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1 El artículo “El fracaso del Museo Argentino de Arte Precolombino, o sea el museo que no pudo ser: historia de la polémica Goretti-Di Tella” de Daniel Schávelzon, ha sido una Conferencia Magistral en las 6tas. Jornadas de Investigadores de Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País; Río Cuarto, 12 de mayo 2005; publicado en “Debates actuales en arqueología y etnohistoria”, E. Olmedo y F. Rivero (coord.), pp. 53- 72, Río Cuarto, 2007. Disponible en: http://www.danielschavelzon.com.ar/?p=2112 EL FRACASO DEL MUSEO ARGENTINO DE ARTE PRECOLOMBINO, O SEA EL MUSEO QUE NO PUDO SER: HISTORIA DE LA POLÉMICA GORETTI.-DI TELLA Por Daniel Schávelzon - Entonces, ¿que hacemos? - No hagamos nada, es lo más prudente - Mejor esperamos a ver que dicen los demás Esperando a Godot Samuel Beckett (1952) Es habitual en los círculos científicos que se trate de no sacar “los trapitos al sol”. Esto es lógico ya que hacerlo le resta fuerza y cohesión a la corporación misma. Pero esta actitud a veces va en contra de sí misma: cierra filas en mantener errores ocultos, sea por no dañar la imagen personal de alguien con poder o simplemente por flaqueza de ánimo en asumir frente a terceros las malas decisiones. Esto en lugar de ayudar a la corporación la hace pedazos, o le cierra las puertas ante la comunidad, que al final es la que le da credibilidad, reconocimiento y financiamiento; es decir, es para quien existe. En el mes de septiembre de 2004 los diarios de Buenos Aires al igual que muchos del país y todos los del vecino Uruguay, amanecieron quizás por primera vez en la historia de la arqueología nacional, con extensas notas sobre un Museo de Arte Precolombino del que nadie sabía nada: ¿existía?, ¿dónde?, ¿porqué peleaban empresarios privados y funcionarios públicos?, ¿porqué se acusaba a los funcionarios de haber impedido su apertura?, ¿porqué se acusaba a los donantes de graves delitos como la exportación ilegal del patrimonio?, ¿qué tenía que ver el nuevo museo de arqueología del Uruguay (MAPI) que se inauguró en esos días?, ¿eran ciertos los rumores de corrupción, pedidos de coimas e intentos de figuración desmedida de funcionarios argentinos de la cultura? Y a partir de allí y desde la arqueología surgían otras preguntas: ¿porqué se confunde “dominio público” con “dominio del Estado”?, ¿cómo se maneja la relación entre el mundo empresarial y el Estado nacional en el nuevo marco de la Ley 25.743?, ¿éstas situaciones se habían tomado en cuenta?, ¿se apoyaban líneas bajadas de la Secretaría de Cultura aunque fueran en contra de la misma arqueología?, ¿se estaba ante una postura actualizada o sólo se sostenían ideas anacrónicas

El Fracaso Del Museo Argentino Schavelzon

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Museo Argentino, proyecto que fracasó. Estudio de Schavelzone. Arqueología urbana. Buenos Aires.

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El artículo “El fracaso del Museo Argentino de Arte Precolombino, o sea el museo que no pudo ser: historia de la polémica Goretti-Di Tella” de Daniel Schávelzon, ha sido una Conferencia Magistral en las 6tas. Jornadas de Investigadores de Arqueología y Etnohistoria del Centro-Oeste del País; Río Cuarto, 12 de mayo 2005; publicado en “Debates actuales en arqueología y etnohistoria”, E. Olmedo y F. Rivero (coord.), pp. 53-72, Río Cuarto, 2007. Disponible en: http://www.danielschavelzon.com.ar/?p=2112

EL FRACASO DEL MUSEO ARGENTINO DE ARTE PRECOLOMBINO, O SEA EL MUSEO QUE NO PUDO SER: HISTORIA DE LA POLÉMICA GORETTI.-DI TELLA

Por Daniel Schávelzon

- Entonces, ¿que hacemos? - No hagamos nada, es lo más prudente

- Mejor esperamos a ver que dicen los demás

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

Es habitual en los círculos científicos que se trate de no sacar “los trapitos al sol”. Esto es lógico ya que hacerlo le resta fuerza y cohesión a la corporación misma. Pero esta actitud a veces va en contra de sí misma: cierra filas en mantener errores ocultos, sea por no dañar la imagen personal de alguien con poder o simplemente por flaqueza de ánimo en asumir frente a terceros las malas decisiones. Esto en lugar de ayudar a la corporación la hace pedazos, o le cierra las puertas ante la comunidad, que al final es la que le da credibilidad, reconocimiento y financiamiento; es decir, es para quien existe.

En el mes de septiembre de 2004 los diarios de Buenos Aires al igual que muchos del país y todos los del vecino Uruguay, amanecieron quizás por primera vez en la historia de la arqueología nacional, con extensas notas sobre un Museo de Arte Precolombino del que nadie sabía nada: ¿existía?, ¿dónde?, ¿porqué peleaban empresarios privados y funcionarios públicos?, ¿porqué se acusaba a los funcionarios de haber impedido su apertura?, ¿porqué se acusaba a los donantes de graves delitos como la exportación ilegal del patrimonio?, ¿qué tenía que ver el nuevo museo de arqueología del Uruguay (MAPI) que se inauguró en esos días?, ¿eran ciertos los rumores de corrupción, pedidos de coimas e intentos de figuración desmedida de funcionarios argentinos de la cultura? Y a partir de allí y desde la arqueología surgían otras preguntas: ¿porqué se confunde “dominio público” con “dominio del Estado”?, ¿cómo se maneja la relación entre el mundo empresarial y el Estado nacional en el nuevo marco de la Ley 25.743?, ¿éstas situaciones se habían tomado en cuenta?, ¿se apoyaban líneas bajadas de la Secretaría de Cultura aunque fueran en contra de la misma arqueología?, ¿se estaba ante una postura actualizada o sólo se sostenían ideas anacrónicas

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ante una realidad donde ha cambiado el rol del Estado?, ¿no sería un sainete más del ministro Torcuato Di Tella que había metido la pata una vez tras otra?, ¿se cerraban fuerzas ante “el coleccionismo” en forma indiscriminada sin evaluar seriamente este caso particular?, ¿ponía esto en evidencia que los que produjeron la Ley Nacional de Arqueología no habían hecho antes una evaluación de impacto sobre los mismos arqueólogos y sobre la comunidad, incluidos coleccionistas, fundaciones e instituciones no gubernamentales?, ¿se había hecho una evaluación de los costos políticos de su implementación?

Todo esto se vino encima de golpe: diarios, radios y televisión mostraban dos caras nuevas para la arqueología, enfrentadas, Matteo Goretti y Torcuato Di Tella; el primero no se sabía bien quién era, el segundo ya se había hecho muy conocido no sólo por su cargo sino por sus absurdas declaraciones sobre la cultura, que tras este nuevo escándalo tuvo que renunciar (aunque no fuera sólo por esto, lógicamente). Que un secretario de estado cayera, o terminara de caer, por una pelea arqueológica, era al menos inusitado y eso fue lo que me motivó para registrar los antecedentes del caso.

Un poco de historia o sea quién es cada quién: la colección Goretti

- Deberías haber sido poeta - Lo he sido (señala sus harapos) ¿no se nota?

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

La colección de Goretti comenzó a formarse a fines de la década de 1980 contagiado por Guido Di Tella (no por casualidad hermano de Torcuato y ex ministro de Menem), quien es parte de una conocida familia relacionada con el arte, propietario de una importante colección que luego se donaría al Museo Nacional de Bellas Arte, creador en su tiempo del Instituto que llevaba su nombre y fundador de una universidad. En ese entonces Goretti, como un joven politólogo, era investigador en el departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Di Tella. Fue precisamente Guido Di Tella quien le regaló una cerámica de la cultura Aguada con la que inició su colección y a su vez fue precisamente Goretti quien, entre otros, lo convenció a él de donar la suya al Museo Nacional de Bellas Artes; también fue quien impulsó que el Estado Nacional, siendo canciller Di Tella, comprara la magnífica colección Hirsch que hoy parcialmente exhibe el Ministerio de Relaciones Exteriores. Es decir que llevó a cabo acciones poco habituales entre los coleccionistas, como es el impulsar las donaciones a museos y lograr que un Estado nacional casi paralizado adquiriera colecciones preexistentes.

