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EL HUMANISMO ECUATORIANO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

TOMO II Arturo Andrés Roig

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Comisión Editorial

Ec. Abelardo Pachano Bertero Gerente General del Banco Central del Ecuador Dr. Hernán Malo González -|-1983 Presidente de la Corporación Editora Nacional Dr. Miguel Herrera Dr. Simón Espinosa Dr. Francisco Aguirre V. Dr. Irving Iván Zapater Dr. Arturo Andrés Roig Lcdo. Jaime Duran Barba Lcdo. Luis Mora Ortega Dr. Carlos Paladines

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Arturo Andrés Roig

EL HUMANISMO

ECUATORIANO DE

LA SEGUNDA MITAD DEL

SIGLO XVIII

XIX

BIBLIOTECA BÁSICA DEL PENSAMIENTO ECUATORIANO

TOMO II CORPORACIÓN

EDITORA NACIONAL

BANCO CENTRAL DEL

ECUADOR

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© Banco Central del Ecuador, 1984 Derechos reservados conforme a la ley Impreso y hecho en el Ecuador Diseño Gráfico: Edwin Navarrete Supervisión Editorial: Jorge Ortega Levantamiento de textos: Rosa Albuja, Azucena Felicita La fotografía de la portada pertenece a un retrato de Eugenio Espejo, tomada del Museo - Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit.

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ÍNDICE DEL TOMO II

Arturo Andrés Roig

EL HUMANISMO ECUATORIANO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

Segunda Sección. El "hombre de letras".'Eugenio Espejo

I Del Proyecto autonomista al independentista II Eugenio Espejo: expresión de un grupo social

emergente III De la universidad misional a la

universidad hacendaría IV La "cuestión Espejo" V Espejo, "hombre de letras" VI Mas allá del estilo VII El "hombre de letras" y la plebe VIII Hacia la autoafirmación de un nuevo

sujeto histórico IX El socratismo de Espejo X El complejo mundo del anónimo

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XI Hacia una clasificación de los escritos XII La concordia como elemento diacrónico XIII La filosofía del lenguaje

TESTIMONIOS DOCUMENTALES Y CATÁLOGOS

I El pensamiento pre-ilustrado en los escritores barrocos

Elogio delP. Feijoo 185 por el General Ignacio de Escanden

II índice de conceptos de "ElNuevo Luciano de Quito" 219

III Bibliografía general sobre humanismo, utopía. Rena cimiento, Barroco e Ilustración. 259

CONTENIDO GENERAL DE LA OBRA 283

123133 141

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SEGUNDA PARTE

EL HUMANISMO EMERGENTE

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SEGUNDA SECCIÓN EL "HOMBRE DE LETRAS": EUGENIO ESPEJO

I. DEL PROYECTO AUTONOMISTA AL INDEPENDENTISTA

Si el análisis de la obra del jesuíta presenta dificultades in-terpretativas, muchas más son las que ofrece la complejísima figura de Espejo. Se debe este hecho a la personalidad conflictiva de este autor, a la diversidad de sus escritos y, sobre todo, a la tradición que se ha acu-mulado sobre su vida y su obra que ha llegado, en casos extremos, a una verdadera mitificación.

El proyecto autonomista en el cual se encuentra, se extendió - dentro del desarrollo de las ideas sociales y políticas ecuatorianas - aproximadamente entre las dos últimas décadas del siglo XVIII y las dos primeras del siglo siguiente. El gran proyecto político que lo reemplazó, el independentista, se fue gestando en el seno de aquél, movilizado por un proceso de agudas contradicciones. No cabe duda alguna de que en la conformación de este segundo, Espejo jugó un papel histó-

E n las primeras páginas de esta obra que tiene por objeto rescatar, siquiera en parte, la densa riqueza temática del humanismo ilustrado ecuatoriano, habíamos dicho que las dos grandes figuras de la etapa que denominamos "autonomista" fueron, inicialmente, las de Juan de Velasco y de Eugenio Santa Cruz Espejo.

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rico de primerísima importancia, aun cuando no podamos afirmar que llegara a sumarse al separatismo independentista y, si de alguna manera lo hizo, tampoco sepamos de modo fehaciente cuáles fueron sus plan-teos. Hasta ahora y mientras no se puedan documentar los hechos, lo más lógico y sensato es pensar que de haber vivido Espejo unos años más, hubiera seguido la evolución que muestran otros contemporáneos suyos, parientes, amigos y discípulos, a los que les tocaron nuevas épo-cas. Casos significativos fueron, de modo particular, el de su cuñado Jo-sé Mejía Lequerica, uno de los más brillantes liberales del "partido ame-ricano" en las Cortes de Cádiz; 1 el de su hermano Juan Pablo, sacerdote para quien Espejo escribió los "Sermones de Santa Rosa" de los años 1793 y 1794 y que, iniciada la etapa independentista, fue capellán de tropas "patriotas"; 2 su compañero de estudios y discípulo , el presbíte-

Uno de los usos más antiguos de la palabra "liberal", no en el sentido de virtud, sino en el de posición política, se encuentra en un texto relativo al propio Eugenio Espejo. En el oficio mediante el cual se lo remitía preso a Bogotá, firmado por el Presidente de la Audiencia de Quito, del año 1788, se denunciaba que "hierven las ideas liberales, no solamente en la cabeza de Espejo, sino en la de muchos literatos y personas de grande influencia. . .". (Clr. Alberto Muñoz Vernaza. "Obras de Espejo", en La unión Literaria. Cuenca, entregas IV-VI, p. 280). Es importante tener presente que el "liberalismo" (tal como fue sostenido por José Mejfa Lequerica, más tarde, en las Cortes de Cádiz) no era necesariamente ni republicano, ni separatista y que su fórmula más generalizada, por lo menos dentro de lo que fue el espíritu gaditano, fue el de un monarquismo constitucional y del federalismo o autonomismo regional. Por otra parte, es importante tener en cuenta que las doctrinas de lo que después se denominó como "liberalismo económico", se anticiparon a las tesis que constituyeron al "liberalismo político". Campoma-nes, sin poner en tela de juicio los principios de la monarquía absoluta, puede ser considerado como "liberal" o por lo menos, como "pre-liberal" en lo que respecta a sus ideas económicas. (Cfr. José Luis Abellán. Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa Calpe, 1981, tomo III, p. 552). Y otro tanto podría decirse de Eugenio Espejo quien era, como se sabe, un abierto admirador de Campomanes. Sobre lo que podría considerarse como un pre-liberalismo económico en Espejo - directamente relacionado con el autonomismo regionalista - (véase E. Keeding "Espejo y las banderitas de Quito de 1794", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, numero 124, Quito, julio-diciembre de 1974, p. 270-271 y Carlos Paladines, en la obra conjunta Espejo, conciencia crítica de su época. Quito, Universidad Católica, 1978, p. 186-187; 233, etc) A nuestro juicio, las ideas pre-liberales de Espejo en materia económica pueden ser sostenidas, lo que sí nos parece imposible es achacarle un liberalismo político en el sentido en el que lo han hecho los escritores ecuatorianos que han seguido en esto a Federico González Suárez (Cfr. Escritos de Espejo, Tomo I, p. XVI y sgs.)

El liberalismo de José Mejía Lequerica, mucho más radical que el de Espejo y que alcanzó una formulación política ciertamente revolucionaria en cuanto implicaba el paso de la monarquía absoluta a la monarquía constitucional, se encuentra lejos aún del "republicanismo democrático" que anacrónicamente atribuyó González Suárez no a Mejía sino al propio Espejo.

Sabido es que Juan Pablo Santa Cruz y Espejo, hermano menor de Eugenio, con quien estuvo unido siempre por una íntima amistad, era sacerdote. En los años de 1793 y 1795 aparece predicando en Quito dos sermones con motivo de la celebración de Santa Rosa de Lima, escritos, como es notorio, por el propio Eugenio, En 1795, ambos hermanos son acusados de incitación a la rebelión. Eugenio muere ese año y Juan Pablo es condenado a un encierro eclesiástico en Popayán. Catorce años después, Juan Pablo reaparece como capellán de uno de los primeros cuerpos de tropa que organizaron los "patriotas". Según estos datos Juan Pablo habría pasado, entre 1795 y 1809, de un autonomismo pasivo a un autonomismo militante, muy próximo ya

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ro Miguel Antonio Rodríguez, autor de la Constitución de Quito del año 1812 3 y, en fin - por mencionar tan sólo a los más destacados - su amigo personal, Juan Pío Montúfar, Marqués de Selva Alegre, presiden-

del separatismo independentista, sin que podamos saber de modo claro su evolución en lo que se refiere a las ideas monárquicas, aun cuando podríamos afirmar que su absolutismo no fue nunca radical. En efecto, en el Segundo Sermón de Santa Rosa, en donde se desarrolla una importante filosofía de la historia providencialista de América, al hablar de los monarcas nos dice que se encuentran "subordinados en todo a las órdenes del Padre de los reyes", es decir, de Dios, el que, ademas y en función del antivoluntarismo en el que militaban ambos Espejo, se encuentra sometido a un orden frente al cual él mismo es "limitado y de ninguna aptitud" (Obras de Eugenio Espejo, II, 556).

Teniendo en cuenta ese anti-voluntarismo, según el cual no hay "en toda la redondez del mundo", "condición libre ni ser alguno independiente" respecto de un orden al que está sometido el mismo Dios, nos parece dudosa la justificación del tiranicidio del que fueron acusados ambos, apoyándose en una distinción entre principios del Decálogo que serian de ley natural, y otros que serían de ley positiva (entre ellos el de "no matarás"). En contra de la posición esco-tista. Espejo se nos presenta enemigo de todo tipo de dispensas respecto del Decálogo que se apoya en aquella distinción. (Cfr. I, 455-456) El Nuevo Luciano, Conversación VIH; y en el mismo tomo, p. XXV del "Estudio biográfico y literario sobre Espejo y sus escritos").

Las otras acusaciones que hay en el expediente contra el clérigo Espejo el que es, según González Suarez "el único documento escrito por el cual consta la parte que el célebre y desgraciado médico D. Eugenio Espejo tuvo en el plan de la completa emancipación política (sic) de Quito" (Escritos, II, p. 526 nota), se enmarcan dentro del proyecto autonomista o son una posible resonancia del utopismo de Tomás Moro, autor en quien podría estar inspirado el "igualitarismo" en lo que se refiere al goce de bienes y fortunas, el que bien poco tiene que ver con el "liberalismo republicano". (Cfr. Enrique Garcés. Eugenio Espejo médico y duende. Tercera edición. Quito, Universidad Central, 1973, p. 307-311). Bien sabido es, además, que iniciada las hostilidades entre "godos" y "patriotas", muchos de éstos seguían sosteniendo ideas monárquicas, aun cuando quisieran independizarse de la monarquía española. o

No cabe duda que Miguel Antonio Rodríguez puede ser considerado como uno de los más importantes continuadores de los ideales de Eugenio Espejo, mas, eso no significa que el presunto maestro le hubiera "dictado" lo que debía hacerse más adelante, como nos lo da a entender Ekkehard Keeding. No se puede hacer historia sobre la base de suposiciones, como es la de que Rodríguez sabía en qué parte de la biblioteca había dejado Espejo escondidas las constituciones de Francia de 1791 y de los Estados Unidos de 1796, de donde las habría sacado para redactar la Constitución quiteña de 1812. Tan infundado nos parece hablar de que Rodríguez fue "el albacea de los planes" de Espejo, como si los hubiera dejado trazados anticipando una evolución que no alcanzó a conocer, como decir que Rodríguez se apartó de la "ciencia española" en materia constitucional. Lo más sensato es tratar de establecer la relación que hay entre el constitucionalismo que expresa Rodríguez y el que floreció con las Cortes de Cádiz.

Por lo demás, las críticas que según se denunció hacía Rodríguez contra Fernando VII, al que ponía el mote de "triscón" (murmurador), bien pueden responder al mismo espíritu gaditano en particular el que expresaron los diputados abiertamente partidarios de un constitucionalismo que insertara la monarquía dentro del concepto de res-pública. Por otra parte, la obra que según se denuncia había publicado Rodríguez, titulada Derechos del hombre, se encontraba inspirada, según el mismo denunciante, en escritores franceses contemporáneos de la monarquía absoluta, en muchos aspectos partidarios decididos de la misma, aun cuando fueran capitalizados por la burguesía naciente, tales como el caso de Voltaire y de Montesquiu. Cfr. Ekkehard Keeding. "El catedrático revolucionario de la Universidad colonial de Quito, Dr. Miguel Antonio Rodríguez", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Quito, número 122, julio-diciembre de 1974, p. 162-166. Según Roberto Andrade, Historia del Ecuador. Primera Parte. Quito, Corporación Editora Nacional, 1982, tomo I, p. 277). La Declaración de los Derechos del hombre no fue hecha exclusivamente por Antonio Nariño, sino que colaboró en la misma Miguel Antonio Rodríguez.

Otro caso no menos endeble que se ha construido caprichosamente es el de las "banderi-tas". La única prueba de que Espejo habría tenido parte en el asunto es la de que "Una acción

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te de la Junta Soberana de Quito luego del pronunciamiento del 10 de agosto de 1809. 4

tan refinada, mentalmente tan bien organizada, y al mismo tiempo tan atrevida y peligrosa parece imposible en Quito en 1794, sin el autorazgo de Espejo. . .". Ni Rodríguez recibió "planes" políticos para situaciones que fueron posteriores a la muerte de Espejo, ni éste era un mítico héroe, único en su ciudad. (Cfr. Keeding "Espejo y las banderitas de Quito, 1794. |Salva cruce!", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Quito, numero 124, julio-diciembre de 1974).

El método propuesto por Carlos Paladines pone las cosas en el camino correcto cuando trata de investigar en los textos mismos de Espejo posiciones teóricas que explicarían los orígenes de desarrollos ideológicos posteriores en quienes siguieron, conforme las nuevas situaciones históricas, lo que podría entenderse como la línea general que pasa por Eugenio Espejo, pero dentro de la que tan sólo es un momento.

* Juan Pío Montúfar y Larrea, marqués de Selva Alegre, terrateniente obrajero y una de las cabezas importantes dentro de los "españoles americanos", fue amigo íntimo de Eugenio Espejo. Estando ambos en Bogotá costeó la edición del discurso de este ultimo sobre la "Escuela de la Concordia" (1789), tal como se dice en Primicias, número 7, 1792, art. "Anécdotas concernientes a la historia". Cuando se creó, por disposición real, la Sociedad de Amigos del País - anticipada en aquel discurso - Selva Alegre fue uno de sus socios de número. Consta que en su hacienda de los Chillos se hicieron algunas de las reuniones subversivas que dieron por resultado la constitución de la Junta de Gobierno de 1809, la primera de la América Hispana, de la que fue nombrado presidente. En el proceso que se le siguió en 1810 se dijo que fue "heredero de los proyectos sediciosos de un antiguo vecino, nombrado Espejo, que hace años falleció en esta capital" (Quito). Escritos de Espejo, I, p. XIX. Más tarde, en 1812, integró la Convención Constituyente que dictó la constitución quiteña de ese año, redactada por Miguel Antonio Rodríguez.

Todo hace pensar que Selva Alegre, integrante de la aristocracia americana, era de ideas monárquicas y, como criollo, fuertemente partidario de la autonomía de los reinos que integraban el Imperio. Pedro Fermín Cevallos ha dejado en su Historia del Ecuador unas importantes páginas sobre los marqueses, verdaderos señores feudales según el historiador, que se rodeaban de numerosa clientela. Tal vez en este sentido deba considerarse la proximidad e intimidad que había entre Selva Alegre y Espejo (Cfr. tomo I, edición Ariel, Guayaquil, s/f p. 45). Alfredo Pareja Diezcanseco sugiere que probablemente Montúfar, "soñó en una monarquía ilustrada, como la de Carlos III" (Historia del Ecuador. Quito, ed. Colón, 1962, p. 198). Según Enrique Gar-cés, habría sido el de "establecer seis o siete reinados constitucionales que formarían con la monarquía española un solo cuerpo de naciones" (Espejo médico y duende, ed. cit., p. 154 y 311). Osear Efrén Reyes dice, sin embargo, que "el revolucionarismo de Montúfar, por lo menos hasta 1809, no sobrepasaba de un simple americanismo gubernamental y burocrático, aunque dentro de la órbita del monarquismo español" (Breve historia general del Ecuador. Quito, ed. Jodo-co Ricke, 1967, tomos II-III, p. 389). Frente a todo esto cabe preguntarse en qué sentido fue Selva Alegre "heredero" de las ideas subversivas de Eugenio Espejo y cuáles fueron los límites de los que se entendió como "subversión" antes de las Guerras de Independencia.

Por lo demás, desde el punto de vista de la evolución de los procesos ideológicos resulta muy importante la figura del hijo de Juan Pío Montúfar, el general de la Independencia Carlos Montúfar, tercer marqués de Selva Alegre. Iniciado en las ideas liberales en España, donde guerreó contra Napoleón, fue nombrado por el Consejo de Regencia de Sevilla Comisionado regio para la pacificación del Reino de Quito, a la sazón gobernado por la Junta de 1809, presidida por su padre. Bien pronto Carlos se puso de parte de los españoles americanos autonomistas, en contra de los españoles europeos (y algunos americanos) de la fracción anti-americanista y absolutista que integraban la burocracia de las colonias o estaba aliada estrechamente a ella. En 1810 organizó una nueva Junta de Gobierno la que se hizo, según Roberto Andrade "a imitación de lo acaecido en Cádiz" (Historia del Ecuador. Quito, Primera Parte, tomo I, Corporación Editora Nacional, 1982, p. 245). No cabe duda que Carlos se movía dentro de un monarquismo de tipo constitucional y en tal sentido de tendencia liberal. Esta posición ideológica - prolongación de la de José Mejía Lequerica - culminó con la Constitución quiteña de 1812 y una declaración previa a la misma, hecha en 1811, según la cual Quito era Reino emancipado, tanto del Virreinato de Nueva Granada, como de la Junta de Regencia establecida en la Isla de León, si bien siempre dentro de la corona de los reyes de España. Este importante documento, en el que se

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Esa evolución ideológica fue un hecho visible en todos los integrantes de la clase criolla y de otros grupos sociales allegados a la misma y estuvo determinada por los intereses de aquélla según los mo-mentos históricos que se fueron atravesando. En líneas generales puede afirmarse que cuando las clases propietarias se vieron amenazadas - en particular por alzamientos campesinos indígenas o movimientos "tu-multuarios" de la plebe ciudadana - se sintieron consustanciadas con principios de la monarquía absoluta en cuanto expresión de gobierno fuerte y autoritario. En tal sentido pocas veces se ha señalado que el primer "Sermón de Santa Rosa" (1793) fue pronunciado un poco más de siete meses después del guillotinamiento de Luis XVI y que en él habla Espejo de los antiguos Incas del modo más despreciativo. Manco Inca fue idólatra; Manco Cápac, injusto, lúbrico y lascivo; Atahualpa, cruel, alevoso y parricida (II, 558). Estaban aún calientes los rescoldos del gran alzamiento indígena de Túpac-Amaru, asesinado en 1781 por la ad-ministración española con el evidente apoyo de los terratenientes crio-llos. No otra fue la conducta de la aristocracia nativa mexicana que apo-yó a la monarquía española en contra del alzamiento indígena capita-neado por los curas Hidalgo y Morelos. 5

habla de la "Sagrada causa Americana", y en cuya redacción ha intervenido sin duda alguna Carlos Montúfar, ha sido publicado por José Roberto Leví Castillo, ("En el tricentenario de Carlos Montúfar", Boletín de la Academia Nacional de Historia. Quito, vol. LXIII, números 135-136, p. 119-121).

Las luchas entre "montufaristas" y "sanchistas" que se generó entre la casa de los marqueses de Selva Alegre y la de los de Villa Orellana, parecen responder, en el plano ideológico, a un diferente grado de profundización de la posición liberal Según Pareja Diezcanseco (Historia del Ecuador, Quito, ed. Colón, 1962, p. 206) los "sanchistas" eran liberales republicanos, mientras que los otros fueron liberales monárquicos. Si nos atenemos a la evolución ideológica experimentada desde fines del siglo XVIII, hasta los años de 1810, lo más sensato es pensar que los liberales monárquicos eran los "herederos" inmediatos de Espejo, aun cuando también podrían haberlo invocado los otros.

Los "criollos" de San Luis Potosí, cuando el alzamiento indígena de Hidalgo y Morelos, no sólo apoyaron a la administración de la monarquía española en Nueva España, sino que hasta se opusieron algunos al movimiento de Cádiz. De esos grupos criollos surgió mas tarde el proyecto de monarquía mexicana con Agustín Iturbide. (Cfr. Raúl Cardiel Reyes. Del modernismo al liberalismo. La fiosofta de Manuel María Gorrino. México, UNAM, 1967, p. 81-82).

Algo semejante sucedió en Quito. Los "criollos" y los "chapetones" estuvieron unidos, primero, cuando el alzamiento indígena de Túpac-Amaru se presentó como una amenaza contra los intereses de unos y de otros; estuvieron unidos en Quito en la represión del alzamiento indígena de Guamo te, en 1803, el que una vez sofocado abrió las puertas para el enfrentamiento entre "criollos" y "chapetones". Si ese movimiento no hubiera sido aplastado en defensa de los intereses comunes a las dos fracciones de la clase social dominante, no hubiera habido ni el movimiento "patriota" de 1808, ni la Constitución de 1812. (Al respecto Cfr. Paredes y Arias "Crisis colonial y proceso de independencia en el Ecuador", en Segundo Encuentro de Historia y Realidad Económica y Social del Ecuador. Cuenca, Instituto de Investigaciones Sociales, 1978, tomo I).

El estudio de la evolución ideológica de Gorrino resulta ser, por otra parte, altamente ilustrativo ya que en él se dieron prácticamente todas las etapas que, a través de diversos personajes podemos señalar dentro de la historia ecuatoriana.

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Era necesario asegurar el orden y con él la seguridad de la dase propietaria. Una vez logrado esto, dominados los focos de rebelión campesina, se produciría el paso hacia una monarquía de espíritu cons-titucionalista integrada por reinos autónomos. Este tipo de monarquía implicaba un enfrentamiento de la fracción dominante nativa con la bu-rocracia europea establecida en América y los comerciantes ultramarinos a los que se encontraba unida. Fue éste el momento de esplendor del constitucionalismo, de los inicios del pensamiento liberal, pero siempre dentro de los ideales de la monarquía y de la autonomía de las regiones. Aunque para muchos parezca extraño, "liberalismo" no es sinónimo de "republicanismo" y nuestros padres pre-independentistas fueron en su momento liberales monárquicos, así como antes habían sido a su modo monárquicos absolutistas. El espíritu que podríamos llamar "gaditano" fue el de un José Mejía Lequerica y de alguna manera el de un Miguel Antonio Rodríguez, con la diferencia de que el primero integró las propias Cortes y debió plantear su autonomismo desde dentro de ellas, mientras que el segundo lo propuso desde fuera, desde nuestras tierras, en un etapa posterior a la que no llegó Lequerica a causa de su temprano fallecimiento, del mismo modo que Eugenio Espejo no alcanzó la posición de su cuñado.

Por cierto que aquel espíritu gaditano, aún presente en la Constitución de 1812, cuyo autor fue, tal como dijimos, Miguel Antonio Rodríguez, bien pronto estalló y se dio el paso abiertamente del proyecto autonomista al independentista. Y así como cabe suponer que de no haber fallecido, Espejo hubiera seguido los pasos de Mejía Lequerica, del mismo modo éste hubiera avanzado hacia la posición de Rodríguez. La antorcha levantada por un grupo social emergente, fue siendo recibida a lo largo de un proceso en el que se fueron radicalizando posiciones y dentro de las cuales cada uno jugó su papel siguiendo el desarrollo im-puesto por la marcha de las contradicciones y de las situaciones que se fueron planteando.

Que la independencia no hubiera sido posible sin hombres como Santa Cruz Espejo y Mejía Lequerica, como tantos otros, no nos cabe duda. Lo que sí nos permitimos poner en tela de juicio es ese "repu-blicanismo" (como antimonarquismo) e "independentismo" (abiertamente separatista), que aparece como tema constante en una tradición que ha hecho del propio Espejo un verdadero mito. 6 Al respecto, la 6 La cuestión de la "sinceridad" de Espejo está planteada en dos textos importantes sobre el

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posición de Carlos Paladines nos parece la más acertada y sensata: "Tal vez Espejo no elaboró, como se ha venido afirmando -nos dice-, ni el establecimiento de un gobierno popular, ni la conformación de un go-bierno de carácter republicano; ni la emancipación de las colonias y mucho menos un plan secreto de levantamiento simultáneo de todos los Virreinatos y Audiencias; pero sí inició un tipo de reflexión y formación política que retomado y recreado por sus discípulos, ayudó a generar, algunos años más tarde, el proceso independentista". 7

Nuestros padres americanos jugaron con las cartas de que disponían y fueron monárquicos antes de ser republicanos y, siendo mo-nárquicos pasaron del absolutismo al constitucionalismo. El espíritu con el que asumieron esas posiciones ideológicas y políticas se encuentra determinado por las exigencias de una clase social emergente que se movió entre los términos de un autonomismo regionalista y de un inde-pendentismo. Este eje de desarrollo de aquellas posiciones es, sin duda, el que las connota y el que permite desentrañar de qué modo cada una de ellas se encuentra anticipada en la anterior. Ese preanuncio de los de-sarrollos posteriores es el que ha llevado a sostener la tesis del doble dis-curso y de la hipocresía, insostenible si pretendemos ver dialécticamente el proceso de nuestras ideas. Por otra parte, la tesis citada ha conducido a una serie lamentable de conjeturas que se resuelven en imputaciones

asunto. El primero, de Monseñor González Suárez, quien luego de haberle atribuido las mas avanzadas ideas "republicanas" e "independentistas", no sabe cómo explicarse los textos mismos de Espejo en los que aparece como partidario de la monarquía absoluta. "Leyendo esto (se refiere a los sermones escritos por Espejo y predicados por su hermano Juan Pablo), queda el ánimo suspenso y se pregunta uno ¿habría sinceridad? ¿Qué se propuso Espejo? Esto el año de 1794, cuando los trabajos para la empresa de la emancipación política de la Colonia estaban no poco avanzados. .." (Escritos de Espejo, II, p. 589).

El otro texto es de Gonzalo Zaldumbide: ". . .se hacen afirmaciones tan avanzadas sobre Espejo, sin reparar en sus textos de lealtad (a la monarquía) o sin reconocer en ellos importancia y sin pararse a explicarlos desvaneciendo el olor a verdad que exhalan palabras suyas de no doble sentido. . .Táctica se dirá. Más, ¿por qué no sinceridad?" (En torno a Espejo. Quito, Editorial Minerva, 1967, p. 66 y 68).

Carlos Paladines. "El pensamiento económico, político y social", parágrafo titulado "Plan-teamientos políticos", en la obra conjunta Espejo. Conciencia crítica de su época. Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1978, p. 209.

Nos parece importante subrayar las siguientes afirmaciones de Paladines sobre la posición ideológica de Eugenio Espejo: a) Los ideales monárquicos son constantes a lo largo de toda la obra escrita y alcanza su mayor grado en los "Sermones" (1794) redactados un año antes de morir; b) No existe hasta la fecha documentación fehaciente que permita sostener un "doble discurso"; c) en materia de ideas políticas no se presenta Espejo "tan osado e imaginativo" como lo fue en otros campos, tales como el económico y el de la salud; d) tal vez no sostuvo nada de lo que se le ha atribuido y sólo ayudó a generar esas ideas mas tarde; e) a pesar de todo esto Espejo no dejó de ser un elemento subversivo y nadie le puede quitar el mérito de ser uno de los precursores de la independencia de los países hispanoamericanos.

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de carácter moral y que llevan a desconocer los problemas de la con-ciencia de clase.

Conforme con lo dicho, nos parece importante regresar a la propuesta investigativa de Paladines: preguntarse por el "tipo de re-flexión" que en su momento inauguró Eugenio Espejo. Se trataba - como surge de lo que nos dice el mismo autor - de un intento de alcanzar un humanismo, entendido esto como la búsqueda de una racionalidad no excluyente que hiciera posible una racionalidad americana, tal como se la postulaba desde los intereses y necesidades de los grupos sociales ya fuertemente diferenciados y consolidados en el siglo XVIII en las colo-nias españolas. No otra cosa fue el "autonomismo" - sostenido aun den-tro de los marcos teóricos del monarquismo absolutista - y, más tarde, del "independentismo". Si aquella "reflexión" puede ser categorizada como típica respecto de los grandes teóricos de la época, ello surge precisamente de la afirmación de un nuevo sujeto histórico que pretendía jugar su papel dentro de una historia universal a la que hasta entonces había sido ajeno en materia de decisiones; afirmación que sólo podía ad-quirir consistencia teórica sobre la base de la denuncia de los universales ideológicos vigentes, con los que se había justificado la represión y ex-plotación colonialista.

Mas no ha de olvidarse, para una correcta apreciación de la tipicidad de la reflexión de los ideólogos americanos del siglo XVIII, ni su extracción de clase, ni los enfrentamientos y luchas de clase, que dieron los límites de lo que fue claramente ya un saber de tipo crítico sin el cual no hubiera sido posible la propuesta de aquel "humanismo no - excluyente", teniendo en cuenta, por cierto, el grado y medida en que históricamente se lo propuso.

II. EUGENIO ESPEJO: EXPRESIÓN DE UN GRUPO SOCIAL EMERGENTE

La vida de Eugenio Espejo se encuentra transida por una constante que lo muestra en una compleja y difícil inserción social. Es uno de los exponentes más notorios de un grupo humano en ascenso. Por una parte, hinca sus raíces en estratos bajos de la colonia, integrados por españoles con pretensiones de hidalguía, por indígenas americanos incorporados a la plebe urbana y por elementos provenientes de la esclavitud negra, todos en lucha contra la submersión social; por la otra, se identifica con uno de los sectores de la clase propietaria terrateniente

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- posición común dentro de los estamentos sociales medios de origen mestizo - la de los marqueses criollos que heredarían, en un primer mo-mento, una vez expulsados los españoles europeos, el poder político de la futura república. Espejo es un desclasado que se siente orgulloso de su origen humilde, pero también no menos orgulloso de su ascenso so-cial. Es mestizo, pero se siente también "español americano", es decir "blanco". Mal haríamos, sin embargo, en dar a esas connotaciones un sentido racial y mucho peor si explicáramos la significación de este hombre singular apelando al ya perimido concepto de "lucha de razas". Ciertamente que su suerte estuvo signada por los prejuicios sociales de una humanidad en la que el color de la piel se relacionaba con la inser-ción de clase. Le tocó moverse en una sociedad de castas, 8 pero su vida y su pensamiento sólo pueden explicarse, en este aspecto, si se da al concepto de "casta" su sentido correcto. La lucha de castas no fue una "lucha de razas", sino el modo cómo durante la colonia y, en particular, con evidente fuerza en la segunda mitad del siglo XVIII, se dio la lucha de clases y la lucha entre las fracciones de clase. Espejo, proveniente de lo que en general era considerado como "plebe", optó ideológicamente por una posición que lo aproximaba a lo que podríamos considerar la fracción "progresista" de la clase terrateniente de la época. Lógicamente lo hizo introduciendo en ella elementos nuevos que sólo podían estar nutridos de su extracción social y que están anunciando la quiebra pos-terior de esa misma ideología.

Dentro de una humanidad que pretendía mantenerse cerra-damente estamentaria, la lucha de ciertos grupos en favor del ascenso so-

8 Resulta importante tener en cuenta que el siglo XVIII es el gran siglo de la estamentación social en castas dentro de las colonias españolas. "A medida que la población colonial se fue estructurando - dice Ángel Rosenblat - y adquiriendo contomos más precisos, fue dando más importancia a la pureza de sangre y adoptó, sobre la base de esa pureza, un sentido jerárquico y aristocrático, que no se completó al parecer hasta el siglo XVIII". (La población indígena y el mestizaje en América. U. El mestizaje y la» caítos coloniales. Buenos Aires, Ed. Nova, 1954, p. 133).

Por lo demás, es interesante saber que la "limpieza de sangre" (Espejo pretendía poseerla y así trató de probarlo) no significaba absoluta pureza de sangre "blanca" (Cfr. op. dt., p. 180).

Serla un error pensar que la sociedad de castas era estacionaria e inmóvil. ".. Jo más crecido de aquellos vecindarios - dicen Juan y Ulloa, hablando del Ecuador - se compone de mestizos y de gente de castas. En unas ciudades han provenido éstas de la mezcla de indios y españoles, y en otras de españoles, negros e indios; de unas y otras castas van saliendo con el discurso del tiempo, de tal suerte, que llegan a convertirse en blancos totalmente, de modo que en la mezcla de españoles con indios, a la segunda generación ya no se distinguen de los españoles en el color, no obstante que hasta la cuarta no se Human españoles. . . " (Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Noticias secretas de América. Buenos Aires, Ed. Mar Océano, 1953, p. 385).

Sobre la estamentación social en la colonia tal como la veía el propio Eugenio Espejo, (Cfr. el cap. "Grupos y conflictos sociales" del estudio de Carlos Paladines en el libro ya citado Espejo, conciencia crítica, p. 227 y sgs.)

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cial resulta significativa. Los detentadores del poder respondían de modo despiadado a todo intento de movilidad social que pusiera en peligro el sistema de jerarquías. Aquel intento conducía inevitablemente a formas de descasamiento y a ambiguas incorporaciones respecto de formas de vida que no condecían con los orígenes de los sectores en ascenso. El modelo estaba dado para ellos por los grupos humanos dominantes que se mostraban menos rígidos ante posibles cambios sociales, por cuanto de alguna manera, a pesar de participar de la clase hegemónica, sufrían por su parte formas de marginacion. Concretamente nos referimos a los núcleos de españoles americanos, los "criollos", enfrentados ya abierta-mente en el siglo XVIII con los españoles europeos, "chapetones" o "gachupines".

Para los que provenían de la plebe - en particular hablamos en este caso de la plebe ciudadana - la lucha comenzaba por la c<fnquista de un apellido hispánico; si eran de origen indio, por el derecho al uso de una vestimenta que les diferenciara y que les otorgara la dignidad social buscada y por el ingreso de sus hijos en un cerrado sistema educativo cuyos resquicios debían ser aprovechados. No serían muchos indudablemente los que podían hacerlo. La familia de Eugenio Espejo, con la que se emparentó más tarde José Mejía Lequerica es, sin embargo, un ejemplo elocuente de ascenso social.

El origen de los Espejo es bastante oscuro y su determina-ción se encuentra condicionada por una serie de posiciones deformantes que lo han oscurecido aún más. Los documentos más citados corres-ponden a declaraciones hechas por enemigos personales de Espejo que trataron de denigrarlo rebajando su condición social. El propio Espejo respondió a estas calumnias en defensa tanto de sí mismo como de sus progenitores. Desde fines del siglo XIX y primeras décadas del presente, se perfilaron, por otra parte, dos tendencias interpretativas: una "indi-genista", proclive a aceptar la autenticidad del origen americano del padre de Eugenio y que llevó a algunos a hablar de este último como del "indio Espejo", lo que es a todas luces inexacto, tanto étnica como ideológicamente; otra, "hispanista", que tomó muy en serio la pretensión de legitimar la "pureza de sangre" y, por tanto, el origen ibérico de nuestro escritor, despreciando de este modo lo que en él había de propiamente americano y, podríamos agregar que si en el Ecuador se hubiera generado una corriente ideológica equivalente a la "indigenista" relativa a la "negritud", no hubiera faltado algún escritor que hubiera hablado de modo elogioso del "zambaigo" o del "mulato" Espejo.

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El estudio de los antecedentes de los Espejo, tanto de los conocidos ya de modo cierto, como de los que aún ofrecen dudas de in-terpretación, nos pone frente a un interesante fenómeno de variación de apellidos, hecho que es prueba de la desesperada búsqueda de un status social por parte de ciertos estamentos medios en ascenso integrantes tanto de la plebe "blanca", como de la "indígena" o de la "negra". Las variaciones de apellido eran frecuentes en aquella larga época, como asimismo el uso de modos distintos de llamarse, aun en individuos que no vivían una vida de dependencia familiar, dado su nivel social, sino que podían ser cabezas de familia. Tal fue el caso, entre tantísimos, del cuarto abuelo materno de Espejo, Juan de Zía y Larrainzar, mercader llegado a Quito en 1594, que se llamaba de aquella manera, pero también Juan de Ciga y Aldaz o simplemente Juan de Aldaz. Da la impresión de que padecían de una especie de ansia de status que sólo podía satisfacerte manteniendo vivos los principales apellidos de los antepasados, como si fuera más valiosa la identificación familiar que la individual. A esto se debe posiblemente, la escasa o ninguna importancia de los nombres respecto de los apellidos.

Para los que vivían en relación de dependencia, en calidad de sirvientes o hijos de tales, lo común era que adoptaran el apellido de los amos. De ahí el evidente espíritu denigratorio que tienen las afirma-ciones de que el apellido Benítez lo recibió el padre de Eugenio Espejo de un cura del que habría sido su criado, y que el apellido Aldaz, lo re-cibió la abuela materna de Eugenio, negra o mulata, es decir, sirviente, de otro cura que, generosamente, la habría hecho liberta.

Entre la población indígena quichua se había dado, además, sobre el sistema tradicional de su propia cultura, una movilidad bastante acentuada. Según los usos antiguos había un nombre infantil que duraba hasta el ritual de la iniciación y, lógicamente, otro posterior que correspondía con el ingreso del individuo en la comunidad, con todos los derechos y obligaciones del adulto. A este hecho se ha de agregar, luego de la conquista y colonización, la imposición obligada de nombres cristianos, agregados al primitivo nombre indígena que quedaba como "apellido" y, en fin, la adopción de nombres y apellidos ibéricos, en particular, dentro de la población nativa que se incorporaba a las plebes urbanas en diversos niveles artesanales. Tal fue, posiblemente, el caso de los Espejo, como lo veremos más adelante. 9 9 Según el testimonio de Fray Domingo de Santo Toma», del siglo XVI, los quichuas daban

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Por último, regresando a los aspectos notables que ofrecía el uso de las denominaciones de origen ibérico, resulta interesante seña-lar que se daba una evidente vigencia de líneas matrilineales de apelli-dos. Así, el célebre pintor quiteño Miguel de Santiago - por ejemplo -inscribió a sus hijos legítimos, a unos con el apellido de su esposa y, a otros, con el de la abuela paterna, es decir, su propia madre. El fenó-meno se habrá de repetir, en cierto modo, con los apellidos de lo que Eugenio Espejo denominó, como veremos, su "verdadera casa" de Ja-vier, en Navarra, y que eran todos apellidos recibidos por línea materna.

Gracias a las investigaciones de Fernando Jurado Noboa los antecedentes maternos de Espejo se encuentran casi plenamente devela-dos. Los mismos han sido rastreados de modo cuidadoso hasta fines del siglo XV y comienzos del XVI, época en la que un solariego con preten-siones de hidalguía, llamado Peretón de Cía, de la Casa de Perochena, contrajo nupcias con María Martín de Larrainzar, de la Casa solar de Apesteguy, del pueblo de Larrainzar. Un nieto de ellos Juan de Zía (o Cía o Ciga) y Larrainzar o Juan de Aldaz, llegó a Quito en 1594, segura-mente con la importante ola inmigratoria de vascos que arribó en esos años. Por donde el cuento del cura que le habría dado a la abuela mater-na de Eugenio Espejo el apellido Aldaz, pone de manifiesto uno de los intentos de rebajar socialmente al núcleo familiar de aquél. 10

a sus hijos un primer nombre inspirado en los eventos que acaecían durante el parto. Si pasaba volando un ave y, en particular ciertas aves, se les ponía su nombre (¿Habrá sido éste el origen del nombre indígena de Espejo, a saber, el de Chusig o lechuza?). Este primer nombre duraba hasta la edad de los veinte años (¿época de la iniciación?) en la que cambiaban por el definitivo que podía ser el de los padres (¿el del ayllu?) o el de personas notables, etc. (Gramático o Arte de ¡a lengua general de lo» Indio» de los Reinos del Perú (1559-1560), cap. "De la imposición de los nombres propios a los indios", ed. del P. José María Vargas, Quito, Instituto Histórico Dominicano, 1947, p. 123). El Concilio Límense Tercero, en el siglo XVI, dispuso "que a los indios en el bautismo se les pusieran nombres cristianos y que los propios de su gentilidad se les conservaran como apellidos". (Cfr. Federico González Suárez. Historia General de la República del Ecuador, II, 450).

En lo que se refiere a la población con apellidos hispánicos "los hijos elegían libremente - dice González Suárez - el apellido del padre o de la madre". (Obra citada, II, 170). Respecto del caso referido de la familia del pintor Miguel de Santiago, (cfr. José María Vargas. Historia de la Cultura Ecuatoriana. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1961, p. 162-163). Sobre el origen de los apellidos de los sirvientes, Juan Montalvo decía en 1884: ". . .hasta ahora poco los que nacían en casa de sus amos tomaban su nombre, confundiéndose de este modo con los hijos de la fumín», ora fueran negros, ora cholos o híbridos (sic) de español e india". (Mercurial Eclesiástica Buenos Aires, Ed. Américalee, 1947, p. 98). Otro caso interesante de movilidad en materia de nombres es el de la abuela materna de Eugenio Espejo, la que se llamaba Petrona Gordillo Carrascal (apellidos del padre) o Petrona Suárez de Figueroa (apellidos de su madre). Para este caso y otros, véase el importante estudio de Fernando Jurado Noboa, que citamos más adelante.

10 Fernando Jurado Noboa. "Estudios inéditos sobre Espejo", en Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Quito, números 135-136, 1980, p. 67-104. Según el autor, Peretón, sexto abuelo de Espejo por línea materna, nació en Cía hacia 1480. Los testamentos de la familia de

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Como consecuencia de estas importantes investigaciones genealógicas se sabe ya de modo definitivo que el oscuro "seudónimo" utilizado por Eugenio Espejo en los dos Nuevos Lucianos, era y no era tal, por cuanto estaba compuesto por nombres de villas y de casonas so-lariegas de las que descendía, hecho que prueba, por lo demás, la exis-tencia de una tradición familiar transmitida por intermedio de su madre, Catalina Aldaz y Larrainzar. Cía, es un hermoso caserío, en medio de la campiña navarra, en el que el tiempo pareciera haberse detenido hace varios siglos, tal como puede entendérselo por el estilo de los escudos familiares de sus casonas, varias de ellas en ruinas o abandonadas. A este pueblecito rural pertenecía la Casa de Perochena, de la que salió una rama - que es la que constituye los antepasados españoles de Eugenio Espejo - la que se trasladó, según se halla documentado en numerosos autores, a Pamplona y "a la ciudad de Quito, en el Perú". n En cuanto al apellido Apesteguy (o Apesteguía), que es otro de los que aparece en el complejo "seudónimo" utilizado por Espejo, corresponde al nombre de la casa solariega del pueblo de Larrainzar, de donde provenía la mujer de Peretón de Cía. Larrainzar es una villa que se encuentra sobre una carretera comarcal, que también lleva a Pamplona y que pertenece, lo mismo que Cía, al partido judicial de esa ciudad.

Otra referencia toponímica que no se ha señalado en la complicada historia de los nombres de Espejo, es la de Xavier o Javier. En el Diálogo VII de la Ciencia Blancardina, Espejo declara que, para no provocar escándalo, no quiso firmar con los apellidos suyos "con que se me nombra por todos mis compatriotas" (es decir, el de Santa Cruz y Eugenio Espejo, han sido publicados en conjunto, con reproducción facsimilar en El Dr. Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, de Ángel Nicanor Bedoya Maruri, Quito, The Quito Times ed., 1982, p. 141 y sgs.

La inmigración vasca hacia las colonias de España en América se produjo en los siglos XVII y XVIII y constituyó un grupo social que pronto modificó la constitución de los cabildos y, según Carlos Stoetzer, "lograron - los vascos - formar un segundo estrato social de hacendados" (El Pensamiento político en la América Española durante el periodo de ¡a Emancipación (1 789-1825). Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1969, tomo I, p. 60).

11 En la Biblioteca Municipal del Ayuntamiento de San Sebastián pudimos consultar las siguientes obras en las que se habla de la rama Perochena, proveniente originariamente de Cía: Alberto y Arturo Caraffa. Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos. Madrid, Imprenta Radio, 1955, art. "Cía (o Zía)"; de los mismos autores, la obra El solar vasco-navarro. Tercera edición. San Sebastián, Librería Internacional, 1963; Jaime de Qurexe-ta. Diccionario onomástica-heráldico vasco. Bilbao, Biblioteca de la Gran Enciclopedia Vasca, 1971; Enciclopedia general ilustrada del país vasco. San Sebastián, Ed. Aliñamendi, Estornes Laso Hnos., 1976.

El pueblo denominado Cía es, en verdad, un caserío habitado actualmente por un escaso número de antiguas familias campesinas, tal vez unas treinta, y se llama Cía de Horeya, situada en el Valle de Gulima, sobre un camino vecinal que sale de la carretera internacional que va de Irurzun a Pamplona, más cerca de la primera ciudad que de la segunda.

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Espejo) sino que puse - dice - "mi verdadero nombre y los verdaderos apellidos de mi casa en Xavier, de Cía. Apesteguy y Perochena".12 De donde pareciera desprenderse que los Perochena-Apesteguy, no sólo sa-lió una rama que se estableció en Pamplona, tal como lo ha confirmado Jurado Noboa, sino que la que salió para Quito, pareciera haberse esta-blecido previamente en Javier, el célebre pueblo de San Francisco Javier, cuyo casco antiguo no existe ya. El hecho de que Espejo se llamara Francisco Javier, a más de Eugenio, pareciera comprobar la existencia de una tradición llegada por vía materna que se mantenía viva en la me-moria de los hijos de Doña Catalina. No es casualidad, por otra parte, que el nombre que acompaña a los apellidos del "seudónimo", sea el de Javier y si bien en la partida de bautismo figura como Eugenio Francisco Javier, en el testamento habla nuestro autor en primera persona y dice: "Yo, el Doctor Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo". Súmese a todo esto la admiración que tenía por San Francisco Javier cuyos sermones eran para él un modelo de elocuencia evangélica (I, 511)13

Si tenemos en cuenta que, a pesar de la fuerte estamenta-ción social, el concepto de "casta" no era rígido y si aceptamos la vera-cidad de una cierta hidalguía por parte de una de las ramas de la familia, de la que los Espejo estaban sin duda orgullosos, es evidente que la pre-tensión de probar "limpieza de sangre" no era un simple ardid o una vía ilegítima respecto de las normas, usos y tradiciones establecidos en la época, sobre cuya base se podía asegurar una determinada posición so-cial.14

12 En la edición de Federico González Suárez de los Escritos de Espejo, no dice "Xavier", sino "Janier", error que proviene probablemente del manuscrito utilizado (II, 322); Philip Astuto ha restablecido el texto correctamente a nuestro juicio, en cuanto no existe absolutamente ningún albergue, caserío, villa o pueblo en Navarra que lleve el nombre de "Janier" (Cfr. Eugenio Espejo. Obra educativa. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1981, p. 427).

13 Las diferencias en la prelación de los nombres de pila de Espejo que hemos señalado que hay entre la partida de bautismo y el testamento, pueden verse en el libro de Enrique Garcés. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 34 y 315.

14 En este sentido las apreciaciones hechas por González Suárez no fueron acertadas y delatan un cierto desprecio respecto de la moral personal de Espejo que nos parece injusto: ".. .acudió nuestro compatriota - dice - al arbitrio de urdir un expediente para comprobar lo limpio de su sangre por parte de su madre, oriunda, según en el expediente se lela, de no sé qué familia de solar conocido de Navarra". Escritos de Espejo, Tomo I, Introducción, p. XXX. Lo que ha quedado probado es que Eugenio Espejo no maquinó, tramó o "urdió", sino que simplemente expuso sus antecedentes familiares, conocidos a través de su propia madre.

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Por otra parte, no parece infundada la suposición de que los antepasados de origen hispánico de Espejo integraban una especie de burguesía, en algunos casos más que mediana, en la que hubo funciona-rios reales, comerciantes, profesionales, clérigos y artesanos, pareciendo haber sido de mayor status social la línea materna de los antepasados de la madre de Eugenio Espejo (ios Gordillo Carrascal y los Suárez de Fi-gueroa) que los de la línea paterna de la misma madre (los Cía, Larrain-zar y Aldaz). Juan de Cía y Larrainzar o Juan de Cía y Aldaz, llegado a Quito en 1594 (¿de Pamplona o de Javier?), era mercader; dos hijos de Matías de Aldaz, nacido éste en Quito en 1629, fueron el uno maestro platero y el otro, presbítero; Juan de Aldaz y Fuentes o Juan de La-rrainzar y Aldaz, nacido en 1671, abuelo de Eugenio Espejo, tenía casa de dos pisos con su huerta, en Quito; entre los familiares de la línea materna de Doña Catalina figuran un Ignacio Carrascal, fraile, de no sa-bemos qué congregación; Fernando Gordillo, que fue cura de Archido-na entre 1624 y 1627; Diego Suárez de Figueroa aparece como barbero o médico cirujano a mediados del siglo XVI; un hijo con el mismo nom-bre, nacido en Quito hacia 1540, fue Escribano de la Cámara del Rey y entre 1573 y 1576, Secretario de la Real Audiencia; otro Diego Suárez de Figueroa, nacido también en Quito, en 1600, fue abogado y Tesorero de la Real Audiencia entre 1649 y 1651 y por último, abogado de Cabüdo.

¿Podría de todos estos antecedentes hispánicos hablarse de una "pureza de sangre" en el sentido que lo hubieran entendido y de-seado los hispanizantes del siglo XIX y de comienzos del presente? Es necesario tener en cuenta que los apellidos no lo dicen todo y que mu-chas veces ocultan el complejo proceso de mestización americana. Bien pudo ser una de las abuelas maternas de Espejo - y a toda honra - negra, o mulata, o india, como indios fueron según parece hasta ahora los abuelos paternos y bien pudo - seguramente que con todo derecho - ar-güir Eugenio Espejo a su favor - conforme las normas de la época - "limpieza de sangre".

Por último, no podemos olvidar en este momento lo que el mismo Espejo declaró acerca de lo que él entendía por "nobleza", la que derivaba no de una herencia recibida involuntariamente, sino de lo que cada uno había sido capaz en cuanto a superación intelectual y moral. "Si existo sobre la tierra, porque tuve progenitores, a ellos es que debo el ser y a mí mismo, después de Dios, es que debo mi nobleza. Ocupaciones ilustres, pensamientos puros, educación cristiana, procedí-

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mientos públicos y privados de probidad y honor. Todo esto me ha ele-vado a un cierto grado de nobleza propia y adquirida, que no puedo re-nunciar, sin hacerme aun digno del nombre de racional".15 /

Anotemos que si bien podían los Espejo enorgullecerse de antepasados que habían sido "algo", ya por las profesiones ejercidas, ya porque simplemente presumían de hidalguía, éstos no integraron propia-mente la nobleza en el sentido de "estado noble", sino aquel "estado llano" del que habría de surgir con la burguesía, como nueva clase social, el gran cambio iniciado abiertamente en el siglo XVIII. Estamento social, al que tal vez podría llamársele clase media entre dos extremos, la plebe, en la que tenía raíces y la aristocracia a la que se le tenía a la vez una secreta envidia y un no oculto rechazo desde un nuevo concepto de "nobleza".

Veamos ahora el caso del padre de Eugenio Espejo. No cabe duda que pertenecía al nivel social de los artesanos y su oficio, el de cirujano, era uno de los tantos que integraban los gremios. No se trataba, sin embargo, de un barbero al que se le había reconocido capacidad como cirujano, sino que parece haber sido iniciado en la cirugía de la época, dentro de una institución de salud, un hospital, sin que proviniera del gremio de barberos, lo cual suponía un cambio importante para la época. Puede, pues, decirse que el matrimonio de Luis Benítez (como se llamó el padre de Espejo antes de aparecer con otros apellidos) con María Catalina Aldaz, no fue entre elementos sociales pertenecientes a niveles diferentes, sino que formaban parte ambos de aquella especie de "mediana burguesía" que hemos mencionado. Según el testamento que hizo en 1778, era hijo de Juan de la Cruz y Espejo y de Antonia Ruiz, todos al parecer naturales de Cajamarca lo mismo que él. Conforme con el testimonio dado en 1787 por el fraile José del Rosario, betlemita del Hospital de San Juan de Dios, - que fue quien inició a Luis en el arte de la cirugía, según pareciera ser - Juan, el abuelo, al que había conocido, era indio y su oficio era el de "picador de piedras" para la construcción de edificios, sin que se especifique si lo era en condición de artesano o de simple obrero. Su "apellido" nacional era el de Chusig, si bien lo co-nocían por el de Cruz "al que eran muy aficionados los indios". Luego se

15 Carta de Espejo a Fray José del Rosario, de fecha 2 de Julio de 1789, fechada en Bogotá, (Cfr. Enrique Garcés. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 56-58). Las referencias a las profesiones, oficios, cargos públicos de parientes próximos y lejanos de Espejo los hemos tomado del importante trabajo ya citado de Femando Jurado Noboa.

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agrega un dato que llama la atención, se dice que el abuelo "fue calzado, de capa y no de cotón o cusma", es decir, que vestía capa española, lo cual probaría, según Gonzalo Zaldumbide que ya no era "indio puro" por cuanto los indios "no abjuran de su vestido". Augusto Arias interpreta las palabras de Fray del Rosario en el sentido de que era un "aborigen calzado que solía cubrirse con la típica capa de los naturales menos esclavizados", lo cual era, según él, ya vestimenta española. Según el testimonio el cura de Zámbiza, Sancho de Escobar y Mendoza, otro de los contemporáneos que se dedicaron a denigrar socialmente a los Espejo, el hijo de Juan, Luis, cuando fue traído a Quito por Fray José del Rosario, venía "descalzo de pie y pierna" y vestía un "cotón de bayeta azul", es decir, que traía indumentaria indígena. De todas maneras bien pronto el niño, lo mismo que hizo su padre, habría cambiado de vestimenta.16

La razón de estos cambios tal vez se encuentra en un hecho muy interesante que nos ha dado a conocer Segundo Moreno Yánez, re-lacionado con la población indígena de Riobamba. Se trata de la dife-rencia entre los llactayos (indígenas incorporados a sus comunidades

Gonzalo Zaldumbide. En tomo a Espejo. Quito, Editorial Minerva, 1967, p. 87; Augusto Arias. El cristal indígena. Biografía de Espejo. Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1939, p. 17.

Sobre la vestimenta indígena digamos que es frecuente encontrar contrapuestos "cushma" y "capa", como indígena la primera y española la segunda. El uso de la cushma se encuentra documentado, por lo menos, hasta fines del siglo XIX. Según una relación anónima de 1573 la población indígena masculina de Quito vestía: ". . .una camiseta sin mangas, tan ancha de arriba como de abajo; los brazos y las piernas descubiertas; encima de la camiseta una manta cuadrada de vara y tres cuartos de largo, ésta sirve en lugar de capa". (José María Vargas. La economía política en el Ecuador durante la Colonia. Quito, Editorial Universitaria, 1957, p. 42-43). Juan Montalvo, en sus Siete Tratados define expresamente la cushma y dice: "Esta prenda de vestir es una túnica corta, sin mangas, de rara elegancia en cuerpos bien formados". (Edición Garnier, París, s/f, tomo I, p. 10). En la misma obra de Vargas citada antes se habla de "las formas de vestido que introdujeron los españoles" y se dice que entre ellas "figura ante todo la capa española, cuyo uso dominó durante toda la colonia" (p. 268). El hecho de que en uno de los textos que hemos citado se hacen sinónimos los términos de "cotón" y de "cushma", nos ha llevado a inferir que Luis Espejo llegó a Quito con vestimenta indígena.

En lo que se refiere a los cirujanos es interesante saber que no todos los barberos eran aceptados como cirujanos, tal como se desprende de lo que dice Juan de Velasco en su Historia, I, 345. También es del caso recordar aquel antepasado de la madre de Espejo, uno de los Diego Suárez de Figueroa, que aparece tan sólo como "barbero o medio cirujano". Tal como lo hemos dicho es posible suponer que Luis Espejo estuvo en un nivel superior en cuanto no habría sido "barbero" y sí cirujano, tal como se lo señalaba en su propia época en el tratamiento que se le daba.

El rechazo de los cirujanos que puede verse en Eugenio Espejo, según parece debería entendérselo como referido a los antiguos "barberos-cirujanos", si bien atendiendo a la cultura latina de los médicos tan defendida por el propio Espejo, puede muy bien referirse a los que ejercían la profesión en general (Cfr. Escritos de Espejo, II, 517-518). La posición de Espejo no coincide con la de Feijoo para quien ". . Ja actividad del cirujano es evidente y visible; la del médico muy incierta. .." (Teatro Crítico Universal Madrid, Espasa Calpe, 1975, tomo I, p. 161. Cfr. además González Suárez. Escritos de Espejo, tomo U, Introducción, p. XV1I-XVIII).

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campesinas o no desapegados de sus tierras) y los "forasteros", prove-nientes de una población indígena flotante, asentados en la ciudad y que ejercían, por lo general, oficios artesanales. Pues bien, estos últimos se diferenciaban de los primeros porque usaban capa y valona (es decir una capa que llevaba un cuello alto). Si nos atenemos a este hecho, el abuelo de Eugenio Espejo habría sido un indígena asentado en una ciudad, que había abandonado él o sus antepasados la comunidad campesina y se diferenciaba por el uso de la capa de origen hispánico, lo que según parece era distintivo de los artesanos. Ese cambio de vestimenta ha de relacionarse con el posible cambio de "apellido" y que le habría llevado a llamarse Cruz y no Chusig. El mismo fenómeno habría de repetirse y de un modo bastante más complejo, con Luis, el padre de nuestro escritor, quien muestra una variada gama de apellidos, los cuales eran, según habría de afirmar Eugenio Espejo en su defensa y en la de sus progenitores, nombres reconocidos y no usurpados. En 1746 aparece como Luis Benítez; al año siguiente, Luis de la Cruz y Espejo; en 1751, es ya Don Luis de la Cruz o Don Luis de Santa Cruz y Espejo; en fin, en su testamento, extiende el "Don" a sus padres, a los que presenta como "Don Juan de la Cruz y Espejo" y "Doña Antonia Ruiz". De esta manera, la rama paterna de los Espejo, pareciera haber pasado del "apellido" quichua, a los apellidos hispánicos, acompañados del "Don", así como en la vestimenta habrían pasado de la cushma a la capa española de los artesanos y de ahí a la vestimenta civil de casaca con la que aparece Eugenio Espejo retratado en 1783 en el gran lienzo que se conserva en el actual Hospital que lleva su nombre en la ciudad de Quito."

Hasta ahora todo lo que se ha elucubrado acerca del origen indígena de Eugenio Espejo, oficio del abuelo, su vestimenta, etc., como asimismo el modo cómo habría llegado el padre desde Cajamarca, la cuestión del apellido Chusig, etc., ha sido tomado de dos documentos, bastante breves y que no son de entera confiabüidad dado que fueron redactados con intención denigra-toria. Lo dicho no les resta importancia en muchos aspectos, mas, no cabe duda que aun faltan investigaciones, entre ellas, la que se debería hacer en la ciudad de Cajamarca. Esos documentos son: el "Informe del Rdo. P. Fray José del Rosario, religioso betleraítico", del mes de noviembre de 1787, incluido en la "Petición de Doña María Chiriboga en que le acusa al Dr. Eugenio Espejo de haberle injuriado gravemente su honor en unos papeles o libelos infamatorios". Archivo Histórico Nacional de Bogotá. El documento mencionado ha sido reproducido en el Boletín de la Academia de la Historia. Quito, numero 100,1962. La respuesta al informe de Fray del Rosario puede leérsela en el libro de Enrique Garcés. (Espejo, médico y duende, ed. tít., p. 45-57). El otro documento es asimismo una declaración en el mismo pleito, hecha por Sancho de Escobar y Mendoza, que puede leerse en el "Testimonio íntegro de los autos en que Doña María Chiriboga y Villavicencio. . .se queja y acusa en forma al Dr. Eugenio de Santa Cruz y Espejo, por haberle injuriado gravemente. . ." etc. Asimismo en el Archivo Histórico Nacional de Bogotá. Ha sido reproducida por González Suárez en su estudio Introductorio a los Escritos de Espejo, II, p. XVIII.

Respecto de la diferencia de vestimenta de llactayos y "forasteros" artesanos, véase Segundo Moreno Yánez. Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito. Quito, Pontificia Universidad Católica, 1978, p. 45.

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En lo que se refiere a la posición económica, el matrimonio de Luis y Catalina muestra una evolución semejante. Van de la extrema pobreza hasta llegar, en pocos años, a una medianía que les permitió una vida ciudadana, diríamos, "decente". Contrajeron nupcias en 1746, sin que la esposa aportara dote alguna siendo ambos pobres, tal como lo declaran al hacer el recuento de su vida en el acto del testamento. En 1747 les nació el primogénito, Eugenio. Diez años más tarde, en 1758, ya estaban en condiciones de adquirir una "casa de alto y bajo cubierta de teja", con patio, traspatiecito, dos corredores, horno y una huerta con frutales en la propia ciudad de Quito. La casa hubo de ser mejorada desde los cimientos, en lo que se invirtió tres veces su costo total, es de-cir, tres mil pesos. Más tarde, al parecer antes de 1767, año de la expul-sión de los jesuitas, habían puesto a interés mil pesos en la Compañía. Pocos días antes de morir, Luis declaró que con su mujer habían acu-mulado una fortuna - sin contar los bienes muebles, entre ellos algunas alhajas y unos ciento setenta libros - que ascendía a los 4.526 pesos con seis reales.

¿Cómo hicieron este pequeño capital? En 1778, Luis de-claró que su salario de médico-cirujano que se le pagaba en el Hospital de San Juan de Diosera de cincuenta pesos anuales (algo así como cuatro pesos con dos y medio reales mensuales). Hubo sin duda otros ingresos 18 y, sobre todo, un acentuado espíritu de ahorro y capitalización,

18 Luis Espejo era, hada 1771, "médico-cirujano" del Convento de Predicadores, con un salario de 50 pesos anuales y del Convento de San Agustín, de cien pesos por año. Por otra parte, los mil pesos colocados "a censo" en la Compañía de Jesús le daban un interés de treinta pesos anuales. (Cfr. Ángel Nicanor Bedoya Maruri, Eugenio Espejo, etc. obra citada, p. 10-11). Sobre la herencia que recibió Eugenio Espejo de su padre y sobre la cantidad de libros de la biblioteca paterna, heredada por los tres hijos, cfr. Fernando Jurado Noboa, art. cit., p. 88. A fin de que se tenga una idea de la medianía de la fortuna de los Espejo, diremos que los bienes de la Compañía de Jesús - en donde habían puesto aquellos mil pesos a interés - alcanzaban a los cuatro millones de pesos, con una renta anual de trescientos mil. Cuando se produjo el remate de esos bienes, luego de la expulsión - remate que fue el primer negociado en gran escala de los marqueses - el Marqués de Selva Alegre, de cuya amistad con Eugenio Espejo ya hemos hablado, adquirió haciendas, entre ellas la de los Chillos, por más de cien mil pesos. (Cfr. Hugo Arias Palacios. Evolución socio-económica del Ecuador, etc. Guayaquil, Facultad de Ciencias Económicas, 1980, p. 249-253).

Entre 1737 y 1772 se produjo una desvalorización de la plata que hizo que el escudo (o el peso en oro correspondiente a esa moneda) fuese equivalente a 15 reales de plata. Mas adelante y hasta la época de la Independencia, al revalorarse la plata, fue equivalente a 16 reales. (Luis Alberto Garbo. Historia monetaria y cambiaría del Ecuador desde la época colonial. Quito, Banco Central, 1978 p. 14-17. Véase asimismo Carlos Ortuño. Historia numismática del Ecuador. Quito, Banco Central, 1977, p. 18-19).

Para hacernos una idea más aproximada de los ingresos de Luis Espejo, se pueden tener en cuenta los siguientes otros datos: Un cura de parroquia, según la Defensa que escribió Eugenio Espejo, ganaba el "tenuísimo" suelo de 137 reales por mes, o sea, aproximadamente unos ocho pesos con nueve reales mensuales (II, 177); en Ambato, un pan costaba un real (II, 177) y una mujer, en una fábrica de tejidos, en Quito, ganaba por día un real y medio (II, 430).

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muy conforme con las exigencias propias de miembros de esa especie de "clase media" caracterizada por sus ansias de superación social.

De todos modos, los diez primeros años fueron, sin duda, de mucha estrechez y coincidieron con los años de la enseñanza primaria de los hijos, todo lo cual permite suponer que las primeras letras fueron adquiridas por el pequeño Eugenio en las escuelas públicas sostenidas por el estado y no por medio de lo maestros domiciliarios a los que recurrían las familias acomodadas.

Frente a la ordenada economía del matrimonio Espejo-Al-daz, la del primogénito, Eugenio, se nos presenta en agudo contraste. A pesar de haber cumplido, como médico graduado, con los sueños de su padre que no pasó nunca de la medicina empírica, nuestro Espejo no lucró, ni siquiera se aseguró un mediano pasar. La lectura de su testa-mento contrastra de modo notable con la de los testamentos de su madre y de su padre. Podría decirse que Eugenio no dejó absolutamente nada, salvo deudas, las que ascendían en el momento de su muerte a los 247 pesos.

La vida de Espejo se encuentra marcada, trágicamente, entre dos hechos y dos documentos que revisten todo un denso simbolismo: su partida de nacimiento y su partida de defunción. El texto de la primera, inscrito en las "Partidas de Baptismos de Españoles" el 21 de febrero de 1747, habla del hijo legítimo de "Luis de la Cruz y Espejo y Catalina Aldaz"; el texto de la segunda, registrado en el "Libro de Muertos donde se asientan los mestizos, montañeses, indios, negros y mulatos", el 28 de diciembre de 1795, ni siquiera menciona sus apellidos y se lo registra como "el cadáver del Dr. Eugenio", con una nota al margen que dice escuetamente "Eugenio". Mísera venganza de una sociedad implacable con aquellos de los suyos que no habían sabido mantenerse sumisos y agradecidos con los que detentaban el poder. No sabía Mariano Parra, el humilde funcionario de cementerio que asentó la defunción, que ese despreciado libro era, en ese momento, el libro de la historia. 19

19 La partida de defunción de Eugenio Espejo ha sido publicada por Enrique Garóes. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 319; la partida de nacimiento se publicó por primera vez en la Revista Ecuatoriana Quito, número XLV, septiembre de 1892, tomo IV de la colección, p. 360. El hecho de nombrar a Espejo tan sólo como "Eugenio" o curiosamente "Dr. Eugenio", significa el rechazo de todos sus apellidos, según la práctica que los amos solían tener con siervos y esclavos. La categoría de "montañés" ha significado varias cosas. En general se trataba de un indi-

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III. DE LA UNIVERSIDAD MISIONAL A LA UNIVERSIDAD HACENDARÍA

La inserción en el sistema educativo era otro de los frentes de lucha que debían abordar los grupos sociales marginados. Según un informe del Cabildo de Quito del año 1769, la enseñanza de primeras letras mostraba una estratificación bien precisa: los hijos de la aristocracia criolla y los de los altos funcionarios reales, tenían tutores; los "padres de medianas conveniencias", que podían imitar aquel sistema, pagaban maestros para que enseñaran a sus hijos y familiares en sus casas; luego venían los que, teniendo por lo menos cómo vestir a sus hijos, los enviaban a una de las once escuelas públicas; en cuarto lugar, los que no teniendo cómo vestir a sus niños, no los enviaban a ninguna escuela y los que, a pesar de aquella situación, lograban ser aceptados en una de las tres escuelas de caridad existentes. Allí "escriben en el suelo y en tablas sobre las rodillas para la comodidad de la luz". Según el mismo informe, de esas escuelas, tanto de las públicas como de las caritativas, los niños salían a los "oficios", entre ellos, el de escribientes en oficinas de notarios y abogados. El número de escuelas era, además, según los cabildantes, reducido debido a la enorme mortalidad infantil causada entre otras razones por enfermedades eruptivas epidémicas. Este panorama de la educación primaria muestra los límites y las posibilidades de los grupos sociales marginados, entre ellos, esa especie de "clase media" que hemos mencionado, integrada principalmente por plebe mestiza. Nos referimos en particular a un tipo social que había comenzado a tener una presencia muy viva en la ciudad, tal como se lo vio en la Revolución de los Estancos, en 1765 y que incluia, posiblemente, el grueso de los gremios artesanales y de los pequeños comerciantes. Eugenio Espejo tenía una evidente simpatía por ese sector de la sociedad de su época, aun cuando su posición frente al alzamiento de 1765 fue de claro rechazo. En su estudio sobre las viruelas se lamenta por la pérdida de más de dos mil individuos en Quito, ocasionada por una epidemia de sarampión que

gena sumamente rústico, de los páramos, al margen del sistema agrario controlado, que lindaba con la vida salvaje. Según parece, tal vez para no ahuyentarlos, se les eximía del tributo y de la mita. Cfr. Aquiles Pérez. Las mitas en la Real Audiencia de Quito. Quito, Ministerio del Tesoro, 1947, p. 189-190; 262.

Algunos indios montañeses ingresaban al parecer, a la ciudad de Quito y sus hijos, nacidos en ella, se los seguía denominando, como tales. (Cír. Hernán Rodríguez Gástelo. Literatura en ¡a Audiencia de Quito, ed. cit, p. 96). Sobre los sentidos de la palabra "montañés" en el Cuzco, cfr. Garcilazo de la Vega. Comentarios Reales, libro IX, cap. XXXI.

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afectó principalmente a jóvenes de los gremios, a los que caracteriza co-mo "la flor de la juventud quiteña, la más útil y benéfica a la sociedad, porque tal concibo a la gente de servicio y empleada en artes mecánicas. Esta es - terminaba diciendo - la que ha perecido miserablemente" (II, 351) y en las páginas del periódico Primicias hará el mismo Espejo la enumeración de las artesanías quiteñas acompañada de una cálida de-fensa de las mismas (I, 64-66).

Con este estrato artesanal en ascenso - que cuando la Re-volución de los Estancos intentó aliarse con los marqueses criollos en contra de los españoles europeos - se relaciona, socialmente, la familia de los Espejo, por lo menos en sus orígenes y si atendemos en particular al oficio paterno. Curiosamente, esa simpatía por los artesanos, junto con una posición política de reserva respecto de todo lo que pueda ser entendido como tumultuario, se habrá de repetir en términos muy pa-recidos años más tarde en Juan Montalvo, otro de los grandes "mestizos" de la cultura ecuatoriana.

Pues bien, de aquellos pocos niños humildes que aprendían a leer y escribir y que, en el mejor de los casos lograban ocuparse como pendolistas, alguno habría de salir, no ya como mero amanuense de las letras, sino como literato. Espejo periodista tendrá muy presente esas es-cuelas públicas, de las que él mismo había salido sin duda, y propondrá para ellas ese curioso e interesante sistema "encíclico" y dará consejos a los maestros, induciéndoles a un trato humano con los pequeñuelos con palabras que tienen, como tantas de las suyas, una viva resonancia auto-biográfica. 20

Este nivel de alfabetización era el que no ofrecía mayores resistencias dentro de un cerrado sistema educativo. Las dificultades

20 El documento al que hemos hecho referencia es un informe del Cabildo de Quito, del 19 de agosto de 1769, dirigido al Presidente de la Audiencia, que ha sido transcrito por Enrique Gar-cés en su libro ya citado Eugenio Espejo, médico y duende, p. 29-30.

Las primeras letras las habría hecho Espejo entre los 6 y 9 años de edad (1753-1756). Al concluir ese período. Ingresó en el Seminario de San Luis y, mas tarde, a la Universidad de los jesuítas de San Gregorio, donde a los 15 años, según su propio testimonio (1762) se graduó de bachiller y maestro (u, 334). De acuerdo con la posición económica y social de los Espejo, las primeras letras las habría hecho en una de las "escuelas públicas", aquéllas a las que iban los niños cuyos padres no podían pagar al maestro en casa y tenían con qué vestirlos. (Cfr. Rafael Euclides Silva. "Documentos coloniales para el conocimiento de la instrucción en la Audiencia de Quito", en Anales del Archivo Nacional de Historia, Época II, tomo I, 1939; F. González Suárez. Historia General de la República del Ecuador, ed, dt., cap. "Establecimientos de instrucción pública en tiempos de la Colonia", vol. III, p. 265 y sgs.)

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surgían para aquéllos que, aun cuando se destacaban socialmente res-pecto de los estratos más bajos de la plebe, aspiraban a llegar a niveles más altos. A esto se debe que haya quedado tan ricamente documentada la lucha de los dos más célebres médicos de fines de la colonia en el Reino de Quito, Eugenio Espejo y José Mejía Lequerica. Si sus estudios primarios y prepatorios, aun cuando algo se sepa de estos últimos, han quedado en la sombra, se debe a que socialmente les estaban permitidos. Lo demás - siguiendo los usos establecidos y a pesar de que se había comenzado a vivir nuevos tiempos - lo sería por vía de excepción. Según nos refiere González Suárez estaba prohibido "recibir a los hijos de los artesanos" en las universidades. Es necesario sin embargo no olvidar las relaciones de parentesco que Espejo tenía por el lado de su madre, como asimismo el impacto que las ideas ilustradas en materia de acceso a la educación habían comenzado a ejercer. Nuevos tiempos se anunciaban como lo prueba la ley del 18 de marzo de 1783 mediante la cual se declaró que no era incompatible la "nobleza" con el ejercicio de profe-siones artesanales. Por cierto que una cosa era estar en Madrid y otra en Quito, oscura colonia en la que las tradiciones, los usos y los prejuicios hacían de ella una sociedad decididamente renuente a todo filoneís-mo.21

Por otra parte, le tocó a Espejo vivir en sus años de estu-diante universitario un proceso de cambio ciertamente importante: la crisis de la primera universidad colonial y la aparición de un nuevo tipo de universidades enmarcado dentro de las transformaciones económicas y sociales que se experimentaron en la segunda mitad del siglo XVIII. De aquella universidad en la que tuvieron un papel preponderante las órdenes religiosas, entregadas al aspecto misional de la conquista y colo-nización - entre las que jugó un papel ciertamente singular la Compañía de Jesús - se dio el paso hacia la universidad hacendaría, proceso en el que tuvo que ver también la misma Compañía. El hecho se relaciona con la decadencia del sistema de encomiendas y el fortalecimiento y ex-tensión del sistema de haciendas, en particular en la región ecuatoriana

21 Los artesanos tuvieron por lo común las puertas cerradas de la universidad, pero no asi las de los estudios eclesiásticos. Sobre la prohibición de recibir sus hijos en las universidades, cfr. González Suárez, Historia General citada, vol. III, p. 271. Frente a este hecho el mismo González Suárez nos dice que los mestizos (la mayoría de la población artesana era en el siglo XVIII mestiza, según parece) ascenderían socialmente haciéndose curas. (Cfr. vol. II, p. 1342 y 1339). Fue éste sin duda el caso del hermano de Eugenio Espejo, Juan Pablo. Respecto de las trabas que se ponían en Quito, véase un testimonio que transcribe Samuel Guerra en Espejo, conciencia crítica, ed. dt. p. 426. Respecto de las novedades sociales que trajo la ilustración en España, y sus consecuencias en el ingreso en las instituciones de enseñanza Cfr. José Luis Abellán. Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa Calpe, 1979, vol. III, p. 486 y sgs.

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andina. De una universidad plenamente confesional y fuertemente ecle-siástica se daría el paso hacia una universidad estatal que abriría las puertas a un moderado proceso de secularización. El fenómeno se pro-dujo en la veintena de años que van de 1767 a 1787, desde la expulsión de los jesuitas - hecho que hizo entrar en abierta decadencia la Universi-dad de San Gregorio, clausurada de modo definitivo en 1776 - hasta la estatización de la universidad de los dominicos, la de Santo Tomás, convertida en 1787 en universidad "real".

Esta nueva universidad fue expresamente declarada "pú- plica" y así denominada, frente a las anteriores que habían sido priva das. La contraposición entre lo "público" y lo "privado", que suponía' una verdadera entrada del espíritu moderno, implicaba además, la apa- t rición del concepto de universidad "abierta", frente a la cerrada y elitis- i ta, apertura que se produjo por lo menos en lo que se refiere a algunas . cátedras, tal como sucedió con la Economía Pública y de la que nos ' ocuparemos más adelante. Este espíritu, excepcional y pasajero, no ha- ' bría de durar como lo muestra la historia intelectual del propio Eugenio I Espejo. La futura universidad republicana - nacida de la universidad j "real" (estatal) y "pública" del siglo XVIII - debió esperar hasta el go- J bierno de José María Urbina para volver a aquel espíritu de apertura. j

La enseñanza de la filosofía dejó de hacerse siguiendo un maestro o mentor (Santo Tomás, San Agustín, Escoto), tal como se es-tilaba en las universidades de las órdenes religiosas - a excepción de la de San Gregorio en donde los jesuitas anticiparon el nuevo espíritu universitario en este aspecto - y se habló por primera vez de "libertad filosófica", la que estaba estrechamente relacionada con el espíritu ecléctico del siglo XVIII, organizado sobre la base del rechazo del principio de autoridad. Aquella "libertad" era uno de los tantos resultados de la lucha entre el Estado y la Iglesia, debilitada esta última, como consecuencia de la política regalista.

Por último, el viejo humanismo, centrado en aquella actitud paternalista que condujo a la defensa del indígena y que hizo que en el seno de las universidades misionales tuvieran tanta importancia los estudios filológicos, perdió fuerza. Con la nueva universidad surgía un nuevo sujeto histórico. Eugenio Espejo, aun marginado de la vida aca-démica, tal como veremos, habría de ser uno de los máximos exponentes de este proceso.

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Espejo obtuvo los grados de bachiller y maestro en filosofía con los jesuítas, en la Universidad de San Gregorio, en 1762; el doc-torado en medicina con los dominicos, en la Universidad de Santo To-más (o de San Fernando), en 1767 y, por último, se licenció en derecho civil y canónico, en la misma Universidad, en 1770. Le tocó presenciar en esos años, además, la etapa final de la vieja pugna entre jesuitas y dominicos por el control de la vida académica quiteña, hecho que segu-ramente influyó, entre otros motivos, en la posición que habría de adoptar más tarde en sus escritos respecto del sistema de enseñanza de los jesuitas. 22

Le tocó, pues, a Espejo cursar todos sus estudios en univer-sidades pertenecientes a órdenes religiosas y hacía dieciocho años que se había graduado cuando en 1787 se creó la Universidad Real, cuya gesta-ción le había tocado vivir y cuyo papel histórico frente a la misma fue ciertamente importante. Mas, antes de ocuparnos de esta etapa de su vi-da, no estará demás comentar algunos otros aspectos y hechos relativos tanto a su ingreso como a su egreso de aquellas universidades. Como lo ha observado Steger, no era tan difícil lo primero, como lo segundo y, posteriormente, la obtención de la licencia para el ejercicio de la profe-sión. La carencia de una probatoria de "limpieza de sangre" podía ser disimulada y perdonada con una información satisfactoria de vita et moribus, es decir, de vida "ordenada" y de "buenas" costumbres. No

Noticias sobre el título de doctor en medicina y de licenciado en los dos derechos, en F. González Suárez, Escrito» de Espejo, ed. cit., tomo I, p. XIII y LVII (medicina) y XII-XIII (derecho) del Estudio preliminar. Los estudios de filosofía (masterado y bachillerato en el San Gregorio) han sido documentados por Samuel Guerra, en Espejo, conciencia crítica, etc. ed. cit., 247 y 340 nota; la licencia para el ejercicio de la medicina la obtuvo en 1772 y la de derecho, al parecer, recién en 1793. (Cfr. González Suárez, pasajes citados; Gualberto Arcos. Evolución de la medicina en el Ecuador. Tercera edición, Quito, Academia de Ciencias, 1979, p. 209-213 y Enrique Garcés. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 133-140). Ambos transcriben importantes documentos. La polémica entre jesuitas y dominicos por el control de la enseñanza universitaria: comenzó a finales del siglo XVII. (Cfr. Hernán Rodríguez Gástelo. Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVII. Quito, Banco Central del Ecuador, 1980, p. 113 y sgs.)

En el "Estatuto de la Real Universidad de Santo Tomás de la Ciudad de Quito", del 26 de octubre de 1788, se dice: ". . .que sea la Universidad verdaderamente pública, y acudan con libertad los que se apliquen a estudios sin preferencia de escuelas, ni sistemas, pues sólo la puede haber por el mérito y aprovechamiento". (Cfr. Hernán Malo González. Pensamiento universitario ecuatoriano. Quito, Banco Central y Corporación Editora Nacional, 1982, p. 90). Por su parte, la importante cuestión de la "libertad de estudios" o "libertad filosófica" que se renovaría a propósito del concepto de "universidad pública" o del Estado, venía siendo ventilada desde fines del siglo XVII, en la polémica entre jesuitas y dominicanos. En 1695, el jesuíta Pedro Calderón afirmaba inteligentemente que una cosa es leer a Santo Tomás y otra ser "tomista". Este concepto impulsó a los jesuítas a escribir sus cursos, mientras las otras órdenes se entregaban a comentar los textos consagrados de sus pensadores fundadores (Santo Tomas, v. gr.) (Cfr. José María Vargas. Historia de la cultura ecuatoriana. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1961, p. 313-318 y 326-328 y del mismo autor. Historia de Quito colonial, ed. cit., p. 69 nota).

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era tanto el estudio lo que se impedía, cuanto la obtención del grado académico, hecho que era celosamente controlado por la clase dirigente a través de sus representantes eclesiásticos que regentaban la vida uni-versitaria. Por su parte, los "togados" de esa misma clase, instalados en los cabildos, ponían los impedimentos finales, cuando las primeras vallas habían sido salvadas, en los exámenes con los que se obtenía la licencia exigida para el ejercicio profesional. Conforme al espíritu de las constituciones vigentes en las universidades, la posesión de títulos uni-versitarios era un derecho que correspondía por "naturaleza" a los jóve-nes que podían exhibir blasones en el acto académico final. De las supo-siciones que se han hecho acerca de cómo Espejo pudo franquear la primera barrera, resulta verosímil lo que señala Samuel Guerra, quien piensa que se debió a la situación económica que entonces gozaba la familia Espejo la que, tal como hemos dicho, era la de una medianía "decente", sin que deba olvidarse, además, la extracción social de la madre que no fue, tal como está probado, la hija de una esclava ma-numisa. No era difícil pues, dada esa situación, un informe de vita et moríbus favorable. En cuanto a la segunda valla que se había de salvar, la de la presentación de los blasones familiares, si bien Espejo podría haber recurrido al escudo nobiliario de los Cía, o de los Pero-chena, que tenían hidalguía reconocida oficialmente, no lo hizo y tuvo en ese momento, podemos suponerlo, más peso aquel nuevo concepto de "nobleza" que tan claramente dejó expresado nuestro autor, que las veleidades nobiliarias. Según la tradición, en efecto, Espejo habría obviado la presentación de las armas en el acto de doctorarse, mediante la exhibición de una simple cruz recortada en el paño de tafetán rojo en el que debían ir pintadas aquellas. Por algún motivo la familia amplió el apellido "Cruz" con el de "Santa Cruz". Y no se ha de olvidar que la categoría de "filósofo cristiano", hondamente vivida y sentida por Espejo, no estaba organizada en él sobre la vieja noción de "vasallo", sino sobre la ciertamente nueva de "ciudadano" y aquella otra, también nueva, de "nobleza" entendida como ejercicio de virtudes. Tales fueron, posiblemente, las armas que Espejo hizo pintar en el estandarte para el consagrado y tradicional paseo.23

23 Ctr. Hans Albert Steger. Las universidades en el desarrollo social de la América Latina.

México, Fondo de Cultura Económica, 1967, en particular el capítulo: "El desarrollo de la hacienda en el siglo XVII y los correspondientes cambios en la función social de las universidades", p. 198 y sgs. Según nuestra opinión la "universidad hacendarla" comenzó a constituirse con sus caracteres propios antes de la aparición de la Universidad Real (o estatal) y fue exponente de ella, como nueva universidad frente a las de las otras congregaciones, la de los jesuítas, denominada de San Gregorio.

Si bien la institución del "paseo" se mantuvo con toda su fuerza en la nueva universidad, la

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII

Pues bietv, Espejo que hizo la crítica a los estudios universi-tarios que le había tocado vivir de modo directo y que con ella preparó las bases para un nuevo proyecto de universidad, no tuvo acceso como docente universitario ni a la antigua universidad ni a la nueva. La única posibilidad que se le ofreció para el dictado de una cátedra que no dictó, fue en Popayán, en 1788 y no en Quito. El P. José Ma. Vargas ha notado que "la crítica de El Nuevo Luciano precedió con ocho años a la formulación de los Estatutos de la Nueva Universidad" que redactó el obispo Pérez Calama; y creada la Universidad Real, Espejo colaboró de modo directo en la renovación general de los estudios tanto desde la se-cretaría de la Sociedad de Amigos del País, como desde el cargo de bi-bliotecario público.

