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1 EL ESPÍRITU DE BURET JORGE MÁRQUEZ

El espíritu de Buret

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1978. La primera. "Trilogía del juego I"

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EL ESPÍRITU DE BURET JORGE MÁRQUEZ

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Personajes:

LOLI

MONCHA

NINA

SEÑORA CANDELA

A

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«Ya no podrán decir que son o no libres, sino que en su interior

luchan en libertad los sentimientos»

(Nina al público.)

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ACTO PRIMERO

Interior de una celda en un reformatorio de prostitutas. Tenue luz

azulada en el escenario.

Al fondo, un corazón de carne sangrando sobre tela. Un poco

adelantada, una red de soga de malla mediana. Delante de ella,

una mesa con una jarra y un vaso. En segundo término, iz-

quierda, un bacín debajo de una silla de madera. En el centro,

sobre las tablas del escenario, duerme Moncha entre mantas.

Detrás de la red, al margen de lo apuntado, escenografía libre.

Voces y ruidos confusos. Murmullo de una multitud.

Voz de mujer en primer término.

— Aunque no viniste anoche, ¿vendrás mañana? (El murmullo aumenta.)

¿Vendrás mañana? (Angustiada.) Moncha, ¿vas a venir?

El murmullo cesa. Silencio. Dos mujeres discuten con violencia.

— ¿Dónde estuviste anoche?

— Pero mamá, si no me moví de tu lado…

— ¡Sabes que eso no es cierto! ¿Dónde estuviste anoche?

— De verdad que no me fui de aquí, mamá…

— (Colérica.)¿Te crees que porque estoy ciega no me doy cuenta de que

cada noche te vas?

— Mamá, yo no me fui de aquí.

— Moncha, ¿dónde estuviste?

— Estuve aquí, mamá, todo el tiempo…

— (Llorando.) ¡Moncha!

— (Lo mismo.) Mamá, no llores; ¡de verdad que no me moví de tu lado!

— ¡No eres más que una mala hija…!

Ruidos estridentes. Moncha se agita nerviosa mientras duerme.

— Mamá…

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Fuertes golpes metálicos. Silencio. Latidos de un corazón acele-

rado. Un suspiro largo. El corazón late más despacio. Respirar

profundo. El tictac de un reloj. Pasos de alguien que corre. Al

fondo, la alarma de un despertador. Voz de mujer fatigada.

— ¡Eh, espérame… espérame…!

Pasos de alguien que corre. Extraños ruidos metálicos. Las dos

mujeres vuelven a discutir.

— Mamá…

Llantos. Se oyen las risas de un niño pequeño, que van trans-

formándose en lamentos. Suena el tictac de un reloj. Las dos

mujeres cesan de llorar. Llanto deforme de un niño. Extraños

ruidos muy fuertes. Silencio.

La luz blanca se hace en el escenario.

Moncha se incorpora bruscamente. Gime asustada. Aprieta los

dedos contra sus párpados. Suspira. Trata de sosegarse. Pausa. Se

levanta pesadamente. Se despereza. Pausa. Va hacia la mesa y

bebe del vaso. Se apoya contra la mesa. Bosteza. Se incorpora para

dirigirse lentamente hacia la silla. Se sienta. Pausa. Restriega los

pies entre sí. Va a calzarse junto a las mantas. Se sienta en el suelo

y se coloca las zapatillas blancas. Vuelve a la silla. Piensa. En-

treabre las piernas y ve la bacinilla de porcelana. Vuelve a pensar.

Pausa. Se incorpora ilusionada y comienza a vagar por el esce-

nario. Mira al recipiente de porcelana, al suelo, al público. Otra

vez. Apoya la mano derecha en el asiento de la silla y se agacha

para coger el bacín. Pausa. Sitúa la mano izquierda a modo de

pantalla ante sus ojos. Ve al público. Empieza a intranquilizarse.

Se levanta dando pequeños saltos. Se contorsiona. Gime. Parece

que desea orinar. Aumenta la intensidad de gemidos y espasmos.

MONCHA — (Nerviosa. Hacia el fondo de la sala.) ¡Loli… Loli…!

Silencio. Desde el final del salón avanza Loli, recientemente des-

pierta.

LOLI — (Adormilada.) ¡Ya voy… ya voy; no chilles tanto, que te va a oír la

tuerta…! (Llega hasta el escenario.) ¿Qué es lo que te pasa eh?

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MONCHA — ¡Ay, Loli, que necesito ver a papá…! ¡Ay, Loli, que esto no es

así, Loli; que aquí hay un error…!

LOLI — (Fastidiada.) ¡Anda ésta! ¿Y para eso me llamas a estas horas? (Pau-

sa.) A mí también me gustaría ver a mi papá; aunque no sé para qué, no lo re-

conocería… (Bosteza.)

MONCHA — ¡Que no, Loli, que no me entiendes; que yo al papá que nece-

sito ver es al otro!

LOLI — (Extrañada.) ¿A cuál, al escritor?

MONCHA — (Asiente con la cabeza.) Que aquí hay algo que no va, Loli. Por tu

padre, Loli…

LOLI — Pero ¿tú sabes qué hora es, Moncha? Son más de las cuatro, Mon-

cha. El autor debe de estar durmiendo, como todo el mundo…

MONCHA — Mira. Si está durmiendo te buscas un escritor de guardia, Loli,

que esto es grave, que o me echas al público o reviento.

LOLI — ¡Está bien, mujer, está bien; no te pongas así…! Iré a ver al director,

a ver qué soluciona. (Baja al patio de butacas.)

MONCHA — Por tu padre, Loli. Bueno, o mejor por tu madre, no tardes, que

reviento…

LOLI — (Mientras avanza por el pasillo.) No, si lo malo no es que reviente, lo

malo es lo que revienta. A los de la primera fila quisiera yo verlos…

MONCHA — (Acuciante.) ¡Loli…!

LOLI — (Saliendo.) ¡Ya voy… ya voy…!

Moncha sigue contorsionándose. De pronto se queda quieta, con

la mirada fija mientras cada uno de sus músculos se relaja. Mira

al público girando lentamente la cabeza. Separa las piernas. Con

la punta de los dedos, baja sus blancos calcetines. Se iza de pun-

tillas y sostiene su bata ligeramente levantada. Va hacia el fondo

izquierda.

MONCHA — ¡Señora Candela! (Silencio.) ¡Señora Candela! (Silencio.) ¡Señora

Candela! (Chasquea la lengua.) ¡Tuerta! (Silencio.)

SEÑORA CANDELA — ¡Ya va… ya va…! ¡Qué lata!

Moncha remeda su entonación. La señora Candela aparece coje-

ando. Está adormilada.

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MONCHA — ¡Vaya hombre. Menos mal!

SEÑORA CANDELA — (Con los ojos cerrados.) ¿Qué es lo que pasa ahora,

Moncha? (Olfatea sin abrir los ojos.) Oye… aquí huele como… (entreabre los

párpados) como a amoníaco…

MONCHA — (Continúa remedándola. Burlona.) ¡A abono natural es a lo que

huele, señora, a abono natural…!

SEÑORA CANDELA — (Agitando el bastón en el aire, golpea a Moncha enfadada.)

¡Venga a lavarte, so puerca…! ¡…Y que siempre pase igual…!

MONCHA — (Corre tratando de evitar los golpes.) ¡Anda! ¿Y para qué se creería

ésta que la llamaba?

Salen las dos alborotando. Por el fondo del salón entra Loli.

LOLI — (Ajena a los ruidos de la riña, que aún se escuchan.) Moncha, que dice el

director que él no puede hacer nada y que, como no está dispuesto a echar al

público, será mejor que… (Se interrumpe al notar la ausencia de Moncha. Extrañada.)

¡Anda! ¿Y dónde está ésta? (Se encoge de hombros. Sube hasta el escenario.) Bueno…

Descubre la mancha de orines. Se extraña. Se agacha para olería.

Mira hacia la cuarta pared. Vuelve a oler. Se arrastra hasta las

mantas y, tomando un pico de una de ellas, se suena la nariz.

Huele de nuevo. Pausa. Se incorpora. Va hacia la jarra. La toma,

la levanta y mira por debajo. La deja donde estaba. Se oyen las

voces de Moncha y la señora Candela que discuten. Loli, com-

prendiendo, empieza a correr hasta perderse en el pasillo de sala...

Voz DE LA SEÑORA CANDELA — ¡Venga ya, so puerca…!

Voz DE MONCHA — ¡Mira tú; como que la tuerta no se lo hace, vamos…!

Entrada aparatosa de Moncha en la escena, empujada por la se-

ñora Candela.

MONCHA — (Hacia el fondo izquierda.) ¡Usted sí que es guarra… que le hacía

creer a todo el mundo que limpiaba la nicotina de su pipa con las sábanas! Ni-

cotina… ¡so cagona!

Voz DE LA SEÑORA CANDELA — ¡Vete a la mierda!

MONCHA — ¡A tomar viento fresco! (Enfadada, toma la bacinilla y, de un fuerte

golpe, la deja próxima a la mancha de orina. Coge una de las mantas y, esparciéndola

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sobre el líquido, la pisa repetidas veces con energía. La retuerce encima del bacín. Loli,

desde la sala, tose en alto deliberadamente. Moncha se detiene.) ¡Hombre, la Loli! ¡No

sabes lo que me he acordado de tu padre, criatura…!

LOLI — (Llega hasta el escenario. Irónica, describe un amplio círculo alrededor de

Moncha.) Ya me lo imagino, ya… (Pausa.) Te… has meado, ¿no?

