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ESCLAVITUD INFANTIL, ALIENACIÓN, ETA, IRA, FREPIC AWAÑAK, MPAIAC, VIOLACION DE DERECHOS HUMANOS,
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de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
1
Ilustración hibrida montada por el autor. Titulo: Soldados de la guerra.
Fuentes del autor: cartel de la Primera Guerra Mundial. 1918 d.C. ¡Armas de la muerte; armas para la vida!
Y la Muerte y el Diablo G.P.
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Índice
Alienación (nuevo) página 006
El niño que un día fue soldado. Página 031
(Revisado y ampliado)
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Dedicado a Jesús Martínez Vázquez.
Amigo de la infancia. Y ex presidente de la Gaceta de Canarias el Mundo.
Aquel día en la playa –creo recordar del Puerto de la Cruz- cuando buceando
pescaste aquel enorme pez por mi cumpleaños. Aún no recuerdo el sabor pero sí
recuerdo la algarabía festiva y te recuerdo sujetándome en brazos, pues yo tan sólo
era un niño. Y hoy, te cuento el niño que nunca quise ser.
¡Mi verdad!
Quiero recordar, y también recuerdo. A Federico Hernández Medina, adjunto
al Diputado del común y extraordinario hombre. Y lo recuerdo en el antiguo
asentamiento de Playa de la Américas. Cuando aún se podía acampar en el antiguo y
salvaje paraíso de los Cristianos – Américas. Con alegría y congoja recuerdo su
televisor antiguo, una maravilla de la electrónica que funcionaba con batería y pilas.
A los pies de su caseta se sentaba un niño, a ver en la tarde del sábado aquel
ingenioso juego del fútbol. Un deporte extraordinario, pero al que nunca me
entregué. Al menos yo.
Así, que amigo mío. Y querido Jesús Martínez, el silencio es una virtud del
predicador, pero un castigo para la desesperación.
Fernando de Monreal Clavijo - El niño-
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No es entonces descabellado que los egipcios sostengan en
su mitología que el alma de Osiris es eterna e incorruptible,
mientras su cuerpo es repetidamente desmembrado y ocultado
por Tifón, e Isis lo busca por todas partes y logra recomponerlo
nuevamente.
El ser está por encima de toda corrupción, así como de
todo cambio.
Plutarco
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Alienación
El hombre proviene de la creación Alfa y a su final le antecede
el Omega.
Fernando de Monreal Clavijo
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Este relato, es la más fiel narración verídica de una vida. Mi
vida y la vuestra. Una vida cuyo principio y fin intenta ser un
nuevo amanecer a una nueva vida. Así pues hoy, os enfrentáis
a vuestra historia, una historia que como casi todas las
historias, comienza con una buena taza de café en uno de los
mejores rincones de mi país.
He estado en muchos rincones, pero siempre, en cada
lugar que he recorrido descubro nuevos espacios tapizados
por aromas que ennoblecen el paladar del orador.
Muchos de mis amigos han visto y seguirán viendo, como
cincelo a fuerza de pulgares, índices, anulares, corazones y
meñiques. Abriendo y cerrando los puños en donde se encojen
los corazones de los nobles y esconden los cobardes. Este es un
largo recorrido que lejos de buscar la popularidad y el
mediatismo de la información, rebusca la justicia en la que no
es tan importante la cantidad de las almas que pueden leerlo.
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Sólo es significante la calidad de aquellas almas que entienden
lo que leen.
Cuando intenté recomponer el rompecabezas que abdujo
a tantos adultos que permitieron aquella locura aberrante y
descomunal, frente a los ojos de jueces, maestros, miembros
de los cuerpos armados e incluso de parientes y familias tan
cercanas, sólo atisbo en el horizonte las sombras de las
miserias humanas que se reúnen para perfilar un
alienamiento paralelo a lo que hemos vivido durante los
últimos y presentes tiempos.
La ignorancia y el error es el placer del dolor del ser
propio o ajeno, y a este error le precede la muerte como el
huésped de la fiabilidad y de la ignorancia de lo absurdo en
cuyo núcleo conspiran lo irracional y la inteligencia perversa
del ser humano.
Es en esta historia en donde el hombre puede sumergirse
y leer las cúbicas y humildes letras que redescubre la
constante violación de los derechos fundamentales del hombre
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y la perenne aberración a las paginas ilustres de la
Constitución española.
Es el hombre el pueblo y el pueblo es la nación, y este
redescubrimiento nos ofrece el conocimiento de que el hombre
debe alzarse en lucha para que el pueblo se levante sobre los
obstáculos venciendo las adversidades que contra él han sido
construidas por burdas inteligencias. Y con su esfuerzo y el
despertar de cada día emerjan rompiendo las cadenas que lo
alienan en la esclavitud y dar paso a la liberación de una
nación estrangulada social y económicamente.
Es el pueblo el que representa la naturaleza y la
auténtica verdad social de la nación. Y es el hombre el pueblo.
Si el hombre llena su vida de dicha y felicidad, el pueblo es
dichoso y feliz. Si el hombre está pleno en justicia original y
lleno de gracia, el pueblo es pueblo amistoso y original.
Es el pueblo el que debe vencer la ignorancia con la lucha y
buscar la justicia liberadora y social. El pueblo sólo obtendrá
de su continua paciencia, ¡dolor! Y de su resignación ¡la
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muerte! Y nada le ha sido recompensado, ni de su continuo
dolor ni de su constante resurrección de la muerte.
Así pues, el hombre que precedió al niño, tras la muerte, dice:
.- ¡Basta! ¡Basta ya!
La iglesia. La iglesia de los hombres nos ha enseñado el
sufrimiento y la mansedumbre que resulta del alienamiento
de la tortura. Pero esa mansedumbre, esa presunta sumisión
fue el resultado del alienamiento con el que sometieron y
torturaron a Jesús de Nazaret. Que fue practicado por
militares y políticos, lo que viene a convertirse en el paralelo
de nuestra edad moderna.
La iglesia, debe darse por aludida, y debe rescatar del
cataclismo social a su pueblo. Y esto no lo logrará sólo con
oraciones, pues el Dios de los Cristianos, y los dioses de las
doce religiones de la creación, siguen diciendo desde sus
testamentos, desde las catacumbas, desde los cielos:
.- ¡Libre albedrio! ¡Luchad!
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Llegará un día en que la sociedad tendrá que poner en el
limbo sus decisiones adoctrinadas que les obligan
psíquicamente al ejercicio democrático, y deberá preguntarse
qué cosa es la verdad, y que forma es el error.
El error de la prensa, de la tribuna, de los periodistas, de los
parlamentos, de las asambleas, del senado y del congreso. Y
en ese día, en el que el error y la verdad dejen de confundirse
en los entendimientos de la sociedad, todas las regiones
abducidas por las sombras del pasado, caídas bajo el imperio
de la alienación del martirio omnipresente del hambre y la
pobreza, calificada como forma de ficción en el mediatismo
periodístico de la mentira estatal. Se levantaran en pos de una
liberación internacional. Y os preguntaréis, si este
alienamiento con el que nos habéis sometido habrá merecido
la pena, para vuestras descendencias en el futuro nacional.
El pueblo es el modelo de lo que los padres de la nación
han construido a su rededor. Sus estudios, capacidades y trato
afectivo social. Son estos padres, los que acercándoles el
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candelero donde habita la luz del hombre, los que deben
templar armónicamente el alma del pueblo. Sin olvidar que el
hombre es la luz del pueblo y el pueblo la luz de la nación.
Siendo el hombre el eje perfecto alrededor del cual se debe
construir la esfera perfecta de la personalidad del pueblo. Una
personalidad alrededor de la que es necesario construir una
nueva nación, perfecta y digna de ser recibida entre nuestras
ancestrales raíces nacionales.
Pero hoy, no sólo se ha olvidado cómo se construye una
nación, sino que se han perdido los primeros modelos
fundacionales de nuestros antiguos modelos de estado social.
En los abismos construidos por la nada del despotismo
político social. Y con ello el sentido de la responsabilidad y de
la importancia de la figura del verdadero hombre, albacea de
la familia social y democrática. Y es aquí, donde el despertar
irreconciliable con el anacronismo de la desidia y la cobardía,
se levanta ¡se debe levantar! En lucha pertinaz y perenne,
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aunque desigual con el poder déspota y mentiroso de los lobos
del estado.
Son los errores de los grandes ídolos políticos, los que
deben ser tan útiles en el despertar como las verdades que
descubren para la vergüenza y enaltecimiento del pueblo.
Pues ellos, nos enseñan cada día, con sus grandes errores, con
sus patrias traiciones, que el despotismo, la intolerancia, la
deshonesta y alienante expresión de ¡salva patrias! Son
corrientes que abrigan el latrocinio y luchan contra el
bienestar del pueblo.
La familia es y debe ser una criatura adorada por el
estado como lo es el niño Dios por su Iglesia Cristiana, pues es
la familia el sagrado eslabón del desarrollo de todo estado
nacional. La familia, durante decenios ha sido una criatura
dotada de una gran comprensión, que se adelantaba al dialogo
antes que a la rebelión. Pero ¿qué respuesta debe recibir el
continuo despotismo que se antepone a los reales valores
democráticos y sociales de la familia? Esa familia concebida
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por el modelo Demócrata Cristiano, en pos de una evolución y
revolución inteligente en los albores de los tiempos más
remotos de la historia de la humanidad.
Escribo y relato estas páginas de la historia pasada,
presente y futura, en el año del cambio 2014 del mes de
septiembre. Y aún cuando sigo viendo y compartiendo el
sufrimiento al que un estado déspota construido por una clase
política soberbia y vil. Arrastran a nuestras familias
españolas a los abismos más lóbregos y tristes, en cuyos
niveles sociales se puedan dividir las diferentes etapas de la
evolución económica y social de la historia de nuestro país. En
el que las familias españolas y los principios básicos y
democráticos le son estafados a las arcas del estado español y
negados a las necesidades más básicas de la pervivencia
humana. En donde la necesidad y el hambre se convierten en
un negocio social para los administradores de las instituciones
políticas, los que hacen negocio del sufrimiento social de
nuestras familias y de todas las vidas que el latrocinio estatal
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extirpa cada día de las raíces nacionales, sembrando en el
camino de todas las ciudades de España, un irreversible
despertar. He podido descubrir, he podido vivir, y he visto y
vivido en el futuro, que el espíritu del hombre marchará
siempre sobre los espíritus de las familias de nuestra patria,
protegiendo su imparable liberación y evolución de nuestro
pueblo. Y que el pueblo ha tenido espíritu comprensivo y
tolerante, como lo tendrá de invencible e imparable.
El estudio de la historia, es el estudio de todas las
sociedades, tanto sean estas civiles como militares. Y cuando
se estudia la historia de una sociedad, es inevitable estudiar la
historia filosófica de todas las sociedades, desde el principio de
su nacimiento hasta nuestros días. Y todo investigador que se
precie y científico que haya estudiado las diferentes
sociedades de la historia de la humanidad, se ha hecho la
siguiente y tímida pregunta:
.- ¿Dónde está Wally?
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Al hablar de la alienación social de las masas a través de los
medios que se encuentran más cerca y son reconocidos como
más cercanos al núcleo familiar, mediante procesos educativos
colectivos, tenemos que centrar nuestra atención en los
prototipos de procesos que trabajan y cambian
constantemente -según el escenario social de cada tiempo-
por la adaptación de las masas a unos determinados patrones
familiares y sociales. Unos estereotipos que se convierten en
moldes a los que las masas han de responder para no ser
consideradas desadaptadas y antisistemas y en su defecto,
perseguidas. Masas que tienen miedo de ser señaladas como
raras, en un medio social prediseñado para alienarlas y cuyo
sistema, teme a los que se resisten a su medio social. Un
medio producido y alienado por un sistema político que lucha
contra la corriente y el equilibrio social de un pueblo.
Gobierno y tendencia a la alienación de las masas en
contra de sus propios intereses vitales para una vida digna,
económica y social. Aquella que permita a una nación
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evolucionar en la vida político y social en la historia patria, es
el dogmatismo político del despotismo cuando este ve
predominar la división del estado entre el pueblo y los
gobernantes que gobiernan para el capital nacional y foráneo,
en contra de los intereses del pueblo y para sus propios
intereses y los del imperio europeo dominante. En donde el
pueblo y sus familias son vistas como la chusma, los
antisistemas, los terroristas, los guerrilleros, que hay que
combatir porque amenazan el sacrosanto sistema de
iniquidad y explotación, de esclavismos disfrazados de puestos
de trabajo, de sistemas monetarios de usura, donde conservar
una casa es una meta imposible, en donde los suicidios entre la
población son casi colectivos por la desesperación y la
negación de un auxilio digno y de derecho por parte del
sistema volcado en los servicios sociales de los municipios, los
que han fallado en masas y colectivamente en contra del
bienestar nacional de nuestras familias, obligadas a hurgar en
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los contenedores de basura, en busca de algo más que muerte
y desolación.
La alienación transforma la realidad, la comprensión y
el entendimiento de la realidad, de la vida, de la lucha que
debe nacer de la naturalidad de la supervivencia y la
resistencia a una muerte social y física, a la que la barbarie y
el despotismo del sistema político que gobierna a nuestro
pueblo nos dirige.
¡A una segura desaparición física y natural, como pueblo
libre!
La alienación es una forma antropomórfica dentro del
antropomorfismo y zoomorfismo de los diferentes nombres
que puede adoptar el mal.
En el interior y profundo agujero de gusano y sujeto al
entramado de la alienación, se encuentran particularidades
científicamente demostradas como el desdoblamiento de la
personalidad humana. Una desdobles que puede producir el
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bien o el mal según la forma de alienación construida en cada
entramado.
En un principio, en esta forma de alienación se encadenan a
múltiples individuos, en su segunda fase a uno sólo y más
tarde, a cada uno de los alienados se les va sometiendo
individualmente a lo que ellos llaman, un dios.
Pero un dios maléfico no es un dios, sino un ignominioso y vil
hombre. Y a la vez, un desdoble de la persona alienada, en la
que aparecen otros alienados que hacen de intermediarios con
el alienado y el mismo, creando un extraño e ingenioso bucle.
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Copia de una de las correspondencias intercambiadas por Don Antonio Encinas
Cueto. Y que fue enviada al autor, como muestra de transparencia y confianza
hacia él.
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El mal no posee una única representación en la sociedad. Pero
sí una misma fórmula en su alienación. Lo que viene a formar
un paralelo en la asimilación del mal como una única forma
de expresión y formulación. Esto significaría unir los
diferentes espacios de Seth y Satán en uno sólo, y que la
existencia simbólica e histórica, e incluso vidas de ambos,
dependiera de otro.
El mito de Seth:
Se fundó con la invasión de los pastores. Su dios es Sutech;
éste se funde con el Set de Ombos y consagra los reyes que le
adoran, convirtiéndose en providente. Pero cuando llega la
expulsión de los Hyksos; Seth es considerado un proscrito,
origen de todo mal y huye. Osiris ocupa su puesto y Seth se
venga.
.- ¿Cuál es la base de la alienación?
La sociedad moderna hace imposible las personificaciones del
bien y del mal. Pragmatismo de estas nociones básicas
demostrado por todas las ciencias. Y lo que determina la
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bondad en una cosa juzgada por toda sociedad, es el
cumplimiento adecuado del fin para el que ha sido destinado,
siendo su incumplimiento el Mal natural nacido de la
inobservancia de la ley.
El hombre llama buenas ó malas á las cosas que giran en
relación a su mundo. Mientras ellos rotan continuamente en
torno al mal que proviene de los hombres contra los hombres,
individuales y superorgánicos.
El derecho a la defensa germina del derecho a la evolución
vital de las personas. Y es por esto que todos los presuntos
crímenes deben ser estudiados e investigados en su conjunto, y
lejos de ser sus penas consideradas como ejemplo de una
venganza deben ser consideradas como una defensa a la vida.
El derecho a la defensa activa, supone el derecho de eliminar
todo lo que á dicha evolución vital se opone. Y los culpables
tienen derecho a ser castigados, es decir, modificados por la
ley. Los seres inocentes, las víctimas de esos culpables, tienen
el derecho soberano a que se les ayude a evolucionar, a
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recuperar los pasos perdidos y retrasados por el alienamiento
practicado por los criminales.