Por disposición de la corona se había resuelto "poner en franquía" los depósitos de libros que habían pertenecido a la Compañía de Jesús y que estaban en manos de las Juntas de Temporalidades, entregándolos, ya fuera a universidades estatales, ya creando con ellos, un tipo de institución totalmente nuevo para la época, la que más tarde se llamaría "biblioteca pública". Según González Suárez, la biblioteca que fue de la Universidad jesuítica de San Gregorio, pasó a ser propiedad de la Real Universidad de Santo Tomás, mientras que la biblioteca que había pertenecido al Colegio Máximo de los mismos jesuitas, fue erigida en "pública". De esta última fue nombrado director Eugenio Espejo. El papel jugado por nuestro humanista, aun cuando la biblioteca a su cargo no fuera destinada como la otra expresamente para los estudiantes, puede inferirse de la osada iniciativa de Pérez Calama que, como dijimos, intentó abrir las puertas de la institución superior. En efecto, creó una cátedra de Economía Pública, la que se debía impartir siguiendo a Genovesi y a la que debían asistir no sólo los "Teólogos y Juristas jóvenes, sino que se ha de dar permiso para que asistan todos los ciudadanos que quieran, sean jóvenes o ancianos, pues, todos aprenderán mucho y también se les ha de permitir que vayan en cualquier traje, y que en el Aula no haya distinción de asientos. Esta cátedra, en el modo expresado - terminaba diciendo el revolucionario obispo - viene a ser

Real, tal como puede verse en sus Estatutos, la exhibición de las "armas" del estudiante, junto con las "armas reales", no era obligatoria. Es probable que sí lo haya sido en otras constituciones, de las universidades anteriores. (Oír. el libro de Hernán Malo González citado en nota 22, paginas: 134; 140; 142; 144; 149 etc.).

Conforme con los autores mencionados en la nota 11, el escudo nobiliario de los Cía estaba compuesto por diez calderos (los mismos que se pueden ver todavía hoy en las casas de campo navarras), colocados cuatro a cada lado del campo y dos arriba, y al medio dos lobos. Los mismos autores al hablar de los Cía declaran que se trata de "un noble linaje de Navarra".

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principio o ensayo de la Sociedad Económica de Amigos del País". De este modo, un tanto indirecto, vino Espejo a cumplir una función en re-lación con los estudios universitarios, incorporado en instituciones marginales a la misma Universidad, pero que eran las que expresaban, tal vez más acabadamente, el espíritu de la época. Aquellos "Ciudada-nos", que no eran estudiantes universitarios, tenían abierta una cátedra en la Universidad y, por cierto, abiertas las puertas de la Biblioteca Pú-blica.

Mas, esa apertura que venía impuesta con el aire de renova-ción que traía la ilustración española, no dejó de ser combatida y resis-tida. En efecto, Espejo, para poder alcanzar la dignidad de bibliotecario debió hacer lo que no necesitó cumplir para el ingreso a la universidad en sus años mozos: probar su "limpieza de sangre". El hecho de haber iniciado el trámite mediante el cual solicitaba el reconocimiento de su "limpieza", de algún modo venía a entrar en contradicción con aquellos conceptos de ciudadanía y de nobleza de los que hemos hablado. Mas, no se ha de olvidar que no mentía Espejo cuando invocaba antepasados hidalgos y, sobre todo, no ha de dejarse de tener en cuenta que frente al rechazo social se jutificaba defenderse en el mismo terreno en que se era atacado y, de ser posible, con las mismas armas. Nada más interesante para hacer una valoración justiciera de estos hechos que tener en cuenta el caso del Licenciado José Miguel Vallejo, integrante al parecer de lo que el P. Juan de Velasco llamaba en su Historia "familias españolas de baja esfera", las que en su lucha por un status social se encontraban en condiciones no muy diferentes que las de los grupos mestizos, integran-tes de la plebe urbana. El doctor Espejo y el licenciado Vallejo, a pesar de su enemistad personal y de la negativa pintura que nos ha quedado del segundo, eran las dos caras de una misma moneda. Si tenemos en cuenta lo que Espejo dice en la Defensa de los curas de Riobamba res-pecto de las pretensiones de hidalguía de Vallejo y las tretas de que le acusa para poder pasar por hombre de sangre "limpia" y, por otra parte, lo que mueve al sumario iniciado por María Chiriboga y Villavicencio contra Espejo, detrás del cual se encontraba sin duda alguna el Licencia-do, todo se nos presenta como una lucha desesperada por el prestigio social necesario para el ascenso buscado. Espejo acusa a Vallejo de "obrepción" o falsa exposición, por haber pretendido hacerse pasar ju-dicialmente como hijo, aun cuando ilegítimo, del Marqués de Solanda con una señora de la nobleza; y Espejo, por su parte, ante la acusación de "baja y oscura" extracción social, apoyada en el hecho de sus ante-pasados indígenas y negros, sin caer en aquella falta, concluye de algu-

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na manera olvidando la "sangre" de su padre y tratando de destacar la "sangre noble" de sus abuelos maternos. Es indudable que un enjuicia-miento moral de las actitudes de ambos es absurda. Unos luchando por causas justas, los otros introduciéndose en los más sucios engranajes de la explotación, son manifestaciones de una humanidad en ascenso en medio de una sociedad que había comenzado a mostrar fisuras.24

Como lo habíamos señalado, no era tan difícil el ingreso a la universidad, como su egreso y, sobre todo, la obtención de la licencia para el ejercicio de la profesión. En efecto, una vez logrado el título académico había que alcanzar el permiso del Cabildo para el ejercicio profesional. La humillación a la cual fue sometido Espejo, como asimis-mo el deplorable ambiente en el que se movían sus colegas, los médicos de la época, habrá de condicionar su conducta como profesional de la medicina. Entre la obtención del título universitario y la licencia del Cabildo pasaron, en efecto, ocho años. Antes de graduarse, su padre, en prevención sin duda de los rechazos que habría de sufrir su hijo, lo había sometido, en 1765, a un examen privado con un grupo de médicos ami-gos. Al parecer, hasta 1772, en que solicitó al Cabildo de Quito se le to-mara el examen para la licencia correspondiente, cumplió con la práctica hospitalaria que, conforme con las disposiciones, debía hacer bajo la di-rección de un médico reconocido, antes de aquel examen. Este tuvo lu-gar en noviembre del mismo año. Si nos atenemos a lo que narra el mis-mo Espejo en sus Reflexiones acerca de las viruelas - lo cual no surge to-

24 Las cátedras ofrecidas a Eugenio Espejo en Popayán, se encuentran documentadas en una carta escrita en esa ciudad en octubre de 1788. (Cfr. Samuel Guerra Bravo. "Eugenio Espejo y sus cartas desde el exilio", en Cultura, revista del Banco Central del Ecuador, número 10,1981, p. 238).

Los escritos del obispo de Quito José Pérez Calama son de una importancia que no ha sido medida aun debidamente a nuestro juicio. Pérez Calama es uno de los grandes reformadores del mundo hispánico en el siglo XVIII. Aun no se conocen en conjunto sus escritos mexicanos y ecuatorianos, como tampoco su actividad en España. El Plan de estudios de la Real Universidad de S. Tomás de Quito, es una curiosa publicación periódica (por entregas) que anticipa al primer periódico quiteño, las Primicias de Espejtr.-jr comenzó a aparecer a partir del 29 de septiembre de 1791. Redacto además los Estatutos de la Universidad Real. En parte se han publicado sus escritos en el libro de Hernán Malo González, ya citado, p. 93-203.

En £1 Nuevo Luciano (1779) Eugenio Espejo, en varios pasajes, anticipaba la necesidad de que surgiera una nueva universidad en la que se aplicara un "metódico plan de estudios", en particular inspirado en el Barbadiño. (Cfr. Escritos de Espejo, ed. cit., 1,344; 375, etc.) Lo mismo que Calama, propone que los estudios se hagan sobre la base de un conjunto seleccionado de textos actualizados, sobre cada materia y se opone tanto a la lectura de los "clásicos" (la lectura, por ejemplo, que hacían los tomistas de Santo Tomás) como a que cada maestro escriba su "curso", como hacían los jesuítas.

Respecto de la "Cátedra de Economía Pública" y la función que la asignaba el genial Calama, cfr. la obra de Malo González sobre Pensamiento Universitario Ecuatoriano, ed. citada, p. 186.

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talmente de las Actas del Cabildo - el tribunal designado por éste, lo re-probó, medida a la que se opusieron los cabildantes, al parecer, por con-siderarla injusta. Ante este hecho el mismo tribunal resolvió aprobarlo bajo la condición de hacer un año más de práctica médica con posterio-ridad a la aprobación misma. Tal como el mismo Espejo lo dice, esa me-dida violaba las normas vigentes, pues, lo que correspondía era, en todo caso, un nuevo examen. La resolución del jurado, que aceptó sin embar-go el Cabildo, fue considerada por el examinando como expresión de un deseo manifiesto de perjudicarle o extorsionarle, pues, se hacía "correr" su título con un "tizne denigratorio". Si tenemos en cuenta el nivel in-telectual que ya había alcanzado Espejo en esos años, que se destacaba por sobre la sociedad de su época, no cabe duda que se trataba de un manifiesto intento de humillación.25

En cuanto al ejercicio de su profesión de médico debió su-frir Espejo asimismo formas de marginación. La medicina de la época estaba dividida en dos sectores netamente diferenciados: la clase superior disponía de los médicos que, por otra parte, salían de ella misma; la plebe, dependía -salvo el caso excepcional de la medicina de los betiemi-tas - del curanderismo, la brujería y la magia. Difícil posición la de nues-tro Espejo ante ese panorama que le conduciría al rechazo de los médi-cos, y del ejercicio del arte de curar tal como ellos lo practicaban. "Yo abomino - decía - esta farándula médica. Yo dejo a los médicos que se digan, y que les llamen a unos Apolos y a otros Esculapios sin que me venga a la imaginación aspirar a la más remisa luz de gloria. . .yo podía (sic) juzgar a todos y a cada uno de ellos, ridiculizarles en sus estudios, en su lenguaje, su práctica, su entonamiento y su ignorancia. Yo sigo otras tareas y empleo mi tiempo en estudios más serios". "Yo - decía -en otra parte - no hago de médico particular, ni puedo serlo según las or-dinarias formas y costumbres de este país, sino que soy aficionado a todo género de literatura. . ." (II, 473). De esta posición surgió un hecho, uno de los más importantes de la ciencia ecuatoriana del siglo XVIII, la medicina social.

25 Datos sobre las bibliotecas de la Compañía de Jesús pueden verse en los Escritos de Espejo editados por González Suárez, tomo I, Introducción; el mismo autor en las páginas XXX-XXXI del Estudio Introductorio, bace referencia al Expediente de probatoria de "limpieza de sangre" iniciado por Espejo. En cuanto a las denuncias de Espejo en contra del Lie. Vallejo, véase la Defensa de los curas de Riobamba (1786) Cuarto Motivo, parágrafos 14-19. En lo que se refiere al examen para obtener la licencia como médico, la cuestión se encuentra tratada en las Reflexiones sobre las viruelas. Quinta Reflexión, titulada "Falsos médicos". Sobre el mismo asunto véase Enrique Garcés. Espejo, médico y duende, op. cit., p. 89-90 y Gualberto Arcos. Evolución de la medicina en el Ecuador, ed. cit., p. 209-213.

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El médico rechazado por un sector de la aristocracia, que no quiso hacer medicina de caridad con los pobres como parte obligada de su profesión, tal como lo entendía aquella misma aristocracia, descubrió para su medio y su época el amplio campo de la medicina preventiva, en relación básicamente con las enfermedades epidémicas. La defensa de la salud popular formaba parte de una lucha más profunda que signa toda la vida de nuestro humanista, la del ascenso social de ciertos grupos marginados que habían comenzado, con él, a hacer historia.

En el paso de las universidades monásticas de cada orden religiosa a la universidad pública estatal, le tocó jugar a Espejo un papel de importancia. Criticó duramente los estudios que se hacían en la primera, como asimismo a los "hombres de letras" o profesionales en general que salían de la misma, anticipando la segunda; colaboró indirectamente, una vez creada ésta, sin que se le abrieran las puertas. Ni como universitario (estudiante o docente), ni como profesional universitario, se le dieron las oportunidades que hubiera merecido. ¿Cuáles fueron los frutos de esa marginación? Diríamos que a pesar de todo, ellos fueron positivos. En lugar de entregarse resignadamente al sistema o de aceptarlo con sus vergüenzas y sus infamias, el rebelde lo enfrentó en el propio terreno y estableció sobre ese rechazo las normas de su vida social, intelectual y moral. Favoreció la constitución de la universidad hacendaría, en la medida que esta surgió de la destrucción de la anterior y con ello benefició a la clase terrateniente criolla, pero también al grupo humano medio que él expresaba. Con esto se anticiparon los futuros asaltos al poder político e ideológico de una clase propietaria que había alcanzado ya una importante cuota de poder económico, frenado, eso sí, por los mecanismos internacionales de comercialización que todavía por un tiempo estarían en manos de los comerciantes de Cádiz o de las empresas navieras españolas, entre ellas, la célebre Guipuzcoana. De esa universidad hacendaría habría de nacer, más tarde, la universidad republicana con la que la ideología de hacendados y gamonales alcanzaría su más pleno desarrollo histórico, en mía* nueva alianza con la Iglesia católica, por lo menos, hasta el año de 1895.

El importante papel que le tocó jugar a Espejo en este proceso tuvo además otros matices. El hecho de haber ingresado en una universidad cuyas puertas se abrían excepcionalmente para la gente de dudosa extracción social, como asimismo el hecho no menos significativo de haber anticipado y favorecido el nacimiento de una nueva universidad, que no lo recibió en su seno y tan sólo lo aceptó de modo margi-

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nal y temporario, le condujo a algo que ha sido de la mayor significa-ción dentro de la historia intelectual latinoamericana: el autodidactis-mo. Ei gran maestro de este maestro no fue la universidad, sino la rea-lidad, por lo mismo que universidad y realidad estaban divorciados. Con su repudio de la vida académica - tan hondo como su ansia por la ge-neralización en las universidades del verdadero método de estudiar - fue el heredero del autodidactismo del célebre Feijoo y el anuncio de los grandes autodidactas nuestros: Simón Rodríguez, Domingo Faustino Sarmiento, Francisco Bilbao, José Martí y tantos otros.

IV. LA "CUESTIÓN ESPEJO"

La obra escrita de Eugenio Santa Cruz y Espejo presenta muy serias dificultades de análisis. De alguna manera éstas se encuen-tran también en la Historia de Juan de Velasco, la que tiene, sin embar-go, una ventaja indudable en el hecho de ser trabajo único y unitario. Aquellas dificultades a las que hemos aludido se relacionan con la temá-tica y, más que nada, con el diverso modo de cumplir la función social propia de toda obra literaria. En efecto, ésta muestra en Espejo, por lo menos, dos modos que determinan inclusive una cierta diversidad de es-tilo, sobre todo si tomamos el término en sentido amplio. Con lo dicho no queremos afirmar que no haya unidad en la obra escrita de Espejo, aun cuando la clave para alcanzarla no sea fácil como sucede en el caso de Velasco. Ponemos, pues, como se ve, como un a-priorí hermenéutico que ha de ser mostrado a-posteriori, que hay una unidad, derivada de un principio que reúne al autor y a su obra en un plano totalizador englo-bante que da sentido a la diversidad y al agudo sistema de contradiccio-nes que nos muestra. También en la Historia de Velasco fue posible se-ñalar la existencia de contradicciones, mas ellas no llegan en ningún momento a concretarse en escritos de aparente signo diverso, como su-cede en Espejo, sino que se desarrollan en lo interno de un escrito uni-tario. Los dos proyectos de los que hemos hablado, el ciudadano colo-nial y el poblacional utópico, no generaron dos escritos por separado, como habrá de suceder ahora a su modo. Si en el caso de Velasco la di-ficultad radicaba en que se debía señalar lo que escindía internamente un escrito unitario y desde ahí mostrar, sin embargo, cómo la escisión no quebraba la interna totalidad dialéctica del escrito, en el de Espejo se la encuentra en el hecho de escritos que ya de por sí se muestran escin-didos. Las contradicciones han conducido en este autor a una duplicidad literaria y la unidad de la obra toda no se muestra de primera intención. Podríamos decir que los términos de la contradicción se han inde-

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pendizado constituyéndose en expresiones literarias autónomas. Tal vez podríamos aventurar la tesis de que, en cierto sentido, no hay una unidad formal literaria, aun cuando haya una unidad dialéctica.

Otra de las dificultades deriva de la temática. La Historia del Reino de Quito puede ser analizada desde diversos ángulos, tal como lo hemos intentado en la primera parte de este trabajo. Mas, se trata, en última instancia, de una historia y, más concretamente aún, de la del Reino de Quito. En el caso de Espejo, sus escritos son, unos, propiamente literarios, particularmente, en el sentido de crítica literaria, con un sentido muy amplio. En efecto, las dos partes de El Nuevo Luciano de Quito, la que circuló primero en 1779 y la que se redactó más tarde, en 1780, conocida con el nombre de La Ciencia Blancardina, ambas se dirigen a despertar los ingenios quiteños, es decir, a los hombres de letras de la época, de sus preocupaciones y vicios literarios. Otros escritos son, evidentemente, científicos, como lo es el valioso tratado de medicina social conocido como Reflexiones acerca de las viruelas, del año 1785. Otros escritos pueden ser considerados como económicos, dentro de los inicios en América Latina de la economía política. Podríamos preguntarnos, pues, si más allá de la diversidad señalada existe una uni-dad temática. Creemos que sí y que ella es, más aún, evidente. En su to-talidad los escritos de Espejo son manifestaciones de un pensamiento filosófico-social y en conjunto tienen, desde este punto de vista, tanta unidad como la que puede mostrar, como obra historiográfica, la de Juan de Velasco. Lo que decimos vale inclusive para los escritos teológicos de Espejo.

Ahora bien, llegados a este punto debemos decir que si atendemos al espíritu de la obra de Velasco, su historia es a la vez y necesariamente, un modo de elaborar el pensamiento filosófico-social de la época. Velasco y Espejo se nos dan, pues, unidos por una misma temática de fondo y su estudio comparado nos pone frente a uno de los momentos más importantes de la historia del pensamiento filosófico-social ecuatoriano en sus inicios.

Lógicamente hay entre ambos escritores diferencias. Una de ellas, a la que quisiéramos prestar ahora atención, surge de la pretensión permanente y decidida de Espejo de considerarse "literato", nacido, como él mismo lo declara para el "laudable y honorífico trabajo de las letras" (I, 393). El mismo sentimiento y la misma clara vocación en-

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contraremos más tarde en un Juan Montalvo. 26 Ahora bien, respecto de esa actitud ha venido a sucederle a Espejo, sin embargo, algo que le aconteció a Velasco como historiador. Si a este se le negó serlo, al extre-mo de que para los críticos más duros llegó a ser un impostor cuya obra debía ser expurgada de mitos y de embustes, tampoco Espejo fue "lite-rato". Más aún, lo grande de Espejo, su importancia y significación his-tórica, se encuentra en un no documentado hasta ahora plan político y no en lo que de él tenemos escrito, cuyo valor en cuanto a fondo y forma resulta por momentos increíblemente negado. La primera impugnación, que ha sido retomada por diversos críticos de la literatura ecuatoriana, fue obra de Federico González Suárez, uno de los primeros editores de Espejo junto con Muñoz Vernaza. En aquel historiador, al que sin discusión alguna tanto le debe la historiografía ecuatoriana, y, más aún, latinoamericana, tuvo asimismo origen lo que bien podría llamarse el "mito de Espejo" que habrá de adquirir diversos matices.

Respecto de El Nuevo Luciano nos dice González Suárez que "en cuanto a filosofía no hay nada digno de alabanza" (I, XLVIII); que Espejo "no era teólogo" (I, p.L); que no era "científico": "su ansia de estudiar y de saber a un tiempo muchas cosas no le permitió profundizar a fondo (sic) ninguna ciencia. Era muy erudito, había leído mucho; pero no había ahondado en materia alguna" (I, p. XXXIII). Lo poco que supo no lo utilizó positivamente: "En sus afectos predomina la indignación y el desagrado; por esto se inclina más a la censura que al elogio: nota lo malo y lo reprende; pero no enseña lo bueno ni lo señala" (I, p. XXXV); en fin, "en cuanto al fondo, la obra de Espejo carece de originalidad" (I, p. XLIII). Ni filósofo, ni teólogo, ni científico, de todo un poco y superficialmente y para colmo, no enseñaba lo bueno, al parecer, ni siquiera señalando lo malo. Y todo esto en escritos en los que impera un lenguaje duro, seco, adusto, con un humor absolutamente sin gracia, sin amenidad y vida, de lectura desapacible, en fin, lenguaje sin belleza, incorrecto y estilo generalmente bajo. En resumen: "amaba la literatura, pero no fue literato" (I, p. Lili). Y lo que pudiera tener de tal habrá de ser establecido en relación con el "atraso y la decadencia en que se encontraba la cultura intelectual a fines del siglo décimo octa- 26 La total vocación literaria tanto de Eugenio Espejo, como la de Juan Montalvo, les llevó a ambos a ansiar el alejamiento de su propia tierra. Espejo, agobiado por el clima social de su patria declaró que querría "peregrinar a Francia con motivo de letras" (I, 361 nota) y Montalvo, por su parte, declaró: "Mi vida fue siempre literaria: si consigo aquietar mi espíritu en medio del sosiego y paz domésticos, seguiré estudiando y escribiendo, y cuando Dios lo permita, me iré a una nación civilizada a publicar mis escritos". (El Cosmopolita. Paris, Garnier, 1923, II, p. 145).

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vo en la oscura Audiencia de Quito" (I, p. X). 27

Si a todo lo dicho sumamos una insinuada acusación de herejía, la que sería en Espejo consecuencia de la lectura de "ciertos autores infectos de jansenismo" (I, p. LI y II, p. 143-144 nota), ¿qué justificaba la lectura de un escritor fracasado como tal? Marcelino Menéndez y Pelayo había expresado una de las razones al declarar que la mención de El Nuevo Luciano dentro de la Historia de las ideas estéticas en España "a título de curiosidad histórica era imposible omitirla" (II, p. XXXII), por ser una de las obras de crítica más antiguas compuestas en la América de habla española. La otra, seguramente de mayor peso, se relaciona con la imagen de Espejo, autor de un plan político para la independencia de las colonias españolas "bajo la forma republicano-democrática" (I, p. XVII). Se trataba, en este segundo aspecto, de dar a conocer los escritos de un patriota, no tanto por el valor de los mismos, sino por ser los de ese patriota que había proyectado el futuro político de las naciones hispanoamericanas. De ahí la "distinción" que establece el mismo González Suárez entre "el político y el escritor", que es lo mismo que separar la obra literaria escrita conocida, del presunto plan revolucionario, como si en los escritos de Espejo, aun los de crítica lite-raria, no hubiera un clarísimo plan social con no menos evidentes con-notaciones políticas. "Para resumir - dice González Suárez - en pocas pa-labras, nuestro juicio sobre Espejo, insistiremos en la distinción ya enunciada entre el político y el escritor: como político es verdaderamente un gran hombre: su idea de la emancipación de las colonias his-pano-americanas, su plan para el proyecto de la emancipación se llevará a cabo con buen efecto. . .Como escritor no raya tan alto como político: no es elocuente, sino erudito: amaba la literatura.pero no fue literato" (I, p. Lili) 28

Según González Suárez El Nuevo Luciano "es pesado, sin animación, sin vida; el lenguaje incorrecto; y el estilo ordinariamente bajo" (Escritos de Espejo, 1, p. XLVI): La Ciencia Blan-cardina "es opúsculo sin belleza literaria. Las conversaciones son largas y pesadas, cansan, y lo incorrecto de la redacción hace desapacible la lectura" (I, XLVII); "La Ciencia Blancardina es uno de los opúsculos más desgreñados en cuanto al estilo entre todos los que han quedado de Espejo" (II, 61 nota); El Marco Porcia Catón, siguiendo lo que ya había dicho Miguel Antonio Caro y repetido Menéndez y Pelayo es "macarrónico, es decir, sin gramática ni buen gusto" (III, p. Lili). Por el contrario, al hablar de las Reflexiones sobre las viruelas, dice que "es la mejor de las obras, que de nuestro compatriota han llegado hasta nosotros. . ." (II, 521).

28 González Suárez - editor de Espejo - llega a insinuar que los escritos de Espejo no deberían ser publicados: "para que una obra merezca los honores de la imprenta, es necesario que el fondo y la forma sean buenos" (I, p. LXIX). La falta de belleza literaria podría estar suplida por un "fondo de verdad", mas respecto de esto ya vimos la acusación de superficialidad, por una parte

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De este modo, el juicio de González Suárez sobre Espejo se funda en un plan revolucionario, de donde le viene para él su significación histórica, plan que no surge de sus obras escritas conocidas y, a su vez, éstas, que encierran sin embargo un pensamiento social y político, son juzgadas exclusivamente desde un concepto de literatura que sólo atiende a la forma. "Hasta el presente - dice Carlos Paladines hablando de aquel plan revolucionario - no se dispone de dicha documentación, pues, Monseñor González Suárez se reduce a señalar que él la revisó en los archivos de España sin señalar el lugar exacto de su ubicación. Posteriores historiadores que han tenido la suerte de rastrear dichos archivos no han tenido éxito en la tarea y continúa siendo un reto esta documentación para esclarecer definitivamente la actividad y la reflexión de Espejo"; y la cosa es todavía mucho más grave, como el mismo Paladines lo ha señalado en otros lugares de su estudio, debido a la dificultad que hay en hacer congruentes las tesis de Espejo con el presunto plan. "Resulta difícil - dice Manuel Carrasco Veintimilla, acertadamente - basándonos en las publicaciones de Espejo, atribuirle un pensamiento político precursor de la Independencia y mucho más difícil aún, del ideario republicano-democrático".

La interpretación y valoración de Espejo que lanzó González Suárez hizo escuela. Francisco Vásconez, contemporáneo de los ul-tracríticos que pusieron en duda el valor de la obra historiográfica de Velasco, declaró en 1919 en su Historia de ¡a literatura ecuatoriana que Espejo, respecto de lo que era "literatura", "no tenía ideas exactas" y que "a pesar de conocer las Instituciones de Quintiliano y los Tratados de Cicerón y aún de Longino, a pesar de poseer un talento natural aven-tajado y una vasta erudición, Espejo no era literato". La reacción contra esta posición no habría de hacerse esperar mucho. Como lo ha señalado Samuel Guerra la misma se relaciona estrechamente con el clima creado por el movimiento indigenista, favorecido, además, por otras influencias, entre ellas las conocidas tesis de José Vasconcelos sobre la "raza cósmica". El documento más importante de esta reacción es, sin dudas, el capítulo que Isaac Barrera dedicó a la figura de Espejo en su Historia de la literatura ecuatoriana, cuya primera edición es de 1944.29

y la de herejía presunta, por la otra. Manuel Carrasco Veintimilla. "Mito y realidad de Espejo", en Revista del Archivo Nacional de Historia. Núcleo del Azuay. Cuenca, número 2,1980, p. 56. OQ Carlos Paladines. Espejo, conciencia crítica, etc., ed. cit. de esta obra conjunta, p. 208; Francisco Vásconez. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito, Tipografía y Encuademación "La Prensa Católica", 1919, p. 96; Samuel Guerra en Espejo, conciencia critica, etc. ed. cit., p.

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Se desprende obviamente que si Barrera incluyó a Espejo en su valiosa Historia, era porque lo consideraba literato. En efecto, para este autor es posible señalar en éf*obras propiamente literarias en las que es visible una clara "intención" de hombre de letras realizada, como asimismo que con ellas Espejo se hizo eco de la transformación de los principios literarios que caracterizó al siglo XVIII, con lo que vino a abrir nuevos caminos para la literatura de nuestras tierras. Ahora bien, aun cuando Barrera no nos exprese lo que él entiende propiamente por "literatura", surgen de sus páginas dos enunciados que nos parecen im-portantes: el primero, que un "estilo pesado" o una "prosa dura", no son razón suficiente para expulsar a un escritor de la República de las letras y, lo segundo, que en Espejo no es posible entender su literatura sin su contenido o intención política.30 A pesar de la difusa posición teórica desde la cual Barrera juzga a Espejo, no cabe duda que, más allá de los resabios indigenistas y de la ideología liberal que hace de trasfondo, estaba más cerca de nuestro autor que sus impugnadores.

Años más tarde, en 1957, Gonzalo Zaldumbide, en una serie de conferencias sobre la literatura ecuatoriana hechas con la intención de rever los principios sobre los que se había elaborado la de Isaac Barrera, se habrá de ocupar necesariamente de Espejo. Se retoma con este importante crítico la posición iniciada por González Suárez y continuada por Vásconez, si bien con algunos matices diferenciadores. "La literatura - dijo - es el reino de la forma, que no de las ideas. Y habría que decir aquí únicamente, ante todo, cuál es la 'forma' de Espejo". Ahora bien, si "Espejo pertenece a la literatura tan sólo en la forma que se expresó", el Nuevo Luciano, "único alarde propiamente literario de Espejo", en donde "tan malos tratos mantuvo" con la literatura, no puede evidentemente entrar en una historia de la misma. Espejo no es literato. Nuestro autor es expulsado una vez más de la República de las letras, aun cuando haya intentado una teoría estético-literaria, dado que esto forma parte ya de las "ideas". Lo mismo que en González Suárez, ni el contenido ni la forma le salvaban. Todavía más, consideradas las ideas políticas de Espejo, lógicamente al margen de lo literario, Zaldumbide

62-63; Isaac Barrera. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito, Ed. Libresa (Madrid-España) 1979, p. 309-330.

El "godismo", entendido como "servidumbre académica" (de la que se salvó hasta Juan Montalvo que en algún momento se sintió por encima de la Academia, y con razón), es la posición que mueve, en mis de un caso, el rechazo de Espejo como "hombre de letras".

30 Isaac Barrera. Historia de la literatura ecuatoriana, ed. cit., p. 312; 318; 319; 321 y 322.

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pondrá en duda aquel espíritu "republicano-democrático" del que tan entusiastamente Jiabía hablado González Suárez, seguido en esto por Isaac Barrera y por tantos otros. Esa actitud, si bien depende en Zal-dumbide de una posición aristocratizante, tuvo la virtud, sin embargo, de poner de relieve la necesidad de ir hacia un análisis de los textos mismos de Espejo. 31

No cabe ninguna duda que Eugenio Santa Cruz y Espejo fue un hombre transido de contradicciones. Ya lo señalamos en un comienzo y algo avanzamos respecto del modo cómo ellas han determinado su producción escrita. La crítica sobre todo en los términos en que la dejó planteada González Suárez lo que hizo fue ahondar aquéllas hasta llevarlas hasta el absurdo. De ahí el asombro que experimenta el editor de los escritos de Espejo ante textos tales como el discutido "Primer Sermón de Santa Rosa" (II, 543 y sgs.), en los que, en una época en la que "los trabajos para la emancipación política de la colonia estaban ya no poco avanzados", se hacía una alabanza desmedida - lógicamente para quien buscaba ideas "republicanas" y por eso mismo antimonárquicas - de las virtudes del gobierno monárquico. No tenía otra salida González Suárez que la de dudar de la sinceridad de Espejo y pensar en la existencia de una especie de duplicidad: un discurso público o semi-público, el otro escondido, subterráneo diríamos a más de revolucionario, celosamente encubierto; uno monárquico y el otro antimonárquico, dictados por una prudencia política que jugaba en dos planos éticos distintos, el de la hipocresía y el de la sinceridad. Pensamos que a pesar de este desenfoque hermenéutico, hay sin embargo, dos discursos en Espejo, mas ellos se manifiestan en el sistema expreso de contradicciones y no se encuentran, el uno en los textos y el otro fuera de ellos, como indocumentados o simplemente atextuales; ambos se dan en la interioridad misma de la producción literaria conocida. En ella deben ser leídos. Mas, para poder ver la cuestión desde este punto de vista

31 Gonzalo Zaldumbide. "En torno a un Espejo de Zaldumbide" en el Bbro En torno a Espe-jo. Publica Jote M. Leoro. Quito, Ed. Minerva, 1967, p. 27, 45 y 82.

Expulsar a Espejo de lo que él mismo llamaba "la República de las letras" no significaba expulsarlo solamente de la historia literaria, sino de la historia. Y esto porque, como lo vio claramente Simón Rodríguez, hay una relación entre la "República de las letras" y lo que llamamos "República" sin mis, es decir, la vida social. Militar en una es hacerlo en la otra. Rodríguez, con su mirada genial de todas las cosas que trato, hizo explícito este hecho al declarar que hay una relación entre la "política" y la "gramática" y que hay, lo que él decía: "verdadera POLI-TICA y verdadera GRAMÁTICA"; que hay un "Logos" que es común a ambas, aun cuando el de la "política" sea "demologla" y el de la "gramática", "lexicología". (Sociedades americanas de 1828. Valparaíso, Imprenta del Mercurio, 1840, reeditado en Caracas, 1976, p. 76).

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se hace necesario aceptar la definición que el mismo Espejo dio de sí como "hombre de letras" o "literato". En otras palabras, restablecer tanto al autor como a su obra desde el concepto de "hecho literario". Lógicamente ya se ve que no se podrá avanzar por esta vía si seguimos reduciendo la obra escrita de Espejo a una producción sin contenido re-levante y sin forma literaria (González Suárez), o a una expresión escrita sin idea de lo literario (Vásconez) o, en fin, a una forma literaria de-fectuosa que no se salva ni siquiera por su contenido, pues, éste era ex-pulsado previamente por el crítico, fuera bueno o malo (Zaldumbide). Será por tanto necesario regresar a lo que Espejo entendía por literatura, que era para él de modo evidente un modo de praxis social, más aún, la praxis por él elegida. 32 No cabe juzgarlo desde un deber ser literario que no sea el suyo, el que adquiere universalidad precisamente de su in-serción en su propia realidad social e histórica.

V. ESPEJO, "HOMBRE DE LETRAS"

¿Qué es para Espejo un "hombre de letras" o un "literato"? Es necesario poner de relieve que ser "hombre de letras" supone ser tanto "lector" como "escritor" y que la función de "lectura" resulta primera respecto de la de poner por escrito. Lo dicho nos remite necesariamente al concepto de "libro", como asimismo, a una doctrina que podríamos llamar de grados de la escritura. Estas primeras consideraciones - de alguna manera regresaremos a ellas en el capítulo que habremos de dedicar al lenguaje - nos ponen ya sobre la complejidad del concepto de "hombre de letras" tal como se lo entendió en la época del paso del ba-rroco a la ilustración, época de la que Espejo es una de sus manifesta-ciones más significativas dentro del panorama hispanoamericano.

32 José Luis AbeHán entiende que el concepto de "literatura" de lo» ilustrado* se relaciona "con una tendencia patente hacia una socialización de la cultura cada vez mayor. El hecho se aprecia en múltiples manifestaciones, una de ellas - y no la menos importante - es la ampliación del concepto de literatura, que ahora, acorde con el espíritu enciclopedista, incluirá todos los campos del saber. . .". Historia critica del pensamiento español, ed. cit. tomo III, p. 484-485. Esa "socialización" de la "literatura" es lo que rechazaban en Espejo los Vásconez y los Zaldumbide.

Confirma aquel espíritu de socialización lo que Espejo nos expresa en varios lugares importantes: en II, 121 declara que "Dios nos ha hecho nacer para la sociedad"; £1 Nuevo Luciano, nos dice en otro texto, que nació "eneste país de ignorancia".. ."del amor a la sociedad, al bien común, a la Patria. . ." (II, 290); en II, 279 se declara "idólatra de la sociedad" y en II, 273 afirma que el verdadero hombre de letras es partidario de la reforma de la sociedad y lólo "un relajado en literatura" puede oponerse a ella. Esa actitud es la que constituye "la vida filosófica, cristiana y literaria" (II, 142).

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Escribir es, por lo demás, un "trabajo" y no en el sentido de mera ocupación, sino dentro de una comprensión general del hecho productivo social. "Es preciso trabajar, sí, porque cualquier hombre, se dice, es natus ad laborem " (I, 482) y, aclara Espejo, "Me consuela saber que si todo hombre ha nacido para el trabajo, yo he nacido para el laudable y honorífico de las letras" (I, 393). El "literato" desarrolla, pues, una tarea específica dentro del marco general del trabajo humano, lo cual no le priva, en ningún momento, de una de la notas esenciales de todo tipo de trabajo, el de la "utilidad". En relación con ésta se ha de interpretar, justamente, el concepto de "erudición", tema que junto con el anterior, reaparece de modo constante en los escritos de Espejo. Respecto de estos, lejos estaríamos de darles su propio alcance si pensáramos en un "utilitarismo" grosero, de tipo hedonista y en una erudición como acumulación de datos sin una ordenación axiológica consciente de ellos. En Espejo, la erudición literaria consistía básicamente en el dominio del verdadero sentido de las palabras y en los métodos necesarios para su determinación. La posesión de la erudición se aproximaba, por eso mismo, a lo que vendría a ser el dominio de una técnica de lectura y poco o nada tenía que ver con la erudición mitológica u otras semejantes, en las que precisamente faltaba aquel método. Por lo demás, si la profesión de las letras era ante todo un modo de trabajo, esto se manifestaba justamente en la erudición, motivo por el cual Espejo la oponía a ociosidad (I, 382). La vida de ocio no era, sin embargo, ajena a un cierto esfuerzo, sino que resultaba más bien definida como esfuerzo inútil. Se manifiesta, por ejemplo, en el mero juego verbal de la escolástica, para el cual hay que poner voluntad, pero vana. Se trata de un esfuerzo y una voluntad disminuidos en cuanto a que sólo se trabaja con el razonamiento, sin tener en cuenta la experiencia y, lo que es peor, de una razón conducida por una imaginación incontrolada. El hombre de letras, en cuanto erudito, se diferencia del ocioso no sólo por un método de lectura, sino por algo más profundo, una cierta conducta mental. Su saber, en la medida en que se organiza sobre un conocimiento del exacto sentido de los términos, resulta eficaz. ¿Se dirá que con esta exigencia se ha sacrificado la belleza como elemento del hecho literario? Diríamos que se la ha sacrificado en cuanto hecho autónomo, ajeno a otras manifestaciones de la vida. La belleza no puede ser considerada como extraña a los intereses vitales, que en el hombre, tal como lo señala Espejo en sus Reflexiones acerca de las viruelas, son intereses sociales. 33

33 Conforme con lo dicho. Espejo define como "hombre hermoso" a aquel cuyos "miembros

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Como ya lo hemos dicho, Espejo se consideraba hombre de letras. Conforme con esto, deseaba y aun exigía se le reconociera, lo cual no era fruto de un "absoluto y propio desvanecimiento" (I, 213) o envanecimiento. No se trataba de un acto de vanidad, sino de la conciencia alcanzada por nuestro humanista respecto del peso de su labor literaria. Y a este aspecto es al que debemos prestar atención: dónde es colocado el valor del hecho literario en un reformador como Espejo, a quien nada podía dolerle más que alguien lo considera como "venido no sé de dónde y sin título de letrado" (I, 484).

La profesión de hombre de letras tiene en el siglo XVIII una amplitud que no es la que luego se dio a la literatura en las historias que se elaboraron de la misma por influencia de las posteriores corrien-tes esteticistas. Hacer obra literaria no significa, en Espejo, ponerse a crear formas a las que se considera bellas de acuerdo con el gusto impe-rante en cada época, sino que se presenta relacionada con lo que él mis-mo denomina "observación". Con esta palabra se viene a señalar aquella prioridad de la "lectura" respecto de la "escritura". Dos pasajes de sus obras, uno de La Ciencia Blancardina, de 1780 y, el otro, de sus Re-flexiones sobre las viruelas, de 1785, nos muestran de modo claro la am-plitud que poseía para él la "observación" y de qué modo entraba en ella lo que para Espejo era el hecho literario. "Mi mérito está - dice en la primera - en haber desde muy niño estudiado en el conocimiento de los hombres, en no haber dejado el libro de la mano y, aun cuando le haya dejado, en estudiar en el vastísimo libro de la naturaleza con la observa-ción" (II, 129); en el segundo texto reaparece la íntima relación que hay entre lo que allí denomina "observación literaria" y la "observación física": "Con mi genio - dice - naturalmente propenso a todo género de observación literaria, y especialmente física, he notado que el año más abundante es aquel en que más se quejan los hacendados" (II, 412). Se trata de dos "lecturas" y, declaradamente, de dos "libros", los que son

bien proporcionados" le permiten ser útil: "Esta hermosura - dice - se puede decir esencial, pues que la utilidad es su principal objeto y fundamento. Esta utilidad - agrega - es de todo el Estado. Porque el hombre hermoso en el sentido que acabamos de explicar, es apto para la agricultura, propio para el comercio, acomodado para las maniobras de la marina, ágil para las manufacturas, idóneo para la fatiga militar y a propósito para servir a la República de todos modos", y aun "la carrera de las letras", necesita de hombres que posean esa belleza. Reflexione» acerca de lat viruela», parágrafo segundo, titulado "Haciéndole comprender (al vulgo) las resultas ventajosas que sobrevienen al uso de ese orden superior".

En el mismo texto Espejo ha hablado de la "belleza de la mujer". Acerca de la actitud de nuestro autor a propósito de la mujer y en particular, sobre el caso de María Chiriboga, cfr. Nancy Ochoa Antich. "Espejo anti-Uustrado: las Cartas Riobambenses", en Suplemento Cultural de El Comercio, Quito, número 114 del 14 de agosto de 1983.

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sometidos ambos a la "observación". Es importante tener en cuenta, por otra parte, la amplitud que en los escritores ilustrados poseen los conceptos de "naturaleza" y de "física". De acuerdo con la tradición clásica, de la que no se apartan en este aspecto, son sinónimos y, además, la "naturaleza" es, en última instancia, "razón". Tanto la "observación literaria" como la "física" constituyen básicamente una tarea racional. Se trata de dos aspectos de una misma labor. Mas, se trata siempre de una "lectura" aun cuando los signos de sus respectivas "escrituras" sean diversos. Por otra parte, si atendemos al contexto de la segunda cita, nos encontramos con que las relaciones entre lo que allí denomina "observación literaria" y "observación física", son mucho más complejas de lo que podría entenderse en una primera interpretación. Ambas líneas de observación le permiten concluir la contradicción que hay entre las épocas de bonanza para la agricultura y las quejas de los hacendados. Pues bien, el lamento de éstos, es también en este caso, objeto de una especie de "observación literaria" que Espejo la pone de manifiesto mediante la incorporación en su propio texto como discurso referido, el "discurso" de los hacendados (II, 412). Lleva a cabo, de este modo, una especie de decodificación de un texto, en este caso, primitivamente oral y que aun así constituye propiamente "texto" dada su presencia constante como el lenguaje de un grupo humano concreto. Los hacendados "tienen un idioma que les es común, y observan en su lenguaje, afectos y expresiones, cierta monotonía de la que no se separan ni un ápice" (II, 424). De este modo, Espejo lleva a cabo una tarea de "observación" en el "libro", ese que ha tratado de no dejar de la mano, el "vastísimo libro de la naturaleza" y también en el "libro" que constituyen esos discursos orales cuyo valor textual les viene precisamente del hecho de poder ser "referidos". 34 En última instancia, la realidad toda, la puramente literaria, la de la naturaleza y la de la sociedad, se le da al hombre ineludiblemente como "discursiva" y hay diversos tipos de lenguaje que la expresan. Resulta evidente que el hecho literario excede dentro de esta comprensión, la producción "escrita", entendida como simple producción manuscrita o eventualmente impresa. No se escriben las "letras" que lee el "hombre de letras" únicamente en un alfabeto, sino en varios y no todos poseen el mismo peso ontológico.

Espejo construye la realidad literaria incorporando en su propio texto el discurso de otros, sea el de éstos originalmente, oral o escrito. Un ejemplo típico es el que aquf aludimos: "Y así su continuo clamor (se refiere a los vecinos dueños de hacienda) es el siguiente: este año no tenemos papas que comer, se han helado, se han agusanado, se han podrido, no han nacido: este año se pierden los trigos, no hay vientos, les ha dado el achaque, llueve mucho antes de tiempo, les han caído las lanchas, o no han nacido: este año no cogeremos maíz. . .etc." (II, 412).

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El concepto de "estilo", tal como aparece definido en La Ciencia Blancardina, nos ayudará a entender lo dicho. Por de pronto, el estilo es algo que se manifiesta como "composición" o "sistema" y, en cuanto tal, posee sus reglas o leyes interiores que deben ser descubiertas por la crítica (II, 43-44). Ahora bien, el estilo correcto - ya lo había di-cho en El Nuevo Luciano y lo repite ahora - es aquél que respeta "el orden que guarda la naturaleza en sus obras" y se orienta por "la apete-cida pero ardua imitación de la naturaleza" (I, 534-535 y II, 43-44). Con palabras también de El Nuevo Luciano, "se debe dar lugar a la naturale-za", lo cual significa que se "ha de atender más bien a los pensamientos y a su sustancia, que a las palabras y a su colocación" (1,504). La regla fundamental del estilo correcto es, por tanto, la "simplicidad", lo cual implica a su vez, la elaboración de un discurso "fácil", es decir, de alcance universal, apto para todo ser racional. Razón y naturaleza, ya lo dijimos, juegan como sinónimos. El lenguaje de la naturaleza - aquél con el que está escrito su "vastísimo libro" - es simple y ordenado, es decir, racional. 36 La belleza habrá de depender del descubrimiento de esta realidad originaria. En efecto, la habilidad con la que se lleva a cabo aquella "imitación" es lo que hace que el objeto producido sea bello y, en tal sentido, artístico. Ante esa naturaleza, el hombre se presenta como un ser arrojado a su propia suerte. El arte es en él más bien una necesidad que un juego. El estilo de la naturaleza es uno solo, siempre bello, mas no así los estilos con los que los hombres se expresan. La naturaleza no necesita del arte, pero el ser humano no puede prescindir de él, salvo el caso de los genios. Hablando no de la naturaleza en general, sino de la humana en particular, dirá Espejo que "es preciso que concurra el arte a formar la naturaleza" (II, 220).

Otra vez nos encontramos con planos diversos de "lectura" y "escritura". Es como si hubiera dos libros superpuestos, uno de ellos

El concepto de "naturaleza" ofrece diversos matices tanto en Velasco, como en Espejo. En éste es posible ver momentos en los que se entiende la "simplicidad" como la categoría deflni-clonal de la naturaleza y junto con ella la "claridad". Se trata sin duda de una visión que podría ser considerada "racionalista"; mas, al lado de ella se mantienen categorías interpretativas que son claramente provenientes del barroco, tales como las de "ocultamlento-manifestación" y del "claroscuro". Pensemos, por ejemplo, en el célebre "autorretrato" de Espejo. Es importante tener en cuenta que en el concepto "ilustrado" de "naturaleza" se dieron elementos que han sido considerados como pre-románticos. Los jardines (a imitación de los de Versalles o de los de Aranjuez), lugares para fiestas galantes y paisajes "idílicos", se generalizaron con la ilustración, pero eran, a su vez, marcadamente barrocos (en el sentido de rococós). Cfr. para el caso ecuatoriano, la Alameda de Quito, hecha según González Suárez, por un Presidente ilustrado. Historia General, etc. ed. dt. vol. II, p. 1231. Respecto de los aspectos pre-románticos de la ilustración (y por tanto el clima neo-clasico) en España, cfr. José Luis Abellán. HUtoria crítica, etc. ed. dt., tomo III, p. 482-483.

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escrito desde siempre, con la más asombrosa simplicidad, el otro, el que nosotros sobreescribimos y que puede ser correcto o incorrecto, imita-ción de aquella simplicidad originaria, o perversión de ella. Nuestra "es-critura" puede no gozar de la belleza primitiva. Todo libro supone un li-bro anterior fundante del cual puede y suele apartarse. De ahí que el "li-terato" sea un hombre que se mueve en planos diversos y que recibe su definición de tal, de su capacidad de lectura de ese nivel primario de es-critura, en el que el contenido no tiene nada más que una forma o, de otro modo, en el que la forma es creada por el contenido.

Ahora bien, hay todavía otro libro fundante que si bien es comparable con el de la naturaleza está, para nosotros, por encima de ella: las Sagradas Escrituras. En el último capítulo tendremos necesa-riamente que volvernos a ocupar de ellas desde el punto de vista de la fi-losofía del lenguaje. Aquí las consideraremos atendiendo a la profesión del "hombre de letras". "Los Libros Sagrados - dice Espejo - como son los testimonios más evidentes e indefectibles que tenemos de la verdad, debería suceder que siempre para cualquiera materias en quienes se que-rrían producir hechos ciertos, ocurriésemos a sus sagradas fuentes, como que son las primeras que se han visto sobre la tierra" (II, 459). La prioridad de las Sagradas Escrituras es, como se ve, temporal. Se trata para Espejo, del primer libro que escribió el hombre. Mas, esa prioridad es también ontológica. Los libros que vinieron después, si se apartaron de la escritura originaria, ya fuera la del "vastísimo libro de la naturale-za", ya de los Libros Sagrados, fue sin duda por el hecho, señalado re-petidamente por Espejo, del pecado original. Esta es, posiblemente, la razón profunda en él de la necesidad del arte como corrector no de la naturaleza, sino de nuestra naturaleza. La "profesión del hombre de le-tras", es, sin más, idéntica con la "profesión de filósofo cristiano" (II, 440). Nada más lejos de la verdad, pues, la imagen despreciativa que el vulgo se hace del filósofo, el que "desde su retiro sólo es bueno para co-ger un libro" (II, 427), o tal vez, nada más cerca de la verdad que eso mismo, sobre todo si pensamos en los alcances que se pueden ver en Es-pejo de los conceptos de "libro" y de "lectura".

El "hombre de letras" es, además, un ser útil y tiene como uno de los fines de su conducta la utilidad, de modo expreso. Algo he-mos dicho ya sobre los alcances de este utilitarismo, al que puede con-siderárselo, históricamente, como el antecedente de esta corriente que se generalizó en Hispanoamérica durante las primeras décadas del siglo XIX. Mas, en Espejo, el utilitarismo no tiene como motor el egoísmo

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elevado a categoría de principio social, ni postula el acentuado indivi-dualismo que mostrará luego. La utilidad se presenta como una idea co-rrelativa a la de felicidad y, en particular, de felicidad social. 36 Por de pronto para Espejo y, en general, para los ilustrados el mejor modo de ser útil es decir la verdad, aun cuando esto pkntea una difícil cuestión que marca los límites de clase del problema. De allí la fuerza con que afirma Espejo, al concluir el Nuevo Luciano que "es preciso decir la ver-dad cueste lo que costare" y, según él nos lo confiesa, si se comportara de distinto modo sería "un traidor a mi estado y a mi profesión" (I, 482), que es, como ya sabemos, la honrosa de las letras. "Repito y repetiré, que es preciso hablar de la verdad" (I, 484). De este modo este "utilitarismo" se nos presenta como un "verismo", posición que habrá de ser sostenida expresamente por el propio Espejo frente al probabilis-mo y las otras escuelas que se le parecían. Ahora bien, ¿ser útil a quién? Pues, a la sociedad y, más señaladamente, a la patria. ". . .el deseo que cada uno debe tener y a que sólo debe aspirar es de ser de algún modo útil siempre y en todas partes" ("Dedicatoria" de la traducción de Lon-gino); ". . .un espíritu generoso nada teme, delira por amor de su patria, estimulando a todos los ignorantes al aprecio de las letras" (II, 73-74). "Me he propuesto, pues, escribir siempre cosas útiles. . ." (I, 21). Ser útil es, pues, sinónimo de "generoso" y en tal sentido viene a ser lo contrario de una posición egoísta.

Por otra parte, para ser útil a la patria (y a la sociedad), el "hombre de letras", que en este caso, particularmente, es considerado como "filósofo", ha de ser "sujeto aficionado a cultivar la universal lite-ratura" (II, 363) o "todo género de literatura" (II, 473). Esta amplia-

36 No hay en Espejo rastros, a nuestro juicio, del principio de utilidad tal como será desarrollado en su misma época por la Escuela sensualista, a partir de Condillac y menos aun puede ser considerado como un pensamiento que se encuentra en la raíz del futuro utilitarismo de tipo benthamiano. De todos modos es, históricamente, el momento anterior al desarrollo en Hispanoamérica del pensamiento de los "ideólogos" franceses y de los "utilitaristas" ingleses.

Tal vez la posición de Espejo se aproxime mas a las tesis de Andrés Bello, posteriores al "utilitarismo", quien trata de rescatar la noción de lo "útil" desde una perspectiva que podría ser entendida como un regreso a la etapa anterior al benthamismo: "Correlativa a la idea de felicidad - dice Bello - es la de utilidad, envilecida también en la aceptación vulgar, que la limita a los medios de procurarnos goces corpóreos y un bienestar material. Útil, como nosotros lo entendemos, es todo aquello que sin ser en sí mismo un bien, es un medio de procurarnos bienestar, placeres, en el sentido extenso y general que damos a esta palabra". ("Apuntes sobre la Teoría de los sentimientos morales de M. Joulfroy". Santiago de Chile, 1846, en Obras completas. Caracas, Ministerio de Educación, 1975, tomo ni, p. 547). También habría una coincidencia entre el modo de valorar lo útil tal como aparecería en Espejo y como lo entendía Juan Montal-vo. Este dice: "La civilización moderna es más civilizada (sic), más sabia, más caritativa. Lo útil es lo primero. Sus obras tienen por fin el adelanto; el provecho del género humano es el ahínco de la industria". (El Cosmopolita. París, Gamier, 1923, tomo I, p. 194).

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ción del campo de lo literario es señalado con fuerza por Espejo particu-larmente en sus Reflexiones sobre las viruelas, si bien ella se encuentra implícita o explícita en todos sus escritos. "El Filósofo - dice - debe estar instruido en todas las materias literarias y civiles. . . Y así sabe, que el mejor y más adecuado ramo para lograr la felicidad, es, en esta pro-vincia, la ceba de ganados" (II, 427). De este modo, el "hombre de le-tras" cultiva una literatura en la que no es incongruente el tratamiento de temas que más adelante, desde otra comprensión del hecho literario, serían precisamente la negación del mismo. Otro tanto podríamos decir respecto del filósofo y de la filosofía. Para encontrar la justificación de esta ampliación del campo de lo literario debemos recordar todo lo que ya dijimos acerca de los diversos tipos de "lectura" que ha de hacer el hombre de letras.

Ahora bien, para poder cumplir con la profesión literaria, sin traicionarla, no basta con enunciar enfáticamente la necesidad de decir la verdad, sino que se hace necesario plantearse el problema mismo de la verdad. Dos fueron las fuentes a partir de las cuales Espejo pudo responder a esta exigencia: una de ellas, la que venía de la teología moral renovada, fuertemente rigorista y antijesuita del "verismo" y la otra, la que derivaba de la ilustración del siglo. Nos referimos en este ca-so a la "lógica de los prejuicios" o, como se decía entonces, de las "preocupaciones". Esta lógica, ciertamente revolucionaria para la época, trataba básicamente acerca del problema de la verdad en el discurso. De ahí la importancia que para entonces adquirió la categoría de "hombre de letras" o de "hombre erudito", en el sentido ya aclarado antes. Si a alguien competía de modo directo esto era, no ya al filósofo escolástico que de espaldas a la vida de todos los días elaboraba su abstracto curso de lógica, sino al "hombre de letras", ese hombre de "universal li-teratura" abierto a la multiplicidad del universo discursivo. Se produjo de este modo una aproximación entre el "estudio de la verdad" y el problema del lenguaje.

No decir la verdad, cualquiera que sea el precio que deba-mos pagar por ello, es cometer un acto de traición al "estado" y a la "profesión" del hombre de letras. Ahora bien, sucede que el propio Es-pejo nos dice que "el orador cristiano debe proponerse una verdad útil (I, 513) y nos cuenta que alguna vez fue tratado de hereje por aquellos que consideraban herejía la conducta de los que "manifiestan alguna verdad útil" (II, 311). ¿Qué significa esto? ¿Que hay verdades "útiles" y verdaderas "no-útiles"? En este momento nos topamos con aquellos lí-

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mites de clase dentro de los cuales los ilustrados respondieron al proble-ma de la "verdad" y de la "utilidad". Al parecer, este problema se mueve para ellos en dos planos: para el "filósofo" - que en cuanto tal se en-cuentra por encima del "vulgo" - lo verdadero, en cuanto conocimiento de ciencia, no puede sino reportar utilidad, en los sentidos ya especifi-cados de este concepto; mas, para el "vulgo" (incluido el "vulgo literato", que también lo hay) que no está en el plano de la ciencia, sino en el de la ignorancia, una verdad puede no serle útil. Ya no se trata de la evaluación de la verdad desde el plano, digamos, "científico", sino polí-tico. Y en este otro plano el "filósofo", que es tal como lo hemos visto "filósofo cristiano", habrá de reglar el acto de comunicación de la ver-dad, mediante la "caridad". El ilustre Feijoo - el célebre denunciador de los prejuicios del vulgo - había dicho precisamente que la caridad nos obliga a decir la verdad, pero que no nos obliga a decir todas las verdades (¡). Tal será la posición de Espejo, que olvidándose en este momento de aquella "traición" a su condición de "hombre de letras" se nos presenta, muy platónicamente, hasta justificando la mentira, en una posición mucho más radical que la del propio Feijoo: "No siempre la caridad obliga - declara Espejo - a decir solamente verdades; si así fuera no sería espíritu de caridad. Hay verdades que deben estar ocultas, y su manifestación no carecería de pecado. Así sólo deben descubrirse con discernimiento y prudencia las que pueden producir un fruto saludable a la Patria y al mismo cuyos defectos se manifiestan. . . pudiendo haber dicho muchísimas verdades, no dije sino las que concebí producirían algún provecho" (II, 306). 37

En este momento lo útil adquiere todos los matices de los intereses de clase y viene a ser definido de hecho -aun cuando no surja de lo que podríamos considerar su formulación teórica - por un egoísmo disfrazado de universalidad. La "lógica de los prejuicios" que sirvió para la denuncia de los universales ideológicos vigentes, habrá de ser la mis-ma que se volverá contra esta clase social emergente cuya invocación de una nueva universalidad ideológica sejíístificaba por el hecho mismo de

37 La tesis de que hay verdades que no conviene que las sepan los "ignorantes" y que sólo son de dominio de los "sabios", mucho antes de fundarse en lo que se llamó a partir de Maquiavelo, "razón de estado", había sido invocada por otros autores. No es por tanto necesariamente "maquiavelismo" y es una de las tantas respuestas ideológicas dadas en relación con la lucha de clases. Atendiendo a este motivo fundamental reaparecerá, por ejemplo, en Juan Montalvo: "El pueblo debe ignorar muchas verdades y creer muchas cosas falsas, dijo el mas sabio de los romanos, y un Padre de la Iglesia afirma que en este apotegma de Varrón se encierra toda la política. . ." Siete Trotados. París, Garnier, s/f. tomo I. p. 4-5 Cfr. en el mismo tomo, p. 296 y 324.

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la emergencia, pero que perdería todo peso histórico en el momento en que - un siglo más adelante - pasara de la emergencia a la consolidación.

Nos ocuparemos ahora del "didactismo", como una de las modalidades tal vez más generalizadas en el modo cómo ejercía su profesión el "hombre de letras" del siglo XVIII. En líneas generales puede afirmarse, sin error, que la totalidad de la producción escrita de Espejo es marcadamente didáctica, tanto por sus fines, como por los recursos que emplea. Lógicamente esta tendencia tiene estrecha relación con las exigencias de reforma social de la época y la necesidad de extender las "luces" como una de las vías para lograrla. El didactismo influyó, además, en la búsqueda de formas alternativas de comunicación, al margen de las establecidas en la época, sin perjuicio de la crítica de éstas. En Espejo el caso es evidente. Muchos de los recursos literarios que emplea nuestro humanista constituyen, sin embargo, manifestaciones de una literatura didáctica que tenía una ya larga tradición dentro del mundo hispanoamericano. El modo como las "conversaciones" de El Nuevo Luciano y los "diálogos" de la Ciencia Blancardina son amenizados mediante la introducción de "ejemplos" (Espejo los denomina "historias", "rasgos", "cuentos"), nos remite a los "enxiemplos" medievales, uno de los recursos didácticos más tradicionales. Por cierto qué todo lo satírico, con los modos diversos de elaboración y de expresión que muestra en los escritos de Espejo - a lo cual habría que dedicarle un estudio - se enmarca dentro del espíritu educador y reformador de la literatura dieciochesca. 38 En lo que se refiere a las Cartas riobambenses en las que al parecer habría resonancias de los salones del rococó, como asimismo matices que podrían ser entendidos como propios de las tertulias ilustradas, la posición de Espejo resulta difícil de definir y se muestra determinada por un anti-feminismo y por un rigorismo moral marcados. ¿Rechaza a la mujer liberada del rococó, como ilustrado? ¿Rechaza a la mujer ilustrada simplemente sobre la base de posiciones provenientes de la moral conventual que él mismo había alabado en uno de sus sermones?

38 Cfr. Hernán Rodríguez Gástelo. Literatura en la Audiencia de Quito. Siglo XVII, ed. cit., uso de "ejemplos" en la literatura ecuatoriana de esa época, p. 268. Se ha de tener en cuenta, además, la influencia de Erasmo en Espejo, autor que introdujo anécdotas e historietas para amenizar sus obras y que ha llevado a hablar de un "Erasmo cuentista". (Cfr. Marcel Bataillon. Erasmo y el emsmismo. Barcelona, ed. Crítica, 1977, p. cap. titulado: "Erasmo cuentista. Folklore e invención narrativa", p. 80 y sgs.) También el Padre Isla, tan admirado por Espejo, ameniza su Fray Gerundio, intercalando cuentos. (Cfr. Tomo I, p. 49; 160; 163; tomo II, p. 24; p. 68; 139 etc. Citamos por la edición de Espala Calpe, Madrid, 1960). Años más tarde. Simón Rodríguez introducirá, junto con la sátira, el cuento y, más aún, sale en defensa de su uso y señala algunas de sus reglas. (Cfr. Luces y virtudes sacíale» (1840). En Obras completas. Caracas, Univ. Simón Rodríguez, 1975, tomo II, p. 94-95).

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De todas maneras, sea que el didactismo se apoye en recursos y actitudes tradicionales, sea que se lo haga sobre la base de un nuevo espíritu lo cierto es que se trata de una constante.

La definición que Espejo dio de "nación adulta en literatura" nos confirma en todos estos aspectos que hemos ido comentando. Ella significa todo un programa de valoración del hecho literario, como asimismo los límites dentro de los cuales se lo veía, y señala, además, el posible programa de una historia de la literatura quiteña, de modo ex-preso. En La Ciencia Blancardina declaró, en efecto, haber hecho "una descripción bastante exacta del estado literario de Quito" (II, 272-273), el que no se reduce a una visión del mero presente. Aquella definición a la que nos referimos, dice así: "No puede llamarse adulta en literatura, ni menos sabia, una Nación, mientras generalmente no esté desposeída de preocupaciones, de errores, de caprichos; mientras con universalidad no atienda y abrace sus verdaderos intereses; no conozca y admita los medios de encontrar la verdad; no examine y adapte los caminos de llegar a su grandeza; no mire, en fin, con celo y se entregue apasionadamente al incremento y felicidad de sí misma, esto es del Estado y de la sociedad. Esta se dice culta y se diferencia de la ignorante y bárbara, en razón de contener en sí muchos sabios, y de que el común no esté ajeno ya de principios que digan respeto de la vida civil; y ya de los elementos que conciernen a la virtud, la religión y la piedad. Se halla aquí, sin duda, el conocimiento de muchos objetos, cuya noticia y serie no alcanza, ni penetra un pueblo bárbaro" (1,12).

Teniendo en cuenta todo lo que hemos dicho podemos ex-plicarnos cómo es posible que los contemporáneos de Espejo lo hayan considerado abiertamente como "literato", sin poner en cuestión tal condición en ningún momento y asimismo podemos tomar posición fren-te a la tesis generada a partir de González Suárez que acabó negando a Espejo como tal. Sabido es que sus Reflexiones sobre las viruelas, del año 1785, fueron conocidas en Madrid por el médico español Francisco Gil, autor de un Método seguro de preservar a los pueblos de las viruelas, a quien en parte sigue el propio Espejo. Pues bien, Gil en la segunda edición de su Método - en una bella edición de pequeño formato - duplicó la extensión de la obra incluyendo como apéndice gran parte del trabajo de Espejo, al que declaró: "hombre versado en todo género de literatura y verdaderamente sabio". En La Gaceta de Madrid, del 19 de setiembre de 1786, salió un comentario sobre la segunda edición del Método que el propio Espejo afirmaba ser del Secretario del Despacho Uni-

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versal de Indias, Marqués de la Sonora, en donde se hablaba de nuestro quiteño como un "sujeto conocido por su ingenio y su literatura", pala-bras que él consideró como verdadero "panegírico". En esos mismos años intentó en vano editar su Nuevo Luciano. Para ello contaba, según él mismo nos lo dice, con las "aprobaciones de las gentes literatas y de mayor nombre de Lima, y aun de los mismos ex-jesuitas de esta provin-cia" que "me hacen - dice - desde Italia, muy altos elogios". En particular destacaban los juicios "que han producido los célebres y muy hábiles Abates D. Ambrosio Larrea, D. Joaquín Larrea y sobre todo el insigne Don Joaquín Ayllón, sujeto de esclarecidos talentos, juicio acre, noble literatura, y más que todo, de estimabilísimo candor y sinceridad". 39

Por su parte, los redactores de El Mercurio Peruano, sin du-da aquellas "gente literatas y de mayor nombre de Lima" de las que nos habla Espejo, declararon, con motivo de la aparición del "Discurso de la concordia" en Bogotá, que se trataba de una "pieza delicada, fina, subli-me, que no sólo hace honor a Quito, sino a toda América". Alentado por estas opiniones de acuerdo con las cuales se le reconocía sin ambages como "literato", había pensado dedicar la edición de su Luciano al "limo. Sr. Conde de Campomanes, primer sabio de la Nación y quizá el único juez en punto de universal literatura". Parece ser que Campomanes había recibido una copia de El Nuevo Luciano y que habría expresado su beneplácito respecto de una posible edición. ¿Se dirá que todo esto no era nada más que fruto del mal gusto de las letras españolas y americanas del siglo XVIII? El mismo Espejo había hablado de la deca-dencia española en materia de letras. "Todos (los españoles) - dice - que siguen las letras hoy, son eruditos a la violeta. Así ni ahora se ha esta-blecido en España el buen gusto" (I, 331). Claro está que se cuidaba bien de poner excepciones, entre ellas, las de Feijoo y Campomanes. De todos modos, sea lo que fuere, si tenemos en cuenta el concepto de lite-ratura vigente para la ilustración hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XVIII, no puede cabernos absolutamente duda alguna de que Espejo fue acabadamente un "literato". 40

39 Cfr. Hornero Viteri Lafronte. Un libro autógrafo de Espejo. Quito, Tipografía y Encuader-nación Salesianas, 1920, p. 111 y Virgilio Paredes Borja. Historia de la medicina en el Ecuador. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1963, tomo I, p. 452-453; Espejo habla del Marqués de la Sonora y nos hace conocer lo que habría dicho respecto de él como literato en la nota u oficio: "Presentación al Presidente Villalengua por su prisión". (Cfr. Escritos de Espejo, ed. cit, tomo I, p. 208. Véase asimismo la "Presentación a D. José Benito Quiroga", en la misma obra, tomo I, p. 213).

Cfr. texto completo de las palabras de £1 Mercurio Peruano en Gonzalo Rubio Orbe, art. titulado "Primicias de la cultura de Quito", publicado en Museo Histórico. Quito, numero 7,

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VI. MAS ALLÁ DEL ESTILO

En el capítulo anterior nos hemos ocupado de la suerte que corrió Espejo en manos de los que buscaban en él un "estilo". Cabría que nos preguntáramos si lo "literario" ha de ser buscado exclusivamente desde esa exigencia o si ella no es nada más que un aspecto - legítimo por cierto - dentro de una problemática más vasta. Por lo demás también cabría discutir los alcances mismos de la noción de "estilo" tal como ha sido manejada. Ninguno de ellos superó la estrechez de la preceptiva literaria dentro de la cual se encontraba y a ninguno le sucedió lo de Pascal, quien buscando un "autor" vino a toparse con un "hombre".

Lo "literario" en Espejo no se da únicamente como "forma", sino que abarca una problemática que no justifica hablar de nuestro escritor como "literato" en el sentido restringido que se le comenzó a dar en el siglo XIX a este concepto, sino en el más amplio de "huma-nista" que se extendió desde el Renacimiento hasta el siglo XVIII. Ser amante de las "litterae" era, sin más, un modo de encontrarse con lo humano. El quehacer literario habría de desarrollarse, por tanto, en una multiplicidad de direcciones, tal como podemos verlo en el mismo Espejo. En efecto, es posible hablar de la presencia en él de una estética de la literatura; hay una especie de anticipación de una sociología literaria; se suma a ello una crítica del arte y, a su vez, una crítica de la expresión literaria de su época tal como se daba de hecho, lo cual insinuaba la elaboración de una especie de historia nacional de las letras y, junto con todo esto, haya o no un "estilo" logrado, una explícita "voluntad de estilo", tal como acertadamente lo ha señalado Rodríguez Gástelo. Pocos escritores ecuatorianos muestran, en verdad, tan amplio registro de fa-

1960, p. 121 y Augusto Arias. Crittal indígena. Quito, ed. América, 1939, p. 203. El Mercurio Peruano ha sido uno de los difusores del pensamiento político de John Locke. Cfr. Carlos Stoetzer. El pensamiento político en la América Española, ed. cit., tomo I, p. 238.

Que el célebre Campomanes habría recibido una copia de El Nuevo Luciano pareciera desprenderse de la "presentación a D. José Benito Quiroga", citada, en la que Espejo hablando de su obra dice: "que trae su género de recomendación y envuelve en sí para con el limo. Sr. Conde de Campomanes, el mérito de ser la primera y única en esta linea que ha salido de mano y pluma quiteña" (I, 213-214). La celebridad de Campomanes como hombre de letras no sólo le viene de sus escritos económicos, de gran peso en su época, sino también del hecho de haber cuidado y costeado "quizá la mejor edición hasta el presente de Obras Completas de Feijoo". (Cfr. José Luis Abellán. Historia crítica, etc. ed. cit., tomo III, p. 439 nota). La admiración de Espejo por Campomanes no era, pues, fruto de obsecuencia.

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cetas respecto del hecho literario. 41

Por lo demás, todo lo dicho se da enmarcado entre un inte-lectualismo que determina los límites de lo estético y, podríamos decir, los estrecha y lo que bien podríamos considerar como el inicio de una conciencia histórica, lo que, como contraparte, nos pone frente a una ampliación de horizontes. Por cierto, Espejo no nos habla de "estética", palabra que según entendemos recién comenzó a ser utilizada entre no-sotros allá por la década de los 30 del siglo pasado y con un sentido bas-tante particular. Mas, hay en él una estética desarrollada dentro de los marcos de la doctrina del "buen gusto", cuyos alcances no podríamos determinar si no tenemos en cuenta el medio espiritual dentro del que aquella doctrina es asumida.

La lectura de los textos de Espejo plantea, por otra parte, algunos interrogantes. ¿En qué medida es un escritor del siglo XVIII - y sobre todo de fines de ese siglo - un autor que se apoya en autoridades del siglo XVII? ¿Hasta qué punto, como posible "ilustrado" - en caso de que se probara que lo es abiertamente - se ha desprendido del barroco y milita dentro de las filas de una nueva estética, posiblemente neo-clásica? ¿Es actual o inactual?

Espejo se encuentra entre el barroco y el neo-clásico, con un evidente regreso al barroco moderado francés del siglo XVII, cuyas autoridades son citadas como indiscutibles. Ahora bien, si la doctrina del "buen gusto" tuvo sus inicios en aquel siglo, hay que tener presente que recién adquirió importancia en la segunda mitad del siglo XVIII, con lo que Espejo se nos presenta manejando algo cuyo interés era "ac-

41 El texto de Pascal, que consideramos encierra toda la sabiduría que serta deseable en materia de la profesión de letras, dice: "Cuando vemos el estilo natural estamos asombrados y encantados porque esperábamos ver un autor y encontramos un hombre. Mientras que los que tienen buen gusto y que al ver un libro creen encontrar un hombre se quedan muy sorprendidos al encontrar un autor. Plus poetice quam humane locutus e»" ("Has hablado como poeta más que como hombre"). Ctt. Obras de Blaise Pascal. Madrid, Ediciones Alfaguara, 1981, p. 546 (fragmento 675).

En el siglo XIX pareciera haberse interrumpido la tradición iniciada en el Renacimiento, dentro de la cual lo "literario" era antes que nada una profesión de humanidad. Aparece de esta manera la idea de que la "literatura" es un quehacer autónomo dentro de las humanidades, tal como lo percibió en su momento nuestro Juan Montalvo: ". . .esa parte de las humanidades -dice - que hoy llaman literatura". Catilinarias. París, Garnier, s/f, tomo II, p. 108.

Hablamos de que hay en Espejo una especie de "literatura nacional", tal como lo veremos luego cuando se trate de las relaciones que en el siglo XVIII se intentaron establecer entre el quehacer literario y las diversas regiones o "países" que intengran el Imperio español.

Cfr. Hernán Rodríguez Gástelo. "La prosa de Espejo". Intr. a El Nuevo Luciano de Quito, Guayaquil-Quito, ed. Ariel, tomo U, p. 9 y sgs. Clásicos Ariel, número 73.

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tual" y, todavía más, aquella doctrina tuvo un renacimiento en Francia, pasada la fiebre romántica, a partir de 1830, hecho que tal vez explique su presencia en El Cosmopolita de Juan Montalvo. 42

Por otra parte, es importante tener en cuenta que los prin-cipales escritos de Bouhours - autor que según Hatzfeld pertenece al "barroco clásico" o barroco moderado francés - son de finales del siglo XVII y que el libro más significativo de Rollin, en el que se trata asi-mismo la temática del "buen gusto", es de las primeras décadas del si-guiente siglo. Por lo demás, Les entretiens d'Ariste et d'Eugéne, del pri-mero de los mencionados, alcanzaron diez ediciones entre 1671 y 1768 y La maniere de bien penser dans les ouvrages de l'esprit, libro del mismo Bouhours, publicado por primera vez en 1687, fue objeto de once reimpresiones hasta el año de 1771. En este sentido podríamos decir que el teórico francés, dada su vigencia, era para Espejo un autor con-temporáneo.43 Lo dicho puede afirmarse todavía con mayor fuerza respecto de Charles Rollin, otro de los escritores franceses que Espejo sigue de cerca y al que elogia como "insigne sabio retórico de la Francia" y "severo y escrupuloso estimador de la solidez y de la bondad" (II, 169). El principal libro de este pedagogo y maestro de retórica, titulado De la maniere d'enseigner et d'étudier les belles le tires par rapport a l'esprit et au coeur, aparecido entre 1726 y 1728 es, precisamente, el que, luego de un largo reinado durante todo el siglo XVIII, sería redescubierto por los eclécticos, a partir de 1830, conjuntamente

42 Simón Rodríguez, en uno de los usos más antiguos de la palabra estética en nuestras tierras, dice: "Perspicacia espiritual, gusto o Estética, es, sentir bien todas las diferencias que distinguen un objeto de otro, cuando el sujeto (sic) de la observación es un estado de cosas o una acción. Esta facultad no puede ejercerse sino asociando y combinando situaciones y movimientos y no es dada a todos los hombres". "Sujeto de observación" es indudablemente un galicismo, por "tema" o "cosa" de observación. El Libertador del Mediodía de América. Arequipa. 1830 (Obras Completas, ed. Univ. Simón Rodríguez, Caracas, 1975, tomo II, p. 207).

Juan Montalvo se ocupa del "buen gusto" en £1 Cosmopolita. París, Garnier, 1923,tomo I, p. 287.

43 Dominique Bouhours. Les entretiens d'Ariste et d'Eugéne. París, S. Mabre-Chamoisy, 1671, 445 p. y La maniere de bien penser dans les ouvrages de l'esprit. Dialogue par. . .Paris.Veuve de S. Mabre-Chamoisy, 1687, 402 p. Cfr. Espejo, Ciencia Blancardina, en Escritos de Espejo, II, 166-167.

En líneas generales, el Barroco es - según Hatzfeld - la etapa que se extiende entre el Renacimiento y el Rococó o Churriguerismo. Dentro de ese período hay, sin embargo, etapas; ellas son: el Manierismo "que se origina por el alargamiento y distanciamiento de las formas del último Renacimiento"; el Barroco clásico, "con formas a la vez majestuosas y sobrias dentro de su pomposa ostentación" y el Barroquismo "que exagera la línea barroca, bien en el sobrecargado churriguerismo español, bien en el más ligero y juguetón rococó francés". (Estudios sobre el barroco. Madrid, Credos, 1972, p. 54).

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con la Escuela de Port-Royal. 44

Podríamos decir, pues, que el pensamiento de Espejo se or-ganiza sobre la base de escritores ya largamente consagrados y podría ser, en tal sentido, considerado como un autor tardío, pero eso sí, de ninguna manera inactual. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el neo-clasicismo hispanoamericano se enfrentó en su nacimiento y de-sarrollo con una situación específica que no era, lógicamente, la de Francia, país en el que el barroco no significó una ruptura total con la tradición clásica, tal vez, por el enorme peso que el clasicismo tuvo allí. El barroco exuberante hispanoamericano, con sus notas propias, tanto en lo que respecta a sus altas formas expresivas como a sus manifestaciones decadentes, fue un hecho nuestro. Súmese a lo dicho la importancia muy particular del barroco quiteño y se tendrá una idea de la complejidad de cualquier intento de señalar en unEspejouna posición simple frente a su época. No ha de olvidarse, por otra parte, que el neo-clasicismo recién se generalizó, en Europa, con las Guerras napoleónicas y en Hispanoamérica, con las de Independencia y no ha de extrañar, pues, la presencia en Espejo - autor que anticipa una nueva estética, pero que no la realiza acabadamente - de elementos propios del barroco.

Lo que podríamos considerar como la fomulación acadé-mica del "buen gusto" - que Espejo enuncia siguiendo a Bouhours - se mantiene a lo largo de todos los escritos de nuestro autor, en particular en lo que se refiere a la prioridad del juicio sobre la imaginación y deter-mina de manera precisa lo que entiende por estilo correcto y a la vez be-llo. El "buen gusto", nos dice en la Conversación IV de El Nuevo Lucia-no es propio del "bello espíritu" y depende su concepto, por tanto, de la definición que demos de éste (I, 321). El "bello espíritu" es - nos dice - "un discernimiento fino y exquisito, no solamente para las lenguas, elocuencia y retórica, sino para todo género de composición y para el conocimiento de todas las ciencias" (I, 331-332). Conforme con esto nos dirá que "el verdadero buen gusto.. .a mi juicio no es más que el carácter de la razón natural perfeccionada por el estudio" (I, 328). Como puede verse, el "bello espíritu", lo que tal vez ahora llamaríamos "hombre de elevada cultura" o de "cultura exquisita", es entendido como un

Charle» Rollin. De la maniere d'enteigner et d'étudier les bellet lettres par rapport á l'etprlt et au coeur. Parí», J. Estienne, 1726-1728, 4 tomos. Cfr. Federico González Suárez. Escritos de Efpejo, I, Inte. XLV y P. Mesnard. "Rollin fon» el espíritu de la enseñanza secundaria", en Lo» Grandes Pedagogo». México, Fondo de Cultura Económica, 1959, p. 142 y sgs.

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hombre de letras que posee un discernimiento que le permite moverse por igual en todos los campos del saber y que lo hace, por cierto, con una determinada finura o tacto. No se define propiamente lo que se en-tendería por artista, sino una determinada capacidad de expresión esté-tica propia de ciertos hombres cultivados y que depende, en última ins-tancia, de un ejercicio de la razón educada.

Las cualidades que muestra ese hombre son, básicamente, la simplicidad, en contra de todo lo excesivo en la expresión; la elegancia, entendida en relación con los modos directos y que implican un rechazo de la línea curva en las artes plásticas y de la metáfora en el campo de lo literario; la exigencia de un uso adecuado de las voces, dentro de un cierto casticismo que desconfía de los neologismos, en particular de los de origen latino generalizados por los culteranos; un lenguaje al que se lo considera "enérgico", frente al imperante que es declarado "débil"; y como categoría que envuelve a todas las señaladas, la naturalidad: un deseo de reencuentro con lo que se entiende a la vez como racional y natural.

¿Significan todos estos matices del "buen gusto" un regreso a un clasicismo pre-barroco? En verdad no es así. Bouhours, la autoridad en la que se apoya fundamentalmente Espejo, muestra aspectos que han llevado a considerarlo no precisamente como un "clásico", sino como un representante del barroco francés. Hay en él, en efecto, una cierta actitud que le impulsa a rechazar una extrema geometrización o racionalización de la forma, si bien mantiene la exigencia, clásica por cierto, de una claridad de contenido. De ahí la categoría tan poco clásica del "no sé qué" cuyo alcance aparece de modo bien claro en los textos de Bouhours sobre los que se organiza la Conversación IV de El Nuevo Luciano (I, 310 y sgs). "Fuera de lo que ellas tienen de sólido y de fuerte (dice Bouhours refiriéndose "a las piezas más doctas y aun las más ingeniosas") es menester que tengan un no sé qué de agradable y florido, para agradar a las gentes de buen gusto. . ." (I, 314). Se mantiene de manera enérgica la tradicional exigencia de "ciarte" - bien cartesiana, por cierto, - mas ella ha de ser vaciada en formas que muestran bien una cierta indefinición - y con esto nos apartamos de la tradición cartesiana -, la misma que habría de ser uno de los matices de esa delicadeza intimista del rococó, el barroco de los salones.

¿Cuál será la actitud de Espejo ante esa posición? Para com-prenderla tenemos que ponernos en el clima espiritual del Quito de la

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época, en la que un barroco ciertamente pervertido - en contraste con lo que ha quedado como aporte a la cultura universal - había caído en un total vaciamiento. Nos referimos, en particular, a ese lenguaje que Espe-jo denominará en su segundo Nuevo Luciano, como "blancardo" y que tenía los mismos caracteres del lenguaje "gerundiano" del maestro Isla. La lucha no era como la de Bouhours contra los "clásicos", tratando de convencerles de que la belleza dependía de aquel "no sé qué", sino con-tra los barrocos decadentes a los que había que hacerles entender que ha^ bían ido demasiado lejos con el "no sé qué", en cuanto se habían que-dado sin contenido. En función de esto Espejo pondrá toda su fuerza no en defender lo que sería la "indefinición" bella de la forma, como la "definición" vigorosa del contenido que debía acompañarla. De alguna manera se trataba de una crítica al barroco desde dentro del barroco mismo, que venía a abrir las puertas para una nueva estética, la neoclá-sica.

De ahí que Espejo insista en que la "hermosura del estilo" se debe dar junto con "la dignidad de la idea" (I, 332); que no ha de haber una forma bella sin un contenido, el que a su vez, tiene su belleza que le deriva de su claridad, que es su fuerza. Y por aquí, insensiblemente, nos deslizamos hacia una posición que corría el riesgo de eliminar inclusive aquella "indeterminación" de la forma (el "no sé qué") y acabar poniendo como bello el contenido en sí mismo, aun con prescin-dencia de la forma. Por momentos pareciéramos estar más cerca de la belleza de las matemáticas que de la de los entes sensibles y en alguna medida el propio Bouhours se prestaba para esto. En efecto, este autor había definido también el "buen gusto" diciendo que era una especie de "instinto de la razón que la impulsa con mayor rapidez y la conduce con mayor seguridad por cuantos razonamientos pudiera hacer". Belleza viene a ser, de este modo, sinónimo de eficacia cognoscitiva y para ella se ha de desnudar de agregados imaginativos lo que no necesita de afeites para mostrar su belleza. Cuando en la Conversación III intente Espejo definir al hombre que hace poesía, dirá que lo que determina el verdadero carácter del poeta es "la naturalidad, la imitación y la verosi-militud" (I, 292). Este, a diferencia del hombre culto en general, trabaja particularmente con imágenes y afectos, mas ellos han de ser "naturales y moderados" y la única manera de que gocen de esos valores radica en lo verosímil (I, 290). Una vez más la forma es bella en la medida en que respete lo que es una especie de belleza originaria que es propia de un contenido que ha de ser "imitado". Esta fe en la razón y en la naturaleza y, a su vez, esta admiración que despertaban, no están lejos del presu-

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puesto del mejor de los mundos posibles.