MONCHA — (Encarada. Reflexiva.) Pues te diré. Físicamente… sí, he meado;

he llamado a la tuerta que me ha dejado ir a los servicios, sí… Y… mentalmen-

te… pues… también, sí, también he meado.

LOLI — ¿Sí? ¿Y cuánto?

MONCHA — ¿Mental… o… físicamente?

LOLI — No… no… físicamente… (señala el bacín) ya lo veo. Y mentalmen-

te… ¿tanto como de lo otro?

Pausa.

MONCHA — Pues mira… ahora que me has contestado… más, bastante

más.

LOLI — (Sonríe de forma ficticia.) ¡Guarra!

MONCHA — (Lo mismo.) ¡Tu madre!

Campanadas cortas y muy seguidas. Corren las dos hacia la sala.

LOLI — (Ilusionada.) ¡El desayuno, el desayuno! ¡Que nos quedamos sin la

cucharada de leche! (Se detienen de pronto. Permanecen escuchando. Desencantada.)

¡Bah! ¿No has oído? Es la campana de la capilla. Llaman para rezar.

MONCHA — (Enfadada.) ¿Es que no nos van a dar el desayuno hoy?

LOLI — Hoy es día de ayuno voluntario. (Llegan al escenario.) Por eso no nos

dan de comer esta mañana…

Se arrodillan en el escenario. Piensan. Se miran. Pausa. Levantan

el puño derecho y, dejándolo caer con fuerza por tres veces, co-

rean.

LOLI Y MONCHA — ¡Una, dos y tres!

Gimen. Se lamentan y lloran de forma grotesca, exagerada.

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LOLI — ¡Ay, Dios mío! Si esto es hoy, día de ayuno voluntario, ¿qué pasará

el día en que el ayuno sea obligatorio? ¡Ay, Dios mío, qué tragedia! ¡Ay, Dios mío

de mi vida…! Si es que no somos nada… aparte de putas, se entiende… ¡Ay!

Desde el fondo del salón avanza Nina.

NINA — (Sentenciosa.) ¡Arrepentíos pecadoras, porque es el día de la absti-

nencia! (Loli y Moncha cesan en sus lamentos. Miran a lo lejos tratando de reconocer a

alguien. Luego, empiezan a retroceder de rodillas en el escenario. Se cubren con una

manta. Tiemblan con exageración.) Arrepentíos y purgad vuestra alma porque el

día del juicio está cerca y ninguna de vosotras podrá entonces volver atrás en sus

actos… Arrepentíos porque yo, Fernandina la Larga, vengo enviada de Dios

para juzgar vuestras obras, vuestros pensamientos y todo lo que sea vuestro.

Temed a Nina la Larga como si fuera… ¡qué digo como si fuera!, ¡más aún que al

propio fisco! (Sube a escena.) ¡Vuestra hora ha llegado! (Las tres ríen. Nina saca de su

bolsillo una naranja que da a Moncha para que la reparta. Loli y Moncha se despojan de

su manta.) Se la he barrido a la tuerta por el lado del ojo que le falta…

Ríen. Comen.

LOLI — Nina, cuéntanos de qué se habla hoy en los otros corredores.

NINA — ¡Huy, es verdad, casi se me olvida! Dicen las del tercero, las más

viejas, que mañana vendrá una inspectora de celdas; que vayamos con cuidado y

tengamos en orden todo, no vaya a ocurrir lo mismo que la última vez…

MONCHA — Aquello del bromuro…

LOLI — Ahora que lo dices. Hay que cambiar el bromuro otra vez.

MONCHA — Eso iba a decir, ¿quién lo tiene?

NINA — ¡Yo no quiero tomar más bromuro: me deprime!

LOLI — ¡Mira ésta! ¿Y quién quiere?

MONCHA — Podemos dejar las sales para el mareo de la Paca. A fin de

cuentas tienen el mismo aspecto; incluso huelen parecido.

NINA — Es una buena idea. NO creo que se dé cuenta.

LOLI — No sé, no sé. ¿Será más parecido que el laurel que se os ocurrió

poner en lugar del bromuro la otra vez, no? Porque vamos…

MONCHA — Yo, para empezar, voy a cambiar el aspecto de la celda. ¿Al-

guien quiere ayudarme? (Se levanta decidida y, tras ella, las demás.)

NINA — Si no hay más remedio…

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Colocan las mantas, extendiéndolas. Centran la mesa y la silla.

Meten las mondaduras de la naranja dentro del bacín.

MONCHA — Loli, ¿te importaría sacar el retrato de la Virgen de los Des-

amparados del armario grande?

LOLI — ¿Virgen de los Desamparados del Armario Grande? ¿Qué virgen es

ésa?

NINA — ¡Ay, Loli, hija; desde luego… pareces tonta…!

MONCHA — ¡No le hagas caso! ¿No ves que se está burlando de nosotras?

Ruidos.

NINA — ¡Callaos! Parece que viene alguien…

Ruidos. Nina y Loli salen corriendo por el pasillo de sala. Moncha

Se esconde entre las mantas. Finge dormir. Tenue luz azulada,

como en un principio. Nina y Loli, previendo la situación, se

lamentan en voz baja. Ruidos. Por el fondo izquierda entra la

señora Candela.

SEÑORA CANDELA — ¡Moncha! (Pausa.) ¡Moncha! (Pausa. Extrañada, se acerca

a ella.) Moncha…

Moncha se abraza a la señora Candela haciéndola caer. Oscuridad

total. Gritos, lamentos, quejidos confusos. Llantos. La señora

Candela sale. Llantos de Moncha. Luz azul de frente. Moncha,

gimiendo, se arrastra hasta el borde del proscenio. Pausa.

Voz DE NINA — (Con desprecio.) Ahí los tienes, Moncha. Están sentados de-

lante de ti insensibles, como siempre. No les importa tu tragedia. No hay trage-

dia; no hay alegría para ellos. Sólo comedia, que es preciso mirar indiferentes…

NINA — (Desde la sala.) ¿Pero es que nadie va a ayudarle a levantarse sólo

porque es una prostituta, sólo por eso? (Irritada. Impotente.) ¡No, no! Es una mu-

jer; primero es una mujer. Una persona. Un ser humano, antes que nada…

Ha entrado A, que se acerca a Moncha.

A — (Con la manta extendida ante sus ojos.) ¡Sólo está su manta!

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Silencio.

NINA — (Despectiva.) ¿Es que creíais que os era posible despreciar el alma

de una mujer…? (A deja caer la manta. Sale despacio, apesadumbrada.) No… sólo

habéis conseguido humillar su ambiente, el ánimo que le rodea. Nunca podréis

herir la libertad de un sentimiento.

CORO DE VOCES FEMENINAS — (De forma abigarrada, confusa.) Nunca podréis

herir la libertad de un sentimiento. (Se oye desfasada la frase unas veces con respecto a

otras. Mezcla de voces.)

Moncha recomienza a agitarse en el suelo.

Silencio.

Luz blanca en el escenario.

Moncha se incorpora bruscamente. Queda mirando con fijeza al

suelo por unos momentos. Suspira. Se levanta pesadamente. Se

despereza. Pausa. Va hacia la mesa y bebe del vaso. Pausa. Va por

las mantas y las arroja hacia la derecha. Tararea. Toma la bacinilla

y la sitúa en el centro del escenario. La coloca entre sus piernas al

tiempo que levanta ligeramente su bata. Se agacha un poco. Se

detiene. Mira al público con picardía. Mira a los bastidores y, con

un gesto de su mano derecha, pide que caiga el telón. Empieza a

bajar. Se sienta.

TELÓN

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ACTO SEGUNDO

Sin solución de continuidad. El público aplaude. Las luces de sala

están encendidas. Delante de la red no hay nada ahora.

NINA — (Entrando por el fondo del salón y al público. Disgustada.) ¡No, de

verdad que no! No puedo creerlo. No llego a entender por qué razón aplauden

ustedes este acto primero. Nosotros les estamos muy agradecidos, pero es que

me da la sensación de que no merecemos sus aplausos… (Pausa. Medita.) ¡Bah!

Tendrían que habernos visto cuando ensayábamos. Sin luces, sin nervios, sin

público… (Pausa. Reflexiva.) ¡No, claro, que sin público…! De cualquier forma era

todo mucho más… más hermoso, más humano. Bueno. No quiero decir que en

esencia fuera distinto; no, no quiero decir eso… no… ¡Pero había algo que hoy

no estaba aquí, en la representación! No sé. Quizá fuera el espíritu de Buret. Si

ella hubiera estado hoy aquí… (Pausa. Medita.) Me estremece pronunciar su

nombre. Era bonito, especial, muy distinto… ¡Es posible que más tarde quiera

contarles la historia de Buret! Es posible, incluso, que entremos en ella casi sin

darnos cuenta, casi insensiblemente… (Pausa. Triste.) Ahora el ambiente está

hueco. (Reaccionando.) ¡Por eso no comprendo la razón de sus aplausos! Es de-

cir… sí la comprendo, pero no puedo aceptarla. En realidad creo que lo hacen

mecánicamente; creo que ustedes se mueven como nosotros… ¡Lo que yo daría

por ser libre! (Pausa. Crítica.) Algunos de ustedes piensan: «Esto está bien; aun-

que parece que esto otro no tanto. O que la puesta en (articula las palabras sin

pronunciarlas, no se le oye, sólo gesticula y articula las frases) escena del final no está

muy conseguida. (Se levanta el telón.) Quizás algunos de ustedes digan que no

entienden por qué es ésta una obra extraña. (Vuelve a oírsele.) No sé. Ustedes

crean y matan esperanzas en nosotros; hacen y deshacen opiniones. Pero el re-

sultado es siempre ese frío golpear de manos que en la mayoría de los casos (de

nuevo deja de oírsele) no sienten. Y luego, a veces, han creído que en efecto había

algo más allá en la obra; más allá de sus propias intenciones. (Se le oye otra vez.)

