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El hombre prehispánico del occidente de México MTRA. MARÍA ELENA SALAS CUESTADAF/INAH In memoria Roberto García Moll Muchos y variados son los puntos de partida para aproximarnos al conocimiento del México Antiguo, algunos de ellos son los sitios arqueológicos que en el pasado sur- gieron como aldeas hasta transformarse en importantes centros urbanos, en los que alguna vez se concentraron el poder, la religión y el conocimiento que a través de la conciencia de los pueblos que habitaron los valle, selvas tropicales, planicies, llanuras costeras y montañas legaron vestigios arquitectónicos, simples o monumentales, así como numerosos objetos producidos por las diferentes culturas que se desarrollarían en la vasta región americana y que son evidencia de la voluntad, los modos de hacer y de pensar de seres humanos que modificaron el paisaje y emplearon diversos mate- riales según los retos y alcances de su cosmovisión y civilización. Legado cultural que ha sido objeto de multitud de trabajos desde el siglo XVI de este sector del mundo hasta entonces desconocido por los europeos, que irrumpió en sus conciencias tras la conquista española (García Moll 2004:58, 59). Es por ello que desde los primeros años en que América se hizo presente, el mundo occidental se avocó a desarrollar estudios en todos los campos del saber, tra- bajos todos que durante cinco siglos conforman un conocimiento amplio del singular y complejo pasado cultural que nos precede, aunque todavía incompleto porque la aproximación metódica a cada evidencia de tan valioso legado exige descifrar y comprender los valores, experiencias, aspiraciones, ideales y deseos de sus creadores, es decir se extiende el ámbito nada más y nada menos que de las motivaciones huma- nas sujetas siempre al devenir histórico, por lo que la interpretación de los datos ha enfrentado el reto de las divergencias culturales, haciendo que el camino más seguro aunque no el más corto, sea el de una visión antropológica que parta de la unidad de la especie humana. Es así que uno de los problemas que ha apasionado a un grupo de estudiosos de la ciencia y en particular de la antropología física, es el que refiere al hombre que como sujeto irrumpió en el Occidente de México y que a pesar de su antigüedad en ella, es una de las menos conocida culturalmente, si bien en ella se han centrado múltiples

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El hombre prehispánico del occidente de México

Mtra. María ElEna SalaS CuESta†DAF/INAH

In memoria Roberto García Moll

Muchos y variados son los puntos de partida para aproximarnos al conocimiento del México Antiguo, algunos de ellos son los sitios arqueológicos que en el pasado sur-gieron como aldeas hasta transformarse en importantes centros urbanos, en los que alguna vez se concentraron el poder, la religión y el conocimiento que a través de la conciencia de los pueblos que habitaron los valle, selvas tropicales, planicies, llanuras costeras y montañas legaron vestigios arquitectónicos, simples o monumentales, así como numerosos objetos producidos por las diferentes culturas que se desarrollarían en la vasta región americana y que son evidencia de la voluntad, los modos de hacer y de pensar de seres humanos que modificaron el paisaje y emplearon diversos mate-riales según los retos y alcances de su cosmovisión y civilización. Legado cultural que ha sido objeto de multitud de trabajos desde el siglo XVI de este sector del mundo hasta entonces desconocido por los europeos, que irrumpió en sus conciencias tras la conquista española (García Moll 2004:58, 59).

Es por ello que desde los primeros años en que América se hizo presente, el mundo occidental se avocó a desarrollar estudios en todos los campos del saber, tra-bajos todos que durante cinco siglos conforman un conocimiento amplio del singular y complejo pasado cultural que nos precede, aunque todavía incompleto porque la aproximación metódica a cada evidencia de tan valioso legado exige descifrar y comprender los valores, experiencias, aspiraciones, ideales y deseos de sus creadores, es decir se extiende el ámbito nada más y nada menos que de las motivaciones huma-nas sujetas siempre al devenir histórico, por lo que la interpretación de los datos ha enfrentado el reto de las divergencias culturales, haciendo que el camino más seguro aunque no el más corto, sea el de una visión antropológica que parta de la unidad de la especie humana.

