuanto fluye en mí, esimagen del amor de Dios que llena micuerpo y me regala vida y fecundidad.Jesús exhorta a sus discípulos:«Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Esobvio que puedo «habitar» en el amorde Jesús. Su amor es el efluvio que merodea. Es la energía que me atraviesa.Es el perfume de amor de Dios, que, enmi respiración, llena mi cuerpo entero.

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Para Jesús es lo mismo decir:«Permaneced en mí» o «Permaneced enmi amor». Estar en Cristo significa estaren su amor, habitar en la casa de suamor, estar en casa en su amor. En suamor llega a cumplimiento el anhelo delcorazón, en él puede descansar elcorazón.

Ernesto Cardenal describe demanera impresionante, en su célebreobra Vida en el amor, cómo el serhumano sólo llega a ser verdaderamentelibre e íntegro cuando ama, cuandoadmite en su corazón el amor de Diosque está presente en todo. Se remite aTeresa de Jesús, la cual habla de cómoen la morada más interior de nuestro

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castillo habita Dios como el amor, ycómo Dios está loco de amor pornosotros. «El alma es la alcoba de laque sólo Dios tiene la llave. Y si él noentra, estará vacía». Sólo si nosvolvemos hacia dentro y descubrimos ennuestro interior a Dios como el amor,llegamos a ser lo que realmente somos:seres humanos creados a imagen de Diosy que no son nada más que amor. Laauténtica sustancia de nuestro ser es elamor. Y sólo cuando abrimos los ojos aesta profundísima realidad llegamos aser verdaderamente humanos. Entoncesno estamos ya determinados por nuestrasheridas y humillaciones, sino por elamor, que transforma nuestras heridas y

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las moldea en un grito que pide amor.Cardenal habla una y otra vez de lamorada interior que hay en nosotros y enla que habita Dios como el amor: «En elinterior de cada ser humano hay untálamo nupcial [un espacio, un ámbitoabsolutamente personal], al cual sólotiene acceso el Esposo. Todos tenemosdentro de nosotros una intimidad oscura,un cuarto cerrado, un lugar que ha sidocreado para el amor, un paraíso interior,pero la mayoría de los hombres no losaben. Y por eso tienen el corazón vacíoy sin amor». Sólo cuando descubrimosel amor divino en el fondo de nuestraalma, dejamos de buscar con angustia yavidez fuera de nosotros, en el mundo, la

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satisfacción de nuestras necesidades.Muchas personas prosigueninsatisfechas su búsqueda de un amorque llene totalmente su corazón.«Buscan la felicidad en el dinero, en lasmujeres, el vino, los night-clubs, contodo el poder de sus facultades creadaspara la visión beatífica». Sólo podríanexperimentar verdadera paz en sucorazón, escribe Cardenal, «si sevolvieran dentro de ellas mismas, alAmor insatisfecho que dentro de ellaspalpita y alienta». Para ErnestoCardenal, la experiencia del amor deDios es sanadora. Antes de su ingreso enla Trapa había amado de muchasmaneras. En ese momento experimenta

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que Dios lo ama de maneraincomparable: «Los amores que antestuve me han enseñado lo que es esteamor. Sé cómo me amas, porque yotambién he amado antes, y sé lo que esun amor apasionado y obsesionante, y loque es estar locamente enamorado,perdido por alguien. Y Tú estás perdidopor mí y me amas con locura. Me amascon todas mis debilidades, con todosmis defectos heredados y adquiridos,con mi modo de ser tal como es, con miidiosincrasia y mi temperamento, mishábitos y mis complejos. Me amas talcomo soy». Ésta fue para Cardenal unaexperiencia sanadora que dio a su vidauna cualidad nueva. Antes, pese a la

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experiencia de muchos amores conpersonas concretas, por las noches solíasentirse solo, y sus suspiros caían en elvacío. Pero ahora puede decir: «Casipercibo en mi interior, más adentro queyo mismo, Su Respiración».

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VIII

La celda es el cielo.

Si imagino que mi celda es elespacio donde Dios mismo habita en mí,entonces puedo devenir sano gracias asu amor. Los monjes conocen el dicho:«Cella est coelum», «La celda es elcielo», es el espacio donde el monjehabla con Dios como con un amigo,donde se siente rodeado por el amor deDios. Él es un Dios materno, que mecubre con su amor. Al retirarmecontinuamente con mis conflictos y mis

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frustraciones a la cueva del amor divino,puedo experimentar la sanación. Pero nopuedo permanecer siempre en esa gruta.Como Elías, he de volver de nuevo almonte, exponerme a la vida con susconflictos y dejarme provocar por Dios.Dios no es solamente el Dios materno,que me abraza con su amor, sino tambiénel Dios paterno, que me hace salir de lagruta y me desafía.

La meta de la oración de Jesúsconsiste en llegar a ser uno con el Diosy Padre de Jesucristo. De este modo,Jesús se convierte verdaderamente en elcamino hacia el Padre, tal como lo haprometido en el Evangelio de Juan: «Yosoy el camino, la verdad y la vida.

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Nadie va al Padre sino por mí» (Jn14,6).

