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El Oficio de Historiador - Moradiellos, Enrique

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Texto fundamental para el entendimiento de las corrientes y metodos que la historia plantea para las corrientes actuales.

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EL OFICIO DE HISTORIADOR

por

ENRIQUE MORADIELLOS

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DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

© De esta edición, junio de 2010SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.Sector Foresta, 128760 Tres CantosMadrid. Españahttp://www.sigloxxieditores.com/catalogo/el-oficio-de-historiador-79.html

© Enrique Moradiellos

Diseño de la cubierta: simonpatesdesignFoto de la cubierta: Detalle de la Columna Trajana (Roma)

ISBN-DIGITAL: 978-84-323-1582-4

EspañaMéxicoArgentina

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Para Ángela, Menchu y Edy

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.............................................................................................. 1

1. ¿QUÉ ES LA HISTORIA?.................................................................... 3I. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA CIENCIA ....................................... 3

II. CIENCIAS NATURALES Y CIENCIAS HUMANAS ................................. 10III. LA CIENCIA DE LA HISTORIA........................................................... 14IV. LA NECESIDAD SOCIAL DE UNA CONCIENCIA DEL PASADO............. 22V. PRACTICIDAD DE LA HISTORIA CIENTÍFICA .................................... 24

VI. RECAPITULACIÓN: LA HISTORIA COMO CIENCIA ............................ 24BIBLIOGRAFÍA BÁSICA SOBRE TEORÍA DE LA HISTORIA.................................... 27

2. LA EVOLUCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA DESDE LOSORÍGENES HASTA LA ACTUALIDAD ........................................... 32

I. EL ORIGEN DE LA HISTORIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD............... 33II. LA LITERATURA HISTÓRICA EN LA EDAD MEDIA ............................. 36

III. EL RENACIMIENTO Y LA APARICIÓN DE LA CRÍTICA HISTÓRICA...... 38IV. LOS EFECTOS DE LA ILUSTRACIÓN.................................................. 41V. EL SURGIMIENTO DE LA CIENCIA HISTÓRICA: LA ESCUELA ALEMA-

NA DEL SIGLO XIX ............................................................................................... 42VI. LA FORMACIÓN DEL GREMIO PROFESIONAL DE HISTORIADORES ... 46

VII. NACIONALISMO E HISTORIA EN EL SIGLO XIX ................................ 48VIII. EL IMPACTO DEL MARXISMO .......................................................... 50

IX. RETOS Y RESPUESTAS DE LA CIENCIA HISTÓRICA EN LOS ALBORES

DEL SIGLO XX........................................................................................................ 52X. LA ESCUELA FRANCESA DE ANNALES .............................................. 56

XI. LA HISTORIOGRAFÍA MARXISTA BRITÁNICA.................................... 58XII. LA CLIOMETRÍA NORTEAMERICANA ............................................... 60

XIII. RENOVACIÓN Y DESARROLLO EN LA HISTORIOGRAFÍA RECIENTE .. 62NOTA DE ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA......................................................... 65BIBLIOGRAFÍA SOBRE HISTORIOGRAFÍA.......................................................... 68

3. CÓMO SE ENSEÑA Y ESTUDIA LA HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD .................................................................................... 79

I. LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA ..................................................... 79II. LA CLASE TEÓRICA ......................................................................... 81

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III. LOS APUNTES DE CLASE.................................................................. 83IV. LAS CLASES PRÁCTICAS................................................................... 85V. EL ESTUDIO INDIVIDUAL................................................................ 86

VI. EL EXAMEN .................................................................................... 90BIBLIOGRAFÍA GENERAL PARA EL ESTUDIO DE LA HISTORIA........................... 91

4. INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJO UNIVERSITARIO................................................................................. 111

I. TÉCNICAS DE IDENTIFICACIÓN Y REFERENCIA BIBLIOGRÁFICAS.... 112II. ELABORACIÓN DE FICHAS BIBLIOGRÁFICAS Y FICHAS DE LECTURA. 121

III. PAUTAS BÁSICAS DE COMENTARIO DE TEXTOS HISTÓRICOS............ 129IV. PAUTAS PARA EL COMENTARIO DE GRÁFICOS HISTÓRICOS Y DOCU-

MENTOS ESTADÍSTICOS .................................................................. 142V. PAUTAS PARA EL COMENTARIO DE MAPAS HISTÓRICOS................... 151

VI. ESQUEMA BÁSICO PARA LA RESEÑA DE LIBROS DE HISTORIA .......... 161VII. ESQUEMA PARA LA REDACCIÓN DE UN TRABAJO DE CURSO ............ 173

VIII. NOTAS PARA INICIAR LA CONSULTA ARCHIVÍSTICA ......................... 212IX. SUGERENCIAS PARA EL USO DE INTERNET EN LOS ESTUDIOS HIS-

TÓRICOS......................................................................................... 220X. GUÍA PARA LA ELABORACIÓN DE UN CURRICULUM VITAE............... 00

BIBLIOGRAFÍA ORIENTATIVA SOBRE TÉCNICAS DE ESTUDIO, REALIZACIÓN DE

TRABAJOS DE CURSO, COMENTARIOS DE TEXTOS, MAPAS Y GRÁFICOS

HISTÓRICOS Y USO DE ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS ........................................... 224

ÍNDICE

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Pero la historia, en lo que tiene de ciencia, no es efecto dela memoria, ni tiene que ver con la memoria más de lo quetenga que ver la Química o las Matemáticas. La Historia noes sencillamente un recuerdo del pasado. La Historia esuna interpretación o reconstrucción de las reliquias (quepermanecen en el presente) y una ordenación de estas reli-quias. Por tanto la Historia es obra del entendimiento, y node la memoria.

GUSTAVO BUENO

La materia de conocimiento de la Historia no es el pasadocomo tal, sino aquel pasado del que nos ha quedado algunaprueba y evidencia.

R. G. COLLINGWOOD

La Historia es una ciencia útil. El pasado puede decirnosalgo acerca del futuro. La sabiduría del historiador puedeque radique en saber lo que ha ocurrido con anterioridad.(...) nuestro conocimiento de lo que ha ocurrido previa-mente también puede convertirse fácilmente en el atisbode lo que nos deparará el futuro. Confiemos en que dichoconocimiento histórico sea sobre todo un medio para la-brar nuestro destino.

JOHN WEISS

No se prepara el porvenir sin aclarar el pasado.

GERMAINE TILLION

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INTRODUCCIÓN

Este libro, por su estructura y contenido, está destinado a un público lec-tor muy determinado: el estudiante que inicia sus estudios universitariosen las disciplinas históricas. Pretende ser, por tanto, un manual auxiliarpara introducirse en el conocimiento y comprensión de los conceptos bá-sicos de la Historia y en los métodos de estudio y aprendizaje que son ha-bituales en el ámbito educativo de la Universidad.

En consonancia con ese objetivo didáctico fundamental, el libro se es-tructura en cuatro apartados diferentes. Los dos primeros son de natura-leza teórica y presentan brevemente los rasgos característicos de la histo-ria científica y la evolución de la historiografía desde su origen en laAntigüedad hasta el momento actual. El conocimiento de estos temas esinexcusable para todo estudiante de Historia por una sencilla razón peda-gógica: empezar a estudiar racionalmente cualquier disciplina requiere,como primera medida, conocer siquiera de modo sumario sus fundamen-tos generales y la tradición en cuyo seno se ha ido configurando como tal.Los dos últimos apartados tienen un carácter más pragmático y operativo.Sobre todo, pretenden orientar al alumno en los modos de estudio pro-pios de la educación universitaria y ayudarle en la realización de las labo-res y trabajos de curso correspondientes.

Como manual de introducción que es, el libro sólo quiere ofrecer unaidea elemental pero sólida de esos contenidos. Ahora bien, para lograr eseobjetivo resulta inevitable elevarse a un mínimo nivel conceptual, perfec-tamente adecuado al grado de desarrollo intelectual que deben tener losestudiantes universitarios. A veces, ese nivel conceptual puede parecerque hace el texto «más difícil» de entender en una lectura rápida y preci-pitada. Es un riesgo asumido y aceptado por el autor. En todo caso, la al-ternativa existente resulta mucho menos atractiva: ¿acaso podría conside-rarse más pedagógico un texto fácil y breve, pero en el cual no se explicanada? Nuestra propia experiencia docente, al igual que las investigacio-nes pedagógicas, demuestran que no es así. Los textos que, en aras de unasupuesta fácil comprensión, reducen su nivel conceptual hasta mínimosinadmisibles fracasan en su labor explicativa y dejan a sus lectores tan

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huérfanos de ideas y razones como estaban antes de su lectura. Un estu-diante que inicia sus estudios de Historia debe aprender, desde el princi-pio, a razonar críticamente sobre su materia, ejercitando incansablementesus facultades de abstracción y síntesis, a fin de estar en disposición deanalizar y comprender los procesos de cambio de las estructuras históri-cas. Si esta guía le proporciona algunas claves para realizar ese cometido,ya habrá justificado su presencia en el mercado editorial español.

Una obra de estas características refleja básicamente la experienciapersonal de su autor, tanto en su calidad de ex-alumno como en la de en-señante e investigador. Por eso, no podemos dejar de señalar aquí las deu-das intelectuales que hemos contraído en nuestra vida académica. Antetodo, debemos consignar y agradecer el magisterio ejercido por los profe-sores Gustavo Bueno, en la Universidad de Oviedo, y Paul Preston, en laUniversidad de Londres. Igualmente, es un deber de gratitud recordar aSheelagh Ellwood, Sebastian Balfour, Paul Heywood, John Maher, Fran-cisco Romero e Ismael Saz, colegas del Centre for Contemporary SpanishStudies de la Universidad londinense, que tanto nos enseñaron y ayuda-ron durante los años en que fuimos becario y profesor de Historia contem-poránea de esa institución. En un plano más inmediato, también debe-mos mencionar la inestimable ayuda prestada por Susana Botas y JoaquínSuárez, cuyas recomendaciones y críticas fueron claves para la elabora-ción de los últimos apartados de esta obra. Como es natural, nadie de loscitados tiene la menor responsabilidad en el resultado final del trabajo,que sigue siendo exclusivamente nuestra.

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1. ¿QUÉ ES LA HISTORIA?

Dentro de nuestro ámbito cultural, la Historia, en su calidad de disciplinaacadémica sólidamente establecida, forma parte integrante de la llamada«República de las Ciencias». Pero esta conexión entre los conceptos deHistoria y Ciencia es un fenómeno bastante reciente. Sólo con la Ilustra-ción, durante el siglo XVIII, comenzó el proceso que llevó a la unión deambos y dio origen a un vocablo compuesto, el de «Ciencias Históricas»,para denotar un nuevo tipo de Historia muy diferente a la practicada des-de la Antigüedad. Por este motivo, saber hoy qué es la Historia implica asu vez, necesariamente, saber qué son las Ciencias en general; y para ellohay que atender, aunque sea sumariamente, a las reflexiones sobre el temarealizadas por la Gnoseología o Teoría del conocimiento.

I. NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LA CIENCIA

Las distintas formaciones socio-culturales que llamamos Ciencias (comola Geometría, Matemática, Física, Lingüística, etc.) son esencialmente unaactividad humana constructiva que produce un tipo particular de conoci-miento de las siguientes características: crítico-racional, organizado, siste-matizado, transmitido y desarrollado históricamente. Por tanto, se dife-rencian de otro tipo de conocimientos que les precedieron en el tiempo yque se mantienen vigentes en la actualidad, como son el conocimiento mí-tico, el mágico, el religioso o el tecnológico.

En el orden histórico-genético, las ciencias se constituyen a partir deprevios conocimientos técnicos y actividades artesanales sobre campos dela realidad material (física, tangible, corpórea), que son delimitados ope-rativa y pragmáticamente. Así, por ejemplo, la Geometría surgió de lasprácticas de agrimensura realizadas en Egipto, Mesopotamia y la Greciaclásica; la Aritmética se desarrolló a partir de los métodos de administra-ción e intercambio comercial ejercitados en esas mismas culturas; la me-cánica Física se fundamentó en los descubrimientos de las técnicas cons-

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tructivas (engranajes y poleas) y de la ingeniería naval y militar (catapultasy balística); la Astronomía no se basó en la astrología sino en las experien-cias y métodos de navegación marítima sirviéndose de las estrellas y el sol,etcétera 1.

Las ciencias constituidas sobre esas prácticas tecnológicas represen-tan formas de actividad y conocimiento de una complejidad superior, máselaborada: son el prototipo, junto con la filosofía, de construcción racio-nal crítica. Esas nuevas disciplinas aparecen como una institución de tra-bajo social sobre un campo de la realidad material delimitado operativa yprácticamente. Es decir: son un método de exploración y explotación deuna categoría de la realidad de la que se segregan los contenidos que noresultan pertinentes para sus operaciones y exploraciones 2. Por ejemplo,la Geometría opera en el campo categorial de los cuerpos en tanto quetienen forma geométrica (campo categorial del espacio abstracto), perono en cuanto que tienen peso, sabor, color o tiempo de realización, pro-piedades consideradas por la Física. Frente a una figura geométrica,como un triángulo equilátero, es improcedente preguntar por su color, supeso, su sabor o el tiempo que tarda en realizarse. De igual modo, es im-procedente tratar de demostrar el teorema de Pitágoras en el campo deactividad de la Química, porque son categorías diferentes, irreductibles einconmensurables. Sencillamente, las conductas de un organismo bioló-gico o de una colectividad social, por ejemplo, no son reducibles ni expli-cables (por inconmensurables) sobre la base del movimiento de molécu-las según leyes mecánicas.

Afirmar que las ciencias son instituciones culturales para la explota-ción y exploración de un campo categorial de la realidad supone desmen-tir que las ciencias tengan objeto propio y unitario de análisis. Así, la Bio-logía no tiene como objeto de estudio la «Vida», ni la Geometría atiendeal «Espacio», ni la Química se ocupa de la «Materia». Por el contrario, el

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1 Sobre esta conexión íntima entre prácticas artesano-tecnológicas y las ciencias véase laobra clásica de John D. Bernal, Historia social de la ciencia, Barcelona, Península, 1967, 2vols. En igual sentido, pero más recientes: Stephen F. Mason, Historia de las ciencias, Ma-drid, Alianza, 1984-1986, 5 vols.; Alberto Elena y Javier Ordóñez, Historia de la ciencia,Madrid, Universidad Autónoma, 1988, 2 vols.; y Alberto Hidalgo Tuñón (coord.), Ciencia,tecnología y sociedad, Madrid, Algaida, 1999.

2 La exposición que sigue sobre la naturaleza de las ciencias se apoya esencialmente enestas obras: Gustavo Bueno, Idea de ciencia desde la teoría del cierre categorial, Santander,UIMP, 1976; Teoría del cierre categorial, Oviedo, Pentalfa, 1992, vol. I; ¿Qué es la ciencia?,Oviedo, Pentalfa, 1995; David Alvargonzález, Ciencia y materialismo cultural, Madrid,UNED, 1989; Rodolfo Mondolfo, Verum Factum. Desde antes de Vico hasta Marx, Buenos Ai-res, Siglo XXI, 1971.

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campo de actividad de la Biología está formado por elementos múltiplescomo son las células, los mamíferos o los ácidos nucleicos; el campo de laQuímica está repleto de hidrógeno, carbono o metano; y el de la Geome-tría está compuesto por puntos, rectas, circunferencias o cuadrados.

Desde un punto de vista gnoseológico, las ciencias se estructuran entres dimensiones genéricas que reproducen analógicamente los tres con-textos lingüísticos definidos por Charles W. Morris: el eje sintáctico, el ejesemántico y el eje pragmático. El primero de ellos recoge las relaciones delos signos con otros signos; el segundo alude a las relaciones de los signoscon los objetos significados; y el tercero denota las relaciones de los sig-nos con los sujetos que los utilizan. La consideración conjunta de estastres dimensiones presentes en toda ciencia permite superar las visionesmonistas o dualistas y posibilita su consideración como instituciones cul-turales históricas (no eternas) a la par que objetivas y necesarias (no capri-chosas ni arbitrarias).

Según el eje sintáctico, las ciencias, aplicando sus respectivos méto-dos de investigación, van descubriendo y acotando un conjunto de térmi-nos que componen y configuran sus respectivos campos categoriales (lla-mados a veces «espacios de inmanencia») mediante el cierre parcial de unsistema de operaciones entre los mismos. Sobre esa base, la actividad cien-tífica va definiendo a su vez conceptos, proposiciones y teoremas referi-dos a su campo por medio del establecimiento de relaciones que resultande las operaciones efectuadas entre los términos del campo categorial. Es-tas operaciones entre términos incluyen dos tipos básicos (las analíticas,de separación de cuerpos, y las sintéticas, de aproximación de cuerpos) yse realizan no sólo mediante actos manuales sino también mediante apa-ratos inventados (el microscopio y el telescopio, por ejemplo, son opera-dores). Por su parte, las relaciones establecidas entre términos a través deoperaciones son relaciones ideales, repetibles, abstractas y universales ysus soportes no sólo son simbólicos (los relatores algebraicos o lingüísti-cos) sino también físicos (balanzas o termómetros).

El eje semántico de las ciencias establece la necesidad de contar conreferentes materiales específicos para apoyar su discurso lingüístico (seapara confirmarlo y validarlo, sea para desmentirlo y refutarlo). En termi-nología clásica del matemático Gottlob Frege, el lenguaje científico nosólo tiene que estar dotado de sentido (relación de una expresión conotra) sino que también debe tener referencia (relación de una expresión aun objeto o conjunto de objetos). Dicho de otro modo: las palabras de loslenguajes científicos remiten a cosas y no sólo a otros lenguajes o a pensa-mientos e imágenes mentales o significados. Y esto por una sencilla razón:

¿QUÉ ES LA HISTORIA?

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sólo lo que es físico y corpóreo es operable y puede ser afectado (transfor-mado) por operaciones. El homo loquens (que es el homo sapiens) es tam-bién y necesariamente un homo faber («hablar» es ya un «hacer»). Por esono cabe encontrar una ciencia sin referencias fisicalistas empíricas comono cabe concebir una música sin sonidos. De ahí que no todo conjunto deconocimientos organizados lógicamente constituya una ciencia y que nolo sea la teología, por ejemplo, dado que no cumple la exigencia semánti-ca de contar con referentes fisicalistas en que apoyarse.

El eje pragmático de las ciencias está constituido por su dimensiónhistórica, social e institucional. Desde esta dimensión, las ciencias se pre-sentan como actividades humanas colectivas, repletas de conjuntos de re-glas operativas, normas de conducta, códigos de actuación metódicos ynomenclaturas inteligibles para los que participan en dicha empresa gre-garia. En otras palabras: las construcciones científicas carecen de posibili-dad de realización sin la actividad constante y recurrente de los sujetoshumanos individuales (los científicos, como sujetos corpóreos, operato-rios y gnoseológicos) que son, por definición, múltiples y en contacto ycomunicación. En general, a este respecto, las reglas de la Lógica formalson normas genéricas de la investigación científica y regulan los procedi-mientos de actuación colectiva y gremial. En particular, por su relevanciasintáctica y operatividad semántica, hay tres principios axiomáticos de laLógica cuyo respeto es imprescindible desde el punto de vista pragmáti-co: el axioma de la identidad (una cosa es igual a sí misma: un organismovivo está vivo); el axioma de la contradicción (una cosa es distinta de otra:un organismo vivo no está muerto); y el axioma del tercio excluso (entredos cosas contradictorias, no es posible el término medio: un organismoestá vivo o está muerto). También el (mal) llamado «método científico»unitario se conformaría en el eje pragmático como mero procedimientode trabajo sistemático y crítico-racional a través de pasos o etapas conse-cutivas: formulación de «hipótesis» (tentativas de explicación), observa-ción y sistematización del material analizable respectivo, validación y con-trastación empírica de las hipótesis, explicación del fenómeno medianteteorías comprensivas.

A diferencia de otros tipos de conocimientos, las ciencias se caracteri-zan por la pretensión de construir verdades. Tales verdades científicas sedistinguen y oponen a los dogmas, creencias, opiniones y conjeturas envirtud de su pretensión de objetividad, necesidad y carácter marcadamen-te crítico. Pero la «verdad» no es una mera «relación» de las proposiciones(teorías lingüísticas o lógicas) con los campos semánticos (la realidad em-pírica o hechos). Tampoco es una «cualidad» de «correspondencia» entre

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enunciados o pensamientos del sujeto con fenómenos y hechos materia-les. La «verdad» dentro de una ciencia es el resultado unitario (no sóloempírico o deductivo) de un proceso de construcción tanto en el planoobjetual (semántico) como en el proposicional (sintáctico). La verdadcientífica (las verdades, en plural) es una construcción dada en un contex-to determinado del campo categorial y no significa otra cosa que la reali-dad misma de la cosa verdadera: Verum est Factum (la verdad está en elhecho). Ya lo había visto en la Antigüedad el filósofo Anaxágoras: «elhombre piensa porque tiene manos». Y lo ha corroborado recientementeel prehistoriador Eudald Carbonell: «Las manos son lo que nos ha hechointeligentes» 3. La verdad, en consecuencia, no sólo está conectada esen-cialmente con la propia realidad referenciada sino que tiene que ver conla idea de «identidad». Si la ciencia es construcción con determinadosmateriales, la verdad científica debe ser un predicado que exprese una de-terminación inmanente a esa construcción material en tanto que tal. Laverdad está en la realidad y forma parte de esa realidad construida (ma-nualmente) y percibida (sensorialmente). Pero tal verdad no puede seridentidad «analítica» (la propia de la reflexividad autónoma de un térmi-no o sujeto consigo misma) por la sencilla razón de que tal identidad noexiste. La identidad es siempre «sintética» (compositiva, hecha de partes)porque no se trata de una relación primaria y originaria dentro del térmi-no o sujeto sino que se construye por relación y referencia a otros térmi-nos y sujetos diferentes. En otras palabras: sólo hay identidad cuando hayalgo que queda fuera de su campo, cuando hay otras identidades contralas que se conforma como tal (al modo como mi propia identidad, mi«Yo», sólo es concebible en contraste con la de «Otros» que me envuel-ven y co-determinan como sujeto: Cogito ergo sumus, Pienso luego existi-mos).

La verdad científica, así pues, radica en los procesos de ajuste, deidentidad sintética material, que se pueden dar entre cursos operatoriosconfluyentes dentro del campo correspondiente (cursos operatorios eje-cutados por los sujetos gnoseológicos, los científicos que hacen opera-ciones y construyen relaciones). Esta identidad permite segregar (neu-tralizar o evacuar) los componentes subjetivos de las operaciones (laactividad del propio científico) y construir relaciones esenciales objetivas,

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3 Recogido en Josep Corbella, Eudald Carbonell, Salvador Moyá y Robert Sala, Sapiens.El largo camino de los homínidos hacia la inteligencia, Barcelona, Península, 2000, p. 149.Continúa explicando este autor: «(las manos) son lo que nos ha permitido fabricar y utilizarherramientas que han cambiado nuestra relación con el mundo, porque las herramientasson una interfase entre nuestro cuerpo y nuestro entorno».

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necesarias y universales (independientes de la voluntad subjetiva del cien-tífico). La verdad científica tiene lugar en la confluencia por identidad delas líneas objetivas recorridas por la propia actividad de los sujetos opera-torios, que en ese caso son intercambiables y permutables sin afectar alresultado de la operación. Por ejemplo, para todos los sujetos humanos,la operación práctica de sumar o juntar siete elementos (como puedan sersiete manzanas) con otros cinco de su misma clase, da siempre como re-sultado un conjunto real y tangible de doce elementos (y no de ocho niveinte). En términos formales aritméticos esta operación entre términos yla relación resultante se expresa así : 7 + 5 = 12. Y la ciencia de la Aritmé-tica demuestra que ese resultado es una verdad objetiva y necesaria (laexpresada por la relación =), pero tal que no puede eliminarse la opera-ción +, que es subjetiva: «los números no se adicionan entre sí, es el mate-mático quien los suma» 4.

Precisamente esa verdad objetiva y universal de la relación sintácticabrota de la realidad semántica del acto de juntar esos elementos y se man-tiene recurrentemente al evacuar a los distintos y sucesivos sujetos opera-torios que construyen esa relación todas las veces imaginables. Por eso launiversalidad y la necesidad son dos características del saber científicoverdadero. La primera presupone que el conocimiento científico puedeser aplicado indistintamente en cualquier tiempo y lugar, sin dependenciade circunstancias geográficas y medioambientales: la inscripción deltriángulo rectángulo en el círculo es verdadera en todo momento y situa-ción donde se realice la demostración. La segunda implica que la nega-ción de sus contenidos sea una contradicción imposible: no cabe concebirque un triángulo que esté inscrito en una circunferencia y tenga comouno de sus lados un diámetro, no sea un triángulo rectángulo. Esta con-cepción constructivista de la verdad científica no es rígida ni unívoca:supone internamente la admisión de grados y franjas de verdad en lasciencias, según la fiabilidad y completitud de las operaciones correspon-dientes y a tenor del valor probabilístico o verosímil de las relaciones esta-blecidas. Dicho de otro modo: la verdad científica admite márgenes deprofundidad, ámbitos mayores o menores de certeza y probabilidad, e in-corpora como horizonte interno negativo la posibilidad del error, la incer-tidumbre y la oscuridad. Por eso mismo, la verdad científica es siempre

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4 Ejemplo tomado de Gustavo Bueno, «Gnoseología de las ciencias humanas», en Actasdel I Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias, Oviedo, Pentalfa, 1982, p. 322. Cfr.Julián Velarde Lombraña, Conocimiento y verdad, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1993; yPelayo García Sierra, Diccionario filosófico (Oviedo, 1999), versión disponible en la red In-ternet: www.filosofia.org/filomat/

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parcial (se predica sobre algo determinado) y relativa (a los procesos deconstrucción categorial), nunca absoluta y totalizadora. Pero esto noquiere decir que su nivel gnoseológico sea igual a la falsedad como alter-nativa potencial. Muy al contrario, la verdad científica siempre exige quesu alternativa de falsedad sea muy improbable o claramente absurda: sieteelementos más dos de su misma clase jamás darán un conjunto de treinta,doscientos o infinitos elementos.

Es evidente que las ciencias constituidas no proporcionan, ni tienenpor qué hacerlo, una sabiduría total o absoluta sobre «la Realidad» (comoidea filosófica límite que sumaría todos los contenidos posibles del mun-do y que es inagotable por su propia condición). Permiten conocer críti-camente aspectos de esa realidad inagotable en campos categoriales da-dos y sin remontarse más allá de sus campos respectivos ni cubrir elámbito de la Ontología (la disciplina que pregunta por el Ser). Por el con-trario, la condición de posibilidad de las ciencias particulares y positivases su renuncia a llegar a los límites de esa pregunta, su renuncia a tratar deregresar a las supuestas esencias atomistas mínimas o a progresar hasta elinfinito donde todo se confundiría con todo. Ésos no son ni pueden sercampos científicos, sino el ámbito propio de la reflexión filosófica ontoló-gica. Como respondiera el matemático Laplace al emperador Napoleóncuando éste le preguntó sobre la función de la divinidad en las matemáti-cas: «Señor, Dios no entra en mis cálculos».

Las ciencias actúan in medias res, acotando un espacio de trabajo den-tro de esa realidad heterogénea a partir de unos principios axiomáticosoperativos que no pueden ni quieren transcender porque les llevaría fuerade su campo de actividad particular. Y dentro de ese campo categorial de-terminado, la racionalidad científica se desenvuelve y explora su propiavirtualidad tratando de demostrar verdades internas y ofreciendo teoríasexplicativas de su funcionamiento. No en vano, «ciencia» significa el de-sarrollo demostrativo, no caprichoso ni arbitrario, de las conclusiones apartir de ciertas hipótesis: Scientia est habitus conclusionis. Otra cosa esque las verdades y resultados científicos pongan límites críticos infran-queables a las conjeturas ontológicas y sean parámetros destructivos res-pecto a las especulaciones metafísicas, religiosas o mitológicas.

Ciertamente, el principio semántico es básico e irrecusable en la acti-vidad científica: tiene que haber referente material para verificar empíri-camente las proposiciones sintácticas y éstas no pueden ser una creacióno producción del propio pensamiento. De igual modo, tiene que darse entodas las ciencias el llamado principio determinista genético (o de no-ma-gia y exclusión de la creación ex nihilo), según el cual cualquier fenómeno

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y acontecimiento cristaliza y brota a partir de condiciones previas y envol-ventes (puesto que «de la nada, nada se crea»). Ambos son presupuestosnecesarios de la investigación científica, aunque puedan ser y sean cues-tionados por la reflexión metacategorial, ontológica y gnoseológica, comoparte de su tarea crítica. Y ello porque la investigación carecería de senti-do u objeto si supusiéramos que las cosas se producen arbitrariamentey por capricho y que no existe entre ellas ninguna relación o conexión(causal o estocástica) cognoscible con alguna probabilidad y grado decerteza 5.

Tales principios científicos pueden no ser «verdaderos» en sentidognoseológico absoluto por indemostrables, pero tampoco son ilusorios,ficticios y arbitrarios, porque son principios de operatividad pragmáticade las ciencias sin los cuales todo el edificio de la civilización y cultura hu-mana se derrumbaría. Así también, la Geometría supone que hay puntos,líneas y planos, del mismo modo que la Física mecánica admite como evi-dente el principio de inercia y no trata de remontarse al motivo último delmismo. Y construyendo sobre esos principios axiomáticos, esas ciencias yotras similares posibilitan el control humano sobre el mundo fenoménicoque nos rodea. Al hacerlo, cumplen su inexcusable función en las socie-dades civilizadas: enseñan que poseer la verdad de la conexión entre lascosas significa poder de control sobre los fenómenos, en tanto que no po-seer tal verdad implica actuar a ciegas, en el vacío o por mero tanteo. Poreso mismo, las ciencias son conquistas irrenunciables de la civilizaciónhumana y gozan del respeto y atención que se les concede en nuestrostiempos y sociedades.

II. CIENCIAS NATURALES Y CIENCIAS HUMANAS

En el seno de la «República de las Ciencias», cabe apreciar una divisiónefectiva y crucial entre las ciencias naturales y formales y las ciencias hu-manas o sociales. La distinción entre ambos grupos constituye uno de lostemás más polémicos y difíciles de las investigaciones gnoseológicas des-de finales del siglo XVIII, cuando algunas disciplinas humanísticas pasaron

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5 Véase sobre estos aspectos las reflexiones de Mario Bunge en La investigación científi-ca. Su estrategia y su filosofía, Barcelona, Ariel, 1985, especialmente pp. 319-327. Cfr. el de-bate de varios físicos y epistemólogos sobre causa y determinismo recogido en la obra colec-tiva, Las teorías de la causalidad, Salamanca, Sígueme, 1977.

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a convertirse (o lo pretendieron) en ciencias propiamente dichas y nomuy diferentes al modelo de cientificidad ofrecido por las ciencias natu-rales y por las matemáticas que entonces experimentaban un desarrollosin precedentes. El intento de establecer un criterio de discriminación en-tre ambos grupos de ciencias ha producido diversos resultados que toda-vía están vigentes y operantes en el lenguaje cotidiano y en el profesional.Así, por ejemplo, el filósofo alemán Wilhelm Dilthey se basó en criteriosontológicos (Introducción a la ciencias del espíritu, de 1883) para distin-guir entre «ciencias naturales» y «ciencias del espíritu», cada una con surespectivo método de conocimiento: la explicación (Erklären) y la com-prensión (Verstehen). Su compatriota Wilhelm Windelband ofreció ladistinción (en 1894) entre ciencias «nomotéticas» (que buscan leyes gene-rales para «explicar» los fenómenos naturales constantes y recurrentes) yciencias «ideográficas» (que se ocupan de «comprender» los fenómenoshumanos individuales e irrepetibles). También es cierto que algunos auto-res han propugnado una idea de ciencia neutra, «como cuerpo organiza-do de conocimientos», que considera que sólo hay un único «métodocientífico» que se aplica a objetos distintos de la realidad: es el caso de losneopositivistas del llamado «círculo de Viena», como Otto Neurath y Ru-dolf Carnap (y en otra dimensión Karl Popper).

Empezaremos por descartar que la diferencia se base en la idea deque cada grupo de ciencias se ocupa de objetos diferentes: la naturaleza(la materia inerte) y la sociedad (el hombre en colectividad y dotado de«espíritu»). Ante todo, porque a cada ciencia le corresponde un campocategorial y no un objeto de análisis. Las «ciencias humanas» no son lasque se «ocupan del hombre» y las ciencias «naturales» las que se ocupande la «naturaleza». Entre otras cosas, porque la Física, la Biología y laAnatomía, por ejemplo, se ocupan del hombre, de los hombres, en igual omayor medida que la Lingüística, por ejemplo, que además no se ocupadel hombre sino del lenguaje o de los lenguajes humanos. También cabedescartar la tentativa de diferenciar ambos grupos de ciencias por su su-puesta capacidad (o incapacidad) metodológica para repetir fenómenosbajo control (esto es: experimentar): unas serían ciencias experimentalesy otras ciencias no experimentales. Y ello porque la experiencia repetible(una «experiencia irrepetible» no es experiencia, a lo sumo será «viven-cia» psicológica) no sólo es una posibilidad ajena al campo de las cienciashumanas sino que también es ajena al de la lógica o la matemática (por sucondición de ciencias formales y abstractas).

En términos gnoseológicos, parece más acertado ensayar la diferenciaentre ambos grupos de ciencias atendiendo a los diferentes recursos ope-

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ratorios que se utilizan y movilizan en la explotación de sus campos detrabajo respectivos. Bajo esta perspectiva, fórmulas del tipo «ciencias quese ocupan del hombre, que estudian al hombre...» apuntan, aunque demanera oscura y oblicua, al núcleo de las diferencias entre las ciencias hu-manas (ciencias del «hacer») y las ciencias naturales (ciencias del «ser»).