Es así que uno de los problemas que ha apasionado a un grupo de estudiosos de la ciencia y en particular de la antropología física, es el que refiere al hombre que como sujeto irrumpió en el Occidente de México y que a pesar de su antigüedad en ella, es una de las menos conocida culturalmente, si bien en ella se han centrado múltiples

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investigaciones que han proporcionado una serie de resultados, los que a su vez han provocado opiniones encontradas como resultado de un área poco y mal explorada, haciendo que estos no sean fáciles de relacionar dentro de un contexto general, no obstante la abundante información cultural que señala un sin número de ejemplos de su pasado pletórico de gran actividad, a la vez de la existencia de incógnitas y preguntas mayoritariamente relacionadas con otras partes del territorio mexicano, inclusive con algunos sitios sudamericanos dificultando puntualizar el papel que desempeña aún hoy en día el Occidente de México en torno a los estudios de osteología antropológica, para a través de ellos intentar aproximarnos al conocimiento del hombre que habitó tan vasto territorio.

El área cultural Mesoamericana que abarca el Occidente de México, comprende un amplio territorio que incluye los actuales estados de Michoacán, Jalisco, Colima, Nayarit y Sinaloa, aunque algunos investigadores también incorporan porciones colin-dantes de los de Guanajuato, Querétaro y Zacatecas, además de la polémica existente en torno a la pertinencia de introducir o no al de Guerrero, en virtud de presentar una singular problemática, debido a que en determinados momentos estuvo bajo la influencia de culturas como la teotihuacana y la mexica, además de que en virtud de su extensión territorial ha sido denominado de diversas maneras por lo que también es conocido como: La Región de los Lagos, La Tierra de la Metalurgia y la Plumaria o la zona de las Tumbas de Tiro.

Si bien cada una de dichas denominaciones son resultado de rasgos geográficos o culturales de cada una de las zonas y culturas que conforman el Occidente, durante mucho tiempo se pensó que era una región marginada con ninguno o pocos nexos con el devenir cultural de Mesoamérica, señalándolo frecuentemente como un área atrasada en relación con los avances alcanzados por las culturas que ocuparon el centro, este y sur de México. A la vez de ser considerado como un área receptora de influencias mesoamericanas, llegándose incluso a plantear que carecía de desarrollo propio y antiguo, situación que ha ido transformándose conforme se ha avanzado en las investigaciones y exploraciones. A partir de los trabajos realizados desde 1940, en particular Shöndube opina que

“El occidente se caracteriza de modo muy especial por su gran diversidad cul-tural, tan amplia como variable en su paisaje de serranías y barrancas; de valles intermontañosos que de cuando en cuando interrumpen sus montañas; así como de costas con litorales más o menos abruptos con los que se escalonan pequeñas y amplias bahías, diversos climas y la abundancia o escasez de recursos naturales necesarios para la vida del hombre propiciando diversas culturas que, pese a compartir denominadores comunes, manifestaron a la vez una notable inde-pendencia en cuanto a su forma personal de vivir y manifestaciones culturales” (Shöndube 1994:83.)

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Foto 2.