Jesús nos muestra lo que podríasucedernos también a nosotros en laoración. Jesús ora durante el bautismo yel cielo se abre sobre él (Lc 3,21). Éstaes una hermosa imagen para indicar elefecto de la oración: cuando oramos, elcielo se abre sobre nosotros. En laoración, el Espíritu Santo desciendesobre nosotros. Y al orar,experimentamos que somos amadosincondicionalmente por Dios. En laoración reconocemos quiénes somosverdaderamente. Cuando Jesús sanó alleproso y una multitud afluyó de todaspartes para oírle, él «se retiró a un lugar

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solitario para orar» (Lc 5,16). Laoración es un refugio al que podemosretirarnos para estar protegidos delruido del mundo y de las expectativas delos demás. Lucas habla de la oración deJesús durante la transfiguración.«Mientras oraba, el aspecto de su rostrose mudó y sus vestidos eran de unablancura fulgurante» (Lc 9,29). En laoración entramos en contacto connuestra verdadera esencia: cae todo losuperficial y se hacen añicos lasmáscaras detrás de las cuales nosocultamos. Transfiguración significa quese transparenta lo auténtico, nuestrabelleza originaria: el resplandor de Diosque está en nosotros brilla en nuestro

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rostro, reconocemos que somos la gloriade Dios. En el episodio de latransfiguración, junto a Jesús aparecenMoisés y Elías. Moisés es el legisladory el liberador. Si oramos, nuestra vidarecupera el orden y experimentamos enDios la verdadera libertad: lasopiniones que los demás tienen sobrenosotros no son ya importantes. Elías esel profeta. En la oración descubrimosnuestra misión profética. En ellaintuimos que con nuestra vida podemosexpresar algo que puede manifestarse eneste mundo sólo a través de nosotros. Enla oración —como nos dice el relato dela transfiguración— entramos encontacto con nuestro verdadero sí

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mismo, y la gloria de Dios resplandeceen nosotros. No obstante, no es posibleaferrar esta experiencia de oración,porque se desvanece de nuevo.

Lucas nos describe el momento másalto de la oración de Jesús en la pasión.Jesús ora en el monte de los Olivos ylucha con la voluntad de Dios. Entoncesse le aparece un ángel para fortalecerle.Orar no es siempre sólo experiencia depaz; puede ser también una luchadolorosa con la voluntad de Dios. Peroa quien ora, Dios le envía su ángel paradarle nueva fuerza. No obstante, el ángelno preserva a Jesús del miedo. Jesússiente angustia ante la muerte y suda porcausa de esa angustia. Pero

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precisamente entonces ora con másinsistencia aún (Lc 22,44). Lucas nospresenta esta escena de la oración en elmonte de los Olivos poniendo comotrasfondo el cansancio que muchosexperimentan cuando oran —hoy comoentonces—. Cuando oramos, sentimos amenudo la experiencia de la oscuridad,tenemos la impresión de que nuestraoración cae en el vacío, no sirve denada, en ella no sucede nada. Parece queDios calla, como si estuviera ocultodetrás de un grueso muro. Como nollegamos hasta Dios, nos sucede conmucha frecuencia lo mismo que lessucedió a los discípulos: nos dormimos.Nuestra oración se duerme. Y Jesús

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tiene que sacudirnos paradesperezarnos: «Levantaos y orad parano caer en tentación» (Lc 22,46). ComoJesús, también nosotros nosencontraremos en situaciones difíciles:soledad, angustia, abandono, cansancioy dolor. La oración es para nosotros elcamino para superar las tentaciones,como Jesús, y apoyarnos en Diostambién en las situaciones más difíciles.

Es evidente que la oración en elmonte de los Olivos da a Jesús la fuerzapara soportar el camino hacia la cruz.Justamente en la cruz se dirige a Dioscon ternura como a su Padre. Y entregasu espíritu en Sus manos amorosas. Enla muerte vuelve al Padre. La oración

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transfigura su muerte. A pesar de toda lacrueldad, Jesús resiste y sigue orando,permaneciendo así en relación con Dios,en medio de la situación más angustiosa.Sí, la relación con Dios lo libera delpoder de los hombres. Ni siquiera susasesinos pueden triunfar sobre él. Laoración lo eleva hacia lo alto, a unmundo donde no pueden entrar los gritosde sus verdugos.

La oración, por tanto, acompaña aJesús desde el comienzo hasta el finalde su ministerio en la cruz. Ella muestracuál es el lugar donde Jesús encontró suverdadero apoyo y revela que Jesús, porla fuerza de la oración, pudo recorrer sucamino también a través de la situación

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más difícil, la de la muerte, porque elcielo estaba abierto sobre todos lossufrimientos y él sabía que era uno conel Padre.

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IX

Como un sarmiento en lavida.

