105

El fuego del dragón

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Novela Fantástica

Citation preview

Page 1: El fuego del dragón
Page 2: El fuego del dragón

El fuego del dragón

2

Page 3: El fuego del dragón

El fuego del dragón

3

EL FUEGO

DEL DRAGÓN

Moisés Herrerías Diego

Page 4: El fuego del dragón

El fuego del dragón

4

SEP-INDAUTOR: 03-2010-022309501400-14

Page 5: El fuego del dragón

El fuego del dragón

5

El rey de los enanos

-I-

Si algún extranjero visitara nuestra aldea, quizás se

vería tentado a pensar que entre nuestros plácidos

cultivos, pequeñas y aparentemente frágiles

viviendas de madera y barro cocido, o los

pintorescos jardines colgantes con flores

multicolores y verdes hojas, es imposible que se

geste un espíritu guerrero, capaz de realizar ni la

mitad de las proezas que nuestras leyendas cuentan.

Pero estarían cayendo en una terrible equivocación.

Ya lo dicen nuestros habitantes más

venerables, viejos y sabios: “Los dragones más

feroces duermen entre las más hermosas flores”. Tal

vez seamos pequeños y algunas de nuestras historias

sean poco precisas, pero eso se debe más al paso del

tiempo que a un afán de engañar al incauto que se

anime a escuchar la voz de un enano.

Somos un pueblo honesto y trabajador que ha

aprendido a navegar a contracorriente y llegar a

tiempo a nuestro destino. La palabra de un enano es

Page 6: El fuego del dragón

El fuego del dragón

6

tan firme como las colinas que nos sustentan y los

campos que nos dan de comer. Pese a lo que se dice

de nosotros, al menos en mi pueblo no existe la

avaricia que ha erradicado a muchas otras culturas,

dejándolas en la más profunda pobreza económica e

intelectual.

No atesoramos joyas, amuletos o monedas,

salvo nuestras “piedras de fuego”; que son esferas de

cristal de roca negra, que en el centro parecen

albergar una chispa de luz, como una estrella

atrapada en un trozo de piedra. Éstas son el único

tesoro que conservamos de un pasado que

permanece ajeno y distante.

Tan pronto nace un enano, se le coloca un

collar que tiene “su propia” piedra de fuego, de la

cual nunca se desprende, salvo por dos motivos;

cuando se establece con quien ha aceptado ser su

pareja e intercambian piedras, como muestra del

compromiso, o cuando se muere. Entonces la piedra

es entregada al ser querido más cercano y el cadáver

es enterrado en el jardín de los ancestros, donde sus

Page 7: El fuego del dragón

El fuego del dragón

7

deudos habrán de sembrar un árbol y en sus

cimientos deberán depositar la piedra de fuego.

Así es, somos ceremoniosos, pero qué le

vamos a hacer. Eso nos ayuda a recordar quiénes

somos. Además de que nos invita a no olvidar a

aquellos que han compartido su pequeño trozo de

eternidad con nosotros.

Tal vez no sepamos cuándo fue que los

primeros enanos abandonaron las entrañas de la

tierra, pero no hemos olvidado que así fue. ¿Qué

pasó antes? No lo sé y nadie lo sabe. Pero se cuenta

que los primeros enanos emergidos quedaron tan

sorprendidos de las bellezas iluminadas por los rayos

del sol (y la dulzura de las fresas), que

inmediatamente olvidaron lo que habían dejado atrás

de ellos. Aunque no se descarta que además de eso

su pasado haya sido tan doloroso, amargo y oscuro,

que prefirieron prescindir de su recuerdo.

En cuanto a lo que ocurrió después, eso lo

sabemos todos, de generación en generación nos

hemos contado siempre la misma historia. De eso

nos hemos encargado todos aquellos que la vivimos.

Page 8: El fuego del dragón

El fuego del dragón

8

La cual no es divergente a la versión que tienen los

demás de la misma, incluyendo entre éstos a los

gigantes. Porque nuestra historia bajo los rayos del

sol va de la mano con la de ellos. Enanos, gigantes

de las montañas y colosos de hielo, entre todos hay

una historia de rocas, sangre, muerte, agua, fresas y

nieve.

-II-

En ese entonces la sequía había hecho mella de

nuestros campos y las fresas brotaban secas,

pequeñas y amargas de los arbustos. Para empeorar

las cosas, el rey había muerto sin dejarnos un

heredero o sucesor designado que ocupara su lugar.

Sólo nos dejó una afligida reina, que no tenía el

menor interés de continuar en el cargo, y un sueño

que nos comunicó a todos, una mañana antes de

morir.

Aquel día hicieron sonar las campanas del

palacio, y como era costumbre, todos acudimos al

llamado del monarca. Él estaba enfermo y cansado

(también los enanos envejecemos), pero era

Page 9: El fuego del dragón

El fuego del dragón

9

intrépido, siempre lo había sido y no se mostró

diferente en esa ocasión.

Se paró ante todos, alzó su hacha sagrada y

gritó:

– ¡Hijos míos! ¡Mucho me temo no poder

acompañarlos por más tiempo! ¡La muerte me ronda

como la blanca luna circunda el firmamento! ¡Pero

he tenido una visión: “un sueño”! ¡Sé que

transitamos por tiempos difíciles, pero hemos tenido

peores, lo sé y algunos de ustedes comparten ese

conocimiento conmigo! ¡Pero también sé que el

futuro habrá de ser próspero! ¡Lo he visto! ¡He

soñado con ello y sé quién habrá de guiarlos en esa

nueva aventura! ¡No conozco su nombre o labor, ni

siquiera sé si ya ha nacido, aunque mi débil corazón

me dice que así es! ¡Ni siquiera sé si habrá de ser

“una”, o “uno” de ustedes! ¡Básteles saber que será

el corazón de este reino y que en su hombro derecho

habrá de tener una marca con la cual podrán

identificarlo con facilidad: “una estrella de siete

puntas”!

Page 10: El fuego del dragón

El fuego del dragón

10

Nadie sabía que ese día habría de ser la

última vez que se dirigiría a nosotros, pero tan

pronto supimos de su muerte la búsqueda de aquel o

aquella que habría de sucederle comenzó.

-III-

El reino era pequeño como lo es hoy, así como sus

habitantes, por lo que no nos demoramos mucho en

reconocer que nadie poseía tal seña distintiva. Había

lunas, tréboles, nubes y hasta mariposas, pero

ninguna estrella de siete puntas. Lo más cercano fue

una estrella de seis picos, que encontramos en el

hombro derecho de una joven cosechadora de fresas.

La cual fue llevada ante el consejo de los ancianos

para que ellos determinaran si era suficiente para

coronarla o no.

El consejo era presidido por la reina, quien

consideró que la marca de la joven no correspondía a

la profetizada por el rey, pero que al ser lo más

cercano que se había podido encontrar, no debía ser

pasada por alto. Pero aún tendría que demostrar que

tenía lo suficiente para ser coronada.

Page 11: El fuego del dragón

El fuego del dragón

11

Kim era el nombre de aquella joven

cosechadora de fresas, quien era feliz con su trabajo

y no tenía ningún deseo de poder o riquezas. Su

mayor anhelo era levantarse todas las mañanas con

los primeros rayos del sol, y su mayor riqueza era

beber un poco de agua fresca del pozo, escuchar el

trinar de los gorriones y recolectar fresas para el

desayuno comunitario. Pero amaba a la reina, tanto

como a su rey, y si ella creía que podría ocupar su

lugar, entonces así habría de ser. Y si su majestad

pensaba que antes de coronarse habría de pasar una

prueba, así se le fuera la vida en intentarlo, con

gusto aceptaría su destino.

La prueba no sería nada fácil, Kim tendría

que ir al norte, donde las montañas le rascan la

panza al cielo. Con el objeto de averiguar por qué

los pozos que se nutren de su agua helada, estaban

casi secos, cuando siempre habían estado rebosantes,

incluso en los estiajes más prolongados. La misión

era peligrosa, no sólo por lo accidentado del camino

e inhóspito del tiempo, sino porque tendría que

atravesar el reino de los gigantes de las montañas, y

Page 12: El fuego del dragón

El fuego del dragón

12

más allá de las tierras heladas, hasta los dominios de

los míticos colosos de hielo.

Ésa era su prueba, mas no tendría por qué

enfrentarla sola, aunque no hubo muchos enanos que

se ofrecieran a acompañarla, de hecho sólo dos;

O´Khan (el guardabosques que siempre había estado

enamorado de Kim) y yo (su entonces bisoño

aprendiz), que por nada del mundo me habría de

perder la experiencia de conocer las tierras que

reposan más allá de las nubes.

-IV-

El viaje empezó muy temprano, cuando el sol ni

siquiera asomaba alguno de sus rayos por encima del

horizonte. Nunca antes alguien había ido hacía

donde teníamos que ir, por lo que no sabíamos qué

tanto cargar con nosotros o cuánto nos tomaría llegar

a nuestro destino. Sin ningún tipo de experiencia, y

basándonos únicamente en el tiempo que nos tomaba

llegar a la laguna de los susurros, más allá del

bosque de los “gigantes verdes”, calculamos que el

viaje habría de durar más o menos treinta o cuarenta

Page 13: El fuego del dragón

El fuego del dragón

13

días, contados con pies pequeños y entre escabrosos

riscos, hasta llegar a la cuna del agua: “las cascadas

de los inmortales”.

No podíamos cargar en nuestras pequeñas

maletas víveres para tantos días, y una carreta sería

demasiado impráctica para el camino, por lo que nos

abastecimos con lo más que pudimos y

emprendimos la marcha, esperando que el viaje sólo

durara la mitad del tiempo calculado.

-V-

Conforme subíamos las colinas y nos acercábamos

al paso de las montañas y al reino de los gigantes,

nuestras pequeñas mochilas se fueron vaciando,

aunque contradictoriamente nos parecían cada vez

más pesadas. Nos costaba trabajo respirar, y entre el

frío y el cansancio, los huesos y músculos nos

empezaron a doler sin misericordia. Ni siquiera

había nieve en las copas de los árboles, pero eso no

impedía que el frío nos abofeteara sin clemencia el

rostro.

Page 14: El fuego del dragón

El fuego del dragón

14

De no ser por las piedras de fuego,

hubiéramos muerto congelados mucho antes de

cruzar la primera de las montañas de la cordillera

helada, o al menos yo, porque cada vez que se hacía

de noche y empezaba a bajar la temperatura, O´Khan

se aseguraba de cubrir con sus propios sarapes el

cuerpo de Kim, sin que ella se diera cuenta, mientras

él se mantenía descubierto casi toda la noche, y

cuidando de que no se fuera a apagar la fogata. Yo

no le decía nada, aunque siempre procuré apoyarlo

lo más que podía. Pues sabía lo que él sentía por

ella. Para mí Kim era quien pudiera llegar a ser mi

reina, pero para O´Khan ella era el amor de su vida.

-VI-

Cinco días después llegamos al reino de los gigantes

de las montañas. Con las mochilas casi vacías y sin

mayor arma que la voluntad de seguir adelante.

Los gigantes no eran nuestros amigos, ni

siquiera nos veían dignos de ser sus enemigos, pero

eran unos vecinos demasiado peligrosos como para

querer convivir con ellos, o desear cruzarnos en su

Page 15: El fuego del dragón

El fuego del dragón

15

camino. Eso lo sabíamos muy bien. En un inicio,

cuando los primeros enanos se establecieron en las

colinas del sur, a los gigantes de las montañas les

gustaba desprender enormes rocas de granito sólido,

sólo para arrojarla sobre nuestro incipiente reino, y

aplastar las pequeñas construcciones y sembradíos.

No con el afán de iniciar una guerra o algo así, sino

como una mera forma de divertirse o pasar el

tiempo. Hacía ya varias cosechas de eso, pero no las

suficientes como para sentirnos seguros al entrar en

sus tierras.

Teníamos que ser cautos, no es bueno

provocar a alguien que puede aplastarte de un

pisotón. Aún quedaban al menos cinco días más

antes de llegar a la cascada de los inmortales, y no

podíamos dedicarle tiempo a un enfrentamiento que

sabíamos perdido.

Por poco lo logramos, pero justo antes de

abandonar sus dominios, un grupo de gigantes nos

descubrió, y sólo por curiosidad nos llevaron ante su

rey.

Page 16: El fuego del dragón

El fuego del dragón

16

-VII-

Todo nuestro reino cabía en el salón de armas del

rey de los gigantes. Su castillo estaba construido con

las piedras de la misma cordillera; tan fuerte y alto

como una montaña. Lucía majestuoso y brillante

bajo los rayos del sol, pero más tarde descubrimos

que su brillo no era menor bajo la luz de la luna.

Adentro se iluminaban con antorchas que colgaban

de las paredes y varios espejos.

Yo imaginaba a los gigantes de las montañas

tan primitivos como los del bosque, aunque mucho

más violentos, pero la brillantez de sus pisos, la

delicadeza de sus relieves, las esculturas talladas en

las paredes, y finos acabados de los muebles y

armaduras, me permitieron verlos de otra manera.