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Evidencia de lo anterior son las excavaciones arqueológicas que han propor-cionado innumerables objetos de diversos estilos realizados en diferentes materiales y técnicas de manufactura. De igual forma en las crónicas se describen las múltiples lenguas a las que se enfrentaron los cronistas, así como sus costumbres culturales y variada apariencia física de sus habitantes. Pues no podemos soslayar que gran parte del conocimiento de la historia y costumbres de los pueblos mesoamericanos está basada en la información recopilada por los españoles durante los primeros años del Virreinato, como ejemplo tenemos a Michoacán, lugar del que se cuenta con un valioso documento conocido como Relación de Michoacán escrita por el franciscano fray Jerónimo de Alcalá en 1540, en la que refiere las costumbres de los tarascos, hoy llamados purépechas, dando testimonio de la historia de sus dioses, del fundador del reino, la narración de la conquista española, mitos y leyendas, así como información histórico etnográfica y ritos vinculados con la muerte, como las llamadas tumbas de tiro, aspectos que de alguna forma dieron pie a que el territorio occidental cobrara similitud a través de su arquitectura funeraria. Ejemplos de ello son las tumbas ahuecadas en el subsuelo en tobas volcánicas, en avalanchas o en mantos de roca caliza, que como señala Oliveros (2004) en términos generales el llamado complejo de las tumbas de tiro el cual es reconocido por tener una acceso definido por un pozo vertical que conduce hasta la cámara o cámaras de inhumación y dicha particularidad, de acuerdo a sus investigaciones tampoco es diagnóstica del Occidente, pues también se localizan en Nayarit y Perú y no únicamente hacía la costa.

No obstante su amplitud territorial, el Occidente de México dividido en múlti-ples partes estuvo conformado por entidades sociales menores, que no necesitaron de mecanismos elaborados para mantener su cohesión y así poder resolver sus necesidades básicas. Así los pueblos que conformaron esta área geográfica destacaron principal-mente en la alfarería, en lugar de obtener grandes logros en arquitectura y escultura monumental como en el resto de Mesoamérica.

El papel que juega dado a su diversidad no es estático ni marginal, sino clave para entender el desarrollo de Mesoamérica. Así en el Preclásico Temprano y Medio hay elementos que inciden de la tradición Tlatilco; en el Preclásico Superior la cul-tura Chupicuaro de Guanajuato y Michoacán se manifiesta como un componente importante en los orígenes de Teotihuacán y en el surgimiento antes de Cuicuilco en el área noroccidental del Altiplano para finalmente en el Postclásico ser punto de origen y paso de las migraciones tardías tanto de toltecas, como de chichimecas y mexicas.

El desarrollo cultural de esta región de México no sigue el proceso de evolución cultural de los grupos del centro y sur, por lo que el vocablo Clásico no puede aplicarse a dicha área geográfica, pues en ella entre los años del 300 - 900 dC, ni se construyeron verdaderas urbes, ni existen evidencias de un gobierno centralizado donde la religión ocupara un lugar predominante, así como tampoco existen manifestaciones significa-tivas relacionadas con la escritura y el calendario.

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Foto 3.

Foto 4.

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De esta forma Shöndube, (1994:85) señala que culturalmente el Occidente de México a partir de la existencia de grupos sedentarios con agricultura y cerámica presenta sólo dos estadios de desarrollo. Uno empieza en el año 200 aC y termina en el 600 dC, con un marcado sabor aldeano comparable con la evolución del Preclásico en el resto de Mesoamérica, y otro que parte del año 600 dC concluyendo con la Con-quista en el siglo XVI, lapso que presenta formas más afines a las de Mesoamérica en general, con características propias del Postclásico, donde resalta un gran tono bélico y una iconografía que modesta repite el mundo nahua-tolteca (foto 4).

Analizando la documentación vieja el autor antes mencionado, señala un documento de 1878, que ilustra en gran medida porque el pasado prehispánico del Occidente fue tan poco estudiado. El escrito refiere al capitán Dupaix quien por propia petición fue comisionada por el gobierno virreinal para investigar las antigüedades de la época de la Gentilidad en los Territorios de la Nueva Galicia, en el año de 1805. Pues al enviar cartas a las diversas autoridades locales para obtener información enfrenta el problema de que sólo le reportan huesos fósiles y muros de adobe de casas abandonadas en fechas históricas, asegurando sus informantes de que en el resto del espacio que recorrieron no hay nada, calificando el área como una zona bárbara e incivilizada antes de la conquista, hecho que aún persiste tanto en la arqueología como en la antropología física (foto 5).

Foto 5.