La relación con Jesús es la fuente denuestro amor mutuo. Para que podamospermanecer en una relación personal conJesús, él nos envía su Espíritu, elParáclito. El Paráclito es intercesor,protector, mediador y abogado defensoren el tribunal. Es el Espíritu de laverdad que nos abre los ojos al Señor yDios presente, al Padre que resplandecepara nosotros en Jesús. El Espíritu retira

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el velo puesto sobre toda la realidad ynos hace ver las cosas como sonverdaderamente, nos sostiene en nuestrocamino de despertar y de concienciacreciente. A través de la ayuda delEspíritu Santo, Jesús permanece connosotros. El Espíritu nos hace presente aJesús: en él, Jesús está cerca denosotros, está en nosotros. El misteriomás grande del Espíritu Santo es lainhabitación de Jesús en nosotros.Nuestro amor a Jesús es posible sólogracias a la ayuda del Espíritu. Enefecto, en el Espíritu Santo está el amorde Jesús en nosotros, y en su amor estáel Padre, la fuente de todo amor: «Si unome ama, guardará mi palabra y mi Padre

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lo amará y vendremos a él y pondremosnuestra morada en él» (Jn 14,23). Enestas palabras llega a plenitud larelación personal con Jesús y, a travésde él, la relación con Dios. El puntoculminante de la meditación es laexperiencia del hecho de que Jesús, quehabita ahora en la gloria del Padre,habita al mismo tiempo también ennosotros, en el Espíritu Santo. Él pusosu morada entre nosotros, una moradaque no puede ser destruida ni siquierapor la muerte.

El Espíritu es el futuro divino que notendrá fin. La comunión con Dios en laque somos introducidos por el Espírituno es destruida por la muerte, sino que

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en la muerte se manifiesta en toda suplenitud. Para Juan, el núcleo delcristianismo está en el milagroextraordinario de la venida de Dios alos hombres: a través de Jesús, Dios haentrado en el hombre y está y siguepresente en él para siempre. El Paráclitonos transmite esta presencia quepermanece, y abre el espacio de nuestrocorazón para que el Padre y el Hijopuedan habitar en él. Si Dios habita ennosotros, entonces también nosotrospodemos habitar en nosotros mismos,podemos llegar a nuestro verdadero símismo y estar, en nosotros mismos, encasa.

En la metáfora de la vid (Jn 15,1-17)

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, Jesús habla del modo en que lainhabitación divina en el hombretransforma nuestro cuerpo y nuestraalma. «La imagen de la vid es místicapura» (John Sanford) y nos muestra dequé modo nuestra alma es transformaday fecundada por la unión con Dios. Juannos muestra el camino cristiano hacia eléxtasis que nos lleva más allá denosotros. A través de la unión con Cristorompemos los estrechos límites del yo yentramos en contacto con «la ilimitadacreatividad del centro interior»: Cristonos libera de una angosta religión de laley y nos conduce a una «ética de lacreatividad» (Berdiaev). Ya Orígenes, acomienzos del siglo III, interpretó la

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imagen de la vid de este modo: para él,la palabra de Jesús es como el vino que«nos da una sensación de inspiración ynos satisface con una ebriedad que no esirracional, sino divina». Para Orígenes,no son los ejercicios morales sino lasespeculaciones místicas las que«alegran el corazón y producen, enquienes las acogen en su interior, unsentimiento de inspiración y de gozo enel Señor» (Orígenes). La imagen de lavid expresa el aspecto gozoso de nuestrocamino espiritual. La meta de nuestrocamino es el éxtasis de la alegría en launión con Dios.

Si Jesús dice que es la vidverdadera, esto significa para mí

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también esto: si observo la vid y elárbol, si voy hasta el fondo de todo loque es terreno, entonces reconozco enello, en última instancia, el misterio deJesús, el misterio de Dios y del serhumano. Todo se hace entonces símbolodel Dios que se ha hecho hombre enJesús. Bultmann ve en la vid tambiénuna imagen del árbol de la vida, soñadopor numerosos mitos. Jesús diceentonces: todo lo que soñáis, eso soy yoen realidad; en mí se realizan vuestrossueños. Todo aquello que en el mundoparece satisfacer vuestra hambre,vuestra sed, vuestro anhelo de vida, enrealidad es apariencia. Vuestro deseoencuentra su verdadera satisfacción sólo

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en mí: yo soy el origen de la vidaverdadera. Si permanecéis en mí,entonces daréis fruto verdadero,entonces vuestra vida adquirirá unsentido y se hará fecunda.

Jesús hace esta afirmaciónmemorable: «Vosotros estáis limpiospor la palabra que os he anunciado» (Jn15,3). Es evidente que Jesús habló así asus discípulos para que se sintierantotalmente aceptados, puros, más fuertes,en armonía consigo mismos y con Dios.La palabra de Dios hizo que saliera deellos todo cuanto había de impuro, lospuso en contacto con el verdaderocentro de su alma. Dios mismo lospurificó a través de la palabra de Jesús.

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En esta palabra se hace visible lairradiación de Jesús. Es obvio que Jesúsirradió algo que transmitió a loshombres: «Está bien que seas así. Erespuro, has sido creado como un ser buenopor Dios. La bondad y la pureza son másfuertes que todos los pecados. Si teabres a mi amor, todo en ti es puro ytodo lo deshonesto que hay en ti espurificado y transformado».