Sí, quizás sientan una especial satisfacción sutil y pronto olvidada, pero nada

más. No son capa (no se le oye) ces… (Sube al escenario.)

La sala se apaga. Luz arriba.

Desde la sala, junto al lado izquierdo del proscenio, ríe Loli a

carcajadas.

LOLI — (Al público.) ¡No le hagan caso, está loca!

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NINA — (Triste.) Quizás esté ahora en condiciones de contarles la historia

de Buret. (Loli ríe con más fuerza aún.) Aquella tarde, serían las siete más o menos,

nosotros acabábamos de concluir el ensayo del acto primero. Los personajes

sufrían un fuerte… sufríamos un fuerte desengaño porque era el día de ayuno

voluntario y ayunábamos a la fuerza. Todo había resultado vacío aquella tarde.

Habíamos llegado a tal grado de hipocresía en el argumento de la obra, que

ninguno de nosotros era capaz de sentirse a sí mismo. (Pausa.) Pero… en un

momento determinado, tuvimos la extraña sensación, la inexplicable sensación

de que nuestra vida, degenerada y lasciva, era utilizada para alguna extraordi-

naria empresa; distinta, muy distinta de las que nos ocuparan hasta aquel mismo

día. Entonces… (Ilusionada) entonces nos invadió una alegría especial y fuimos

capaces de darnos vida. Nuestro interior parecía moverse por sí solo. ¿Cómo

explicarlo? Creo que… pudimos huir de este escenario, de cada uno de sus ele-

mentos… Nos levantamos de las tablas del argumento, del pensamiento del

autor, de la misma realidad de la representación. De la existencia. Habíamos

alcanzado el absurdo. (Oscuridad total. Un fuerte golpe. Luz débil que recorta la si-

lueta de Nina, vuelta de espaldas al público.)

Voz DE NINA — Mi nombre no es Fernandina la Larga. Ni vengo enviada de

Dios. Ni sé dónde estoy. Ni siquiera sé si existo.

Oscuridad total. Pausa. Luz azul de frente.

Nina está sentada en el escenario.

NINA — (Triste.) Ni siquiera sé si existo. (Pausa.) Y así cuando la libertad

parecía haber llegado a tocarnos, volvimos bruscamente a la realidad. Ya no

había ninguna circunstancia libre. Buret había llegado a tocarnos, sí. Pero se

había ido antes de que pudiéramos darnos cuenta de que estaba allí. Y volvimos

a lo absoluto. Descendimos a la existencia. A la representación. Al pensamiento

del autor. Y él sintió que la inspiración había llegado, y la obra comenzó su se-

gundo acto sobre el papel.

La luz azul de frente se apaga. Se encienden luces blancas.

LOLI — (Riendo.) ¡Si lo sabré yo! ¡Está loca como una cabra! ¡Anda, Nina,

cuéntanos qué es lo que vas a hacer! ¿De qué hablabas al público cuando no te

oíamos? (Infantil.) ¡Venga, Nina, háblanos de tus hijos…!

NINA — (Infantil.) Yo no tengo hijos…

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LOLI — SÍ, Nina. Tú tienes dos hijos, ¿no te acuerdas? Uno es rubio y con los

ojos negros, como su padre. Y el otro… el otro es más pequeño aún y con los ojos

azules, como su padre. ¿No te acuerdas, Nina?

NINA — ¡No! (Pausa.) ¡Imbécil…! (Pausa.) ¡No…!

LOLI — ¿Dónde están tus hijos, Nina; por dónde andan?

NINA — (Gime. Corre hasta quedar junto al muro de fondo, de espaldas.) ¡Yo no

tengo hijos… no tengo hijos…!

Por la segunda derecha entra Moncha con el rostro cubierto por

una gran cabeza de cerdo de cartón. Aplaude con los brazos es-

tirados. Mantiene un ritmo exacto. Camina sin flexionar las

piernas. Se mueve como un muñeco de cuerda. Gira. Nina, de pie,

la observa mientras cesa de llorar. Parece no comprender.

LOLI — ¡Baila, muchacha, baila! ¡No dejes de bailar, porque todo se volverá

oscuro en este escenario si te detienes! ¡Vamos! ¡Más… más… más! Nina, ¿por

qué no te mueves tú también? (Nina se vuelve triste. Llora. Loli sube al escenario y se

acerca a ella. La consuela. La trae a la derecha, en primer término. Se arrodillan. A

Moncha.) Moncha, deja de moverte y siéntate aquí. Ya no jugaremos más…

MONCHA — (Se despoja de la cabeza de cartón. Enfadada.) ¡Nunca podemos

jugar a lo que más nos guste…! ¡Estoy harta… harta de no servir para otra cosa

que no sea alegrar corazones resecos!

Pausa.

LOLI — (Se lamenta.) No podemos jugar a ser personas. Casi lo hemos ol-

vidado… (Pausa.) Pero… (Irónica.) …pero, ¿sabéis una cosa? Me han dicho que

algún día nos levantaremos con un sol nuevo, distinto. Será un sol para pensar

en libertad, para hablar en libertad y jugar con libertad a la verdad y a la men-

tira. (Pausa. Triste.) …A la mentira de ser libres y a la verdad de ser mujeres. ¿A

qué si no?

Pausa.

NINA — (Recordando. Ilusionada.) ¿Sabéis quién viene mañana? Buret. La

trasladan de centro… (Ninguna de las dos hace caso.) Moncha, ¡mañana llega Bu-

ret…!

MONCHA — (Ilusionada.) ¡Quiera Dios que no llueva esta semana! Tengo

que salir a visitar la celda 14. Es conveniente visitar. Resulta muy saludable vi-

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sitar cada quince días… cada mes… ¡Este mes, tengo que visitar la celda 14!

NINA — (Volviéndose.) Loli, mañana viene Buret. Mi amiga Buret.

LOLI — (Alegre.) ¡Cada vez estoy más alta, Nina! ¿Te has dado cuenta de

que crezco por momentos? No, no; si ya me lo decía mi mamá: «Tú tienes, que

crecer mucho aún…»

NINA — Pero si yo te decía, que mañana viene Buret… mi amiga…

Entretanto, Moncha se dedica a perseguir una mosca. Después de

un fallo, consigue atraparla.

MONCHA — ¡La tengo, la tengo!

LOLI — ¡A ver… a ver!

MONCHA — ¡Mira, mira! ¡Es de las verdes!

NINA — (Lamentándose.) ¿Es que no vais a hacerme caso? ¿Por qué no

queréis aceptar que ella viene para alegrarnos?

Loli y Moncha han perdido la mosca.

LOLI Y MONCHA — (Desilusionadas.) ¡Se ha escapado…!

NINA — ¿Que se ha escapado? (Pausa.) Se ha escapado… (Al público.) ¿Se

dan cuenta? Era el espíritu de Buret y se ha escapado. Se ha escapado para Be-

netti. Para nosotras…

Nina queda inmóvil. En un movimiento interrumpido.

La luz blanca se apaga. Se enciende luz ámbar y roja.

Nina recupera el movimiento. No así Loli y Moncha.

NINA — En fin… (Pausa.) A medida que fuimos comprendiendo la inflexi-

bilidad en el argumento de la obra, nuestros propósitos se fijaron en metas aún

más opuestas a las elegidas por el autor. Y era 1ógico. ¿Por qué la llegada de

Buret al reformatorio debía retrasarse cuando representaba la única razón de ser

de los personajes? Pero a Benetti, el autor, sólo parecían interesarle las visitas y la

estatura de ellas. Así nos planteamos el problema y decidimos… ¡Luces! (Se

apagan las luces ámbares y rojas, se enciende la luz blanca.) Nosotros… somos per-

sonajes. ¿Quién le da permiso a ningún autor para arrancarnos de nuestras vidas

y situarnos en la trama de alguna obra equivocada o confusa? Ahora todo ha

cambiado. Vamos a crear nuestra propia circunstancia cerca, muy cerca del te-

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rreno de las conjeturas, de las suposiciones indemostrables. (Loli, Moncha, Nina y

la señora Candela van cambiando sus batas por pantalones. Al fondo suena una música.)

En él buscamos el espíritu de Buret. Y hacia él vamos a movernos. ¡Viva la re-

volución! (La música suena en primer término. Los personajes saltan, gritan. Comentan

despreciando a Benetti. Hay alegría. En algún momento Nina pide silencio. No le hacen

caso. Insiste. No le hacen caso. Insiste. Las luces son nuevamente ámbares y rojas. Todas

quedan quietas en movimiento interrumpido.) ¡Esto no puede ser! ¡Es preciso en-

contrar unas circunstancias en las que desarrollar nuestro argumento! (Medita.)

Veamos… veamos… A ver qué tal éstas. (Pausa.) París, mil novecientos noventa

y seis. Sí… Está bien así… eh… En la madrugada del día de hoy… eh… veinti-

cuatro de noviembre, por ejemplo, cuatro mujeres han asesinado a sus maridos

respectivos en una de las más sangrientas y demenciales sublevaciones que la

historia recuerda. Luego, se han paseado por las principales calles de la ciudad

mostrando las cabezas de sus víctimas y acompañadas de un, cada vez más

numeroso, grupo de mujeres que proferían gritos en contra del sexo masculi-

no… ¡Ha estallado la revolución! Sí, está bien así… Y después, una advertencia y

un consejo. ¡Cortaremos todo aquello que recuelgue! Y el consejo: que la minoría

neutra se mantenga más neutra que nunca. ¡Viva la revolución!