Sentado en un brillante trono de cuarzo

estaba su rey. Imponentemente ataviado con su

corona de cristal, capa de piel, armadura de escamas

de dragón, y una barba tan roja como el sol de la

tarde y tan abundante como el jardín de los

ancestros. Lucía como el más grande de los gigantes:

“como el rey de todos los reyes”.

Page 17: El fuego del dragón

El fuego del dragón

17

Nos dejaron solos frente a él, sobre un

pedestal y un cojín de terciopelo. Él se nos acercó y

Kim le ofreció la última canastilla de fresas que nos

quedaba. El rey la tomó con gusto y se fue comiendo

la fruta una por una, como si fueran pequeños

caramelos, hasta que llegó de nuevo a su trono.

Entonces nos preguntó la razón de nuestra presencia

en su reino.

Kim le respondió con soltura y cortesía,

explicándole la naturaleza de nuestra misión y

circunstancias, pero omitiendo todo lo relacionado al

sueño de nuestro fallecido monarca, y al hecho de

que al completar exitosamente el encargo, ella

podría convertirse en la nueva reina de los enanos.

Al terminar, el rey asintió con la cabeza y

entrelazó sus manos mientras se afilaba la barba con

sus gigantescos pulgares. Después sonrió, como

cuando entiendes algo que te había costado mucho

trabajo comprender plenamente, pero que una vez

que lo captas por completo te resulta demasiado

obvio.

Page 18: El fuego del dragón

El fuego del dragón

18

–Hace tiempo que los había estado

esperando, no sé cómo no me di cuenta de que eran

ustedes. Espero que perdonen mis modales, pero es

que no sabía que estaba frente a la realeza, de lo

contrario hubiera procurado atenderlos como se

merecen. Espero que sus majestades acepten mis

más sinceras disculpas –dijo y se inclinó ante

nosotros.

–Nunca me ha parecido vergonzoso mostrar

mi respeto hacia los otros, y espero que hayan

sabido perdonar la actitud que mis ancestros

tuvieron hacia ustedes, y si no ha sido así…

entonces en nombre de ellos y mi gente les pido que

nos disculpen. Quizás debí de haber enviado algún

heraldo hace mucho tiempo, pero tuve miedo de

crearles más confusión, o iniciar una guerra

innecesaria entre nuestros pueblos, pero ahora que

tengo de frente al futuro rey y reina de los enanos,

no veo una mejor oportunidad para disculparme y

ofrecer mi ayuda en todo lo que necesiten, y mis

capacidades puedan satisfacer –dijo, con voz firme y

sinceridad en la mirada.

Page 19: El fuego del dragón

El fuego del dragón

19

Después nos extendió su mano. Todo eso nos

dejó muy sorprendidos.

O´Khan pidió la palabra para aclararle al rey

que de completar exitosamente la misión, Kim

habría de tener la corona de los enanos y nadie más.

Ante lo dicho, el rey se le quedó viendo muy

extrañado.

Entonces me tomé la libertad de hacer de su

conocimiento el contenido profético del sueño del

rey de los enanos, lo cual dejó aún más confundido a

nuestro anfitrión.

–No sé de qué me hablan e ignoro el sueño

que su rey haya tenido antes de morir… lo que sé es

que la hechicera más confiable de mi reino me habló

de una visión que tuvo hace ya varias lunas. Donde

tres valientes enanos habrían de venir a mi reino con

el fin de devolverle los ríos a las montañas –dijo

sujetando con firmeza su báculo de mando.

–Ella me dijo que los ayudara en todo lo que

pudiera, no sólo por la naturaleza de su tarea, sino

porque uno de esos tres enanos habría de ser el

nuevo rey de su pueblo. Me dijo que lo reconocería

Page 20: El fuego del dragón

El fuego del dragón

20

al llegar porque estaría acompañado de su aprendiz y

de una bella joven, quién se convertirá en su reina –

dicho que ruborizo tanto a O´Khan como a Kim,

quienes se quedaron viendo sorprendidos. Pero al

percatarse del rubor presente en sus rostros optaron

por voltear a ver hacia otra parte.

–Y lo reconoceré cuando regrese porque en

su hombro derecho tendrá la marca de la reina de las

nieves; una estrella de siete puntas –concluyó el rey

y no supimos cómo rebatirle su dicho.

Esa noche fuimos alimentados y hospedados

en aquel majestuoso palacio, incluso el rey le pidió

al más hábil de sus artesanos que nos hiciera tres

pequeñas y hermosísimas camas. Eran tan calientes

y cómodas que la primera proeza de la mañana fue

levantarme, y la segunda fue resignarme a no poder

llevármela conmigo a mi destino y luego a casa.

Para entonces ya nos habían hecho tres armaduras

afelpadas, duras como el más templado de los

metales, pero calientes y cómodas como la más

suave de las cobijas. Nos proveyeron de víveres y

después de darnos de desayunar, tanto el rey como

Page 21: El fuego del dragón

El fuego del dragón

21

su corte nos escoltaron hasta el límite de sus

dominios, al pie de las tierras altas y heladas: “el

paso de los gigantes de hielo”.

-VIII-

El frío helaba nuestros ojos, mejillas y narices, lo

demás estaba cubierto y calientito. Todo a nuestro

rededor era blanco, como si el creador del mundo

aún no hubiera terminado de diseñar ese lugar, o se

le hubieran acabado las ideas.

No había árboles, ni matorrales, o algún otro

ser vivo. No podíamos distinguir el cielo de las

piedras y la nieve. Ni siquiera nuestras huellas

duraban más de un par de segundos. Recuerdo que

pensé que sería una hazaña llegar a nuestro destino,

pero sería aún más grande poder regresar a casa.

Todos estábamos en silencio, pero si no

queríamos perder la razón ante tal inclemente

escenario, sabíamos que teníamos que mantener la

mente ocupada. Nunca sabré lo que Kim o mi

mentor pensaban mientras recorríamos ese lugar,

pero seguramente al menos uno de ellos debió de

Page 22: El fuego del dragón

El fuego del dragón

22

estar pensando en el sueño del difunto rey, y la

visión de la hechicera del Señor de los gigantes. Eso

quizás nunca lo sepa, pero en ese momento mi

mente se entretenía pensando en las dos opciones,

tratando de evitar una tercera; la posibilidad de que

ninguno de los tres regresáramos con vida a casa.

-IX-

No sé por cuánto tiempo caminamos, sólo que por

momentos la blancura que nos rodeaba se hacía

negra, amarilla y roja. Hasta que por fin llegamos a

las cascadas de los inmortales. Entonces el cielo

pareció abrirse ante nosotros, como si quisiera

cerciorarse de que pudiéramos ver con claridad

nuestro objetivo.

Ante nosotros estaba la montaña más alta que

hubiéramos visto en nuestras vidas, y de ella

emanaban tres impresionantes cascadas de hielo, que

alimentaban una brillante laguna congelada, sobre la

que estábamos parados. Las buenas noticias eran que

habíamos llegado a donde nos habíamos propuesto y

sabíamos por qué el agua no fluía con libertad. La

Page 23: El fuego del dragón

El fuego del dragón

23

mala era que éramos incapaces de hacer algo para

remediarlo. Pero eso no era lo único malo, porque

sin que nos diéramos cuenta, nos vimos rodeados

por un ejército de colosos de hielo, tan altos como

los gigantes de las montañas, pero con la piel tan

blanca como la nieve, barba abultada del color de la

escarcha, y ojos oscuros como el más profundo de

los pozos.

Nos tenían amenazados con lanzas de pino

petrificado, mazos de cuarzo blanco y flechas que

yacían inmóviles en arcos firmemente tensados. Uno

de ellos nos dijo… no sé qué cosa en un lenguaje

que jamás había escuchado antes, se oía como rocas

chocando y crujiendo entre sí. Nuestra ignorancia

parecía enfadarle aún más que nuestra presencia, o al

menos esa fue mi impresión, sobre todo cuando

golpeó su mazo contra el suelo y nos hizo caer sobre

el hielo.

Entonces no sé qué sucedió, fue tan rápido

que no me pude percatar de nada hasta que ya fue

muy tarde. Uno de los arqueros había liberado su

filosa flecha de cristal sobre Kim. Fue tan rápido que

Page 24: El fuego del dragón

El fuego del dragón

24

no pude ni moverme, pero O´Khan sí, interponiendo

su cuerpo entre la flecha y el amor de su vida. Kim

resultó ilesa pero mi mentor yacía helado e inerte a

sus pies. Yo había perdido a mi maestro, y ella a su

protector, aquel que día a día se había ido ganando

su cariño y respeto. Su pérdida era mucho mayor

que la mía, pero no era su deber sino el mío vengar

la afrenta, así fuera con mi propia sangre.

Grité como nunca pensé que algún enano

fuera capaz de emitir un sonido. Los colosos

apretaron sus armas mientras yo me armé de valor

para arrancarle a mi maestro la flecha que le había

costado la vida, para usarla como lanza. Sabía que

no tenía ninguna oportunidad, pero me planté

firmemente entre los colosos, y aquellos que poco a

poco ya me había hecho a la idea de llamar mis

“reyes”.

Quisiera decir que mi determinación fue tal

que hizo que los agresores soltaran sus armas y se

rindieran ante el implacable poder enano, pero mi

pueblo no dice mentiras, y la verdad es que fue el

corazón de Kim y no mi furia lo que hizo que los

Page 25: El fuego del dragón

El fuego del dragón

25

colosos soltaran sus arcos y garrotes. Kim, sin

abandonar ni un instante el cuerpo inerte de O´Khan,

empezó a llorar con tan dolor que yo también me vi

obligado a soltar mi improvisada arma y hacer a un

lado la rabia para llorar con ella.

De pronto la laguna entera se estremeció

como si sintiera nuestro dolor, y las cascadas de

hielo cedieron su lugar a potentes chorros de agua

clara. El mismo coloso que nos había gritado hacía

un instante, nos sacó de la laguna antes de que el

hielo bajo nuestros pies se resquebrajara ante la

presión del agua. Entonces de la laguna misma

emergió lo más hermoso que mis ojos hayan visto en

la vida, y eso que desde entonces he visto muchas

cosas maravillosas. Era una diosa, no la podría

describir de otra manera; su piel era azul como el

cielo y sus cabellos eran tan largos y cristalinos

como el agua que brotaba. Era la reina de los colosos

de hielo, que sujetaba entre sus manos un diminuto

collar enano con la piedra de fuego de mi maestro.

Sin mover la boca nos sonrió con el

pensamiento. Nos dijo sin decir una sola palabra que

Page 26: El fuego del dragón

El fuego del dragón

26

hacía varias lunas había ido a bañarse a las cascadas,

como era su costumbre, pero resbaló y se golpeó la

cabeza, quedando inconsciente. Su prolongada

presencia congeló la laguna y las tres cascadas que

le dan alimento.

Luego se disculpó con dulzura por la actitud

de sus colosos. Nos explicó que ellos pensaron que

nosotros habíamos tenido algo que ver con su

repentina desaparición.

–De no ser por esta pequeña piedra brillante

que me calentó lo suficiente para volver en mí,

quizás jamás hubiera logrado descongelarme sola.

Les debo la vida y por eso tengo un regalo para

ustedes –dijo con la mirada.

Entonces tomó a O´Khan y lo abrazó contra

su pecho. Después le colocó de nuevo el collar y lo

dejó recostado sobre la nieve. Él abrió los ojos como

si sólo hubiera estado dormido y se incorporó como

si nada. Kim corrió a sus brazos y selló con un beso

en los labios el dolor que había sentido al pensar que

lo había perdido para siempre.

Page 27: El fuego del dragón

El fuego del dragón

27

-X-

El camino de regreso fue mucho más placentero, no

sólo por ir de bajada sino porque no lo emprendimos

con nuestros pies, sino sobre una nube de nieve que

nos depositó plácidamente en la tierra de los

gigantes de las montañas. Ahí nos estaba esperando

su rey con toda la gratitud de su pueblo por haberles

devuelto el agua.

Me hubiera gustado haber pasado más

tiempo ahí, pero teníamos que regresar a casa.

El rey de los gigantes le regaló un hermoso

vestido a Kim, una pequeña hacha (delicadamente

adornada) a mi maestro, y un precioso escudo, con

un dragón grabado, a mí. Luego nos escoltó hasta el

camino del sur, donde terminaban sus dominios. A

partir de ahí seguimos solos hasta llegar a casa.

En el reino nos recibieron como héroes. La

reina, llena de honor y orgullo, coronó

personalmente a Kim y a O´Khan en una ceremonia

que resultó profética. Porque mientras se hacían los

preparativos para celebrar su unión como pareja, los

encargados de confeccionar los trajes reales

Page 28: El fuego del dragón

El fuego del dragón

28

descubrieron en mi mentor algo que no estaba ahí

antes de irnos. Como recuerdo de la flecha que le

costara la vida por unos minutos, a O´Khan le había

quedado una cicatriz muy curiosa en su hombro

derecho: “una estrella de siete puntas”.

-XI-

Así fue como sucedieron las cosas. Días después se

su coronación los tres regresamos a la tierra de los

gigantes de las montañas con carretas repletas de

fresas y en compañía de nuestros mejores

agricultores, para encargarles la enseñanza de su

particular arte a los gigantes. Así su rey podría

disfrutar de esos dulces naturales que tanto le habían

gustado, pero ahora emanados de su propia tierra y

trabajo. Ellos a su vez, nos enseñaron a trabajar la

piedra y fabricar abrigos y armaduras contra el frío.