La tarea más importante para eldiscípulo es la de permanecer en Jesús.Permanecer es la condición previa paradar fruto. El sarmiento sólo puede darfruto si está injertado en la vid.Permanecer en Jesús significa, según laimagen de la vid, estar impregnados por

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su Espíritu y por su amor. Como elsarmiento recibe la savia de la vid, asínos atraviesa el amor de Jesúsmanifestado en su muerte en la cruz. Yes una permanencia mutua. Debemospermanecer en Jesús: entonces élpermanece en nosotros y nos invade consu amor. Y este amor nos hace dar fruto.El verdadero fruto no consiste engrandes prestaciones exteriores, sino enel amor que emana ahora de nosotros.Todo lo que hacemos, por tanto, da frutosólo si está lleno de amor. Las palabrasque decimos dan fruto si son palabras deamor. Los logros profesionales cuentan,entonces, sólo si tienen lugar por amor.Ciertamente hay personas que realizan

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empresas geniales. Sin embargo, si faltael amor, estas cosas son estériles y caenen pedazos. No obstante, el amor no esuna exigencia moral que debemossatisfacer, sino que más bien el amorque da fruto brota de nosotros hacia elexterior si estamos en contacto connuestro centro, si Cristo se convierte ennuestro centro, en nuestro sí mismo. Elego de por sí no da fruto: la fuente denuestra vitalidad y creatividad seencuentra en el centro de nosotrosmismos, allí donde somos una sola cosacon Cristo.

Los Padres de la Iglesia interpretanlas palabras de Jesús sobre la alegríaperfecta que él nos da como la promesa

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de un gozo indestructible, de un gozoque nadie puede quitarnos. El anhelo delhombre tiende a esta alegría que nodepende del éxito ni del acto del don,sino que procede de una experienciainterior. Es el gozo como respuesta alamor incondicional de Jesús. Jesús nospone en contacto con el gozo que es unacualidad interior de nuestra alma. En él,nuestra alma se expande. La alegría esexpresión de la vida que hay en nosotrosy con la que Jesús nos pone en contactomediante su amor.

Jesús interpreta su amor como amorentre amigos. No es un amor de arribahacia abajo, sino un amor que ve al otrocomo una persona que tiene el mismo

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valor; es un amor de amistad. Y el puntoculminante de este amor de amistad es lamuerte de Jesús por nosotros, susamigos: «Nadie tiene amor más grandeque el que da la vida por sus amigos»(Jn 15,13). El amor a los amigos, tantopara los griegos como para los judíos,es un bien supremo y representa larealización de su deseo más profundo.Jesús llama amigos a sus discípulos. Yano son esclavos que no saben lo quehace su amo, siervos que no tienenacceso al corazón de su señor. El siervono comprende a su Señor, está en laoscuridad y «por eso tiene miedocontinuamente» (Bultmann). Losdiscípulos son amigos amados

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incondicionalmente por Jesús. Con estaimagen de la amistad describe Juan elmisterio de la nueva relación de Dioscon nosotros, los hombres, tal como hatomado forma a través de la realidad deJesucristo. Somos amigos de Dios,amigos de Jesús. El amor de amistad esun puro don. No crea en nosotros unamala conciencia según la cual debemoscorresponder a él. Sencillamente, existe.Si hemos llegado a ser amigos, entoncesel amor brota en nosotros por sí mismo.En la imagen del amigo, Jesús nosmuestra cuál es nuestra dignidad: somospuestos en el mismo nivel que él, nosconvierte en sus amigos íntimos. Él nosha abierto de par en par su corazón, nos

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ha revelado todo lo que ha oído a suPadre. Somos iniciados en todos losmisterios de este amigo divino. Lamuerte de Jesús no debe crearnos malaconciencia, como si fuéramos culpablesde ella por nuestros pecados. En lamuerte, más bien, Jesús, como amigonuestro, se hace particularmente cercanoa nosotros: en ella queda sellada parasiempre nuestra amistad, en ellapodemos experimentar que somos muyimportantes para él, tan importantes queél da la vida por nosotros.

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X

La fiesta cotidiana.

Según Jung, los ritos no sólo tienenla función de «transformar la energía»,sino que también ofrecen un sentido.Así, Jung piensa que los ritos puedentener precisamente hoy —en una épocade falta de sentido— una fuerzasanadora. En la conferencia del 5 deabril de 1939, pronunciada en Londres,recordaba los ritos domésticos quehabía podido observar por todas partesen un viaje a la India y deploraba que

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los europeos no tenemos (ya) en nuestrascasas lugares donde realizar ritosanálogos, donde decir nuestrasoraciones o meditar. Para él, estos ritospersonales son necesarios si queremostener experiencia del valor de nuestravida y del hecho de que somos más quesimples ejecutores de tareas y personasque realizan trabajos; nuestra vida noconsiste sólo en trabajar y en comer, endivertirnos y preocuparnos del mañana:«Dado que las personas no poseen nadasemejante, no pueden salir nunca de estetrabajo monótono, de esta vida terrible,descorazonadora, banal, donde “no sonnada…”. En el rito se encuentran cercade lo divino, ellas mismas son divinas»

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(C. G. Jung). Y él piensa que la gentecae enferma por la banalidad de su vida.La falta de sentido produce neurosis.Porque la vida carece de sentido y devalor, las personas necesitansensaciones exteriores para sentirsesimplemente vivas: «Todo es banal, “noes nada…”; por eso la gente estáneurótica. Está harta de todo, de latrivialidad de la vida, y por eso necesitasensaciones. Incluso quiere una guerra;todos quieren una guerra. Todos estáncontentos cuando hay una guerra, ydicen: “¡Gracias al cielo, al final sucedealgo, algo más grande que nosotros!”».