La luz blanca se recupera. La música vuelve a sonar. Los perso-

najes inician un cambio de decorado. Comentarios. Risas. Mo-

vimiento. Actividad. La red de soga que en principio hacía las

veces de fondo anteponiéndose al corazón sangrante, desaparece

elevándose. Vuelven a aparecer la silla y la mesa. El corazón es

enmarcado con madera. Aparte de esto, libre escenografía. Los

personajes transforman totalmente su indumentaria vistiendo

ahora ropa militar. Nina se sienta en la silla y coloca los pies sobre

la mesa. Fuma un cigarro puro. La luz se transforma en roja,

cuando el resto de los personajes hace mutis. La música termina.

La luz es, entonces, blanca.

Pausa.

Por fondo izquierda entra precipitadamente Moncha. Lleva una

bacinilla de plástico rosa en la mano derecha, que utiliza como

casco. Nina dormita.

MONCHA — ¡Mi coronel… mi coronel…! ¡Hemos descubierto a la recluta

tres-cero-cero-cinco en flagrante delito de traición…!

NINA — (Indiferente.) ¿Si? Pues maldición.

MONCHA — No. Traición, mi coronel, traición. Las maldiciones vinieron

después, cuando se dio cuenta de que la habíamos descubierto…

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NINA — (Extrañada. Medita. Sospecha. Pausa. Se levanta.) ¿No estaría…?

MONCHA — (Cierra los ojos y asiente ceremoniosa con la cabeza. Tono de senten-

cia. De lamento.) Sí, mi coronel. Conspirando. Estaba conspirando contra el

régimen. (Suspira melancólica.) ¡Y de qué manera…!

NINA — (Golpea en el aire con desagrado.) ¡La muy…!

MONCHA — ¡Mi coronel…!

NINA — ¿Eh? ¡Ah! (Se dirige a la mesa y golpea con violencia en ella.) ¡La muy…!

(Pasea nerviosa. Se detiene frente a Moncha.) Y… dígame. ¿A qué altura de la cons-

piración se encontraba… más o menos?

MONCHA — (Sacudiendo la mano en el aire.) ¡Uf!

NINA — (Temerosa, señala con los dedos índices una pequeña dimensión.) ¿A…

así?

MONCHA — (Dando un paso adelante se aproxima a Nina. Se para. Distancia con

sus manos las de Nina en más de medio metro.) ¡Así! (Retrocede.)

NINA — (Colérica.) ¡Que la traigan!

MONCHA — ¡Je! ¡Qué más quisiera yo…!

NINA — (Resignada.) A la prisionera, sargento. Me refiero a la prisionera…

Moncha se cuadra, levanta la barbilla y desaparece de escena para

regresar con Loli a los pocos segundos.

MONCHA — La prisionera, mi coronel…

NINA — Está bien, sargento. Déjenos solas. (Sale Moncha. Nina se acerca a Loli

que permanece con las manos cogidas en la espalda.) De modo que has conspirando

contra tu patria… Pero hijita, ¿cómo se te ocurre? (Loli se encoge de hombros.)

¿Sabes cómo se pena la conspiración consumada? (Loli niega con la cabeza. Pausa.

Nina queda suspensa. Trata de recordar.) ¡Yo tampoco, maldita sea! (A bastidores.)

¡Sargento!

MONCHA — (Entra. Se cuadra.) ¡A sus órdenes, mi coronel!

NINA — Traiga el código penal que terminé de escribir ayer… A ver si digo

algo de la conspiración…

MONCHA — Enseguida, mi coronel. (Se cuadra y desaparece.)

NINA — (Para sí.) Aunque quiero recordar…

Entra Moncha con un volumen que extiende a Nina.

Page 18: El espíritu de Buret

18

MONCHA — Mi coronel…

NINA —¡Ah! Lea usted misma, lea… Busque a ver si dice algo de las cons-

piraciones.

MONCHA — Sí, mi coronel. (Se cuadra y se hace daño en el talón. Lo sostiene con

las manos. Apagado.) ¡Coño!

NINA — Sargento…

MONCHA — ¿Sí, mi coronel…?

NINA — ¡Es usted imbécil!

MONCHA — Sí, mi coronel. (Gesto de Nina indicando que Moncha comience.

Ésta ojea el volumen. Busca.) Conspiración… conspiración… (Pausa.) ¡Aquí está!

Conspiración contra el régimen.

NINA — Lea las sentencias que me he dignado dictar, lea.

MONCHA —Sí, mi coronel. (Levanta el pie para cuadrarse. Se detiene y lo posa en

el suelo con toda suavidad. Sentenciosa. Tono pregonero.) Artículo dos. De la conspi-

ración. (Pausa.) Es reo de conspiración todo aquel que, por cualquier causa y en

las circunstancias que fuere, procurare la fornicación violando así el precepto de

honor de su patria y poniendo en peligro la integridad numérica del regimiento.

(Pausa.) Artículo dos-uno. La pena aplicable al reo de conspiración oscilará entre

las de castración menor y mayor. La de castración menor se aplicará caso de que

la conspiración no llegara a consumarse. Ésta implica la cirugía de una a tres

pulgadas. (Se detiene. Señala con sus dedos índice y pulgar de la mano derecha la di-

mensión a que hace referencia. Gesto de asentimiento. Indiferencia.) La de castración

mayor, que se extiende de tres pulgadas y una línea a cinco pulgadas, se aplicará

cuando el delito se consume. (Pausa.) Artículo dos-dos. Si de la conspiración

resultare regocijo, contento o cachondeo, la pena se agravará con la ablación de

uno. Y si el contento llegare a extremos descarados, de los dos miembros de la

oblonga pareja. (Pausa.) Articulo dos-tres. Para la rea de conspiración, se consi-

derará la agravante de provocadora, por lo que la pena será de muerte. (Cierra el

libro con un golpe seco y levanta la barbilla.)

NINA — ¿Te das cuenta de lo que has hecho?

MONCHA — No, mi coronel. (Asombrada.) Yo…

NINA — Pero si por ti no es, imbécil…

MONCHA — Sí, mi coronel.

NINA — (A Loli.) ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Es que si encima no te

has dado cuenta…! ¡Sargento, puede irse!

MONCHA — (Saliendo.) Sí, mi coronel.

Page 19: El espíritu de Buret

19

NINA — Y convoque al tribunal. Vamos a celebrar juicio.

MONCHA — (Se detiene.) Sí, mi coronel.

Sale Moncha. Entra a los pocos segundos junto con A. Ninguna

de las dos lleva casco.

MONCHA y A — Con su permiso, mi coronel.

Nina les da paso con un gesto. Se colocan a la derecha, sobre el

fondo. Con las manos en la espalda, van izándose de puntillas

alternativamente.

NINA — Señoras. Seguramente no ignoran el motivo de esta convocatoria,

como tampoco ignoran que (a gran velocidad y sin respirar), respetando nuestra

constitución y en honor a la pulcritud de conciencia que ha sido el espíritu de

este regimiento desde el mismo glorioso día en que la revolución se erigió en

redentora del pueblo castigado impunemente por el egoísmo, machista… (al

avanzar en la recitación de la frase las tres han ido flexionando las piernas para, al con-

cluir, enderezarse, luego toma aire con aparatosidad.) …la acusada tiene derecho a

toda clase de defensas, así como a la intervención de, por llamarlo de alguna

forma, un abogado. Pero señoras, ciñámonos a los hechos. En tiempos de guerra,

las especiales circunstancias que rodean cualquier acto de carácter delictivo,

exigen un proceso más veloz de ejecución de las sentencias… Yo entiendo que

esta mujer, en aplicación de las normas del derecho penal vigente, debe ser eje-

cutada. Pero ¡claro!, esto no es más que una interpretación de jurista. Ahora ne-

cesito saber cuál es su veredicto. Señoras, no quiero que se diga de mí que abusé

del poder.

MONCHA — Hombre, yo…

A — Sí, claro que…

MONCHA — No, si es que en realidad…

A — Si, conforme, pero…

NINA — (Interrumpiendo.) Gracias, señoras; muchas gracias. Mujeres como

ustedes saben construir una patria fuerte y limpia de la tiranía. (Indiferente.) Les

reitero las gracias por su inefable consejo. Buenas tardes.

Van saliendo las dos por el fondo izquierda. Satisfechas.

MONCHA —No, si es que…

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A— En fin, ya se sabe…

NINA —Sargento, usted quédese: ha de llevar a la prisionera a su celda.

MONCHA — (Se vuelve bruscamente y, tomando su casco de entre bastidores, se

cuadra una vez más.) ¡A sus órdenes, mi coronel!

NINA — ¡Cabo de cocina!

VOZ DE A — ¿Señora…?

NINA — Reparta media patata menos entre la tropa. De algún sitio hay que

sacar la última cena de la prisionera…

VOZ DE A — Como usted mande, mi coronel.

NINA — ¡Cabo de cocheras!

MONCHA — ¡Está de permiso, mi coronel!

NINA —Pues que alguien prepare mi coche: voy a cenar fuera.

MONCHA — (Voceando a bastidores.) ¡El coche!

NINA — Sargento, quiero que la prisionera pase bien su última noche. Que

no le falte de nada; que coma cuanto quiera de las dos patatas que le corres-

ponden… Y si quiere jugar al parchís, se deja usted comer alguna ficha… Y si le

sale seis, que cuente doce aunque no las tenga todas fuera. Hay que ser caritativo

con los reos de muerte… (Sale por primera derecha.)

Moncha no responde. Se cuadra. Espera a que Nina salga. Da un

paso adelante. Mira suspicaz hacia el lugar por el que ha salido

Nina y, comprobando que ésta se ha ido ya, se vuelve ilusionada

hacia Loli.