Lo interesante de la colección de Goretti es que no se hizo sólo comprando piezas como se hace habitualmente, sino con un proyecto diferente: adquirir todas las colecciones que por las sucesivas crisis salían a la venta para irse al exterior y formar un “paquete de rescate” como se lo llamaba entre los amigos. Ya que el Estado no hacía absolutamente nada por impedir el vaciamiento al menos había alguien que hacía algo –bien, mal o más o menos, pero concreto-; obvio que esto no resolvía el problema estructural de la conservación de los sitios arqueológicos, pero se hacía y costaba dinero de su propio bolsillo. Esto lo hizo a la

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vez para Argentina y Uruguay. En nuestro país compró para evitar su exportación las colecciones Magnin, Varela y Justo al igual que piezas que habían formado parte de colecciones ya casi centenarias como las de Rosso y Bravo. En Uruguay compró las colecciones Silva Morales, Saura y varias otras.

Quiero destacar este aspecto nunca contemplado en las discusiones y leyes sobre o contra el coleccionismo: no es lo mismo comprar piezas sin antecedentes en el mercado que adquirir colecciones ya formadas; puede parecer una sutil línea, pero es muy concreta y, a mi parecer, crucial; veremos porqué. Y si también es cierto que desde la Ley 9080 podríamos decir que esas adquisiciones podrían haber sido incorrectas, lo concreto es que ya están formadas, existen desde hace años y jamás nadie se ocupó de ellas; ahora estamos discutiendo su destino y no su genealogía. Somos muchos los testigos de que esas piezas siempre estuvieron a disposición de los arqueólogos para su estudio y exhibición y el mismo Rex González las ha publicado más de una vez. Muchas fueron exhibidas y tantas están fotografiadas y analizadas en los libros que ya es imposible citarlas.

El proyecto del Museo Argentino de Arte Precolombino (MAAP)

- ¿Y si nos consideráramos felices? - Lo peor de eso es haberlo pensado

- ¿Acaso lo hice alguna vez?

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

Una vez terminada la era menemista, Goretti decidió impulsar la apertura en Buenos Aires y en Montevideo de sendos museos públicos de arte precolombino, con todo lo rescatado en ambas orillas, involucrando a especialistas y al Estado. Siendo un particular era un proyecto loable.

En primera instancia hizo una propuesta y la circuló entre los arqueólogos nacionales y extranjeros para que opinen del proyecto y hagan las críticas que consideraran necesarias, recibiendo un fuerte apoyo escrito de personalidades como Claude Levi-Strauss, Manfred Korpfmann (director de las excavaciones de Troya), Humberto Pappalardo (director de las excavaciones de Pompeya), Dennis Stanford, Gary Urton, Betty Meggers, Jeff Quilter, Linda Manzanilla, Ramiro Matos Mar, Luis Millones, Howard Morphy, Roger Chartier, Thomas Cummin, Fermín del Pino Díaz, Carlos Aldunate del Solar, Edgardo Krebs, Tom Dillehay, Philippe Descola y docenas más. Sin embargo, son casi nulos los resultados por lograr apoyo local de la arqueología; las razones que recibió son variadas e iban desde el que no crían en el valor del proyecto, porque con sus razones se oponían, porque competiría con los museos existentes, porque “no me quiero comprometer”, por tener miedo de ser criticado por la corporación, o “si entra … yo no entro”. Sí se lograron cartas de apoyo de Ernesto Sábato, Enrique Tandeter, Cesar Pelli, Tulio Halperín Donghi, Guillermo Kuitca, Roberto Cortés Conde y Tomás Eloy Martínez entre muchos otros personajes de la cultura nacional.

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Esto ya mostraba la confusión respecto a las diversas interpretaciones del patrimonio y a la mirada asimétrica entre la corporación arqueológica y la de las comunidades nacional e internacional. Es cierto, como bien aseveró Pérez Gollán, que no es difícil recabar firmas importantes ante la presencia de un proyecto patrimonial, pero lo que también es cierto es que la sociedad estaba realmente expectante, y lo sigue estando, ante la posibilidad de que el país tenga un buen museo de arte precolombino.

En el año 2001 Goretti resolvió traspasar sus colecciones al patrimonio público como paso previo a sus dos proyectos de museos. Pero de nuevo no era buen momento político porque el país estaba ardiendo y cambiaba gobierno tras gobierno. Es decir, las autoridades no eran confiables para recibir donación alguna; el temor de que quedaran embodegadas era obvio y todos sabemos que la mayoría de las veces este es el paso previo a la habitual desaparición. Para salvar ese tema se creó una fundación privada (en realidad se amplió una preexistente y conocida). El director científico de dicha fundación era, ni más ni menos, Alberto Rex González [1]; esto garantizaba la excelencia de lo que se iría a hacer; por otra parte había sido un viejo deseo de Rex que llegara a existir un museo de esta naturaleza, que siempre se vio frustrado. Como segundo paso presentó en el 2002 una propuesta al Gobierno argentino y otra a la Intendencia Municipal de Montevideo.

En Uruguay el tema avanzó en forma acelerada y se creó junto con la Intendencia el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI). Goretti aportó dinero y su colección uruguaya comprada en el Uruguay e integrada por piezas de las culturas uruguayas. La Intendencia aportó un inmueble, un hermoso edificio del siglo XIX de 4.500 metros cuadrados en la Ciudad Vieja y también las colecciones arqueológicas que posee; se restauró el edificio y hoy el MAPI recibe todos los meses 1.500 visitantes, lo que no es nada desdeñable. Hubo un museo nuevo, se juntaron todas las colecciones públicas más varias privadas y se exhiben; si eso termina con el saqueo de los sitios, seguramente no, pero fue entendido como un paso adelante que el Estado sólo jamás daría.

En Argentina se hizo lo mismo presentándole un primer proyecto al Estado; recordemos que la Ley Nacional 25.743 aun no existía [2]. La presentación era la siguiente, en síntesis:

• Se creaba el Museo Argentino de Arte Precolombino como una institución pública sin fines de lucro y como un centro de exhibición, investigación, docencia y conservación. Surge del proyecto la vocación de que el museo no fuese un centro exclusivo de especialistas sino convertirlo en un ámbito volcado al gran público.

• El museo fue planeado como un ente mixto cuya dirección estaba conformada por miembros elegidos por el Estado Nacional y miembros de la fundación por iguales. Se preveía que los cargos fuesen cubiertos por concurso.

• Goretti ponía toda su colección con la única condición de que la misma fuese exhibida y puesta a disposición de los estudiosos (lo que no sucedía con la colección Di Tella en Bellas Artes, ni la Hirsch en Cancillería y hay varias otras guardadas o de destino incierto).

• También se aportaba la colección de fotografías etnográficas (3000 piezas) y una biblioteca compuesta por más de 12.000 publicaciones de arqueología, antropología y temas indígenas de toda América Latina. De las colecciones fotográficas la

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Fundación Antorchas ha publicado un hermoso libro con las fotos de Grete Stern sobre el Chaco, las que además se han exhibido en la Fundación Proa.

• El Estado Nacional prestaba (no cedía) un inmueble: se pedía la antigua Casa de Ejercicios Espirituales de San Telmo, edificio histórico del siglo XVIII, en Humberto I no. 378, en ese entonces y aun hoy en ruina. Obviamente se podía aceptar cualquier otro inmueble de esas características.

• El Estado nacional prestaba para su exhibición las colecciones Hirsch y Di Tella. De esa manera las colecciones fundadoras del museo eran tres y no una, en su mayoría eran ya públicas y preexistentes [3].

• La Fundación ponía todos los recursos económicos para la restauración y apertura del inmueble. El Estado no ponía ni un solo centavo.

El paso siguiente fue hacerle saber del proyecto al entonces Ministro de Justicia, el Dr. Jorge Vanossi, solicitándole que se destine al museo el inmueble citado, visto que estaba ocupado parcialmente (en los sectores que aún quedaban en pié) por oficinas del Servicio Penitenciario Nacional. Dicha presentación se repetirá en octubre de 2002 en ocasión del cambio de ministro, es decir con el Dr. Juan José Álvarez comenzando todo de nuevo. Este respondió afirmativamente aceptando la propuesta [4]. En base a esta respuesta se le informó del proyecto a los entonces Secretario de Turismo de la Nación, Daniel Scioli, y al Secretario de Cultura de la Nación, Rubén Stella, solicitando se involucren como parte del emprendimiento cultural [5]. Paso siguiente se le solicitó también el apoyo al Secretario de Cultura del GCBA y se lo invitó a formar parte del proyecto. En el mes de diciembre la fundación solicitó el inmueble al Organismo Nacional de Bienes del Estado (ONABE) [6], repartición que entiende lo relativo al cambio de uso de los inmuebles públicos.