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Por todo ello sin lugar a dudas, el Occidente ha permanecido ignorado pues la mayoría de los hallazgos de deben a factores accidentales, dándoles rara vez la debida trascendencia. De entre éstos podemos citar el caso del cónsul alemán Arnoldo Vagel en Colima, personaje que envió una amplia colección de cerámica a Alemania y restos óseos, de los que hoy en día no se tienen referencias o el de Adela Breton invitada a ver el saqueo y no exploración en un montículo en Tala, Jalisco.

Así, que es hasta 1930 cuando las exploraciones arqueológicas adquieren impor-tancia a través de los trabajos de Sauer y Brand, seguidos por los de Isabel Kelly, lo que motiva que en 1948 sea celebrada la IV Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, la que en su totalidad fue dedicada a esta área a través de los materiales recuperados en varios trabajos algunos de ellos referentes a restos óseos depositados en la Osteoteca de la Dirección de Antropología Física del Instituto Nacional de Antropología e Historia (foto 6).

Culturalmente en el Occidente el periodo Preclásico Inferior está representado por el sitio conocido como El Opeño en Michoacán y en Colima por la denominada fase Capacha, sitio ampliamente saqueado cuyas ofrendas y restos óseos fueron rotos por no tener mercado. De los entierros de esta fase solo contamos con la mención de los informes asentando que se trata de entierros directos y no en tumbas de tiro, ignorándose hasta el momento la ubicación de estos materiales óseos. Dentro de los contactos culturales entre la Cuenca de México y el Occidente en el Preclásico Medio 1800-1200 aC, la relación El Opeño – Capacha - Tlatilco - Olmeca es fundamental, como lo demuestran las excavaciones de Eduardo Noguera, Isabel Kelly, George Vaillant y Oliveros, quienes no sólo reportan los materiales culturales sino también los óseos. En la búsqueda a la que nos abocado en torno a la información antropofí-sica, es posible que varios de los materiales citados se encuentren relacionados, pero desafortunadamente al menos los de Noguera y Vaillant carecen de información. Adelantándonos a hacer una consideración sin bases sólidas ya que carecemos de ella, desde el punto de vista arqueológico sabemos que los complejos cerámicos posteriores a Capacha como El Ortices y El Comala ya están plenamente asociados a tumbas de tiro y de cámara. (Op. cit. 1994: 87). Lo que nos induce a pensar que es posible que los materiales óseos también puedan ser algunos de los que se encuentran depositados en alguna bodega y de alguna forma determinar su procedencia o también corrieron la misma suerte de otros (foto 7).

Más adelante contamos con la información de Isabel Kelly, en la que además de los sitios mencionados localizó varios tipo Capacha en las partes bajas del volcán de Colima y posteriormente en Jalisco en Autlán y San Gabriel. Sitios todos de los que existen informes en el Archivo Técnico de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia y que habrá que revisarse con el objeto de ver si arrojan alguna luz sobre materiales óseos.

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Foto 6.

Foto 7.

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En cuanto a la cultura de El Opeño conocida sólo por los trabajos en ese sitio, lugar donde se han localizado tumbas conformadas por cámaras subterráneas a las que se llega por un pasillo provisto de cuatro escalones y en las cuales se colocaron entierros múltiples acompañados con ofrendas, se repite la situación de los sitios citados puesto que se carece de los materiales óseos y culturales.

Para el Occidente en realidad no hay hallazgos que cronológicamente se rela-cionen con el Preclásico Medio 1800-1200 aC, en tanto que para el Preclásico Superior la tradición para esta región se divide en dos: una propia de Jalisco, Colima y Nayarit que es la llamada tradición de las tumbas de tiro, cuyo esplendor es en los inicios de la era cristiana hasta el siglo VII dC y la otra que ocurre en la cuenca del rio Lerma en lo que se denomina El Bajío en los estados de Michoacán y Guanajuato, sitios de los que en algunos casos se cuenta con los reportes en el Archivo Técnico ya citado, en tanto que de otros se desconoce información, lo que impide tener referencia del quehacer osteológico.