Si partimos de la consideración del sujeto humano como un sujetognoseológico que realiza operaciones y construye fenómenos intervinien-do en su medio exterior circundante (es decir: como sujeto operatorio),nos encontraremos con que hay ciencias en cuyos campos categoriales noaparece formalmente el sujeto operatorio como uno de sus términos. Éstees el caso, por ejemplo, de las ciencias naturales y formales, puesto que enellas el único sujeto operatorio es el propio científico observador y mani-pulador, ya que el hombre, considerado como sólido grave o conjunto demoléculas o término de una serie numérica, no es un sujeto operatorio, norealiza operaciones. Es decir: no tiene conductas reflexivas y meditadas,ni su comportamiento es libre y voluntario, ni responde a propósitos, pla-nes o intenciones. Así, a efectos de análisis físico de la fuerza gravitatoria,resulta indiferente que el sólido que cae al vacío sea una roca inanimada,un tronco de árbol o un cuerpo humano vivo (y suponemos que angus-tiado).

En estas ciencias, por tanto, es factible la neutralización completa delcientífico, como sujeto gnoseológico, para descubrir y establecer relacio-nes esenciales y objetivas en sus respectivos campos categoriales. Porquelas relaciones entre los términos de dichos campos se establecen por con-tigüidad en sentido físico y el sujeto como agente operativo puede ser eli-minado totalmente: las rocas, los árboles, las estrellas, las moléculas o losnúmeros no realizan ni planifican operaciones. Tampoco las realiza elhombre cuando cae al vacío en virtud de leyes gravitatorias físicas. En es-tas ciencias no nos encontramos con «conductas» ni «actuaciones» querequieran «explicación» siguiendo fines, propósitos o proyectos. Por elcontrario, los cambios y transformaciones operadas en esos campos cien-tíficos serán efecto de contextos mecánicos impersonales, producto de le-yes universales deterministas y resultado de fenómenos recurrentes, ruti-narios y desprovistos de significado subjetivo intencional. En definitiva,las Ciencias Naturales y Formales se caracterizan porque en sus camposcategoriales específicos nunca se incluyen como términos a sujetos opera-torios ni a operaciones (en sentido gnoseológico). Y esa posibilidad deeliminación de los sujetos operatorios de sus campos respectivos permiteque las verdades de estas ciencias posean un estatuto gnoseológico par-ticular, dado su mayor carácter demostrativo, necesario y objetivo.

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Ahora bien, en los campos categoriales de las Ciencias Humanas apa-recen como términos unos sujetos que planifican y realizan operaciones:los sujetos pretéritos en Historia, el hablante en Lingüística, el salvaje enla Etnología, el productor o consumidor en Economía, el sujeto agente enPsicología, etc. En palabras de Jon Elster: «La unidad elemental de lavida social es la acción humana individual» 6. En estas ciencias humanas osociales, las relaciones de mera contigüidad física no son pertinentes a lahora de dar cuenta y razón de las conductas de los sujetos presentes en elcampo y estudiados por el científico. En otras palabras: no cabe com-prender, ni aún menos explicar, los comportamientos humanos, tanto in-dividuales (un suicidio) como colectivos (una emigración en masa o unaguerra), atendiendo a razones y causas derivadas de contextos mecánicosimpersonales o de leyes generales universales y deterministas. Tampococabe comprender esas conductas como movimientos recurrentes y rutina-rios, carentes de intencionalidad y propósito: «Nunca cincuenta hombresforman un ciempiés».

Por el contrario, esas conductas y comportamientos (operaciones ensentido lógico) sólo se comprenden y se explican en virtud de la semejan-za operatoria (de la común y compartida capacidad operatoria) entre dossujetos que están separados espacial y temporalmente: el estudioso y el (olos) estudiado(s). Y en virtud de la naturaleza de esos términos gnoseoló-gicos que son sujetos operatorios, es imposible la repetición controlada,la experimentación sistemática, con los fenómenos propios del campo delas ciencias humanas. En consecuencia, el investigador de las ciencias hu-manas tiene, pues, que explicar las operaciones realizadas por los sujetosa quienes estudia mediante la reproducción o reactualización analógicade esas mismas operaciones. Y en esta imposibilidad de eliminar y neutra-lizar las operaciones del sujeto del campo categorial reside el llamado«subjetivismo» de las ciencias humanas y el menor estatuto gnoseológicode las verdades alcanzadas por esta metodología.

Cabe ejemplificar de manera práctica la profunda diferencia entre lasdos metodologías operatorias desplegadas por las ciencias naturales y lasciencias humanas comparando el modus operandi de la Geología y de laPrehistoria. Supongamos que ambas tienen que dar cuenta de un proble-ma similar: la formación de un canto rodado y la formación de un bifaz

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6 Jon Elster, Tuercas y tornillos. Una introducción a los conceptos básicos de las ciencias so-ciales, Barcelona, Gedisa, 1990, p. 23. Cfr. Gustavo Bueno, «Gnoseología de las ciencias hu-manas», pp. 315-337; y «En torno al concepto de Ciencias Humanas», El Basilisco (Oviedo),núm. 2, 1978, pp. 12-46; y Julien Freund, Las teorías de las ciencias humanas, Barcelona, Pe-nínsula, 1975.

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musteriense. En ambos casos, el científico, como sujeto gnoseológico,percibe analogías indudables entre el canto rodado y el bifaz musteriensepuesto que ambos parten y proceden de un núcleo inicial, un peñasco sindesbastar y sobre el cual actúan fuerzas físicas exteriores que le dan suforma característica (fuerzas físicas materializadas en los golpes de otrospeñascos sobre el núcleo dado). Pero en el caso del canto rodado, la ac-ción de las causas exteriores que lo van conformando es aleatoria y segúnmovimientos mecánicos (e hipotéticamente repetibles bajo control comoexperimentación): el canto se configurará, por ejemplo, como efectocombinado de su movimiento en el curso del río según determinado nivelde agua, determinado perfil y fondo, determinada fuerza de la corriente ydeterminada masa, peso y contorno de los otros cantos que le golpean.Sin embargo, en el caso del bifaz, la acción de las causas exteriores está di-rigida por las manos del hombre de Neanderthal. Y esas manos no impar-te sus golpes sobre el canto para darle forma al azar y por capricho, sinode manera intencional, según un proyecto y finalidad, buscando un pro-pósito estratégico: construir un artefacto cultural y utilitario que denomi-namos bifaz. Esta profunda diferencia es la que hace que el bifaz muste-riense no sea, como el canto rodado, un objeto de análisis primordial de laGeología sino de la Prehistoria. Y ello siempre que se contemple dichoobjeto como el producto intencional de unas operaciones manuales hu-manas pretéritas y no como simples «piedras del rayo» formadas por acci-dente natural (lo que sólo comenzó a suceder a partir del siglo XVIII, gene-rando las condiciones de posibilidad de la ciencia humana llamadaPrehistoria).

III. LA CIENCIA DE LA HISTORIA

La Historia, desde principios del siglo XIX, con la labor de la escuela his-tórica alemana, quedó constituida como una de las ciencias humanas en elsentido antedicho. Previamente hubo sin duda una actividad llamada«historia» e «historiadores». Pero hay una diferencia de grado, cualitati-va, entre el género literario y narrativo que desde Heródoto de Halicarna-so escribe «sobre las cosas del pasado» y la práctica del gremio profesio-nal que surge y se consolida durante el siglo XIX en el mundo occidental 7.

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7 Véase al respecto el capítulo segundo de este obra y nuestro estudio monográfico: Enri-que Moradiellos, Las caras de Clío. Una introducción a la historia, Madrid, Siglo XXI, 2001.

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Etimológicamente, la palabra Historia deriva en todas las lenguas ro-mances y en inglés del término griego antiguo iJstorivvvvvvvvvh, «historia», en dia-lecto jónico. Esta forma deriva, a su vez, de la raíz indoeuropea wid-,weid-, «ver», de donde surgió en griego i{stwr, «testigo» en el sentido de«el que ve», «el testigo ocular y presencial». A partir de ese núcleo, pro-bablemente por su uso en la técnica procesal y judicial ordinaria de lostribunales, se desarrolló el significado de «testimonio directo probatorio»o como labor de aquél «que examina a los testigos y obtiene la verdad através de averiguaciones e indagaciones». Heródoto, «el padre de la his-toria» al decir de Cicerón, acuñó en el siglo V a. C. el término Historia enese sentido de actividad de «indagación», «averiguación», «pesquisa» e«investigación» sobre la verdad de acontecimientos humanos pretéritos.Desde el principio, la palabra pasó a tener dos significados diferentespero conexos que aún hoy se mantienen: 1. las acciones humanas del pa-sado en sí mismas (res gestae); 2. la indagación y relato sobre esas accioneshumanas pretéritas (historiam rerum gestarum) 8.

En su calidad de ciencia humana, la Historia (mejor: las disciplinashistóricas en plural) tiene un campo de trabajo peculiar que no es, ni pue-de ser, el «Pasado». Y ello porque el pasado, por definición, no existe, estiempo finito, perfecto acabado y como tal incognoscible científicamenteporque no tiene presencia física y corpórea actual y material. El pasadono existe en la actualidad (en la dimensión presente de un observador)porque es un «fantasma», una «imaginación» y no puede haber conoci-miento científico de algo que no tiene presencia ni existencia hic et nunc(aquí y ahora) porque dicho conocimiento requiere una base material ytangible para poder construirse y conformarse. De ahí deriva la imposibi-lidad radical de conocer el pasado tal y como realmente fue (en frase me-morable de Leopold von Ranke) y la consecuente incapacidad para alcan-zar una verdad absoluta, completa y totalizadora sobre cualquier sucesopretérito porque éste es inabordable físicamente desde el presente.

Si la materia de conocimiento de la Historia no es ni puede ser el Pa-sado, queda por establecer cuál es el campo y los términos categoriales dedicha disciplina. Pues bien, este campo está constituido por aquellos res-tos y vestigios del pasado que perviven en nuestro presente en la forma de

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8 Hannah Arendt, «The Concept of History: Ancient and Modern», en Between Pastand Future, Londres, Faber, 1961, pp. 228-229. Jacques Le Goff, Pensar la historia, Barcelo-na, Paidós, 1991, pp. 21-22. Jorge Lozano, El discurso histórico, Madrid, Alianza, 1987,pp. 15-18. Voz «History» en Harry Ritter, Dictionary of Concepts in History, Nueva York,Greenwood Press, 1986. Emilio Lledó, Lenguaje e Historia, Barcelona, Ariel, 1978, pp. 93-95.Julio Aróstegui, La investigación histórica. Teoría y método, Barcelona, Crítica, 1995, pp. 18-27.

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residuos materiales, huellas corpóreas y ceremonias visibles. En una pala-bra: las reliquias del pasado (relinquere: lo que permanece, lo que restatras el paso del tiempo) 9.

Esos residuos que permiten la presencia viva del pasado son el mate-rial sobre el que trabaja el historiador y con el que construye su relato his-tórico: una momia egipcia, una moneda romana, el castillo de los Templa-rios, el periódico parisino de 1848, el documento diplomático alemán de1914, son tan presentes, físicos y actuales como nuestra propia corporei-dad de observadores y analistas. Esas «reliquias» son la presencia viva delpasado que hace posible el conocimiento histórico porque pueden consi-derarse los significantes (presentes) de unos significados (pretéritos): lossignos que representan algo distinto de ellos mismos, un reflejo pálido eimperfecto del pasado perfecto y finito en el que fueron elaborados y ge-nerados. Las «reliquias» del pasado, plurales, fragmentarias, inconexas ylimitadas son las «fuentes» informativas del conocimiento histórico y sehallan dispersas entre otros cuerpos y materiales de nuestro propio pre-sente corpóreo y temporal.

Por consiguiente, sólo podrá hacerse Historia y lograrse conocimien-to histórico de aquellos sucesos, personas, acciones, instituciones, estruc-turas y procesos de los que se conserven señales, trazas y vestigios ennuestra propia dimensión temporal. En palabras de la tradición historio-gráfica: Quod non est in actis, non est in mundo (de lo que no quedanpruebas, no cabe hablar con rigor o propiedad). Porque el Pasado «histó-rico» sólo se nos ofrece a la contemplación como presente fisicalista a tra-vés de las reliquias.

La primera tarea del oficio de historiador es descubrir, identificar ydiscriminar esas reliquias dispersas, que pasarán a ser las pruebas, eviden-cias y «fuentes informativas primarias» sobre las que levantará su relato, suconstrucción narrativa del pasado histórico. Precisamente, la realidad ac-tual de las reliquias convertidas en pruebas es lo que permite concebir consentido un pasado que existió una vez, que tuvo su lugar y su fecha: las reli-quias generadas en el pasado impiden que la no-actualidad de lo que tuvoun lugar y una fecha se identifique con su irrealidad e inexistencia absolu-ta, permitiendo así la diferenciación entre el pasado histórico (que fue aun-que ya no es) y la mera ficción o el mito imaginario y arbitrario.

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9 Gustavo Bueno, «Reliquias y relatos. Construcción del concepto de historia fenoméni-ca», El Basilisco, núm. 1, 1978, pp. 5-16. Carmen González del Tejo, La presencia del pasado.Introducción a la filosofía de la historia de Collingwood, Oviedo, Pentalfa, 1990. Cfr. las vo-ces «Past» y «History» en Harry Ritter, Dictionary of Concepts in History.

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Ese acto de búsqueda e identificación de las reliquias de un tiempopasado histórico es la primera tarea de cualquier historiador y solía lla-marse Heurística (neologismo derivado de la voz griega euJrivskw: hallar,descubrir). El historiador puede ejercer esta tarea de identificación por-que es capaz de percibir esos residuos materiales como fabricados y ela-borados por hombres pretéritos y resultado de operaciones humanas (da-das en la misma escala operatoria del observador). Y ello porque existehomogeneidad entre historiador y agente pretérito: las reliquias son res-tos de acciones realizadas por individuos como él, dotados de un sistemade operaciones similares al suyo, capaces de pensar, planificar, ejecutar,construir, destruir, etc. En otras palabras: tanto el historiador presentecomo los agentes históricos analizados son parte del género Homo, pri-mates bipedestados que están dotados de una inteligencia tecnológica yson sujetos de una razón operatoria universal. Tal homogeneidad es con-dición de posibilidad del conocimiento histórico, porque permite que elhistoriador utilice las reliquias como base de su relato mediante una me-todología propia de las ciencias humanas, tratando de reactualizar lasoperaciones del agente (o agentes) cuyos restos estudia, atribuyéndolesuna razón y propósito, dando cuenta de las circunstancias y acciones quepudieron haber conducido al surgimiento de ese residuo material, ofre-ciendo una interpretación del cómo y porqué de los acontecimientos yprocesos.

De hecho, un historiador no podrá investigar, analizar y explicar unsuceso (el asesinato de Julio César), un proceso (la conquista y coloniza-ción de América) o una estructura (el sistema de partidos de la SegundaRepública española), si desconoce lo que significan operativamente ex-presiones tales como «reunirse en secreto», «emigrar forzosamente delpaís» o «sufrir los efectos del voto útil»; conceptos que deberá extraer dela conciencia operatoria de su propio presente. Aquí reside el fundamen-to gnoseológico de la conocida tesis de que toda historia es en realidadhistoria contemporánea. Y de aquí deriva el modus operandi propio de loshistoriadores: tratar de dar cuenta y razón de la génesis de esas reliquiasque investigan, procurando ponerse en el lugar del sujeto (o sujetos) pre-térito y reactualizar sus acciones para comprender y explicar su sentido ylos motivos y circunstancias que pudieron haber conducido al surgimien-to de esos residuos materiales del pasado. Esta inexcusable y personal la-bor de interpretación, por inferencia lógica y exégesis razonada a partirde las pruebas disponibles, es lo que designa el concepto de Hermenéu-tica (derivado del vocablo griego eJrmhneutikov~: intérprete, traductor,explicador). Esta cita del historiador y filósofo inglés Robin Collingwood

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permite comprender el procedimiento de reactualización hermenéutica(interpretación) de las reliquias y pruebas que practica el investigador ensu trabajo:

Cuando un hombre piensa históricamente, tiene ante sí ciertos documentos o reli-quias del pasado. Su tarea es descubrir qué pasado fue ése que dejó tras de sí estasreliquias. [...] Por ejemplo, supongamos que (el historiador) está leyendo el Códi-go Teodosiano y que tiene ante sí cierto edicto del emperador. El simple hecho deleer las palabras y traducirlas no equivale a conocer su significación histórica. Afin de hacerlo tiene que representarse la situación que el emperador trataba dedominar, y tiene que representársela tal como el emperador lo hacía. Luego tieneque ver por su cuenta, tal como si la situación del emperador fuera la suya propia,la manera como podría resolverse semejante situación; tiene que ver las posiblesalternativas, y las razones para elegir una con preferencia a las otras y, por tanto,tiene que pasar por el mismo proceso que el emperador al decidir sobre este casoparticular. Así, está reactualizando en su propia mente la experiencia del empera-dor; y sólo en la medida en que haga esto, tiene algún conocimiento histórico, encuanto distinto del meramente filológico, del significado del texto 10.

En definitiva, y al contrario de lo que predicaba el empirismo positi-vista del siglo XIX, es evidente que la labor del historiador no es una meradescripción de los «hechos» del pasado (como si sólo fuera un notariomuy fiel). Su tarea consiste en la construcción de un pasado histórico enforma de relato narrativo y a partir de las reliquias, de las pruebas y fuen-tes informativas primarias legadas por el pasado, mediante un método in-ferencial e interpretativo en el cual es imposible eliminar al propio sujetognoseológico. Y de ello surge la imposibilidad del investigador de pres-cindir en su interpretación de su sistema de valores filosóficos e ideológi-cos, de su experiencia política y social, de su grado de formación cultural.Pero esa irreductibilidad del componente subjetivo no conduce al puroescepticismo (abriendo la vía al «todo vale» y «todo puede ser») o al cru-do nihilismo («nada se sabe» y «nada se puede saber») sobre el conoci-miento del pasado alcanzado por los historiadores.

Porque si bien la labor interpretativa, la tarea de hermenéutica, esesencial e imposible de neutralizar, el relato histórico del investigador nopuede ser arbitrario, ni caprichoso, ni ficticio, sino que debe estar justifi-cado, apoyado y contrastado por las pruebas y evidencias, por las reli-quias, que existan al respecto. Por tanto, la «verdad» en Historia no se re-fiere al pasado en sí, que es incognoscible, sino a las reliquias que del

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10 R. G. Collingwood, Idea de la historia, México, FCE, 1952, p. 272.

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mismo se preservan en el presente. Y aquella teoría interpretativa, aquelrelato histórico, que más factible y verosímil parezca, de acuerdo con laspruebas disponibles, será el que se considere verdadero en tanto no apa-rezcan nuevas pruebas o evidencias que vengan a desmentirlo o contrade-cirlo. En este sentido, unos relatos serán más verdaderos que otros por-que se fundamentan en un mayor número de pruebas verificables porotros investigadores y resultan coherentes con el conocimiento acumula-do como resultado de otras investigaciones. Las reliquias, el material pri-mario y original, los «documentos» o «fuentes» (en la jerga profesional),son, pues, la base sobre la que el historiador inicia su investigación y cons-truye su relato sobre el pasado, además de ser el criterio al que acudirápara demostrar la necesidad de los resultados e interpretación ofrecida enel mismo.

Aparte de esas características gnoseológicas, la historia como discipli-na científico-humanista es también tributaria de tres principios axiomáti-cos inexcusables que sólo comenzaron a observarse conjuntamente a par-tir de finales del siglo XVIII. Estos principios constitutivos de laracionalidad histórica constituyen una trilogía de axiomas que el gremiode historiadores considera desde entonces como esenciales y definitorios desu disciplina, hasta el punto de que la ausencia o negación de algunode ellos invalida cualquier relato con pretensión histórica:

1. El principio semántico de naturaleza crítica, que exige que todo rela-to o narración histórica debe estar apoyado y soportado sobre prue-bas y evidencias materiales que sean fisicalistas, verificables y coteja-bles empíricamente por los diversos investigadores. Dicho principiosemántico está en la base de la convención gremial que obliga a dar lareferencia precisa para localizar sin duda o ambigüedad todo docu-mento o material citado o utilizado en el relato historiográfico, paraposibilitar su consulta y examen por otros investigadores.

2. El principio determinista genético (o de negación de la magia y ex-clusión de la generación espontánea) que postula que cualquier acon-tecimiento humano surge y emerge necesariamente a partir de condi-ciones previas homogéneas y según un proceso de desarrollo internoe inmanente. Por eso, la interpretación histórica supone que el proce-so histórico de las sociedades humanas evoluciona por concatenacióninterna y descarta la intervención de causas exógenas (como la Provi-dencia divina, los astros o el azar absoluto).

3. El principio de significación temporal irreversible, que obliga a res-petar escrupulosamente la llamada «flecha del tiempo»: la naturaleza

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direccional y acumulativa del paso del tiempo en sentido obligado depasado fijo a futuro abierto a través de un presente en construcción ysin círculos ni bucles en su despliegue. En consecuencia, la cronolo-gía (la medida humana del paso del tiempo astronómico) se configu-ra como un vector y factor de evolución irreversible e impone la ex-clusión de cualquier anacronismo o ucronía en las interpretaciones yrelatos históricos.

En resolución, la historia como disciplina académica pretende, puedey debe producir conocimiento científico y verdades históricas (no absolu-tas sobre el pasado) que tienen un estatuto gnoseológico y pragmáticomuy diferente al de otros conocimientos que también aluden al pasado: elmítico, religioso, mágico o legendario. Precisamente, gracias a sus resulta-dos sabemos y conocemos que Cayo Julio César no es un ente de ficciónarbitrario y que la Roma imperial tiene un valor y entidad histórica muydiferente a la mítica Camelot del rey Arturo. En virtud de sus investiga-ciones, podemos detectar el anacronismo (esto es: la imposibilidad abso-luta en el plano real) de que una película sobre Atila en el siglo V tengacomo marcos ambientales arquitecturas románicas, vestuarios renacentis-tas y cantos monacales gregorianos. Y mediante la aplicación de este ra-cionalismo histórico fue posible que Petrarca, ya en el siglo XIV, descu-briese una verdad negativa como la que estableció el carácter fraudulentodel documento de la casa de Habsburgo donde Julio César supuestamen-te les entregaba la jurisdicción sobre sus dominios austríacos: «¿Quién noaprecia cuán falso y ridículo es que Julio César se llame a sí mismo Augus-to? Creí que todos los escolares sabían que ese título sólo comenzó a serutilizado por primera vez por su sucesor (Octavio Augusto)» 11.

La historia, en su sentido de res gestae, se presenta como un procesoevolutivo de las formas de sociedad humanas, como una sucesión de cam-bios en las estructuras sociales de los grupos humanos a lo largo del tiem-po y en determinados espacios. Las disciplinas históricas pretenden anali-zar, comprender y explicar narrativamente ese proceso dinámico, sobre labase del estudio e interpretación de las pruebas pertinentes legadas y dis-ponibles sobre el pasado. Pero esta tarea sería inabordable en su globali-dad si no hubiera criterios para discriminar qué es lo que se debe analizary re-exponer de toda la infinita variedad de sucesos y fenómenos que

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11 Véase el capítulo sobre Petrarca y la aparición del sentido de perspectiva histórica enel Renacimiento en Donald R. Kelley, Versions of History. From Antiquity to the Enlighten-ment, New Haven, Yale University Press, 1991, pp. 218-236 (la cita en pp. 233-234).

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acontecieron en el pasado. Escribir historia sería una empresa vana, ina-cabable e inútil si no se contara con criterios para saber qué pruebas sonlas pertinentes de entre toda la masa de reliquias disponibles y cuálesdeben seleccionarse como significativas para utilizar en la explicaciónhistórica.

A fin de realizar esta tarea de modo factible, los historiadores adoptanun «ideal regulativo» que les permite guiar su esfuerzo de investigación yselección de pruebas y de elaboración del relato histórico explicativo. Setrata de un horizonte metodológico que concibe las sociedades humanascomo sistemas dinámicos y complejos conformados por individuos ope-rativos y grupos colectivos y compuestos por esferas de actividad distin-tas, que se pueden tratar separadamente, pero que están conexas y son in-terdependientes en alguna medida y proporción.

Por ejemplo, recientemente una comisión de historiadores británicosencargada de la reforma de la enseñanza de la historia ha propuesto comomodelo orientativo docente la denominada «fórmula PESC», identifican-do en la historia cuatro dimensiones significativas: Política, Economía,Sociedad y Cultura. Por su parte, el antropólogo británico Ernest Gellnerha definido la «estructura de la historia humana» bajo el prisma de tresámbitos de actividad siempre presentes y operantes en cualquier sociedado grupo humano organizado: «la producción, la coerción y el conoci-miento» (o, como reza el título, más literario, de su libro: «El arado, la es-pada y el libro»). El historiador alemán Hans-Ulrich Wehler también per-cibe tres dimensiones distintas en el campo de las relaciones establecidaspor los hombres que forman una sociedad: «la dominación, el trabajo y lacultura». Karl Marx había propuesto en 1859 como canon interpretativode la historia humana una tripartición muy similar:

El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económicade la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica ypolítica y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia 12.

En todos esos casos, como en el conjunto de la práctica historiográfi-ca, se postula la necesidad de concebir esas dimensiones de la actividad

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12 K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, A. Corazón, 1978,p. 43. Report by the History Working Group, Londres, Her Majesty’s Stationery Office,1990, p. 16. Ernest Gellner, Plough, Sword and Book. The Structure of Human History, Lon-dres, Paladin, 1988 (hay traducción española: El arado, la espada y el libro, México, FCE,1992). H. U. Wehler, «What is the History of Society?», Storia della Storiografia (Milán),núm. 18, 1990, pp. 5-19.

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de los hombres como esferas diferentes pero conexas, mutuamente influ-yentes e interdependientes. Nunca como ámbitos atomizados que tuvie-ran su propia lógica interna y autónoma de evolución y transformaciónseparada. En otras palabras: la investigación histórica, aun reconociendola existencia individual de esas dimensiones en las sociedades y estudián-dolas como tales, también pretende descubrir y establecer la dialéctica delas relaciones causales, inmanentes y significativas que ligan a unas conotras en el proceso general evolutivo de las sociedades humanas. Eseprincipio de conexión entre las distintas actividades humanas está pre-sente tanto en la explicación ofrecida por la síntesis histórica global, conintenciones divulgativas, como en la ofrecida por la monografía especiali-zada, dirigida a un público más restringido o al propio gremio profesionalde historiadores.

IV. LA NECESIDAD SOCIAL DE UNA CONCIENCIA DEL PASADO

Las ciencias históricas cumplen una funcionalidad social y cultural de pri-mera importancia en nuestros tiempos y sociedades, como lo hizo la lite-ratura histórica desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea. Des-de luego, esta practicidad de la historia científica no reside en el hecho deque permita «predecir» el futuro: en todo caso, como hemos visto, la in-vestigación histórica «postdice» y «retrodice» el pasado cuando puede ycuenta con reliquias. Tampoco es posible admitir que la historia constitu-ye una suerte de magistra vitae portadora de lecciones y enseñanzas prác-ticas y repetibles en circunstancias históricas posteriores.

La practicidad de la historia científico-humanista sólo puede ser deotro orden y apoyarse sobre una necesidad social y cultural diferente: laexigencia operativa en todo grupo humano de tener una conciencia de supasado colectivo. Y ello porque los grupos humanos son por naturalezaheterogéneos y anómalos en su composición; por ejemplo, contienenmiembros de distintas edades y de varias generaciones. Así, en calidad degrupo colectivo tienen un pasado que excede siempre al pasado biográfi-co individual de cada uno de sus miembros. Sencillamente: el nieto queconvive con su abuelo sabe que éste fue nieto con anterioridad y recibe asu través el bagaje de ideas e imágenes sobre ese pasado no experimenta-do en su propia persona.

La conciencia del pasado comunitario del grupo humano constituyeun componente inevitable de su presente, de su dinámica social, de sus

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instituciones, tradiciones, sistema de valores, ceremonias y relaciones conel medio físico y otros grupos humanos circundantes. Dicha concepciónde su pasado común, de su duración como grupo en el tiempo y sobre elespacio, es una pieza clave para su identificación, orientación y supervi-vencia en el contexto del presente natural y cultural donde se encuentraemplazado. Y ello sucede tanto en las sociedades primitivas estudiadaspor los etnólogos como en las sociedades industriales avanzadas: ningunade ellas podría funcionar operativamente sin tener una concepción y re-cuerdo de su pasado y de la naturaleza de su relación previa con otrosgrupos humanos coetáneos y coterráneos y con el medio físico 13.

Así, por pura autopreservación, un determinado pueblo pastor sub-sahariano necesita conocer su derecho a llevar sus rebaños a ciertos pas-tos y lagos y recordar el tipo de relación, amistosa u hostil, que mantienecon otros pueblos pastoriles que utilizan los mismos recursos. Del mismomodo, el gobierno chino ha necesitado preservar el recuerdo histórico delTratado de Nankín de 1842 para reivindicar con legitimidad y eventual-mente obtener la devolución de la colonia de Hong Kong por parte delReino Unido en 1997.

Ciertamente, esa necesidad social de contar con una concepción delpasado comunitario puede satisfacerse (y de hecho así se hace) con for-mas de conocimiento muy diversas: mitos de creación, leyendas de ori-gen, genealogías fabulosas, doctrinas religiosas, etc. Basta recordar quetodavía en 1948, los autores de un manual escolar de historia para los ni-ños blancos de Sudáfrica declaraban:

La historia debe enseñarse a la luz de la revelación y concebirse como el cumpli-miento de la voluntad de Dios respecto al mundo y a la humanidad. [...] despuésde nuestra lengua materna, la historia patriótica de la nación es el único mediopara amarnos los unos a los otros 14.

También puede satisfacerse con una literatura histórica de clara in-tencionalidad propagandística pero sin un ropaje providencialista oabiertamente mítico. Incluso podría decirse que esta versión de la Histo-ria como instrumento de legitimación ha sido la más extendida durante laépoca contemporánea y aun en la actualidad, en consonancia con el pro-

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13 De esta necesidad operativa de contar con una conciencia histórica hay buenas prue-bas en la obra editada por Robert Layton, Who Needs the Past? Indigenous Values and Ar-chaeology, Londres, Unwin Hyman, 1989. También es muy instructiva la obra de Marc Fe-rro, Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero, México, FCE, 1990.

14 Esta cita, al igual que la siguiente, proceden de M. Ferro, op. cit., pp. 25 y 377.

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ceso de laicización general experimentado en las sociedades industriales.Por ejemplo, en el Japón anterior a la Segunda Guerra Mundial, la histo-ria investigada y enseñada, sin necesidad de recurrir a la intervención di-vina o a la mitología fabulosa, cumplía una reconocida labor ideológicade consolidación política y nacionalista:

Tiene como finalidad forjar el patriotismo, identificar a la población con la políti-ca de su emperador (...) Se debe enseñar a los niños la continuidad de la historiajaponesa, los logros gloriosos de los emperadores, los actos de los súbditos leales(...) para que conozcan las fases por las que ha pasado el país (...) y comprendan elprivilegio que consiste en ser japonés.

V. PRACTICIDAD DE LA HISTORIA CIENTÍFICA

La concepción del pasado que pretende ofrecer la investigación históricacientífica difiere notablemente de las ofrecidas por ese tipo de literaturamítica y meramente propagandística. No en vano, como hemos visto, esde una naturaleza radicalmente diferente: quiere ser verdadera y no ficti-cia o arbitraria; verificable materialmente y no incomprobable; causalistae inmanente al propio campo de las acciones humanas y no fruto del azaro de fuerzas inefables e insondables; racionalista y no ajena a toda lógica;crítica y no dogmática.

En definitiva, si bien la historia científica no puede «predecir» el fu-turo ni proporcionar ejemplos de conducta infalibles, sí permite exponerlos orígenes del presente e iluminar las circunstancias de su gestación,funcionamiento y transformación. La experiencia histórica de una socie-dad es su único referente positivo, su única advertencia tangible, para sa-ber a qué atenerse y poder perfilar los planes y proyectos que se proponeejecutar en el presente y de cara al porvenir, evitando así toda operaciónde salto en el vacío y toda actuación a ciegas o por simple tanteo. El histo-riador griego Polibio, en el siglo II a. C., enunciaba ya esta tarea de ilus-tración y pedagogía cívica propia de la literatura histórica clásica: «ningu-na educación es más apta para los hombres que el conocimiento de lasacciones pasadas. (...) la instrucción y ejercicio más seguro en materia degobierno, es la enseñanza a partir de la historia» 15.

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15 Polibio, Historias, Madrid, CSIC, 1972, libro primero, cap. 1. Traducción de AlbertoDíaz Tejera.

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Hay una demostración negativa de la radical necesidad del conoci-miento histórico racional (en cuanto distinto del mítico) en nuestras so-ciedades presentes: ¿cabría imaginar un Ministerio de Asuntos Exterioresque no tuviera noción alguna del pasado histórico de su propio Estado ydel de aquellos con los que tuviera que relacionarse? ¿Sería posible unaélite gobernante que careciera de conciencia histórica y ejecutara sus pro-yectos políticos, económicos, sociales o culturales, en el ámbito interno oexterior, sin referencia o conocimiento alguno del pasado? Omitimos ex-tendernos sobre los riesgos mortales implícitos en tales contingencias.Basta recordar aquí, a modo de prueba de esa imposibilidad, que uno delos rasgos que caracteriza a los Estados contemporáneos (y que aumentaen importancia según su potencia) es el volumen, densidad y eficacia or-ganizativa de sus archivos históricos y la cuantía y formación de los inves-tigadores y analistas que trabajan en ellos. No en vano, Cicerón ya habíaadvertido a sus compatriotas romanos: «Ignorar la historia es como per-manecer siendo un niño toda la vida» 16.

Por consiguiente, parece evidente la practicidad social y cultural delas disciplinas históricas: contribuyen a la explicación y entendimiento de lagénesis y evolución de las formas de sociedad humanas pretéritas y pre-sentes; proporcionan un sentido crítico de la identidad operativa de losindividuos y grupos humanos; y promueven la comprensión de las tradi-ciones, herencias y legados culturales que conforman las sociedades ac-tuales. Y al lado de esta practicidad positiva desempeñan una labor críticafundamental respecto a otras formas de conocimiento humano: impidenque se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultados de la inves-tigación empírica, so pena de hacer pura metafísica pseudo-histórica oformulaciones arbitrarias e indemostrables. Sencillamente, la razón histó-rica pone límites críticos infranqueables a la credulidad y fantasía míticasobre el pasado de los hombres y las sociedades.