Hasta ese momento todo iba bien y en marzo de 2003, Rubén Stella, Secretario de Cultura de la Nación, firmó un acuerdo por la cual dicha secretaría se comprometía a apoyar, ser parte y asesorar a la iniciativa. Como apoyo del proyecto se le envió al presidente Duhalde, a la sra. de Duhalde, al Ministro de Relaciones Exteriores, al Secretario de Cultura, al Ministro de Justicia, al Secretario de Turismo y al Presidente del ONABE, una carta abierta firmada por más de cien representantes de la comunidad científica y cultural del país y del mundo [7]. Poco días más tarde el ministro firmó la resolución para desafectar el uso del inmueble en aquel entonces (que estaba afectado al Servicio Penitenciario, a cargo de ese Ministerio) y lo devolvió al ONABE para seguir el trámite que lo destinara al museo [8]. En dicha resolución el ministro de Justicia incluyó en los considerandos que el inmueble no resulta necesario para el uso que se le estaba dando; cabe aclarar que aun sigue exactamente igual: abandonado, aunque ahora bajo la supervisión de quien se opuso a este proyecto durante el tiempo de Stella. En esos momentos hubo una nota de una hoja entera de La Nación con fotos a color, en que se anunciaba la creación del museo, que estaba todo listo y que sólo faltaba una firma para traspasar el edificio [9].

Hasta ese momento habían surgido oposiciones, como era lógico, pero eran de funcionarias/os que, o querían figurar o tenían terror a que se pusiera en evidencia que ellos no podían hacer un museo y que mantenían cerradas colecciones arqueológicas, o soñaban con coimas imposibles e impensables. Fue en ese contexto que se hizo público, como intento de balancear las cosas, que en el edificio del Correo Central se haría un gran museo de arte precolombino, lo que pocos meses después ni ellos mismos se acordaban de haber

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difundido. Pero esto se entendía en la lucha de poderes y ocultamiento de ineficacia, eso era todo; estos arrebatos no durarían más que el tiempo en que los funcionarios permanecían en sus puestos.

Otro espacio de crítica, éste más acertado, era el del interior del país que pedía que Buenos Aires no siguiera acaparando el patrimonio y que las piezas en realidad deberían regresar a sus sitios de origen [10]. Si bien era absurdo, tenía la lógica del reclamo plañidero e inocente; las piezas habían salido hace al menos un siglo, no era culpa de quienes ahora las reunían para exhibirlas. Por supuesto otro hubiera podido hacer este mismo esfuerzo para hacer ese museo en el interior, es correcto, pero quien hizo este trabajo había decidido hacerlo en la aun capital del país. Lo interesante es la polémica, los principios involucrados, no el entorpecer los procedimientos del rescate. Siendo en extremo pragmáticos, las colecciones ya existen y ese es el eje de todo: o las exhibimos como bien público (aunque no sea necesariamente bien estatal) o no lo hacemos, esa era la principal decisión que los funcionarios, tras sus evaluaciones, debían tomar.

Paseando entre indecisión, mediocridad, figuración, influencias y coimas

- ¿Y, no te han pegado? - Sí… pero no demasiado

- ¿Los de siempre? - ¿Los de siempre? La verdad no lo sé

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

En mayo de 2003 de nuevo cambió el gobierno nacional y todos sus funcionarios. Quedaba pendiente para la realización del proyecto tan solo que el ONABE firmase el destino (como préstamo de uso) del inmueble y la integración del Estado a la conducción y gerenciamiento del proyecto. Para eso se le mandó una carta, repetida tres meses después por falta de respuesta [11], al nuevo director del ONABE. A estas se respondió que “por el momento no resulta factible” acceder a la solicitud formulada [12]. A lo que se pide reconsideración con cartas al presidente de la nación Néstor Kirchner y a varios ministros; ya era Secretario de Cultura Torcuato Di Tella [13]. Hasta ese momento las instituciones de la arqueología habían aceptado el proyecto, quizás alguna a regañadientes, pero no se habían opuesto.

Inmediatamente se iniciaron contactos con el nuevo Secretario de Cultura y con el nuevo Director de Patrimonio, Américo Castilla, con el propósito de solicitar su apoyo al proyecto. Se suponía que siendo una Secretaría de Cultura y con Di Tella al frente, quien provenía de una familia de coleccionistas de arte precolombino, existiría afinidad por el tema. Pero el Secretario de Cultura manifestó que no le interesaba el tema y que no se encuadraba en las prioridades de la cultura, por cuanto:

“Me dijo que no jodiera más con los indios, que habían desaparecido hace más de un siglo con la Campaña del Desierto (…), vos te llamás Goretti y yo Di Tella, venimos de los barcos, no jodas más con eso” [14].

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De ser esto cierto, era el mismo viejo concepto discriminatorio que había hecho fracasar anteriores intentos de hacer un museo similar: Buenos Aires no estaba aun preparado, aunque parezca mentira decirlo.

Luego de esta decisión de Di Tella se le solicitó una opinión al INAPL a cargo de Diana Rolandi y ella dictaminó que no correspondía apoyar la iniciativa; no me cabe duda que lo decidido no pasaba por las ideas de Di Tella sino por otra parte: la Ley Nacional se estaba gestando y centralizaba todo el poder en su propia institución; un museo de esta naturaleza atentaba contra la idea misma de la Ley, la que si bien es muy clara en cuanto al dominio público de los bienes arqueológicos esto significó el dominio del Estado Nacional, lo que no es lo mismo ni lo que la comunidad esperaba. Y creo que también primó una idea anticuada de lo que significa el término “coleccionista” entre quienes confunden esa palabra con “mercado”, creyendo que si se prohíbe coleccionar se acabará el mercado [15]. Cabría destacar que, pese a que se estaba tratando de hacer una Ley Nacional, no se hizo un estudio de la forma en que opera el mercado de piezas arqueológicas, porque entre otras se hubiera logrado entender que éste es el que genera al coleccionismo y es anterior en el tiempo, no a la inversa; entender que en el mundo actual –no en el del siglo XIX- el mercado crea sus consumidores y nunca al revés [16]. Pero este es un tema económico y a nadie le interesa, los carteles ya han sido colgados y son inamovibles por más científicos que sean quienes los cuelgan.

No hubo evaluaciones del impacto de la ley ni siquiera sobre los propios arqueólogos –no hablemos de una evaluación de costos políticos, hubiera evitado la caída de un Secretario de Cultura-, no hubo estudios sobre las relaciones entre el mundo empresarial y las colecciones; y como se tomaron decisiones sin sustento científico sino de principios eso generó varios de los problemas que todos conocemos, éste del museo entre otros. Al parecer la Ley había sido pensada desde una óptica estatizadora muy típica de la época en la que mi generación se formó [17] en la década de 1970, no entendiendo la modernización que el mundo había hecho en la materia, ni el fracaso del Estado en el control absoluto del patrimonio; de allí los pedidos de declararla inconstitucional [18]. Para el año 2003 en que salió la Ley, era casi un fantasma de otras épocas.

Y como siempre seguía presente la vieja confusión entre lo público y lo estatal. Esta discusión, aunque parezca mentira, es ya muy vieja en el país, tan vieja que se remonta en la arqueología al menos a 1910 y es anterior incluso a la Ley 9080 de 1913, tema que sus historiadores han dejado pasar de largo (y hago aquí mi mea culpa). Los libros conocidos sobre la materia discuten, revisan o hacen la apología de esa ley, entendiendo obviamente su ostracismo secular, pero no queda demasiado claro que tuvo una fuerte oposición en su tiempo precisamente de varios arqueólogos. Es posible recordar que quien encabezó esa oposición fue el mismísimo Max Uhle quien escribió, al proponer una legislación uniforme en todo el continente para proteger el patrimonio arqueológico, que “por muchas razones sería impracticable declarar propiedad del estado todas las ruinas y yacimientos arqueológicos de un país, como lo propuso por ejemplo el Congreso Científico de Buenos Aires de 1910” [19], cuando también hubo una polémica al respecto. Es cierto que el mundo ha cambiado desde entonces, pero no hemos visto una evaluación de dicho entrevero ni de sus consecuencias, entre ellas la Ley 9080 tal como terminó redactada. Podemos recordar las duras críticas que en 1957 publicara Fernando Márquez Miranda

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donde ya planteaba la necesidad de separar la arqueología de la paleontología al igual que, de crearse un Registro, éste “sólo tiene finalidades preventivas y no restringe el derecho de propiedad del tenedor actual, pero que impida destruirlo o privar al país de su posesión definitiva” [20]. La ineficacia de la ley la destacó el creado del INAPL en 1941 con todo detalle [21]. Tuviese o no razón Márquez Miranda, el tema estaba bien planteado hace medio siglo, de lo que parece que nadie se dio cuenta. Muchísimo después, la confusión era nuevamente definida por Marta Dujovne al escribir que “no hay conciencia de un patrimonio general, que debe ser público (concepto que suele confundirse con el de estatal), con el que todos tenemos que ver, sobre el que tenemos derechos, pero también responsabilidades” [22].