Nuestro camino no se detuvo ahí, pues

seguimos más al norte hasta los dominios de la reina

de los colosos de hielo, para obsequiarle un enorme

collar dorado, con una gigantesca piedra de fuego,

en parte por agradecimiento y gesto de buena

Page 29: El fuego del dragón

El fuego del dragón

29

voluntad entre nuestros pueblos, y para asegurarnos

de que las cascadas de los inmortales no volvieran a

detener su flujo nunca más. Tal como ha sucedido

hasta el día de hoy.

Page 30: El fuego del dragón

El fuego del dragón

30

La cazadora

-I-

Mi nombre es Adne y soy… más bien, era una

“agente de la muerte” de la corona de la reina

Helena. Soy una elfa nacida en los bosques más

hermosos y verdes de todo el reino, pero fui traída a

las tierras monárquicas de los humanos desde que

aún era muy joven e ingenua. En el bosque la vida

era apacible, sin bullicio, ni traiciones. No sabíamos

nada de intrigas o engaños.

Crecí entre los árboles en una comunidad

donde la reina de las elfas, Aria, era reconocida

como la madre de todos, como una representación

élfica de la “Madre naturaleza”. Por lo mismo todos

los elfos nos veíamos como hermanos y cuidábamos

de nosotros como una sola familia.

La razón por la que abandoné el bosque y mi

familia estaba más allá de mis deseos o voluntad.

Los elfos y humanos siempre habíamos tenido

nuestras diferencias y conflictos, hasta el día en que

se firmó un “acuerdo de paz y colaboración entre

Page 31: El fuego del dragón

El fuego del dragón

31

ambos pueblos”, o al menos así lo llamaron ellos.

Los elfos conservaríamos nuestro bosque y reino, a

cambio de reconocer a la Corona humana como un

reino superior al nuestro, y de cuando en cuando

algunos de nosotros nos uniéramos a sus fuerzas,

para engrosar su armada.

Para la mayoría de los elfos, incluyendo a la

reina Aria y el consejo de ancianos, más que un

acuerdo de paz y colaboración, eso era una exigencia

de subordinación ante los humanos. Sin embargo,

sabían que de no cumplir con el tributo de elfos o

desconocer la autoridad del reino de los hombres,

nuestro bosque estaría en peligro. Pues los humanos

no dudarían en acabar con todo hasta que no quedara

un solo árbol en pie y por lo mismo, ni un solo elfo

vivo.

El acuerdo era humillante y por eso muchos

desertaron y se exiliaron en las montañas o bajo

tierra, pero la mayoría pensó que era preferible la

subordinación antes que condenar a muerte a nuestra

raza, cultura y mundo.

Page 32: El fuego del dragón

El fuego del dragón

32

-II-

Los elfos varones por lo general son reclutados

inmediatamente en la infantería, por su habilidad

innata en el manejo de muchos tipos de armas, sobre

todo en el uso del arco y la flecha, ya sea juntos o

cada uno empleado como un arma en sí misma.

Hay un dicho entre mi gente que reza así: “un

elfo sin flechas no es menos peligroso que uno con

el carcaj lleno”. Esto es parte de nuestra cultura y

desde muy pequeños se nos enseña a tirar con el

arco a la par que a caminar. Es una herramienta que

está íntimamente ligada a lo que somos, es como una

extensión más de nuestro cuerpo. Pero los humanos

piensan que sólo los elfos varones son capaces de

emplear al máximo la potencialidad de este tipo de

armas. Por lo que a las elfas nos toca el trabajo de

guardabosques y guías del reino, sobre todo cuando

los nobles se aventuran más allá de sus pastizales,

fortalezas y murallas. No se fían de nosotras para la

guerra.

Page 33: El fuego del dragón

El fuego del dragón

33

-III-

Conforme fueron pasando los años, me fui ganando

su confianza y terminé como la guía oficial de la

familia real. Cada vez que alguno de sus miembros

decidía salir del palacio y jardines, para cazar algún

siervo por gusto o deporte, me llamaban para guiarlo

y enseñarle los mejores lugares para realizar su

actividad sin ningún problema. Así fue hasta que un

día el príncipe heredero, para tratar de impresionar a

su prometida, decidió salir sin mi compañía y se

internó con su amada en el bosque, en pos de un

jabalí.

Yo siempre he sabido hacer mi trabajo, por lo

que si mi deber es acompañar a la familia real eso es

lo que hago, y si la contraorden es no hacerlo, de

todas maneras lo hago, pero sin que se den cuenta de

que estoy ahí, sólo por si acaso. Siempre preferí una

sanción por estar donde se me necesitaba, cuando se

suponía que no debería estar ahí, que un castigo por

no realizar el trabajo que se me ha encomendado

desde un inicio.

Page 34: El fuego del dragón

El fuego del dragón

34

Por lo que lo seguí, sin que él lo notara. Paso

a paso nos fuimos internando cada vez más al

bosque, hasta llegar a lugares donde no recordaba

haber estado antes. El príncipe se sabía perdido, pero

era incapaz de admitirlo delante de su prometida, por

lo que se internó aún más. Hasta que por fin localizó

a su presa: “un enorme jabalí negro”.

El príncipe dejó a un lado su arco y sacó de

su morral una potente ballesta. Un arma cuyo

disparo es capaz de perforar hasta la más blindada de

las armaduras, pero tan poco práctica, aún para los

más experimentados, que en la misma cantidad de

tiempo que le toma a ésta expeler una flecha, un

arquero novato puede disparar dos, y un maestro

hasta siete.

El joven heredero preparó torpemente su

arma y apuntó a su presa, esperando el momento

preciso para accionar su peligroso juguete, pero para

entonces el gigantesco jabalí ya lo había visto y se

prestó a embestirlo salvajemente.

El príncipe disparó el arma, pero la flecha no

terminó en el cuerpo de la bestia, sino en el tronco

Page 35: El fuego del dragón

El fuego del dragón

35

de un árbol seco. Entonces, cuando el jabalí estaba a

sólo unos centímetros de alcanzar su objetivo, cayó

fulminado por una flecha salida de mi arco,

atravesándole el cráneo de lado a lado. La prometida

del príncipe yacía tirada en el suelo como una hoja

seca, desmayada por el susto. El príncipe estaba

temblando de miedo, pero agradecido.

–Si alguien me preguntara yo respondería

que su majestad fue quien cazó a la bestia –le dije.

Él asintió con la cabeza y dijo que eso que

había hecho por él no habría de olvidarlo nunca.

Una vez en palacio, el príncipe me mandó a

llamar. Entonces me dijo que había hablado de mis

habilidades con su madre, y que era el deseo de

ambos hacerme su guardaespaldas personal.

–Necesito de alguien que esté conmigo sin

que nadie, ni yo mismo, lo note, y haga acto de

presencia únicamente cuando lo necesite y no antes,

ni después –dijo y como era de suponer no aceptaría

un “no” como respuesta. Después de todo, eso no era

una consulta sino el aviso de mi nueva asignación.

Page 36: El fuego del dragón

El fuego del dragón

36

-IV-

Desde esa tarde fui su guardaespaldas, pero dejé de

serlo al día siguiente de su coronación. Hasta

entonces todos aquellos que pudieran poner en

peligro su vida, terminaban de la misma manera que

aquel enorme jabalí; fulminados por una flecha que

les atravesaba sus cráneos de lado a lado. No eran

pocos sus enemigos, pero nunca tuve que

preocuparme por cuántas flechas cargaba conmigo.

Todos decían que el príncipe contaba con la

protección de un ángel arquero, y desde entonces él

empezó a llamarme “Ángela”.

Al día siguiente de su coronación, aquella

que era su prometida y ahora sigue siendo la reina

Helena, iba a salir con un grupo de nobles de la corte

a recorrer los alrededores de sus dominios, para

conocer las “necesidades” de sus habitantes y

demostrar a sus súbditos el “interés” que la Corona

tenía por ellos.

Era un evento meramente alegórico, donde la

familia real hacía como que estaba al tanto de lo que

ocurría en su reino, los duques, varones y demás

Page 37: El fuego del dragón

El fuego del dragón

37

nobles escondían lo más feo de sus tierras para

resaltar lo “mucho” que todos sus habitantes habían

prosperado, y éstos hacían como si lo dicho por los

otros fuera “absolutamente cierto”. El rey lo sabía,

pero también reconocía el protocolo real, por lo que

le pidió a su reina que realizara el recorrido por él,

mientras él atendía otros asuntos más importantes en

palacio.

–Ángela, te pido que protejas a la reina como

lo has hecho conmigo, sé que corren tiempos

difíciles. Toda sucesión real lo es. Tú has sido mi

fiel protectora en todos estos años, y en verdad

agradezco que los elfos no envejezcan con la misma

velocidad que los humanos, porque así sé que podré

encomendarte a mi descendencia y ellos a las suyas,

con toda seguridad de que su ángel arquero estará

ahí aunque no lo vean. Ya lo has hecho por mí,

ahora te encargo el cuidado de Helena –dijo en voz

baja, confiado de que yo estaba ahí, aunque no

supiera dónde y pensando que nadie más lo había

escuchado.

Page 38: El fuego del dragón

El fuego del dragón

38

Yo tomé mi nueva encomienda y por primera

vez en muchos años, me separé de aquel muchacho

que conocí tan insolente, ensimismado y arrogante,

pero que día a día se fue transformando en rey;

como una oruga que se convierte en mariposa, sólo

que antes de que aprendiera a usar sus alas, tan

pronto salió del capullo un camaleón estiró su

lengua y lo devoró.

Cuando regresamos de aquel recorrido todos

nos topamos con la noticia de que habían asesinado

al rey. Decían que él se encontraba solo en la sala de

armas revisando unos mapas, cuando uno de sus

guardias escuchó un quejido. Al entrar al salón se

topó con el cuerpo sin vida del monarca, tirado en el

piso con una pequeña daga clavada en su corazón. El

arma estaba envenenada, por lo que el rey murió al

instante. Nadie vio, ni escuchó nada, por lo que el

asesino podría ser cualquiera, hasta su guardia

personal. Todo era posible.

Page 39: El fuego del dragón

El fuego del dragón

39

-V-

La reina estaba deshecha, sola y llena de preguntas

sin respuesta que la atormentaban por las noches y

seguían con ella en la mañana. Entonces fue que me

hice presente. Tan pronto me vio me propinó una

bofetada que me dejó sangrante la nariz, pero no le

respondí como en otras circunstancias lo hubiera

hecho.

–Tú eras el ángel arquero del rey, ¿no es así?

¿Dónde estabas cuando todo esto ocurrió? Mi

marido me hablaba todo el tiempo de lo seguro que

estaba bajo tu protección, pero le fallaste y

traicionaste su confianza –dijo, pero antes de poderle

responder, me soltó otra bofetada, que aun pudiendo

esquivar, decidí recibir de pie y sin dar un solo paso

atrás.

Le expliqué que el rey me había ordenado

protegerla en su lugar, seguro de que en palacio

estaría a salvo de cualquier amenaza, pero no tan

confiado de la seguridad reinante a las afueras de la

casa real y del bienestar de la reina.

Page 40: El fuego del dragón

El fuego del dragón

40

Ella me miró, trató de articular alguna

palabra pero no pudo, sólo se me quedó viendo,

llena de lágrimas y dolor, luego me abrazó y con la

voz entrecortada me pidió perdón, algo que

seguramente nunca había hecho antes en su vida, por

lo que me sentí de alguna manera halagada, aunque

no pude evitar sentir pena por ella.

Al final de la ceremonia fúnebre, la reina se

quedó sola en la cámara mortuoria real, enfrente del

ataúd de su rey. Entonces me encomendó mi última

misión como guardaespaldas, y la primera

encomienda como “agente de la muerte” de la

Corona.

Al igual que el rey, ella sabía que estaba

cerca aunque no supiera dónde me localizaba. Por lo

que se acercó al ataúd de su marido y susurró:

–Encuentra a todos aquellos que hayan

tenido que ver con su muerte y devuélveles el regalo

que le dieron al rey.

Su voz era fría, estaba más llena de ira y

venganza que sedienta de justicia.

Page 41: El fuego del dragón

El fuego del dragón

41

–No me importa si está involucrado algún

noble, cortesano o clérigo, mátalos a todos y no sólo

a la mano ejecutora. Los quiero muertos con tu

firma; tú sabes… una flecha atravesándoles de lado

a lado sus cabezas, así sabré que fuiste tú e impediré

cualquier investigación. Tú cuidaste de él en vida,

ahora que me lo han arrebatado, sé mi ángel de la

muerte –agregó, y concluyó besando el frío mármol

de la lápida de su marido.

-VI-

La cacería no fue fácil, el arma empleada para

asesinar al rey era más común que una sanguijuela

en el botiquín de un curandero orco. Pero el veneno

no era nada corriente y me condujo rápidamente a la

vivienda de un alquimista. Me oculté entre las

sombras y esperé hasta que él llegara. No debía

matarlo hasta conocer la identidad de todos los

demás involucrados. No me importaba por qué lo

habían hecho, sólo me interesaba cumplir con la

misión.

