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El hombre elefante

seguido deEl indómito y extraño caso de Gregoria

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Raúl Herrero

El hombre elefanteseguido de

El indómito y extrañocaso de Gregoria

Colección dirigida por María José García.

Portada de Juan Francisco Nevado según una fotografía toma-da a Joseph Carey Merrick.

Volumen al cuidado de:Juan Fº Nevado.

Visite el blog-avispero-página«huevo» del autor en:http://raulherrero.blogia.com/

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Un apunte liminar

© Raúl Herrero, 2007.© de la edición y el diseño, Libros del Innombrable, 2007.

© de la maquetación, J. Fº. Nevado 2007.

Queda rigurosamente prohibida, bajo las sanciones establecidas por la ley, la

reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o

procedimiento, sin la autorización de los titulares del copyright.

1ª ediciónOctubre, 2007

ISBN-10: 84–95399–84–9ISBN-13: 978-84-95399-84-7

Depósito Legal: Z – 3523 – 2007Imprime: Gráficas OLIMAR. Telf. 976 73 60 78

Impreso en España.Unión [email protected]

Avda. Compromiso de Caspe 113, 6º D50002 ZARAGOZA (España)

www.librosdelinnombrable.com

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Al tiempo que comencé con mi trabajo en la poesía,pero antes de pergeñar cualquier otra forma literaria,me inicié en la escritura teatral. Posteriormente dedi-qué cinco años por completo al recitado de poemas enpúblico, así como a la representación de piezas teatra-les, a veces de autoría compartida. En ese tiempo tam-bién llevé a escena algunas creaciones dramáticas, casisiempre breves, de autores como Federico GarcíaLorca, Antonio Fernández Molina, Jean Tardieu oFernando Arrabal. A pesar de estas cabriolas jamás,hasta ahora, había editado una pieza teatral propia.

Me ha parecido conveniente realizar semejante aper-tura con dos creaciones recientes. Todas las anterioresduermen, por el momento, en el sueño de un monstruode dudosa inmortalidad, acompañadas por embriones yotras bestias.

En El hombre elefante propongo un homenaje a Joseph

Carey Merrick, el ser humano en el que recayó tal califi-cativo. En esta obra no desarrollo una dramatización dela biografía de esta persona, sino que despliego una his-toria ficticia, con un «hombre elefante» transformado en

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se tratara de un corto cómico. Con su tono ligero me hepropuesto festejar el humor de Charlie Chaplin, los her-manos Marx, Cantinflas, Tip y Coll, Buster Keaton, PeterSellers y otros héroes de la comedia a los que admiro. Elavezado lector hallará, en esta obra, algunos huecos paraque el actor que encarne a determinado personaje intro-duzca sus propias ocurrencias gestuales. En el fondo setrata de un divertimento que me ha resultado muy grato.

Supongo que ambas piezas denotarán la presenciade la autoridad de mis autores teatrales predilectos, esdecir, de los que figuran al comienzo de este texto másIonesco, Beckett, Nieva, Pirandello…

¡Ojalá los tonos desemejantes de estas obras fomen-ten el interés de los lectores!

Raúl Herrero

personaje, aunque en el ambiente en el que pudierahaberse encontrado Merrick durante su calvario porexhibiciones y ferias. El grado de ficción de esta pieza noimpide que haya puesto en boca de El hombre elefante bas-tantes detalles verídicos de la vida de Merrick. Tambiénhe intentado dotar al personaje de agudeza expresiva,además de una absoluta falta de rencor, a pesar de los tor-mentos a los que fue sometido. En estos detalles de sucarácter coinciden las biografías y documentos sobre suvida. Del mismo modo el interés del personaje por la lite-ratura, su conocimiento de La Biblia y su creatividad, tam-bién los he tomado de fuentes documentadas. Por sialguien albergara alguna duda, el poema que aparece alfinal de la pieza se atribuye realmente, según biógrafos yexpertos, a Joseph Carey Merrick. Se supone que escribióese cuarteto como complemento personal a un texto delpoeta y pastor protestante Isaac Watts.