Regresando al centro de esta historia, junto con todos esos sucesos –y no casualmente- se iniciaron una serie de rumores y embates en contra del proyecto y de Goretti mismo. Se usó para eso una mezcla indefinida entre palabras muy dispares como “huaquero”, “traficante y exportador ilegal”, “comerciante de antiguedades” poniendo en evidencia que no se tenían muy en claro esos conceptos, sus diferencias o similitudes, y muy especialmente la relación con el mundo externo a su propia corporación, el empresariado que podría financiar proyectos de gran envergadura tal como sucede en todas las demás ciencias. Es decir que para algunos Goretti era la situación paradojal de ser a la vez exportador e insistir en donar sus piezas; por cierto esto suena al menos contradictorio.

El tema se cerró cuando en una carta de la directora de Administración y Asuntos Jurídicos de la Secretaría de Cultura de la Nación, informó la falta de interés y compromiso de proseguir con el proyecto [23] debido a la imposibilidad “tanto en el aporte de recursos e insumos como en el mantenimiento de una institución”. Recordemos que la propuesta señalaba que todos los gastos correrían por parte de la Fundación y que el Estado no debía poner absolutamente nada de dinero. Obviamente o era una salida tonta o simplemente no habían entendido nada, o quizás no supieron como sacarse el tema de encima. En el ínterin Di Tella publicó en una larga nota en La Nación que apoyaba abiertamente el proyecto “una vez que se aclaren los malentendidos” [24].

El escándalo comenzaba a tomar ribetes insospechados y en ese momento Rex González decidió renunciar a su cargo acosado por quienes lo presionaban en base a chismes, cargos infundados o simples confusiones.

En definitiva, el gobierno respondió a este proyecto denegando el préstamo de un inmueble abandonado que hubiera sido restaurado, denegando la exhibición de sus colecciones almacenadas y denegando su integración y participación en el mismo. Fracasó así el proyecto de creación del museo en la Argentina. O era sólo el Estado o no era nada; y no fue nada. Nadie discutió los términos del acuerdo, nadie propuso una alternativa, nadie se sentó a discutir, nada: “con los coleccionistas no se dialoga” [25]. Resulta interesante en términos históricos ver cómo se retomaba la vieja consigna del Positivismo en la ciencia, que tanta fuerza le dio a la Generación de 1880, en cuanto a que el Estado se apropiaba de las colecciones para construir un nueva imagen del país como parte de la política de representación de sí misma. ¿Podemos pensar en que estas decisiones de una nueva ley se hacen posibles cuando el Estado se derrumba por la crisis y necesita reconstruir su propia identidad?

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Otro tema paralelo y que fue importante en la decisión de no apoyar un museo de este tipo por parte de varios arqueólogos, es la vieja teoría patrimonial tan trillada en la década de 1970, que asumía que los “museos de objetos” iban a desaparecer por la desaparición misma de una “arqueología de objetos”; esto generó en Estados Unidos interesantes discusiones pero con los años se entendió que el problema era mucho más complejo [26]. En el ínterin existían los estudios del arte precolombino [27] y estaba en discusión la función misma de los museos, tanto locales como los que exhiben lo objetos de terceros, incluso los que desde una capital nacional (como en Buenos Aires) exhiben lo traído del interior. Realmente el tema era extremadamente complejo si se lo veía desde ese punto de vista y llevó a confusiones: en este caso la colección ya existía, era cuestión de mostrarla –bien o mal era otra discusión, nunca hecha-, o no mostrarla.

A todo esto debe sumarse un hecho imposible de demostrar: la presión que habría surgido desde uno de los organismos públicos por una fuerte suma de dinero para efectivizar el préstamo del edificio, ese o cualquier otro. Las cifras eran impresionantes no importando si iba a ser usado como museo, a demolerlo o lo que fuera: el monto era inmodificable. Obvio, no hay documentos, pero este habría sido uno de los ejes de la negativa: “si no se recauda, para qué dárselo” habría sentenciado alguien muy influyente.

Demás está decir que poco después la Ley Nacional de Arqueología se hizo realidad monopolizando para el Estado Nacional – a través del INAPL- todos los bienes arqueológicos, creando una compleja situación con los coleccionistas, museos, organismos públicos y privados y con los mismos arqueólogos: con una visión anticuaria se centraba la ley en los permisos y las colecciones ya existentes, dos temas realmente secundarios, en lugar de establecer las reglas para que el Estado en sus diferentes formas proteja los sitios que están en sus propia tierras –la enorme mayoría- de donde saldrán las futuras colecciones contextualizadas. En lugar de mirar hacia adentro se miraba hacia fuera. En vez de pensar para adelante parecería que el problema era controlar lo ya salido de los sitios; en lugar de organizarse seriamente para el futuro se entabló una polémica para hacer fichas, declaraciones, registros…. burocracia al fin que después de dos años no muestra haber funcionado bien –lo oímos todos de boca de Eduardo Berberián en su conferencia pública durante el último Congreso Nacional de Arqueología-. Entonces, ¿realmente tenía sentido destruir el proyecto del museo en función de esta Ley, o de principios inamovibles?

Cabe recordar que en ese momento, finales del año 2003, las cosas no estaban claras para nadie, al menos no estaban tan claras como para abortar grandes proyectos: los mismos arqueólogos, a través de la Asociación de Arqueólogos Profesionales (AAPRA), habían elevado un extenso memorando de críticas durísimas contra la Ley [28]; esto fue respondió poco más tarde deslindado la responsabilidad a los legisladores que la hicieron [29]. Como respuesta inmediata los arqueólogos que trabajaban en el INAPL se sumaron con otra nota de igual tenor y dureza [30]. Es decir que las mismas personas que en Internet eran (y aun son) indicadas como quienes deben asesorar a los interesados respecto a como operar con las fichas de inventario, hacían pública su oposición.

Para quien veía esto de afuera el panorama no era claro sobre cómo actuar al respecto; más cuando la ley se difundió ya con sus plazos casi vencidos. Y aun era más oscuro constatar lo que decían los papeles sobre quién era responsable de la Ley Nacional en sus diferentes

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versiones. Si hacemos un poco de investigación vemos que el proyecto que terminó, con grandes cambios, haciéndose realidad, nació en 1997 por el proyecto unificado de los diputados Juan Melgarejo y Jorge Solanas; este era muy cauto e indicaba que el Estado debía ejercer “la tutela del patrimonio” y “adoptar medidas tendientes a la conservación” [31]; es más, la versión inicial enviada por Solanas decía claro que “los bienes arqueológicos son del dominio público del Estado Nacional, Provincial o Municipal” [32] y el de Megarejo decía que “se declaran de dominio público de las provincias, los yacimientos arqueológicos…” [33]. A esto le podemos sumar en ese momento la existencia de otros dos proyectos, los de Ernesto Oudin y Antonio Cafiero al igual que el de Felipe Ludueña, que pedían sólo cambios en la Ley 9080 y que no entramos a discutir porque quedaron subsumidos en el proyecto más amplio.

En el año 1998 la Comisión de Cultura del Senado, tras la aprobación de Diputados del proyecto unificado de los presentados por Melgarejo-Solanas, hizo una síntesis de todas las propuestas para enviar a Senadores una versión final. Este trabajo fue loable y significó muchas reuniones, asesoramientos, discusiones en donde estuvieron presentes entre otros los funcionarios del INAPL. Finalmente el proyecto fue consensuado por el INAPL, el Museo de La Plata, el de Ciencias Naturales, el Dr. Eduardo Berberián y quien esto escribe, lo que fue difundido en la Hoja de Cultura no. 6 de la Comisión de Cultura del Senado [34]. El proyecto hablaba de la “tutela del Estado” y no de propiedad exclusiva y así siguió en todos los pasos hasta el año 2001. ¿Cuándo y dónde se propusieron los cambios sustanciales a la Ley tal como estaba y ya tenía media sanción? Todos tenemos un chisme al respecto del mentor intelectual, y aunque todos señalan a la misma persona, no deja de ser un chisme; y de todas formas las responsabilidades son institucionales, no personales.