Page 42: El fuego del dragón

El fuego del dragón

42

Aquel hombre llegó despreocupado casi a la

media noche, cuando la luna yacía oculta tras las

nubes y apenas alumbraba la calle, por lo que mi

trabajo se tornó aún más fácil. Tan pronto él entró a

la vivienda, la punta de mi flecha se encontró

apoyada firmemente en su sien.

–Soy el ángel de la muerte y tú sabes por qué

estoy aquí –le dije sin revelar ningún tipo de

emoción u orgullo. Él sólo hacía como si no supiera

nada, mientras yo le apoyaba la punta de la flecha,

cada vez más dentro de su cabeza.

– ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Pero no me mates,

te lo diré todo! ¡Yo no quería… en serio, pero me

ofrecieron condonar mis deudas si accedía a

prepararles el veneno! ¡Vino el varón de Akona, con

el duque de Monsqueda, y un asesino montaraz… un

tal Mesti o Mastid! ¡Me dijeron que la muerte del

rey ascendente era lo mejor para el reino! ¡Con él, la

Corona perdería fuerza frente a las hordas invasoras

del norte, o enfrascaría a la región en una guerra

interminable! ¡Eso es todo… de verdad es todo lo

que sé! ¡Ahora… perdóname la vida… y vete! –dijo

Page 43: El fuego del dragón

El fuego del dragón

43

tartamudeando y apunto de defecar en sus

pantalones.

–Yo nunca dije que te dejaría vivir, lo único

que has ganado con tu confesión es hacer de tu

muerte algo menos doloroso de lo que podría haber

sido, es más… he sido tan gentil contigo que

mientras hablabas he estado apoyando cada vez más

adentro la flecha. Tan suavemente que ni siquiera

has notado que sólo me falta un empujoncito para

acabar con mi trabajo y caigas ante mí, tan muerto

como lo habrán de estar todos los demás que estén

involucrados –le dije, pero creo que ya no alcanzó a

escuchar lo último.

-VII-

Akona y Monsqueda fueron presas fáciles, casi

como atravesar el cauce de un río que ha

permanecido seco por varios años. Ellos se

encontraban juntos y festejando el éxito de su plan,

en compañía de algunos miembros de la Corte real y

otros nobles. Por primera vez revisé mi carcaj para

verificar que contara con las suficientes flechas para

Page 44: El fuego del dragón

El fuego del dragón

44

todos ellos, pues no esperaba encontrarme con

tantos. Podría matarlos sin necesidad de ellas, pero

la reina había sido muy precisa en indicarme la

manera en que los quería muertos.

Sin demora, y justo cuando todos se

encontraban elevando sus copas de cristal, uno a uno

cayeron fulminados por mis flechas. Estaban

muertos sobre sus rodillas, aún antes de que

pudieran soltar las copas, y éstas se estrellaran

contra el suelo.

-VIII-

Al montaraz lo encontré en el que sería el mejor día

de la vida de un comerciante de pieles, aunque

quizás nunca lo supiera. Mastidis, que es como se le

conocía por los alrededores, se encontraba a las

afueras de la casa del mercader Varún, quien tenía

cierta deuda o conflicto con alguien lo

suficientemente poderoso, o interesado en cobrarse

de cualquier manera, como para mandarlo a matar.

Si alguna vez Varún conoció la muerte por

órdenes de aquel acreedor… no lo sé. Pero esa

Page 45: El fuego del dragón

El fuego del dragón

45

noche la dejó plantada, o tal vez fue ella quien le

pospuso la cita, y que su verdugo murió por unas de

mis flechas, antes de que pudiera sujetar alguna de

las dagas envenenadas, que le habían quedado de

recuerdo de su trabajo anterior.

-IX-

La reina lucía complacida con mi trabajo, pero no

por eso se podía decir que estuviera feliz. Su

venganza estaba completa, pero ninguna de esas

muertes le devolvió la vida a su rey. Las buenas

noticias eran que la Corona ahora tenía menos

enemigos y una nueva agente de la muerte.

Mi trabajo era simple; tenía que recorrer el

reino, de pueblo en pueblo, para ejecutar a aquellos

que pudieran ser, o fueran un peligro para la

integridad de la reina y sus súbditos. Sin esperar el

agradecimiento de alguno de ellos.

En mis recorridos maté nobles, orcos, troles,

magos, hechiceras, desertores e incluso a un dragón

que tenía sometido a todo un pueblo. De esa

encomienda salí con varias quemaduras y rasguños,

Page 46: El fuego del dragón

El fuego del dragón

46

matarlo no resultó nada fácil, y no bastó una flecha

sino un millar para verlo caer ante mí.

De las quemaduras, moretones y rasguños,

nunca demoré mucho en recuperarme, pero con cada

misión y muerte, sentía que perdía algo de mí.

Evidentemente ya no era la misma elfa que había

salido del bosque. Aunque sabía que con cada

muerte estaba haciendo más segura la vida de todos

los habitantes del reino, no podía dejar de pensar que

me estaba convirtiendo en algo que iba en contra de

mi propia naturaleza. Ya no era más una guardiana

de la vida, sino una cosechadora de la muerte.

-X-

Hace unos días maté a una hermana elfa. Se le

acusaba de asesinar a un grupo de soldados y la

querían muerta. La misión me estremeció y me

provocó mil dudas antes de aceptarla. Al final decidí

hacerme cargo, teniendo en mente que era una

hermana y yo tenía la obligación de darle la

oportunidad de explicarse. Ése era un regalo que

Page 47: El fuego del dragón

El fuego del dragón

47

nunca le había dado a nadie, pero ella era de la

familia.

Rastrear a una elfa que no desea ser

encontrada, es tan difícil como salir seca de un lago

después de haberte dado un chapuzón. Ningún

soldado de la Corona podría dar con ella, ni

arrasando el bosque, pero yo no era como ellos, sino

como ella, por lo que podía intuir con mayor

facilidad dónde podría esconderse una de mis

hermanas, sobre todo si no deseaba ser descubierta.

La localicé dos días después, en las viejas

ruinas de un templo donde se solía venerar a la

Diosa de la Luna. Se le veía asustada, sentada sobre

uno de los monolitos. No estaba escondida, pero

lucía temerosa. Recuerdo que pensé: “Ahora con

calma, acércate y habla con ella, deja que te

explique”. Pero cuando me di cuenta ella ya se había

abalanzado sobre mí y yo, que he aprendido a no

acercarme a una presa sin el arco bien tenso, hice lo

que siempre he hecho, y la maté.

Ella ni siquiera estaba armada, bien hubiera

podido esquivarla y tratar de razonar con ella, pero

Page 48: El fuego del dragón

El fuego del dragón

48

el caso es que no lo hice, sólo liberé la flecha del

arco y dejé que le atravesara el cráneo de lado a

lado.

Por primera vez en mucho tiempo, lloré y

arrojé mi arma contra las piedras. Actué por instinto,

como seguramente ella también lo había hecho, tal y

como aquel jabalí negro.

Ya no había nada que hacer, no se puede

razonar con alguien que tiene una flecha atravesada

en su cerebro. Pensé que jamás sabría por qué había

hecho lo que hizo, y la respuesta a esta pregunta se

sumaría a una larga lista de razones que me negué a

escuchar.

Recogí el arco del suelo y me alejé de ahí, sin

voltear la mirada. Era necesario que le diera la

vuelta a la página y siguiera mi camino, entre las

sombras de los árboles, en pos de mi siguiente presa.

La cual no habría de demorar mucho en aparecer.

-XI-

Esa misma noche y camino al siguiente pueblo, el

canto de los árboles se vio interrumpido por un grito.

Page 49: El fuego del dragón

El fuego del dragón

49

Una joven aldeana que regresaba a casa fue

sorprendida por un grupo de soldados, que la

rodearon con malas intenciones, pues la tenían sujeta

del pelo, el cuello y los brazos, además de que le

habían empezado a rasgar la ropa, mientras hacían

alarde de las mellas presentes en sus escudos y

espadas. Estaban cinco plantados en el camino y dos

más a lomo de caballo.

Podría haber sido sigilosa, pero me había

cansado de matar y escabullirme entre las sombras.

Además, se supone que los soldados están para

proteger a la gente y no para lo opuesto. Por lo que

con el arco bien tenso me hice presente ante ellos.

Les dije que soltaran a la mujer, pero no

quisieron escuchar. Uno de los que andaba a caballo

desenfundó su espada y corrió a embestirme. Pero

cuando estuvo lo suficientemente cerca para

partirme en dos, una de mis flechas se alojó en su

pecho. El otro montado huyó, pero los otros cinco

me rodearon. Uno de ellos con una ballesta en la

mano. Por supuesto que no tuvo tiempo de apuntar,

Page 50: El fuego del dragón

El fuego del dragón

50

ni los otros lograron dar un solo paso, antes de caer

muertos a mis pies.

La aldeana estaba asustada pero no herida, al

menos no físicamente.

–Espera aquí –le dije y monté sobre el

caballo del soldado muerto.

A todo galope fui tras aquél que había huido.

No podía dejarlo con vida. La integridad física de la

aldeana estaría en constante peligro si ese canalla

llegaba a salvo a su cuartel. Tal vez la había ayudado

esa noche, pero no estaría ahí para hacerlo siempre.

Los dos caballos eran igual de veloces, pero

yo era mucho más ligera, por lo que no demoré en

alcanzarlo, justo a la entrada de la ciudad. Entonces

tomé mi arco y disparé la última flecha; el soldado

ya estaba muerto cuando cruzó el umbral del cuartel.

La aldeana estaba a salvo, nadie que pudiera

vincularla con lo ocurrido seguía con vida, pero no

se podía decir lo mismo de mí, ya que los guardias

de la entrada me habían visto y yo no encontré

ningún deseo de matarlos esa noche. Sólo di media

vuelta y me alejé de ahí lo más rápido que pude.

Page 51: El fuego del dragón

El fuego del dragón

51

La aldeana me esperaba en el mismo lugar.

–Te aconsejo que te dirijas a tu casa por otro

camino, tras de mí han de venir otros soldados. No

te preocupes por nada, ellos no podrán relacionarte

con la muerte de sus compañeros. Ten estas

monedas y cómprate un nuevo vestido. Sé discreta y

cuídate.

Ella asintió con la cabeza y tímidamente me

dijo:

–Gracias ángel de la muerte.

–No “ángel de la muerte”, me llamo Adne y

no tienes nada que agradecerme –agregué y me fui

cabalgando de ahí.

El suelo retumbaba con cada zancada del

caballo, y su relinchar estremecía hasta a los árboles

que me vieron pasar como testigos mudos. Hice el

mayor ruido que pude. Todo con tal de que fuera a

mí a quien escucharan los soldados, y no prestaran

atención a la joven aldeana.

Page 52: El fuego del dragón

El fuego del dragón

52

-XII-

Ahora estoy aquí en las viejas ruinas de la Diosa de

la Luna. Apenas he enterrado los restos mortales de

mi hermana, caída por mi propia flecha, y aguardo

que vengan por mí. Dejé suficientes pistas en el

camino y espero que no se demoren demasiado en

dar conmigo. Aunque nunca se sabe con los

humanos.

Quizás me ocurrió lo mismo que le pasó a mi

hermana, y tal vez mi historia termine igual que la

suya, no lo sé. Pero no caeré tan fácilmente como

ella. No me abalanzaré desarmada contra los

cazadores. Los esperaré preparada con mi arco bien

tenso, aunque no tenga tiempo de hacerme de más

flechas. Veré si es verdad aquel dicho, y esperaré ser

tan peligrosa sin una sola flecha, que como siempre

lo he sido con el carcaj lleno.

Tal vez no pueda atravesarles el cráneo, ni

les deje mi firma, pero eso no importa. Ya no soy el

ángel de la muerte de la Corona, tampoco “Ángela”.

Mi nombre es Adne y soy una elfa cazadora.

Page 53: El fuego del dragón

El fuego del dragón

53

El desollador

-I-

Nadie sabe su nombre o se ha atrevido a preguntarlo

siquiera, pero se le conoce como “el desollador”.

Para muchos no es más que una leyenda que alguna

vez han oído, pero ninguno se ha atrevido a

desestimar el riesgo que su mera mención implica.

Se sabe que son muy pocos los que han

admitido haberlo visto alguna vez, pero se tiene la

creencia de que son muchos más los que lo han

observado y preferido guardar silencio. Aquellos que

afirman su existencia lo describen como un ser

intimidante, rodeado de un aura de oscuridad y

muerte.

Unos dicen que es un gigante vestido con la

piel aún sangrante de varios animales, incluyendo la

del ser humano. Otros cuentan que porta una pesada

armadura hecha de huesos y carne en

descomposición. Hay quienes aseguran que es un ser

creado con desechos de cadáveres, o quizás sea la

propia muerte vestida de terror y desamparo.