La razón de la soberanía del hombre sobre el resto de la
cadena evolutiva, favorece la organización armónica de la
Tierra. El conocimiento del equilibrio armónico en la
convivencia de los seres vivos, y las repercusiones de un
cataclismo humano, nos demuestra una vez más que nadie
puede, que nadie debe servirse de otros seres, ni aún de los
contrarios, de nuestros rivales, sin faltar a la justicia natural,
sino en la medida estrictamente necesaria; y á este fin deben
ser perfeccionadas las máquinas, protegerse los animales
domésticos, y los inofensivos, haciéndose sufrir lo menos
posible á los que se deben matar para la alimentación
equilibrada del hombre, y otros usos. Se deben recuperar los
campos de siembra, los ganados y el derecho de gentes en la
guerra.
Las actitudes criminales sólo desaparecerán por la
instrucción, por una educación social y colectiva, adecuada y
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lejos de las miradas independentistas de intereses políticos,
foráneos de todo raciocinio social. Una educación que
garantice la estructura futura del estado, ayudada por el
mejoramiento de las condiciones de justicia que garanticen a
cada ciudadano, a cada familia, lo que por derecho de
nacimiento le corresponde para el buen funcionamiento de
una sociedad natural y moderna.
Injusticias admitidas son la renta, la propiedad de unos
no puede mermar la de otros; la explotación del trabajo ajeno
en manos extranjeras es una continua demolición de la
familia, equilibrio fundamental del estado, lo que supone una
fuente de propiedad injusta. Injusticias admitidas ayer,
inadmisibles hoy.
Son las ideas alienadas en el mal premeditado la que no
dejan ver las ideas del valor de las cosas, y es esa verdadera
idea real la que hará desaparecer las injusticias. Una idea que
debe fundarse en el conocimiento de la organización y del
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esfuerzo que se necesita para producirlas y de la utilidad que
prestan.
La ignorancia del valor real de la propiedad es una fuente
inagotable de incesantes injusticias, lo que ha reventado la
economía familiar europea. El utilitarismo, el materialismo
social europeo, nos ha provocado un gran atraso social,
nuestra sociedad actual se ha visto obligada a retroceder y
ceder puestos gratuitos a la pobreza y analfabetismo nacional.
Lo que conllevará una gran deuda social con nuestro pueblo.
Grandes males encadenados, alienados, que marchitan en el
desierto de la nada las grandes inteligencias que hoy se
refugian en el exilio de la incomprensión.
En una escala de valores, los productos científicos
ocupan hoy el primer puesto, esto es debido a que sin el
conocimiento de las cosas, no hay justicia posible. Y es por
este motivo, que debemos observar sin retraernos, nuestro
pasado y nuestro presente, para poder ver en el horizonte,
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nuestro futuro, enfrentándonos si es necesario al origen de la
verdad y del mal.
.- ¿Puede a la especie humana faltarle un día la
subsistencia, y el espacio en la superficie de la tierra por
efecto de su multiplicación sin sufrir como resultado un
holocausto catastrófico? ¿Puede un alienamiento demostrar lo
contrario? ¿Es el mal lo positivo o lo negativo es el bien?
La potencia genética en razón inversa, el desarrollo
individual, el equilibrio armónico de la creación del suelo y de
las cosas como eje vital en el futuro de la humanidad.
El mal es la muerte sentida por la vida. Dijo
Shopenhauer que esto es lo positivo. Pero el alienamiento
entendido como la coordinación del mundo y presentado
como la salvación de este, se ofrece a la sociedad europea para
la anulación de un mundo, o una parte del mundo social, en el
que el dolor y el sufrimiento del pueblo es el placer que
alimenta el mal. Siendo el placer el resultado de la satisfacción
adecuada de una función alienada.
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La otra mitad de ese mundo, ya está alienada con el
sufrimiento y la devastación de la guerra.
La alienación es un defecto y en una sociedad con excesos en
necesidades sociales y sobresaltos en corrupción, la alienación
es un defecto defectuoso y enfermo. Un sistema que intenta
coordinar la existencia civil de una sociedad consumista y
enferma, llena de dolores económicos y sociales, de
frustraciones y sueños rotos.
Con la omnisciencia del inconsciente torpe y dormido, la
salvación se nos presentará disfrazada de única esperanza, y
bajo cuyo vestido salvador se esconderá agazapada la
anulación social y civil de la libertad de nuestro pueblo.
La felicidad no es posible si no viene acompañada con la
progresión de las necesidades paralelamente alienadas con su
propia satisfacción social. El carácter activo del placer de las
familias es el trabajo. El trabajo de calidad es una fuente
inagotable del placer, y este placer hace más fuerte y fecundo
al estado si el placer reside en la familia.
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Este placer, resultando de un aumento de vida no debe ir
necesariamente precedido de dolor, pues la felicidad es
posible para la inteligencia social, cuando una alienación
enferma es substituida por un orden social y económico en
donde el equilibrio social es restablecido, en donde los jóvenes
se pueden formar en los hogares paternos mientras los
mayores no temen por el empleo que les ratifique la
prosperidad evolutiva de sus hogares y la evolución de sus
descendencias. Cabezas que pueden transmitir a sus hijos los
conocimientos del respeto político y social de un pueblo.
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P.- Hola, buenos día, ¿café o té?
X.- Un café, un poco largo, por favor.
P.- Debo confesarle, de que mi impaciencia por entrevistarle,
a punto estuvo de traicionar la confianza en mí mismo. Y
todavía no conozco su nombre ¿Cuál es?
X.- h2ox7.
P.- Debo entender que no desea que se conozca su nombre.
X.- Si usted lo dice, debe ser eso.
P.- Y ¿qué es h2ox7?
X.- mi memoria, mi existencia, mis recuerdos, mi más intima
investigación, tu vida y la mía. Y España.
P.- Hoy, deseo escuchar de usted su historia, su testimonio, la
de un desconocido para un país que olvida a sus hombres tras
las líneas del enemigo, y para una sociedad que obvia al
soldado desconocido. Y, estoy aquí para escucharle.
X.- Le enseñaré el corazón de España y le contaré una verdad.
La de un niño que lloró lágrimas de sangre y que fue soldado
por un solo día.
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EL NIÑO QUE UN
DIA
FUE SOLDADO
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Ah, recuerdo con todo el claror de mis recuerdos, que fue
aquel verano. Y cada ascua separada, muriendo junto a mí.
Ansiaba yo con ardor resurgir en el nuevo mundo y en vano
había intentado conseguir en mis libros la paz de mi alma, la
armonía de mi espíritu, y la suspensión al dolor que padece mi
alma. Un dolor que reniega de la absolución de los pecados del
malvado invasor, esperando un juicio justo. Este es un dolor
que no desaparece, que me observa y espera cada noche, en la
obscuridad y cada día en el amanecer. El me conoce y yo a él.
Pero no le tengo miedo, yo soy quien al final del mundo, en los
confines de la eternidad, de mi alma, le esperare al final de su
camino, un sendero más efímero que el mío.
Los Ángeles me llaman en la noche, ¡Bel, Bel, Bel!
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Ello, los Ángeles, los mismos que me acompañaron como
testigos de mi vida, siempre me buscan y llaman en la noche.
Todo fue visto, escuchado y grabado por Dios, a través de los
ojos de los ángeles. Y, el más bello de todos, aquel al que nadie
se atreve a nombrar sin atreverse a despreciar lo desconocido,
sin acordarse del pánico, del terror y de la oscuridad que
acecha en los infiernos. Ese, el que amo Dios y el que fue
amante de Dios, y que volverá a Él. Custodia hoy mi
equivocada estancia en los infiernos. Hoy, una permanencia
voluntaria y encadenada por el caprichoso amor a la
esclavitud de un corazón que late en los abismos del
desconocimiento humano.
Ellos, convirtieron mi vida en guerra, la guerra es el infierno. Y
la hostilidad gratuita es una continua guerra en el averno. Y
cuando observo los fantasmas de esa guerra, sus rostros
modelados en efigies anárquicas. Veo a unas figuras que
también me observan pero que desaparecen huyendo de los
latidos de mi pasado, el que ellos tejieron como arácnidos, tras
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34
las cortinas teñidas por las lágrimas que se desgarraban de los
ojos de los querubines inmortales.
Gotas purpúreas que aún hoy siguen inundando y
dando color al dolor de los corazones sepultados bajo los
témpanos que se desmoronan en la aguas del mundo.
Me apresuro como un soldado sin mando, perdido en la
nada, entre los hilos de humo que huyen desprendiéndose
como alpinistas congelados entre los labios muertos de un
cuerpo desconocido y descompuesto por el tiempo prestado
que embarga la vida a la ingratitud humana. Y Corro hacía
ese dosel e intento transitarlo. Su tacto áspero y execrable. El
olor y la visión de la sangre desecada y agrietada por el paso
de la muerte, provocan incertidumbre en mi curiosidad. El
crujido confuso y triste me estremeció y llenó de fluctuación y
sensaciones nuevas el arca de mi curiosidad. Sensaciones que
nunca antes había sentido con el ser humano.
La sangre reseca y agrietada por el tiempo, casi
convertida en arena. Casi puedo percibir en mi paladar, el
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de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
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extraño sabor que aún hoy sentido gustativo recuerdan sin
pavor y sin miedo. El miedo ha sido mi continuo aliado. Pero
su crujido, es una cruz confusa y triste cuyo recuerdo hoy, me
sigue estremeciendo y sacudiendo mis silencios con dudosas
incertidumbres. Fueron aquellas unas sensaciones nuevas, que
antes nunca, había sentido.
Mi corazón, ¡mi corazón latía con tanta fuerza, que
llenaba los vacíos de mi memoria con los recuerdos del ayer!
Deseaba migrar junto a las golondrinas, pero fueron las
golondrinas las que llegaron con el verano.
Y las golondrinas. Esos pajarillos tan inteligentes y armados,
que pueden llegar a ser los mejores amigos de un errante
perdido. Ellas, son las ostras del aire, las únicas aves armadas
con dos corazones, uno de carne, puro músculo y otro de
piedra, tan negra como la obscuridad y tan roja como el sol.
Al despertar. En el despertar de cada día, de cada
tiempo, siempre recordaré un día especial en todas las
aventuras de mi existencia. Pues la vida no deja de ser una
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aventura para aquellos que nos arriesgamos a lo nuevo y
desconocido. Y es por esto que al levantarse el Sol, el hombre
carga con las glorias y los infiernos que en cada camino
encuentra. Y esas viejas y nuevas glorias, y esos desvencijados
infiernos, trazan la verdadera ruta que el hombre ha de
seguir hacia el inmenso universo, entre cuyas estrellas y
constelaciones se encuentra la puerta hacia el infinito cielo.
Despierta aquel día junto a mí, todos los días de mi vida,
como si hoy fuera aquel día de Julio, saliendo por la puerta
trasera del patio de armas, allí, sentados estaban dos
coroneles, uno del ejército y el otro de la guardia civil. De pié,
junto a la puerta, vestido de civil y con su facunda sonrisa,
sujetando en mano izquierda, su estilete camuflado en útil
bastón, el General Antonio Encinas Cueto.
Por aquel entonces Don Antonio ya era general de
mutilados, y de mutilados gracias a la pierna que le faltaba,
extremidad que le había sido extirpada por un grave error
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médico en el hoy Hospital USP la Colina, de Santa Cruz de
Tenerife.
El año anterior había estado alojado en su
residencia, la que tenía en Madrid, en el Cir de la Guardia
Civil en la majestuosa Calle Velázquez y que gozaba de una
estupenda terraza al aire libre, en la que cocinábamos y
pasábamos las noches de agosto a la luz de la luna de Madrid.
Aún puedo recordar el aroma del café que escalaba por la
calle paralela al cuartel hacia el ático del general, pero lo que
siempre recordaré es el irrepetible sabor del suculento cocido
madrileño que preparó el General Antonio con los
ingredientes que compramos en el mercado aquel domingo de
agosto. Y nunca encontraré quien mejor se igualara a él como
cocinero de este famoso plato madrileño.
Toda historia que se precie de recordar, debe contener al
menos una anécdota y de cada anécdota surge una ilustrativa
y conveniente lección.
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Así que aquel día por la mañana salí a tomar una buena taza
de café a la cafetería cinco tenedores. Era aquella mañana de
un amanecer soleado y a medida que avanzaba el día, las
temperaturas subían de forma espasmódica. En consecuencia
una ola de calor que me obligó a tenerme que duchar y mudar
de indumentaria hasta tres veces, en un intento infructuoso
de que mi cuerpo dejase de segregar sudor.
Tras mi tercera ducha, volví a seguir con mi paseo por
Velázquez, y al regresar de comprar unos zapatos Danko en el
Corte Inglés. Encinas me explicó enérgicamente –como él era-
y afectuosamente, que para evitar sudar tanto debía bañarme
con agua caliente y no fría. Ya que de esta forma, al ducharte
con agua caliente, los poros de la piel se dilatan y abren
refrigerando el cuerpo, por lo que se suda menos. Y fue
verdad.
A la cuarta vez lo descubrí.
Aquella semana, en el puesto de guardia, a la entrada
del Cir estaba de guardia un ex campeón de boxeo de los
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pesos pesados que me preguntó, al verme la medalla que
llevaba sujeta a mi guerrera, si yo pertenecía “a los pilotos” a
lo que le respondí que ¡sí! Sorprendiéndome el que conociese
tal unidad.
.- Y, es que el también pertenecía.
Luego supuse.
Estuvimos hablando cada día, o bien cuando salía a tomar
café, por las mañanas, o cuando me escapaba de noche a
echar un trago. Siempre fueron conversaciones sobrias que no
dejaban margen para nada más. Era terco en palabras, y
aunque casi siempre estaba en el turno de noche, y las vigilias
suelen ser aburridas, el era así.
Lo sorprendente de cada vida, no es el tiempo que dura
una vida, lo prodigioso es lo que dura una aventura en una
vida, y la eternidad de cada historia en cada una de las
aventuras de esa vida. Una vida llena, es una vida que se
arriesga y adentra en lo desconocido, cuya respuesta a lo
inesperado y al valor es siempre afirmativa el ¡Sí! Es la
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respuesta a todo aquello que puede llenar una vida de
conocimientos, honor y valor. Sólo los cobardes, los
recipientes vacios e inicuos, dicen ¡No! Y por defecto, intentan
contaminar y obligar al ¡No! A los demás.
Y, de que vale una vida, si cuando te internas en su
corazón, al observar su alma y hablar con su espíritu, sólo
encuentras tejidos vanos, arañas penitentes y obscuridad sin
luna.
.- ¿De qué me sirve un vaso vacio cuando tengo sed
en el desierto?
.- ¿De qué me vale si vosotros sabíais que
necesitaríais beber?
Tal vez, es que fueron demasiado presuntuosos.
Había sido durante tan sólo veinticuatro horas un
soldado y de soldado pasé a formar parte - en la guardia civil-
de una unidad especial, secreta, experimental y desconocida.
Una unidad que no viene en la publicidad que le hacen al
cuerpo, de la que no existen logotipos ni fetiches. El ejército
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me cogió de la mano y me entregó al cuerpo de la Guardia
Civil.
Yo soy el niño que un día, un solo día fui soldado y que juró
la bandera a la sombra del anonimato. Mi deber fue, el
estudio del terrorismo, la investigación, la información y
delinear el camino con proyectiles trazadores que enseñen el
camino, las puertas y el destino del objetivo.
Miedo; Pánico; Terror ¡no!
Obediencia, confianza, honor y libertad ¡sí!
Suponía una deseada libertad, una oportunidad de
escapar del verdadero infierno hacía una vida que cobraba
sentido. Hasta aquel día, pensé que por fin podría escapar de
una vida en la que me habían sometido y convertido en un
esclavo sumiso. Era la vida que hasta entonces me obligaban a
tener. La que por entonces aún tenía. Pero, ¿por qué no se lo
confesaba al General? ¿Por qué no le decía a lo que me
estaban obligando? Que día tras día me obligaban a escapar a
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ninguna parte que no fuera la mismísima muerte. Y que yo
sólo quería a una sola familia, a la Guardia Civil.