La tendencia internacional, desde hace dos décadas, es sin duda la colaboración franca entre todos los sectores interesados por la difusión y conservación; hoy en día ni siquiera el pensamiento de la izquierda cree en la exclusiva estatización patrimonial; sí de otros campos, pero en este las cosas se ha cambiado y mucho. Valga de ejemplo que el historiador Horacio Tarcus, director del Cedenci (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda), escribió en esos momentos: “Respecto al drenaje patrimonial hacia el extranjero, no sólo se van cerebros sino también libros, revistas, cartas, manuscritos… Entiéndase bien: no hay en este diagnóstico ningún afán nacionalista contra el imperialismo archivístico de los yanquis, holandeses o franceses. El interés de estos países por nuestra producción cultural no puede ser, para nosotros, sino motivo de orgullo, y su capacidad de preservarlo causa de tranquilidad” [35]. Si quisiéramos ver la postura en Estados Unidos y en la arqueología, hay una publicación reciente de la Society for American Archaeology, donde se impulsa la creación de ONGs y la inversión privada y empresarial en este tipo de empredimientos [36]. Lo único que nos queda por entender es el fracaso absoluto y reiterado del estado en nuestro país; eso es todo, o casi todo. Después viene cómo construimos organizaciones que lo puedan reemplazar democráticamente.

La siguiente etapa: manipulación mediática y realidad judicial, o el juego de Verdad o

Consecuencia

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- ¡Di algo! - Estoy pensando

- ¡Bueno, di cualquier cosa!

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

En estas discusiones se pasó un año. Pero el día 17 de septiembre de 2004 se inauguró con bombos y platillos en Montevideo el Museo de Arte Precolombino e Indígena. La noticia llegó a los diarios y el escándalo tomó estado público: ¿porqué sí se hizo allí y aquí no, si todo era igual?, ¿realmente se habían llevado piezas de aquí para ese museo? Fue tan contundente el problema que la noche siguiente Torcuato Di Tella invitó a Goretti a su casa a conversar y le comunicó que había cambiado de opinión frente a la evidencia de los hechos y del papelón, ahora internacional. En síntesis, que estaba dispuesto a rever el tema siempre que Goretti no publicara que el Secretario de Cultura, apoyado por sus directores, se había negado por escrito a que existiera el museo en la Argentina.

Entiendo que los que apoyaron a Di Tella lo hicieron por seguir una línea vertical y no porque coincidieran con la ideología del Secretario de Cultura, no tengo dudas, pero la realidad hacia fuera fue que no podía haber un museo de arte precolombino en un Buenos Aires de inmigrantes europeos. El temor de Di Tella se acrecentaba desde que en La Nación un miembro de la Comisión Nacional de Monumentos y Museos se preguntaba porqué el proyecto había fracasado aquí mientras que en Uruguay había funcionado bien [37]. Por lo tanto se hizo en privado el acuerdo de no hacer más declaraciones a los medios y Di Tella prometió darle nuevo impulso al proyecto [38].

A pesar de ese acuerdo nocturno, a la mañana siguiente se hizo público que el Director de Patrimonio de la Secretaría de Cultura argentina había radicado, por pedido de Di Tella, una denuncia penal a Goretti diciendo que éste exportó sus piezas ilegalmente al Uruguay. De allí en más se inició una batalla mediática donde Goretti –experto en medios- decía que las piezas estaban en Buenos Aires y que se encontraban registradas como corresponde por la Ley, que Di Tella había rechazado la idea del museo en un grueso error político y que las declaraciones no hacían otra cosa que esconder dichos horribles para un secretario de cultura que ya había sido amenazado por el mismo presidente que evitara estos escándalos. Di Tella se defendía con su gente porque sabía que se jugaba su permanencia en el cargo y salieron a apoyarlo varios funcionarios con declaraciones muy duras [39]. Goretti decidió ese día publicar una gran solicitada en el diario La Nación; esa misma tarde Di Tella llamó a una conferencia de prensa pero se presentó sin aviso Goretti con las pruebas en la mano, repartiendo copias, de que la colección estaba aquí, en Argentina y que el museo uruguayo se había formado con su colección uruguaya.

Como parte del escándalo y ante las denuncias mediáticas de ser un traficante, Goretti acudió a la justicia para demostrar que no había ninguna exportación –hasta ese momento nadie pidió ver las piezas, ni entonces ni después, ni constatar su existencia real o su paradero (¿y si hubiera sido una movida mediática de carácter político?)-, explicando que se trataba de dos colecciones diferentes, que la uruguaya estaba desde siempre allí y ahora en el MAPI y la de acá estaba declarada y fácilmente ubicable. El juez citó a declarar a Arias

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Incollá, Castilla y Rolandi quienes manifestaron ante el juez no tener ninguna prueba de que se hubieran exportado piezas al Uruguay. Di Tella, en su carácter de Secretario, no necesitó ir y lo solucionó enviando un escrito diciendo que se equivocó y que tampoco tenía prueba alguna de sus acusaciones (ver más adelante los detalles de estas declaraciones). Por supuesto esta parte de la pelea nunca se publicó.

La nota que abrió la polémica en los medios fue una hoja completa del diario La Nación en su sección cultura, que bajo el título de El exilio de las musas, escribió el antropólogo Edgardo Krebs [40]. Era un alegato muy fuerte contra el Estado nacional por los intentos trasnochados por querer dominar todos los bienes culturales y los evidentes fracasos frente a ejemplos como el MALBA. El tono era subido y los ejemplos obvios y por todos conocidos; el eje era que ante el fracaso y los ejemplos evidentes del mundo entero, seguir intentando el mismo camino agotado una y otra vez, no tenían sentido ni la nueva Ley ni la política que se estaba siguiendo. Se usaba el ejemplo del MAPI en Uruguay como un caso de eficiencia frente a la imposibilidad de hacerlo aquí; en gran medida se planteaba que la nueva Ley era culpable del fracaso o menos que expresaba el mismo síntoma, que toda la estructura burocrática que la gestó. Según Krebs: “Puede arguirse con toda razón que el patrimonio cultural pertenece al pueblo. Es más difícil arguir que ese patrimonio pertenece al Estado, que es finalmente un grupo de burócratas, muchos de ellos no elegidos por el voto popular”.

La respuesta salió desde el diario Clarín quien dedicó un número de la Revista Ñ bajo el título de ¿Quién protege el patrimonio cultural? [41], escrito por el periodista Ezequiel Sánchez. El centro de esta larguísima nota, inusual en los medios, era la polémica surgida por la Ley en donde se enfrentan las comunidades indígenas junto a los coleccionistas contra el Estado nacional. Al texto central lo acompañan entrevistas y artículos firmados, entre ellos el de José Pérez Gollán. Y resulta interesante ver como quienes escriben o hablan se alejan del centro de la discusión para plantearlo en términos diferentes: que se está perdiendo y destruyendo el patrimonio arqueológico –verdad indiscutible- y que es necesario tener normas que regulen esto -a lo que nadie se opone en este caso-; el museo nada tenía que ver con eso, por el contrario, había recuperado gran parte de lo que se iba al exterior para hacerlo público. El tema Goretti se transformó de golpe en “finalmente trasladó todas sus piezas al Uruguay”, afirmándose algo que en ese momento era sólo un chisme. El artículo de la revista –si bien es importante en sí mismo- es también realmente bueno en ese contexto de contribuir a la confusión general; los alegatos de las comunidades indígenas son tremendos sobre el fracaso de Estado y concretamente se señalaba: “¿Este Estado es el que va a cuidar nuestro patrimonio cultural?, ¿cómo va a manejar el INAPL a los gobiernos feudales y retrógrados que imponen su voluntad hoy día en varias provincias del país? Se cierra con el pedido –la metáfora es del autor de este artículo- de que en la mesa para discutir el patrimonio ya no se siente más sólo uno, el Estado, si no que son muchos los comensales que deben ser invitados si se quiere realmente vivir en democracia. Las comunidades indígenas aclarando que con esa ley se ha violado la Constitución Nacional (art. 75, inciso 17) lo expresaron al pedir:

“promover los mecanismos pertinentes para que la ley 25.743 sea revisada integralmente y modificada luego de un proceso de consulta y debate en el cual participen los pueblos originarios, los arqueólogos y todos los demás actores sociales que tengan un interés

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genuino en la protección de dicho patrimonio, a fin de tener en cuenta la multiculturalidad implicada” [42].