MONCHA — ¿Sabes? ¡Te voy a dejar que elijas color! ¡Anda, vamos! (Salen

las dos del brazo por el fondo izquierda.)

TELÓN

Page 21: El espíritu de Buret

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ACTO TERCERO

Al borde del proscenio, a la izquierda, un cirio encendido. Oscu-

ridad total. Pausa. Luz roja frontal.

Delante de la red, una sola silla situada en segundo término iz-

quierda. Por lo demás, escenografía libre.

Moncha, apoyada en el respaldo de una silla, y Loli, casi sentada

en el suelo, al fondo, permanecen inmóviles. Movimiento inte-

rrumpido.

Pausa. La luz roja es sustituida por la blanca. Los personajes re-

cobran movimiento. Loli se acomoda.

Pausa.

MONCHA — ¿Es que no hay otra forma…?

LOLI — (Despectiva.) No lo sé. Ahora ya no estoy segura.

MONCHA — ¡Ah…! Ahora no estás segura… ¡Pero en aquel momento sí

debías de estar muy firme en tus ideas! ¿Y por qué?

LOLI — ¡Qué más da!

MONCHA — No, no… ¡Qué va a dar igual! Lo que ocurre es que entonces tú

buscabas mucho más que libertad. Digamos… tu propia satisfacción. (Irritada.)

Porque no eras tú quien pretendía liberarse, sino tus deseos…

LOLI — (Colérica. Se levanta. Se encara a Moncha.) ¡Está bien, está bien! ¡Sólo

quería un hombre! ¡Sólo quería un hombre para acabar de una vez con esta

maldita represión! (Más tranquila.) Y ahora… ¿estás ya contenta?

Pausa.

MONCHA — (Irónica.) Y pretendías hacernos creer que el único impulso que

te guiaba era la búsqueda de la libertad… Querías parecer una idealista ofendida

en sus más básicos conceptos de amor y de sangre revolucionaria… (Pausa.

Agria.) Todo eso para ocultar que no eres más que…

Pausa. Silencio. Entra luz ámbar. Se apagan las luces blancas.

Movimiento interrumpido en las dos.

Voz DE LOLI — ¡Ay, Dios mío, qué tragedia! ¡Si es que no somos nada…

aparte de putas, se entiende…! ¡Ay!

Page 22: El espíritu de Buret

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Silencio.

Se apagan luces ámbares. Se encienden las luces blancas. Las

actrices recobran movimiento.

MONCHA — ¡…Una puta!

LOLI — (Enfrentada a Moncha.) ¿Yo? ¿Una puta yo? ¿Sólo porque me reía en

vuestra cara de esta guerra asquerosa? ¿Sólo por tratar de encontrarme con mi

marido para hacer a escondidas lo que nunca tendría que haber ocultado? (Llo-

rando de rabia.) ¿Por eso soy una puta?

MONCHA — ¡Carne… siempre carne!

LOLI — ¡Váyase a la mierda, sargento!

MONCHA — Siempre ese degenerado deseo al que dais rienda suelta

llamándolo libre expresión. ¡Y es que no sois capaces de concebir la verdadera

libertad si no es encadenadas a un hombre… a un hombre que piensa, hace y

habla por vosotras…! (Histérica.) ¡Un hombre que os obliga a servirle como si

fuerais comida de sus hambres asquerosas! (Llora.)

LOLI — (Irónica. Se ríe.) En esa cena, sargento, todos somos comensales…

Pausa.

MONCHA — Pero ¿por qué? ¿Por qué no hago otra cosa más que insultarte

si en el fondo no quiero hacerte daño? (Pausa.) Perdóname… (Se acerca a Loli. Va

cohibida. Trata de acariciarle la cabeza.) Perdóname… (Es interrumpida violentamente

por un manotazo de Loli.)

LOLI — ¿Perdonarle? (Irónica y despectiva.) ¿Perdonarle yo a usted? (Sonríe.)

Yo no tengo que perdonar a nadie. Sólo soy la prisionera. ¿Dónde se ha visto que

una recluta traidora deba perdonar a todo un respetable sargento?

MONCHA — ¡Ya es suficiente!

LOLI — (En la misma línea.) ¡No, qué va! Nunca es del todo suficiente…

Además, seré una mala zorra entre limpias garzas reales, mi sargento. Me matan

como si mataran a una serpiente venenosa, mi sargento. ¡Qué lástima me da de

las pobrecitas balas que entren en mi cuerpo, todas envenenadas, las pobres…!

¡Qué lástima, mi sargento!

MONCHA — ¡He dicho que ya es suficiente!

LOLI — Sí, hombre…

MONCHA — Yo no pretendo juzgarte. Has tenido tu proceso en regla y se te

ha condenado a muerte. ¿Qué pinto yo aquí?

Page 23: El espíritu de Buret

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LOLI — Sí… ¿verdad? He tenido mi proceso en regla. ¡Ya lo creo! Ha sido

un juicio muy emotivo. Tan bonito todo… Las rosas en medio de la mesa ma-

gistral. La fina caoba de los muebles… y el señor juez tan fino, incluso me miró

una vez. Sí… Y la gente aclamándome, y el jurado venga a hablar y venga a

hablar… Y la defensa que con tan brillante elocuencia repetía sin cesar: «¡Qué

linda cara tiene el señor magistrado!» Algo envidiable, de verdad…

MONCHA — Y aún te quejas. Suerte tienes de que no se te haya fusilado en

el momento.

LOLI — Sí. ¿Verdad que tengo suerte? ¡Es que soy tan desagradecida…!

Ustedes me dedican una sentencia de muerte para mañana y yo, ¡ingrata de mí!,

no les agradezco el detalle de que, encima, me inviten a pasar mi última noche

hospedada en sus voluptuosas habitaciones… (Pausa. Suspira. Con amargura.) ¿Es

eso suerte, sargento? ¿Es todo un golpe de fortuna el que, además de una sen-

tencia de muerte me regalen otra de prisión? ¿Están ustedes locos, sargento?

MONCHA — (Encogiéndose de hombros.) Al menos, mientras estés viva tienes

posibilidades de no morir. ¿Quién sabe lo que ocurrirá esta noche?

LOLI — No, mi sargento. Mientras esté viva de lo único que tengo posibi-

lidad es, precisamente, de morir. Sin embargo, tiene usted razón. Presiento que

esta noche van a cambiar tanto las circunstancias, sargento, que alguno de los

que ahora descansan tranquilos… ¿Quién sabe? Es posible que venga mañana a

sustituirme en el paredón…

MONCHA — (Sonriendo.) No te hagas demasiadas ilusiones. Sabes perfec-

tamente que la única que te relevaría delante de los fusiles es Buret. Entrega a

Buret y el coronel perdonará tu vida…

LOLI — (Riendo.) ¡Esto sí que es bueno! Una se dedica a la… a la… ¿cómo se

dice? conspiración, ¿no es eso?, cerca de cuarenta veces en mes y medio y de-

lante de los bigotes de un regimiento completo, y un día, por casualidad, me

descubre un pelotón de reclutas legañosas que andan despistadas buscando el

campamento. (Pausa.) Fui lo suficientemente lista como para burlarme de todas

ustedes, y sin embargo mis facultades para escurrirme como una anguila no

llegan a las de Buret ni por soñación. Y usted y su coronel pretenden ahora que

yo les sirva en bandeja a Buret por salvar mi vida. Nada menos que a Buret. El

alma de la antirrevolución. El espíritu de la libertad. ¡Ay! Decididamente están

ustedes locos, sargento. Buret, señor, es el último soldado que cae… si es que

cae… (Pausa.) Pero ¿sabe una cosa? Ustedes no sólo jamás podrán encarcelar la

libertad, sino que además nunca ganarán esta guerra porque ya está ganada. El

día de la victoria de Buret se repite y surge a cada rato en sus mentes. Es hoy. Es

ayer. Es mañana. Es… siempre. Y ninguna de ustedes puede vencer sus senti-

mientos contrarios, tan contrarios a esta farsa demencial. Y en cada cabeza se

Page 24: El espíritu de Buret

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adivina una revolución que algún día terminará por estallar, como estalló en mí.

Sólo entonces conocerán la verdadera; o mejor, la única libertad: la de los senti-

mientos.

Pausa. Silencio. Entra luz ámbar. Se apagan las luces blancas.

Movimiento interrumpido en ambos personajes.

Voz DE NINA — ¿Es que creíais que os era posible despreciar el alma de una

mujer? No. Sólo habéis conseguido humillar su ambiente; el ánimo que le rodea-

Nunca podréis herir la libertad de un sentimiento.

Silencio. Se apagan luces ámbares. Se encienden las luces blancas.

Los personajes recobran movimiento.

MONCHA — Ésa no es la verdadera libertad.

LOLI — ¿Ah, no? ¿Y cuál es, entonces? ¿Quizás desligarse de un hombre y

vivir independientes sin que importen para nada los sentimientos? (Pausa.) Bu-

ret dice que el hombre y la mujer se deben porque es lo natural, y la naturaleza

es el arca de la libertad. ¿Por qué entonces crear situaciones ficticias? ¿No sería

más digno reconocer que el problema pueda ser otro? Pero no… Usted misma,

sargento. ¿No es cierto que ni siquiera se ha planteado el motivo de esta estúpida

guerra? Pero ¡claro! Era una base, una palanca esperada desde hace mucho

tiempo para descargar sus rencores personales contra su marido. (Moncha, de

espaldas, se cuelga sobre la red. Reflexiona.) Porque una mujer no puede renegar de

un hombre. Es así nos guste o no. (Pausa.) ¡Vamos, sargento! No me diga que en

realidad no ha pensado como yo desde siempre, sin importarle esta contienda

que carece de principios lógicos

MONCHA — (Llorando. Entrecortada.) El siempre protestaba… siempre pro-

testaba… No quería que me arreglase… No podía salir a la calle y él seguía gri-

tando más, cada vez más…

LOLI — (Riendo divertida. Irónica.) No, ya, ya… Si me le imagino. ¡Lo veo

como si estuviera aquí! (Remedando gestos y entonación de un hombre iracundo.)