Conociendo al General Antonio, al contarle mi personal
infierno, hubiese montado sobre la cólera de Dios, y de un
plumazo me hubiese refugiado bajo sus alas verdes. Las
verdaderas alas de un titánico dinosaurio del deber y el
honor.
Tal vez, fue el conjunto de los que me acompañaron en el
viaje. Lo que siguió encadenándome al pavoroso infierno de la
tortura y la muerte.
Esto es una de las consecuencias del alienamiento al que
ellos me sometieron desde mis nueve años de infantil edad.
Torturado, fustigado, humillado y vuelto a torturar por
Vicente González Segura y sus adeptos.
Puedo decir con honor, que nunca utilicé al Cuerpo de la
Guardia Civil ni al ejército, para mis venganzas personales. Y
que pude romper el alienamiento mental y psíquico al que fui
sometido, muy tempranamente. Al contrario que el resto de
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las víctimas, como lo fue un pequeño y reconocido constructor
de Canarias, Marcos Chinea Hernández, así como su
compadre José Mora y la familia de este, naturales todos ellos
de la población de los Naranjeros en el municipio de
Tacoronte. Todos adeptos funcionales del alienamiento.
Estuve de pié, creo recordar, diez minutos que se
hicieron interminables. Y aunque aquellos dos hombres, me
explicaban dentro de aquella estancia, junto al patio de
armas, que me traspasaban, -como se hace con los jugadores
de futbol- al cuerpo de la Guardia Civil, y que desde aquel
momento dependía de ese cuerpo.
De aquellos diez minutos, sólo pude escuchar las
anotaciones que hizo el General: .- Has sido soldado por un
día y perteneces a la familia para toda tu vida.
Las circunstancias son difíciles y debo de recurrir a mi
memoria íntima, aquella que sólo despierta cuando menos lo
deseas.
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Trato de intentar describir una vida al servicio de mi
país con la terrible circunstancia de vivir sin honor y de tener
la conciencia de haber sido un experimento en las manos
equivocadas, ¡o tal vez no! Tal vez este sea el peor castigo de
cualquier militar y civil. Vivir sin el título de decir quién eres,
o quien fuiste. Levantar la cabeza frente a la bandera y
sangrar por dentro mientras miras a los ojos a los jóvenes
soldados cuando se dirigen al frente. Y ser despreciado por los
otros y exclamado y señalado con orgullo, por otros muchos,
cuando ven junto a tu nombre un simple asterisco, una simple
estrellita. Que dice ¡Frágil no tocar! Pero ese asterisco, esa
estrellita, te hace más frágil frente a quienes no respetan el
sentido del deber.
Y es en esto en lo que se convierte la sombra de nuestra
bandera que ondea cada día sobre nuestras conciencias.
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Yo hoy debiera estar allí, hoy, sin embargo estoy aquí.
Como un juguete roto y sin cuerda, sediento de vida y
hambriento de futuro. Un futuro que siento cada día, como
me lo arrebatan. Proyectos tras proyectos. Voy caminando y
me van pisando.
Roto por dentro, entero por fuera. Honor esculpido en mis
venas, orgullo discreto, perdido entre las tinieblas de los
sueños rotos.
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He tocado muchas cuerdas de una guitarra de palo
fino, y buscados horizontes nuevos. Pero somos los hombres
aquello en lo que un día nos convirtieron. Y llevamos en
nuestras venas toda la sangre que nuestros mayores nos
cedieron. El honor, al contrario de los que algunos amigos
dicen, ¡si existe! Es el honor al hombre de palabra, lo que es el
hombre de palabra al honor. Este se lleva con orgullo discreto
y perdido entre las tinieblas de los sueños rotos de aquellos
arquitectos que abandonaron los planes de un pequeño y
reducido grupo de jóvenes y ambiciosos militares, perdidos en
la nada del ¡No!
Tal vez nunca pueda se pueda expresar con palabras como fue
aquello, y sólo con pequeños ejemplos de gigantes, se puede
llegar a decir para que sirvió la entrega de la vida y el futuro
disuelto de tan hermosa eucaristía de valor.
Esto, es como si un ciego definiera la belleza de un amanecer
en medio de una tormenta y el espectro de una madre
expresara – esperando ser escuchada- el dolor desgarrador al
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perder a un hijo en combate, en accidente de tráfico o a
manos de los pistoleros de Eta. Es el intento de expresar el
dolor y la rabia que siente un amigo al perder a su mejor
amiga a manos de unos indeseables que se esconden tras el
poder económico y político. O el perder a una hermana en los
mercados de la adopción, que tanto tienen que explicar sobre
las tumbas vacías de los hijos de Dios.
Todo la historia de mi futuro, se encuentra en la
encrucijada, en el martirio que los golpes del martillo que
hundió los clavos de Jesús entre sus carnes, despierta en la
conciencia viva del hombre, y este es obligado, en sus peores
pesadillas a parodiar sobre un escenario previamente
preparado, el dolor desgarrador que puede sentir un niño al
ser violado por su padrastro o una mujer al ser maltratada
por la persona en la que confió su vida.
El tener que dar los detalles de aquella atmósfera que
me ha atrapado en el tiempo, subraya la verdad de que los
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hombres también lloran, aunque lo hagamos en la intimidad y
soledad del bosque.
Tal vez para ellos tan sólo fue un juego o un
experimento. Para nosotros, para mí fue un servicio que duró
la mitad de la vida que hoy tengo y que el próximo año tendré,
y así hasta el final de mi vida.
Y aún sueño, siempre sueño, pero este sueño lo sigo teniendo,
cuando uno de ellos aparece acompañado de la policía militar,
y me obliga a vestir el uniforme, diciéndome las únicas
palabras que no puedo oír.
.- Ya todo está hecho los sabemos todo.
Pero es sólo un sueño, tan sólo una pesadilla que no termina.
Sólo la aparición de uno de ellos significaría reconocer el
error o ¡una traición!
A aquel niño soldado sólo le queda la formación. Y tal
vez esa formación hoy día haya cobrado forma de maldición.
La verdad no está siempre en el fondo de un pozo. Y no hay
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mejor modo de mentir que decir la verdad. Aunque para
decirle la verdad al mundo tengamos que mentir. A veces.
Entre todos los seres que pertenecen a la ficción y que
ocupan un grado cercano a la existencia, cito al que considero
esta en mi paralelo de la realidad.
Se trata del francés Francois Vidoc, que nació en 1775 y
murió en 1857. Preso y Recluido por desertor en la prisión de
Brest, se evade para reaparecer como espía y jefe de la
brigada de seguridad.
El sistema de Vidoc en sus investigaciones proceden del
campo analítico, combinado con una poderosa intuición del
que se dice era un excelente adivinador y una persona
perseverante. Y es aquí, en esta obra verídica, donde la vida y
la muerte, el bien y el mal, se convierten en las dos caras de
una misma moneda. O la cara oculta de la Luna.
¡Atrapado! El pulso acelerado de forma perenne, que
golpea mis sienes haciendo sonar eternamente la vieja
campana del Estado, la campana de la libertad, uno de los
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grandes símbolos de la independencia, de la abolición de la
esclavitud, y el carácter de la nación y libertad de los Estados
Unidos.
Y ella nos cuenta en su interior:
.- Proclame la libertad en todas las partes de toda la tierra a
todos los habitantes de esta lev. XXVX. Año de MDCCL.
Y el cuerpo se desploma lentamente, como si fuera un
cliché intermitente, de mil posiciones, interminable, algo muy
pesado tira de mi, hacia el núcleo sin puerta, laberíntico,
mientras, mis pupilas se dilatan y buscan con desesperación
un haz de luz. Todos los músculos de mi cuerpo se tensan,
¡atrapados! En un sueño despierto. La noche anterior había
muerto el General, consciente de que podía morir, sólo,
aislado bajo toneladas de una pesada carga.
Años de trabajo, de investigación se habían convertido de
pronto en puertas de humo, de un extraño humo inmundo,
viciado y espeso. Y etéreo había resultado mi servicio y
trabajo. Estaba sólo, sin nadie que me indicara el camino de
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salida, de regreso a casa. Con la amarga certeza de no poseer
más que mi cuerpo e inteligencia para escapar del laberinto,
de no ahogarme en la piscina cuya agua se había corrompido
convirtiéndose en estanque lechoso, de algas y escorpiones que
paralizan los movimientos del cuerpo al intentar mantenerse a
flote.
No apartaba mis pensamientos del hecho de no haber
tomado las precauciones que le permitieran defender la
identidad de mis investigaciones. Las luces de la libertad,
cuidadosamente empaquetadas y custodiadas en la caja fuerte
de una conocida entidad bancaria en la isla de Tenerife,
estaban definitivamente perdidas como investigación militar.
Aquellas que blindaban mis años de servicio a mi país. Ya era
tarde para lamentarme del descuido, ya era tarde para todo.
Para regresar a una vida ordenada, para vestir el uniforme,
para acudir al Gobierno militar donde estuve aquel día con el
General Encinas y el Coronel. Para jurar la bandera ante los
ojos quebrados y arrugados de mi abuela. Aunque mi abuelo
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sabía la verdad y la guardó celosamente. Era tarde para que
mi madre desde las gradas se enorgulleciera de mí y para que
mi hermano menor tomara ejemplo del orden, o para que mis
tíos se sorprendieran una vez más por algo inesperado.
Él. El niño, ¡yo! Que un día fui soldado, un solo día.
Tardé un segundo en reaccionar y dentro de la gran caverna
laberíntica, sumergido en un silencioso frío, ambiguo, hostil,
vergonzoso y casi sacrílego, recordé las palabras que me
dedicó una gran amiga:
.-Sólo confiar en el silencio, podrá salvarte la vida, cuando
realmente, y sólo de verdad estés sólo entre ti y tu único secreto.
Ten fe en la victoria del silencio.
Cuando tengo que atravesar una ciclópea cordillera de
despropósitos, absurdas respuestas en todos los frentes que se
creen soberanos de la justicia civil y política. Sin ser jueces ni
miembros de jurados. Y cuando incluso los jueces le hacen
pulso a la verdad y la justicia empuja al suicidio colectivo de
la inocencia indefensa y huérfana de la madre justicia. Sólo en
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la penumbra social y en un largo recorrido a través de las
puertas de humo, todo sigue quedando en una asignatura
pendiente, como roca inmóvil en el Valle de la muerte.
Vivo, pero muerto. Muerto, pero sin miedo. Vivo, pero
sin paz. Honor, pero sin honra. ¿Miedo? ¡No!, ¿Desdicha?
¡No! ¿Dichoso?
.- Solo un día, un solo día lo fui.
Y fue aquella noche, cuando recordé que siempre había
estado orgulloso de mí mismo, que me enorgullecía de
haberme entregado a un porvenir que siempre había estado
escrito con fuego entre mis venas, en las líneas de la palma de
mis manos, en mi frente. En mi frente está grabado mi duelo
con la muerte. Mi estrella, mi compañía. La estrella de mi
compañía:
.- ¡el Dragón!
No podía. Tenía miedo de poner mi fe a prueba, porque
no se trataba de tener fe, era todo lo contrario.
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La prudencia es el silencio, y aquella fría mañana quemé en
el descampado de bajamar, todos los uniformes y las
credenciales. Todas las cartillas y las fotografías. Todas, y con
la inesperada compañía de dos vecinos muy curiosos. Ellos
banqueros del BBV hoy BBVA que siempre ignorarían el
espectáculo al que habían asistido. Ellos sólo arrugaban la
nariz tratando de exprimir infructuosamente lo que allí se
estaba extinguiendo, en aquella atmósfera tensa, triste y
secular, se extinguía un titán en llamas, se dormía un volcán
con promesas de despertar, de volver.
Yo estaba vivo. Y sin embargo estaba muerto.
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Felicitación del General Antonio Encinas
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La muerte, esa clase de muerte que hiela mientras sientes que
trepa deslizándose desde la nada, ausente y ascendiendo cual
tifón a través de las olas de la desesperación por entre la
columna vertebral de la verdad. Esa verdad que es el miedo
valiente que debe cargarse en el silencio de toda existencia
nacida para el propósito de la verdad.
Esta es la máscara de acero frío, y templado, la que lleva mi
rostro. Las supersticiones, las oraciones, la comunión y la
eucaristía pública, es el refugio de algunos. Yo no soy
supersticioso, ¡Conozco lo suficiente al diablo como para no
serlo! Y las oraciones repetidas no me gustan, yo sólo hablo
con Dios en la intimidad. Más no comulgo en público, prefiero
hacerlo en privado. Era y soy consciente de que nada de esto
me serviría para encontrar sentido a la vida y sólo entonces
entendí la tradición de los marineros del S.XIX sobre el mal
augurio que le daban al admitir a una mujer a bordo de un
barco.
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Mi casa se convirtió en un barco sin rumbo y con una
novia a bordo que se agarraba al timón como una rata a una
onza de queso. Inconsciente y desbocada dirigió un barco al
que arrancó sus velas para asirlas de mantel de mesa, y
llevarlo a la deriva. Mi pequeño barco, perdido entre las
nieblas de un océano embravecido y con su capitán herido.
Fue sacudido por una novia inconsciente, estúpida y de mala
hierba, que equivocó y confundió sus derechos de mujer
independiente y libre con el espejismo de creerse dueña y
patrona, cantante arpía y azote. Que terminó encariñándose
con la muerte.
¿Cuánto me quedaba dentro del laberinto de la soledad
y la desesperación? El frio de la incertidumbre se apoderó de
mí clavándose contra la armadura blindada de mi corazón
creado en los témpanos del infierno de la niñez.
Mi mirada hacia la perversidad descubierta en ella, era
de finos alfileres de hielo que atravesaban las cortezas
humanas tras la que se esconden las ratas de los barcos
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varados en los arenales del asfalto. La sangre no corría por
sus venas, eran ríos del acido que confundía el hedor de la
demacración de sus cantos, de sus brindis desconocidos a los
desconocidos comerciantes de la jácara, de la engañifa de la
píldora de la argucia.
Sus ojos habían dibujado y petrificado un gesto pétreo,
agónico, que acorazaba la tradición y la cobardía tras el lecho
de la mentira. Hubo un instante en que mi corazón parecíase
detener y suspender su actividad frenética. Mis ojos se
negaban a parpadear, el tiempo transitaba lentamente, las
imágenes parecían dejar paso al espectador e invitarlos a
participar de la tragedia.
El día en que la ingratitud entró por la puerta de mi
privado, en el edificio de investigación de la universidad de la
laguna, -la tapadera perfecta- fue el día en que el fin fue
fecundado. Sus voces eran como tiros a boca jarro de escopeta
de cañones recortados y cantos esperpénticos proferidos por
bogavantes arrojados en el interior de una olla a presión.
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La ignominia de sus diferentes lenguas, todas bífidas,
envenenó las ansías de los curiosos, frenó la prolongación de
la verdad como el peor de los accidentes pudiera causar en la
autopista de la información. Cuando me hice con el control de
sus actos ya era tarde, en medio del frío y del desconcierto,
creí distinguir un tibio movimiento. En la penumbra de sus
pensamientos, forcé la acción depredadora de aquella que sólo
aparentemente era una titánica especie de fiera cuya figura
pareciese desdoblar en múltiples y diferentes siluetas. Primero
me lo negué a mí mismo. Era imposible que se hubiera
cernido tan grueso grano. Pero después me aferré a la
realidad de la fiereza quimérica.
Tuve la clara sensación de que en el fondo de la sala se
aliaban dos siluetas, al menos dos personas, delatadas por una
brizna de sol que se colaba por entre las ventanas
translucidas, revelando así la presencia que ocultaba la
traición. Los signos eran evidentes, ella ya lo sabía y estaba
siendo dirigida con el firme propósito de extenuar la verdad.
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Aquellas dos respondían a los nombres de José M. Cabrera y
otro colaborador del grupo del General.
No me costó identificarlos.
Aquella confrontación hubiera significado falsa e inquietante
para el público presente. Sin duda, el producto de mi
poderosa investigación, la trinchera del trabajo que
desarrollaba en una escalera de múltiples colores, en un
transportador de gama de tonos, sobre el estomago del arco
iris de iris. Para todos ellos, -el público del desconcertante
concierto- fue como una potente alucinación celada por una
licenciosa traición que insultaba mi equilibrio.