En realidad, revisando los diarios y papeles en busca del antecedente que hubiera desatado la idea de la exportación ilegal –habitualmente el imaginario se asienta sobre algo concreto-, sólo hemos encontrado una referencia imprecisa a un posible traslado de piezas a Uruguay, la que pudo haber desencadenado la imaginación. En Clarín del 29 de julio 2001, mucho antes de todo esto, en una nota sobre el tráfico de arqueología –en la que quien esto escribe hizo declaraciones contra el tráfico ilegal-, hay una extraña cita en la que se dice que Goretti “recientemente embaló sus centenares de piezas y las llevó al exterior” [43]; es obvio que era una especulación propia cuya intencionalidad desconozco. En realidad en el texto se entiende que la cita, de ser textual, suena más a un exabrupto que a una declaración testimonial, pero…. ¿fue este perdido renglón el que desató todo este escándalo? Lo dudo mucho. ¿Era necesario tener un enemigo contra el cual hacerse fuerte para sacar la Ley? Suena más probable y bastante más político.

El episodio mediático cobró el interés de varios funcionarios nacionales que entendieron las maniobras de Di Tella y citaron a Goretti, quien fue recibido por el Ministro del Interior Aníbal Fernández, el Ministro Jefe de Gabinete Alberto Fernández y por el jefe de gobierno de la ciudad Aníbal Ibarra, quienes le manifestaron conocer el error de Di Tella y expresaron su voluntad de seguir adelante con el proyecto. Se le solicitó que presentara nuevamente todo, en especial al Subsecretario de Cultura de la Nación, Paolantonio, cosa que se hizo; todos dijeron que el proyecto se haría rápidamente por considerarlo –ahora- altamente oportuno y prioritario una vez caído Di Tella. Con esa promesa se cerró el círculo y no se volvió a recibir respuesta. Tema muerto y acabado, nadie quiso agarrar la papa caliente. El dinero disponible lo retiraron los benefactores, la colección quedó nuevamente guardada y la Máquina de Impedir triunfó.

En esta toma tardía de conciencia del error, el día 6 de octubre el diario Página 12 publicó una nota de opinión aun más fuerte que bajo el título de “El inventario de Isidorito Di Tella” enumeraba e interpretaba las discutidas acciones y declaraciones hechas por el Secretario de Cultura en su gestión, en la que se describía el error cometido, se aclaraba muy bien que se trataba de dos colecciones diferentes y se entendía que toda la movida era porque

“el Secretario salió a denunciarlo para cubrirse al advertir que podía quedar en off side por su decisión de rechazar la donación, por contraste con Arana (el intendente de Montevideo); recordemos que es un intendente reconocido por su sapiencia artística y sus dotes de gestión. Cabe imaginar que su decisión fue más sabia que la de Di Tella. En todo caso lo seguro es que Di Tella hizo lo que mejor sabe hacer, o sea, no hacer nada y armar un sainete” [44].

El paso siguiente fue la denuncia a la justicia y un nuevo artículo en los medios donde se decía, por boca de Diana Rolandi, que hubo una exportación ilegal al museo uruguayo: “Es una vergüenza que se haya inaugurado ese museo. Las piezas salieron de la Argentina, eso claro está” [45]. Lo interesante es que ningún funcionario había ido a Montevideo porque se habrían encontrado ante una gran sorpresa: las pocas piezas argentinas pertenecen desde

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hace casi cuarenta años a la Intendencia de Montevideo. Es decir, ni siquiera se sabía de qué se estaba hablando; es evidente que se dejaron llevar por dichos de terceros interesados y por su propio superior, Di Tella y su visión cerrada de la historia. Esto llevó a que el 1 de octubre Goretti publicara una solicitada bajo el título La máquina de impedir y el museo que no pudo ser [46], donde explicaba lo sucedido, el doble juego de las autoridades y los errores repetidos por muchos. Ya no había ni buenos ni malos, eran enormes movidas de prensa en que los demás mirábamos estupefactos ya que, en el fondo, lo que se estaba discutiendo era el futuro de nuestro patrimonio arqueológico.

Tres días antes hubo otro escándalo: la justicia allanó la Secretaría de Cultura de la Nación y la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de la Ciudad, buscando evidencias de si había sido o no sido declarada la colección y si los funcionarios podían demostrar sus aseveraciones. Los diarios le dieron gran espacio ya que era poco frecuente este tipo de situaciones [47]. Para contrarrestar eso Di Tella llamó a la conferencia de prensa que ya citamos, que terminó en lo que Clarín denominó “Un gran happening involuntario en Cultura” [48].

Los expedientes judiciales

- ¡Oh, pero lo peor no es eso, desde luego! - ¿Entonces, qué es?

- Haber pensado - Evidentemente

- Hubiéramos podido abstenernos - Ahora ¡qué se le va a hacer!

- Lo sé, lo sé…

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

Las denuncias por contrabando implican un delito grave; una cosa era hablarlo entre colegas, otra decirlo en la prensa y más complejo es hacer denuncias en la justicia; es un delito con cárcel y quien la hace se supone que debe estar seguro de lo que afirma o tener sospechas sólidas al respecto, más teniendo abogados y personal para investigar. Por eso es interesante revisar los expedientes en el juzgado: el tema concluyó con la declaratoria judicial de los funcionarios reconociendo que no había piezas argentinas de Goretti en Montevideo, que no había habido una exportación ilegal, que no había nada de nada, que todo era sólo una movida de prensa. En el expediente [49] Castilla dijo “Tomo conocimiento de los hechos denunciados a través de recortes periodísticos” y que en ellos “de alguna forma se daba cuenta de estas versiones”, cerrando con “yo no tengo ninguna prueba”; también aseveró que la colección no había sido registrada (faltarían los cd´s, ya que la crta fue encontrada durante el allanamiento) basado en la información que se le “transmitió por teléfono” desde el Gobierno de la Ciudad. No hace falta aclarar que todos estos organismos tienen varios abogados y múltiples asesores. El Registro de Bienes Arqueológicos –cosa aparte pero muy concreta-, no fue creado oficialmente en el Gobierno de la Ciudad hasta el 9 de febrero de 2005, es decir más de un año y medio más tarde, con fichas que si bien se basan en las del INAPL fue necesario adecuarlas a la realidad urbana

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de una ciudad [50], como es lógico de suponer. Es decir que para muchos abogados el que la DGPat haya asumido el papel de Registro sin existir este legalmente, era ya tema al menos endeble.

La segunda declaración testimonial fue la de Diana Rolandi, directora del INAPL, que indicó desconocer personalmente la colección y luego aseveró que no hay registro debido a que el Gobierno de la Ciudad “no me mandó nada”; que la investigación que el INAPL llevó adelante consistió en: “yo lo único que hice fue preguntar verbalmente a la Aduana y a la Policía Aeronáutica si hubo salida de piezas arqueológicas sin autorización, ellos me dijeron que no. Esa fue toda mi investigación”. Y aclaró que sí hizo una denuncia por el supuesto ilícito, pero al preguntarle el juez “si tiene conocimiento de cuál es el estado del expediente que tramita ante el juez Canicoba Corral, contestó: no, sólo hice la denuncia”.

La tercer declaración fue de la Directora General de Patrimonio del GCBA quien detalló la tramitación para registrar la colección y la no presentación por parte de Goretti de los cd´s que contenían la base de datos; sin embargo esto había sido entregado en Mesa de Entradas donde se firmó de recibido. Ante el asombro por semejante situación el juez preguntó “si se labró alguna actuación administrativa”, a lo que le se contestó: “no”. Cabe aclararse que al día siguiente sí se hizo una actuación para dejar sentado que los cd´s no fueron recibidos en la DGPat; al parecer como en el recibo consta “una sola pieza” (¿una carta?, ¿un paquete o un sobre grande?, ¿un conjunto unido por una gomita?) eso fue suficiente para que la responsabilidad se diluyera. Así quedaba cerrado el episodio, pero el daño estaba hecho: la Argentina no tuvo un Museo de Arte Precolombino.