He tenido noticia de otras adaptaciones inspiradasen la biografía, o en la figura, de El hombre elefante en elmedio teatral pero, puesto que no he tenido acceso aninguna, resultará muy difícil que mi interpretaciónguarde alguna semejanza con estas recreaciones.

También David Lynch filmó una brava e impolutapelícula con este título. He procurado que pocos ele-mentos de mi pieza tuvieran vinculación con esta versióncinematográfica. Por cierto, en una escena de este filmse rinde tributo a la película Freaks de Tod Browning, decuyo influjo sospecho que no he podido desprendermeen el momento de componer esta obra.

La segunda pieza de este volumen también posee unamanifiesta influencia del cine. La he concebido como si

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El hombre elefante

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A Joseph Carey Merrick

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Hoy el ser humano se ha convertido para el ser huma-no en materia prima, en material del que se obtiene tra-bajo, noticias y otras cosas. Es un estado que puede cali-ficarse de canibalismo de altura.

Ernst Jünger. Radiaciones, II. Segundo diario de París.

Mi cráneo tiene una circunferencia de 91,44 cm., conuna gran protuberancia carnosa en la parte posterior deltamaño de una taza de desayuno. La otra parte es, pordescribirla de alguna manera, una colección de colinas yvalles, como si la hubiesen amasado, mientras que mi ros-tro es una visión que ninguna persona podría imaginar.La mano derecha tiene casi el tamaño y la forma de lapata delantera de un elefante, midiendo más de 30 cm. decircunferencia en la muñeca y 12 en uno de los dedos. Elotro brazo con su mano no son más grandes que los deuna niña de diez años de edad, aunque bien proporcio-nados. Mis piernas y pies, al igual que mi cuerpo, estáncubiertos por una piel gruesa y con aspecto de masilla,muy parecida a la de un elefante y casi del mismo color.De hecho, nadie que no me haya visto creería que una cosaasí pueda existir.

Joseph Carey Merrick

PERSONAJES

EL HOMBRE ELEFANTE, la criaturaBRUNILDA, pareja de ClodoveoCLODOVEO, pareja de BrunildaLEGIÓN, cuidador de El hombre elefanteHERMINIA, trapecista, esposa de FermínFERMÍN, propietario de un globo aerostático, esposo deHerminia

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ACTO I

La escena transcurre en un lugar apartado de un campamentode feriantes y artistas de circo. En escena varios carromatos quepregonan, en carteles de colores llamativos y dibujos extrava-gantes, la presencia de atracciones protagonizadas por seresincreíbles. Resultaría apropiado que, en estos anuncios, se hicie-ra referencia a «El hombre de las tres piernas», «La mujer bar-buda», «El hombre mujer», «El hombre mosca», «La mujerenana» y también, entre ellos, a «El hombre elefante». Por laescena se encuentran distribuidos útiles como cadenas, cuerdas,pesas típicas de un forzudo, objetos destinados a juegos mala-bares, capas y tramoya de mago… En el extremo derecho delescenario, visto desde el patio de butacas, una tela oculta uncarromato-jaula donde El hombre elefante permanece encerradoy velado para las miradas. Esta zona del decorado debe pasarlo más desapercibida posible hasta que se introduzca en laacción. La escena se inicia al atardecer y finaliza al anochecer.