De esta manera, como consecuencia del intelectualismo acentuado que muestran las ideas estéticas de Espejo, lo literario viene a quedar dentro de los límites de un verdadero rigorismo. Nada de extraño tiene esto si pensamos que hay en nuestro autor otros aspectos de la misma actitud, particularmente en el dominio de la moral y las costum-bres. Sin embargo, como decíamos, en otro sentido se da una apertura que vitaliza de modo ciertamente importante la problemática del hecho literario, más allá de las limitaciones que le venían impuestas por aquella estética rigorista. Nos referimos en concreto a lo que tal vez podríamos llamar historización de las "litterae", hecho derivado de la misma pasión de reformador social que había llevado a Espejo a adoptar aquella actitud rigorista que hemos mencionado. El hecho resulta comprensible si pensamos en que la exigencia de rigor no es, ni puede ser, ajena a la de eficacia. Había que buscar la fórmula mediante la cual aquel discurso nacido de cánones estrictos, en el que el sugerente "no sé qué" había quedado arrinconado, resultara adecuado para un público concreto con el que se había de entablar la comunicación; había que insertar, además, las letras en una realidad, asimismo histórica, que había comenzado a ser vista como "nacional"; en fin, había que introducir algo que era herramienta de lucha imprescindible y que pondría en cuestión a aquella estética, a saber, la historización de la crítica.

Imposible hubiera sido, atendiendo al clima espiritual de la época, que lo estético no hubiera estado condicionado de alguna manera por lo retórico. El Nuevo Luciano puede ser considerado como un tratado sobre este saber, dirigido de modo particular a la reforma del sermón, así como su segunda parte, La Ciencia Blancardina se propone hacer la crítica del elogio fúnebre, otro de los subgéneros literarios de enorme vigencia social en la época. El hombre culto, el "bello espíritu", ha de saber las reglas de la persuación, por lo mismo que la sola verdad no es suficiente para mover a los hombres. Ahora bien, para esto se ha de conocer también a esos hombres y se ha de utilizar un lenguaje adecuado que no es siempre el mismo, pues, ha de tenerse en cuenta la edad, la circunstancia, la condición social e incluso el país al que pertenecen los oyentes. "El método en orden a la elocuencia - dice Espejo -ha sido atento siempre a las varias coyunturas y disposición en que se han hallado los oyentes para escuchar y sacar el fruto conveniente" (II, 195). Para comprender el lugar que acaba por ocupar la retórica hay que tener en cuenta el fuerte impulso reformador que caracterizó al siglo

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XVIII, hecho que lo diferencia netamente del anterior. El clima espiritual que dio nacimiento al neo-clasicismo había dejado de ser el del mundo literario de una nobleza satisfecha consigo misma aislada respecto de un contexto social que no se necesitaba asegurar -pensemos en lo que significó bajo este aspecto el clasicismo -; era ahora, por el contrario, el de una clase social naciente, la burguesía, la que necesitaba como condi-ción de su ascenso tanto del rigor como de la reforma en una ambigua y compleja lucha generada por un doble enfrentamiento con la plebe y la nobleza tradicional. 46 Se dio de este modo el despuntar de un cierta conciencia histórica que determinó, sin duda, el desarrollo de la ilustra-ción entre nosotros. Cuando tratemos la filosofía del lenguaje en Espejo, tendremos ocasión de ocuparnos del agudo sentido que había en él de las diferencias de habla y la necesidad que sentía de una nueva visión del discurso.

Otro aspecto interesante que nos muestra lo que de nuevo tenía la posición de Espejo, deriva del intenso sentimiento de patria, vol-cado principalmente hacia lo que con un neologismo de la época se de-nominó "país". Se trataba de un patriotismo cultivado como regionalismo dentro de la vasta "Nación" española, el que habría de interesarse entre otros aspectos diferenciadores locales, por la debatida cuestión del clima. Si bien en general se rechazaron posiciones deterministas - de ahí las críticas a la doctrina de Montesquieu - nuestros ilustrados no dejaron de pensar en la existencia de una relación entre clima y costumbres y, particularmente, entre clima y literatura. ". . .me parece, señores - les decía Espejo a los quiteños desde Bogotá - que tengo dentro de mis ma-nos el globo; y yo lo examino, yo lo revuelvo por todas partes, yo obser-vo sus innumerables posiciones, y en todo él no encuentro horizonte más risueño, clima más benigno, campos más verdes y fecundos, cielo más claro y sereno que el de Quito. A la igualdad de su delicioso tempe-ramento ¡oh!, y cómo deben corresponder las producciones felices y animadas de sus ingenios ¡" (I, 66). De esto se estaba a un paso de pensar en que cada región había de tener no sólo su literatura, sino, lógica-

45 Si bien Espejo ejemplifica la exigencia retórica de tener en cuenta la naturaleza y situación del oyente apoyándose en los Padres de la Iglesia (ctr. II, 195-196), el espíritu dentro del cual se pretende lograr la reforma del sermón puede ser considerado ya como abiertamente moderno y expresa desde nuestras tierras los ideales de la burguesía europea en ascenso.

La importancia que tenía el "elogio fúnebre" (en muchos aspectos más importante que el sermón mismo) le venía de ser un upo discursivo en el que se ponía en juego la función de redundancia de modo pleno. A propósito de las "virtudes" del muerto se llevaba a cabo una confirmación de los valores sociales vigentes.

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mente también, su historia literaria. Espejo, en su periódico Primicias habrá de ser uno de los primeros, justamente, en hablar de ella (Cfr. I, 57; 70; 80, etc). Todo esto nos muestra la contraparte de aquel rigorismo intelectualista con el que había sido asumido Bouhours y nos anuncia actitudes que, más allá del neo-clasicismo, habrán de ser desarrolladas por los románticos.

Sin embargo, el tema de mayor importancia y de indudable riqueza por todo lo que sugiere es, dentro de las ideas de Espejo, el de la crítica de arte. El mismo ocupa la casi totalidad del primer diálogo de La Ciencia Blancardina. No vamos a desarrollar aquí la extensa proble-mática de la crítica que es, en verdad, uno de los ejes sobre los cuales se desarrolla toda la producción escrita de Espejo; nos limitaremos a con-siderar tan sólo el problema de las reglas de arte. Para poder valorar la cuestión se ha de tener presente que se trata en todo momento de una polémica con los críticos oficiales del barroco decadente quiteño.

Desde otro ángulo, vuelve a despuntar aquí aquel cierto ni-vel de conciencia histórica del que estamos hablando. En efecto, para mostrar que el arte barroco pictórico y el culteranismo literario no eran la palabra definitiva y que había otras respuestas posibles, se hacía in-dispensable introducir un principio de historización. Ahora bien, esta actitud suponía un arma de doble filo, en cuanto que no solamente per-mitiría mostrar que era posible pasar de la comprensión barroca del mundo y de la vida, hacia otra, sino que a su vez, venía a poner en en-tredicho el intelectualismo de la que se proponía como nueva. La posi-ción de los críticos de arte oficiales no era difícil de impugnar, toda vez que ingenuamente afirmaban la posibilidad de un arte tan perfecto que por eso mismo quedaba más allá de toda regla y por tanto de toda crítica. Era, sin más, un modo de afirmar el régimen de valores de un de-terminado grupo social, sacándolo de todo análisis posible.

Con el ejemplo de Eudosio y Flexíbulo, contrapone Espejo dos críticos, el primero de buena opinión o juicioso (eu-doxos), y el se-gundo, el acomodaticio o de voluntad flexible (flexi-boulos), es decir, el crítico de arte oficial. Ante un cuadro que representaba al Apóstol San Pablo en el camino de Damasco, "el espíritu de orden y de juicio, movió a Eudosio a hablar de la ignorancia que acerca de la historia y de las costumbres de los judíos padecía el pintor. Pero el espíritu de bagatela y de frivolismo obligó a Flexíbulo a hablar acerca de los colores, sombra, luz y perspectiva del lienzo, y dando a conocer que entendía del ar-

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te, prorrumpió así rotundamente: "grande obra, libre de toda censura, obra cabal y muy superior a la pintura" (I, 40-41). No cabe la menor duda que entre Eudosio y Flexíbulo, a pesar de las valoraciones de Es-pejo, el que estaba sobre lo estético era precisamente el segundo. El re-chazo de éste sin embargo se explica, porque como queda aclarado más adelante al formularse la regla de oro, la valoración estética que pone en ejercicio responde claramente a categorías barrocas y se justifica porque concluye en la afirmación de que lo producido dentro de esas normas es absoluto. De ahí que sea un crítico que concluya negándose a sí mismo. La sociedad colonial, expresada en el barroco, no es posible ni tan si-quiera de ser sujetada a normas desde las cuales se ejerza cualquier forma de censura. 46

Claro está, siempre queda la cuestión de cómo rescatar, ante la estética barroca y el crítico oficialista y obsecuente, lo propiamente estético. No cabe duda que ello no se habría de producir con las ob-servaciones del buen Eudosio. La cuestión queda respondida, sin em-bargo, por el propio Espejo en un planteo en el que se anticipa un modo distinto de comprensión de la imaginación y del artista y que nos pone, otra vez, ante un interesante antecedente de la futura estética romántica. En efecto, se sostiene que no hay obra de arte que no pueda ser sometida a crítica, por cuanto no la hay que no responda a lo que Espejo denomina su "sistema" de reglas. En este sentido afirmará que "son las reglas las que constituyen la naturaleza de la pintura". Ahora bien, ellas no son dadas de una vez para siempre, sino que hay una evolución en el arte y se pueden por tanto reconocer sistemas de cánones diversos, que son, los de cada escuela o de cada época. *7 Son además los genios

46 La clásica regla de oro era expresada por los teóricos del barroco, según Espejo, de la siguiente manera: "Dime ahora (pregunta Eudosio), ¿qué es ver esta obra libre de toda censura? Respondió Flexíbulo, es estar tiradas las curvilíneas por la diagonal, y formando un rectángulo, venir todas unidas en un mismo centro, de suerte que salgan las sombras, ni luces, ni oscuridades, pero bañadas de color al temple" (I, 41). Dos elementos pueden ser considerados claramente como barrocos en esta expresión de la regla de oro: las lineas de que se habla son "curvilíneas"; los colores se opacan, no son ni "luces", ni "oscuridades". Se trata, en breves palabras y ateniéndonos a las categorías de Wólfflln, de una comprensión "paisajística" y no "dibujística" de la pintura y de la arquitectura.

47 El paso de un "sistema de reglas" ( de un estilo) a otro, dentro del arte quiteño arquitectónico es ejemplificado por Espejo haciendo referencia a los dos más importantes templos de la ciudad: San Francisco y la Iglesia de la Compañía. "Ud. ha visto y remirado - dice - las dos hermosas fachadas, la de San Francisco y la de los regulares expatriados; aquélla es de orden dórico; ésta de orden corintio, adornada de bien esculpidas estatuas. . .hay en ellas, digo yo, los preceptos de ambas artes (entiéndase estilo u órdenes), puestos en uso con bastante excelencia" (II, 197). Con las categorías "dórico" y "corintio" venía Espejo a expresar la contraposición de Renacimiento (manierista, pero Renacimiento) y Barroco. No cabe duda, además, que Espejo

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los que mediante "la valentía de su imaginación", sacan "de su propio fondo", inventándolas, las nuevas "composiciones", es decir, los nuevos "sistemas". En función de esto, es posible distinguir entre las reglas ya inventadas, las que están en vigencia, "y las que restan aún por inventarse y ponerse en práctica en lo posterior". Esa "invención", en la que juega un papel tan importante la "valiente imaginación", sea ella "histórica" o "alegórica", será por cierto siempre fruto de una "imitación de la naturaleza". Se trata, sin embargo, de una imitación creadora que viene a quebrar los marcos racionalistas e intelectualistas de la doctrina del "buen gusto", posible por cuanto la naturaleza misma permite ser reproducida de diversos modos, según el juego de reglas imaginadas con el que se lleve a cabo el arte imitativo. En este momento, a pesar de la lectura rigorista de Bouhours y de Rollin, incluso a pesar del "espíritu de orden y de juicio" de Eudosio - que pareciera expresar el pensamiento del propio Espejo - se habría abierto un resquicio para una consideración específica del hecho estético. Las reglas, fruto de aquella "valiente imaginación", implican sin duda alguna una racionalidad, mas, no es el "juicio" de la lógica tradicional el que es colocado delante (Cfr. I, 43-44).

Este fenómeno de historización tiene, en el siglo XVIII quiteño, manifestaciones en otros campos cuyo conocimiento resulta importante para cualquier intento de determinación de la posición de Espejo respecto de su época. Pensamos en este momento, por ejemplo, en el Tratado de Pintura de Manuel de Santiago, obra contemporánea a los últimos años de vida de Espejo, en la que ha quedado documentada la estética del rococó. Samaniego en su libro - que no es evidentemente obra enteramente personal - nos habla de la necesidad de que toda pin-tura esté integrada por una "escena" (que ocupa el primer plano) y un "país" o "paisaje" (que ocupa el fondo). Curiosamente, ese paisaje apa-rece denominado como el "historiado" o la "historia" del cuadro y lo es, en efecto, en cuanto que con los^colores amenos del rococó, nos sugiere un episodio (una historia) acaecido a los personajes que están en la escena. Pues bien, si nos atenemos a la crítica que Espejo hace a la pin-

sabía que la fachada de la Compañía habla sido concluida muy poco tiempo antes de la expulsión de los jesuítas y que se trataba de un "orden" reciente.

Que una fachada típicamente barroca fuera caracterizada con la categoría de arte "corintio" en Eugenio Espejo, no ha de llamar la atención, en cuanto que la expresión de "arte barroco" es reciente. Por otra parte, en uno de los primeros estudios que se hizo del Templo de la Compañía, el del P. José Jouanen, se dice que "La fachada es de orden corintio exornado, como todo el templo" (La Igletia de la Compañía de Jesús de Quito. 1605-1862. Quito, La Prensa Católica, s/f, p. 10).

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tura de San Pablo en el camino de Damasco, vemos que por boca de Eu-dosio, exige que la "escena" deje de ser una alegoría historizada me-diante el recurso de un "paisaje" de fondo y sea ella misma histórica. En esto pareciera fundarse la acusación de "ignorancia de la historia'' (ignorancia de las costumbres de los judíos, por ejemplo) que Espejo lanza contra el pintor. 48

VIL EL "HOMBRE DE LETRAS" Y LA PLEBE

Las ideas acerca de la función social de la literatura y del hombre de letras dependen, para los escritores del siglo XVIII, de modo muy claro, del plan de reforma de la sociedad de la época. Este no era, por lo demás, sino una prolongación del fenómeno históricamente más profundo de modernización iniciado con el Renacimiento. Ahora bien, cada vez más, ese vasto proyecto iría alcanzando los estratos sociales in-feriores, los que, ya en el siglo XVIII - el hecho se acentuaría aún más con el despertar del industrialismo y la expansión colonialista - comen-zaron a ser objeto de muy particular atención. También el "hombre de letras ciudadano" debía ocuparse del fenómeno, que comenzó a vérselo en toda su profundidad, de la ignorancia y de la miseria económica y es-piritual del "pueblo". La ilustración estuvo lógicamente precedida por hombres que anticiparían esas inquietudes. En el caso español, la figura de Feijoo jugaría un papel decisivo en la necesaria denuncia de las "preocupaciones" y de las creencias ingenuas, absurdas, retrógradas y a veces antihumanas del "vulgo"'. Por cierto que, como se ve en el mismo Espejo - heredero del feijoísmo, como todos los ideólogos embarcados en la reforma de las costumbres - ese "vulgo" no se reducía a las "ple-bes", las masas analfabetas que integraban los más bajos escalones so-ciales. También había un "vulgo" dentro de las otras clases, integrado por todos aquellos que participaban de las "preocupaciones" populares, aun cuando se distanciaran del "pueblo" en función de su posición de privilegio. Va de suyo que, para los reformadores ilustrados, lo sectores tradicionales se presentaban tan negativos como las mismas plebes. El

48 Manuel de Samaniego. Tratado de pintura, publicado como apéndice de la obra del P. José María Varga». El arte ecuatoriano. Puebla, Editorial Cajica, 1867, p. 361-437.

El hecho de incorporar en la tela un "paisaje" de fondo que tiene el valor de una "historia", vendría a ser equivalente al recurso de introducir "cuentos" en la narración (cfr. la nota 38). Si bien todo esto implica una cierta apertura hacia lo temporal, no es plenamente aun lo que se entiende como "conciencia histórica". Se relaciona, eso sí, con una "conciencia de temporalidad" que fu» propia del barroco en su última etapa. (Cfr. Juan Valdano Morejón. "Arte barroco y sociedad colonial", en El Guacamayo y la Serpiente. Cuenca, número 14, 1977, cap. "Délo quieto a lo inestable y el ingreso a una nueva conciencia de temporalidad").

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frente de lucha que se les presentaba era, pues, doble. El hombre de le tras ilustrado, aun cuando tuviera relaciones sociales con la nobleza o perteneciera a ella, estaba además colocado en una posición de desplaza- ,miento hacia una tercera clase social, en crecimiento manifiesto ya en el siglo XVIII, en particular en los países europeos centrales, que acaba ría por constituir la burguesía. Mas, no fue escaso el número de los inte lectuales de la época que venían de estratos sociales medios y ellos fueron, sin duda, los que habrían de llevar adelante con más empeño - e in- ;clusive con mayor lucidez - el vasto proyecto de una reforma que se les presentaba como lucha por el lugar de una nueva clase social que miraba las cosas ya con franca actitud moderna.

¿Cuál fue la posición de estos "hombres de letras" frente a los grupos humanos bajos que aún no habían sido "iluminados" por el siglo? Ella sería doble: por una parte, se despertaría un sentimentalismo que habría de concluir en las diversas expresiones de la filantropía, pala- bra clave para la comprensión de las "luces"; mas, al lado de esa actitud, claramente paternalista, una posición de desconfianza respecto de las potencialidades sociales y políticas de las masas ignaras, las que, mien- tras estuvieran en esa condición lamentable, se presentaban como inca- pacitadas para invocar derechos y negadas para ejercerlos. La contra- posición entre "sabio" e "ignorante", "letrado" e "iletrado", "ilustra- do" y "preocupado", "bello espíritu" y "espíritu vulgar", se tornaba en una contraposición entre elementos de una aristocracia o nobleza pro- gresista - como la que movilizó el funcionamiento de las "sociedades de amigos del país" en todo el mundo hispánico - y de una especie de clase media asociada a aquella fracción, todos movidos por la pasión moder- nizadora de la reforma de las costumbres, y el "pueblo", al que había que conducir paternalmente, pero que también había que controlarlo en medio de su "ignorancia". El paternalismo no fue, por esto mismo, ajeno a las formas más crueles de represión social, todas ellas justifica das sobre la base de aquella contraposición de valores, la misma que en nuestra América quedaría expresada tnás" tarde con la fórmula "civiliza- ción-barbarie".

Lógicamente los grupos innovadores y filoneístas no eran homogéneos. Y así como estaban enfrentados a los reaccionarios enemi gos de las "luces", aquéllos que en las Cortes de Cádiz fueron denomi nados "serviles" (por oposición a los "liberales"), mostraban internas contradicciones. La alianza de clase - por ejemplo, la de la nobleza crio- lia con el elemento artesanal mestizo, en el caso americano - no fue una I

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situación estable y mostró altibajos y desavenencias. Estuvieron unidos, eso sí, cuando se trató de desplazar a los administradores de la corona en un proyecto de reorganización de la monarquía "sin intermediarios" - sin importarles que esa monarquía fuera absoluta, todo lo contrario'-, pero también lo estuvieron cada vez que hubo alzamientos campesinos o simplemente actos tumultuarios urbanos que pusieran en peligro intere-ses de clase compartidos. Más aún, en este caso, se unieron todos contra la plebe: burocracia imperial, nobleza criolla y los sectores de "clases medias" incorporadas a los intereses de esa nobleza.

El futuro ideal de un "progreso" que avanzara en medio del "orden", indispensable junto con la seguridad que exigía la propiedad privada, lo encontramos ya entre los grupos ilustrados del siglo XVIII. Mucho se ha subrayado todo lo que los ilustrados pretendieron hacer en favor del "pueblo" - y que en verdad hicieron - entre otras cosas, la difusión de la medicina preventiva, la lucha contra la superstición, la alfabetización, la creación de una universidad "pública", el periodismo, en fin, todo lo que se llamó "ilustración"; poco se ha dicho, sin embargo, de la contraparte, ciertamente trágica de ella, verdadera "sombra", la represión social dirigida contra cualquier estamento inferior que pretendiera salirse de la "marcha armoniosa" de aquellas mismas "luces".

¿Cuál fue la actitud de Espejo en relación con lo que aca-bamos de presentar a grandes rasgos? Pues bien, Espejo, "revoluciona-rio" que habría anticipado las luchas por la independencia sobre la base de un plan concreto, analizado en sus propios textos a la luz de todo lo dicho, se nos presenta en una posición que no podemos sino declararla "conservadora". La fórmula en él fue claramente, no la de "revolución", sino de "reforma" y, por cierto, dentro del "orden" y de la "concordia". Esto, en particular, si el "desorden" provenía de las masas ignaras, pues, como el proceso posterior lo habrá de mostrar, sí fue, para esos mismos grupos legítimo el "desorden" en la medida en que estuvo controlado por las clases propietarias y era paso necesario para favorecer sus intereses de poder económico y político.

La misión del "hombre de letras ciudadano" y su relación con la plebe y, en particular, con los caudillos "iletrados" de la misma, aparece interesantemente en algunos breves textos de Espejo bastante poco comentados. Nos referimos a la "Dedicatoria" con la que se abre El Nuevo Luciano (1779) y la que precede a las traducciones del Trata-

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do sobre lo sublime de Longino y del discurso de Antonio Leonardo Thomas, Oración moderna sobre la elocuencia (ambas hechas en 1781). La actitud personal de Espejo ante hechos tumultuarios o francamente subversivos plantea, a su vez, la cuestión de la autenticidad de un desco-nocido texto - hasta la fecha - denominado "Sátira de la Golilla", que había circulado en Quito entre los años de 1779 y 1780.

El Tratado de lo maravilloso y sublime, atribuido a Longi-no, autor helenístico tardío, fue traducido por Eugenio Espejo de la versión francesa que había hecho Boileau, conjuntamente con la Oración moderna de Thomas, un literato francés contemporáneo. La intención fue, evidentemente, la de reforzar con autoridades - una clásica y otra moderna - las tesis que acerca de lo "sublime" en el discurso, había de-sarrollado el propio Espejo en sus escritos.49

El Tratado de Longino era obra de un escritor piadoso, como lo demuestra claramente su consejo en el sentido de que las fábu-las que se narraban de los dioses, debían ser defendidas en cuanto que eran simplemente alegorías; mostraba una abierta aproximación al pen-samiento hebreo, en un curioso texto que bien podría ser una interpola-ción, en el que se analiza un lugar bíblico cuyo contenido no necesita, por el contrario, de lectura alegórica o segunda; hablaba del hombre culto, del retórico capaz de llegar a una expresión sublime; se ocupaba de éste como de un ciudadano libre, pero que ejercía su profesión y go-zaba del aplauso con "una honesta libertad" y, en fin, rechazaba todo exceso declarando que ante un uso inmoderado de la libertad era prefe-rible la renuncia del libre arbitrio, como asimismo conveniente un go-bernante que fuera capaz de contener los "excesos". Todo el Tratado - elegido como modelo por Espejo - venía a confirmar, si nos atenemos a lo señalado, los ideales del despotismo ilustrado del siglo XVIII.

Tratado de los maravilloso y sublime verdaderamente elocuente en los discursos traducidos del griego, de Dionisio Casio Longino, dedicado al limo. Sr. Dr. Dn. Blas Sobrino y Minayo, dignísimo Obispo de Quito, del Consejo de S.M., etc. Quito, año de 1781. Impreso por primera vez en Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española. Quito, Nueva Serie, Entrega III, diciembre de 1923, hasta la entrega VII, correspondiente a mayo de 1929. Sobre esta traducción de Espejo, hecha del texto francés de Boileau, cfr. F. González Suárez. Escritos de Espejo, U, p. 65-66.

Antonio Leonardo Thomas. Oración moderna de elocuencia en prueba de que aun en lo presente se hallan honesta libertad, virtud, elegancia, ingenio para lo verdaderamente sublime, pronunciada en 1767. . .etc. Esta traducción se imprimió asimismo por primera vez en las mismas Memorias citadas, Quito, 1929, entrega IX, p. 278-287.

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ficara en nombre de la misma monarquía como hace Thomas, y de ellos sí que podían los "espíritus noveleros" sacar partido.

De todos modos, lo que parece interesarle a Espejo, haya o no observado la peligrosidad de esas tesis para una monarquía absoluta como la española, muy poco dispuesta a mirar con buenos ojos posicio-nes de alguna manera emparentadas con las ideas del Contrato Social, no era tanto la libertad mal ejercida que podían poner en juego los "no-veleros", como el espíritu de revuelta de los pueblos "iliteratos". Es im-portante tener en cuenta que los primeros, los llamados "noveleros" eran gente de letras, mientras que el "pueblo" constituía la masa ignorante, ajena a la cultura literaria.

Gonzalo Zaldumbide ha señalado el fuerte sentido antipo-pular que surge de las palabras dirigidas al Presidente de la Audiencia de Quito, José Diguja, en el prólogo-dedicatoria de El Nuevo Luciano, que ya hemos citado. Las mismas, según Zaldumbide, hacen referencia al al-zamiento de los barrios de Quito, ocurrido en 1765 con motivos de los estancos. Hablando de modo claro respecto de la población mestiza que promovió esa importante revuelta, alaba Espejo la prudencia del ad-ministrador español gracias a cuyo espíritu pacificador "cayeron de su altar los simulacros de rebeldía y de su templo los ídolos de la naciona-lidad" (I, 262); 61 habla de los mismos alzados como "atrevidos y co-bardes" (ib.), como "insolentes" (I, 263) y concluye refiriéndose a ellos, diciendo que "Han levantado un sordo grito los descontentos que son en las Repúblicas y en los Estados, su peste, y en la naturaleza racional, su horror y escándalo" (I, 263-264). En la dedicatoria de la traducción de Longino, dirigida al obispo Blas Sobrino y Minayo, la posición de Espejo respecto de los alzamientos de la plebe, no ha cambiado y se mantiene en los mismos términos. Recordemos que esta dedicatoria fue escrita en el mismo año en el que la rebelión de Túpac-Amaru sufrió su primer revés con el suplicio del caudillo (1781) y en el que se levantaron los comuneros de la Nueva Granada y que, además, el mismo obis-

La palabra "ídolo" aparece aquí utilizada en el clásico sentido baconiano y su uso deriva, casi sin error, de la lectura de Feijoo, quien se había ocupado de los "ídolos de la nacionalidad", "pasión nacional" o "amor a la patria". En función del ecumenismo pre-ilustrado de Feijoo hay en él de modo evidente una actitud de rechazo de lo "nacional", entendido como pasión por la "región" o "país" (este último como sinónimo de "región" precisamente). "En caso que por razón del nacimiento contraigamos alguna obligación a la patria particular o suelo que nos sirvió de cuna - decía Feijoo - esta deuda es inferior a otra cualquiera de las obligaciones cristianas o políticas". En otro texto nos habla de la "nacionalidad" y de "las víctimas sacrificadas a este ídolo". (Teatro Crítico. Madrid, Espasa Calpe, 1976, tomo II, p. 44-45 y 71).

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po Sobrino y Minayo, provocó, por su conducta "imprudente", la su-blevación indígena de Otavalo, en 1777, reprimida como todas las que tuvieron lugar en la Audiencia de Quito durante la década.62

La definición del hombre de letras surge en este momento en Espejo sobre la contradicción que hace de eje de todo un esbozo de filosofía de la historia, entre hombres literatos y caudillos iliteratos, conductores de pueblos ignorantes. Aquél es el que, mediante su tarea de difusión de las luces, habrá de salir en salvaguarda de una categoría política fundamental, la de "seguridad", la que exigían las clases propie-tarias dentro de las cuales y en relación con las cuales se encontraban los "ilustrados". Los modelos de esas clases, tal como venían impuestos desde Europa, aparecen señalados con elogio. Figuran entre ellos princi-palmente todos los déspotas ilustrados del siglo XVIII: Luis el Grande, Pedro el Grande, Federico el Grande, Benedicto XIV, corresponsal de Voltaire. Y frente a ellos se hace una enumeración de caudillos iliteratos que han hecho retrogradar la cultura humana, movilizando a las masas ignaras, tomados de todas las épocas históricas, desde el héroe de la re-sistencia judía contra la dominación romana, Barcokeba, Mahoma, el unificador del mundo árabe, los rebeldes protestantes Zizka von Troc-now, Juan de Leyden y Juan Cavalier, todos disidentes de raíz popular dentro del agitado proceso de la Reforma, hasta Túpac-Amaru y los comuneros neogranadinos. B3 Ninguno de ellos fue capaz de aliarse con

Gonzalo Zaldumbide. En torno a Espejo. Publica S. Jote M. Leoro, Quito, Editorial Minerva, 1967, p. 90-91. Poi diversas vías ha quedado documentada la bondad personal del Presidente de Quito, Teniente Coronel José Diguja. Cfr. F. González Suárez. Historia General de la República del Ecuador, ed. cit., tomo II, p. 1141-1180; 1182; en p. 1182 nos habla del ". . .noble espíritu de rectitud y de benignidad que tanto distinguió a este magistrado". Pedro Moncayo menciona a Diguja entre los "magistrados queridos en el pueblo", aun después de concluida la dominación española. Cfr. El Ecuador de 1825 a 1875. Quito, Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1979, tomo I, p. 24. Sobre la conducta de este funcionario español en relación con el alzamiento indígena de Otavalo de 1777, cfr. Segundo Moreno Yáñez. Sublevaciones indígenas, en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII, ed. cit., p. 140-141; 158-159; 169; 175; 182-183; 191; 193; 375.

° Los llamados "anabaptistas" representan lo que podríamos considerar el lado "revolucionario" popular de la Reforma protestante. Comenzó el movimiento con la Guerra de los Campesinos, que núcleo a éstos y a pequeños comerciantes y artesanos. En la ciudad de Münster, proclamada la "Nueva Siom", constituyeron un gobierno teocrático, con Juan Leyden a la cabeza, quien impuso el comunismo de bienes. No es casual que la Utop ía de Moro sea contemporánea de estos acontecimientos y que Campanella hable favorablemente de ellos. El rechazo del movimiento anabaptista en Espejo se relaciona con su posición favorable a las "utopías racionales", expresión de aristócratas o de burgueses, frente a las milenaristas, surgidas más comúnmente de los pobres y que eran ideologías campesinas, más que ciudadanas. (Cfr. Ernst Bloch. £1 principio Esperanza. Madrid, Ed. Aguilar, 1959, t. II, P. 75-76). Fedrico Engela ha señalado que el movimiento munsteriano o anabaptista fue expresión de las clases trabajadoras, en contra de la nobleza y la burguesía. (Cfr. Del socialismo utópico al socialismo científico. Madrid, Ediciones

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las clases "literatas" ya fuera convirtiéndose en "hombres de letras" o ejerciendo el mecenazgo en favor de los mismos, como fue el caso tam-bién recordado con elogio de los Sforza o de los Medici, a pesar de su origen oscuro.

"Los tiempos de ésta - dice Espejo refiriéndose a la situa-ción de la Audiencia de Quito y, evidentemente, a la América del Sur - en general son los de la ferocidad y atentados, de ellos abortan monstruosidades, y entonces corre inminente riesgo aun la misma autoridad". Obra es de esos hombres, entre ellos Túpac-Amaru y los comuneros Salvador Plata y Juan Francisco Berbeo, a los que califica como "monstruos oscuros de la escoria de tenebrosos pueblos, hombres ignaros, nacidos y criados en la ignorancia" y agrega que "Su infame prole inevitable son la superstición y el fanatismo religioso o político".

¿De dónde saldrá la solución de este estado de decadencia e inseguridad? De los estudios y de los hombres dedicados a ellos, los li-teratos. Frente al hombre de gobierno, absorbido por la vida activa, compete al hombre de letras "abreviar la llegada de las luces" desde su gabinete solitario, como decía Thomas en su discurso. "La gloria del hombre que escribe - decía el mismo alabado autor francés - Señores, es, pues, disponer de materiales útiles para el hombre que gobierna. Más ha-ce: ilustrando los pueblos, vuelve la autoridad más segura. Todos los tiempos de la ignorancia, han sido tiempos de ferocidad". Tal es la mi-sión del intelectual, a la que con el término de la época, es declarada "sublime". Todo se juega en la contraposición, claramente visible en todos estos planteos - como ya habíamos dicho - entre"civilización" y "barbarie", partiendo de que la primera es la que aureola a los gober-nantes y la segunda, la que caracteriza al pueblo. No reconocer la misión benéfica del orden y de la seguridad, es propia de la "ingratitud", ella es la que lleva a poner en duda la obligación de fidelidad y de tributo contraída con el amo, a sospechar de su derecho de propiedad. "No por el propio o sugerido espantoso vicio de la ingratitud - dice Espejo en otra parte - Proteo de muchos aspectos sin ningún buen rostro, monstruo feroz e impersuadible, a quien nada ablanda, a quien irrita la conti-

Castilla, 1977, p. 41-42). El rechazo de los anabaptistas también se encuentra en Juan Montal-vo. (Cfr. £1 Cosmopolita, ed. Gamier, tomo I, p. 265).

Sobre los comuneros de Nueva Granada, cfr. Javier Ocampo López "El proceso político, militar y social de la Independencia", en Manual de Historia de Colombia. Segunda edición, Bogotá, ed. Procultura, 1982, tomo II, cap. "La participación popular en la Independencia". Darío Betancourt Echeverry. "Ideología de la revuelta comunera de 1781". Bogotá, Universidad de Santo Tomás, mimeo, 1982, etc.

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nuación y aun la memoria del beneficio, no por ese áspid que sólo en-venena a quien le falta el antídoto de la razón, neguemos los feudos de-bidos, ni suprimamos por vanidad o avaricia el propio trabajo o la ajena producción que pueda ser provechosa" (Entrega citada, p. 225).

Ya se ve cuál es la misión del "hombre de letras ciudadano". Es el consejero del gobernante y al que a su vez le corresponde la orientación de los estudios necesarios para que pueda surgir alguna vez un "pueblo ilustrado" en el que la "razón agreste" haya sido reemplazada por una "razón civilizada" (Ibidem, p. 212). Mas, todo ello a espaldas del pueblo, en particular ése que es denominado en la época como "plebe". El viejo ideal platónico de las relaciones entre el filósofo y el gobernante - ambos integrantes de una élite - se repite con las connotaciones propias del siglo XVIII. "La protección fervorosa a los estudios - concluye Espejo -, el constante patrocinio y fomento a los colegios y a la austeridad de las costumbres en la buena crianza, debieran ser, a más de las razones religiosas, de institución política, no sólo para la ilustración, sí lo que es más para la quietud de los dominios". La "seguridad", esa categoría política que acabará pesando mucho más que los ideales de "igualdad" en todo el pensamiento social hispanoamericano, está por encima de todo. Para ello se hace necesario echar mano de todos los re-cursos. ¿Por qué no asegurarse de posibles vecinos revoltosos, conside-rando a sus hijos incorporados en los colegios, como "otros tantos rehe-nes del Estado contra cualesquiera fermento y alteraciones"? (Ibidem, p. 230).

La pregunta acerca del sentido de todas estas afirmaciones de Espejo es inevitable. ¿Cómo compatibilizan ellas con la presunción de su posible autoría de la "Sátira de la Golilla" - que habría circulado, según unos, entre 1779 y 1780 y, según otros, en 1781 - en la que se aprobaba la rebelión de Túpac-Amaru y se amenazaba a las autoridades españolas con la "guerra de los indios"? 54 Dos cosas habría que notar: la primera, que la sátira hasta ahora nos es textualmente desconocida y,

"Causa formada al Dr. D. Eugenio Espejo con motivo del libelo infamatorio intitulado La Golilla del que se dice ser autor". Esta Investigación fue iniciada en 1787, año en el que aun perduraba el temor que había despertado la sublevación de Túpac-Amaru. (Cfr. Boleslao Lewin. La Rebelión de Túpac-Amaru y los orígenes de la emancipación americana. Buenos Aires, Hache-tte, 1955, p. 419). Los originales de esta causa se encuentran depositados en el Archivo Histórico Nacional de Bogotá. Respecto de la fecha en que habría circulado la "Sátira de la Golilla" o "Sátira de Golilla" o "Retrato de Golilla", hace atinadas observaciones Hornero Viteri Lafonte en su obra Un libro autógrafo de Espejo. Quito, Tipografía y Encuademación Salesianas, 1920, P. 16-17.

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en segundo lugar, que si verdaderamente en ella Espejo, como posible autor, se expresó en favor de la vasta sublevación indígena, el hecho es congruente con la posición inicial adoptada por ciertos grupos de es-pañoles americanos o de sectores mestizos allegados a ellos, como asi-mismo lo es con la actitud posterior de todos estos, el rechazo de aquella sublevación por parte del mismo Espejo. "Al principio de la rebelión - dice Boleslao Lewin - los criollos, en general, no tomaron partido por ningún bando, aunque sus simpatías parecían estar más bien del lado indígena". "Después - nos dice más adelante - los españoles americanos hicieron causa común con los peninsulares". En algunos casos la relación entre criollos y cabecillas indios fue, sin embargo, bastante más allá de una mera actitud de simpatía, como sucedió con el alzamiento criollo tupamarista de Tupiza y, en el caso ecuatoriano, las actividades del quiteño Miguel Tovar y Ugarte - cuya correspondencia fue interceptada en 1780 - quien pedía a Túpac-Amaru que avanzara sobre la Audiencia, con lo que se mostraba una decidida voluntad de incorporarse a la sublevación. 55

La bestial represión lanzada por la admistración española, el hecho de que Túpac-Amaru dejara de obrar en nombre de Carlos III, como lo había hecho en los inicios de la revuelta, su posterior suplicio y, sobre todo, el imponente movimiento de masas campesinas que mos- tró la sublevación, fueron hechos que enfriaron el apoyo del sector crio-llo y sus clientelas. El cambio se produjo de modo acelerado entre los años de 1780 y 1781 y la contradicción que habría entre la "Sátira de la Golilla" y la dedicatoria al texto de Longino, pueden ser muy bien una expresión más de un fenómeno general. Por otra parte, es de tener en cuenta que las simpatías de la aristocracia criolla, como lo señalamos a propósito de la posición de Juan de Velasco, se encaminaban más ha-cía la aristocracia incaica que a la masa indígena propiamente dicha, la que siempre fue considerada como el estamento más bajo de la sociedad colonial y con la que nunca se pensó entablar alianza de clases.

Dentro de este proceso ideológico se ha de pensar, a nues-

55 Boleslao Lewin. La Rebelión de Túpac-Amaru, ed. cit. p. 406-407 y 408. Conocido es el esfuerzo que realizó el gran caudillo indígena por lograr establecer una alianza coc los "españoles americanos". (Cfr. p. 398; 402-411); también se debe tener en cuenta que en los inicios de la sublevación Túpac-Amaru obraba en nombre de Carlos III y que recién al final se produjo, abiertamente, el intento de independencia mediante la creación de un reinado americano. (Cfr. p. 398-401 y 425-428). Este hecho también influyó en el cambio de actitud de los criollos, los que, por lo demás - otro tanto podría decirse del estamento mestizo - estuvieron enfrentados, salvo raras excepciones, como clase a la masa indígena.

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tro juicio, la posición de Espejo. De hecho, de todos sus escritos surge de modo bastante claro su incorporación ideológica a una de las fracciones de la aristocracia criolla, si bien introduciendo en ella actitudes y posiciones que anticipan el enfrentamiento futuro entre esa fracción y una naciente pre-burguesía conectada con el estamento mestizo de la colonia.

VIII. HACIA LA AUTO AFIRMACIÓN DE UN NUEVO SUJETO HISTÓRICO

En líneas generales se puede decir que desde el punto de vista que se le asignaba al intelectual, Espejo no se aparta de los esquemas propios del despotismo ilustrado, aun cuando dentro de esa corriente se mueva con una determinada especificidad que es importante señalar. Y dentro de aquellos esquemas generales es nuestro Espejo, sin duda alguna, un literato en el más pleno sentido de la palabra.

Respecto de lo que podría ser considerado como específico en Espejo, frente a los ideales compartidos con la aristocracia criolla, podríamos tal vez expresarlos si tenemos en cuenta el modo cómo diver-sos elementos de la burguesía europea se mostraban insertos antes de la Revolución Francesa, dentro del sistema de la monarquía absoluta. Un caso típico es, por ejemplo, el que ofrece el discurso del mismo Tho-mas, miembro de la Academia Francesa y que no es, claramente, un texto escrito por un aristócrata. B6 La alianza entre la burguesía y la monarquía absoluta no era, por otra parte, una novedad, sino que fue uno de los primeros pasos en el ascenso de una clase social. El Leviathan de Hobbes es al respecto un ejemplo relevante. Y esa alianza se habría de prolongar en nuestras tierras por parte de una especie de preburgue-sía en ciernes que, en su enfrentamiento con la administración colonial, intentaría - como ya lo dijimos al hablar de Juan de Velasco - pactar directamente con el monarca absoluto. Este sería uno de los secretos del "inexplicable" Sermón de Santa Rosa que Espejo escribió para su hermano, pocos meses después al ajusticiamiento de Luis XVI.

56"... el Señor Tomás (slc) - dice Espejo - ha formado unas oraciones dignísimas por el género sublime, y a mi pobre juicio son sus mejores piezas los elogios del Delfín de Francia y de Descartes, que están en el tomo segundo, y el de Sully que es el último del primer tomo" (II, 325; Cfr. II, 233). El conocimiento del "elogio de Descartes", que Espejo, considera como una de las buenas "oraciones" de Thomas, serla importante para una determinación cuidadosa de los elementos cartesianos en nuestro autor.

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No deja de ser interesante dentro de ese proceso, por lo demás, la postulación de un nuevo concepto de nobleza, del que ya he-mos hablado, en el que Espejo habría de insistir con fuerza. Si releemos la dedicatoria con que se abre la traducción del Tratado de Longino, no podremos considerar como un hecho inintencionado, la insistencia con la que, en todos los casos posibles, Espejo señala el origen humilde, arte-sanal o comerciante, de los tiranos humanistas del Renacimiento italiano o de los grandes monarcas ilustrados del siglo XVIII. Los Sforza habían sido "pastores o labriegos"; los Medici, "honestos mercaderes"; Pedro el Grande de Rusia, "oficial de carpintero"; el príncipe Menzikof, "aprendiz de pastelero". 67 Thomas, expresión de la burguesía en ascenso había dicho, por su parte, que "el hombre de letras ciudadano" sabe "que la dignidad de las clases es para un corto número de ciudadanos, pero que la dignidad del alma es de todos; que la primera degrada al hombre que no tiene más que ella, que la segunda eleva al que le falta todo lo demás", tesis que es - como lo hemos dicho - la misma que habría de sostener Eugenio Espejo ("Oración moderna", ed. cit., p. 284). Así lo expresó en la conocida carta al bilioso amo de su padre, Fray José del Rosario, quien se había permitido despreciarle por su origen humilde y que hemos transcrito páginas atrás.

No hay por qué suponer que esta posición ponía en entre-dicho la estructura de la monarquía dentro de la cual el "estado noble" era constituyente fundamental, ni menos aún una cierta atracción por la aristocracia de sangre. Estos sentimientos contradictorios son visibles en el desarrollo ideológico de esa especie de clase media en ascenso, de raíz mestiza, aun muy avanzado el siglo XIX. Juan Montalvo es un ejemplo en el que se repite la posición de Espejo casi en los mismos términos: el orgullo de provenir de una capa media de comerciantes y agricultores, el de su propia nobleza lograda con el esfuerzo y, sobre todo, el largo estudio y, al lado de esto, sus coqueteos con elementos de la

El señalamiento del origen artesano] o plebeyo de príncipes y emperadores, o su gusto por actividades manuales es una tendencia que se mantiene en pleno vigor en Juan Montalvo. En éste se habrá de agregar la alabanza del origen artesanal de los presidentes republicanos de los Estados Unidos. Entre los integrantes de la nobleza británica, menciona Montalvo, a Lord Chatham, que fue "pechero" (plebeyo); a Pitt, que fue mercader; a Palmerston, que fue aprendiz de cajista (El Regenerador. París, ed. Gamier, tomo I, p. 33-34). "Lástima que no tengamos carpintero* - dice en otro texto - como Lincoln, sastres como Johnson", para mandar a nuestros congresos y convenciones y a uno que le había aconsejado que dejara la pluma y tomara en su lugar la sierra, le contesta: "Si un emperador de Alemania no hubiera sido carpintero, aquí nos acabáramos de morir de pesadumbre. ¿Por qué no lo habíamos de ser nosotros cuando todo un Rey de Francia se apeaba del trono para trabajar en cerrajería?" flbidem, II, p. 14). Muchos otros textos pueden citarse.

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nobleza de sangre europea conocida y tratada en sus viajes, a la que des-cribe con admiración. En este sentido la literatura de Espejo y la de Mon-talvo muestran raíces sociales muy parecidas y, lógicamente, la misión del escritor es entendida de una forma similar. Claro está, habida cuenta de las diferencias epocales.

De todas maneras, esas contradicciones no significaban una renuncia a la misión que le cabía al "hombre de letras ciudadano". Con-viene notar la carga semántica del término mismo de "ciudadano" que en Espejo no es la misma que la que muestra los escritos de Juan de Velasco. José Luis Aranguren ha señalado que en Jovellanos - a quien le atribuye la introducción de la palabra como traducción del "citoyen" francés - expresaba ese vocablo el modo concreto de inserción del hom-bre ilustrado en su propia realidad social. Las palabras con que Thomas expresa esto mismo resultan ser también aclaradoras: el "hombre de le-tras ciudadano" es aquel en quien "cada parte de las fatigas literarias co-rresponderá a los afanes políticos" (Ibidem, p. 280) y que como refor-mador de las costumbres exige que se le reconozca en esa su misión. M Y tal exigencia se funda en el goce de otra "ciudadanía", que no es ya la particular de un "país", sino la que le confiere su militancia en el mundo literario. "El país de las letras - dice Espejo - es un país libre donde todo el mundo presume tener derecho ciudadano" (I, 500). La idea ya la había expresado Voltaire, como el mismo Espejo nos lo hace saber: ". . .los literatos de Italia, de Francia, de Inglaterra y de todo el mundo - había dicho aquél - los vuelve de una misma patria la profe-sión de las letras" (II, 57). Por la primera ciudadanía se había de luchar dentro de los márgenes que dejaba una libertad política constreñida por un Estado y una sociedad represivos, mas ello sería posible en la medida en que ya se fuera ciudadano de esa república universal. Resulta claro cómo el "cosmopolitismo" de un Juan Montalvo tiene sus raíces en estos planteos.

Por otra parte, aquel doble matiz es de particular impor-tancia para entender cómo se organizan en Espejo los dos proyectos que

58"José Luis Aranguren. Moral y sociedad. Introducción a la moral social española del siglo XIX. Quinta edición, Madrid, Ed. Cuadernos para el diálogo, 1974, p. 46-47.

Tiene relación directa con el concepto de "hombre de letras ciudadano", cuya misión es por eso abiertamente social, lo que Espejo ha dicho acerca de la belleza masculina y las letras. En Reflexiones sobre las viruelas dice: ". . .aun la carrera de las letras necesita de este género de hombres hermosos, que puedan vacar en el estudio con la constancia que requiere la profesión de Literatura" (II, 354); en las Cartas Riobombentes nos habla de "brío literario", una especie de apostura física acompañada de generosidad. "Este brío del cuerpo - le hace decir a María Chiriboga - me parece otra casta de profunda literatura" (1,106-107).

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ya antes hemos mencionado y el modo cómo juega con ellos es otro as-pecto - tal vez uno de los más importantes - de su papel de "hombre de letras". En relación con esos proyectos y, en particular, el utópico, hay un interesante momento en el discurso de Thomas en el que se habla de la República de las letras en términos que recuerdan la "Casa de Salo-món", de la que nos hablaba Francis Bacon en su Nueva Atlántida y que anticipan no sólo el "Consejo de sabios" que propondrá Saint Simón a principios del siglo XIX, sino también esa nueva forma de saber que, en manos del discípulo, Augusto Comte, habrá de llamarse "sociología". "Un día vendrá quizás - dice Thomas - en que de todos los puntos del universo reunirán los hombres sus estudios y resultas (sic) para apli-carlos con toda la fuerza del entendimiento humano descubierta, al gran arte de las sociedades" (Ibidem, p. 282). Por obra de la ilustración y, fundamentalmente, por la presión de la burguesía corno clase social en ascenso, la sociedad había dejado de ser lo dado, lo definitivamente es-tablecido, para convertirse en un objeto de estudio, el principal y el más importante del "hombre de letras ciudadano". Se trataba ahora de so-meter a una razón de validez universal, la vida de los hombres. Frente a esto la propia realidad histórica, sobre todo esa que mostraba su temible faz, la de los "pueblos tenebrosos" y la de sus caudillos, "escoria" que esos pueblos generaban, sería negada. La mentalidad característica del siglo ilustrado fue la de poner en juego una filantropía cuyo espíritu se encontraba condicionado - como hemos señalado páginas atrás - a la seguridad social de las clases gobernantes. Aquella razón, equiparada con la naturaleza - que todo lo hace lentamente y sin revoluciones, según lo exigía la política conservadora de la época, aun a pesar de la doctrina de las "catástrofes" de Cuvier - movilizaría las respuestas utópicas las que, en escritores declaradamente religiosos, serían proyectadas al margen de la religión positiva. ¿Acaso Tomás Moro, futuro santo de la Iglesia romana, no había hecho la alabanza de Utopía, una ciudad perfecta lograda exclusivamente por la razón natural? Espejo insinúa algo semejante cuando en la dedicatoria del Tratado de Longino, hace la apología de Ginebra, ciudad calvinista, una de las primeras repúblicas burguesas, la que a pesar de estar "sumergida en el error", había sabido establecer una vida ordenada y virtuosa, regida por el trabajo de todos, expulsado el lujo, prohibidas totalmente las diversiones públicas que inducen a la corrupción, sin holgazanes y, por supuesto, según Be desprende, sin ladrones y, menos aún, revoltosos (p. 223).

Difícil papel, sin duda, el de "hombre de letras ciudadano" con el que la burguesía europea había teorizado acerca de la función

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social de sus propios ideólogos. Enfrentado a las masas populares, acu-sadas de ignorancia y de barbarie, lleno de compasión hacia ellas en función de una ambigua filantropía, pero enfrentado también a los an-tiguos grupos de poder con los que había que pactar y a los que secreta o públicamente se admiraba, pero que, llegado el momento, había que destruir. Y, al lado de esto, una pasión por alcanzar un saber positivo universal que fuera capaz de cambiar la situación y sobre ella establecer un nuevo orden. El hombre moderno había alcanzado ya a fines del siglo XVIII, una clara conciencia de los dos frentes ante los que había de establecer la relación de dominio mundial, la naturaleza y las masas, fueran ellas las coloniales o las de los propios países europeos. Tal era el modelo sobre el cual los ilustrados hispanoamericanos darían su propia respuesta, habida cuenta las sustanciales diferencias que obligaban a una redefinición, desde nuestras tierras, del "hombre de letras ciudadano".

Y esto es, justamente, a lo que se propone responder Espejo en ese importante texto con el que se abre el periódico Primicias de la cultura de Quito, al que tituló "Literatura", aparecido en 1792, once años después de la dedicatoria que escribió para el Tratado de Longino. No se trata en él solamente de establecer el grado de "cultura" de Quito, sino de exponer también el método con el que se ha de determinar el estado y el punto de partida de su "vida literaria". La clásica metáfora de las edades del hombre, inspirada en textos de Horacio, sirve para hacer un breve esbozo de filosofía de la historia organizada sobre los opuestos de "ignorancia" e "ilustración", equivalentes a "infancia" y "edad adulta". Ya habíamos dicho al hablar de la filosofía de la historia en Juan de Velasco que uno de los usos más antiguos conocidos hasta ahora - si no el más antiguo - de la palabra "civilización", dentro de la historia literaria ecuatoriana, aparece justamente en este escrito de Espejo (I, 15), palabra que había sido anticipada con la incorporación del adjetivo "civilizado" en las páginas de la dedicatoria al Tratado de Longino. Allí se oponía, como vimos, una"razón agreste" a una "razón civilizada" (Entrega IX, p. 212). Aquí, en Primicias aparecerán ya abiertamente expresados los dos términos de esa trágica oposición, que atravesará toda la historia de nuestra América: "barbarie" y "civilización".

Pues bien, atendiendo al "uso del talento de observación", a su desarrollo (I, 9-10) y teniendo en cuenta "el fondo de riqueza in-telectual" adquirido (I, 14), no le cabe duda a Espejo que no puede Quito ser considerada como "nación adulta en literatura" (I, 12-13).

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Su estado es, sin más, el de la "barbarie". De acuerdo con presupuestos que ya fueron expresados en el escrito de 1781, aquí coloca toda la res-ponsabilidad del paso del estado de rusticidad, al de "cultura", en el hombre de letras ciudadano, en cuanto consejero del hombre político. Bastaría con uno sólo para que la patria pudiera ser considerada como "instruida". Ninguna participación se da a las clases inferiores en este proceso cuyo "entendimiento" debe ser creado o modelado desde arriba. "Un tal individuo benemérito de las letras y de los hombres - nos dice recordando una vez más al déspota ilustrado ruso que hizo de su patria una de las naciones europeas más "cultas" (Entrega IX, p. 218) -podría presentarse a la América, como Pedro el Grande apareció a la Europa, el sol de su vasto imperio, el creador del entendimiento de sus vasallos. Pero este Numen es raro: la naturaleza es avara y se niega a producirle, o por mejor decir, la densa oscuridad de un siglo de ignorancia, el negro torbellino de la barbarie, no han permitido en otros tiempos que éste aparezca con frecuencia en varias partes de nuestro globo" (I, 14). Aquella aguda capacidad de percepción de una cierta sabiduría de los pueblos, visible en el mismo campo de los conocimientos de la naturaleza que caracteriza a un Juan de Velasco, no tiene en este mo-mento vigencia para Espejo. En verdad, no la tiene, en general, en la casi totalidad de los escritos de nuestro apasionado reformador. La fuerza que la imagen ilustrada del "hombre de letras ciudadano" muestra en él, más allá de su trasfondo ideológico, tenía sin embargo su justificación. Velasco escribía, con añoranza, sobre una sociedad de la que había sido arrancado y que se le presentaba idealizada en lo que era ya un pasado; Espejo, por el contrario, es el intelectual inmerso en una realidad social afligente que exige reforma inmediata. El médico no podía transigir con la más atrasada incultura sanitaria y con la vigencia de prácticas inadmi-sibles para una razón científica. Por lo demás, hay que recordar lo que habíamos señalado en un comienzo respecto del uso de la retórica dentro de este neoclasicismo. En las Reflexiones sobre fas viruelas Espejo dice que una vez establecida la verdad científica sobre la naturaleza conta-giosa de esa enfermedad y sus mod*os~de evitarla, el hombre político ha de "hacer una ley invariable, que quitara a los osados la animosidad del espíritu de disputa y cavilación, que los vuelve cansados impugnadores" (II, 346-347). En pocas palabras, se ha de proceder de modo imperativo y con mano fuerte, habida cuenta de que se posee la verdad. Mas tam-bién se ocupa de señalar lo que ese mismo hombre político debe hacer con el "populacho": se lo ha de exhortar primero, a fin de que preste el necesario respeto que se debe al monarca, es decir, al gobierno; segundo, se le ha de hacer comprender las resultas ventajosas de lo que se pro-

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pone en materia de salud y, por último, se le ha de descubrir ciertos se-cretos de la "Economía Política", entre ellos, el de que el bien común ha de tener primacía sobre el bien particular (II, 348-359). "Parece que éste es el método - concluye Espejo - que, para la persuación del populacho a la admisión del proyecto, debe observar el hombre público" (II, 359). En pocas palabras, en materia de ciencia, no hay para el populacho "libertad de pensar", ni en general para todo ciudadano, pero el "físico patriota", junto con el "hombre público", el gobernante, han de utilizar la persuación. La medicina social y la retórica se dan la mano, el médico es a la vez "hombre de letras ciudadano", no sólo por el "fondo mental" que pueda haber adquirido, sino también por su utilización de recursos de persuación por medio del lenguaje.

Ahora bien, para que se pueda lograr la constitución de una "nación adulta en literatura" no basta el desarrollo del "espíritu de observación" y el "fondo mental" acumulado. Hay todavía otro principio, el primero y más importante, el de la constitución de un sujeto. En efecto, ¿cómo dar principio a la "cultura y civilización" de Quito, es decir, su "vida literaria"? No será mediante el análisis de los datos de la sensibilidad, es decir, de las "luces" que podamos haber adquirido a partir de la experiencia y de la razón. Antes bien será conveniente hacer abstracción del "fondo mental" adquirido y juzgar que se está "en el ápice de la rudeza primitiva" (I, 15). El fruto de este método de reducción - sobre el que tendremos que volver cuando hablemos de la filosofía del lenguaje - nos pone frente al principio mismo de la "vida literaria", una especie de sujeto radical en el que se encuentra el fundamento de posibilidad de toda síntesis: el alma. Este "ser inmortal" con el que nos topamos es "el palacio de la verdadera sabiduría". "Yo ruego al cielo - dice Espejo - que por este aspecto miren mis conciudadanos las primicias de este suelo; que se acuerden que Descartes para simplificar las relaciones de las cosas, quiso empezar la serie de las verdades conocidas, por ésta que es evidente: Yo pienso: luego existo, luego tengo ser". De ese "conocimiento propio" ha de nacer nuestra felicidad. Es importante notar que la fórmula cartesiana tal como aparece en el pasaje que acabamos de citar - y sobre el cual habremos necesariamente de volver -posee un matiz muy especial. El "Yo pienso" no es el que caracterizaría a un sujeto universal, atemporal. Se trata de un sujeto concreto, histórico: el hombre quiteño. De ahí que se enuncie el cogito no con la intención de encontrar el punto de partida del saber de ciencia, al margen de cualquier connotación de temporalidad, sino como condición para mirar las "primicias" de un "suelo", es decir el de un sujeto dado en un es-

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pació y en un tiempo. Diríamos que el comienzo de la "vida literaria" y lo que hace de un ciudadano un "hombre de letras" está dado en un a-priori, el de afirmarse a sí mismo como valioso. El principio sintético unificador de la experiencia puede alcanzar la posesión de un "fondo mental" como propio en la medida en que sea un principio axiologico.

IX. EL SOCRATISMO DE ESPEJO

Hemos dicho ya que los escritos de un autor deben ser considerados como una totalidad. Más aún, como una totalidad dentro de otra, el universo discursivo que es expresión del universo social. Lógicamente, las contradicciones de este último se han de manifestar en aquél. Este principio de lectura no implica el desconocimiento de lo que bien podemos llamar la "ecuación personal", o sea, las modalidades que cada escritor introduce, su propia "lectura" del mundo. Ya hemos tenido ocasión de señalar, precisamente, la amplitud que la noción de "lectura" tiene, en relación con los diversos tipos de "libros", tal como surge de lo que nos dice el mismo Espejo.

También hemos anticipado algo que para el aspecto que aquí nos proponemos abordar es de particular significación: mientras en la obra de Velasco vimos jugar las contradicciones dentro de la unidad de su Historia, en Espejo parecieran haber determinado dos líneas diversas de producción literaria. Lo dicho vale tanto para la temática como en lo que se refiere al estilo. El autor de El Nuevo Luciano es, ya lo hemos dicho, un escritor increíblemente complejo, consciente de su propia complejidad y que juega con ella a cada paso. En este sentido, su esfuerzo literario sobrepasa con mucho no sólo a los otros autores de su época, sino en general, a la casi mayoría de los escritores ecuatorianos. Tal vez, si alguno se le aproxima, tengamos que hablar de Juan Montal-vo con el que muestra semejanzas, algunas de las cuales las hemos indi-cado al pasar y otras que señalaremos más adelante.

Hay, pues, en Espejo dos líneas de desarrollo que reciben su sentido de lo que podríamos considerar como una especie de divorcio literario del régimen de contradicciones que, por obra de su ingenio, generan en él dos canales de expresión, sin que esto signifique que, en última instancia, no haya una unidad de la obra toda. Lo que estamos diciendo permite ponernos en lo que podríamos considerar algo así como el secreto que moviliza en Espejo el uso del anónimo, recurso de primerísima importancia en él. Y todavía más, el anonimato, tomado en

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su justo valor, nos permitirá intentar una clasificación de sus escritos que sirve tanto para una más clara comprensión de los dos "proyectos" que son característicos de la literatura social y política de su época, que él comparte, como asimismo para explicarnos la diversidad de recursos literarios propiamente dichos.

El hecho de no haber encontrado una clave clasificatoria ha incidido en la incomprensión de los diversos escritos de nuestro humanista, algunos de los cuales, concretamente El Nuevo Luciano, lle-gó a considerárselo fuera de toda clasificación posible.59 Uno de los motivos que por lo demás, ha impedido valorar la importancia que tiene la distinción entre obras anónimas y obras de autoría pública o declara-da, ha sido el de la consideración del anónimo como recurso repudiable desde un punto de vista moral. Esta actitud es justificable en los con-temporáneos de Espejo que se sintieron directamente aludidos y afecta-dos y que no supieron y, seguramente, no pudieron ponerse más allá de planteos de tipo personal. Para ellos los escritos anónimos revestían el carácter de "libelo infamatorio". Esto no es sin embargo aceptable en los críticos literarios que, fuera ya de época, prolongaron la valoración con la que respondieron los que sufrieron en carne propia la risa, la ironía, la sátira y la burla. Es curioso que la valoración negativa del anonimato y, junto con él, de lo satírico, haya sido lugar común tanto en críticos que hablaron de Espejo con simpatía, como en aquellos otros en los que se nota, en algunos momentos de modo evidente, la actitud contraria. Para González Suárez el anónimo y la sátira eran medios "nada decorosos" a los que había recurrido Espejo y con los que "hería a mansalva, cubriendo su responsabilidad". Isaac Barrera, quien exigía en

"Sus escritos «e pudieran clasificar de la siguiente manera - nos dice González Suárez -aunque no muy exacta: puramente literarios, teológicos, médicos y sobre asuntos diversos. La obra extensa de Espejo y la que le dio mucha fama es El Nuevo Luciano de Quito, y ésta cabalmente no puede ponerse en ninguna de las cuatro clases en que hemos distribuido sus escritos, porque en ella trata Espejo de varios asuntos" (I, Intr., p. p. XXXVI). Sin entrar en comentarios, diremos que ha sido éste el tipo de clasificación que casi sin variantes se ha hecho hasta la fecha, a excepción de la propuesta elaborada por Hernán Rodríguez Gástelo. Isaac Barrera en su Historia de la literatura ecuatoriana divide los escritos en científicos, literarios y políticos y, como tampoco parte de un criterio clasificatorio, se ve obligado a decir algo semejante a lo que hemos visto en González Suárez: "Y todavía quedarían - dice - muchas otras obras en busca de clasificación. . . " Ed. cit., p. 312-313.

Uno de los motivos de la ciertamente lamentable "clasificación" de González Suárez deriva del hecho de que no vio en ningún momento la interna unidad de El Nuevo Luciano, y eso, a pesar de que Espejo la señala con toda claridad cuando declara que las conversaciones sobre latinidad, retorica, poesía, filosofía y moral cristiana no eran "sino el objeto secundario de mis conversaciones" (I. 49O-491). El principal es, expresamente, el orador cristiano, su elocución y su ciencia (ib), es decir, el "hombre de letras" tal como lo entendía Espejo. Por lo demás, el propio autor anticipó las dificultades que tendría la lectura de su manuscrito (II, 284).

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su Historia de ¡a Literatura ecuatoriana "más simpatía" para la com-prensión de los escritos de Espejo - en particular El Nuevo Luciano que es justamente uno de los escritos "anónimos" - nos dice que su autor manejaba una "pluma desenfrenada", que el recurso del anonimato era "en cierta manera reprensible" y que "los medios de que se valió no fue-ron siempre excusables". 60

Esta consideración moral impidió, a nuestro juicio, aden-trarse en la variada riqueza de este recurso, tal vez uno de los más fe-cundos de los que utilizó Espejo. No se ha tomado en cuenta, una vez más - como ha sucedido con otros aspectos de la obra de nuestro autor -lo que él mismo pensaba acerca del valor y sentido que tenía el recurso citado. El anonimato forma parte de lo que llama Espejo "arte de es-conderse" que, en su sentido más lato, es una versión de la vieja ironía socrática. No está demás recordar aquí que "ironía" no supone necesa-riamente burla, sino que es antes que nada "disimulo" y, en el caso de Espejo, claramente, simulación de ignorancia u ocultamiento del saber. En su célebre autorretrato, con el que culmina La Ciencia Blancardina, lo dice de modo expreso: "A la edad de quince años deseó ardientemente ser conocido por bello espíritu, y aunque logró las celebridades de los jesuítas, el vulgo le despreció, por lo que, tomando opuestos dictámenes, se ocultó lo más que pudo, y así ha conseguido el arte de esconderse, de tal suerte, que ha logrado ventajosísimamente que se piense muy mal de sus alcances, conocimientos y literatura" (II, 334-335).61 Tal como se desprende de este texto no habla Espejo de anonimato, aun cuando este recurso forme parte también de aquel "arte de esconderse". En otro lugar ciertamente elocuente, en las páginas de la misma Ciencia Blancardina, había hablado de su actitud irónica, en el sentido expresa-

60 F. González Suárez. Historia general de la República del Ecuador. Libro sexto, cap. III, parágrafo VI. Isaac Barrera. Historia de ¡a literatura ecuatoriana, ed. cit., p. 311; 316; 317 y 319.

El anonimato en Espejo, si nos atenemos al hecho de que los escritos del caso aparecieron firmados con apellidos de la rama materna de la familia, no sería tal. Mas, es evidente que salvo los familiares, muy pocos o tal vez nadie, lo sabía. Son por tanto escritos anónimos y de esa manera los cataloga el propio Espejo (cfr. I, 212; II, 284-285).

Otra fue la posición de Juan Montalvo - y otros fueron ademas los tiempos - en relación con el uso del anónimo. Cfr. £1 Cosmopolita, Paris, Garnier, 1923, tomo I, p. 157-158; 165; 178; tomo II, p. 87; 166; 316. Caminarías. París, Garnier, s/f, tomo I, p. 197, etc.

61 La expresión "celebridades de los jesuítas" hace referencia a la graduación de Espejo como "bachiller" y "maestro" en filosofía. (Cfr. Samuel Guerra. Espejo, conciencia crítica, etc.p. 247 y 340 nota). ".. . los jesuítas - dice F. González Suárez - eran para nuestros mayores los arbitros y los dispensadores del buen nombre y de la fama literaria". (Historia general del Ecuador, ed. dt.,voLII, p. 1158).

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do, como una forma de soledad, condición indispensable para poder al-canzar la necesaria libertad del hombre de letras: "No hay cosa como ser solo; y no hay cosa, como si se tiene alguna doctrina y espíritu que sepultarlos en el silencio y la oscuridad. Dos personas de muy lejos de esta Provincia me han sugerido esta bella máxima. La una es muy sabia; la otra, bastante erudita. La primera me dijo (haciendo de mi maestro que lo fue), ésta es la escuela de Pitágoras, y tú, en tu moderación y si-lencio, seas un verdadero pitagórico. La segunda, que fue el Doctor Don Pedro Vallejo, hoy residente en Lima, me dijo: es Ud. un niño y necesita de algún consejo. Oculte Ud. como delitos su aplicación, sus luces y todo su mérito, si quiere ser estimado en esta ciudad; pues, si aquí den-tro, si en esta casa que llaman de la sabiduría, porque con mi estudiosi-dad he dado algunos pasos para ser docto, se me tiene aborrecimiento, ¿qué será afuera, donde no hay sino barbarie? Los consejos, pues, de uno y otro, me han sido útiles; yo he aprovechado de ellos. Y es cierto que el más penetrativo en toda su vida dará conmigo, con mi estudio, ni mi modo de trabajar" (II, 288-289). Años más tarde Juan Montalvo habrá de decir, como respuesta a un medio social que al parecer no había cam-biado mucho: "¿Qué se ha de intentar en este desventurado pueblo? El que tiene la desgracia de vivir en él, debe seguir al pie de la letra la máxima de Pitágoras. Si quieres vivir feliz, oculta tu vida".

Ahora bien, ese deseo o necesidad de ocultamiento - que había generado en Espejo un "arte de esconderse" - iba acompañado, como hemos visto de un ansia de soledad. La exigencia de soledad del sabio tiene, sin duda, sus raíces clásicas, pero también como es fácil pen-sarlo, formulaciones que son propias de los tiempos modernos. Las fuentes inmediatas de nuestro escritor han de ser buscadas entre los jan-senistas del siglo XVII, en particular en Blaise Pascal y entre los ilustra-dos del siglo siguiente.

No puede desconocerse la fuerza que el sentimiento y a la vez deseo de soledad tienen en Espejo. Ya vimos sus palabras: "No hay cosa como ser solo; y no hay cosa, como si se tiene alguna doctrina y espíritu que sepultarlos en el silencio y la oscuridad". El hecho plantea una serie de dificultades: en primer lugar, no cabe duda que esa ansia de apartarse del mundo, de alejarse de él, entraba en contradicción con el impulso no menos evidente de reforma de la sociedad, que en buena medida definía al "hombre de letras ciudadano". Por otra parte, podemos sospechar que esa actitud muestra en escritores que se movían entre el claroscuro del barroco y las luces de la ilustración, matices no

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siempre claramente distinguibles. Lo que sí nos parece evidente es que, ya sea que tengamos en cuenta la raíz jansenista, o la ilustrada, no se podría atribuir esa exigencia de soledad del sabio a misantropía. La so-ledad era - como dice Lucien Goldman - valor por excelencia del janse-nismo. Sin embargo, aun en el propio Pascal, es visible la coexistencia del deseo de soledad con el no menos exigente de comunión con los otros. La columna salomónica es símbolo de los opuestos sobre los que se había organizado la conducta barroca y el Deus absconditus pascaliano venía a ser su expresión teológica.62

Menos podría hablarse de misantropía si tenemos en cuenta la vertiente ilustrada del pensamiento de Espejo, dentro de la que lo social había comenzado a tomar un nuevo sentido. En efecto, la soledad del barroco pascaliano - que recibe su valor profundo de la soledad últi-ma, la de la muerte - era de sentido metafísico y teológico, aun cuando la problemática social no le fuera ajena, mientras que la de los ilustrados comenzaría a ser sentida y ejercida en un clima de secularización cre-ciente que vendría a connotarla de muy diverso modo. De ahí el parti-cular matiz que habrá de adquirir el "ocultamiento" - sin el cual no se puede ejercer la soledad - que de ser necesidad "metafísica", pasará a convertirse en momento metodológico y acabará generando - como ha-bíamos anticipado - un "arte de esconderse". Este hecho le permitirá a los ilustrados reunir una vez más dos importantes tradiciones, la clásica y la moderna, en las que lo metodológico había desplazado en más de un aspecto a lo metafísico. Socratismo y cartesianismo vendrían a reflo-tar, incorporados ahora en un vasto programa de reforma de las costumbres en relación con situaciones sociales que, lógicamente, no había conocido la antigüedad clásica ni la modernidad cartesiana. Si en Descartes la duda fue metódica, al servicio de la fundamentación del saber científico, en los ilustrados nuestros, el "disimulo" u "ocultamiento" heredados del barroco, serán asimismo metódicos, mas al servicio no so-

El apotegma pitagórico es mencionado por Juan Montalvo en El Cosmopolita. Paria, Gar-nier, 1923, tomo I, p. 114.

Lucien Goldman. El tfombre y lo absoluto. Le Dieu caché. Barcelona, Ediciones Península, 1968, p. 365. El sentido metafísico de la soledad en Pascal (en el sentido de soledad radical, la de la muerte) véase en Blaise Pascal. Obras, edición citada p. 399, fragmento 151); en cuanto a las categorías de ocultamiento-manifestación, referidas a Dios y el concepto de Deus absconditus, cfr. la misma obra, p. 419 fragmento 585: "Que Dios ha querido ocultarse" y otros. El uso del anónimo en Pascal - como recurso de ocultamiento y relacionado con la problemática de la soledad, con todos sus matices - no sólo responde a motivos de seguridad personal, sino a toda una filosofía acerca del "yo", como sujeto personal e individual de acciones. En función de eso dirá que "El yo es odioso" (p. 533, fragmento 597).

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lo de la ciencia, sino también del cambio social. Esta sería tal vez una de las razones del socratismo del siglo XVIII.

Claro está que, tal como veremos, la herencia de Sócrates será recibida a través de diversas vías: una de ellas, el erasmismo, que en el siglo XVIII español tuvo un imperante desarrollo y la otra, las ense-ñanzas de las viejas escuelas helenísticas que habían reelaborado la ima-gen socrática del ideal de sabio. En la revitalización de temas provenien-tes de esas escuelas tuvo importante papel el propio Erasmo, junto con los humanistas de su época, pero ellas influyeron, además, de un modo directo a través de la presencia viva de la literatura clásica, tal el caso re-levante de los Diálogos de Luciano, autor en quien es visible la presencia del cinismo y del epicureismo, a más de ciertas prácticas comunes a epicúreos y pitagóricos, como es la de "vivir en lo oculto". 63

Precisamente, aquel "arte de esconderse" había sido expre-samente colocado - tal como vimos - bajo la advocación de la sabiduría pitagórica. Esta no se presentaba para nuestros ilustrados amantes de la

63 No se ha hecho aun la historia del socratismo en nuestra América. Tuvo un comienzo con los ilustrados, fuertemente influidos por actitudes y posiciones propias del barroco, tal como se ve en Eugenio Espejo. Dentro de esa historia no se habrá de olvidar al obispo Pérez Calama: "Con la mayor verdad digo - afirmaba - y debo proferir aquella sabia sentencia de Sócrates: unum se ¡o, me nihü scire. Tengo poco, o nada de castellano y latino elocuente y nada de sólida y verdadera Filosofía con sus correspondientes agregados. Mi Teología es muy endeble; y asi me sucede con otras naciones científicas. Pero con toda verdad digo: sé el camino. . .". En otro lugar nos dice: "Vuelvo a repetir que sé los caminos seguros y agradables para llegar al Santuario de Minerva" (Hernán Malo González. Pensamiento universitario ecuatoriano. Quito, Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, ed. cit., p. 185 y 195). En estos textos se ve cómo el socratismo del siglo XVIII estaba fuertemente determinado por la pasión metodológica de la modernidad. A lo dicho se ha de agregar la importancia asignada al método inductivo, característica del racionalismo ilustrado, que se vería reforzada mediante el regreso al viejo maestro griego.

Tampoco podrá olvidarse la figura ciertamente grande de Simón Rodríguez, cuyo socratismo no escapó al propio Bolívar. Interesante resulta señalar el rechazo de la enseñanza pitagórica en este socrático, el que se encuentra implícito, a nuestro juicio, en Espejo y muestra que la tradición pitagórica fue entre nuestros ilustrados un elemento de poco peso. Hablando irónicamente de los "sabios" nos dice que si se tratara de altercar con ellos a propósito de su obra Sociedades americanas de 1828, la mirarían como "esotérica, es decir, interior, recóndita y acroática (o acroamática) para que se les hiciese aplicar el oído a escuchar; pero el autor- concluye - está muy distante de pretender ser maestro del que sabe". Don Simón no hablaba con "sabios", primero, porque él, socráticamente, no lo era y, segundo, porque aquéllos a los que iba dirigida su enseñanza no eran ignorantes totales. El punto de partida del conocimiento no es ni la sabiduría, ni la ignorancia, como pretenden los sofistas. Ante el ignorante total sólo cabría la enseñanza "acroamática" o dicha de otro modo, "acusmática", que es la negociación del diálogo.

Durante el siglo XIX el socratismo fue interesantemente prolongado en el Ecuador por Juan Montalvo. En él las fuentes fueron las mismas que habían utilizado Calama y Espejo, a saber, Erasmo y Bossuet, por cierto, a través de nuevas mediaciones (las del esplritualismo del siglo XIX) que eliminaron posiblemente lo que de "revolucionario" había tenido el socratismo del siglo XVIII. Cfr. Siete Tratados. París, Garnier, s/f tomo I, p. 220-221 y 229; El Cosmopolita. París, Garnier, 1923, tomo I, p. 130-131; 134; 273; 304. etc.

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literatura de tipo lucianesco, como incompatible con la mordacidad de los cínicos - viva en Luciano - quienes no se ocultaban ni ejercían otro arte que el que les dio su nombre, a saber, el de su agresiva vida "perru-na" (kynikós), como no era incompatible en el llamado "Voltaire griego", su mordacidad de origen cínico con su práctica de ocultamiento, de probable origen epicúreo.

Porfirio, en su Vida de Pitágoras, obra de la época alejandrina, nos cuenta que en la Escuela había dos tipos de alumnos: neófitos (acusmáticos) e iniciados (matemáticos) y hay una tradición según la cual, hablaba a los primeros oculto detrás de una cortina. Al vulgo del que habla Espejo, dentro del cual colocaba a los hombres de letras de su época, había que dirigirse desde lo oculto, pero había también otros con los que se podía hablar cara a cara a los que Espejo menciona. Podemos pensar que en ellos, tanto su lenguaje como su pensamiento, tenían la virtud del "espíritu geométrico" que nuestro autor consideraba como uno de los rasgos principales de la verdadera sabiduría. La distinción la establece Espejo cuando nos habla de "las juiciosas tertulias de los discretos" (I, 265) y las otras a las que asistía para escuchar, de incógnito, lo que se decía de sus papeles anónimos, sin interesarle hacerse conocer (II, 323). Había, pues, en un sentido lato y teniendo en cuenta las diferencias, que no son pocas, en cuanto que no se puede hablar en el caso de Espejo de una "Escuela", "acusmáticos" (oyentes) y "matemáticos" (sabios), simples "escuchas" que recibían el mensaje desde lo oculto a través de manuscritos de un autor ignorado y, frente a ellos, los poseedores de la enseñanza del siglo (máthema), los "discretos". Respecto de los primeros, la conducta de Espejo era la misma que la del célebre Apeles, quien se escondía detrás de sus pinturas con el fin de enterarse de lo que espontáneamente decían los espectadores de sus obras (II, 33), o la del propio Luciano, confundido, como uno más, entre los asistentes que iban a gozar de sus diálogos o a rechazarlos.

Mas también el "arte de ocultarse" muestra en nuestro hu-manista otras fuentes clásicas, visibles sobre todo si tenemos en cuenta la lectura de Luciano de Samosata, de quien sacó precisamente aquella anécdota referida al gran Apeles. A través del célebre sofista del siglo II, recibió las influencias de aquellas otras escuelas que hemos mencionado: cínicos y epicúreos. La recepción positiva del epicureismo no era, por lo demás, un hecho nuevo dentro de la tradición literaria hispánica y es visible en grandes escritores del barroco, tal el caso de Francis-

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co de Quevedo. 64 La ilustración habrá de regresar a Epicuro, en parti-cular, a su concepto de "felicidad" (eudaimonía), entendida como "tranquilidad de ánimo" (apatheia) y, por eso mismo, de alejamiento de las pasiones. Los ilustrados relacionarán de modo directo a éstas con las "preocupaciones" (préjugés) y el "espíritu de partido" (la versión política del "espíritu de sistema" en el plano teórico), los que serán atribuidos a ese "vulgo" del que nos habla Espejo. Pues bien, uno de los apotegmas del Jardín recomendaba, precisamente, "vivir en lo oculto", como una manera de evitar el "contagio" de aquellas "preocupaciones" (los ilustrados hablarán, justamente, del "contagión sacre") mediante la práctica de una vida aislada en la comunidad de sabios. Para Epicuro, aquellas "preocupaciones" - como se las llamó en el mundo hispánico del siglo XVIII - eran básicamente supersticiones, las mismas sobre las que estaba organizada la religión y sobre todo su práctica por parte del pueblo. El tema se encuentra ampliamente en Luciano. Nada más negativo para la consecución de aquella "tranquilidad de ánimo", que el terror que dominaba la vida cotidiana como consecuencia del reinado de las supersticiones. La lucha contra la ignorancia popular, considerada

64 Sobre Luciano de Samosata, véase el libro clásico de Wühelm Nestle. Historia del espíritu griego. Desde Hornero hasta luciano. Barcelona, Ariel, 1976.

La simpatía por la figura del "agradable y jocoso" Luciano, como le llama Eugenio Espejo (II, 456), dentro de nuestra tradición espiritual hispanoamericana, viene de muy lejos. Cuando se haya estudiado las modalidades que adoptó la difusión de Erasmo de Rotterdam y de Tomás Moro entre nosotros, se habrá conocido, al mismo tiempo, una de las vías por medio de las cuales la imagen del viejo sofista se mantuvo vigente. No olvidemos que en el fardo de libros griegos y latinos que fue llevado a "Utopía", iban Plutarco y Luciano y que los utopianos estimaban mucho "el donaire e ironía" del autor del Diálogo de los muertos (Cfr. Utopías del Renacimiento. México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 71). Tomás Moro, junto con Erasmo, tradujeron los Diálogos de Luciano, editados en 1506. Se ha destacado, además, la influencia del sa-mosatense, en la obra de Luis Vives, como asimismo, regresando a Erasmo, su presencia en El Elogio de la locura (Cfr. Marcel Batajllon. Eras me et l'Espagne, París, 1937). Resulta interesante saber que otro de los utópicos del Renacimiento, Campanella, había rechazado a Luciano por-que éste se burlaba de Platón en cuyas. Leyes se había inspirado el dominico para escribir su Ciudad del Sol. Luciano no era autor para mentes autoritarias y despóticas. Por último no se puede olvidar que el simpático P. Feijoo llamaba al sofista samosatense "graciosísimo Luciano" (Cfr. Teatro crítico universal, ed. cit., tomo I. p. 207; cfr. p. 165 y 166 del mismo tomo). En líneas generales debemos decir que Luciano se encontraba en lo más renovador y vivo del humanismo, desde el Renacimiento en adelante y nada tiene que ver con la escolástica.

Al lado de la tradición lucianesca, dentro de las que han sido líneas intelectuales liberadoras, se ha de mencionar la que se formó a propósito de la grande figura de Epicuro. En el Renacimiento, Lorenzo Valla había afirmado que "El cristianismo no es enemigo del epicureismo, por el contrario, constituye un epicureismo más elevado, sublimado". (Citado por Ernesto Casatrer en Individuo y cosmos en la filosofía del Renacimiento. Buenos Aires, Emecé, 1951, p. 108). José Luis Abellán nos dice, por su parte, que los escritores del barroco que militaron en el neo-estoicismo, entre ellos Francisco de Quevedo, defendieron a Epicuro. Cfr. Historia crítica del pensamiento español, ed. cit., tomo III, p. 222. Frente a esta línea, Juan Montalvo se decidió por el rechazo, sumándose de este modo a la legendaria calumnia contra los filósofos del Jardín: "Epicuro - dice - fue el corruptor de la Antigüedad". (Catilinarias. París, Gamier. s/f, tomo I, p. 46).

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como la valla más poderosa para la "buena marcha de las luces", no po-día desconocer, pues, la problemática epicúrea señalada. En función de esto podríamos decir que la aproximación a la fuente epicúrea no res-pondía tanto entre nuestros ilustrados a la afirmación del placer como fundamento de la conducta - cosa que sí sucederá abiertamente con al-gunos de los utilitaristas del siglo XIX - cuanto al control y dominio que sobre nuestra vida anímica proponía la Escuela, prolongando uno de los aspectos de la vieja autarquía socrática, que venía a justificar el papel su-perior del "hombre de letras" dieciochesco respecto de la plebe. Por otra parte, la problemática de las supersticiones, de indudable ascendencia epicúrea, sería uno de los motivos que llevaría a los ilustrados a la formulación de una nueva doctrina del saber e incluso una nueva lógica.

Pues bien, si a través de un autor como Luciano algunas de las grandes formulaciones del ideal de sabio, de la época helenística, re-florecieron en el siglo XVIII y con ese ideal reflotó una vez más un so-cratismo, no menos importante fue para ese mismo siglo la obra literaria de Erasmo de Rotterdam. "El iluminismo español. . .halló en Erasmo - dice Marcel Bataillon - uno de sus elementos de predilección". Ahora bien, así como la imagen de Sócrates llegó a través de mediaciones, otro tanto sucedió, a su modo, con el propio Erasmo. Sabemos que los escri-tos del humanista holandés fueron condenados por la Iglesia en 1559, mas, en el siglo XVII, por obra principalmente del Cardenal Bossuet, se produjo una rehabilitación de sus escritos y una de las facetas que se re-valoró fue justamente la imagen del mundo antiguo, en particular la del Sócrates que surge de ellos. En la lucha de un Eugenio Espejo contra el culteranismo barroco decadente, sabemos que buscó apoyo en el barroco moderado francés del siglo XVII y entre las autoridades de esa época que le ofrecían los elementos necesarios para su tarea crítica, a más de Bouhours y Rollin, se encontraba Boussuet. Ya habíamos señalado, como un hecho tal vez característico de nuestra ilustración y de nuestro neo-clasicismo, ese regreso a aquel barroco en el que no se habían bo-

65 Un importante estudio sobre la significación de los ilustrados en la organización de una nueva lógica, a partir de la extensión que le dieron en función de su interés por el aspecto social del pensamiento, es el de Kurt Lenk. El concepto de ideología. Buenos Aires, Amorrortu, 1974. Las llamadas "filosofías de "sospecha" y de "denuncia" tienen su raíz históricamente, por lo menos de un modo más o menos inmediato, en la "indebida extensión de la lógica", que según Kant, llevaron a cabo los ilustrados. El antecedente lejano se encuentra en el pensamiento epicúreo. Cfr. nuestro libro Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México, Fondo de Cultura Económica, 1981. Colección Tierra Firme.

