El Miedo a Los Animales de C D Michael Dic1995

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    que parece el umbral de la verdade-ra vida es sólo una ilusión, un se-ñuelo. Pero en la conciencia del ca-rácter ilusorio del mundo está lasalida: el señuelo puede ser unaoportunidad de verdad y umbral de

    la relación mas profunda con noso-tros mismos. Este dilema ontológi-co es quizás el núcleo de todo ellibro. Su permanencia se manifies-ta en las permanentes dualidades(movimiento/inmovilidad; presen-cia/ausencia; sangre/piedra; sala-mandra/fénix; señuelo/umbral) yen la dialéctica absoluta que gobier-na estos términos contrapuestos.

    Un párrafo aparte para las admi-rables traducciones de Ulalume

    González de León: para Bonnefoy,como para el Octavio Paz de El arcoy la lira (otra dualidad, otra dialéc-tica) la poesía es una experiencia; por lo tanto la “transparencia” deuna traducción no basta, el traduc-tor debe re-experimentar el poemaoriginal. Ulalume y (en menor me-dida) Elsa Cross han sido capacesde no traicionar esta poética. Parael lector que este dispuesto a hun-dirse en arduas consideraciones fi-losóficas, el prólogo de Jean Staro-

     binski resultara un útil preludio. b

    CHRISTOPHER DMÍNGUEZMICHAEL

    EL MIEDO

    A LOS ANIMALES

    DE ENRIQUE SERNA

    6%

     JOAQUÍN MORTIZ , MÉXICO , 1995, 269 PP.

    Enrique Serna, en su últimanovela, se erige en juez denuestra vida literaria, que

    encuentra empática con el hampa

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     policiaca. El miedo a los animales na-

    rra cómo la envidia literaria condu-ce al crimen, petición de principiotan buena (o tan mala) como cual-quier otra para escribir un relato.Serna es un alumno aplicado delrealismo sucio: su libro es una tra-ma detectivesca fluida, con dosisconvenientes de erotismo, bragasexpropiadas y numerito lésbico, es-cenas arrabaleras en un table-dancey crímenes rocambolescos que con-cluyen con una lamentable lecciónde moralina. Si Señorita México(1993) parecía un bache en el cami-

    no del estupendo cuentista de Amores de segunda mano (1991),Sena nos desengaña en buena ho-ra. Estamos ante un Tipo Duro, co-mo llamaba Cyril Connolly a losescritores que dejan “la escrituraartística” a los onanistas del li- bro-sin-lector. El Tipo Duro es elrealista inclemente que decide ga-narse al público denunciando la pútrida vida social. En el Méxicode hoy esa no es tarea que requierade imaginación. Pero creo y repi-to un argumento de Connollyque la literatura moderna es obra

    común de los Tipos Duros, comode los mandarines de la Torre deMarfil. El conflicto entre estos esdeseable y fecundo. Y el senderoelegido por Serna ya fue transitado por Salazar Mallen, Ricardo Gari- bay o Luis Spota, quienes convivi-rán en la armonía de la posteridadcon Efrén Hernández, Juan JoseArreola o Salvador Elizondo.

    Con El miedo a los animales, elautor quiso escribir una farsa y pu-

     blicó una caricatura. Una mala ca-ricatura. Exageró la decepción deLucien de Rubempré en Ilusiones

     perdidas y equipar6 la corrupciónde la política con la degradaciónde la vida literaria. El desastre me-xicano autoriza semejante falacia patética. Si fuera solamente unafarsa inverosímil plena en chasca-rrillos y vaciladas poco podría de-cirse de ella. Pero es una novela detesis que persigue fines moralizan-

    tes de naturaleza punitiva. Esta esVUELTA 229

    la diferencia entre Balzac y su le-gión de imitadores.

     Novela en clave, EI miedo a losanimales es un texto sembrado dealusiones personales y toponimiasde la Kultur chilanga. Un lector ex-

    tranjero sólo alcanzaría a captar elmensaje didáctico. Quien escribe para irritar a sus colegas, antes que para influir violentar o destruir)el idioma, reduce drásticamente suespacio creador. Libro escrito “con-tra” la clase intelectual nativa, seráconsumido por esta y olvidado por ese (imaginario) gran público lec-tor, como ocurre con la mayoría delos libracos proyectados para atraer el morbo ciudadano. La vida litera-

    ria en México es más sutil y máscruel de lo que Serna imagina, peroes absurdo pedirle sensualidad y perspicacia a quien, deseando ser esperpéntico, escribió una graceja-da cantinera. Y en cuanto a su rea-lismo”, el boceto de tragicomedia

     judicial nada agrega a lo que sabe(y sufre) cualquier mexicano. Eneste genero la caricatura- pre-fiero “Las aventuras de Mike God-ness y el sargento Chocorrol” quedibuja el Fisgón.

