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7/21/2019 El Invicto - Ernest Hemingway http://slidepdf.com/reader/full/el-invicto-ernest-hemingway 1/20  l invicto anuel  G arcía subió  las  escaleras  hasta  el  despacho  de don  Miguel  Retana.  D ejó  la  maleta  enel  suelo  y  llamó  a lapuerta.  No  hubo  respuesta.  Manuel depieenel  pasi llo, percibió  que había  alguien enla oficna.  Lo percibió  a través  de U  puerta. —Retana  —dijo aguzando  el  oído. No hubo  respuesta. l -stá ahí,  yalo creo sedijoManuel. -Retana  —dijo ydioungolpeenlapuerta. — ¿Quién  llama?  —dijo  alguien enel  despacho. —Soy  yo Manolo  —dijo  Manuel. —¿Qué  quieres? — preguntó  lavoz. —Quiero  trabajar  —dijo  Manuel. Seoyeron varos  chasquidos  en la puerta y  esta  se abrió.  Ma- i iil entró,  trajinando la  maleta. Un hombremenudo  estaba  sentado tras  un escritorio al  otro I  Hliemo  de la oficna.  Sobre  su  cabeza  colgaba  la  cabeza  de un to  o disecada  porun taxidermsta de Madrid; en las  paredes  había iiii )grafías  enmarcadas  y  carteles  decorridas de toros. El  hombrecllose quedó  mrandoaManuel. —Pensaba  que te habían  matado  —dijo. 285

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Cuento "El invicto" de Ernest Hemingway.

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  l invicto

anuel  G arcía subió las escaleras hasta el despacho de

don

 Miguel

 Retana.

 Dejó

 la

 maleta

 en el

 suelo

 y

 llamó

 a

la puerta. No hubo

 respuesta.

 Manuel de pie en el

 pasi

llo, percibió quehabía alguien en la oficna. Lo percibió através de

U puerta.

—Retana —dijo aguzando el oído.

No hubo respuesta.

l -stá ahí, ya lo creo se dijo Manuel.

-Retana

 —dijo

y dio un golpe en la puerta.

—¿Quién llama? —dijo alguien en el despacho.

—Soy yo Manolo —dijo Manuel.

—¿Qué quieres?— preguntó la voz.

—Quiero

 trabajar

 —dijo Manuel.

Se oyeron varos chasquidos en la puerta y esta seabrió. Ma-

i i i l  entró, trajinando la

 maleta.

Un

 hombre menudo

 estaba

 sentado tras

 un escritorio al

 otro

I

 Hliemo de la oficna. Sobre su cabeza colgaba la cabeza de un to

  o

disecada por un taxidermsta de Madrid; en las paredes había

iiii)grafías enmarcadas y carteles de corridas de toros.

El hombrecllo sequedó mrando a Manuel.

—Pensaba que tehabían matado

 —dijo.

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Manuel se

incorporó

 y se lo

 quedó

 mirando.

—Hola,  Zurito— dijo.

—Hola,

 muchacho

 —dijo

 el

 grandullón.

—Me he

 quedado

 dormido. —Manuel se frotó la frente con el

dorso del puño.

—Eso me ha parecido.

— ¿Cómo

 va todo? l

—Bien. ¿Cómo

 te va a ti?

— No

 tan bien. 1̂

Los dos se quedaron callados. Zurito, el picador, miró la cani

pálida de Manuel. Manuel se fijó en las

 enormes manos

 del pica

dor, que doblaba el periódico parametérselo en el bolsillo.

—Tengo que pedirte un favor, Manos

 —dijo

 Manuel.

  i

Manosduras

 era el apodo deZurito.

 Cada

 vez quelo oía pensa

ba en sus manazas. Las

 colocó sobre

 la mesa, bien a la vista, coii .

cíente

 de lo grandes que

 eran.

—Vamos a

 echar

 un trago —dijo.  »

—Caro

 —dijo

 Manuel.

El

 camarero

 llegó,

 se fue y

 volvió. Salió

 de la

 sala

 mirando

 a

 h

 r,

dos hombres de la mesa.  •

—¿Qué

 pasa, Manolo?

— Zurito puso

 el

 vaso sobre

 la

nir„i

— ¿Me harías de picador con dos toros mañana por la

 ncK

 lu,

—le

preguntó

 Manuel, levantando la mirada

 haciaZurito.

— No —dijo Zurito— .

 Ya no hago de picador.

Manuel bajó la mirada hacia su vaso.

 Esperaba

 esa respui:.i,i

ahora

 la

había oído.

 Bueno, ya

tenía

 el no.

— Lo siento, Manolo, pero ya no hago de picador

 —dijo

 / i n

 t

to mirándose

 las

 manos.

— No pasa

 nada —dijo

 Manuel.

—Soy

 demasiado viejo

 —dijo

 Zurito.