Cuadro I

Entra BRUNILDA. Camina de espaldas, de perfil, mientraspropina patadas a alguien que, al principio, se mantienefuera de la vista del público. Mientras BRUNILDA ejecutaesta danza pronuncia interpelaciones neutras como: «¡Note acerques!, ¡déjame!, ¡aléjate de la bolsa!». Entra en esce-

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BRUNILDA.—¡Uy, que no! Por el peso de la bolsa calcu-lo que tendré al menos para un vestido… ¡y de loscaros! En cambio si comparto contigo las ganancias merestará una miseria. Por otro lado, seguro que gastaríastu parte en vicios que no soporto…CLODOVEO.—¡Por todos los santos! Si yo carezco devicios…BRUNILDA.—¿Me consideras tonta? ¡Te he descubiertotantas veces dándole a Herminia caudales que contabili-zabas a voces mientras pasaban de tu mano a la suya!CLODOVEO.—Ves salmonetes donde hay pescadillas.Confundes elefantes con ladillas. Te encuentras con unpingüino y te parece una cebra. ¿De qué me hablas?¿De qué voces? Brunilda, tú imaginas cosas, sospechasde los perros que pasan a tu lado, identificas la sombrade un gato con una lechuza… Recuerda cuando con-fundiste la silueta de Maese Pérez con la de un oso sal-vaje. Tu fantasía te traiciona, Brunilda. Y, aunque mehayas visto entregándole dinero a Herminia, eso no sig-nifica que yo participe de ningún vicio. Ella me ha faci-litado apoyo económico en varias ocasiones y, cuandome ha sido posible, le he devuelto el préstamo. Si tú medieras una parte mayor de nuestro sueldo, no mendi-garía esas ayudas.BRUNILDA.—¿Sabes que comentan los feriantes durantelos desayunos?CLODOVEO.—A esas horas duermo. ¿Quién puede man-tenerse en pie antes de las doce de la mañana? Déjate deexcusas necias. Abre esas manitas y permite que caiga alsuelo una monedita, sólo una…

na, a continuación, CLODOVEO, con un sombrero de copaen la mano (o en la cabeza). Él intenta protegerse de lasagresiones de BRUNILDA. Desde luego, este inicio no disi-mula cierta comicidad. El autor resalta que a BRUNILDA yCLODOVEO los deben encarnar actores de baja talla, ya setrate de afectados por acondroplasia, o de personas que,por cualquier circunstancia, dispongan de las cualidadesnecesarias para asumir las necesidades físicas que impo-nen estos personajes.

BRUNILDA.—(Que sostiene entre las manos una bolsa deJudas o algo semejante.) ¡Aparta tus pezuñas sonoras deldinero!CLODOVEO.—(Mientras se aproxima a BRUNILDA para qui-tarle la bolsa.) ¡Por Dios bendito! No seas injusta,Brunilda. Cuando terminó nuestra actuación ese hom-bre, ese caballero, (remarca la palabra «caballero») trasincorporarse, dando un respingo, del asiento, aplau-dió, dejó caer el sombrero en la arena y luego me miró,me miró a mí, y lanzó la bolsa a escena. (CLODOVEO mien-tras habla gesticula y se quita y pone el sombrero varias veces.)Desde el comienzo del número nuestro benefactor noapartó la vista de mis piruetas, de mis cucamonas, demis cabriolas… Por eso, al final, me regaló la bolsa. Measiste la razón cuando afirmo que poseo más derechoque tú sobre ese dinero.BRUNILDA.—El esclarecido señor te observaba de sosla-yo. En verdad, ese hombre mantenía la vista atornilla-da a mis pantorrillas. Además, alcancé la bolsa en lapista y ahora no la suelto aunque me muerdas.CLODOVEO.—Si quieres compartimos el dinero. Al fin y alcabo unas pocas monedas no se merecen tanta discusión.

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CLODOVEO.—(Mientras forceja con BRUNILDA.) ¡Venga, eldinero! Que no lo regalan, que no cae del cielo y que,además, es obligatorio compartirlo.BRUNILDA.—(Alejándose.) ¡Te he dicho que no me da lagana! ¡Sátiro, rompeolas, rumiante elástico!

BRUNILDA y CLODOVEO forcejean en el suelo, se pelean, seincrepan y se propinan algún que otro golpe sonoro, yasea patada o coscorrón. CLODOVEO, a pesar de sus esfuer-zos colosales, no logra su objetivo. Al final, la pareja,exhausta, abandona la riña. Ambos, sentados, resoplancomo ballenas.