Lo que Jung dijo en 1939 siguevaliendo para nosotros todavía hoy. Sin

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rituales, la vida está vacía y sin sentido.Todo es mera banalidad. Sólo haytrabajo y diversión, pero no hay unsentido más profundo. Los ritosmuestran que nuestra vida tiene unsentido, que tiene un valor divino. El serhumano necesita, para permanecer sano,algo que sea mayor que él. Esto seexpresa en los ritos. Dado que nuestravida tiene un infinito valor divino, ledamos forma con los ritos, lacelebramos con nuestros rituales. Losritos son expresión de aquello que decíaya Atanasio, a saber: que el Resucitadocelebra en nosotros una fiesta sin fin.Nuestra vida es digna de ser celebradaporque Cristo mismo nos ha elevado en

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su resurrección y nos ha dado unadignidad intangible. Jung piensa que laspersonas que corren afanosas de un ladopara otro suelen causar la impresión deestar poseídas por legiones dedemonios. Están, por así decir, poseídasporque llevan una vida sin sentido: «Suvida es completamente y de modogrotesco banal, totalmente inútil, sinsentido y sin una meta». En cambio, sitenemos la sensación de que somos hijose hijas de Dios y de que estamos a suservicio, esto nos da paz interior: «Silas personas tienen la sensación… deser actores en el drama divino, esto lesda paz interior. Esto es lo único queofrece un sentido a la vida humana; todo

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lo demás es banal y se puede prescindirde ello» (C. G. Jung). Dependersolamente de la carrera, ganar cada vezmás: todo esto hace que la vida tengaaún menos sentido. Jung ve el secreto dela Iglesia católica en el hecho de queella, con sus ritos y sus símbolos,«ofrece siempre una existencia llena desentido» a las personas.

Hoy son muchas las personas quenecesitan celebrar de nuevo su vida conrituales porque hay en ellas un profundoanhelo: su vida debe ser mucho más queun mero cumplimiento de deberes, unafán continuo y la satisfacción de lasexpectativas de los demás. Vislumbranque su vida tiene un valor más profundo,

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que participa de la fuente de la vidadivina, que, más aún, la misma vidadivina brota en ellas. Hay, en cambio,personas que viven simplemente en lacotidianidad, y que incluso puedenesconder durante mucho tiempo su vacíointerior, pero éste se adueñará de ellasantes o después. Y entonces caeránenfermas porque su vida carece desentido.

Los ritos tienen la función de«protegernos contra las tendenciasinesperadas y peligrosas delinconsciente» (C. G. Jung). El serhumano se ve frente a fuerzas indómitasy aparentemente arbitrarias, que surgende su inconsciente. No consigue

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defenderse solamente con la razón y lavoluntad. Jung narra el caso de unhombre inteligente que sufría debido aun miedo enorme a tener un tumorcancerígeno. Había acudido a muchosmédicos y siempre había recibido larespuesta de que no tenía ningún tipo detumor. A pesar de ello, su miedoirracional a padecer cáncer nodisminuía. Los argumentos racionales nolo ayudaban, ni tampoco lasexplicaciones terapéuticas. Que lospueblos tengan arsenales militares cadavez mayores no es el resultado de unareflexión racional, sino expresión de laangustia frente a las naciones limítrofes,de las que se supone que están poseídas

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por el demonio: «Lo peor en este casoconsiste en el hecho de que se tienerazón. Todos los vecinos estándominados por una angustia incontroladae incontrolable, igual que nosotrosmismos. Es un hecho bien conocido que,en los hospitales psiquiátricos, lospacientes que sufren alguna clase deangustia son mucho más peligrosos quelos que están atormentados por la ira oel odio» (C. G. Jung). Los ritos tienen lamisión de exorcizar la angustia yconducirla por sus justos cauces. Dondefaltan los ritos, la persona no es capazde controlar las fuerzas desconcertantesde su inconsciente. Entonces la energíaque es liberada se introduce en los

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viejos cauces de la curiosidad y labúsqueda del éxito. Entonces la personase ve atormentada una y otra vez por laimpaciencia. Con bastante frecuencia espresa de la neurosis o de ladesorientación, se siente interiormentedescontenta y desgarrada.

Gracias a Jung podemos comprenderde un modo nuevo por qué los ritospueden desarrollar una eficaciasanadora y vivificadora y por qué lapersona se siente bien en ellos.