Page 54: El fuego del dragón

El fuego del dragón

54

Dicen que no va armado, salvo por sus

filosos dientes, poderosas garras y descomunal

fuerza. Otros aseguran que carga consigo una

poderosa y pestilente hacha, elaborada con los

propios restos de sus víctimas. Pero también hay

quienes cuentan que no le hacen falta armas, dientes,

garras, o herramientas, porque su arte es despellejar

desde adentro; penetra en tu corazón y se alimenta

de tu propia maldad, rencor, odio y miedo.

Por cierto, nadie recuerda haberle visto

alguna vez la mirada. Se sabe que hay quienes lo han

hecho, pero lo niegan y si se les insiste en el tema se

van por ahí como pequeños animales asustados por

un depredador.

Hay quienes dicen que sus pisadas son las

más profundas que se pueden encontrar, pero aún

nadie ha dado con una sola de sus huellas. También

hay los que aseguran que el suelo se estremece con

cada uno de sus pasos, y hasta los árboles se hacen a

un lado para no obstruir su recorrido. Hay otros que

dicen que no camina como nosotros, que sus pies

nunca tocan la tierra y aunque ande por los mismos

Page 55: El fuego del dragón

El fuego del dragón

55

senderos que uno pueda estar transitando, no se le

puede ver sino hasta que ya es demasiado tarde. Por

el contrario, otros más, aseguran que su hedor de

pantano lo delata, pero resulta tan intimidante su

presencia que es imposible huir de él, simplemente

las piernas se acobardan a más no poder y no

responden.

-II-

Desde pequeños todos hemos sabido de él. Nuestras

madres nos lo presentan a través de relatos y

anécdotas que la gente cuenta. Nos dicen que

debemos ser buenos y obedecerles en todo, o él

vendrá por nosotros y ellas no podrán hacer nada al

respecto.

Es mucho más que un cuento, es una

presencia real que nos ronda. Se sabe que un

muchacho en alguno de los pueblos vecinos, cada

semana se metía a robar a la casa de una curandera;

una mujer fuerte aunque entrada en años. Al

principio le robaba una o dos manzanas, pero

conforme pasaron los meses, empezó a llevarse

Page 56: El fuego del dragón

El fuego del dragón

56

objetos cada vez más valiosos, hasta el día en que la

dueña de la casa lo descubrió en el acto.

Como el pueblo era muy pequeño y todos se

conocían, aquella mujer logró identificarlo de

inmediato, y al no poder atraparlo en ese momento,

lo denunció ante sus padres. Ellos hablaron con él,

pero el muchacho negó todas las acusaciones, a

pesar de que se le encontró en posesión de objetos

que la mujer ni siquiera había notado que le faltaban,

pero que indudablemente eran de ella. Los padres

reprendieron a su hijo y él se vio obligado a

devolver todo lo que había sustraído, con excepción

de algunas cosas que ya había vendido en alguno de

los mercados de la localidad.

Se dice que la curandera pensó que todo

había quedado ahí y no informó a las autoridades.

No le vio ningún sentido involucrar a nadie más,

pero ya alguien se había entrometido.

Cuentan que esa misma noche aquel joven se

escapó de su casa y se dirigió a la vivienda de la

curandera, para vengarse de ella. Se dice que a

hurtadillas entró por una de las ventanas, armado

Page 57: El fuego del dragón

El fuego del dragón

57

con un filoso cuchillo que le había robado a su

padre, que era peletero, pero al entrar a la habitación

donde dormía la vieja, en vez de encontrarse con ella

se topó con algo más: “el desollador”.

Nunca más se volvió a saber del muchacho y

aunque se ha vuelto parte de las historias que se

cuentan por todos lados, nadie sabe qué pasó

realmente.

Hay voces escépticas que dicen que el

muchacho simplemente se escapó y ha de andar en

algún otro pueblo, o reino lejano. Hay otros que

creen que la curandera, harta de tantos robos y en

defensa propia, lo asesinó tan pronto lo descubrió en

su casa, y los restos se los dio a comer a sus

animales. Pero los que aseguran eso o lo otro son los

menos, porque la mayoría piensa que el desollador

hizo honor a su nombre, y enriqueció su colección

de pieles y huesos con los restos del muchacho. Hay

quienes afirman que lo desolló con sus propias

manos y luego lo devoró. Pero no hay manera de

asegurar nada de esto, pues no hubo testigos o ellos

no han querido hablar al respecto.

Page 58: El fuego del dragón

El fuego del dragón

58

-III-

El desollador es un ser al que hay que temer, pero

también es la verdadera ley entre los pueblos, muy

por encima de la Corona. Es un símbolo de paz y

tranquilidad para aquellos que quieren vivir de igual

forma, pero también es un heraldo del miedo y la

intimidación para aquellos que les gusta abusar de

los otros y pretenden salir impunes de sus fechorías.

Es un fiel aliado de las madres a la hora de la

crianza y educación de sus hijos. Pero también es el

terror en los corazones de los que mienten y

traicionan. Además de un salvador y verdugo que

carga con la vida y la muerte a cuestas.

En cada pueblo hay un portal de piedra

donde el desollador ha dejado su firma: “una huella

de sangre que nunca se seca”. Se dice que cada

noche él se queda a dormir en un pueblo distinto, por

eso en cada uno se le ha acondicionado una vivienda

para que él descanse. Ahí se le ofrece cama, comida

y vino para mitigar su cansancio, hambre y sed.

Page 59: El fuego del dragón

El fuego del dragón

59

Se sabe que no existe ladrón o asesino que se

atreva a actuar en cualquiera de los pueblos donde el

desollador hubiese dejado su huella. Como la sangre

de su marca nunca se seca, los ladrones y asesinos

no saben si la acaba de dejar, y en ese momento está

durmiendo en ese lugar, o hace años que no pasa por

ahí. Por lo que mejor no se arriesgan y siguen su

camino.

Page 60: El fuego del dragón

El fuego del dragón

60

El espejo

-I-

A mi alcance tengo el poder más grande que

cualquier mortal pudiera querer. Pero no lo quiero,

al menos ya no. Quizás por el simple hecho de que

ya no soy un mortal.

Mi nombre es irrelevante, ya que no hay

nadie a mi lado que pueda pronunciarlo de nuevo.

Hace siglos, quizás milenios, yo era el mago más

poderoso que caminara sobre estas tierras. Era el

hijo preferido de Draco; el dragón más viejo y sabio

de la región. Él no era realmente mi padre, pero fue

la única figura paterna que tuve en la vida. Las

nodrizas que estuvieron a cargo de mi crianza solían

decir que él me había encontrado abandonado entre

unos cascarones rotos, en una madriguera de

dragones. Ahí había ocurrido una masacre. Un grupo

de cazadores habían encontrado el nido, y destruido

uno a uno todos los huevos ahí presentes. Hasta que

mi maestro los descubrió y los perpetradores fueron

consumidos por su aliento de fuego.

Page 61: El fuego del dragón

El fuego del dragón

61

Ningún cazador salió con vida, pero tampoco

se pudo rescatar ningún huevo. Mi mentor había

llegado demasiado tarde. Pero entre los cascarones

me encontró a mí. Sin una sola quemadura o

rasguño. Tal vez intrigado por mi presencia en ese

lugar o resistencia a su implacable aliento, Draco

prefirió cuidar de mí en vez de acabar conmigo.

Permitiéndome de esa manera, y al paso de los años,

que me convirtiera en su aprendiz.

Él me enseñó todo lo que sé de magia, lo

demás se lo dejó a su harén de servidoras: “mis

madres”. Ellas me enseñaron a caminar y

desenvolverme entre los mortales, en tanto que él me

instruyó a invocar las fuerzas de la naturaleza y

hablarles de tú a los dioses.

Conforme fueron pasando los años, dejé de

ser el protegido de mi maestro, para convertirme en

su protector. Aunque ante mis ojos él siempre sería

el más poderoso de los dos.

Cuando era niño nadie se atrevía a meterse

conmigo por temor a la ira de mi padre. Una vez

Page 62: El fuego del dragón

El fuego del dragón

62

crecido, le tenían más miedo a mis habilidades

mágicas que al fuego del dragón.

-II-

El agua, el aire, la tierra y el fuego se volvieron mis

aliados naturales. Era capaz de invocar a la lluvia, el

viento, los terremotos e incendios con sólo desearlo,

canalizando mi energía a través de algún objeto

sagrado. Asimismo, podía combinarlos y crear

huracanes, tormentas, lluvia de estrellas, o atraer

meteoritos sobre las cabezas de los enemigos de mi

padre. Ningún cazador de dragones volvió a

internarse en los dominios de mi Señor. Ni siquiera

la Corona se atrevía a mandar a sus tropas. Así como

tampoco era necesaria la marca del desollador para

alejar a los asesinos y delincuentes de nuestras

tierras.

Muy pronto el palacio de mi padre se

convirtió en el bastión de sabiduría y poder más

importante de este mundo. De todas partes del orbe,

los magos, brujos y hechiceras más poderosas se

hacían presentes. Desde curanderos troles hasta

Page 63: El fuego del dragón

El fuego del dragón

63

nigromantes elfos, pasando por hadas, gnomos y

duendes. Todos ellos con un poder inigualable. Sin

embargo, sus habilidades mágicas estaban sujetas a

algún objeto; piedras, báculos, capuchas, anillos,

pulseras, dijes, escudos, etcétera. De tal suerte que

sin estos elementos, eran incapaces de canalizar sus

habilidades. Por desgracia esta debilidad era algo

que compartía con todos ellos.

Yo quería conocer el verdadero poder, sin

necesidad de piedras mágicas. Quería sentir la fuerza

del cosmos en mis manos. Pero ese conocimiento no

lo habría de encontrar en ese lugar. Por lo que decidí

partir en búsqueda de mi destino, aunque esto

implicara no regresar nunca más a las plácidas

tierras del dragón.

-III-

Por años recorrí el mundo mortal y etéreo, pero no

encontré nada que no hubiera visto en el palacio de

mi padre. Eran comunes las historias acerca de

objetos mágicos, pero nadie sabía nada de “la

magia” en sí misma. Era como si tener ese tipo de

Page 64: El fuego del dragón

El fuego del dragón

64

conocimiento resultara vedado para todos los

mortales.

Estaba a punto de darme por vencido cuando

escuché a un par de borrachos hablar de “la entidad

más poderosa del mundo”. Tomando en cuenta su

estado etílico no le presté mucha importancia a sus

afirmaciones, pero lo que alcancé a escuchar era

demasiado sorprendente para dejarlo pasar. Aquellos

hombres hablaban de un ente que era capaz de

desprender las montañas de sus cimientos con sólo

desearlo. Podía hacer que lloviera fuego del cielo y

congelar en el tiempo la llama más poderosa e

infatigable. Decían que el poder del Universo

reposaba en sí mismo y fluía con libertad a través de

su esencia.

No soporté la curiosidad por más tiempo y

les pregunté dónde es que podía encontrarme con

ese ser. Ellos no sabían qué decir, quedaron mudos,

se miraron entre sí un poco desconcertados, y

echaron a reír. Me sentí como un tonto por haber

creído en su absurda historia y me alejé de ellos.

Page 65: El fuego del dragón

El fuego del dragón

65

Pero no había dado ni cinco pasos cuando un

anciano me tomó del brazo y dijo:

–Si realmente quieres encontrarte con el ente

más poderoso del mundo, deberás dirigirte al “Valle

de las sombras”. En su cordillera nevada habrás de

localizar la “Montaña negra”, la reconocerás porque

es la única que no alberga nieve en sus laderas. En

su cúspide encontrarás un cráter por el que tendrás

que ingresar al corazón de la montaña. Ahí adentro,

aquello que buscas te estará esperando. Pero te

advierto que el camino no habrá de ser sencillo, y en

el interior del cráter te toparás con las más

sanguinarias criaturas que puedas imaginarte.

– ¿Cómo es que sabes todo eso?

–No lo sé. Sólo te dije lo que he oído y

advertido lo mismo que me han aconsejado aquellos

que me lo dijeron, nada más. Nunca he estado ahí y

espero nunca tener que visitar ese sitio. Yo sólo

respondí tu pregunta y ahora me tomo la libertad de

pedirte, sin conocerte siquiera, que no vayas. Hay

fuerzas que más nos valdría no conocer nunca –dijo

y se fue agachando la cabeza.

Page 66: El fuego del dragón

El fuego del dragón

66

Me limité a prestar atención en la ruta que

tendría que seguir, y no hice caso a ninguna de sus

advertencias. Si el ente más poderoso del mundo

vivía en ese cráter, yo habría de dar con él, aunque

se me fuera la vida en el proceso. Y así fue.

-IV-

Cuando eres capaz de manipular la tierra que soporta

tus pisadas, nada queda demasiado lejos. No me

demoré ni un ciclo lunar en llegar a la Montaña

negra. El Valle de las sombras era un territorio

desolador, rodeado de árboles muertos y lagunas

secas, pero era un paraíso en comparación con lo

que tenía delante de mí.

Estar parado frente a esa montaña era como

observarle los ojos a la propia muerte, y tener que

aguantar su mirada. Los vapores que emanaba su

cráter eran densos e intimidantes, pero no podía

renunciar en ese momento. Tenía que entrar. Apreté

con fuerza mi báculo y me perdí en la oscuridad de

sus fauces humeantes.