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rrado enteramente principios teóricos propios del clasicismo. Resurge de este modo un Erasmo restaurado por la autoridad de un escritor del barroco francés y, sin duda, a partir de esa fuente Espejo habrá de afirmar en 1780 que "todos los blancardos (es decir, los gerundios) por más que miren como a su más terrible adversario a Erasmo, no pueden negarle haber sido el mayor genio de su siglo" (II, 206).

Por otro lado, si tenemos en cuenta que Erasmo fue un apasionado lector - y traductor, junto con su amigo Tomás Moro - de los Diálogos de Luciano; que su Elogio de la locura es obra que puede ser considerada plenamente como integrante de la mejor literatura lucia-nesca, no será difícil entender cómo alrededor de su figura se aunaban, a más de lo que sin error podría ser considerado como su propio socra-tismo, el de aquellas escuelas helenísticas del ideal de sabio de las que hemos hablado.

¿Cuál fue el aporte del socratismo erasmista a más de lo que Erasmo hizo, en persona, como puente de la vieja tradición? Podría tal vez centrarse en uno de sus aspectos más salientes: la cristianización de Sócrates, a través del bautismo humanista de la época y, junto con ello, la creación de la imagen de un "santo laico" pre-cristiano que sirvió para dar nacimiento, primero y para reforzar luego, el proceso de se-cularización del sabio y del saber. Lo que podemos llamar el "socratis-mo" de Eugenio Espejo es, en este sentido, uno de los antecedentes más notables del abierto socratismo de Juan Montalvo, en quien se mantiene vivo Erasmo de Rotterdam - en pleno siglo XIX -, como asimismo se encuentra no menos viva la autoridad de Bossuet como rehabilitador, precisamente, de la figura del gran humanista y como continuador de su socratismo.

Pues bien, aun cuando lo socrático en Espejo se nos presente más bien como una recepción indirecta llegada a través de las líneas de influencia que hemos mencionado y no se pueda hablar de una imagen de Sócrates, expresamente dibujada en sus escritos, - cosa que sí hizo Montalvo - siempre se puede hablar correctamente de su socratismo en él, sobre todo si tenemos en cuenta su método de transmisión del saber. En efecto, la ironía es en Espejo siempre "disimulo", aun cuando no sea ya el de un saber de un filósofo conocido por todos en la ciudad, sino de un nuevo tipo de sabio que se esconde ahora en el incógnito y que ejerce su magisterio, no en el agora, sino detrás de una cortina o del cuadro que ha pintado. Y hay algo que es muy importante y es necesario

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destacar; que en ningún momento Espejo intentó ocultarse detrás de su propio lenguaje, haciendo de éste una práctica esotérica y del saber una posesión excluyente. En esto seguía siendo un socrático.

Tenía, además, nuestro humanista el convencimiento de que el uso del anónimo (o del seudónimo), como uno de los recursos del ocultamiento, era un modo legítimo de ejercer la profesión literaria. "Me pareció que escribiendo de anónimo - dice de El Nuevo Luciano el que, por lo demás, está firmado, como sabemos con un seudo-seudó-nimo - podía muy bien quitar la máscara a nuestros falsos sabios y hacer que parecieran en el traje de su verdadera y natural ignorancia. Tengo ejemplos - concluye - que autorizan esta costumbre en la sabia antigüe-dad y en el seno mismo de los países católicos y más cultos de Europa" (I, 212). La primera de las afirmaciones con las que termina, es clara referencia a Luciano de Samosata. En el sabroso y agudísimo sofista el uso del anónimo muestra un complejo juego que consiste en una especie de desdoblamiento o, tal vez, de reduplicación - que también se encuen-tra en Espejo -, pues, Likinos o Loukianós, es seudónimo de un autor que, a su vez, lo encontramos en sus propios textos encarnándose en alguno de los personajes con el nombre asignado al mismo y, lógicamente, ni el pretendido nombre del autor, ni el nombre del personaje en el que se encarna, son el nombre del escritor. Luciano es nombre literario y lo único que sabemos del sujeto real es que se trataba de un asiático culto - helenizado - de Samosata. La segunda es, asimismo, clara mención de escritores, principalmente franceses y españoles, que recurrieron al uso del seudónimo y que el mismo Espejo se ocupa de hacérnoslo saber. Es el caso concreto del Padre Isla, quien había firmado su Fray Gerundio de Campazas con el seudónimo de "Francisco Lobón de Sala-zar" (I, 380; II, 46); el de Luis Antonio Verney, alias "El Barbadiño" (I, 340-341) o el de Blaise Pascal que había dado a conocer sus Cartas provinciales con la firma de "Louis de Montalte" (I, 459). Esta práctica fue general durante los siglos XVII y XVIII y recurrieron a la misma los más célebres escritores de entonces, muchos de ellos citados y utilizados por Espejo, tales como Voltaire (que como sabemos es nombre literario), Puffendorf y otros. En verdad y esto como nota ya del siglo XVIII, muy pocos fueron los que siguieron el valiente ejemplo de Jean Jac-ques Rousseau que firmó con su propio nombre sus obras más atrevidas. 66

El mismo Bouhours, a quien sigue tan de cerca Espejo, señalaba como uno de los atributos del "bello espíritu" el ocultarse (Cfx. I, 318). Sobre las alabanzas que se hacen al Barbadiño

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No se puede dudar, dadas las circunstancias políticas y so-ciales de la época, de que el manto del seudónimo o el recurso más ex-tremo del anónimo, respondía a razones de seguridad personal. En el ca-so del pasquín el hecho resulta evidente dado su nivel de crítica subver-siva o que podía ser valorada en tal sentido. La necesidad de resguardo era actitud inevitable si tenemos en cuenta, además, que todo criticado se siente injuriado y que se produce una verdadera indefinición entre el animas criticandi y el animus injuriandi que alcanza al mismo autor sa-tírico. Mas, es necesario aceptar que hay una cierta licitud que justifica tanto la "contumelia" como el "convicio" dentro de la sátira, sobre todo si se parte del presupuesto de la relatividad social de la moral.

Sin embargo, tal vez lo más importante no sea esto sino el sentido abiertamente metodológico con el que se echa mano del recurso del incógnito y que es, como ya dijimos, rasgo muy propio de la época. "Mil personas del vulgo —dice Espejo - han tirado sus tajos contra las conversaciones de El Nuevo Luciano. Era preciso que yo estuviese bien desconocido con el velo del anónimo, para oír con toda libertad imagi-nable lo que sentía el vulgo acerca de mi Luciano; y vera Ud. aquí, que lo he conseguido con ventajas, dignas de toda risa, pero igualmente que tienen un fondo admirable para conocer el carácter de los hombres, sus diferentes dictámenes, sus alcances, sus luces, su doctrina y aún sus pa-siones y afectos" (II, 284-285). Ahora bien, la ironía, entendida estric-tamente como disimulo u ocultamiento - que tal es, como hemos dicho, su primitivo sentido clásico - no sólo le permitía a Espejo conocer a los otros, sino también hacer llegar a los demás un mensaje, imposible por otra vía dentro de este particular socratismo, que les produjera los esta-dos de molestia necesarios dentro del método, como momento purifica-torio. De ahí que fuera necesaria "Alguna ironía propuesta con generosa libertad, por ser hoy el remedio oportuno contra las rebeldes enfer-medades de la indolencia y de la apoplejía en punto de letras" (II, 296). En otro lugar había dicho de modo muy claro que "... ha usado el autor de estos diálogos de alguna acervidad, que era lo mismo que aplicar un cauterio a un apoplético" (II, 18). Como se desprende bien de los términos que utiliza Espejo, la ironía era, pues, un método de traer a la

(Verney) por su habilidad en el ocultarse tras el seudónimo, Cír. I, 340 y 343; II, 163. Philip Astuto al hablar del uso del seudónimo en Espejo, sostiene que "fue un procedimiento

comunmente empleado tanto en Europa como en América durante la Ilustración". (Cfr. "Eugenio Espejo, hombre de la Ilustración en el Ecuador". Boletín del Archivo Nacional de Historia. Quito, número V, 1959, p. 118). Nosotros nos permitimos aclarar esta tesis añadiendo que la fuerte presencia del barroco en Hispanoamérica, condicionó a esa ilustración y por tanto a ciertos recursos como el del seudónimo.

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conciencia a quienes la habían perdido, los "indolentes" (es decir, los insensibles) y los apopléticos. El efecto que busca nuestro autor nos hace recordar inevitablemente a aquel que producía el pez torpedo, según el clásico ejemplo del Menón. Y todavía habría que señalar que en algún momento, el impulso de reforma social, llevará más allá del método socrático, en cuanto no se conforma con purificar mediante la pro-vocación de un estado de vergüenza, sino que incluso intenta atemorizar: "Bastará - dice - que se le haga conocer miedo de su ignorancia" (II, 108); y más adelante afirma que "se puede tratar lícitamente con ironía a las personas que yerran de malicia o ignorancia", lo cual se encuentra justificado en cuanto que "la ironía y la irrisión y el enojo, fueron armas que esgrimió San Jerónimo" (II, 300); por eso mismo, no cometería pecado "antes bien haría acción lícita si (alguien) azotase a alguno, o le dañase en sus negocios, por motivo de enseñanzas y corrección" (II, 303); y para concluir dirá que "es cosa santa azotar a los que por los azotes han de enmendar" (II, 325). 67

Y por cierto tampoco podía faltar una resonancia del tábano ateniense. El Nuevo Luciano no es, en efecto, "obrilla benigna", hay en ella cierta malignidad, la que hace falta para mantenernos despiertos: ". . .esparce su poco de sal, echa a las narices un poco de pimienta, hace ruido con generoso desembarazo, despierta" (II, 304).

El móvil de la ironía no era pues el deseo de injuria, sino una apasionada ansia de reforma de una sociedad en cuyo seno se pen-saba que había de surgir una humanidad nueva. Y por eso mismo, tam-poco el móvil podía ser la envidia, acusación que tanto le dolió siempre a nuestro escritor. De ahí el constante rechazo de la antipática figura de aquel crítico de Hornero, el siempre despreciado Zoilo, contra quien se

67 Contumelia y convicio, son términos que significan "afrenta" y, por extensión, injuria. Lo que es "afrentado" (avergonzado) es básicamente el "honor" de alguien. Espejo acepta que ha caído en contumelia, pero lo justifica en función de la enmienda; apoyándose en la autoridad de Concina encuentra lícita la "reprensión contumeliosa" (II, 303); asimismo acepta haber caído en convicios (II, 302). Hablando de El Nuevo Luciano dirá que ". . .mi Luciano nunca habló una sola mentira, nunca forjó a su antojo depravado una calumnia" (II, 305). Por donde se deberá entender que para él "afrentar" (cometer contumelia y convicio) era fundamentalmente "avergonzar" y no precisamente injuriar o calumniar. Por lo demás, la "disminución" como técnica propia de la sátira, no implica mentira ni falsedad. Para los que se sentían "disminuidos", sí lo era: "se los baja del trono de la sabiduría en que los había colocado la común estimación. . .siendo que ellos se juzgaban dignos de ella" (II, 166).

Respecto del sentido de la ironía en Espejo debemos decir que plantea el problema de si es una reedición - muy mediatizada por cierto - de la ironía clásica, la socrática, o si es un reflejo de la ironía del barroco que anticipó el modo como la entendieron los románticos. (Cfr. José Luis Abellán. Historia crítica del pensamiento español, ed. cit., tomo III, p. 122).

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despacharía asimismo, años más tarde, Juan Montalvo. 68

Es evidente la distancia que hay entre el ocultamiento de tipo pitagórico, jugado dentro del esoterismo de una secta y el de inspiración socrática. A esta vertiente se aproxima Espejo aun cuando en él la apertura dialógica se vea comprometida por un cierto dogmatismo. Las resonancias directas o indirectas de la Apología y otros de los diálogos platónicos de la época socrática del Maestro de la Academia, son evidentes, aun cuando la respuesta, como hemos dicho, no sea exacta-mente la misma. No hay en Espejo una revelación como la recibida por Querefón en el santuario de Delfos, pero de todos modos tenía, a más de la noticia y el convencimiento de su propia valía, por lo menos en cuanto al método del saber, el sentimiento de la "iluminación" del siglo. En su autorretrato, que es una presentación biográfica barroca de singular estilo socrático - es el momento del Sueno de que nos habla Alcibía-des en el Banquete - nos comenta la visita que hizo a los presuntos poseedores de la sabiduría, justamente empujado por la propia necesidad de determinar la naturaleza de la suya. "Desde bien muchacho frecuentó, sin que aun supiesen su nombre, a algunas personas de crédito de la Provincia toda entera, y, oyendo sus proposiciones llenas las más de las veces de ignorancia y de satisfacción orgullosa, nunca los desestimó, y mucho menos descubrió a otros el defecto que padecían. Antes, de tales ejemplos sacaba motivos para ser exactísimo en su modo de pensar. . . " (II, 332).

Si bien la conclusión que obtiene en este caso Espejo parece hacer rasión a un tipo de saber positivo, otros pasajes nos aclaran que en verdad se trataba de una nueva versión de la vieja temática de la docta ignorancia. Hablando en general, pero refiriéndose a sí mismo, nos dice que ". . .habrá uno u otro raro genio. . . que se haya formado por sí mismo en las ciencias, y que, por la nobleza de su entendimiento, se persuada de que, no sabiendo nada, es digno de vivir sin darse nunca a conocer" (II, 292). Este no-saber, que impulsa al disimulo, es decir a la práctica de la ironía y que llega hasta el ocultamiento en el anóni-

68. El tema de la envidia aparece ampliamente tratado en los escritos ludanescos de Espejo y en relación con él nc podía faltar la referencia al maledicente Zoilo. (Cfx. Ciencia Blancardina, Diálogo Séptimo, al comienzo). Montalvo no opinaba mejor del vapuleado crítico de la Antigüedad: ". . .ese calvo agrio de corazón y aguda lengua que hiere en la gloria de Hornero y trata de apagar la luz que irradia al mundo. Zoilo, osado antiguo que tuvo la soberbia de concebir envidia por el ciego de Chío (sic)... etc.". (Siete Tratados. París, Gamier, U, p. 320-321. Véase también Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, Obras Completas de Montalvo, ed. Casa de Mon-talvo, s/f, tomo I, p. 167-168 y 193-194).

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mo, es claramente, una conciencia de los límites del saber. ". . .necios, ignorantes - nos dice con fuerza - son lo que quieren tenerse por sabios" . . . "Confesadme, confesadme de buena fe que sois indignos de llamaros sabios. Pero confesadme, igualmente que, si apetecéis la reputación de tales, sois unos mentecatos que adoráis vuestro engaño y vuestra irrisión" (II, 16).

También es rasgo propio de la literatura que originaria-mente se inspiró en el magisterio vivo de Sócrates, la utilización de la forma dialógica en los escritos. Espejo se lisonjeaba de conocer a fondo "las escrupulosas leyes del diálogo" y de que las sabía "porque empe-zando desde Platón ha leído y visto al mismo Luciano, y a otros dialo-guistas de grande mérito" (II, 19). Entre estos últimos se encuentra el tan leído Bouhours, cuya obra El método de pensar en las obras de in-genio, de la que se declara ser "plagiario", se encuentra "escrita en diá-logo" (II, 166). Resulta interesante observar, por otra parte, que mien-tras el primer Nuevo Luciano de Quito se desarrolla a lo largo de "Nue-ve conversaciones eruditas", el segundo (La Ciencia Blancardina) se compone de "Siete diálogos apologéticos", como si el autor hubiera pretendido reafirmar el sentido dialógico de sus "conversaciones" iniciales. Otro aspecto que se ha de tener en cuenta es el de la proximidad que hay, según el propio Espejo, entre el género epistolar y una obra como El Nuevo Luciano: "Mis cartas (Ud. Dr. Murillo podrá decir, mis conversaciones) hasta aquí no son más que un ensayo . . ." (I, 468). La idea de que la "carta" era un género "conversacional" había llevado a generalizar, según nos lo cuenta el Padre Isla en su Fray Gerundio, "cartas dia-logizadas". Resulta evidente que tanto el género epistolar como el diálogo propiamente dicho, eran para la época, lo que Daniel Prieto Castillo ha denominado "formas alternativas de comunicación", y a ambos géneros echó mano vivamente nuestro Espejo. Curiosamente el "diálogo" (o la "conversación") se utilizaba para hacer la crítica de los géneros establecidos, el sermón (Nuevo Luciano) y e^elogio fúnebre (Ciencia Blancardina), osada aventura para la época con la que venía no sólo a reformarse el pulpito, sino también a disputarse su poder. José Luis Aranguren nos dice que en España casi hasta finales del siglo XIX, el único medio de comunicación masiva fue la del pulpito. De este modo, estos nuevos géneros, la carta y el diálogo, surgieron en manos de los fundadores de una futura intelectualidad laica, entre los que Eugenio Espejo ocupa un lugar de significación dentro del marco de la cultura hispanoamericana. No es hecho casual que fuera el mismo Espejo quien redactara el primer periódico ecuatoriano, en cuyas páginas podemos leer algunas de sus

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más interesantes "cartas".

Estas formas alternativas de comunicación no sólo se opo-nían a los géneros retóricos mencionados, el sermón y el elogio fúnebre, sino también a otros que tenían vigencia en las universidades, en particu-lar, los "tratados de aula" (Cfr. I, 438). Estos eran impugnados, al pare-cer, por aproximarse al tipo de "discurso continuado", propio del ma-gister, el que aparece precisamente defendido por "Moisés Blancardo" en La Ciencia blancardina. La impugnación de Espejo y su exigencia de discurso dialéctico (es decir, no continuado, sino dialogal) "según quiere decir dialéctico - nos aclara - en el idioma de la sabia antigüedad griega", (II, 33) es una interesante resonancia de la contraposición entre Lisias y Sócrates, tal como aparece en el Pedro.

Las "cartas", los "diálogos", las "conversaciones" son todos géneros que se resuelven en una categoría literaria más amplia y a la que menciona expresamente Espejo, tal como lo vimos, el ensayo. Frente al mensaje cerrado, autoritario, el mensaje abierto, inquisitivo. De alguna manera el espíritu de los "diálogos inacabados" del Platón joven se respira en las palabras de nuestro autor, aun cuando se esté muy lejos, ciertamente, del estilo y estructura de aquéllos. La pasión didáctica y un cierto dogmatismo restan vida al intento, a pesar de que el diálogo como intercambio abierto hacia el otro es declarado en un interesante pasaje (II, 188-189).

De todas maneras, Espejo se esforzó por alcanzar una for-mulación ágil y adecuada del novel género literario. Aquel espíritu que le había abierto hacia una cierta historización y del que hablamos a pro-pósito de la crítica de arte, se hace presente también en este caso. De ahí que declare que, si bien conocía perfectamente "las escrupulosas leyes del diálogo", no las habría de seguir. Era necesario "adecuarlo al genio de sus compatriotas" introduciendo lo jocoso y festivo (II, 19) - trataba evidentemente de justificar por qué no había seguido a Platón o, tal vez, a Jenofonte y sí, por el contrario a Luciano -, agregando "frecuentes y prolijos desvíos en cada conversación" (II, 258), "afectando desaliño" en algunos casos, amenizando el intercambio dialogal con narraciones breves o pequeños cuentos. 69

69 Sobre la moda de "cartas dialogizadaí" en el siglo XVIII, cfr. José Francisco Isla. Fray Gerundio de Campazas. Madrid, Espasa Calpe, 1970, tomo II, p. 123.

Daniel Prieto Castillo. Discurso autoritario y comunicación alternativa. México, Ed. Edi-col, 1980 y Elementos para el análisis de mensajes. México, Instituto Latinoamericano de la Co-

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Y si lo señalado fuera poco, nos habla Espejo de una suerte de "demonio familiar", en estrechísima relación con la misión social del filósofo y hombre de letras, con términos que otra vez nos remiten a textos de la profusa y a veces difusa literatura de tradición socrática. Aquel daimon, al que Espejo denomina "duende", el diablillo familiar de las narraciones populares caracterizado casi siempre como un espíritu travieso y servicial - de cuya existencia no estaba muy seguro el bueno de Feijoo - se nos presenta contrapuesto a otro genio, de signo radicalmente distinto, el "genio maligno" cartesiano aludido muy directamente a propósito del rechazo de la "suspensión del asenso", que como recurso retórico se había generalizado y del que ya hemos hablado en otro lugar (Cfr. I, 526-527). Sabido es que quien aparece impulsando en Descartes la "duda hiperbólica", que llegaba hasta la misma existencia de Dios, era aquel supuesto genio del que él mismo nos habla.

Pues bien, el duende de Espejo no es este genio impío. Es, como hemos dicho un supuesto genio menor, molesto sin llegar a ser maligno, bondadoso en el fondo aun cuando fácilmente irritable. Pero tampoco es esa especie de conciencia moral hipostasiada que jugaba en los momentos críticos como una suerte de prohibición imperativa, sobre la base de una duplicación de la personalidad. Hablando de sí mismo, Espejo nos dice que". . .tiene un solo lazarillo, perspicaz, vivo, in-teligente, popular, amistoso y del trato común, que bebe en buenas fuentes y muy puras la verdad de los hechos y se los comunica fidelísi-mamente y éste es, Señores, el duende" (II, 335). Sin embargo, a pesar de presentarlo como su lazarillo, el duende, en Espejo, es Espejo mismo y si aquel fenómeno de desdoblamiento existiera, no se lleva a cabo en su conciencia, sino entre la conciencia social vigente y la suya propia. No se trata del adusto daimon que se mostraba en la intimidad personal, como confesaba el viejo maestro griego, sino que es el que se introduce en la intimidad de los otros y cuando es del caso, arroja sus piedras sobre tejado ajeno sin que le vean (Cfr. II, 335; III, 249, etc). Tuvo razón, pues, Enrique Garcés en su cálido y "simpático libro en hablarnos de Espejo como "médico y duende" y en establecer, todavía más, la muy surgerente comparación entre el papel simbólico del lechuzo (chusig) y del duende. 70

municación Educativa, 1982. José Luis Aranguren. Moral y sociedad, ed. cit. p. 62.

"En España - dice Feijoo - solo se usa esta voz (la de "duende") .. .para significar aquellos demonios que se dice estar ligados por alguna determinada persona, la cual se sirve de ellos a su

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Por último, el destino del sabio, de este filosofo-duende y su misión en la ciudad, son expresados con palabras que parecieran haber sido calcadas de la Apología y que anticipan la muerte de Espejo, con un sentido de destino semejante al enunciado en la prosopopeya de las leyes del Gritón y además con claras resonancias de tradiciones derivadas de la Roma republicana. En 1785, en sus Reflexiones sobre las viruelas dijo, con palabras de cuño clásico: ". . .he juzgado importante repetir, que el oficio (es decir, el deber) de cada uno de nosotros para con la Patria es. . .prescribir el honor, despreciar la fortuna, sacrificar los hijos, y prodigar la misma vida en cambio de una muerte suave, por coronada de la gloria de haber servido al Estado" (II, 359). En estos términos es entendida la conducta del "Filósofo", al que se declara, unas páginas más atrás, como aquél "que sirve de antorcha a la ciudad" (II, 357). En Primicias de la cultura de Quito, en 1792, agregaría: ". . .se debe tener por un principio filosófico, que la constancia patriótica debe llegar a la resolución de desagradar a los hombres, para servirles; de tocar el triste término de serles odiosos, para serles útil" (I, 61-62) y más adelante, en el célebre texto de "La Escuela de la Concordia" reeditado en aquel año, exclamaba: " ¡molestas y humillantes verdades por cierto! pero dignas de que un filósofo las descubra y las haga escuchar, porque su oficio (su deber) es decir con sencillez y generosidad los males que llevan a los umbrales de la muerte la República. . ." (I, 68). Todos estos textos giran sobre un concepto de deber (officium) que ha de cumplirse a riesgo de la vida, como asimismo sobre el concepto de que es preferible la muerte a una vida injusta, no en el sentido de una moral individual, sino de una moral social. Cuando Espejo hizo la crítica a otro de los géneros retóricos menores, el elogio fúnebre, la misma fue realizada precisamente sobre esta comprensión republicana - en el sentido

antojo". (Teatro Crítico, ed. dt., tomo I, p. 22). Juan de Solóizano y Pereira en su Política Indiana, hablando de los moflvos por los cuales habían sido abandonadas muchas minas en el Perú, se refiere a ciertos demonios que las habitan, entre ellos, duendes, que son los que al parecer se contentan "con hacerles burlas y traerles inquietos y alborotados" a los mineros. Obra citada, tomo I, Libro II, cap. XVIII, p. 307-308.

Lógicamente este simpático demonio tenia que ser utilizado como símbolo en relación con el periodismo. El P. José María Vargas supone que Espejo había conocido el periódico madrileño £1 Duende político (1736-1736) (Biografía de Eugenio Btpejo. Quito, Ed. Santo Domingo, 1968, p. 78). Hubo otro periódico semejante: £1 Duende de Madrid, de 1787 (Cfr. Giovanna Tomsich. £1 jansenismo en España. Madrid. Siglo XXI, 1977, p. 196).

Por último, digamos que entre los "duendes" que han andado por Quito, a más de Espejo, lo fue también el P. Juan Bautista Aguirre, según lo dice el General Escandan en su Elogio de Feiioo (que puede leerse en el apéndice de esta obra) y, años más tarde, anduvo un duende que le dificultaba la corrección de las pruebas de imprenta a Juan Montalvo (El Cosmopolita, ed. dt., tomo I, p. 86).

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lógicamente clásico de la palabra - de la misión que le cabe al ciudada-no. 71

Si tuviéramos que subrayar algo - ya para concluir este ca-pítulo - tendríamos que hacerlo a propósito de un tema central tanto en el Sócrates histórico, como en el del ideal de sabio helenístico: el que deriva del sagrado apotegma deifico: "Conócete a ti mismo". La posición que podemos llamar socrática de un Espejo se resume en la lucha contra las "preocupaciones", tema cuya raíz se encuentra en la versión del socratismo que elaboraron los epicúreos, que tanta presencia tiene en la literatura lucianesca y, siglos más tarde, en esa modernidad europea que maduró en el siglo XVIII.

Un documento de particular importancia nos aclarará los alcances del problema y su raíz clásica en ese siglo. En la traducción de El Espíritu de las leyes de Montesquieu, hecha en Madrid en 1822 por Juan López de Peñalver, en el "Prefacio" del autor, leemos: "Llamo preocupaciones (el texto francés dice "préjugés") no a lo que hace que se ignoren ciertas cosas, sino a lo que hace que se ignore a sí propio". Conforme con esto, el hombre "preocupado" (alienado, diríamos ahora) es aquél que desconoce la exigencia socrática del autoconocimiento.

Dentro de este humanismo emergente, la tradición socrática - mediatizada y enriquecida por el epicureismo, la sofística lucianesca y en fin, reforzada por la pasión metodológica de la modernidad cartesiana y post-cartesiana - venía a servir como justificación de la autoa-firmación de un sujeto histórico que ponía de este modo en juego - con los recursos teóricos de la época - lo que nosotros hemos llamado el a-priori antropológico.

Para un escritor como Espejo, el "conocerse a sí mismo" -el "despreocuparse" - era un imperativo claramente fundado en un acto anterior: el de afirmarse a sí mismo como valioso, principio de todo hu-

Por no haber comprendido el verdadero sentido que el elogio fúnebre tiene en Espejo y el concepto de la muerte que en él se desarrolla, que es más bien moderno y con la tintura del neo-clasico de la época, González Suárez hablará de la "equivocada tesis sobre el fin de las oraciones fúnebres" en nuestro autor (II, 253 nota). En verdad, el elogio postumo que teoriza Espejo es el mismo que con toda claridad puede verse en la "Oración a los muertos del 2 de agosto" que pronunció Miguel Antonio Rodríguez, en donde de modo muy claro la oratoria sagrada tradicional aparece dando el paso hada una nueva oratoria, civil o ciudadana (Cfr. Prosistas de la Colonia. Siglos XV-XVIII. Biblioteca Ecuatoriana Mínima. La Colonia y la República. Puebla, Cajica, 1959, p. 377-389).

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manismo, en cuanto que no hay reconocimiento de sí, sin una toma de posición axiológica previa. El hecho de que este socratismo no haya excedido límites de clase y que en tal sentido haya sido una repetición del socratismo clásico, no lo invalida como comienzo de un pensar.

X. EL COMPLEJO MUNDO DEL ANÓNIMO

Trataremos de internarnos ahora en el complejo mundo del anónimo tal como aparece utilizado en los escritos de Eugenio Espejo. Habíamos dicho que una de las modalidades que introduce nuestro hu-manista respecto de lo que podría entenderse como la fórmula clásica del método socrático, radicaba en los niveles hasta donde es llevado el manejo de la ironía. En Sócrates se trataba de un ocultamiento o disi-mulo del propio saber, mientras que en Espejo es eso, pero también es ocultamiento del propio filósofo bajo el anonimato. Tal vez podríamos decir que, muy barrocamente, lo que se ha acentuado es el aspecto enig-mático del socratismo tradicional. Ahora bien, el autor se oculta tras el anonimato, pero hace esfuerzos constantes, a su vez, por manifestarse, con lo que se genera un dinamismo que nos resulta del mismo modo marcadamente barroco.

Si tomamos dos escritos que dentro de la obra de Espejo constituyen una unidad, a tal extremo que a ambos les puso nuestro au-tor un mismo nombre, a saber, el de Nuevo Luciano (es decir, el que se conoce propiamente con este título y el que suele distinguírselo con el de La Ciencia Blancardina) y los consideramos desde la problemática que estamos señalando, no podremos menos que afirmar que el hecho de que se concluya - en las páginas finales de La Ciencia Blancardina -con un impresionante y bellísimo autorretrato (II, 331-335) 72 respon-

72 Distintas han sido las respuestas dadas ante el autorretrato literario de Eugenio Espejo. Federico González Suárez declaró que "uno no puede leerlo sin cierto desagrado" y que "por desgracia, entre sus virtudes no cultivaba Espejo, la modestia. . ." (Escritos de Espejo, ed. cit. tomo II, p. 335-336 nota). Muy distinta es la actitud del P. José María Vargas quien entiende que la sinceridad del autorretrato (lo que para González Suárez era vanidad) es el único documento que permite adentrarnos "en las palpitaciones del corazón humano", en la intimidad misma de Espejo. Establece una comparación, bien sugestiva ciertamente, entre el autorretrato y el "iden-tikit" o "retrato hablado" hecho por la policía de la época cuando se dio orden de captura contra Espejo (La Cultura de Quito colonial. Quito, Ed. Santo Domingo, 1941, p. 171-174).

Resulta explicable, además, el "claroscuro" del autorretrato barroco de Espejo si tenemos presente, la particular situación espiritual de la sociedad de la época en la que no sólo se padecían formas de represión política, sino que se daban actitudes bastante primitivas de conducta. Juan Montalvo, hablando de la época anterior a la Independencia, recordaba, precisamente, el caso de un pintor francés que fue muerto acusado de brujo por haber "hecho un retrato muy parecido al original" (El Cosmopolita, ed. Garnier, tomo I, p. 214).

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de a una interna necesidad visiblemente dialéctica. Podríamos decir que el juego de "ocultamiento-manifestación" se desarrolla en dos momen-tos, el del "anonimato" y el del "autorretrato". Mas tarde, por razones que no fueron propiamente metodológicas Espejo concluyó - desde su último encierro en la cárcel - en una abierta declaración pública de auto-ría.

Ahora bien, la cuestión es mucho más compleja en cuanto en el primero de los momentos señalados - concretamente en el caso del primer Nuevo Luciano - el anonimato es logrado mediante el seudónimo, pero al mismo tiempo violado por lo mismo que se trata, como ya lo hemos dicho, de un seudo-seudónimo. El "Dr. de Cía, Apéstegui y Perochena" juega, en efecto, a su vez como seudónimo, pero también como el verdadero nombre del autor, aquél que le aseguraba la ansiada "pureza de sangre", de lo cual ya hemos hablado.

Otro tanto acaece con el momento que hemos denominado del "autorretrato", en cuanto que si bien alcanza su máxima expresión en las páginas finales del segundo Nuevo Luciano y cierra a ambos, se encuentra diseminado como recurso a lo largo de toda la obra escrita, en particular la simulada bajo el anónimo, como una constante. El P. José María Vargas ha observado con acierto este mismo hecho y lo ha relacionado con la literatura de tipo confesional. 73 Muy interesante resulta tener en cuenta que algo semejante ocurre en Juan de Velasco, hecho que ha permitido conocer aspectos de su vida íntima y que se conecta en él con ciertos rasgos pre-románticos que en su momento hemos señalado. En el caso de Espejo deberíamos decir, anticipándonos a un aspecto de su obra que abordaremos más adelante, que el autorre-

Importante serla estudiar comparativamente el autorretrato de Espejo con el de Juan Mon-talvo. Respecto del que éste se hizo, cfr. Siete Tratados. París, Garnier, s/f, tomo I, p. 124-125.

Si regresamos a la revaloración contemporánea del autorretrato literario de Espejo, vale la pena saber que inspiró el bello retrato al óleo hecho por el artista Eduardo Kingmann. en 1957 y que esta pintura ha inspirado a su vez, curiosamente, el no menos excelente retrato literario de Espejo que ha hecho Virgilio Paredes Borja en su Historia de la medicina en el Ecuador. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1963, tomo I, p. 464.

73 "Fuera de esta imagen (es decir, además del autorretrato con que concluye La Ciencia Blancardina), Espejo esparció - dice Vargas - datos autobiográficos, que permiten conocer su personalidad Intima y las circunstancias que rodearon su vida. Dada su extrema franqueza y sinceridad, cada frase suya es una confesión confirmada en los hechos de su existencia; lo cual no pasa con otros autores por más que impusieran a sus confidencias el nombre de Memorias Mimas". La carta de Espejo a Fray José del Rosario del 3 de marzo de 1780 es para el mismo Vargas "el autorretrato de Espejo en plena juventud" y aun en su testamento encuentra que hay cláusulas de carácter autobiográfico. Cfr. Biografía de Eugenio Espejo. Quito, Ed. Santo Domingo, 1968, p. 14,18 y 100.

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trato, como autobiografía y como manifestación de literatura confesio-nal, está marcando en él los últimos momentos de un tipo de literatura - pensemos, por ejemplo en un La Bruyére - en el que el retrato era de naturaleza genérica y valía por eso mismo. Con ello nos colocamos, también con Espejo, en los umbrales de nuestro romanticismo.

El juego de "ocultamiento-manifestación" favorecía la apa-rición de esa actitud confesional en una especie de mostración de lo más íntimo y a su vez de regateo. Sabemos muy bien de qué manera Juan Jacobo Rousseau, desnudo ante Dios, escribió sus Confesiones de una manera ciertamente brutal y planteando el problema de "ocultamiento-manif estación" en un nivel en el que se había intentado superar todo re-gateo. No es éste el pre-romanticismo de un Espejo, indudablemente tí-mido si lo comparamos con aquél, pero no por eso menos importante para nuestra historia intelectual. Tenía sin embargo la actitud de Espejo su dosis de buena valentía, sus escritos anónimos invitaban constante-mente al acertijo, único nivel, por lo demás, en el que se podían quedar los lectores ajenos a la crítica de textos. De ahí que dedique interesantes páginas contra aquéllos a quienes había provocado y que creían haber adivinado quién era el duende apoyándose en elementos de crítica externa. La crítica, dirá Espejo con todo peso, es una ciencia de conjetura y no un simple saber de acertijo. "Esta ciencia conjetural-- dice -que enseña a juzgar bien de ciertos hechos y particularmente de los autores y de sus obras, la cual se apellida crítica, es muy necesaria para acertar con la verdad y no confundirla" y posee.como ciencia, sus reglas (I, 425). Otra será, como veremos al hablar de la filosofía del lenguaje, la crítica de los Libros Sagrados, en particular, los del Nuevo Testamento en los que el ejercicio de la conjetura se nos habrá de presentar limitado por la naturaleza misma de los textos, a más de la tradición hermenéutica ya establecida. Y algo parecido podríamos decir de aquellos momentos de su obra literaria en los que aparece lo que para Espejo había comenzado a ser entendido como "científico", aun cuando se encuentren insertos en textos que, bajo otros aspectos, puedan ser considerados como fuertemente barrocos. 74

74 La crítica como saber de conjetura se relaciona con la práctica de "ocultamiento-manifes-tación" expresada en las diversas formas del arte barroco (incluyendo la etapa rococó), en la exigencia del "enigma" que debía ser develado por el espectador (o lector); y del "jeroglífico" que se incluía para ayudar a desentrañar a aquél. A mas del autorretrato literario de Espejo (que funciona barrocamente como "jeroglífico"), podemos citar dos otros interesantísimos documentos de este hecho, ambos muy valiosos: los dos "jeroglíficos" que están a ambos lados del portal mayor de la fachada de la Iglesia de la Compañía de Quito y el Tratado de pintura de Manuel de Samaniego, del que ya hemos hablado, en donde se establece como norma que dentro

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Ahora bien, lo que acabamos de observar plantea uno de los aspectos más difíciles de interpretación dentro de la compleja geografía espiritual de Espejo. Por lo que hemos estado viendo se nos presenta, diríamos, como un típico hombre del barroco, mas, al lado de esto, lo encontramos afirmándose como un hombre nuevo que desea renunciar al "claroscuro" y pretende establecerse plenamente en las "luces". Tal vez podríamos aventurar la tesis de que las respuestas más vitales y profundas - e inclusive prácticas - fueron en él barrocas, en contradicción con otro plano, el teórico, en el que aquel tipo de vitalidad aparece negado por un rigorismo de diversos matices y lo práctico, supeditado a lo utópico. La rica problemática del lenguaje, a la que dedicaremos el último capítulo, nos permitirá ver esta otra faz - tal vez la propiamente "ilustrada" filosóficamente - de nuestro agónico autor.

Para acabar de tener una idea de la compleja vida espiritual de este hombre genial y contradictorio que fue Eugenio Espejo, se ha de agregar su pasión de reconocimiento y también, por qué no, su veleidad de escritor que le condujeron a leer, como propios, sus trabajos anónimos dentro de determinados círculos. Doña María Chiriboga, profundamente herida por las Cartas Riobambenses - gracias a las cuales ha entrado en la historia de la humanidad ecuatoriana - solicitaba a uno de los declarantes en el sumario por injurias contra Espejo que dijera: "Si con motivo de ser Eugenio Espejo idólatra de todas sus producciones y tener la costumbre de leer o repetir entre sus amigos, las sátiras que escribe, leyó o repitió a Don Miguel Crespo algunos de los papeles en prosa o en verso de los que componían las Cartas Riobambenses". ¿Cómo podía saber nuestro pitagórico, a pesar de su cautela, si se encontraba entre "acusmáticos" o entre "matemáticos" cuando cumplía con ese demonio interior (más poderoso que el humilde duendecillo que le servía en sus correrías literarias) que lo impulsaba a algo que es consustancial con la profesión de "hombre de letras", la comunicación y el reconocimiento? 75

A propósito de las categorías de "ocultamiento-manifesta-

del "historiado" o "paisaje" que se ha de pintar de fondo de la escena ha de haber alguien "que nos advierta del misterio de la historia", es decir que también se da aquí el juego entre "enigma" y "jeroglifico" o "clave".

75 "Petición de Doña María Chiriboga, en que le acusa al Dr. Eugenio Espejo de haberle injuriado gravemente en su honor, con unos papeles o libelos infamatorios". Quito, 27 de noviembre de 1787, folio 104 del texto existente en la Casa de la Cultura del Azuay, en Cuenca.

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ción" habíamos hablado de la interna unidad que muestran El Nuevo Luciano y La Ciencia Blancardina. Ahora bien, en realidad esos dos es-critos integran un conjunto más amplio y rico al que puede denominár-sele correctamente como "ciclo de El Nuevo Luciano". Dentro de la es-tructura que ofrece este "ciclo" trataremos de adentrarnos ahora en el complejo mundo del anónimo.

El conjunto de escritos - ampliamente congruentes y que siguen una misma línea temática desde diversos ángulos - a los que hace-mos referencia, son: El Nuevo Luciano de Quito o despertador de los ingenios quiteños en nueve conversaciones eruditas, etc. (1779) y El Nuevo Luciano de Quito o despertador de los ingenios quiteños en siete diálogos apologéticos, etc. (1780), comúnmente conocido como La Ciencia Blancardina. Entre ambos se ubican el Marco Porcia Catón o Memorias para la impugnación del Nuevo Luciano de Quito, etc. (1780) y la Dedicatoria al Sr. D. Blas Sobrino y Minayo (1781) con la que se abre la versión castellana del Tratado de Longino, a la que acompaña la traducción de la Oración moderna de elocuencia de Antonio Leonardo Tilomas. Los dos Nuevos Lucianos aparecieron firmados con el seudó-nimo de "Dr. Javier de Cía, Apéstegui y Perochena"; el Marco Porcia Catón aparece firmado con el nombre de "Moisés Blancardo" y está de-dicado al mismo obispo Sobrino y Minayo ya mencionado. Fue Gon-zález Suárez quien, por primera vez, tuvo el mérito de probar - apoyán-dose en los mismos textos de Espejo - que el Marco Porcia Catón era también obra de su pluma, pues, hasta ese momento se había pensado que era fruto de un impugnador real. A su vez, la traducción del Tratado de Longino y en particular su dedicatoria, si nos sujetamos al tenor de esta última, aparecieron como producciones de autoría pública del propio Eugenio De Santa Cruz y Espejo. 76

76 Cfr. Hornero Viteri Lafronte. "Marco Porcio Catón", en ni, Intr., p. XXVÜ-LV. Uno délos textos principales en los que se ha apoyado con razan González Suárez para probar la autoría del Marco Porcio Catón pertenece a La Ciencia Blancardina y puede leerse en II, p. 284-285. En cuanto a la autoría publica de la Dedicatoria con la que se abren las traducciones de Longino y Thomas, allí dice Espejo, con palabras muy significativas, lo siguiente: "Aplaudiendo justamente al patriota estimable que se encubrió con el título de Luciano, aun no pensando en muchas cosas como él, sólo es de admirar su aplicación infructuosa, su vasta y escogida lectura, y de alabar su pundonoroso benemérito intento, mayormente digno de aprecio cuanto no se propone personal interés y hace por perder aun el elogio con su propia pungencia. Yo en mi retiro leo cuanto la feliz casualidad, y no mi perezosa y desengañada diligencia me trae, vi que prometía dar una traducción de Lo Sublime, maravilloso y verdaderamente persuasivo en toda suerte de estilos. . .fuese por evitar al Ni evo Luciano el sinsabor de interrumpir su laboriosa tarea, con la desabrida y aun trivial de una traducción. . ." (Ed. cit. Entrega IX, p. 225).

En La Ciencia Blancardina, escondido bajo el anónimo, dice el Dr. Mera (es decir. Espejo): "Ya se verán muchos de esos ejemplos (se refiere al estilo sublime), si permanezco con salud y con la intención que hoy, de dar a mis amigos traduciendo (sic) a nuestro idioma El Sublime de

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En el ciclo de El Nuevo Luciano hay, pues, obras firmadas con seudónimo, a lado de la Dedicatoria mencionada en la que el propio Espejo simula no ser el autor de aquéllas y hasta insinúa una disidencia de opinión y un rechazo del espíritu pungente. Un primer desdo-blamiento, pues, entre el autor pretendidamente ignorado y el autor real que, generosamente quiere evitarle al primero el trabajo de una tra-ducción. Este fenómeno del desdoblamiento que aparece en este caso entre un escrito de autoría declarada y otro anónimo, se produce sin embargo también en los que van con firmas simuladas, los anónimos y de un modo bastante complejo. Si nos atenemos al primer Nuevo Luciano, el autor es como habíamos dicho, el "Dr. de Cía, Apéstegui y Pe-rochena", pero es también uno de los personajes de las conversaciones, el "Dr. Mera", al modo como sucedía en los Diálogos de Luciano de Sa-mosata. También es el autor, más oculto aún, de las notas, al que González Suárez denominó "anotador anónimo", pensando que no se trataba del mismo Espejo. Todavía es necesario señalar otros modos de desdoblamiento, pues, Espejo es también el "picarón" que ha puesto por escrito las supuestas conversaciones sostenidas entre los amigos Mera y Murillo (I, 396 y 421), como, a su vez ese "picarón" es el mismo "Dr. Mera" (I, 541). Es también el "bellaco" que en la iglesia le sopk a Mera un chiste en el oído (I, 552) y asimismo, "el escribiente" del "Dr. Mera" que puso al margen del manuscrito "unas letras que parecen iniciales de algunos apellidos" (II, 278-279 y 326-327; cfr. I, 357 nota); es "el genio curioso y amigo de hermosos apuntamientos" al que se le ha caído del bolsillo la traducción del texto de Bouhours sobre el buen gusto (I, 318); es "la viejecita agorera" que en el pueblo de Machachi había anunciado que Blancardo no acertaría en nada "por haber querido embestir al Nuevo Luciano de Quito" (II, 264-265); es el "picarón de-satador de enigmas" (II, 62) y, en fin, para concluir, el "Dr. de Cía, Apéstegui y Perochena", ("la pluma Perochena", según II, 312), el "Dr. Mera", "el picarón", el "bellaco", el "anotador anónimo", el "escribiente", el "genio curioso" o la "viejecita agorera", son todos juntos "Luciano", el "nuevo Luciano" que ha aparecido en Quito, que ha adoptado como seudónimo propio el seudónimo de un desconocido escritor asiático nacido en Samosata, cuyo nombre real se perdió para la historia hace siglos. A todo lo dicho se han de agregar otros aspectos que ayudaban al ocultamiento, tal como es el caso de la ortografía y la

Longino que tradujo al francés el famoso Boüeau Despreaux" (II, 91). Como este texto corresponde a las páginas finales del "Diálogo Segundo" resulta evidente que la traducción fue por lo menos posterior a él.

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caligrafía con las que circularon los primeros manuscritos (Cfr. I, 396 nota). La riqueza de formas de desdoblamiento que hemos señalado - y que no son todas - se aproxima a la llamada "técnica de los espejos" que se ha señalado precisamente como uno de los caracteres del barroco español. 77

Mas, donde el juego del anónimo llega a su grado máximo, es en el Marco Porcia Catón. Espejo se disfraza aquí con el supuesto nombre de un impugnador de sus propios escritos, desarrollando de modo ciertamente magistral las objeciones que, como Apeles, había es-cuchado escondido detrás de la propia tela por él pintada. Augusto Arias ha expresado este complejo mundo con palabras elocuentes: "He aquí - dice - a Espejo, detrás de él mismo, al frente de sí, en contra suya, y, en definitiva, a su lado". "Moisés Blancardo" sería el nombre figurado de Fray Juan de Arauz y Mesía, sacerdote satirizado por Espejo, pero es también Espejo y es también "Marco Porcio Catón", el tipo de crítico que Espejo consideraba como una especie de anti-Luciano. Si tenemos en cuenta las figuras históricas de Catón y la de Luciano de Samosata, podremos ver, además, que Espejo es el filósofo o el crítico de la filosofía y de los filósofos al modo de Luciano que, sin ser propiamente filósofo, no despreció la filosofía; pero es también, en este caso del Marco Porcio, el crítico duro y cerrado, enemigo declarado de los filósofos, de la filosofía y de los médicos. El censor sutil y gracioso, en-

Respecto de las notas que González Suárez atribuye a "algún amigo del autor" (I, 282) o "a algún anotador anónimo" (I, 431 nota), aun cuando se ve obligado a reconocer que en algún caso el autores el mismo Espejo (Ibidem), Manuel María Pólit en su importante trabajo "Para la segunda edición de El Nuevo Luciano de Quito", no duda en afirmar que todas pertenecen al mismo autor del texto (Cfr. Memorias de la Academia Ecuatoriana Correspondiente de la Española. Quito, Nueva Serie, Segunda Entrega, octubre de 1916, p. 116). Por su parte González Suárez ha afirmado con razón que en El Nuevo Luciano "todas sus observaciones las pone (Espejo) en boca del Dr. Mera" (I, 309 y 541 nota).

Pueden ser considerados asimismo como casos de desdoblamiento los seudónimos de Pri-micias: "Filófílo" y "Erophilia". El primero aparece en el numero dos del periódico. Nos parece interesante señalar la curiosa estructura redundante del seudónimo acuñado en este caso, que lo hace ciertamente intraducibie (¿"Amigo de lo amigo" o "Amigo de la amistad"?). En cuanto al segundo lo utiliza Espejo para refutarse a sf mismo, haciéndose eco, al parecer de la opinión femenina de la época sobre sus propias ideas acerca de la mujer. Tanto Enrique Garcés, como José María Vargas, entienden que "Erophilia" es seudónimo de Espejo (Cfr. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 50; Biografía de Eugenio Espejo, ed. cit., p. 89). Respecto del Marco Porcio Catón dice Espejo: "no dudé poner contra mi mismo aquel vulgar denuesto" (II, 287). Lo de "vulgar" hace referencia al estilo macarrónico. La cita de Boileau que acompaña aquella declaración es altamente sugestiva.

En La Ciencia Blancardina Espejo se olvida de que el personaje que encontró el papel de Bouhours era "un genio curioso amigo de hermosos apuntamientos" y le hace decir a Mera (Espejo): "Yo aunque malo y perverso, tuve la fortuna de hallar ese buen papel del padre Bouhours. . ." (II, 144), etc.

Sobre la "técnica de los espejos" en el barroco español, cfr. José Luis Abellán. Historia crítica del pensamiento español, ed. cit., tomo m, p. 131.

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frentado al censor pedestre y rispido. De este modo, los diversos seudó-nimos, explícitos o implícitos, se explican tanto en los dos Lucianos como en el Marco Porcia Catón por lo que vendría a ser un seudónimo que juega el papel de modelo clásico en cada caso. Espejo, lector apa-sionado de Plutarco - aspecto suyo del que no hemos hablado - inspirado tal vez en el paralelo entre Arístides y Catón, nos sugiere otras vidas pa-ralelas, las de Catón y Luciano, dos tipos antagónicos de crítica social.78

En el segundo Nuevo Luciano, la llamada Ciencia Blancar-dina, no aparece el juego del anónimo con el mismo sentido. Podríamos decir que en cada uno de los momentos del ciclo muestra el uso del ano-nimato rasgos particulares. Lo más importante en la obra que ahora co-mentamos, no es tanto el encubrimiento, como el desencubrimiento o manifestación. Se trata de algo así como si fuéramos aproximándonos de la oscuridad del anónimo, hacia un plano de semioscuridad en el que co-mienza a transparentarse el autor, aun cuando no llegue a mostrarse nunca a plena luz. A este juego, Espejo le llama "desenredo". Este re-curso tiene, como en general todos los aspectos metodológicos puestos en juego, un claro sentido socrático: "Vamonos - le hace decir a Muri-llo - con la paciencia socrática y con la mañuela platónica, desenredando este ovillo" (II, 67). Ante la pregunta que le hace el mismo Murillo a Mera (Espejo), sobre si ha leído el Marco Porcio Catón - escrito según pensaba el primero por "Moisés Blancardo" - contesta el segundo: "Como es ésta la última jornada desenredadora de muchos enlaces cogi-dos en toda la serie de nuestros coloquios, aunque en el primero simulé haberle visto, ahora digo que no sólo le he manejado, sino que yo mismo soy el autor de dicho papelillo. . ." (II, 284-285). De este modo "Moisés Blancardo", el impugnador de El Nuevo Luciano, pasaba a ser el "Dr. Mera", sin que se llegue todavía a decir, que el "Nuevo Luciano" y "Me-ra", eran a su vez el propio Espejo. 79

Con el mismo espíritu de "desenredo" está escrito el céle-bre autorretrato, del que ya nos hemos ocupado. En el Marco Porcio

78 Augusto Alias. Panorama de la literatura ecuatoriana. Quito, Caía de la Cultura Ecuatoriana, 1971, p. 42.

79 Sobre "enredo" y "desenredo", cfr. I, 352, donde Murillo ge queja del "enredo" en que lo ha metido Mera; U, 31 en donde se habla de la "práctica de desenredo"; n, 54; 62; 208; 272 ("desatador de dificultades"); 303. (Cfr. el Fray Gerundio de Campazat, del P. José Francisco de Isla, ed. cit., tomo II, p. 50).

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Catón había hecho decir a su pretendido impugnador que "siempre será el motivo de las admiraciones del mundo, y el de sus perennes bendicio-nes al cielo, ver que una pluma sea el intérprete fidelísimo de los pensa-mientos más escondidos de un hombre" y agregaba que para que los es-critos de ese hombre se grabaran "en la atención de quien los percibe, para una duración más íntima", era condición no hablar "disfrazada-mente con la pluma" (III, 258-259).

Espejo recogía con esto todo el rechazo que la sociedad de su época manifestaba contra los escritos anónimos y, a su vez, la idea de que esa misma sociedad tenía de la misión del escritor. Se exigía una manifestación de autoría o de paternidad de los escritos que implicaba, a su vez, la no transgresión de las normas vigentes. Entre el escritor y el lector debía darse una cabal redundancia. La vida íntima, que el escritor podía hacer conocer, debía coincidir con el papel jugado en la vida pública, es decir, la intimidad resultaba sacrificada a un papel social es-tablecido muy claramente por una sociedad celosa de su propia repro-ducción ideológica. Bien sabemos, por lo demás, que si en algún lugar esa exigencia de redundancia alcanza sus más claras manifestaciones es, precisamente, en el lenguaje.

Espejo participaba de una exigencia de autoría, como con-dición para que el mensaje del escritor tuviera eficacia literaria en el lec-tor. Un anónimo absoluto es, en verdad, un imposible en cuanto que sería la negación del escritor como sujeto. No entiende, sin embargo, la vida íntima de la misma manera o, tal vez mejor, sale por los fueros de una vida íntima que en la sociedad de la época resultaba, sin más, sacri-ficada. En una vida comunitaria profundamente alienada, intimidad y exterioridad son una misma cosa. A esto responde una importante dis-tinción que había hecho en las primeras páginas de la Ciencia Blancar-dina entre la "censura pública" o "crítica exterior" y "la interior y clandestina crítica" (II, 39). En una sociedad represiva la intimidad no podía jugarse sino en la clandestinidad, o debía aceptarse que nuestra intimidad había de ser la del teatro externo.

No está demás aclarar en este momento el alcance de esa intimidad. No se trata de una intimidad romántica en cuya definición tuvo importante lugar la vida del sentimiento. Se trata más bien de un principio de autonomía interior, reducto que no podía ni debía ser sa-crificado a las preocupaciones o prejuicios vigentes. En este sentido la intimidad - puesta más en la cabeza que en el corazón - era condición

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para la crítica, entendida básicamente como crítica social y relacionada estrechamente con la particular vivencia de la "soledad" y el "claroscu-ro" de los que hemos hablado.

Lo dicho nos permite entender el verdadero alcance del au-torretrato el que, como ya comentamos, tanto desagrado le causaba a González Suárez. No existe para el escritor, en cuanto tal, es decir, en cuanto que su tarea implica una función de comunicación, una intimidad radical. Esta conduciría a una soledad muy particular, la del silencio; nada más ajeno - tal como lo hemos dicho ya antes - a la pasión de re-formador social que movía al humanismo de Espejo. Mas, tampoco esa intimidad puede ser transformada en una mera exterioridad. La autoría, lugar donde se resuelve el problema para la sociedad de la época, ha de jugar, pues, barrocamente, como "ocultamiento-manifestación". Con-forme con esto Espejo declara que nadie podrá identificarlo como el autor de El Nuevo Luciano. Comentando las suposiciones que se hacían acerca de quién sería, nos dice: "No es el autor del Nuevo Luciano alguno de los dos que se juzgó, ni algún otro de que se acordó la gente insipiente y defectuosa de sentido común. Es uno que hasta aquí no se le ha nombrado y está muy lejos, no sólo de que le conozcan, pero hasta de las sospechas más cavilosas. Tiene esta seguridad por ser solo, y por todo lo que antes ha oído. Ríese, pues, de la temeridad ajena, y se reirá siempre" (II, 331).

Recurriendo a lo que se puede considerar un típico aforis-mo satírico, Espejo nos dice a continuación: "Pero si se quiere aquí un medio retrato suyo, para que todo el mundo se pierda la esperanza de conocerlo, véase luego en estas pocas palabras. . .". Con esto se abre el más célebre autorretrato ecuatoriano, que tiene dos partes: una dedicada al "espíritu" (II, 331-334) y la otra al "corazón" (II, 334-335). Lo aforístico se pone de manifiesto en la contraposición que podría ser enunciada así: porque me muestro, me escondo. Y la mostración es a medias ("medio retrato") precisamente porque es vía de ocultamien-to. Lo satírico surge del uso de un tipo de relación que viene a quebrar las formas lógicas propias del sentido común tal como se da en el hombre insipiente.

Una vez más estamos pues ante ese barroco vital de Euge-nio Espejo. No de otra manera era entendido el retrato dentro del ba-rroco francés del siglo XVII, tan admirado por nuestro autor. Para el profundo Pascal un retrato "comporta ausencia y presencia, placer y

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dolor" mientras que la "realidad" (es decir, el sujeto retratado) "excluye ausencia y dolor" y sólo muestra, por tanto "presencia" y "placer". El "retrato" es más rico desde el punto de vista expresivo que la propia "realidad" y de ahí que sea propiamente "símbolo": "El símbolo incluye ausencia y presencia, placer y dolor. La cifra tiene doble sentido. Uno claro en el que se dice que el sentido está oculto" (Fragmentos 260 y 265).

Un último aspecto nos restaría por ver en relación con el problema del anonimato: lo que podríamos llamar la "nominación di-recta" o el uso de nombres propios no ficticios, o muy próximos a los nombres verdaderos, en los textos de autoría anónima. Se trata de per-sonajes literarios que son, a su vez, personas reales. Sabido es que el Dr. Murillo, tan fuertemente ridiculizado en la primera parte de El Nuevo Luciano y, lo mismo, el Dr. Mera, eran - según nos lo dice González Suárez - "dos sujetos verdaderos, dos personajes reales que a la sazón vi-vían en Quito" (I, 268 nota y 289 nota; 309 y 541). El Dr. Murillo gozaba además, de cierta notoriedad como "poeta heroico", tal como nos enteramos por lo que dice Juan de Velasco en su Historia (op. cit. III, 127) y el Dr. Mera, era asimismo persona notable en el mundo literario y científico, a tal punto que el propio Espejo, junto con su amigo el marqués de Selva Alegre, lo incluyeron en la lista de socios supernume-rarios de la "Sociedad Patriótica". No sabemos que ni Murillo ni Mera se hayan sentido tocados y, en el caso del último, hasta podríamos suponer que su inclusión en las conversaciones habría sido de su agrado.80

No sucedió lo mismo con las Cartas Riobambenses en las que aparecían Doña María Chiriboga y Villavicencio, esposa de Don Ciro de Vida y Torres, junto con otros individuos de la época, el Le. José Miguel Vallejo, el cobrador de tributos Ignacio Barrete, un vecino lla-mado Pedro Marcos de León y otros, todos de figuración social dentro

80. Enrique Garcés. Eugenio Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 62. "Mera" (por cuyo intermedio habla el propio Espejo) es el Dr. Luis Mera, al parecer amigo personal de nuestro autor; en cuanto a "Murillo", a quien le hace decir: "me precio de muy poeta y de ser el inventor del azucénico" (un metro poético) en I, 466, es sin lugar a dudas el Dr. José Murillo. Sin embargo Espejo lo hace aparecer con los nombres, mitad verdaderos, mitad cambiados de: "Miguel Muri-Uo y Loma" (II, 281-282; Cfr. ademas I, 269; 466; II, 26; 213).

La posible amistad con el Dr. José Murillo pareciera desprenderse del hecho de que "Mera" (Espejo) le pide perdón a aquél por haberlo presentado como un ignorante (Ctr. II, 285). Hornero Viteri Lafronte en su trabajo Un Libro autógrafo de Espejo. Quito, Tipografía y Encuademación Salesianas, 1920, ha dado a conocer importantes juicios emitidos por contemporáneos de Espejo que muestran que habla un sector, dentro de la intelectualidad quiteña, que supo estimar y apreciar sus escritos, tan repudiados por otros.

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del medio provinciano, todos puestos con nombres y apellidos. Sabido es que las Cartas provocaron un juicio por calumnias contra Espejo que tu-vo para él consecuencias fatales. Si el uso del anónimo resultaba repu-diable para los contemporáneos, mucho más lo fue cuando desde él se puso en juego la "nominación directa" que eliminaba la distinción entre "personaje literario" y "persona real". Ahora bien, que la calumniada y simpática María Chiriboga se sintiera lastimada en su honor y, más aún en el de sus descendientes, resultaba lógico. No lo es, sin embargo, que en 1880, algo más de un siglo después de la circulación de las Cartas (1787), el primer editor de las mismas, Alberto Muñoz Vernaza se sin-tiera en la necesidad de poner nombres cambiados "por consideración a las familias que quizás existieran" y recién en 1913, es decir, 126 años después, dio a conocer por separado los verdaderos nombres que figura-ban en el texto original. 81

Lo que movía a Espejo al uso de este recurso que hemos llamado de "nominación directa" era, sin duda, su constante y aguda pasión por la reforma de las costumbres, que tantas veces hemos recal-cado. "Si toco a algunos particulares - nos dice - es menester saber quié-nes son. Unos son jóvenes, que, por su corta edad, y la supuesta mala educación del país, aún no tienen derecho de llamarse doctos o en su fa-cultad o en el desempeño de su oficio. Otros son algunos ya conocidos de todo el mundo por rudos, en atención a la porfiada cansera (molestia) de su predicación florida, o de su método de estudiar desviado. Y si hay alguno que sea ofendido, no obstante de tener una fama universal de sabio, débese creer que ha sido descubierto como ignorante, por el celo de las almas y por el bien de la Iglesia. Porque la prudencia pide que se hagan semejantes descubrimientos, no debería el celo de mis compatriotas irritarse contra mí que los he hecho, sino contra los que

María Chiriboga solicita en el sumario contra Espejo, se castigue al calumniador sobre todo por "lograr una especie de inmortalidad en sus consecuencias, dilatando el perjuicio mas allá de la vida de los ofendidos, y transmitiendo su ignominia a la posteridad más remota" ("Petición de Doña María Chiriboga en que le acusa al Dr. Eugenio Espejo de haberle injuriado gravemente su honor, etc." , documento ya citado del año 1787. (Cfr. Alberto Muñoz Vernaza. La Unión Literaria. Cuenca, Entrega Sexta, 1913, p. 278-279). Como hemos dicho, en 1888 (101 utos después de haber circulado las Cartas) se las editó cambiándose arbitrariamente los nombres propios; en 1913 (126 años después) se dio a conocer, por separado, la infracción literaria cometida. A la fecha (1983) llevamos ya 196 años sin que las Carta» hayan merecido una edición crítica que las restablezca. José Francisco Isla rechaza toda forma de nominación directa, hecho que diferencia el uso de la sátira en el autor del Fray Gerundio y Espejo. (Cfr. Fray Gerundio de Compon», ed. crU, tomo I, p. 20-23). Para Isla solo es lícito "tocar a la persona del autor" cuando se trata de defender la religión. Juan Montalvo, lo mismo que Espejo, defiende el recurso de la nominación directa. Uno de los casos más espectaculares y conocidos es el del "ahorcamiento" de Ignacio de Veintemiila en uno de los Capítulos Que te le olvidaron a Cervantes.

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comenten los defectos" (II, 306-7).

El sentido que tiene la nominación directa responde, pues, al deseo de reforma que caracterizó a los pensadores ilustrados y pocos fueron los que encontraron incorrecto aquel recurso, tal como sucede en el P. Isla, tan leído y admirado por nuestro Espejo. ". . .¿dónde se manifiesta mejor - dice nuestro autor - este deseo de felicidad temporal de la Patria, y de la eterna de las almas, sino en las conversaciones del Nuevo Luciano?" (II, 312) y es en ese texto, precisamente, donde Espejo inauguró el escandaloso método de mencionar a los sujetos por sus verdaderos nombres. Su ingenuidad - utilizando la palabra tanto en su sentido castellano, como en el latino -, y por qué no, su buena fe en la corrección de los vicios que entendía como los verdaderos males de la Patria - escrita por él mismo con mayúscula -, le llevó a pensar que el re-sultado iba a ser otro y, posiblemente, en algún caso lo fue: el de que los nombrados acabarían riendo con él de sus preocupaciones y vicios. "No falta a la caridad - dice - antes la practica el que burla y ríe de los errores que se oponen a la felicidad eterna o temporal del hombre. Y es preciso mofarse de los que los adoptan, propagan y establecen, para que ellos también se rían y abandonen sus prejuicios" (II, 298). La comedia antigua estaba por detrás de todo esto.

La dura cárcel sufrida por Espejo y las humillaciones a las que fue sometido, fueron tal vez algunas de las causas de una curiosa in-versión: la de declarar públicamente que él, Eugenio Espejo, era el autor de El Nuevo Luciano y la de preparar un texto del mismo, con destino a su publicación, en el que se eliminaban los nombres reales de los personajes. Del anonimato del autor, se había pasado a su nominación directa e, inversamente, de la nominación de los personajes reales, a su anonimato o a su conversión en personajes literarios. Podría pensarse también que en el momento en el que Espejo propuso esos cambios, juzgaba que ya la misión que él se había propuesto, de alguna manera se había cumplido, aun cuando las costumbres no se hubieran reformado totalmente82

82 En su carta presentación dirigida a José Benito Quiroga, posiblemente del año 1787, declara Espejo que ha pensado enviar el texto del Nuevo Luciano a Madrid para su impresión y dice: "Pero yo que el Nuevo Luciano hice correr en la manera que pudo haber visto U.S., ya ahora que meditaba remitirlo a Madrid para que se imprimiese bajo los auspicios del Sr. Conde de Campomanes, lo enviaba libre de la designación de sujetos, y de algunos borrones, que en alguna parte manchaban el esplendor de la Literatura Española" (I, 212). Y mas adelante agrega: ". . .he querido que se conozca hoy mejor, que en el año de 779 (es decir el año en que circuló por primera vez el Nuevo Luciano) tai espíritu patriótico, la verdad de mi celo por la reforma de las

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XI. HACIA UNA CLASIFICACIÓN DE LOS ESCRITOS

Los primeros intentos clasificatorios de los escritos de Es-pejo, tales como los de Federico González Suárez y de Isaac Barrera, atendían, tal como vimos, más bien a la temática. Pero hay en ellos asi-mismo otro criterio, si no desarrollado, por lo menos implícito, que se apoya en el estilo. Así, González Suárez contrapone la forma de los dos Nuevos Lucianos - a los que considera "sin belleza literaria" - con las Reflexiones sobre las viruelas, en donde nuestro humanista habría al-canzado una madurez de pensamiento y a la vez un nivel de expresión que no habría en aquéllos. Otro tanto sucede en Isaac Barrera. Ya hemos comentado la respuesta extrema que frente a la cuestión de fondo y forma en el análisis del hecho literario dio Gonzalo Zaldumbide, la que si bien es asimismo criticable, tuvo la virtud de hacer tomar conciencia del problema.

A pesar de que en todo momento estuvo presente un pro-yecto de analizar la obra de Espejo desde el punto de vista de su forma expresiva, ha sido sin embargo Hernán Rodríguez Gástelo quien por primera vez le dio cuerpo sobre la base de dos principios no debidamen-te señalados hasta él. El primero, que es necesario reconocer en Espejo una "voluntad de estilo", desconocida y, hasta podríamos decir, negada con anterioridad y, luego, que hay en nuestro autor, como puede ser se-ñalado en todo escritor, una interna evolución. "En Espejo, - dice - por donde nos acerquemos a su obra, hay una clara voluntad de escribir prosa artística" y "En segundo lugar, - agrega más adelante - no parece aceptable que para juzgar la prosa de Espejo hayamos de acudir a su "único alarde propiamente literario" (se refiere a El Nuevo Luciano y a lo que de él dijo Zaldumbide). Más bien, ya lo veremos, la clave para lle-

letras y de la oratoria cristiana, porque a la verdad, si hoy predican algunos con regularidad, se debe esta ventaja, a mi Luciano, siendo que antes los más célebres predicadores, iban al pulpito a delirar y a predicarse a si mismos. .." (I, 213-214).

En la declaración de Espejo hecha a propósito de la Investigación judicial sobre quién era el autor de la "Sátira de la golilla", del año 1787, declaró: ". . .que es cierto que es el autor de la obra intitulada El Luciano de Quito, y algunas otras dirigidas a ilustrar al público, las que no están autorizadas con el nombre que ordinariamente usa (es decir, el de Eugenio de Santa Cruz y Espejo), tienen algunos de los que legítimamente le pertenecían (se refiere a "de Cía, Apéstegui y Perochena"). . . ". "Causa formada al Dr. Eugenio Espejo con motivo del libelo infamatorio intitulado La Colilla del que se dice ser autor". Archivo Histórico de Bogotá. Milicia y Marina, tomo 143, folios número 909-912.

González Suárez siguiendo la tendencia general que hemos comentado respecto del uso del anónimo, hace otro tanto en lo que se refiere a la nominación directa (Cfr. I, Intr. p. LXIV).

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gar a una justa apreciación de la prosa de Espejo será atender a las distin-tas épocas de su producción". 83 De acuerdo con lo dicho reconoce en Espejo tres etapas, una primera (Nuevo Luciano y Ciencia Blancardina), una intermedia (Reflexiones sobre las viruelas) y una de la madurez (Defensa de los curas de Riobamba y Cartas Riobambenses). Ha obser-vado, además, Rodríguez Gástelo, que hay una relación en la primera etapa entre el recurso del anónimo y la forma de expresión, hecho que nadie había notado antes. Con esto quedaban establecidas líneas genera-les para un tipo de lectura de Espejo que, insinuado desde un comienzo, no había alcanzado un nivel de sistematización.

Ahora bien, a pesar de la validez de este proyecto clasifica-torio, sigue vigente en él una cierta comprensión del hecho literario que, con las matizaciones del caso, de alguna manera mantiene los presu-puestos desde los cuales Gonzalo Zaldumbide condenó a nuestro Espejo a su sola "forma". Hay, claro está, diferencias radicales. No olvidemos que aquel duro crítico expulsó de un plumazo al escritor, de la República de las letras. No vamos a discutir los derechos que el análisis estilístico tiene y el papel que dentro de una historia de la literatura ha de jugar. Es evidente, por otra parte, que aquella exigencia que había puesto Isaac Barrera como presupuesto de todo estudio literario, la de una cierta simpatía (que no es necesariamente coincidencia ideológica), ha llevado a poner en crisis una noción de estilo tal como la habían impuesto los teóricos del formalismo capitaneados por un Valéry, un Cro-ce o un Vossler. El hecho es evidente en Rodríguez Gástelo.

Es cierto que la palabra "estilo", el "cálomo" latino, hace referencia directa a lo que genéricamente llamamos "pluma". La fórmula acuñada por el siglo XVIII, "el estilo es el hombre", atribuida a Buf-fon, tiene pues, un claro sentido metafórico. Espejo, enemigo de las metáforas pero que tan bellas metáforas se le han escapado, definió al "estilo" remitiéndolo al lenguaje: "La pluma, - dijo - esa lengua que ha-bla a los ojos" (III, 258). Y hablar del lenguaje es hacerlo del hombre y en particular atendiendo a uno de sus rasgos más definitorios. Podríamos decir que, en contra del formalismo literario que llegó en ciertos momentos a borrar al hombre como sujeto de su estilo, no es el estilo el hombre, sino a la inversa. "La memorable sentencia de Séneca -según

83 Véase lo que hemos anticipado sobre la clasificación de los escritos en el capítulo "El so- cratismo de Espejo", al comienzo y en particular la nota 58. Hernán Rodríguez Gástelo. "La prosa de Espejo", en Eugenio Espejo. El Nuevo Luciano de Quito. Guayaquil-Quito, ed. Ariel s/í., p. 9 y 15.

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palabras que nos trae el propio Espejo - lo afirma claramente: "hablan los hombres como viven" (I, 337) y no viven como hablan y no estaría demás que volviéramos a recordar aquí el asombro de aquellos críticos que - según la aguda observación de Blaise Pascal - al buscar un estilo, se toparon con un hombre. En estos términos se ha de entender la fór-mula dieciochesca de que "el estilo es el hombre", tan bellamente enunciada por nuestro Eugenio Espejo.

No se trata, por lo demás, de ese lenguaje interior de los escritores intimistas que interpretaron bastante mal el sentido de aquel "diálogo del alma consigo misma" del que alguna vez habló Platón. No dejó nunca de ser el Maestro de la Academia un socrático en más de un aspecto fundamental y si afirma la existencia de una intimidad, al mismo tiempo sostiene como fundamento mismo de posibilidad de ella, la relación con el otro. De acuerdo con esto, no sólo ha de medirse el he-cho literario por el nivel de expresión estética que pueda haber alcanza-do, sino que hay algo que hace a su propia sustancia, tanto como el ro-paje formal mismo, que es su valor comunicativo o misivo. Y hasta po-dríamos decir que las diversas formas estilísticas se encuentran determi-nadas por la función de comunicación y sus modalidades. De acuerdo con esto, la "voluntad de estilo" es al mismo tiempo "voluntad de co-municación" y es muchas veces esta última la que determina plenamente los modos de realización de la primera.

El análisis, conforme con lo que vamos diciendo, ha de lle-varnos al problema del discurso. En un escritor como Espejo, movido permanentemente por su pasión de reformador social y ayudado por su agudo sentido del lenguaje, ese discurso se presenta, más que en otros escritores, como una proyección de una realidad con todos sus matices y contradicciones. El escritor, con una habilidad a veces sorprendente, in-serta en su propio discurso verdaderos bloques del universo discursivo vigente, en un esfuerzo de síntesis sobre cuya base pretende alcanzar su propio estilo. Se trata de algo así como de un "juego de espejos" - algo habíamos dicho ya sobre el espíritu barroco de este juego - semejante al que curiosamente él mismo nos ha descrito de modo satírico a propósito del petimetre de los salones del rococó quiteño. Este se mueve entre dos espejos, el "espejo escrito" - el libro en el que se "representan" las "advertencias de la moda" - y el vidrio reflejante que le permite reunir en su propia persona aquellas "advertencias" (I, 334). De la misma ma-nera, ese escritor que se llamaba "Espejo", leía en el "espejo escrito" y se miraba y reconocía a sí mismo en el otro "espejo", el de su propio

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discurso. Y en éste habían de quedar asumidas las formas de mediación (re-presentaciones) a través de las cuales se manifestaba y, lógicamente, se ocultaba la realidad. De ahí que el estilo para nuestro escritor era algo así como la incorporación de todos los estilos vigentes en una co-munidad, mediante un esfuerzo dialéctico. A este modo de entender la tarea literaria se debe la importante y permanente presencia de lo que páginas atrás hemos mencionado, el "discurso referido". Este hecho es particularmente notable en el ciclo de El Nuevo Luciano, pero también se encuentra presente en aquellos trabajos que redactó para otros en los que, a pesar de la cesión de autoría, puede muy bien entenderse que estaba escribiendo el "discurso referido" del otro, desde su propio discurso.

Teniendo en cuenta esa "voluntad de comunicación" y el hecho de los "discursos referidos", siempre podrá entenderse el estilo como forma, pero sin que se lo reduzca a lo que sería su perfección "ex-terna"; se trata de un concepto más amplio dentro del cual lo estético no es nunca algo autónomo y es tan sólo uno de los aspectos. Desde este punto de vista la forma de un texto como El Nuevo Luciano muestra evidentes diferencias respecto de otros, como puede ser, por ejemplo, el Discurso de la Escuela de la Concordia. El modo como en un caso y en otro juegan los discursos referidos es claramente distinto y, lógicamente, el acto de la comunicación adquiere, del mismo modo, matices dife-renciales. Lo que permite este hecho es, precisamente, el recurso del anónimo al que hemos dedicado el capítulo anterior en atención a su capital importancia.

Ahora bien, el anonimato se da juntamente con otros as-pectos que también podemos considerar como de estilo, entre ellos lo satírico, así como en los escritos de autoría pública es también parte del estilo la ausencia de aquel espíritu. Lo que el mismo Espejo ha llamado "narración médica" (II, 383), inspirada en los escritos hipocráticos, hace de trasfondo de un texto como las Reflexiones sobre las viruelas y aun de otros escritos de autoría pública, así como el "estilo aforístico", también estrechamente relacionado con la literatura hipocrática y el diálogo lucianesco - aun cuando con diverso sentido - se encuentran a su modo vigentes en el ciclo de El Nuevo Luciano.84 Podríamos afirmar

84. Espejo aconsejaba "aprender de memoria los aforismos de Hipócrates" (II, 127) sin duda por su importancia para la medicina, yero también por el valor que se concedía al estilo. La literatura aforística, generalizada por el fuerte regreso a Hipócrates en la literatura médica del siglo XVIII, también había tenido una importante fuente en la obra de Francisco Bacon Aphorísmí

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que en los escritos de Espejo son claramente discernióles dos grandes lí-neas de elaboración estilística y, a su vez, dos sistemas de discursos refe-ridos, aun cuando los discursos que se incorporan sean los de los mismos sujetos. Lógicamente hay variantes también respecto de éstos en el sentido de que no todos tienen siempre una misma fuerza o una misma presencia. El juego de alusión-elusión del que hablamos al analizar la ar-ticulación del "discurso vindicatorio" en Juan de Velasco, también se da, inevitablemente, en los textos de Espejo y de una manera mucho más compleja.

La relación entre el anonimato y la sátira es por demás evidente y el mismo Espejo nos lo dice: "La suerte de la sátira que co-rrige vicios del siglo, siempre fue vivir a sombra de tejado, y aun sepul-tarse en las tinieblas, por más que haya sido tratada con el mayor tino y pulso" (I, 501). Entre el modo como se inserta el discurso referido en un texto como las Reflexiones sobre las viruelas, - recordemos aquel "discurso de los hacendados" del que ya nos hemos ocupado - y la ma-nera como aparece en el Marco Porcia Catón - que es por entero un remedo grotesco del estilo macarrónico - hay diferencias que no son di-fíciles de señalar. El duende que desde las sombras arroja sus piedras a los tejados no es el escritor públicamente reconocido por su saber al que se le pide oficialmente que elabore un proyecto de saneamiento de la ciudad. Hay una dualidad de tratamiento que se mantiene a lo largo de toda la vida literaria de Espejo.

Por otra parte, el modo con el que se juega con el discurso referido en los escritos anónimos, introduce una "variedad de estilos" (excepción hecha del Marco Porcio Catón) que no es defecto, sino nece-sidad del propio discurso. Espejo entendía, con razón, que esa diversidad amenizaba las páginas y hacía además, imposible reconocer a su autor. Hablando de las "conversaciones" que integran El Nuevo Luciano nos dice, en las primeras páginas de La Ciencia Blancardina, que "En aqué-llas, el Dr. Murillo retozaba,- y al tenor de su genio estúpido, seguía un lenguaje propio de los que hablan en todas las ciencias, especialmente en la medicina, la jerigonza; por lo que la diversidad del estilo las ameniza" (II, 17). También hablando del primer Nuevo Luciano y de las suposiciones que se hicieron sobre quién sería su autor, se refiere a "la diversidad de estilos" y precisamente como una ventaja para asegurar el anónimo:

de interpretatione naturae et regno hominis. Lógicamente no se trata ni en un caso ni en el otro del "aforismo satírico", cuya fuente se encuentra básicamente en Luciano de Samosata.

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"Viniendo nuestros críticos - dice - al examen del papel se dividen en opiniones. Unos han dicho, por el estilo es fulano; otros, de la misma manera, por el estilo es citano. Lo peor es que mutuamente se culpan, y se hacen autores del dicho escrito, porque (aseguran) (sic), le conocen en el trato, giro de palabras y noticia de los autores" (I, 422). En conse-cuencia, como le dice el interlocutor de Espejo, Murillo: "por el estilo de Ud. nadie me lo ha de conocer" (ib). Estas razones dadas para justificar la "variedad de estilos" no son sin embargo, las de mayor peso, aun cuando sean importantes, en particular la segunda. Lo que exige esa variedad deriva de la pretensión por parte del escritor de hacer conocer un universo discursivo, el de su medio y su momento.

Queda de todos modos planteado un problema: el de si por encima de los discursos referidos se alcanza a organizar el propio discurso con su unidad propia, es decir, si la diversidad se da dentro de una unidad de estilo, que vendría a ser la del autor. Esa unidad superior no es la que refleja el "estilo del Dr. Mera" (Espejo), cada vez que habla, sino que está dada por la intención general de lograr la reproducción de una totalidad discursiva social. El matiz crítico (dentro de lo cual está lo satírico) permite esta inserción de lo que no sería el discurso de Espejo con lo que sería el suyo propio. La unidad está lograda.

El estilo, habíamos dicho, no puede ser entendido sin tener en cuenta la forma, mas es necesario recordar -en contra de ciertas líneas del formalismo literario y regresando a la noción clásica de "forma" - que lo estético no es nada más que uno de los modos de manifestación de ella. El esteticismo, que rige muchas veces el análisis estilístico, se queda como consecuencia de un olvido de lo dicho, a medio camino. También la forma (el estilo) se relaciona con el contenido. Es necesario aceptar que hay contenidos que sólo permiten ciertas formas y que forma y contenido se determinan mutuamente. El socratismo exige lo dialógico, aun cuando no se exprese siempre precisamente como "diálogo". De todos modos, la forma dialogal es su modo propio, si bien socratismo y dialogicidad no pueden ser considerados como "forma" en el sentido de fenomenalidad o manifestación. Diríamos que la belleza se nos va hacia adentro, no es ya únicamente lo propio del ropaje, también lo es de la estructura profunda en donde, cayendo en el extremo opuesto, la vieron los clásicos de modo exclusivo.

Tampoco es un hecho casual que el proyecto utópico que hay en Espejo - muy próximo al que vimos en Juan de Velasco, si bien

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ya con otro espíritu - tenga sus desarrollos en los escritos anónimos, en donde se nos muestra beneficiándose de las ambiguas prácticas de la conducta barroca; como no lo es, que el proyecto ciudadano colonial, en contradicción muchas veces con el anterior, se aproxime al modelo ex-presivo de la llamada "narración médica".

Se plantea ahora, si bien en otro nivel, la cuestión de la unidad de estilo. Antes lo habíamos considerado en el interior de un texto como El Nuevo Luciano. Ahora se trata del estilo de este escrito, aceptada su unidad, con el que muestran otros, tal por ejemplo, las Re-flexiones sobre las viruelas, escrito de autoría pública o la Memoria so-bre el corte de quinas, escrito de autoría pública ajena. Lo que divide estos dos grupos de producciones literarias se encuentra en aquellos dos proyectos que ya hemos mencionado. La unidad estará dada en la medi-da en que pueda ser rescatada, en última instancia, la unidad de un ai. tor que expresa en su propia producción intelectual las contradicciones de la sociedad de su época. Para nuestro humanista el "proyecto ciudadano colonial" debía confluir en el mismo espacio del "proyecto ciudadano utópico", mas para que eso fuera posible, habría de generarse dentro del primero el autonomismo, dándose el paso, a la vez, de la "política ordinaria" a la "política superior" (II, 118-121).

El criterio clasificatorio que proponemos pretende hacer posible una ordenación de los escritos de Espejo atendiendo a dos as-pectos que consideramos fundamentales: el modo cómo se ejerce la "voluntad de comunicación" y, en relación directa con ello, los modos de referencialidad discursiva que se ponen en ejercicio. En particular las nociones de "autoría anónima" y "autoría pública" nos ofrecen una clave para desentrañar, precisamente, los modos de referencialidad discursiva puestos en práctica por un sujeto histórico concreto, desde proyectos concretos y lo que podríamos denominar la interacción dialéctica de aquellos modos.