Los ritos no me crean sólo unespacio de libertad en el que puedorespirar, sino también un lugar dequietud, un lugar en el que no puedeentrar el ruido del mundo. Muchos ritos

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son una interrupción de la vida. Dehecho, interrumpo mi trabajo,interrumpo mis pensamientos y misplanes para dar a Dios una posibilidadde entrar en mi vida. Justamente los ritosde la mañana y de la tarde suelenconsistir en crear un lugar de silencio enel que puedo entrar en contacto con miespacio interior de quietud, en el queDios mismo habita en mí. En esteespacio íntimo no pueden entrar losdemás con sus expectativas y susdeseos; en él me siento verdaderamentelibre, soy realmente yo mismo. Puedorespirar a pleno pulmón. Siento que hayalgo en mí que no ha sido tocado por elruido del mundo, por el trabajo, por la

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responsabilidad que tengo para con losdemás. En todo lo que hago, laexperiencia de este espacio interior meda una sensación de amplitud, delibertad y de seguridad en Dios.

Los ritos crean sentido y esto valetanto para los ritos personales comopara los comunitarios. Los ritospersonales me muestran que mi vida esvaliosa. Si la vida tiene una dignidadintangible y divina, entonces estátambién llena de sentido. Los ritos sonuna afirmación del ser. Me comunican lasensación de que es bueno que yo viva,de que el mundo es bueno ya en suscimientos. La bondad está tambiénsiempre llena de sentido. Las fiestas del

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año litúrgico, en las que lo divinoirrumpe en nuestra vida, nos descubrenel sentido de nuestra vida. Nuestraexistencia tiene un sentido porque estásostenida, confirmada, regalada, hechafecunda, liberada y querida por Diosmismo. Una fiesta significa y manifiestasiempre la adhesión a la vida. Quienasume su propia vida la experimentatambién como una realidad llena desentido. La falta de sentido, que tantaspersonas padecen actualmente, nace delhecho de que ya no se sabe celebrarninguna fiesta en la que aparezca elsentido que tiene todo porque somostocados por Dios. Sin fiestas, sin ritos,la vida se vuelve banal, insignificante,

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«mera trivialidad…» (C. G. Jung). En elrito resulta claro que el sentido de lavida consiste en el hecho de que en ellase expresa del modo más profundamentepersonal la imagen única que Dios se haformado de cada uno de nosotros.

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XI

La plenitud de la vida.

En nuestra formación cristianahemos desaprendido tal vez a alegrarnospor nosotros mismos. Hemos dirigidoexcesivamente la mirada al hecho de quesomos pecadores, no estamossatisfechos con nuestra manera de ser ypensamos que hemos de cambiar,convertirnos y mejorar. La llamada a laconversión, con la que Jesús comienzasu predicación, es ciertamenteimportante. De hecho, con demasiada

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frecuencia hemos caído en un error,hemos buscado la vida donde no sepuede encontrar. No obstante, lapredicación penitencial no debeinducirnos a ir de un lado para otro sólocomo penitentes que se reprochansiempre que todo lo han hecho mal y queno merecen el amor de Dios. Jesúscomienza su predicación con estapromesa: «El tiempo se ha cumplido y elreino de Dios está cerca» (Mc 1,15).Nos ofrece la plenitud de la vida.Cuando Dios está cerca y cuandonosotros nos encontramos cerca de Dios,entonces nuestra vida está en orden,entonces se llena de una alegría nueva.Por eso, Lucas narra en su evangelio

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que, dondequiera que Jesús iba yanunciaba —no sólo con palabras, sinocon todo su comportamiento— lacercanía amorosa de Dios, reinaba laalegría. Donde Jesús actuaba no habíaun ambiente penitencial dominado por elabatimiento, el automenosprecio y laautoacusación, sino que se percibía elofrecimiento de una nueva posibilidadde vida, se vislumbraba que la libertad yla alegría podían determinar nuestravida.

En el libro del Eclesiastés setransmite la alegría que sentimos pornosotros mismos, pero sin la perspectivamoralizante que nos resulta tan familiar.Qohélet, el autor de este libro, trata de

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unir la filosofía popular griega con lasabiduría judía. Pone en cuestiónalgunos dogmas judíos como, porejemplo, el dogma según el cual «hacerel bien lleva siempre a la dicha y a unalarga vida, y hacer el mal conduce a ladesgracia y a una muerte prematura». Larealidad es otra. El Eclesiastés nosinvita a alegrarnos de la vida y adisfrutar plenamente de la alegría delmomento. Cuando se nos ofrece el gozo,debemos creer que Dios nos lo hacomunicado:

«Anda, come con alegría tupan y bebe de buen grado tuvino, que Dios está ya contento

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con tus obras.Viste ropas blancas en todasazón, y no falte perfume en tucabeza.Goza de la vida con la mujerque amas, todo el tiempo de tuvana existencia que se te hadado bajo el sol, ya que tal es tuparte en la vida y en las fatigascon que te afanas bajo el sol».

(Ecl 9,7-9).

Qohélet no está lleno de euforia.Sabe que todo es, en última instancia, unsoplo de viento, que el ser humano nopuede encontrar la paz en el éxito ni enlas posesiones. Sabe que además de

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momentos de alegría habrá tambiéntiempos de tristeza: «Todo tiene sumomento. […] Su tiempo el llorar y sutiempo el reír» (Ecl 3,1.4). Ahora bien,cuando Dios nos da la alegría, debemosacogerla con agradecimiento y gozar deella con plena conciencia:

«Disfruta, muchacho, en tujuventud,pásalo bien en tu mocedad. […]Aparta el mal humor de tupechoy aleja el sufrimiento de tucuerpo,que juventud y mocedad sonefímeras. […]

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Acuérdate de tu Creador en tusdías mozos,antes de que lleguen los díasmalosy se echen encima años en quedirás:“No me agradan”».