«¿Otra vez pollo…? Estoy harto de comer pollo.» Y usted más enfadada aún:

«¿Sí? ¿Estás harto de comer pollo? ¿Ya no quieres más pollo? Pues ahora te vas a

comer la…» (Cubre su boca con la mano y, girando, se ríe estrepitosamente.)

Moncha, muy exaltada, corre hacia Loli, la coge por los hombros y

la zarandea.

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MONCHA — ¡Júrame por Dios que nadie sabrá nunca que estoy de acuerdo

con las ideas de Buret! ¡Júramelo! ¡Júramelo! (La suelta. Llora. Se vuelve.)

Pausa

LOLI — (Despectiva.) Jurar… jurar… ¿Por qué tanto teatro? ¿Sólo por haber

confesado sentir lo mismo que todas las demás sienten, aunque no se atrevan a

aceptarlo? Es ridículo…

Pausa. Silencio. Movimiento interrumpido en los dos personajes.

Se enciende la luz roja. Se apagan las luces blancas. Por la iz-

quierda entra Nina con un cirio visiblemente más corto, lo en-

ciende y lo sustituye por el otro, más largo. Hace mutis por la

misma izquierda. Pausa. Las luces vuelven a ser blancas. El de-

sarrollo continúa.

Moncha y Loli ríen animadas. Inicialmente, su movimiento por el

escenario es libre, aunque terminarán —a lo largo del diálogo—

por sentarse en la mitad del proscenio, de frente al público.

LOLI — Eso es lo que pensaba el pobre imbécil. ¡Claro que… no puede de-

cirse que fuera un dechado de erudición…! Yo creo que no veía más allá de sus

propias narices, ¿sabes? ¡Cómo será, que cuando me venía el periodo empezaba

a pedirme perdón y lloraba mientras se retorcía las manos, nervioso como un

flan!

MONCHA — (Ríe.) El mío, sin embargo, (nostálgica) era todo un intelectual.

Se pasaba las noches enteras leyendo libros gordos, como de cuatro dedos o

más…

LOLI — ¿Y… ya está?

MONCHA — (Sorprendida.) ¿Cuatro dedos te parecen pocos?

LOLI — Mujer, según para qué. Para un libro, me sobran tres y medio…

MONCHA — ¡Qué va, qué va! Para él cuatro dedos no eran nada. Era tan

inteligente, tan pensador…

LOLI — Pues hija. Tanto pensar, tanto pensar… De vez en cuando es con-

veniente liarse la manta a la cabeza y no pensarlo tanto. Hacer las cosas un poco

más… brutalmente, ¡vaya! (Pausa.) Así es que no tenía otra afición tu marido…

MONCHA — Sí, el golf. Adoraba el golf. Y se le daba bien… ¡Meneaba el

palo con una destreza y una precisión…!

LOLI — Destreza, claro… y precisión…

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MONCHA — Tenía una habilidad en las manos, un juego de muñecas…

LOLI — (Interrumpiendo asombrada.) ¡Muñecas! A mi marido al principio

también le dio por las muñecas… ¡Claro que no tenía un juego completo como el

tuyo! Si acaso dos… o tres…

MONCHA — Y cuando mi marido usaba el palo preferido… (Se detiene.)

Porque él tenía un palo preferido, ¡un palo para las ocasiones!

LOLI — (Interrumpiendo.) ¡Ah! ¿Pero es que tenía más?

MONCHA — ¡Claro, hija! Tenía por lo menos una docena, guardados en una

bolsa, encima del armario. Y uno de ellos, que estaba aparte, es el que reservaba

para las ocasiones…

LOLI — ¡Ah, no! ¡Pues mi marido sólo tenía uno, y lo usaba para todo…!

MONCHA — Bueno. Pues cuando él sacaba el palo predilecto, se quedaba

mirándolo un rato fijamente; recreándose en su cuerpo largo y consistente.

Porque era muy consistente. Estaba hecho de una materia especial, durísima,

para evitar que pudiera romperse de un mal golpe. Y de que terminaba de con-

templarlo, me pedía que lo frotara con un trapo muy suavemente. De arriba a

abajo… de abajo a arriba, hasta dejarlo como nuevo.

LOLI — No, claro. Sobre eso, cada una…

MONCHA — Y algunas veces se le manchaba con el uso la cabeza, la punta,

de verde, del roce con la hierba. Y yo me entretenía en limpiarlo…

LOLI — (Extrañada.) ¿De hierba? ¿…Y dices que se le manchaba de hierba

con el uso?

MONCHA — ¡Claro, hija! ¿De qué si no?

LOLI — (Se asoma a la entrepierna de Moncha. Se encoge de hombros.) ¡Anda,

ahora…!

Pausa.

MONCHA — (Reflexiva. Melancólica.) Pero cuando llegó la guerra, mi marido

y yo nos separamos de una forma estúpida. Sin razón verdadera alguna, empe-

zamos a echarnos en cara los errores cometidos en nuestra vida de matrimonio-

En realidad estábamos deseando romper con la situación de tirantez que se

había ido haciendo entre nosotros… ¿Pero no es absurdo? Parecíamos dos críos

enzarzados en amenazas idiotas; procurando siempre encontrar la palabra que

más daño hiciera. (Pausa.) Y es ahora cuando comprendes que posiblemente hay

un fondo, y un trasfondo, y otro, y otro… Tantos, que es ridículo pretender des-

tripar los sentimientos humanos; saber y comprender nuestras propias reaccio-

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27

nes en ese momento de ceguera. Y luego vendrá el arrepentimiento. Sólo es

cuestión de dar de bruces con la única realidad, despojada de sutiles filosofías,

para entender de golpe que la libertad es una palabra hecha con letras tan

grandes… tan grandes… que no hay pared en el mundo para escribirla. Y sólo

algunas inteligencias, las que no presumen, llegan a encontrar la más pura li-

bertad en el sonrojo de una cría, o en la vergüenza del padre que reniega de su

hijo, o en la satisfacción de reposar tendido en un cómodo sillón de tu casa.

(Pausa.) Pero no. (Se levanta. Se dirige al proscenio mientras habla.) Ésos que se lla-

man intelectuales… Ésos que retuercen sus mentes en absurdos y complicados

razonamientos que a nada conducen… Ellos pretenden que la libertad es roja o

azul. (Se encienden las luces de sala. Moncha baja despacio.) Y llaman libertad a las

lenguas desatadas, porque es más libre el que más ofende. Llaman libertad a las

manos que rehúyen del cuerpo que las engendró, porque es más libre quien más

golpea… ¡Son tan presuntuosos… que ni siquiera se dan cuenta de que la liber-

tad no puede existir fuera del alma! Y el alma, esa tierra áspera donde a su antojo

crece la libertad, ni se busca, ni se pierde, ni es posible evitarla. Y así ha sido.

Porque ésta es la razón de que yo no haya podido eludir mis propios senti-

mientos; ninguno de mis sentimientos… (Al público.) ¿Lo comprendéis? (A un

espectador.) ¿Me comprende usted? ¿Comprendéis que no me sienta libre en esta

escena en la que la circunstancia es forzada? (Pausa. Silencio.) Me gustaría que

me entendierais… que pudierais ver la paradoja que ahora estoy viviendo. Pero

os tengo aquí, delante de mí, mudos, insensibles, como decía Nina. Entendedme.

Puedo crear mi propio momento al margen del argumento que me encadena a la

obra… ¿Quiere usted darme un cigarro, por favor? (Respuesta del espectador.)

Gracias. (Pausa. Triste.) ¿Lo veis? Todo está escrito. Lo que he dicho. Lo que estoy

diciendo. Aquello que diré… Es angustioso que este mismo lamento mío esté

escrupulosamente refleje do en el papel… Aunque a veces, estúpidas ilusio-

nes…, a veces siento la libertad de rebasar estas fronteras. Siento… siento que el

autor empieza a permitírmelo… (Ilusionada.) Sí… ¿por qué no? (Breve texto libre.)

¿Os dais cuenta? Esto que acabo de decir… (Repite el texto libre.) Esto no está

escrito… (Suspira. Pausa.) Lo necesitaba. Necesitaba decirlo. Incluso me parece

ahora que todo cuanto diga debe por fuerza ser libre. Yo también he sentido el

espíritu de Buret. No me era posible sostener por más tiempo el peso de esta

gran mentira. Parecer de acuerdo con las ideas de ese coronel cuando mi libertad

luchaba por salir a gritar que yo también he sentido el espíritu de Buret…, he

sentido el espíritu de Buret.

Desde la escena, Loli ha indicado con gestos a Nina que entrara.

Nina, fuera ya, interrumpe las últimas palabras de Moncha-

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NINA — ¡Sargento! ¡Suba! (Moncha, asustada, avanza lentamente hacia el esce-

nario. Sube. Las luces de sala se apagan. Pausa. A Loli.) Capitán, le hago cargo de esta

prisionera. Es usted responsable de ella por el tiempo que anteceda al consejo de

guerra que se ha de celebrar.

Loli se cuadra acatando la orden de Nina. Moncha permanece

aturdida. Nina sale de escena.

Se encienden luces rojas. Se apagan las luces blancas. Suena una

música. Cambio de decorado.