En este sentido, las ciencias históricas ejercitan una labor esencial depedagogía, ilustración y filtro crítico en nuestras sociedades: son compo-nentes imprescindibles para la edificación y supervivencia de la concien-cia individual racionalista, que constituye una categoría básica de nuestratradición cultural clásica y universal. No es posible concebir, sin gravesriesgos para la salud del cuerpo social, un ciudadano que sea agente cons-ciente de su papel cívico al margen de una conciencia histórica desarrolla-

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16 Palabras de Cicerón en su obra De oratore, recogidas en E. J. Kenney y W. V. Clausen(eds.), Historia de la literatura clásica, vol. II. Literatura latina, Madrid, Gredos, 1989,p. 264.

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da, que le permita plantearse el sentido crítico-lógico de las cuestionespúblicas, orientarse fundadamente sobre ellas, asumir sus propias limita-ciones al respecto y precaverse contra las mistificaciones, hipóstasis y sus-tantivaciones de los fenómenos históricos.

No cabe duda de que hay prácticas historiográficas que incumplenesas funciones críticas y pedagógicas en virtud de su banalidad temática,su especialización atomizadora, su mera intención propagandística o surenuncia a establecer conexiones explicativas y causales entre aspectos dela realidad histórica. Serían, por ejemplo, aquéllas que concediesen igualimportancia para la dinámica de una sociedad al cambio de sus gustos cu-linarios y a la transformación de su sistema político por una revolución in-terna o un desplome militar, con el agravante de considerar aquél comoautónomo en su evolución. Serían aquéllas que considerasen tan impor-tante y significativo saber quién y cómo venció en la Segunda GuerraMundial y quién y cómo triunfó en la liga de fútbol inglesa de 1940, conindependencia de que ambos resultados de las investigaciones pertinen-tes fueran conocimientos históricos. Serían aquéllas que tuvieran comoúnico fin y horizonte la legitimación de un derecho político, la glorifica-ción de un grupo nacional o la propaganda de una ideología particular.

Sin embargo y pese a esos riesgos degenerativos, la vitalidad funcionalde la historia científica y de sus cultivadores parece demostrada por la aten-ción que se presta a sus temas y debates en las sociedades contemporáneas.Basta recordar la llamada «querella de los historiadores» germanos de1986-1987, en la que se debatía el lugar del nazismo en la historia de Alema-nia y la actitud pública y política de los alemanes ante ese trágico y recienteperíodo histórico que muchos hubieran querido olvidar. Recapitulando susenseñanzas, el historiador Hinnerk Bruhns ha formulado unas pertinentesreflexiones cuyo valor transciende el caso particular de referencia:

Una concepción lúcida de la historia debe integrar el conjunto de la historia ale-mana, con todas sus épocas positivas y negativas. (...)

La tarea de la ciencia histórica no consiste en fabricar una tradición que susci-te la aprobación general, sino en esclarecer los acontecimientos y estudiar sus cau-sas. Ello implica revisar permanentemente y dar un carácter histórico a la imagenque tenemos de la historia —y no relativizarla por razones políticas. (...) [El histo-riador] Debe intervenir en la memoria colectiva para prevenir la utilización políti-ca, consciente o no, de imágenes o de representaciones estereotipadas. En ese sen-tido el historiador, junto con mirar al pasado, trabaja en favor del porvenir 17.

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17 Hinnerk Bruhns, «El inaccesible pasado alemán», El Correo de la Unesco (París),abril de 1990, pp. 4-9.

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Con una intención muy similar, pero refiriéndose a los países surgidosdel desmembramiento de la antigua Unión Soviética, Leszek Kolakowskitambién ha advertido contra las tentativas de olvidar o deformar su incó-moda historia reciente en favor de una imagen más aceptable y selectivade la misma: «El pasado puede ser conjurado, pero lo que no se puedenunca es anularlo» 18.

A la vista de los síntomas ominosos que hay en el presente escenarioeuropeo e internacional, con su peligroso renacer del nacionalismo xenó-fobo y del racismo virulento, parece más necesario que nunca afirmar enpúblico la vigencia actual de la racionalidad histórica, su capacidad paradiscriminar objetivadamente la verdad frente al mito histórico y la propa-ganda, y su imprescindible practicidad social y ética para nuestros tiem-pos y sociedades. El ejercicio de la razón histórica, por dolorosa, imper-fecta y limitada que resulte, es siempre preferible a su dormición y susueño. Aunque meramente sea porque éste, ya lo sabemos gracias al genioplástico de Goya, no sólo produce ficción y goce estético sino tambiénmonstruos. La vigilia racionalista de la práctica histórica implantada aca-démica y socialmente constituye tal vez uno de los obstáculos que se opo-nen y combaten las nuevas reediciones de los monstruos del nazismo y elracismo en diversas partes del mundo. Y por eso debe sostenerse su ejer-cicio y enseñarse sus resultados.

VI. RECAPITULACIÓN: LA HISTORIA COMO CIENCIA HUMANA

Las explicaciones sobre el origen y evolución de las distintas formas de lassociedades humanas han sido constantes y muy divergentes a lo largo delos tiempos: relatos míticos, genealogías legendarias, cosmogonías religio-sas, ficciones noveladas, etc. Desde su constitución como ciencia humanay social, hace ya casi dos centurias, la disciplina de la Historia se ha esfor-zado por elaborar un conocimiento sobre ese proceso evolutivo de las so-ciedades humanas de naturaleza distinta y contrapuesta a los restantes: unconocimiento verdadero, materialmente verificable, demostrativo y críti-co-racional. Para lograr su cometido, la investigación histórico-científicase fundamenta en varios principios operativos axiomáticos que permitentratar de discriminar de modo objetivado y riguroso el verdadero pasado

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18 L. Kolakowski, «A Calamitous Accident», The Times Literary Supplement, Londres, 6de noviembre de 1992, p. 5.

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histórico de aquel pasado creado e imaginado por el mito, la leyenda y lanovela. El conocimiento generado por esa investigación sometida al im-perativo de esos principios constituye un elemento esencial de la concien-cia histórica de las sociedades actuales y representa un factor inexcusableen la tradición cultural racionalista y universal imperante en nuestraépoca.

Todas las sociedades humanas, en la medida en que están constituidaspor agrupaciones de hombres y mujeres de diversas edades y variadas ex-periencias vitales, tienen un pasado colectivo que se distingue necesaria-mente del pasado biográfico individual de cada uno de sus miembros. Noen vano, en cualquier sociedad, el nieto que convive con su abuelo sabeque éste fue nieto a su vez en un momento anterior y recibe a su través elbagaje de ideas, saberes, valores, lenguajes y ceremonias legadas por esepasado que él no experimentó en primera persona. El conocimiento, re-cuerdo y valoración de ese pasado colectivo y comunitario, de esa dura-ción como grupo determinado en el tiempo y sobre el espacio, constituyela conciencia histórica específica de las distintas sociedades humanas. Esaconciencia histórica, esa especie de contenidos de «memoria» compartidasobre el pasado colectivo, es así un componente decisivo del presente decualquier sociedad humana mínimamente desarrollada, de su sentido dela propia identidad, de su dinámica social, de sus instituciones y tradicio-nes y de sus relaciones con el medio físico y otros grupos humanos circun-dantes.

Dicho en otras palabras: pensar históricamente (cualquiera que seael contenido y formato de ese pensamiento sobre el tiempo pretérito) esuna de las facultades inherentes a las sociedades humanas por su mismacondición de grupos finitos de individuos heterogéneos, con hábitos deexistencia necesariamente gregarios y con capacidades racionales y co-municativas: el hombre es un animal social porque es homo sapiens(pensante) a la par que homo faber (agente activo) y homo loquens (ha-blante).

La posibilidad de desconocer u olvidar total o parcialmente ese pasadocomunitario es una grave falta para cualquier miembro individual del gru-po humano y constituye un claro riesgo para el equilibrio dinámico de lacolectividad social y para su capacidad de preservación y continuidad. Elpolítico y escritor Marco Tulio Cicerón, ya en el siglo I de nuestra era, advir-tió a sus compatriotas romanos al respecto con palabras certeras: «Desco-nocer qué es lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento es ser siempreun niño. ¿Qué es, en efecto, la vida de un hombre, si no se une a la vida desus antepasados mediante el recuerdo de los hechos antiguos?». En igual

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sentido, el historiador francés Pierre Vilar anotó mucho más recientemen-te: «Una humanidad —global o parcial— que no tuviera ninguna concien-cia de su pasado sería tan anormal como un individuo amnésico».

Para preservar íntegra esa conciencia histórica particular y evitar su ca-ída en el olvido, las sociedades humanas han generado muy distintas for-mas e instrumentos de aprendizaje, recuerdo y conmemoración. Ese papelcumplen, por ejemplo, los relatos orales en las sociedades ágrafas que des-conocen la escritura: «Nuestros padres nos los enseñaron a nosotros, comosus padres les enseñaron a ellos» (en palabras de un aborigen Yolngu deAustralia). Esa misma función desempeñan en las sociedades civilizadas yalfabetizadas otros tantos medios de preservación de la conciencia históri-ca: las crónicas escritas sobre las grandes epopeyas individuales o colecti-vas (como la Historia de los Godos de San Isidoro de Sevilla); las leyendasfabulosas sobre los orígenes de instituciones fundamentales (caso de la le-yenda del rey Arturo y el nacimiento de la monarquía inglesa); los comple-jos monumentales con gran carga de representación simbólica (como pue-dan ser las Pirámides de Gizeh en Egipto o el Parlamento de Westminsteren Gran Bretaña); las ceremonias de recuerdo comunitario (caso del día dela Hispanidad en España o del 4 de julio en Estados Unidos); los mitos decelebración de solidaridades colectivas (como el del apóstol Santiago y lareconquista cristiana en la península Ibérica); las viejas tradiciones repeti-das desde tiempo inmemorial (del tipo de la Semana Santa en ámbitos cris-tianos o del Ramadán en las culturas musulmanas), etc.

La necesidad social de contar con una mínima conciencia histórica delpasado comunitario ha dado origen a lo largo de los tiempos a formas deconocimiento muy diversas y no siempre armónicas y concordantes: mitosde creación, leyendas de origen, genealogías fabulosas, epopeyas ejempla-rizantes, cosmogonías y doctrinas religiosas. En los dos últimos siglos, esamisma necesidad social también ha estado en la base de la tremenda ex-pansión y popularidad que ha tenido un género literario muy peculiar y deenorme poder de sugestión y evocación: la novela histórica ambientada enotros tiempos y sociedades pretéritas (y su derivación cinematográfica: el«cine de historia»). Sin embargo, desde la Antigüedad clásica y hasta nues-tros días, ha existido una disciplina narrativa encargada específicamentede conformar y transmitir el conocimiento sobre los sucesos humanos pa-sados de un modo racional, riguroso, secular y demostrativo: la Historia.Una disciplina llamada así desde que Herodoto de Halicarnaso, en el si-glo V antes de nuestra era, intitulara con ese nuevo vocablo su famoso librode «investigaciones» y «averiguaciones» sobre las culturas de Asia Menory Egipto que visitó, conoció y registró en primera persona.

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Desde los tiempos fundacionales de Herodoto, la Historia se configu-ró como un relato o narración sobre los sucesos humanos pretéritos con-tradistinto y opuesto a los relatos míticos, legendarios, épicos o religiosos.Ante todo, el novedoso relato histórico se enfrentaba a aquellos otros re-latos sobre el pasado por su voluntad de búsqueda de la «verdad» de losacontecimientos humanos pretéritos en el propio orden humano, apelan-do a testigos directos o indirectos comprobados y cotejados, sin tomar enconsideración la posibilidad de una intervención sobrenatural o divina, ybasándose en el principio crítico-racionalista de inmanencia causal en laexplicación de los fenómenos descritos y narrados. La tradición historio-gráfica así constituida se convirtió en un componente esencial de la cultu-ra clásica greco-romana que cumplía una triple función cívica y formativa:era una fuente de instrucción moral personal, servía de entretenimientointelectual y, sobre todo, contribuía a la educación de los gobernantes porsu calidad de magistra vitae y espejo de lecciones políticas, militares yconstitucionales.

La patente omnipresencia de las religiones monoteístas y monolátri-cas durante los siglos de la Edad Media supuso un relativo retroceso (queno total desaparición) del cultivo de la historia secular al modo clásicogrecorromano. No en vano, la cosmovisión religiosa cristiana (como tam-bién la musulmana), al subordinar el devenir de los sucesos humanos a lavoluntad superior de un Dios omnisciente y omnipotente, abrió el ámbitode la historia a la intervención sobrenatural, al pleno dominio de la Divi-na Providencia, quebrando así el principio de inmanencia causal raciona-lista en el relato histórico. Sin embargo, a partir del siglo XV, las transfor-maciones culturales que inauguran la Edad Moderna con el Renacimiento(quiebra de la autoridad pontificia con la Reforma, el Descubrimiento deAmérica, los nuevos Estados soberanos, etc.) permitieron el restableci-miento de la tradición historiográfica clásica con nuevos bríos. De hecho,la historiografía renacentista fue beneficiaria de un nuevo sentido de la«perspectiva» histórica que concedía la debida atención a las circunstan-cias de espacio y tiempo gracias a la labor de la erudición crítica textual ydocumental.

La cristalización de esa nueva perspectiva fue resultado del estudio delos textos de autores clásicos redescubiertos y de la solución dada a losproblemas planteados por su interpretación y traducción del griego y la-tín a las modernas lenguas vernáculas. El humanista italiano Petrarca fuequizá el primero en transitar la vía de la crítica histórica erudita al denun-ciar como fraudulento (por «anacronismo») el pretendido pergamino deCayo Julio César en el que se cedía a la familia Habsburgo la jurisdicción

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y soberanía sobre los territorios de Austria: «¿Quién no aprecia cuán fal-so y ridículo es que Julio César se llame a sí mismo Augusto? Creí que to-dos los escolares sabían que ese título sólo comenzó a ser utilizado por susucesor (Octavio Augusto)».

Sobre la base de los avances de la erudición crítica textual en la épocamoderna, y al compás del movimiento de la Ilustración durante el si-glo XVIII, el género literario historiográfico de tradición clásica fue convir-tiéndose progresivamente en una verdadera disciplina de pretensionescientíficas, en una ciencia humana o social. Esa transformación operadaentre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX tuvo como protago-nista esencial a la escuela histórica germánica, cuyas principales figurasfueron Barthold G. Niebuhr y Leopold von Ranke. De hecho, en el senode dicha escuela se produjo por vez primera la confluencia y fusión entrelas dos corrientes hasta entonces separadas y sólo ocasionalmente vincu-ladas. Por un lado, la tradición narrativa historiográfica clásica, que se ha-bía preocupado por escribir sobre los avatares históricos con veracidad,voluntad de imparcialidad y elegancia discursiva. Y, por otro, la erudicióncrítica documental, que se había centrado en el análisis crítico filológico ycompositivo de los documentos históricos con la voluntad de establecersu autenticidad, sus interpolaciones y su cronología exacta. Buena pruebadel divorcio existente hasta entonces entre ambas tradiciones es el episo-dio protagonizado por el padre Daniel, historiógrafo oficial del reyLuis XIV, a quien se le había encomendado escribir una historia del Ejér-cito francés a principios del siglo XVIII. Fue introducido en la bibliotecareal para mostrarle miles de volúmenes que podrían serle útiles en su ta-rea y, tras consultar algunos de ellos durante una hora, declaró con sufi-ciencia: «Todos esos libros eran papelería inútil que no necesitaba paraescribir su historia».

La fusión de ambas tradiciones lograda por la escuela histórica ger-mánica y muy pronto asumida por las restantes escuelas históricas deEuropa y del mundo supuso la configuración de una nueva historiografíacientífica cuya práctica respetaba tres principios gnoseológicos axiomáti-cos inexcusables que se consideran definitorios de la disciplina históricatodavía en la actualidad. Unos principios operativos que delimitan con-ceptualmente el ámbito gnoseológico del campo categorial de la realidadsobre la que habrá de desplegarse la «razón histórica» en sus labores in-dagatorias y en sus construcciones de «verdades». De hecho, la ausenciao contradicción de algunos de estos principios operativos básicos sirvecomo criterio de discriminación entre la historia científica y los relatos so-bre el pasado de naturaleza mítica, religiosa o novelesca.

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El primero de tales axiomas es un principio semántico de naturalezaintensamente crítica y pragmática. A tenor del mismo, el contenido delrelato y narración histórica debe estar apoyado y soportado sobre prue-bas y evidencias materiales que sean físicas, verificables, cotejables ycomprobables empíricamente por los diversos investigadores potencia-les. Por tanto, toda obra histórica, con independencia de su estructuranarrativa (de su condición de «relato» discursivo, oral o escrito), debearticularse a partir de «fuentes» de información que son «reliquias» (re-linquere: lo que permanece): vestigios y testimonios del pasado finitos yfragmentarios pero disponibles en nuestro tiempo y susceptibles de es-tudio, observación y análisis recurrente. Son los llamados documentoshistóricos (del latín docere: enseñar, instruir): textos escritos en papiroso códices, restos arqueológicos, monedas y piezas cerámicas, monu-mentos, ceremonias inmemoriales, rastros toponímicos, cuadros o foto-grafías, etc.

Sobre la base material y primaria de estas reliquias y testimonios delpasado, el historiador, gracias a un procedimiento hermenéutico, a unmétodo de inferencia lógica e interpretativa, construye su relato sobre elpasado histórico que trata de servir como contexto explicativo imaginadopara esas reliquias y que no puede ser arbitrario ni caprichoso porqueestá limitado por las pruebas disponibles y por su grado de coherenciacon el conocimiento acumulado por otras investigaciones solventes. Lasreliquias materiales son, así pues, la base finita, limitada y fragmentariasobre la que el historiador inicia su investigación y el criterio al que acudi-rá para demostrar la necesidad, veracidad y coherencia de los resultados alos que llega en su investigación y en su narración correspondiente. Enotras palabras: las reliquias son la presencia viva del pasado que hace po-sible el conocimiento histórico en la medida en que pueden ser considera-das como los significantes (presentes) de unos significados (pretéritos)que subsisten más allá de ellos. Por tanto, no puede haber conocimientohistórico de hechos y procesos pretéritos de los que no se conserven hue-llas y vestigios en la actualidad: Quod non est in actis non est in mundo. Elpasado histórico es, así pues, un pasado imaginado, elaborado interpreta-tivamente, a partir de las reliquias disponibles en el presente actual desdeel que estudiamos e investigamos. No es un reflejo original del auténticopasado realmente sucedido, que es por definición incognoscible por ina-bordable y por su condición de pretérito perfecto. No hay máquina deltiempo posible que nos pueda retrotraer al pasado para «verlo en direc-to» y sólo cabe conocer éste por sus reliquias legadas en el presente contodas sus imperfecciones y limitaciones.

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El segundo axioma operativo que regula la moderna práctica históri-ca científica es el llamado principio determinista genético (o de negaciónde la magia y exclusión de la generación espontánea y de la creación exnihilo). En virtud del mismo, es un postulado necesario que cualquieracontecimiento o suceso humano surge, brota, cristaliza o emerge a partirde condiciones previas homogéneas y según un proceso de desarrollo in-terno, inmanente, endógeno y secular. Por tanto, resulta imprescindibleen la labor de interpretación y explicación histórica suponer que hay unaconcatenación interna del proceso evolutivo de las formas de las socieda-des humanas y debe buscarse las causas y razones del mismo en ese ordenhumano y en su misma escala y proporción.

El corolario lógico de este cierre del campo de inmanencia determi-nista es igualmente necesario: descartar la intervención de causas, facto-res o motivos exógenos en el devenir del curso de los procesos humanos,como pudieran ser la Divina Providencia, el Destino Manifiesto, la in-fluencia de las conjunciones astrales, la voluntad de seres extraterrestresanónimos e innominados, o el mero azar absoluto, totalizador y capricho-so. En consecuencia, el relato histórico científico tiene que limitarse a tra-tar de establecer vinculaciones y conexiones genéticas (de carácter causal,aleatorio o probabilístico) entre los fenómenos, acontecimientos y proce-sos dentro del propio ámbito material de la historia humana. Y no puedealbergar ni siquiera como posibilidad última la intervención de factoresexógenos inefables, innombrables, insondables o por completo incognos-cibles.

El tercer y último de los axiomas operativos constitutivos de la cienciahistórica es el llamado principio de significación temporal irreversible. Enotras palabras, la investigación y la narración histórica tiene que respetarla llamada «flecha del tiempo»: la naturaleza direccional y acumulativadel paso del tiempo en sentido necesario desde un pasado fijo y cerrado aun futuro abierto a través de un presente en construcción y sin efectuarbucles, círculos o regresiones azarosas. Esta novedosa concepción tempo-ral, surgida de la revolución científica y tecnológica del siglo XVII y expan-dida al compás de la Ilustración en el XVIII, implica la negación y supera-ción de otras concepciones sobre el fluir del tiempo dominantes en lahistoria hasta entonces. Por ejemplo, la concepción estática del PresenteEterno que suponía la inmutabilidad y eternidad de las condiciones deexistencia social y natural. O la concepción cíclica del Eterno Retorno,derivada del curso de los ritmos orgánicos naturales y siempre recurren-tes (sucesión del día y la noche o de las estaciones, regularidad de salida ypuesta del sol, etc.).

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El principio de significación temporal convierte así a la cronología (lamedida humana del paso del tiempo astronómico) en un vector y factorde evolución histórica irreversible e impone la exclusión de cualquieranacronismo (incompatibilidad de momentos temporales diferentes) o decualquier ucronía (ausencia de coordenadas temporales) en las interpre-taciones y narraciones elaboradas por la historia científica. Por eso mis-mo, la datación cronológica exacta es un imperativo historiográfico bási-co y previo a cualquier otra consideración. Y sólo enmarcado en eltiempo puede tratar de concebirse y comprenderse un fenómeno históri-co: Veritas filia temporis (la verdad sólo puede ser hija del tiempo).

En definitiva, la concepción del pasado que ofrece la investigaciónhistórica en forma narrativa construida bajo el imperio de esos tres princi-pios operativos es de naturaleza radicalmente diversa a los relatos míticoso religiosos y a las ficciones noveladas. Pretende ser verdadera y no arbi-traria ni caprichosa; verificable materialmente y no incomprobable ni in-demostrable; causalista e inmanente y no fruto del azar o de fuerzas inefa-bles e insondables; racionalista y no ajena a toda lógica; crítica (en cuantoque sujeta a criterio discriminador y revisable) y no dogmática (autososte-nida en su propia formulación y sacralizada como inmutable).

Si bien la historia científica no puede «pre-decir» acontecimientos(en todo caso, cuando hay pruebas y evidencias, «post-dice» o «retro-dice») ni tampoco proporcionar ejemplos de conducta infalibles y repeti-bles, sí permite realizar tareas culturales inexcusables para la humanidadcivilizada y desarrollada. A saber: contribuye a la explicación de la géne-sis, estructura y evolución de las sociedades presentes y pretéritas; pro-porciona un sentido crítico de la identidad dinámica y operativa de los in-dividuos y grupos humanos; y promueve la comprensión de lastradiciones y legados culturales que conforman las sociedades actuales.

Precisamente, gracias a los modos operativos de la historia científicapodemos tratar de discriminar el conocimiento histórico verdadero delmítico, legendario o novelesco. Así, por ejemplo, gracias al principio se-mántico que exige pruebas materiales verificables para sustentar una afir-mación, sabemos y conocemos que el emperador Napoleón Bonaparteque vivió entre 1769 y 1821 no es un ente de ficción arbitrario como Ju-lián Sorel, el protagonista de la novela Rojo y negro escrita por Stendhalen 1829. Y por ese mismo motivo, podemos afirmar que la Roma de losCésares tiene una entidad y valor histórico de orden contradistinto al mí-tico Camelot del rey Arturo, puesto que las múltiples reliquias preserva-das de aquélla impiden que su no-actualidad en el presente se identifiquecon su irrealidad e inexistencia absoluta en el pasado. También gracias al

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principio determinista genético sabemos que las Pirámides de Egipto nofueron construidas por visitantes extraterrestres de inteligencia superior einaccesible a nuestro supuesto limitado entendimiento de hombres terrí-colas. Y que tampoco la conquista y colonización española de Américafue el producto excelso de la Divina Providencia y de su especial predi-lección y cariño por los Reyes Católicos. Igualmente, en virtud del princi-pio de significación temporal, podemos detectar el anacronismo, la impo-sibilidad absoluta en el plano real, de que exista Un yanqui en la corte delrey Arturo, como rezaba la novela homónima de Mark Twain de 1889.O de que una película sobre las hazañas de Atila, rey de los hunos, en elsiglo V, tenga como marcos ambientales arquitecturas románicas (sólo exis-tentes desde el siglo XI), vestuario renacentista (del siglo XV y XVI) y trasfon-dos musicales con cantos gregorianos (sólo codificados en el siglo VII).

Las ciencias históricas así configuradas ejercitan una labor esencial depedagogía, ilustración y filtro crítico y catártico en nuestras sociedades:son componentes imprescindibles para la edificación y supervivencia dela conciencia individual racionalista, que constituye la categoría básica denuestra tradición cultural grecorromana y hoy plenamente universal. Singraves riesgos para el equilibrio dinámico y la salud del cuerpo social, noes posible concebir un ciudadano que sea agente consciente y reflexivo desu papel cívico al margen de una conciencia histórica mínimamente desa-rrollada. Sencillamente, porque dicha conciencia le permite plantearse elsentido crítico-lógico de las cuestiones de interés público, orientarse funda-damente sobre ellas, asumir sus propias limitaciones al respecto y precaver-se contra las mistificaciones, hipóstasis y sustantivaciones de los fenómenoshistóricos. Dicho en otras palabras más breves y certeras: el conocimientohistórico es un elemento imprescindible para intentar comprender racio-nalmente el mundo y la naturaleza de sus variados problemas.

La reivindicación de la practicidad de la Historia en las sociedades ac-tuales no es una tarea banal, arbitraria o intranscendente. Por el contra-rio, parece cada vez más necesaria en virtud de diversos síntomas inquie-tantes presentes en la sociedad internacional. Cabría afirmar que esenecesario papel cultural práctico de la Historia se manifiesta en dos ámbi-tos diferentes pero esencialmente conexos: por un lado, en una utilidadinformativa que se demuestra, a título de ejemplo, en la mera posibilidadde entendimiento (o incomprensión) de frases hechas de nuestro idioma yexpresiones consagradas de nuestra órbita histórico-cultural; por otrolado, en una utilidad crítico-formativa inexcusable para sostener un juiciorazonado y prudente sobre variadas temáticas y problemáticas humanasde orden tanto genérico como específico.

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La primera de esas utilidades fue bien recogida por el historiadorfrancés Pierre Vilar en una frase de sólo aparente simplicidad: «La histo-ria debe enseñarnos, en primer lugar, a leer un periódico». En efecto, sinun mínimo nivel de información histórica positiva (esto es: conocimientosbásicos de etapas, personajes e instituciones clave del proceso evolutivode las formas de sociedad humana desplegadas en el tiempo y sobre el es-pacio), resultaría sencillamente imposible entender algunas frases co-rrientes o apreciar el sentido de comparaciones habituales en el lenguajepúblico y mediático. Sirvan algunos ejemplos aleatorios sacados de laprensa y todos recientes de esta virtual imposibilidad:

1.º ¿Podría un lector de diarios o revistas comprender la ironía deacusar a alguien de tener «tanta masa cerebral como un Neanderthal» sinalgunas nociones sumarias de Prehistoria y de la diferencia entre la subes-pecie del Homo sapiens sapiens y la subespecie del Homo sapiens nean-derthalensis?

2.º ¿Cabría entender el significado peyorativo de calificar a una or-ganización de ser «un mero caballo de Troya» sin mínimas noticias sobrequién fue Homero, qué es la Ilíada, en qué consistía la astucia estratégicade Aquiles y, en general, que representó la guerra de Troya para el mundoclásico grecorromano?

3.º ¿Sería posible asumir el sentido catastrófico de una denuncia deltipo «todo lo dejó como los vándalos a su paso» en ausencia de cualquierinformación sobre la forma de desintegración del Imperio Romano y elprotagonismo de las invasiones bárbaras que clausuraban la Edad Anti-gua e inauguraban la Edad Media?

4.º ¿No resultaría un completo sinsentido la calificación de un polí-tico como «una combinación de Maquiavelo actuando y Demóstenes ha-blando» si se desconoce a ambas figuras y su importancia en el respectivocontexto histórico del siglo XVI después de Cristo y del siglo IV antes deJesucristo?

5.º ¿Comprendería un oyente o lector una definición de un estadis-ta como «más cercano al perfil de Chamberlain que al de Churchill» sintener idea de que ambos nombres remiten a los dos primeros ministrosbritánicos que hicieron frente al expansionismo de la Alemania de Hitleren los años treinta del siglo XX mediante dos políticas contrapuestas: Ne-ville Chamberlain, con el apaciguamiento y la búsqueda de la conciliació-na toda costa; Winston Churchill, con la oposición tenaz y la decisión deluchar hasta la destrucción de la amenaza nazi?

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Podrían citarse muchos otros casos del lenguaje ordinario y periodís-tico que retoman motivos históricos para dar cuenta comparativa de reali-dades humanas actuales, en un claro ejemplo de persistencia del pasadoen el presente. Algunos de ellos son muy certeros y todavía comprensiblespara aquel sector de la ciudadanía que ha recibido ese bagaje cultural portransmisión oral o escrita (tanto familiar como escolar). Y sin embargo,muchos de ellos están en trance de desaparición debido a la progresivapérdida de su alcance histórico y del conocimiento de sus referentes pre-téritos explicativos: «Este edificio es de cuando reinaba Carolo» (con elpropósito de señalar que es muy antiguo, como las abundantes edificacio-nes ordenadas por el rey Carlos III presididas por una inscripción queempezaba: «Rege Carolo...»); «El candidato pretendía ser elegido por ar-tículo 29» (en alusión crítica al citado artículo de la Ley electoral de laRestauración borbónica (1874-1931) que permitía la proclamación auto-mática de un diputado o concejal sin previa elección en caso de no habercontrincante); «Era tan prudente como Solón y más duro que Dracón»(apelando a dos de los principales «siete sabios griegos» y a sus respecti-vas virtudes como grandes legisladores); «Esta tarea será más lenta que laReconquista» (tomando como patrón de comparación los ocho siglos deduración del proceso de expulsión de los musulmanes de España a cargode los reinos cristianos norteños); etc.

Sin duda alguna, el papel informativo de las ciencias históricas en esteplano de mero aporte y acopio de saberes positivos (con toda su capacidadpara ilustrar situaciones del presente mediante ejemplos pretéritos) resultaevidente e incontestable. Y sin embargo, no reside aquí la principal utili-dad y practicidad atribuible a las ciencias históricas para las sociedades ac-tuales (ni quizá para las anteriores). Ésta se hallaría en la capacidad críticade la racionalidad histórica para intentar discriminar objetivadamente laverdad sobre el pasado humano de las falacias ofrecidas por los mitos his-tóricos o por otras fuentes de configuración de ideas sobre el pretérito (lascosmogonías y doctrinas religiosas; las leyendas de origen y genealogías fa-bulosas; la mera ficción novelada o cinematográfica; etc.).

De hecho, la ciencia de la Historia desempeña una labor crítica fun-damental respecto a estas otras formas de conocimiento humano: impideque se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultados de la inves-tigación empírica, so pena de hacer pura metafísica pseudohistórica o for-mulaciones arbitrarias e indemostrables. La razón histórica impone lími-tes críticos infranqueables a la credulidad y fantasía sobre el pasado de loshombres y sus sociedades: constituye un poderoso antídoto y un severocorrectivo contra la ignorancia que libera y alimenta la imaginación inte-

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resada y mistificadora sobre el pasado humano. Y la importancia de estautilidad crítico-formativa de las ciencias históricas (como entrenamientoen la duda metódica basada en criterios racionales antidogmáticos y no enuna estéril duda escéptica) cabe apreciarla por contraposición a las preo-cupantes manifestaciones de credulidad e irracionalidad histórica queabundan en la vida pública de nuestra propia sociedad.

Como ejemplo de estas últimas, podríamos citar el caso de un jovenasturiano que creía que los «astures» eran un pueblo «celta» indígena quevivía en Asturias antes de la llegada de los romanos (como si las migracio-nes indoeuropeas no hubieran llegado antes e igualmente a Cataluña o alas provincias de Segovia y Ávila), que hablaban la lengua llamada «ba-ble» (como si los dialectos así designados no procedieran del latín y se hu-bieran configurado bastantes siglos más tarde, en plena Edad Media) yque el «puente romano» de Cangas de Onís había sido construido en rea-lidad en la «época celta» (como si no fuera una construcción medieval envirtud, entre otras cosas, de su arco de ojiva central).

Siempre cabría decir que estas elucubraciones metafísicas con su-puesta base histórica son realmente inofensivas y carentes de importanciareal. Lo cual no deja de ser cierto en gran medida, afortunadamente. Perohay veces que esos delirios pseudohistóricos, a veces nostálgicos de la«Arcadia perdida» y a veces soñadores del futuro «Edén terrenal», siem-pre tan irracionales como dogmáticos, cobran una trascendencia mortífe-ra. Como cuando se ponen al servicio de una ideología y estrategia políti-ca que demanda el pago de cuotas de sangre «enemiga» (los «interesesajenos al bien de la Patria», «el Otro amenazante y retador») para hacertriunfar la ilusión del Paraíso mundano perdido o anhelado. Y no es pre-ciso acudir a los ejemplos distantes pero recientes de la antigua Yugosla-via para ver los efectos potencialmente letales de ideas y mitos historicis-tas de este calibre y condición. La ciencia humana de la historia no seránunca capaz de librar al mundo de esos peligros y amenazas. Pero al me-nos ofrecerá medios a los hombres para entender cabalmente su entidad ynaturaleza y ayudará a paliar sus peores efectos y resultados.

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2. LA EVOLUCIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA DESDE LOSORÍGENES HASTA LA ACTUALIDAD

La mayoría de manuales sobre Historiografía (esto es: la historia de los rela-tos históricos y sus autores) suelen situar los orígenes de la disciplina histó-rica en la Grecia del siglo VI y V a. C.: con los logógrafos jonios, con Heró-doto y Tucídides. Algunos manuales comienzan señalando la existencia derelatos de contenido histórico en civilizaciones previas como la egipcia, lamesopotámica, la hebrea o la hindú del segundo y primer milenio antes denuestra era. Y aún hay otros que afirman la existencia de relatos históricosdesde el mismo momento en que surgen comunidades humanas, aunqueéstos fueran sólo cuentos, cantos y poemas orales que, debido al desconoci-miento de la escritura, se han perdido para siempre en el olvido.