Durante un instante calibré la posibilidad de echar a correr
hacia ellos, pero aquella no era la forma de responder a un
ataque querellante y teledirigido. Sin dejar lugar a dudas, fue
el objetivo de aquel atentado presenciado desde una posición
cercana y cómoda, el crear la desorganización y la anarquía.
Siempre tuve una caja fuerte contratada en un banco,
donde custodiaba las anotaciones de mi trabajo. Cada frase,
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61
cada anotación, cada des encriptado, lo guardaba celosamente
dentro de las tripas de la Caja de Canarias en la Isla de
Tenerife. -Siempre usé el nombre de otra persona- La de un
pariente cercano, que me prestaba gratuitamente ese servicio.
H2ox7
Aquel día, mantuve la respiración diez segundos, de
haber respirado antes de terminar de contar, hubieran salido
de mis pulmones los vientos huracanados de la caja de
pandora. Su gato es un buen amigo mío.
Esperé, respire y me hice con el control de la situación.
Aquella despiadada mortal y su futuro despido de mi vida,
había sido sentenciado y firmado aquel día por mi conciencia
y sentido común. Y en cuanto a Cabrera, que siguió
manteniendo el mando a distancia tras el disfraz de su mirada
impertérrita, junto a la de su acompañante. Se mantendrá,
estacionada, limitada y cesada hasta el final de mis días. En
una jugada maestra en el tablero del ajedrez.
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62
Ella, la insensata mental del asfalto, el cocodrilo hembra de
los pantanos, se paseó por todos los escenarios de mi vida
social, segmentado mis pasos. Mientras, yo, luchaba contra la
corriente certera de aquellos que supieron de mis pasos.
Su torpeza llevó a los druidas de la ETA a visitarnos en las
instalaciones de la Extensión de la UNED del municipio de
Arona en la Isla de Tenerife. Y que en estrecha colaboración
con un viejo conocido y amigo de mis amigos, El prestigioso
Don Javier Tusell, pude ofrecer como proyecto al Partido
Popular de Tenerife, a través de Don Melquíades Darías
Mora, cuando fue concejal de Educación por el Partido
Popular en el municipio de Arona. Su estupenda esposa, -
traductora para el ministerio del interior en las comisarias del
Sur de Tenerife- preparó una interesante y artesanal salsa de
castañas como acompañante en la elaboración de un
cochinillo asado en horno de leña. El que degustamos con un
exquisito vino tinto de la Rioja e interesante conversación, en
Las Galletas.
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63
Sus piernas le temblaron cuando reconoció el acento
vasco y las facciones de los tres druidas.
Aquel mismo día, estuvo sentada durante más de tres horas
sobre un amplio abanico de fotografías de los miembros de
ETA, en la comisaría de la Policía Nacional de playa de las
Américas. Ellos desaparecieron, por supuesto.
Se cazan más moscas con miel que con vinagre.
Yo desaparecí de su vida para siempre. Fue lo mejor
para todos. Comprendí que de aquellos dos invitados de
alabastro, al menos uno, no sólo sabía quien fue el niño, sino
quien era aquel día y a lo que se dedicaba el hombre.
¡Y quien es hoy! H2ox7.
No era de extrañar. Cabrera, como yo le llamaba, y a cuya
hija menor que tuve el placer de poder cortejar como a una
reina, y con la que pasé inmemorables momentos leyendo los
dos juntos, en el recibidor de su casa, los mejores poemas de
Federico García Lorca, fue quien me presentó en Madrid, al
General Don Antonio Encinas Cueto. Los dos fueron
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compañeros de correrías, a pesar la vislumbrada diferencia
de edad. Encinas era una persona de comportamiento notable
y rígido carácter, pero en la intimidad era muy campechano.
Los mejores recuerdos que tengo de ella, son aquellos
días de verano, cuando juntos pasábamos las horas sin darnos
cuenta de que nos observaba con una entrañable sonrisa, su
estupenda madre. Que siempre me invitaba a merendar. Su
madre era una mujer encantadora y sufrida por el desamor y
el desprecio de un marido terco y mujeriego, al que
sorprendió una colección de desnudos de sus mejores
amantes, en un archivador de su despacho.
¿Amantes? A veces para decirle la verdad al mundo es
necesario mentir o reconocer una mentira como si se tratara
de una verdad.
La certeza de su conocimiento de mi trabajo fueron
causas fulminantes, para establecer una disciplina de cambios
estratégicos en mi rutina. Mi identidad siempre estaría
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marcada y disfrazada. Fatal decisión en mi vida y etiqueta
que tardaría en arrancarme de mi destino.
En nuestro último encuentro, su expresión anímica dejó
descubrir una mirada escéptica mezclada con una extraña
ironía. Casi pude percibir la pregunta del juego que el y yo
estábamos acostumbrados a ejercer.
¿Se estaba volviendo loca? ¡No! Me respondí a mí
mismo. Y la triste realidad era que el efecto de la maldición de
estar tras la línea del enemigo comenzaba a surtir el efecto
esperado.
Me encontraba pues bajo el peso aplastante de la gran
pirámide. La más majestuosa pirámide de poder a la que no
cualquier mortal pudiese, no sólo entender sino enfrentarse.
Y nunca digas ¡nunca jamas! Pues esta pirámide supera a la
de Giza. Primero te enfrentas a los animales de carroña, los
de cuatro patas. Estos son minúsculos, bajitos, con dientes
sanguinolentos y muy afilados. A estos les siguen los plumas,
que parecen reírse del olor a muerte. Tras estos llegan los
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cazadores, depredadores de la selva, reptiles que se arrastran
con grandes colas y poderosas mandíbulas, que lloran y gimen
mientras devoran a sus victimas.
¡Y subes otro escalón de la gran pirámide! Y aparecen los
grandes felinos, durante la noche, o bien durante el día.
Y sorprendentemente estos son los únicos que te respetan.
¡Tienen honor! ¡Saben lo que es el honor y te pueden enseñar
a poseerlo! El honor. Porque el honor hay que poseerlo,
montarlo como a un caballo salvaje de la llanura. El honor se
doma como a se deben domar a las fieras, un honor
indomable, es la soberbia salvaje del desierto. Y quien muere
sin honor, muere en la soledad del cuerpo y del espíritu.
Ellos te conocen, te huelen y reconocen el olor de su
presa, es de la misma especie y esta herida. Y los ancianos
saben que deben respetar a un león, a un tigre, a cualquier
felino herido. Y subes otro gran escalón, y es cuando aparecen
las bestias negras vestidas de togas que esconden el uniforme
armado. ¡Te esfuerzas y das un rodeo!
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Te tienes que vestir con el disfraz de loco samoyedo, de
perrito de aguas gracioso, convertirte en el armadillo que
olisquea o en el osito perezoso, para no molestar. Y
conquistas otro escalón formado por los grandes bloques de
piedra.
Y aparecen los virus de la gran colmena, los que son
movilizados por los hilos de la política.
¡Pero unos piensan sólo en el poder! Y otros en aparecer
en el congreso, asediados por los flases multicolores y la fama
de sus carteras.
De pronto, sin darte cuenta, como si te hubiera alcanzado un
disparo del calibre 22 mientras corres, estas jadeando como
un oso polar atravesando el desierto. A cuatro patas e
indefenso. Te has convertido en un animal peligroso, y ellos lo
saben.
El silencio te salvará. El divino silencio. Ese silencio
infernal que rompe los esquemas y ensordece hasta romper el
equilibrio de la negación.
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Yo he cumplido con mi deber y sigo el camino del hilo de
Ariadna. Ese hilo que me encontré a la puerta del núcleo
rector.
He conseguido subir el penúltimo escalón de la gran
pirámide, y es aquí, donde se forma la gran orgía.
Aparecen Cardenales y Arzobispos, el Opus dey y el
periodismo.
¡Grata sorpresa, todos son amigos y escurridizos enemigos!
Pero todos saben quien soy y forman un pasillo. Este es
invisible, transparente, cálido y sencillo. Solo, inquieto, con
miedo, pues debo tenerlo. Me pregunto:
.- ¿Cuándo conseguiré subir el último escalón? Mi
trabajo lo entrego a la opinión pública, a los políticos y a la
Corona de España. Pero son cinco los que están en diferentes
manos. Y H2OX7 es mi silencio.
La publicación paralela de la verdad y sólo un escritor
encontrará en ella el paralelo de la realidad. Sólo el hijo
espiritual la sabe ya.
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69
El sabe quien soy, quien fuí y como lo conseguí.
¿Soñaba? ¿Estaba muerto? Nunca estuve más vivo que
Napoleón cuando entró en España ni más muerto que cuando
midió su cuerpo dentro del Sarcófago de la Gran Pirámide.
Pero de toda realidad se ha despertar, y cuando se cierra una
etapa en la vida de una persona se cierra una puerta y tras
esta puerta se abre otra de un nivel mucho más superior. Y
esta sólo se puede cerrar cuando la historia se transmita, se
cuente, se imprima, se lea y se cierre el libro. La obra X.
Tal vez, nunca sepa explicar con las palabras certeras lo
que durante veinte y cinco años y muchos más he sentido y
seguiré sintiendo. De poder hacerlo, habría explicado antes, lo
que sentí a los diez años de vida.
Mi corazón desgarrado junto a mi inocencia. Sumergido
en el infierno de la inconciencia, secuestrado por la bestia
nefasta de los extirpadores de la santa niñez. Muerto, inmóvil,
sobre el granito degollador de la in disoluta presencia de la
fantasmagórica fosforescencia de su impúdica presencia. El
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monstruo me había engullido en una digestión de más de diez
años. Lo único vivo que permanecía en mí era mi vientre, que
noche tras noche se desgarraba de dolor y su eco interno, el de
la flagrante desgracia hacía estallar en mis sienes los
demoledores latidos del dolor vivo. Comprendí muy, ¡muy
joven niño! Que no me vendería jamás y que debía escapar de
las mazmorras de aquellos seres, cuyos nombres son Vicente
González Segura y Maria Martel Castro y que como corsos
habían asaltado la fortificación de mi porvenir. Ellos
desordenaron mi infancia, mi niñez y mi adolescencia,
apoderándose de la voluntad de mi madre, que siempre fue
niña y morirá siendo una hermosa niña afortunada y feliz
para volver a nacer siendo una bella niña con una nueva
oportunidad de libertad. De lo contrario ¿de que habría
valido mi sacrificio abnegado? A mi hermano Andrés lo
habría liberado, cediéndole un hermoso trabajo en la Cámara
de Comercio de Santa Cruz, de esta manera, el tendría que
quedarse a vivir en Santa Cruz, lejos de la bestia. Y Siempre,
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mis abuelos, resignados me lo decían y mi abuelo siempre la
recordaba con sus preciosas trenzas y reía mientras dejaba
entrever una triste y melancólica sonrisa.
.- Tu madre es tan buena como lo puede ser una niña
inocente y juguetona.
Los brotes verdes del jardín de la infancia empezaban a
asomar su delgada y fina estampa, rompiendo la tierra
turronada y húmeda. ¡Les tuve miedo y no me avergüenzo
por ello! Por que fue por mi infantil madre por la que temí.
Y es por lo que me dejé someter a la esclavitud de la que en
un tiempo fue candente y sutil. Padecí el escándalo de la
locura que aquello llego a significar socialmente en mi
existencia. A la orgía del carnaval continuada y sin parangón,
al caciquismo en mis propias tierras, por seres extraños, que
fueron obeliscos de la sin razón.
Hoy todos y cada uno de aquellos momentos se concentran en
uno solo, en un solo lado de mi cuerpo, ¡el izquierdo, fue mi
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corazón de carne, hoy es de piedra! Ellos se llevaron las mieles
de mi mundo, la felicidad, la paz, la alegría, el consuelo.
La virginidad de mi cuerpo, retorcíase en mi lecho y el
dolor se alió a mi mente. El, Vicente González Segura, el
conocido y reputado curandero de la Cruz Chica, de San Juan
de la Rambla, de la Guancha, del Médano, en donde
habitualmente hoy vive junto a María Martel Castro. Poseyó
mi cuerpo violentándolo sin descanso, y lo hizo suyo
frenéticamente en un hotel de Las Palmas de Gran Canaria, el
mismo día que se estrenaba en la Capital Gran Canaria la
histórica película Evasión o Victoria.
Recuerdo, aún puedo recordar, que cuando entramos en el
hotel, pidió una habitación que no tuviera ventanas hacía el
exterior y que nos permitiera descansar. Y me registró como
hijo suyo en el libro del hotel. La habitación sólo tenía
ventanas al callejón, un callejón oscuro y tétrico. Se baño y
mando a bañarme, me dijo que no me vistiera, me dio a beber
algo en un vaso de agua, y que me agachara de cuclillas varias
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veces, y desnudo. El resto es parecido a un mal sueño, a un
sueño RAN que sólo las personas fuertes pueden sobrellevar
con dignidad.
Tuve miedo por mi madre, ella se perdió entre las sombras
del infierno, y a tientas atrapé a Pegaso, con el puño izquierdo
lo agarré por la cola y con el derecho su crin, y de un salto me
subí a su lomo y cabalgué por la llanura. Guiándome por las
estrellas. Aun estaba vivo. No podía dejarme morir. ¡No así!
Aun recuerdo el hedor a pozo muerto y olvidado que se
deslizaba por su garganta, era como un golpe de brisa
putrefacta que golpeaba mi cara. Le había ganado a la
oscuridad mas violenta, cruel y desalmada, jamas encontrada
por el hombre. La ausencia de la luz. Y es la ausencia de esa
luz que necesitas, lo que mas intimida mientras sufres. La
ceguedad de los que te rodean, desprovistos de ojos, parpados,
cejas, pestañas, miradas sin expresión, sin rasgos, pero sobre
todo sin preguntas.
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Ellos me hubieron podido rescatar del secuestro de la
muerte. No hubo preguntas porque en los otros, afincados en
los bienes de mi casa, había bonanza, ¡solo en ellos! ¿Qué
hacia allí aquella mujer, Maria Martel Castro? ¿Qué hacia
allí, aquel hombre, Vicente González Segura? ¿¡Quienes
eran!? ¿Por qué, de pronto quería salir corriendo y mis pies
me fallaban, y mi mente se iba, volaba con Pegaso surcando el
cosmos, cruzando los océanos y los continentes?
Aquel niño murió a lomos de Pegaso, se quedo dormido
y ya no despertó.
Construí un muro con los bloques del sufrimiento, tan alto
que rozaba el cielo y que los rodeaba a todos ellos, dejándolos
al otro lado, excluidos de mis pensamientos, de mi vida, de mis
sueños, de mi mundo.
Pronto me di cuenta, al tantear el nuevo terreno al que
me enfrentaba. Las puertas y las paredes que emergían de la
nada, como sables, en un sendero que cobraba vida con
formas diferentes, apreciase una boa constrictora cambiando
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la piel de forma constante, acérrimamente, sin fatigarse e
intermitentemente, ¡sin pausa, sin tregua, sin piedad! Fue la
nueva situación que me ofreció la desaparición del General –
ya no contaba con su enlace- Me di cuenta de que estaría sólo
hasta la culminación de mi trabajo, de mi deber, un deber que
era un contrato jurado sobre una antigua mesa castellana,
vieja y lóbrega, adornada con una diminuta bandera, ¡y
grandes son sus colores!
El amarillo, símbolo de la armadura del cuerpo, el rojo
la sangre que viste el cuerpo.
El contrato ya no era correspondido por la fidelidad al
juramento, a la perseverancia y a los resultados. Y fueron
muchos. Mi trabajo se convirtió en investigación personal y
civil. Y ya no tenía correspondencia con un viejo amigo mío.
Edgar Aguilar Hidalgo de Costa Rica, el sabía poco de mí,
pero lo suficiente.
El desenlace motivó el olvido mientras las puertas
laborales de mi existencia se cerraban lentamente, pero mas
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rápidas y pellejas que lo que las cadenas que casi
inmovilizaban mis pies me permitían andar, impidiendo el
movimiento veloz que mis pasos me podrían permitir avanzar
hacia la estabilidad económica y la libertad de movimientos
de la que antes había disfrutado.