294

—Solo

 te lo

 quería

 preguntar

 —dijo

 Manuel.

—¿Es para la corrida nocturna demañana?

— Sí.

 Pensaba que si

 tenía

 un buen picador,

 podría sacarla

 ade-

lante.

— ¿Cuánto

 te

 pagan?

  .

—Trescientas

 pesetas.

  ;>. i\ i>v

— A mí me pagan más por picar.

— Lo sé —dijo Manuel—. No tenía derecho apreguntártelo.

— ¿Por qué sigues toreando, Manolo? — preguntó Zurito—.

¿Por qué no te

 cortas

 la coleta?

— No

 lo

 sé —dijo

 Manuel.  •  .

—Eres

 casi

 tan viejo como yo

 —dijo

 Zurito.

— No

 lo sé

 —dijo

 Manuel—. Tengo que hacerlo. Todo lo que

quiero es

 tener

 otra oportunidad. No  puedo dejarlo. Manos.

— Sí

 que

 puedes.

—No, no puedo. He intentado mantenerme

 lejos

 del toreo.

, —Sé lo que sientes. Pero eso no es bueno. Deberías dejarlo y

volver.

— No

 puedo.

 Además, últimamente

 me ha ido bien.

Zurito

 lo

 miró

 a la cara.  , •

—Has estado

 en el hospital.

—Pero lo estaba haciendo muy bien cuando tuve la cogida.

Zurito

 no dijo

 nada. Vertió

 en la

 copa

 el

 coñac

 que

tenía

 en el

platillo.

—Los periódicos dijeron queno sehabía visto una faena mejor

—dijo

 Manuel. : • i .

Zurito se lo quedó mirando.

—Ya s bes que

 cuando

 me lo tomo en

 serio

 soy bueno —dijo

Manuel.

—Eres demasiado

 viejo

 —dijo

 el picador.

  ip - i fii- n y-

  v

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Manuel se recostó. Entonces le pusieron algo en la cara Todo

le resultaba muy familiar. Inhaló profundamente. Se sentía muy

cansado. Estaba muy, muy cansado. Le quitaron lo que le habían

puesto en la

 cara

—Lo estaba haciendo bien

 —dijo

 Manuel débilmente—. Lo

estaba

 haciendo muy bien.

Retana miró

 a

 Zurito

 y se

 dirigió hacia

 la puerta >

—Yo

 me

 quedaré con

 él

 —dijo Zurito.

  í

Retana

 se encogó de hombros.  •

  • I

Manuel

 abrió los ojos y miró a Zurito.

  1

—¿No lo

 estaba

 haciendo bien. Manos? —preguntó, pidiendo

confirmación.

—Claro

 —dijo

 Zurito—.

 Lo estabas haciendo muy bien.  ^

El

 ayudante del médico colocó la mascarilla sobre la cara i\

Manuel y esteinhaló profundamente. Zurito, incómodo, se qurdo

mirando.

n

  tr

país

n

 otoño

 la guerra

 seguía

 en todas partes, pero nosotros ya

no íbamos

 a

 volver. En otoño hacía frío

 en

 Milán

 y

 osen

 re

acia

 muy temprano. Luego

 encendían

 el alumbrado

 eléctri-

«o y era

 agradable

 pasearsepor las cales mirando los escaparates

I labia mucha cazacolgando en el exterior de las tiendas, y la nieve

espolvoreaba las

 pieles

 de los zorros y el viento

 agtaba

 sus colas,

.os ciervos

 estaban

 rígidos,

 pesados

 y huecos, y unos pajarillos re

voloteaban al viento y el viento les

 agtaba

 las plumas. Era un oto-

fio Irío

 y el viento

 llegaba

 de las

 montañas.

( ada tarde

 íbamos

 todos al hospital, y

 había

 diversas

 rutas pa

ii i (tuzar la ciudad andando a

 través

 del

 crepúsculo.

 Dos de

 elas

« Huían

 los

 canales,

 pero eran

 muy largas.

 De todos modos, siem

| c tenías que cruzar u n canal poru n puente para entrar en el hos-

jiliiil. Se podía elegr entre tres puentes. En uno de ellos una mujer

Vriidía castañas asadasEl fuego de carbón emitía un calor agrada

lilt V luego las castañas

 estaban

 calentitas dentro del bolsillo. El

lutipital

 era muy viejo

 y

m uy hermoso, y se entraba por una verja,

« 

n izaba

 un patio y se salía por otra verja al

 otro

 lado. General-

Mu

ule

 había cortejos fúnebres que salían del patio. Más allá del viejo

l»t<«|alal estaban los

 nuevos pabellones de

 ladrillo,

 y

 ahí nos

 encon-

H-tl .tinos

 cada

 tarde, todos muy

 educados

 y muy

 interesados

 por