BRUNILDA.—¡Clodoveo, ya es suficiente! Esta gratifica-ción me la gastaré sola en lo que se me antoje. Ademástú inviertes nuestros dineros en rarezas.CLODOVEO.—(Con la respiración agitada.) ¿Cuántas excu-sas utilizarás para negarme mi parte? Primero me vie-nes con lo de Herminia, ahora con no sé qué cosas. BRUNILDA.—¿Cómo quieres que califique esas coleccionesexcéntricas? Primero fueron las muñecas de porcelana,luego los jarrones chinos, después las canicas, continuastecon las moscas exóticas, ésas que alguien te vende a pre-cios desaforados. Por no hablar de tus últimas adquisicio-nes: las cajitas de alabastro. Además las piezas de tus colec-ciones se desmenuzan durante los traslados.CLODOVEO.—¡Pero si esas cajitas te encantan! ¿Acaso noguardas en una de ellas, bajo siete llaves, tus ahorros?BRUNILDA.—Con ese dinero, que reuní con tesón, ayerme compré estos pendientes en el puesto de Aurelio, elplatero. Por cierto, ni siquiera has reparado en ellos.Aunque estoy acostumbrada…

BRUNILDA.—Esta vez seré yo quien luzca una prendaadquirida con nuestro dinero, ¡y no ésa!CLODOVEO.—¡Tus suposiciones me volverán loco! ¡Tusdesatinos nos traerán la ruina! Y, ya sabes, la ruina seacompaña de la miseria, y la miseria se cubre con hara-pos macilentos, sonríe con dentadura de madera, agitalas manos con ira, transforma el aire en aliento putre-facto. La gente huele la miseria y se caga encima. ¿Esoquieres Brunilda? Pobre de mí, ¿por qué me injurias deesta manera? ¡Por Dios bendito! Sabes muy bien que…BRUNILDA.—(Interrumpe a CLODOVEO.) No insistas. Herminiate acurruca entre sus pechos como si fueras un niño, ouna paloma aplastada. Entonces tú gimoteas como unbebé, o un palomo en celo. Ella incluso te canta eso de«por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas»,con una voz aguda de rata que me repugna. Y tú, ansioso,te aferras a ella como si tu salvación dependiera de abar-carla con tus brazos diminutos.CLODOVEO.—¿Por qué te inventas esas historias? ¿Recuerdaslo que te sucedió con Jacinto «el tragasables»? ¿Lo recuer-das? Ese hombre casi murió por tu culpa. Afirmabas que suesposa se veía con «el hombre mono» que, por cierto,era más primate que hombre. Incluso prometiste porlo más sagrado que habías sorprendido a los dos abra-zados en la jaula de los leones… Al final casi matan aJacinto entre su esposa, «el hombre mono» y la gorila.BRUNILDA.—Sé muy bien lo que sé y lo que vi.

CLODOVEO se abalanza sobre BRUNILDA con el propósito dearrebatarle la bolsa con el dinero.

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CLODOVEO.—Todos las noches, si aproximo mi cuerpoal tuyo, siento que un pequeño buitre me golpea en elestómago y que una enorme pulga se nutre de missesos. Si, por cualquier motivo, rozas mi mano duranteel espectáculo, mi pecho, como el de un mártir, se abrepara celebrar un banquete de sangre. Te prefiero almar, a los árboles, a las perchas mohosas, a los pechosde las trapecistas y a los suplicios de los santos. Pero sime dieras ese dinero que guardas te querría inclusomás.BRUNILDA.—(Desilusionada.) Luego, cuando me desnu-de, olvidarás todo lo que has dicho y te girarás para nocontemplar mi espalda.CLODOVEO.—(Con calma.) Porque tu espalda es horri-ble, repugnante, muy fea, me asquea. En ella sóloencuentro cicatrices.BRUNILDA.— Eres peor que mi padre. Él me golpeabacon un látigo todas las noches mientras me gritaba:«¡Crece, crece, enana de mierda, crece de una vez!».Luego me aplicaba aceites, ungüentos, extrañas mez-clas que él mismo fabricaba con la intención de alige-rar el proceso de cicatrización de mis heridas, peroque, por su composición, también incrementaban laintensidad de mis dolores.CLODOVEO.—¿Me entregas el dinero sí o no?