Las consecuencias de la depravadora sujeción permitió
desenlaces nefastos, tristes y sin remedio en la recuperación
de vidas, rescatados sus cuerpos, del terror, unos con sus ojos
cerrados, sin vida, sin luz, otros con sus extremidades rotas,
quebradas, desgajadas como si fueran racimos de tomates
exprimidos y cocidos entre el fuego de los atentados. Otros,
con la mirada de la muerte reflejada en sus pupilas,
fotografiada en la oscuridad de los zulos más recónditos de las
fronteras. España, Libia, Portugal, Francia, Venezuela… sus
cuerpos extenuados, cansados, agredidos, violentados,
esqueléticos. El oxigeno de la muerte en sus pulmones.
Raramente se podrán recuperar.
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¡Custodiados en las frías paredes adornadas del dálmata
mármol y saludados por la mano temblorosa de la traición, no
descansan los cuerpos sin vida de los que pudieron disfrutar
de la luz del Sol!
Los niños que nunca pudieron ser niños, los niños que no
pudieron nacer y ser hombres, y que perecieron en el vientre
materno abrazados al cordón umbilical de sus madres
asesinadas. Los novios que nuca asistieron al altar, los padres
que nunca volvieron al hogar y fueron despedidos en
funerales inesperados como la noche al amanecer, las abuelas
que no pudieron conocer a sus nietos y los abuelos que los
esperaban para sentarlos en sus rodillas y enseñarles los
secretos que esconde la vida. Pasearlos por los parques y
empujar sus bicis, los amigos que nunca llegaron a las puertas
del cine, ni del teatro, al café de las ocho, antes de entrar a las
oficinas. El chico que le gustaba a la chica, la chica que le
gustaba al chico, de lo que solo les queda el recuerdo de su
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mirada y la sonrisa correspondida. Los padres, las madres, los
abuelos, los novios, los tíos, los amigos, las familias….
¿Qué pudo haber sido y no fue?
Mis temores tenían razón de ser. Todo, incluso el preciso
instante en que la última llama del General Encinas
chisporroteo hasta consumirse, parecía haber sido preparado
a conciencia.
Recuerdo el eco del crujido agónico que padecía mi
cuerpo sometido durante mi infancia. Me hacia estremecer el
aroma del humo ascendiendo hasta el techo, esta visión me
hacia recordar – y daba luz a mi mente- que yo había vencido
a la oscuridad decadente de la perversidad de los hombres.
¡Honor y gloria! Dos palabras que gravitaban sobre mi
cabeza y que luchaban contra los recuerdos del humo negro,
blanco y amarillo de aquellos racimos de puros grandes,
enormes como chorizos cantimpalos que me obligaban a
fumar día tras día. Y día tras día los fumaba de nueve en
nueve, hasta veintisiete diarios, y rezaba mientras fumaba:
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.- Padre nuestro que estas en los cielos….
Y lloraba mientras limpiaba mis vómitos y hablaba con
Santa Lucía:
.- Santa Lucía, Santa Lucía del Altar…. ¿Donde
estabas?
Yo conozco bien al demonio. Y no le tengo miedo…
Con diez años de edad, Los labios de mi boca, las
paredes de mi paladar, la costura de mi lengua, mis encías,
mis ojos, mis pupilas, ¡ardían y sangraban, por Dios y por el
Diablo! Obligado a fumar, por aquellos engendros corzos que
decían ser chamanes y lectores del habano. Y mientras
fumaba, para mis adentros, rogaba a Dios y le decía al diablo,
¡yo a ti no te he hecho daño! ¿Por qué me lo haces tú ahora a
mí?
Y rezaba el padre nuestro, el ave María, el Gloria al
padre, ¡El santo rosario, hasta tres veces mientras fumaba! Y
hasta veinte y siete puros al día.
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Y treinta más, hasta que me sangró la ulcera estomacal y me
visitaba en la cama el Corso que me obligaba a ponerme una
cinta roja en la cabeza, para ser marcado ante la sociedad.
Y fue marcado por ella, por la sociedad, un simple niño que
sólo deseaba estudiar y proteger a su madre.
Apenas mis manos pequeñas y cubiertas de llagas por la carga
de los bloques que día tras día, cargaba para hacer los cuartos
en el huerto de Candelaria, por el cemento, que día a día
amasaba a las puertas de aquel infierno, podían sujetar al
caer la tarde, aquellos habanos con una sola mano. Una al
derecho, otro al revés, uno al derecho, otro al revés, hasta
completar número impares. Siempre números impares.
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El autor Fernando de Monreal Clavijo (con la cinta roja)
junto a la Prima de Vicente González Segura y sus sobrinos en
Gran Canaria. La imagen se ha recortado para proteger la
identidad de otras víctimas que aparecen en la misma.
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Los vecinos circundantes de la Urbanización la Palma, -
Plan Parcial la Palma- en el municipio de Candelaria, no solo
no intercedieron ante tal locura, sino que compartían vinos y
carne de cerdo con ellos, Y sólo, el palmero - al que Vicente y
María odiaban con premeditación- cuyo chalet avejentado,
hoy aún se puede divisar desde la autopista del sur, adornado
con una preciosa palmera, y desde cuya balconada aun se
pude disfrutar de litoral de Candelaria. Fue el único que se
enfrento a los corzos, y aunque perdió la batalla, junto a los
italianos que desde lo alto del paladín de su piscina,
observaban la cruzada, siempre la estupefacción maquillaba
sus rostros.
El niño murió, ya no llora, ya no duerme, se escapa en la
madrugada y visita la cueva de san Blas, la basílica y el litoral.
Y regresa muy a su pesar, y regresa para seguir muriendo.
El impenetrable silencio mi fiel compañía, había llenado
la estancia un segundo después de morir. La oscuridad fue
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conquistada por la luz de las estrellas a las que haría relevo la
luz del sol.
Todo obedecía a una meticulosa maniobra de los amigos
y compañeros del anciano Encinas. O lo parecía. ¿A caso
pensaban que yo caería en esa trampa? Los políticos, los
conocidos, los militares, e incluso, ni siquiera Cabrera, que me
conocía un poco mas. Y que conocía de sobra a Vicente y a
María, era consciente de que yo había aprendido desde los
diez años de edad, a pensar, a discernir, a escudriñar, a dejar
someterme para encontrar, buscar, esperar y tener la
oportunidad de agarrar por los testículos al minotauro de dos
cabezas, arrancarle su corazón y comérmelo mientras todavía
latiera entre mis manos.
Me enseñaron a estar preparado ante la deslealtad
humana de los hombres. Pegaso me lo enseño. La voracidad
del dolor y la falta probada de escrúpulos me habían
entrenado a distinguir los corazones falsos de los nobles, a
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desconfiar de los amables gestos de cualquier hombre, sea
cual fuera su credo o raza.
En la sociedad multicultural, he conocido casi todas sus
culturas, costumbres, profetas y profecías. Y ninguno me ha
servido de guía, ninguno mejor que el Sol.
En la intimidad, aun lloro en la soledad. Estaba solo, y el
ojo de Isis se había desbordado, esparciendo el limo de la
verdad por los campos de las letras, de estas letras que estoy
escribiendo en mi viejo y maltrecho ordenador portátil,
mientras mi hija de seis años corretea por entre mis
alrededores y no deja de decir, papi, mami, papi, ¡que vengas!
Y mientras me tomo un café, gracias a un impetuoso
movimiento de mi mano, una pagina del libro que estoy
leyendo, y dejado a mi lado, junto al PC, ha quedado marcada
por una contundente gota de ese café sólo y un poco largo, que
todas las mañanas me tomo, mientras leo, antes de comenzar
el día.
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Esa gota, caída a plomo, cual lagrima de lava, desde el
volcán de la fe, marcará para siempre la pagina veinte y tres,
del libro escrito por Javier Sierra,
-El Secreto egipcio de Napoleón- en el que, como si se
hubiera despertado, cobran vida candente, las palabras ¡Con
la obra…!
Cuando la ley de la gravedad permite que cualquier
clase de materia caiga, al hacerlo esa materia entierra, cubre,
esconde, parapeta, aplasta y encierra algo. Y sea lo que sea, la
muestra de esa sombra vislumbrara la verdad de lo que
debajo se esconde.
Y en eso se convierte mi deber, en una obra con la obra.
Y, deseo que la sociedad celebre su aparición, que el peso de
sus páginas aplaste a las ratas de los barcos anclados en la
cubierta de asfalto de la gran arca, el planeta tierra, a los
piratas que asaltan las cunas y a los que balancean hasta
despertar el odio. Que sus páginas den frutos que alimenten la
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luz en los hombres y que fecunden el interior de la verdad. Y
Que encuentren la salida del laberinto.
Quien domine la pirámide del poder dominará su andar.
El cabecilla del movimiento sobre el tablero de ajedrez,
¿Cabrera? Se había convertido en peón muerto, pocos meses
después tendría que ser internado en el hospital psiquiátrico
de Tenerife. Yo seguiría con mi deber que tomaría giros
inesperados.
Supongo que mi respuesta, mi contra ataque en el juego
al que libremente se había invitado a jugar, había tumbado al
caballo. Tampoco se engañó al desconfiar de mis amables
gestos de aquiescencia. Al fin y al cabo el fue invitado de
mármol - cuando yo era niño- durante mi larga agonía a
manos de los corzos.
Razón por la que prohibió a su hija menor, a dejarse
cortejar por mí y a volver a verme.
Al regreso del funeral del General, Cabrera se habría
presentado a su viuda que vivía en Tenerife, y supongo que a
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su hijo, percatándose de mi consanguínea vinculación con la
investigación que desde hacia años estaba realizando. Y
aceptando con abierta sonrisa las pretensiones de hacerse con
los manuscritos para seguir encauzando la obra desde su
inteligencia corza.
Quise hacer memoria y solo las cartas, la correspondencia que
mantuve con el general, le habían servido de guía a cabrera
para dirigir el desembarco de los corzos y conducirlos a las
lindes del oasis que dejé desierto, con la promesa que me hice
a mi mismo, de revelar algo extraordinario.
Celebraban la victoria y pesaban las mieles sin aun
haber recogido las jaleas reales. En mi memoria aun puedo
ver la cara de insecto palo que sus varones pusieron, cuando
el río se les desbordo y encontraron la nada esparcida entre
las fechas de su locura.
¡Jaque mate y sigo, querido! H2OX7
Tan extraña invitación, formulada en el despacho del
psiquiatra, debía haber despertado en la inteligencia de sus
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amigos -los que se contaban desde sargentos y tenientes
coroneles- un interrogante en la lóbrega laguna de su
memoria. Se erguía como cabecilla recuperándose y
obsesionándose por algo que le había supuesto ¡nada! Pero su
asistencia y permanencia como inquilino inesperado del
desconcierto fue fundamental para frenar su partida de
ajedrez, aunque su tenaz insistencia encontró la bendición en
otros varones que les sirvió de escoltas y actores.
Y sólo, insólito en mí, al principio, solo al principio, ni
siquiera le presté atención a la patética interpretación de los
bufones que de las cortes de todas las naciones y razas se
unían y agrupaban a aquellas líneas para hacerme reír como
al mejor cortesano del siglo de oro. Y, sin embargo, siempre
existirá la excepción del equilibrio entre mi memoria, la risa,
la justicia y la ira.
Puedo crear, y creo formulas que despiertan en mi, los
recuerdos del ayer, cuando la brisa, el sereno y el frío de la
madrugada, me hacían reír de alegría, al presenciar el
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nacimiento de un nuevo día, mientras me tomaba un café en
los balcones de Orchilla. Ella aún vivía, hoy sólo viven sus
recuerdos en mi existencia. Ý= 25 / 2+5= 7
Me preguntaba ¿Qué habían visto en la pirámide de
poder?
Todos los de mi especie, los descendientes de mi camada y mis
ascendentes, habían sido conscientes de su muda visión, la del
poder que maltrataba y aplastaba hasta extinguir la presencia
subyacente del hombre sin mando. Y ellos eran pollinos
cargados de enormes bananas con la intención de pagar el
tributo al rey mono de la montaña de oro.
Después de remontar el tren de colosales estatuas de
granito en las que se habían convertido sus presencias, y
superar la presión que ejercían sus sombras las que habían
conseguido lograr el efecto psicológico, de parecer autenticas
fortalezas rocosas frente a cualquier objetivo, ¡descansé! Me
había ganado el descanso del guerrero.
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Un día cualquiera de aquel verano, sucedió lo
inesperado. Aparecieron los druidas de la ETA. Y el escudo
que había creado entorno a la identidad de mi persona
funcionó. Al investigarme se encontraron con un joven
anarquista y miembro del moviendo para la objeción de
conciencia (MOC).
Militante y aspirante en las listas de la Izquierda
Canaria Nacionalista, (ICAN), grupo descendiente del
movimiento para la independencia de canarias, (MPAIAC)
donde casi la totalidad de sus fundadores y veteranos están
vinculados al movimiento aberzale y a la ETA.
Mientras, en la sombra luchaba, investigaba, y creaba
proyectos como la extensión de la Uned del sur de Tenerife,
firmados por un grupo democrático como el Partido Popular.
¡Sí, funcionó! Mi mascarada, por un lado, entorno al
movimiento anarquista, y por otro en las filas de extremo
nacionalismo. Comprendí, que había llegado el momento, de
invertir la psicología y enseñar el espejo de las almas. Me
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convertiría en un anarquista infiltrado dentro de las filas del
Partido Popular, al que llegaría en silencio, haría mucho
ruido y me marcharía en silencio. Volvería a ser investigado, y
encontrarían lo mismo. Para ellos, un cabrón, muy cabrón.
Para otros, que me conocieron, como F. H. M y G.G.S,
un militante con ambiciones honestas. Una de mis
afirmaciones, cuando aquel día don Jaime Mayor Oreja
perdió las elecciones en el país Vasco:
.- te dije querido amigo Federico, desde la sede del PP
en Tenerife que
¡Al terrorismo se le vence desde las filas del terrorismo! Igual
que al extremo nacionalismo.
Me ha tocado bailar con la más fea desde que he nacido.
He dejado grandes amigos en el camino, y sin embargo, de
todo lo que he aprendido de la amistad, se reduce en una sola
frase mundialmente conocida:
.- Es más fácil que entre un camello por el agujero de
una aguja, que un rico por las puertas del cielo.
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¿Quién soy y que soy?
Mi identidad no corresponde con mis obras, obras que
han firmado políticos, empresarios, universidades, y
organizaciones. Sólo me conocen mis amigos. Y él.
Ellos, los druidas, no dudaron, y si el bien es agradecido
en los cuerpos ajenos, esos cuerpos constitucionales
corresponden con los patrones de todas las obras que pude
realizar dentro de la organización popular, donde no exigí,
por razones sobradamente obvias, ser aspirante electo.
El formato de las juntas de Distrito, en cuyo escenario aparecí
como presidente, en las que fui elegido democráticamente y
cuya herramienta me ofreció un amplio abanico de
posibilidades para hacer mucho ruido en los diferentes
estratos sociales, levantando el revuelo de las urracas de
cortas alas y torpes vuelos, nunca fue ni significará ningún
invento para hacer cartera política. Y tampoco para hacerle
la colada a ningún constructor de barrio. Aquel formato
plausible fue modelado sobre el patrón original y virgen, en
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toda Canarias y la mayor parte de la península, desdoblado y
Vasco cien por cien (%), de las conocidas juntas del pueblo
vasco o casas del pueblo. También conocidas como las Erico
tabernas. Es y son la otra cara de la moneda en democracia.
Y los que dejaron morir aquel proyecto de juntas de distrito,
perdieron la guerra en el archipiélago canario.
Los druidas no despertaron nunca de la síntesis
laberíntica en donde estuve a punto de perderme a mi mismo.
¡Perdido en mi propio laberinto! Pero en esta historia yo soy
el Fauno. Y la coincidencia matemática del desfile de los
presidentes: Ignacio González, Juanito el breve y Guillermo
Guigou. La mosca cojonera, como lo llamaba en la intimidad,
Arias Cañete, y que por entonces era ministro de agricultura
por el Partido Popular, me sirvió de parapeto y ayudó a la
convicción psicológica de los que a aquella isla un mal día
llegaron desde las vascongadas.
Empiezas a perder la fe, a dudar de lo que has hecho, de
lo que haces y del silencio, a perder la confianza y a
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de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
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reprocharte a ti mismo, que el sacrificio que hice, y la entrega
a la que me lancé, fue con ojos vendados y orgullo infantil.