A propósito de la "voluntad de comunicación" - que en buena medida determina los modos como se pone en práctica cualquier "voluntad de estilo" - es conveniente recordar que la época se caracteriza por el florecimiento de una nueva retórica en manos de un grupo social emergente que echa mano de formas misivas diversas y a la vez concurrentes, tales como el mensaje anónimo y el de autoría reconocida. Si nos atenemos a las categorías señaladas por Prieto Castillo, se trata de un juego muy complejo entre mensajes funcionales y disfunciona-

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les. Claro está que la funcionalidad se ha de establecer, en cada caso, en relación con el sistema vigente de comunicación y las vías establecidas para el mismo. No es una casualidad que las formas disfuncionales de comunicación y, en tal sentido, alternativas, tengan su mejor expresión en los escritos que han sido considerados como "literarios", tales, por ejemplo, El Nuevo Luciano o las Cartas Riobambenses. En el caso de Espejo se da, por otra parte, un hecho bastante curioso, en particular si nos atenemos al ciclo de El Nuevo Luciano. En efecto, en éste aparece un intento de elaboración de un mensaje disfuncional y alternativo, pero al mismo tiempo es por entero un intento de consolidación de lo que era el tipo discursivo funcional por excelencia para la época, la oratoria religiosa. El escrito anónimo, forma anómala de mensaje, es utilizado para poder llevar a cabo la corrección de lo que es el mensaje normal im-perante. Por cierto que el mensaje alternativo de Espejo, como sucede sin excepción para todos los escritores, surge dentro de los marcos dis-cursivos vigentes y tiene en función de eso un espacio y una movilidad predeterminados. Por lo demás, lo alternativo no se muestra tanto en los recursos propiamente retóricos, cuanto en los recursos metodológicos dentro de los cuales se insertan aquéllos. Nos referimos concretamente al anonimato y a la sátira. A través de ello se pone de manifiesto el mensaje de un grupo social que lucha por encontrar su propio espacio semántico.

Mas, las formas nuevas de comunicación no sólo aparecen empleadas para confirmar las funcionales, corrigiéndolas a efectos de asegurar su funcionalidad, sino que acaban por valer por sí mismas. Es lo nuevo, utilizado para mejorar lo viejo, que acaba con lo viejo. Tal era, en el fondo, lo que había de revolucionario en esas prácticas iniciales de formas de comunicación disfuncionales para la época. Lo dicho se ve en la audaz empresa de iniciar ese medio radicalmente novedoso en nuestra América de fines del siglo XVIII, la prensa periódica, que contenía potencialmente un nuevo sujeto histórico: la "opinión pública"; otro tanto ha de decirse del género epistolar que abrió las puertas para la expresión de otro sujeto sin presencia literaria, la mujer, aun cuando quien hable en su nombre no sea ella propiamente todavía, sino el "hombre de letras ciudadano" abierto a un universo discursivo que para otros se limitaba a los estrictos marcos de la oratoria religiosa; otro tanto ha de decirse de la forma conversacional, que es asimismo clasificable como manifestación de esa voluntad de encontrar formas alternativas que sirvieran de modo eficaz en los proyectos de reforma y que acaba-

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ron por adquirir peso propio. 85

Si atendemos a las temáticas desarrolladas en los escritos de Espejo podremos proponer, además, esquemas clasificatorios sobre la base de los contenidos. Sin embargo, la clasificación dependerá de un criterio anterior a los mismos a partir del cual se establezcan prelaciones e importancias relativas. Por otra parte, este tipo de clasificación no es necesariamente omnicomprensivo en cuanto no todos los temas son po-sibles de ser seguidos de modo diacrónico a lo largo de las obras com-pletas. Además, algunos de esos temas que en unos textos están y en otros, no, suelen ser de particular importancia. En el caso de Espejo podríamos mencionar, por ejemplo, el de la moral probabilista, que no aparece en los textos "médicos" y, a su vez, no hay desarrollos relacionados con temas de medicina, en los textos "literarios" o "retó-ricos". Surgen por otro lado algunas dificultades. En efecto, ¿por qué clasificar como "texto médico" un escrito en el que el tema central sería el de la medicina social, cuando sucede que ese mismo texto muestra a veces estupendamente aplicados todos los principios de la retórica de la época? ¿No podría entrar, en cuanto "retórica aplicada", en la sección de los escritos retóricos?

De todos modos una clasificación temática puede ser tan útil como otras sobre todo si no partimos de su exclusividad. Justamente atendiendo a esta vía de ordenación de textos habíamos hablado antes de la posibilidad de reconocer dentro de la obra de Espejo ciertos "ciclos". Sobre ellos quisiéramos, pues, decir dos palabras, ya para concluir.

Hicimos referencia, en efecto, a un "ciclo de El Nuevo Luciano " que en su momento dijimos que se muestra integrado por tex-tos anónimos, pero también por un importante escrito de autoría propia pública, la "Dedicatoria" que encabeza el Tratado de lo sublime de Longino.

Si tomamos como criterio clasificatorio anterior a los temas mismos, sobre la base del cual estableceremos un sistema de prela-

Daniel Prieto Castillo. Discurso autoritario y comunicación alternativa. México, Edicol, 1980 (Colección Comunicación). Un valioso texto que muestra la importancia de la creación de la "opinión pública" en el siglo XVHI español, puede verse en la dedicación con la que el P. Isla abre su Fray Gerundio de Campazas, edición citada, tomo I, p-3-6.

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ciones, el papel histórico de reformador que ejerció Eugenio Espejo, po-dríamos proponer tres grandes "ciclos" con sus contenidos caracterís-ticos:

"Ciclo del reformador de las letras y de la profesión litera-ria" (1779-1781), que es el mismo al que hemos denominado antes "ci-clo de El Nuevo Luciano ".

"Ciclo del reformador médico-social" (1785-1792), que incluye principalmente obras como Reflexiones sobre las viruelas, Dis-curso de la Concordia y Primicias y

"Ciclo del reformador económico-político" (1787-1792): Defensa de los curas de Riobamba, Memoria sobre el corte de quinas y Voto de un ministro togado.

Así como el "Ciclo del reformador de las letras y de la pro-fesión literaria" - que sería el que muestra una unidad temática más aca-bada - incluye un texto no anónimo, entre la presentación de las Re-flexiones y el Discurso de la Concordia, circularon las Cartas Riobam-benses, escrito que junto con otras "cartas", entre ellas la "Carta de Erophilia", podrían integrar un ciclo especial por lo mismo que el género epistolar se abre a ciertos temas que no tienen entrada en otros tipos de textos. De hecho, sin embargo, las Cartas Riobambenses constituyen un texto con una temática casi independiente, particularmente nucleada en ellas, en relación con la restante producción literaria de nuestro autor. En verdad esas Cartas están esperando aún su rescate histórico. Por último, cabría notar que el "Ciclo del reformador médico-social" se sobrepone temporalmente con el segundo y se inicia en el mismo año que las Cartas Riobambenses y las posibles Cartas Latacungueñas.

Al lado de una investigación sobre esta noción de "ciclos" que proponemos cabe, por cierto, cualquier investigación temática día-crónica que abarque la totalidad de los escritos.

Conforme con lo que hemos propuesto como clasificación en un primer momento, presentamos a continuación un cuadro con el objeto de que ayude a ver, de manera sinóptica, la inserción de la pro-ducción literaria de Espejo dentro de las categorías propuestas. Como podrá verse se ha eliminado por completo cualquier referencia a "géne-ros literarios", otro criterio clasificatorio del que no hemos hablado y

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que, de todos, nos parece el más incierto y el menos fecundo.86

XII. LA CONCORDIA COMO ELEMENTO DIACRONICO

Una visión diacrónica permite destacar ciertos temas que son constantes a lo largo de todos los escritos de Eugenio Espejo y que se mantienen casi en idénticos términos. Uno de ellos es, por ejemplo, el que con palabra de la época, es denominado "concordia". Se trata de la armonía y de la paz sociales para cuya consecución ha de colaborar el "hombre de letras ciudadano", haciendo de ellas uno de sus objetivos

86 UNA CLASIFICACIÓN DE LOS ESCRITOS DE ESPEJO A. ESCRITOS DE AUTORÍA PROPIA I.

Escritos de autoría propia anónima

1778? Pasquín fijado en Santo Domingo (?) (a) 1779 £1 Nuevo Luciano (I, 267-590) 1780 Marco Porcia Catón (ni, 235-322) 1780? Retrato de GolOla (?) (b) 1781 Ciencia Blancor dina (II, 1-339) 1787 Corto* Riobambenset (I,103-143) 1788? Corte» Latacungueñas (?) (c) 1792 Carta de Erophilia (I, 44-54) 1794 Pasquines de "Las banderitas" (?) (d)

//. Escritos de autoría propia pública

1781 Dedicatoria del Trato de Longino (e) 1785 Reflexiones sobre las viruelas (II, 341-522) 1789 Discurso de la Concordia (I, 63-95) 1792 Primicias de la cultura de Quito O, 3-99) 1795 Testamento (f)

///. Escritos de autoría propia privada (particular u oficial)

1767? Carta a Fray José del Rosario en la que se hablaba de la expulsión de los jesuítas (?) (g) 1780 Carta al mismo, del 3 de marzo (h) 1782 Demanda contra Sancho de Escobar (i) 1785 Correspondencia con Luis de Andramuño (j) 1787 Presentaciones con motivo de su prisión (a Juan José de Vülalengua y José Benito de

Quiroga) (I. 203-216) 1789 Carta a Fray José del Rosario, del 2 de julio (k)

B. ESCRITOS POR ENCARGO

IV. Escritos para otros o de autoría pública ajena

1778 Sermón moral predicado por el Dr. Domingo Larrea, cura de Cayambe, en el Carmen de la Nueva Fundación de Quito, en la profesión religiosa de las Carmelitas, primas de dicho cura (I) 1779 Sermón de los dolores de la Santísima Virgen pronunciado por el cura de Ci-calpa (II)

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básicos. Su presencia permite reconstruir, por lo menos en parte, el sistema de contradicciones y enfrentamientos de los grupos sociales de la época, como asimismo hace posible establecer de modo correcto los lí-

1780 Carta sobre Indulgencias en nombre del P. La Grana (Primera Carta teológica) (I, 217-254) 1780 Panegírico del Apóstol San Pedro pronunciado por ni hermano Juan Pablo en Riobamba (II, 525-542) 1787 Defensa de los curas de Riobamba (III, 1-233) 1792 Memoria sobre el corte de quinas (1,147-164) 1792 Voto de un ministro togado (I,167-199) 1792 Carta sobre la Inmaculada Concepción de María (Segunda Cuta teológica) (I, 571-584) 1793 Panegírico de Santa Rosa de Lima pronunciado por su hermano Juan Pablo en la Catedral de Quito (II, 543-564) 1794 Segundo panegírico de Santa Rosa de Lima (II, 565-588)

ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE LOS TEXTOS MENCIONADOS Los números romanos (I, II y III) hacen referencia a la edición de los Escritos de Eugenio Espejo, de Federico González Suárez, Jacinto Jijón y Caamaño y Hornero Viteri Lafronte. (a) El "Pasquín de Santo Domingo" es mencionado en la declaración que hizo Fray José del Rosario, inserta en la "Petición de Doña María Chiriboga en la cual acusa al Dr. Eugenio Espejo por haberle injuriado gravemente su honor con unos papeles o libelos infamatorios". Quito, 27 de noviembre de 1787. Archivo Histórico Nacional de Bogotá. El "pasquín" fue fijado en la cruz de Santo Domingo de Quito "después del ingreso al gobierno del señor Don José García de León y Pizarro". (b) En cuanto a la "Sátira de la Golilla" o "Retrato de Golilla", etc., el primero que hizo referencia al contenido de la misma fue, como lo afirma Hornero Viteri Lafronte, el Sr. Alberto Muñoz Vemaza en un. importante trabajo aparecido en La Unión Literaria, Cuenca, entregas 4, 6 y 8 de 1913. Cfr. H. Viteri Lafronte. Un libro autógrafo de Espejo. Quito, Tipografía y Encuademación Salesianas, 1920, p. 16-17 y 69. En este lugar Viteri nos hace saber que "El retrato de Golilla" eran "cuatro fojas manuscritas, en cuarto". González Suárez da como un hecho que el autor de la sátira fue Espejo. Cfr. Escritos de Espejo, I, Intr. p. XXXV. Por su parte, el propio Espejo negó rotundamente ser el autor. Cfr. "Causa formada al Dr. Espejo con motivo del libelo infamatorio "La Golilla" del que se dice ser autor". Archivo Histórico Nacional de Bogotá. Milicia y Marina, tomo 143, folios 909-912. (c) Respecto de las que hemos llamado "Cartas Latacungueñas" se las menciona en las declaraciones del Administrador de Correos de Riobamba, Ramón Puyol, insertas en la "Petición de Doña María Chiriboga. . ." etc., ya citada, folio 53. González Suárez afirma que fue en 1788 que estuvo Espejo en Latacunga (Cfr. I, Intr. XVI, nota). Estas cartas fueron escritas en contra del P. Sequeira y de Manuel y Andrés de Vela, todos del asiento de Latacunga. (d) Los pasquines conocidos con los nombres de "banderitas" y la relación que pueda haber tenido Espejo con ellos, ha sido investigado por el historiador Ekkehart Keeding en "Espejo y las banderitas de Quito". Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Quito, vol. LVII, numero 24,1974. (e) La "Dedicatoria al obispo Blas Sobrino y Minayo", que precede a las traducciones de Lon-gino y Thomas, fue publicada por primera vez en las Memorias de la Academia Ecuatoriana correspondiente de la Española. Quito, Nueva Serie, Entrega III, 1923, p. 209-225. (f) El testamento de Espejo fue encontrado y publicado por el Dr. Enrique Garcés en su libro Espejo, médico y duende. Quito, tercera edición. Universidad Central, 1973, p. 315-317. (g) La carta a Fray José del Rosario en la que Espejo daba su opinión sobre los jesuítas expulsos, y que fue destruida por el mismo fraile, es mencionada en la declaración en la que hablaba este sujeto del "Pasquín de Santo Domingo", del que se ha hecho referencia en (a). Según del Rosario esta carta había sido escrita "de inmediato" de haberse producido la expulsión. (h) La Carta del mismo Fray José del Rosario, fechada en Quito el 3 de marzo de 1780 fue publicada por primera vez en La Revista Ecuatoriana y reproducida por Enrique Garcés en

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mites dentro de los cuales proponía Espejo un cambio para la sociedad de su época. Es importante no olvidar que la constante prédica en favor de la "concordia" se llevó a acabo teniendo como telón de fondo la larga lucha campesina indígena cuyos alzamientos - ignorados sistemática-mente en los escritos de Espejo - han sido estudiados tan fructíferamente por Segundo Moreno Yánez. 87

El Nuevo Luciano (1779) se abre con una declaración según la cual es necesario superar los "ídolos de la nacionalidad" (I, 262), referencia directa al enfrentamiento de "criollos" y "chapetones" y se cierra con una invocación en favor de los "vínculos" de la sociedad (I, 566), habiendo declarado antes como "aborrecible todo vicio que se opone a los estrechos vínculos con que se enlaza la sociedad y los rom-pe" (I, 324). Un espíritu semejante rige en el Marco Porcio Catón (1780). En éste se satiriza a aquellos críticos que se han esforzado por determinar si el autor de El Nuevo Luciano es "europeo" o "america- su obra ya citada, p. 45-46. (i) La "Demanda contra Sancho de Escobar" se encuentra depositada en el Archivo Flores de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Cfr. González Suirez. Escritos de Etpejo, II, Intr. p. XVIII. (]) Las cartas que hemos titulado "Correspondencia con Luis de Andramuño", incluye otra a Mariano Monteserrln. Han sido publicadas por primera vez por Samuel Guerra Bravo en la revista Cultura del Banco Central del Ecuador, número 10, 1981, p. 225 y sgs. (k) La Carta a Fray José del Rosario del 2 de julio de 1789 la publicó Alberto Muñoz Vernaza y la ha reproducido Enrique Garcés en su libro ya mencionado, p. 56-57. O y 11) Los sermones indicados con las letras mencionadas se encuentran, junto con los restantes sermones atribuidos a Espejo, en un códice que menciona González Suárez, titulado: Sermones varios escritos por el Dr. Espejo. Cfr. Escritos de Espejo, I, Intr. p. LXX-LXXII. El ultimo de los sermones citados, el del cura de Cayambe, del año 1778, de muy particular importancia para el tema de la mujer en Espejo, lo ha publicado por primera vez Carlos Paladines Escudero •» su libro £1 Pensamiento ilustrado ecuatoriano, ed. Corporación Editora Nacional y Banco Central del Ecuador, 1981, p. 315 y sgs. El Banco Central del Ecuador ha hecho una edición facsimilar de Primicias de la Cultura de Quito 1981, 125 p. que va acompañada de un estudio preliminar del Dr. Samuel Guerra Bravo "Primicias de la cultura de Quito y su incidencia en la historia del Ecuador" (p. XI-XXV) y tres importantes y útilísimo» índices onomástico, toponímico y de materias.

87. La temática de la "concordia" tiene larga data en la historia institucional ecuatoriana y se relaciona, particularmente durante el siglo XVII y parte del XVIII, con las disputas de las órdenes religiosas en defensa de privilegios. Cfr. José María Vargas. Historia de la cultura ecuatoriana Quito, Casa de la Cultura, 1965, p. 194-197; del mismo autor: La Cultura de Quito colonial. Quito, ed. Santo Domingo, 1941, cap. titulado "Escritura de concordia", p. 56-59 y también del P. Vargas. Polémica universitaria en Quito colonial (textos). Quito. Pontificia Universidad Católica del Ecuador y Banco Central, 1983 (Biblioteca San Gregorio, 2). El problema de la concordia se planteó asimismo con motivo de los avances del regalismo y el consecuente enfrentamiento entre Iglesia y Estado. Al respecto, cfr. el libro de Hernán Malo González. Pensamiento universitario ecuatoriano, ed. cit., textos del obispo Pérez Calama sobre la concordia entre Iglesia e Imperio, p. 161 y 169-170, etc. Segundo Moreno Yánez. Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la Colonia. Quito, Universidad Católica, 1978. El Dr. Moreno Yánez tiene en preparación una obra semejante sobre las sublevaciones correspondientes al ligio XVII, que aparecerá en la Biblioteca San Gregorio.

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no" (III, 249), dando a entender que se encontraría por encima precisa-mente de los "ídolos de la nacionalidad".88

En la Ciencia Blancardina (1780), Espejo nos da la defini-ción de lo que es un "reino": se trata de una "familia", "toda ella vin-culada y reunida entre sí con los lazos de la fraternidad" (II, 121) y que tiene, en ultima instancia, un origen sobrenatural en cuanto que dentro de ella "proceden de un padre común (a saber Dios) el príncipe y el va-sallo, el señor y el esclavo" (Ibidem). Por lo demás, el vocabulario del buen predicador ha de ser, dentro de esa "familia", el de la "reconcilia-ción" (II, 153-154).

La "Dedicatoria" con la que se abre la traducción del Tra-tado de Longino (1781), habla de la "concordia" y de la "bien acertada armonía" y subraya la importancia que los estudios tienen como "pro-fundo cimiento del inmenso edificio de la Religión" y, a su vez, la im-portancia de ésta "como el apoyo y sustento que asegura la conservación del Estado" (Entrega Di, p. 212-222). Ya vimos páginas atrás el fuerte rechazo de los movimientos sociales promovidos por los caudillos iletrados y el populacho.

En las Reflexiones sobre las viruelas (1785) Espejo nos da la definición de la noción de "pueblo", recurriendo a textos de las Leyes de Partida conforme con los cuales es "el ayuntamiento de todos los hombres comunalmente", incluyendo "los mayores, los medianos y los menores", pues, todos son necesarios porque se han de ayudar unos a otros, para que puedan vivir bien, ser guardados y mantenidos" (II, 359 nota. Texto castellano antiguo). Todo se ha de hacer de tal modo que se establezca, dentro de ese espíritu de concordia "la cadena del vasallaje" (II, 360). En las mismas Reflexiones se define la "vida" como una "armonía" en el intercambio de líquidos y sólidos, concepto que luego es extendido metafóricamente a la sociedad, entendida como un organismo que posee su propia "sangre": la moneda. De su circulación adecuada, universal y armónica conforme el lugar social y la necesidad de cada uno, depende la felicidad y la paz del Estado (II, 430 y 443.444).

Toda esta prédica en favor de la armonía social alcanza su

88 Sobre la temática de los llamados "(dolos de nacionalidad", ctr. la nota 51 correspondiente al cap. de este libro, titulado: "El hombre de letras y la plebe".

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más importante desarrollo en el célebre "Discurso de la Escuela de la Concordia" (1789) que constituye, como sabemos, uno de los textos más extensos que integran las páginas de las Primicias de la cultura de Quito (1792). "No desmayéis: - dice en el "Discurso" - la primera fuente de vuestra salud sea la concordia, la paz doméstica, la reunión de personas y de dictámenes. Cuando se trata de una sociedad, - se refiere a la de los Amigos del País - no ha de haber diferencia entre el europeo y el español americano. Debe proscribirse y estar fuera de vosotros aquellos celos secretos, aquella preocupación, aquel capricho de nacionalidad, que enajenan infelizmente las voluntades. La sociedad sea época de reconciliación, si acaso se oyó alguna vez el eco de la discordia en vues-tros ánimos" (I, 71-72).

Los célebres "Sermones", en particular el "Primer Sermón de Santa Rosa" (1793), respiran el mismo espíritu y con mayor fuerza. El pueblo francés, que ha quebrado la armonía social, es calificado con los términos más duros. Es "el monstruo más horrible que ha abortado el abismo" (II, 562-563). Santa Rosa es el numen que habrá de salvar a la Nación Española de las atrocidades desencadenadas por los enemigos del orden, de la paz, de la religión. Santa Rosa es el símbolo americano de la concordia, en función de la cual ella implora "desde el cielo la sempiterna unidad del Estado y de la Iglesia, el perpetuo enlace de las colonias con la Metrópoli, la perfecta armonía del indio con el español. .." (II, 563-564).

Esta constante prédica por la concordia - que la hemos se-guido diacrónicamente a lo largo de doce años, a saber de 1779 a 1793 -se relaciona como puede verse de las últimas palabras citadas, muy es-trechamente, con lo que podríamos llamar una "doctrina de la colonia" o "teoría de la colonia". Otros dos temas resultarían sumamente interesantes de ser rastreados del mismo modo: uno de ellos, la idea de la monarquía y las declaraciones monárquicas y el otro que podría ser entendido como una especie de "teoría de la cultura" y que se desarrolla sobre los ejes de "civilización" y de "barbarie". Sabemos los interro-gantes que estos temas - permanentes dentro de la literatura de Espejo, aun en los escritos anónimos - han planteado y plantean y, lógicamente, no puede haber un análisis que se precie de objetivo si no se parte de un relevamiento de los mismos. Tampoco su correcto sentido ha de buscar-se, como dijimos en un comienzo, en una posible hipocresía o duplici-dad. Esta última se da, mas no quiebra la unidad de la obra y se mueve

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por lo demás, en otro plano. 89

Sin embargo, a pesar de esa prédica por la concordia, como objetivo político permanente y visible, la misma aparece condicionada. Hay, evidentemente, un proyecto declarado de acuerdo de clases: con-cordia entre el indio y el español y, a su vez, dentro de éste, entre el es-pañol europeo y el español americano, pero hay también una posición manifiesta en favor de los últimos, los "criollos". Este hecho es el que habrá de determinar el sentido del "proyecto ciudadano colonial", como proyecto francamente autonomista en manos de los españoles ame-ricanos, lógicamente, dentro del marco de la monarquía, la que no apa-rece en ningún momento cuestionada.

No es un hecho casual que la simpatía por el hombre "crio-llo" (el español americano, que se consideraba además "blanco") sea tema importante en las páginas de El Nuevo Luciano, escrito anónimo, como asimismo que este escrito haya sido considerado por las autoridades peninsulares de la Audiencia de Quito, como antiespañol. 90 Espejo aparece incorporado abiertamente, como ya lo hemos dicho, a la fracción americana y, a su vez, dentro de ésta, a un grupo de la nobleza criolla local que puede ser considerada como "progresista"dentro del marco colonial de la época. Monárquicos autonomistas que mantenían vivo el primitivo proyecto de los "reinos" de los Áugsburgos y que acabarían por adherirse a las doctrinas de una monarquía constitucional. De ahí la presencia permanente en Espejo de su rechazo de la "calumnia de Amé-

89 En este sentido nos resulta ciertamente desafortunadas las palabras de Enrique Garcés, en ni libro en otros aspectos tan valioso, de acuerdo con las cuales "Cuando (Espejo) le pone el nombre de "Escuela de la Concordia" a su famosa sociedad, él había querido decir: "Club Revolucionario para declarar la discordia a España". Espejo, médico y duende, ed. cit. p. 54.

90 "El Nuevo Luciano, de que éste (Espejo) se jacta de ser autor - decfa el Presidente de U Audiencia de Quito, Villalengua - es un verdadero plagio de escritores muy conocidos, de los cuales se tomó la osadía y atrevimiento con que increpan a nuestra Nación, contrayendo sus sátiras a sujetos aquí muy conocidos y de clase muy diferente a la de Espejo" (Cfr. I, Inte. p. XXXVIII, nota). La referencia a Verney (el Barbadiño) no puede ser más clara.

Otros aspectos interesantes de la polémica entre "criollos" y "chapetones" pueden verse en III, 286 (en donde Espejo pone en boca de los españoles europeos su despecho contra los criollos que les negaban "bello espíritu", "piedad", etc.

Vale la pena tener presente que el P. Isla en su Fray Gerundio rechaza muy duramente al Barbadiño, acusándolo de "antiespañol". (Cfr. obra citada, tomo I, p. 22-24). La simpatía de Espejo por el Barbadiño deriva precisamente de ese antiespañolismo. El rechazo de Séneca y de Lucano en Espejo, que es tema ciertamente interesante, se relaciona con la pretendida figura "española" de esos dos escritores latinos. De alguna manera senequismo y lucanismo han sido formas de "españolismo". El rechazo de Lucano se debe asimismo a la admiración que su hipérbole despertó entre los escritores barrocos. (Cfr. 1,288; 290; 297; II, 21 etc.). Rechazo de Séneca. (Cfr. I, 297; II. 147-148, etc.)

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rica", que exigía necesariamente también la defensa de la humanidad in-dígena. Otra línea política no surge de los escritos conocidos de Espejo, aun cuando las autoridades españolas llegaran a ver en él - en particular luego de los graves acontecimientos ocurridos en Francia - una especie de peligroso jacobiano. Toda esta problemática muestra distintos de-sarrollos y matices diferenciales en los escritos anónimos y en los de au-toría pública y confirman, desde el punto de vista de la temática, la cla-sificación de los escritos que hemos propuesto.

El Nuevo Luciano refleja la autoconciencia de un hombre que ha alcanzado una madurez política, fruto sin duda del creciente poder económico y social, frente al funcionario español advenedizo que tenía en sus manos el poder administrativo y cuidaba celosamente del poder político. La concordia sería posible, dentro de esta situación, cuando los elementos que la dificultaban - ese estamento intermediario entre el hombre criollo y la corona - fueran desplazados. De ahí las formulaciones ciertamente chocantes de una monarquía absoluta con la que concluye, en una de sus etapas, el monarquismo del grupo criollo. 91

Este hecho no impide suponer, como hemos sostenido en el capítulo primero de esta parte dedicada a Espejo, que de haber vivido los años turbulentos posteriores a su muerte, hubiera dado los pasos ideológicos que vimos se dieron en sus parientes y amigos que le sobrevivieron.

En El Nuevo Luciano el "criollo" aparece avergonzando al "español" por su mayor saber (I, 277); aventajando incluso al "español" en el uso de la misma lengua castellana (I, 296); como hombre de "ingenio" desarrollado y despierto (I, 300-301); capaz de aprender len-guas extranjeras (I, 303); se transcribe el discurso de un "chapetón" que desprecia al criollo considerándolo "bárbaro" porque no practica las costumbres de España, porque "En saliendo de España, Señor mío, no hay cosa buena. . ." (I, 319-320). Frente a esto dirá Espejo, que el "bello espíritu" es patrimonio de todas las naciones y el de los criollos "ha tenido panegiristas extranjeros que lo celebren" (I, 330); hace "burla contra los españoles vulgares, que niegan a los criollos doctrina, el que puedan adquirirla, y aun la nobleza de talentos" (I, 320 nota). No con-tento con la fuerte andanada contra el español europeo, que aparece

91 El asombro que muestra González Suarez trente al monarquismo de Espejo (que cora» hemos visto aparece en él limitado como consecuencia de sus tesis anti-voluntaristas), contrasta curiosamente con la afirmación del mismo obispo, para quien en pleno siglo XIX, la imagen de Carlos V era "sagrada". (Cfr. Historia General de la República del Ecuador. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, tomo ni, 1970, p. 399).

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como un intruso prepotente, ignorante y vanidoso, dirá que vienen "infinitamente más mal formados en el gusto de la elocuencia que nues-tros criollos", a tal extremo que a los "chapetones" da "compasión verlos y oírlos" (I, 329); más aún, esos "chapetones" son unos señores "dis-gustados y avinagrados" (I, 320); son todos unos "afrancesados", unos "galicados" (I, 330-331), acusaciones que implicaban una imputación más de fondo, la de que la impiedad no se había originado en América ( I, 428);92Por algún motivo, la santa que expresaba para los hermanos Espejo el principio mismo de la Nación Española, no era justamente española, sino americana: era Santa Rosa de Lima. Declara que los "chapetones" estaban atrasados en filosofía, mientras que los criollos se encontraban a tono con el verdadero saber. Aquéllos se ocupaban de "distinciones entre predicados metafísicos", mientras que éstos se interesaban "acerca del modo de deponer el error, de desterrar las preocupaciones, de sacudir los malos hábitos" (I, 344), es decir que mientras los españoles estaban aún en la vieja escolástica, los criollos eran ya ilustrados. Frente a quienes "juzgan que los criollos tenemos - dice Espejo hablando como "criollo" en nombre propio y en nombre del grupo social al que estaba integrado ideológicamente - cerrado con cal y canto el entendimiento" (I, 550), nos habla con el más manifiesto desprecio "De España, de donde salen regularmente a peregrinar por las otras naciones, y a mendigar en ellas luces, los españolitos que logran padres de nacimiento y de alguna comodidad" (I, 359-360). En fin, no se salvan ni las "chapetonas", las que no pueden servir de modelos a las criollas, porque usan "modas perniciosísimas" (I, 556-557).93

92 En España ha habido herejes (I, 277), mientras que Quito "es ciudad exenta de toda novedad peligrosa" y el "lenguaje libertino" que ha comenzado a escucharse proviene entre otras cosas de que "hay ciertos libritos de Voltaire y de otros impíos, que genios indiscretos o poco religiosos, los han traído de España" (I, 428). La impiedad, lo mismo que las enfermedades venéreas (la sífilis, en particular) han venido de España (II, 453). Conforme con todo esto. Espejo acaba contraponiendo lo« "libertinos europeos" a "los mundanos de las Indias" (II, 577). No cabe duda que la Contrarreforma, cuyo impacto ideológico en nuestra América fue grande, se justificaba sin embargo históricamente más en Europa que en América. Años más tarde, Juan Montalvo dirá que entre nosotros no ha habido, ni "guerras de religión", ni "cismas", ni "herejías" y que todqs estos han sido "males" europeos. Cfr. El Cosmopolita. París, Garnier, 1923, tomo II p. 345. Tuvimos los americanos sin embargo algo que ver con procesos ideológicos progresistas en España: "La repatriación de comerciantes y negociantes residentes en América junto con sus capitales, introdujeron una mentalidad liberal radicalizada por lecturas de Rousseau, Voltaire y otros autores". (J. Jutglar. Ideología» y clases en la España contemporánea (1808-1874). Madrid, Cuadernos del Diálogo, 1973, p. 63).

93 Espejo consideraba un error ir a estudiar a Salamanca. El mismo rechazo se encuentra en el obispo Pérez Calama, que había estudiado en aquella Universidad. En 1886, Juan Montalvo decía, por su parte, que "Quito ha sido la Salamanca de la América del Sur". (Páginas desconocidas. Ed. Casa de Montalvo, Ambato, 1968, tomo II, p. 207).

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Espejo refleja de modo claro el desencuentro de las dos fracciones de la clase gobernante, enfrentadas internamente, la de "crio-llos" y "chapetones". Si nos atenemos a su toma de partido, en verdad, llamarle "el indio Espejo" o el "mestizo Espejo" o el "zambo o zambaigo Espejo" (que todo eso se le ha dicho), no es lo más acertado. Por lo pronto, no fue indio, sobre todo si entendemos por tal a alguien integrado en una etnia, que mantiene su propia cultura y que pertenece a una determinada clase social, más que a otras; mas tampoco fue "criollo" en el sentido de "español americano" o hijo de españoles nacido en Indias. Fue sin duda alguna "mestizo" y alguien le ha llamado con acierto "el genial mestizo", mas, lo fue con la plenitud de sentido de nuestro mestizaje, en cuanto que malamente podríamos definir su ser mestizo ateniéndonos a sus caracteres somáticos conocidos. Ideológicamente y como una de las expresiones más acabadas de una humanidad en ascenso se alió, como lo hemos dicho repetidas veces, con el sector progresista de la clase terrateniente "criolla" y hasta se llegó a sentir en algún momento como "blanco". Unido con los criollos, integrantes de la aris-tocracia, se enfrentó, como "criollo" a los "chapetones", lo cual no sig-nifica que no sufriera en carne propia y de modo ciertamente cruel el desfasamiento social en que se encontraba tanto frente a unos como a otros. 94

XIII. LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

Vamos a concluir la segunda parte de nuestro estudio sobre el humanismo ecuatoriano del siglo XVIII, dedicada a Eugenio Espejo, ocupándonos de su filosofía del lenguaje.

Este aspecto de su pensamiento permitirá acercarnos a otros temas que merecerían capítulo aparte. Ahora bien, todos ellos, de un modo u otro, suponen una filosofía del lenguaje que ahora quisiéramos ver en sus lineamientos generales. Ya hemos dicho que se puede distinguir en Espejo, lo mismo que en Velasco, entre un "proyecto colo-nial" y un "proyecto utópico", aun cuando el planteo de ambos no sea estrictamente el mismo. En Espejo, la problemática "poblacional" ha

94 Gonzalo Zaldumbide, en abierto rechazo de quienes hablaban de Espejo como "indio" -dentro de autores influidos por la literatura indigenista - y desde su posición dirá que Espejo fue "español": "Fue español más genuinamente que indio y mas español que cosmopolita, aun después de sus supuestas o reales lecturas y "meditaciones" de los Enciclopedistas y otros autores". (En torno a Espejo, ed. dt., p. 93). El hispanismo de Zaldumbide nos permite adivinar una carga semántica particular en su uso de la palabra "español".

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desaparecido y lo utópico se nos presenta integrado en el "proyecto ciu-dadano". Mas, no es el caso tratar este aspecto aquí, al que únicamente dejamos señalado. De todas maneras no podremos dejar de lado lo "utó-pico" que es momento sustancial de la problemática del lenguaje y, más aún, decisivo para la comprensión de los otros niveles en que aparece, a saber el social y el político.

Otro tanto deberíamos decir de la filosofía, la que no se reduce en Espejo a una filosofía del lenguaje, pero que en todos sus de-sarrollos supone a ésta como momento de muy particular importancia. La polémica contra el probabilismo, sobre la que se trata de dar nuevas bases para una teología moral y una ética, la filosofía de la medicina, y con ella una cierta filosofía de la naturaleza, no serían adecuadamente entendidas si no partimos de la problemática del signo en relación con los diversos lenguajes y con la importante cuestión de la "lectura". Ya vimos de qué manera en Juan de Velasco la filosofía de la naturaleza se apoyaba en un "literalismo" y cómo su obra se resolvía en el muy par-ticular valor que se concedía a la cuestión del lenguaje en cuanto medio de expresión de una realidad social concreta, la de la humanidad de América.

Del mismo modo, toda la polémica literaria de Espejo con-tra el culteranismo de la época, como una de las últimas manifestaciones del barroco, y, en particular, lo que entiende por "crítica literaria", se apoya en una manera de entender el valor de la palabra en cuanto signo. No escapará la importancia que tiene en todo esto aquella "filosofía de la medicina", con la que nació la semiótica en nuestras tierras y cuyos primeros pasos se encuentran en escritores como Espejo.

Por lo demás, los mismos principios sobre los que se orga-niza la crítica filosófica contra el probabilismo y la crítica literaria contra los géneros expresivos de la época, en particular el sermón y el encomio fúnebre, son los que fundan la crítica social en sus principales ma-nifestaciones, tanto en los escritos anónimos, como en los de autoría pública. Podríamos decir que todo se resuelve en Espejo tal como lo an-ticipamos en el Cap. V, en una cuestión de "lectura" de una realidad, lo que no vendría a ser novedoso ciertamente, pero que sí lo es en la medida en que nuestro autor se planteó la cuestión misma de esa "lec-tura". El campo en el que la ejerció fue, por lo demás, sumamente am-plio y abarca prácticamente los aspectos más importantes de la sociedad de su época, incluido necesariamente el económico.

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Con todo lo que venimos diciendo no pretendemos reducir la posición de Espejo, desde su punto de vista teórico, en una simple cuestión de lenguaje. Mas, en cuanto que hay en él una clara conciencia del problema del lenguaje como mediación, resulta claro que sus análisis de la sociedad se organizan sobre el complejo y difícil problema del va-lor del signo. En última instancia es el problema de la "objetivización" lo que está en juego. Por eso mismo, lo que podemos llamar una "filosofía del lenguaje" supone algo más amplio, una filosofía acerca de los signos en general, una semiótica, y a su vez, una filosofía del lenguaje pro-piamente dicha, toda vez que no hay signo que no se resuelva, en última instancia para nosotros, en la palabra. Juego constante de prioridad y posteridad de la semiótica y de la teoría del lenguaje hablado, como parte de aquélla y a su vez como el lugar en el que se decide la misma, dada la particular función de la palabra sonora como lugar inevitable de convergencia de todos los sistemas semióticos.

Toda esta problemática, que ha de ser mostrada en sus mo-mentos explícitos e implícitos - en cuanto que sería absurdo hablar de un Espejo como "semiólogo" o como "lingüista" - tiene como trasfon-do la afirmación de un sujeto histórico que ha tomado conciencia plena de su papel de tal y que, del mismo modo que vimos se presentaba en Juan de Velasco, lucha por el reconocimiento de su propia "voz", a partir, lógicamente de un autorreconocimiento. Y en esto, la posición de Espejo se nos presenta como una expresión de ese amplio proceso de humanismo que describimos, en sus líneas generales, en el primer capí-tulo con el que hemos abierto esta obra.

Frente a los planteos del humanismo barroco, este nuevo humanismo significó el paso, tal como lo dijimos desde un comienzo, de una "conciencia de temporalidad" a una cierta "conciencia histórica". El tiempo comienza a tomar sentido de historia, por lo mismo que lo que interesa de modo exclusivo no es el destino ultraterreno del hombre, sino la suerte terrena de una comunidad dentro de la cual se ha dado el fenómeno de un grupo social emergente que lucha por ocupar el lugar social que entiende le corresponde por derecho propio. De ahí una serie de contradicciones inevitables, como es la de respaldar esa comprensión histórica de la temporalidad en una primacía del significado respecto del significante, acusada la sociedad barroca de haberse quedado en el nivel del segundo.La emergencia social habrá de impulsar hacia un saber al que podríamos considerar como "positivo", y por eso mismo, expresado mediante un lenguaje más "científico" que "literario". De ahí la

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osada y atrevida tarea de encontrar los modos de superar aquella me-diación que mencionamos y la postulación del "literalismo", tanto en Velasco como en Espejo, que los lleva a los dos al ámbito de la utopía, en relación estrecha con un regreso al cristianismo de los primeros tiem-pos.

La presencia de lo antropológico, como el punto de partida hacia lo trascendente, - movimiento que habíamos dicho caracteriza al humanismo y lo diferenciaría de la fórmula escolástica tradicional re-forzada en la época del barroco - se pone de relieve justamente en lo que podría ser entendido como una teoría del discurso. Ella se elabora a propósito de la crítica del saber retórico vigente al que se pretende ha-cerlo regresar a los ideales de la "elocuencia" del barroco moderado francés del siglo XVII.

Paradojalmente todos estos aspectos que estamos señalando se dan a la par del hecho de una pérdida de "conciencia lingüística". El paso de la universidad misional a la universidad hacendaría, en cuya atmósfera se mueve el saber de Espejo, llevó a un alejamiento de las len-guas vernáculas y un regreso a las lenguas clásicas. El fenómeno tiene estrecha relación con el proceso social emergente de la población indí-gena que se puso de manifiesto con el gran alzamiento de Túpac Amara y que fuera, como sabemos, sangrientamente reprimido. Podría resultar contradictorio el hecho de afirmar que en Espejo hay una filosofía del lenguaje - en el sentido que le hemos dado de momento teórico verte-brador de su pensamiento - y a la vez sostener que se produjo en su época una pérdida de la "conciencia lingüística", hecho dentro del cual se encuentra el propio Espejo. No podríamos decir lo mismo de Juan de Velasco quien, en su interés por mostrar una humanidad americana ca-paz de nominar su propia naturaleza, adopta una actitud de respeto y valoración del lenguaje vernáculo indígena prolongando de esta manera uno de los matices del humanismo renacentista.

Aquel hecho aparentemente contradictorio que habrá de caracterizar este humanismo en emergencia y que se ve de modo claro en Espejo, es sin embargo congruente. Responde al fuerte aristocratismo de una clase social que no se sentía identificada ni con los grupos espa-ñoles europeos, los administradores coloniales, ni con la población indí-gena. Y responde también a un momento en el que esa misma clase so-cial resuelve abandonar las formas ambiguas del lenguaje que habían ca-racterizado al barroco para colocarse en el plano de las formas expresi-

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vas directas. Se trata de un paso del lenguaje del claroscuro, al de la "luz", o del "siglo de las luces", aun cuando aquel claroscuro se mantu-viera vigente en algunos recursos literarios e inclusive en ciertos momentos del desarrollo de la nueva teoría de la palabra.

Tanto Juan de Velasco como Eugenio Espejo se nos mues-tran renunciando al lenguaje alegórico y metafórico que había caracte-rizado al barroco, mas este rechazo no se nos presenta en el mismo sen-tido. La línea demarcatoria se encuentra, digámoslo otra vez, en el pro-blema de las lenguas vernáculas. Si el lenguaje barroco jugó con el signi-ficante, alcanzando con ello una riqueza que se trocaría para sus impug-nadores en una pobreza, el nuevo lenguaje buscará desplazar el peso del signo hacia su contenido significativo. Esta tendencia conduciría al man-tenimiento de la quiebra de la interna unidad del signo, lograda en este momento mediante una inversión de la fórmula barroca. Y este hecho de la quiebra de aquella unidad, consecuencia en el barroco de la primacía del significante, y en la ilustración, de la primacía del significado, era justamente lo que no se había roto en este aspecto, con la tradición rena-centista. Juan de Velasco se nos presenta por esto, y a pesar de su recurso al literalismo, dándonos la respuesta correcta al problema mismo del valor del signo, lo que hizo posible que en él no se llegara al divorcio entre un "lenguaje culto" y las lenguas vernáculas. Como contraparte, aquella quiebra invertida, especie de anti-discurso, que fue la problemática lingüística del humanismo ilustrado en Espejo, conduciría a un intento de radicarse en una lengua culta por encima de las formas vivas del lenguaje, fueran ellas las del castellano popular hispanoamericano, fueran, y con mayor razón, las de las lenguas indígenas. La secreta búsqueda, utópica por cierto, del viejo ideal de una lingua universalis, era la negación y la muerte de todo lenguaje vernáculo.

Otros elementos propios del primitivo humanismo perdu-raron, pero fuertemente condicionados por una nueva situación histórica. En efecto, reaparece el ideal del trilingüismo, pero ahora sobre la base exclusiva de las "lenguas cultas" con las que se expresaba el saber de "ciencia" de la época, saber científico en el que nada tenían que hacer las lenguas indígenas; reaparecería de la misma manera aquel "imperialismo lingüístico" que, de modo ambiguo, coexistía en un Nebrija con su valoración de lo vernáculo en cuanto expresión de particularidades "nacionales". "Imperialismo" asumido ahora por la aristocracia criolla y un cierto estamento social medio, mestizo, sumado a ella, que le llevaría a afirmar que la única vía de conseguir que la población campe-

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sina saliera de la "barbarie" y pudiera ser realmente considerada como integrada por "subditos" del monarca, era la de hacerle olvidar los len-guajes vernáculos americanos. Esto aun en aquellos casos en los que la exigencia de homogeneidad cultural - que estuvo siempre en la base del "colonialismo clásico" - se la entendiera como un modo de "defender" y "ayudar" a esos pobres y miserables campesinos sumidos en la ignoran-cia, actitud que ha sido uno de los antecedentes de lo que acabaría, de modo bastante paradójico, denominándose "indigenismo" a fines del siglo XIX.

De esta manera, mientras Velasco, miembro de la aristo-cracia criolla terrateniente, intenta desde la historiografía crear una "conciencia histórica" de su propia clase incorporando a la "memoria nacional", como momento de la misma, la alta cultura incaica Espejo, que se autodefine como "hombre de letras", pretende dar las bases de otro aspecto que esa misma clase terrateniente necesitaba - aun cuando él, integrado ideológicamente a esa clase, juegue un papel ambiguo - la de un "saber científico" de la realidad social del presente, con lo que da las bases para la elaboración no de un saber historiográfico, sino social. Mas, esta otra necesidad teórica de la clase en emergencia, elimina de su proyecto toda idea de incorporación de una cultura, la indígena, que acaba por ser desplazada e ignorada. Una vez más, el paso de Velasco a Espejo nos muestra el paso de un humanismo todavía cercano a algunos ideales del primer humanismo, el paternalista, hacia el de esa misma cla-se que pone ahora como condición abierta y expresa de su emergencia el mantenimiento de la estructura de dominación del campesinado. Sin embargo, aquella exigencia de organizar una "memoria nacional" se habrá de mantener vigente, mas ahora se intentará alcanzarla sobre otras bases, las mismas que más tarde se desarrollarán cuando se pase de la colonia a la república.

La contraposición entre el barroco y la ilustración, se dará típicamente como un caso de inversión discursiva que habrá de conducir a la elaboración de un anti-discurso, más que a la formulación de un discurso contrario. Un discurso opresivo, reemplazado por otro discurso opresivo en el que se ha invertido la escala axiológica a partir de un cambio de sujeto. Históricamente se trataba de reemplazar al español-europeo por el español-americano, como futuro e inmediato heredero del poder social y político. El desplazamiento discursivo se encontraba jus-tificado, por lo demás, en un hecho de verdadero peso, el poder econó-mico: la propiedad del suelo y del campesino fijado a él, que no estaban

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precisamente en las manos mismas de la administración colonial, sino a través de sistemas impositivos. El papel de ésta se encontraba reducido a un sistema de extracción más bien indirecto y de controles políticos y jurídicos de una riqueza no explotada inmediatamente por ella.

De ahí el curioso dualismo que muestra una obra como El Nuevo Luciano de Quito, que se encuentra organizado sobre la base de la contraposición discursiva barroco-ilustración: frente a un retórica pomposa y vana, una nueva retórica que se organiza sobre el concepto de lo "sólido" y que desplaza la función del convencimiento hacia otro nivel (Conversación III); ante una estética del "mal gusto", otra, la del "buen gusto", propia de los "bellos espíritus" (Conversación IV); dos filosofías, dos metafísicas, dos físicas, como enfrentamiento entre nominalismo y realismo (Conversación V); dos teologías, la meramente "especulativa", frente a la "erudita" y por eso mismo "científica" (Conversación VIII); dos morales, la viciosa y débil de los probabilistas y la que deriva de una teología dogmática restablecida y de la "ética"; contraposiciones que tienen todas, sin excepción, como trasfondo de-claradamente expreso, dos filosofías del lenguaje y, con ellas dos teorías acerca del signo, la barroca del claroscuro y la ilustrada de lo claro y dis-tinto. Ya no se trataba de "disputar sobre los signos", como meros signi-ficantes sonoros, sino de ir a la raíz misma del signo, traspasándolo y poniéndonos en el lugar del sentido, restableciendo de este modo su ver-dadero valor, mas, tal como hemos dicho, descoyuntándolo desde otra perspectiva.

Curiosamente, este neo-clasicismo - tal el caso concreto de Eugenio Espejo - no se desprendería totalmente del barroco, en cuanto se nos presenta tal como lo hemos señalado en su lugar, apoyándose en autores que integran lo que se ha considerado como "barroco moderado" francés del siglo XVII: Bouhours, Bossuet, Pascal. Por cierto que en este llamado "barroco" la teoría del lenguaje no alcanza a quebrar la fuerte tradición clasicista francesa.

Si tuviéramos que caracterizar, una vez más, las diferencias y coincidencias del humanismo barroco y el ilustrado hispanoamerica-no, podríamos hacerlo a partir de las contraposiciones "aristocracia-de-mocracia" y paralelamente, las de "participación-marginación". El pro-blema deberá, sin embargo, ser visto desde diversos planos en cuanto que las categorías mencionadas se dan de hecho tanto en uno como en el otro humanismo. Así, desde el punto de vista de la "democracia", en

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el sentido de un grupo humano que se considera "pueblo" y que en cuanto tal pretende tener parte en la cosa pública, el humanismo ilustrado se nos presenta como un intento de "democratización" de las relaciones humanas, que se relaciona directamente con un proyecto de saber entendido como herramienta imprescindible para una nueva forma de vida social de carácter "participativo'. Por su lado, el barroco, en sus mejores expresiones, se nos muestra fundado en un tipo de saber "aris-tocrático" o elitista, en cuanto que todo había de ser desentrañado desde el "enigma" en el que estaba encerrado el "sentido" sobre el cual se desplegaba de manera vegetal y exuberante el universo de las represen-taciones. Un doble juego, que ya hemos señalado, de ocultamiento-ma-nifestación, del que si subrayamos lo primero y sobre todo, si pensamos en el sujeto que posee la clave para captar el nivel manifestativo desde lo oculto, es sin duda una posición de tipo aristocrático o de minorías cultas. Mas, como contraparte, dado aquel nivel de manifestación, resultaba - aunque ello sea paradójico - abriendo las puertas a un saber del vulgo y la plebe podía sentirse identificada consigo misma, en.su humanidad, en la ambigüedad del barroco. Este "vulgo" (fuera o no el que integraba propiamente la "plebe") es el que no tendrá acceso por su propia cuenta al saber "democrático" de los ilustrados, el que, también de modo un tanto paradójico, pretenderá apoyarse en una ciencia universal, al alcance de todos, pero en manos de pocos. Y de esta manera, el "democratismo" y el "participacionismo" ilustrado venían a presentarse como un "elitismo" y una "marginación".

Desde el punto de vista de la tradición metafísica del Occi-dente vienen a ser ambos humanismos dos expresiones paralelas, aunque contrapuestas, en las que la diferencia se encuentra en el problema central de aquella metafísica, a saber el de la relación entre "presencia" y "manifestación", mas siempre, - de un modo rebuscado e indirecto en el barroco y de una manera directa y simplificadora en los ilustrados - como eje sobre el cual se desarrollan ambos. En los dos tiene vigencia una "metafísica de la presencia" - de modo expreso en los segundos - y son manifestación, cada uno a su modo, del tradicional logocentrismo sobre el que se ha organizado la cultura europea.

El tránsito del barroco a la ilustración sólo podríamos en-tenderlo si lo colocamos en el momento social en el que se da el paso del uno al otro. En ambos se encuentra, como transfondo, la necesidad de expresar el ejercicio del poder, primero, en una sociedad que se sentía integrada y jerárquicamente establecida ya para siempre y luego, en esa

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isma sociedad en el momento en el que una clase social emergente in-tenta establecer un nuevo tipo de integración y de juego interno, aun cuando las jerarquías no sean puestas en duda. La "representación", a la que dio tanta importancia la sociedad barroca era expresión, precisa-mente, de una integración social en la que había acabado la sociedad co-lonial hispanoamericana de los siglos XVII y XVIII, que ahora había co-menzado a mostrar fisuras.

La nueva clase social emergente se plantearía, pues, la cuestión en los mismos términos propios del logocentrismo, mas, tratando de eliminar el nivel de representación que borraba de alguna manera la "presencia". El hecho de la representación barroca, como expresión de una sociedad colonial "consolidada", provocaba el deseo de la "presencia" y, por eso mismo, un replanteo radical en lo que se refiere al saber y a las formas de transmisión del saber. De esta manera, el "deseo de presencia" de que habla Derrida, se nos muestra claramente, más allá de su planteo ontológico o simplemente psicológico, como un fenómeno claramente social. Nuestros ilustrados para desenmascarar las formas ocultas de un logocentrismo no encontraron otra salida que plantear un logocentrismo abierto y poner a su servicio, de esta manera, el núcleo ideológico mismo de la tradicional metafísica de Occidente. De ahí que hayamos dicho antes que el nuevo discurso haya sido elaborado como el "discurso en lugar de" otro discurso, es decir, como "antidiscurso".

Ahora bien, si dentro de las formas textuales, la más alejada de la "presencia", es la "escritura" (y podríamos considerar al barroco como un gigantesco esfuerzo por encontrar las más diversas formas de "escribir", mediante una creación casi inagotable de sistemas de códigos de lectura de las diversas "escrituras"), la respuesta del humanismo ilustrado será la de postular un regreso a la "escritura ontológica" de la que se ha hablado desde Platón casi hasta nuestros días. Se habrá de repetir la antigua paradoja, una vez más, de hablar de una "lectura" de la "presencia", cuando sucede que toda la lectura implica mediación y la "presencia", sólo metafóricamente puede ser "leída". De ahí la rea-parición de la metáfora de los "discursos escritos en el alma" de los que se nos habla en el Pedro, en donde la "escritura" es y no es escritura.

Tal es la problemática que ofrece aquella dualidad que se-ñalamos como uno de los aspectos más propios y filosóficos de El Nue-vo Luciano de Quito y de la obra de Espejo en general, a la que ahora trataremos bajo este aspecto.

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Sus ideas acerca del lenguaje muestran, como decíamos, un regreso al siglo XVII y se relacionan con las doctrinas de Port Royal y la no bien disimulada simpatía que tenía con escritores considerados jan-senistas, entre ellos muy particularmente Pascal y Arnauld. Un "barroco moderado" que mantenía vigentes de modo muy fuerte aspectos propios del clasicismo.

Conforme con esta procedencia es evidente la pretensión de Espejo de alcanzar lo que en el siglo XVII se llamó "une langue bien raisonnée". Tal lenguaje no era pensado como una libre creación, sino que partía del supuesto de que era posible un regreso a lo que serían las fuentes de todo lenguaje, que en Espejo aparece como un "lenguaje pri-mitivo" manifestado en una "textualidad" o "texto originario", al que habrían estado cercanos los grandes escritores de la antigüedad pagana, particularmente Cicerón y los cristianos de los primeros tiempos, tanto los que pusieron por escrito la palabra sagrada en el Nuevo Testamento, como los que les siguieron, los Padres de la Iglesia.

Hay, pues, para Espejo, un "texto", al que podríamos llamar "profundo" en el que se encuentran expresados el "lenguaje de la naturaleza" y el lenguaje de los Libros Sagrados. Y hay textos derivados, que pueden o no corresponderse con aquel nivel profundo y en los que se pone de manifiesto la peligrosa movilidad semántica de los signos.

Comencemos por lo que él denomina "la palabra de Dios escrita" que es "el origen, la raíz y el fundamento" en que debe estar apoyado el saber teológico (I, 387). Surge claramente que Espejo se topa aquí con un grave problema. Por una parte reconoce lo que él denomina "la santa primitiva institución que tiene la divina palabra" (I, 513-514), mas, por otro lado, esa "palabra" no deja de ser tal y puede, por tanto, ser motivo de diversos tipos de "lectura". En resumen, la "palabra de Dios escrita" no deja de ser una mediación de algo que está por detrás de ella, el Verbo. ¿Cómo salvar la dificultad? Pues, rechazando la "lectura" y contraponiendo a ésta el "estudio", es decir, una actividad muy particular en la que se resuelve para él el saber eclesiástico, y que consiste en el conocimiento de lo establecido en particular por los Padres de la Iglesia "depositarios fidelísimos de la tradición" (I, 412), y en la práctica de la oración que nos abre a la "iluminación" como momento inseparable y consustancial. De esta manera traspasamos la mediación de la "palabra de Dios escrita" y podemos colocarnos ante el Verbo. De

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ahí que afirme que la fórmula debe ser "Estudio e inteligencia de los Padres, y no lectura" (II, 107) y que nos diga que no sea lo mismo "leer que estudiar". . . "La inteligencia de la Escritura - agrega - viene (si se ponen los medios de alcanzarla) especialmente por favor del cielo; y por-que el Espíritu Santo quiera que al que medita las divinas letras, y es su fiel siervo, comunicárselo graciosamente" (II, 109). La gracia es, pues, aquello que nos permite superar el escándalo de la "escritura sagrada" que por el mismo hecho de estar escrita se interpone entre nosotros y el Verbo. La escritura sagrada supone, conforme con todo esto, una "au-sencia" que puede ser horadada o traspasada, y convertirse en "presen-cia". De ahí que afirme, pues, que "en contentarme con hacer una mera lectura de los Padres, y en omitir su estudio, cometería una falta intole-rable" (II, 108 y 110), como sería caer en herejía, por otra parte, ejercer un "simple estudio" que pretendiera prescindir de los Santos Padres y afirmara que el "sentido no está ligado al sentido de los Padres" (ib).

De todas maneras, aun cuando contrapone Espejo la "lec-tura" al "estudio", en la medida en que se está delante de un "texto es-crito", no deja de haber "lectura". En ese plano de consideración, surge la contraposición entre la "lectura literal" y la "lectura alegórica", "me-tafórica" e "hiperbólica", en pocas palabras, la lectura del barroco y de la escolástica ergotista propia de) mismo. Todo lo cual se relaciona, a su vez, con la cuestión de la "voluntad" y de la "libertad" que se ponen en juego en el acto de "leer".

Para poder entender el trasfondo ontológico del planteo que nos hace Espejo en relación con el problema "palabra de Dios escrita - Verbo", es necesario partir de la distinción clásica entre "significado" y "significante", que se encuentra claramente implícita en todos estos desarrollos. Bien se ha dicho que esa distinción, mucho antes de aparecer como una explicación de la naturaleza del "signo" en la lingüística contemporánea, está en la raíz misma del logocentrismo típico de la metafísica de Occidente. Por de pronto, tal como se ve en Espejo, hay entre uno y otro, una relación de "anterioridad-posteridad" de tipo ontológico. El "significado" como una de las "caras" del signo tiene un correlato absoluto que aparece, en el signo - en la palabra oral o escrita - "envuelto" en el significante. Y mirado el problema desde el punto de vista de los grafemas, hay una escritura anterior a toda escritura, pa-radójico "signo" que se resuelve en significado puro. En este momento, la "escritura" es entendida no como el arte de dibujar signos en un papel, sino como la presencia eterna de las verdades en una conciencia, en

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la que aparecen establecidas más allá de toda voluntad. Allí están "es-critas" en el sentido indicado. Las "esencias" es decir, los "significados" poseen fijeza e inmutabilidad. Son Verbo, en cuanto "palabra", pero no muestran la movilidad de la "palabra" del hombre, y por eso mismo es-tán "escritas". Y aquí se nos produce un hecho bastante curioso: el Verbo (palabra), en cuanto "verbo" es "voz", la "voz de Dios", pero en la medida en que esa "voz" supone la presencia de la esencia, en cuanto el Verbo es también ratio, se nos presenta como "escrita".

De ahí que haya en Espejo una distinción entre dos tipos de 'Voces" de la Escritura: aquella que surge en el acto sonoro de leerla a la que define como "el solo sonido de la voz de la Escritura" (I, 499) y otra voz, que no es "sonido" y que también es "voz" de esa misma escritura. Quedarse en la primera significa cometer un "abuso", una transgresión: la de dejarnos llevar por la movilidad significativa de los significantes.

Si tenemos en cuenta los dos tipos de "voces" señalados y lo que nos dice en otros textos acerca de la "oscuridad" de las Sagradas Escrituras, nos encontramos que Espejo afirma la existencia de tres ni-veles: uno primero, el del mero sonido; otro segundo momento en el que estamos frente a "la palabra de Dios escrita", tal como nos la trans-mitieron los Apóstoles y guardaron los Santos Padres "depositarios fi-delísimos de la tradición" (I, 412) y, más allá, como horizonte insonda-ble, una "profundidad oscura", la del signo que no es signo, pero que es fundamento de todo signo: "Las Santas Escrituras tienen pasajes her-mosísimos y sublimes, que hacen la grandeza, sensible a la razón que los escucha. . .Así - dice, luego de poner varios ejemplos inspirados en Lon-gino - la divina palabra escrita, encierra un fondo admirable de pensa-mientos profundos, esto es, sublimes y enérgicos con vehemencia. Y así mismo - agrega - envuelve cierta profundidad oscura, difícil, ininteligible, que no alcanzará ni penetrará la más elevada, perspicaz y activa inteligencia humana. Hay misterios, hay arcanos, para cuyo conocimiento es indispensablemente necesario el don que comunica el Divino Espíritu. Vean Uds. las dos especies de profundidad que hallo en las Santas Escrituras" (II, 94-95). Se trata de una primera "profundidad" alcanzable por la razón, en la medida que el "sentido" se da como parte del signo (la palabra sonora o la palabra escrita), y otra, fuera de su alcance por lo mismo que no posee soporte significante y es puro significado. Se trata del "Verbo", voz sin voz, lenguaje que no es lenguaje, ya que para nosotros, no hay lenguaje que no se apoye en un sistema de signos; "len-

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guaje" por lo demás que aparece como "hablado", pero que a su vez está "escrito".

Hay, por otra parte, una vía que hace posible que las "dos especies de profundidad" se nos muestren conjugadas. Ella será la de la renuncia de lo sonoro, la afirmación de una monosemia y de una univocidad, la reafirmación de la prioridad ontológica del significado sobre el significante, todo ello gracias a la posibilidad, ciertamente utópica, de la "lectura literal". El mismo escándalo del Verbum, en cuanto "voz sin voz", queda superado. "La Santa Escritura, manejada en sus sentidos obvios y literales" permite, en efecto, mostrar que la revelación "no vul- ñera a la razón", (II, 137). La razón misma, si no cae en los abusos a que la puede conducir el acto de transgresión que significa olvidar que hay una "escritura originaria", no tiene por qué escandalizarse de aquella "profundidad oscura" que es, en última instancia, el Verbo (el Logos), ahora visto como "ratio".

¿Estamos en este momento ante otro de los aspectos ba-rrocos del pensamiento de Espejo? Ya sabemos que la mentalidad y, más aún, la sensibilidad barroca, dieron una particular fuerza al juego de luces y de sombras, de claridad y oscuridad, en el que oscuridad y sombras tenían primacía. En la decoración de interiores, por ejemplo, en el caso de los retablos, el elemento "oscuro" se lleva la mayor fuerza del conjunto y aun en las fachadas de los edificios, que gozan de luz solar, se introdujo el "enigma" (el jeroglífico) desde el cual se había de "descifrar" el sentido total de la fachada y con lo que el elemento "oscuro" se mantenía como fundamental. Ya hablamos de la Iglesia de la Compañía de Quito y de sus "jeroglíficos". Ahora bien, el juego barroco de "luz y sombra" no se presenta quebrando la estructura elemental del signo y aparece en todo momento jugando de modo expreso y consciente con el valor propio de los significantes que son, justamente, los que nos abren a la ambigüedad, no como disvalor, sino como valor expresivo. Si tenemos en cuenta lo dicho, lá^profundidad oscura" de Espejo, contrapuesta a un primer plano de luz, como dos planos visibles en la Escritura no es ya propiamente barroca, en cuanto que todo parte de una quiebra distinta del signo fundada ahora en la desconfianza y rechazo de la representación y de los significantes en general. Lo dicho queda confirmado si pensamos en que para el barroco el "literalismo" era no sólo imposible, sino también absurdo y tenemos que darle, por cierto, la razón, aun cuando aquel "literalismo" tenía plena justificción histórica como vía de expresión de un grupo social emergente que pretendía es-

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tablecer su propio discurso.

Conforme con lo dicho, Espejo polemiza con los "blancar-dos" (los gerundios) sobre el sentido que estos le daban a lo "profun* do" y lo "oscuro". Para nuestro autor, en un primer nivel, lo "profundo" es equivalente a lo "sublime" y este no es ajeno a una comprensión racional; en el otro nivel, lo "profundo" está más allá esa comprensión, mas no por el ropaje de los significantes, sino porque es, simplemente, sentido puro y es por eso mismo una profundidad "luminosa". Lo "os-curo" de los gerundios es, sin más, un nivel de "sombras" que es siempre el nivel de los significantes, valiosos por su sonoridad, su color o su forma sensible: "Por qué no diré - pregunta - que esta sombra es propia y característica de los Blancardos (gerundios), que viven en sombras, andan en sombras y vegetan como troncos elevados para la sombra?" Por donde resulta que la "profundidad", oscura de una oscuridad confusa, le parecía equivalente a la de los "abismos del Tungurahua" en erupción en aquellos años, "abismos cuya profundidad asombra y turba la vista" (II, 92; 101; 104; 106).

Ya vimos cómo Espejo contraponía el "estudio" a la "lec-tura". Ahora bien, de todos modos aquel estudio suponía inevitablemente una "lectura" cuyo sentido, en la medida que resultaba legítima, está dada por el papel que se asigna a la voluntad y, junto con ella, a la libertad. Históricamente la posición de Espejo se organiza sobre el re-chazo del voluntarismo y su firme posición dentro de la línea del esen-cialismo tal como se había expresado entre los modernos. Era en este sentido una quiebra de uno de los aspectos que había hecho del primer humanismo, el que hemos denominado "paternalista", una posición abierta hacia la humanidad del indígena, que en la segunda mitad del si-glo XVIII ha comenzado a borrarse como presencia. "El énfasis de Las Casas y de Mendieta en el voluntarismo - dice John Phelan - el postulado básico de la preeminencia de lo bueno sobre lo verdadero y la primacía de la voluntad sobre el conocimiento, era un reflejo de la tradición filo-sófica forjada por los grandes franciscanos doctores del escolasticismo, San Buenaventura, Juan Duns Scoto y Okkham". 96 La "conversión pacífica" de la población indígena sólo era posible a partir de una de-cisión voluntaria de esa población. El rechazo del voluntarismo, en la etapa de este "humanismo emergente" preparaba las bases teóricas del

John Phelan. El Reino milenario de los franciscano! en el Nuevo Mundo. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1972, p. 140.

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"despotismo ilustrado" monárquico o republicano, y la clase criolla te-rrateniente buscaba la justificación de su futuro poder social en particular respecto de la población indígena servil. Tal es, en este aspecto, el trasfondo de la filosofía del lenguaje que vemos en Espejo y que explica algo para algunos inexplicable, su defensa de una monarquía absoluta. No es, pues, extraño, que la fórmula más clara del anti-voluntarismo de Espejo se encuentre en el "Sermón de Santa Rosa", que para González Suárez era "inexplicable".96

Desde el punto de vista teórico la teología de los escolásti-cos quiteños contra los que polemiza Espejo se le presentaba como "vo-luntarista" y, por eso mismo, como "nominalista". El probabilismo en-contraba su justificación en aquel voluntarismo de Dios, de acuerdo con el cual tenía primacía el querer sobre la razón, la existencia sobre la esencia. Nominalismo que favorecía, además, el "conceptismo" - "que es aun mucho peor que la misma ignorancia" (II, 140) - definido como un juego de la razón impulsada por la imaginación o por la fantasía, esta "loca" que cuando se convierte "en la única obrera, y el solo artífice de la oración" es el fundamento de la falsa retórica (II, 147); y, por otra parte, hacía posible algunas tesis políticas, tan graves como las heréticas, concretamente, la del regicidio (I, 408). No cabía, pues, otra cosa que frenar esa "libertad" con la que se definía a los "libertinos" (no sólo a los probabilistas), a los que parece referirse precisamente cuando habla de "católicos libertinos" (I, 382), contener ese "genio curioso" y "vivo" que tenía como consecuencia "sacar de sus quicios al sentido literal" (I, 420).

Esta posición de Espejo explica su simpatía por Santo To-más - incorporado eclécticamente y bajo la influencia del modo como lo había restablecido Bossuet (I, 381; Cfr. p. 369 y en particular la nota

96 Respecto de la posición de Espejo frente a la "monarquía absoluta" ya hemos señalado que, tal como la pensaba, no suponía "libertad" d'&Tmbnarca respecto de ciertos principios sobre los que se funda la asociación humana, del mismo modo que no implicaba "libertad" de Dios, dentro del típico anti-voluntarismo en que se encuentra. En el Sermón de Santa Rosa, la limitación tanto de Dios como del monarca, es claramente señalada: "Así es cosa evidente que en toda la redondez del mundo, qué digo] en todo el Reino de Dios, que abraza su inmensidad, no hay condición libre, ni ser alguno independiente. Dios mismo es todopoderoso y de infinita libertad para el bien, es limitado y de ninguna aptitud para el mal y el vicio. Sigue indefectiblemente el orden que desde antes de los cielos estableció su Providencia; sus leyes son inmutables, y Dios mismo se sujeta a sus decretos eternos. Luego, los reyes están ligados inviolablemente a la ley imprescriptible de la justicia; luego los pueblos están sujetos a la cadena indisoluble del orden publico y de los estatutos fundamentales de la sociedad" (II, 556). El antivoluntarismo era la garantía teórica contra los posibles excesos de la monarquía, como lo era asimismo contra los del "pueblo" e inclusive de la Iglesia.

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del "autor anónimo", es decir Espejo) - en contra de la tradición fran-ciscana escolástica, que de alguna manera había hecho de trasfondo de las formulaciones anteriores del humanismo para la cual la verdadera omnipotencia de Dios radica en su Logos como Verbum y no como Ra-tio y aparece en consecuencia colocado por encima del orden del Ser y no subordinado a él. Frente a esto el Dios de Santo Tomás era pensado como un ser de razón, lo que sería muy del gusto de los modernos, en-candilados con el "esprit géometrique" y proclives a buscar un posible fundamento teológico de su determinismo mecanicista. Y este es, precisamente, aun cuando con sus propios matices, el ámbito dentro del cual se mueve el pensamiento de Espejo.

Mas, no podríamos hacernos una idea completa de este an-ti-voluntarismo si no consideráramos el modo como aparecen asumidos dentro de Espejo algunos temas fundamentales del pensamiento carte-siano. Para ello es necesario partir de algunas de las diversas connota-ciones que tiene el cogito, ergo sum. En Descartes, la voluntad se juega en el plano de la existencia, mas no en el plano de las esencias y en esto no es voluntarista al estilo de aquellos teólogos de los que hablamos an-tes. La tesis de Leibniz de que las esencias son en la inteligencia de Dios, mientras que las existencias proceden de su voluntad, es cartesiana. Conforme con ella, el sum de la fórmula, si es entendido como existo, no es ajeno a un ejercicio de la voluntad por parte de un ego que se mueve en el plano de la existencia, aun cuando su objeto sean las esencias. Esto explica la posterior interpretación que hará Maine de Biran en quien la fórmula cartesiana aparece como un voló, ergo sum. En este pensador, que tanta importancia tuvo en la reformulación del cartesianismo dentro del esplritualismo del siglo XIX, la experiencia íntima de la libertad es un acto constante de afirmación del yo y, en tal sentido, el sum depende de un cogito volente. Pero, en Maine de Biran esto se queda en el plano de la existencia y, por eso mismo, el voló no se aparta del cogito cartesiano aun cuando desarrolle uno de sus matices implícitos.97

Ahora bien, si el sum de la fórmula es entendido como ser (sum-soy) y no como existir Csum-existo), aquel matiz de voluntad re-

97 Maine de Biran decía: "je veur, j'agU, done j'exiite" y no "done Je mis". (Cfr, Hemin Malo González. El hábito en la ñloiofía de Feüx Ravaiston. Quito, Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1976, cap. "Los maestros de Ravaisson", p. 25 y sgs.)

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sulta desplazado y acentuada la participación nuestra respecto del Ser, es decir, de las esencias. La actividad del ego se convierte en el acto de "leer" la "escritura originaria" y el voló, ergo sum se transforma en un lego, ergo sum; de la voluntas se ha pasado a una lectio, hecho com-prensible si se tiene en cuenta que los cartesianos no se apartaron del platonismo en lo que se refiere a la prioridad de las esencias respecto de las existencias y renovaron, cada uno a su modo, las viejas metáforas del "libro escrito en el alma" y del "libro de la naturaleza". Lógicamente que cuanta mayor claridad y distinción hubiera en el acto fundante de lectura, mayor fuerza adquiría el momento existencial o de autoafirma-ción del ego.

Por otro lado, ese aspecto volitivo que presenta el sum en cuanto existente, visto desde el hecho del logocentrismo y del europeo-centrismo, nos permite señalar otra de sus contradicciones, el de la vo-luntad de poder, de dominio no sólo de la naturaleza, sino también de todos aquellos hombres que la cultura europea, como ya se ve clara-mente en Descartes, había colocado en ella. Sabemos que "el buen sen-tido es la cosa del mundo mejor distribuida" y que "el buen sentido o la razón es naturalmente igual a todos los hombres", mas, sucede que no todos saben aplicarlos correctamente. De ahí que haya hombres capaces de aprovechar ese don universal y otros incapaces, respecto de los cuales se justifica una relación de dominio. El voló, ergo sum ha quedado especificado de esta manera como un dominor, ergo sum. Descartes, con una nueva mentalidad, venía a prolongar el ego de un Cortés o de un Pizarro.

¿Cómo aparecen asumidos estos aspectos en la obra de Es-pejo? Su posición no es, evidentemente, la de un cartesiano "ortodoxo" y se encuentra condicionado de modo muy claro por el empirismo propio del Siglo de las Luces. Mas, no es por esta vía por donde se han de buscar los matices que ofrece lo que podría llamarse el "cartesianismo" de Eugenio Espejo. Todo responde en él a las exigencias que surgían de su posición de reformador social, ya fuera como filósofo, como médico o como político. Las doctrinas aparecen, en función de esto, manejadas atendiendo a una realidad concreta, histórica y revelan en él aquella nueva conciencia de temporalidad que, según dijimos, diferencia al hu-manismo ilustrado del barroco. Por otra parte, no se puede obviar la ambigua posición de este representante de una clase social emergente en lucha por ampliar los escasos márgenes de su poder político y, a la vez, decidida a defender aquellos aspectos de los códigos sociales en vigencia

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que resultaban ser una garantía para el ejercicio futuro de aquel poder político. Y así, mientras Espejo, como médico, a pesar del mecanicismo, se abría a una nueva comprensión y valoración del cuerpo humano, y como político utilizaría el ego cartesiano en favor de la afirmación de una comunidad humana concreta, el Espejo filósofo rechazaría la utilización de la duda metódica en la medida que podía quebrar aquellos códigos a los que nos referimos antes. Otros aspectos que reflejan las contradicciones de clase podrían ser señalados, mas, baste con lo dicho.

Es posible señalar tres momentos de la problemática carte-siana en los escritos de Espejo. Temporalmente, el primero, es el que surge de los dos Nuevos Lucianos (1779 y 1781) y que es el que nos in-teresa más directamente para la cuestión de una filosofía del lenguaje; otro hay luego, que podemos verlo en las páginas iniciales de las Re-flexiones sobre las viruelas (1785) y un último, el que abre asimismo las páginas del periódico Primicias (1792). Podríamos decir que en el primer momento el que habla es el filósofo, así como en los otros son, su-cesivamente, el médico, preocupado por una medicina social y el político, angustiado por la situación "literaria" de su patria.

En el escrito médico sobre las viruelas resulta evidente la importancia dada al cuerpo humano, cosa que no ha de extrañar si se tiene en cuenta que es el que en forma más evidente padece las "injurias" de la enfermedad. En líneas generales podríamos decir que frente al cartesiano tradicional se ha producido una nueva manera de valorar tanto la corporeidad como la sensibilidad que es propia del cuerpo, a tal extremo que se llega a hablar de una "evidencia" primera, dada en el ni-vel de los sentidos, que es justamente la de nuestro organismo físico.

"Entre tantos y tan innumerables entes que cercan al hombre - dice - su cuerpo es el primero que se le descubre. . ." (II, 343), Palabras que expresan el reconocimiento de una evidencia propia de los sentidos, cuya importancia para el conocimiento no ha sido suspendida metodológicamente. Es como si dijéramos: corpas habeo, ergo sum, en donde el matiz semántico de "existencia" que implica el verbo ser se aproxima a la noción menos abstracta de "vida". En efecto, ese existir del cuerpo implica un acto de voluntad que es la voluntad de vivir, la que se manifiesta en el hecho de querer apartarnos de los peligros, buscar los medios de subsistencia y huir, en general, de todo lo que nos causa molestia y dolor (II, 344). De esta manera podríamos decir que

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desde el punto de vista médico se rescata el elemento voluntarista del sum.

Mas, en donde la problemática cartesiana aparece clara-mente reformulada y asumida es en las páginas iniciales de las Primicias. El hecho de que tanto este escrito como el anterior comiencen sus primeras líneas planteando el problema de la evidencia primera, muestra la típica exigencia de raigambre cartesiana de organización de un sistema. Mas, como en el caso anterior, esa primera evidencia resulta ser asimismo la de los sentidos, con la novedad ciertamente importante, de que en un segundo momento metodológico aquella evidencia quedará asumida en la del "espíritu" a la que enuncia señalando analíticamente los dos valores semánticos del cogito cartesiano: Yo pienso: luego existo, luego tengo ser. (I, 16). Esta reformulación explicitante del cogito, ergo sum no es casual y responde claramente al modo como se lleva a cabo la asimilación del cartesianismo.

En este caso, lo que interesaba a Espejo no era el "cuerpo humano" sino el "cuerpo político" (I, 10), es decir, la sociedad, una sociedad concreta, histórica, la quiteña, cuyo nivel "literario" (en el sentido de cultura o de civilización) pretendía analizar y al mismo tiem-po reordenar. Y para esto había dos recursos metodológicos y científicos que ofrecía Descartes, por una parte, la "suspensión" y, por la otra, la síntesis final lograda sobre la base de un principio unificador que permite "simplificar las relaciones de las cosas". Ese principio es el cogi-to en la forma que ya dijimos es enunciado. De ahí que proponga en un primer momento partir de una "suspensión" o duda metódica: ". . . . querría que Quito - dice - para venir a dar al lleno de la cultura y civili-zación, juzgase que estaba en el último ápice de la rudeza primitiva, donde no puede hallarse ni un átomo de luz; y que desde este estado te-nebroso quiere hacer los debidos esfuerzos para dejarle" (I, 15). De lo que quede como "sólido" luego de esa suspensión, se proyectará el deber ser social del cuerpo político sobre la base de un principio superior, el de un sujeto que se reconoce como existente y como esente.

Y así como respecto del "cuerpo humano" se había hablado de una voluntad, otro tanto se hará en este caso respecto del "cuerpo político". Se ha de partir de una autoafirmación la que inevitablemente habrá de darse acompañada de un autoconocimiento. De ahí que afirme que "el conocimiento propio es el origen de nuestra felicidad" (I, 15-16). Es evidente que tanto el médico como el político afirmaban

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el valor existencia! del cogito y su sentido de voluntariedad.

Cabe ahora que regresemos a aquel primer momento que podemos ver en los dos Nuevos Lucianos aun cuando sus planteos se proyectaban a toda la obra escrita de Espejo. Allí el reformador social no se enfrenta con las enfermedades epidémicas, sino con ciertos personajes que eran los que precisamente justificaban que se hablara de un estado de "rudeza primitiva" no como momento metódico, sino como hecho real: los pretendidos "hombres de letras" que habían llevado al hu-manismo barroco a sus más repudiables y despreciables formas. El ata-que de Espejo contra el barroquismo no tendrá el sentido de una defensa de lo que tal vez hubiera podido reconocer como rescatable del barroco, sino que será mucho más de fondo. Se trataba, como hemos dicho, de dos lenguajes, dos comprensiones del saber en buena medida irreconciliables.

En este momento y en estrecha relación con la problemática del lenguaje, el anti-voluntarismo implícito en el pensamiento cartesiano adquirirá toda su fuerza y, a su vez, se producirá una fuerte impugnación de aspectos del cartesianismo que se habían generalizado en el seno de la retórica culterana, en particular, el recurso a la duda metódica. Diríamos que todo lo que aparecía como aspectos positivos del cartesianismo de la época en manos de los ideólogos de los grupos so-ciales emergentes, se revierte en este momento en una serie de posiciones teóricas que sólo pueden ser entendidas a cabalidad si pensamos en aquella actitud de reserva y hasta de temor ante una posible pérdida del control social, se obtuviera o no el poder político.

El ejercicio de la duda metódica no debía alcanzar lo sa-grado y, en tal sentido, la prueba de la existencia de Dios desde un cogi-to absoluto no sólo era inútil, sino que además resultaba impía. En las páginas iniciales de Primicias, en efecto, pareciera sostener la prueba tanto de la existencia como de la esencia divinas a partir de la idea de orden, una de las conocidas vías tomistas. Se trata en este caso del orden que se pone de manifiesto en las sensaciones mismas, cuya evidencia es afirmada (I, 15). Por otra parte, Dios es verdad de fe, es aquello que constituye "el secreto vivo" de la "conciencia" (II, 140).

Por eso afirmará en el último texto citado que "aprender a dudar" no es propiamente "instrucción" y acabe rechazando el recurso retórico del suspenso tal como se practicaba en los pulpitos en cuanto

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que "... es querer (como solicitaba Renato Descartes, que se dudase de toda existencia, de todo ser, aun del divino, por un instante; para venir después, por el carácter del propio pensamiento, a inferir su propia sus-tancia y ser: ego cogito, ergo sum). . ." (I, 526-527).

Es evidente que la generalización de recursos de origen car-tesiano dentro de la oratoria sagrada, como es éste de la duda, tenían relación con categorías barrocas tal como las de la vida entendida como "sueño" y el mundo como "teatro" o "representación".

Frente a esto afirmará Espejo que hay una Verdad que no necesita de tales recursos para ser poseída de modo claro y distinto. Afirmación sobre la que apoya la superación de las desconfianzas carte-sianas respecto del mundo y de las sensaciones con las que entramos en inmediata relación con él. Si la evidencia primera de los sentidos (el cuerpo) puede ser colocada a la par de la evidencia primera del "espíritu" (el alma), ello se debe a que se parte de una Verdad que está más allá de toda suspensión.

En consecuencia, el cogito no aparece como evidencia abso-luta, aislada, punto de partida exclusivo, sino como un nivel superior de evidencia que permite la síntesis de las evidencias sensibles y, por tanto la organización del saber científico. ". . . cuando a las impresiones que recibe por los sentidos las desenvuelve, las califica, las designa, por lo que valen, en una palabra las discierne y clarifica en un orden y un grado que hagan constar, que él las (sic) dio acogida señalada en su espíritu, y lugar preeminente a su observación, dimana una colección, diremos así, orgánica de conocimientos, y de ellos el sistema magnífico y brillante de ciencia y artes" (1,12).

En contra de los dialécticos de la época que en su pasión por la lógica escolástica caían - como muchos de los positivistas lógicos de nuestros días - en una confusión entre pensar y método de pensar, Espejo afirmará que aquella función de síntesis - sin negar la necesidad de atender al problema del método - es obra del intelecto. Porque el pensar, si bien es provocado por la sensación y necesita reglas (lógica), no "puede depender ni de esa lógica. . .o de ver tales y tales objetos. De-pende de la naturaleza misma del entendimiento, cuya esencia es el pen-samiento, según Cartesio" (II, 194).

Sobre estas bases teóricas Espejo se lanzará a rechazar el

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modo de ejercer la función judicativa por parte de los probabilistas que tenían como uno de sus recursos fundamentales el de la "suspensión del asenso" y caían, en sus argumentaciones, en el abuso de los recursos que les ofrecía la inagotable lógica escolástica. Frente a ellos se declarará "verista". Yo añadiría - dice luego de haber afirmado la necesidad de apoyarse en la tradición - y aconsejara el estudio de la verdad: porque en buscarla consiste la meditación de la Ley, y quien la medita la halla y la observa. En lo cual digo, desde luego, el juiciosísimo proyecto del üus-trísimo trinitario y Obispo de Guadix, Fray Miguel de San José, que lo establece admirablemente en su obra intitulada Estudio de la Verdad. Debemos, pues, los eclesiásticos - agrega - buscarla con el mayor empe-ño, cuando ocurren dudas y oscuridades en los asuntos morales; y lejos de llamarlos o probabilistas o probabilioristas, o tuicioristas y antipro-babilistas, darnos el honroso título de veristas, o indagadores de la ver-dad. .. " (I, 481-482).98

¿Cuáles son las consecuencias del "verismo" para la teoría del lenguaje y de los signos en general? Para responder a esta pregunta se ha de tener muy en cuenta el rigorismo moral y la exigencia de cien-tificidad del conocimiento en relación directa con él. La postulación de una "lectura" directa, dentro de los términos del "literalismo" y la afir-mación de que el "entendimiento" es capaz de percibir de modo claro y distinto gracias al "espíritu geométrico", marcan de modo muy fuerte los límites y posibilidades del ejercicio de la "voluntad".