Page 67: El fuego del dragón

El fuego del dragón

67

Invoqué una bola de fuego para iluminar mi

camino, pero no fue suficiente. Me concentré aún

más y formé una bola más grande, pero sólo parecía

una pequeña chispa en una noche oscura y nebulosa.

De mi morral saqué una piedra de luz y en

conjunción con mi báculo, pude crear una gigantesca

esfera de energía que me alumbró lo suficiente para

seguir adelante.

El terreno era escabroso y casi intransitable,

pero no podía volver. No quería renunciar en ese

momento. Después de bajar, por no sé cuánto

tiempo, llegué a los pies de una escalinata iluminada

por centenares de antorchas y calderos encendidos.

Dispersé la esfera y seguí mi camino. Entonces noté

que las hogueras se prendían, adelantándose a mis

pasos, y se apagaban cuando las había dejado atrás.

Como si mi presencia las estimulara de alguna

manera.

Después de subir por las escaleras me topé

con un largo pasillo. Era como estar en un puente

rodeado de un río de oscuridad pura. Conforme

avanzaba me pareció que aquel corredor emergía

Page 68: El fuego del dragón

El fuego del dragón

68

cuando me acercaba a su borde y se volvía a hundir

cuando me alejaba de ahí. A los lados había unos

gigantescos arcos de piedra que en contraste con la

oscuridad reinante, parecían estar soportando el peso

de la bóveda celeste. Sentía como si todo eso

respondiera a mi presencia, casi como si me hubiese

reconocido y me estuviera dando la bienvenida.

Pero no todo era favorable, porque desde la

acuosa oscuridad que me rodeaba, empezaron a

emerger todo tipo de criaturas monstruosas que se

arrastraban, o plantaban imponentes ante mí. Eran

bestias sin una forma definida, que parecían mutar

cada vez que las miraba. Por momentos eran como

la arcilla fresca, pero si desviaba la vista, cuando

volvía a ellas eran de vísceras y sangre. Todas

gemían y gruñían alrededor. Eran demasiadas y mi

magia no parecía afectarlas en nada. Con cada bola

de fuego, destello de energía o ventarrón que

invocaba, las criaturas se multiplicaban hasta que me

rodearon y me sumergieron en su propia oscuridad.

No podía ver, sentir, oír, u oler nada. Sólo

percibía la oscuridad más profunda y eterna que

Page 69: El fuego del dragón

El fuego del dragón

69

alguna vez hubiera experimentado. De repente…

nada. Así como habían surgido, de un momento a

otro ya no había ni una sola de esas bestias

alrededor. Estaba completamente solo en aquel

pasillo infinito.

Entonces seguí caminando hasta que ya no

pude más y me derrumbé de cansancio.

-V-

Cuando desperté ya no estaba en el mismo sitio. Era

como si algo me hubiera trasladado a otro lugar,

pero dentro de la misma grieta. O quizás la fatiga me

había impedido ver el final de aquel corredor y el

umbral de mi tan esperado destino; unas escaleras

que subían hasta una plataforma que brillaba más

fuerte que el mismo sol.

Rápidamente me puse de pie y subí las

escaleras hasta llegar a aquel lugar elevado. Yo no

podía ver nada más que la cegadora luz. De repente

la luminosidad cedió, y ante mí pude ver por primera

vez todo aquel escenario. El pasillo no era ese

camino recto que había supuesto, sino un intrincado

Page 70: El fuego del dragón

El fuego del dragón

70

espiral gigantesco que rodeaba todo el lugar. El río

de oscuridad que me cercaba, yacía plácido como

aceite, y las criaturas que lo habitaban sólo

asomaban un poco la cabeza y se volvían a perder en

las sombrías aguas.

En la plataforma no había nada más que un

espejo viejo colgado de ninguna parte, levitando en

el vacío. Me sentí defraudado. Había buscado e

invertido tanto tiempo para nada. Pensé que quizás

aquel ente nunca había estado en ese lugar. Creí que

ni siquiera existía.

Pero me equivoqué. Porque ahí estaba y no

era otro más que yo. De mis propias manos brotaba

la luz que iluminaba toda la caverna, y no tenía nada

más que pensarlo para cambiar cualquier aspecto en

su interior.

Con sólo proponérmelo, pude hacer que de la

fría piedra brotaran un sin número de luceros, sin

tener que sujetar mi báculo o alguna de mis gemas.

Aquellas criaturas deformes se convirtieron en

luciérnagas que revoloteaban por entre los arcos de

piedra. En fin, podía hacer lo que quisiera. Pensé

Page 71: El fuego del dragón

El fuego del dragón

71

que había obtenido mi objetivo, que era poseedor de

la magia más pura; aquella que podía transmitir sin

necesidad de algún tipo de artilugio u objeto.

Pero una vez más, estaba equivocado. Porque

cuando abandoné aquella plataforma todo volvió a

ser como antes. El poder no provenía de mí, sino del

espejo.

Lleno de rabia e impotencia, recogí mi

báculo y me acerqué al espejo con la firme idea de

hacerlo pedazos, pero tan pronto estuve lo

suficientemente cerca para ver mi rostro reflejado en

su superficie, eso fue precisamente lo único que no

vi. Según el espejo yo no estaba ahí. Todo se

proyectaba vívidamente, salvo mi imagen. Mas no

era un problema con el espejo, pues tampoco pude

encontrar mi rostro reflejado en ninguna de las

brillantes piedras mágicas que cargaba conmigo.

Traté de abandonar ese lugar, pero cada vez

que intentaba bajar las escaleras, sentía cómo la

energía se escapaba de mi cuerpo. En la plataforma

podía hacer que el río oscuro se volviera sangre

Page 72: El fuego del dragón

El fuego del dragón

72

vaporosa o fuego líquido, pero lejos del espejo no

era capaz ni de dar un paso.

-VI-

Ya no soy el mago más poderoso que anduviera por

estas tierras, aunque sería capaz de apagar el sol de

un soplido. Mi nombre no importa, no hay nadie

alrededor que pueda repetirlo. No soy ni una sombra

de lo que fui o siquiera un reflejo. Ya no soy un

mortal… sólo soy un espejo que cuelga en el vacío.

Page 73: El fuego del dragón

El fuego del dragón

73

La sirena

-I-

Por más años de los que he de estar dispuesto a

admitir en público, he vivido entre gigantes, elfos,

magos, dragones y enanos. Siendo estos últimos con

los que más he convivido, por el simple hecho de

que soy uno de ellos. Pero desde hace varias

cosechas mi vida ha cambiado radicalmente. Nunca

fui un enano aventurero, pero la primera vez que me

embarqué, literalmente, en una aventura, ésta me

cambió la vida de un modo irreversible.

Todo empezó hace algún tiempo cuando fui a

la “Laguna de los susurros” a pescar algo sabroso

que desayunar. Como cada día, tomé mi caña, la

hielera, un botecito con carnada, mi inseparable

anzuelo de la buena suerte y salí antes de que

despuntara el sol. No había ni una sola nube en el

cielo y la luna brillaba con todo su esplendor en lo

más alto. El viento apenas despeinaba las copas más

elevadas de los árboles y el crujir de las hojas secas

me hizo compañía hasta llegar a mi destino, mientras

Page 74: El fuego del dragón

El fuego del dragón

74

los gigantes del bosque aún dormían y roncaba

plácidamente a todo pulmón.

La laguna parecía un espejo de agua. Sólo las

ranas se atrevían a romper su tranquilidad, brincando

de un lado a otro sobre las hojas de los lirios. Era

casi un delito romper con esa danza saltarina, pero si

quería pescar algo bueno tenía que empezar

temprano. Me acomodé sobre una roca en la orilla,

engarcé un gusano al anzuelo, extendí la caña y me

senté a esperar que algún pez cayera en la trampa.

Pasaron las horas y las ranas parecían haber

tenido más suerte con los mosquitos que yo con los

peces, porque mi hielera seguía sin un solo pescado

y con más agua que hielo. De repente algo sacudió el

agua y me dio un susto que casi me tira de espaldas.

Recuerdo haber escuchado una risa y volteé a ver de

quién se trataba. Era una sirena. Yo nunca había

visto una, aunque sí que había escuchado hablar de

ellas. Estaba en la orilla atacada de la risa,

consciente del susto que me había propinado.

Page 75: El fuego del dragón

El fuego del dragón

75

–Así no vas a atrapar ningún pez. Se supone

que debes permanecer callado y sin sobresaltos –dijo

burlonamente.

Yo la ignoré y recogí mi caña.

–No te enojes conmigo, no fue mi intención

asustarte y tampoco quise reírme de ti, pero es que te

veías tan gracioso que no pude resistirme. ¿Me

perdonas? –insistió, pero seguí sin hacerle caso.

Quizás no había visto antes a una sirena, pero

sabía que no debía confiar demasiado en ellas, por

muy hermosas que pudieran parecer.

–No seas así, perdóname. Mira, como

muestra de mi arrepentimiento te voy a dar un

consejo para que puedas atrapar muchos peces –dijo

y yo dudé por un momento, pero seguí recogiendo

mis cosas como si no la hubiera escuchado.

–En la orilla de la laguna hay muy pocos

peces o son pequeños y astutos. Pero en el centro los

hay por montones y son extremadamente confiados.

Bastará con que extiendas tu caña para que saques

uno grande y jugoso –dijo.

Page 76: El fuego del dragón

El fuego del dragón

76

Ya el sol estaba en lo más alto y yo tenía

hambre, por lo que “grande y jugoso” eran atributos

que no podía desconocer.

–Está bien, pero ¿cómo le puedo hacer para

llegar hasta el centro de la laguna, si no cuento con

ninguna embarcación y tampoco sé nadar? –

pregunté.

Ella se sonrió y me dijo que le tuviera

confianza y montara sobre su espalda.

–Sé que las sirenas no tenemos muy buena

fama, pero no todas somos iguales. Dame solo una

oportunidad de resarcir la mala impresión que pude

haberte causado. Lo digo por el susto que te di, en

verdad no quise hacerlo… al menos no tanto. Confía

en mí y verás que no te arrepentirás de haberlo

hecho –concluyó, y pese a que una vocecita en mi

cabeza me decía que me fuera de ahí, acepté su

oferta y me monté en su espalda. No cabe duda que

una panza hambrienta no es la mejor de las

consejeras.

Todo mi cuerpo temblaba de nervios. No

podía dejar de pensar qué iba a hacer si la sirena me

Page 77: El fuego del dragón

El fuego del dragón

77

estaba engañando y sólo buscaba dejarme solo en

medio de la laguna.

Para mi sorpresa ella cumplió su palabra y

me llevó sano y salvo al lugar acordado. De igual

modo, en ningún momento intentó deshacerse de mí,

e incluso me ayudó a atrapar un robusto pez de piel

lisa y aleta dorsal azul.

– ¡Esto es lo más grande que he pescado en

mi vida! –le conté emocionado.

Ella me sonrió y se dispuso a regresarme a la

orilla.

En el trayecto me dijo llamarse “Corazón”,

aunque prefería que le llamaran “Cora”.

–Así es como me decían de pequeña mis

padres y amigos. No es que tenga o tuviera muchos.

De hecho en esta región sólo tengo a uno. Aunque

primero debí preguntar si querías serlo –dijo

apenada y se quedó callada, hasta que le dije que a

los verdaderos amigos no se les busca, pues ellos

aparecen solos, sobre todo cuando más se les

necesita.

Page 78: El fuego del dragón

El fuego del dragón

78

Ella sonrió complacida y siguió navegando

conmigo a cuestas.

Ya en tierra firme me olvidé de la hielera y

junté algunas ramas secas para encender una

hoguera, secarme un poco y cocinar al pescado ahí

mismo. Tenía mucha hambre.

Después de asarlo muy bien por todos lados,

y aderezarlo con unas cuantas hojas de olor,

compartí la pesca con mi nueva amiga. Ella dijo que

nunca antes había comido uno de esa manera, pero

se mostró complacida con su sabor.

Nos despedimos cordialmente y quedamos de

vernos al día siguiente. Ya no para pescar, sino para

conocernos mejor. Además, prometí llevarle un pan

de fresas que, modestia aparte, me sale exquisito.

-II-

Por varias lunas consecutivas acudí puntual a mi cita

con Cora, hasta el día en que ella dejó de asistir.

Primero no me preocupé, pensé que quizás se había

entretenido en alguna otra cosa. Pero después de tres

noches me consternó un poco su ausencia. Sobre

Page 79: El fuego del dragón

El fuego del dragón

79

todo porque empecé a tener unos sueños muy

extraños, donde la veía varada con la aleta lastimada

en una caverna oscura y fría. Sabía que no podía

tratarse de una simple pesadilla. Tenía que ser un

mensaje que me estaba enviando ella para que fuera

a ayudarla. Pero no sabía por dónde empezar a

buscarla.

Lo primero que hice fue construir una

pequeña embarcación. Sabía que Cora no salía del

agua y que si estaba varada en alguna caverna, debió

de haber llegado a través de la misma laguna. Por lo

que tenía que buscarla ahí, así tuviera que surcarla

por completo y en más de una ocasión. Era una

superficie muy amplia, pero por una amiga valía la

pena cualquier esfuerzo que se pudiera hacer por

encontrarla.

