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EL NIÑO DE LO S DEDO S PINC EL Pura María García

EL NIÑO DE LOS DEDOS PINCEL

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PALABRAS A UN NIÑO GRANDE, UN NIÑO CON VOZ DE COLORES Y DEDOS PINCEL, EL PINTOR PACO BERNAL

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Page 1: EL NIÑO DE LOS DEDOS PINCEL

EL NIÑO DE LOS DEDOS PINCEL

Pura María Garc ía

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PALABRAS DE COLORES PARA UN NIÑO GRANDE,

UN NIÑO QUE TIENE CINCO DEDOS PINCEL,

PACO BERNAL.

EL TOSSAL, EL ÚLTIMO LUNES DE SEPTIEMBRE DE 2010

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Paco, Rosa, Carlos, Joan, Manuel…

compartíamos un mediodía de sol con

el sol reflejado en los ojos de Paco, en L’Atzuvia…

Como todo aquello que nos alcanza el corazón y en él, levemente

toma asiento, su presencia puede sentirse aún cuando no esté

junto a nuestras manos. Él permanece en cualquiera de los

lugares en los que alguna vez ha dejado los pasos de su caminar

impreciso y lento.

Hoy le observo. La cabeza inclinada de una forma que en nada se

aproxima a la resignación, mirando la superficie metálica de la

mesa, con los mismos ojos con los que un niño buscaría las

pistas que le condujesen a la entrada misteriosa de un

enigmático laberinto.

¿Qué miras? Le pregunto sin esperar respuestas. Él continúa

dibujando mundos entre los mundos que habitan su

pensamiento blanco.

Son hormigas gigantes, me responde.

No alza la frente. Permanece ajeno a las sonrisas, que revolotean

en el aire y se desgranan en espirales de minúscula alegría y, sin

embargo, ríe con los labios más ciertos, los del alma.

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Así permanece, con las manos perdidas en la tela azulada de sus

pantalones. Así, con la piel manchada por un Sol que no quiso ser

justo con sus rayos y decidió, arbitrariamente, colorear el

imperceptible envoltorio de su cuerpo con irregulares paisajes de

partículas que no comprenden los porqués que no puede

obedecer a su voluntad la voz ausente.

Son gigantes, Candela… Sin señalar, sus dedos gruesos giran

entre el aire, traducidos en gestos tan pequeños como sería su

esperanza si la mano de Rosa, su hermana, su otro yo, no rozase

sus hombros.

La mesa es gigante.

Las hormigas, gigantes.

Nosotros, conversando entre perdidas palabras, gigantes

existencias, compañeros de una emoción que nos comparte.

l mundo, esta mañana, es un agujero gigante, lleno de hormigas

gigantes. Y una mesa, el mundo es hoy una mesa para Paco.

Mira, aquí está la nube, exclama ahora, levantando apenas su

rostro, buscándome los ojos. Con un movimiento que la ternura

ha desprovisto de intención, señala una parte del cuadrado de

metal irisado.

La luz del mediodía desciende para todos, aunque únicamente se

expresa cuando acaricia los rasgos únicos de la cara de Paco.

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Aquí …aquí… y aquí también, va apuntando con la mano. Solo él

y yo percibimos las nubes inexistentes que salpican la mesa

plateada. Cada mota de luz solar traza, como él hace con sus

dedos pinceles, círculos concéntricos, disparatadas figuras

aparecen y se quedan, por él, con nosotros. Indago su presencia.

Son esbozos que no existen más allá del imaginario bosque de

su pensamiento, concéntrico y vibrante, también, como las

ondas brillantes de claridad que, desde el Sol, le llaman.

Y allí, Candela…

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Permanece un instante con la barbilla levantada, acercando los

ojos, o creyéndolo, a la bola de fuego inacabable que ondula sin

moverse sobre el cielo azulado, colgada, como el pensamiento

de Paco, como su voluntad un día rota, de un cielo que es un

dibujo gigante en su idioma de emocionado niño grande.

A su lado, Rosa deambula sin dejar de mirarlo, sin dejar de

apartar las negras sombras, que acechan la silueta de bruma de

su hermano, con sus manos de color, sin dejar de rogarle a la

vida, jamás arrodillando su voz clara, que continúe siendo un mar

de horas interminables para el alma indefensa de Paco.

Un gesto, apenas perceptible, hace cosquillas a la cabeza de

Carlos que halla en la voz sin voz de Rosa el penúltimo motivo

para dejar una caricia sobre Paco.

Ponle el suéter, Carlos, tendrá frío.

Paco levanta los brazos, antes incluso de sentir el reconocido

peso azul del jersey.

Tengo magia, parece pensar, atrayendo de nuevo mi mirada.

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El mundo es gigante para Paco. Es un océano sin agua gigantesco

en el que flotan peces con alas, voces y perros guardianes que le

acompañan en los paseos que se inician al traspasar la puerta de

la noche. El mundo es gigante para Paco, gigante y mágico, como

él cuando se ve reflejado en su espejo preferido, el agua de los

charcos.

Tengo magia, deduce su curioso corazón, mis brazos se levantan

y, sin decirles nada, me protegen del frío con esta manta corta.

Paco sucede entre las hojas del tiempo. No es el devenir del reloj

el que vence su cándida sonrisa. No importa si es lunes o

domingo, los días son reflejos, el vuelo fraccionado de un ave

que los demás llaman semana. No importa si al universo se le

destiñen sus preciosos colores después de contemplar la espalda

furiosa de las guerras, la ventana sin hojas de las cárceles, las

avenidas muertas, los silencios… Paco dibuja, cada sábado,

trazos sobre mundos de papel blanco, trazos de las figuras de

otros que son como él, colores imborrables, con sus dedos

pincel, con la luz de sus manos.

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