No en vano se había producido el hecho del barroco contra el que polemiza, en el que la "lectura" había perdido la dignidad que exigía el esencialismo, por lo menos vista la cuestión desde aquel rigo-rismo moral impugnador de una sociedad a la que se acusa de decadente. De ahí que el voló se convierta en el peligro de toda "lectura" en

98 La obla a la que se refiere Espejo es: Ave María Purísima. Estudio de la Verdad contra el demasiado aprecio de la opinión. Muéstrase

¡a obligación y necesidad que tiene cada uno en su propio estado a buscar la verdad, del modo posible, para vivir honesta y virtuosamente. Es obra muy útil para establecer la libertad verdadera de los hijos de Dios y examinar qué solidez tenga la que ofrecen los hombres, en el uso de ¡as posibilidades. Su autor el R Padre Fr. Miguel de San José. E.P. H. de la Sagrada y Celestial Orden de Trinitarios Descalzos, Redentores de Cautivos, natural de Madrid, Lector que fue de Prima Teología en su Colegio de la Universidad de Alcalá y al presente Secretario General de su Religión. Interrógate de semitis antiquis, quae sit vita bona, et ambulate tn ea. lerem., cp. 6. Minoris peccati est sequi malum, quod bonum putaverunt, quam non audere defenderé quod bonum pro certa moveris. D. Hieronym., in Proemio ad Diálogos advers. Pelag.

Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta de Blas Vülanueva, en la calle de los Jardines. Año de 1773, 246 p. mas Índice analítico.

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cuanto a través de él se colaba la afirmación existencial de un sujeto es-condido tras el claro-oscuro de los significantes. Ese rigorismo moral, que llegaría a verdaderos extremos, no surge de los grandes cartesianos y el rechazo de la duda metódica prolongada como elemento retórico en la elocuencia sagrada de la época, como asimismo una cierta "suspen-sión de la moral", implícita en el probabilismo, se presentarán para Es-pejo como un juego peligroso y repudiable.

Por lo demás, si el "espíritu geométrico" era posible, ello se debía a que la misma "simplicidad" de ese acto de entendimiento estaba ya dada en las relaciones entre los entes, cuya naturaleza íntima era "mecánica". La cuestión deberemos retomarla más adelante.

Por último, antes de que veamos con cierto detalle los as-pectos que muestra el "anti-voluntarismo" de Espejo y, en relación di-recta con él su "literalismo", cabe que nos preguntemos si aquel lego que desconfía de la voluntad y desde el cual se formula un anti-volunta-rismo teórico y hasta existencial, supone una renuncia a la voluntad de poder. En verdad, es necesario reconocer que el lego era sin más, otro modo u otra vía de aquella voluntad, la que sería llevada a los límites de la intransigencia y el maniqueísmo. Ya hemos señalado que la pre-tensión utópica de haber superado el lenguaje como mediación tenía que ver, y mucho, con los ideales del despotismo ilustrado, asumidos ahora como clase social emergente que no estaba dispuesta a vivir en "lo oculto", aun cuando fuera desde lo oculto que se llevara a cabo la lucha, por lo menos en una primera etapa. Y tal era la posición de Espejo.

La filosofía del lenguaje de origen cartesiano que hemos visto y la posibilidad de horadar el signo, descoyuntarlo y radicamos en el significado, con todas las consecuencias que esto tiene para la retóri-ca, la veremos confirmada en la teoría de la memoria como "fondo mental" o "depósito", en el tema de la "propiedad" y "solidez" de la palabra y, en fin, en las actitudes de Espejo ante el alegorismo, el recha-zo de la hipérbole y su posición ante la metáfora y el símbolo. Desde es-tos puntos de vista, el "verismo" se nos presenta, como una doctrina en la que la teoría del conocimiento que supone se encuentra apoyada en una filosofía de la palabra que abarca problemas que interesan tanto para una filosofía del lenguaje propiamente dicha como para una semiótica, tal como ya hemos dicho. Y, por cierto, que el antivoluntarismo que caracteriza a todos estos planteos tiene claros alcances políticos y socia-les.

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Comencemos, pues, con la tesis de la memoria como "de-pósito" o "fondo mental". De nada nos serviría el saber de la existencia de un "libro de Dios escrito" y de un "libro de la naturaleza", del que deberemos hablar luego, si no hubiera, a su vez, un "libro" en el alma misma que viene a ser algo así como el ámbito de confluencia de las "es-crituras". La memoria resulta ser, pues, una especie de texto que, esta-blecido debidamente, es lo que permanece frente al fluir de cogitaciones y de voliciones inestables y sucesivas. De esta manera la memoria aproxima la palabra al verbo al conferirle un valor de permanencia, sin lo cual el lenguaje hablado no tendría dónde asirse. Lo oral resulta, pues, dependiente de lo textual "escrito", es decir, establecido."

De ahí que sea necesario "tener muy en la memoria y el corazón el Santo Evangelio, las Cartas de San Pablo, las de San Clemen-te, los Padres y los Cánones antiguos" (I, 480-481) y, del mismo modo, el médico debe "tener impresas en la memoria y razón las señales carac-terísticas de las enfermedades", y sólo gracias a ese "depósito" podrá in-terpretar "los signos vagos e indeterminados" que se le presentan (II, 497-498). La oratoria necesitaba, asimismo, de un "fondo mental", tanto como la teología y la medicina y en general todas las ciencias y las artes. La teoría del "buen gusto" y de los "bellos espíritus" que encuentra en Bouhours, se apoya en la misma necesidad (I, 312-315). En función de esto mismo hará la alabanza del método jesuítico de enseñar establecido en la Ratio Studiorum: ". . .nos avisaba - la Ratio - que se debía ejercitar primero la memoria para después formar y ennoblecer la imaginación" (I, 302) y se afirma que la oratoria, debe estar precedida de "otros muchos conocimientos científicos" aprendidos de memoria, a más de los que menciona, (I, 307), única manera de evitar las "agudezas" de la falsa retórica, a las que define como "palabras al aire, sin verdad, sin fundamento, y aun sin verosimilitud" y a las que declara que "Consisten en equívocos huecos y fríos, sin sentido y con apariencia de significar muy lejos alguna cosa, tan solamente por el sonido. . ." (II, 173). Las "agudezas", las "cavilaciones", las "sutilezas", el "espíritu de curiosidad", las "distinciones", tanto del escolasticismo barroco como del filosofismo ilustrado eran fruto de una imaginación liberada, no sujeta a aquel "fondo mental" (I, 404-410).

99 La significación que tiene lo que Espejo denomina "fondo mental" y su relación con la memoria, respecto de una doctrina de los signos, habrá de reaparecer años más tarde en el pensamiento de Andrés Bello. (Cfr. nuestro trabajo Andrés Bello y los orígenes de la semiótica en América Latina. Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1982 Cuadernos Universitarios, número 4, p. 26 y otras).

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De esta manera el anti-voluntarismo de Espejo apuntaba a asegurarnos contra los "excesos" de la libertad imaginativa que abría las puertas a los valores connotativos y polisémicos, para intentar quedarse en lo denotativo, la monosemia y lo metonímico. La ley es ^"claridad", únicamente posible dentro de los ideales utópicos del literalismo, cuyos antecedentes se encuentran en Erasmo de Rotterdam, al que Espejo regresa y al que considera como "el más temible adversario" de los que caen en usos abusivos de libertad respecto de conceptos y palabras. En función de esto lo declara como ya lo habíamos visto "el mayor talento y el mejor genio de su siglo" aun cuando en alguno de sus escritos su piedad no hubiera sido muy sólida (I, 402-403; II, 206). Es muy probable que la "obrilla" que según nos confiesa pensó escribir: Historia de ¡a ignorancia, estuviera inspirada - dada la inclinación de nuestro autor por la sátira- en el Elogio de la locura (Cfr. II,8;336).

Conforme con esto la "propiedad" de la palabra se trans-forma en la categoría básica de un estilo que pretende ser a la vez "cien-tífico" y de "buen gusto". Hablar con "propiedad" resulta además un acto "caritativo" y el lenguaje que se organiza sobre ella es un "idioma literato" cuya forma es, al mismo tiempo, la de un "estilo simple" (I, 141 y II, 36). Es, por otra parte y fundamentalmente una especie de adecuación entre la palabra (oral o escrita) y el pensamiento. "Bien sé que la oración - dice - consiste en los pensamientos y en las palabras, pe-ro es tan mutua la dependencia que hay entre los dos, que no puede subsistir oración alguna sin substancia interna de aquéllos, y sin la exte-rior gala de éstas" (II, 214). La "propiedad" es lo que nos habrá de per-mitir que evitemos los "rodeos" (I, 272) la "hinchazón" (I, 275); nos ayuda a hacer a un lado la "redundancia" (I, 276) y, en fin, siguiendo en todo esto a Bouhours, concluye afirmando que de esta manera lograremos que el lenguaje no sea "una especie de cifra" como consecuencia de "afeites" y "artificios" (I, 317). De ahí que Espejo, que se confiesa "amigo de la propiedad y la precisión", declara que "querría que hablando, le diesen a cada palabra el preciso significado" (II, 42-43).

Y si bien al hablar de la "propiedad", según acabamos de ver, concedía que esa categoría también alcanzaba a los signos con los que se expresa el pensamiento, la verdad es que ella depende de una su-jeción del significante respecto del significado, un acto que podríamos considerar de sumisión del primero respecto del segundo, claro matiz de este anti-voluntarismo. En consecuencia se produce una devaluación de la "voz" y, paralelamente, del "oído". Mientras éste se encuen-

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tre "absorto", junto a nuestra "imaginación", mal puede la "voluntad" disponerse a aceptar la verdad y no hay nada más ajeno a las "contem-placiones filosóficas" que un "concierto de flautas y violines" (I, 515). Y no es malo por tanto "disgustar al oído" siempre que ello sea en beneficio del entendimiento (I, 523), que "discierne bien los objetos que se le presentan" y cuyo "discernimiento" es el que nos "hace conocer las cosas como son en sí mismas" (I, 312).

Esa palabra cuyos valores sonoros están sometidos y cuya movilidad semántica ha sido restringida y, en lo posible, eliminada, se nos presenta como "sólida" y la "solidez", así entendida, se constituye en el principio fundamental de esta retórica rigorista y utópica que ha sacrificado la belleza a la verdad, la bondad y la justicia (II, 167) cuyos alcances se encuentran, a su vez, limitados por un rigorismo moral ob-sesivo. La palabra "sólida" del lenguaje hablado se nos presenta como una especie de copia de otra "palabra" que se resuelve en un puro signi-ficado, en cuanto es parte de ese "texto" que es el "fondo mental". Pala-bra sonora viva que depende de una palabra mítica, "escrita", la del Lo-gos y a la cual parece referirse cuando en las Primicias de la Cultura de Quito, nos habla de que hay "palabras luminosas que hacen ver los ob-jetos como son en sí" (I, 95), y que resultan definidas de la misma ma-nera que, según vimos antes, caracterizaba al "discernimiento".

No puede extrañar, luego de todo lo que hemos comentado, que Espejo repudie las formas de lenguaje indirecto (alegoría y me-táfora), como asimismo los excesos retóricos (la hipérbole). Los "gerun-dios" explicaban la Escritura, precisamente, "por los rodeos de las ale-gorías y de los conceptos pulpitables, sin atender al sentido literal" (I, 409) 10° y las "alegorías formaban parte de las "mil locuras" que eran "ajenas al sentido genuino, serio y sagrado de las Escrituras" (I, 465-496). Ya vimos en capítulos anteriores la contraposición que establecía Espejo entre la "invención histórica" y la "invención alegórica". Bien es cierto que no escapaba a nuestro reformador que había lugares en los textos sagrados, en particular en los del Antiguo Testamento, en los que es inevitable la lectura alegórica, mas lo que exige es que ella debe estar codificada, ha de respetar las normas interpretativas establecidas por la tradición, representada por la Iglesia y deben las alegorías poder ser so- 100 La expresión "conceptos pulpitables" está tomada del Fray Gerundio de Campa/as, el célebre discípulo del no menos célebre Cojo de Vülaomate, ambos creaciones geniales del P. Isla y hace referencia al vocabulario generalizado en los pulpitos dentro de la oratoria del barroquismo.

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metidas a lo que podríamos considerar como una técnica de reducción significativa (Cfr. II, 543-545).

Algo semejante sucede con la metáfora. Denuncia Espejo "ese gusto viciado de querer siempre lo brillante, más que lo sólido; lo metafórico, más que lo propio; y lo hiperbólico, más que lo natural" (I, 291). Ahora bien, si es evidente el intento de no recurrir a las alegorías y prescindir, en lo posible de ellas, no sucede lo mismo respecto de la metáfora, y Espejo organiza su pensamiento sobre recursos de este tipo que son fundamentales dentro del mismo. Inclusive se nos presenta, como habíamos notado páginas atrás, capaz de crear metáforas cierta-mente bellas, como la que utiliza para definir al cálamo del escritor cuando nos dice que "la pluma es la lengua que habla a los ojos" (III, 258) y otras que podríamos transcribir. Cabe señalar sin embargo que se ha producido en nuestro Espejo un desplazamiento del universo meta-fórico que muestra que las diferencias con el barroco no se reducen a la simple denuncia del abuso de este tipo de recurso. No se trata de impug-nar solamente un estilo, sino de hablar un nuevo lenguaje. Si las metáfo-ras básicas del barroco habían sido la de la vida como "sueño" y el mundo como "teatro", ahora la vida será movimiento y el mundo, en lo posible, no ya re-presentación. No es casual que Espejo fuera acusado de hablar mal de los místicos a los que, según la denuncia, trataba de "fanáticos". 101 actitud despreciativa que venía a coincidir con el repudio del lenguaje místico por el hecho de que lo metafórico había desplazado en él a lo "literal", en lo que venía a coincidir con el temido Ricardo Simón, autor leído por el propio Espejo. Lo dicho se relaciona, además, con el rechazo constante que hay en nuestro reformador del lenguaje teatral y del teatro, no sólo de la comedia - que siempre estuvo prohibida, en particular para sacerdotes y mujeres - sino de todos los géneros. Este hecho lo mismo que el anterior, es totalmente congruente con la filosofía del lenguaje en la que se partía de la posibilidad de una "escritura originaria" y de una "presencia", ante las cuales, los signos en general en cuanto re-presentaciones, perdían dignidad.

Frente a aquel mundo metafórico se organiza ahora otro. La metáfora del "sueño", es desplazada por la de las "luces" - una especie de "vigilia" - con la que se define al nuevo siglo, que, por lo demás, también había sido barroco; y frente a la del papel de "actores" de un

"Petición de Doña María Chiriboga en que le actúa al Dr. Eugenio Espejo de haberle injuriado. .." etc. Documento citado, folio 60.

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"teatro" en el que hemos caído por obra, entre otras cosas, del pecado original, surgen las metáforas de la "circulación" y del "movimiento", (I, 71; II, 307, 443; III, 198, etc.) en un mundo que no predica el re-nunciamiento sino que está anunciando una declarada voluntad de poder. Con lo que no estamos sugiriendo que la mentalidad del barroco y su filosofía del lenguaje no hubieran estado determinadas por aquella misma voluntad. Lógicamente, es necesario reconocer que las condicio-nes sociales no eran las mismas y la respuesta, por cierto, tampoco. El paso del juego de "ocultamiento-manifestación", hacia actitudes de emer-gencia social, la distinta posición ante la naturaleza y su exigencia de ex-plotación racionalizada, son algunos de los factores que cualificaron el ejercicio de una voluntad de poder que con matices epocales ha estado siempre presente.

Ahora bien, si el "estilo metafórico" supone la comisión de "delitos contra la naturaleza" (lo cual como vimos no impide que se uti-licen metáforas), ¿qué diremos de la hipérbole? Esta resulta rechazada como recurso retórico inadmisible. "Todo lo que es excesivo peca por muchos caminos" y como ya dijo Platón "Nada en demasía". La única razón que justificaría la utilización de lo hiperbólico se encuentra en la ironía. Si algo lo agrandamos con el objeto de burlarnos, está justificado (II, 161-162). Valdano Morejón ha notado que en el barroco hay una presencia de la naturaleza ecuatorial, en particular de algunos fenómenos como el del vulcanismo, que explicarían la fuerza de la hipérbole como recurso literario. Es posible que algo haya de esto toda vez que en la etapa del neo-clásico y del humanismo que hemos denominado emergente, el rechazo de lo hiperbólico surge dentro de una cultura eminentemente ciudadana que da las espaldas al campo y con él al paisaje.102 Eran los tiempos de la universidad hacendaría. Otro aspecto que cabe señalar como característico de Espejo es su actitud respecto de los símbolos y lo simbólico. El obispo Pérez Calama, su contemporáneo, se nos muestra como un continuador de la simbólica del barroco y es evidente en él el uso y la admiración por las célebres "empresas" de Saavedra y Fajardo. Del mismo modo, la simbólica se mantiene con toda su fuerza en el rococó si bien con matices diferenciales que podrían señalarse tal como puede verse en el Tratado de la pintura de Ma-

102 Juan Valdano Morejón. "Arte barroco y sociedad colonial", en El Guacamayo y la Serpiente. Cuenca, número 14, 1977, p. 106-107 y La Pluma y el cetro. Cuenca. Publicaciones del Departamento de Difusión Cultural de la Universidad de Cuenca, 1977.

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nuel de Samaniego, también contemporáneo de Espejo.103 Lógicamente la posición de Espejo ante el símbolo, sea este de naturaleza icónica o sea simplemente un "sentido del sentido" o "sentido en segundo grado", como también se lo ha definido, debía estar condicionado por su posición general ante el signo y la interna jerarquía que se ve claramente establecida entre el significado y significante.104

Mas ya es tiempo de que regresemos a otro de los aspectos de aquella "lectura primitiva": la de la naturaleza. En unas líneas auto-biográficas declara que "Mi mérito está en haber desde muy niño estu-diado en el conocimiento de los hombres, en no haber dejado el libro de la mano, y, aun cuando le haya dejado, en estudiar en el vastísimo libro de la naturaleza con la observación. Paseo, río, salgo a esparcir el ánimo, parezco zángano; pues, crea usted que siempre leo, que siempre estudio y no dejo de aprovechar" (II, 129). Según se desprende de este texto en el que se relaciona la "observación" con el "paseo", pareciera estarse anticipando la noción de "paisaje" en la que suele resolverse la temática del "libro de la naturaleza" en los románticos. En otro momento, reaparece la vieja teoría estoica de las "semillas", (de los spermatikói o de las semina, recibida sin duda a través de Cicerón), referido en este ca-so a la "naturaleza humana", la que también es por eso mismo un "libro" no en el sentido del "fondo mental" que organizamos en nosotros, sino de un cierto innatismo de corte clásico greco-romano. (Cfr. I, 365). El mismo tema reaparece pero ahora como "luces de la naturaleza", cuando hace el elogio de Bacon de Verulam quien "fue el primero en Europa que escribió la Filosofía Moral, libre de preocupaciones de la escuela, deducida de las mismas hermosas luces de la naturaleza, fundada en los principios mismos íntimos de la honestidad y de las virtudes, que están vinculados a nuestro propio espíritu" (I, 363). En otro texto no menos interesante, la "naturaleza" 106 comprende no sólo las mie-

103 Aspectos barroco» en el obispo Pérez Cnlnnm, pueden verse en el libro de Hernán Malo González, ya citado. Pensamiento Universitario Ecuatoriano, p. 161; 162; 173; 196 y 201. En cuanto al libro de Samaniego, que hemos citado mas atrás, véase el capítulo titulado "Enigma» simbólicos", p. 420-434.

104. En nuestro trabajo Aurelio Espinosa Pólit: humanista y fttotofo. T.lm<n«v de Marco Vinicio Rueda. S J. Quito, Ediciones de la Universidad Católica, 1980 p. 69 hemos señalado el rechazo que hay en ese autor de lo simbólico y de lo metafórico en función de un vitalismo. 106. Sobre el "libro de la naturaleza" dentro de la comprensión romántica, véase lo que dice Juan Montahro en sus Siete Tratados: ". . .el amor a la naturaleza expresado en el agua corriente, la mullida grama, la flor voluptuosa, el silencio amigo, es Genio en el cual nunca dejaremos de creer los que tenemos en el alma un gramo de poesía y gustamos de leer esos libros sibilinos

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ses, o las tierras cultivadas, sino también la reducción del valor moneta-rio de aquéllas y la esterilidad de éstas, que han llevado a Quito a un verdadero colapso económico. Espejo declara que sus palabras sobre esos hechos serán escuchadas "muy distintamente", "porque en la pre? senté coyuntura de vuestro abatimiento y vuestra ruina, ellas son las voces de la naturaleza" (I, 70).

¿Qué es la "naturaleza"? Se trata, al parecer, de un princi-pio, en el sentido de una "arjé", con un impulso y con movimiento pro-pios, del cual el hombre forma parte y sobre el que desarrolla su vida. El ser humano viene a quedar en la confluencia entre lo natural y lo no na-tural, (lo cultural y lo histórico) en una región en la que como vimos en el último texto, hay zonas en las que se desdibujan los límites. Esta comprensión de la "naturaleza" se encuentra, además, fuertemente con-dicionada por el anti-voluntarismo de Espejo, toda vez que es por obra de un ejercicio desarreglado de la voluntad que dejamos de escuchar la "voz" de esa naturaleza y nos vemos incapacitados de "leerla" en cuanto "libro". En pocas palabras, la "naturaleza" es un principio bueno y una de las obligaciones del ser humano es la del "regreso" a ella mediante la "imitación".

Por de pronto la naturaleza es algo ajeno a toda idea de caos como lo demuestra el "orden y serie de las causas y efectos naturales" (II, 137); "orden" que guarda en todas sus cosas y que es equivalente a las relaciones racionales de una argumentación bien hecha que no cae en lo hiperbólico (I, 535); y por eso mismo, la naturaleza no es "jactanciosa", sino "modesta" y "humilde" (I, 508). Su marcha no es atropellada, sino que muestra una "lentitud perezosa" (I, 507).

Ahora bien, hemos dicho que esa "naturaleza" se nos pre-senta como un principio con impulso propio. Diríamos que sí lo tiene, mas, dentro del marco de la creación, la que si bien ha sido fruto de un acto de voluntad de Dios, éste - en el que el Verbo creador está supedi-tado a su propia Ratio - no pudo crearlo al margen de leyes inmutables, ni tampoco pudo hacer de la naturaleza una entidad radicalmene autó-

que están abiertos de noche en la bóveda celeste y de día en las soledades donde no hablan sino el viento sobre el árbol, el insecto sobre la hierba, y por ventura un pájaro vuela por encima echando gritos lamentables" (París, Gamier, s/f tomo II, p. 16).

Sobre la problemática del "libro de la naturaleza" y la semiótica, con posterioridad a la respuesta romántica, cfr. nuestro trabajo ya citado Andrés Bello y los orígenes de la semiótica en América Latina, cap. titulado: "El Gran Libro de la Naturaleza ¿Una metáfora?", p. 63 y sgs.

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noma, como si hubiera creado otro creador. "Hacer que la materia piense - dice Espejo en polémica contra los materialistas del siglo - que esta materia fuese hecha por sí misma. O que, si la crió el Ser Supremo, la ha abandonado para siempre, no queriendo acordarse más de ella. Que finalmente todo lo que se ve en toda la fábrica del Universo, no es sino el efecto de la casualidad. Vea Ud. todos los opuestos y tumultuarios delirios de nuestros ilustrados filósofos de hoy. . ." (II, 137).

No podemos dejar aquí de señalar la fácil conversión de es-te discurso a sus términos políticos implícitos los que muestran el senti-do ideológico del anti-voluntarismo con el que una clase social emergente se guardaba las espaldas frente a otros procesos de emergencia "tumultuarios" que debían ser controlados, y cuyos integrantes debían observar una conducta respecto de los amos "modesta" y "humilde" y no "jactanciosa". Y por cierto, el literalismo quedaba a su vez asegurado frente a una naturaleza en la que la "casualidad" como posible principio desquiciador, no impedía la fijeza y estabilidad de la relación entre las cosas significadas y sus signos.

Frente a los "delirios" de los filósofos que todo lo querían hacer depender de su solo "entendimiento", Espejo propone las bases de lo que para él debe ser la filosofía: "Una dialéctica precisa y metódica, que subiese de unos principios a otros, hasta llegar a sacar unos con-sectarios innegables; una filosofía racional que pusiese en claro el orden y serie de las causas y efectos naturales; una fidelísima historia de los impíos sistemas y de sus autores, que describiese al vivo toda la estructura de los unos, y todo el carácter de los otros; al fin, la Santa Escritura, manejada en sus sentidos obvios y literales, para que se viese que la revelación en ninguna manera vulneraba a la razón. . ." (Ibidem). 106

En resumen: dialéctica, filosofía racional, historia de la fi-

106 La palabra "consectario" ("consectadus", en latín significa "consiguiente" o "lo que sigue" o "se sigue") viene a ser sinónimo de lo que ahora entendemos como "corolario". Sobre el uso de la palabra en Espejo, véase, a más del pasaje citado. I, 453 y U, 356, etc.

En la Ciencia Blancardina, en el Diálogo Séptimo dedicado a comentar los efectos que sobre el público había tenido el Nuevo Luciano, Espejo declara que los franciscanos habían acogido sus indicaciones en favor de la reforma de los estudios y, entre ellas, las relativas a la enseñanza de la filosofía. Según dice allí habían comenzado a educar a los jóvenes "en una docta filosofía, la de los "Fortunatos de Brescia, NoUet, Gravesande y Musschenbroeck" (II, 277).

Fortunato de Brescia había publicado en 1740 una Disertación físico-teológica acerca de tas cualidades de los cuerpos sensibles, en latín, impresa en su ciudad natal, Brescia, de 152 p. Su obra mayor, en cuatro tomos, aparecida también en latín, entre 1761 y 1752 es una Filosofía mecánica de los sentidos metódicamente tratada, etc., impresa asimismo en Brescia.

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losofía (como historia de las desviaciones, al modo de Bossuet, Cfr. II, 136), y un saber escriturario fuertemente codificado. Paremos atención en esa "filosofía racional" que es la que nos interesa de modo directo en relación con el tema de la "naturaleza" y de la misma entendida como sujeto de un "lenguaje".

Si algo caracteriza a esa "filosofía" es su pretensión de or-ganizarse como una forma de saber riguroso, que ha quedado expresada en la exigencia del "espíritu geométrico", el que condice con aquella simplicidad que nos muestra la naturaleza y a la cual debemos imitar. Espejo retoma en este momento otro tema de origen cartesiano, el del mecanicismo, cuyos alcances y sentidos dentro del pensamiento de nues-tro humanista - lo mismo que sucedía con el concepto de "naturaleza" -no resultan fáciles de determinar.

Llama la atención que la naturaleza mecánica no es algo que sea entendido como exclusivo de la corporeidad sino que es señalada tanto respecto de lo que sería la naturaleza extensa, como de otros fenó-menos o hechos, políticos, económicos o de la cultura.

Por otra parte, si bien lo mecánico, es afirmado como la naturaleza propia de la sustancia extensa en general, Espejo se interesa en particular por el "mecanismo de esa máquina tan compuesta y mara-villosa" que es la del "cuerpo del hombre" (II, 486). En líneas generales la idea de lo mecánico se le presenta confirmada en la constatación de fenómenos de carácter cíclico, repetitivo o alternado, ajenos a la volun-tad del hombre, así como por las respuestas de tipo reflejo. Las edades del hombre muestran, en efecto, una "progresión mecánica" (I, 10); la gestación también hecho cíclico, hace de la mujer el "mecanismo insti-

Juan Antonio NoUet es más un físico que un filósofo. Tiene un Ensayo «obre la electricidad de los cuerpos, en francés, editado en París en 1746, obra que fue traducida al castellano al año siguiente, publicada en Madrid. Su obra de mayor aliento parece haber sido unas Lecciones de física experimental, que fueron editadas en Madrid, en su edición castellana, en 1757 y tiene seis volúmenes.

WUlem lacob's Gravesande, se distinguió al parecer más que nada por su difusión de la filosofía de Newton. Tiene unas Instituciones de la Filosofía newtoniana para uso de académicos, en latín, editada en Ley den y Amsterdam, en 1728 (488 p.) y unos Elementos de física o introducción a ¡a filosofía de Newton, en francés, editado en París, en 1747, en dos volúmenes. Entre otras obras suyas cabe citar una Introducción a la filosofía metafísica y lógica, en latín, nueva edición hecha en Leyden en 1737, 375 p. que fue traducida al francés el mismo año y editada en la misma ciudad y por el mismo impresor.

Petrus van Musschenbroek, el famoso inventor holandés de la llamada "botella de Leyden", tiene una Introducción a la filosofía natural, texto latino aparecido en 1772, en dos volúmenes. Antes había publicado una obra en inglés Elementos de historia natural, que había aparecido en Londres, en 1744, en dos volúmenes.

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tutivo de nuestra máquina" (I, 47); los pulmones funcionan con una "alternada acción mecánica" (I, 97 y II, 443); y también son claramente mecanismos "el círculo progresivo de la sangre y el intestino" (II, 486). En cuanto a los reflejos, los mismos serán señalados en relación básica-mente con el sistema muscular el que posee "resortes" (II, 403), palabra con la que queda expresado lo que sería el mecanismo de estímulo-res-puesta (Cfr. II, 393). Lógicamente estos fenómenos son observables en otros seres vivos, tal es el caso de la ciclicidad de la vegetación (I, 186). A todos estos fenómenos de tipo fisiológico se agregan los psicofisioló-gicos dentro de los cuales considera a las sensaciones y las pasiones (I, 33 y 167-168).

Respecto de todos ellos, el método que se ha de seguir es el matemático, y de ahí la importancia que para el médico tienen la geometría y el álgebra, bases de la mecánica, en cuanto saber de ciencia (II, 486-487). Lógicamente, si el cuerpo es una máquina, la enfermedad deberá explicarse "por las leyes del movimiento y el mecanismo" (II, (401) y el método matemático podremos aplicarlo para la determinación de la intensidad de las sensaciones, lo que se resuelve en "el teorema de las cuerdas" (I, 33), como también para saber, por ejemplo, cuáles son las pasiones dominantes (I, 57-58). Los "verdaderos físicos" serán, pues, aquellos que "atentamente y sin preocupación meditan la naturaleza de los entes", sub specie machinete y more mathematico (II, 476).

Por lo demás, los cuerpos se encuentran influidos por los climas, como es el caso de Latacunga, lugar "peor que Beocia", en don-de el clima produce "autómatos y relojes vivientes" (I, 61). Les toca, por tanto, a los matemáticos "determinar cuál región de nuestro planeta influye exclusivamente con su clima" (I, 33).

Ahora bien, toda máquina supone movimiento y, más aún, puede ser definido por él. La vida consiste en el movimiento y su aboli-ción es la muerte (II, 403). En otro texto, la vida es definida teniendo en cuenta "el perpetuo giro de la masa sanguinaria" (II, 442). Un mo-vimiento que en el cuerpo humano se lleva a cabo entre los líquidos y los sólidos y que guarda una perfecta armonía (II, 394). Se trata, en todo momento, de un movimiento que puede ser determinado matemáti-camente y que goza, por eso mismo, de la claridad de todos los objetos que son propios de la matemática. No se trata ya, indudablemente, del movimiento entendido desde las categorías de "ocultamiento-manifes-

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tación". 107

Como habíamos dicho, el recurso a explicaciones de natu-raleza mecanicista no se reduce a fenómenos de tipo físico, fisiológico o psicofisiológico, sino que aparece en relación con otros hechos. Así, a propósito de una organización bibliotecaria adecuada para el estudio ha-bla de "máquina bibliotecal" (I, 394); aludiendo a las calumnias que pa-dece la célebre Chiriboga de Riobamba, se habla del "espíritu que ha movido a esta gran máquina" y de los "resortes de que se sirven para mantenerla en acción"(I, 133); en otros textos aparece la "vida literaria de la República", entendida como una "progresión mecánica" del mismo modo que las edades del hombre (I, 10) o se habla de una "chispa eléctrica" que esparcida en la sangre de los quiteños ha puesto "en ac-ción toda su máquina" y encendido "sus espíritus" (I, 90). Pero tal vez los casos más interesantes sean los que se refieren a la economía y en particular al problema del circulante monetario. En una sociedad sana: "En corriendo la moneda con alguna suerte de equilibrio, y en circulando esta sangre (digámoslo así), de las Repúblicas, no solamente por los rayos mayores, sino hasta por las ramificaciones de las venas capilares, está todo el cuerpo expedito, sano, y en disposición de girar por todas partes" (II, 430). Por el contrario, en una sociedad enferma, en donde "el quilo o sangre que alimenta a los pueblos" se encuentra estancado, sólo una "crisis de la máquina" puede llevarle a una "gloriosa victoria" sobre el mal que la oprime (I, 71, Cfr. III, 173).

Por el modo como se expresa Espejo en el primero de los textos citados estamos claramente ante un caso de lenguaje metafórico. Se trata de una de las metáforas más extendidas en el lenguaje económi-co de la época que la podemos encontrar, casi en los mismos términos, en Juan de Velasco.108 Ahora bien, los otros usos que vimos en Espejo son evidentemente también metafóricos y hasta cabría preguntarse si la comprensión mecánica de la sustancia extensa y en particular del cuerpo

107 Virgulo Paredes Borja entiende - apoyándose en las categorías de dinamismo y movimiento que habrían caracterizado al barroco - que Espejo, con su iatromecanicismo habría introducido en Quito el barroco médico. A nosotros nos parece que precisamente la comprensión mecanicista, unida a la exigencia de conocimiento matemático y de lectura literal de los síntomas, hacen de Espejo un médico ilustrado, mucho más que un barroco. (Cfr. Historia de la medicina en el Ecuador. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1963, tomo I, p. 326-328 y 399).

108 "Faltándole el oro y faltando el dinero efectivo, sangre que circulando por las venas, mantiene el vigor del mutuo comercio de unos miembros con otros, queda sin vitalidad y sin acción todo el cuerpo". (Historia del Reino de Quito, ed. dt., tomo IH, p. 101).

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humano, no lo es también. En la base de la comparación se encuentran los aparatos o artefactos mecánicos, fruto del aprovechamiento racional del movimiento y de la fuerza por parte del hombre, cuyo carácter es, por eso mismo, el de la simplicidad y, como consecuencia, el de su fácil explicación. El mecanismo extendido al mundo orgánico y a la natura-leza en general, aun en los casos en los que no aparece como claramente metafórico, estaría significando que hay un nivel u horizonte de la rea-lidad en el que reina lo "simple" y que puede, por eso mismo, ser expli-cado sobre la base de relaciones de tipo mecánico. Orden de lo simple en el que impera, por otro lado, la necesidad y no la libertad. No somos libres, en efecto, respecto de fenómenos como el de la circulación de la sangre o el movimiento del intestino.

Por encima de ese mundo de lo mecánico se encuentra otro horizonte de la realidad en el que las explicaciones matemáticas no son suficientes e inclusive pueden ser erróneas. Es el mundo de la creación y de la libertad tal como muestran, por ejemplo, los artistas quiteños que han logrado aunar "el entusiasmo creador de la mano con el impulso e invisible mecanismo de la naturaleza" (I, 83), o el caso de hechos eco-nómicos cuyo estudio no puede reducirse a lo matemático, como es el sistema de estancos que "necesita de cálculos geométricos, políticos y morales" (I, 199); hay otros hechos en los que lo matemático no cuenta y sólo pueden resolverse teniendo en cuenta criterios políticos lo que según nos aclara, "parece una paradoja": todos los países de América son aptos para producir tanto los frutos de la región, cuanto los propios de las demás partes del mundo. ¿Se ha de dejar a la naturaleza"lo que debe regular la política"? Evidentemente "en esta cuenta no entran los principios de la física, sino los de la Política" (I, 176). Y todavía más, puede suceder que una "demostración matemática", verdadera "por lo que mira a la verdad aritmética o matemática", sea falsa desde el punto de vista político, criterio con el que Espejo rechazábalos cálculos de pérdida que provocaban los días festivos en España que hacía el P. Feijoo (III, 188-189).

Pero sucede que no sólo lo matemático queda supeditado a lo político y lo moral en el terreno de lo económico, sino que también lo está en lo relativo a la propia "máquina" que es nuestro cuerpo. Y si las enfermedades deben ser estudiadas por el "físico", ello no es suficiente, pues, ha de ser, además, "físico patriota", así como el "filósofo" ha de ser "filósofo ciudadano" (II, 344). Se relaciona con este nivel moral la afirmación de Espejo de que si bien la medicina debe apoyarse básica-

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mente sobre una descripción mecánica, esto no es ajeno a una "teología médica" en cuanto que la salud y la dolencia no escapan a la providencia divina (II, 401-402). Conforme con lo que venimos diciendo no serían en Espejo una misma cosa la "observación física" que la "observación literaria" y la primera quedaría supeditada, sobre todo en cuestiones políticas y morales, a la segunda (II, 412).

¿Qué se desprende de todo esto? Que el mecanicismo de Espejo no es incompatible con una visión teleológica tanto de la naturaleza como de la vida humana social. Y si el hecho de la naturaleza mecánica de los cuerpos asegura su inteligibilidad en un primer nivel de consideración, la dependencia de lo mecánico de una voluntad (la divina o la humana, esto último en el caso de los artefactos salidos de la mano del hombre), confirma o enriquece aquel primer nivel, introduciendo al lado del "qué", el "para qué". El mundo no es fruto del acaso, de la fa-talidad o del azar y por eso mismo posee sentido.

Quedaba asegurada, de esta manera, la lectura de un "libro" como el de la naturaleza, en cuanto que sus "signos" - aun aquellos que nos hacen saber de lo puramente mecánico - podían ser entendidos como nacidos de una voluntad de significación y eran, por eso mismo, signos propiamente dichos.

Ahora bien, si el universo de las máquinas vivientes pode-mos captarlo con claridad y distinción gracias al método mecánico, ¿su-cede otro tanto con aquellos hechos o fenómenos en los que interviene la voluntad humana, tal el caso de lo económico? ¿Son estos del mismo modo "simples"? El esfuerzo de Espejo pareciera ser el de afirmar la simplicidad no sólo de lo corpóreo, sino también de lo político y de lo moral. De ahí posiblemente la universalidad de la metáfora de la má-quina y su movimiento, que no era ya sin duda el movimiento de la co-lumna salomónica. La prueba de lo dicho creemos encontrarla en lo que Espejo concibe como "espíritu geométrico". Ya habíamos anticipado que este "espíritu" no era incompatible con la naturaleza divina tal como la entendía un Santo Tomás; pero sucede que tampoco lo era respecto de la vieja tradición platónica dentro de la cual la geometría es un saber propedéutico respecto del saber supremo, la dialéctica, en cuanto crea el hábito de la visión clara y distinta. Lo geométrico es, por eso mismo, no tanto un "saber" como un "espíritu", en el sentido de "modo de ver" o de "dirección de la mirada", que no otra cosa significa la célebre expresión utilizada por Baruch Spinoza cuando quiso hacer-

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nos saber en qué consistía su ética. En consecuencia, si bien lo matemá-tico supone necesariamente el "espíritu geométrico", éste no se reduce a aquello. Por eso Espejo dirá que "la recta razón", sobre todo "si es-cuchamos su clarísimo lenguaje" enuncia axiomas "que en muy poco se diferencian de las demostraciones geométricas" (II, 141). Tanto las de-mostraciones de la una como de la otra responden a aquel "espíritu" que las abarca, que es sin más el de la "solidez", la"propiedad", la "lim-pieza", en una palabra, la "exactitud" (II, 168), todo ello reñido con la "agudeza" que se juega en el mero nivel del "sonido" es decir, del signi-ficante (II, 173). De ahí la alabanza que hace Espejo del "discurso mé-dico" de Boerhaave, nada barroco en esto, cuyos "razonamientos son precisos y geométricos. No hay palabra perdida en él, y mucho menos ociosa", razón por la cual se justifica que se le haya llamado "el Eucli-des de los médicos" (II, 492). Gracias a este "espíritu", en fin, podremos pasar de lo conjetural a lo científico, es decir, a lo demostrativo en todos los conocimientos humanos (II, 501).

La problemática del lenguaje supone, habíamos dicho, una doctrina del signo que aparece desarrollada en Espejo en relación con la "palabra" oral y escrita y cuyas implicaciones ontológicas ya hemos vis-to. A ella se debe agregar el "síntoma", como otro de los signos que aparece tratado de modo expreso. Y justamente a propósito de él hace su aparición en los escritos médicos de Espejo la "semiología" o "se-miótica". Ahora bien, si este saber no se sale del campo de la enferme-dad, de todo lo que hemos dicho páginas atrás surge que se encuentran enunciados los principios de una semiótica general dentro de los cuales la semiología médica es tan sólo un aspecto. Por otra parte, la metáfora de la sociedad en la que ésta es entendida como un "cuerpo" que puede estar enfermo o sano, implicaba una extensión del campo de los sín-tomas. Este hecho que ya se nota abiertamente en Espejo es uno de los pasos que daría la semiótica del siglo XVIII en manos de los escritores del siglo siguiente, primero los románticos y luego los positivistas.

Si bien en el Plan de Estudios de la Cátedra de Medicina en Quito, en los tiempos en que Espejo cursó en ella, se habla de una asig-natura a la que se la denomina - siguiendo de modo directo la palabra griega originaria - "semeiótica", en los escritos de nuestro autor, la mis-ma aparece con el nombre de "semiología", por donde se ve que la dis-puta actual acerca de este nombre es bastante vieja. La definición que se da de la "semeiótica" (que era, junto con fisiología y patología, una de las tres asignaturas básicas de la cátedra), según se puede ver en el Plan

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de Estudios, es la siguiente: (es el estudio) "que trata de los signos con-siderados de manera genérica y específica para que la parte afectada sea conocida y se discierna si padece por trastornos propios de la pasión o por los sentidos, si la enfermedad es grave o pasajera, si es maligna, con-tagiosa o benigna".109 Espejo resume toda esta definición de manera bastante apretada diciendo, por su parte, que la "semiología" es "la predicción de las enfermedades y sus éxitos" (II, 498), debiéndose en-tender la última palabra en el sentido de "curso" de la enfermedad.

El estudio de las enfermedades por sus síntomas, como exigencia típica del siglo XVIII, significó el regreso a los escritos hipo-cráticos y dio origen al neo-hipocratismo de la época. José Luis Abellán ha observado que el célebre médico español Andrés Piquer, a quien Es-pejo leía, acabó por contraponer el "sistema mecánico", al "método de Hipócrates", acusando al primero de ser un tipo de conocimiento a-priori (supeditado a lo que entonces se llamó el "espíritu de sistema"), mientras que el segundo se organizaba como un saber a-posteriori, desde la observación. Este hecho, a más de la importante presencia que en Espejo tiene la "observación" de la que se preciaba tanto, nos lleva a pre-guntarnos si su "mecanicismo" puede ser entendido como una posición de "sistema" en el sentido de una exigencia de rigor deductivo a partir de principios pre-establecidos. No podría afirmarse que haya tal cosa y esto nos confirma en la idea nuestra de que aquel "mecanicismo" a pesar de que se presentó como justificado por la posibilidad de la medición matemática de algunos fenómenos (pensemos, por ejemplo, en el hecho psicofisiológico de estímulo y respuesta), fue en verdad una metáfora que venía a constituir un solo cuerpo con lo que podría entenderse como la gran metáfora del movimiento con la que se explicarían las "luces" y el "progreso".

No se trataría, pues, de un "sistema mecanicista", sino tan sólo de la afirmación de que la realidad es simple en última instancia y que a ella debe ordenarse nuestro lenguaje, aun cuando por exceso de li-bertad nos olvidemos de ese hecho. En este principio se funda, precisa-mente, el literalismo y dentro de él se encuentra la "semiología".110

109 Cfr. Enrique Garcés. Espejo, médico y duende, ed. cit., p. 88.

110 José Lula Abeüin. Historia crítica del pensamiento español, ed. cit.. tomo III, p. 463-454; 459.

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La posibilidad de este saber se encuentra además en el he-cho de que los síntomas son doblemente signos en cuanto que no surgen tan sólo del hecho de que nosotros los codifiquemos y los convirtamos en tales, sino que dependen primariamente de una voluntad de significación, la divina, que ha hecho de la naturaleza toda un "libro". De ahí la exigencia de Espejo de que no se deben "obscurecer" los síntomas, hecho negativo que se produce principalmente por dos vías según se desprende de las virtudes del método hipocrático que no cae en él: el "espíritu de sistema", por una parte, y el "lenguaje", por la otra (II, 501): los principios establecidos a-priori que impiden la observación y una pa-labra rebuscada que se interpone entre nosotros y la cosa y oscurece los modos como esta última se "expresa". En este sentido se debe aprender "la justísima propiedad de las palabras" del "padre de la medicina" (Ibidem).

La posibilidad de un juicio recto por parte del médico se apoya en el hecho de que se puede llegar a una codificación rigurosa de los síntomas, distinguiendo cuidadosamente los "signos sólidos" de los "signos vagos" (II, 497-498); y de que esa codificación sea memorizada, es decir, que pase a integrar el "fondo mental". Sobre esa base se habrá "fijado" el movimiento semántico y el significante quedará sujeto al significado. De otra manera, la libertad del lenguaje nos podría jugar la mala pasada de crear mediante la palabra una realidad sobrepuesta a la otra, alejándonos de esa manera del "sentido".

Veamos ahora la cuestión del uso del lenguaje, otro de los temas fundamentales de los que se ocupa Espejo. Podríamos decir - en relación con lo que se ha llamado "habla" - que se produce en él una doble actitud: una primera, que conduce a un rigorismo en el lenguaje, equivalente al rigorismo moral, fuertemente condicionada por la exigen-cia de un conocimiento estricto tanto respecto de la naturaleza como de las cosas humanas que le lleva a afirmar que es necesario sujetarse "al idioma propio de cada ciencia, al lenguaje científico. . ." (II, lll;Cfr. III, 257): y una segunda, la que si bien no supone un abandono de lo ante-rior, da entrada a lo retórico, atendiendo de modo principal a la necesi-dad de "adecuar" el discurso al oyente. ¿Qué puede tener de extraño que esa exigencia haya sido contemporánea con el nacimiento del perio-dismo? El "hombre público" - decía en la primera página del primer pe-riódico ecuatoriano - ". . .debe observar qué género de voz, de gesto, de acción, de habla, de interés, de asunto conviene y se adapta al niño, al joven, al varón y al anciano" (I, 9; Cfr. II, 195).

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Mas, no todo se resuelve en esta exigencia de "adaptación" de nuestro lenguaje respecto del oyente con la intención manifiesta de poder establecer una comunicación eficaz, sino que encontramos en Es-pejo una interesantísima apertura que le lleva a captar el lenguaje de los otros en su peculiaridad social e histórica. El hecho tiene mucho que ver con una actitud semejante en relación con la vestimenta y las modas.

A través de las hablas, referidas dentro del propio texto de Espejo, logra por momentos una verdadera pintura de la sociedad de su época y nos pone frente a un hecho que aun en nuestros días es olvidado, el de que el lenguaje también es un paisaje.

En todo esto se encontraba Espejo bastante más allá de sus amados maestros franceses del siglo XVII, entre ellos Bouhours y nos muestra uno de los rasgos típicos del neo-clasicismo del siglo XVIII, el del reconocimiento de las hablas, en particular, de las del "vulgo" - de cualquier clase social que fuera - que no habían tenido entrada en aque-llos autores.

La propensión de Espejo por la pintura satírica debía im-pulsarle, además, a aprovecharse de todos los rasgos que pudieran serle útiles para herir al adversario. De allí que, movido por el deseo de re-medar para poder llevar adelante la burla, se ocupara de estudiar las ha-blas, como es el caso - posiblemente el más importante - del lenguaje culterano decadente que podemos ver en el primer Nuevo Luciano.

El sistema de "discursos referidos" se organiza por tanto en Espejo de una manera ciertamente viva en cuanto que, por lo general, el "discurso" es incorporado con el "habla" correspondiente. Un ejemplo que muestra de modo claro lo que queremos decir es la relación que aparece establecida por el mismo Espejo entre el "discurso de los hacen-dados" (qué dicen éstos) y el "idioma de los hacendados" (cómo lo di-cen). "Aquellos - los hacendados - tienen un idioma que les es común -comenta - y observan en su lenguaje, afectos y expresiones, cierta mo-notonía de la que no se separan ni un momento, ni un ápice" (II, 412 y 424). En función de esto los escritos de Espejo se nos presentan como un valiosísimo registro de "hablas": el "lenguaje del populacho" (II, 286-287); el de los "teólogos ergotistas" (I, 368-373); el habla de los artesa-nos (I, 65-66); el lenguaje de las ceremonias fúnebres (II, 251); el "len-guaje de los médicos", su "jerigonza" (II, 17; 127-128; 196); el "lenguaje de cavilar" propio de la escolástica (I, 450); el del "libertino"

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(I, 428); en fin, el de las tertulias o de estrado, otra de las hablas estu-diadas y ampliamente desarrolladas, tal como puede verse en las bajo este aspecto valiosísimas Cartas riobambenses.

Sin embargo podría decirse que esa aguda capacidad de captación de los diversos usos del lenguaje, en relación con determina-dos grupos humanos, no supone una valoración de las "hablas" en sí mismas, sino que está movida por la necesidad de establecer un acto de comunicación eficaz y por la exigencia de reforma social. En última ins-tancia, la tendencia en Espejo, sería - conforme con todo lo que ya hemos dicho - la de superar toda "habla" posible y colocarse en un "lenguaje científico", entendido como un nivel en el que se habrían superado las mediaciones o, por lo menos, estarían controlados todos aquellos factores que las profundizan.

La afirmación de un sujeto histórico, principalmente a tra-vés del lenguaje, es uno de los rasgos fundamentales del humanismo tal como hemos tratado de probarlo a lo largo de todas estas páginas. El he-cho señalado tiene relación, de modo evidente, con la cuestión de "len-guaje" y "libertad" que ocupa un importante lugar dentro del pensa-miento cartesiano. Chomsky sostiene al respecto que la verdadera defi-nición del hombre no es en Descartes la que se enuncia a partir del cogi-to, ergo sum, sino la que deriva de la diferencia que el filósofo establece entre los animales, meras máquinas y aquél, en cuanto poseedor del len-guaje y, en este sentido, de libertad. Del mismo Discurso del Método surge claramente, por otra parte, que el lenguaje es entendido como ajeno a lo mecánico, que sería lo dado en el orden de lo necesario.

¿Cómo se plantea la cuestión en Espejo? Conforme lo que hemos visto la "máquina" que inspira al mecanicismo (dentro de una ideología que anticipa ya la Revolución Industrial) se presenta con una doble connotación: está "determinada" y es "simple". De ahí se pasará a un determinismo y a un - llamémoslo así - "simplismo" ontológicos. Pues bien, frente a ambos aspectos debe darse la respuesta a la pregunta anterior: en la medida en que el voló (voló, ergo sum) puede sobrepo-nerse al lego (lego, ergo sum), ello significa que el lenguaje escapa al mecanicismo, en cuanto determinismo; mas, eso lleva a los peligros del barroco, es decir, a la ambigüedad y la polisemia. Por tanto el hombre debería controlar la libertad del lenguaje adecuándolo a lo mecánico, entendido ahora como lo "simple". En esto consistiría el esfuerzo neo-

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clásico en lo que respecta al lenguaje y el modo como se juega dentro de él la autoafirmación del sujeto. En la contraposición que se establece entre un "principio creador" y un "principio mecánico", el significante es sacrificado en aras del significado, del Logos (Espejo), así como en nuestros días ha sido sacrificado en aras de la "estructura" dentro de un neo-cartesianismo que se justifica históricamente para nuestro siglo XVIII, pero que nos resulta increíblemente anacrónico en nuestros días.

Quito, 18 de septiembre de 1983

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TESTIMONIOS DOCUMENTALES Y CATÁLOGOS

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El folleto de Ignacio Escanden, natural de Cuenca, Ecuador, fue publicado en Lima en 1765. Su título completo es el si-guiente :

El General Don Ignacio de Escandan, Comandante General de Guerra, celebra la elección de Mecenas, hecha en el Ilustre Doctor Don José Morales y Aramburu, Cura y Vicario de la Villa de Almagro, en el Valle de Chincha, hace un corto penegírico mínimo tributo de sus afectos, al inmortal blasón de las glorias de España, y aun de todo el mundo, al querido Adonis de la América, a su adorado Maestro, el Ilus-trísimo Señor y Reverendísimo P. Maestro Don Benito Jerónimo Fei-joo, el Gran Feijoo, por antonomasia, Ex-General de la Religión de San Benito, del Concejo de su Majestad, con otras cosas que verá el lector.

El texto lo hemos tomado de la reedición que hizo Alberto Muñoz Vernaza en las páginas de la revista La Unión Literaria de Cuenca, año I, números 6 a 10, de septiembre de 1893 a enero de 1894. El folleto en su edición original tiene 28 hojas.

Sobre la presencia de Feijoo en América, cfr. Agustín Mi-llares Cario. "Notas complementarias" a la selección del Teatro Crítico Universal. Madrid, Espasa Calpe, 1975, tomo III, p. I-XV.

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I. EL PENSAMIENTO PRE-ILUSTRADO EN LOS ESCRITORES BARROCOS

General Ignacio de Escandan. Elogio delP. Feijoo (1765)

Señor Don José Eusebio Llano y Zapata

uy señor mío y toda mi estimación: del singular gusto de leer las cuatro cartas de Vm. dedicadas al ilustre cura y vi-cario de la Villa de Almagro, el Sr. D. José Morales y Aramburu, que como obsequio digno de mi aprecio me las participó una persona de mi mayor cariño y respeto, paso a envilecer el concepto con la tinta, y de una vida gloriosa, que merece su fama, a darle muerte en la letra que mata;

pero inmortal en su mérito, siempre correrá llena de aliento, inspirando con él los clarines de oro, que encuentra en sus obras, las que lejos aun de enervarla animan el elogio. Yo quisiera lograr la dulce facundia de su bien cortada pluma, para por las dos lenguas de la mía duplicar sus ala-banzas, haciendo bien conocido mitscnrcepto; aunque para defenderse de este insulto (tal lo considero en su moderación) tenga la modestia de Vm. en dos centurias 1 de discretísimos y bien afilados archeros, su más inexpugnable defensa.

1 Las dos centurias de arqueros aluden a las doscientas cartas, que expresa tiene escritas a vario» asuntos, y que irán caminando, aunque sea con pies de plomo, por la demora de ir saliendo impresas de quince en quince pliegos, según la pragmática tipográfica que hay para Cádiz.

M

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Muéveme a este deseo, antes que todo, el mérito con quien mi genio tiene hecho un ciego partido, pero ciego en la perspicacia con que primero atentísimamente ve para cegar.

Excítame también el honor del Criollismo, que su decrepi-

tud cuadragenaria, en sentir de algunos, aun sin pasar a los sesenta, se mire en las cartas de Vm. con tanta reflexión, que en su luz se disiparán las tinieblas de este envejecido error, si ya no las hubiera confundido con astros, el Fénix Benedictino. (Permítasele a mi corazón un corto desahogo en el breve aplauso que voy a hacerle). El incomparable blasón de España, para cuyo encomio apenas entran como letras, y no ma-yúsculas, los Abulenses, los Caramueles, los Picos de la Mirándula y los Jacobos Gritones, el Animador de la naturaleza, que para nuestra inteli-gencia fue sin vida. El Dueño universal de Ciencias y Artes. La Bibliote-ca animada, que por no caber en el tiempo pasará a la eternidad; bien que vinculando en nuestros corazones otra eternidad en el dolor, y muchos diluvios en las lágrimas. El hombre más bien intencionado, que tuvo (no sé si diga) toda la naturaleza humana. El Ángel de los hombres, esto es, el que con figura de hombre tiene cualidades de Ángel. El desagraviador de su Nación. El Gigante, que en los seis mil años de mundo, descuella entre los mayores sabios, como Olimpo. 2 El martillo, que con golpe insensible, pero fortísimo, quebranta a cada paso toda la cerviz altiva de los herejes. ¿A qué se dirige celebrar sus ingenios tan francamente (aunque también es propensión al mérito) y aun el seguir sus doctrinas en lo que puede? El corregir el exceso de los católicos en la creencia de los muchos milagros y el condenar la suposición de ellos, con otras economías, que tan delicadamente practica, sino a confundirlos haciendo amables las personas (y aun sus opiniones justas) con

Y si pareciese hipérbole, léase en el tomo 6o. del Teatro Crítico la aprobación del R.P. Mro. Fr. José Pérez, que cuanto expresa es de hecho; y verán si me excedo. El R. P. Mr o. Fr. Diego Mecoloeta, en el tomo lo. de las Cartas Eruditas, número 3 de su aprobación, con nada menos se contenta, que con esta que parece última expresión: No ee ha visto obra en el mundo, que te pueda comparar con el Teatro. A quien suscribo diciendo: que si hubiese un idioma que pudiese decir más, con él suscribiría; o dele a mi pluma todas sus luces el jesuíta Boscóviz, insigne imaginario de ellas, en sus celestes ideas, o etéreas imaginaciones, que como singularísimo matemático, subió hasta donde quiso por esas esferas, y multiplicó en astros cuanto pensó en luces, que con todas ellas le suscribiré. Y si la locución interna de mi concepto pudiese salir a ser acento de mi labio, con ese altísimo lenguaje, sobre todo idioma pusiera mi suscripción. Y mejor que esa aprobación, y cuanto puedo decir con mis conatos empeñados en el ardiente impulso de mi deseo, hablará por ni mérito él mismo. Examínese, pero con cuidado, todo lo que ha escrito el gran Fedjoo, porque el teatro no es para que todos hagan su papel. Así lo sentencia el Reuclinio español, el sapientísimo P. Mro. Sarmiento, en la que dio a la Apología contra Mañer, si parágrafo 4o., y se impondrán que he dicho poco en lo que he dicho; pues a su extensión dudo llegase el insigne Caramuel, aun después de todo lo que se pondera de su gran sabiduría, en el tomo 4o. del Teatro, discurso 14 de las Glorias de España.

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII

la dulzura del trato, y espantosos sin estruendo los errores, que sin duda muchísimos no penetran el gran fondo de su sagrada intención, cuando de ella se están derramando brillantísimas luces. El más fino pagador de lo que no debe, retribuyendo copiosamente aun a los que le dan algo de lo infinito que es suyo, porque su corazón organizado del agradecimiento, le hace respirar gratitudes, de que sólo vive. Tales son los elogios, aunque bien merecidos, a los Rdmos. Codorniú y Mtro. Fr. Enrique Flores.

Después de todas sus adorables y adoradas prendas, son de grado heroico: la veracidad, 3y la gratitud, (dejo el donaire inimitable

Si a lo justo a»í, te opone*, quien parca ««pera piedades, cuando >olo en crueldades da* impulso a tu* harpones? Mira! que los corazones de más de un mundo maltratas; cuando con ultraje tratas al justo Femando, a quien aun tus Impiedades ven, que Injustamente lo matas. La discreción del más sabio de todo el mundo quisiera, porque el mismo mundo oyera bien ponderado el agravio. Del gran Feijoo venga el labio, que siendo Apolo del mundo, como supo con segundo rasgo elocuente aplaudir, así sabrá describir este mal, que es sin segundo.

Llore esa lengua divina, gima el cisne peregrino, en cuyo hechizo ladino todo un délo en astros trina. Ese numen, que examina los fondos a la verdad, te llamó con propiedad justo en su dedicatoria; ilustrando tu memoria, más que con la Majestad. El mundo, que lo venera por imparcial y veraz, sabe que no dijo más de aquello que en verdad era; y así con confianza entera de verídico» esmeros, nuestros pesare» sinceros muden el llanto de quejas, sabiendo que si nos dejas, dejas tierra por luceros.

Si pareciese que de su veracidad he dicho mucho en esto, y en lo que mil veces he escrito; de su gratitud no debo decir meno*. Ambas virtudes ocupan mucha* planas de luz en sus obra*; aunque la veracidad, no por mayor entre las doi, está má* caracterizada con más letras, sino por ser su objeto má* frecuente en su* máxima* y discursos; y si hemos de examinar la intención, es el objeto total de sus escritos, porque jamás estampó lo que no sintió, ni vierte delicadezas sólo por ostentación de ingenio. Una eternidad ha que habiendo admirado su rara gratitud, le escribí este verso, que quiero que Vm. vea:

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8 Mucha* vece* he dicho que el gran Feijoo, en toda su vida no le ha victo la cara a la mentira oon loi ojo* de «u lengua divina; y aun he creído que efto dirá, d logra de ni* «entidos y potencia* en aquel tríete trance de *u pérdida Incomparable, cuando reflexiono que en el prologo del tomo 4o. de gu* Erudita*, promete hacer cierta declaración. Véaae el folio 327 de las exequial del Señor Don Fernando VI, y se verá en uno* verso* lo que dije año* ha, y lo que creo de su veracidad; y porque muchos no tendrán la oportunidad de conseguir la* expresada* exequial, literalmente pago a esta carta lo que allá está Impreso.

Al glorioso epíteto Ae justo, con que al Rey Nuestro Señor Don Fernando VI, «aludo en su dedicatoria el üustrfsimo Señor y Reverendísimo P. Mro. D. Benito Jerónimo Feijoo, del Consejo de *u Majestad, escribió el General Don Ignacio de Eicandón la* siguientes:

DÉCIMAS

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en el decir); pues siempre que estoy melancólico, leo la Apología contra Mañer, y llamo a éste, y a otros rasgos de su consumada dirección, las comedias del Señor Feijoo, olvidóme también de su afabilísima ur-banidad y piedad hasta con los brutos; olvidándome igualmente de infi-nitas cosas, que debo decir que olvido. La Veracidad, como decía, tan grande en todo, que los superlativos para su aplauso están mendigos de energía, lo perdiéramos de vista, si tras él no se fuera elevada la admira-ción. El Ilustrador del universo, sacándolo de las profundas cavernas del error al claro día de la verdad. El Maestro de los maestros del mismo universo. El Adorado de los verdaderos sabios y altamente entendidos; y por esto el objeto de las ternuras, veneraciones y encomios de la Com-pañía de Jesús. 4 El Sófocles de nuestro tiempo. Diez y seis años ha,

Tu sublime gratitud; que en ti es más que propiedad, te levanta, y ei verdad a tu mayor celsitud; esta singular virtud vive en tu respiración, porque no pierde ocasión de articular este aliento tu fino agradecimiento, alma de tu corazón.

En la provincia de Quito, como ya lo haré ver, es sumo su aprecio. Hable de Lima todo el dulcísimo gorjeo de sus amantes cisnes. Cántele sus glorias en sui afectos el Cujaclo de la América. Es poco. El Papinlano de las admiraciones, el claro sol del dosel regio, el Señor Doctor Don Pedro Bravo de Rivero, que en toda* lineas vale por mil. Repítale su Universidad el profundo respeto con que le cita en sus públicas funciones. Las señoritas más pulidas y de buen gusto, digan lo que dicen; y díganlo con aquella inimitable gracia con que saben decir que al Señor Feijoo, por ser su defensor, y por tan sabio, quisieran que viviese en esta corte para tenerlo en una celda de flores, cantándole sólo discreciones con laotte «u» obras, y otras dos mil gradas con que explican su afecto, que yo me encamino a manifestarle la pasión con que lo adoran, que deseo que Vm. se imponga en esto. Muchísimos saben, casi de memoria, todo lo que ha escrito (voy hablando de la Compañía de Jesús) y el Reverendo P. Juan Coleti, de poca edad, y aun en estado de llamarlo joven, en cualquiera parte que se le abra, repite hasta que se cania, o le piden que pare, y este discretísimo jesuíta es el anónimo que escribió con tanta y tan exquisita erudición la vida del amabilísimo benjamín de Cristo San Juan Evangelista, dedicada a los señores de «ste iluitrísimo y floridísimo coro por el Señor Doctor D. Agustín Zambrano, dignidad de Tesorero del de Quito, que se imprimió el año de 61 en esta capital, y que por humilde se oculta, siendo digno de ser conocido de todos, por esa singular producción. Y entre sus más apasionados sobresale el sapientísimo P. Tomás de Lamín, cuya profunda y admirable sabiduría no se puede cabalmente celebrar, si el mismo Fénix Benedictino no da las proporciones en su elocuencia. Este admirable jesuíta, benjamm también de todos los Padres de su provincia, y de cuantos le tratan, creo que sólo quedará con el debido elogio, sá se le dice, como a todo el mundo se lo he dicho, y diré siempre, que es un ángel en todo. Mi íntimo amigo el Reverendísimo y doctísimo P. Fr. Tomás de Santiago Concha y Roldan, lector dos veces jubilado, juez ordinario del Santo Tribunal, jubilado en la cátedra de prima del sutil. Doctor Escoto en esta Real Universidad, exprovincial de San Francisco, ilustre honor de su religión, y timbre esclarecido de su patria, Lima, es testigo muy distinguido de esta verdad, que como a tan amante de la Compañía de Jesús, le han celebrado muchísimo» Jesuítas de ese Reino, y sabe el profundo respeto con que he hablado de este grande hijo del incomparable Loyola. Pues no menos sabio y amante del gran Feijoo es el discretísimo P. Tomás Polo, siendo en todo igual a los dos el ezuditiatmo p. Pedio Jos* Mttnusio,

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que lo dijo en una de sus aprobaciones el Rmo. P. M. Moreyras, lleno de admiración, por el vigor de su inmarcesible elocuencia. Yo adelantaré al-go más el tiro, llamándolo asombro del mismo Sófocles, cuya pluma en su presencia, más que por su anciana edad, por su respeto, llegara mu-chas veces trémula, y sólo a rasgos de su veneración, hablara tal cual ad-

Orbilio de la latinidad y elocuente asombro de la elocuencia, canonista insigne, a cuyo favor puedo decir, más que por gracejo por ingenuidad, que están los Cánones decidiendo esta verdad. Pero esto es querer que a los cuatro expresados hagan compañía todos los demás sapientísimos Padres, que ya entre ellos miro al Reverendo P. Nicolás de la Torre, y esta es u*a digresión, que me la perdonará todo el mundo, pues fue mi maestro en gramática, poco después mi Ministro en el Colegio de San Luis, donde le debí muchos favores, que todavía debo, y últimamente mi catedrático en Sagrada Escritura, y no he de pasar en carrera, porque la pluma me va atrepellando, sin participar a Vm. lo que todos admiraron, y yo, aun de muy niño noté, y es su extraordinaria agilidad mental, para cuyo vivísimo genio aun se explica muerto el Mercurio, y sin aliento la slempre-viva. Quédele para eterna memoria de su discreción una que es centella de su mucha luz, un animado rasgo en el rayo de su vivacísimo esplendor, la aprobación digo, que cuando de Procurador de su provincia paso a Roma, dio en Madrid al extracto de la Vida de Mariana de Jesús, que sólo quien no entiende lo que es espíritu, podrá desconocer tanta alma. Y agradecido al sufrimiento con que me han esperado, que cierre la digresión los demás padres que querrían salir, como dije, a hacer a los demás compañía, vuelvo a seguir el curso;pero ¿de qué modo? Despidiéndome, porque en mi pluma no caben tantos, aun cuando diviso a uno que fue sabio desde niño, y no digo más, porque creo que lo he dicho todo, a mi amado condiscípulo el P. Marcos de la Vega, al P. Juan Bautista Aguirre, que ha sido el duende de su tiempo, por el ruido que han hecho sus talentos y la travesura de su ingenio. Perdónenme todos los demás amigos y sapientísimos Padres, que los considero deseosos de salir a este papel, aunque sea por el estrecho cauce de mi pluma, a parecer grandes en el afecto con que adoran al gran Feijoo. Pero, amabilísimos dueños míos! no hay espacio para tantos soles, ni hay ojos que sufran tan de cerca la copia de inmensas luces, que para que yo viva ciego por tan adorable Compañía, basta el es-plendor con que se ilustra mi idea. Basta, y bastaría saber que son de tan claro hemisferio los cuatro oráculos, que por su grande virtud, consumada sabiduría y demás prendas a que no alcanza mi labio, ni volando más que en mi pluma en mi deseo, iba casi a callarlos mi respeto, sin acertar a decir que son los Reverendísimos Padres Ángel María Manca, Tertuliano en el gobierno de Provincial, y muchas veces maestro en el gobierno. P. Miguel Manosalvas, y manos aquellas que ya alguna vez dije: Quinqué digiti Minervas. Adorabantur manus Phidiae, que por su buena mano para pulsar las prelacias, como lo ha enseñado la experiencia de varias, es actual rector del Colegio Máximo. P. Francisco Antonio Sana, clarín del pulpito, inspirado con el aliento de un ángel, perpetuo catedrático de prima de teología y eterno prefecto de estudios mayores del mismo Colegio y de la insigne Universidad de San Gregorio el Magno. P. José Vaca, que con el empleo de Provincial en que se halla, hace de sus prendas una canonizada información. Persuá-dome que será muy raro el que no tenga sus obras, porque estoy cierto que, como hijos del fuego, todos adoran al sol. Lo que expresé del P. Juan Coleti, con otras cosas muy señaladas de otros jesuítas en orden al aprecio del gran Feijoo y de su obra, me comunicó D. Pedro de Rivera y Vintimilla, caballero muy veraz de la ciudad de Cuenca, que al presente se halla en esta capital, y por el singular amor a mi adorado maestro, y grande aplicación a sus admirables escritos, me persuado logrará la felicidad del P. Coleti. Esta estimación al Teatro es la prueba de que entre los entendidos hace papel; pues nihil volitum, quin praecognitum; y será ilación para quienes no le conocen; mas no para mí que me admira, y aun le envidio la profunda penetración con que entiende los asuntos más abstrusos. No diré más, ni de otras amabilísimas prendas que tiene haré recuerdo, por mi íntimo amigo, que las relaciones del cariño le pueden hacer perder en el aplauso lo que gana en la experiencia de cuantos le comunican.

No se me olvide que el mismo P. Tomás a un sobrino suyo el Doctor D. Felipe Polo, caballero de muy poca edad, pero de madura discreción, que no fuera Polo, si no fuera discreto, le dijo: Tú que ere» aficionado a saberlo todo, lee al Sr. Feijoo, y lo conseguirás. No sé si de alguno de los sabios del mundo se ha dicho cosa igual, aunque nos acordemos de la inscripción sepulcral del Abálense: Hic stupor est mundi qui scibile discutit omne. ¿Y por quién se le hizo tan magnífico elogio al gran Feijoo? por un jesuíta que tiene en los labios los sellos de la discreción, o que es la discreción m abstracto; por un genio del más delicado gusto, y por un argos

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miración su espanto. Hoy 13 de abril de 65, a las once y tres cuartos de la noche, que tengo la fortuna de escribir esto, que es sobrada dicha, por estar con vida el que la da a todos sus amantes con su aliento, cuenta 88 años seis meses y quince días; y por el suplemento de la Gaceta de Madrid de 27 de julio de 64, se sabe, que estaban impresos dos to-

racional, que lleno de ojos supo ver con tal acierto los negocios de su provincia, cuando de procurador suyo pasó a Roma, que en la eminencia de muchos logró altos honores, habiendo traído a Madrid en la elevación de sus prendas otra mayor eminencia, para distinguirse sublime en la grandeza del aprecio. Todo lo que digo es la expresión con que callo lo mucho que no digo, callando también con dos silencios las veces que ha sido Provincial.

Fuera de este sapientísimo gremio se cuentan infinitos; pero como tales no se pueden comprender en el número, y me será preciso ceñirlos a unos pocos, que valgan por muchos, sin acertar por cuál de ellos comenzaré; mas en las disputas de mérito que se decide por la igualdad, es fácil ocurrir a la edad, como que el tiempo los prefiere; y por ella nominaremos al nuevo Zumel de su Real y Militar Stoa, al discretísimo y amplísimamente erudito P. Mro. y Rmo. ex-provin-cial Fray José de Álava, cuya distinguidísima capacidad le hizo desde mi amado colegio de San Luis el embeleso de los sabios, que primero vistiendo su beca, fue alumno de la púrpura y flor de las lises, para ser después el blanco de los eternos aplausos en que vive. El segundo el señor Viten, canónigo de esa Iglesia Catedral, cuya gigante habilidad se mostró tan grande, que entre sus condiscípulos ninguno fue mayor. Tuvo todas las funciones que ostentan los más aventajados. Pero ¿cómo? Aquí entra el prodigio! Estando reñido con los libros, y de enemistad declarada con el estudio. Rara fecundidad de terreno! brotando en flores sin semilla los más copiosos y sazonados frutos, y sin generación los más nobles partos, hijos de un no imaginado concepto. De su desidia y de sus triunfos ny testigo. Oíle las conclusiones de su cuarto año, que es decir de toda la teología; y oí lo que sólo confiado en su ingenio pude esperar. ¿A qué altura no habrá llegado su elevación hoy que en el templo de su hermosa y aseadísima casa vive en continuo culto de Minerva su diosa adorada? El tercero es el Doctor Don Sancho de Escobar, cura propio del ameno y florido valle de Alangasí, cuatro leguas distante de Quito, su patria. Este es un caballero, que cuanto se diga de sus talentos habla la verdad por ellos; pues su ingenio es de primer orden; es tanta su viveza, que por ella lo juzgo inmortal. Sus letras son tan delicadas, que si no las pronuncio con su propia lengua, temo con el aliento romperlas, y así no me atrevo a tocarlas.

De caballeros seculares, bellamente instruidos y discretísimos aunque no propiamente de Quito, por reconocer otro nido; pero del mismo Reino y provincia saldrían muchísimos; y para unos pocos sigo aquí el orden inverso de la edad, que seguí arriba; y así el primero que parece gustosísimo a que el mundo le conozca por amante de mi adorado maestro el gran Feijoo, es el Doctor D. Nicolás Carrión y Vaca, de bellísima capacidad, que me es de sumo deleite leer sus cartas, y me suelen ofrecer otros las que reciben, por conocer la diversión que me causan. Jamás toma la pluma, aun para el más leve asunto, en que no se remonte con aquel suave y alto vuelo que eleva a los que le siguen con los ojos de la razón, y se pierde de vista para que todos le imiten; el genio es el molde de su discreción, y así viene a ser en un todo de mil maneras amable. Conservo algunos rasgos, que por honrar por ellos mi persona derramó en dulcísimas cadencias los elogios. El segundo es mi estimado condiscípulo D. Francisco Gorostiza, alguacil mayor de la ciudad de Guayaquil, altamente venerado en el Pierio circo, cuyo acento, templado en las más acordes armonías del Museo, levanta la voz de sus aplausos a la esfera de los más claros númenes de la poesía; y con esto he ponderado toda su instrucción, pues para ser poeta, digno de efte nombre, saben muy bien los discretos el caudal de letras que es necesario. Pudiera hacer recuerdo de unas veinticinco décimas que delicadamente escribió en un asunto jocoso, a no interesarme en la respuesta que le di en doscientas, o cerca de ellas, con el término de tres días que como el precepto de responder trajo toda la inspiración, se animó en un instante el vuelo de la obediencia. Fue precepto, porque lo pidió el Ilustrísimo Señor Doctor D. Juan Nieto Polo del Águila, con el distinguido honor de preferirme a todos los de mi patria, que podían hacerlo mejor que yo. Este integérrimo, pero piísimo y discretísimo príncipe, cuya falta debe llorar para siempre su diócesis, porque logró un prelado que en el molde de los siglos otro que se le parezca no se repondrá tan fácilmente, gustaba tanto del métrico concento, que aun el ronco graznido de mi pluma le era agradable. Y porque no se crea que cuento como gloria aquel excesivo número, todos saben que a un rasgo de Virgilio no son comparables ™11 versos de Me vio, que en la poesía

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVHI

mos suyos, con el título Reflexiones crítico-morales. Ahora hable Sófo-cles, si acaso tiene lengua su asombro! y si por su dulcísimo numen le llamaron la Sirena Ática, confiese aunque con muerto labio las ventajas que le hace a su elocuente senectud esta elocuentísima inmortalidad; y diga lo que en persona de Servio le dice Tito Livio a Tulia su hija, cuan-

no abulta el cuerpo, sino el espíritu; a más de que en ninguna manera puede llamarse ventaja ni aun exceso, porque cuando escribió, no fue en competencia de número con tiempo señalado; y no sabemos si en hacerlas ocupó sólo una hora, pues sobran dos minutos para formar una buena décima. Yo, que no tengo su prontitud, en presencia de D. Pedro de Rivera, mencionado en esta carta, de D. José Melytón de la Vega, mayorazgo de la ciudad de Trujillo, de D. Manuel Ángulo, vecino de la Villa de Riobamba, y de otros mil, en diversas ocasiones, a pluma corrida, sin borrar una letra, he compuesto muchas, en asuntos que me han dado, y no escogidos por mí. Si así corre quien no sabe andar, ¿qué no se debe esperar de quien al moverse parte con vuelo? En fin, sus talentos desde el colegio brillaron todas las luces de su esplendor, porque su discreción luego que asomó, se derramó en floridas sazones; de modo que al parecer en flor, y ser ameno fruto, fue al mismo tiempo, anticipándose al cuerpo regular con que corren las plantas, que no caminan con tan buen pie, sobre el cual dejo colocada para la memoria la estatua de su elogio en el rótulo que le articula su mérito, callando a vista de él mi amor.

El tercero es D. Bernardo de León y Villavicencio, extremamente discreto, y vivamente entendido, cuya constante aplicación a toda lectura le hace digno de muy particular recuerdo. Apartóme de cuanto puedo decir, por decir algo, y no embarazarme mucho, y tomo el rumbo de la historia, en la que, caminando con tan ventajoso progreso, ha corrido por los sucesos más memorables (si no todos) de España, de la Francia, de la Italia; es un Vertot en los de Roma, un Hollín en los de Grecia, de la Caldea, del Egipto, de Cartago, y en todo lo que él titula Historia arcana Parece un archivo del tiempo, o un Saturno de nuestra edad, en cuya natural comprensión se encierran todos los siglos, abriéndose con la llave de oro de su juicio y discernimiento las verdades. Su genio dulce y afable le dejó solo para lo noble la encrespada y erguida gallardía de León; y aun siendo un Marte por su empleo militar, la pólvora, la tiene muy distante de su manejo, olvidóseme al principio, quizá porque le haga ahora la salva con su título, que es de Maestre de Campo de la ilustrísima villa de Riobamba; y creo que no fuera extraño decirle lo que a Palas un mitológico, al contemplar su empleo y Stemma glorioso de su aplicación:

Pallas armata sapit. Non jacet in molli veneranda scientia lecto, Y ya que estamos tan dentro de esta célebre Villa, fuera ceguera el no ver a uno de los mayores

amantes del gran Feijoo, a quien, aun cerrando los ojos, se le divisa muy abultado en el coloso de sus prendas, este es el Doctor D. Manuel Vallejo. Cura propio de Cajabamba y cura de eficacísima aplicación en remedio de sus afortunados feligreses, a quienes les ha fabricado un magnífico templo, para que por su frecuencia se vea que lo hizo para agradable habitación del Dueño de aras, cultos y altares. Su juicio es a prueba de los tribunales, quiero decir, que ni en ellos se halla mayor juicio. Su vida ejemplar puede ser canonizada por Zoilo, o el más rígido inspector de vidas. De su literatura predican los pulpitos que tantas veces los ha hecho cátedra del Espíritu Santo, en el fuego y las luces, digo en el fervor y la ciencia. Este es un caballero tan eclesiástico, que sólo para su trato inocente había menester los colores de su modestia, mezclados con el candor de la pureza, por la angelical mano de un San Luis Gonzaga. Si parece exceso esta pintura, mías son las voces; pero toda la imagen me la da el concepto de sus coterráneos, aun cuando yo no quiera atender a mis propios ojos, habiendo tenido varias veces amoroso hospicio en su noble casa. Y si los lugares y las circunstancias excitan en la memoria, méritos y prendas, culpa fuera pasar en un total silencio a uno de insigne instrucción y talentos. ¿Acaso por enfermo no está robustísimo en la salud intelectual el Doctor D. Pedro Fernández Salvador? De sus letras hasta las paredes de Quito, su patria, hablan en Víctores; y de sus glorias el rojo honor del pecho, encendiendo en llama generosa el ardor para el certamen, es el más abonado testigo; siéndolo también de su juventud y tal vez de su adolescencia; pues de colegial del Real y Mayor de San Luis, fue opositor a la canongía magistral, en que manifestó todo el magisterio de sus luces, que para siempre brillan en el recuerdo, su ilustre memoria. En la geografía es tan distinguido, que es poca tierra para ponderar su inteligencia geótica este papel. En fin, su habilidad siempre ha sido el clamor de Quito y el repique de su celebridad en la lengua de los entendidos, siendo el doble de mi sentimiento su muerta salud. Nunca tuve la complacencia aun de

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do con sacrilega ambición, abandonando el regio paterno cadáver, man-dó que su carro pasase sobre él: Regium calca sanguinem dummodo im-perem. Así se explicó su impiedad; y de la manera siguiente el Historia-dor por Servio: Aforior, ut regnes; que yo le daré la justa traducción:

hablarlo; pero jamás be omitido, (y se han ofrecido mil veces) sus elogios; que en mí tiene a censo el mérito los aplausos. Si prosigo con otros ya es tocar a letanía, y parecerían infinitos predestinados en la gloria de sus afectos, con el dulcísimo himno de su eterna alabanza.

Si se me preguntara, que ¿por qué con tan ceñidos aplausos hablé de algunos jesuítas dignísimos de un supremo elogio? respondiera que por no abrir digresiones prolijas a cada paso y excusar eso que verdaderamente se llama fárrago, quedándome no sólo el consuelo, mas también el placer de que por ellos habla la Compañía de Jesús, haciendo pregón de su sabiduría las cátedras con que ilustraron las ciencias; pues cuantos he denominado, a excepción del P. Cole-tl, por su poca edad, las han ocupado con alto magisterio; que ser catedrático en ese Colegio Máximo, y ser sabio, es consecuencia de necesidad metafísica; y donde habla la Compañía de Jesús, y en la Provincia de Quito, empeñada en su celebridad, fue exceso el más corto acento mío; y así aun el silencio no era callar, y el desentenderme obra fuera de la reflexión. No quede sin estar en su Compañía mi estimado amigo el R.P. Ignacio Falcón jesuíta de esa Provincia y su procurador en esta de Lima. Es pues este amable religioso, uno de los más acreedores a la correspondencia de los afectos de mi adorado maestro el gran Feijoo, porque tratándolo yo con frecuencia, con ella misma me lo celebra derramándose en elogios tan cumplidos, que satisfarían mi deseo, si de estos dulcísimos cristales no viviera hidrópico mi amor, así en la extensión como en 1a intención; pero dejan alegre mi espíritu, y valen lo que la verdad, porque nunca profiere lo que no siente. Su instrucción la conocerá quien conociese sus muchos y exquisitos libros que aun en medio de sus grandes y precisas ocupaciones no los tiene para adorno de su aposento. De su discreción y otras muchas prendas nada diré, porque estoy muy cerca, y no creo Vm. que las inmediaciones del cariño y del lugar me mueven la lengua y me hacen decir más allá de lo que siento, si le parece que es mucho lo que digo; pero quede dicho, que por cualquiera parte que se le mire es apreciable; y cuanto otros han de decir ya lo afirmo, y diga Vm. lo que quisiere de mi amistad, que a favor mío milita la calificación de la veracidad en que todos me confiesan distinguido ; y aun tengo con mi adorado maestro el honor de una estimable analogía, de quien dicen (como él lo afirma) que jamás deja de hablar verdad; pues esto mismo publican de mí los que me conocen, viviendo seguros de cuanto escribo o de palabra digo.

Y es digno de grata atención ver que el Teatro de un sabio como el gran Feijoo es por decirlo así. Teatro de Jesuíta» pues he notado que de ningún otro gremio hablan tantos en él. Con frecuencia sale el Eximio Doctor, el agudísimo Vázquez, el P. Luis de Molina, el venerable Sé-ñeri, Kirker, Claudio Cristóforo, Boscoviz, Cassati, Dechales, Bouhours, Castel, Rapin, Vaniere, La-Croix, Grimaldi, Peta vio, Sirmondo, Spe, Del-río, Gobat, Alápide, Arriaga, Vieyra, Manuel Rodríguez, Samuel Fritz, y en una palabra una librería de hombres y una compañía de planetas, como que esta sapientísima religión es una biblioteca de luces, para ilustrar con ciencias al universo. ¿Y en cuántos siglos? en poco más de dos; y cuando empezó su nustrísima a formar el Teatro, y que hablasen en él; sólo tenía la Compañía ciento ochenta y seis años, calculada su época desde el de 40, del siglo décimo quinto; pues el Teatro tuvo su principio en el de 26 de éste de 700; y creo que no hay yerro, ni será mucho; porque para esta combinación, y hacer que parezcan los héroes nominados, he caminado sin abrir libro, que fuera muy prolijo afán, y sólo he ocurrido a los apuntes de la memoria que aunque ingrata, me suele ser algo fiel. Confieso, que es para mí de gran placer este aprecio a la Compañía de Jesús, de quien soy tan amante y sumamente apasionado, que hago gala y honor de esto; y aun porque sea más notorio escribo esta adición al üempo que esta carta va a la prensa, para que lo sepa el mundo, y me conozca por suyo, viéndome con este voluntario sello en el labio, que es marca del corazón.