Desde que embarqué me dispuse a no volver

a tierra hasta dar con Cora. Por lo que me despedí de

la aldea y me abastecí con todo lo que mi pequeña

embarcación pudo cargar.

Page 80: El fuego del dragón

El fuego del dragón

80

-III-

De un extremo al otro recorrí cada rincón de la

laguna, hasta llegar a aquellas salientes que no

aparecían en mis mapas de navegación. En ese

momento aprendí que en este mundo existen más

cosas de las que se puede tener algún tipo de

registro.

Pasaron varias noches, pero encontré a Cora

en una remota cueva que alimentaba de agua a la

laguna, a través de un río subterráneo. Ella estaba

inconsciente, a punto de perecer de hambre y frío.

Pero logró reconocerme.

Como pude, la acerqué a la orilla, donde el

agua apenas la golpeaba un poco, y empleando mi

piedra de fuego logré que regresara el rubor a sus

pálidas mejillas. Después le di de comer lo poco que

me quedaba, y humedecí su cuerpo con una pequeña

jícara que llevaba conmigo.

Ya más recuperada, Cora me contó que la

corriente la había atrapado y arrastrado hasta esa

caverna. Estaba adolorida, confundida y con la aleta

lastimada, por lo que no podía salir de ahí.

Page 81: El fuego del dragón

El fuego del dragón

81

–Si no fuera por ti, seguramente habría

muerto aquí mismo… y sola –dijo entre lágrimas y

me dio un fuerte abrazo.

–Tenías razón, a los amigos no se les busca,

pues ellos aparecen cuando más se les necesita... –

pronunció sollozando en mi hombro.

– ¿Qué otra cosa podría hacer? Ni modo de

resignarme a perder a mi mejor compañera de pesca

–le dije y se rió conmigo.

Su aleta aún estaba lastimada, por lo que no

podía salir de ahí nadando. Entonces se me ocurrió

inundar un poco mi embarcación, para que ella

abordara y no se deshidratara demasiado, hasta

llegar a un lugar más confortable.

Pero tan pronto abordamos, la misma

corriente que la había llevado hasta ese lugar, nos

engulló y sin ningún control sobre el navío nos

arrastró por todo el río subterráneo.

-IV-

Cuando recobré la conciencia estábamos encallados

en una roca, entre dos corrientes y un enorme cañón.

Page 82: El fuego del dragón

El fuego del dragón

82

Cora estaba inconsciente pero no lucía mal herida.

Traté de hacerla volver en sí, cuando algo más llamó

mi atención. No estábamos solos. Además de una

vegetación que nunca antes vi por mi aldea, había

algo más; unos lagartos gigantes. Tan grandes como

un dragón, pero que a diferencia de ellos que sólo

son unos cuantos, éstos se podían contar por

millares.

Por suerte, en ese momento despertó Cora y

juntos fuimos testigos de ese sin igual espectáculo.

Ninguno de los dos teníamos ni idea de qué eran

esas criaturas o dónde estábamos, pero le rogábamos

a las estrellas que estos lagartos fueran menos

agresivos e inteligentes que sus parientes, y nos

ignoraran por completo.

Con cuidado desembarcamos y como en

aquella primera ocasión, me subí a la espalda de

Cora para que juntos nadáramos hasta la orilla más

cercana. Nuestro objetivo no estaba muy lejos, pero

con una aleta lastimada y mis brazos pequeños,

llegar ahí fue una verdadera proeza.

Page 83: El fuego del dragón

El fuego del dragón

83

Estábamos asustados, ansiosos y

maravillados al mismo tiempo. Nadie en la aldea me

hubiera creído si les contara todo lo que había en ese

sitio. Las plantas eran enormes, las flores hacían

parecer a Cora como una enanita y a mí… bueno…

a mí me hacían ver mucho más pequeño de lo que

soy, y eso que entre los míos siempre fui

considerado “el más alto de los enanos”.

Aquello era descomunal, no me cabía en los

ojos y Cora estaba tan maravillada como yo. Hasta

que pasamos del asombro al pánico, cuando uno de

esos lagartos nos descubrió y se acercó a nosotros.

Cora se alejó nadando y yo de un chapuzón me fui

con ella. Fue tanto el miedo que olvidé por completo

que no sabía nadar, hasta que el agua que se metió

por mi nariz me recordó mi falta de pericia.

Entonces ella, al percatarse de mi situación me

ayudó llevándome hasta la otra orilla.

Estábamos exhaustos, pero no teníamos

tiempo para descansar. Por lo que tomamos una

decisión; no nos íbamos a separar.

Page 84: El fuego del dragón

El fuego del dragón

84

El problema era que yo no sabía nadar y Cora

no estaba en condiciones para cargar conmigo. Por

lo que decidimos que fuera yo quien cargara con

ella, pero en tierra firme.

Arranqué una hoja gigantesca de la

vegetación que nos rodeaba y Cora se puso encima.

Yo no sabía nadar, pero sí correr y empujar. Por lo

que a manera de una carreta sin ruedas, empujé el

improvisado vehículo y nos alejamos de ahí lo más

rápido que pude, casi sin mirar hacia delante, y

procurando no prestar demasiada atención a las

gigantescas pisadas que nos seguían por detrás.

Hasta que no sé cómo, pero llegamos a un

desfiladero y nos desbarrancamos.

La buena noticia era que la caída no nos

había matado. La mala era que la razón de nuestra

milagrosa supervivencia, se debía a que habíamos

descendido sobre uno de los nidos de esos

gigantescos lagartos. Pero lo peor era que la madre

nos había visto y no parecía muy contenta de que

estuviéramos ahí.

Page 85: El fuego del dragón

El fuego del dragón

85

No sé cómo, pero cargué a Cora como si

fuera un saco de papas y salí corriendo. Me dolían

los brazos, las piernas y espalda, pero sabía que me

dolerían aún más si no nos alejábamos rápidamente

de ese lugar. Parecía como si todos los lagartos

estuvieran detrás de nosotros, porque sus pisadas

hacían temblar la tierra bajo nuestros pies, hasta que

una densa niebla nos rodeo y poco a poco esas

descomunales pisadas me parecieron menos

inminentes.

Sin poder ver hacia dónde me dirigía,

llegamos hasta un claro en un paso entre dos

montañas. Ahí la niebla se disipaba y por fin nos

sentimos a salvo. Pero algo nos había seguido hasta

ahí; un enorme lagarto de quijada amplia, ojos

pequeños y afilados dientes, estaba atrás de nosotros.

Yo ya no tenía fuerzas para seguir corriendo y sólo

atine a mirar a los ojos asustados de Cora y pedirle

perdón por haberle fallado. Ella me miró apenada y

se arrastró hasta donde yo estaba para estrecharme

entre sus delicados brazos.

Page 86: El fuego del dragón

El fuego del dragón

86

Había llegado nuestra hora, no teníamos

ninguna esperanza contra esa criatura, y no se veía

nada amistosa. Los dos contuvimos la respiración

hasta que la bestia atravesó el paso, y entonces

ocurrió algo que honestamente no esperábamos. La

criatura puso un pie fuera de la niebla y tan pronto

colocó el otro para lanzarse a atacar, se convirtió en

polvo. Así, nada más.

Cora y yo sólo alcanzamos a exhalar el poco

aire que nos quedaba y… creo que me desmayé

porque no supe nada más de mí.

-V-

Cuando recobré el sentido, Cora era la que me

estaba cuidando ahora. Más o menos, porque no

desaprovechó el tiempo y me usó como modelo de

peluca, o algo así, porque terminé con todo tipo de

trenzas, tanto en la barba como en el pelo.

–Lástima que no tengamos un espejo para

que vieras lo “bonito” que te ves de esa manera –

dijo y se echó a reír.

Page 87: El fuego del dragón

El fuego del dragón

87

No se supone que los enanos nos debamos

ver “bonitos”. Somos una raza de guerreros valientes

y feroces, por lo que me le quedé viendo muy

seriamente hasta que no pude más y también me

solté a reír con ella.

Me seguía doliendo el cuerpo, pero no

podíamos permanecer ahí. Teníamos que comer y no

sabía por cuánto tiempo más Cora podría

permanecer fuera del agua. Por lo que hice acopio de

fortaleza y volví a cargarla sobre mis hombros.

No sé por cuánto tiempo caminé, pero al final

encontramos una preciosa laguna donde la bajé. Ella

estaba feliz y su aleta estaba mucho mejor. Me

agradeció otra vez por haber ido en su búsqueda, y

se sumergió en pos de un suculento pescado que nos

comimos asado, como aquella primera vez.

Satisfechos y descansados, sólo restaba saber

dónde estábamos. No lucía como ningún lugar que

conociéramos o que hubiéramos escuchado antes, ni

en los relatos de mis ancestros. Por lo que decidí

explorar. Le pedí a Cora que averiguara lo que

Page 88: El fuego del dragón

El fuego del dragón

88

pudiera en la laguna, mientras yo hacía lo propio en

tierra.

–Nos vemos aquí mañana. Cuídate mucho –

dijo y se despidió de mí.

El bosque era como el de la aldea, pero un

poco menos silvestre. Había un camino de piedra

roja que delimitaba el sendero a seguir. Entonces

escuché que alguien pedía ayuda; una vocecita

chillona que provenía del interior de un viejo árbol

seco.

– ¡Válgame, en esta región los árboles

hablan! –pensé en voz alta, pero la vocecita del

interior me sacó del error, cuando se identificó como

Rotni: “el duende inventor”.

–Entré en este árbol en búsqueda de unas

cuantas alimañas para comer, pero creo que comí

demasiadas, porque ahora no puedo salir por el

mismo hueco –dijo, y me pidió que hiciera algo para

sacarlo de ese aprieto.

Entonces ubiqué la ranura por la que aquel

duende había ingresado, e introduje mis manos para

Page 89: El fuego del dragón

El fuego del dragón

89

desgarrar la corteza del tronco y hacer más ancha la

hendidura.

–Muy bien, eso es suficiente. Tampoco deseo

que destroces el árbol completo –dijo y se dispuso a

salir del atolladero.

–Gracias por venir a ayudarme. En estos días

son muy pocos los que abandonan sus actividades

para ayudar a un desconocido. Como ya te había

dicho, mi nombre es Rotni y soy un duende muy

ingenioso. Invento todo tipo de artilugios y reparo

cualquier cosa, si es que no la descompongo antes.

De hecho, justo en este momento estaba a punto de

probar lo último que he creado, pero preferí comer

un poco antes, y bueno… ya sabes el resto. –dijo al

momento de sacar una especie de mochila plateada

del interior de un costal mucho más pequeño.

– ¿Cómo le hiciste para sacar esa cosa de esa

pequeña bolsa? –le pregunté.

Él respondió que no era un costal común y

corriente, sino uno mágico.

–Aquí es donde guardo mis inventos. De esta

manera evito que me los roben. Ya sabes, hay mucha

Page 90: El fuego del dragón

El fuego del dragón

90

gente sin principios en estos días –contestó y me

regaló la pequeña maletita plateada que había

sacado.

–Ten esto es para ti. No te atrevas a

despreciarme, porque soy capaz de echarte una

maldición, y no me gustaría nada maldecir al enano

que me ha brindado su ayuda. ¿Qué dices? ¿Lo

aceptas?

–Ya que lo pones de ese modo… lo acepto

pero… ¿qué se supone que es esto que estoy

aceptando? –pregunté.

–Es una mochila voladora. Te la pones en la

espalda, amarras perfectamente sus tirantes y ya

está. Basta con que des un pequeño brinco para

despegarte del suelo y volar como las aves. Si

quieres ir a la derecha, sólo tienes que jalar el tirante

que está de ese lado. Si quieres ir a la izquierda,

haces lo propio con el otro. Si quieres elevarte aún

más, sólo tienes que subir tu barbilla, al hacerlo tu

nuca activa un dispositivo que hace que asciendas

aún más. Si quieres descender, sólo tienes que tirar

de los dos tirantes al mismo tiempo y hacia abajo.

Page 91: El fuego del dragón

El fuego del dragón

91

¿A poco no es un gran regalo? –dijo, y me puso el

aparato.

–Te queda perfecto. Sólo te falta un detallito

–agregó al tiempo que se inclinó para sacar de su

pequeño costal un casco y unas gafas.

–El casco es para proteger tu cabeza de

alguna contusión, y los lentes para que puedas ver

por donde vuelas, y no se te vaya a meter algo en los

ojos –dijo y me los puso en un santiamén.

Yo no sabía qué me hacía ver más ridículo; el

casco, los lentes, aquella mochilita plateada o las

múltiples trenzas de mi barba. Pero aún así pegué un

salto y me elevé como el humo.

Todo iba bien hasta ese momento, podía ver

como los árboles se hacían más pequeños y las

nubes más cercanas, hasta que bajé la mirada y vi

que Rotni estaba loco de contento, brincando y

gritando: “¡Funciona! ¡Funciona! ¡En verdad mi

aparato puede volar!”.

Eso hizo que me preocupara muchísimo y

perdí el control. Mi vuelo dejó de ser tranquilo y

Page 92: El fuego del dragón

El fuego del dragón

92

pausado, y empecé a desplazarme como un

meteorito.

