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El futuro del periodismo En un mundo globalizado y sujeto a los cambios que las nuevas tecnologías propician, ¿qué papel desempeñan los medios tradicionales? ¿Cómo se va a organizar y financiar su trabajo? ¿Cuál será su peso en la opinión pública? JUAN LUIS CEBRIÁN 4 MAY 2012 - 00:07 CET Hace hoy 36 años que EL PAÍS salió a la calle en medio de una enorme expectación ciudadana. El diario, cuyos iniciales promotores quisieron y no pudieron publicar en las postrimerías del franquismo, llegaba apoyado por un accionariado múltiple y variopinto, dividido y hasta enfrentado entre sí, que había puesto más fervor en el proyecto que dinero en la inversión. Era el primer periódico de cobertura nacional que aparecía después de la muerte del dictador. Enseguida tuvo un éxito espectacular, que le ha acompañado hasta nuestros días y le ha permitido ser durante décadas el diario español de referencia y el más difundido e influyente de cuantos se publican en nuestra lengua. Cuando alguien me pregunta por las razones de semejante suceso respondo sencillamente: supimos conectar con los lectores. Naturalmente detrás de todo ello hubo un equipo humano muy joven y entusiasta, un empresario que supo aunar la voluntad fragmentada de la propiedad, y la inamovible decisión de aplicar las técnicas profesionales más rigurosas en la elaboración de informaciones y análisis. Coincide este aniversario con un momento de especial gravedad en la vida española en el que las consecuencias de la crisis económica, y la dureza de los remedios que se aplican, amenazan con ocultar la debilidad del entramado institucional de nuestro país. El empobrecimiento que nos invade lo hace a tal velocidad que las urgencias cotidianas impiden una reflexión adecuada sobre lo que acontece. El debate público se ha envilecido y a la escasez económica se suma la penuria de ideas. Los medios de comunicación, que durante siglos han sido el vehículo natural de ese debate, se enfrentan ahora no solo a la crisis general, sino que deben asumir también el profundo cambio tecnológico que la sociedad digital implica. En medio del tsunami, decenas de miles de periodistas de todo el mundo han perdido su empleo en los últimos años y centenares, miles, de publicaciones han echado el cierre. Los editores se preguntan, con razón, por cuál es el modelo de negocio en la Red, habida cuenta del profundo deterioro de los medios tradicionales, especialmente en lo que se refiere a la inversión publicitaria. Convendría que antes de

El Futuro Del Periodismo

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Futuro del periodismo - editorial EL PAIS

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El futuro del periodismoEn un mundo globalizado y sujeto a los cambios que las nuevas tecnologías propician, ¿qué papel

desempeñan los medios tradicionales? ¿Cómo se va a organizar y financiar su trabajo? ¿Cuál será su peso

en la opinión pública?

JUAN LUIS CEBRIÁN 4 MAY 2012 - 00:07 CET

 

 Hace hoy 36 años que EL PAÍS salió a la calle en medio de una enorme expectación ciudadana. El diario, cuyos iniciales promotores quisieron y no pudieron publicar en las postrimerías del franquismo, llegaba apoyado por un accionariado múltiple y variopinto, dividido y hasta enfrentado entre sí, que había puesto más fervor en el proyecto que dinero en la inversión. Era el primer periódico de cobertura nacional que aparecía después de la muerte del dictador. Enseguida tuvo un éxito espectacular, que le ha acompañado hasta nuestros días y le ha permitido ser durante décadas el diario español de referencia y el más difundido e influyente de cuantos se publican en nuestra lengua. Cuando alguien me pregunta por las razones de semejante suceso respondo sencillamente: supimos conectar con los lectores.

Naturalmente detrás de todo ello hubo un equipo humano muy joven y entusiasta, un empresario que supo aunar la voluntad fragmentada de la propiedad, y la inamovible decisión de aplicar las técnicas profesionales más rigurosas en la elaboración de informaciones y análisis.

Coincide este aniversario con un momento de especial gravedad en la vida española en el que

las consecuencias de la crisis económica, y la dureza de los remedios que se aplican,

amenazan con ocultar la debilidad del entramado institucional de nuestro país. El

empobrecimiento que nos invade lo hace a tal velocidad que las urgencias cotidianas impiden

una reflexión adecuada sobre lo que acontece. El debate público se ha envilecido y a la

escasez económica se suma la penuria de ideas. Los medios de comunicación, que durante

siglos han sido el vehículo natural de ese debate, se enfrentan ahora no solo a la crisis

general, sino que deben asumir también el profundo cambio tecnológico que la sociedad

digital implica. En medio del tsunami, decenas de miles de periodistas de todo el mundo han

perdido su empleo en los últimos años y centenares, miles, de publicaciones han echado el

cierre. Los editores se preguntan, con razón, por cuál es el modelo de negocio en la Red,

habida cuenta del profundo deterioro de los medios tradicionales, especialmente en lo que se

refiere a la inversión publicitaria. Convendría que antes de responderse prestaran atención a

la demanda, a veces angustiada, que muchos periodistas se hacen, al margen de la

preocupación por el mantenimiento de sus puestos de trabajo: ¿cuál es el futuro del

periodismo? Si somos capaces de contestarnos, el modelo de negocio quedará resuelto.