De la rama que corresponde a la Tradición Chupicuaro que comprende de 500 aC a 100 dC y que abarca de Zacatecas a Durango y los estados de México, Puebla y Tlaxcala, la información arqueológica es abundante, por lo que suponemos debió haber un importante número de enterramientos en las excavaciones de las cuales se ignora su situación.

Si bien carecemos de información acerca del amplio periodo que abarcar el Clásico, lo distintivo del Occidente en ese lapso es un acentuado culto a sus ancestros que se evidencia en los complejos y múltiples ritos funerarios que los arqueólogos han materializado en las denominadas tumbas de tiro, consideradas como las verdaderas casas de los muertos que aún hoy en día permanecen desconocidos por los antropó-logos físicos.

Como punto de referencia consideramos relevante mencionar en forma general la arquitectura de las tumbas de tiro, mismas que los referentes arquitectónicos las describen como un tiro o pozo excavado desde la superficie hasta encontrar en la profundidad el lugar adecuado en cuyos lados se conformaran varias cámaras donde se disponía a los muertos y sus ofrendas. De este tipo de construcciones las más pro-fundas fueron localizadas en la década de los 90 en un sitio denominado El Arenal, en el municipio de Etzatlán, Jalisco.

La mayoría de las tumbas citadas de acuerdo a los Informes de Campo – más no en la literatura – contenían más de un esqueleto depositado, seguramente como apunta Shöndube (Op.cit.1988: 88) debido a que fueron rehusadas como especie de criptas familiares en las que se hicieron varias inhumaciones, así como también debido a la costumbre de hacer entierros múltiples, asentándose en los reportes evidencias de posibles sacrificios de servidores y parientes cuando un personaje importante moría, de ahí que las ofrendas fueran ricas, variadas y mayoritariamente consistieran en

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objetos de cerámica que comprendían vasijas y figuras sólidas o huecas zoomorfas y antropomorfas. Además de otros objetos de materiales de concha, hueso o piedra, o bien utensilios de madera, textiles y plumas, como es el caso de la tumba I de San Sebastián, Jalisco, donde se localizaron por lo menos 9 cuerpos humanos acompañados de una rica ofrenda. Por lo anterior y de acuerdo a la información citada es sugerible llevar a cabo una investigación de archivo al menos para situar los cuerpos enterrados (foto 8).

Foto 8.

Así y de acuerdo con el citado autor como se asienta en la descripción sintetizada por nosotros, las tumbas de tiro no se localizan en la totalidad del territorio que ocupara el Occidente, pues como muestran las investigaciones arqueológicas se distribuyen en el área localizada hacía la desembocadura del río Santiago, para terminar en la colindancia de los estados de Colima y Michoacán. Ocasionalmente esta tradición se encuentra representada en Jiquilpan, Michoacán, así como en la frontera de Jalisco-Zacatecas, donde se localizaron unas figuras huecas antropomorfas conocidas como Cornudos. El citado autor enfatiza que se carece de mayor información, además de que existe poco conocimiento de los sitios habitacionales en que se establecieron los constructores de las tumbas, motivando hasta hoy día de que todo lo escrito en los trabajos solo se base en hipótesis. Finaliza su discurso al señalar de manera general que los pobladores debieron haber llevado una vida cotidiana similar a la de una aldea del Preclásico. Esto nos lleva una vez más a señalar que sería de suma importancia

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localizar tanto los informes de campo y el sitio en el que se depositaron los restos óseos a los que alude (foto 9).