(Ecl 11,9-10; 12,1).

La alegría por mí mismo es al mismotiempo alegría por mí y por mi unicidad.También este gozo se puede aprender.Tomo conciencia de mi manera de ser,de cómo he llegado a ser la persona quesoy. Veo la historia de mi vida con misaltibajos. No cierro los ojos frente a lasexperiencias dolorosas, pero después

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puedo dar gracias y estar contento por elhecho de que he sido capaz de soportartodo esto. La alegría tiene que ver aquícon la decisión. Me decido por mímismo. Me permito ser como soy. Dejode valorarme siempre, de compararmecon los demás. Yo soy yo. He sidocreado por Dios. Soy un hijo amado porDios, una hija amada por Dios.

La alegría en mí y por mí es tambiénalegría por mi cuerpo. Yo soy micuerpo. Ciertamente esto he tenido queaprenderlo. Del conde Dürckheim heaprendido que no tengo un cuerpo, sinoque soy mi cuerpo, que me manifiesto enmi cuerpo. Con todo, durante algúntiempo estas palabras cayeron para mí

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en el terreno de mi modo de pensar enclave de rendimiento. Así como en eltrabajo tenía que rendir, así también enese momento tenía que vivir siendoconsciente de mi cuerpo, liberar micuerpo, para que todos vieran que yoestaba en contacto con mi cuerpo. Peroesto era demasiado fatigoso. Tenía quedejar de pensar en clave de rendimientopara aprender de verdad a gozar de micuerpo. Tenía que llegar a ser libre conrespecto a mi formación sexual, para lacual la desnudez era siempre algonegativo. Ahora soy capaz de sentiralegría por mi cuerpo desnudo cuandome ducho, cuando, todavía desnudo, meextiendo sobre mi cama. De ello brota la

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sensación de que soy mi cuerpo y de quemi cuerpo pertenece a Dios. Dios me loha regalado. Siento alegría por mismanos, porque en ellas me siento muyvivo y con ellas puedo expresar muchascosas. Mis manos son ágiles cuandoagarro algo, cuando escribo en elordenador. Con mis manos puedo serafectuoso, transmitir consuelo, expresarcercanía. Con mis manos puedo orar.Cuando abro mis manos en la presenciade Dios, entonces llego a ser unoconmigo mismo, comprendo que Diossatisface el anhelo de mi cuerpo quebusca cercanía y ternura.

La alegría por mí mismo y por micuerpo es considerada también por

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Hildegarda de Bingen como una fuenteimportante de la vida sana. ParaHildegarda, la colaboración armónicaentre cuerpo y alma provoca en el serhumano una alegría duradera. Ella poneen boca del alma estas palabras:

«¡Oh carne, y vosotros,miembros míos, en los que heencontrado mi morada, cómome alegro de corazón por elhecho de que he sido enviada avosotros!».

El alma se alegra de habitar en elcuerpo: «El alma ama a su cuerpo y loconsidera una hermosa vestidura y un

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alegre ornamento» (Hildegarda). Es unaespiritualidad muy diferente de la demuchos de sus contemporáneos, quehablaban de la cárcel del cuerpo.Hildegarda hablaba del cuerpo demanera positiva, como de una fuente dealegría. Los alimentos tienen para ella lafunción de alegrar a las personas. Apropósito del trigo afirma que no sólomantiene sano el cuerpo, sino que daalegría y contento a los seres humanos:«Toda la fuerza de la vida, que Dios hapuesto en la naturaleza, debe ayudarnosa vivir bien y a actuar con un corazónfeliz». Pero para que el ser humanopueda sentir en sí mismo una alegríaverdadera, necesita también disciplina.

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Así, Hildegarda explica el sentido desus reglas ascéticas: «El sentido deestas reglas no es hacer que a laspersonas les resulten difíciles, sino quemás bien el ser humano debe sentirsiempre —y únicamente— alegría».Ésta es para mí una buena definición deascesis: la ascesis debe hacer que laalegría sea la tónica de nuestra vida. Laascesis nos liberará del peso opresor denuestra avidez y de nuestros caprichos.Nos pondrá en contacto con el gozopermanente.