    El miedo a los animales no escan-

    dalizará a nadie. Pero a EnriqueSerna le dará gusto saber que su no-vela me deprimió. Es un libro opor-tunista y cobarde. Oportunista puescomo todos los libros de ocasión,fue diseñado para satisfacer las cer-tezas del filisteo que, en México, esantintelectual por reflejo condicio-nado. Es fácil hablar de los “aristo-gatos” de Octavio Paz o reponer los

    viejos chistes de la derecha sobrelos izquierdistas millonarios. Laalusión, cuando carece de suficien-cia artística, es cobardía. A Serna lefaltó valor para escribir una autenti-ca novela-libelo sobre Paz, Ponia-towska o Monsivais y saborear lasconsecuencias publicitarias de unverdadero escándalo. Hay un prece-dente que me importa mencionar.En 1968, Rubén Salazar Mallen pu-

     blicó ¡Qué viva México!, una novela

    infecta contra la mafia literaria de la

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    época. Pero tuvo la hombría de lla-mar a sus victimas por sus apellidosreales. Su tesis era la misma: poli-cías y escritores son la misma por-quería. Pero Salazar Mallen era en-tonces un verdadero marginal -10que no es virtud por principio- y

    su libro fue ninguneado. Serna co-rrerá con mejor suerte:

    El lector me estará reprochan-do, con razón, que dicte una lec-ción de moral contra una novela.Pero no encuentro btra manera deanalizar un libro que se  proponeconsumar una golpiza ética. EI mie-do a los animales es, involuntaria-mente, un autorretrato,.,& la moraldel resentimiento. Balzac decía queno se puede hablar de la obra sin elautor, como es imposible resolver 

    un crimen sin el criminal. ¿Quiénes nuestro autor? No es un escritor marginal, de aquello que envíannotas y poemas a todas las revistasy son rechazados sistemáticamente. No es el bardo de provincias queconcursa todos los años, sin éxito,en los concursos del I NBA. Si estanovela fuera obra de un personajede esa naturaleza, la venganza deun fracasado o de un ninguneado,Sería digna de memoria por pícaray valerosa. Pero resulta que Enrique

    Serna (1959) es uno más de losafortunados miembros de ese esta-

     blecimiento cultural que deturpa.Aplaudido por la crítica en calidadde Joven Promesa, caballito de ba-talla de Huberto Batis en Sábado,autor tanto de Cal y Arena -edi-torial de Nexos- como de Clío-que encabeza el subdirector deVuel ta-, Enrique Serna es, nadamenos, que el envidiado joven es-critor a quien María Félix concedióunos minutos de Charla El miedo a

    los animales es el puchero del niñomimado que patea el pesebre cui-dándose de no dañar sus regalos denavidad. Su hybris es la del machínque golpea mujeres sin lastimarselos nudillos. .

    Su novela es una finta de bravu-cón, obra que decepciona porque elGran Marginal no es más que otro

    diablillo predicador que exalta lamoral del resentimiento. Tanto le pesa a Serna su impostura, que es-cribe textos autopromocionalesdonde habla de “autocrítica”. Nohay tal. El miedo a los animales, co-mo otros libros actualmente en cir-culación, parece traer su CD dondeescuchamos la patética narracióndel Joven Independiente resucitadode la fosa séptica de los literatos,infierno de todos tan temido delque se libró al descubrir en Fou-cault lo que el tlacuache Cesar Ga-rizurieta ya sabia, que vivir fueradel presupuesto es un error, que elPoder es horrible, mala hierba quecorrompe la pureza de unas bellasletras en las que Serna, por cierto,no cree. @II

    D AVID M EDINA PORTILLO

    H ISTORIA PORT Á TIL DE

    LA POESÍA COLOMBIANA 

    DE JUAN GUSTAVO COBO

    BORDA

    TM EDITORES, BOGOT Á, 1995.

     Juan Gustavo Cobo Borda esuno de los críticos más desta-cados en el ámbito de la po-

    sía hispanoamericana actual. Su so-

    la mención trae a cuento al hombrede letras latinoamericano empeña-

    do en una reflexión en torno alcontinente visto como una entidadglobal, es decir, lingüística. En talsentido Cobo Borda posee varios precursores, algunos dentro de Co-lombia y otros provenientes del res-to de nuestros paises; sin embargo,creo que las mayores similitudes seinclinan del lado de dos de sus con-

    DICIEMBRE DE 1995

    temporáneos: Guillermo Sucre yJulio Ortega. Cada uno trabaja des-de hace décadas en busca de losrasgos que explican la poesía hispa-noamericana reestructurando, paraello, los enclaves de nuestra tradi-ción a la vista del presente poético.

    Sus varios libros a este propósitoson conocidos y no hace falta repe-tirlos en extenso; no obstante, re-cordare por el momento un dato

     bibliográfico importante: los trescuentan con una antología respecti-va cuya nómina de poetas es un jui-cio explícito sobre dicha tradición.Se trata de tres lecturas individualescuya puntualidad, claro, deja abier-ta la posibilidad de una mirada deconjunto, aquella que en lecturassucesivas atisbe acaso la imagen de

    la poesía latinoamericana erigida,en palabras de Sucre, como “undialogo de obras en el tiempo”.

    Cobo Borda nos entrega ahoraun volumen de interés mas particu-lar, a juzgar por el título: Historia

     portátil de la poesía colombiana. Sinembargo ¿se puede hablar de valor local cuando las obras implicadasson, por ejemplo, las de Silva, DeGreiff, Barba-Jacob, Aurelio Arturoo Mutis? La pregunta es retórica, yase ve; no obstante, de su probablerespuesta pende gran parte del pro-

     blema tratado por Cobo Borda eneste libro. Dice su autor: “La poesíacolombiana, mas allá de sus fronte-ras patrias, no parece contar en elancho mundo de la lengua españo-la, en ningún sentido. Si, claro: Sil-va, Barba, algo de Carranza, algo deAlvaro Mutis... y pare de contar.Fuera de Colombia, seamos hones-tos, nadie parece saber quien esLeón de Greiff y mucho menos Au-relio Arturo, para no mencionar si-quiera a Luis Vidales. Planteado asíel tema -carrera para alcanzar loque siempre termina por dejamosde lado, y aislamiento de incomu-nicada provincia- podemos, contranquilidad, comenzar a leer nues-tra poesía”. El párrafo es drástico,casi visceral y por lo mismo no deltodo justo. (¿Algo de Mutis...? Ob-

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