Son escasas las fechas que se tienen de las tumbas de tiro para el Postclásico, lo que es seguro es que ninguna rebaza el siglo VII dC, cesando la tradición de esas construcciones entre los años 600-650 dC, en que en la región del Bajío es donde se ge-nera una tradición diferente con influencias de Chupicuaro y Teotihuacán adoptando rasgos locales. La arquitectura para inhumar continuó siendo indirecta, empleando lajas y adobes con aplanado de barro, se introducen los Tzonpantlis y predominan en las ofrendas los materiales de metal. Estas formas de enterramientos se localizan en sitios del río Lerma-Santiago y sus afluentes: Juchipila, Bolaños y Verde y hacía al norte sitios como Totoate, Chalchihuites y Teocaltiche, por mencionar algunos. Así de acuerdo con el autor citado es a partir de esta etapa cronológica que las evidencias del culto funerario se dan hacia el exterior de las construcciones en plazas como en templos, quedando atrás la tradición de enterrar en las tumbas de tiro. De los sitios mencionados y las tradiciones culturales es muy importante para poder conocer el tipo de poblaciones que habitaron los materiales óseos. Por ello sin el rasgo de ser negativos deseamos que encuentren depositados si no el total algunos de ellos en los Centros Regionales del Occidente con sus respectivos informes técnicos (foto 10).

Foto 9.

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Foto 10.

Ante el panorama descrito y en lo tocante a la labor conjunta del arqueólogo como del antropólogo físico, para poder develar los procesos bioculturales de las diversas sociedades que habitaron esta zona, es claro que se tienen si no datos nulos si muy confusos, pues la información vertida por la arqueología a pesar de haber arrojado variadas investigaciones se han visto melladas por la ausencia de trabajos específicos capaces de conjuntar la información cultural con la del hombre que le dio origen.

En cuanto al abordaje de la región por los antropólogos físicos, estos se han quedado rezagados en su labor proporcionalmente a la de los estudios culturales de los arqueólogos. Debido en gran medida a que el especialista en la materia la mayor parte de las veces ha estado desvinculado de los datos de campo relativos a su que-hacer, pero también porque no se ha pugnado por estar presentes, o bien por falta de

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personal, o porque el material óseo se entrega descontextualizado, o porque deja de darle importancia a los materiales que están bajo su resguardo (foto 11).

A pesar de este desapego, la antropología física ha trabajado de manera aislada la región, de ello hacen mención Serrano y Lagunas en 1988 en la revisión que efectuaron acerca de los trabajos antropofísicos en la obra La Antropología Física en el Occidente, donde señalan la desigualdad que existe en las investigaciones, las muestras y zonas abordadas, así como del poco rigor en los análisis de los materiales óseos, pues éstos se basan en un número mínima de individuos y la información de los restos óseos no sólo es escasa sino también dispersa, ocultándose las más de las veces entre las páginas de un libro o un artículo sobre algún sitio arqueológico, o simplemente como apéndice de un informe que incluye un reporte más o menos detallado pero escueto en este punto.

En la revisión de publicaciones efectuadas para el trabajo, destacamos que las investigaciones antropofísicas continúan siendo las de menor número en comparación con los arqueológicos (foto 12). Además de tratarse de trabajos aislados y en muchos casos inconexos, muchas de ellas refieren a casos particulares en los que se distinguen con dificultad la existen de líneas temáticas. Como ejemplo por mencionar sólo algunas las que refieren a prácticas funerarias en Colima escrito por los antropólogos físicos Silvia Murillo y Gastón Macín en 2007 y para Sinaloa Mario Ceja en 1995. Sobre pato-logía los de la doctora Josefina Bautista, la maestra Albertina Ortega y el doctor Jorge Gómez-Valdés referentes a la Colección Solórzano depositada en el Museo Regional de Guadalajara cuyo escrito remite al 2005 y los de Albertina Ortega et. al. 2013 de la zona centro de Colima, con los materiales procedentes de diversos sitios como: Los Triángulos, Los Aguacates, Villa de Álvarez, El Cortijo II, Tapatía V, Peralta y Real del Centenario todos ellos provenientes de rescates y salvamentos, suscribién-dose al análisis de maxilares y mandíbulas, materiales depositados actualmente en el Laboratorio de Osteología de la Licenciatura de Antropología Física de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (foto 13). En esta línea quizás la temática que ha proporciona mayor número de trabajos es el de la morfología dental del maestro José Antonio Pompa y Padilla en 1975, con muestras de Marismas Nacionales en la costa de Nayarit y las de Jorge Gómez-Valdés en 2008, quien toma ejemplares de los sitios de Mazatlán en Sinaloa; Tecualilla y Chalpa en Nayarit; de Jalisco los sitios de Zacoalco, La Barca; de Michoacán Cumatillo, Pajacuarán, Venustiano Carranza y el Opeño, así como de Colima El Chanal y Percela.