No obstante, casi todos los especialistas coinciden en señalar que a fi-nales del XVIII y principios del XIX la actividad de investigación y redac-ción de los relatos históricos experimentó una transformación notable, degrado y calidad. A partir de ese momento, el ejercicio de la historia pasó aconvertirse en una disciplina científica, bien diferente de la historia artís-tica y literaria que se había venido practicando hasta entonces. En pala-bras del historiador norteamericano Harry Ritter:

Durante el siglo XVIII la antigua tradición de historia como narración se fusionócon el interés erudito por los hechos y, alrededor de 1800, el concepto modernode historia científica cobró forma 1.

En efecto, la distancia entre la «historia» contada y relatada antes ydespués de Leopold von Ranke (por utilizar su persona como símbolo delas transformaciones operadas), es de tal grado que obliga a distinguirambos tipos de actividad: la primera sería una categoría o género literarioy narrativo peculiar; la segunda, una auténtica ciencia humana o social.

1 Harry Ritter, «History», Dictionary of Concepts in History, Nueva York, GreenwoodPress, 1986, pp. 193-200. Señala al respecto Arthur Marwick: «la Historia, como disciplinaacadémica y cuerpo de conocimientos, comienza sólo con Ranke y sus compatriotas alema-nes de principios del siglo XIX», The Nature of History, Londres, Macmillan, 1989, p. 29.

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Como ya hemos visto, todas las sociedades tienen necesariamente unaconciencia temporal de su pasado. El hombre es siempre un ser gregario yel grupo social es por naturaleza heterogéneo en su composición: coexis-ten en él individuos de diversas edades y con distintas vivencias. Por estarazón, todos los componentes de cualquier grupo humano saben quehubo un período temporal anterior al de su propia experiencia biográficaindividual. Todos son conscientes, por sumaria que pueda ser esa con-ciencia, de la acción del tiempo y de la diferencia entre el presente y loprevio y posterior a él. La concepción de tal pasado comunitario constitu-ye un elemento inevitable y esencial de sus instituciones, valores, tradicio-nes y relaciones con el medio físico y con otros grupos humanos circun-dantes. Aquí reside la necesidad de tener una conciencia del pasadocolectivo y la función social de esa misma conciencia en el seno del grupo,como factor de identificación, legitimación y orientación dentro del con-texto natural y social donde esté emplazado el grupo 2.

En las sociedades ágrafas (desconocedoras de la escritura), esa necesi-dad funcional de una conciencia del pasado se satisface mediante la reci-tación de la genealogía familiar y tribal o por relatos míticos y religiosostransmitidos por tradición oral. Como afirman todavía hoy los aborígenesaustralianos sobre sus mitos de origen: «Nuestros padres nos los enseña-ron a nosotros como sus padres les enseñaron a ellos». No en vano, delpasado proceden las técnicas, los saberes y las tradiciones que permiten lasupervivencia y reproducción del grupo comunitario. Y por eso mismo, elconocimiento del pasado es «un elemento crítico de toda la vida social» ycon frecuencia «se convierte a menudo en un recurso político» 3.

I. EL ORIGEN DE LA HISTORIOGRAFÍA EN LA ANTIGÜEDAD

A partir del III milenio a. C., el surgimiento de las civilizaciones urbanasy literarias en el Creciente Fértil (Egipto y Mesopotamia) fue acompa-ñado de la aparición de un relato escrito (en papiro, cera, madera o pie-

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2 Robert Layton (comp.), Who Needs the Past? Indigenous Values and Archaeology, Lon-dres, Unwin Hyman, 1989, especialmente la introducción del compilador, pp. 1-12. Charles-Olivier Carbonell, La historiografía, México, FCE, 1986, cap. 1. Jacques Le Goff, Pensar la his-toria, Barcelona, Paidós, 1991, pp. 180-184. Nos hemos ocupado extensamente de estosasuntos en la obra ya citada Las caras de Clío. Una introducción a la Historia, pp. 85-90.

3 Recogido por N. M. Williams y D. Mununggurr, «Understanding Yolngu signs of thePast», en R. Layton, op. cit., p. 78.

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dra) donde se registraban los mitos, las intervenciones divinas y los he-chos humanos seculares del pasado. Es entonces cuando propiamente seconstituyó la Historia, la literatura histórica, «como una forma de narra-ción de acontecimientos pretéritos», como una categoría o género litera-rio y narrativo particular. Porque la escritura permitió superar la fragili-dad de la memoria y dejar un registro de los hechos comunitariospermanente y transmisible a generaciones sucesivas, sin los riesgos de ol-vidos o deformaciones voluntarias o involuntarias que estaban presentesen la transmisión oral 4.

En Egipto y Mesopotamia aparecieron por vez primera las listas dereyes (como la Estela de Palermo egipcia, del 2350 a. C. aproximadamen-te), las inscripciones votivas y conmemorativas en templos y obeliscos,los anales y las crónicas («narración de sucesos políticos o religiosos orde-nados cronológicamente y fechados según los años de reinado de un mo-narca»). En todos esos casos, su función parece haber sido básicamentedual: servir como elemento de legitimación y apología del poder realbenefactor y también como sistema de datación temporal en la prácticaadministrativa. Para el antiguo pueblo de Israel, la conciencia del pasadoera incluso un precepto de su religión inscrito en su libro revelado, dondeMoisés exhorta a los hebreos:

Trae a la memoria los tiempos pasados,Atiende a los años de todas las generaciones;Pregunta a tu padre, y te enseñará;A tus ancianos, y te dirán.

(Deuteronomio, XXXII, 7).

Precisamente, fue en Israel donde parece surgir por vez primera unaobra histórica de sucesos genuinamente seculares, en el sentido de que nointerviene en el relato la divinidad: la llamada «narrativa de la sucesión»,sobre la rebelión de Absalón contra su padre el rey David, redactada haciael siglo VI a. C. e incorporada a la Biblia (Samuel, libro segundo, 9-20).

La aparición de ese género de literatura histórica israelita es contem-poránea del surgimiento de un tipo similar de relato histórico en Grecia,

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también a lo largo del siglo VI y V a. C. La floración de la historiografíaclásica griega fue consecuencia de la eclosión cultural que dio origen a lafilosofía, la geometría y la aritmética, la tragedia y la comedia, etc. Dichaeclosión fue precedida y originada por la generalización de la economíamonetaria y mercantil, la crisis del gobierno aristocrático, el surgimientode las tiranías y democracias en las ciudades-estado, y los cambios religio-sos y rituales consecuentes. En definitiva, la difusión del racionalismo crí-tico intelectual y de la nueva conciencia cívica de la polis griega fueronauténticos parteros de la historiografía griega 5.

Bajo la rúbrica de logógrafos se agrupa un conjunto de escritores delAsia Menor griega que anticipan a Heródoto con sus relatos de aconteci-mientos pasados en los que quiere estar ausente el mito y la leyenda. Elmás conocido de ellos, Hecateo de Mileto (fines del siglo VI a. C.), expo-nía así su propósito: «Escribo estas cosas en la medida en que me parecenverídicas; de hecho, las leyendas de los griegos son numerosas y ridículas,por lo menos en mi opinión». Ciertamente, la subsecuente historiografíagriega va a caracterizarse por ese enfrentamiento al mito en aras de unrelato racionalista, crítico, secular, resultado de la investigación y averi-guación personal por parte del autor, que pretende ser «verdadero» y nofabuloso ni ficticio.

Heródoto de Halicarnaso (circa 480-425 a. C.), con sus Historias (so-bre las guerras médicas), y el ateniense Tucídides (circa 460-400 a. C.), consu Historia de la guerra del Peloponeso, son los exponentes más notablesy representativos de la historiografía clásica helénica. Ambos continua-ron y acentuaron el respeto a las dos exigencias del relato histórico es-tablecido por Hecateo: la forma narrativa y la pretensión de veracidad. Ycon ellos quedó constituida la Historia como una categoría y género lite-rario racionalista y contradistinto del relato mítico, enfrentado a él en lavoluntad de búsqueda de la «verdad» de los acontecimientos humanos(sobre todo políticos y militares) en el propio orden humano, sin inter-

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5 Al respecto, aparte de las obras de Van Setters y Butterfield ya citadas, véase también:François Châtelet, El nacimiento de la Historia, Madrid, Siglo XXI, 1978, 2 vols. Josep Fon-tana, Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982, pp. 17-26. Ar-naldo Momigliano, La historiografía griega, Barcelona, Crítica, 1984. Jorge Luis Cassani yA. J. Pérez Amuchástegui, Del epos a la historia científica. Una visión de la historiografía através del método, Buenos Aries, Ábaco, 1982. Contamos con interesantes antologías docu-mentales: Martín Alonso (ed.), Historiadores griegos, Madrid, Edaf, 1968. Fernando Sán-chez Marcos, Invitación a la Historia. De Heródoto a Voltaire, Barcelona, Publicaciones Uni-versitarias, 1988. Donald R. Kelley, Versions of History from Antiquity to the Enlightment,New Haven, Yale University Press, 1991. Emilio Mitre Fernández, Historia y pensamientohistórico. Estudio y antología, Madrid, Cátedra, 1997.

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vención sobrenatural y apelando a una inmanencia causal en la explica-ción de los fenómenos. Ello sin mengua de que el relato histórico-literariosea más verosímil que verdadero, como demuestra el gusto por la trans-cripción de discursos supuestamente pronunciados por los protagonistashistóricos en momentos claves.

La tradición historiográfica griega enlazó con la romana a través dePolibio (circa 200-118 a. C.), autor de las Historias sobre la expansión im-perial de Roma, y Plutarco (45-123 d. C.), cultivador del género biográfi-co con sus Vidas paralelas. Dicha tradición historiográfica clásica cumplíabásicamente una triple función social: constituía una fuente de instruc-ción moral, tanto cívica como religiosa; contribuía a la educación de losgobernantes en su calidad de magistra vitae y espejo de lecciones políti-cas, militares y constitucionales; y proporcionaba un entretenimiento in-telectual para los cultos (los pocos que leían) y servía de apoyatura y so-porte para el aprendizaje de las artes retóricas y oratorias, clave para lavida política grecorromana.

Los cuatro grandes historiadores romanos perpetuaron fielmente losrasgos definitorios y las funciones de la historiografía griega: Julio César(100-44 a. C.) con sus relatos biográficos sobre La guerra de las Galias yLa guerra civil; Cayo Salustio (87-34 a. C.) con su narración sobre la crisisde la República en La conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta; TitoLivio (59 a. C.-17 d. C.) con su historia de Roma desde la fundación de laciudad hasta el reinado de Augusto, Ab Urbe Condita; y Cornelio Tácito(circa 52-120 d. C.) con su narración truculenta de los primeros empera-dores en los Anales y las Historias 6.

II. LA LITERATURA HISTÓRICA EN LA EDAD MEDIA

La tradición historiográfica clásica sufrió una ruptura radical con la de-sintegración política del Imperio romano en el siglo IV y con el ascensodel cristianismo como religión oficial del estado. Y ello porque el histo-riador cristiano, casi siempre un clérigo u hombre de Iglesia, entenderála historia no como una investigación secular, causal y racionalista de los

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6 Jean-Marie André y Alain Hus, La historia en Roma, Madrid, Siglo XXI, 1983. Emilia-no Aguado (comp.), Historiadores latinos, Madrid, Edaf, 1970. T. P. Wiseman, «ClassicalHistoriography», en Christopher Holdsworth y T. P. Wiseman (comps.), The Inheritance ofHistoriography, 350-900, Exeter, University Press, 1986, pp. 1-6.

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hechos humanos, sino como «la contemplación alegórica de la voluntaddivina», como la realización del plan preparado por Dios para la salva-ción de los hombres desde la Creación y hasta el Juicio Final, pasandopor el momento clave de la Encarnación del Hijo de Dios. Esa conexiónentre el curso humano y la voluntad divina abrió el ámbito de la historiaa la intervención sobrenatural, tanto milagrosa como maléfica, y así que-bró el principio clásico de inmanencia causal racionalista del relato his-tórico 7.

Durante la Edad Media, a tono con el poder temporal e intelectualasumido por la Iglesia, las funciones sociales de la historiografía clásicapasarían a ser cumplidas por una teología de contenidos históricos para lacual el speculum historiale mostraba simplemente el desenvolvimiento dela Divina Providencia: «la acción del hombre bajo la mirada vigilante deDios», en palabras de Émile Mâle. El gran sistematizador de esa teologíasería San Agustín (354-430), obispo de Hipona, en su influyente obraLa Ciudad de Dios. Pero el modelo historiográfico indiscutido fue Euse-bio (circa 260-340), obispo de Cesarea, autor de una Crónica, en griego,donde resumía toda la historia universal hasta el triunfo del cristianismo,empezando con el relato bíblico e incorporando la historia mesopotámi-ca, egipcia y grecorromana. San Jerónimo, obispo de Milán, la tradujo allatín hacia el 389 y bajo ese formato (la Crónica de San Jerónimo) se con-virtió en una pieza canónica de la cronografía e historia cristiana. Fue uti-lizada como modelo y base de datos en los Siete libros de historia contralos paganos del clérigo Paulo Orosio (418) y en la muy extendida ChronicaMundi de San Isidoro (560-636), prolífico obispo de Sevilla.

Al margen de la crónica universal, el surgimiento y consolidación delos reinos medievales posibilitó la aparición de otro género histórico: lacrónica particular sobre los nuevos estados en el marco de una concep-ción cristiana y providencialista de la historia. Tal fue el caso de la His-toria de los francos del obispo Gregorio de Tours (530-594); la Historiade la Iglesia y el pueblo de Inglaterra del monje Beda el Venerable(673-735); la Historia de los lombardos de Paulo el Diácono (fines del si-glo VIII), etcétera. Ya en la plenitud de la Edad Media, se elaboraríanobras similares en lenguas vernáculas, como la Crónica General de Espa-

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7 Denys Hays, Annalists and Historians. Western Historiography from the Eigth to theEighteenth Century, Londres, Methuen, 1977. Emilio Mitre Fernández, Historiografía ymentalidades históricas en la Europa medieval, Madrid, Universidad Complutense, 1982.Bernard Guenée, Histoire et culture historique dans l’Occident médiéval, París, Aubier-Mon-taigne, 1980. Carmen Orcástegui y Esteban Sarasa, La Historia en la Edad Media, Madrid,Cátedra, 1991. Anders Piltz, The World of Medieval Learning, Oxford, Blackwell, 1981.

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ña compuesta bajo la dirección del rey Alfonso X el Sabio entre 1270y 1280.

III. EL RENACIMIENTO Y LA APARICIÓN DE LA CRÍTICA HISTÓRICA

A partir del siglo XIV y durante el siglo XV, las transformaciones históricasque dieron origen al Renacimiento en Europa posibilitaron una recupera-ción gradual de la práctica historiográfica al estilo grecorromano. No envano, la expansión de la economía mercantil, la formación de los Estadosmodernos, los grandes descubrimientos geográficos, la invención de laimprenta (1455) y la recepción de nuevas obras clásicas tras la caída deConstantinopla ante los turcos (1453), contribuyeron a reducir el poderterrenal del Papado y a debilitar el control eclesiástico sobre el universointelectual de Europa.

En ese nuevo contexto de oscurecimiento de la tutela teológica, loshumanistas renacentistas redescubrieron la cultura clásica en su formaoriginal y, entregándose a su estudio, interpretación y traducción, genera-ron una nueva conciencia histórica: «un sentido de la perspectiva tempo-ral (...) nacido a la par que los pintores italianos comenzaban a represen-tar las figuras de acuerdo con las leyes de la perspectiva espacial». DesdePetrarca (1304-1374), la conciencia de anacronismo, de «sentido de ladiscontinuidad histórica», de necesaria atención a las circunstancias detiempo y lugar como magnitudes significativas, fue abriéndose paso entrelos humanistas al compás de una periodización profana de la historia: An-tigüedad, Medievo y Modernidad 8.

Los historiadores florentinos fueron los primeros que reactualizaronel modelo clásico de relato racionalista e inmanentista, bajo la nueva con-ciencia de perspectiva temporal y sentido del anacronismo: LeonardoBruni (1370-1444); Nicolás Maquiavelo (1469-1527); y Francesco Guic-ciardini (1483-1540). En consonancia con la naturaleza de sus autores(políticos y funcionarios) y con la influencia de los modelos clásicos, suobra era básicamente política, militar y diplomática, sin pretensiones mo-ralizantes o religiosas (de ahí el llamado realismo amoral «maquiavéli-

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8 H. E. Barnes, A History of Historical Writing, Nueva York, Dover, 2ª ed., 1962, pp. 60-63. Véase la introducción de Donald R. Kelly a su selección de textos históricos modernos:Versions of History, cap. 6. H. Ritter, «Anachronism», en Dictionary of Concepts in History.Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, La aparición del libro, 1450-1800, México, Uthea, 1962.Peter Burke, The Renaissance Sense of the Past, Londres, Edward Arnold, 1969.

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co»), pero con intención de enseñar lecciones políticas a los gobernantesy de legitimar derechos ejercidos o pretendidos por la República. A la par,estaba escrita con esmero literario, preocupación estilística y apoyaturaen la documentación archivística oficial.

Ese modelo historiográfico tuvo su eco y reflejo entre los historiado-res humanistas del resto del continente. En España, el descubrimiento yconquista de América generó una producción historiográfica muy pareci-da a la de Heródoto y los logógrafos por su incorporación de temas geo-gráficos, naturalistas y etnográficos en la narración histórica: la llamada«Cronística de Indias» (Bernal Díaz del Castillo; Pedro Cieza de León;Gonzalo Fernández de Oviedo, etcétera).

La nueva conciencia temporal de los humanistas renacentistas fuecristalizando a medida que coleccionaban y estudiaban los textos de auto-res clásicos redescubiertos y solucionaban los problemas planteados porsu interpretación y traducción a lenguas vernáculas. Y de esta labor deanálisis filológico comparativo fue desprendiéndose la disciplina históricaque habría de estar en el origen de la historia científica del siglo XIX: laerudición crítica documental.

El primer gran triunfo en esa roturación racionalista del material his-tórico fue el descubrimiento del fraude de la supuesta «Donación deConstantino», según la cual el emperador había entregado al papa Silves-tre y a sus sucesores la autoridad sobre Roma y todo el Imperio de Occi-dente. Lorenzo Valla (1407-1457), humanista al servicio del rey de Nápo-les (enfrentado a las pretensiones políticas del Papado), descubrió lasuperchería mediante una demoledora crítica interna del documento,mostrando su anacronismo respecto al latín del siglo IV y sus errores e ine-xactitudes gramaticales, jurídicas, geográficas y cronológicas. No cabeminusvalorar la importancia de estos hechos: por vez primera, la críticadocumental lograba una verdad histórica, aunque fuese negativa, demos-trando el carácter fraudulento de unos documentos; es decir, se destituíaa los mismos de su condición de reliquia histórica 9.

La Reforma y las consecuentes disputas religiosas entre católicos yprotestantes acentuaron enormemente los avances en las técnicas de estu-dio crítico filológico y documental. Así, un equipo de historiadores lute-ranos emprendió la tarea de redactar una historia eclesiástica basándoseen la edición crítica y exégesis de textos originales cristianos: las Centurias

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9 Además de la obra de Peter Burke ya citada en nota previa, véase sobre este particular:Donald R. Kelley, Foundations of Modern Historical Scholarship, Nueva York, ColumbiaUniversity Press, 1970.

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de Magdeburgo (1539-1546), donde el relato se vertebraba sobre períodosde cien años: origen de la periodización secular. Su intención era recupe-rar la tradición cristiana primitiva, antes de su supuesta corrupción por laIglesia romana, y demostrar la falta de base histórica de las pretensionespolíticas y dogmáticas del Papado. Para responderles, los historiadorescatólicos asumieron las mismas técnicas críticas documentales, generan-do una historia eclesiástica que había perdido su carácter sacro y habíadevenido en relato racionalista, erudito al modo renacentista y conscien-temente demostrativo y polémico.

Los historiadores jesuitas, dirigidos por Jean Bolland (de ahí suapodo de «bolandistas»), comenzaron a editar las Acta sanctorum en1643: biografías de santos basadas en un examen crítico de las fuentesdisponibles y descartando los aspectos legendarios y documentos frau-dulentos. Por su parte, los benedictinos parisinos de la congregación deSaint-Maur (los «mauristas») iniciaron una empresa similar de biogra-fías de santos de la orden benedictina en 1668. Y sería un maurista, JeanMabillon (1632-1707), quien daría un impulso crucial al método histó-rico crítico hasta el punto de ser llamado «el Newton de la historia».En 1681, Mabillon publicó su famosa De Re Diplomatica, estableciendolas reglas de la disciplina encargada de analizar, verificar y autentificarlos documentos históricos (los «diplomas») y descubrir interpolacionesy modificaciones en los mismos, atendiendo a sus características gráfi-cas, estilísticas y formales, y a sus modos de datación, rúbrica y sella-do 10. Es decir, las reglas sistemáticas para alcanzar un conocimientoverdadero sobre el carácter histórico o fraudulento de ese material do-cumental.

A partir de 1681, la erudición crítica, pertrechada de reglas de análisisfilológico, paleográfico, diplomático, cronológico, numismático y sigilo-gráfico, prosiguió su roturación racionalista del material y reliquias histó-ricas y abrió el camino para la transformación de la historia en una disci-plina científica a finales del siglo XVIII. Para ello, durante esa centuriahubo de superarse la tajante división previa entre la tradición del géneroliterario histórico basado en los modelos clásicos y la nueva tradición deerudición y crítica documental. A este respecto, es un lugar común recor-

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10 Denys Hay, Annalists and Historians, pp. 160-162. D. R. Kelley, Versions of History,cap. 8. Jacques Le Goff, Pensar la historia, p. 119. Georges Lefebvre, El nacimiento de la his-toriografía moderna, Barcelona, Martínez Roca, 1974, pp. 90-92 y 104-106. Véase la voz«Maurist» y «Mabillon» en dos útiles diccionarios: John Cannon (ed.), The Blackwell Dic-tionary of Historians, Oxford, Blackwell, 1988; y Lucien Boia (ed.), Great Historians fromAntiquity to 1800, Westport, Greenwood Press, 1989.

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dar la anécdota del abad de Vertot (1655-1735), quien habiendo escrito elrelato del sitio de Rodas por los turcos en 1565, vio que le aportaban do-cumentos nuevos y los rechazó diciendo: «Mi historia del sitio ya estáhecha». También refleja el divorcio entre ambas tradiciones el episodioprotagonizado por el padre Daniel, historiógrafo oficial de Luis XIV, aquien se le pidió una historia del Ejército francés: fue introducido en labiblioteca real para mostrarle miles de volúmenes que podrían serle útilesy, tras consultar algunos de ellos durante una hora, declaró finalmenteque «todos esos libros eran papelería inútil que no necesitaba para escri-bir su historia» 11.

IV. LOS EFECTOS DE LA ILUSTRACIÓN

El maridaje final entre ambas tradiciones (literaria y erudita) que daríaorigen a la historia científica tuvo lugar a la par que la idea de Providenciafue siendo paulatinamente sustituida por la idea de Progreso al compásde la expansión del movimiento intelectual europeo conocido como Ilus-tración. Este complejo fenómeno cultural, con su apelación a la razón hu-mana como único criterio de conocimiento y autoridad, era el resultadode la difusión del método científico experimental practicado en la centu-ria anterior por Galileo y Newton. También reflejaba el impacto de lasgrandes transformacions históricas coetáneas: extensión de la coloniza-ción europea en Asia y Oceanía, crecimiento demográfico y urbano conti-nental, expansión económica agraria y mercantil, enriquecimiento de lasburguesías, ampliación del público lector y de la producción bibliográfi-ca, reformismo institucional de los déspotas ilustrados, inicio de la crisispolítica del Antiguo Régimen, etcétera.

En efecto, de la mano de los filósofos ilustrados alemanes (Leibniz yKant) y franceses (Turgot, Condorcet y Voltaire), la difusión de una con-cepción del tiempo como vector y factor de evolución y progreso (progre-dior: caminar adelante, avanzar) hizo posible la consideración de la cro-nología como una cadena causal y evolutiva de cambios significativos eirreversibles en la esfera de la actividad humana. Y al desarrollar así laconciencia temporal inaugurada por el humanismo renacentista, los ilus-trados hicieron que el tiempo pasara a convertirse en la práctica historio-gráfica en un instrumento identificado con la cronología, principio de

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11 J. le Goff, Pensar la Historia, p. 119; G. Lefebvre, op. cit., pp. 114-114.

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medida y clasificación por excelencia, contra el cual el mayor delito y faltahabría de ser el anacronismo y la ucronía.

Precisamente la aplicación de esa novedosa concepción temporal aun relato-narración racionalista, que se construye sobre la crítica de lasreliquias materiales existentes, sería lo que habría de fundar la modernadisciplina de la historia científica. Así pues, la filosofía de la historia ilus-trada contribuyó poderosamente a destruir la idea de Providencia Divinaen favor de la idea de Progreso inmanente y, de ese modo, favoreció elsurgimiento de las ciencias históricas. Basta recordar la siguiente exhorta-ción de Voltaire para darse cuenta de la modernidad de su planteamientohistoriográfico:

Se exige hoy a los historiadores modernos mayores detalles, hechos comproba-dos, fechas exactas, mayor estudio de los usos, de las costumbres y de las leyes, delcomercio, de la hacienda, de la agricultura y de la población 12.

V. EL SURGIMIENTO DE LA CIENCIA HISTÓRICA: LA ESCUELAALEMANA DEL SIGLO XIX

En los primeros años del siglo XIX Alemania fue escenario del surgimien-to de la moderna ciencia de la historia sobre la base del maridaje de la tra-dición histórico-literaria y de la erudición documental, al abrigo de unaconcepción del fluir temporal humano y social como proceso causal ra-cionalista e inmanente y ya no sólo como mera sucesión cronológica deacontecimientos. La historia razonada y documentada comenzó a suplan-tar a la mera crónica de mayor o menor complejidad compositiva, narrati-va o erudita.

Desde finales del siglo XVIII, los juristas de la Universidad de Gotinga(Hannover) habían comenzado a reunir y depurar críticamente datos(económicos, demográficos...) sobre los Estados alemanes para redactarsus obras históricas. Según afirmaba uno de ellos, A. L. Schlözer: «La his-toria ya no puede ser meramente la biografía de reyes, notas cronológicasexactas sobre las guerras, batallas y cambios de gobierno, ni tampoco in-formes sobre alianzas y revoluciones». Ese novedoso planteamiento his-

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12 Diccionario filosófico, Buenos Aires, Sophos, 1960, vol. 2, p. 345. Cfr. Paul Hazard, Elpensamiento europeo en el siglo XVIII, Madrid, Alianza, 1985; Robert Nisbet, Historia de laidea de Progreso, Barcelona, Gedisa, 1981; John Bury, La idea de Progreso, Madrid, Alianza,1971; y G. J. Whitrow, El tiempo en la historia, Barcelona, Crítica, 1990.

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toriográfico fue potenciado por la nueva concepción del tiempo y la his-toria que posibilitaron las hondas transformaciones de Europa durantemás de veinticinco años, entre el inicio de la Revolución francesa de 1789y la caída del imperio napoleónico en 1815 13.

Barthold Georg Niebuhr (1776-1831), profesor desde 1810 en la Uni-versidad de Berlín, fue pionero en el uso del nuevo «método histórico crí-tico» en sus trabajos: el examen y análisis crítico, filológico y documental,de las fuentes históricas materiales y su posterior utilización sistemáticacomo base de una narración que «debe revelar, como mínimo con algunaprobabilidad, las conexiones generales entre los acontecimientos». SuHistoria Romana (1811-1812) por primera vez dejaba de reproducir el re-lato de Tito Livio y los clásicos, en favor de los descubrimientos de la crí-tica filológica y documental sobre fuentes literarias y epigráficas latinas,relatados en un estilo sobrio y exhaustivo. Se ha dicho con propiedad quesu obra significó la transición de la erudición a la ciencia histórica, dadoque:

va más allá del interés erudito por detalles notables del pasado en favor de unamás amplia reconstrucción de aspectos de la realidad pretérita sobre la base depruebas convincentes [... a fin de] establecer conexiones significativas entre acon-tecimientos y estructuras 14.

La senda abierta por Niebuhr fue recorrida y ampliada por Leopold vonRanke (1795-1886), cuya influencia sobre el desarrollo de las ciencias histó-ricas, en Alemania y fuera de ella, es bien conocida. Ranke, profesor en Ber-lín desde 1824, fue especialista y autor de una ingente obra sobre historiapolítica y diplomática europea de los siglos XVI y XVII: Historia de los puebloslatinos y germánicos desde 1494 hasta 1535 (1824), Historia de los Papas(1834), Historia de Alemania en la época de la Reforma (1839-1843), etc.

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13 George P. Gooch, Historia e historiadores en el siglo XIX, México, FCE, 1977. ErnstBreisach, Historiography: Ancient, Medieval, and Modern, Chicago, University Press, 1983.Georg G. Iggers, The German Conception of History. The National Tradition of HistoricalThought from Herder to the Present, Middletown, Wesleyan University Press, 1968. Gonza-lo Pasamar, La historia contemporánea. Aspectos teóricos e historiográficos, Madrid, Síntesis,2000.

14 H. Ritter, «Scientific History», Dictionary of Concepts in History. Véanse los textos deNiebuhr recogidos por Fritz Stern en su valiosa e insuperada antología de la literatura histó-rica desde la Ilustración: The Varieties of History. From Voltaire to the Present, Londres,Macmillan, 1970, cap. 2. Una presentación biográfica de ese autor y de sus continuadores enLucien Boia (ed.), Great Historians of the Modern Age. An International Dictionary, Wes-port, Greenwood Press, 1991.

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Sin embargo, su nombre es recordado sobre todo por sus afirmaciones te-óricas y metodológicas, entre las cuales descolla con brillo propio la si-guiente (del prefacio a su obra de 1824):

A la historia se le ha asignado la tarea de juzgar el pasado, de instruir al presenteen beneficio del porvenir. Mi trabajo no aspira a cumplir tan altas funciones. Sóloquiere mostrar lo que realmente sucedió 15.

Para cumplir ese cometido, Ranke practicó y propugnó la búsquedaexhaustiva de documentos archivísticos originales, su verificación, auten-tificación y cotejo mutuo, y su utilización como base fundamental, y en lamedida de lo posible exclusiva, de la narración histórica. Esta metodolo-gía empirista, de naturaleza positivista en su apego fidedigno al documen-to (lo positum: lo dado), era solidaria de una concepción «descripcionis-ta» de la ciencia histórica: el esfuerzo metódico de investigaciónarchivística permitiría establecer los hechos y proceder a reconstruir unaimagen real y verdadera, objetiva, del pasado tal y como «realmente suce-dió». En otras palabras, era una concepción deudora de la ilusión de queel uso fiel y contrastado de la documentación legada por el pasado permi-tiría eliminar, neutralizar, la subjetividad del historiador, que actuaríacomo una suerte de notario y ofrecería un relato histórico que fuese unareproducción conceptual, científica, del propio pasado, libre de juiciosvalorativos, independiente y ajena a las opiniones y creencias particularesdel profesional.

Esa concepción empirista de la práctica historiográfica se fundamen-taba en una filosofía de la historia llamada historicismo, a tenor de la cual«los hechos y situaciones pasadas son únicos e irrepetibles y no puedencomprenderse en virtud de categorías universales sino en virtud de suscontextos propios y particulares». Es decir, se basaba en la idea de la his-toricidad radical de todos los fenómenos humanos, fueran individuos pri-vados o instituciones culturales. Todos ellos, únicos e irrepetibles en eltiempo y el espacio, evolucionaban de acuerdo con sus propios principiosy debían ser comprendidos hermenéuticamente (por interpretación) ensu singularidad, y no explicados mediante leyes universales: eran resulta-

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15 Recogido en Fritz Stern, The Varieties of History, cap. 3. James Joll, National Historiesand National Historians: Some German and English Views of the Past, Londres, GermanHistorical Institute, 1985. Gérard Noiriel (Sobre la crisis de la Historia, Madrid, Cátedra,1997, p. 56) ha recordado que el propio fundador de la Universidad de Berlín, Wilhelm vonHumboldt, había pronunciado palabras muy similares a las de Ranke en 1821: «la tarea delhistoriador es exponer lo que ha ocurrido».

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do de la razón histórica y no de una razón atemporal ilustrada que conce-bía erróneamente el tiempo histórico como una magnitud equivalente altiempo físico. Por esto es falso considerar a Ranke un «positivista», dadoque el positivismo de Augusto Comte (1798-1857) predicaba el estudiode la sociedad (la sociología) «con el mismo espíritu que los fenómenosastronómicos, físicos y químicos», tratando de encontrar las leyes gene-rales que regulaban la evolución socio-histórica para predecir el cursofuturo.

La llamada a la investigación archivística sobre fuentes primarias lan-zada por Ranke fue secundada de inmediato en Alemania (donde Theo-dor Mommsen, en su Historia romana (1854), combinó la crítica filológi-ca y epigráfica con la numismática y la incipiente arqueología) y en elresto de los países occidentales. Y dados sus notorios éxitos en el rescatede datos y hechos caídos en el olvido de los archivos y bibliotecas, estapráctica historiográfica fue arrumbando paulatinamente a los meros cul-tivadores de la historia literaria y erudita.

En otro apartado hemos visto la debilidad de los fundamentos gno-seológicos de la concepción de la ciencia histórica predicada por Ranke.Sobre todo, su vana pretensión de «reconstruir el pasado» como «real-mente sucedió» y su utópica premisa de eliminar totalmente al sujeto, alhistoriador y sus valores, del proceso interpretativo de construcción delrelato histórico sobre la base de las reliquias-documentos. En la actuali-dad podemos apreciar los motivos políticos e ideológicos por los que laescuela histórica alemana concentró sus considerables esfuerzos en el ám-bito de la historia política y diplomática, tanto romana como moderna.Niebuhr y Mommsen consideraban que había un paralelismo históricoentre Roma y Prusia: la segunda estaba llamada a realizar la unidad ale-mana así como la misión de la primera había sido unificar Italia. De igualmodo, el privilegio otorgado por Ranke y sus discípulos a la investigaciónen archivos diplomáticos y estatales no era ajeno a la convicción generalentre los historiadores «de que su tarea era contribuir a la construcciónde un Estado nacional alemán» y que dicha tarea era esencialmente unasunto de orden político y diplomático 16.