Sin control sobre el vuelo me estrellé contra

una estructura de cristal que detuvo mi marcha, pero

de la peor forma. El casco protegió a mi cabeza del

golpe, pero Rotni olvidó inventar un casco para el

trasero, que fue lo primero que impactó contra el

implacable suelo.

-VI-

Estaba adolorido y un poco mareado cuando se

presentó ante mí la criatura más bella que hubiera

visto en mi vida. No era una enana, aunque sólo era

un poco más alta que yo. Era un tipo de criatura que

nunca había visto antes.

– ¿Te encuentras bien? –preguntó, y yo no

supe si me gustaba más el sonido de su voz o su

enigmática belleza.

– ¡Qué golpe tan fuerte te diste! No te

muevas, voy a llamar a un médico para que te revise.

Espero que no te hayas roto nada, porque estuviste a

punto de atravesar el muro –dijo al tiempo que me

Page 93: El fuego del dragón

El fuego del dragón

93

quitó las gafas, el casco y empezó a acariciarme la

cabeza.

Yo me quité aquel endemoniado aparato y de

un salto me incorporé.

–Esa insignificante caída no es nada para un

enano –dije para tratar de impresionarla.

Ella me miró extrañada y después se tapó la

boca para ocultar su risa. Yo no sabía si le había

hecho gracia lo que había dicho, o si se estaba riendo

de mí y las trencitas.

–Bueno, ya veo que no tienes ningún hueso

roto, pero aún así no te aconsejo que hagas ese tipo

de movimientos tan bruscos. Tómatelo con calma.

¿Cómo te caería un poco de leche y pan para bajarte

el susto? –preguntó y me tomó del brazo, para

conducirme hasta el interior de la estructura de

cristal contra la que me había impactado.

–Son bastante fuertes los muros para ser sólo

cristal –comenté al entrar.

Ella sólo asintió con la cabeza y me sonrió.

El lugar era enorme y estaba lleno de cosas;

jarrones, figurillas de cerámica, pinturas, piedras de

Page 94: El fuego del dragón

El fuego del dragón

94

muchos tamaños y colores… en fin. Nos sentamos

en una salita y le pregunté si ahí vivía.

–No… y sí. Deja te explico. Esta no es mi

casa, la mía es mucho más pequeña, pero es aquí

donde paso la mayor parte del tiempo. Esto es un

museo y yo soy la encargada. Por cierto, me llamo

Anya ¿y tú? –preguntó con una dulce mirada.

–Mi nombre es Ocnar y soy un enano. Mi

aldea está muy lejos de aquí, pasando la densa

neblina, la región de los lagartos gigantes y un río

subterráneo –dije y ella se me quedó viendo

extrañada.

Luego se puso de pie y sacó un enorme mapa

que tenía doblado entre unos libros.

–Perdón, ¿dónde dices que está exactamente

tu aldea? –preguntó y extendió su mapa.

Yo me fijé bien, y después de un rato le hice

saber que no aparecía en su pergamino.

–Ni siquiera está el cañón de los lagartos

gigantes, mucho menos aparece la cordillera helada

de los colosos de hielo –dije, pero ella sólo se me

Page 95: El fuego del dragón

El fuego del dragón

95

quedó viendo como si le estuviera diciendo puras

incoherencias.

–Este mapa abarca todo el planeta, por lo que

si no aparece aquí, significa que el lugar del que

vienes, y todo eso de lo que hablas no existen –dijo

con un gesto muy serio.

Debo aceptar que su comentario me enfadó

un poco.

–Yo no miento, los enanos no mentimos y yo

no soy la excepción –dije muy indignado.

Le conté la historia de mi pueblo; desde las

piedras de fuego, pasando por el ascenso al trono del

rey O´Khan y la reina Kim, hasta el día en que

conocí a mi amiga Cora.

– ¿Una sirena? Intentas burlarte de mí, o es

que ese golpe te ha hecho perder la razón –me

interrumpió exaltada.

–No porque no conozcas algo o no esté en tu

museo, eso deja de existir. Yo nunca había visto a

las sirenas y arriesgué mi vida por una. Tampoco

sabía de los lagartos gigantes y creo que ellos

desconocían de mí, pero eso no impidió que varios

Page 96: El fuego del dragón

El fuego del dragón

96

intentaran probar el sabor de mi carne –dije

enfadado.

– ¿Quieres una prueba de lo que digo? Pues

bien… te la daré –dije y le mostré mi piedra de

fuego.

Ella la vio y se quedó sorprendida.

–Es… es como un sistema solar… pero

atrapado en una esfera –balbuceó fascinada.

–Cuéntame más… por favor –agregó y yo

encantado complací su curiosidad.

-VII-

No sé bien cómo le hizo, pero en unas cuantas horas

Anya ya había asimilado todo el conocimiento que a

mí me había tomado años acumular y comprender.

Sus ojos estaban humedecidos y su sonrisa estaba

tan amplia que apenas le cabía en su pequeña

cabeza. Luego y sin decir nada me regaló un beso

que siempre llevaré conmigo. En ese momento supe

que quería permanecer con ella por el resto de mi

vida, y eso que los enanos vivimos mucho tiempo.

Page 97: El fuego del dragón

El fuego del dragón

97

Después de aquel mágico momento y apunto

de amanecer, la tomé de la mano y salimos de ese

lugar. Me volví a poner la mochila voladora y le

pedí a Anya que se colocara el casco, los lentes y se

aferrara con fuerza a mí, para que pudiera volar

conmigo.

– ¡Vamos! Te voy a presentar a Cora. Ya casi

amanece y ella ha de estar esperándome en la orilla

del lago –dije y de un salto despegamos los dos del

suelo.

Sobrevolamos palacios, torres y monumentos

antiguos, así como cerros, arboledas, ríos y puentes

de piedra. Yo aparentaba ser todo un experto y aquel

percance anterior, no parecía más que un pretexto

del destino para poder presentarme a Anya, mi

compañera de vuelo.

Ese sería el principio de otro tipo de

aventura. Ella podría no ser una enana, o una sirena,

pero nadie es perfecto. Pero para mí, ver esos

enormes ojos llenos de curiosidad y asombro era

suficiente para no querer dejar de verlos nunca.

Page 98: El fuego del dragón

El fuego del dragón

98

-VIII-

Lo que pasó después ya lo saben. Me quedé con ella

y formamos una familia. Bien pude habérmela

llevado de regreso a mi aldea. Ahora con la mochila

voladora no creo que el cañón de los lagartos

pudiera haber sido un problema, salvo que ellos

también hubieran aprendido a volar. Pero preferí

quedarme en su mundo, con vehículos ruidosos y

altos edificios. Opté por permanecer a su lado y

enseñarle a ver de frente su propia realidad, pero con

otros ojos. Demostrarle que aún en su cotidianidad

más simple y mundana, existe lo fantástico y

maravilloso. La vida está llena de magia, incógnitas

y entidades fascinantes de múltiples formas, colores

y costumbres.

Conforme fueron pasando los años

construimos nuestro propio museo, con toda

cantidad de objetos comunes para mí, pero

enigmáticos para todos los demás. Tuvimos tres

hijos; dos hermosas damitas y un varón. Ellos a su

vez, tuvieron los suyos y eso es lo que son ustedes.

Page 99: El fuego del dragón

El fuego del dragón

99

– ¿Qué pasó con Cora? –pregunta Zil, la más

pequeña de mis cinco nietas.

Pero antes de que pueda responderle, Iki, la

mayor de ellas, les dice:

–No sé cómo le puedes creer esos cuentos

tontos al abuelo. ¡Los gigantes, elfos, duendes o

sirenas no existen, salvo en su cabeza!

– ¿Es verdad abuelo? –pregunta Nok, mi

único nieto.

–No, no lo es. Los enanos no mentimos

nunca y yo soy…

–Tú no eres un enano –interrumpe otra vez

Iki.

–Sí, eres el más bajito de mis abuelos, pero

eso es por tu edad y ascendencia genética, pero no

por tu supuesto origen “mitológico” –agrega y se

cruza de brazos enfadada.

–Vengan conmigo, les quiero enseñar algo –

les digo a todos.

Ellos acceden y me siguen hasta el jardín.

Podría convencerlos como lo hice con su

abuela. Pero mi piedra de fuego la tiene ella desde

Page 100: El fuego del dragón

El fuego del dragón

100

que nos casamos, tal como lo indica la tradición

enana, y Anya no se encuentra en casa. Por lo que

tomo de la mano a la mayor y les pido a los demás

que hagan lo propio, de tal manera que formamos

una cadenita de manos entrelazadas.

–Vamos a entrar al bosque y no quiero que se

pierdan. No sé que me harían sus madres y abuela si

les llegara a pasar algo –les digo muy serio y los

siete nos internamos entre los árboles.

A la orilla de un hermoso ojo de agua, le

aprieto sólo un poco la mano a Iki y grito:

– ¡Cora! ¿Dónde estás bribona? ¿Qué no ves

que tienes visitas?

La mano de mi nieta suda. Está nerviosa,

pero no dice nada. Es muy orgullosa para demostrar

algún tipo de debilidad. Sin duda alguna, la sangre

guerrera de los enanos corre por sus venas aunque

no lo quiera aceptar.

Pasa un minuto, y luego dos.

–Ya ven, el abuelo dice puras mentiras –les

dice a los demás.

Page 101: El fuego del dragón

El fuego del dragón

101

Ellos agachan la mirada decepcionados, e Iki

levanta su barbilla llena de orgullo y se dispone a

emprender el camino de regreso a casa, cuando se

detiene al escuchar un chapoteo en la orilla.

Entonces regresa sobre sus pasos y muy tímidamente

voltea la cara.

Seis pares de ojos no dan crédito de lo que

ven. Las cuatro pequeñas y el niño se sonríen entre

sí, mientras que la mayor no sabe qué decir y sólo

balbucea algo que no logro entender del todo. Cora

se ha hecho presente, tan hermosa y juguetona como

siempre, como aquella madrugada en la laguna de

los susurros.

Iki se le acerca muy despacito, como si no

pudiera creer en lo que ven sus ojos.

–No temas, lo único que te puede pasar es

que te quiera hacer unas cuantas trenzas –le digo, la

invito a acercarse un poco más.

Cora permanece quieta, casi como si no

notara nuestra presencia, hasta que Iki ya está muy

cerca… entonces la pícara sirena le grita: “¡Bu!”.

Page 102: El fuego del dragón

El fuego del dragón

102

Mi nieta corre a esconderse detrás de mí,

mientras los demás se ríen y Cora les secunda

descaradamente.

–No has cambiado nada, amiga mía. Sigues

disfrutando asustar a los que son más pequeños que

tú. Déjate de cosas que te quiero presentar a mis

nietas y a mi nieto –digo y ella se sonríe un poco

apenada por su comportamiento.

-IX-

De regreso, las pequeñas risas me acompañan sin

descanso. Están tan complacidos que no quieren

esperar a llegar a casa para que les cuente otra

historia, incluso Iki insiste más que las pequeñas y

Nok.

–Paciencia, criaturitas juguetonas y pequeña

escéptica. Aún tengo historias que contarles. Por

cierto ¿Ya les hablé del rey de los enanos? ¿O de la

cazadora elfa? ¿O sobre el espejo mágico? ¿O el

desolla…? No… mejor me espero a que crezcan un

poco más antes de contarles esa historia –les digo, a

Page 103: El fuego del dragón

El fuego del dragón

103

punto de entrar a la casa y sus ojitos me ven llenos

de emoción y curiosidad.

-FIN-

Page 104: El fuego del dragón

El fuego del dragón

104

Índice

El rey de los enanos. . . . . . . . . . . . . .5

La cazadora. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30

El desollador. . . . . . . . . . . . . . . . . . 53

El Espejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

La sirena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

Page 105: El fuego del dragón

Este libro fue distribuido por cortesía de:

Para obtener tu propio acceso a lecturas y libros electrónicos ilimitados GRATIS hoy mismo, visita:

http://espanol.Free-eBooks.net

Comparte este libro con todos y cada uno de tus amigos de forma automática, mediante la selección de cualquiera de las opciones de abajo:

Para mostrar tu agradecimiento al autor y ayudar a otros para tener agradables experiencias de lectura y encontrar información valiosa,

estaremos muy agradecidos si"publicas un comentario para este libro aquí".

INFORMACIÓN DE LOS DERECHOS DEL AUTOR

Free-eBooks.net respeta la propiedad intelectual de otros. Cuando los propietarios de los derechos de un libro envían su trabajo a Free-eBooks.net, nos están dando permiso para distribuir dicho material. A menos que se indique lo contrario en este libro, este permiso no se transmite a los demás. Por lo tanto, la redistribución de este libro sín el permiso del propietario de los derechos, puede constituir una infracción a las leyes de propiedad intelectual. Si usted cree que su trabajo se ha utilizado de una manera que constituya una violación a los derechos de autor, por favor, siga nuestras

Recomendaciones y Procedimiento de Reclamos de Violación a Derechos de Autor como se ve en nuestras Condiciones de Servicio aquí:

http://espanol.free-ebooks.net/tos.html