Cuadro II

Entra LEGIÓN con paso lento.

BRUNILDA.—¡Con estas monedas me compraré un vesti-do nuevo! Pero no uno cualquiera… La tela estará fabri-

CLODOVEO.—(Interrumpiendo a BRUNILDA.) Claro que loshabía visto. Pero no he realizado ningún comentarioporque me ofende que inviertas tus ahorros en tuscosas, en lugar de comprarme regalos.BRUNILDA.—¡Eres un egoísta y un carnicero! No te mere-ces el pan que te llevas a la boca todos los días, ni esosdientes falsos que tanto te afean la sonrisa.

Se escucha el canto de un gallo.

BRUNILDA.—¿Qué ha sido eso?CLODOVEO.—Quizá se trate de Ceferino «el faquir».BRUNILDA.—¿Ceferino imita el sonido de los gallos?CLODOVEO.—En todo caso se los come. (Procurandoagradar a BRUNILDA. Cariñoso.) Pero Brunilda, ¡por laVirgen Sacrosanta!, no te violentes conmigo, no losoporto. Sabes muy bien que te prefiero cuando meacaricias las ingles, cuando me fustigas en el lomo,cuando me besas la carne que media entre los dedos delos pies y, sobre todo, cuando me lees por las nochesesos hermosos libros ilustrados con los martirios de lossantos. Entonces sí que disfruto con tu voz, casi apaga-da por el cansancio, quebrada por los gritos que brin-das durante la actuación… Esa voz tuya, casi mortecina,se complementa a la perfección con las descripcionesde los sufrimientos de los santos a la parrilla, carameli-zados, puestos a salar, descuartizados, con los ojos enuna bandeja, con las carnes abiertas de par en par, des-ollados, con la piel sanguinolenta como peces reciénabiertos al sol por un garfio…BRUNILDA.—(Interrumpiendo a CLODOVEO.) Sé que mequieres, aunque te muerdas los labios…

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cada con el perfume y la textura de las madreselvas ytambién de las ortigas. Un vestido que muestre mi espal-da desnuda…CLODOVEO.—¡Qué asco!LEGIÓN.— Vosotros os pasáis el día discutiendo…CLODOVEO.—¡Ay, Virgen del aprisco! ¡Quién habló! Todala feria comenta que duermes dentro del ataúd dondeescondes tu fortuna. Bueno, eso si concilias el sueño…porque también se rumorea que pasas las noches en velacontabilizando tu dinero.LEGIÓN.—¿Y os creéis esas falacias? La gente se inventacualquier cosa. De todos modos no esperaba que osunierais a mis agresores. Siempre os he tratado bien,incluso os he agasajado en vuestros cumpleaños.CLODOVEO.—A mí me regalaste una corbata vieja y des-colorida que habías heredado de tu abuelo.BRUNILDA.—Según los tramoyistas le arrebataste esaprenda al cadáver insepulto de tu abuelo.CLODOVEO.—Y a Brunilda le ofreciste un frasco de per-fume tan vetusto que se deshacía en las manos.LEGIÓN.—¡Cuánta ingratitud! En esta feria todos meacosan. Mientras paseaba por este paraje cenobial per-cibí vuestra disputa y, con la mejor intención, me apro-ximé para serviros de moderador. Y, ¿así me pagáis estamuestra desinteresada de fraternidad por mi parte…?BRUNILDA.—No te entrometas en nuestros jaleos, már-chate y no te preocupes.LEGIÓN.—Si yo fuera el propietario del circo os pagaríala mitad. Total para lo que hacéis.BRUNILDA.—Al menos nosotros nos ganamos la vidacon nuestro esfuerzo…

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