Desaparece la red de soga. Se utilizan muebles que figuran la sala

de un tribunal militar. En primer término, sobre una mesa baja y

de espaldas al público, la cabeza de cerdo de cartón. Por lo demás,

escenografía libre.

Termina la música. Se encienden luces blancas. A ambos lados del

escenario, de pie, Moncha —izquierda— y Loli. Al fondo, a la

izquierda del asiento destinado al presidente del tribunal, está A

firme. Hace las veces de ujier.

Por el fondo izquierda sale Nina caminando en cuclillas y cu-

bierta por un gran paño oscuro que le llega hasta los pies. No se la

reconoce. Va hacia Moncha. Se detiene ante ella. Extiende la

mano. Moncha la ignora. Nina golpea con la mano en la pierna de

Moncha quien, a su vez, extrae una moneda de su pantalón que

deposita en la mano de Nina con cierto enfado. Nina se dirige

ahora hacia la mesa en la que se encuentra la cabeza de cerdo.

Delante de ella, repite la operación. Golpea en la mesa con la

palma de la mano. Se enfada. Va refunfuñando hasta situarse

delante de Loli. Lo mismo. Pausa. Se va por donde entró. Pausa.

Vuelve a entrar. Hacia A. Le golpea en la pierna. Lo mismo. Sale-

Pausa.

A — (Adelantándose un paso. Ceremoniosa.) ¡El tribunal, Gobernador de la

plaza, Coronel de la revolución sacramentada! ¡En pie!

Moncha y Loli se izan de puntillas por un momento. Pausa. En-

tra Nina en iguales condiciones que lo hiciera antes. Se sitúa a la

derecha de su propia silla.

NINA — (A A.) ¡Oiga, joven!

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A se acerca a ella y aproxima el oído a la mínima abertura que el

paño presenta en su parte frontal, a la altura de la cabeza de Nina.

Esta murmura y A escucha atenta. Pausa.

A — (Separándose de ella.) ¡Al momento, señoría!

Sale. Pausa. Entra con una jarra y un vaso de agua. Llena el vaso

y se lo da a Nina. Bebe con ruido. Devuelve el vaso y reclama la

atención de A, quien vuelve a acercarse. Murmura a su oído.

A — No tiene usía nada que temer. Todo está en orden.

A sale por el fondo izquierda. Nina se incorpora. Se despoja del

paño y lo tira lejos.

NINA — ¡Ah! ¡Esto de los cargos honoríficos…! (Se sienta.)

Carcajadas rítmicas y protocolarias de Moncha y Loli.

MONCHA — No le digo a usted… (Para sí.)

NINA — ¡Letrado defensor!

MONCHA — (Aduladora.) ¡Qué linda cara tiene el señor magistrado! (Pasa la

mano por el mentón de Nina.)

Nina queda extasiada. Agita las pestañas de arriba a abajo cons-

tantemente. Expresión estúpida. Entretanto, Moncha ha vuelto a

su posición inicial y permanece, como Loli, indiferente. Nina se da

cuenta de ello y su expresión empieza a cambiar. Se enfada. De

momento, se levanta con violencia. Moncha y Loli se asustan.

Pausa. Se miran. Pausa. Tratan de componer la misma expresión

estúpida que Nina sostuviera en principio. Pausa.

NINA — (Satisfecha.) Una domina, es inevitable… (Se sienta.)

MONCHA — (Interrumpiendo.) Si hay algo que me moleste de mi profesión

es el protocolo…

NINA — (Lo mismo.) ¡Silencio! (Golpea con el mazo en la mesa.) La vista da

comienzo.

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Pausa. Loli, que se había dedicado a ordenar sus papeles, empieza

a pasear.

LOLI — (Interesante.) Señoría… Señores del jurado. Nos… encontramos

aquí reunidos para juzgar uno de tantos casi casos de tratamiento similar que no

admiten posibilidad de equivocación. Y, aunque someramente pudiera parecer

una confabulación que ataca el ábside de nuestro pequeño balcón de repulsa a

las deleznables acciones del sexo llamado… optimistamente llamado… fuerte…

NINA — (Interrumpiendo resignada.) Letrado fiscal…

LOLI — (Ajena.) Pero aquellos que piensen…

NINA — (Con violencia.) ¡Letrado fiscal!

LOLI — Señoría…

NINA — ¿Quiere dejar de decir incongruencias? ¿Es necesario recordarle

que este tribunal no se ha criado en dos días?

LOLI — (Avergonzada en principio.) Pido disculpas por tan intempestivo

comienzo. Y en prueba de mi respeto y sumisión al tribunal, prometo subsanar

el agravio enviándole un jamón de media arroba en cuanto termine el proceso.

MONCHA — (Interrumpiendo.) ¡Protesto! Me parece una medida denigrante

la adoptada por el ministerio fiscal, máxime sabiendo de la incorruptibilidad del

presidente de este muy digno tribunal. (Reverencia. Pausa. Se vuelve.) ¡Yo prometo

enviarle un lomo como la torre de Pisa!

NINA — (Resignada.) Señores… Me creo en la obligación de recordarles que

padezco de úlcera de estómago y en consecuencia me son prohibidos tales

manjares. Por tal motivo, exhorto a los señores letrados a que defiendan sus ar-

gumentos con la pericia adquirida en sus brillantes carreras; ya que, por otra

parte, no iba a aceptar como soborno dos o tres manojos de acelgas. Además, les

recordaré que no soy yo quien ha de decidir la suerte de la acusada, sino el ju-

rado que se sitúa ante ustedes. (Las luces de sala se encienden durante dos o tres se-

gundos.) Prosiga el letrado fiscal…

Pausa.

LOLI — Con la venia. Señores: hoy nuestra sociedad revolucionaria se halla

resentida contra una persona que ha osado violar el más básico y primordial de

los conceptos que integran la doctrina de la sublevación feminista. Esta mujer

(señala a la cabeza de cerdo) ha sido reconocida partidaria de las ideas de la anti-

rrevolución. Ha sostenido y sostiene que la verdadera libertad sólo puede en-

contrarse en el amor heterosexual… (Aparte.) ¡Eufónica palabra, sin embargo!

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(Pausa.) Ha renegado de los intelectuales. Ha pretendido simplificar el concepto

de liberación a, cito palabras textuales de la acusada, el sonrojo de una cría o la

satisfacción de reposar tendido en un cómodo sillón de tu casa. Ha…

MONCHA — (Interrumpiendo.) ¡Protesto, señoría! El fiscal no puede probar

que mi defendida pronunciara esas palabras…

LOLI — Sí que puedo, señoría. Esa frase figura atribuida a la acusada en el

guión de esta obra, página nosecuántos, acto tercero.

NINA — Bien, volvamos a ese momento de la obra.

Movimiento interrumpido. Se enciende la luz ámbar. Se apagan

las luces blancas. Moncha recobra movimiento. Viene a sentarse

al proscenio.

MONCHA — Y sólo algunas inteligencias, las que no presumen, llegan a

encontrar la más pura libertad en el sonrojo de una cría, o en la vergüenza del

padre que reniega de su hijo, o en la satisfacción de reposar tendido en un

cómodo sillón de tu casa…

Pausa. Moncha vuelve a su posición. Interrumpe el movimiento.

Pausa. Las luces ámbares se apagan. Se encienden las blancas.

Los personajes recobran movimiento.

LOLI — Creo que no existe duda alguna al respecto…

NINA — Letrado defensor…

MONCHA — (Apenada.) No hay derecho, señoría. No es Justo que por el

motivo de no ser más que un personaje, se me obligue a hacer algo que va en

contra de mi salvación. No es justo que le obliguen a uno a construirse su propia

condena.

NINA — (Indiferente. Consulta el reloj.) Tiene usted permiso para llorar du-

rante dos minutos y medio. Es un anticipo. (Palmea sobre la mesa.)

MONCHA — Favor que me hace, señoría. Pero no; que si lloro ahora, des-

pués lo mismo tengo que acortar algún llanto más justificado…

NINA — No, eso sí… Continúe el abogado fiscal.

LOLI — Señoría, este ministerio requiere la presencia en la sala de la acu-

sada como testigo del fiscal…

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NINA — (Resignada.) Señor… La acusada, por una de estas incomprensibles

casualidades de la vida, se encuentra en la sala desde el comienzo del proceso.

(Sonríe sin ganas.) De nada…

LOLI — (A la cabeza de cerdo.) ¿La acusada se encuentra cómoda… o no se

encuentra siquiera?

MONCHA — (Interrumpiendo.) ¡Protesto, señoría! Al ministerio fiscal le im-

porta un pito el estado de la acusada. Por lo que interpreto que la pregunta de-

nota claros matices de burla, befa, escarnio, ludibrio, ironía, zumba, vaya o ca-

chondeo…

NINA — Aceptada. Le recuerdo, señor fiscal, que la chunga, la guasa, el

pitorreo, el choteo y la ironía debe usted reservarlos para sus intervenciones

políticas…

LOLI — (Arrogante.) Pido perdón por mi pregunta, que solicito sea retirada

de las actas; al tiempo que manifiesto mi admiración por el notable, esmerado,

primoroso, inefable, relevante, selecto, irreprochable y ejemplar conocimiento

que su señoría demuestra tener de la lengua… A… asimismo, me gustaría res-

ponder y respondo a mi colega, el letrado defensor, que yo también poseo un

diccionario de términos sinónimos, parejos, unívocos, equivalentes o coinci-

dentes en su significado. Conque menos vanagloria, petulancia… o chulada.

NINA — Señores… No olviden que se encuentran en juicio, vista, perspec-

tiva o sensación ocular… (Pausa.) Letrado fiscal, continúe.