Cuando vislumbras los errores y las presiones mediáticas.
Cuando tropiezas con los errores de la justicia, cuando
encuentras a una familia en un vehículo de gasoil, inútil para
emprender una huida, entrando a la capital de España,
guiados por la iluminación de la esperanza de poder
emprender una industria de hostelería, después de haber
encontrado quien financia sus carencias económicas.
Aquel hombre y padre de tres hijos, había quedado con
Gabriel, un comercial de lico leasing, para gestionar la
apertura de un bar de copas. Y llegando a la esquina de la
calle Oquendo, la bestia del asfalto, disfrazada de policía
nacional, acusando los graves errores de sus ancestros grises,
caracterizado por su esquizofrenia paranoide, que ve en la
orfandad del delito, en la inocencia de los niños, en el ruido
diesel de un motor, en los huérfanos de policías y guardias
civiles, ¡al demonio del terrorismo! ¡Al Bin Laden de las
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de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
95
torres gemelas, al Atila de las montañas persas! Y paran en
un control antiterrorista –España estaba en alerta 2- a aquella
familia, una mujer joven y guapa al volante, un hombre
pintando canas y de rasgos amistosos y no ofensivo, de
copiloto, y una niña de casi cuatro años, durmiendo y sentada
en su silla reglamentaria. Todos utilizando sus cinturones de
seguridad.
Uno de ellos, le pide respetuosamente la documentación del
vehiculo a la conductora, mientras el otro, que utilizaba
ridículamente una braga de cuello color negro, ¡parecíase
encaramar intentándose colar en la cola de una pescadería en
la recova nacional! Casi se cae con todo su cuerpo, a través de
la ventanilla dentro del vehículo, mientras les pedía tanto a la
mujer como al hombre sus correspondientes carnets de
identidad. Recordé en ese primer instante la preciosa casita de
chocolate que había visto en un escaparate de una lujosa
pastelería y chocolatería de Madrid, la noche del 22 de
diciembre y vino a mi elefantina memoria, la escena de la
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bruja de Ansel y Gretel, cayendo dentro del horno, mientras
gritaba espeluznantemente verbos, adjetivos y calificativos
nada prometedores para aquellos niños que se habían perdido
en el bosque. Pero el futuro fue muy distinto, ya que la bruja
murió en aquel horno con hambre de justicia, y los niños
llegaron a su destino. Y mientras aquellos jóvenes policías,
mas parecidos a modelos extraídos de las pasarelas juveniles,
intentaban, uno hacer llegar los datos del vehículo, el otro los
números del DNI, mientras otro le reprochaba a su
compañero que el vehiculo se quedaba sin batería y el otro le
respondía que le quitara el puente. Y es que ¡no tenían llaves
de los patrulla! Yo observaba como al del cuello de Cisne
negro le daban los datos del hombre, y sacaba un teléfono
móvil de su bolsillo y marcaba con una velocidad
sorprendente un número de teléfono. Comprendí de
inmediato que el que tenía el problema sería la mujer, que
resignada mantenía una conversación con su copiloto. El le
hacía entrega de un poco de dinero y mientras llamaba a sus
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abogados observaba como aquel joven policía imbécil, volvía
a marcar en su teléfono móvil. Y preguntaba, ¿Qué hago? La
conversación, por la gesticulación de su cuerpo y las
expresiones faciales de su rostro, fue tensa y breve. Antes de
que el agente de policía le dijera a la conductora del vehículo
que estaba detenida, acentuando que debía haber comunicado
su domicilio, respondiéndole su acompañante:
.- ¡Nada tenemos pendiente con la justicia, para tener
que informar de nuestro domicilio! Y acertó pensando en voz
alta:
.- Ya sabía que el problema vendría por parte del
exmarido de su mujer.
Un pellejo extraído de la madre cerda en la pocilga de los
gitanos expulsados de la natural tierra. Aquel individuo había
denunciado a su ex mujer en el año dos mil tres, por no
pagarle una pensión alimenticia. Y ya que la inanición
judicial, el aquelarre de su tronchada madre sumado a los
desvaríos de un alcalde que se cree Dios, le sirvió para
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ganarse en su momento los favores de un secretario juguetón
y una jueza mentecata. La custodia se la habían concedido a
un holgazán, sin casa, sin trabajo y que vivía con sus padres,
hermanos y cuñados en un piso de muy dudosa reputación.
Mientras, aquella mujer trabajaba, poseía una casa, vivía sola
y pugnaba por recuperar a su hijo, al que un día,
confiadamente dejó en brazos de su padre, para poder ir a
trabajar fuera del pueblo.
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Cuando la trasladaban en el ¡Z! Patrulla, a la comisaría
de Pío XII, quedándose sólo aquel hombre junto a su hija,
buscando el monedero de la zona verde, para pagar el reglado
recibo del aparcamiento, y buscando desesperadamente un
taxi, mientras la zona de detención se llenaba,
espectacularmente y sorprendentemente, de ciudadanos
ecuatorianos; colombianos en definitiva, ¡hispanoamericanos!
Cuando no es un barrio que se caracterice por la presencia de
inmigrantes. Pienso, luego existo. Siento dolor, luego, soy
humano, y digo: Bey, para todos, excepto para aquella
preciosa niña de casi cuatro años, menos para aquella mujer
inocente, flagelada durante casi toda la vida que hoy tiene,
engañada, escarnida, sufrida, justa y luchadora.
Objeto, que la justicia pierde en su esencia intima y
privada, en su cuerpo y substancia, a los nobles de corazón y
juicio, a los fieles en sus derechos y deberes, a los críticos y no
mal intencionados, a los patriarcas del bien y patriotas de su
nación. A los decentes. Y digo Bey. Porque ella durmió en un
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calabozo con el sólo abrigo de un puñado de mantas orinadas
y el olor de los vómitos y excrementos putrefactos, olvidados
en las mazmorras ocupadas aquella noche por una inocente.
Bey, porque fue engrilletada como si se tratara de una vulgar
ratera, desde la comisaría de Pío XII a Moratalaz, y de esta a
los Juzgados, incluso prestando declaración tuvo que
llevarlos. Bey, porque aparte de ser heurfana de Guardía
Civil, es honesta, al contrario de los que blanden las normas
en contra de los indefensos. Bey, porque le tomaron las
huellas, la fotografiaron y abrieron ficha policial, -sin cargos
claro- Bey, porque estos hechos significan que ellos, los que
me conocen, permitieron que la ingiriera la boca de la bestia y
acabara en los intestinos de la madre cerda del pellejo de su
exmarido. Que son el mal olor, los vómitos, los excrementos, el
frío, la suciedad, los grilletes, la toma de huellas, la ficha
policial, y la injusticia de tener que firmar del día uno al
quince de cada mes, hasta que la llamen a declarar para
ampliar las diligencias, por no pasarle una pensión a su
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exmarido. Y vergüenza, como hombre, vergüenza ajena
tengo.
En un acto de cobardía, cuando aquel año, que aún era
niña, la joven tuvo que salir de Cádiz, en busca del maná del
trabajo. Aquella separación de mutuo acuerdo, porque el
holgazán de la mediocridad se negaba a abandonar el refajo
de su madre, estuvo acompañada de una mano negra que
sostenía un puñal escondido entre las sombras del dolor y la
confusión.
El esfuerzo, la abnegación, y el sacrificio de una madre,
convertida por la opinión prefabricada de unos pocos
insensatos, en injuria, en objeto de malos tratos, de castigo
descabellado y cruel. Me provoca nauseas vespertinas que han
desatado a la muerte en la madrugada de ayer, invitándola a
visitar las manos injustas que mecen la cuna en la abrupta
burocracia.
Debajo de cada madre honesta y sufrida, a la que le extirpan
sus hijos, que son sus apéndices mentales, psíquicos, físicos y
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morales. Se esconde la enorme injusticia de los juzgados
desordenados, desprovistos de los perfeccionamientos y de la
formación humana, en las inteligencias de los hombres
robotizados que ejercen el movimiento aritmético, y sísmico, a
golpe de remo entalonado en los expedientes.
El compás de los niños a punto de desnaturalizarse de los
vientres maternos, fuerza la maquinaria del despropósito
nacional en un mundo sin sentimientos, sin emociones, sin
pasiones. Mientras los que se erigen héroes de la igualdad,
pensando en que ¡los héroes nunca mueren! Fenecen en los
campos de la amargura Madres adolescentes que envejecen
antes de su edad natural. Y se convierten en delincuentes
aquellos niños que fueron separados de sus madres. Y que
mañana se preguntaran ¿Qué he hecho con mi vida? Y yo,
hoy, y siempre, desde esta mi obra, preguntaré a las batas
blancas, y a las togas negras,
¿Creéis haber sido justos?
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Y así, de esta manera, en estas formas, ¡oigo, pero nada digo!
¡Veo y nada explico! ¡Y puedo hablar, pero no! Hasta que la
justicia deje de estar secuestrada, hasta que los jueces dejen
de tener pañales calientes por la mierda fecal que cagan entre
sus cojones cobardes. Y hasta que dejen de detener, en los
controles antiterroristas, a inocentes, sólo por cubrir el cupo.
Y dejen de provocar situaciones límites, utilizando los
problemas domésticos, a sabiendas de que eres quien eres.
¡Bey, imbéciles!
¿Dónde vas compañero?
Afuera, señor. Donde esperaras a saludar con la mano
ancha y acaudalada, el ejercicio de la burocracia judicial. De
nada valdrán las lágrimas candentes de la madre honesta y
fiel que abandonó Cádiz, ciudad de haraganes y delincuentes,
donde los vagos hacen el día robando los cierres de las
alcantarillas para venderlas al peso en la chatarrería del
pueblo, para encontrar trabajo y mantener en estudios a su
primogénito hoy desnaturalizado.
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¿Dónde me esperaras Emilio?
En casa de mi madre y con mi hijo, ¡que es donde vivo!
Le respondía a su novia.
El recordar los detalles del esfuerzo titánico que aquella
mujer hacía, me producía terror. Los rasgos de la historia
eran espeluznantes y su acompañante, su hoy marido y padre
de aquella niña, lo había vivido en primera persona. El
semblante de aquella música policial y judicial no se hizo
esperar en mi rostro. ¿Dónde me esperaras h2ox7?
Me preguntaba en mi conciencia los toques de la vara de
salomón, los que indicaban en cualquier día de cualquier año,
a jueces, periodistas y policías, a donde debían de mirar con
ojos de halcón. Y, me respondía en mi fuero interno, casi
musitando con la comisura de mis labios.
¡Afuera, señores, afuera, donde el espejo de las almas muestre
vuestras vergüenzas! Y vos también, refiriéndome al señor
secretario, y a la señor/a juez. Bajo la inestabilidad de la
techumbre de vuestro palacio de justicia. Bajo la vacilante y
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débil luz de la antorcha que sostienen los cuatreros de esta
historia, y el impetuoso pulso con que la vida os golpea
¡ahora! De la oscuridad informativa, confidencial, y secreta,
vosotros también sois culpables.
El recinto inteligente de todas las mentes anónimas y
conocidas se estrechan en lazos de amistad, en solidaridad, en
guantes de boxeo golpeando los techos obscenos en los que se
ha convertido parte, ¡gran parte de la justicia! Raptada,
quebrada, burlada por los hijos apátridas de la patria. Y sin
miramientos, yo pienso y escribo, veo y describo, leo, descifro,
descubro y des encripto.
Y nada digo, mudo pero hablo, sordo, pero escucho,
ciego, pero veo. Porque las entradas de aquel lugar, frío,
impúdico y deshonesto, húmedo, chorreado, mal oliente, fosco
y lóbrego. Se perdieron en un muro adentro de mí, con
destino incierto, así como la gran ave fénix que preside la
estancia de mi alma y mi ser. Y creo. Y se sumerge en una
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repentina noche de densa niebla toda la legión apátrida, toda
España.
Y aquel palacio de justicia llora para siempre el horror de sus
ahorcados, siempre el horror del error.
No vacío mi alma. A oscuras queden a quienes les daba
la luz, ha sido este el lugar y el momento donde se determina
el peso del fénix y lo que en la concavidad de su alma guarda.
Sería de imbéciles, el no saber y no entender que la
mujer es al hombre lo que el hombre a la mujer. Y si vas en
contra de la mujer actúas en contra del hombre. Pero si
recibías luz del fénix, ¿por qué atacarlo? No lo matas pero
pierdes su favor y toda esperanza de verlo. A oscuras, de todo
lo que hubieras podido ver. Y ni la pirámide guía tendrá.
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Partido Popular de Tenerife. El autor Fernando de Monreal
Junto a su amigo Javier de León Concejal del partido popular
(fallecido). Una amiga y Javier Bueno de Nueva Generaciones.
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El se dejó llevar por el sagrado poder que legaron en su
formación los maestros de su sendero. Como los antiguos
señores de Egipto. Y dijo:
.-No os resistáis. No tratéis de comprender. Aceptad sólo
lo que os llegue. ¡Oscuridad y densa, muy densa niebla! ¡Sin
luz! Esa imagen no me inquietó, sólo me entristeció. Pero
aquella niña, sentada detrás y durmiendo, aquel hombre
sentado junto a aquella mujer, amada madre y esposa, ¡era
yo! Y ellos lo sabían. ¡Jaque mate, y sigo, pero ahora castigo!
Silencio, silencio, silencio, silencio, silencio…….
Y bien. En aquel instante, la sombra de un frío helado se
apoderó de mis piernas hasta llegar a mi cintura, en donde se
frenó. Y paralelamente, las brumas descendían de las
montañas de la sierra de Madrid, haciéndome compañía junto
a la muerte. Hubiera jurado que aquella sensación ya la había
tenido otras veces, es como cuando te alcanza un tiro y el frío
de la muerte se apodera de tu cuerpo, poco a poco, mientras el
riego sanguíneo va haciendo fallas en tu cuerpo. Y desperté,
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de pronto en medio de la lectura manuscrita que había escrito
en el mes de diciembre en un café de la calle Pegaso, en
Madrid, titulada Esperando a Luz Bel:
Esperando a Luz Bel: Corría el año 2010, hace ya diez
años que el reloj solar marca sobre la tierra toda el Siglo XXI.
Hace ya nueve desde que la nueva era terrorista azota al
mundo de la paz y hace ya treinta años que el caballo de
Troya se abrió ante las narices de todos los parlamentos
europeos. Y sólo hace doce meses que la raza humana vive
inmersa en el Apocalipsis, del terror.
¡Ellos están aquí y han sido marcados en sus frentes, mis
hermanos, los doce! La gran Obra finalizó hace diez años,
desde el último segundo en el que el punzón esculpió la última
piedra sabia, la espera ha sido larga, pero no etérea. El ser
humano camina con la cabeza gacha, con las espaldas
aburridas, y con la mirada fija en un camino de asfalto.
Absortos a la realidad, pasan desapercibidos en un tiempo
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perdido y absurdo, ante los detalles minúsculos. Pequeños
destellos de lo que se avecina sobre la historia.
Melquisedec ha visitado la tumba de sus antepasados,
entró en la cripta de la familia y no encontró más que el vacío
frío de una tumba fútil y desocupada. Los cuerpos
desprovistos de la carne empalidecida, yerta, ¡cadavérica! Ya
no descansaban en sus ataúdes de ébano. No hay nada, no
existe el pasado, no hay nada, no existe el pasado, no hay
nada. Ha comenzado el nuevo mundo, ya estaban aquí mucho
antes que los otros. Somos legión, y ellos se han levantado a
través de las almas que han reptado hasta sus tumbas de
descanso. Se sumergieron, fluctuaron, y se arrastraron
penetrando en los cuerpos de los espíritus eternos, que los han
convocado al despertar de los príncipes y guerreros. Y con
cabeza, manos, alas y pies. Ellos, los que descansaban el sueño
de la reencarnación. Ahora caminan y vuelan.
¿Cuántas marcas existen y cuál es la de Iblis?
.- Sabiendo cual es la de Lucifer, conoceremos la de Dios.