La polémica del registro de la colección Goretti

- Me alegré volver a verte. Creí que te habías ido para siempre - Yo también

Esperando a Godot Samuel Beckettt (1952)

Una de las acusaciones más virulentas era que la colección no estaba registrada como manda la Ley 25.473, es decir, ante la Dirección General de Patrimonio del GCBA (entiéndase que era bastante contradictorio que estuviera registrado algo que se decía que ya había sido exportado). Es interesante revisar esto: el 8-9-2003, a poco de publicada la nueva Ley, Goretti envió una primer nota a Di Tella notificándole que era propietario de bienes arqueológicos y solicitaba iniciar el proceso de registro [51]. Más de un mes y medio después el INAPL respondió que dichos bienes debían ser denunciados en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El 3 de noviembre Goretti comunicó por carta al GCBA lo mismo y se presentó a hacer la denuncia; de ello se abrió un expediente [52]. Unos días más tarde le contestó la Directora de Patrimonio que “su presentación resulta efectuada dentro del plazo determinado en el artículo 16 de la Ley 25743” y le solicitó que presentara una base de datos completa con dichos objetos [53]. A esto se respondió que se está completando la base de datos para lo cual solicitaba un poco más de tiempo [54].

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El 16-9-04 Goretti entregó, ya dijimos, por mesa de entradas cinco cd´s con la base de datos, como se afirma en la nota adjunta [55]. Pero los discos no llegaron al quinto piso, o si llegaron se perdieron, lo que generó una difícil situación de dimes y diretes en la que cada uno defendía su posición [56]. Lo concreto es que ante la acusación pública de contrabando y de falta de registro, el que los cd´s no estuvieran no resultaba extraño; para cortar eso Goretti entregó copias al juez quien procedió a allanar la Secretaría de Cultura de la Ciudad. Entre el material secuestrado apareció efectivamente la carta de presentación pero no así los cd´s que realmente no estaban en la caja correspondiente con las otras fichas y documentos. En definitiva, la colección estaba declarada y a lo sumo había un “problema administrativo” del municipio, no del que había hecho la presentación, lo que era muy diferente a la comisión de un delito internacional grave. Aunque se tratara de una maniobra, fuera de quien fuese, no implicaba la falta de registro, tal como lo entendió el juez. Poco después y tras una carta a Goretti este reenvió copia de los cd´s al Gobierno de la Ciudad para terminar con el asunto; ya dijimos que legalmente el Registro en el GCBA fue creado un año y medio más tarde, por lo que para ese entonces no existía como organismo –aunque actuara de oficio y de buena voluntad-, y menos aun había una regulación estricta sobre fichas y detalles a incluir.

El problema con Uruguay

- No creíamos hacer nada malo - Teníamos buenas intenciones

- El camino es de todos - Es lo que dijimos

- Es una vergüenza, pero es así - Ya no hay nada que hacer

- No hablemos mas del asunto …

Esperando a Godot Samuel Beckett (1952)

En todo esto quedó en el medio la siempre complicada relación internacional con el país vecino; parecía increíble que un tema del patrimonio cultural y de museos se transformara en un motivo de alejamiento; pero un contrabando de este tipo en un museo nuevo, con apoyo institucional era un tema grave. Tan grave que nunca debió tomar estado público sin ninguna evidencia concreta.

Poco después de la inauguración del museo y sea por coincidencia con el conflicto de Goretti con Di Tella, sea porque los funcionarios argentinos se pusieron en evidencia por su fracaso, sea por lo que fuese el 23 de septiembre los diarios de Uruguay levantaron las declaraciones de los funcionarios de Cultura argentinos y el escándalo llegó a la otra orilla. Posiblemente a nadie se le había ocurrido las repercusiones que este tipo de acciones podrían tener en el plano internacional, pero efectivamente las tuvieron. Ese día los diarios de Montevideo le dieron gran despliege al tema: “Es una vergüenza que se haya inaugurado ese museo –dijo indignada a La Nación-. Las piezas salieron de la Argentina, eso está claro” declaraba Rolandi indignada [57], mientras que los diarios tendían a apoyar los dichos de Goretti de que existían dos colecciones diferentes y en su apoyo salían los

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funcionarios del gobierno y municipio uruguayo, con fuerte compromiso de su parte. El diario El País incluía un titular que decía “Uruguay rechaza dudas argentinas sobre origen de piezas de museo” [58]; la televisión declaraba “La comuna capitalina asegura que las trece piezas (de Argentina) que se exhiben en el museo no son las del entredicho sino que forman parte del patrimonio uruguayo” [59]. Hay que entender que se le estaba diciendo a otro país que inauguraba un museo con piezas de contrabando, lo que no era poca cosa.

Por suerte, ante la falta de pruebas que llevaran a actuar a la justicia o a Interpol, las aguas se aquietaron y la chancillería del Uruguay entendió que se trataba de una movida de prensa argentina con la que nada podían ni debían hacer. Las trece piezas argentinas eran de ellos, lo tenían claro, lo dijeron y tema cerrado; evitaron así entrar en un escándalo internacional mayor.

El final de la historia

- ¿Y qué hacemos ahora? - No sé

- Vayámonos

Esperando a Godot Samuel Becket (1952)

Como era obvio fue el país el que perdió un museo, la posibilidad de tener acceso público a colecciones importantes y el financiamiento para un proyecto cultural inédito; no se entendió el valor de alguien que en lugar de comprar piezas sueltas compró viejas colecciones que iban a salir del país, para donarlas, al igual que impulsó que pasaran al Estado nacional las dos colecciones más grandes de su tiempo, las de Guido di Tella y Hirsch. En la confusión conceptual se metió todo dentro de una bolsa, se pensó con la mentalidad estatista de hace cincuenta años y se retrasó el pensamiento patrimonial a niveles de los cuales, recuperarse, nos va a costar a todos mucho.

A nadie se le ocurrió discutir las formas del convenio si había cuestiones en que no se acordaba, ver la forma en que la Ley –si realmente ese era el problema- encontraba un punto de acuerdo flexible y racional para todas las partes; simplemente se descartó todo, nadie contrapropuso, discutió o habló con seriedad: Di Tella y su mentalidad anti-indígena y anti-arqueológica, tan típicamente porteña, triunfó, incluso arrastrando a arqueólogos y funcionarios que sabemos que no sostienen esas ideas y que siempre han luchado por el patrimonio. El único triunfo fue que el monopolio del poder quedó en las mismas manos y en el mismo lugar.

Es hora, desesperadamente, de empezar a modernizar nuestro pensamiento patrimonial, si no realmente no va a quedar nada. Y la culpa no va a ser sólo de quienes lo destruyen o exportan, también va a ser de quienes no supieron qué hacer en forma efectiva y pragmática, con el tema. O elaboramos nuestros fracasos o estamos destinados al autismo en el que ya estamos metidos.

Agradecimientos:

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Esta investigación ha tenido muchas fuentes de información lo que agradecemos incluso a los que pidieron mantenerse anónimos/as como es lógico; el tema ha sido hablado con Alberto Rex González, largamente con Alejandro de Angelis en Catamarca, lo mismo con Nani Arias Incollá y sus abogados. Se ha hablado con el personal de secretaría y mesa de entradas de las diferentes dependencias para corroborar las fechas de los documentos y agradezco al Juzgado en lo Económico no. 8 en este sentido, al igual que la Comisión de Cultura del Senado de la Nación. Varios colegas leyeron el manuscrito y dieron sus opiniones, en especial doy las gracias a Edgardo Garbulsky. Matteo Goretti me ha facilitado su documentación, no así he logrado acceder a Torcuato Di Tella, cuyo contacto no ha sido posible, pero entiendo que este tema le resulte molesto para seguir escarbando; igualmente creo que su versión personal hubiera sido importante.

Las citas de Samuel Beckett son traducción del autor de la versión francesa editada por Les Editions de Minuit de 1952 (París), se la ha confrontado con la traducción de esa misma edición al español hecha por Tusquets en 1985; se han evitado los nombres de los actores al inicio de cada frase para facilitar la lectura.