Otras de las líneas son las que refieren a análisis óseos de los doctores Zaid Lagunas con un estudio de caso en torno a la tumba I de Tinganio y Tingambato en Michoacán, así los de Civera y Márquez con los del cerro del Huistle, Huejuquilla el Alto en Jalisco. Deformación craneana por la doctora Bautista antes mencionada y por último las compilaciones que pretenden dar cierta cohesión a la información con que los autores han contado para ofrecernos un panorama del hombre en el Occidente (foto 14).

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De estos el de Lagunas de 1998, quien apoyado en información de varios autores, estima un promedio de estatura para hombres en 1.61 a 1.69 metros y de mujeres de 1.51 a 1.57 metros. O bien las series analizadas comparativamente por Pompa y Padilla (1990:49-50) de Marismas Nacionales con Tlatelolco, en las que se muestran una ten-dencia a agruparse en varios rasgos genéticos dentales, cuya aparente afinidad grupal podría explicarse a través de la hipótesis del maestro Jiménez Moreno (1973:171), que ubica el punto de partida de los fundadores de Tenochtitlán en el norte de Nayarit, por lo que algunos rasgos dentales pueden atribuirse ya sea a la deriva genética o a mezclas con otros grupos, o bien el trabajo de Gómez-Valdés (2008) donde infiere que las poblaciones al interior de la zona en estudio presentan cierta unidad biológica propia, además de que éstas mantienen una mayor afinidad con los grupos del sur y centro de Mesoamérica (foto 15).

Por su parte Ortega Palma et. al. (2013) en lo que respecta a patología bucal refieren al engrosamiento radicular del diente, de acuerdo a los sitios mencionados, infieren que no se relacionan con enfermedades sistémicas, planteando la posibilidad de realizar un estudio donde se determine el nivel de vitamina A y C (foto 16).

Serrano y Lagunas (1988) señalan que al investigar los diversos resultados se trata de trabajos de carácter monográficos y descriptivos que en cierta medida impi-den aproximarnos a documentar la variabilidad biológica en la población tantas veces mencionada. Pues hasta hoy en día este tipo de estudios imposibilita tener un nivel analítico que nos conduzca a entender el proceso de poblamiento y diversificación regional en un marco histórico.

Con la información que existe para sintetizar nos inclinamos a lo señalado por García Moll, quien dice que si bien el Occidente de México es la región más extensa de Mesoamérica, por un lado, por el otro es quizá la menos estudiada, en virtud de que dentro de la región que ocupa existen varias culturas, las que a pesar de com-partir elementos comunes, no es posible definir como una unidad sino como varias subculturas al interior de la misma. Es la arquitectura de estos sitios la que nos podría servir de marcador cronológico, pero esta presenta también dificultades pues es muy variada con elementos poco claros, por ello es la cerámica la que ha permitido conocer su desarrollo interno aunada a otras formas culturales (foto 17).

Su arquitectura, agrega, muestra que no fueron construidos grandes desarrollos urbanos, pues sólo se sabe de edificios de proporciones reducidas que en su mayoría formalmente debieron constar y constan de acuerdo a los sitios explorados de una plataforma rectangular con uno o dos cuerpos, en los que se hace énfasis en una ar-quitectura funeraria. En este aspecto sobresalen los sitios de Teuchitlán, El Arenal y Huitzilapa, Jalisco y El Opeño en Michoacán. (2004:195).