Pausa.

LOLI — (Señalando a la cabeza de cerdo.) Esto, señores, no es más que un trozo

de cartón. No piensen que hemos realizado abstracción alguna en la personali-

dad de la acusada. Pero lo importante es que la mujer que hoy es rea y a la vez

defensora (señala a Moncha) sea reconocida para la posteridad como uno de los

más grandes ingenios de la historia del teatro. Sí. No crean que me contradigo.

Fijen bien su atención en lo que quiero decirles. (Pausa.) Esta mujer, que sin duda

ha pasado por miles de escenarios distintos, es una de las incansables compa-

ñeras en la musa vacía de algunos autores. Ella… ella es la pretendida libertad.

Esa libertad que coacciona y que se hace forzada y que, por tanto, no puede estar

más lejos de la única y auténtica libertad… (Pausa.) Verán. Imaginen que hago

ahora que se enciendan las luces de la sala, bajo ahí y obligo a alguno de ustedes

a que suba hasta el escenario para que participe conmigo de estas circunstancias

que yo misma estoy viviendo. Ésa es la falsa libertad. Ésa es ella, la compañera

infatigable de autores sin imaginación. De hombres y vidas sin imaginación…

(Pausa. A un espectador.) Usted, ¿cuántas obras cree usted que ha representado?

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¿Y cuántas, al desbocarse ha impedido que se representen? Miles, ¿no es cierto?

¿Y no es también cierto (a la cabeza de cerdo) que interviniste en una obra llamada

«Trazos de Soporte Dramático», de un tal Benetti, que desconocía la medida de

la auténtica libertad y buscaba sin parar a un personaje de nombre Buret? (Colé-

rica.) ¡Claro que sí! ¡Es cierto! Como lo es el que los personajes rompimos por tu

causa con aquel argumento al comprender que tú no eras más que un aborto, un

principio inacabado del verdadero espíritu de Buret… (Pausa. Más tranquila.) Y

esos personajes estamos aquí, ahora, en este escenario, en esta obra y preten-

diendo responder todavía a una pregunta que nos requema: ¿Por qué, si es que

existe un por qué; por qué Benetti no pudo encontrar más que el cuerpo de Bu-

ret, un simulacro de libertad para aquellos tres personajes? ¿Es que era suficiente

moverse de forma mecánica para empezar a entender que nosotros no podíamos

dejar de ser personajes porque habíamos olvidado jugar a ser personas? (Pausa.)

¿Y qué es ser persona? (Triste.) ¿Quizás agitarse como guiñoles tratando de evitar

el propio escenario de cada uno? Es demasiado duro… Por eso… (Gritando de

golpe.) Por eso, señores del jurado, es necesario encontrar a Buret en este guión,

sobre este escenario. Y la única forma de conseguirlo es condenando a este de-

plorable elemento que se introduce en el papel… en el papel de cada uno de

ustedes… cuando la búsqueda de la libertad fracasa. Si ustedes, señores del ju-

rado, deciden sentenciar a muerte a aquel extraño personaje que luchaba por

darse vida cuando no era posible sino la muerte… si deciden sentenciar a aquel

extraño personaje cubierto por esta máscara de cartón, habrán forjado en su ex-

presión libre el verdadero espíritu de Buret. (Pausa.) Nada más, señoría…

NINA — Letrado defensor…

MONCHA — Señoría, señores del jurado… (Pausa.) Ustedes son testigos de

lo que yo he pretendido. He buscado renegar de aquellos que, en su vanidad,

dicen ser intelectuales para llamar la atención sobre su persona o sobre la ideo-

logía política que sostienen. Ellos son basura. He buscado la paz en el alma,

fuente de todas las libertades posibles. He buscado que ustedes vivan como yo

propongo; que crean como yo creo en el mundo de Buret. Que quieran estar

felices, si no pueden serlo. Que busquen algo más y más allá de los límites de la

simple razón. No sé. Pero sí estoy segura de que… los personajes no pueden

arrastrar la libertad de pensar y de hacer de su autor; porque él está por encima

de la obra, y es a fin de cuentas un ser humano que piensa y hace como ustedes

mismos. (Pausa.) Si me condenan, condenan la libertad del autor y así conde-

narán su propia libertad. ¿Serían capaces de reconocerse esclavos de una cir-

cunstancia como lo es este guión teatral? (Pausa.) Nada más, señoría…

Pausa. Nina se levanta. Se acerca al proscenio. Se dirige al

público. La sala se enciende. Todo el mobiliario es retirado.

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NINA — Señores del jurado. (Pausa.) En consulta a su propia conciencia

deberán decidir la sentencia de esta mujer. Les pedimos un veredicto sincero y

profundo; y lo hacemos conscientes de que les resulta difícil separarse de la rea-

lidad de la representación. Pero merece la pena… Dentro de unos minutos us-

tedes se levantarán de sus asientos, estirarán los músculos entumecidos de las

piernas y quizás incluso nos aplaudan un poco. Gracias de antemano. Nosotros,

los personajes de esta obra, vamos a pedirles que aplaudan un poco antes; y, si es

posible, que ese frío golpear de manos se transforme en una sentencia respon-

sable para esta mujer. (Pausa.) Señores del jurado… Si quieren podemos hacer

más limpias las circunstancias, menos trascendentales. Supongamos que hoy,

ustedes y nosotros, hemos jugado juntos a hacer teatro. A fin de cuentas, la vida

de un personaje es un juego complicado, quizás interesante; pero juego, de

cualquiera manera, y no tiene mayor importancia. (Pausa.) Ahora, la sociedad les

reclama una sentencia meditada y sensata, de acuerdo con sus propias conclu-

siones. Aquellos de ustedes que crean inocente a la acusada, levántense de sus

asientos y suban hasta el escenario…

Silencio. Nina espera. Alguien sube o no sube nadie. Pausa.

NINA — Gracias, señores. (Pausa.) Pero ella, que representa la única libertad

posible: la de los sentimientos, no puede ser condenada. Hoy, en este momento,

han luchado en el interior de cada uno de ustedes las libertades de dos senti-

mientos opuestos, que quizá no lo sean en esencia, aunque se hagan antagónicos

para esta circunstancia. De un lado, el deseo de manifestar su sentencia absolu-

toria para la acusada que les llevó a subir al escenario. Y de otro, el aturdimiento,

la indiferencia y, en la mayoría de los casos, la vergüenza que les impidió venir

hasta aquí. Y este es el resultado. Ya no podrán decir que son o no libres, sino

que en su interior luchan en libertad los sentimientos; y aquel que logre vencer

determinará sus pensamientos, sus palabras, sus actos… Pero éstas no son li-

bertades. Porque no existe libertad de hacer cuando es posible evitar que se

haga. Como no existe libertad de decir si pueden hacerte callar, ni de andar

cuando pueden cortar tus piernas. Sólo es libertad la del sentimiento, que ni

siquiera tú puedes eludir… (Pausa.) El guión de «El Espíritu de Buret» no es

nada más que una de estas manifestaciones vulnerables. Un resultado del blo-

que de sentimientos que un autor no pudo evitar. Y, sin embargo, llegado este

momento de la obra en que la verdad estuvo tan clara sobre el papel, él quiso

que un personaje llamado Buret muriese en su obra… (Nina mira a Moncha con un

gesto de compasión. Moncha llora. Suena música de fondo. Pausa.) ¿Se dan cuenta? Ni

siquiera importan sus opiniones ni las nuestras porque el autor decidió en su día

la suerte del personaje. Pero no se preocupen. Ustedes, como nosotros si dejar-

nos de ser personajes, pueden ser libres en sus sentimientos. Y a pesar de esto

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ella hoy va a morir. ¿Saben por qué? (Pausa.) Porque hoy, ustedes, como noso-

tros, han sido personajes de esta obra…

La luz roja se enciende. Se apagan las luces blancas. Nina y

Moncha se abrazan. Las dos lloran. Música en primer término.

Moncha resbala a lo largo de Nina hasta quedar arrodillada en el

suelo. Nina sale corriendo por el fondo derecha. Pausa.

Por la izquierda entra A cubierta con una caperuza que le tapa el

rostro. Es negra. Lleva una capa y unos guantes negros. Ata las

manos de Moncha a la espalda y una venda blanca en sus ojos.

Arroja a Moncha sobre las tablas del escenario. Sale. La música

continúa sonando en primer término. Pausa.

La música comienza a perder su normal velocidad. Suena más

despacio. Se detiene. Oscuridad total.

Voz DE NINA — Y, sin embargo, él tampoco pudo evitar la libertad de un

último sentimiento…

Pausa. Se encienden las luces blancas. Se apagan las rojas.

Todos los personajes, a excepción de A, están en el escenario,

dispersos y de espaldas al público. Inmóviles. Moncha sostiene en

sus manos el corazón sangrante. Forcejea. Lo arranca de la tela.

Avanza con él hacia el proscenio muy lentamente. El resto de los

personajes va volviéndose, también con gran lentitud, al paso de

Moncha. Miran al corazón. Todas se sitúan en el proscenio alre-

dedor de ella, frente al público.

Su movimiento se interrumpe. Se encienden luces ámbares. Se

apagan las blancas.

Voz DE NINA —

Pueden cortar mis brazos y mis piernas

Pueden cortar mi lengua y arrancar mis ojos

Pero del mismo modo que el agudo filo del hacha

Se hace romo para trocear la brisa

Del mismo modo que el recio huracán

Cimbrea el tallo débil de la hierba

Del mismo modo es cierto que nadie podrá jamás

Herir la libertad de mis sentimientos.

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Música en primer término. Los personajes permanecen inmóviles.

TELÓN