Referencias

[1] Acta no. 76 de la Fundación CEPPA del 23-05-02

[2] La Ley 25743 fue aprobada el 25-6-03 y comenzó a difundirse varios meses más tarde

[3] Quede claro que no se infringía siquiera la nueva Ley Nacional aun no existente, ya que no se adquirían colecciones sino que se transformaban en “bien público”, con control del Estado Nacional

[4] Carta del 14-6-02

[5] Cartas del 26-6-02

[6] Expediente ONABE 052/03, el director era el escribano Francisco Mirabella

[7] Enviado el 17-3-03

[8] Resolución del ministro no. 268/03, 19-3-03

[9] Alicia de Arteaga, El arte precolombino busca un museo, en La Nación 8 de enero 2003, pag. 9

[10] Alejandro de Angelis, Carta abierta a Rex González, Argentina Indyamérica 18 de abril 2003

[11] Cartas del 30-7-03 y 03-10-03

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[12] Carta del titular del ONABE, Lic. Fernando Suárez del 11-11-03

[13] Cartas del 30-12-03

[14] El Litoral, 2 de octubre 2004, Rosario; frase atribuida por Goretti a Di Tella

[15] Existe mucha bibliografía en el mundo que ha demostrado que, al igual que con las drogas, las armas –incluso en su tiempo el sexo, los libros prohibidos o lo que fuera-, no es sólo cuestión de prohibir y perseguir a los consumidores; el mercado opera en formas más complejas y sobrevive. Hay trabajos sobre el tema desde que William Holmes describió el mercado de falsificaciones en México a finales del siglo XIX; Michael D. Coe, From huaquero to connisseur: the early market in precolumbian art, en Collecting the pre-columbian art, pp. 271-189, Dumbarton Oaks, Washington, 1992; también inició el tema Dwigth Heath, Economic aspects of comercial archaeology in Costa Rica, American Antiquity vol. 38, no. 2, pp. 259-265, 1973.

[16] El único intento que conozco sobre una tipología de participantes del mercado y sus motivaciones, aunque en extremo simple, es: Else María Waag y Alcira Imazio, El buscador de tesoros, Etnia (no. Especial), pp. 33-41, Olavaria, 1987 (información de 1972), es una visión folklorista sin analizar el mercado en sí mismo.

[17] Para una postura estatista al extremo, véase mi propio libro: Daniel Schávelzon, El expolio del arte en la Argentina: robos y tráfico ilegal de obras de arte, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1993 y What´s going on around the corner: Illegal trade of art and antiquities in Argentina, en Illicit antiquities: the theft of culture and the extinction of archaeology (N. Brodie y K. W. Tubb, editores), pp. 228-234, One World Archaeology vol. 42, Routledge, Londres, 2002

[18] Alberto Beglieri y Luis Massa, Patrimonio arqueológico, paleontológico e histórico; reflexiones ético-jurídicas y reseña periodística: la Ley 27.543, su inconstitucionalidad; en Diario Judicial (agosto) 2004, ver en www.diariojudicial.com/nota.asp?IDNoticia=2395

[19] Max Uhle, Conveniencia de dictar una ley uniforme en los países americanos para proteger y estimular el estudio y recolección de material arqueológico y antropológico, en Proceedengs of the Second Pan American Scientific Congress, pp. 386-407 (Anthropology), Washington, 1917 (presentado en 1915)

[20] Fernando Márquez Miranda, La preservación de monumentos históricos, artísticos, arqueológicos y objetos folklóricos, Boletín de la Dirección de Museos no. 2, pp. 19-23, La Plata, 1957

[21] Julián Cáceres Freyre, La legislación de los monumentos prehistóricos e históricos en la Argentina, Anuario de historia Argentina vol. II, Buenos Aires, 1941, pags. 3-6

[22] Marta Dujovne, Entre musas y musarañas, Fondo de Cultura Económica, México, 1995; pag. 23

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[23] Expediente 2267/03, nota del 7-7-03 firmada por Lic. Claudia Chavero

[24] Torcuato Di Tella, El Estado y la política cultural, en La Nación 27 de octubre 2004.

[25] Frase de una investigadora del INAPL quien pidió guardar anonimato, al autor, el 13-11-2003

[26] Phillys Messenger (editora), The ethics of collecting cultural property: whose culture?, whose property?, University of New México Press, Albuquerque, 1989 como resumen de este tema

[27] Dada la dimensión del tema, ver como inicio a Cecilia F. Klein, The relation of Mesoamerican art history to archaeology in the United States, en Precolumbian Art History, selected readings, pp. 1-6, Peek Publications, Palo Alto, 1982; los múltiples libros de George F. Kubler han historiado bien el reconocimiento estético del arte prehispánico en el mundo y los procesos vividos en ello.

[28] Nota del 28-10-03, accesible en internet en el sitio de la AAPRA

[29] Nota del 7-11-03, idem. ant.

[30] Nota del 4-11-03, idem. ant.

[31] Proyecto que engloba los OD 961 CD 84/97; 5006 y 1046/97; 5346 y 325/97; CD 319/98; CD 202/01

[32] Proyecto 1046/97

[33] Proyecto presentado en la Sesión 2006 del 30 9-1997

[34] Hoja de Cultura no. 6, 17-11-1998, Comisión de Cultura del Honorable Senado de la Nación; allí figuran quienes fueron consultados para esa versión del proyecto

[35] Horacio Tarcus, La ley del subdesarrollo: perfectos indolentes; Suplemento Cultura y Nación, Clarín, 20 de julio 2002, pag. 3

[36] Thomas H. Guderjan, The basics of nonprofit corporations and archaeology, The SAA Archaeologist Record, vol. 5, no. 4, pp. 18-19, 2006

[37] Alicia de Arteaga, El museo que no pudo ser, en La Nación 17 de agosto 2004

[38] Información personal de Goretti en base a sus notas tomadas en la reunión

[39] Básicamente el apoyo fue desde las instituciones patrimoniales, no desde el conjunto corporativo de los especialistas en patrimonio; lo hicieron explícito Nani Arias Incollá

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(Directora de Patrimonio del GCBA), Diana Rolandi (Directora del INAPL), el propio Castilla y José Pérez Gollán director del Museo Etnográfico

[40] Edgardo Krebs, El exilio de las musas, La Nación (Enfoques), pag. 3, 27 de junio 2004

[41] Polémicas: ¿quién protege nuestro patrimonio cultural?, Ñ, Revista de Cultura, no. 45, portada y pags. 6 a 9, 7 de agosto 2004

[42] Declaración de Río Cuarto, mayo 2005; sobre la relación entre las comunidades originarias y la arqueología ver Kurt Dongoske, Mark Aldenderfer y Karen Doehner (editores), Working Together: Native Americans and Archaeologist, Society of American Archaeology, 2000

[43] “El arte de robar”, en Clarín (suplemento Cultura), 29 de julio 2001

[44] Mario Weinfeld, El inventario de Isidorito Di Tella, en Página 12, 6 de octubre 2004

[45] Fernando Halperín, Conflicto internacional por un museo, en La Nación pag. 10, 23 septiembre 2004

[46] Matteo Goretti, (Solicitada) La máquina de impedir y el museo que no pudo ser, en La Nación, pag. 13, 1 de octubre 2004

[47] Jesús Cornejo, Allanaron la Secretaría de Cultura de la Nación, en La Nación pag. 12, 1 de octubre 2004

[48] Di Tella y un happening involuntario en Cultura, en Clarín pag. 50, 2 de octubre 2004; Jesús Cornejo y Fernando Halperín, Recrudece el conflicto por una colección arqueológica de arte precolombino, en La Nación pag. 18, 2 de octubre 2004

[49] Expediente del Poder Judicial de la Nación, Juzgado no. 8 en lo Penal Económico, 1 de octubre 2004, Juez Marcelo Ignacio Aguinsky, folios 169 a 176

[50] Disposición no. 2 DGPAT, Crea el Registro de Yacimientos, Colecciones, Lotes y Objetos Arqueológicos…, Boletín Oficial no. 2377, GCBA, 9 de febrero 2006

[51] Carta a Di Tella de Goretti del 8-10-2003

[52] Expediente 69.202/2003 del GCBA con apertura del 3-11-2003

[53] Nota no. 1159-DGPAT-03 del 19 de noviembre 2003, firma María de las Nieves Arias Incollá

[54] Carta del 2-12-2003 firmada por Goretti, fecha de entrada del mismo día

Page 22: El Fracaso Del Museo Argentino Schavelzon

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[55] Nota redactada el 16 septiembre, para anexar al expediente 69.202/2003, sello de entrada del 20 de septiembre a las 15 hs

[56] Carta documento de Goretti a Arias Incollá, 5 de octubre 2004

[57] Todoarquitectura.com, 23 de septiembre 2004, pag. 2

[58] En El País 23 de septiembre 2004, Montevideo

[59] VTV Uruguaya, noticias nacionales del 24 de septiembre 2004, Montevideo (el cable está en www.vtv.com.uy)