Dicho lo que precede, debe añadirse que la apreciación de ese con-texto socio-político operante detrás de esos estudios en nada disminuye la

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16 H. Bruhns, «El inaccesible pasado alemán», El Correo de la Unesco, abril de 1990,pp. 4-9. Juan José Carreras, «El historicismo alemán», en Razón de historia. Estudios histo-riográficos, Madrid, Marcial Pons, 2000. Friedrich Meinecke, El historicismo y su génesis,México, FCE, 1983.

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valía de los resultados positivos, científicos, que fueron logrados en esasinvestigaciones. Si no hubiera sido así, deberíamos concluir que se tratabade nuevas leyendas más sofisticadas, fábulas y mitos más sutiles, o merospanfletos políticos prusianos. Y es evidente que no son tal cosa y que hayuna diferencia fundamental, de orden, grado y calidad, entre esos relatosy los mitos. Aunque sus autores pretendiesen esos fines políticos y susobras contribuyeran poderosamente a fomentar y extender el nacionalis-mo alemán, no cabe duda que en ellas había también conocimiento histó-rico verdadero sobre la historia romana y moderna. Y que ese conoci-miento, en virtud de su racionalidad y apoyatura documental, instaurabaun nivel de crítica autónoma y regresiva (es decir: independiente de las in-tenciones del historiador) y potencialmente destructiva de los mitos y fa-lacias históricas, de las construcciones ideológicas interesadas (incluyen-do las presentes en el propio trabajo histórico).

Ahí residía la nueva practicidad social de la moderna ciencia históricay su valor para las restantes disciplinas humanísticas: a partir de entoncessería imposible hablar sobre el pasado sin tener en cuenta los resultadosde la investigación histórica positiva, so pena de hacer pura metafísicapseudo-histórica y arbitraria. Haber alcanzado ese nivel de conocimientohistórico crítico, autónomo y regresivo es un mérito indudable de la es-cuela alemana y es el que permite precisamente, hoy en día, discriminaren ella lo «verdadero» y aún valioso y lo «ideológico» y prescindible. Eneste sentido, cabe afirmar que Niebuhr y Ranke, pese a su nacionalismo yconservadurismo, siguen siendo colegas predecesores de los historiadoresactuales de un modo que no puede predicarse de Heródoto o Tucídides.

VI. LA FORMACIÓN DEL GREMIO PROFESIONAL DE HISTORIADORES

La expansión de la práctica historiográfica basada en la investigación ar-chivística fue correlativa al proceso de institucionalización y profesionali-zación de los estudios históricos, completando el eje pragmático que estásiempre presente en la cristalización de una ciencia. A partir de Niebuhr yRanke, la premisa de que la historia es una disciplina científica cuyo mé-todo ha de ser enseñado de modo regulado a los aprendices (básicamentea través del seminario de investigación tutelado por un profesional) sirvióde plataforma para la creación de cátedras y departamentos de historia enlas universidades europeas: en Alemania desde 1810, en Francia desde1812, y en Gran Bretaña desde 1850. Durante el último cuarto del siglo XIX,

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el seminario de tipo rankeano fue importado en las universidades de Esta-dos Unidos como método de enseñanza y formación de historiadores,junto con las reglas metodológicas de la escuela alemana 17.

A la par que la historia se asentaba en las universidades, se generaliza-ba la apertura o creación de los archivos (Archivo Histórico Nacional es-pañol, fundado en 1866) y de las bibliotecas, repositorios de la materiaprima del trabajo histórico. La tendencia a la profesionalización derivadadel surgimiento de puestos en las universidades, institutos y escuelas dioorigen al gremio profesional de los historiadores, bien configurado encasi toda Europa a partir de mediados del siglo XIX. Al final de la centu-ria, Alemania contaba con 175 cátedras de Historia y Francia con 71. Esegremio fue cristalizando a medida que se regulaban los mecanismos deacceso a la función, las convenciones técnicas sobre la edición de libros ydocumentos, las reglas de citación y referencia bibliográfica, los criteriosmínimos de cientificidad, las sucesivas especialidades dentro de la disci-plina, etcétera.

Sobre esa base sociológica, surgieron las primeras revistas especializa-das destinadas a la profesión: la alemana Historische Zeitschrift (1859), lafrancesa Revue Historique (1876), el Boletín de la Real Academia Españolade la Historia (1877), la English Historical Review (1886), o la AmericanHistorical Review (1895). Ya sólidamente constituida la profesión, fueronapareciendo los primeros manuales docentes de introducción al trabajohistórico. De la mano de ellos, generaciones de estudiantes universitariosfueron entrenados en las tareas de investigación histórica y, en algunos ca-sos, incorporados al gremio. El primer manual influyente, del alemánGustav Droysen, Elementos de historia, apareció en 1868. El segundo fueobra del británico Edward Freeman (Los métodos de estudio histórico,1886), autor del memorable aforismo: «La historia es la política pasada, yla política es la historia presente». A él le siguieron los franceses CharlesLanglois y Charles Seignobos (Introducción a los estudios históricos,1898), cuyo dictum aún resuena en las aulas: «La historia se hace con do-cumentos (...) Nada suple a los documentos, y donde no los hay, no hayhistoria». Finalmente, casi al término del siglo (1898) comenzaron a cele-brarse los primeros congresos internacionales 18.

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17 «Profession of History», en John Cannon (comp.), The Blackwell Dictionary of Histo-rians, pp. 343-344. Gonzalo Pasamar, La historia contemporánea, cap. 2.

18 F. Stern, The Varieties of History, cap. 10. Charles Langlois y Charles Seignobos, In-troducción a los estudios históricos, Buenos Aires, Pléyade, 1972.

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VII. NACIONALISMO E HISTORIA EN EL SIGLO XIX

Si bien la profesionalización de la historia es un fenómeno general en Eu-ropa y Norteamérica durante el siglo XIX («el siglo de la historia»), tam-bién es cierto que ese proceso y la expansión del método documental-po-sitivista no dejó de ser paralelo al surgimiento de nebulosas escuelasnacionales de historia. Basta comparar a Ranke con las figuras más nota-bles de la historiografía inglesa o francesa: Thomas Babington Macaulay(1800-1859) y Jules Michelet (1789-1874). En ambos casos, la prédicarankeana del objetivismo y la neutralidad no fueron totalmente asumidasy se mantuvo la tesis de la participación interpretativa del historiador enla construcción del relato histórico.

Aun cuando sus relatos estuvieran basados en una exhaustiva investi-gación archivística, Macaulay no desatendió nunca el aspecto retórico he-redado de la tradición literaria y fue sobre todo un excelente narrador. Esapreocupación por el efecto literario continuará siendo una cualidad distin-tiva de la historiografía británica en el contexto europeo. De igual modo,Macaulay, que fue diputado liberal, es el mayor exponente de la llamadainterpretación «whig» (liberal) de la historia, que juzgaba los procesos his-tóricos desde el metro ofrecido por el presente tolerante, próspero y com-placiente de la Inglaterra de su época y de la reina Victoria. Unos procesosque no se reducían a la historia política y diplomática al modo germano,sino que se extendían a lo que hoy llamaríamos «historia social y cultural»,procurando abarcar todo el campo de las actividades humanas:

(...) el progreso de las artes utilitarias y ornamentales, el ascenso de sectas religio-sas y los cambios del gusto literario, las costumbres de las sucesivas generaciones,sin olvidar por negligencia las revoluciones que han tenido lugar en el vestuario, elmobiliario, la cocina y las diversiones públicas 19.

Macaulay llevó a la práctica ese programa historiográfico en su popu-lar Historia de Inglaterra desde la entronización de Jacobo II, publicada en1849. No cabe olvidar la presencia de esta tradición cuando se contemplael florecimiento de la historia social y cultural británica y anglófona en elsiglo XX y, especialmente, después de 1945.

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19 F. Stern, The Varieties of History, cap. 5. G. P. Gooch, Historia e historiadores en el si-glo XIX, cap. 15. Peter Burke, Sociología e historia, Madrid, Alianza, 1980, p. 16. GarethStedman Jones, «Historia: miseria del empirismo», en R. Blackburn (ed.), Ideología y cien-cias sociales, Barcelona, Grijalbo, 1977, pp. 109-131.

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En la obra de Jules Michelet se encuentra también la conexión entreuna investigación archivística exhaustiva (desde 1830 fue director de losArchivos Nacionales franceses) y una participación consciente (y en sucaso emotiva y romántica) en la construcción del relato histórico. En líneacon la escuela histórica francesa posterior a la revolución de 1789 (Augus-tin Thierry, François Guizot, Alexis de Tocqueville), Michelet elaboróuna obra histórica donde la presentación de los conflictos políticos e ideo-lógicos se entretejía y conectaba con las condiciones sociales y económi-cas imperantes en cada coyuntura. Por esta razón, Karl Marx declaró quehabía «descubierto» la lucha de clases leyendo a los historiadores france-ses. En el caso de la popular Historia de la Revolución francesa(1847-1853), Michelet combinó ese entretejimiento con un explícitocompromiso republicano. Y a tono con éste y su ardiente nacionalismoromántico, otorgó el protagonismo revolucionario a un agente históricoque se configuraba como «el pueblo de Francia», el sector laborioso de lapoblación opuesto a los privilegiados y acomodados. El asalto a la cárcelreal de París el 14 de julio de 1789 significaría la primera irrupción de esteprotagonista popular en la historia nacional de Francia:

El asalto a la Bastilla no fue razonable en modo alguno, fue un acto de fe. Nadie lopropuso, pero todos creyeron y todos actuaron. A lo largo de las calles, de lospuentes y de las avenidas, la multitud gritaba a la multitud: «¡A la Bastilla! ¡A laBastilla!». Y en medio del toque a rebato, todos oían: «¡A la Bastilla! Nadie, repi-to, dio la orden... ¿Quién lo hizo?: Los que tenían la devoción y la fuerza para ha-cer cumplir su fe ¿Quién?: El pueblo, todo el mundo 20.

El nacionalismo romántico apreciable en Michelet contribuyó asimis-mo a fomentar el desarrollo de historiografías nacionales en casi toda Eu-ropa a lo largo del siglo XIX. De hecho, la redacción de historias naciona-les fue una pieza clave en la configuración de esa novedosa conciencia degrupo «nacional» desarrollada con la industrialización, el crecimiento de-mográfico y urbano, y la alfabetización de una población hasta hacía pocorural e iletrada. Tal fue la función de la historia de Bohemia de Palacky(1836), el Sommario della Storia d’Italia de Cesare Balbo (1845), la Histo-ria General de España de Modesto Lafuente (1850), etc. A su amparo, ycon el concurso de mitos históricos y ceremonias conmemorativas ad hoc(el culto francés a Juana de Arco, la leyenda inglesa del sajón libre de na-

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20 Recogido en Robert Stinson (ed.), The Facies of Clio. An Anthology of Classics in His-torical Writing from Ancient Times to the Present, Chicago, Nelson-Hall, 1987, cap. 13.Georges Lefebvre, El nacimiento de la historiografía moderna, cap. 12.

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cimiento, Numancia y la unificación peninsular visigoda en España), lasdiferentes burguesías europeas fueron creando su propia identidad na-cional y divulgando esa doctrina entre los demás grupos sociales 21.

VIII. EL IMPACTO DEL MARXISMO

La segunda mitad del siglo XIX, a la par que se iban constituyendo las di-versas escuelas historiográficas nacionales, fue también escenario de laaparición y difusión de la obra del filósofo revolucionario alemán KarlMarx (1818-1883).

El marxismo, como cuerpo de escritos elaborado por Marx, solo oen colaboración con su compatriota Friedrich Engels, es una filosofíamaterialista de implantación política y vocación revolucionaria. Leninapuntó las tradiciones intelectuales que se combinaron en la génesis delpensamiento marxiano: «la filosofía clásica alemana, la economía políti-ca inglesa y el socialismo francés, unido a las doctrinas revolucionariasfrancesas en general» 22. En el contexto de la industrialización europea,con su secuela de cambios económicos, migración y desarraigo de ma-sas campesinas, extensión de la miseria urbana y generación de unanueva clase obrera industrial (el proletariado), Marx abordó la críticade esas transformaciones pertrechado por su formación filosófica (sehabía doctorado en la Universidad de Berlín bajo la influencia del falle-cido filósofo Hegel). Su análisis crítico fue extendiéndose desde el pla-no intelectual y político (como redactor de un periódico democráticode 1842 a 1843) hasta el ámbito de los fundamentos económicos y lasconsecuencias sociales de la implantación del nuevo orden burgués ycapitalista.

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21 Paul M. Kennedy, «The Decline of the Nationalistic History in the West, 1900-1970»,Journal of Contemporary History, vol. 8, 1973, pp. 77-100. Por lo que respecta a España, véa-se Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, Diccionario de historiadores españoles contemporáneos,Madrid, Akal, 2002.

22 Vladimir Ilich Lenin, «Carlos Marx», en Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1970, vol. 1,p. 28. David MacLelland, Karl Marx. Su vida y su obra, Barcelona, Crítica, 1977. D. MacLe-llan, «La concepción materialista de la historia», y Pierre Vilar, «Marx y la historia», ambosen AA VV, Historia del marxismo. El marxismo en tiempos de Marx, Barcelona, Bruguera,1979, vol. 1. Véase igualmente las contribuciones de J. J. Carreras, J. Fontana, S. Juliá yotros en «El marxismo y la historia» en AA VV, El marxismo en España, Madrid, Fundaciónde Investigaciones Marxistas, 1984. Santos Juliá, «El materialismo histórico: Marx», enS. Juliá y A. Martínez, Teoría e historia de los sistemas sociales, Madrid, UNED, 1991, cap. 7.

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En dicho proceso de análisis crítico, Marx acabó formulando una fi-losofía de la historia que denominó «concepción materialista de la histo-ria» (conocida luego como «materialismo histórico»). La mejor exposi-ción sintética de la misma se recoge en el prefacio a la Contribución a lacrítica de la economía política, publicado en 1859 en Londres, dondeMarx había fijado su residencia tras el fracaso de la revolución de 1848 enel continente:

Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones jurídicas, así como lasformas de Estado, no pueden explicarse ni por sí mismas, ni por la llamada evolu-ción general del espíritu humano; que se originan más bien en las condiciones ma-teriales de existencia (...); que la anatomía de la sociedad hay que buscarla en laeconomía política (...) El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido,me sirvió de guía en mis estudios, puede formularse brevemente de este modo: enla producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determi-nadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de produccióncorresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivasmateriales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructuraeconómica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructurajurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de con-ciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vidasocial, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la quedetermina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina suconciencia 23.

Esa perspectiva crítica materialista y dialéctica de los fenómenoshistóricos se concebía como un instrumento para la acción revoluciona-ria, para la intervención consciente al lado de los explotados en la luchade clases que resultaba de la existencia de la propiedad privada de losmedios de producción y de la división de la sociedad en grupos defini-dos por su relación con esos medios. A juicio de Marx, las transforma-ciones acarreadas por la industrialización estaban generando por vezprimera una clase universal, el proletariado, que podría y habría de serel agente y sujeto histórico de una revolución que diera al traste con laorganización capitalista y el dominio de la burguesía, aboliendo la pro-piedad privada y permitiendo el fin de la sociedad de clases y la explo-tación humana.

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23 K. Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, Alberto Corazón,1978, pp. 42-43. Buenas antologías del pensamiento marxiano en Tom Bottomore y Maxi-milien Rubel (eds.), Karl Marx. Sociología y filosofía social, Barcelona, Península, 1978; y Ja-cobo Muñoz (ed.), Marx. Antología, Barcelona, Península, 2002.

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La faceta dual que se advierte en la obra marxiana es la base del desa-rrollo alternativo que puede hacerse (y se hizo) del mismo: o bien acentuarel aspecto crítico-descriptivo, subrayando el carácter material de las es-tructuras productivas y de la dialéctica objetiva entre relaciones de pro-ducción y fuerzas productivas (origen de la interpretación del marxismocomo «determinismo y reduccionismo economicista»); o bien subrayar elcarácter activo de los agentes sociales, de la lucha de clases, en cuyo caso setiende a contemplar el proceso histórico bajo el prisma de la lucha políticaclasista y a concebir ésta como «el motor de la historia». En términos gene-rales, ésa es la doble faceta que se advierte en el propio Marx, que escribetanto El manifiesto comunista (1848) como El Capital (libro I, 1867). Nocabe olvidar este dualismo fehaciente al examinar el desarrollo multiformey heterogéneo de lo que habrá de ser la escuela historiográfica marxista.

En todo caso, la influencia de Marx sobre la práctica de la profesiónhistórica fue mínima durante la segunda mitad del siglo XIX. Sólo en lasprimeras décadas del siglo del XX, y sobre todo tras la Primera GuerraMundial y la revolución bolchevique de 1917, el marxismo penetró e in-fluyó con fuerza en el gremio profesional de los historiadores.

IX. RETOS Y RESPUESTAS DE LA CIENCIA HISTÓRICA EN LOS ALBORES DEL SIGLO XX

Al comenzar el siglo XX, la práctica histórica de los profesionales estabafirmemente asentada sobre el modelo empírico-positivista (con su princi-pio de objetivismo y neutralidad) e historicista (con su pretensión decomprender lo «único e irrepetible») que había surgido en Alemania cienaños antes. Incluso en Francia, pocos se habrían atrevido a contestar eldictum de Fustel de Coulanges (1830-1889): «No soy yo el que hablo, esla historia la que habla a través de mí» y «la Historia es pura ciencia, unaciencia como la física o la geología». También en Inglaterra, Lord Actonera capaz de poner en marcha en 1902 la gran empresa colectiva que fueThe Cambridge Modern History en la confianza de que:

(...) nuestro Waterloo deberá satisfacer por igual a los franceses y a los ingleses, alos alemanes y a los holandeses; que nadie pueda decir, sin examinar la lista de au-tores, dónde dejó de escribir el obispo de Oxford y si le sustituyó Fairbairn o Gas-quet, Liebermann o Harrison 24.

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24 Recogida en F. Stern, The Varieties of History, pp. 246-249. La primera cita de Fustely una certera exposición sobre la situación en el período de cambio de siglos se hallan en

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Y sin embargo, ya entonces apuntaban serias dudas dentro de la pro-fesión y fuera de ella sobre la validez de las premisas teóricas y los resulta-dos prácticos del método rankeano. Es cierto que desde mediados del XIX

habían surgido críticos notables a esa tradición. En 1872 el suizo JacobBurckhardt (1818-1897) había rechazado suceder en la cátedra a su maes-tro Ranke en desacuerdo con su metodología «fría» y su pretensión de ha-ber eliminado al sujeto en la construcción de un relato histórico ajeno alarte literario. Además, frente a la concentración abusiva en la historia po-lítica y diplomática de la escuela alemana, Burckhardt retomó la idea deuna historia de la cultura y publicó La civilización del Renacimiento en Ita-lia (1860). En los Estados Unidos, Frederick Jackson Turner (1861-1932),se alejaba también del campo político-diplomático y abría la joven histo-riografía norteamericana a la influencia de otras ciencias sociales reciéncristalizadas: «debe tenerse en cuenta todas las esferas de la actividad delhombre». Su fructífero ensayo histórico sobre El significado de la fronteraen la historia americana (1893) reflejaba por igual el interés por la geo-grafía y su familiaridad con las doctrinas del darwinismo social contem-poráneas 25.

Por otro lado, desde 1883, el filósofo Wilhelm Dilthey había puestoen cuestión las pretensiones rankeanas de que el conocimiento históricoera tan científico como el logrado por las ciencias naturales y que era posi-ble neutralizar al historiador en el proceso de investigación y en la narra-ción resultante. Las dudas sembradas crecieron a la par que comenzaba acuestionarse la validez social de una pléyade de monografías históricasexhaustivas sobre minúsculas parcelas de hechos pasados («únicos e irre-petibles»), escritas en una jerga incomprensible para el lego y destinadasal consumo de los colegas de especialidad. En gran medida, la CambridgeModern History fue tanto síntoma de una insatisfacción profesional conesa tendencia a la especialización aislacionista como un intento de com-batirla mediante un esfuerzo colectivo para lograr una síntesis históricacomparativa, de calidad y destinada al público general.

Al mismo tiempo, la expansión del movimiento obrero y socialistadesde el último cuarto del siglo en Europa y el mundo occidental fue am-pliando la influencia del marxismo sobre el conjunto de las ciencias hu-manas. Bien sea porque asumieran las premisas filósoficas y políticas del

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Geoffrey Barraclough, Main Trends in History, Nueva York, Holmes y Meier Publishers,1979, pp. 5-8. Traducción española: Introducción a la historia contemporánea, Madrid, Gre-dos, 1979. La segunda de Fustel en Gerard Noiriel, Sobre la crisis de la historia, p. 62.

25 Arthur Marwick, The Nature of History, p. 45. H. Ritter, «Cultural History», Dictio-nary of Concepts in History. Peter Burke, Sociología e historia, pp. 25-26.

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marxismo o porque las rechazaran, los mejores cultivadores de la sociolo-gía, la economía política y la historia no pudieron seguir manteniéndoseajenos a sus tesis y a su concepción de la historia y de la implantación polí-tica de las ciencias humanas.

En no poca medida, el atractivo y reto intelectual del marxismo pro-venía de su capacidad para dar cuenta global y racional del curso efectivode los procesos históricos: las causas de las transformaciones en la estruc-tura económica, la modalidad de su conexión con los conflictos sociales ypolíticos coetáneos y la manera como ello se reflejaba y condicionaba eluniverso intelectual y cultural correspondiente. Aparecía así como unverdadero modelo interpretativo para iniciar la investigación en las cien-cias humanas, superando el agotamiento del modelo descriptivo empíri-co-positivista. En calidad de tal perspectiva materialista de análisis de lahistoria humana su influencia desbordó considerablemente a los pocosprofesionales marxistas declarados. Es bien sabido, por ejemplo, la im-portancia que tuvo el marxismo en el desarrollo del pensamiento socioló-gico de Max Weber, en la filosofía e historia de Benedetto Croce, y en lasociología política de Vilfredo Pareto, Gaetano Mosca y Robert Michels,aunque sólo fuese como contrafigura frente a la cual tallaron sus propiasideas. Todos ellos aceptaban «la legitimidad relativa de la concepción ma-terialista de la historia», aunque rechazasen las proposiciones políticasderivadas por Marx 26.

Una de las más claras influencias indirectas (y en algunos casos direc-tas) del marxismo en la historiografía puede apreciarse en la cristalizaciónde dos disciplinas históricas especializadas en los albores del siglo XX: lahistoria económica y la historia social.

Por supuesto que siempre había habido una sección económica en losestudios históricos previos a esa época (o secciones históricas en las obrasde economistas: Adam Smith, La riqueza de las naciones). Pero sólo desdelos años finales del XIX, con el desarrollo universal de las transformacio-nes capitalistas y la difusión de las tesis económicas marxianas en el ámbi-to cultural, el estudio de la economía de tiempos pretéritos pasó a consti-tuirse en disciplina autónoma y reconocida dentro del gremio. Hitosclaros en ese proceso fueron la publicación de las famosas Lecciones sobrela Revolución Industrial de Arnold Toynbee (1884) y el libro La organiza-

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26 Sobre la situación finisecular de las ciencias sociales véanse: H. Stuart Hughes, Con-ciencia y sociedad. La reorientación del pensamiento social europeo, 1890-1930, Madrid,Aguilar, 1970. Roland N. Stromberg, Historia intelectual europea desde 1789, Madrid, De-bate, 1990, pp. 174 y ss. George L. Mosse, La cultura europea del siglo XIX, Barcelona, Ariel,1997.

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ción industrial en los siglos XVI y XVII (1904) de George Unwin. En Esta-dos Unidos, la creciente atención por las realidades económicas que ope-raban detrás del comportamiento socio-político dio origen a una obra clá-sica de la escuela histórica progresista, heredera de Turner: en 1913 vio laluz el libro Una interpretación económica de la Constitución, de CharlesBeard, señalando claramente la tendencia a la aproximación a las cienciassociales que va a caracterizar a la historiografía norteamericana en lo su-cesivo 27.

Por su propia naturaleza, la historia económica fue un correctivo almodelo historiográfico rankeano (sobre todo, a la tesis de la comprensiónhermenéutica de hechos singulares, únicos e irrepetibles). En primer lu-gar, porque la historia económica se ocupaba de precios, producción, na-cimientos, defunciones, etc.: magnitudes cuantificables que reflejabanfluctuaciones temporales de largo plazo, con curvas y ciclos, y que permi-tían descubrir constantes o hacer generalizaciones empíricas. Además, elmaterial de la historia económica se presentaba como estructuras y proce-sos anónimos y masivos, donde la individualidad humana quedaba subsu-mida y recogida en configuraciones sociales reflejables en cuadros y gráfi-cos estadísticos. En definitiva, la historia económica demostraba que lasubida de los precios en un período pretérito había sido un fenómeno, unsuceso, historiable con tanta propiedad como la batalla, el tratado diplo-mático o el episodio político privilegiado por la historiografía tradicional.

La especialidad de historia social como «estudio de grupos sociales,sus interrelaciones y sus funciones en las estructuras y procesos económi-cos y culturales» surgió también en el período de cambio de siglos, sobreel mismo sustrato que la historia económica (la formación de la economíamundial y de las sociedades de masas propias de las economías industria-les). Previamente, durante el siglo XIX, el término se había aplicado a losrelatos históricos que trataban de «los pobres» y de las «clases bajas y la-boriosas» 28.

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27 Pedro Tedde, «La historia económica y los historiadores», en Papeles de Economía Es-pañola, núm. 20, 1984, pp. 363-381. Pablo Martín Aceña, «La historia económica contem-poránea: raíces y perspectivas», en AA VV, Problemas actuales de la Historia, Salamanca, Uni-versidad, 1993, pp. 189-198. Carlo M. Cipolla, Entre la Historia y la Economía. Introduccióna la historia económica, Barcelona, Crítica, 1991. Sobre la historiografía norteamericana véa-se Richard Hofstadter, Los historiadores progresistas, Buenos Aires, Paidós, 1970.

28 H. Ritter, «Social History», Dictionary of Concepts in History. Peter Burke, Sociologíae Historia, cap. 1. Julián Casanova, La historia social y los historiadores, Barcelona, Crítica,2ª ed., 2002. Santos Juliá, Historia social/sociología histórica, Madrid, Siglo XXI, 1989.Ángeles Barrio, «A propósito de la historia social, del movimiento obrero y de los sindica-tos», en Germán Rueda (ed.), Doce estudios de historiografía contemporánea, Santander,

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La conexión de esta disciplina con el movimiento socialista de entre-siglos (marxista o no) es aún más apreciable que en el caso de la historiaeconómica. En Gran Bretaña, el matrimonio socialista Beatrice y SidneyWebb iniciaron en 1894 el estudio de las nuevas organizaciones obrerascon la publicación de su obra Historia del sindicalismo. Otro matrimonio,John y Barbara Hammond fueron autores de una trilogía clásica y pionerasobre el efecto de la industrialización británica en las clases populares:El trabajador del campo, editado en 1911, El trabajador urbano (1917) y Eltrabajador artesanal (1919). La tradición abierta en Francia por JeanJaurès (Histoire Socialiste de la Révolution Française, 1901-1904) se per-petuó como historia social de la mano de Georges Lefebvre (Los campesi-nos del Norte en la revolución francesa, 1924) y de Ernest Labrousse. EnBélgica, la historia económica y social se consolidó plenamente con lostrabajos de Henri Pirenne sobre el origen mercantil del renacimiento ur-bano medieval (Las ciudades de la Edad Media, 1927) y sobre la rupturade la unidad mediterránea clásica bajo el impacto de la expansión musul-mana (Mahoma y Carlomagno, 1937).

X. LA ESCUELA FRANCESA DE ANNALES

Dentro de esa evolución que experimenta la historiografía en las primerasdécadas del siglo, y tras el trauma que significó la Gran Guerra de1914-1918, tuvo lugar el nacimiento de la revista francesa que habría deaglutinar a la llamada «La escuela de Annales» 29. En 1929 Lucien Febvre(1878-1956) y Marc Bloch (1886-1944) fundaron los Annales d’histoireéconomique et sociale (desde 1945, Annales. Économies, Sociétés, Civilisa-tions; a partir de 1991, Annales. Histoire-Sciences Sociales). Su propósitoera ofrecer una alternativa a la práctica historiográfica dominante, supe-rando el enfoque político-diplomático y militar. De hecho, la renovaciónhistoriográfica de Annales se basó en la enorme ampliación de los camposde trabajo y en el uso de métodos de investigación tomados de otras disci-

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Universidad de Cantabria, 1991, pp. 41-68. Jürgen Kocka, Historia social. Concepto, desa-rrollo, problemas, Barcelona, Alfa, 1989.

29 François Dosse, La historia en migajas. De «Annales» a la «nueva historia», Valencia,Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1988. Lucien Febvre, Combates por la histo-ria, Barcelona, Ariel, 1974. Marc Bloch, Introducción a la historia, México, FCE, 1965. PeterBurke, La revolución historiográfica francesa. La escuela de Annales, 1929-1989, Barcelona,Gedisa, 1995.

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plinas: el análisis sociológico y demográfico, el trabajo de campo geográfi-co y etnológico, la estadística, el estructuralismo lingüístico, la arqueolo-gía, el método comparativo, etc. Sus fundadores ofrecieron buena pruebade la valía de los resultados de tal renovación: Bloch con Los caracteresoriginarios de la historia rural francesa (1931), y Febvre con La religión deRabelais. El problema del descreimiento en el siglo XVI: la religión de Rabe-lais (1942).

Sin embargo, el verdadero triunfo de la escuela historiográfica de An-nales sólo tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, cuando sumodo de entender la práctica de la historia se generalizó en Francia y seexportó a buen número de países europeos (entre los que se encontrabaEspaña) y extraeuropeos (notablemente, América Latina). Dicho triunfofue incontestable a partir de 1956, cuando Fernand Braudel (1902-1985)asumió la dirección de la revista a la muerte de Febvre.

Desde la publicación de El Mediterráneo y el mundo mediterráneo enla época de Felipe II (1949), Braudel había sido el sistematizador del «mo-delo ecológico-demográfico» (o «paradigma estructural geo-histórico»)que caracterizaría el trabajo investigador de los integrantes de Annales 30.Su libro estudiaba ese amplio espacio geográfico en el siglo XVI atendien-do a tres tiempos/niveles distintos: en la base, el tiempo de la «larga dura-ción» que corresponde a las «estructuras» de la historia («ciertos marcosgeográficos, ciertas realidades biológicas, ciertos límites de productivi-dad, y hasta determinadas coacciones espirituales»); por encima, el tiem-po de la duración media que corresponde a la coyuntura, entendiendopor tal los procesos sociales, económicos y culturales que se revelan en ci-clos: «una curva de precios, una progresión demográfica, el movimientode salarios, las variaciones de la tasa de interés», etc.; finalmente, en «eltercer nivel», el tiempo corto y breve del «individuo y el acontecimiento»,la historia «episódica» que básicamente era una historia política tradicio-nal. Esa jerarquía de tiempos y planos tendía, por su propia naturaleza, aprivilegiar el estudio de los dos primeros órdenes, a practicar una «histo-ria estructural» o «coyuntural» y despreciar la «historia episódica» y losacontecimientos (meras «espumas superficales», «crestas de ola que ani-man superficialmente el potente movimiento respiratorio de una masaoceánica»).

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30 Fernand Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1968. LawrenceStone, «History and the Social Sciences in the Twentieth Century», en The Past and the Pre-sent, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1981, pp. 3-44. Hay traducción española: El pasa-do y el presente, México, FCE, 1986. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Fernand Braudel y lasciencias sociales, Barcelona, Montesinos, 1996.

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Siguiendo ese modelo (basado en «férreas limitaciones de malthusia-nismo y ecología», según Lawrence Stone), los historiadores de Annalesse volcaron a estudiar, con métodos innovadores, procesos de larga y me-dia duración sobre marcos geográficos precisos y asuntos poco tradicio-nales y metapolíticos. En el plazo de dos décadas, el fenómeno había pro-ducido, como mínimo, dos consecuencias.

En primer lugar, los «analistas» acudieron a la estadística para pene-trar en la «larga duración» y la «coyuntura» y así crearon la «historia se-rial», definida por Pierre Chaunu como «una historia interesada menospor los hechos inviduales (...) que por los elementos que pueden ser inte-grados en una serie homogénea». El resultante fetichismo del número y laserie fue bien expresado por Emmanuel Le Roy Ladurie: «la historia queno es cuantificable no puede llamarse científica» y «el historiador del ma-ñana será programador (de computadoras) o no será nada». Por otra par-te, se redescubrió el temario de la historia cultural bajo la rúbrica de «his-toria de las mentalidades» y se abordó su estudio siempre con un aparatometodológico que tenía en la cuantificación estadística su medio y objeti-vo máximo. Con estas orientaciones teóricas y metodológicas tan discuti-bles, desde principios de la década de los setenta la importancia e influen-cia de Annales en el ámbito historiográfico internacional fue decreciendoen favor de corrientes renovadoras procedentes del área anglófona.

XI. LA HISTORIOGRAFÍA MARXISTA BRITÁNICA

En paralelo al relanzamiento de Annales después de 1945, la historiogra-fía de tradición marxista comenzó una brillante expansión en Gran Breta-ña. El hito clave de ese proceso fue la fundación en 1952 de la revista Pastand Present, en plena época de la Guerra Fría. Detrás de la empresa esta-ban un grupo de historiadores de inspiración marxista (el arqueólogoVere Gordon Childe, el medievalista Rodney Hilton, el modernista Chris-topher Hill, el contemporanista Eric J. Hobsbawm, el economista Mauri-ce Dobb) e historiadores y profesionales de las ciencias sociales que no te-mían asociarse con tal compañía: Geoffrey Barraclough, R. R. Betts y A.H. M. Jones, por ejemplo. Sobre la apertura de miras que revelaba ya esamisma colaboración, la revista pasó a convertirse en el adalid de la reno-vación de los estudios históricos británicos 31.