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Apenas podía imaginar que un hecho tan simple hubiera
albergado tan déspotas y retorcidas intenciones. Eran
cadáveres del pasado de santuarios vacíos, desprovistos de
almas. La sentencia del ayer, tan adusta y austera como el
sepulcro de un faraón, fue un error perfecto en las mentes
coloquiales de ellos. Construida con ciclópeos bloques de
malicia prensados con la paja de la avaricia de los mediocres
jornaleros de la carroña. Milimétricamente encajados entre la
mano negra del vulgo, lo hueros carroñeros y la sombra de la
grandeza que aquel lugar de justicia un día reflejó y luego
perdió.
Como la sombra de Piter Pan, se le escapó el esplendor
de los grandes Imperios que coronaron la historia de dorado.
Aquella grandeza desaparecida necesitaría el tiempo de los
grandes y la capacidad de los sabios observantes para
recuperar el aprecio y la perfección del pasado. En su justa
medida era ahora vista por el pueblo. En sus formas, en el
acabado de sus letras, en la armonía de sus sentencias, en la
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sencillez de sus representantes, en la ausencia del equilibrio,
en los adornos de sus exposiciones, en la discrepancia, en la
ausencia de la honestidad, de la igualdad, de la imparcialidad
y de la conciencia. Desperté en medio de la sala, turbado por
las sombras de la multitud que como mariposas revoloteaban
incesantemente por el espacio, asfixiando la atmósfera vital,
parecían desear arrancar un grito desde el arca del alma.
Aquello era el santuario del inquisidor Torquemada, propios
de los adoradores de Dioses dormidos, abandonados mucho
antes de que el gran Cayo Calígula se convirtiera en
emperador de Roma.
Esta pasión que sentía en mis entrañas, era inquietante,
turbadora y voraz. Podía sentir en el interior de mi puño, que
mantenía cerrado, el mango de la báscula romana, símbolo
del equilibrio y la equidad, que la bella dama, de pechos
exuberantes, de aquella patricia de divina hermosura me
mostraba complaciente.
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Estaba frío. Y era el frío que tranquiliza al militar, el
templado gris de los fusiles, la frialdad de los gatillos de las
pistolas, el frío ingrato y displicente de los grilletes, el crudo y
álgido de los proyectiles nueve milímetros parabellum que
utiliza la ETA en el tembloroso y desinteresado beso de la
muerte, cuando se posa sobre los amoratados azulados labios
de sus invitados. Con meditada suavidad, casi por instinto
natural, he palpado el extremo izquierdo y el derecho del
peligro, he llegado al centro y cargado el gran obelisco de los
caídos sobre mis espaldas.
El anonimato del soldado desconocido es marcado en las
frentes de ellos, para que los cegados por el despotismo y la
soberbia, los vean y avergonzados inclinen la cabeza. Es
aquel, el mango flemático de los sables, el que da templanza al
soldado cuando es empuñado, concibiendo el calor de la
adrenalina del cuerpo.
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En aquella fábrica de desconciertos, empuñé el
conocimiento de los valores adquiridos durante mi larga
estancia en el exilio del anonimato: Humildad; Serenidad;
Cordura; Lealtad; Sensatez; Tenacidad; Equilibrio;
Compromiso y pasión por la justicia y la verdad.
Allá dentro, el más terrible de mis adversarios podía ser
yo mismo y el más leal de mis amigos, era yo. Era una más de
las pruebas que me había reservado el destino que se había
conjugado con la parodia de unos pocos insensatos. No sirve
de nada despertar los nombres de los muertos, a los vivos hay
que impulsarlos con nombres nuevos, con vientos limpios, con
savia viva, dándoles calor, bajo el sol nacional. No puedo
asirme de la rama de los árboles a los que debo protección, y
salvaguardo, lejos, en el exilio del silencio. Correría el riesgo
de desgarrar sus apéndices al detenerme en sus ramas. Y el
crujir advertiría a los castores, ratas y pajarillos carpinteros,
que intentan construir el nido de la desolación.
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¡Sólo! ¡Atrapado! He decidido buscar a tientas el tacto
liso y gélido del enemigo. ¡Sólo! ¡Atrapado! He decidido seguir
el camino, adaptarme y formar parte de las diferentes formas
que adopta el camino. ¡Sólo! ¡Atrapado! Yo he elegido mi
destino final.
Inmediatamente, después de localizar los perfiles del
obtuso, incongruente y la sórdida motivación que colmaban el
tanque del anacronismo. Me encaramé a las zancadillas del
pasado. Aquellas que apunto estuvieron de arruinar mi
cordura. ¡Agarré uno de sus extremos, simulando que era una
cortina de tela, que delineaba con la punta de mis dedos en el
espacio, fijando mi mirada en el horizonte. Y me tumbé a todo
lo largo que era yo de aquella ramera que cobraba cuerpo de
serpiente. Ella, se iba enroscando alrededor de mi cuerpo
formando un círculo laberíntico. Desperté absorto, decidido a
no perder nada de tiempo, no podía perder el respeto de
aquellos que tras los cortinales retorcidos, escondían sus
miradas y voces en la burbuja hipócrita y sórdida. Estaba
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116
dispuesto a aguardar a que los acontecimientos se sucedieran
sin la intervención de mis leones dormidos, y no dudaría en
enfrentarme a las poderosas garras y colmillos de sable que se
cruzaran en el sendero.
La eterna lealtad no es egoísta, es prudente, objetiva y
tenaz. La vasija de mi alma no está vacía. Siempre llena
estará. Llena, porque soy errante y no muero en esta guerra.
El recipiente de las almas, sólo las vacían los caídos, en los
ataúdes que a medida se construyeron para los cuerpos de los
vencidos.
¿¡Si yo dejara de ver, si perdiera la vista, si extirpara mis
ojos, quien dejaría de ver a través de mí!? De una cosa estoy
seguro, mi espíritu seguiría vivo, y después de que mi cuerpo
deje de funcionar, y mi corazón de latir, yo, que soy el
espíritu, seré libre, y mi alma dejará el vacío en todos ellos,
como el recipiente de mi cuerpo.
Recuerdo el primer impulso adolescente que condujo mi
mano a firmar el contrato sobre aquella vieja mesa castellana
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y apagada, donde una minúscula bandera se negaba a ser
batida por el viento. Aquel impulso fue la pasión. Confesaré
que a partir de aquel fatídico día que envilecería mi futuro
profesional, la estancia desgastada de mi presencia en el
amplio abanico de la investigación, dirigida a un solo foco de
ignición, se convirtió en el lugar más acogedor de mi mundo
personal, profesional y privado. Por mi gusto no habría vuelto
a salir de ese círculo impersonal, no reglado. Y que sin
embargo había tocado la semilla del diablo, de la verdad
escéptica.
Después de la lectura de centenares de periódicos y de
archivos, redacté mi primera página, y después de mi primera
página, vinieron otras muchas, todas ellas ordenaban las
notas musicales de un concierto organizado y que me
proporcionaron el alimento más preciado de aquellos folios
hambrientos de letras, conocimiento y razonamiento. Un
alimento por otra parte, del que la sociedad no podrá
prescindir y que ofrecerá innumerables sorpresas. Desde ese
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118
momento, bendeciré el frío despiadado, el arrinconamiento en
la esquinas de los tatamis de entrenamiento, en dónde los
luchadores no son anónimos y tienen nombres propios. El
aislamiento impío que sufrí durante tantos años, precedido
del olvido.
Un relego que me obligó a buscar refugio en rincones
insólitos, mi primera intención, al penetrar en aquellos
rincones, no era otra que la de encontrar el equilibrio
ordenado de mi vida existente. La casualidad como tantas
otras veces en la vida, hizo anonimato de mi servicio,
construyendo el vía crucis organizado por la rigurosidad
despiadada del circo de unos pocos, en el que me incluyeron
como atracción de feria, sin mi consentimiento ni aviso previo.
Donde el equilibrio de la equidad social, tropezaba con la
funambulesca lista ordenada de firmas de empresarios
constructores y sanitarios, en un orden ecuánime de la
verdad.
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119
De la relación de aquel objeto, encuadernado, en el
interior de un cajón del despacho de aquel empresario, yo fui
sin duda quien más beneficios obtuvo, porque después de
aquella lectura turbadora, sorprendente y febril, recibí el
regalo eterno de la ventaja. Aquel listado, jamás abandonaría
mi memoria. Y mi memoria histórica, que puedo leer a mi
antojo, y vuelvo a leer acomodado en un sillón, resucita la
verdad escandalosa, mi verdad. Ella me resucita a mí, no yo a
ella. Esta resurrección mutua del alma y el espíritu, no
significa para mí un juego pasajero. A mí me ha permitido ver
que no soy tan distinto como aparento, de aquellos seres,
muertos y fríos, vacíos del alma, abandonados por ellos
mismos, otros espíritus.
Y es así, como mi cuerpo descansará muerto pero cálido,
acunado por la naturaleza que supe respetar, vacío de alma, y
desprovisto de yo mismo, ¡el Espíritu! Ignoro si ellos, eran
adultos inmaduros jugando con vidas ajenas, pero mi espíritu
los perseguirá hasta los confines de los siglos. Pues es el
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120
espíritu la memoria del cuerpo y es el alma el mensajero del
futuro. Aquellos adultos se convirtieron en adolescentes
desconchados, se estropearon y descubrieron ellos mismos,
perdieron sus corazas dejándolas caer en el abismo de la
mentira y el error, ¡un grave error! Perder el caparazón
compuesto de la sustancia dura que sin duda les protegió en
día, ¡la sensatez, la cordura, el juicio, la reflexión! Que evita el
contacto con la muerte.
A veces tuve con frecuencia la tentación de gritar a pelo,
quien era, a que me dedicaba, y cual era el objetivo de mi
trabajo. No lo hice, de un lado por miedo a ser descubierto, y,
de otro, porque hubiera significado una alta traición. Con el
tiempo, ¡hoy deseo! Que el remordimiento, a todos ellos, por
haber privado a un joven de un encuentro con el futuro
brillante, que se merecía, y que podría haber sido definitivo
para su vida, como lo fue para otras estrellas a las que no
pudo sostener en el universo de la vida. ¡Marchite sus almas,
hasta dejarlas ciegas!
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de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
121
Después de más de veinte años, cuando ya mi espalda se
viste con la armas templadas en el triangulo de la traición, el
horror y el sufrimiento equilibrado con la resignación del
olvido. Tuve un encuentro con el pasado, un encuentro donde
las sensaciones tuve que dejarlas en la tercera fila, en la que el
frío jugó un papel importante. Aquel pasado lo entregué a las
gargantas frías, pegajosas y tortuosas de Moby Dick. La
historia lo pedía a gritos, era una historia blanca como mis
manos, con tintes negros como las de otros. Nunca me ha
gustado verme con el pasado que me arrojó al olvido tras las
líneas del enemigo. Se trata de una película ya comenzada,
que se vuelve a rebobinar en la memoria del cerebro, cuyas
sensaciones e imágenes se hacen interminablemente groseras
en mis sentimientos. Me gusta recordar el calor que prometía
la cafetería frente al Cir de la Calle Velazquez en Madrid,
frente a la que pasaba todos los días por la mañana, recuerdo
el dulce olor a chocolate y porras –churros- que se percibía
Prohibida su reproducción total o parcial sin la previa autorización
de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
122
cerca de otras, y que calmaba el frío insoportable de los
inviernos.
Estando en Madrid, siempre me gustó visitar sus
librerías, como las de Viejo, dedicadas a la compra venta de
libros antiguos. Así que me acerqué a una pequeña librería, y
cuando lo vi, cuando vi el libro, quiero decir, pensé que se
trataba de un error de mi mente, de mi memoria. Estaba
situado en una de las estanterías y protegido por una vitrina
de cristal junto a otros libros descatalogados. Un poco
incrédulo, aunque nervioso, me acerqué, lo tomé en mis
manos y lo abrí. Era Él, su alma en su título decía:
La Guerra es el Infierno.
Todos nosotros, cada uno de nosotros, somos un libro. Y
yo he estado transitando en un infierno y mi vida ha estado en
guerra. La guerra es el Infierno, en la guerra se ofrece la
muerte gratuitamente, y en todo infierno hay demonios. ¡La
muerte y el Demonio! Son y han sido mis aliados en mi
existencia.
Prohibida su reproducción total o parcial sin la previa autorización
de su autor. Reservados todos los derechos de autor.
123
Intenté, proceder con un cierto orden en las cosas
personales de mi vida. Pero a estas se anteponían las de mi
deber.
Al conocer la esencia de la lista en donde se hallaba la
identidad del eslabón de la traición, aquel que invadió mi
camino de minas y comprobar como se eslabonaba con J.M.B;
J.M.C; M.C.H; V. Ll. K (…) Látigos de siete colas fustigan mi
espalda desnuda, y asoma a cada instante la voz, esa voz que
me da ánimos, empuja y sostiene cuando me derrumbo por la
ramificación de esa actitud que se escondía tras los nombres
de los ingratos.
Proviene de la memoria del corazón, ¡sí, el corazón
también tiene memoria! Y tiende el corazón a desordenar los
datos, porque es el corazón impetuoso y valiente. Y recuerdo
que estos personajes reales, son como los de ficción en las
novelas policíacas. Poseen la rara habilidad de desaparecer
del escenario de la vida, cuando ya han dado buena cuenta de
la pieza cobrada, proporcionando múltiples de pistas falsas.
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Para después volver a aparecer en contra de todo pronóstico,
en otros escenarios, por idénticos pábulos.
Es esa lista, una especie de Mansión misteriosa y oscura,
que cobra forma piramidal en su interior cavernoso y estéril.
Repleta de habitaciones secretas y de baúles ocupados por
cadavéricas amistades peligrosas. Unidas todas ellas por un
largo camino, donde las funciones de cada uno de ellos es
hacer funcionar los órganos que deben salir al paso formando
un sistema vivo y egoísta, que es alimentado por el mismo
cordón umbilical. Intenté buscar una definición que explique
el carácter esencial de esta pirámide y el comportamiento del
sujeto. La única que se me ocurrió, de una entre una centena
de todas ellas es, la violencia. Esa lista en las manos de
cualquier otra persona, que intentara enlazar los nombres de
cada uno formando un circuito cerrado, le supondría un
primer problema y último: El desconocimiento de conocer lo
específico de la relación en su conjunto.
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La dificultad de su lectura estriba en el orden del
contenido y en su técnica. ¡Sólo nombres ordenados
alfanuméricamente! Acompañados en sus márgenes por
símbolos de apuestas sobre ¡un caballo humano!
Me enfrenté con la lectura improvisada de la Lista Parda en
una coyuntura de profundo cambio en mi vida personal y
profesional. Este descubrimiento cuyo recuerdo no es ni será
peregrino, acentuó en mí memoria el recuerdo de sus
nombres, sus rasgos y mi actitud, una actitud que no es
gratuita.
Hoy, podría exponer mi vida como un relato de terror,
utilizando aspectos siniestros de la fantasía humana, creando
escenas y situaciones capaces de encender al espíritu más frío.
Sin embargo, todos los detalles manifiestos son extraídos de la
verdad despierta en mi memoria.
Aquel niño – yo- era bañado por Vicente González
Segura, con amoniaco puro. Era aquella una botella de color
marrón acompañado de una etiqueta color azul verdoso y
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blanco, en una artesa. Recuerdo como me arrancaba la
respiración y quemaba el oxigeno dentro de mis pulmones,
apenas podía respirar. Aquel líquido me agarrotaba, me
estrangulaba, oprimía el pecho y asfixiaba hasta rozar con los
destellos de mi espíritu el abismo de la muerte. Lo miraba con
miedo, sujetaba en su mano izquierda un cuchillo de
montería, como esperando una pieza que desmembrar. Y lo
dejaba caer desde mi cabeza infantil, acariciando todo mi
cuerpo con la hoja del acero, a la postre lavaba mi cuerpo
infantil desnudo con alcoholes de ron, ginebra y anís. Y
narcotizado, ebrio y eufórico torturaba mi inocencia y
virginidad. Después me sentaba en un taburete, colocaba
entre las piernas un cubo de color azul añil, cuyo recipiente
estaba lleno de agua en su cuarta parte. Me disponía en mi
cabecita una cinta de color rojo, y en otro taburete doce
puros, tan grandes y gruesos como chorizos de vela, en su
mayoría de marca guajiro, que compraba en la tabaquería
guajiro de Santa Cruz de Tenerife, que venían presentados en
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un paquete de color blanco y letras negras. Y obligaba a que
los fumara de uno en uno hasta llegar al doceavo. Más tarde,
tras los sacrificios animales y la orgía a la que yo era
sometido, me obligaba a decir:
.- ¡Esto es trabajar! ¡Esto es trabajar! ¡Esto es trabajar!