Como señalamos en páginas anteriores, el Estado de Guerrero considerado como parte de Occidente por algunos autores, lo han definido otros como una entidad

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independiente y que al igual que el resto de la región de Occidente carece de trabajos suficientes en todos los aspectos, de ahí que se le trate como un desarrollo aparente-mente de carácter local –como es el caso de la cultura mezcala- cuya arquitectura está representada en maquetas trabajadas en piedra verde y cuyas formas acusan un apogeo posterior a la caída de Teotihuacán, en el Altiplano Central” (Shöndube 1994:89)

Mención aparte es Michoacán del que García Moll señala que se desarrolló du-rante el Postclásico Tardío y que su origen dentro de la tradición mesoamericana aún no ha sido definido claramente, no obstante que sus vestigios culturales comparten varios elementos y similitud con otras culturas y que fueron los tarascos el único grupo que se mantuvo independiente de los mexicas en sus intentos expansionistas durante todo el Postclásico. (2004:198) (foto 19).

El mismo autor señala que el Occidente de México no se aparta de la concepción, de que las zonas arqueológicas conocidas son centros donde predominaron las activi-dades religiosas sobre cualquiera otra de las que comúnmente desarrolla una sociedad, ocultando detrás de esta aseveración poco real la convivencia humana, pues asienta qué desafortunadamente la mayoría de los textos se refieren a los sitios monumentales haciendo énfasis en la presencia de los gobernantes, los sacerdotes y los guerreros, las acciones cotidianas de la sociedad sujetas a rígidas normas de comportamiento, los asuntos solemnes y aquellos relacionados con el Estado, pero dejando a un lado siste-máticamente la población común que sólo la relacionan con el trabajo y en contadas ocasiones con su entorno, sin contemplar que las grandes ciudades mesoamericanas son producto de una larga temporalidad donde se entrelaza el desarrollo humano y en las que el hombre es el elemento fundamental y más importante. (Ibídem 81-82) (foto 20).

A pesar de los avances particulares en lo que concierne al conocimiento de las muestras poblacionales que habitaron las subáreas del Occidente de México y en general con algunas de las regiones mesoamericanas y de manera particular con el Altiplano, no sabemos hoy en día mucho más sobre esta área geográfica que hace aproximadamente tres décadas.

No obstante lo asentado, algunos estudios son coincidentes con las investigaciones arqueológicas en torno a los materiales cerámicos como señala Kelly y la semejanza morfológica que existe con los individuos que habitaron Tlatilco en el Altiplano Cen-tral de México durante el Preclásico Medio 1200-400 aC y los de la cultura Capacha y el Opeño en Michoacán (foto 21).

Si bien al interior del amplio territorio mesoamericano existieron y coexistieron pueblos diferenciados, tanto desde el punto de vista étnico como lingüístico también las diferencias morfológicas subyacen en todos esos grupos por lo menos hasta principios del siglo XVI con la irrupción de la Conquista.

Para finalizar, consideramos y sin la pretensión de haber agotado la información que sobre tan amplia región se tiene con el panorama presentado, que sería de suma

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Foto 19.

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Foto 20.

Foto 21.

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importancia a la vez que sugerente empeñarnos en rescatar la información que existe para llegar al conocimiento del hombre que habitó en la región occidental de México.

Para ello sería importante proponer estudios comparativos de los diferentes materiales óseos que cuenten con información de campo y con reservas de los que carecen de ella, para aproximarnos al aspecto morfológico, así como a la variabilidad poblacional e indicadores de adaptación al medio ambiente, estrechamente vinculados con aspectos paleodemográficos, nutricionales y de salud y estrés biológico, tomando en cuenta las enfermedades que dejaron su huella en los restos óseos. Estudios de paleodieta e indicadores de actividad ocupacional para establecer a través de ellos una serie de inferencias acerca de la posible actividad que un individuo desarrolló en vida así como los indicadores osteoculturales.

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