No por celebrar a los que con ruda pluma he puesto al sonrojo de la tinta, intenté sus aplausos, que no necesitan de sombras las luces, para vestir con gala sus brillantes resplandores. Sólo he querido que Vm. por la calidad de las personas conozca los que adoran al gran Feijoo, y que si en ese mundo antiguo logra aras y cultos de gigantes, en la América suben sus estimaciones, ternura y amor a la altura del Olimpo, en la elevación de sus mayores respetos.

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Tu reinas, no porque muero, que aunque contigo viviera, siempre tu mérito fuera en todas líneas, primero.

El ídolo de la América, más que de otra cualquiera parte del mundo (sin disputa, como la tuvieron por apropiarse a Hornero, Chio, Smyrna, y las demás ciudades que litigaron con armas) que como más obligada, más amante, y como tan lince, extremamente ciega en las luces, que a ojos abiertos claramente conoce. Léase el número primero de la carta décima del tomo quinto de sus eruditas, y se oirá lo que de nosotros canta el cisne de luces, y el fénix de las dulzuras, y por su ce-lestial armonía, sube nuestra obligación al más alto punto de la gratitud. El más fino ascético, que se conoció entre los más fervorosos espíritus. ¿Qué rasgo suyo, aun en lo que parece más distante, llevado su corazón del amor de Dios, del bien del prójimo, y últimamente de la religión 6 no se derrama en la sagrada unción, que vivificando, eterniza en la felicidad las almas? O se formaron para mí sus divinos escritos con otras cláusulas, o ha querido alta providencia que los lea en su intención.

Véase, en prueba de que su pluma ascética es como la que más, el discurso primero del tomo quinto de sus Eruditas, en que persuade al amor de Dios, con aquellas razones, propias de esta verdad, y de su finísima delicadeza. El segundo, en que manifiesta la distancia que hay entre el todo y la nada: esto es, entre el Criador y la criatura. Del mismo tomo la carta tercera, en que previene admirables defensivos para conservar la fe, segura en medio de los herejes, a los que por sus viajes están precisados a caminar por la Libia de tan venenosos racionales, monstruos de la razón. La cuarta, en que prueba cuál debe ser la devoción con María Santísima, para fundar en ella la salud eterna. La décima octava, en que para el bien del prójimo, esto es para la conservación de la vida, divulgó el descubrimiento de un nuevo remedio. Lo mismo hizo en el tomo segundo del Teatro con la piedra de la serpiente, que no es otra cosa, que el cuerpo quemado del ciervo, admirable contra la mordedura de sabandijas venenosas, y la hidrofobia, o mal de rabia. El abedul árbol conocido en Galicia con el nombre de bido o bidueiro, singular específico para el mal de piedra, que también lo expuso al público, en el apéndice a la carta veintiuna del tomo quinto de las Eruditas. En el tomo tercero del Teatro Crítico, el discurso sexto, sumamente importante a nuestra religión. En el mismo, el discurso once, la Balanza de Astrea, espantoso estruendo para los jueces, y agradable consuelo para esperar el remedio, si por nuestra infelicidad no quedase sólo en la esperanza. En el tomo cuarto, el discurso primero, que es sin-gularmente útil su instrucción. En el tomo octavo, el discurso sexto; y léase siquiera el número primero de él, para conocer su proficuidad.

No me aliento a proseguir por más lugares, porque fuera intentar traer a un papel todo un Teatro y a una carta la benevolencia y casi infinita erudición de muchas, de las que, y de toda la obra podré decir con más justicia, que por quienes dijo Ovidio:

Plurima lecta rosa est, sunt et sine nomine flores: Saepe ego digestos volui numerare colores; Nec potui, numero copia majar erat. Fue el que cultivó estas letras el gran Feijoo, y en su mano se hicieron flores, pero sin nombre ;

mas es engaño si tal se imagina, que son de mucho nombre unas flores, que tienen todo el eco que hacen sus letras, capaces de dar nombre a la fama y al más anónimo.

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De este profundo conocimiento, que logró de su nunca bien ponderada benevolencia, enemiga declarada del misantropismo.se origina la altísima veneración a su sagrada persona, y divina pluma. Pro-testo, y aseguro con toda ingenuidad, que no me acordé, ni tuve presente la amorosa y elocuente aprobación que dio el discretísimo P. Felipe Aguirre al séptimo tomo del teatro, hasta llegar a este sitio donde me hallo, por lo que dejaré correr algunos epítetos con que otros lo han ce-lebrado, para que se sepa que mi anhelo en decir me penetró con la dis-creción de tantos sabios, deseosos y empeñados en publicar su mérito; y con todos ellos (acá a lo que creo y alcanzo) no salgo de la rueda de Ixión, donde al deseo le hacen los afectos en círculos girar dándole en el vano empeño un infierno por gloria o una pesadumbre por vuelo, que a no más llega el triunfo, que a copiar las fatigas de Sísifo en la cumbre de la desesperación.

Aun cuando la experiencia no me enseñase tan claro el de-sengaño, a vista de tantas voces, o a dulces quiebros de tantos empeña-dos cisnes, que aunque también entran, nunca salen del empeño a su sa-tisfacción, ¿qué diré, que no sea un callar hablando, y un hacer sonar en los ecos el infeliz clamor del silencio, o el grito musitado de una muda voz? Pero tengo un sol por hilo sin comparación mejor que el de Ariad-na para salir del laberinto de los deseos, y del babel de inútiles voces, y entrar guiado, de tan buena estrella al lugar de las adoraciones de este Mago6insigne, siendo su mismo nombre el fragantísimo incienso a su culto, el luminar que dirige, y el clarín que enmudeciendo a la fama con acentos, que jamás animó la elocuencia, ni tuvo aun entre sus disertísi-mos ratos, la energía, se oye en todo el mundo con las glorias de inmor-tal: esto es, y queda todo dicho, el limo. Señor y Rmo. P. Mro. D. Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro. Nombre excelso! Soberana expresión! Eco articulado en los labios de la dicha para el más alto y brillante honor de la nación, lustre y felicidad de las ciencias! Acento, que él solo, en el guarismo sin número de su dirección, puede comprender lo que se le debe a su mérito! Este prodigio pues de la naturaleza, y esmero de ella, disipó, como ya expresé tan obscuras tinieblas, y restituyó, o dio la mejor vida (que es capaz de darla) a nuestra razón, para que con razón y justicia adoremos en su verdad el alma de su genio, y en su plu-

Mago en lengua caldea significa lo mismo que en la griega, que es filósofo, y en latín se toma por sabio, y en este sentido lo tomó San Mateo en el capítulo 25 y yo también. Aunque entre nosotros es hechicero y encantador, y en verdad que si lo hay, no es sino en el mundo es mi adorado Maestro el gran Feijoo, con la incomparable dulzura de su elocuencia, y prendas más dulces que toda dulzura: super melé, et favum.

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ma, al Crisóstomo de este siglo, al Demóstenes, al Cicerón, al Péneles, al Tucídides, al Sócrates, al Tilamo, al Hipérides y a cuantos en lengua de aciertos hablaron elocuentes las dulzuras. 7 Pero basta, aunque a más no poder, que no sabe Vm. hasta dónde llega mi adoración, y en los ra-tos dulcísimos de ella pierda el curso la pluma, por hallarse siempre su-mamente gustoso mi corazón en sus alabanzas y estático en sus amores, reconociendo una cierta divinidad en todas sus innumerables prendas.

Y habiendo de dar, y dado luces en las citas marginales del afecto de otros, fuera crueldad mantener los míos por mi moderación mudamente ardiendo en mi pecho, sin que vuele al papel alguna centella de ellos. Empeñado pues mi amor (y sepa el mundo mi buen gusto, bue-na intención y noble idea) en que conociesen su mérito, cuantos racio-nales habitan el Reino de Quito, y mi patria interesando en su ilustra-ción: le compré el año de 56 a Don José de Irigoyen, comerciante bien conocido en esta ciudad, mil pesos en libros, sin que entrase alguno que no fuese del gran Feijoo, y los remití a la región ya dicha, ordenando se vendiesen al mismo precio que costaron, en que me he cargado el im-porte de la conducción, ganando en mejores monedas los intereses del dinero. Reflexioné el medio de celebrarlo más, y lo acerté, porque a este fin tengo en perpetuo movimiento un juego; quiero decir, que está destinado a que lo lean cuantos gustasen, inspirando siempre su lectura, especialmente a los que considero de ingenio, para que sus elogios se los dé su labio divino, que sólo su lengua es digno pregón del casi infinito valor de su sabiduría, a cuyo precio sólo corresponden sus talentos. Y porque deseando ilustrar a todos, no quede mi alma en tinieblas, todos los días por precisa distribución, (pues es jurada) le he de leer alguna co-sa. Siempre se halla nueva luz, en el que siempre es admirable!

En mi patria, tiene finísimos amantes. Numerarélos en una cuenta del millar, y sea el Dr. D. Juan Bernardino Jiménez Crespo, ca-

' Ninguno tendrá por excesiva la colección de tantos elocuentes, para la representación de su elocuencia, sólo con leer en el discurso segundo del tomo quinto de sus Eruditas los números 56 hasta 61 inclusive, que arrebatado de su brillante dulzura, le ofrecí ese rudo borrón de mi concepto, y será pintar la luz con el pincel de una sombra.

Todo un cielo es tu talento cantan las luces, y brillas astro y flor de firmamento; infunde tal lucimiento a la tinta tu esplendor, que aquel su triste color se trueca en clara armonía que es tu pluma cisne al día, y tu numen astro en flor.

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ballero de gran cuenta, por su ilustre nacimiento, virtud, esclarecido ho-nor, singular modestia, buen ejemplo y raro juicio y en calificación de éste ha sido varias veces, y por diferentes Señores Obispos, Vicario, Juez Eclesiástico de esta ciudad; y cuando dejó de ser, fue por su abdicación; con una repugnancia de por vida al ministerio de cura, teniendo tan be-llas circunstancias para ser un vigilantísimo y exacto pastor; y aun brin-dando por quien podía darle una distinguida conveniencia en este apos-tólico empleo, resistió siempre. En las vicarías dichas manifestó su lite-ratura, celo, sumo desinterés, integridad , y ésta le ha hecho padecer lo que no merece, porque amante de la inmunidad eclesiástica y del debido respeto a lo sagrado, aun expuso su vida el año de 40 en un lance animado de la osadía y aun de la temeridad de un insolente; y en premio de esta heroicidad, pluma muy extranjera de la razón y de la justicia, más que de la religión, le insultó en unas líneas que tiró de fuego en la descripción geográfica de su viaje, que hizo por el Marañón a la Europa el de 43; siendo en esta parte muy extraviado, sin rumbo y sin tino.

Por el mismo motivo, contagiada de la comunicación y de la libertad, otra pluma nada extranjera, aunque en esto muy extraña, vomitó iras en su historia bicípite del Perú; y no sólo contra uno u otro, pero contra todo un lugar, aspirando sin duda, a que de su monstruosa producción quedase el recuerdo que caracteriza su persona; porque, ¿cómo puede hablar con acierto el enojo, si en el cuerdo sentir de Séne-ca: Iratus nihil nisi crimina loquitur? Ni se debe llamar historia la fábu-la; bien que el P. Gaurruche, el falso origen de los Dioses que escribió, lo honró con ese título. Y no perdiendo de vista al Dr. Crespo, este gran eclesiástico, como de bella penetración, es adorador de aquella oculta divinidad, que siempre retiene, aun en medio de las clarísimas luces de sus escritos, la inimitable pluma del gran Feijoo, porque es del todo cierto, que el Teatro pide muy superior comprensión.

Escribióme este político caballero, y mantengo su carta en mi poder con notable aprecio, por haber visto un juguete de mi pluma, y quiso darme la más alta vanidad de emparentarme con el César, hacerme deudo de Salomón y ponerme oriundo de la misma Alcuña que el sol, o en todo su luminoso solar, o resplandeciente disco, quiero decir, que me quiso honrar con el supremo honor de deudo del gran Feijoo, creyendo, por el singular amor que le profeso, y por lo que sabe de mis veneraciones, que era la única y la más dulce lisonja y distinguido lustre que me podía hacer; y es del todo cierto, que jamás creyó mejor ni aun igualmente.

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Es verdad, que mi tercer abuelo materno fue D. Cipriano Feijoo, natural de la villa de Jinzo en el reino de Galicia, nieto legítimo del Licenciado D. Gabriel de Ojeda, Señor de Novas, con horca y cuchi-llo; como todo consta de los papeles que trajo de España, y tengo sobre la mesa en que estoy escribiendo lo que digo. Y este Hiño, gallego (por cuya línea cuento muchísimos consanguíneos de gran calidad en Indias, y es uno de ellos el Sr. D. Enrique Coronel, arcediano de la Santa Iglesia de Quito, decantado blasón de su Colegio Real de San Fernando y ver-dadero lustre de este reino, por su gran literatura) casó con nieta de D. Pedro Morales Maldonado, que ya diré quién fue, y con biznieta de D. Pedro Bravo, que sirvió más de treinta años de conquistador, y última-mente fue cofundador de la ciudad de Cuenca, mi patria, con Gil Ramí-rez Dávalos, en la que fue regidor y alcalde ordinario, lo que también consta de instrumentos que tengo en mi poder y en el mismo lugar que los otros.

Pero nunca por esto creeré otra cosa, que ser un ajustadí-simo consonante el apellido de mi abuelo con el de su lima., pues más ha de ciento y treinta años que vivió, y firmaba Feijoo, con las dos mismas o o, que nuestro glorioso fénix. Llenos están los archivos de los escri-banos de la ciudad de Cuenca de sus firmas, porque por su gran talento y prendas fue muchas veces alcalde ordinario.

Mas, aun caso que yo creyese, como verdad esta quimera, porque el amor propio se avanza a mucho, solo sería para confundirme, viéndome infinitamente distante de quien ya me consideraba cercano; pero al momento se convertiría en gozo indefinible la confusión por la misma distancia infinita, fundándome en ella toda la gloria de mi honor; pues me brindaba la suerte una deidad por blasón.8 Quede todo esto en

8 Según el nobiliario de Galicia, escrito por el Rmo. Fr. Felipe de la Gándara, la caía de Feijoo desciende de rama Real. Interesóme en el apellido y dejo el trono para quien apreciase más la púrpura en las venas, que la corona en las sienes de la discreción. En esta elevación de nobleza nadie le disputará a mi adorado Maestro el gran Feijoo la Monarquía, y en ella todo el Imperio; hablo de aquéllos que en el centro del pecho abrigan el amor a la verdad, y no el odio al mérito; ni yo busco la sangre para honor, sino las prendas para la adoración, y para esta especie de nobleza le tiene escrito Hesíodo el génesis en su Teogonia, y aun creo que por ilustrar a todos los demás dioses, los hará descender de su mente divina, si ya de Palas se creyó nacida del cerebro de Júpiter. Para esta edición ha sido preciso agregar a este número octavo la adición siguiente, porque quede en un cuerpo la cita del nobiliario.

Después de finalizada esta carta, y aun articuladas mis lágrimas, he hablado largamente hoy 28 de junio con el reverendo Padre Don José Arredondo, prior de Monserrate de esta ciudad, en quien he conocido un noble genio, y su bien instruido y cortesano espíritu, me ha complacido con singulares noticias de las apreciabillsimas cualidades del sapientísimo y Reverendísimo Pa-

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sueño, y despertando de este dulcísimo delirio, sírvale mi corazón de pedestal a este sabio, que ya en otro tiempo dándole las gracias en nom-bre de la América, por una carta, que el Sr. Navarro, oidor de Quito, la condujo a España, le corrí un bosquejo de nuestro agradecimiento en este métrico rasgo:

dre Maestro Sarmiento, y de las particulares prerrogativas con que el cielo distinguió al Gran Fei-joo, aun concediéndole el celestial honor del parentesco de S. Rosendo, hijo de los condes de Celanova, lo que con sobrada claridad se conoce en el expresado nobiliario, al que me remito, para el que quisiese saber lo que es la casa de Feijoo en toda su elevación y latitud. Pero me cogió de nuevo que con el patrimonio del santo, tomando por nombre el título de mu padres, se fundase el monasterio benedectino de Celanova.

Dije de nuevo, porque tenía en la memoria perdida la especie que vi muchos años ha, y aplicando segunda vez los ojos al tronco de luces, hallo no sólo la expresada fundación; mas también en cinco majestades otras tantas púrpuras luminosas, que si en el árbol de la vida, que lo es el de la nobleza son claveles encarnados, en el cielo del honor son estrellas carmesíes. Tan clara es como todo esto la gloriosa ascendencia del gran Feijoo, y el lustre que ella recibe de él tan esclarecido, como ella misma; porque es otra, y aun mejor corona, que añade a los muchos cetros de su imperio, los que se ven en Doña Milena Usenda, que casó con el Rey D. Bermudo el primero. En la Reina Doña Controda, que fue segunda mujer del Rey D. Ordeño el primero. En la Reina Doña Elvira, que casó con el Rey D. Ordoño el segundo. En Doña Godo, que casó con el Rey de Galicia Don Sancho, hijo del Rey Don Ordoño el primero. En otra Doña Elvira, que fue mujer del Rey Don Alonzo el quinto, de quien descienden los Reyes de España hasta nuestro Carlos el Sabio, tercero de este nombre, y actual reinante. Esto es el gran Feijoo, y aun es mas, porque es lo que ninguno fue, siendo lo que es. Se me deslizó la pluma en los deseos, y hablé como si estuviese vivo. |Oh si así fuese, aunque yo dejase de ser!

Examínese este coronado resorte o elástica expansión de nobleza, no sólo por una simple curiosidad, sino por ruego mío, para la complacencia de ver a un incomparable sabio, lleno también de letras de una suprema calidad, que por decirlo asf logró igualmente, por alto privilegio frutos del árbol de la ciencia, y beneficios del árbol de la vida, (como ya supuse lo era el de la genealogía) viviendo los noventa años geométricos que vivió, para respiración de las ciencias, y aliento glorioso del universo, aunque me parecen pocos para su inmortalidad, dignamente merecida en el luminoso fénix de su ingenio. Al capítulo 9 del libro segundo, folio 165, del citado nobiliario, se encontrará lo que he dicho, y lo doy puntualizado, por excusar el trabajo de buscar, lo que deseo se vea, que es todo lo que en esto puedo hacer.

Y si para hermosear más el trono fuesen necesarias las flores, venga todo el Hybla, mas, es poca su delicia. Vengan los jardines de Semíramis, dos veces pendientes, del arte y de la admiración. Venga finalmente de Tesalia, fertilizada con los risueños cristales del Peneo, toda la amenidad del Tempe, floreciendo en laureles y exhalando en suavidades los matizados honores de nuestro maravilloso sabio. Véanse también gigantes, por grandes en el origen, que o le adoran, (hablaré de esa manera, postrando a su respeto, que es trono de otra soberanía, otras muchas coronas, que algún tiempo fueron del mismo tronco) o le cuentan el mérito de su estirpe en la raíz de su elevación. Don Pedro de Toledo, primer marqués de Mancera, de su consejo de guerra del Rey Felipe IV, gobernador y capitán general del Reino de Galicia, y Virrey que fue de estos Reinos, casó de primer matrimonio con Doña Luisa Feijoo de Novoa y Zamudio, hija y heredera de Francisco de Novoa Feijoo, general que fue de flota, e hijo de los señores de Bóveda, de Limia en Galicia, y de Doña Leonor de Zamudio Manrique, su mujer, señora de las casas de Zamudio y Zugasti, marquesa de Belvis, de quien proceden estos marqueses, los de Montalvo, los condes de Gondómar, de Priego, y otras grandes casas de nuestra Monarquía Española. Don Luis de Salazar y Castro, en el tomo segundo de la historia de la casa de Silva, libro décimo, capítulo 17, lo afirma. Su autoridad es no menos que de cronista de su Majestad y bien instruido, como fiscal del Consejo de Ordenes, por lo tocante al de Calatrava, cuyo principal negocio es ser instrumentos genealógicos.

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La América reverente a vuestros pies noble sabio, ofrece con tierno labio su pecho en amor ardiente; este honor resplandeciente, con benignas dignaciones, permitid, que son blasones, que aspira nuestra memoria, por tener en vuestra gloria un trono de corazones.

Mi dueño mil paradas tiene, y tiene licencia para todas, el que camina las jornadas de amor, y así volviendo a Vm. los ojos, aun cuando jamás le mostré la espalda, y restituyendo al labio las voces, di-go, que últimamente me muevo a escribirle, por el cariño con que miró a Vm. mi distinguido amigo el Sr. Chiriboga, aquel sabio y nobilísimo canónigo de Quito, que sin salir de esta hermosa 9y amenísima ciudad, su patria y fecundo nido de águilas,10 en el ligerísimo andador de su gran librería, corrió por todo el mundo. Tal era su noticia, que parecía en lo geógrafo, nacido en cada lugar del universo; en lo histórico, escri-tor de todas las épocas y anales; en lo físico, familiar de toda la natura-leza; en lo óptico, luminosa penetración de las retinas y demás prodigios dignos de verse con la admiración en animados cristales. En la oratoria,

Tráiganse a la vista los dos panegíricos funerales de los dos Ilustríaimos Señores Obispos Don Andrés de Paredes y Don Juan Nieto Polo, que dijo el Reverendísimo Padre Milanesio, cuya elocuencia ejercitada en honrar príncipes, que sujetos al destino universal del hado perdieron la vida, es el crédito eterno del más bello suelo, de la más hermosa población, que en primaveras perpetuas habla su amenidad flores, a ésta, que es el honor del nuevo mundo, le hace un mundo de honores en las repetidas honras que con su nobilísima persona y su sabia lengua le está haciendo siempre. Yo, desde que salí de ese alegre délo y florida gloria de la tierra, cuento los días en suspiros; ni aun las rosas de Lima me hacen olvidar las azucenas de Quito, que en un campo de flores combate, y aun sin contienda se rinde el corazón a los primeros afectos. Fue objeto de una edad, que en lo tierno fue cera para las impresiones, y hoy para las finezas, por no envilecerse en el bronce, con las reflexiones del mérito, es brillantísimo diamante.

Léase también, para inferir lo que es el delicioso vergel de Quito, aquél que parece último canto de cisne, aquél extracto que respira en las fragancias de la elocuencia toda la energía de una florida azucena, toda la armonía de una purísima santidad, y todo el buen olor de la mis agigantada virtud. Léase, y no sin dolor, aquella obra peregrina del Señor Don Tomás de Gijón, prebendado de ese sabio coro, que con razón visten luto sus caracteres, como signos que publican la pérdida de su noble dueño, y en él el lustre de las letras. (Verdadero eclipse! y casi en la primera de las cuatro partes del Plañí ferio. Nunca leo la vida de Mariana, sin el pesar de su muerte. Ninguna amistad tuve con ese elocuentísimo caballero, aun cuando por mil oportunida-des pude haber sido su íntimo amigo; pero mi genio no se enamora de afectos, cuando sobran prendas para ser amores.

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mejor que nadie, hablen sus sermones; que en figuras levantaron las de la retórica, a tan alto grado, que pudiendo decir su elocuencia, levantó figura, y que á • Tropos erigió estatuas a su energía, hilando tan delicadamente para la tela de su gala, que Lacheáis al uso de sus pensamientos, por imitar el primor, acabó en la delicadeza de su aliento, toda la perfección; y Clotho, en torno de inmenso giro le inmortaliza; y porque retórico viva en el círculo que describe, una eternidad le asegura; que esto es recibir la vida de mano de la muerte; y conservarle por medio de las parcas, en aquel trono donde reina el mérito con vigor inmortal, burlando las inclemencias del tiempo en sus vicisitudes.

En la Hidrografía, como sumamente apasionado a sus bulli-ciosos cristales, que moría y murió por ellos, se derramaba en perlas, ex-plicando profundamente los más estrechos senos por donde se conducen, sujetos a tanta opresión, por ganar en dulzuras lo que pierden en amargas sales que desgracian su hermosura, que encendía en el apetito una ardiente sed de su clara beldad, brindando al labio dulcemente su frescura.

No perdía un instante, lográndolo en estudiar, y el modo de no exasperarlo para que me franquease la puerta, aun cuando siempre me la tenía abierta, era tocársela, y al mismo tiempo pedirle agua, al momento salía, dejando sus libros, y con mil dulzuras de ingenio, mano y palabras las daba con gran frescura, pues siempre la tenía de nieve; y aun se detenía después un tanto con una festiva conversación, que éstos eran los raudales que yo buscaba, siguiendo el curso de las aguas en su inclinación. No le pesará a Vm. le recuerde algunas particularidades de quien le fue bien afecto, aunque camine en esta carta con tantas suspensiones. Y en fin, por no cansarme en recordar a quien creo no lo olvida, ni dar a entender que soy erudito, digo, que fue en todo estimable y más que estimable; pues amante, y celebrador del gran Feijoo, habló en flores sus elogios, dígalo aquella hermosa primavera con que le ofreció la mejor Rosa del Perú, sin más espinas, que las floridas y sutilísimas puntas de sus agudos pensamientos, donde literalmente se verificó el Rosas loqui, descogiendo a soplos de su airosa elocuencia el carmín que hermosea su belleza, encendiendo en respetos la púrpura de su Majestad.

Tres son las razones que me han puesto la pluma en la mano, como ya Vm. lohaoído.Fumcu/us triplex difficile rumpitur. Ligado con tan fuerte e invencible obligación, o tejida ésta de un Trino, que

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sin verle como misterio, le confieso poderoso para el rendimiento, me precisé a escribir a Vm. en esta ocasión, habiéndole hecho la salva en una que le dirigí al Rmo. P. Mro. y Definidor Fr. Juan Antonio de Tagle y Bracho11 en el navio nombrado los Placeres; por ellos comenzó mi

A quien justamente (y hablo del Reverendísimo Padre Maestro Fray Juan Antonio Tagle) por sus muchos y grandes trabajos, debo llamarlo el Hércules de esta su provincia de predicadores, la que a su honor levanta columnas, que llegan al cielo, gravándole con la sangre de su pecho el Non Plus Utra de sus heroicidades. Pero no cumpliera con menos, quien es hijo de la casa de los Marqueses de Torre-Tagle, que es una de las más distinguidas de esta ciudad, capital del Perú, y rama antigua y muy conocida de su linaje y apellido, que con notoriedad y según los historiadores de la muy noble provincia de las Asturias, de Santularia y Montaña baja de Burgos, es una de las primeras y troncales que la componen, lo que altamente califica, por decirlo así aun la Majestad con su real mano en varios honores nuevamente impartidos; y con ser éstos muy dignos de consideración, sólo por venirle tan posteriores a los que numera en su ancianísima antigüedad, no funda en ellos sus blasones, y mucho menos (pues de esto tanto le abunda) en la merced de hábitos concedida a todos los hermanos del Reverendísimo Padre Maestro y Definidor Fray Juan Antonio; y lo es en el Orden de Calatrava y profeso el Señor Doctor Don Francisco de Tagle, maestre escuela de este coro, y admirable ejemplo de virtud; asunto en que pudiera decir mucho, si no dijera más con el respeto con que lo miro, por su vida editicativa, por su verdadera caridad, dulcísima índole, modestia natural, en cuyo semblante se está leyendo la paz de su corazón, y todas las imágenes de su recogimiento. Conturbárase la pluma al formar estos cortos rasgos, si toda esta ciudad no los autorizara con el aplauso, veneración y experiencia, y prescindo de sus letras, muy señaladas desde el Colegio en sus oposiciones a la canongfa doctoral de esta Iglesia, cátedras de esta Universidad, y de otras nobilísimas cualidades, que lo hacen un ejecutivo acreedor a las más altas y resplandecientes dignidades, que colocado en el alto monte de ellas, se percibiera mejor la brillante luz de su alma, y el claro mérito de su angelical genio. El Señor Doctor Don Pedro de Tagle, oidor de la Real Audiencia de Chuquisaca, distinguidísimo en prendas, cuyo extremado y esclarecido honor admiran, y todos conocen lo prepone tanto a ellas, que es el mayor lustre de ellas mismas, logra una sobresaliente instrucción y extensísima amplitud literaria, que no sería exceso llamarlo omniscio o sabio en todo. Estas estimables dotes, aun dejando fuera las de cortesano y delicado áulico, le forman un tan dulce magnetismo, que arrastra los aprecios de todos y las confianzas de cuantos le tratan, como se ve, en las que de su expeditísima habilidad fio la corte de Madrid, y al presente se halla actuando; es tam-bién del Orden de Calatrava. El señor marqués, a causa de otras inspecciones, no ha entrado en este Orden, y su pasión dominante a los libros le ha granjeado un gran tesoro mental, aunque su genial abstracción, poseyendo varias lenguas, y (de las que yo entiendo) con notable perfección la francesa, vive en tal silencio, que parece que las tiene para callar, pero quien le trata, conoce los fondos de su alma, y sabe, que son unas lenguas que callan para su desempeño.

El Señor Doctor Don José, subdecano de esta Real Audiencia, por su extremada moderación, guarda más que en su papelera, en su olvido, la merced que tiene, sin querer aun a ruego de sus amigos, esmaltar su pecho con este rojo honor, simbólico a su sangre. Y pues estoy donde no me oye, ya podré decir algo de sus exquisitas prendas; o díganlo otros, pues de sus nobilísimas entrañas habla la piedad por sus manos, de su justificación, el desinterés; de su genio, la más sincera probidad; de sus noticias, la historia, en quTTí muy venado, de su lengua de oro, aun la más picante maledicencia; de su compasión, la más rara ternura; de su tranquilidad, la mansedumbre; de su afabilísima humanidad, aun los que no le tratan; de sus talentos y facultad las oposiciones a cátedras y canongías; de su buena ley, la más fina y fiel correspondencia; de sus intenciones el fondo de un acendrado catolicismo; de su política, atención y urbanidad, todas sus acciones; y parece que en esto procede sin libertad; no es mía esta expresión, es el lenguaje con que lo celebran, aun los que no tienen más razón que el sentido, porque basta ver para conocerlo, sin que por público y diariamente repetido, aun la malignidad lo niegue; y de su segura amistad todo el mundo; de modo, que sólo en este ministro, y no he dicho todo lo que es, tiene el Rey un complejo de raras y admirables prendas, capaces de formar muchos y excelentes ministros.

Es pues, el lustre de Calatrava, tan propio de esta nobilísima familia, que el Conde de To-rre-Velarde y Don Manuel de la Torre y Qulroz, ambos casados, el primero con la Señora Doña

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gozo, que ha sido muy distinguido, de que Vm. se halle en esa región que tanto necesita de esos talentos, y quisiera que fuesen muchísimos de ésta, para que el duro capricho de varios se rindiese al golpe de la luz, o roto el obstinado casco al rayo de la instrucción, mudase el frenesí en conocimiento. Mas ya esto es quejarme en vano, cuando la pluma de

Serafina, y el segundo, con la Señora Doña Águeda de Tagle, son caballeros de esta Orden; de suerte, que si se echa la vista sobre este lienzo de nobleza, y sin salir de los hermanos, se encuentran muchos hábitos de caballería, títulos de Castilla, canongías, empleos militares, mayorazgos, togas y es una de ellas la que viste el Señor Don Alfonso Carrión y Morcillo, decano de la Real Sala del crimen de esta ciudad, y sobrino del Excelentísimo Señor Don Diego Morcillo, arzobispo que fue de esta capital, y repetidas veces Virrey de estos Reinos, fue esposo de la Señora Doña Marta Josefa de Tagle, hermana, como las dos antecedentes Señoras, del Reverendísimo Padre Maestro Fray Juan Antonio, quien logrando ver tanto resplandor en los timbres, ya antiguos, y son casi innumerables y ya modernos de su cuna, logra también las clarísimas luces de su auna, con que se ha hecho el crédito de las cátedras y el cisne de los pulpitos, habiendo nacido sellado en el labio con el sagrado fuego de la facundia, que en la primogenitura de los entendidos, sin duda es patrimonio de perlas la elocuencia.

Vm. habrá oído de su boca, lo que yo lánguidamente le digo con mi pluma, y vale más un rasgo de experiencia que cuanto puede decir la más viva noticia. Y para el complemento de mis estimaciones, entre las delicadezas de su buen gusto, está adornado con aquel noble carácter de finísimo amante del gran Feijoo; siéndole también finamente apasionados sus ilustres hermanos; que ya, si no me incluyera en ser adorador de este sabio maestro, dijera que su aprecio es el distintivo de la discreción. Certifico a Vm. que tan fuera de intento he llegado a la altura en que me hallo, que creí, que, con cuatro líneas le haría un perfecto rasgo de nuestro héroe dominicano; pero con el peso del mérito se fue la pluma al centro; y por la sublimidad del objeto, quedando fuera de sí arrebatada, se subió hasta el cielo; y pues ya se mira en él, es inexcusable que en él lo mire al Reverendo Padre Lector, Fray Ramón de Tagle, honor de todos sus hermanos, en el hábito más humilde, que aun para ser vestido de un franciscano está en jerga; pero tanta virtud por ahora no es asunto de mi pluma, y es preciso que obedezca la voz que manda: Lauda post mortem, magnifica post consummationem. Todos oyen lo que callo, y nada defraudo a sus glorias, pues ven lo que no digo; y aunque es tan estimable la nobleza para los que conocen su valor, es del todo cierto, que cola apud Deum nobHitas, clarum esse virtutibus, y hasta este lustre ha querido el cielo conceder a esta esclarecida familia.

La Señora Doña Rosa Isabel de Tagle, religiosa en el monasterio de Santa Catalina, vive tan en silencio, que si se le escucha, sólo se le oye que habla su regla, y que animado Harpócrates de la observancia, grita con lo que no dice y confunde con lo que calla. En fin, fruto del vientre de la Señora Doña Rosa Juliana Sánchez de Tagle, marquesa de Torre-Tagle, ilustre matrona, que en virtud y discreción dio mucho asunto al respecto, y de un padre, cuyo pecho generoso incluyó el corazón de un príncipe. Rótulos escribió con mano abierta, que publican su magnanimidad; y aun trascendió su bizarría a ser obsequio del Soberano, en servicios de notoria lealtad, que no olvida la memoria, y para sus ingratitudes, jurídicos los archiva el honor. A más de éstas y otras plausibilísimas prendas, fue excelente latino, como destinado para la iglesia, y era un segundo ayo, y aun un primer maestro de sus hijos, que aprovecharon más en la doméstica disciplina, que en las prolijidades de otro cuidadoso preceptor, que su noble espíritu les destinó para que le imitasen en la instrucción y crianza. Su finura intelectual fue tan clara, como la prueba. En la corta edad de ellos (pues murió el Señor Marqués Don José de Tagle y Bracho el año de 40) aun sin excluir el delicado sexo, dio a cada uno un juego de lo que entonces había de mi adorado maestro el gran Feijoo; (quien pone el sol a los ojos no puede probar con más claridad las luces) y alimentados los nobles hijos con este pábulo de flores, se fertilizaron en amenidades, radicando tiernamente para el aprecio de este incomparable sabio en el corazón los afectos. Vea Vm y el mundo vea, si en alguna parte de aquéllas se estudió más fecundo seminario de amores, ni cultivaron más cordialmente sus estimaciones.

La noticia de la elección de procuradores para las cortes de Madrid y Roma que hizo el día lo. de junio de este año de 66 la siempre ilustre, sabia y amabilísima religión de la Compañía de Jesús, de la Provincia de Quito, en los Reverendos Padres Tomás de Larraín y Bernardo Redo, llegó hoy 25 de julio, a tiempo que está recibiendo en el plomo las alas para volar a sus manos la

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 203

Apolo, en el discurso sexto del cuarto tomo del Teatro escribió sobre los ojos del topo sentencias de destierro a la ignorancia, y las galeras en el remo del desprecio al tenaz empeño.

carta que por abril escribí a Vm. y agregándole este rasgo, consigo anticiparle en ella la vista de un sujeto verdaderamente venerable, cerno el Reverendo Padre Bernardo Recio, cuya virtud, leída en su hermoso semblante, es la imagen de su respeto. Su literatura, a nías de ser muy notoria, la conocerá mejor quien le oyese la fecundísima erudición de Santos Padres, y Sagrada Escritura, y ésta se logra en las pláticas, que hace repetidas todos los días, en tiempo que da los Ejercicios del insigne Loyola, para cuyo acierto lo señaló el cielo con el dedo de su Providencia; en ese tiempo es cuando se le conoce más su gigante espíritu; en esa Farsalia es donde se le encuentra un César de la gracia, un Hércules infatigable, destrozando en vicios cabezas de serpientes y un rayo hijo del fuego de Ignacio.

Irupice Loyolam, Sphaeram licet ocupet aetrham Ardet in his Cnartis, perlege, et ignís eris. Siendo un fiel sobrescrito de ese librito divino, que es carta del cielo, o de libertad para íl, el activo

incendio con que calcina pechos, y abrasa corazones; allí es donde, verdadero hijo del fuego, hablando en raudales de Vesubios, reduce el hielo de las obstinaciones en cenizas del desengaño, y recuerda en la fragilidad del polvo la duración de la eternidad. Allí hecho el Eneas de Dios, si no al padre saca a todos los hijos de la perdición de ese voraz incendio, que Isaías exclamando dice: Quis poterít habitare de vobis cum igne devorante? AHÍ al tirano Nerón de la culpa le arroja donde aquel monstruo, y afrenta de los hombres arrojó a quien le dio el ser; y es justo, que aunque de paso al contemplar su insolente y execrable maldad, para noticia y deleite de muchos, hagamos irrisión de sus piedades con un discreto equívoco, con que para su mayor despecio lo hicieron de la misma naturaleza, como si dijésemos de la misma índole de Eneas; oígase este bello rasgo:

Quis neget ex Aeneae stirpe fuisse Neronem? Sustulit Me Matrem, sustulit Ule Patrem. Allí en su celo la gloria de Elias, y no sólo allí porque es de jurisdicción ilimitada, como su

dulzura, que en todas partes es la melifluidad de un Bernardo; pues su rigidez sólo la reserva para su inocencia. Allí es, y bien digo que es, porque ese es todo su Ser,-pero si prosigo, ¿qué podré decir? cuando todos los que le han experimentado en ese campo de sus victorias, dejan también pendientes sus admiraciones para sus trofeos, y hablando con un idioma de silencios sólo pueden creer que desempeñan la explicación de sus conceptos, y los más expresivos emblemas son el dedo sobre el labio. |Oh, quién repitiera esa dicha! que tantas veces brindó con porfía a expensas suyas, aquel singular prelado el Ilustrísimo Señor Don Juan Nieto Polo, que traía siempre consigo en sus visitas para sus conquistas este escuadrón de monglbelos, formado en el ardor de una llama. Si le parece a Vm. que me he dilatado, abiertamente le respondo que le verifico el Mundum pugilío continens. Hay mucha tierra que correr en el campo de sus misiones, y tanta, que llega al cielo; y así vamos a otra cosa.

Le es tan genial la adquisición de lenguas, que en cuarenta días aprendió el vascuence; creo que este tiempo, y no más le señala un maestro suyo en un prólogo impreso que leí. En vidas de Santos es un Flos Sanctorum, con una memoria singularmente feliz, que es digna de memoria. Su fluidísima elocuencia es tan sin reflexión, que aun en sus sermones morales extemporáneos corre en perlas, haciéndose el hechizo de sus oyentes, y no tiene otra estación en sus labios que la primavera; logró el honor de que muchos-**»» ha me escribe con bastante frecuencia, y leo en sus cartas, que guardo como reliquias, esta verdad, que a Vm. escribo. Su furor métrico pronto y repentino, que lo sé por fe, me han certificado es digno de llamarse sagrado Don del castalio coro; y así tiene cuanto puede desearse en esta línea; por ser el constitutivo esencial de la poesía el entusiasmo, como lo sentencia el Maestro del mundo en la carta décima nona del tomo quinto de sus Eruditas.

ímpetus Ule facit, qui vatum pectora ntttrit. A mucho me mueve el finísimo amor que le profeso, y para gloria mía lo sabe su Reverendísima ;

mas temo que en él se confundan sus clarísimas prendas, por no saber manejar las luces, y me es preciso soltar el pincel, dando en estas sombras el corto dibujo de su heroicidad. Quédale a mi patria (donde desde el año de 51 que le conocieron, le adoran) el profundo sentimiento de que al tiempo que hallándose de rector del colegio de esa ciudad le llovía beneficios con lluvia de mejores gotas que las de Júpiter a Dánac, se lo saquen para que Roma le vea, anticipándolo

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Lo que no haré será el panegirizar las cuatro cartas sobre que ruedan estas cláusulas, discurriendo prolijamente por sus nobles cir-cunstancias, porque fuera inútil conato, y tiempo perdido, aunque co-nozca que es digno asunto de la pluma de un americano, desanidar $1 Morbo Gálico de esta región, y restituirlo a la suya; mostrar que las en-trañas de nuestro país son de noble corazón, que como por venas de su cuerpo corre la riqueza que se desangra para dar aliento al débil espíritu de todo el mundo, que en solicitud de este bien, con indecente y aun con afrentosa mano, han pasado a piratear, los que se ven en su exacta marítima descripción verificándose en sus excesos con los templos, que los trajo el Auri sacra fames; pues ahí no significa otra cosa el sacra fa-mes, que el execrable apetito. Lo sagrado en sus deseos tiene toda la energía de execrable.

Y así, su mejor panegírico, deberán ser ellas mismas, por-que, ¿qué pudiera mi labio, aunque le usurpase a Ovidio por lenguaje de la dulzura el suave estilo con que para ciertos asuntos hace hablar las

en nú ojos a sus oidos; Vm. sabe lo que quiere decir en e«to mi fe, y ti es expresión que se dirige al Vaticano.

En H", tendrá Vm. en Cádiz en el Padre Toma», de quien ya dije algo, aunque un algo que e* nada, y en el Padre Bernardo las niñas de los ojos del Incomparable Loyola; y verá Vm. en dos hombres un coro de ángeles; pues del Padre Tomás con toda verdad se puede aseverar, aunque no se hable más que de su discreción y de sus letras, (por haber infinito de qué hablar, y dejándolo todo sin decir) Quot pene verba, fot sententiae sunt. Stupendum cuncti», imitabile pau-cit! y ya lo considero, si por algún conducto le llega esto que digo, lleno de confusiones, y vertidas sobre la inocencia de su semblante, que es un sagrado jazmín, las rosas de su vergonzosa modestia con todas las espinas que le punza quien le celebra, y no es ésta pura locución, es experiencia; pero si los que le aplauden le ofenden, todo el mundo le injuria, y yo en esta parte le soy su mayor enemigo, y muy de corazón. Quede aquí, que me lo pide su grande virtud, con las señas que me hace, y le entiendo prontamente por lo mucho que le conozco desde el colegio, donde fue mi padre de sala, y mi favorecedor, pero por esto mismo aun no lo comprendo, infiriendo sí, cuántas serán sus prendas; pues desde que trato con jesuítas, a ninguno vi que amasen más los suyos, aunque entre al paralelo otro insigne en virtud, y un Platón o Anaxágoras en ingenio, que lo llamaban el querido de todos, y era así; éste fue porque Vm. no lo ignore el Reverendísimo Padre Andrés Cobo, para quien hasta el olvido en la voluntad se volverá tierna memoria. Si en esta feliz incidencia hubiese de hablar de este venerable y amabilísimo jesuíta, fuera preciso que por pluma tomase al Iris, sólo para dibujar la eterna, tranquila y serena paz de su ánimo. Dejo con harto dolor mío, esto que me es tan delicioso al recuerdo, privándolo también a Vm. de que aun en las sombras de mi expresión vea un ángel en carne, (que sin duda lo fue) porque no hay tiempo para más. En el colegio de san Luis, Pindó de estrellas, y firmamento de flores, en cuya eminentísima cumbre la elevación escala es de mayor altura, y cada púrpura alma de la memoria del gran Feijoo, (pues desde vestí su clámide ya eran sus luces deleite de su aplicación) fue mi rector, donde lo que le debí, que fue mucho, lo guarisma sin cancelaciones el corazón; y si este rasgo puede ser su culto, lo consagro a su helada ceniza, en el altar de mi pecho, que es también llama de mi gratitud. Y paso a envidiar a Vm. sus fortunas, y decirle que mientras goza un dulce aliento en la gloria de verlos, pasaré por la muerte de amor, que es la au-sencia. Pero no! que animado en el vigor inmortal de mi agradecimiento, y unido íntimamente con mis afectos, puedo decir:

Nam quot junxit amor non separo f ultima tellus, Nec interfusii, quod patet aequor oquis.

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flores? Ellas tienen todo lo florido de la erudición de su autor, sobre el verde trono de su amenidad, y de nuestra esperanza para el nuevo crédito del honor. En ellas se ve una nativa claridad, que va guiando al centro de la verdad, que busca, y que felizmente halla su certero genio. Ellas son cuanto ellas mismas nos dicen; y aun son más, porque de mil maneras habla su instrucción, que explicándose en uno o cuando más en dos idiomas nos están gritando las muchas lenguas con que se entiende, y corresponde su autor.

Lo que sí no podrá sufrir mi complacencia, hablando sola-mente en el alto y enigmático acento de la admiración, será la sabia idea de formar sabios con la pública biblioteca, que Vm. desea establecer en esta ciudad, ofreciendo para este glorioso fin cuanto puede, pues da todo lo que tiene en los libros, que pródigo franquea; y aquí está mi asombro dentro de mil admiraciones! y me es preciso decir algo, aunque sólo acierte a decir nada; porque éste es un obsequio, a más de muy apreciable por la materia, singularísimo por su generosidad, prescindien-do de la idea, que vale, no menos que excitar la empresa, dando la espe-cie.

La mano de Dios forma en los hombres repetidos los prodi-gios de las manos; me parece veo a Vm. dándose la mano en la magnani-midad y grandeza del don, con probo y dejándolo a la izquierda, o que ambidextro, le gana a dos manos en la bizarría. De aquella, alta y armó-nicamente cantó Claudiano:

Praeceps illa manus fluvios superabat Iberos. Áurea dona vomens.

No diré, que es dádiva precipitada, ni inconsiderable profu-sión, como discretísimamente lo dice el gran Feijoo de las limosnas re-partidas a ciertos peregrinos, donde, con el primor y propiedad que siempre aplica ése que ya va a ser Hemistiquio; llamaréla rayo de gene-rosidad, raudal veloz en la propensión de correr al beneficio. Nilo desa-tado en perlas sin el ruido, que él en sus cataduras: praeceps illa manus; ¿y para qué? para dar una preciosidad, para dar libros: Áurea dona vo-mens. Escriba esta corte su reconocimiento, formando otra biblioteca de sus corazones, con aquella cultísima elocuencia, que derrama en los que da ser, que mientras ella habla dulzuras, yo ocuparé mi vida en repetir lo que oyese a su armonía; y si callase poco grata (que no espero) acusaré elocuente con el ardor de mi indignación, su ingratitud.

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Los moldes, que en el peso de su propia naturaleza hacen, si no larga la jornada, dilatada la estación, me han dado a ganar, cuanto en el curso veloz perdiera mi deseo, llegando tan oportunamente a este lugar para colocarme en él con ese feliz hallazgo, que como nacido le viene. El día 10 de julio pasaron mis borrones a ennoblecerse con el ti-pográfico lustre, si es bien que hablando de la tinta me explique de esta manera; y hoy 2 de agosto, con ocasión de haberle enviado un libro al Sr. D. Joaquín de Lamo y Zúñiga, Conde de Castañeda y de los Lamos, Teniente Coronel del Regimiento de Infantería española de esta ciudad, reponiéndolo a mi mano, me dirigió una esquela dulce y discreta como de su amabilísimo genio; y me excitó la especie para escribir a Vm. que a fin de establecer la biblioteca pública que deseo tenga esta ciudad, se valga de este Filadelfo; su respeto, es digno de su cuna, asunto en que informaré nada, porque la notoriedad, es el informe, y aun el archivo de Simancas. El Excmo Sr. Marqués de Villagarcía, para cuya grandeza, aun el pedestal de este virreinato no se si fue correspondiente basa, esti-mó mucho, por caballero, a este caballero, y su consumada cortesanía era la más calificada graduación del mérito; pues siendo homogéneo su estilo, era con distinción el aprecio. Este Sr., cuya memoria estampada en los corazones siempre es un amoroso recuerdo de la gratitud, que hay beneficios tan ejecutivos, y acciones tan de sello, que nunca pasan a ser olvido, fue el clarín, que a dos voces hablando con la estimación hizo sonoras sus prendas.

Casó el Sr. D. Joaquín con la Sra. Doña Francisca Javiera de Castañeda Hidalgo Velazquez y Salazar, digna esposa de tal consorte, y ajustado lazo de perlas para tal diamante, que no ha mucho se rompió para el cielo. En este lamentable suceso, ha escrito mil ejecutoriales de fineza y de honra su amor; ha dado mil llamas en luces de aprecio, y poblando en la capilla de la Vera-Cruz su sepulcro con expiaciones, esto es con sacrificios, verifica casi cuotidianamente en todos sus altares aquello de Malaquías: In omni loco sacrificatur, et offertur nomini meo oblatio mundo. Qui si hubo Reinas de Caria para mausoleos, hay lamos para artemisas; y a no ser águila generosa ya le creyera mustio cárabo sobre el funesto ciprés, al verlo sello del mármol con el dolor del corazón. Cualquiera que a prueba da finezas quisiera conocer afectos, pudiera buscar en la muerte tan vivos amores; cualquiera digo, quisiera morir, por lograr tan noble vida en la respiración de un pecho tan fino, que es templo del honor, de un aliento tan sublime, que es espíritu del al-ma de la inmortalidad, y si su voluntad le tiene tan dentro del sepulcro, su discreción lo pone muy fuera de la muerte, porque con vivísima com-

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prensión todo lo penetra, y nada se exime de la jurisdicción de su am-plísimo alcance.

Su piedad es universal para todo beneficio. Como alcalde ordinario de esta ciudad recibió por votos a su cuidado la expresada ca-pilla, que es de caballeros, y habiendo estado (o no estado diré mejor) caída, y aun aquello que estuvo en pie con más ruina que ser, lo ha re-puesto noble y magnificante, pues no ha un mes, que desnudando su casa por vestir de consuelo BU corazón en memoria de su adorada con-sorte (que fue a proporciones otra Elena de esa Vera-Cruz) con rica col-gadura de damasco fino, espejos grandes, claros y hermosos y brillantes cornucopias adornó su presbiterio; y no sé a cuánto más pasará su fineza, donde es mina su devoción y culto su amante honor; que sin violencia puedo y aun justamente debo aplicarle lo que cantó San Venancio Fortunado a otra insigne piedad, viendo mejorada una iglesia, que fue destrozo de un voraz estrago:

Credo quod exesse voluisset et ipsa cremari; Ut labor Ule tuus haec meliora daret.

El acierto con que ha mostrado su justificación en varios gobiernos de este reino, también ha menester la modulación de otro San Venancio, para publicar lo afortunado de los lugares, que dichosos te-niéndolo de juez, lo lograron padre. Nada digo del desinterés, pues de la gran fábrica del gobierno, él es todo el fundamento. Este es un caballero extremamente propenso a las letras, que no queda su discreción en el desnudo jardín de las flores; sazonadísimos frutos recoge en los in-mensos campos de Minerva; su aplicación es el cultivo, que le fecunda la cabeza de nobilísimas especies de toda erudición, y coronada de luces, es un conde cuyo título es ser sabio. Escríbale Vm. que proteja sus deseos, que yo sé que sus ilustres conceptos serán hijos bien nacidos y dis-cretamente educados; conseguirá Vm. que la biblioteca sea un feliz mo-numento de su benéfica mano; y yo entraré en este proyecto como lucero que señala el sol para anunciar el claro día de Lima en el cénit de tanta luz cuanta comprende un cuerpo, no sólo de uno, sino de muchos planetas en la colección de tantos libros. Mire Vm. si debo vivir agradecido a la lentitud del plomo, que terminando su curso, hubiera parado aun sin moverse este vuelo. ¡Oh, qué falso es el periculum in mora! sepa Vm. que vive para gloria de este reino el Sr. conde de Casta-ñeda; y quien esto sabe, sepa que hay mucho andado para saber; pues ya habría Vm. visto en algunos rasgos suyos que corren impresos, el al-

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ma de sus letras y el fondo de sus flores. Y me persuado que la noticia, convertida en lengua de su elogio, le habría exprimido en la más sincera verdad, que su genio es de aquéllos que en sí mismos tienen todo su pa-trimonio, porque todo el mundo hace caudal de ellos; rarísimos son de ese carácter, pero entre ésos muy raros, aun es peregrino. Yo me hallo tocado de estos sentimientos y creo que al más leve toque responderá pronto cualquiera que fuese aun no muy sensible.

Entramos ya en todo el objeto de mi pluma, que como tan noble, para corona de esta carta, con reflexión le previne este lugar. In-juria muy conocida sería no congratular a Vm. por venir en el frontispi-cio de su obra el esclarecido nombre del Sr. Dr. D. José Morales y Aram-buru, cuyo mérito ha recibido lo que es suyo en el panegírico juicioso que le hace el caballero D. Carlos Costa, a quien estimo, y con alguna antigüedad debí apreciar, por la estrecha amistad que tuve, con su hermano el General D. Tomás, a causa de la oportunidad que hubo de que fue corregidor en la ciudad de Loja, al mismo tiempo que yo oficial real en la casa de Cuenca, a la que contribuye los intereses reales en que desempeñó su honor. Y en esta ocasión, más que en otras, supo ser hermano de quien supo desempeñarse, eligiendo en el Sr. D. José un Mecenas tan distinguido, como aquel gran protector de sabios Cayo Sil-vio, favorecido y amigo de Octaviano Augusto. Faltan en Lima Octavia-nos, y sólo por eso faltan Augustos, aprecios a tan esclarecidos Mecenas. Cuanto se le ha dicho está tan dentro de la esfera de su mérito, que ni aun lo que Horacio le cantó, llamándolo descendiente de reyes, se le cantaría en la solfa de la lisonja, si se tocase todo el punto del alto, y bien concertado origen de su estirpe.

Se han ilustrado los nobles pensamientos de Vm. con tan noble pensamiento, y hasta la tinta, degenerando de su tristeza, brilla alegre al explicar festiva su gozo en las letras, que unidas o decoradas, condecoran el respeto de aquel libro, con el excelso nombre de tal me-cenas; y a rayos de tanta fina luz muera la envidia rabiando como can furioso; pero ¿quién se la ha de tener? aun siendo tan envidiable, porque la dulzura de su genio suaviza los ardientes ojos y abrasado corazón de esta furia infernal. Y no puedo omitir lo que Lucrecio en este instante me ofrece, aunque le dejemos por muy común a la sombra del tintero a Horacio su:

Nihil aliud, nisi se valet, Aethna cremare, Sic se non olios invidus ipse cremat.

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Aquél es rasgo muy galano, y me es preciso hacerlo pasar por gala de mi desnudez, aunque con ella están más bien vestidas las car-tas, que ya no es tiempo de textos, versos, ni centones latinos; pues Eliano asegura, que los leones más crespos son los más flacos y débiles; y es ya debilidad del cerebro según el gusto presente el báculo de los textos; y el andador de latines es niñería del discurso alo menos asilo sienten ciertos críticos que conozco; pero por no ser esquivo, y aun gro-sero a su comedimiento, que me lo trajo tan a la mano, y tan sin pedír-selo, salga a describir este monstruo. Vuelvo la vista a tan inexorables críticos, y con inspección de enojo me niegan la licencia y me conformo con el silencio, que hay ojos que ponen miedo sólo con mirar, y aun matan con ver, y harán callar a la misma elocuencia, abroquelada de las más agudas puntas de la energía, y del más arrebatado furor del en-tusiasmo; basiliscos de nido verdadero, que salen del podrido cascarón de su malignidad, reventando en la universal displicencia de sus genios! Y como ninguno padece los destrozos de aquella furia, de la envidia di-go, aun teniendo a la vista el gigante mérito del Sr. D. José, no hay para qué mostrar sus horrores a quienes confiesan el raro lustre de su cuna, el celo de su ministerio apostólico, la generosidad con todos, lo atento aun con los más despreciables, su discreción festiva, literatura amena, sumo desinterés, y demás prendas apreciabilísimas, con que formándose un héroe, y aun un jefe del heroísmo, se deja amar de todos. No se le puede negar, que numen de alto orden y de jerarquía muy superior late en sus venas. Clarísimos renglones de esta verdad se leen en su porte, que sin desdecir de lo eclesiástico conserva en su persona el esplendor debido a la memoria de sus mayores. Tentaríame el campo inmenso, que miro en sus resplandecientes y floridas circunstancias, a escribir una historia de flores y estrellas, pero Vm. sabe bellamente lo que es el Sr. D. José, y es en vano, que yo quiera poner en sus ojos a quien tiene en su corazón y memoria muy de corazón. Lástima y notable sí es, que esto que sabe Vm. y todos conocen y publican, esté confundido por la distancia siendo tan digno de que entrase por los oídos del Monarca a ser en su pecho el alma de su consideración; para que el premio aliente en otros sagrados pastores el vigilante cuidado, que tiene este caballero aun sin esperanza de él.

Yo jamás le he tratado, y pudiera haberme puesto muy de cerca; pues si nos dividió el tiempo tan atrás, por no decir ante saecula aludiendo a una metafórica eternidad, que tiene la casa de Morales en su antigüedad, nos unió el origen. Vengo por línea recta de varón hasta mi quinto abuelo materno D. Pedro Morales Maldonado, de esta ilustrísima

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y nunca bien ponderada alcurnia de Morales, como se ve en los papeles que trajo de España, autorizados con un pleito sangrientamente seguido en la Cancillería de Granada en juicio contradictorio de nobleza, los que mantengo en mi poder, y por ellos le hice ese diseño al maestre de cam-po D. Félix Morales y Aramburu, en celebridad de su aplicación al servi-cio del Rey en la inmediata guerra; no habiéndole también jamás habla-do, ni dádole a conocer mi persona.

Lo cierto es, que Vm., escribió el día 20 de enero del año de 64, y yo, las prevenciones con que mostraron su lealtad los caballeros de Lima el día 4 de diciembre de 62. Quede aquí hecha esta reseña, que me servirá después; y del libro manuscrito, que de tan ilustres acciones conservo, paso a copiar fielmente lo que dije del honor militar del Sr. D. Félix, para que Vm. confirme lo que aseguro, y para que mutuamente tengamos la satisfacción de haber contribuido a su elogio, movidos ambos sólo de la fuerza de su mérito, que es mano poderosa para hacer articular en la lengua las verdades muy distantes, y ajenas de toda lisonja, que como ésta viene del corrompido incienso de la adulación, se exhala en oscuro humo, que a la misma realidad, es capaz de manchar. Expongo la copia que ofrecí, y sacada al pie de la letra, es como se si-gue:

COPIA

El mayorazgo y maestre de campo del batallón de esta ciu-dad D. Félix Morales y Aramburu Montero del Águila, uno de los más ilustres y antiguos caballeros de este reino, que lo califica, ya remontan-do su distinción en el vuelo de las águilas, ya encontrándose con palmas en la selva Dodonea, donde los más ilustres monteros, convertidos en troncos, hablan de sus glorias derramando en las flores sus elogios, por-que sólo aromáticos acentos en fragantes respiraciones articulan con el debido respeto, lo florido de su estirpe, como que aun las voces de su nobleza son cultos a su merecimiento, y disfrazados inciensos a su per-sona; ya llenando de bendiciones a su primogenitura en el sagrado res-plandor de una ilustrísima y sapientísima mitra;12 ya esclareciendo en sus ascendientes conquistadores el rojo honor de sus venas, en la copiosa sangre que derramaron por establecer la fe, y conservar adelantando

12 Fue abuelo legítimo de este caballero el Ilustrísimo Señor Doctor Don Diego Montero del Águila, dignísimo Obispo de Trujülo, y lucido honor de las cátedras del Liceo de esta ciudad y de su Real Axeópago.

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para nuestros católicos Monarcas esta bella parte del mundo, o este todo, que con nadie entra en parte; y ya últimamente en el concepto universal de esta corte, que cada viviente es una lengua de su aplauso, y aun muchas, porque cada una se derrama en grandes y singulares encomios de su nacimiento, tan antiguo en la nobleza, como lo es en la ciudad de Soria, en la excelsa casa de Morales; pues es una de las doce casas más distinguidas de ella, siendo esta generosísima ciudad la memorable Nu-mancia, que catorce años se defendió con cuatro mil hombres, de cua-renta mil romanos, y al superarlos, no el valor, sino la multitud que co-mandaba Scipión, entregaron al fuego sus haciendas y sus vidas, porque también lo racional tuviese su fénix, de cuyas cenizas vive hoy resplan-deciente la moderna Numancia, conocida por Soria, y es el ilustre solar, y mejor diré el clarísimo génesis de este caballero, que procurando imi-tar el honor de sus mayores, con las dulces persuasiones de su oficiosa actividad, ha logrado su noble intención uniformar una compañía de pa-samaneros, que en la docilidad del obsequio manifestaron la disposición del ánimo fiel y generoso, los que, teniendo tan a la mano el oro y la plata, han dado a conocer en el realce de la acción, que en la riqueza de un fondo de fidelidad nada es sobrepuesto, y que está demás, el ardiente furor, y encendido enojo de la pólvora para la defensa, si un tejido de fineza da valientes cuchillejos.

Sin más instrumento genealógico de parte de estos caballe-ros, que los que conservo de mis mayores, escribí lo que literalmente queda copiado en esta carta, aunque en muy ceñido y estrecho compen-dio, por no dar más el lugar, que a permitirlo, hubieran salido en comu-nidades los hábitos de la Orden de Santiago, de Calatrava, de Alcántara, de San Juan, caballeros con bandas doradas y llaves de oro, en la mano; y aun con aquel collar, o llámese cadena, que por acabar bien termina, o remata en un cordero, vellocino de oro, o bello signo de un muy dis-tinguido honor, que a fin de caracterizarlo grande, le quisieron llamar Insigne Orden del Toysón. Saldrían también innumerables alcaldes mayores en Alcalá, y del Estado de los Caballeros Hijos Dalgo, muchísi-mos mayorazgos y veinticuatro de Jerez de la Frontera, manifestando estos y otros clarísimos timbres de nobleza el Excmo. Señor Marqués del Carpió, como uno de los ilustres de la gran casa de Morales.

Pero si he de correr la cortina, y ha de salir la ingenuidad explicándose por mí, o hablando yo con ella en aquel limpio y terso lenguaje, tan amable a los oídos de la sinceridad, y a las atenciones de un ánimo sencillo, digo, que el haberle escaseado su clarísimo lustre al

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212 tARTURO A. ROIG

brillante honor de esta alcurnia, no fue porque me negase amplitudes el lugar, que no es clausura inviolable la precisión de una carta; y aun cuando fuese, en un punto a espíritus de laconismo diera inmensas ex-tensiones a la noticia, pues en él, según buena filosofía, esto es, en un átomo de materia puede caber una alma con perfecta información, cuya grandeza, los que la tienen, saben muy bien cuánto es capaz de ocupar; excúseme, sólo porque me comprende de medio a medio todo lo que de ella puedo decir, y en el mayor elogio del Sr. D. José venirme por re-muneración el aplauso dando asunto a muchos Morales. En mi patria, este apellido, cuya nobleza cerca de dos siglos altamente conocen, y a un tiempo pronuncian con el de Feijoo, diciendo Feijoo de Morales, se oye con el mismo respeto que en esta ciudad el de Sarmiento, Soto mayor, Campo y Haro, Condes del Portillo, el de Zabala, Esquivel, Pardo de Figueroa, Marqueses de Valle-Umbroso, el de Vázquez de Acuña, Zorrilla de la Gándara, Conde de la Vega del Ren, el de Boza, Daga, Es-lava y Cavero, Marqueses de Casa-Boza, el de Carrillo de Córdova, Mu-darra y Roldan, Marqueses de Santa María, el de Puente, Castro, Urda-negui y Delgadillo, Marqueses de Villafuerte, y otros de esta clase. Ni por esta analogía, conveniencia o proporción aspiro avanzarme a más es-fera, que a la elevación que miro en la cúpula de este florido tronco; he querido con ella, dándole una idea de lo que Vm. conoce en esta su pa-tria, hacerle ver que en todas partes logra lo que es suyo, y tiene lo que merece y que cuanto se le proclamó en la dedicatoria es un fiel eco, que corresponde a la voz del mérito, y augustas circunstancias del Sr. D. Jo-sé, sin que por este adjetivo le dé algo que exceda a sus prendas, aunque la ignorancia salga fuera de sí, por no entrar en la inteligencia de su pro-pia significación, y aun más por no examinar toda su latitud.

Privilegio es de la verdad, que sin noticia se confedere el acierto. Vm. ignoró lo que yo había escrito de su claro nacimiento, pues todavía no entra en la prensa el tomo en cuarto que formé, y su fecha, de que hice reseña, es del día 4 de diciembre de 62 y las cartas de Vm. vieron la luz el 20 de enero de 64. Ni Vm. supo por dónde me goberné para esos pocos rasgos de su genealogía; igualmente ignorando lo que insinué de la conducta y honor militar del Sr. D. Félix. Yo no pude pre-ver su dedicatoria, porque fui primero en el designio y la ejecución, y con todo, en lo sustancial la obra es de un molde, porque ambos sacamos de las entrañas de la verdad el oro fino de la fundición.

Aun después de ser tan larga como es, sirva ésta sólo de in-dicio de mi cariño, y reciba Vm. no para el examen, estas travesuras del

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 213

descuido, que a no interponerse algún suceso inopinado expondré al pú-blico un tomo en cuarto mayor, y muy en breve, cuyo primer rasgo por más ligero corre en esta ocasión donde Vm. que hay ojos tan felices que dan vida con realidad, si en la fábula la quitan como los de Medusa, que es lo mismo que perderla convertirse en piedra. Los míos siempre verán a Vm. con agrado, aun en las distancias; pero no las hay cuando en sus bellas producciones tenemos toda su alma y aun su cuerpo, que en ella misma tanto abulta su persona, cuya apreciable vida deseo sea con mu-chos años, pidiéndole me dispense la extensión de esta carta, cuyos pre-cisos puntos no he podido relegar al olvido, sin cortar en ellos el hilo más precioso de su aliento; y valiéndome, no de lo que suena la letra, sino de su alegoría, concluyo estos mis prolijos rasgos con los que Virgi-lio en su Georgia se explicó por los suyos:

Sed nos inmensum spatiis confessimus aequor, Et jam tempus equum fumantia solvere colla.

Lima, y abril 17 de 1765.

B. L. M. de Vm.

Su muy agradecido por la patria, afecto y seguro servidor,

D. IGNACIO DE ESCANDON

Hallábame con esta carta concluida, y lleno de esperanzas de que el gran Feijoo viviese, a ser posible, en la inmortalidad de su in-genio, y a las nueve y cuarto de la noche del día 12 de mayo, despren-diéndose de la esfera de mi desgracia un acento más oscuro que la mis-ma noche, voló como rayo a ser herida del alma y entrándose para tanto estrago por el corazón, me informó, que ya libre de la prisión del barro, había pasado ese nobilísimo espíritu, que como sabio dominó los astros, a morar sobre las estrellas. Y en aquel tímido lenguaje, que entre los sustos del pecho, apenas se articula aliento, habiendo meditado tier-namente lo que por Lucano se dijo, cuando Nerón le quitó la vida, y quejádome de la muerte con las expresivas voces, que entonces lloró en cadencias Marcial:

Heu Ñero crudelis, nullaque invisior umbra, Debuit hoc saltem non licuisse tibí.

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214 ARTURO A. ROIG

Quise decir: Si aun para males horribles pueden servir las palabras; y más retórico el llanto hablar con voces amargas. Derramando en elocuencias al papel saladas manchas, que por ponderarlos, sepan decir en tales desgracias. Y si en las admiraciones extáticas consonancias al rapto prestan acentos de voces no imaginadas. Llegó el caso, que enmudecen todas las frases más altas, y las mismas invenciones ya por inútiles callan. Y aun corridas desaparecen, porque no teniendo cara, quisieran no confesar el que la lengua les falta. ¿Qué lágrimas serán voces, qué suspiros de mil ansias tendrán aliento a exprimir un mudo acento del alma? Si el alma de los afectos, quitó al amor las palabras, y en sí se lo llevó todo, dejándonos sólo nada. Mas si la nada es acento, nada diré; pues con nad puede explicarse mi pena, viendo que todo nos falta. Nos falta, quien a las ciencias dio tanto ser, que volaban a la esfera de ser suyas, porque las mirasen claras. Nos falta, y aquí me falte esta vida mal hallada con vivir; pues que si vivo,

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 215 vivo solo por llorarla. Nos falta ya el gran Feijoo! aquí sí, que se me arranca toda el alma que es tan suya, como por él animada. ¡Oh, mil veces muera! y venga aquella fúnebre barca a pasarme de esta vida allá donde tengo el alma. A esa región por quien vivo, como que vida se halla, sin aliento en este mundo, espirando por gozarla. Allá, donde como sabio las estrellas dominaba desde la tierra y los astros sublime lo contemplaban. Allá donde sus virtudes le fabricaron la casa, tan clara que muchos soles son dibujo de la planta. Pues de sus letras hicieron las luces de su morada, que como letras divinas ostentan luces tan claras. A esa esfera, que me tiene fuera de mí, que me agravia mi voz, si me cuenta vivo, mi vida, si no se acaba. Mas si animo, mi vivir en el pecho se señala con una muerte que vive en el corazón que mata. Y así quédate mi musa conmigo siempre callada, que si te parezco vivo, este aliento es mi mortaja. Vete al Parnaso, y gimiendo tus largas edades pasa, si acaso puedes vivir, cuando Apolo ya te falta.

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216 ARTURO A. ROIG Sin luces vive en tinieblas; pues es consecuencia clara, que se sigue triste noche cuando el sol se nos aparta. Con fogoso dolor vive en mis cenizas heladas, que ardiendo en el sentimiento, hielo es formado de brasas.

Aunque me ignora, como lo supongo, suplico a Vm. le hable de mi parte en el más vivo dolor del corazón al Sr. D. Juan Luis Roche; explíquele en esta oscura tinta las lágrimas de mi sentimiento por la pérdida de mi adorado Mtro. y dele el pésame con ellas, que son las voces que corresponden, aun cuando no alcanzan a tanta pena, la que nunca sabré explicar; porque lo adoro en el alma y si el altar no se ve, es porque todo está en el corazón. Envidiaríale por haber logrado ser su íntimo amigo, como lo publica en la carta duodécima del tomo 5° de sus Eruditas, si la misma felicidad (que así es justo lo considere) no lo tuviera desnudo de toda alegría; pero ¿qué temo padecer tristezas al precio de tan altas dichas? si aun sin ellas le imitaré en las amarguras, hasta que esta vida que muero para ser menos cruel deje de vivir.

Y lo propio le dirá Vm. al Jonatás de ese David guerrero con la pluma, al Damón de ese fidelísimo Pythias, al Rmo. y sapientísi-mo P. Mtro. Sarmiento, cuyas congojas apetezco sólo por tener que desear sobre infinitos los males. Y deberá correr para los afectos en las dilatadísimas extensiones de la suprema esfera, lo que en las últimas dis-tancias de este bajo planisferio, o globo terráqueo, como ya dije poco ha en aquel Nam quos junxit amor, non separat ultima tellus. Finalmente reflexiono que siendo un mal tan claro la pérdida incomparable de mi adorado maestro, quedará sin remedio por estar tan dentro del corazón; y entienda como pudiese el discreto éste que por sus circunstancias se hace enigma.

Quod cito prodideris medico curabitur ulcus. Quod tegitur, majus creditur esae malum.

Iba a soltar la pluma, pero no puedo dejarla porque no me larga el dolor; y así proseguiré un tanto más, si no para desahogo, que no cabe, para mayor pena en la reflexión de los mismos males, que es el único recreo de un sumo dolor, y diré: ah! y sin duda, que aquella boca

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 217

de desdichas abierta en esta región que habla sus infortunios en las verdades que niega, vomitó para este estrago la furia Alecto, con tanto más de rabia, cuanto tuvo más de gloria esa amable vida, haciendo sensi-ble al mundo, más que en el bramido de sus iras en el clamor de los corazones, el feroz despecho de sus ardientes entrañas; así lo creyera a no ser aliento tan sagrado, a quien no se pudieron atrever manos tan indigñas, aunque en los efectos ¿quién podrá tener dudas? atiéndasele a Claudiano: (en el libro lo. in Rufinum, verso 129).

Hiñe Dea prosiluit Phaebique egressa serenos Infecit radios, ululatuque Aethera rupit Terrífico, sensit f érale Britannia murmur.

Pues, aún ve, y oye más el afecto en el dolor de una verda-dera fineza, viendo en lo que pierde un infierno de males, y no sólo en sombras o simulacros, como aquéllos de quienes cantó el mismo Clau-diano.

Illic umbrarum tenui stridore volantum Flebilis auditur questus: simulacro coloni Fallida, defunctasque vident migrare figuras.

¡Oh, si pasasen! umbrarum volantum: migrare figuras; pe-ro donde el pesar es eterno, y no en figuras o sombras que pasan, se hace de la misma naturaleza del dolor el mal! y porque ninguno falte, como si no sobrasen con los del averno, envidiosa de nuestras dichas, estudiando en el libro de sus venganzas las calamidades, parece que abrió Pandora el trágico tesoro de su fatal cofre que generoso de infortunios para mal de todos, Júpiter se lo encargó y elevándolo sobre la triste atmósfera de nuestra confusión lo ha derramado, haciendo ver que en cada gota de una avenida de tinieblas se despeña un río de espantos: Horrendo murmure labitur amnis. En los raudales del lago Stigio, negros cristales d.e funestas sombras! Stygios videre lacus, bis nigra videre Tártara, y no menos en las de aquella pestilente Amsanto, infeliz fuente de Lucania corre trans-párente y precipitada toda la imagen de este horror; ¡oh, yo me la con-cibo en el cóncavo reflejo de mi oscura congoja, hiriendo lo fúnebre en lo tópico del dolor, que en nuevas pavorosas ideas se engendra mi senti miento! y aspirando a no oídas locuciones el lenguaje de mi pena, sólose encuentra con el acento que me desmaya, porque se aliente mi expresión a ser voz en la agonía de quien muere!

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El presente índice de conceptos de El Nuevo Luciano de Quito

(1779) no incluye materiales provenientes del segundo Nuevo Luciano (La Ciencia Blancardina, 1780), tarea que siempre sería útil hacer. No pretende ser, por lo demás, exhaustivo. Hace unos años intentamos ini-ciar un "vocabulario de los ilustrados" que, en parte, publicamos en nuestro libro La filosofía de las luces en la ciudad agrícola. Mendoza (Argentina), Universidad Nacional de Cuyo, 1968, p. 147—152. En este índice la letra A indica la página de la edición de Federico González Suárez (Escritos del Dr. Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Quito, Imprenta Municipal, 1912, tomo I) y la letra B, la paginación de la edición de Philip Astuto (Eugenio de Santa Cruz y Espejo. Obra Educativa. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1981).

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CATÁLOGOS

II. ÍNDICE DE CONCEPTOS DE "EL NUEVO LUCIANO DE QUITO"

Abogado (s) malos y buenos— A 353; B 52 / —enemigo de la religión A

356-357 ;B 54-55 -de Espejo (MERA) A 363; B 57 A 442; B 100 / obra intrínsecamente buena A 444; B 101 A 270-271; B 60-61 / A 274; B 10 / A 275; B ll/ A 374; B 63 / A 375; B 63

Acusación —de volterianismo A 469; B 115—116 Admiración asombro y— A 271; B 9 / embriagado del asombro y la— A 517; B 140 / afectos de suspensión y— A 530; B 148 / distinción entre elogio y— (P. Isla) A 546—547; B 157 Afeminado la belleza del espíritu, "belleza masculina que nada tiene de débil y afeminado A 313; B 30 / la metáfora, expresión afeminada A 511; B 139 Agricultura solamente la agricultura y sus frutos han hecho la felicidad de la vida inocente de toda la tierra A 554; B 161 Agudeza (s)-como un hablar al aire hiperbólicamente A 285; B 16 / —y conceptos a la española A 327; B 38 / —acomodada al escolasticismo A 343; B 46 / preferencia del genio fogoso por lo brillante, agudo y nuevo A 527; B 147

Acróstico Acto intrínseco malo Actos literarios

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220 ARTURO A. ROIG

Albedrío región del- A 502; B 135 Alegoría explicación alegórica de la Escritura A 409; B 80—81 / —

de los 24 ancianos A 440: B 98—99 / —como locura ajena al genuino sentido A 496; B 131 / caza de sentidos. .,. figurados y alegóricos, id. ant. / sentido alegórico y sentido literal A 498; B 132 / contraposición entre naturaleza y— A

502;B 134 A 290; B 19 / apartarse de la imitación de la naturaleza es huir del-A 292 ;B 21 mezcla sacrilega de estrado y— A 436; B 96 no han de ocuparse de las utilidades e intereses de la Corona española A 333; B 41

(ampliación) —sanguinolenta A 525; B 146 / A 530; B 149 —de la memoria, la imaginación, el entendimiento y las cualidades del alma de un escritor A 523; B 145 la tranquilidad de— (estado mediocre que se debe solicitar) A 554;B 161 determinación del autor (anónimo) por el estilo A 422— 423; B 88—89 Cfr. "Autor" y "Crítica" sabia— A 413; B 82 / erudición acerca de los antiguos A 415; B 84 / en los tiempos antiguos no hizo falta recurrir a las humanidades A 427; B 91 / —anterior a la gracia A 448—449; B 103 / hoy hace más falta el estudio que en los tiempos antiguos A 482; B 123 / huellas de la santa y sabia-A 485; B 125

Antiprobabi- lismo negra tentación de ser antiprobabilista A 384; B 68 /

A 448; B 103 / aborrecimiento y persecución contra los antiprobabilistas A 474—475; B 118—119 / A 478; B 121 / probabilistas o probabilioristas, o tuicioristas y antiproba bilistas A 481; B 123 Cfr. "Verismo".

Antítesis estilo lleno de metáforas, de alegorías y de— A 502; B 135 / ejemplo de— A 512; B 139

Apetito (s) lisonja de los— (dominante en los siglos de ignorancia) A 451;B 104

Aplauso (s) me oculto de los rayos de la gloria y del— A 414; B 83 / —propio de los espíritus superficiales que forman la multi-tud (Rollin) A 507; B 137 / -provocados por el sermón culterano A 516; B 142 / —herida mortal que padece la

Alma de la poesía

Altar Americanos

Amplifica-ción Anatomía

Animo

Anónimo

A ü d d

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 221

Iglesia A 541; B 154 / A 546; B 157 ejemplo admirable de— A 530; B 149 (apunte) algún genio curioso amigo de— A 318; B 33 / A 425; B 89 —de historia A 523; B 145 Cfr. "Textos narra-tivos breves" Argumentos (argumentaciones) —ergotistas A 370—371; B 60—61 / —ad infinitum A 383; B 67 / — in celarem A 384; B 68 / —inútiles, fútiles y muchos de locura y fatuidad A 417; B 85 / —de la crítica (negativo, positivo y mixto) A 423— 424; B 88—89 / —de los probabüistas (ejemplos) A 454 y sgs; B 106 y sgs. / orden que deben seguir en el discurso retórico A 534-535; B 151 Cfr. "Fábula".

