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Tratto liberamente dal racconto di Jean Giono
EL HOMBRE QUE
PLANTABA ARBOLES
Hace aproximadamente cien años, yo, Jean Paul, hacía una
larga travesía a pie, en las regiones de los Alpes que penetra
hasta la Provenza.
.
Después de tres días de camino, yo no tenía agua.
Era un hermoso día de junio, pleno de sol, pero en estas tierras sin abrigo, y a estas alturas del cielo, el viento soplaba con una brutalidad insoportable. La fuerza con la que el viento golpeaba las carcacas de las casas era tan violenta como el de una bestia salvaje que es interrumpida durante sus alimentos
A cinco horas de marcha no había econtrado agua. Se veía
desde lejos una pequeña silueta negra. Era un pastor. Una
treintena de corderos yacían sobre la tierra ardiente
reposando cerca de él
Me dió de beber agua y él me condujo hasta su casita en
una ondulación de la meseta, donde compartió su sopa
conmigo
El pastor, que no fumaba, sacó un pequeño saco y vació su contenido sobre la
mesa, formando una pila de bellotas. Se puso a examinarlas una por una,
poniendo muchísima atención, separando las buenas de las malas. Yo fumaba mi
pipa y le propuse ayudarle. Él me respondió que esto era asunto suyo. En efecto,
viendo la devoción y cuidado que ponía a su trabajo, decidí no insistir más. Esa
fué toda nuestra conversación durante la noche. Cuando tuvo enfrente de él cien
bellotas perfectas detuvo su tarea y entonces nos retiramos a dormir.
Al día siguiente, antes de salir,
sumergió en una cubeta con
agua el pequeño saco donde
había puesto las bellotas
Cuando llegamos al lugar
que él quería, comenzó a
enterrar su triángulo de
fierro en la tierra.
Hice preguntas personales y descubrí que él se llamaba
Eleazar Bouffier.
Solía tener una granja en las planicies. Había perdido a su
único hijo y después a su mujer.
Se retiró a la soledad donde acogió el placer de vivir
lentamente con su rebaño de corderos y su perro
Al año siguiente la guerra del cartoce había comenzado. Yo estuve
comprometido en ella por cinco años
Al terminar la guerra, fué así que retomé el camino hacia aquellas
tierras desérticas.
.
La región había cambiado. Eleazar Bouffier no estaba
muerto. Había cambiado la materia de su interés. Sólo
tenía cinco corderos, pero tenía un centenar de colmenas
Al descender por el poblado, pude ver agua correr en los arroyos
que, en la memoria de los hombres, habían estado siempre
secos. Estos arroyos secos que, en tiempo muy antiguos habían
llevado agua, habían vuelto a florecer
Realmente la trasformación había tenido lugar de manera
tan paulatina que había penetrado sin provocar ningún
sobresalto o sorpresa, nadie había tocado su obra.
Las casas nuevas, estaban rodeadas por jardines, hortalizas y verduras
entremezcladas con malezas alineadas, había legumbres y flores. Era
ahora un lugar donde cualquiera estaría encantado de vivir.
A más de diez mil personas que le deben su felicidad a
Eleazar Bouffier.
Eleazar Bouffier murió apaciblemente en 1947 en el asilo de
Banon.
Cuando reflexiono que un solo hombre,
en sus simples recursos físicos y
morales, fué suficiente para hacer surgir
del desierto esta tierra de Cannan, me
doy cuenta que, a pesar de todo, la
condición humana es admirable.