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31 C. P. Hill y E. J. Hobsbawn, «Past and Present. Origins and Early Years», Past andPresent, núm. 100, 1983, pp. 3-14. Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos, Za-

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Ciertamente, la tradición historiográfica marxista en Gran Bretañaestaba entonces muy alejada del anquilosamiento a que había llegado laúnica historiografía marxiana de importancia cuantitativa: la generadaen la Unión Soviética a partir de 1917 como ideología de Estado, cuyaalma había sido Mijail Pokrovski (1868-1932). Desde finales de los añosveinte, a la par que se aceleraba el proceso de burocratización que habíade conducir al estalinismo, la historiografía soviética había ido subordi-nando (de grado o por fuerza) sus investigaciones a las directrices políti-cas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Y ello porque, en pala-bras de Kruschev todavía en 1956: «los historiadores son peligrosos, soncapaces de poner todas las cosas patas arriba. Hay que vigilarlos». Enotro orden, la historiografía marxista en Francia, bien representada enlos estudios sobre la revolución de 1789 (Albert Soboul) o la historia so-cial y económica europea (donde sobresale Pierre Vilar y su monumen-tal Cataluña en la España moderna, 1962), fue seriamente limitada en sucrecimiento y renovación por el influjo teórico del filósofo Louis Althus-ser. Bajo su amparo, una forma escolástica de marxismo estructuralistase difundió por toda Europa occidental y América latina, dañando seria-mente el valor de las investigaciones históricas emprendidas sobre suspresupuestos 32.

La falta de unos contextos políticos y culturales similares, junto con laexistencia de una vigorosa tradición de historiografía social autónoma,contribuyen a explicar el contraste que supone la vitalidad de los historia-dores marxistas británicos a partir de 1952. Sus contribuciones más des-tacadas se sitúan en el ámbito de la historia social y cultural británica y eu-ropea desde la Edad Media hasta la época contemporánea. En marcadocontraste con la escuela de Annales, sus investigaciones combinaron laaplicación de los métodos disponibles de otras ciencias humanas con eltratamiento de asuntos «estructurales» tanto como «episódicos», restitu-yendo a la política un lugar central en la evolución histórica al conside-rarla como el plano en el que se resuelven las tensiones y proyectos anta-gónicos que están latentes en toda sociedad de clases. Y esa elección

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ragoza, Universidad de Zaragoza, 1989. Rafael Aracil y Mario García Bonafé, «Marxismo ehistoria en Gran Bretaña», introducción a Richard Johnson y otros, Hacia una historia socia-lista, Barcelona, Ediciones del Serbal, 1983.

32 G. Barraclough, Main Trends in History, pp. 21-28. S. H. Baron y N. W. Heer, «TheSoviet Union: Historiography since Stalin», en Georg G. Iggers y Harold Parker (eds.), In-ternational Handbook of Historical Studies. Contemporary Research and Theory, Londres,Methuen, 1979, cap. 15. Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histó-rico, Madrid, Siglo XXI, 1976.

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metodológica, en palabras posteriores de Hobsbawm, tenía como base lapremisa de que :

No hay nada nuevo en elegir la contemplación del cosmos mediante un microsco-pio en vez de un telescopio. Mientras sigamos estudiando el mismo cosmos, laalternativa de microcosmos o macrocosmos es cuestión de elegir la técnica apro-piada 33.

A la nómina de historiadores británicos debe añadirse con derechopropio Edward P. Thompson, cuyo estudio sobre La formación históricade la clase obrera en Inglaterra (1963) renovó por completo el sentido delos conceptos de «clase» y «lucha de clases» en la investigación histórica,superando su mera definición en términos económicos mecanicistas pararesituarlos en contextos sociales y culturales forjados en la propia expe-riencia y práctica política de los respectivos grupos de la sociedad. El mis-mo Thompson, entendiendo el marxismo como filosofía crítica e implan-tada políticamente, arremetió contra el estructuralismo althusseriano ysus efectos esterilizantes en la práctica histórica con su Miseria de la teoría(1978). En este sentido, el conjunto de la obra de estos autores británicoses una impugnación a la idea misma de que el marxismo es «una ciencia»en el sentido althusseriano, retornando a la concepción de una filosofíacrítica, una cosmovisión materialista, que no conlleva el uso preceptivode unos términos acuñados («modo de producción», «formación econó-mica-social») ni la aceptación de unas leyes universales de evolución his-tórica fijadas en algún texto canónico de los maestros.

XII. LA CLIOMETRÍA NORTEAMERICANA

La última de las grandes corrientes de investigación histórica aparecidadespués de la Segunda Guerra Mundial tuvo su origen en los Estados Uni-dos. Se trata de la «Nueva Historia Económica» o Cliometría, que se definemás por el método utilizado que por el campo o material al que se aplica (yaque se ejerce igualmente en historia económica, social, demográfica, fami-liar o política). En este sentido, la investigación cliométrica consiste en lautilización exhaustiva de un método cuantitativo, en la aplicación de unos

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33 E. J. Hobsbawm, «The Revival of Narrative: Some Comments», Past and Present,núm. 86, 1980, p. 7.

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modelos teóricos matemáticos explícitos, y en el tratamiento informáticode las ingentes cantidades de información estadística recogida y elabora-da 34. Por lo que respecta a su prescripción del uso exclusivo de la cuantifi-cación, es fácil percibir que una de las últimas tendencias de Annales tiendea confluir (o confundirse) con las premisas de la escuela cuantitativa.

La fecha fundacional de la cliometría podría ser 1958, cuando AlfredH. Conrad y John R. Meyer publicaron su estudio sobre «La economíaesclavista en el Sur prebélico», en el que las fuentes estatísdicas disponi-bles eran sometidas a exhaustivos análisis matemáticos para obtener estaconclusión: antes de comenzar la guerra de Secesión americana (1861), elesclavismo era rentable pero su mantenimiento exigía la expansión haciael sudoeste. Robert W. Fogel utilizó técnicas análogas, incluyendo laconstrucción de modelos contrafactuales, en su libro Los ferrocarriles y elcrecimiento económico americano (1964), donde concluía que el efecto di-namizador de este medio de transporte sobre la economía norteamerica-na del XIX había sido menor de lo afirmado por los primeros historiadoreseconómicos. Diez años más tarde, el mismo autor, en colaboración conStanley L. Engermann, presentaban otra polémica obra cliométrica,Tiempo en la cruz: la economía de la esclavitud negra americana, conclu-yendo no sólo que la esclavitud había sido rentable sino que las condicio-nes materiales de los esclavos sureños no habían sido peores que las de losasalariados libres del Norte.

Desde entonces, los estudios de tipo cliométrico se han ido expan-diendo en todos los campos donde existen las mínimas fuentes estadísti-cas susceptibles de tratamiento informático. Y en paralelo, se han incre-mentado las llamadas de alarma sobre los riesgos de esa aplicación«inmoderada y sin juicio del uso de la cuantificación» (L. Stone), basán-dose sobre todo en la falta de fiabilidad de las estadísticas históricas exis-tentes y los problemas de verificación y contraste de la inmensa cantidadde datos informáticos empleados. En cualquier caso, no cabe duda deque «la búsqueda de la cantidad», al decir de Barraclough, es «la más po-derosa de las nuevas tendencias en historia, el factor supremo que distin-gue las actitudes históricas de la década del setenta».

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34 Alberto Baccini y Renato Giannetti, Cliometría, Barcelona, Crítica, 1997. PatrickO’Brien, «Las principales corrientes actuales de la Historia económica», Papeles de economíaespañola, núm. 20, 1984, pp. 383-399. H. Ritter, «Quantification, Quantitative History»,Dictionary of Concepts in History. Sebastián Coll, «La nueva historia económica y su influen-cia en España», en G. Rueda (ed.), Doce estudios de historiografía, pp. 69-119. Emiliano Fer-nández de Pinedo, «La historia económica ¿un filón que se agota?», en Massimo Montanariy otros, Problemas actuales de la Historia, Salamanca, Universidad, 1993, pp. 69-82.

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XIII. RENOVACIÓN Y DESARROLLO EN LA HISTORIOGRAFÍARECIENTE

Al margen y a la par que las tres grandes corrientes que hemos señalado,desde la década de los cincuenta se fue produciendo una renovación no-table en los presupuestos y métodos de las especialidades históricas quemás habían sufrido el embate contra el llamado positivismo decimonóni-co: la historia política y diplomática. Ciertamente, ambas especialidadeshabían seguido practicándose en el gremio histórico con gran dedicacióny éxito público, aun cuando no se vieran afectadas por las tendencias dela vanguardia historiográfica. Finalmente, a lo largo de los años cincuen-ta, la conexión con los métodos y los modelos teóricos de las restantesciencias sociales también alcanzó a estas disciplinas. La historia políticadejó de ser la difamada historia elitista y belicista «del tambor y la corne-ta», al igual que la historia diplomática superó el nivel de relato de «losentresijos de las cortes y las cancillerías».

Por ejemplo, la Storia della politica estera italiana dal 1870 al 1896 deFederico Chabod (1951) y la obra de Arno J. Mayer sobre la crisis de1917, Los orígenes políticos de la nueva diplomacia (1959), arrumbaron latesis tradicional que concebía la política exterior como ámbito autónomoy demostraba el modo en que su formulación y ejecución dependía nosólo de los intereses del Estado en el escenario internacional sino tambiény fundamentalmente de las tensiones y correlación de fuerzas socio-políti-cas que se daban en el interior del propio Estado. En el mismo sentido, en1961 aparecía Los objetivos de guerra de Alemania en la Primera GuerraMundial, de Fritz Fischer. El trabajo revelaba que las élites dirigentes ger-manas habían decidido recurrir a la guerra en 1914 porque la expansiónen Europa central y oriental parecía el único medio de preservar el ordensocial establecido frente a las presiones democratizadoras de las clasespopulares alemanas. La tesis consecuente de que la élite dirigente delReich había propiciado el estallido del conflicto no sólo generó una acrediscusión entre los historiadores alemanes (la «controversia Fischer»,prefiguradora de la «querella de los historiadores» de 1986-1987) sinoque asestó un certero golpe a la tesis rankeana del «primado de la políticaexterior» 35.

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35 Una panorámica de los cambios más recientes en Georg G. Iggers, La ciencia históricaen el siglo XX. Las tendencias actuales, Barcelona, Labor, 1995. Véanse las voces «DiplomaticHistory» y «F. Fischer» en John Cannon (ed.), The Blackwell Dictionary of Historians,

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A partir de los trabajos de Chabod, Mayer y Fischer, la historia políti-ca y diplomática, renacida esta última como historia de las relaciones in-ternacionales, retomaron su lugar en la vanguardia de la renovación teóri-ca y metodológica de las disciplinas históricas.

Un renacimiento «modernizante» similar tuvo efecto en el ámbito dela historia cultural. En realidad, la tradición «disidente» de Burckhardt sehabía perpetuado de la mano de cultivadores tan fecundos como el ho-landés Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media, de 1919). Sobre estabase de historia intelectual y de «alta cultura», las corrientes surgidas des-pués de 1945 se reflejaron en la disciplina: el impulso de la cuantificacióny el ensanchamiento de su campo hasta incluir las manifestaciones de lacultura de masas. En ese proceso de reorientación hacia la «cultura popu-lar», la obra del italiano Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos: el cosmos,según un molinero del siglo XVI (1976), fue un hito clave. No en vano, lahistoria del proceso inquisitorial contra el molinero hereje informaba mássobre el ambiente y sociedad renacentista italiana que las historias reple-tas de largas series de datos cuantitativos. Además, la obra de Ginzburgdaba carta de naturaleza a una práctica historiográfica llamada «microhis-tórica», consistente en la «reducción de la escala de observación, en unanálisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental»(según Giovanni Levi) 36.

De igual modo, la expansión temática de la historia de la cultura po-pular posibilitó la creciente atención hacia el papel de la mujer en la histo-ria, al compás de su progreso civil y laboral en las sociedades occidentalesde postguerra. Prueba de esta conexión es que el trabajo pionero en estecampo fuera obra de la norteamericana Mary Ritter Beard, autora en 1946de La mujer como una fuerza en la historia 37.

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pp. 109-111 y 133-134. Donald Cameron Watt y otros, «What is Diplomatic History?», enJuliet Gardiner (comp.), What is History Today?, Londres, Macmillan, 1990. Peter Clarke,«Political History in the 1980s», en Theodor K. Rabb y Robert I. Rotberg (comps.), TheNew History. The 1980s and Beyond, Princeton, University Press, 1982, pp. 45-47. JacquesLe Goff, «¿Es la política todavía el esqueleto de la historia?» en Lo maravilloso y lo cotidianoen el Occidente medieval, Barcelona, Gedisa, 1985, pp. 163-178.

36 Veáse la introducción de Ginzburg a su obra El queso y los gusanos, Barcelona, Much-nik, 1981. Del mismo autor, «Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella», Manuscrits,(Barcelona), núm. 12, 1994, pp. 13-42. Giovanni Levi, «Sobre microhistoria», en Peter Burke(ed.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1993, cap. 5. Justo Serna y Anacleto Pons,Cómo se escribe la microhistoria, Madrid, Cátedra, 2000. Roger Chartier, El mundo como re-presentación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1992.

37 Joan Scott, «Historia de las mujeres», en P. Burke (ed.), Formas de hacer historia,pp. 59-88. Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser, Historia de las mujeres: una historia pro-

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El desarrollo de la historia de la cultura popular fue propiciada engran medida por la expansión de la historiografía en las nuevas nacionesdel Tercer Mundo que iban surgiendo del proceso de descolonización ini-ciado en 1945. Esta expansión de la historiografía académica en nuevosámbitos geográficos donde la tradición archivística era muy tenue o ine-xistente promovió una gran innovación metodológica: el recurso a la his-toria oral, a las fuentes orales, como medio principal para la elaboracióndel relato histórico. En los nuevos estados africanos, por ejemplo, la tradi-ción oral, junto con la arqueología, constituían el único depósito disponi-ble para reactualizar su historia pre-colonial y aún colonial. La conse-cuente recogida sistemática de testimonios de ancianos, de cuentos,leyendas y genealogías conservadas por tradición oral fomentaron, porsu misma naturaleza, una historia de la cultura popular cuyos métodosfueron paulatinamente asimilados por la historiografía occidental 38. Y esemismo método y sus materiales fueron acercando la historia cultural a laantropología y a la crítica literaria y cultural.

De hecho, el último rasgo que ha caracterizado recientemente (en eltramo intersecular que se abre en la década de 1990) el desarrollo de lahistoriografía ha sido el acercamiento a los métodos y técnicas de los estu-dios antropológicos y literarios. En cierta medida, la influencia de la An-tropología (en particular, de la antropología simbólica auspiciada porClifford Geerzt y su técnica de la «descripción densa») y de la crítica lite-raria (sobre todo, la «deconstrucción» postulada por Jacques Derrida ylos proponentes del «giro lingüístico») parecen haber desplazado el influ-jo que tuvieron la sociología y la economía sobre la práctica historiográfi-ca de las décadas previas. Ese cambio de referentes preferidos ha traídocomo consecuencia modificaciones sustanciales: la «macrohistoria» privi-legiada por las tendencias sociológicas y económicas ha devenido en«microhistoria» para los historiadores-antropólogos retrospectivos e his-toriadores-literarios; el estudio de estructuras y procesos globales y men-surables ha dejado paso a una perspectiva centrada en el actor individualy en el estudio de sus acciones y concepciones culturales; la búsqueda

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pia, Barcelona, Crítica, 1991, 2 vols. Rosa María Capel, Mujer y trabajo en el siglo XX, Ma-drid, Arco-Libro, 1999. Isabel Burdiel, «Introducción» a Mary Wollstonecraft, Vindicaciónde los derechos de la mujer, Madrid, Cátedra, 1994.

38 Joseph Ki-Zerbo, «La tradición oral como fuente historiográfica», El Correo de laUnesco, abril 1990, pp. 43-46. Alicia Alted Vigil, «El testimonio oral como fuente histórica»,Perspectiva contemporánea, Madrid, núm. 1, 1988, pp. 155-162. Paul Thompson, La voz delpasado. Historia oral, Valencia, Fundación Alfons El Magnànim, 1988. Philip Joutard, Esasvoces que nos llegan del pasado, México, FCE, 1986.

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analítica de causas del cambio histórico en contextos sociales y políticosmateriales y supraindividuales ha cedido el terreno a la narración de lavida cotidiana y de las experiencias privadas de los protagonistas histó-ricos.

Sin embargo, esos procesos de acercamiento a la Antropología y a laCrítica Literaria, como los habidos con anterioridad a otras ciencias, nohan sido regulares ni afectan por igual a todas las especialidades que hoyexisten dentro del campo genérico de la ciencia de la Historia: la militar,política, económica, social, religiosa, de la ciencia y la tecnología, de lasmujeres, del arte, intelectual y de las ideas, diplomática e internacional, dela cultura popular, del pasado reciente o del Tiempo Presente, etc. En to-das ellas y dentro de cada una, impera un variado pluralismo metodológi-co que les permite, no obstante, seguir cumpliendo su inexcusable fun-ción social y cultural. Eso sí y como siempre: algunas historias ehistoriadores lo hacen mejor que otros.

NOTA DE ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

La bibliografía en lengua española sobre historiografía europea y universal no estodavía muy extensa ni abundante. Cualquier lectura o estudio en profundidadde estas materias exigiría la consulta de libros en idiomas extranjeros, especial-mente en inglés, francés o italiano. A continuación se ofrecen una serie de orienta-ciones para la lectura o consulta de las obras que, a nuestro leal juicio y siemprefalible saber y entender, son más útiles e informativas en su respectivo campo te-mático. En el apartado final se recoge la referencia exacta y completa de estasobras citadas, así como una muestra más amplia, pero sin pretensiones de exhaus-tividad, de la bibliografía general existente sobre historiografía.

Por lo que respecta a manuales generales de historia de la historiografía, exis-ten ya buenas introducciones hechas por autores españoles. Entre ellas, cabe des-tacar el estudio clásico de Josep Fontana (Historia. Análisis del pasado y proyectosocial), el trabajo de Pelai Pagès (Introducción a la historia), la obra más recientede Emilio Mitre (Historia y pensamiento histórico) y el estudio introductorio deEnrique Moradiellos (Las caras de Clío). También resultan útiles los opúsculosde Carlos M. Rama (La historiografía como conciencia histórica) y Manuel Tuñón deLara (Por qué la historia). Fernando Sánchez Marcos es autor de una valiosa anto-logía de textos de historiadores hasta la Ilustración que contiene además útiles in-troducciones a cada período: Invitación a la historia. De Heródoto a Voltaire.

La nómina de manuales de historiografía de autores extranjeros, traducidos ono al español, es mucho más amplia y variada. Cabe comenzar su cita por la clási-ca síntesis del francés Charles-Olivier Carbonell (La historiografía). También des-

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tacan por su valor el reciente estudio de Ernst Breisach publicado en 1983 (Histo-riography: Ancient, Medieval, Modern) y la monografía elaborada por dos historia-dores latinoamericanos, Jorge Luis Cassani y A. J. Pérez Amuchástegui (Del«epos» a la historia científica, última edición de 1982). Más antiguos, pero todavíaútiles por su riqueza informativa, son las obras del suizo Eduard Fueter (Historiade la historiografía moderna, publicada originalmente en 1911) y del norteameri-cano James W. Thompson (A History of Historical Writing, de 1942). Sigue te-niendo interés la consulta del trabajo enciclopédico de Harry E. Barnes, de 1962:A History of Historical Writing. Más actualizadas en su contenido resultan lasobras del británico Arthur Marwick (The Nature of History, edición de 1989); yde los franceses Guy Bourdé y Hervé Martin (Las escuelas históricas, de 1983).

Existen varios diccionarios biográficos y temáticos dedicados a la historiogra-fía y la historia como disciplina. De entre los biográficos, cabe destacar los más re-cientes, editados por John Cannon (The Blackwell Dictionary of Historians, de1980) y los dos volúmenes dirigidos por Lucian Boia (Great Historians from Anti-quity to 1800, de 1989, y Great Historians of the Modern Age, de 1991). Entre lostemáticos, sobresalen el dirigido por el francés André Burguiere (Diccionario delas ciencias históricas, de 1986), y el editado por el norteamericano Harry Ritter(Dictionary of Concepts in History, de 1986). Mención aparte merecen las más re-cientes enciclopedias biográficas y temáticas editadas por el británico MichaelBentley (Companion to Historiography, de 1997) y su compatriota Kelly Boyd(Encyclopedia of Historians and Historical Writing, del año 2000). En el caso deEspaña, el trabajo de referencia inexcusable es el de Ignacio Peiró y Gonzalo Pa-samar (Diccionario de historiadores españoles contemporáneos, publicado en el2002).

Las Antologías de textos de obras históricas suelen contener siempre una in-troducción general y presentaciones de los autores seleccionados. Entre las dispo-nibles en el mercado bibliográfico, destacan por su calidad y por ser complemen-tarias las editadas por Donald R. Kelley (Versions of History. From Antiquity to theEnlightenment, publicada en 1991) y la de Fritz Stern (The Varieties of History.From Voltaire to the Present, de 1970). Robert Stinson es el editor de una antolo-gía más general y sintética: The Faces of Clio. An Anthology of Classics in Histori-cal Writing from Ancient Times to the Present, de 1987. La obra de Fernando Sán-chez Marcos ya citada con anterioridad también debe figurar en este apartado porméritos propios y sustantivos.

En este apartado de antologías de textos históricos, un novedoso recurso do-cumental disponible es la Electronic Library of Modern Historiography (Eliohs),magnífica base de datos accesible por Internet con obras historiográficas impor-tantes desde el siglo XVI hasta el siglo XX, siempre en su idioma original, creadapor la revista Cromohs (Cyber Review of Modern Historiography), fundada enFlorencia en 1995 y editada por Rolando Minuti y Guido Abbasttista. Su direc-ción de acceso a la página Web es la siguiente: http://www.unifi.it/riviste/cro-mohs. Para ir directamente a la biblioteca electrónica sin pasar por la revista bastacon reemplazar en la dirección citada la terminación cromohs por la de eliohs.

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Igualmente, caba encontrar más de 400 obras clásicas de la historiografía univer-sal en la Biblioteca Electrónica ATHENA, cuya dirección de acesso en la WEB es:http://un2sg4.unige.ch/athena/html/authors.html. Centrándonos en la literaturasobre el tema escrita en español, cabe encontrar materiales muy pertinentes con-sultando la colección documental de temas filosóficos abierta por la FundaciónGustavo Bueno (con sede en Oviedo) en la siguiente dirección electrónica:www.filosofia.org.

Por lo que respecta a la historiografía de épocas determinadas, la lista podríaser inabarcable si atendiéramos a todo lo publicado. Una selección muy sumariaincluiría las siguientes obras. Para la Antigüedad, incluyendo tanto el CercanoOriente como el ámbito clásico, podría recomendarse el estudio de John Van Se-ters (In Search of History. Historiography in the Ancient World, de 1983); los ar-tículos de Arnaldo Momigliano reunidos en La historiografía griega (publicadosoriginalmente durante el decenio de 1970); y la síntesis de Jean-Marie André yAlain Hus (La historia en Roma, de 1974). Sobre la Edad Media y Moderna, ca-bría citar la obra fundamental de Bernard Guenée (Histoire et culture historiquedans l’Occident médiéval, de 1980), los trabajos de Emilio Mitre en su Historiogra-fía y mentalidades históricas en la Europa medieval (1982), el estudio de CarmenOrcástegui y Esteban Sarasa, La Historia en la Edad Media (1991), y la insupera-ble investigación de Denys Hay, Annalists and Historians. Western Historiographyfrom the Eight to the Eighteenth Century (1977). Para introducirse en «el siglo dela historia», sigue siendo útil el libro de George P. Gooch (Historia e historiadoresen el siglo XIX, de 1913). Una panorámica de la evolución historiográfica en el si-glo XX puede obtenerse en los artículos incluidos en Georg G. Iggers y Harold T.Parker (eds.), International Handbook of Historical Studies (1979).

La más reciente y polémica actualidad en los años de cambio de siglo cabeapreciarla en las obras editadas, respectivamente, por Juliet Gardiner (What isHistory Today?, de 1990) y Peter Burke (Formas de hacer historia, de 1993). Por suparte, cinco autores muy diversos abordan esa misma temática con maestría yproporcionan un juicio sumario sobre la situación presente de las ciencias históri-cas: Georg G. Iggers (La ciencia histórica en el siglo XX, de 1995), Elena Hernán-dez Sandoica (Los caminos de la historia, de 1995), Gérard Noiriel (Sobre la crisisde la historia, de 1997), Antoine Prost (Doce lecciones sobre la historia, de 2001) yMiguel Ángel Cabrera (Historia, Lenguaje y Teoría de la Sociedad, de 2001; y comoeditor, La situación de la historia, de 2002).

El curso de la historiografía española, a pesar del tiempo transcurrido, sigueteniendo en Benito Sánchez Alonso su autor pionero fecundo e indiscutido: His-toria de la historiografía española, de 1950. Hay, sin embargo, dos panorámicasútiles y mucho más recientes: la proporcionada por Antonio Morales Moya en suartículo «Historia de la historiografía española» (1993) y la recogida en la obra co-ordinada por José Andrés Gallego, Historia de la historiografía española (1999).También podría citarse la magistral introducción de Diego Catalán a la reedicióndel libro clásico de Ramón Menéndez Pidal: Los españoles en la historia. Por loque respecta a la crucial evolución de las dos últimas décadas, es imprescindible

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acudir a los artículos y estudios monográficos de Julio Aróstegui, José ManuelCuenca Toribio, José Luis de la Granja, Elena Hernández Sandoica, José MaríaJover Zamora, Juan José Linz, Manuel Moreno Alonso, Ignacio Olabarri, Gonza-lo Pasamar, Ignacio Peiró, Juan Sisinio Pérez Garzón, y Pedro Ruiz Torres.

Cabe mencionar, por último, la existencia de dos revistas internacionales es-pecializadas en temas historiográficos. La primera en el tiempo, History and Theory,publicada desde 1960 en Middletown (Connecticut). La segunda, Storia dellaStoriografia, publicada desde 1981 en Milán, como órgano de la comisión interna-cional de historia de la historiografía. Por supuesto, a ellas cabe sumar la revistaelectrónica Cromohs, cuya dirección de acceso en Internet ya ha sido mencionada.

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3. CÓMO SE ENSEÑA Y ESTUDIA LA HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD

I. LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA

A partir de la conversión de la Historia en una ciencia humana, a princi-pios del siglo XIX, su elaboración, enseñanza y estudio quedó integradabásicamente en las universidades, dada su calidad de instituciones supe-riores de investigación y docencia.

Desde sus orígenes urbanos medievales, la Universitas se había desa-rrollado como una corporación profesional integrada por dos grupos par-tícipes de naturaleza asimétrica: los docentes y los discentes. La legisla-ción castellana recopilada por el rey Alfonso X el Sabio en Las SietePartidas (1256-1265) definía a esas corporaciones universitarias con las si-guientes palabras: «ayuntamiento de maestros y escolares que es fecho enalgún lugar con voluntad e entendimiento de aprender los saberes». En elmarco de una división precisa de tareas y funciones, los docentes estabanencargados de practicar y ejercitar sus propias disciplinas y, a la par, de-bían garantizar la preservación de los saberes acumulados mediante la ins-trucción y formación de sus discípulos y futuros sustitutos. Como nueva-mente reza su función en Las Partidas: «los maestros que muestran lossaberes y los escolares que los aprenden». De este modo, la universitas noera solamente un centro de investigación y estudio de las «Artes Libera-les» que los pedagogos de la Antigüedad Tardía habían dispuesto en eta-pas: el Trivium (Gramática, Retórica y Dialéctica) y el Quadrivium (Músi-ca, Geometría, Aritmética y Astronomía). Sino que también era el lugardonde se preparaba a los discentes para el inevitable reemplazo genera-cional mediante un programa de estudios reglado, gradual y sometido apreceptos bien codificados 1.

1 Las Partidas. Antología, Madrid, CEGAL, 1984, pp. 80-81. Véase la voz «Universida-des», en Pierre Bonnassie, Vocabulario básico de la historia medieval, Barcelona, Crítica,1984. Jacques Le Goff, Los intelectuales de la Edad Media, México, Eudeba, 1965. AndreasPiltz, The World of Medieval Learning, Oxford, Blackwell, 1981. Agustín Escolano Benito(coord.), Historia de la educación, Madrid, Anaya, 1984, 2 vols.

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No en vano, el modo y método de enseñanza en dichas institucionesuniversitarias era radicalmente nuevo en el contexto de la cultura occi-dental. A diferencia de las escuelas monacales de la Alta Edad Media,donde la educación se hacía en parejas formadas por un clérigo mayor yun novicio y donde el estudio se basaba en la contemplación y meditaciónsolitaria del texto sagrado, en las universidades pasaron a agruparse losalumnos en torno al maestro para, bajo su orientación crítica, leer, co-mentar y debatir los textos y manuales escolares. Como dijera el insignePedro Abelardo, maestro de la Universidad de París y activo a principiosdel siglo XII: «Comenzamos la investigación dudando y gracias a la inves-tigación percibimos la verdad» 2.

La conversión del historiador en profesional universitario acaecida enEuropa desde los albores del siglo XIX significó un cambio notabilísimode su naturaleza y cometidos. Anteriormente, el historiador literario ha-bía sido normalmente un hombre «de medios y recursos propios», ajeno ala enseñanza institucional y carente de discípulos y de vocación docente(un clérigo, un cortesano, un noble...). Con su incorporación a la Univer-sidad, el historiador se convirtió en profesional pagado por su trabajo yrecibió a cambio una nueva función añadida: no sólo habría de proseguirla construcción de su relato histórico sobre la base de las reliquias y prue-bas documentales disponibles, sino que también debería enseñar directa-mente a una audiencia especial los saberes adquiridos por la disciplina ylas reglas de trabajo utilizadas para alcanzar tales saberes. En definitiva, elhistoriador profesional universitario, desde Niebuhr y Ranke y hasta elpresente, combina una dualidad de funciones bien conocida: es y debeser investigador y enseñante al mismo tiempo y en paralelo 3.

En consonancia con esa naturaleza, la enseñanza universitaria de lahistoria, como proceso docente en el que participan maestro y alumnos,incluye dos aspectos esenciales y conexos: la transmisión y asimilaciónmetódica y reglada del cuerpo de conocimientos positivos propio de ladisciplina y el adiestramiento en el empleo de las técnicas de trabajo

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2 Pedro Abelardo es autor de una autobiografía muy reveladora del contexto intelectualde la época: Historia Calamitatum y otros textos filosóficos, Oviedo, Pentalfa, 1993. Cfr.Georges Duby, Tiempo de catedrales. El arte y la sociedad, 980-1420, Barcelona, Argot, 1983,pp. 146-153.

3 «Ciencia histórica y docencia universitaria son inseparables en la práctica», señala An-tonio Eiras Roel con acierto: «La enseñanza de la Historia en la Universidad», Once ensayossobre la Historia, Madrid, Fundación Juan March, 1976, p. 187. Cfr. Pierre Giolitto, L’en-seignement de l’histoire aujourd’hui, París, Armand Colin, 1986; y M. Carretero, J. I. Pozo yM. Asensio, La enseñanza de las ciencias sociales, Madrid, Visor, 1989.

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operativas de esa misma disciplina. Una buena enseñanza universitariade la historia necesariamente contiene ambas facetas de modo equili-brado y complementario. Sólo así se alcanza el objetivo óptimo de con-vertir la enseñanza de la historia en una impartición densa e inteligiblede conocimientos sobre el pasado (hechos, personajes, estructuras yprocesos) y en una familiarización con el empleo de las técnicas y méto-dos de trabajo habituales en el gremio de historiadores. Sólo así el pro-ceso educativo será una verdadera Paideia, en el sentido griego de for-mación crítica razonada, y evitará convertirse en una mera Polimatía, elsaber enciclopédico acumulativo e irreflexivo de los ganadores de con-cursos televisivos.

Tradicionalmente, la enseñanza universitaria se efectuaba medianteuna trilogía de actividades bien codificada: la lectio, la comentatio, y la dis-putatio. En la actualidad, esas actividades han quedado reunidas en dos:la lección teórica o clase magistral (heredera de la antigua lectio), y la clasepráctica o seminario (heredera del comentatio y disputatio). Mediante esasactividades, escalonadas a lo largo del curso, tiene lugar el proceso educa-tivo enunciado anteriormente. Por eso resulta conveniente y necesariopara los alumnos la asistencia regular y atenta a las mismas, con el fin deseguir el curso de las explicaciones del profesor, anotar las informacionesmás pertinentes, preguntar las dudas suscitadas, y participar en los ejerci-cios planteados y desarrollados en su marco.

II. LA CLASE TEÓRICA

La clase teórica es normalmente el ámbito donde el profesor entra en con-tacto por primera vez con sus alumnos, donde presenta el programa y bi-bliografía de la asignatura pertinente y donde expone sucesivamente to-dos o algunos de los temas contenidos en dicho programa. De este modo,el programa es un instrumento esencial para el desarrollo pedagógico dela asignatura mediante las actividades docentes señaladas y a través del es-tudio individual por parte del alumno. Por eso mismo, conviene analizar-lo con atención y tenerlo siempre a mano para cualquier tipo de consulta.Por lo general, consiste en una programación articulada de los temas ycontenidos de la asignatura y en una bibliografía selectiva de los manua-les, diccionarios, monografías y obras de referencia que pueden servircomo ayuda para el aprendizaje y comprensión de la materia enseñada.De ese modo, el programa resulta una guía orientativa para seguir las ex-

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plicaciones del profesor en la clase teórica y para realizar el estudio perso-nal del alumno.