Conozco a muchas personas que serechazan en su cuerpo. Éste no tiene laforma que corresponde a la imagen queellas consideran ideal. Creen que no

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responde a las expectativas de suambiente. No se sienten bien en supropia piel. Se refugian en la cabeza.Allí, según ellas, se decide todo, perocon bastante frecuencia padecenjaquecas. Le exigen demasiado a sucabeza. Deberían habitar en todo sucuerpo. Naturalmente, yo sufro tambiénen mi cuerpo, cuando se rebela, cuandotengo dolores, cuando se niega acolaborar. Sin embargo, tambiénentonces depende de mí el cuidado demi cuerpo y el sentirme agradecidoporque me hace prestar atención a mislímites. Sé por propia experiencia quees muy humillante que el cuerpo serebele, que desbarate mis proyectos. No

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tengo ninguna garantía de que nunca mefaltarán las fuerzas para trabajar ytampoco sé cuánto tiempo permaneceréen mi cuerpo. Así como no puedodisponer siempre de mi cuerpo, tampocopuedo sentir siempre alegría en él.Como dice Qohélet, he de alegrarme siestoy sano y lleno de vida en mi cuerpo.Con todo, también hay días en quepreferiría quedarme en la cama. Algunaspersonas podrían no alegrarse pormiedo a que les quiten la alegríainmediatamente después. Pero noscorresponde a nosotros alegrarnos porel tiempo que se nos regala y estardispuestos a recibir de Dios aquello queno nos agrada. La alegría consiste

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siempre en sentirse en armonía con elmomento presente. Sólo puedo serverdaderamente feliz si también estoydispuesto a desprenderme de estepreciso instante. Quien quiere retener laalegría, la pierde o impide que sepresente.

Cuando personas que han tenido unainfancia difícil me muestran las fotos desus primeros años de vida, confrecuencia me sorprendo porque, a pesarde todo, estaban llenas de la alegría devivir. En una foto veo a un niñohaciendo de diablillo, como si quisieradecir: «Podéis hacer conmigo lo quequeráis: yo soy yo y no me dejo someter.Puedo adivinar vuestras intenciones. No

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tenéis poder sobre mí». Estos recuerdospueden ponernos de nuevo en contactocon la alegría que, a pesar de todas lasofensas, está en nuestro corazón.

La alegría es el arte de abandonarsepor entero al instante presente. Esto esmás fácil de decir que de hacer. Notohoy por la mañana cómo, pese a todoslos intentos de estar totalmente presente,se introducen de continuo pensamientosque me arrastran hacia otra parte,pensamientos sobre cómo resultará lacharla de esta tarde o cómo irá el cursodel fin de semana. Y tengo que repetirmeuna y otra vez: «No hay nada másimportante que estar en el instantepresente. Ahora hago lo que estoy

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haciendo».Siento que en gran parte soy

responsable del hecho de que en mícrezca la alegría o la rabia, la inquietud,el desasosiego, la decepción de mímismo y de todos los demás. Sinembargo, la alegría no naceautomáticamente ni siquiera cuando meencuentro en el instante presente.También puede suceder que me sientasobrecogido por una profunda tristeza.Si le doy cabida, entonces no es locontrario de la alegría, sino únicamentela otra cara de la moneda. Forma partede la vida, del mismo modo que tambiénla alegría forma parte de ella. Si voyhasta el fondo de mi tristeza, si la sigo

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hasta el lugar al que me quiere conducir,entonces descubro que su fundamentoestá en la intuición de que soy sostenidoy protegido. Entonces siento lapesadumbre de la tristeza y, en el fondode ella, también una alegría sosegada.Estoy de acuerdo conmigo mismo,también con mis deseos no satisfechos,también con mi soledad, también con elhecho de no ser comprendido.

Cuando Jesús comprendió que teníaque morir, se despidió de sus discípuloscon estas palabras consoladoras:

«Voy a prepararos un lugar.Y cuando haya ido y os hayapreparado un lugar, volveré y os

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tomaré conmigo, para quedonde esté yo estéis tambiénvosotros».

(Juan 14,2-3).

Jesucristo habita ya en nuestrocorazón. La morada que él se hapreparado en nuestro interior no esdestruida por la muerte, sinotransformada en la morada eterna que élnos ha preparado junto al Padre.

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P. ANSELM GRÜN (14/01/1945) nacidoen Junkershausen (Alemania) con elnombre de Wilhelm Grün es unsacerdote y monje benedictino alemán.Ingresó como novicio en la abadía deMünsterschwarzach en 1964 dondeadoptó el nombre de Anselm y es en laactualidad el Celador (administrador

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financiero) de la misma. Doctorado enTeología (1974) y diplomado enEconomía (1976) publicó su primerlibro en 1976 con el título de «Reinheitdes Herzens» al que han seguidoalrededor de 300 títulos, publicados en30 idiomas y de los que se han vendido15 millones de ejemplares. Es tambiéneditor de la revista mensual «EinfachLeben. En Brief vom Anselm Grün».

Director de un centro de asistenciaterapéutica en crisis psicológicas yvocacionales para religiosos europeos,Grün desarrolla diversas actividades deorientación psicoterapéutico-espiritual.Imparte cursos de meditación,

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interpretación psicológica profunda delos sueños, ayuno y técnicascontemplativas. Su trabajo se nutre delas influencias de los místicos, losantiguos monjes del desierto, KarlfriedDürckheim, la psicología profunda deCarl Gustav Jung y, sobre todo, ladoctrina de Benito de Nursia.Combinarlas en una síntesis entrañablele permite interpretar y poner al alcancedel hombre moderno las enseñanzas decristianismo, de tal forma que sus raícesse convierten en una valiosa ayuda parala vida cotidiana. A lo largo de los años,Grün se ha convertido en consejero ycompañero espiritual de muchosdirectivos de empresa.