Existe la tentación de dibujar utopías morales sobre los medios y no resolver su financiación

Durante los últimos días he participado en dos asambleas que, por caminos bien diferentes,

han abordado esta cuestión. La primera, un seminario internacional organizado en Madrid por

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el Paley Center for Media de Nueva York, en el que 70 profesionales y expertos de más de 20

países discutieron acerca de las Noticias a la velocidad de la luz. Un par de fechas después

me reuní con cientos de periodistas de la Redacción de este periódico en un contexto en el

que las inquietudes laborales se sumaban a las profesionales. Pero la cuestión de fondoque

planeaba sobre las cabezas de los congregados era en ambos casos la misma: en un mundo

globalizado, abrumado por las nuevas tecnologías que otorgan una capacidad de

comunicación individual y masiva como nunca antes pudo soñarse, ¿qué papel juegan los

medios tradicionales?, ¿cómo se va a organizar y financiar el trabajo de los periodistas?, ¿qué

utilidad y relevancia social mantendrá de cara a la formación de la opinión pública? Los

redactores de EL PAÍS (y no son los únicos) me alertaron sobre la inconveniencia de utilizar

metáforas apocalípticas en este debate, consejo que agradezco y trataré de hacer bueno. En

la reunión del Paley yo traté de advertir a mis colegas respecto a otra tentación: la de dibujar

un mundo de utopías morales sobre el valor de los medios sin resolver el problema de cómo

han de financiarse. Esta cuestión es más relevante para la convivencia política que el tipo de

soporte físico (papel o pantallas de cristal líquido) que los lectores utilicen a la hora de leer las

informaciones y análisis que les interesan. Y el consejero delegado de The Economist puso de

relieve que sin la existencia de un periodismo profesional, sustentado por

empresas comerciales, la independencia crítica y la libertad de expresión se verían

amenazadas. Esto no quiere decir que reneguemos por completo de los medios públicos,

algunos tan modélicos en su funcionamiento como la BBC británica, o de otros sufragados por

organizaciones sin ánimo de lucro. La importancia social de la prensa, en todas sus versiones,

ha justificado durante siglos que los poderes políticos ampararan o facilitaran su actividad, sin

que eso tuviera que suponer una merma de su independencia. En el siglo XIX los ferrocarriles

británicos adaptaron sus horarios a las necesidades de distribución de los diarios, y hace

apenas cuatro años el Gobierno de Sarkozy elaboró medidas de urgencia que permitieran a

los periódicos hacer frente a la actual crisis. La prensa no ha sido más complaciente con él por

eso en la campaña electoral. Pero un periodismo democrático no puede estar universalmente

patrocinado por Gobiernos o fundaciones. Debe regir en él la norma de la competencia, tanto

como la de la cooperación.

Lo que quedó muy claro en ambas reuniones es que en una sociedad sumergida en la

abrumadora cantidad de información que la Red aporta, y en la que se confunden verdades

con mentiras, calumnias con denuncias ciertas, injurias con críticas fundadas, rabietas con

protestas cívicas, el periodismo profesional no solo tiene un futuro, sino que resulta más

necesario que nunca, y de ninguna manera puede ser sustituido por eso que hemos dado en

llamar periodismo ciudadano, por más que produzca a veces contribuciones admirables.

Las innovaciones tecnológicas no nos encierran en un universo fatal e irremediable

El periodismo profesional tiene entre otras tareas la de explicar la realidad al público y la de

vigilar al poder. Ha de hacerlo desde el pluralismo y aun la confrontación de los medios, pero

aplicando y respetando el rigor en las informaciones y la transparencia en los argumentos. La

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aplicación de esos principios, de larga tradición en la prensa democrática, le valieron a EL

PAÍS un alto grado de reconocimiento durante la Transición política española, hasta el punto

de que el profesor López Aranguren, un mito para el pensamiento hispano de aquella época,

lo definió como el “intelectual colectivo” que España precisaba. La actual crisis se caracteriza

entre otras cosas por la ausencia de liderazgos, muy evidente en la clase política europea

pero también en el devenir cultural, en el que ya ni siquiera es distinguible el papel de las

vanguardias. El periodismo profesional puede y debe ayudar a suplir esas carencias, contribuir

a generar criterios a partir del conocimiento de la realidad. Pero no sabrá hacerlo si rehúye el

debate sobre sí mismo, sobre su naturaleza, eficacia y capacidad para hacer frente a los

numerosos retos que tiene planteados.

Las innovaciones científicas y tecnológicas, aunque afecten profundamente a la naturaleza de

los procesos productivos, no nos encierran en un universo fatal e irremediable. Antes bien

ofrecen una inmensa y nueva oportunidad. Todos somos fruto de nuestros propios deseos y

decisiones, y el futuro del periodismo será al fin y al cabo el que los periodistas mismos

queramos labrarnos. Estoy seguro de que, dentro de otros 36 años, quienes sigan leyendo y

escribiendo en EL PAÍS lo demostrarán con lucidez.