¡Esto es trabajar! ¡Esto es trabajar!
Aquel recipiente, era para vomitar o escupir, como se
presentara la ocasión. Lo más normal, era que escupiera
sangre y vomitara el alcohol mezclado a la bilis. Al sexto,
cuando ya no podía más, me dejaba escurrir sobre el reborde
del taburete, desmayado y fatigado. El taburete estaba
fabricado en madera de pino canario. Y exhausto, cansado y
desorientado, comprendí que era imposible permanecer
sentado allí, salvo en una posición especial.
El niño, sacó de su bolsillo una brújula con la que apuntó
con sus ojos al Norte, imaginándose una puerta que se abría
en el vacío de la nada y que le llevaría a la libertad. En el
centro de su mirada detenida, divisó un punto blanco
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iluminado, una luz blanca inquieta, que no pudo distinguir al
principio lo que era. Y cuando volvió a fijar la mirada,
aquella luz blanca revoltosa pasaba a la velocidad de una
estrella fugaz, regresando y volviendo a pasar.
Después de este descubrimiento, consideró con entera
confianza en su cordura, manteniéndolo en secreto.
Comprendió, que se trataba de dejar caer una bala desde el
ojo en línea recta a las mentes de aquellos que me
atormentaban. En el momento de abandonar el asiento de la
flagelación, de cualquier lado que me volviese érame ya
imposible divisar el Norte. Aquel niño murió en aquellos años,
para dejar pasar al hombre. ¡Yo! H2ox7
Allá, en Tenerife, en la Villa de Candelaria tenía unos
amigos, Antonio Rixo y Javier Rixo. Su madre, Tere, durante
las noches de verano, cuando me podía escapar y dormir en su
casa. Me contaba, en compañía de sus hijos, cuentos sobre
brujas, desaparecidos y otras fábulas de la isla de la Gomera.
Esas fueron veladas inolvidables y amigos buenos. Se me
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ocurre, que uno de los factores más importantes para explicar
esta barbarie, podría haber sido el económico. De no haber
descubierto, la cadena de eslabones con la que esgrimía las
borlas que durante años hizo azotar sobre las espaldas del
hombre. Aún lo hubiera pensado.
Estuve durante mi infancia y parte de mi pre
adolescencia, encadenado en un esquema mental, físico y
psíquico, dentro de un recinto cerrado. Sus ventanas y
puertas estaban atrancadas por fuera, y sólo desde afuera se
podían abrir. Hoy, si mi vida infantil fuera parodiada por los
mejores artistas cómicos, lloraría de risa y el niño volvería a
morir. Para ellos, aquel niño, era la víctima en la alfombra
que describió Gonzalo Suárez:
.- La encontraron muerta encima de la alfombra. La
habitación estaba cerrada con llave y ella no llevaba puesto
ningún vestido. Su cuerpo había sido brutalmente destrozado.
¡Era una mosca! Mientras el niño, destrozado sobre la
alfombra voladora de los sueños, yacía sin vida, desnudo, sin
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ropa, sin sueños, sin ilusiones. El, la bestia, decía, allá, alo
lejos: ¡Hola, hola! ¡Este mozo es un danzante loco! Le ha
picado la tarántula. Pero para ellos, yo fui indiferente. Escapé
del recinto cerrado, a través de la razón y la ciencia. Y con
estas dos herramientas, rompí las cadenas del esquema, me
respondí a mi mismo y evolucioné desde la muerte.
Los autores del crimen, durante los siguientes veinte
años, y las postrimerías del siglo XXI desarrollaron el método
analítico del Karma. Una filosofía inventada por los cobardes
que habrán de cargar con el acento de la culpa.
Escondidos tras la inteligencia metódica de intentar
hacer comprender que interpretaban un papel en un
escenario específico de la vida. He podido observar desde la
lejanía, como estos personajes competían entre sí llegando en
ocasiones a atacarse de forma cómica. Esta competencia por
ver quién es el más inteligente, alcanza extremos
verdaderamente divertidos, cuando compruebas que quién
hacía mover la cadena del receptáculo piramidal era Vicente.
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El mismo que convivió en Bilbao con Miembros de HB y que
fue detenido en San Cristóbal de La Laguna, en la avenida de
la Trinidad, por policías nacionales que lo identificaron por
estar vinculado a HB. Que posteriormente estuvo en la Cárcel
por dejar morir a un niño en una camilla haciéndose pasar
por curandero. Y que salió fotografiado en periódicos como El
DIA de Tenerife por otros hechos delictivos. Una vida oscura
que sólo esconde delitos y penumbra y ¿por qué tanta
impunidad?
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Una de las múltiples correspondencias que mantenía
Vicente González Segura. Conservadas en los archivos del autor
Aprendí desde muy niño, a la edad de nueve años, las
normas del juego de las huestes que arrasaron mi casa, que
talaron el árbol de la vida. Sus normas exactas, estrictas y
disciplinadas en cuanto a la elaboración de la tortura, eran de
obligado cumplimiento diario, sin excepciones. Se deleitaba
con aquellos ejercicios, gozaba con esa actividad, la que
ejercía sobre mi cuerpo y mente, conseguía satisfacción hasta
de las más fútiles y tortuosas ocupaciones, que ponían en
juego su talento intelectual. Instalaba entre mis manos una
coladera de aluminio, repleta de ascuas abrasadoras que
hacía parecer toda ella de lava, mientras mis manos se
llagaban quedándose su dermis como huésped de la
empuñadura, y sobre las ascuas arrojaba pedazos de habanos
puro, que debía aventar mediante impulsos bruscos y con mis
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manos, por todos los rincones de mi casa. Después me hacía
ingerir, unos huevos de pez de ángel que le había
suministrado vitoriano, un pescador del puertito de Güimar
al que conocían como el “Soldado”, y que vivía en una casa
propiedad de la parroquia. Aquel ingrediente que extraía del
interior de unas bolas que aparentaban ser de cuero, y que
almacenaba en un frasco de cristal, me producía unos
insoportables cólicos que se juntaban con los ácidos de mi
estómago.
Mi hermano Andrés pudo escapar de los monstruos del
terror, alternando el abrigo del calor moral entre la abuela
Syra y Tía Candelaria Pérez Dioniz.
De acuerdo con las normas del juego, que yo había
acordado con mi alma. Debía tener en cada momento el
control de mis pasiones, de mi auto estima, de mi orgullo, de
mis verdaderos sentimientos. De forma y manera que fuera
capaz de averiguar, por mí mismo, ¿quiénes eran aquellos
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criminales? Y antes de cerrar la última página de mi
infancia.
Ellos, tenían sus normas. Yo tenía un atisbo de
esperanza y esperaba ser rescatado por alguien. Y sólo un
amigo, hoy en otro mundo de la vida, tuvo la hombría, el
arrojo y el amor, para gritar censurando y denunciando
públicamente a las malas bestias, el comportamiento sádico
que infringía sobre nuestros cuerpos y mentes. En medio de la
plaza de la basílica de Candelaria, se mantuvo el torneo del
anatema, ante la indiferencia de cuantos ciudadanos que en
aquel lugar se congregaban para venerar a la patrona de
Canarias, aquel valiente amigo, ¡que gritó, vociferó, clamó,
lloró y maldijo aquel comportamiento! Fue Miguel Cruz
Torres. ¡Y cuanto he echado de menos su presencia material
en este mundo sin razón!
Nunca vinieron a rescatarnos. Ellos, tenían sus reglas,
conocían las pautas del comportamiento de los hermanos de
mi madre, mis tíos, que hacían paralelos con el resto de los
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vecinos, y sabían que mientras fueran recibidos con bonanza,
bienestar y opulencia, ninguna alarma sonaría entre las filas
de la lealtad. Frente al abismo de la incertidumbre creé las
normas de mi mundo, de mis pasiones. Normas y reglas que
me obligaban a realizar verdaderos ingenios para competir
con las de ellos, los verdugos, los taladores del árbol de la
dicha.
Hoy, los cadáveres del delito parecen de plástico,
maniquíes perdidos en los sótanos del terror y de la
vergüenza, de aquello se sabe que fue verdad, una verdad
incomoda, que se oculta porque pasó indiferente ante las
masas.
Hoy, podría haber caminado en solitario, hasta los
andenes de cualquier juzgado, haciendo del delito del pasado,
un circo. Pero prefiero que mi palacio de justicia, lo dibuje la
tinta de mi bolígrafo en el papel cuadriculado en el que tomo
las notas que mi memoria me dicta. Que los lectores las lean, y
se hagan cargo que las paredes y las puertas de los hogares,
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son murallas soslayadas que pueden ser asaltadas por seres
despiadados con planes acordados. Que el tiempo que me
precede, los juzgue, yo soy otro tiempo, impaciente por llegar
a mi destino. Porque paradójicamente, mi infancia, mi
adolescencia y madurez, se ha desarrollado entorno a un
juego de inteligencia, el que me ha servido para convertir el
mal en bien, para derrocar los planes del terror, y derivar mi
dolor en sus mentes, encerrándolos en los recintos de la
desesperación, a ellos, mis verdugos.
La crisis del terror asaltó la mansión de mi ser, y me
enfrenté a ella aprendiendo de ellos. La muerte me amó, yo
besé a la muerte. El demonio se alió al dolor infantil, y meció
mi cuna, yo amé al demonio. Y soy de Dios.
Aquellos años, fueron años oscuros, de depresión
personal y económica, de la prohibición de ser feliz y de no
celebrar la navidad. Recuerdo la última navidad, ¡ellos
estuvieron presentes, nosotros ya éramos rehenes! Apareció la
sin razón.
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Hoy, espero, que los escritores, lectores y estudiosos,
vuelvan la mirada hacia adentro del interior de estas páginas
e intenten comprender mi vida. Que mientras lean, se vistan
con el dolor de mi piel, de mi pasado, con mis sentimientos,
adentrándose en la oscuridad de la selva del terror. Tal vez,
de esta forma, puedan responder la incomprensible
inmunidad, que el falso profeta ha podido disfrutar durante
todos estos años de vida, frente a los delitos públicos que
dedicó a una incansable lista de público. Y cuyos cadáveres
parecieron ser de una materia inorgánica, al olfato de casi
todos. Ellos parapetaron su identidad tras un nuevo fenómeno
importado desde Hispanoamérica, un nuevo género con
muchos elementos propios de la tortura inquisitorial y de la
inteligencia del Vietcom.
Los autores protagonistas de este juego de inteligencia
criminal, cargaron todo el acento de su violencia sobre la
inocencia infantil. En el transcurso de mi existencia, he
redactado páginas criptográficas, construido crucigramas de
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sangre e investigado diferentes suertes. Todas mis obras están
escritas sobre un mundo real, mi mundo, mi vida, palpitante,
viva y dolorosa. Este capitulo de mi vida, entraña una
atrocidad tal, que resulta horrible de creer. Las condiciones
mentales que pueden considerarse para ser estudiadas, son en
sí mismas, de difícil análisis.
Me hice fuerte en mi templo de carne, en mi fortaleza
mental, en mi inteligencia y aprendí a dejar flotando en
archivos psíquicos, el dolor de la humillación, la vejación, el
agravio, la ignominia, el maltrato, la desnudez, y la
vergüenza. Y el mañana.
Me encontré bien educado, de una singular inteligencia,
aunque infestado de misantropía y sujeto a alternativas de
entusiasmo que no eran de mi agrado. Tenía con migo
centenares de libros, que rara vez no utilizaba y que poco a
poco iban desapareciendo, consecuencia de mi agotador viaje
por los diferentes pueblos de España.
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Hoy, todavía, las pesadillas hacen relevos a las puertas
de mi descanso, cuando duermo, me despiertan en la noche
torturando mis recuerdos, las presencias de mi niñez. No
puedo olvidar aquellos fines de semana, cuando apenas tenía
once años y Vicente me hacía subir a aquel furgón blanco que
se compró con lo ahorros que mi madre guardaba a nombre
de mi hermano Andrés y al mío, en una cartilla de la caja de
ahorros de Ofra, en la avenida Príncipes de España. Me
llevaba al barranco de Santa María del Mar, junto a los
Moriscos, antiguo emplazamiento del regimiento de artillería.
Allí descargaba cajones con toda una suerte de diferentes
animales de granja: conejos, gallos, palomos y a veces hasta
un cabrito. Y un almocafre, cuerdas y clavos. La primea vez,
intenté adivinar donde había comprado un trozo de huerto,
casi me ilusioné pensando en los árboles frutales que plantaría
y en las hortalizas que cultivaría. Pero la realidad a veces
supera a la ficción, debí haberlo percibido, por la
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intranquilidad de aquellos indefensos, que parecían suplicar
les dejara escapar.
Entregó el bárbaro sandio en mis manos, el azadón, y me
obligó a cavar cuatro cavidades. Apenas un par de azadones
sobre aquel terreno pedregoso, infectado de cactos y tuneras,
fueron suficientes para culminar mi tarea. La primera de ellas
fue aquel cabrito, aún recuerdo sus ojitos lindos, su hociquito
y orejitas. Juntó sus cuatro patitas y amarró, yo no quería
mirar, pero me maltrató obligándome a colaborar. Sus ojos
fueron cegados por clavos del siete a golpes de martillo. Y
después degollado. ¡En su tumba, la foto de un pobre cautivo!
Le siguió el palomo, al cual infringió la misma pena en sus
ojos anaranjados, me lo arrebató de mi palomar. ¡Le grité y le
maldije! Había sido un regalo de mi tío Avelino, que me trajo
desde valencia, eran los buchones más finos. ¡Lo enterró vivo!
Igual suerte corrió aquel conejo, amarrado y degollado unido
al gallo.
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Hace mucho tiempo, en el sur de Tenerife, Valle San de
Lorenzo, conocí a una familia de agricultores: José Alayón y
Elena Mesa Arteaga. Siempre he intentado reconciliarme con
mis pesadillas. Y la vida no me ha reprochado nada. Sin
embargo, en un intento de resucitar aquellas vidas desgajadas
en la exhibición del concurso de la tortura en la mente
infantil, regalaba a aquel matrimonio, cabritos, cabras
mochas de importación traídas desde la isla de Lanzarote,
palomas finas, parejas de conejos de los mejores criaderos de
la isla, viñas, y árboles frutales. Ayudaba a sembrar y abonar
sus fincas.
Estoy despierto y soy consciente de que mi exposición a
la tortura psicológica de los años que duró mi infancia y
adolescencia no debilitó mi autoestima ni fragmentó el
equilibrio del discernimiento de mi mente.
¡Todo lo contrario! Me hizo más fuerte.
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Y esta es la historia de un Niño que un día, un solo día
fue soldado y eligió amar a su país, como nunca lo amaron a
él.
P.- ¿Qué le diría usted a ETA?
X.- Que no pierdan lo que se les ha regalado
injustamente.
¡La libertad y la Paz!
P.- ¿Qué le diría a las víctimas de ETA?
X.- Que no se rindan y luchen contra la injusticia, y por
la Paz.
P.- Perdona usted a los pistoleros y asesinos miembros de
ETA
X.- ¡No!
P. Muchas gracias por haberme transmitido este
conocimiento, y haber confiado en mí.
X.- Le invito a una cañita.
P.- Con mucho gusto h2ox7
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Cuando un tren se sale de las vías y parece que nada tiene
sentido en vosotros mismos. Pensad que siempre os espera una
luz y una nueva oportunidad en ese nuevo tramo de vía.
Simplemente tened fe en vosotros mismos.
Fernando de Monreal Clavijo
H2OX7
En España a 13 de Septiembre del 2014
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Fechas de la evolución de las memorias
14 de Julio 2008
26 de Agosto 2008
27 de Mayo del 2012
18 de Mayo 2013
19 de Mayo 2013
19 de Septiembre 2013
No dejes de enfrentarte a la esclavitud.
.- ¡Yo pude! Y sólo fui un niño.