Aristote-lismo

abandono del— A 346; B 48 / pacífico imperio aristotélico A 347; B 48 / —vulgar y envejecido A 347; B 48—49 / monarquía peripatética id. ant. / oscura caverna de trampan-tojos aristotélicos id. ant. / la metafísica de Aristóteles fue una adición a la física A 350; B 50 / moral fundada sobre la fútil y pagana de Aristóteles A 450; B 104 / ¿conviene a un eclesiástico pasar su vida estudiando a Aristóteles y sus comentadores árabes? (Fleury) A 487—488; B 127 enseñanza de la— A 397; B 74 —provocado por la elegancia del estilo A 515; B 141 estudio vano y pueril, tan peligroso como el de los arríanos A 418; B 85 / el probabilismo, extendido en su época como

el— A 453; B 105 / Jesucristo salvará a la Iglesia del probabilismo como la salvó del— id. ant. / A 530; B 149 el raciocinio bien fundado obliga al— A 390—391; B 71 / suspensión (more Cartesio) del— A 526—527; B 147 / A 529;B 148 A 271; B 9 / A 273; B 10 (—provocado por la elocuencia barroca) —de Epicuro A 417; B 84 / —de cartesianos, gasendistas, newtonianos y maignanistas A 347; B 48 —cristiana A 383; B 67 / disputa de— A 438; B 97 cómo determinar el estilo de un— A 425; B 89—90 / dar gracias a Dios por haber podido leer un autor condenado A 470;B 116 —de los hombres sabios (Padres de la Iglesia) A 364; B 58 / principio de— A 380; B 66 (no me caso con ningún autor

Apostrofe Apunta-mientos

Aritmética Arrebato Arrianismo

Asenso

Asombro

Átomos

Aula Autor

Autoridad

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. . . que no esté del bando de la sana razón) / peso de la ra-zón y de la— A 390—391; B 70—71 / -del probabüismo A 448; B 103 / -de algunos comentadores A 496; B 131 / —de la Iglesia en materia de lenguaje (Fleury) A 568; B 86 (Bárbaros) autores casi bárbaros A 273; B 10 / A 288; B 18 / países bárbaros de Indias A 333; B 41 / irrupción de los bárbaros A 420; B 87 / abuso bárbaro de las Santas Escri-turas A 497; B 132 / San Pablo, bárbaro en el lenguaje A 523; B 145 / supuesta barbarie del auditorio quiteño A 550; B 159 / bárbaro, carente de la noticia de la crítica A 551; B 159 / lenguaje bárbaro y culta latiniparla A 552; B160

reputación de— A 311; B 29 / la belleza del espíritu consis-te en el discernimiento justo y delicado (Bouhours) A 312; B 30 / —inseparable del juicio id. ant. / la belleza del espí-ritu es masculina A 313; B 30 / espíritu bonito y— A 316; B 32 / los chapetones en todo regüeldan— A 319; B 34 / —como fondo del buen gusto A 321; B 35 / caracterización del— (Bouhours y Hollín) A 331; B 40 / espíritu de bagate-la y- A 334-335; B 41-42 —de los Jesuitas de Quito (descripción) A 379 nota; B 65 nota / máquina bibliotecal A 394; B 72 / volúmenes que moran en quietud en las grandes bibliotecas A 417; B 85 / andanzas por las bibliotecas privadas de Quito A 424; B 89 —como opuesto a sólido A 291; B 19 / -como contrario de consistencia A 312; B 30.

caracteres del- A 301; B 25. A 269; B 8 / criterio del— A 310 y sgs.; B 28 y sgs. / —su definición deriva de la del "bello espíritu" A 321; B 34— 35 / —como razón natural perfeccionada por el estudio A 328; B 38—39 / enfermedad del verdadero— A 337; B 43 (Bufonada) A 441; B 99 / sermones españoles e italianos, bufones por lo ridículo (Fléchier) A 510; B 138 / los ora-dores sagrados culteranos, bufones A 511; B 139 —de los españoles vulgares A 320 nota; B 34 nota / -iróni-ca de los actos literarios llamados conclusiones A 376 nota; B 63 nota / —de los teólogos A 417; B 85 / Espejo, irónica-mente burlón A 463; B 112—113 / hace burla de todo A 464; B 113 / -de Pascal A 466-467; B 114-115 / -au-

222 ARTURO A. ROIG

Barbarie

Bello espíritu

Biblioteca Brillantez

Buen espí-ritu Buen gusto Bufón Burla

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII

torizada por los Padres de la Iglesia A 467; B 114—115 / burlarse del error no es maldad A 517; B 142

el concepto que desde el primer descubrimiento de América se hizo de sus habitadores. . . es que aquella gente no tanto se gobierna por la razón cuanto por instinto (Padre Feijoo) A 320; B 34

Graciano, compilador precipitado y negligente de los— A 450; B 104 / necesidad de saber de memoria los— A 480— 481 ;B 122

andrajosa media capa de— A 499; B 133 decencia, invención, naturalidad. . . hacen el carácter del poeta A 292; B 20 / -del idioma y de la nación A 300; B24 —padecida por motivos de opinión A 482; B 124 / calabo-zos ^e la ignorancia, grillos de las malas costumbres, cárcel de la mala educación A 485; B 125 A 447; B 102 / A 468; B 115 / A 475; B 119

Descartes solicitaba que se dudase de toda existencia y de todo ser aun del divino, por un instante A 527; B 147 Cfr. "Asenso". voces naturales, propias y— A 291; B 19 preferible el idiota que no lee al ignorante que lee a los— A 441; B 99 / —corruptores de la moral cristiana A 442; B 100 / —destructores de la ley y del Evangelio id. ant. —peores que los demonios id. ant. / peligrosas tinieblas que introdujeron en la Iglesia los— A 482; B 123

A 382; B 67

—como arte de distinguir y más distinguir con sutiliza A 407; B 79 / el primero en hacer falsas— A 407—408; B 79-80 / cavilosísimo probabilismo A 447; B 102 / insolente— A 455; B 107 —en que incurren los libros prohibidos A 470; B116 / alabamos el tiempo de nuestra juventud, censuramos la conducta de los presentes y pronosticamos muy mal de los futuros A 499;B 133

223

Calumnia de América Cánones antiguos

Capacidad ambateña Carácter Cárcel Cartas Cartesia-nismo Castizas Casuistas Católicos libertinos Cavilación (es) Censura

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224 ARTURO A. ROIG

Ciencia (s) (científico) estudio de las artes y de las— A 271; B 9 / —mayores id. ant. / historia, geografía, cronología, conoci-mientos científicos A 307; B 28 / -del ente A 350; B 50 / —especulativas A 350; B 50 / Bacon, insigne restaurador de las— A 363; B 57 / la teología, ciencia de los sagrados misterios A 381; B 66 / entretenimiento científico de las aulas cristianas A 383; B 67 / estudio de las ciencias eclesiásticas A 393—394; B 72 / —extrañas A 427; B 91 / razón destituida de la— A 450; B 104 / caridad y— A 480; B 122 / —media A 485; B 125 / -del füósofo A 491; B 129

Citas honestidad en el uso de las— A 486-—487; B 126 Ciudadano en el país de las letras todo el mundo presume tener el de recho de-A 500; B 133 Claridad -carácter del "bello espíritu" A 317; B 33 Cláusula

sermones trabajados cláusula por cláusula A 506; B 136 / clausulón sonoro A 506; B 137 / clausulónos de pompa y gala A 508; B 138 / —forjada en la fragua de sola ciega imaginación A 512; B 139

Colocación atender más a los pensamientos que a las palabras y su— A 504; B 135 Cfr. "Diligencia" A 266; B6

Coloquio Compañía de Jesús

llanto por la— A 347; B 48 / actitud de los ex-alumnos de la— A 499; B 133 / reglas sobre la oratoria sagrada en la— A 531-532 ;B 150

grados que ha de respetar en retórica la— A 534—535; B 151 / ejemplo de— (el coloso grosero y el magnífico) A 541-542 ;B 154

ridiculez de la- A 511; B 139

difusión del buen gusto a toda— A 324; B 36

conceptos vivos, nuevos y no conocidos de la sabia anti-güedad A 284; B 16 / —retóricos A 285; B 17 / incompren-sibilidades de los retóricos— A 287; B 17 / método de con-ceptuar A 326; B 37 / -a la española A 327; B 38 / —pul-pitables A 409; B 81 / —no relacionados con el entendi-miento A 503; B 135 / —pulpitables A 528; B 148 / —poé-ticos, sin solidez A 548; B 158 / conceptülos A 549; B 158

Compara-ción

Compostura afectada Comunica ción Concepto (8)

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 225 voluntad y— (tesis escotista) A 438; B 97 A 475; B 119 / cuándo llegaron los libros de Concina a Quito A 476; B 119-120

A 374; B 62-63 / A 375-376; B 63 / A 376-377; B 63-64/A 522 ;B 144-145

A 448; B 449 Cfr. "Pecado original"

probabilistas empíricos, practicones y de confesionario A 477-478; B 121 Cfr. "Probabilismo" la crítica, saber conjetural A 424—425; B 88—89 vigencia de prácticas contra hechizos y maleficios A 429; B92 A 453;B 106

—del género humano A 391; B 71 pecado de— A 465; B 113 A 265; B 6 / A 267; B 8 / -erudita A 271; B 8 / A 273; B 10 / A 283; B 15 / A 321; B 35 / digresiones propias de la— A 323; B 35—36 / tenuísima tintura de las ciencias del autor de estas— A 357 nota (únicamente en la edición de G.S.) / -erudita A 371; B 61 / A 396; B 74 / A 438; B 97 / A 461; B 110-111 / A 465; B 113 / A 482; B 124 / A 490; B 128 / objeto secundario de las- A 491; B 129 / A 532; B 150 / espíritu de la- A 545; B 156 / A 559-560; B 163—164 / reglas de la Compañía de Jesús en las— A 560; B 164

Corrupción papel que juegan los modelos en la— A 325; B 36—37 / torrente de la corrupción del siglo A 331; B 40 / esclavos vergonzosos de la común— A 337; B 43 / —humana A 406; B 79 / Orígenes y Tertuliano, ejemplos de— A 420; B 87 / relajación de costumbres y de pensamientos A 428; B 91 / A 448; B 103 / corrupción del siglo XIII y pestilencia del XVI A 452; B 105 / cuerpos literarios, su— A 453; B 105 / opiniones pestilentes y corruptoras del Cristianismo A 453; B 106 / orígenes de la corrupción entre los jesuítas A 498; B 132 / -de Quito A 554; B 161

Costumbres relajación de las— A 332; B 40 / A 448; B 103 / A 513; B 140 / moderar los tumultuarios ímpetus de las pasiones

Conciencia Conciniano

Conclusio-nes

Concupis-cencia Confesionario

Conjetura Conjuros

Consectario Consenti-miento Contumelia Conversa-ción (es)

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226 ARTURO A. ROIG

para corregir nuestras— A 434; B 95 / la ignorancia, causa de la corrupción de las— A 478; B 121 / corrupción de las-A 543; B 155

Criollo (s) A 276; B12/A277;B12/ ingenio vivo y fogoso de los— A 300; B 24 / —más bárbaro que un iroqués A 319; B 34 / jesuítas— A 329; B 39 / agudeza acomodada al escolasti-cismo de los— A 343; B 46 / virtualistas— A 344; B 47 / cerrado con cal y canto el entendimiento de los— A 550; B 159 / criollas y chapetonas A 556; B 162

Cristianismo primitivo A 387; B 69—70 / las fuentes del— A 419; B 87 / las "cien-

cias extrañas" (las humanidades) no eran necesarias en la época del— A 427; B 91 /ser cristiano era lo mismo que ser santo durante el— A 449; B 103 / pérdida de las virtudes del— A 449; B 103 / raciocinios ajenos a los que se ob-servaron en el— A 451; B 104—105

Crítica duende que ha tirado muy bien las piedras de la— A 340; B 45 / horrorosas críticas históricas A 346; B 48 / prescin-dencia de las personas en la— A 352; B 51 / Erasmo, nadie más diestro que él en la— A 402; B 77 y A 426; B 90 / pie-dad y— A 403; B 77 / excesiva extensión de la— A 404; B 78 / necesidad para el discernimiento exquisito del lenguaje de la- A 421; B 87-88 / -científica A 421; B 87 y A 422; B 88 / profesores de— A 423; B 88 / objeto sano de la— id. ant. / verdadero— id. ant. / modo cómo Espejo apetece ser crítico id. ant. / definición de la— (ciencia conjetural que enseña a juzgar bien de ciertos hechos y particularmente de los autores y de sus obras) A 425; B 90 / —infiel y mentiroso A 500; B 134 / colmillos de la voraz— A 523; B 145 / —peligrosa e impía A 542; B 155 / carencia de la noticia de la— A 551; B 159

Cronología ignorancia de la— A 304; B 26 / rechazo de la— A 306; B28/A421;B87

Cualidades ocultas —de Aristóteles A 417; B 84 Cuento —del catedrático de Cánones A 274; B 10—11 / —del pre-

ceptor de Retórica A 294; B 21 / visita que hizo el Zar de Rusia a España A 358—359; B 54—55 / -del filósofo An-tístenes y su discípulo A 391; B 71 / -^del colegial fernan-dino A 399—400; B 75 / -del volador o panderete A 421—

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 227

422; B 88 / -de Licencio y Trigesio A 433—434; B 94 / —del poeta Filoxenes y el tirano de Siracusa A 482—483; B 124 / -del cura de Nueville A 523—525; B 145—146 —inútiles A 411 ;B 81 estudiante de— A 399; B 75 / perseguía tan sólo tener be-neficio de su curato A 399; B 76 en materia de misterios revelados se debe rechazar la— A 404;B78 Espejo dice las cosas en— A 465; B 114 Cfr. "Mofa" y "Risa" (a) opinión chapetónica A 319; B 34 / los chapetones re-güeldan bello espíritu id. ant. / todos los chapetones son disgustados y avinagrados A 330; B 39 / chapetones formalistas A 344; B 47 / perniciosísimas modas de las chapetonas A 556-577 ;B 162 —del hidalgo de Pasto y su hijo A 552—553; B 160 A 368; B 59 / pasto nobilísimo y nutritivo A 436; B 96 / afición de los jesuitas al— id. ant. espíritu irónico y— A 501—502; B 134 —categoría estética de nuestro siglo (Bouhours) A 314; B 31 / cuestiones inútiles en que se evaporaba la delicadeza de los ingenios A 343; B 46 delirar alegremente A 448; B 103 / delirar con sacrilego frenesí id. ant. / A 544; B 156 el derecho natural, fuente del derecho romano y de la polí-tica A 352; B 51 / la historia, fundamento del— A 353; B52

grito de los— A 263; B 5 / peste de la República A 263— 264; B 5—6 / —horror y escándalo de los Estados A 264; B 5-6 A 415; B 83 día en que comenzó a declinar la caridad, estancada la san-gre de los mártires A 449; B 103 dialécticos descritos en Fray Gerundio A 343; B 46—47 —como esmero literario A 508; B 137 Cfr. "Colocación"

tipos de— (Bouhours) A 312; B 30 / —fino y exquisito A 331; B 40 / —para la elección de estudios y libros A 495; B131 —no escolástico A 394; B 73 / lugar donde deben ir las ra-

Cuestiones Cura

Curiosidad

Chanza

Chapetón

Chiste Chocolate

Chufletero Delicadeza

Delirio

Derecho

Desconten-tos Desenredo Día crítico

Dialéctica Diligencia

Discerni-miento Discurso

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zones para que sean convincentes y oportunas dentro del— A 522; B 144—145 / —sólido (es tenido como frío, lánguido, estéril) A 542; B 155 Cfr. A 546; B 157

Disputa (s) descripción de la disputa escolástica decadente A 370; B 60 / tratados escolásticos, únicamente buenos para la espe-culativa— A 438—439; B 98

Distinciones las cavilaciones como un distinguir y más distinguir con sutileza A 407; B 79 / Voltaire y sus insidiosas— A 408; B 80 / cavilosa distincioncüla A 439; B 98 / sutilizare inventar distinciones metafísicas A 450; B 104 / ridicula distincioncüla A 455; B 106—107

Divina palabra

santa y primitiva institución de la— A 514; B 140 / pérdida de la semilla de la— A 516; B 142 / carencia de disposiciones

para escuchar la— A 542; B 155 A 270;B8 —de los que llaman expulsos de la Compañía A 437; B 96— 97 / -^que deben tener los sacerdotes A 493; B 130 ignorancia de la teología— A 384—385; B 68 y nota —que hace vacilar la verdad de los objetos sagrados A 525— 526; B 147 / -cartesiana A 527; B 147 Cfr. "Asenso" y

"Cartesianismo" el Barbadiño (Verney), duende oculto A 340; B 44^45 / semejanza de Espejo con el Barbadiño id. ant. / hipótesis

del-A 390 ;B 71

ha de pasar la vida estudiando A 395; B 73 / ignorancia de los— A 400; B 76 / el estudio sustituyó el trabajo de las manos en

los— A 401—402; B 76 / obligación de estudiar para retribuir a los seculares por haberles provisto de los fundos con los que subsisten A 486; B 126

—de la buena retórica A 536; B 152

la tierra vio su edad de hierro cuando abundó el oro A 554; B 161 Cfr. "Siglo de oro" y "Agricultura" A 454; B 106 / A 459; B 109 / A 518; B 142-143 ¿la teología escolástica es la más electa? A 381; B 66 diferencias entre elocuencia y— A 522—523; B 145 Cicerón, arbitro de la más perfecta— A 491; B 129 / diferencias entre la elocución y la— A 522—523; B 145 / puré-

228 ARTURO A. ROIG

Doctos Doctrina

Dogmática Duda

Duende

Eclesiástico (s)

Economía natural Edad de hierro

Ejemplo (s) Electa Elocución Elocuencia

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 229

za y santidad de la— A 541; B 154 / lo admirable y florido, gusto vicioso de la elocuencia sagrada A 543; B 155 A 261; B 4 / -de Verney A 341-342; B 45^46 / distinción entre admiración y— (P. Isla) A 546—547; B 157 A 298;B 23

A 358;B 55 burla, risa, mofa como— A 468; B 115

—de lectura y escritura A 395—396; B 73 / -tie ortografía A 396; B 74 / -de gramática latina A 397; B 74 / -de arit-mética A 397; B 74

aguzar el cuchillo cortante del— A 343; B 47 / la lógica pefecciona el entendimiento y lo dirige a saber buscar la verdad, a pensar justamente y con método A 344; B 47 / justo discernimiento del— A 345; B 47 / sana percepción de un entendimiento cristiano A 390; B 70 / —capaz de vencer todas las preocupaciones A 418; B 85 / sujeción y cautiverio en obsequio de la fe del— A 418; B 86 —de Lucano A 288; B 18 en la pluma de Espejo no hay un átomo de— A 541; B 154 A 295; B 21-22 / A 296; B 22 el P. Aguirre, ergotista pungente y sofístico A 345; B 47 / ergotismo lacónico del P. Larraín A 345; B 47 / cansado— A 361; B 56 / A 369; B 60 / A 378; B 64—65 / —resabio de la escolástica A 384; B 68 / —como ridiculas distincion- cülas A 407; B 79 / A 418; B 85 conversación erudita A 271; B 8 / —como conocimiento de la mitología A 300; B 24 / eruditos a la violeta A 331; B 40 / Hugo Grocio y su abundante y exquisita— A 364; B 58 / —escolástica A 379; B 65 / Espejo, estanquero de la erudición y de los buenos libros A 391; B 71 / —y cólera A 414; B 83 / —acerca de los antiguos A 415; B 83—84 / —profana A 418; B 86 y A 429; B 92 desterrar las preocupaciones, sacudir los malos hábitos y deponer el error A 344; B 47 / —invencible A 443; B 100 las figuras retóricas y su uso escandaloso A 530; B 149

A 521;B 144

Elogio

Empresa Engolillados estafermos Ensayo Enseñanza

Entendimiento

Entusiasmo Envidia Epopeya Er'gotismoErudición Error

Escándalo Escarabajo racional

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230 ARTURO A. ROIG

A 439;B98 no veo más que esclavos abatidos y encadenados afrentosa-mente a la licencia, a las pasiones y al vicio, A 566; B 167

estudios teológicos y escolásticos A 370; B 60—61 / pueril— A 383; B 67 / —como un raciocinio que únicamente necesita de la habilidad del ingenio A 409; B 80 / —y alegorismo id. ant. / escolásticos preocupados A 413; B 82 / escolástica descarnada, hipotética y sutil A 417; B 85 / Erasmo, insigne mofador de los escolásticos cavilosos A 417; B 85 / baratijas escolásticas A 418; B 85 / --vano y ridículo de los tratados de aula A 438; B 98 Lutero tenía más distinciones que un escotista A 408; B 80 / voluntarismo de Escoto A 438; B 97

español corrido y avergonzado A 277; B 12 / —viciados por Séneca A 297; B 22—23 / caracteres del idioma— A 300; B 24 / desprecio del ingenio americano por parte de los— A 320; B 34 / agudezas y conceptos a la española A 327; B 38 / pésimos jesuítas— A 329; B 39; / mala formación en el gusto de los españoles que venían a América id. ant / dificultad que tienen en abrazar los bellos conocimientos los— (P. Isla) id. ant. / cómo juzgar del gusto español A 330; B 40 / los españoles, todos galicados. . . con los huesos podridos de sabiduría A 331; B 40 / —perfectos monos de los franceses id. ant. / no se ha restablecido el buen gusto en España id. ant. / no había nada que aprender de España A 359; B 55 / descrédito de España ante los extranjeros id. aní. / España, en las letras, bárbara e ignorante, etc. Id. ant. I de ella salen a mendigar luces a otros países los españolitos id. ant. / extravagancia de algunos quiteños que pretenden ir a Salamanca A 360; B 55 nota / los jesuítas de España ignoraban lo que es la ética A 362; B 56—57 / español que se ha interesado por la ética (Andrés Piquer) A 363; B 57 / en España no hay herejes A 385: B 68 / prejuicios que padecían en España las letras A 501; B 134 / apenas hay dos o tres autores españoles que sirvan de modelo (Isla) A 520; B 144 —eruditas A 267; B 7 / resolver especies sobre especies A 506;B 136

Escepticismo moral

Escolasticismo

Escotismo

España

Especies

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 231 Espejo se mira (el petimetre) otra vez en el espejo.. . y vuelve.. . sus ojos hacia el otro espejo escrito (el libro de moda) A 334; B 42 / examinarse ópticamente en el— A 335; B 42 / orador pomposo, igual al joven presumido ante su— A 504;B 136 Espíritu —filosófico A 295; B 22 / caracteres del buen espíritu A 301; B

25 / hermosura del- A 311; B 29 / bello-A 311; B 29—30 / definición de "belleza de espíritu" A 312; B 30 / —sutü A 313; B 30—31 / —evaporado id. ant. / belleza de espíritu como belleza masculina id. ant. / —bonito A 316; B 32 / —de bagatela A 335; B 42 / flacos de— A 386; B 69 / -del filosofismo A 405; B 78 / -fuerte A 406; B 79 / —de curiosidad A 406; B 79 / -^de fortaleza y de error filo-sófico (espíritus fuertes o libertinos) A 428; B 91 / —de las leyes A 355; B 53 / -de Voltaire A 295; B 21

Estado naturaleza racional del— A 262; B 5 / los descontentos, horror y escándalo de los Estados A 264; B 5 / facultades (ciencias) extrañas y propias del— A 495; B 131 / estado mediocre, como ideal de vida moral A 554; B 161

£síi/o sujeto estrafalario en el— A 267; B 7 / naturaleza del— A 275; B 11 / ignorancia del estilo forense A 282 (escolio en la edición de G.S. ) / diversidad de— A 284; B 15—16 / —redundante A 286; B 17 / —natural, fluido y terso de Voltaire A 295; B 21—22 / la delicadeza no es incompatible con la fuerza en el— (Bouhours) A 313; B 30 / —afectado de la Compañía de Jesús A 325; B 36—37 / -de Fei-joo (debería servir de modelo) A 330; B 29 / Feijoo, crítica a su— id. ant. / hermosura del— A 332; B 40—41 / Séneca, el más depravado genio en cuanto al— A 336; B 42—43 / —metafórico A 388; B 70 / estudio penetrativo del— A 421; B 87—88 / uniformidad o discordancia de— A425; B 90 / —irónico y chufletero A 501; B 134 / -del predicador de golilla A 502; B 134 / —muy estudiado y buscado, señal de genio apocado A 504; B 135—136 / —pomposo y jactancioso A 508; B 137 / —figurado id. ant. / —hinchado (hinchada y reluciente ampolla) A 511; B 139 / —borboteante (borbollón poético) id. ant. / —pliniano (de Plinio) A 512; B 139 / —metafórico, hinchado A 537; B 152 / —de Séneca (dulcibus vitüs abundat) A 522; B 145 y A 537; B 152 / —peinadito y boquirrubio A 538; B 153 /

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232 ARTURO A. ROIG

—hinchado, campanudo, ventoso, pura hojarasca A 548; B158

Estudio (s) —de las ciencias y las artes A 271; B 9 / vida de— A 395; B 73 / vida ociosa y vida de estudio en los eclesiásticos id. ant. I los dos estudios: vago, mal arreglado, inconstante; firme, sólido, metódico, juicioso A 416; B 84 / piedad y— A 491; B 129 / emulación de los— A 522; B 144—145 / —de las divinas letras A 495; B 131

Estrado A 336; B 43 / mezcla sacrilega de altar y— A 436; B 96 Etica la filosofía jesuítica no incluia la— A 361; B 56 /

definición de la— (ciencia que perfecciona las costumbres, corrigiendo las virtudes y vicios, los límites de la libertad y la naturaleza de las leyes) id. ant. / los profesores de filosofía no saben que hay una parte de ella que se llama— A 361 nota; B 56 nota / —metódica y bien dispuesta A 362; B 57 / —cristiana id. ant. / —útilísima filosofía A 363; B 57 / cátedra para la enseñanza de la— id. ant. / —la primera filosofía moral libre de las preocupaciones de Escuela (Bacon) A 363; B 57 / Locke, filósofo ético A 364 / B 58 / definición de Cicerón de la— A 365; B 58 / —purísima del Evangelio A 492; B 129

—de las palabras A 496; B 132 A 508;B138 como argumento A 297; B 22—23 / —parte esencial de la epopeya id. ant y A 298; B 23 / —como narración mitológica A 300; B 24 / cómo refutar cuentos y— A 423; B 88 la

razón, facultad animástica la más excelente A 344; B 47 / si la conciencia pertenece a la voluntad; si la inclinación de la

voluntad depende del dictamen de la razón A 438; B97 —de los sentidos A 345; B 47 -antiguas A 552; B 160 / pérdida de las— A 553; B 160— 161 horrendos fanáticos A 478; B 121 / hechizos, maleficios y conjuros A 429; B 92 A 286;B17 colección de cuestiones filosóficas A 346; B 48 / metódico y ameno curso filosófico A 347; B 49 / desprecio de la—

A 351; B 50 / —teatínica de los juristas A 360; B 56 / los jesuítas no incluían la ética dentro de la— A 361; B 56 /

Etimología Expresión &»>-""Tl

Facultad

Falacia Familia (s)

Fanatismo

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 233

tratado de filosofía del P. Antonio Codornín, maestro del P. Hospital A 362; B 56—57 / Bacon, el primero que escribió de filosofía moral A 363; B 57 / —deducida de las mismas hermosas leyes de la naturaleza A 363; B 57 / las semillas y origen de la filosofía moral, depositados en la naturaleza humana A 365; B 58 / qué comprende la ciencia del filósofo (ejercicio de todas las facultades; fondo de verdadera sabiduría; dominio de los afectos; persuasión de verdades útiles y saludables; contenido en los límites de la razón; mejorado en el estudio de la piedad) A 491; B 129 / contemplaciones filosóficas A 515; B 141 —sujeta los fundamentos del catolicismo a la débilísima ra-zón humana A 405; B 78 —según los sistemas modernos A 347; B 48 / primeras ideas en Quito de la física experimental id. ant. / incompatibilidad de la física experimental con un medio en el que sólo se estudian las artes y faltan recursos económicos A 348; B 49 / la metafísica aristotélica era una adición a la— A 350;B 50

Fondo mental

cultivo de un mayor— A 265; B 6 / A 297; B 23 / el seso es como el fondo de la belleza del espíritu (Bouhours) A 312; B 30 / —fondo de cosas buenas, manejado con sano juicio A 315; B 32 / conocimientos científicos que integran el— Cfr. A 304—307; B 26—28 / un bello espíritu encuentra en su propio fondo lo que otros no hallan sino en los libros (Bouhours) A 315; B 32 / —de verdadera sabiduría A 491; B129

Formalistas batalla entre los virtualistas criollos y los formalistas cha-petones A 344; B 47

Francia (Franceses) padecer "mal francés" o ser adicto a los franceses A 295; B

21 / el francés, idioma"3e gran moda A 303; B 26 / Espejo, único traductor y estanquero de buenos libros— id. ant. I los españoles, perfectos monos de los— A 331; B 40 / libros franceses más baratos en Quito A 332—333; B 40— 41 / las obras de los Santos Padres vienen criticadas y revi-sadas de— A 333; B 41 / —provee de obras de buen gusto para las ciencias y las artes todas id; ant. / querríamos pere-grinar más bien a Francia, por motivos de letras, que a Sa-lamanca A 360 nota; B 55 nota / risa que provocaría el

Filosofism

o Física

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ARTURO A. ROIG

sermón culterano entre los— A 512—513; B 140

A 387;B 69 /

el día de la ilustración ha llegado gracias al— A 501; B 134 / —su denuncia de la oratoria cristiana ajada y profanada id. ant. Cfr. "Gerundios" —eclesiásticos, particularmente de los regulares A 486; B 126

A 293; B 20

calamidades tristísimas del— A 534 ;B 150—151 / pasiones del id. ant. Cfr. "Pecado original" —«uencano (soberbia morlaca) A 403—404; B 77—78 / —guayaquileño (reñido con el seso, reposo y solidez del entendimiento) A 345; B 47 y A 346; B 48 / —como talento de puerto de mar A 375; B 63 / —indiscretos y poco religiosos A 428; B 91 / reglas que no se ajustan al genio de la mayor parte de los hombres A 463; B 112 / —frenético A 497; B 132 / —apocado A 504; B 135 / —mediocre A 504; B 136 / —fogoso (escoge lo más sustancial, con tal que tenga la perspectiva de lo hermoso, brillante, agudo y nuevo) A 527; B 147 / nadie puede avanzar más allá de lo que le dio su- A 555; B 162 Cfr. "Talento" furiosos conatos de los judíos, herejes y— A 415; B 83 A 304; B 26 / —como práctica literaria A 305; B 27 / A 421;B87 —los que ignoran los elementos de la oratoria cristiana y el cómo y el qué de la predicación A 517; B 142 predicador de— A 502; B 134 / estilo del predicador de— id. ant. Cfr. "Engolillados estafermos" pureza de los idiomas latino y— A 281; B 14 / las lenguas griega y latina se recomendaban para ir perfeccionando la memoria A 302; B 25 / en Quito nunca se pensó en el— id. ant. un nuevo gusto desquicia sin dificultad al antiguo, aunque mejor A 507; B 137 / —como ley id. ant. / corriente del— A 510; B 138 Cfr. "Buen gusto" y "Nación" fundos (haciendas) eclesiásticos A 486; B 126 / daño que

234 Francmasones Fray Gerundio Fundos

Galicismo (Afrancesa- miento) Género humano

Genio (s)

Gentiles Geografía

Gerundios

Golilla

Griego

Gusto

Hacienda

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 235

la profanidad de las mujeres causa a las— A 556; B 162

oro y plata como— A 555; B 161 creencia en hechizados y en— A 429; B 92 y A 430; B 92 Cfr. "Conjuros"

en Quito no hay— A 383; B 67 / en España no hay— A 385 B 68 / cómo los antiguos combatieron a los— A 406—407;

B 79 / malicia de los heresiarcas A 408; B 80 / los Padres de la Iglesia: ¿herejes o sabios de perspectiva: A 413; B 82—83 / furiosos conatos de los— A 415; B 83 / hereje o sabio de perspectiva A 416; B 84 / los arríanos, los que más sutilizaron entre los antiguos— A 418; B 85 / primitivos cristianos y— A 419; B 87 / ausencia en Quito de— A 427; B 91 / arrogante en las ideas hasta proferir herejías A 538; B 153 Cfr. "Novedad"

-de espíritu A 311; B 29 A 291; B 129 / A 292; B 129 / si no se mantiene el orden que guarda la naturaleza se cae en lo— A 535; B 151 / —lleva a la redundancia y a la pérdida de verosimilitud id. ant.

por prurito de parecer ingeniosos han inventado nuevas— A 406; B 79 / la Escolástica, descarnada, hipotética y sutil A 417; B 85 / falsas- A 526; B 147 —innecesaria de palabras A 296; B 22 —^verdaderamente pintada A 286; B 17 / cultivo de la— (según la Ratio Studiorum) A 303; B 26 / —como alma del Derecho A 353; B 52 / para un recto juicio de los Padres de la Iglesia hace

falta la— A 418; B 85 / —eclesiástica y profana id. ant. / —como "rasgo", "apunte", "chiste", "ejemplo": A 274; B 10; A 294; B 21; A 358; B 71; A 391; B 71; A 399; B"TO etc. / -de cada nación A 421; B 87 / —para amenizar la conversación A 482; B 124 / A 552; B 160 Cfr. "Cuento", "Chiste", "Novela" Hombres (s) —que son horror y escándalo del Estado A 264; B 5 /

—de instrucción y de letras A 267; B 8 / -iliterato A 269; B 8 / -de mediano talento A 286; B 17 / -de letras meta-físico (el que escribe o dice ociosidades) A 350; B 50 / —de letras de Quito A 390; B 71 / —idiota (que no abre li-bros, preferible al que lee a los casuistas) A 441; B 99—100

Heces de la tierra Hechizos

Hermosura Hiperbólic

Hipótesis

Hispaniza don

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236 ARTURO A. ROIG

/ —de bien, racional A 492; B 129 / obligaciones del— id. ant. I en todos los hombres hay cierto género de nobleza y de majestad en su corazón (Quintiliano) A 509; B 138

Homicidas —del latín, de Cicerón, de Terencio, Plauto y aun de las Instituciones Gramaticales de Nebrija A 464; B 113

Humani dades método jesuítico de enseñar las— A 271; B 9 / en los tiem pos antiguos no hizo falta recurrir a las— A 427; B 91 Cfr. "Ciencia" Humanismo humanistas del siglo XV A 281; B 14 / humanistas o gra-

máticos A 402; B 77 / —de Erasmo A 403; B 77 Humildad motivos de humildad y de desconfianza de nosotros mis-

mos A 405; B 79 / el progreso en la sabiduría religiosa consiste en la moderación y la— A 418; B 86 / género retó-rico modesto, natural y humilde A 508; B 138

Humor —bilioso A 270; B 8 Idea (s) nuevas— A 303; B 26 / verdadera noción de las percepciones y

de las— A 345; B 47 / -de Platón A 417; B 84 / -especiosa y académica A 514; B 141 / arrogante en las— A 538; B 153 / es ser muy loco querer que otros prediquen nuestras— A 559; B 164

Idiomas griego y latín A 281; B 14 / —vulgares (castellano, francés, italiano) A 303; B 26

Idiotismo época de— A 304; B 26 / hombre idiota A 441; B 99—100 ídolos —de la nacionalidad A 262; B 4 Ignorancia —madre fecunda de monstruosos errores A 428; B 91 /

cuanto menos ignorancia, menos corrupción de las costum-bres A 478; B 121 / —de nuestros eclesiásticos A 479; B122

Ilustración estos últimos días, que se llaman de claridad, por ser del siglo de las luces A 279; B 13 / día de la- A 501; B 134 Cfr. "Fray Gerundio" y "Luces"

Imaginación —destemplada A 284; B 16 / obras de— A 304; B 27 / —alegre, despierta, calentona A 324; B 36 / —fogosa A 345 B 47 / aborto informe de una fogosa— A 503; B 135 / — hecha un Chimborazo A 506; B 137 / no hay uso del juicio ni de la razón cuando está absorta la— A 515; B 141— 142

Imitación -de la naturaleza A 288; B 18 / A 292; B 20 / modos de imitar A 326; B 37 / -de Séneca y de Quevedo A 483; B

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 237

124 / un nuevo gusto desquicia al antiguo por— A 507; B137

Impiedad —de los Tolandos, Voltaires y Rousseaus A 405; B 78 / el genio fogoso, impío A 527; B 147 / A 531; B 149 / críticas contra los predicadores, peligrosas e impías A 543; B155

Imprenta uso en favor de la libertad evangélica de la— A 484; B 124 —125

Indias bárbaros países de las— A 333. B 4 / —trojes de España id. ant. I que el demonio se lleva a estas— id. ant. / uno que ama a nuestras— A 360; B 55 / funesto descubrimiento de las— (Trajano Bocalini) A 554; B 161

/«dios —colorados A 274; B 10 (?) Ingenio posibilidad de carecer de juicio y de no faltar el— A 324; B

36 / delicadeza de los ingenios evaporada por las novedades A 343; B 46 / — ejercido solamente mediante zancadillas imaginarias A 344; B 47 / el lógico más ingenioso: el que discurría sofismas más embozados A 345; B 47 / J.B. Aguirre y su pronto y sutil— id. ant. / reparillos ingeniosos A 496; B 131 / —elevado (quien lo posee no se detiene en menudencias) A 504; B 136 / vulgo quiteño, su hermoso-A 542; B 155

Injuria —como agudeza A 324; B 36 Cfr. "Insulto" Inquisición A 439; B 98 / —y suerte de la sátira A 501; B 134 / A 520;

B143 Insolente (s) abatimiento de los— A 263; B 5 / —cavilación A 455; B

107 Insulto —como chanza A 324; B 36 Cfr. "Injuria" Invectiva (s) —groseras A 309; B (únicamente en la edición de G.S.) /

—acres A 356; B 53 / —dura y despiadada A 485; B 126 / —mordaz (como opuesta a la sostenida por el espíritu de caridad y prudencia) A 556; B 162

Ironía —contra la costumbre de ridiculizar A 309 nota (únicamen te en la ed. de G.S.) / estüo irónico A 501; B 134 / iróni cas fiestas A 502; B 134-135

Jactancia —del orador A 508; B 137 / A 509; B 138 Jansenismo jansenista rematado o herejote recalcitrado A 348; B 68 /

respuesta que se daría a un jansenistón A 446; B 101 / feo borrón del— A 470; B 116

Jesuíta (s) —sabios, doctos, literatos A 270; B 8 / método jesuítico de aprender humanidades A 271; B 9 / circunstancia exterior

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de— A 273; B 10 / -no sabían a perfección el latín A 281; B 123 / -^expulsos A 287; B 17 / —ninguno quería parecer siervo de un amo A 327; B 38 / diversidad de estilos oratorios entre los— id. ant. / pensamientos muy sublimes y sutiles de los jesuitas viejos id. ant. / buenos jesuítas criollos A 328; B 38 / bondadosa escuela jesuítica id. ant. / —criollos A 329; B 39 / cuerpo jesuítico de Quito A 331; B 40 / jesuitas criollos que supieron evitar la corrupción del siglo id. ant. I mala enseñanza de la filosofía entre los—A 339; B 44 / primeros en introducir la física experimental A 347; B 48—49 / próxima ruina jesuítica id. ant. / las dos generaciones de jesuitas criollos id. ant. / buena metafísica de los jesuitas criollos A 350; B 50 / cansado ergotismo de los viejos A 361; B 56 / ignorancia de la ética entre los jesuitas españoles A 362; B 56—57 / adversarios del nombre jesuítico A 397; B 74 / —su moral, la más relajada y peligrosa para la salvación A 437; B 96—97 / —no fueron los únicos promotores del probabilismo A 452; B 105 / —enemigos del probabilismo A 453: B 105 / pérdida de la gloria literaria de la Compañía id. ant. / el vicio del probabilismo era de toda la Compañía A 456; B 107 / grande zurra a los— A 460; B 110 / deseo de dar gusto al mundo en los — A 462—463; B 112—113 / falsificaciones literarias de los jesuitas europeos A 473; B 117 / aborrecimiento contra los jesuitas antiprobabilistas A 474; B 118 / —quiteños, probabilistas prácticos A 476; B 119—120 / distinción entre jesuitas jóvenes y viejos id. ant. / —europeos A 477; B 120 / en la Compañía de Jesús no faltaron reglas acertadas para la elocuencia A 531—532; B 149—150 / trato jesuítico, sus efectos positivos en la formación literaria A 522; B 144—145 / Espejo, en sus conversaciones, sigue las normas de la Compañía de Jesús A 560: B 164 / con ellas se han re-vuelto, sin embargo, los huesos literarios del jesuitismo A 565; B 167 / vale más Mera (Espejo), del tiempo jesuítico que cualquier otro ignorante, erudito a la violeta A 565 B 167 / el tiempo jesuítico: de remisa luz; el actual, de total oscuridad A 565—566; B 167 / pérdida de la doctrina de los-A 566 ;B 167

Judíos furiosos conatos de los— A 415; B 83 Juicio bello espíritu y buen— A 312; B 30 / —facultad animástica

la más excelente, la más necesaria y la que hace el mérito

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 239

del hombre hábil A 344; B 47 / solidez útilísima del— A 510;B 138

lógica de la— A 351; B 50 / —no es posible sin ayuda de la filosofía A 351; B 51 / la historia, alma y ojo del derecho A 353; B 52 / lecciones de jurisprudencia moral A 364; B58 —letrado por antonomasia A 355; B 53 / —letrado de escri-torio id. ant. I —como expresión de trampa, zancadilla, trampantojo, impiedad, arbitrio y codicia A 357; B 54 / buenos—A 360; B 56 los buenos abogados promueven la— A 353; B 52 / mofa y risa como acto de— (Pascal) A 467; B 115) definición de la— (es la constante y buena voluntad de dar a cualquiera lo que es suyo) A 534; B 52 y A 558; B 54 antigua— A 273; B 10 / estudio de la lengua latina y su malísimo método A 275; B 11 / propiedad de las voces latinas id. ant. I vicios de redundancia en punto de— A 276; B 11 / lenguaje puro del tiempo de Augusto A 278; B 11 / conocimiento de las palabras latinas A 279; B 13 / —tiel Siglo de Oro A 281; B 14 / pureza de los idiomas griego y latino A 281; B 14 / neologismos latinos id. ant. / conocimiento del idioma del Lacio A 281; B 15 / A 288; B 18 / latinismos como culteranismo A 298; B 23 / voces nuevas o latinizadas A 330; B 39 culta— A 268; B 7 nota (en particular referida a los médicos) / lenguaje bárbaro o culta— A 552; B 160 absurdas y laxísimas opiniones A 447; B 102 / laxismo de la probabilidad A 458; B 108 /opiniones laxas A 451; B110 —no vulgar A 280; B 14 / Espejo, lector de todo A 356; B 54 / ausencia en la escolástica de— A 409; B 80 los más famosos han sido filósofos A 351; B 51 malísimo método de aprendizaje del latín A 275; B 11 / —orientales A 402; B 77 / inteligencia de las— A 420—421; B 87 Cfr. "Griego", "Latinidad", "Voces" —puro del tiempo de Augusto A 278; B 12—13 / adornos del— A 313; B 30 / —como una especie de cifra A 317; B 33 / sociedad corrompida en el— A 325; B 37 / hablar con suma moderación y suavísima caridad A 365; B 58 / para la inteligencia de los Padres de la Iglesia es necesario

Jurisprudencia Jurista (s) Justicia Latinidad

Latiniparla

Laxismo

Lectura

Legisladores Lengua (s)

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el conocimiento de las lenguas A 420; B 87 / necesidad de la crítica para el discernimiento exquisito del— A 421; B 87 / —libertino A 428; B 91 / nuevo lenguaje dentro de la esfera de mi idioma A 437; B 97 / —de cavilar, de sutilizar y de inventar distinciones metafísicas A 450; B 104 / ornato del— (Bossuet) A 504; B 135 / menudencias, como ornato del— id. ant. / San Pablo, bárbaro en el— A 523; B 145 / —bárbaro y culta latiniparla A 552; B 144—145 abogados como— A 354—355; B 52—53 / —de escritorio A 355; B 53 hombre de instrucción y de— A 267; B 7 / vanísima tela de las humanas— A 344; B 47 / laudable y honorífico trabajo de las— A 393; B 72 / deplorable estado de Quito en materia de— A 400; B 76 / el sacerdocio como cultivo de las— A 400; B 76 / únicos sabios y depositarios de las— A 422; B 88 / Hiumanas A 427; B 90—91 / un quidam, pelón y repelado de— A 493; B 130 / país de las— A 500; B 133 (El país de las letras es un país libre, donde todo el mundo presume tener derecho de ciudadano) / estado de las-A 545; B 156-157 ignorancia del modo de "libelar" A 282 nota (escolio en la edición de G.S) / abundancia en Quito del— A 310; B 29 / definición de libelo infamatorio A 464; B 113 la ética fija los límites de la— A 361; B 56 / demasiada acrimonia y— A 364; B 58 / —como averiguación sin término de los misterios A 404; B 78 / negligencia en el estudio y amor a la— A 452; B 105 / genio curioso y con demasiada— A 420; B 87 / el país de las letras como país libre A 500;B 133

católicos— A 382; B 67 / hay en Quito cierto lenguaje— A 428; B 91 / osadía libertina de Molinos A 456; B 107

A 389; B 70 / A 386; B 69 / A 389; B 70 / región del -A 503;B 135

A 471; B 116 Cfr. "Biblioteca" buenos libros franceses A 303; B 26 / lectura de los buenos— A 315; B 32 / —franceses en Quito A 332—333; B 40—41 / libros franceses de cocina y de moda A 334— 335; B 41—42 / Espejo, estanquero de la erudición y de—

Letrado

(s) Letras

Libelo Libertad Libertino (s)

Libre albe-drío

Librería (Biblioteca) Libros

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 241

A 391; B 71 / libros de las grandes bibiliotecas que nadie lee A 417; B 85 y A 487—488; B 127 / genios indiscretos o poco religiosos que han traído de España libros impíos de Voltaire A 428; B 91 / hombre idiota que no abre— A 441; B 99 / cómo justificar la lectura de los libros modernos A 454; B 106 / -de los casuistas A 456; B 107 / ridiculas máximas de los libros jesuítas (Pascal) A 467; B 114 / —prohibidos A 470; B 116 / primeras ediciones de los libros de los jesuítas europeos que se disponen en Quito A 473; B 117 / discernimiento en la elección de— A 495;B 131

Limosna A 388 ;B 70 Literalismo descuido del sentido literal y preferencia por el sentido

alegórico en los escolásticos A 409; B 80—81 / el genio curioso, movido por demasiada libertad, saca de sus quicios el sentido literal A 420; B 87 / oradores dedicados más a lo alegórico que a lo literal A 498; B 132 / la lectura de la Escritura ha de estar ligada al sentido literal, el más sencillo y recto (Fleury) A 568; B 85 Cfr. "Alegoría"

Literatos A 270; B 8 / en todas las naciones ha habido literatos de buen gusto A 295; B 21

Literatura verdadero método literario A 273; B 10 / orbe literario A 278; B 12 / difusión del buen gusto a toda— A 324; B 36 / dicha literaria A 368; B 60 / tareas literarias A 382; B 67 / Espejo, nacido para el laudable y honorífico trabajo de las letras A 393; B 72 / escritor grande tan sólo por la cantidad de volúmenes escritos ( San Alberto Magno) A 410; B 81 y 418; B 85 / función literaria A 425; B 89 / pérdida de la gloria literaria de la Compañía de Jesús A 453; B 105 / la corrupción infectó a todos los cuerpos literarios id. ant. /profesión de literato A 463; B 113 / homicidas de la literatura latina y de la española A 464; B 113 / exposición jocosa de los efectos de una pésima educación en asunto de letras A 465; B 114 / dificultad para determinar las fuentes literarias de Espejo A 469; B 116 / hombre de lectura A 469; B 116 / lecturas prohibidas A 470; B 116 / honradez literaria de Pascal A 470; B 117 / falsificaciones literarias A 47 3; B 117 /no hay literato de cualquier nación que no reconozca a Cicerón como Príncipe de los oradores y versado en las materias que conciernen a ella A 491 B 129 / huesos literarios del jesuitismo A 565; B 167

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242 ARTURO A. ROIG

locuciones vulgarizadas A 272; B 9 argumentos inútiles, fútiles y de— A 417; B 85 / —ajenas al sentido genuino (literal) A 496; B 131 —como intrincada metafísica A 343; B 46 / —«terna dispu-tadora de sutilezas id. ant. / —conjunto de novedades vagas y confusas id. ant.; —su objetivo verdadero A 344; B 47 / —reducida a ingenios y zancadillas imaginarias id. ant. / —vergonzoso ocio id. ant. / —del aristotelismo vulgar A 347; B 48—49 / la metafísica como la ciencia que enseña a aplicar los preceptos de la lógica o recta razón (Verney) A 350; B 50 / —de la jurisprudencia A 351; B 50 / univer-sales y proemiales de la lógica y la metafísica A 417; B 85 / —cavilosa A 418; B 85 / —perversa A 451; B 104 / trampas y dolos de los perversos lógicos A 464; B 113 / tiempo que perdió San Alberto Magno en escribir gruesos volúmenes de-A 487 ;B 127 siglo de las— A 279; B 13 / —sacadas por el bello espíritu de su propio fondo A 315; B 32 / vacío de luces intelectua-les A 347; B 48 / deducción de la filosofía moral o ética de las luces de la naturaleza A 363; B 57 / aquellos que se lla-man luces y faroles quiteños A 484; B 124 Cfr. "Ilustra-ción" —de la Escritura A 382; B 66—67 / A 495—496; B 131— 132 / enlaces y matrimonios de unos lugares de la Escritura con otros id. ant. / A 540; B 154 pérdida de la simplicidad y— A 337; B 43 / —como corrupción de las costumbres (torpeza, profanidad, destemplanza, vanidad) A 554—555; B 161 / que se abomine el lujo y traiga las mujeres cubiertos los pies, los pechos, el rostro y la cabeza A 558;B 163 —por la Compañía de Jesús A 347; B 48 / —de Heráclito A 360; B 56

A 326 ;B 37 (nota)

exponer de manera clara y jocosa no significa quitar el ho-nor y fama a nadie A 465; B 114

A 541;B154 —biblioteca! A 394; B 72 Cfr. "Biblioteca" daños que causa la profanidad de las mujeres a la reputa-

Locución Locura (s)

Luces Lugar (es) Lujo Llanto

Magisterio boca a boca Manera jocosa

Maquiave-lismo Máquina Maridos

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 243

ción de sus— A 556; B 162

la tranquilidad de ánimo, como un estado mediocre, es lo que se debe solicitar (ideal de áurea mediocritas) A 554; B161 perfeccionamiento de la— A 302; B 25 / Espejo, su prodigiosa— A 346; B 48 / aprendizaje de la Santa Escritura de— A 408; B 80

/ necesidad de tener de memoria el Evangelio, las Cartas de San Pablo, las de San Clemente, las de los Padres y los

Cánones antiguos A 480—481; B 122 San Agustín— A 405; B 78 A 443-444 ;B 100-101 -literario A 273; B 10

sutilezas— A 285; B 16 / la lógica convertida en una intrin-cada— A 343; B 46 / antigua y moderna A 349; B 49—50 / qué fue en Aristóteles la— A 350; B 50 / sentido vulgar de la

palabra— id. ant. / universales y proemiales de la lógica y de la— A 417; B 85 / definición que da el Barbadiño de la— A 350—351; B 50—51 / auditorio compuesto de gentes dadas a

la— A 518; B 143 / verdadera— A 560; B 56 A 286; B 17 / lo metafórico como contrario de lo propio A 291; B 19 / A 293; B 21 / estüo metafórico A 388; B 70 / metáfora del volador o

panderete A 421—422; B 87—88 / —propia del predicador de golilla A 502; B 135 / expresión afeminada y— A 511; B 139 / estilo metafórico, hinchado A

537 ;B 152 A 444;B 101 —jesuítico de enseñar las humanidades A 271; B 9 / —jesuítico provinciano A 273; B 10 y A 302; B 25 / método de estudio de los jesuítas A 340; B 44 / Verney y su nuevo— A 341; B 45 /

plan de estudios metódico A 344; B 47 / fuente del— A 344; B 47 / mal método de enseñanza de la lógica A 345; B 47 / -ergotista A 377—378; B 64 / medidas para regresar el método teológico a su antiguo primitivo esplendor A 429; B 92 / —y estilo escolástico id. ant. / accidentes del— A 484—485; B 125 / -de vida A 545; B156

Misceláneo la obra de Feijoo no es metódica sino un riguroso— A 330; B39

Mediocridad

Memoria

Mentecato Mentira Mérito Metafísic

Metáfora

Metamorfo sis

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244 ARTURO A. ROIG

Misión misiones en contra del probabilismo A 457; B 108 / tarea misional, más importante que el estudio de la lógica esco lástica A 488; B 127 / Espejo y su espíritu misionero A 517; B 142 / predicación misional y predicación para el oído A 542; B 155

repudio de la incorporación de pasajes mitológicos en la oratoria sagrada A 540; B 154

A 556;B 162 libros franceses sobre la moda masculina A 334—336; B 41—42 / —como corrupción de las costumbres A 336; B

42—43 / --voz profana e injuriosa a la oratoria cristiana A 543; B 155 / predicación a la francesa y a la italiana como— A 543; B 155 / damiselas modistas y en cueros A 556 B 162 / señoritas modistas id. ant. / lo que debe señalarse contra las modas femeninas: evitar la profusión pecaminosa; persuadir la honestidad y decencia en el modo de adornarse; que los trajes son delincuentes por el demasiado costo; que son perniciosos a las almas por el torpe y desenvuelto ajuste con que los acomodan las mujeres a sus cuerpos, etc. A 556;—557; B 162—163 / —española A 558; B163

Modelos deslumbramiento de los falsos— A 321; B 38 / —acabados, que no han sido tenidos en cuenta A 512; B 139—140 / escasez en España de— (Isla) A 520; B 144

Moderación en las cuestiones y disputaciones teológicas, necesidad de reserva y- A 404; B 78 / falta de- A 508; B 138

Mofa —de los semieruditos A 282 (escolio incluido en la ed. G. S.) / Erasmo, insigne mofador de escolásticos cavilosos A 417; B 85 / Espejo, acusado de mofarse de las cosas sa gradas A 466; B 114 / —como acto de justicia (Pascal) A 467 ;B 114-115

Monacato antigua vida monástica A 401—402; B 76—77 / A 486; B126 Moneda falta de— A 554; B 161 / la carencia de moneda es beneficio y

no desgracia id. ant. Cfr. "Mediocridad" y "Oro" Moral entero sistema de filosofía moral de Bacon A 364; B 58 /

enseñanzas morales de Hobbes id. ant. / lecciones de la ju risprudencia moral y la política id. ant. / héroe de la— A 400; B 76 / escepticismo— A 439; B 98 / —fútil y paga na de Aristóteles A 450; B 104 Cfr. "Etica"

Mitología

Mocitos pisaverdes

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 245 censurar con— A 422; B 88 / censura no mordaz A 423; B88 -disolutas A 524; B 146 / -descalzas de Quito A 550; B 159 / estragos que causa la profanidad de las— A 556; B 162 / cuando peca la — (si se pone vestido talar, pero es de terciopelo o de lana de oro; si viste lienzo grosero, pero con manguitas cortas y aberturas. . . descotadas, por donde den lugar a manifestar los pechos; si viste hacia la corva; si va con pies descalzos y faldellín muy recogido, aunque sea bayeta de Latacunga o jerga de Rio bamba) A 557; B 162—

163 Cfr. "Hacienda" "Marido"y "Moda" los espíritus superficiales forman la— (Rollin) A 507. B 137 Cfr. "Vulgo" concierto de flautas y violines, de arias o folias italianas A 515; B 141 / músicos de Quito id. ant. Cfr. "Oído" en toda nación hay literatos de buen gusto A 295; B 21 / carácter de la Nación española A 300; B 24 / el bello espíritu está en todos los países y— A 320; B 34 / no atribuyamos a los países los que son efectos puros de la corrupción humana A 406; B 79 / no hay país tan desdichado que no pueda tener buenos maestros A 416; B 84 / necesidad de conocer las historias de cada— A 421; B 87/ los jesuítas han tratado con diferentes— A 463; B 112 / no hay literato de cualquier nación que no reconozca a Cicerón A 491; B 129 / el nuevo gusto desquicia al antiguo, pasa a ser ley y arrastra a toda la— A 507; B 137 Cfr. "País"

—de la caja de Voltaire A 469; B 115 olvido de la imitación de la hermosa— A 288; B 18 / lo hiperbólico, como contrario a lo natural A 291; B 19 / apartarse de la imitación de la— A

292; B 20 / luces de la— A 363; B 57 / principios innatos de la humana— A 365; B 58 / flaquezas de nuestra— A 420; B 87 / —corrompida A 449; B 103 / nuestra naturaleza, capaz de todos los excesos A 449; B 103 / la alegoría no deja lugar a la— A 502; B B 136 / lentitud perezosa déla—A 507;B 137 / (orador que prefiere lo maravilloso a lo natural y verdadero (Rollin) id. ant. / el orden de los argumentos debe seguir el que guarda la naturaleza en BUS obras A 535; B 151 Cfr. "Alegoría", "Imitación", "Metáfora"

Mordacida

d Mujer

Multitud

Música

Nación

Narigada de tabaco Naturalez

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246 ARTURO A. ROIG

Cfr. "Voces" A 399;B 75 criollos nobles por su talento A 320; B 34 / persuasiva de Feijoo como— A 330; B 39 / en todos los hombres hay cierto género de nobleza y de majestad en su corazón A 509; B 138 / -de Quito A 552; B 160 / "nobles" quiere decir "noscibles" A 553; B 161

vagas y confusas— A 343; B 46 / nuevas hipótesis A 406; B 79 / peligrosas— A 412; B 82 / amigo de la— id. ant. / Quito, ciudad exenta de toda peligrosa— A 428; B 91 / —útil A 435; B 95 / seducidos por el atractivo de la— (Ro-llin) A 507; B 137 Cfr. "Herejía" —como "noticia" A 291; B 19 / la historia no sirve más que una novela, sobre todo si ésta es la de Don Quijote A 304; B 27 / una novela o romance. . . es más a propósito que la historia para el cultivo del hombre (Constantini) A 305; B 27 —de Pitágoras A 417; B 84 tener el juicio ligado a un vergonzoso— A 344; B 47 / ociosidad y metafísica A 350; B 50 / en los eclesiásticos no es admisible el— A 395; B 73

—de los ingeniosos A 311; B 29 / los bellos espíritus se ocultan cuanto pueden (Bouhours) A 318; B 33 / hacerse en el mundo "necio" (ne-scio) A 340; B 45 / Verney ocultó con sagacidad su persona A 343; B 46 / —y malísima ortografía A 396; B 74 nota / —de los rayos del aplauso y de la gloria A 414; B 83 / —de libros prohibidos por la Inquisición A 439; B 98 / —de Pascal, disfrazado con un seudónimo A 459; B 109 / vivir a sombra de tejado A 501; B 134 / sepultarse en las tinieblas id. ant. A 269; B 7 / palabras sonoras y expresiones figuradas que halagan al— A 515; B 141 / incompatibilidad entre la música y las contemplaciones filosóficas del entendimiento id. ant. I probar si el predicar llena el oído para poder seguir escuchándole A 542; B 155 —acabadas de nacer A 346; B 48 / —en pro y en contra A 439; B 98 / —comunes o ciertas y problemáticas A 440;

Naturalidad de las palabras Negro Nobleza Novedad (es) Novela Número Ocio Ocultamien-to

Oído Opiniones

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII

B 99 / --extravagantes y fuera de razón A 445; B 101 / absurdas y laxísimas— A 447; B 102 / —ciertamente pru-dente id. ant. / —corruptoras e inocentes A 453; B 106 / inventar nuevas— A 456; B 107 / —menos probables y más probables A 457; B 108 / obligación de seguir la opinión más probable en concurso de la menos probable A 458; B 109 / -laxas A 461; B 110-112

Oración —y estudio A 402; B 77 / importancia de la oración por encima del estudio de Aristóteles, de la física general, la estructura del universo, los minerales, las piedras, etc. (Fleury) A 488; B 127

Orador mucho se ha menester para ser un buen— A 269; B 8 / con-diciones del buen— A 490—491; B 128—129 (buena latinidad, verdadera retórica, legítima poesía, exacta filosofía, teología más metódica, moral más cristiana, conocimiento íntimo de las Escrituras) / requisitos del orador profano A 491; B 129 ( sutileza del lógico, ciencia del filósofo, dicción del poeta, movimientos del actor) / Cicerón, príncipe de los oradores A 491; B 129 / —profano A 492; B 129 (su misión: persuadir, para hacer del hombre, hombre de bien) / —sagrado A 492; B 129 (su misión: persuadir para hacer del hombre, hombre cristiano) / —de grande ingenio, no se detiene en menudencias A 504; B 136 Cfr. "Lenguaje" y "Retórica"

Oratoria ciencias con las que se empieza el dibujo de la oratoria A 307; B 28 / —inmundas fuentes donde se bebían los abusos de la— A 328; B 38 / necesidad de la teología, la filosofía o la dialéctica para la— A 520; B 143 / corrupción de buscar en charcos inmundos las fuentes de la sagrada oratoria A 531; B 149—150 / —italiana y francesa A 544; B156

Quito, la última del— A 278; B 65 —que deben guardar los argumentos dentro del discurso A 534-535; B 151 Cfr. "Naturaleza" Ordenes

mendicantes A 485; B 125 Oro edad del— A 554; B 161 / nunca existió el siglo del oro

sino cuando faltó el oro id. ant. / —y plata, preciosas he ces de la tierra A 554—555; B 161—162 Cfr. "Mediocri dad"

247

Orbe literario Orden

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248 ARTURO A. ROIG

enseñanza infantil de la— A 396; B 74 / malísima ortogra-fía con la que han circulado las copias de El Nuevo Luciano A 396; B 74 nota

Padres de la Iglesia

—garantes de la tradición A 382;—383; B 67 / estudios que hacían los— A 408; B 80 / Padres de los primeros siglos A 410; B 81 / la tradición se estudia en los— A 412; B 82 / —¿herejes o sabios de perspectiva? A 413; B 82—83 / ne-cesidad de la historia eclesiástica y profana para entender a los— A 418; B 86 / cómo se debe leer a los— A 422; B 89 Cfr. "Tradición"

País (es) saludables aires del— A 263; B 5 / ¿serán tan desdichados todos los países? A 416; B 84 / -calientes A 485; B 125 / —en donde se ha reprimido el vuelo de la imaginación y se ha formado la solidez útilísima del juicio A 510; B 138 Cfr. "Nación"

Palabra (s) clarín sonoro de la palabra de Dios A 269; B 8 / pureza es-crupulosa de las— A 281; B 14; vicio de desterrar las—id. ant. I —de Dios escrita A 387; B 69 / etimología de las— A 496; B 132 / ansiosa aplicación al adorno de las— A 503—504; B 135 / santa primitiva institución que tiene la divina— A 514; B 140 / perdida la semilla de la divina— A 516; B 142 / —de Dios, la cosa más seria y preciosa del mundo (Mabillon) A 562; B 165 Cfr. "Voces", "Pensa-miento"

Paralogismo aprecio de los— A 345; B 47 Partido

jefes de— A 431; B 93 / principios infelices de secta y de— A 452; B 105 / necesidad de examinar y pesar bien las razones para tomar— A 478; B 121 Cfr. "Secta" tumultuarios ímpetus de la— A 434; B 95

Pasión Pecado original

la concupiscencia, consecuencia de la culpa de Adán A 448 B 103/A 534; B 151

Pedante retrato fiel del— A 266; B 6 Penitencia A 388; B 70 Pensamiento pensar más en las cosas que en las palabras A 313; B 30 /

vuelo del pensamiento por la región del libre albedrío en el sermón gerundiano A 503; B 135 / entusiasmo del—id. ant. / atender más a los pensamientos y su sustancia que a las palabras y su colocación A 504; B 135 / rebelión impetuosa de pensamientos A 506; B136 / pensamientuelos espa-

Ortografía

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 249

rramados (sic) A 549; B 158 Cfr. "Palabra" A

486;B 126

Cfr. "Prescindencia de personas" vigor de la— A 523; B 145 pintura rigurosa del- A 334—337; B 41—43 y A 504; B 136 —y crítica A 402; B 77 / -y erudición A 403; B 77 / a Erasmo le faltó una sólida piedad id. ant. —que ha puesto por escrito las conversaciones de El Nuevo Luciano A 396; B 74 y A 421; B 88 (duende?) —de la pompa, afectación y gravedad de algunos canónigos A 323; B 33—34 / -^de los jóvenes muy cuidadosamente pintados (pinturilla) A 504; B 135—136 / —del escritor culterano A 506; B 136-137 Espejo, hombre de letras plagiario A 469; B 116 —de estudios para la escuela primaria A 395; B 73 / —de vida mejorado A 513; B 140 / —del escolasticismo A 409; B80 abundancia del oro y de la— A 554—555; B 161 Cfr. "Oro" —de Quito, como sabia y misericordiosa providencia de Dios A 554; B 161 Cfr. "Mediocridad" —latina A 287; B 18 / siglo de oro de la poesía latina A 288; B 18 / —francesa A 295; B 21—22 / —hispano-caste- Uana A 291; B 17 / Voltaire y la poesía épica A 295; B 21-22 derecho natural, fuente de la— A 352; B 51 / —refinada de los jesuitas europeos A 477; B 120

A 388; B 70 —a la francesa (modo jusío de proponer; naturalidad deli-cada en el decir; natural artificio al dividir; primor exquisi-to y sagrado en la estructura del sermón) A 544; B 156

malos— A 464; B 113 / —malo (amigo de estilito peinado y boquirrubio; arrogante en las ideas, hasta la herejía; amante de parecer en los sermones; matemático, filósofo cartesiano o gassendista, o copernicano, o arquitecto, o médico, o militar, o jurista, etc.) A 538; B 153

Perfección evangélica Personalización Persuasiva Petimetre

Piedad

Picaro

Pintura Plagio Plan

Plata

Pobreza

Poesía

Política

Predestinación Predicación Predicador (€9)

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250 ARTURO A. ROIG

Preocupación excesiva preocupación de algunos viajeros franceses A 320; B 34 / modo de desterrar las preocupaciones A 344; B 47 / —tx>mo efecto del escolasticismo A 382; B 67 / —en que in curren los escolásticos A 385; B 68 / escolásticos preocupa dos A 413; B 82 / Bacon de Verulam, libre de preocupacio nes de escuela A 363; B 57 / las preocupaciones llevan a un estudio vano y pueril, tan peligroso como el de los arría nos A 418; B 85 Prescindencia de personas A 352; B 51 / abominamos los vicios, más siempre perdo-namos a las personas y su método de vida A 545; B 156 Probabilismo (Probabilis- tas)

—los más refinados, refinados reflexistas A 442; B 100 / —en grado heroico A 443; B 101 / los Aquiles que tenía en su favor el— A 446; B 103 / historia del— A 447 y sgs.; B 102 y sgs. / la Iglesia condena el— id. ant. / nacimiento del— A 448; B 102-103 / argumentos de los— A 454 y sgs.; B 106 y sgs. / exterminio del— A 457; B 108 / impugnación de la sentencia probabüista de la licitud de seguir la opinión menos probable en concurso de la más probable A 457; B 108 / laxismo de la probabüidad A 458; B 108— 109 / los jesuítas quiteños, probabilistas prácticos A 476; B 119 / —practicones o de confesionario A 478; B 121 / —fanáticos A 478; B 121 Cfr. "Laxismo" estilo de la— A 426; B 90

Profecía Profundi- zación

es propio de un espíritu fuerte profundizar los asuntos que trata (Bouhours) A 313; B 31

Progreso inspirar en los escolares el deseo de— A 273; B 10 Propiedad de las palabras Cfr. "Voces" Proporción el valor de lo estético surge de la proporción de lo resplan-

deciente y lo sólido A 312; B 30 Prosopopeya A 526;B 147 Pueblo superficialidad del— A 312; B 30 Pungente orador— A 512; B 139 Quiteñismo (Quiteños) constitución leal pero infeliz del— A 265; B 6 / músicos—

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 251

A515;B141/el vulgo quiteño da a conocer su hermoso ingenio y su amor a las obraa de talento A 542; B 155 / suponer bárbaro al auditorio— A 550; B 159 / —logran in-genio vivo, pero viciado: tienen perdido el gusto de la elo-cuencia y estragado el corazón por las pasiones A 546; B157

—breve de historia A 433; B 94 Cfr. "Cuento"

—plan sublime y dignísimo de estudios A 302; B 25 / cultivo de la historia en la— A 303; B 26 / —cimiento de la ima-

ginación y del juicio A 329; B 39 / —nobilísimo plan de es-tudios id. ant. / la filosofía moral en la— A 362; B 57 —sana A 270; B 8 / —natural, perfeccionada con el estudio A 328; B 38 / facultad animástica la más excelente A 344; B 47 /

secretas inspiraciones de la— A 365; B 58 / débilísima razón humana A 405; B 78 / el raciocinio, único medio de conocimiento del escolasticismo A 409; B 80 / débilísimas fuerzas de la razón A 448; B 103 / —destituida de las ciencias se abandona a su desviado raciocinio A 450; B 104 / raciocinios desvalidos y ajenos a la prudente severidad de la ley y a la que observó la Iglesia en sus primitivos tiempos A 451; B 104—105 / límites de la— A 491; B 129 simulacros de— A 262; B 5 —propia del estilo pomposo A 508; B 137 vicios de— A 276; B 11 / estilo redundante y carcomido de afectación A 503; B 135 / el discurso retórico debe seguir el mismo orden que guarda la naturaleza para que su vero-similitud no se pierda gn lo hiperbólico y en lo redundante A 535; B 151 Cfr. "Tautología"

Reflexismo Cfr. "Probabilismo" Reformador —sin título de letrado A 484; B 125 / —tan sólo de los

accidentes del método id. ant. Regicida Voltaire, "regicida" A 408; B 80 Cfr. "Dirtinciones" Relajación —de nuestras inclinaciones A 482; B 123 / el objeto de los

sermones de los Padres de la Iglesia fue la relajación de las costumbres A 513; B 140 Cfr. "Costumbres"

Rasgo Ratio Studiorum

Razón

Rebeldía Recomendación de sí mismo Redundan-cia

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252 ARTURO A. ROIG

hombres beneméritos de la— A 353; B 51 / el monstruo más horrible de la— A 500; B 134 Cfr. "Ciudadano" —arte de las artes A 283; B 15 / nociones oscuras de los principios de la retórica A 284; B 15 / buena— A 508; B 138 / desconocimiento de los grandes oradores y retóricos de la antigüedad A 521—522; B 144 / la mejor fuente de la invención retórica es la Escritura A 531; B 149 / orden que deben seguir los argumentos en el discurso retórico (artificio retórico) A 534—535; B 151 / economía natural de la buena—A 536; B 152 —del pedante A 266; B 6 / —del letrado de golilla A 354; B 52—53 / —del estudiante de filosofía A 398; B 75 y A 399; B 75 (nota) Cfr. "Pintura" —verdadero padre de los pueblos A 264; B 6 / preciosísimas vidas de nuestros soberanos A 408; B 80 —ante la vanidad del tratamiento personal que algunos exigen A 322; B 35 / —que provoca el discurso escolástico A 395; B 73 / manera jocosa A 465; B 114 / -4o es de lo ridículo y no de lo sagrado A 466; B 114 (Pascal) / —alejada de la impiedad A 467; B 115 (IbÍdem) / los sabios ríen de los insensatos A 467; B 115 / —de Heráclito (?) A 497; B 132 / lo ridículo purifica y fortifica el gusto en lo verdadero A 510; B 138 Cfr. "Novela" deseo de— A 273; B 10 —innata A 365; B 58 / —del siglo (espíritu de libertad, cu-riosidad, etc) A 404-405; B 78 / -de Dios A 405; B 78 / firmeza singular de crítica y de— A 429; B 92 / campos amenos de la— A 485; B 125 sociedad de los— A 270; B 8 / —del mundo A 358; B 163 (la prudencia de los sabios del mundo es bebería) / distin-ción entre sabio y sabido y ambicioso A 379; B 65 / sabios de perspectiva A 413; B 82 / herejes o sabios de perspecti-va A 416; B 84 / no sabios de perspectiva sino profunda-mente sabios A 419; B 86 / pretensión de ser los únicos sa-bios y depositarios de letras A 422; B 88 / sabios ingenio-sos del siglo de Justo Lipsio A 469; B 116 / los sabios ríen de los insensatos (Pascal) A 467; B 114 / el deseo ansioso de parecer y ser a nuestro modo— A 522; B 144

República ¡iteraría

Retrato

Rey

Romance Saber Sabiduría Sabio (s)

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 258

Sacerdocio —como cultivo de las letras A 400; B 76 / vida monástica A 403;B77

Sagrada Escritura aprendizaje de memoria de la— A 408; B 80 / razones para

probar la necesidad del estudio de la— A 414; B 83 / íntimo conocimiento que el orador debe tener de la— A 491; B 129 / no teníamos en nuestras aulas catedrático de— A 495; B 131 / sacar de quicio a la— A 496; B 131 ( en la ed. de Ph. A. se dice "sacar de sus juicios") / abuso de los lugares de la- A 540; B 154 Cfr. "Lugares"

Sal —como espíritu irónico y chufletero A 501; B 134 / el P. Isla poseyó ventajosamente toda su— id. ant.

Salamanca desprecio de los estudios que se hacían en— A 360; B 55 Santidad —del cristianismo primitivo A 449; B 103 Cfr. "Antigüedad" y

"Padres de la Iglesia" Sátira —rueños honesta A 266; B 6 / —de la culta latiniparla A

268; B 7 nota / —de los médicos amigos de voces exóticas A 268; B 7 nota / la geografía como— A 305; B 27 / —de los malos traductores del francés A 308 nota (únicamente en la ed. de G.S.) / ejercicio culterano de la— A 324; B 36 / —de los rigurosos secuaces de la moda y mal educada ju ventud quiteña A 335 nota (ed. G.S.) / -^contra la manía de los pedantes que aseguraban que no se decía nada nue vo en estas conversaciones (El Nuevo Luciano) A 391; B 71 nota / —en Erasmo de Rotterdam A 403; B 77 / Astia- ges (Espejo) es inclinado a la— A 425; B 89 / suerte de la— A 501; B 134 / no se puede perdonar a aquellos predicado res que estando Jesús Sacramentado patente, echan párra fos, o dicen sátiras, o traen pasajes mitológicos A 540 (únicamente en el texto de G.S.) / —de la insensatez furio sa de los que se jactan de nobles A 553; B 160 nota

Secta principios infelices de secta y de partido A 452; B 105 Cfr. "Partido"

Seculares obligación de los eclesiásticos para con los seculares que les han concedido fundos A 486; B 126

Semidoctos malignidad de algunos— A 545; B 156 Semisabios retrato fiel del— A 266; B 6 Semilla —depositadas en la misma naturaleza humana A 365; B 58 /

—de la divina palabra A 516; B 142 Sentencia manifestación del fondo mental mediante la enunciación de

sentencias A 297; B 23 / A 415; B 84

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254 ARTURO A. ROIG

Sentido mucho sentido en pocas palabras A313;B30/ —genuino A 496; B 131 /el sentido más natural, obvio y primoroso que se puede pensar A 496; B 132 / caza de sentidos misteriosos, sutiles figurados y alegóricos A 496; B 131 / dedicados más al sentido alegórico que al literal A 498; B 132 Cfr. "Alegoría", "Literalismo" y "Naturaleza"

Sentidos vulgo de los— A 270; B 8 Sermón —de buen gusto, edificante y dignificante A 269; B 8 / pe-

dantismo en los sermones A 349; B 49 nota / formar un sermón con el texto más inconexo y distante de su objeto A 496; B 131 Cfr. "Orador", "Oratoria"

Sexo trato torpe con el otro— A 558; B 163 Cfr. "Moda", "Mu jer"

Seudónimo -de Pascal A 459; B 110 Cfr. "Ocultamiento" Siglo (s) de las luces A 279; B 13 / -Sexto A 332; B 40 / —Doce A 409; B

80 / primeros— A 410; B 81 / seis primeros— A 412; B 82 / del primer siglo hasta el duodécimo no ha faltado la ciencia teológica A 413; B 83 / primeros siglos de la Iglesia A 420; B 87 / —de ignorancia y de tinieblas id. ant. I —Nono A 449; B 103 / Doce, Trece y Dieciséis A 450; B 104 / —de ignorancia A 451; B 105/reinado de la teología escolástica desde el siglo trece A 450; B 104 / —aficionado a las alegorías , vivezas, galanterías de ingenio y al vago sonido y conformidad de la voz latina A 498; B 132 / la sátira como correctivo de los vicios del— A 501; B 134 Cfr. "Edad de hierro" ; "Ilustración"

y "Luces" —propia de cada cosa A 272; B 9 Cfr. "Sentido" sin autoridad divina o humana no hay: A 391; B 71 aparador simbólico de los aparamentos sacros A 272; B 9 / —del bello espíritu (Bouhours) A 313; B 30 / la tradición se

estudia en los símbolos A 412; B 82 Cfr. "Tradición" Simplicidad el lujo ha hecho perder la— A 337; B 43 Cfr. "Corrupción"

y "Costumbres" Simulacros —de rebeldía A 262; B 4 Sistema mejorado sistema de conocimientos A 271; B 9 / sistemas

novedosos y sistemas verosímiles A 346; B 48 / —de filosofía moral A 354; B 52 / el probabilismo, pernicioso sistema A 452;B 105

Sociedad —de los sabios A 270; B 8 / vínculos que enlaza a la— A 324;B 36

Significación Silogismo

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 255

Socinianis- mo A 381; B 66 / A 530; B 149 (Voltaire, sociniano) A 530;

B 149/A 531; B 149 Sofisma (s) al sofístico se le tenía por talento sobresaliente A 345; B 47 /

discurrir sofismas, muestra de buen entendimiento id. ant. / se reputaba lógico más aprovechado e ingenioso al que discurría sofismas más embozados id. ant. / —que hacía de Aquiles del probabilismo A 446; B 102 / el mayor sofisma, el más extraño paralogismo A 446—447; B 102 Cfr. "Escolasticismo"

Solicitud A 286; B 17/A 313; B 30-31 Solidez —como contrario de brillante A 291; B 19 / -^como opuesto

a vivacidad A 312; B 30 / -^de entendimiento A 345; B 47 / —útilísima del juicio A 510; B 138 / el discurso sólido es reputado como frío, estéril y lánguido A 542; B155

Sonido —vago de la voz latina A 498; B 132 / -^de la voz de la Es-critura A 499; B 133 Cfr. "Música" y "Oído"

Sublime naturaleza de lo— A 284; B 15—16 / concepto culterano de lo-A 294 ;B 21

Substancia su prioridad respecto del accidente A 321; B 34—35 / —de los pensamientos A 504; B 135 —que deben sufrir los malos predicadores A 538; B 153 A 526-527; B 147 / A 530-531; B 149 —metafísicas A 285; B 16 / la lógica escolástica, disputadora de despreciables e incomprensibles— A 343; B 46 / se había caído en sutilezas aéreas en las ciencias más dignas A 344; B

47 / el P. Aguirre, sutilizó más que ninguno había sutüizado A 345; B 47 / —vanas y metafísicas A 382; B 67

—sobresaliente del sofístico, según la opinión de la época A 345; B 47 / —de puerto de mar A 375; B 63 / raros talentos

quiteños A 428; B 91 Cfr. "Genio" —científico A 285; B 17 divinísima— A 372; B 61 / ejemplos de— A 519; B 143 Cfr. "Redundancia" movimientos y acciones del perfecto actor A 491 ;B 129 / sermón preparado como para salir al— A 506; B 136 /

—del P. Feijoo A 539; B 153 / referencia a representacio-nes de misterios (?) id. ant. / contraposición entre pulpito y tablas A 548; B 158

Suplicio Suspensión del asenso

Talento

Taller Tautología

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256 ARTURO A. ROIG

Teología —insustancial y ruinosa A 380; B 66 / —escolástica, según el Barbadiño id. ant. / definición de— A 381; B 66 / —espe-culativa A 381—382; B 66-67 / la teología dogmática, útü donde hay herejes A 383; B 67 / aborrecimiento de la teología dogmática id. ant. / fin de la teología escolástica: sutilizar e inventar argumentos id. ant. / la teología dogmática y el ergotismo A 384; B 68 / Feijoo y su rechazo de la teología dogmática A 385; B 68—69 / la Escritura y la tradición, fuentes de la— A 387; B 69 / plan de estudios teológico vigente A 401; B 76 / disposiciones necesarias para la— (disposición de corazón; reserva y moderación; de proponer cosas nuevas; reprimir la curiosidad; frenar el espíritu de libertad; limitar la crítica) A 404—405; B 78 / la historia y la tradición, fundamentos de la— (Mabillon) A 413; B 82 / requisitos necesarios para la— A 418; B 85 / adelantamiento de los estudios teológicos en Europa A 429 B 92 / teólogos de zancadillas A 432; B 93 / nadie mejor que Erasmo se debería llamar teólogo A 402; B 77

Tertulia A 336; B 43 / -de los discretos A 265; B 6 Tomismo rechazo de Santo Tomás A 369; B 60 nota / apología de la

escolástica de Santo Tomás A 381; B 66 / tomistas españoles y criollos A 408; B 80 / rechazo de las cuestiones inútiles por parte de Santo Tomás A 411; B 81 / —y renovación de los estudios teológicos A 429; B 92 / que los estudiantes teólogos estudien a Santo Tomás A 432; B 93

Trabajo —como riesgo A 352; B 51 / todo hombre es nacido para el A 393; B 72 / laudable y honorífico trabajo de las letras id. ant. / —de manos A 401; B 76 / todo hombre es natus ad laborem A 482; B 123 / trabajo del sermón afectado A 506;B 136

Tradición criterio de la— A 382; B 67 / fundamentos de la teología, la Escritura y la— A 387; B 70 / depósito de la— A 410; B 81 / —cimiento del mundo cristiano A 411; B 81 / condiciones de la— (universal, perpetua, atestiguada unánimemente) id. ant. I lugar de estudio de la— (los símbolos , las decisiones de los Concilios generales, los Padres de la Iglesia) A 412; B 82 / descuido de la tradición a partir del día crítico A 449; B 104 Cfr. "Día crítico"; "Padres de la Iglesia"

Traductor mérito del— A 546; B 157

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EL HUMANISMO DEL SIGLO XVIII 257

A 554; B 161 Cfr. "Animo" y "Mediocridad" A 373; B 62 / A 383; B 67 libros de texto empleados en los cursos A 378; B 64—65 / tratados morales empleados en la Compañía de Jesús A 437; B 96—97 / -destinados a la disputa de aula A 438; B 97 / —del aula id. ant. in fine

A 324;B 36 las Indias, trojes de España, A 333; B 41 Cfr. "Indias" Cfr. "Probabilismo" y "Verismo" —y proemiales de la lógica y la metafísica A 417; B 85 necesidad de un metódico plan de estudios para la— A 344; B 47 / función de los maestros de ciencias eclesiásticas en la— A 387—386; B 69 / el probabilismo en las universidades jesuíticas A 457; B 108

A 322;B 35

utilidades e intereses de la Corona, no deben ser de incum-bencia de los americanos A 333; B 41 / verdades saludables y útiles A 491; B 129 / el orador cristiano debe proponerse una verdad— A 513; B 140 fuentes de la verdad y fe cristianas A 419; B 87 /la verdad de los hechos no depende del solo razonamiento A 427; B 91 / Pedro Lombardo, ligero adaptador de verdades probables A 450; B 104 / toca a la verdad el reírse A 468; B 115 (en G.S. figura únicamente el texto castellano de esta afirmación de Tertuliano) / —es alegre id. ant. / estudio de la— A 481; B 123 (Espejo, verista o indagador de la ver-dad) / es preciso decir la verdad cueste lo que cueste A 482 B 123 / A 482; B 125 / —útil (el orador cristiano debe proponerse verdad útil) A 513; B 140 posición de Espejo respecto de la verdad: lejos de llamar-nos o probabilistas o probabilioristas, o tuicioristas o anti-probabilistas, darnos el honroso título de veristas, o inda-gadores de la verdad A 481—482; B 123

hipérboles desmesuradas distantes de toda— A 292; B 20 / imitación de las acciones humanas teniendo en cuenta lo verosímil id. ant. / opiniones más verosímiles en la física

Tranquilidad de ánimo Trápala Tratado (s) Trato ami-gable Trojes Tuiciorismo Universales Universidad Uso esta-blecido Útil (Utilidad) Verdad

Verismo Verosimilitud

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ARTURO A. ROIG

A 346; B 48 / —depende de que se respete el orden de la naturaleza y sus obras A 535; B 151 Cfr. "Hiperbólico"y "Sistema" batalla entre los virtualistas criollos y los formalistas cha-petones A 344; B 47 —exóticas A 268; B 7 nota / voces latinas, su— A 275; B 11 / propiedad de las palabras castellanas A 296; B 22 / —bárbaras A 288; B 18 / —naturales, castizas, propias A 291; B 19 / —nuevas o latinizadas A 330; B 39 / —de la física trasladadas a los sermones A 348—349; B 49 y nota / giro de palabras como elemento del estilo A 422; B 88 / gusto corrupto por el vago sonido de la voz latina A 498; B 132 / —facultativas de la teología (en el sentido de voces técnicas) A 513; B 140 Cfr. "Palabra" —humana y divina A 443; B 100 / buena voluntad, como principio de la justicia A 354; B 52 y A 358; B 54 / si la conciencia pertenece a la voluntad A 430; B 97 Cfr. "Con-ciencia" y "Justicia" aborrecimiento del— A 267; B 7 / —juez inicuo (Feijoo) A 269; B 8 / sentimiento sano de la justicia entre la gente vulgar A 354; B 52—53 / personas vulgares que creen poseer méritos de sabios A 397; B 74 / hermoso ingenio y amor a las obras de talento del vulgo quiteño A 542; B 155 / vanas admiraciones del vulgo quiteño A 546; B 157 Cfr. "Multitud" y "Sentidos"

A 300; B 24

La presente Bibliografía general sobre Humanismo (Renacimiento, Barroco e Ilustración) y Pensamiento utópico, como una de las manifes-taciones del Humanismo, abarca también obras sobre la realidad social, política y económica de América Latina, con particular referencia al Ecuador.

258

Virtualista

s Voces

Voluntad Vulgo Zarcillos satíricos

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260 ARTURO A. ROIG

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CONTENIDO GENERAL DE LA OBRA

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CONTENIDO GENERAL DE LA OBRA

Arturo Andrés Roig

EL HUMANISMO ECUATORIANO DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XVIII

VOLUMEN PRIMERO

PRIMERA PARTE MOMENTOS Y CORRIENTES DEL PENSAMIENTO HUMANISTA EN EL ECUADOR

Cap. I Humanismo y escolástica Cap. II Los tres humanismos

a) El humanismo paternalista (Renacimiento) b) El humanismo ambiguo (Barroco) c) El humanismo emergente (Ilustración)

Pag.

1525283

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Cap. III La conciencia lingüística: su florecimiento y decadencia

51 Cap. IV Las grandes figuras intelectuales

quiteñas del autonomismo 77

SEGUNDA PARTE EL HUMANISMO EMERGENTE Primera Sección. El Historiógrafo: Juan de Velasco.

Cap. I La suerte corrida por la Historia de Juan de Velasco 85 Cap. II Naturaleza, historia, historiografía 97 Cap. III El destinatario de la obra de Velasco 105 Cap. IV La determinación de las especies y el método

descriptivo externo 111 Cap. V Sistema clasificatorio y nominación vulgar 117 Cap. VI Ciencia, historia, novela 123 Cap. VII El "sistema" de Juan de Velasco 135 Cap. VIII Vitalidad y fecundidad de la tierra americana 159 Cap. IX Las lenguas y su clasificación 167 Cap. X La escritura, el discurso, el diseño 181 Cap. XI Las formas de asociación y

la estamentación social 189 Cap. XIII Política poblacional y utopía 201 Cap. XIV La filosofía de Juan de Velasco 223 Cap. XV La antropología y la filosofía de la historia 251

TESTIMONIOS DOCUMENTALES

I. El humanismo nebricense "Prólogo" y "Prólogo al cristiano lector" de la Gramática o Arte de la lengua de los indios de los Reinos del Perú. Nuevamente compuesta por Fray Domingo de Santo Tomás, de la Orden de Santo Domingo, morador de los dichos Reinos (1560) 263

II El lascasismo reformado

Capítulos XV y XVI del Libro II de l& Política In diana de Juan de Solórzano y Pereira, que contie nen las opiniones en pro y en contra de las mitas en las minas (1648) 273

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III La voz de los vencidos Discurso del Cacique Piro-Upataraniba (1695)

VOLUMEN SEGUNDO

Segunda Sección. El "hombre de letras":Eugenio Espejo

I Del Proyecto autonomista al independentista II Eugenio Espejo: expresión de un grupo social

emergente III De la universidad misional a la

universidad hacendaría IV La "cuestión Espejo" V Espejo, "hombre de letras" VI Mas allá del estilo VII El "hombre de letras" y la plebe VIII Hacia la autoafirmación de un nuevo

sujeto histórico LX El socratismo de Espejo X El complejo mundo del anónimo XI Hacia una clasificación de los escritos XII La concordia como elemento diacrónico XIII La filosofía del lenguaje

TESTIMONIOS DOCUMENTALES Y CATÁLOGOS

I El pensamiento pre-ilustrado en los escritores barrocos

Elogio del P. Feijoo 185 por el General Ignacio de Escandón

II índice de conceptos de "El Nuevo Luciano de Quito" 219

III Bibliografía general sobre humanismo, utopía, Rena cimiento, Barroco e Ilustración 259

CONTENIDO GENERAL DE LA OBRA 283

301

13

20

33 44 51 6

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FE DE ERRATAS DEL TOMO II

Pag. Renglón Debe decir 25 nota 11 Jaime de Querexeta 33 nota 19 Garcüaso de la Vega 53 8 lo considerara como 66 22 como la formulación 69 32 reglas de la persuasión 77 nota 49 Tratado de lo maravilloso 79 18 en 1765 con motivo 90 4,9,12 persuasión 98 nota 64 Desde Hornero hasta Luciano 108 10 pero coronada de la gloria 111 3 Más tarde 115 2 al lado de la Dedicatoria 124 27 el "cálamo" latino

Pag. Renglón Debe decir 131 nota 85 puede verse en la dedicatoria 133 nota 86 1781 Dedicatoria del Trata do de Longino 139 5 peligroso jacobino 140 3-4 verlos y oírlos 143 12 posterioridad de la semiótica 151 34 "anterioridad-posterioridad" 154 7 está más allá de esa compren sión 167 19 las de la vida como sueño 170 23 como lo demuestran 197 25 sólo seria para confundirme

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Fin de erratas del Tomo II