Ateniéndose en mayor o menor medida al programa, la clase teóricasiempre cumple la función de proporcionar a los alumnos oyentes una in-troducción general contextualizadora sobre los temas de referencia. Debeofrecer los ejes de coordenadas imprescindibles para situar y comprenderhistóricamente los asuntos tratados, de modo que sea posible el posteriortrabajo sobre los mismos en las clases prácticas y seminarios. También sir-ve como primera aproximación a un tema desconocido para los alumnos,lo que les facilita el paso siguiente del estudio individual y personalizadode dicho tema con ayuda de la bibliografía recomendada. Naturalmente,la clase teórica puede adoptar diversas formas en función de sus conteni-dos y objetivos. Esto es: podría tener que ser una presentación esquemáti-ca y descriptiva de los fenómenos históricos (la crisis de la República enRoma; la configuración del Imperio de Carlomagno); o una presentaciónanalítica de un proceso de más larga duración (la expansión del Islam; laIndustrialización en el siglo XIX); o una aproximación reflexiva sobre la li-teratura acerca de un asunto polémico (el concepto de «Feudalismo»; lacategoría de «Totalitarismo»). En cualquier caso, esa lección teórica de-bería siempre preceder al estudio individual del alumno sobre el tema y alposible debate en seminarios de clase sobre el mismo.

Por supuesto, la valía de la clase teórica dependerá de las cualidadesdel profesor: su facilidad expositiva, coherencia discursiva, claridad con-ceptual, capacidad de síntesis y articulación argumental, disposición aatender las dudas y preguntas del estudiante, etc. Pero incluso con el me-jor profesor concebible, la clase teórica tiene limitaciones infranqueablesque obligan a recurrir a otro tipo de actividades docentes complementa-rias en el proceso educativo universitario. Ante todo, porque la capacidadreceptora del alumno oyente es bastante reducida y ello se refleja en latoma de notas y apuntes que luego se utilizan para el estudio y prepara-ción de exámenes. Según las investigaciones pedagógicas, por términomedio, los estudiantes universitarios que acuden a una lección y tomanapuntes de las explicaciones, sólo consiguen registrar y recordar entre el40-50 por ciento de la información transmitida por el profesor durante lamisma. Esto sin mencionar que el olvido de esa información es ademásmuy rápido si la misma no es «utilizada» y «repasada» en las siguientes 24horas 4. En virtud de esas limitaciones y deficiencias, el proceso educativo

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4 J. McLeish, Cambridge Monograph on Teaching Methods, núm. 1, The Lecture Method,Cambridge, University of Cambridge Institute of Education, 1968. María África de la Cruz

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y formativo de un estudiante universitario no puede ceñirse a la asistenciaregular a las clases teóricas y la recogida de apuntes de las explicaciones,por muy ajustados que éstos puedan llegar a ser. Por esta razón, las clasesprácticas y el estudio individual son complementos esenciales e ineludi-bles de ese proceso formativo.

Así pues, una buena enseñanza y estudio universitario de la historianunca puede descansar únicamente en las lecciones teóricas y en los apun-tes y notas tomadas en las clases. Si ello ocurriera (y no cabe duda de queasí sucede en algunas ocasiones), sería un síntoma inequívoco de fallas ydefectos graves en la práctica docente del profesor y en el modo de estu-dio y aprendizaje de los alumnos.

III. LOS APUNTES DE CLASE

Los apuntes recogidos por el estudiante en las clases teóricas deben regis-trar por escrito de forma esencial las ideas, conceptos y argumentos ofre-cidos por el profesor durante su explicación teórica. Lo que el alumno nopuede ni debe tratar de hacer es registrar literalmente, palabra por pala-bra y frase por frase, el discurso textual del profesor. Esto último es, enrealidad, imposible excepto por medios taquigráficos que no son de do-minio habitual entre los estudiantes. Además, tratar en vano de transcri-bir literalmente todo lo que dice el profesor impone una actitud pasiva yreceptiva, que genera unos apuntes válidos sólo para un estudio memorís-tico y falto de todo razonamiento.

Es preciso, por tanto, relativizar el valor fetichista que se atribuye mu-chas veces a los apuntes de clase. Para aprender y saber, resulta conve-niente acudir a las lecciones teóricas y escuchar atentamente las explica-ciones introductorias del profesor sobre los temas del programa. Pero noes imprescindible tomar apuntes textuales, literales y ajustados de esasexplicaciones. El esfuerzo personal de estudio de la bibliografía corres-pondiente puede suplir su carencia y sus limitaciones con creces. Hay querecordar siempre que el mejor apunte es el resultado de escuchar la lec-ción para entenderla y comprenderla. Ese proceso intelectual posibilita laanotación selectiva de las partes más importantes de las explicaciones,

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Tomé, «Lección magistral y aprendizaje activo y cooperativo», en Florentino Blázquez En-tonado y otros, Materiales para la enseñanza universitaria. I, Badajoz, Universidad de Extre-madura, 1996, pp. 157-225.

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siendo conscientes de lo que quiere decir y a qué se refiere cada parteanotada. De este modo, se evita que las frecuentes pérdidas del hilo argu-mental que experimentan los alumnos en las clases tengan en esas notas elmismo efecto desbaratador que se aprecia en los apuntes pretendidamen-te exhaustivos. Sólo de este modo, los apuntes podrán cumplir su papelde elementos auxiliares, nunca sustitutos, en el estudio de la bibliografíapertinente por parte del alumno.

Por supuesto, esta labor de recogida de apuntes y notas selectivas notiene que consistir sólo en el registro escrito de las frases gramaticales quedice el profesor. Podría requerir el uso de esquemas, organigramas y dia-gramas, etc., donde se tratara de integrar el contenido e ideas de la lec-ción. De esta manera, mediante el uso de cuadros y líneas direccionales,se procuraría establecer gráficamente el orden de exposición y de rela-ción de las ideas y temas aludidos y planteados por el profesor durante suexplicación. Por ejemplo, todo lo que hemos dicho hasta ahora podría re-presentarse mediante un esquema u organigrama similar a éste:

EscucharTomar explicación Uso como

apuntes � � auxiliar racionalmente Anotar selectivamente de la bibliografía

ideas-argumentación

Tanto si se toman apuntes literales como esquemáticos, es convenien-te escribir de manera legible y con amplitud de márgenes y espacios, parahacer posible, si fuera necesario, la inclusión posterior de más líneas o in-formación en el texto previo. En cualquier caso, los apuntes siempre de-ben cotejarse con los diccionarios y manuales de texto. Aunque sólo seapara comprobar si están bien escritos los nombres de personajes, institu-ciones, fechas, etc. Y, sobre todo, siempre debe recordarse que el apuntees una elaboración personal, sometida a un filtro inevitable, de lo que dijoverdaderamente el profesor: no es un acta taquigráfica y notarial de la lec-ción, ni suple de ningún modo la consulta de otros libros y obras de refe-rencia. Excusamos insistir en este último aspecto, dada la reiterada ten-dencia de algunos alumnos a fiarse sólo de sus apuntes y a considerarloscomo una especie de palabra revelada y summum del conocimiento sobreuna asignatura.

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IV. LAS CLASES PRÁCTICAS

Las clases prácticas, el seminario, e incluso la tutoría individual, son lasprincipales actividades pedagógicas que complementan las lecciones teó-ricas. En su conjunto, permiten que el profesor profundice en la explica-ción de los temas apuntados en las lecciones teóricas y aclare las dudas ypreguntas abrigadas por los estudiantes. Además, al contrario que la clasemagistral, son por definición actividades participativas que favorecen eldiálogo y la discusión intelectual fundamentada, estimulando el pensa-miento y razonamiento propio de los alumnos.

Por otra parte, es en el ámbito de las clases prácticas y seminariosdonde el profesor puede iniciar a los estudiantes en el conocimiento yejercicio efectivo de las técnicas de trabajo propias de la investigación his-tórica. Es aquí donde tiene lugar la enseñanza y adiestramiento en los mé-todos y reglas operativas que utilizan los historiadores en la elaboración yconstrucción del relato histórico: los modos de uso y consulta de la bi-bliografía, las formas de realización de fichas bibliográfica, las pautaspara el comentario de textos, mapas y gráficos históricos, los procedi-mientos para la redacción de reseñas de obras históricas y para la confec-ción de trabajos de curso, las características básicas de la consulta archi-vística, etcétera.

Todas esas actividades practicadas en los seminarios son de indudablevalor para la enseñanza universitaria porque fomentan los hábitos de me-ditación, autoactividad y sistematización que siempre deben prevalecersobre el aprendizaje pasivo y memorístico. Gracias a ellos puede superar-se la estrecha asimilación de datos casuísticos y proceder a la compren-sión integradora de los fenómenos y procesos históricos estudiados.

En particular, el enorme valor educativo y formativo de los comenta-rios de texto, las reseñas y los trabajos de curso reside en su virtualidadhermenéutica (Hermenéutica: arte de interpretar textos y documentos).No en vano, dichos ejercicios ofrecen la oportunidad de que los alumnosse introduzcan en las labores de crítica bibliográfica e interpretación infe-rencial de documentos históricos, en las tareas de exégesis razonada y de-mostrativa, que definen y caracterizan en gran medida la práctica de in-vestigación y narración historiográfica.

Por otra parte, los ejercicios realizados en las clases prácticas pro-porcionan un medio idóneo, al margen del examen, para que tanto elprofesor como el alumno puedan ponderar regularmente cinco aspec-tos esenciales del proceso de aprendizaje de la historia: 1º el grado de

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conocimientos positivos adquiridos por el estudiante (mediante sus escri-tos, intervenciones y respuestas a preguntas sobre datos concretos); 2º elgrado de comprensión general (mediante su habilidad para formular y se-ñalar conexiones y relaciones entre fenómenos históricos globales); 3º lacapacidad de análisis y discernimiento (por su facilidad para seleccionar,comparar y diferenciar procesos y estructuras históricas); 4º la capacidadde síntesis y resumen (por su facilidad para relatar, organizar y generali-zar sobre temas históricos); y 5º la facultad de evaluación y ponderación(por su disposición para juzgar y criticar opiniones o hipótesis historio-gráficas) 5.

V. EL ESTUDIO INDIVIDUAL

Si bien la enseñanza universitaria en su totalidad es un acto comunitario ycompartido que engloba al profesor y a los alumnos, el aprendizaje es bá-sicamente un asunto propio y personal del estudiante. En otras palabras:enseñar y aprender no son conceptos sinónimos ni remiten a actividadesanálogas, aun cuando estén vinculadas y conexas. Son términos comple-mentarios. La labor de enseñanza (docente) del profesor presupone unconjunto planificado de actividades varias destinadas a lograr que losalumnos aprendan ciertos conocimientos, destrezas y habilidades. Sinembargo, el aprendizaje es una labor personal del estudiante (es literal-mente un auto-aprendizaje en el sentido socrático) mediante el cual hacesuyos esos conocimientos, destrezas y habilidades y los incorpora a su ba-gaje intelectual propio. Como ya explicara en el siglo III a. C. el sabio Eu-clides al rey Tolomeo II de Egipto ante sus protestas por la dificultad in-herente al aprendizaje matemático: «Señor, me temo que no hay caminosreales para aprender Geometría».

En consecuencia, el estudiante tendrá que llevar a cabo el estudio delos saberes y técnicas enseñados e impartidos por el profesor mediante unproceso de asimilación, reflexión y comprensión privado e individual, pro-ducto de su propio esfuerzo y dedicación, dependiente de sus intereses,preparación y oportunidades. En todos los órdenes educativos, pero sobre

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5 Esta clasificación procede de la obra Improving Teaching in Higher Education, Lon-dres, University of London Teaching Methods Unit, 1980, p. 116. Véanse también las refle-xiones contenidas en la obra de Inmaculada González y otros, Enseñar historia, geografía yarte, Barcelona, Laia, 1987.

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todo en el ámbito universitario, el estudio realizado por el alumno nuncapuede ceñirse a la ciega y rutinaria memorización de unos apuntes o deuna redacción ofrecida por un manual de texto. La clave de los estudiosuniversitarios reside en la mayor iniciativa personal que demandan delalumno para aprender y comprender la materia estudiada, en el esfuerzopositivo por su parte para completar la labor educativa ejercitada por elprofesor en las clases, seminarios y tutorías. Hay que recordar siempre quela «memoria sin inteligencia no sirve de nada al estudiante de historia» 6.

La iniciativa personal del alumno universitario debe tomar la formade un esfuerzo de lecturas guiado por el programa de la asignatura, la bi-bliografía añadida al mismo y las recomendaciones del profesor. Es en laactividad individual de lectura de libros y artículos donde se ejercita lamayor capacidad receptora y reflexiva del estudiante. Nunca se insistirábastante en este punto: la acción de leer un texto, en la medida en queexige descifrar unos signos impresos y construir mentalmente un sentidopreciso, moviliza millones de neuronas cerebrales que agudizan y ejerci-tan el entendimiento de un modo mucho más amplio y profundo queotras actividades sensoriales más simples (como la visión ocular de unapelícula o la escucha auditiva de un discurso). Por eso no cabe pensar enun estudiante universitario que no lea profusa y repetidamente a lo largode su período formativo y aun con posterioridad. Esta importancia cru-cial de la lectura en el aprendizaje individual, en la formación culturalpersonal, ha sido bien recogida por Alberto Manguel recientemente: «Lee-mos para entender, o para empezar a entender. No tenemos otro remedioque leer. Leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial» 7.

Las clases, teóricas o prácticas, son (o deben ser) únicamente el prólo-go y referente necesario para realizar esa labor de lectura individual, per-sonal y solitaria. De ningún modo pueden sustituirla o reemplazarla. Sólocabe esperar de ellas que permitan articular ese esfuerzo personal e indi-vidual de una manera metódica y reglada, escalonada a lo largo del cursoy orientada por el profesor, el programa y la bibliografía correspondiente.En suma: nadie sino el propio estudiante, por su propio esfuerzo, dedica-ción y hábito de lectura, puede llegar a aprender y comprender plena-mente la materia enseñada. Parafraseando al Dr. Johnson, un ilustradobritánico, cabría decir al respecto que el profesor puede ofrecer múltiples

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6 M. Pacaut, Guide de l’étudiant en Histoire Médiévale. Citado en Juan Ignacio Ruiz dela Peña, Introducción al estudio de la Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1984, p. 146. En unsentido general similar, véase la obra de Fernando Hernández y Juana María Sancho, Paraenseñar no basta con saber la asignatura, Barcelona, Paidós, 1982.

7 Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Madrid, Alianza, 1998, p. 21.

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razones y explicaciones al alumno, pero sólo a éste compete entenderlas ycomprenderlas.

Como es natural, los libros son el auxiliar principal e inmediato quetiene el estudiante para ayudarse en esa tarea. Por eso resulta imprescindi-ble saber qué tipo de obras están disponibles en la biblioteca y cuáles sonlas más apropiadas para cada tema y asunto. Como veremos, ello requiereconocer las reglas de citación bibliográfica para utilizar los catálogos de labiblioteca y saber buscar y localizar los libros deseados. Pero, ante todo yen términos generales, esa labor de consulta bibliográfica y estudio perso-nal debe seguir un orden ascendente, de las obras más simples a las máscomplejas. Según este orden, la bibliografía de apoyo al estudio podría cla-sificarse (si no lo está en el programa) y utilizarse de la siguiente manera:

1. Las obras de referencia histórica general. Estos trabajos permitenacceder a una información general rápida y sintética, que sirve como pri-mera aproximación al tema objeto de estudio. También pueden propor-cionar definiciones breves que aclaren el significado de conceptos, voca-blos, personajes o instituciones relevantes para la materia analizada.Componen este grupo primario las obras del tipo siguiente:

a. Diccionarios de términos históricos. Como pudiera ser la obra deA. Abós y A. Marco, Diccionario de términos básicos para la historia, Ma-drid, Alhambra, 1982.

b. Enclicopedias temáticas. Como es el caso de la Enciclopedia deHistoria de España, dirigida por Miguel Artola, Madrid, Espasa Calpe,1989-1993, 7 vols.

c. Repertorios informativos. Como resulta ser el volumen de Barto-lomé Bennasar y otros, Léxico histórico de España moderna y contemporá-nea, Madrid, Akal, 1982.

d. Atlas y cronologías históricos. Como sucede con el texto deH. Kinder y W. Hilgemann, Atlas histórico mundial, Madrid, Istmo, 1980,2 vols.

2. Los manuales introductorios y obras generales. Los volúmenes deltipo «Historia general de...» proporcionan una síntesis panorámica e in-troductoria de la materia de cada asignatura y sirven para ampliar, mati-zar y reforzar las lecciones teóricas impartidas por el profesor y tomadasen apuntes. Nunca resulta aconsejable ni conveniente utilizar un únicomanual de texto en los estudios universitarios. Por el contrario, es preferi-ble consultar, cotejar y comparar varios manuales de los presentes en la

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bibliografía entregada por el profesor (como mínimo, dos), a fin de teneracceso a posibles puntos de vista divergentes e interpretaciones contra-puestas. En esos procesos de comparación y contraste surge y se ejercitael espíritu crítico razonado y documentado que debe presidir la forma-ción de todo universitario.

3. Las monografías y obras especializadas. Éstos son los libros queabordan de modo intenso y monográfico un aspecto temático o un perío-do cronológico particular. Permiten profundizar en el conocimiento deese tema y momento, sobre la base de la información recabada en lasobras de referencia general y en los manuales. Esta bibliografía es siemprefundamental para poder realizar las labores de comentario, reseña y re-dacción de trabajos de curso que caracterizan el estudio universitario. Nocabe concebir un estudiante universitario de historia que no analice y exa-mine un cierto número de monografías especializadas a lo largo de sus es-tudios. Sólo de este modo puede acercarse al método de trabajo emplea-do por los historiadores en su nivel más primario y básico. Por su propianaturaleza monográfica, es imposible proporcionar una selección biblio-gráfica general de estas obras.

4. Las revistas de temática histórica. La mayor parte de la produc-ción historiográfica no tiene siempre el formato de un libro, sino que sepublica en las varias revistas de historia especializadas o divulgativas queexisten. Esos artículos de revista son el vehículo esencial para dar a cono-cer al gremio los avances hechos en la investigación sobre distintos temas.También en ellas aparecen las noticias y reseñas bibliográficas más impor-tantes para la disciplina. Su consulta puede resultar imprescindible paracomprender ciertos temas, seguir el desarrollo de debates historiográficoso actualizar algunas informaciones e interpretaciones.

5. Las antologías de textos documentales. El último tipo de obras uti-lizables en el estudio universitario son los repertorios de documentos his-tóricos, tanto textos narrativos, como gráficas estadísticas o mapas y pla-nos sobre situaciones pretéritas. Constituyen las fuentes primarias,directas y originales, con las que se escribe la historia y tienen un valorformativo esencial mediante su utilización en los comentarios históricos.Después de haber consultado la bibliografía anterior y haber apreciado eluso e interpretación que en ella se hace de los documentos históricos,siempre resulta conveniente acudir a las antologías para leer y comprobarpersonalmente las fuentes históricas citadas y referidas.

El manejo certero y ágil de esas obras por parte de los alumnos consti-tuye el medio más eficaz para un aprovechamiento pleno de las activida-

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des educativas desarrolladas en las clases teóricas y prácticas. Son su com-plemento necesario y suficiente, sin el que la enseñanza de historia en lasUniversidades pierde gran parte de su sentido y valor. Hay que recordarque el estudiante universitario no es mejor porque tenga una prodigiosamemoria donde albergue un gran caudal de datos y fechas. Es más impor-tante que aprenda y sepa cómo y dónde buscarlos y encontrarlos en losfondos custodiados en las bibliotecas. Para ayudar en esta tarea, se ofreceal término de este capítulo una selección bibliográfica, organizada porapartados indicativos, de algunas obras generales útiles para el estudianteuniversitario de historia.

VI. EL EXAMEN

El último acto de la enseñanza y aprendizaje universitario es la medicióncuantitativa o ponderación cualitativa de los resultados logrados por am-bos procesos. Esa evaluación tiene por objeto calibrar el grado de forma-ción y conocimientos alcanzado por el estudiante en una asignatura a lolargo del curso académico. El examen, oral o escrito, es la forma principalde dicha evaluación, junto con las calificaciones por trabajos, por inter-venciones de clase y seminario, etcétera.

Ante todo, es importante enfrentarse al examen de un modo racionaly positivo. Se trata, ni más ni menos, de una prueba en la que debemosdemostrar nuestros saberes y competencia en una materia dada. Por eso,el mejor seguro para realizar un buen examen es sencillamente el estudioy el saber acumulado durante el curso. Nada reduce tanto el componentede suerte que hay en un examen como la amplitud y profundidad de losconocimientos adquiridos por el examinando a través de las clases, semi-narios y lecturas privadas. En otras palabras: en un examen de 20 temas,la hipotética suerte de quien ha estudiado 15 de esos temas es bastantemayor que la de quien ha estudiado sólo 5 de los mismos.

Obviamente, esos conocimientos adquiridos no pueden consistir enmera erudición y memorización de corto alcance. No basta con acumulardatos concretos, bien alineados y yuxtapuestos en nuestra memoria. Parasaber y conocer hace falta también integrar esos datos en configuracionesintelectuales más amplias, capaces de poner en relación y vinculación ta-les datos casuísticos con estructuras y procesos históricos generales y de-terminantes. No basta saber quién era Julio César y cómo murió; hace fal-ta situar ese hecho en el contexto envolvente de la crisis de la República

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romana y comprender la naturaleza y desarrollo de este proceso. Cuandose ha alcanzado este grado de dominio de la materia, el examen es un ejer-cicio de demostración y narración que no tiene dificultades inefables uoscuras.

Cabe recordar que ningún examen resulta fácil si sólo se tiene un co-nocimiento ligero e impreciso de la materia correspondiente. Nada esmás arriesgado que llegar a un examen con los conocimientos «prendidoscon alfileres» después de un atracón de estudio en los días o noches pre-vios a la fecha de la prueba. Los exámenes deben prepararse metódica-mente a lo largo del curso y para eso se acude a clase, se toman apuntes, seleen y comentan textos y libros, y se elaboran las fichas de lectura biblio-gráfica y las reseñas de libros de historia. A medida que se acerca la fechadel examen, el mejor medio para prepararlo consiste en volver a revisaresos apuntes y esas fichas con tiempo y calma, siguiendo el orden temáti-co fijado por el programa de la asignatura y resolviendo las posibles du-das con la ayuda de diccionarios y enciclopedias.

Para hacer más provechosa esta labor de estudio y re-visión de la ma-teria, cabe aplicar una «inteligencia estratégica» a fin de rentabilizar eltiempo disponible antes del examen y sacarle el mayor partido posible.Por ejemplo, antes de empezar a estudiar conviene preparar nuestro espa-cio de estudio convenientemente: con una buena mesa y una buena silla,con suficiente iluminación natural o artificial, con el material auxiliar alalcance de la mano (diccionarios, manuales, apuntes) y con hojas, bolígra-fos y lápices para usar cuando convenga. No es nada recomendable estarsentado y estudiando más de hora y media o dos horas como máximo.Aparte del agarrotamiento físico de los músculos, hay un desgaste mentalexcesivo y una pérdida gradual de concentración cuando se supera ese lí-mite de las dos horas de atención lectora.

Como norma general, conviene romper los períodos de estudio condescansos recurrentes de cinco o diez minutos mínimos en los que nos le-vantaremos de la silla y moveremos las piernas y el cuerpo con holgura. Y,desde luego, no es recomendable estudiar más de ocho horas diarias enconjunto. El exceso de horas diarias de estudio, aparte de acumular can-sancio a medida que pasan las jornadas, favorece la generación de nervio-sismo e irritabilidad, factores ambos que oscurecen el entendimiento y re-ducen la capacidad de comprensión y memorización. De igual modo, noresulta nada conveniente alterar los hábitos alimenticios y las pautas desueño con la excusa de estudiar más o mejor para un examen. Al contra-rio, hay que saber encajar esas ocho horas máximas de estudio diario ennuestra agenda cotidiana y sin alteraciones contraproducentes que reduz-

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can nuestro rendimiento físico o intelectual. A título de mero ejemplo, nohay que abusar del café o de cualquier otro estimulante para tratar demantenerse despejado y combatir el sueño: el uso abusivo de esos alimen-tos y líquidos perjudica la concentración, acentúa el nerviosismo y a lapostre rebaja nuestra capacidad de respuesta a las demandas del estudio.

En un plano puramente pragmático, podrían hacerse las siguientesrecomendaciones antes de proceder a realizar un examen.

En primer lugar, el estudiante debe estar muy tranquilo y relajado ymuy atento a las indicaciones que el profesor pueda dar antes de comen-zar la prueba: fijación de un número de hojas máximas para escribir y en-tregar, establecimiento de un tiempo máximo disponible para redactar,llamada de atención sobre la importancia de la legibilidad de la letra ma-nuscrita o advertencia de la fecha y horario para potenciales reclamacio-nes de las calificaciones, etc.

En segundo lugar, siempre debe leerse con atención y reflexión laspreguntas que se hacen en el examen. Debido al exceso de nerviosismo oa la premura, no resulta nada infrecuente que los alumnos malinterpretenuna pregunta y contesten algo que tiene poco que ver con la cuestión ori-ginal. Para evitar esos problemas conviene leer con tranquilidad y más deuna vez el cuestionario y fijarse bien en lo que se pide en la pregunta: noes lo mismo «definir» un concepto que «analizar» un texto o «explicar»un tema.

En tercer lugar, resulta muy conveniente planificar la respuesta deacuerdo con el tiempo disponible y elaborar un guión o esquema sencilloy orientativo antes de proceder a la redacción del texto. Así se evitan lasrespuestas desordenadas, las reiteraciones no intencionadas y la sensa-ción de caos y desconcierto que provoca una narración irreflexiva o queavanza en zig-zag.

En cuarto lugar, debe redactarse la respuesta de modo claro y legible,con oraciones sencillas y bien estructuradas (con sujeto, verbo y predica-do distinguibles y con sus correctas concordancias), evitando la divaga-ción escapista y la digresión interesada. Nada es más fácil de percibir queel intento de ocultar la pobreza de ideas y conocimientos mediante undiscurso farragoso e innecesariamente extenso. Hay que recordar siem-pre que divagar es casi siempre contraproducente en un examen y quevale más un texto corto y bueno que otro largo y malo.

En quinto lugar, es imprescindible escribir con letra bien legible y or-denada, sin abreviaturas caprichosas (a menos que estén aceptadas) y conrespeto estricto a las normas ortográficas y de puntuación. A este respec-to conviene recordar que las «flechitas» direccionales y los asteriscos no

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son signos ortográficos que puedan suplir los ordinales, los guiones, etc.Y también que nada predispone a un profesor más desfavorablementeante un examen que el hecho de que esté escrito con letra ininteligible yen formato de borrador tentativo.

Por último, debe tomarse la precaución de releer lo escrito antes deentregarlo al profesor, a modo de auto-evaluación de lo que hemos hechoy dicho. Así se posibilita la corrección de errores involuntarios, la acen-tuación de palabras mal escritas, la revisión de los signos de puntuación,la modificación de estructuras gramaticales incorrectas y de faltas de con-cordancia, etc.

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EL OFICIO DE HISTORIADOR

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CÓMO SE ENSEÑA Y ESTUDIA LA HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD

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Page 133: El Oficio de Historiador - Moradiellos, Enrique

F. Revistas

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Anuario de Historia del Derecho, Madrid, Consejo Superior de InvestigacionesCientíficas, 1924-.

La Aventura de la Historia, 1998-.Ayer, Madrid, Asociación de Historia Contemporánea, 1990-.Boletín de la Real Academia de la Historia, Madrid, Real Academia de la Historia,

1877-.Cuadernos de Investigación Histórica, Madrid, Fundación Universitaria Española,

1977-.The Economic History Review, Cambridge, The Economic History Society, 1927-.European History Quarterly, Lancaster, Sage Publications, 1971.Estudios de Historia Social, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1977-.Guerres Mondiales et Conflits Contemporains, París, Presses Universitaires de

France, 1950-.Hispania. Revista Española de Historia. Madrid, Centro de Estudios Históricos

del CSIC, 1941-.Historia 16, Madrid, Grupo 16, 1976-.Historia Social, Valencia, UNED, 1988-.Historia y Vida, Barcelona, Gaceta Ilustrada, 1957-.History Workshop Journal, Oxford, University Press, 1976-.International Review of Social History, Amsterdam, International Instituut voor

Sociale Geschiedenis, 1956-.The Journal of Contemporary History, Londres, Sage Publications, 1966-.The Journal of Modern History, Chicago, University of Chicago Press, 1929-.Le Mouvement Social, París, Association «Le Mouvement Social», 1960-.Past and Present, Oxford, The Past and Present Society, 1952-.Recerques, Barcelona, Curial Edicions, 1970-.Revue Historique, París, Presses Universitaires de France, 1876-.Revista de Arqueología, Madrid, Revista de Arquelogía, 1980-. Revista de Historia Económica, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,

1983-.Tiempo de Historia, Madrid, Prensa Periódica, 1974-.

EL OFICIO DE HISTORIADOR

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123

4. INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJOUNIVERSITARIO

En las páginas que siguen, se ofrecen una serie de consejos orientadores yrecomendaciones sobre las distintas técnicas y métodos de trabajo habi-tuales en la enseñanza y estudio universitario de la historia. Su intenciónno es otra que facilitar al estudiante la plena comprensión de dichas técni-cas y el progresivo dominio en el ejercicio práctico de las mismas. Se con-ciben, por tanto, como elementos auxiliares para ayudar al estudiante ensu labor de lectura y aprendizaje individual y en su realización de las ta-reas planteadas en los seminarios y clases prácticas. Tales técnicas y méto-dos de trabajo universitario son los reseñados a continuación:

1. Técnicas de identificación y referencia bibliográficas.2. Elaboración de fichas bibliográficas y fichas de lectura.3. Pautas básicas de comentario de textos históricos.4. Pautas básicas para el comentario de gráficos históricos y documen-

tos estadísticos.5. Pautas básicas para el comentario de mapas históricos.6. Esquema básico para la reseña de libros de historia.7. Esquema para la redacción de un trabajo de curso.8. Notas para iniciar la consulta archivística.9. Sugerencias para el uso de Internet en los estudios históricos.

10. Guía para la elaboración de un Curriculum Vitae.

Dado que la intención de estas orientaciones es utilitaria, para hacermás fácil su seguimiento y comprensión, las explicaciones teóricas sobredichas técnicas y métodos van acompañadas de ejemplos de aplicaciónpráctica. La bibliografía recogida al final de este apartado contiene un nú-mero suficiente de obras que permitirían a quien lo deseara una mayorprofundización en los distintos asuntos aquí tratados y abordados. Excu-samos añadir que la realización práctica de esas tareas universitarias pue-de hacerse del tradicional modo manual (con papel y bolígrafo), con elauxilio de una máquina de escribir (procedimiento ya en desuso) o con la

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moderna ayuda de un ordenador personal y los correspondientes progra-mas de procesadores de textos y bases de datos. En todos esos casos, la ló-gica del trabajo seguiría siendo la misma con independencia del soportetécnico utilizado.

I. TÉCNICAS DE IDENTIFICACIÓN Y REFERENCIA BIBLIOGRÁFICAS

El conocimiento de las técnicas de identificación y referencia bibliográfi-cas resulta imprescindible para cualquier estudiante universitario de His-toria (o de cualquier otra materia, para el caso). Gracias a ellas, contamoscon un mecanismo reglado y universal para buscar información sobretodo lo que haya podido ser publicado o esté disponible del tema denuestro interés en cualquier formato: libro, artículo de revista, actas deconferencias o congresos, periódicos o revistas particulares, etc. El domi-nio de estas técnicas constituye una condición necesaria para el uso ópti-mo de todos los recursos y facilidades ofrecidos por las bibliotecas públi-cas y universitarias (donde se albergan y custodian los «libros»: conjuntosde hojas manuscritas o impresas unidas por uno de sus lados), por las he-merotecas (repositorios donde se custodian los diarios y publicacionesperiódicas), por las cartotecas (centros para la conservación de mapas) ypor las fonotecas (instituciones para la custodia de los registros musicalesy sonoros en cualquier soporte). Es también un requisito fundamentalpara entender y poder utilizar la bibliografía adjunta al programa de cual-quier asignatura. No cabe, por tanto, concebir un estudiante universitariode Historia (o de otra materia) que desconozca esas reglas básicas y loscódigos de citación y localización bibliográfica.

La referencia de toda obra publicada siempre debe aparecer escritade acuerdo con unas normas de citación universales. Su funcionalidad esbásicamente pragmática. Gracias a esas normas, todo lector potencial, in-cluso si es extranjero y desconoce la lengua en la que está escrita la obra,tiene la posibilidad de entender la referencia y buscar la publicación a tra-vés de los catálogos de las bibliotecas, hemerotecas, cartotecas y fonote-cas. El origen de esas normas actualmente universales es bastante recien-te: en 1926 se fundó la Federación Internacional de Asociaciones deBibliotecas (IFLA, en sus siglas inglesas) con el objetivo de impulsar lacooperación mundial en el campo de las prácticas de catalogación y clasi-ficación de los fondos bibliográficos, a fin de terminar con la anarquíacaótica existente y las dificultades de homologación planteadas.

EL OFICIO DE HISTORIADOR

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Uno de los más valiosos frutos derivados de la IFLA fue la elaboraciónde una norma para la descripción bibliográfica normalizada (el ISBD porsus siglas inglesas: International Standard Book Description), que ha sidocasi universalmente adoptada por todos los países a la hora de hacer la fi-cha catalográfica de una obra publicada e impresa.

En el cuadro adjunto puede verse, a título de ejemplo, una ficha cata-lográfica de un libro custodiado en la Biblioteca Nacional de España(consultada en su página web de Internet: www.bne.es) en la cual se reco-gen los datos imprescindibles que la norma ISBD impone para la descrip-ción de toda obra publicada: autoría, título, datos de publicación (lugar,editor, año, páginas y dimensiones), entre otras. Véase, además, que la fi-cha catalográfica añade al final en un recuadro específico una informa-ción práctica que no forma parte del ISBD (porque no es de interés generalpara describir e identificar el libro), pero que resulta crucial para teneracceso al libro dentro de la Biblioteca Nacional (y no en otra biblioteca):su «signatura» en esa institución particular (el número 3/82592 que sirvepara identificar y localizar el libro en el depósito y así poder recogerlo ysubirlo a sala cuando es solicitado), su situación actual (disponible paraser consultado por el usuario que lo solicite) y su lugar de entrega, uso ylectura (sala general o salas especiales).

INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJO UNIVERSITARIO

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Otro fruto valioso de la normalización bibliográfica auspiciada por laIFLA es el llamado ISBN (International Standard Book Number), una espe-cie de «Documento Nacional de Identidad» que se atribuye a cada unode los libros o publicaciones impresas de manera estrictamente individua-lizada y singular. Se trata de un código numérico identificador de los li-bros y folletos impresos, de los libros no impresos (en vídeos, caseteso CD), de las publicaciones electrónicas (CD-ROM, publicaciones en In-ternet) y publicaciones multimedia. El ISBN está definido por una normaaprobada recientemente (la norma ISO 2108) y se implantó por vez prime-ra en Gran Bretaña en los años sesenta del siglo XX. Actualmente másde 160 países son miembros oficiales de este sistema de identificaciónindividual de las publicaciones. Desde el 1 de enero de 2007 el ISBN cons-ta de 13 dígitos (antes sólo tenía 10) dispuestos en 5 partes y separadospor guiones o espacios que identifican el grupo nacional, geográfico o lin-güístico de las editoriales, el editor, el título y el dígito de control. A títulode ejemplo, veremos cómo se descompone el siguiente ISBN: 978-84-8181-294-7.

Parte I: 978: prefijo que amplía a 13 números el código.Parte II: 84: grupo nacional, geográfico o lingüístico de la editorial:

España.Parte III: 8181: editor: Ministerio de Cultura.Parte IV: 294: título: La Dama de Elche (coord.: Salvador Rovira Llo-

rens).Parte V: 7: dígito de control y comprobación.

Conociendo ya las normas de referenciación bibliográfica y catalo-gráfica mínimamente, el estudiante universitario puede ya hacer uso delos instrumentos de búsqueda de libros disponibles en las bibliotecas yotros repositorios análogos: los catálogos (físicos, con fichas en arma-rios, o virtuales, a través de las páginas web en Internet). En esencia, es-tos catálogos pueden ser de dos tipos: catálogo de autores y catálogo dematerias.

En el primer caso, las fichas que recogen los fondos disponibles en labiblioteca (tanto si son cartulinas en un catálogo físico como si son pági-nas de pantalla que reflejan el catálogo virtual disponible en la red Inter-net) están ordenadas alfabéticamente, tomando como principio de orde-nación el apellido de los autores. Es decir: un libro del historiadorManuel Tuñón de Lara habría que buscarlo en el apartado «T» (por seresta letra la primera de su primer apellido). Y el diccionario de Historia

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de España dirigido por Miguel Artola estaría registrado mediante fichade autor (en la «A» por «Artola, Miguel») y quizá también y a la par en«D» (por «Diccionarios»).

En el segundo caso, las fichas están clasificadas por materias temá-ticas, normalmente siguiendo el CDU (Clasificación Decimal Univer-sal). Se trata de un sistema de ordenación material de los libros y obrasde una biblioteca ideado en Estados Unidos hacia 1876 por un biblio-tecario apellidado Dewey (de ahí que también se le llame a veces «Cla-sificación de Dewey»). En la actualidad lo emplean más de 200.000 bi-bliotecas de un mínimo de 135 países que utilizan más de 30 lenguasdiferentes.

Este tipo de catálogo basado en el CDU trata de distribuir («clasifi-car») en diez grandes grupos todas las materias científicas y las activida-des intelectuales (por eso es «universal») siguiendo un orden sistemáticoque va de lo general a lo particular y que está abierto a la expansión casiinfinita (porque siempre cabe «sacar decimales» de los diez grupos origi-narios). Estos diez grupos temáticos corresponden a las diez cifras numé-ricas básicas, empezando en cero y terminando en nueve, pero siempresacando decimales del número entero (0,0; 0,1; 0,2; 0,3; 0,4, etc.) El ca-rácter numérico y decimal de la clasificación garantiza su universalidad ycomprensión en cualquier idioma. Su condición de números decimalesofrece la posibilidad de una subdivisión indefinida y siempre en descensohacia lo particular y más singular. Hay que hacer notar que por conven-ción simplificadora siempre se prescinde del número entero (que se pre-supone) y la tabla decimal comienza con el primer decimal (0, 1, 2, 3, 4).Además, para mayor facilidad de lectura, cada tres números se añade unpunto para diferenciar estratos de clasificación. La adscripción temáticade cada número es la siguiente:

0. GENERALIDADES Y DOCUMENTACIÓN1. FILOSOFÍA2. RELIGIÓN Y TEOLOGÍA3. CIENCIAS SOCIALES Y DERECHO4. NÚMERO PENDIENTE DE ASIGNACIÓN TEMÁTICA5. CIENCIAS PURAS, NATURALES Y FORMALES6. CIENCIAS APLICADAS Y TECNOLOGÍAS7. BELLAS ARTES Y ARTES APLICADAS8. LITERATURA Y FILOLOGÍA9. HISTORIA, GEOGRAFÍA Y BIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJO UNIVERSITARIO

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Dentro de cada grupo, en un orden de inclusión descendente, el aña-dido de un número a la cifra inicial indica un área temática específicadentro del género. Así, por ejemplo, el grupo 9 corresponde a «Historia,Geografía, Biografía» y se ramifica como sigue:

91. GEOGRAFÍA. VIAJES92. BIOGRAFÍA93. HISTORIA94. HISTORIA DE EUROPA95. HISTORIA DE ASIA96. HISTORIA DE ÁFRICA97. HISTORIA DE AMÉRICA DEL NORTE98. HISTORIA DE AMÉRICA DEL SUR99. HISTORIA DE OCEANÍA Y REGIONES POLARES

A su vez, el subgrupo 94 se subdivide y ramifica en otros 99 decimalespara integrar las historias nacionales de cada uno de los países europeos.De este modo, a título de ejemplo, el número 941 remite a «Historia delas islas Británicas»; el número 943 a «Historia de Alemania»; el número944 a «Historia de Francia» y el número 946 corresponde a «Historia deEspaña». El proceso de subdivisión («sacar decimales») puede seguir asíoperando para concretar más las temáticas dentro de cada campo prefija-do por los números previos. Por consiguiente, el número 946.01 (recor-demos que en el CDU se coloca un punto después de tres cifras para sim-plificar la lectura) registraría el campo de la «Historia. Europa. España»perteneciente a la «Historia Antigua», en tanto que el número 946.02 re-mitiría a «Historia Medieval» y la cifra 946.06 estaría reservada a clasifi-car todas las publicaciones pertenecientes al período considerado de«Historia contemporánea».

De este modo, si acudiéramos a cualquier biblioteca debidamente or-ganizada y consultáramos su catálogo CDU (a veces incluso las instalacio-nes de consulta directa de obras siguen esta clasificación en bloques te-máticos), en el subgrupo 946 estarían registradas todas las publicacionesreferidas a Historia de España. Y en el 946.06 todas las de ese tipo per-tenecientes a la historia contemporánea de dicho país. Un ejemplo prácti-co de la viabilidad y detalle de este sistema clasificatorio puede ser elsiguiente 1:

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1 José López Yepes, La aventura de la investigación científica, Madrid, Síntesis, 1996,p. 133.

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3. Ciencias sociales y derecho33. Economía política331. Trabajo331.1. Relaciones entre empresa y trabajo331.2. Salarios331.23. Formas de salario331.231. Trabajo a destajo

En las hemerotecas, los catálogos de sus fondos están normalmenteorganizados por orden alfabético y tomando como criterio el título deldiario o de la revista. Así, por ejemplo, el diario londinense The Times seencontraría en el apartado «T» (por ser la primera letra del nombre pro-pio «Times»); mientras que el diario madrileño ABC se hallaría en el apar-tado «A» (por idéntica razón). A veces también existen catálogos organi-zados por procedencia geográfica, en cuyo caso se toma como criterio declasificación el lugar de publicación: The Times aparecería entonces en lasección «Prensa británica» o «Prensa londinense», en tanto que ABC selocalizaría en la sección «Prensa española» o «Prensa madrileña». Encualquier caso, las fichas hemerográficas de cada diario o revista ofrecenal usuario siempre una información básica para su buena utilización(ejemplares disponibles, números perdidos o no existentes, cambios de ti-tulación o subtitulación, medidas, páginas, etc.) y, lo más importante, lasignatura (normalmente un conjunto de letras y número) que permite sufácil localización en los depósitos y que debe ser consignada claramenteen las peticiones de consulta.

La referencia bibliográfica se elabora de distinta forma según que laobra sea un libro, un artículo de libro, un artículo de revista, un artículo pe-riodístico, etc. Así, a simple golpe de vista, podemos apreciar el tipo deobra que es y cómo y dónde será posible localizarla. En todos los casos, esareferencia debe proporcionar un mínimo de información que permita dife-renciar la obra de otras similares y conocer los datos básicos para la identifi-cación y búsqueda de dicha publicación. Ello permite, por ejemplo, solici-tar en una biblioteca un ejemplar determinado de un libro objeto de variasediciones, pedir la fotocopia exacta de un artículo sin haberlo visto previa-mente, o requerir un número de revista donde sabemos que está recogido elartículo que nos interesa. A continuación se ofrecen las normas más habi-tuales para la correcta referencia bibliográfica de libros y artículos.

1. En el caso de un libro de autor individual, la referencia bibliográ-fica básica debe escribirse así en un listado bibliográfico: Apellidos del

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autor (a veces, se escriben en letras mayúsculas para destacarlos visual-mente), Nombre o inicial del mismo, Título de la obra subrayado. Con elsubtítulo incorporado, Lugar de edición (si no consta, se pondrá «s.l.», sinlugar), Editorial o institución editora, año de publicación (si no consta,«s.a.», sin año). Una referencia más completa añadiría las páginas (con sunúmero seguido de p. o pp.) y el número de edición si no es la primera. Sifuera una traducción de una obra extranjera, añadiría la fecha de publica-ción original y el nombre del traductor. Por ejemplo:

Eco, Umberto, Cómo se hace una tesis. Técnicas y procedimientos deinvestigación, estudio y escritura, Barcelona, Gedisa, 1982, 267pp., 3ª ed. Edición original italiana, 1977. Traducción de MartaRourich.

Preston, Paul, La destrucción de la democracia en España. Reacción, re-forma y revolución en la Segunda República, Madrid, Turner,1978, 343 pp. Traducción de Jerónimo González.

Hernández Sandoica, Elena, Los caminos de la Historia. Cuestiones dehistoriografía y método, Madrid, Síntesis, 1995.

2. Si son varios los autores de un libro, sus nombres aparecen dis-puestos secuencialmente, separados por punto y coma y el último precedi-do por una «y». Si fueran muchos los autores, también podría aparecersólo el primer nombre seguido de «y otros» o de la locución latina análoga«et al.» (por «et alii»). Si fuera una obra colectiva de multitud de autores orespondiera a las actas de un congreso, cabe introducir el título con laabreviatura AA VV (Autores Varios) o reseñar directamente el título dela obra.

Tuñón de Lara, Manuel; Valdeón Baruque, Julio y Domínguez Ortiz,Antonio, Historia de España, Barcelona, Labor, 1991.

Ubieto, Antonio y otros, Introducción a la Historia de España, Barce-lona, Teide, 1970.

AA VV, Tendencias en la Historia, Madrid, Consejo Superior de Inves-tigaciones Científicas, 1988.

Actas del I Congreso de Teoría y Metodología de la Ciencia, Oviedo,Pentalfa Ediciones, 1982.

3. Si el libro, a pesar de ser un trabajo colectivo, tiene un encargadode la edición, un director, un coordinador o un compilador de la misma, seseñala esta circunstancia añadiendo entre paréntesis las abreviaturas

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«ed.» (por «editor»), «dir.» (por «director»), «coord.» (por «coordina-dor») o «comp.» (por «compilador»). Si el responsable no es una personaindividual sino dos o más, se añadirá la letra «s» al término de las abrevia-turas para indicar esa cualidad.

Burguière, André (dir.), Diccionario de las ciencias históricas, Madrid,Akal, 1992.

Stern, Fritz (ed.), The Varieties of History. From Voltaire to the Pre-sent, Londres, Macmillan, 1970.

Granja, José Luis de la y Pablo, Santiago de (coords.), Historia del PaísVasco y Navarra en el siglo XX, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002.

Boorstin, Daniel J. (comp.), Compendio histórico de los Estados Uni-dos. Un recorrido por sus documentos fundamentales, México, FCE,1997.

4. Si la referencia muestra un artículo de un autor incluido en un li-bro que no es sólo suyo, se indicará el artículo entre comillas, seguido dela referencia bibliográfica normal, a la que se le antepondrá la preposición«en» y se le añadirá al final las páginas correspondientes al artículo.

Barrio Alonso, Ángeles, «A propósito de la historia social, del movi-miento obrero y los sindicatos», en Germán Rueda (ed.), Doce es-tudios de historiografía contemporánea, Santander, Universidad,1991, pp. 41-68.

Casanova, Julián, «La cara oscura del anarquismo», en Santos Juliá(dir.), Violencia política en la España del siglo XX, Madrid, Taurus,2000, pp. 67-104.

Miralles, Ricardo, «El socialismo vasco», en José Luis de la Granja ySantiago de Pablo (coords.), Historia del País Vasco y Navarra enel siglo XX, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 227-248.

5. Si se trata de un artículo de revista, después de nombrar al autor,se consignará el título entre comillas, seguido directamente por el nombrede la revista subrayado, por el lugar de edición entre paréntesis (exceptosi es muy conocida y resulta prescindible el lugar), por el volumen y/o elnúmero del ejemplar, por el mes o año de publicación, y por las páginasexactas del artículo.

Alted Vigil, Alicia, «El testimonio oral como fuente histórica», Pers-pectiva contemporánea (Madrid), núm. 1, 1988, pp. 155-162.

INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJO UNIVERSITARIO

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Moreno Luzón, Javier, «El ‘travieso conde’: Romanones y el caciquis-mo liberal en la Restauración», Claves de Razón Práctica (Madrid),núm. 80, 1998, pp. 57-63.

Ruiz Manjón-Cabeza, Octavio, «Las Cortes Constituyentes de la Segun-da República: un escenario de las tensiones en el radicalismo espa-ñol», Historia contemporánea (Bilbao), núm. 6, 1991, pp. 105-117.

6. Si se tratara de un artículo periodístico, se mantendría en granmedida el mismo modelo de cita que para el artículo de revista (autor, tí-tulo de artículo entre comillas, título de diario subrayado, lugar de publi-cación del mismo). Pero se omitiría el número del ejemplar (ya que los pe-riódicos suelen tener uno diario) y en su lugar se añadiría la fecha exactade su publicación con la consignación del día, mes y año precisos. A vecestambién se añade la página si la publicación es muy voluminosa o se re-quiere precisión exacta en la referencia.

Tertsch, Hermann, «En la guerra todos cometen crímenes ...», El País(Madrid), 21 de septiembre de 1986, p. 6.

Fusi Aizpurúa, Juan Pablo, «Franco», ABC (Madrid), 20 de noviem-bre de 2000.

Preston, Paul, «El Legado. La España que Franco dejó», El Periódicode Extremadura (Cáceres), 19 de noviembre de 2000. Suplementoespecial.

Hay que subrayar que este modo de referencia de las publicaciones esel que tiene que aparecer en todo listado bibliográfico donde el criterio depresentación sea alfabético. Por ejemplo: en el apartado final de un libro otrabajo, donde se recogen todas las obras y artículos utilizados o consulta-dos en su elaboración; en los repertorios bibliográficos sobre una materiadada; en las bibliografías de curso adjuntas al programa, etc. Por eso seinicia la referencia por el apellido, que siempre es menos corriente y habi-tual que el nombre de un autor y propicia mejor una ordenación alfabéti-ca variada (hay muchos menos «Martínez Rodríguez» en el mundo que«Luises»).

Sin embargo, cuando la referencia bibliográfica se ofrece en una nota apie de página, o en un apartado colateral al texto principal, el orden de pre-sentación podría variar: se pone el nombre, o la inicial del nombre, antesque el apellido. La razón es obvia. Se trata en esa referencia de señalar unautor y una obra citada, utilizada o consultada en particular para un puntodel texto, sin tratar de integrarla en un listado bibliográfico más amplio or-

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ganizado alfabéticamente. Por eso no es necesario que anteceda el apellidoal nombre y ni siquiera que éste se desarrolle por completo, para economi-zar espacio. Véase el siguiente ejemplo de un texto que contiene una nota apie de página. Procede de la introducción de Diego Catalán a la reedicióndel libro de Ramón Menéndez Pidal, Los españoles en la Historia, Madrid,Espasa Calpe, 1991, pp. 13-14. Nótese que la nota remite a la página exac-ta de la obra específica donde se encuentran las expresiones textuales deMenéndez Pidal que reproduce Diego Catalán (para subrayar que son tex-tuales y no una paráfrasis, van enmarcadas por comillas):

En efecto, Menéndez Pidal, al comienzo de su exposición de los «caracteres per-manentes» del pueblo hispano, subraya que no debe tenérseles por inmutables,toda vez que «no se trata de ningún determinismo somático o racial, sino de apti-tudes y hábitos históricos que pueden y habrán de variar con el cambio de susfundamentos, con las mudanzas sobrevenidas en las ocupaciones y preocupacio-nes de la vida, en el tipo de educación, en las relaciones y en las demás circunstan-cias ambientales» 3. Castro, por su parte, se defiende contra la posible confusiónde su interés (...).

3 R. Menéndez Pidal, «Los españoles en la Historia. Cimas y depresiones en lacurva de su vida política», en su Historia de España, I, Madrid, Espasa Calpe,1947, p. X.

Para terminar esta sección, debemos apuntar que el modo de referen-ciación bibliográfica arriba apuntado y explicado es el más habitual y co-rriente y el más ajustado y conveniente. Pero no es el único existente nisiempre se sigue al pie de la letra, lamentablemente. Por ejemplo, con elfin de abreviar y simplificar, es muy frecuente que en las citas de libros seprescinda de indicar la editorial o institución editora responsable, asícomo también es habitual utilizar la inicial del nombre del autor: Hernán-dez Sandoica, E., Los caminos de la Historia, Madrid, 1995. En el caso delas referencias de un artículo de revista o periódico, también es habitualreducir el nombre de autor a las iniciales y suele ser común la supresióndel lugar de publicación o edición: J. P. Fusi, «Franco», ABC, 20 de no-viembre de 2000.

Al margen de esas abreviaciones y simplificaciones sobre la forma dereferenciación normalizada, también hay que hacer constar la progresivaexpansión de un nuevo sistema de referenciación bibliográfica denomi-nado «Autor/Fecha». Se trata de un sistema desarrollado inicialmente enlos Estados Unidos de América y que tiene la virtud (para las editoriales)de economizar mucho el espacio y abaratar bastante los costes de edición.

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Entre otras cosas, porque simplifica grandemente las referencias y lasacorta en su uso en el cuerpo del texto, en las notas a pie de página y en ellistado bibliográfico final.

A tenor del sistema «Autor/Fecha», el listado bibliográfico final re-cogería las obras utilizadas según este patrón: Apellido completo delautor, inicial del nombre, año de publicación de la obra (entre parénte-sis), título del libro subrayado (después de dos puntos), editorial y lugarde edición. Si fuera artículo de revista o capítulo de libro, las comillassustituirían al subrayado en el título, como en el sistema normalizado.Por ejemplo, las obras citadas de un mismo autor quedarían así en eselistado:

Preston, P. (1976): Leviatán. Antología, Turner, Madrid.— (1977): «La oposición antifranquista: la larga marcha hacia la uni-

dad», en P. Preston (ed.), España en crisis. La evolución y decaden-cia del régimen de Franco, FCE, México, 217-263.

— (1987): La guerra civil española, Plaza y Janés, Barcelona.— (1994): Franco. Caudillo de España, Grijalbo, Barcelona.— (1996): «Francisco Franco: Política y estrategia en la guerra ci-

vil», Revista de Extremadura, 21, 3-27.— (1998): Las tres Españas del 36, Plaza y Janés, Barcelona.— (ed.) (1999): La República asediada. Hostilidad internacional y

conflictos internos durante la guerra civil, Península, Madrid.

La ventaja de tal sistema de referenciación reside en que permite queel cuerpo central del texto de una obra prescinda de las notas a pie de pá-gina, con el consiguiente ahorro de espacio y simplificación de lectura. Ensu lugar, cuando en el texto sea preciso dar una referencia bibliográfica,se utilizan unos paréntesis en cuyo seno se indica el autor, la fecha del li-bro y las páginas de la obra citadas (si procede). El desarrollo completode la obra citada se podría ver en el listado final y así se evita la presenciade prolijas notas en las páginas del texto. Veamos un ejemplo práctico, einventado, del uso de ambos sistemas de referenciación en una misma pá-gina de texto idéntico.

VERSIÓN «AUTOR/FECHA»: Francisco Paulino Hermenegildo TeóduloFranco Bahamonde nació en la costera localidad gallega de El Ferrol un 4de diciembre de 1892, en el seno de una familia de clase media baja ligadadesde antaño a la administración de la Marina (Preston, 1994: 19-20).Bastantes años después, a principios de julio de 1936, aquel niño se había

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convertido en un general reputado y conservador que era «comandantemilitar de las islas Canarias» y conspiraba contra el gobierno reformistade la Segunda República (Preston, 1987: 80-82). Una vez que la conspira-ción militar desembocó en un intento de golpe de Estado y éste derivó ha-cia una verdadera guerra civil, Franco se convertiría en Generalísimo delos Ejércitos y Jefe del Gobierno del Estado en el transcurso de unacruenta contienda militar de casi tres años de duración (Preston, 1996).Su victoria final en la misma fue en gran medida producto de las hondasdivisiones que afectaron a sus enemigos y de su incapacidad para lograrapoyos internacionales de entidad y calidad suficientes (Preston, 1999).Como resultado, el régimen de autoridad personal cuasi-omnímoda pre-sidido por Franco en calidad de Caudillo persistió hasta 1975 y no fuegravemente afectado por la actuación de una dividida y masacrada oposi-ción antifranquista (Preston, 1977).

VERSIÓN NORMALIZADA: Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo FrancoBahamonde nació en la costera localidad gallega de El Ferrol un 4 de di-ciembre de 1892, en el seno de una familia de clase media baja ligada desdeantaño a la administración de la Marina 1. Bastantes años después, a princi-pios de julio de 1936, aquel niño se había convertido en un general reputa-do y conservador que era «comandante militar de las islas Canarias» yconspiraba contra el gobierno reformista de la Segunda República 2. Unavez que la conspiración militar desembocó en un intento de golpe de Estadoy éste derivó hacia una verdadera guerra civil, Franco se convertiría en Ge-neralísimo de los Ejércitos y Jefe del Gobierno del Estado en el transcursode una cruenta contienda militar de casi tres años de duración 3. Su victoriafinal en la misma fue en gran medida producto de las hondas divisiones queafectaron a sus enemigos y de su incapacidad para lograr apoyos internacio-nales de entidad y calidad suficientes 4. Como resultado, el régimen de auto-ridad personal cuasi-omnímoda presidido por Franco en calidad de Caudi-llo persistió hasta 1975 y no fue gravemente afectado por la actuación deuna dividida y masacrada oposición antifranquista 5.

1 P. Preston, Franco. Caudillo de España, Barcelona, Grijalbo, 1994,pp. 19-20. En citas posteriores de esta misma obra, cabría referenciarla demodo abreviado: P. Preston, Franco, pp. 19-20.

2 P. Preston, La guerra civil española, Barcelona, Plaza y Janés, 1987,pp. 80-82.

3 P. Preston, «Francisco Franco: Política y estrategia en la guerra ci-vil», Revista de Extremadura, núm. 21, 1996, pp. 3-27. En citas posterio-

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res de esta misma obra cabría referenciarla de modo abreviado: P. Pres-ton, «Francisco Franco: Política y estrategia».

4 P. Preston (ed.), La República asediada, Barcelona, Península, 1999.5 P. Preston, «La oposición antifranquista: la larga marcha hacia la uni-

dad», en P. Preston (ed.), España en crisis, México, FCE, 1977, pp. 217-263.

La expansión impresionante de las nuevas tecnologías de la comuni-cación informática, en particular a través de la red de Internet, ha plantea-do nuevos desafíos a la hora de referenciar una información adquirida através de las infinitas páginas web existentes. Como norma general, conesta información debe hacerse lo mismo que con aquélla registrada en so-portes físicos tradicionales: describir su lugar en la red mediante la anota-ción de la dirección telemática en la que nos hemos encontrado esa infor-mación, con el fin de que el lector de la referencia pueda acceder a esemismo lugar para cotejar la veracidad, autenticidad y exactitud de la citahecha o de la información transcrita. Para ello, en la referencia bibliográ-fica debemos anotar y describir con detalle todo el desarrollo de la direc-ción que figura después de la triple w (www) y, si no estuviera ésta, elURL (Universal Resource Locator: Localizador Universal de Recurso) dela página de la Red donde hemos encontrado la información digna de inte-rés y utilizada en la investigación. El URL siempre tiene un formato norma-lizado: http://nombre del sistema anfitrión/camino/nombre del archivo.

A título de ejemplo, supongamos que en nuestro trabajo utilizamosesta información que hemos adquirido de una página web digna de crédi-to (lo que presupone que no toda la información que navega por la red loes, claro está; como tampoco todo lo escrito es fidedigno):

En 2088, el mundo alcanzará un hito invisible pero trascendental: por primera vezmás de la mitad de su población humana, 3.300 millones de personas, vivirá enzonas urbanas.

La referencia bibliográfica de la fuente informativa de donde procedeesa frase es el Informe sobre el Estado de la Población Mundial. 2007,elaborado por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA por sussiglas en inglés: United Nations Population Fund), el organismo especiali-zado de la ONU encargado de examinar y registrar los problemas demo-gráficos existentes en el planeta. El texto se incluye en la versión españoladel informe contenida en la página web de esa agencia de la ONU, cuya di-rección de acceso es la siguiente: www.unfpa.org/swp/2007/spanish/introduction.html. Naturalmente, también podríamos tratar de buscar el

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informe a través de los servicios de búsqueda existentes en la red, del tipoGoogle, Yahoo, etc., o bien a través del portal inicial de la página webde la propia ONU (www.un.org). En todo caso, la referencia bibliográfi-ca debería consignar combinadamente los datos descriptores de suprocedencia para ser exacta y permitir a un tercer lector acudir directa-mente a la fuente para comprobar su autenticidad. Una posibilidad nodel todo aceptable sería enunciar la referencia bibliográfica básica(www.unfpa.org) y dejar al lector que buceara en ella buscando el informemencionado. Más apropiado sería registrar la vía exacta mediante la cualaccedimos a la información, con todo su desarrollo:

Introducción del Informe sobre el Estado de la Población Mundial. 2007 del Fondode Población de Naciones Unidas. Consultado en su versión en la red: www.unf-pa.org/swp/2007/spanish/introduction.html.

Otro ejemplo del mismo tipo, para mayor claridad. Supongamos queen nuestro trabajo afirmamos lo siguiente, con paráfrasis, mediante unacita textual o combinando ambas fórmulas:

Según informes fidedignos, en el año 2002 «la esperanza media de vida en el mo-mento de nacer» para los ciudadanos de la Unión Europea era de las más altas delmundo: 74,8 años para los hombres y 81,1 para las mujeres.

La información procede de Eurostat, la Oficina Estadística de laUnión Europea, y la hemos consultado en «Europa», el portal informati-vo en la red de la Unión Europea (http://europa.eu). La referencia biblio-gráfica exacta debería recoger como mínimo esa procedencia general (ydejar que el lector se las arreglara para buscar en sus páginas dónde sedice eso). Pero también sería mucho más correcto y exigible incluir la víapara el acceso directo a esas palabras citadas y para la validación de la in-formación en su conjunto. En este caso la referencia (en nota a pie de pá-gina o al final, incluso en el texto) sería así:

Datos procedentes de Eurostat, Oficina Estadística de la Unión Europea, recogi-dos en el portal «Europa» de la Unión Europea, versión española, sección «LaUE en breve», capítulo «Hechos y cifras clave». Consultado en la red: http://eu-ropa.eu/abc/keyfigures/sizeandpopulation/older/index_es.htm.

Para terminar este apartado, conviene finalmente mencionar algunoscentros bibliográficos cuya existencia y posible utilización resulta casi im-prescindible para los estudiantes universitarios. En primer lugar, la Bi-

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blioteca Nacional de España, fundada en 1712 por el rey Felipe V comoBiblioteca Pública de Palacio y una de las mejores del mundo por la cali-dad y entidad de sus fondos. Alberga una colección de aproximadamente11 millones de piezas en todos los soportes materiales (casi 5 millones delibros, 30.000 manuscritos, 3.000 incunables) y tiene un ingreso anualmedio de más de medio millón de piezas nuevas (tanto por adquisicióncomo, sobre todo, por la obligación del «depósito legal»: toda obra im-presa en España debe remitir un ejemplar al centro). La Biblioteca Nacio-nal cuenta con una página web (www.bne.es) con información muy com-pleta y detallada sobre su emplazamiento (en la ciudad de Madrid: Paseode Recoletos 20, 28071 Madrid), sus teléfonos de contacto (91-5807800),sus horarios de apertura (de 9 a 21 horas por semana y de 9 a 14 el sába-do), su calendario de cierre por festividades, sus condiciones de acceso(tipos de carné de investigador y pases autorizados), sus servicios (repro-grafía, petición anticipada) y, sobre todo, sus catálogos de fondos dispo-nibles. A este respecto, cabe subrayar que todo usuario de la red tiene laposibilidad de acceder por vía telemática a su catálogo automatizado (lla-mado «Ariadna»), que cuenta con más de 3 millones de registros de obraspublicadas después de 1831.

También en el seno de la Biblioteca Nacional cabe encontrar las insta-laciones de la antiguamente llamada Hemeroteca Nacional, creada en1945 con el objetivo de coleccionar, organizar y conservar las publicacio-nes periódicas impresas en España que contenían información de carác-ter general. Los diarios y revistas que alberga son básicamente españoles,pero también cabe encontrar algunas colecciones de prensa extranjera. Elcatálogo de sus fondos también puede consultarse a través de la páginaweb mencionada y relaciona un total de 110.000 títulos de revistas y unacolección de prensa de casi 20.000 periódicos. En gran medida, la relativajuventud de sus colecciones puede corregirse y completarse acudiendo a laHemeroteca Municipal de Madrid (Conde Duque 11, 28015 Madrid), queposee la mejor y más completa colección de diarios y revistas publicadas enEspaña, Latinoamérica y el resto del extranjero antes de la guerra civil es-pañola: más de 25.000 títulos y cabeceras y cerca de 250.000 volúmenes).Su página de acceso en la red se inicia a través del centro de informacióndel Ayuntamiento de Madrid (www.munimadrid.es/hemeroteca) y cuentacon su propio número de teléfono (91-5885772) para consultas sobre ser-vicios, horarios y calendario, además de tener un buzón telemático con elmismo fin para potenciales usuarios: [email protected].

Una útil guía general para conocer las bibliotecas españolas es la obrade José Pablo Gallo León titulada Bibliotecas Españolas. Guía del usuario,

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publicada en Madrid por la editorial Alianza en el año 2002. Contieneuna descripción bastante completa de todas las bibliotecas del país, in-cluidas las virtuales y los centros de documentación, con especial aten-ción a las más importantes.

II. ELABORACIÓN DE FICHAS BIBLIOGRÁFICAS Y FICHAS DELECTURA

Trabajar como universitario con libros y artículos requiere leerlos conatención y reflexión. Esta tarea implica, por lo general, estar provisto debolígrafo y papel o fichas en blanco para tomar notas de su contenido, re-gistrar datos, fechas e interpretaciones, hacer esquemas de su argumenta-ción, extraer citas textuales de las partes más significativas, etc. De estemodo, se realiza una verdadera lectura pausada y meditada de la obra,mucho más profunda que una lectura superficial que no se detiene a pen-sar dos veces su contenido porque no tiene nada que sintetizar o escribir.Además, con este tipo de lectura se logra obtener un resumen sintético ymanejable de la obra, que servirá para hacer consultas rápidas en el futu-ro y para recordar su contenido sin tener que volver a leer por entero unaobra que quizá ya no sea accesible en el momento necesario. Y, por su-puesto, esos resúmenes de lecturas podrían ser trasladados a una base dedatos en el ordenador personal o ser recogidas en carpetas de archivo delprocesador de textos normalmente utilizado. Las notas tomadas, si lo hansido correctamente, harán el papel del libro o artículo de un modo máspráctico y operativo. Y serán más fáciles de utilizar (con subrayados, usode colores para resaltar lo importante, etc.) a efectos de realización detrabajos de curso o en la preparación de exámenes. Sin descontar que suposible almacenamiento en una base de datos o carpetas de archivos per-mitirían su disponibilidad y manejo futuro (incluyendo cambios y preci-siones en el texto) sin límite de tiempo ni problemas de mantenimiento.

Resulta conveniente que el estudiante universitario organice su propiofichero de libros y artículos utilizados y leídos a lo largo de toda la carrera(y que puede cobrar una forma física, mediante tarjetas de cartulina, ovirtual, mediante carpetas y archivos de un procesador de textos informá-tico). Ello permite formar una colección de referencias bibliográficasabundante y muy útil para el estudio de todas las asignaturas y para cual-quier tarea profesional futura (tanto si es docente como investigadora). Elfichero será así un instrumento y medio de trabajo siempre vivo, en pro-

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ceso de crecimiento constante. En él se guardarán las referencias biblio-gráficas de las obras leídas, consultadas o meramente recogidas, que pue-den tener valor y utilidad en cualquier ocasión u oportunidad venidera.Con ese método de fichaje, se evitarán posteriormente los lamentos deltipo «me olvidé del autor y título que eran fundamentales para este tema»o «ya no me acuerdo quién trató este asunto que ahora debo analizar».

Tradicionalmente (antes de la revolución tecnológica causada por laexpansión informática), la elaboración del fichero bibliográfico particularera una tarea manual. Consistía en rellenar una ficha pequeña de cartulina(de 7,5 × 12,5 cm; por lo general, rayada o en blanco) con los datos bi-bliográficos de la obra consultada o leída, y colocarla en el archivadorapropiado. Los archivos así formados podían ser de autores, organizadosalfabéticamente, o de materias, clasificando las obras por su tema o asun-to (por ejemplo, «Romanización», «Cruzadas», «Industrialización», «Se-gunda Guerra Mundial», etc.). Las fichas eran pequeñas porque la infor-mación que debían contener no era muy grande y así era más fácil su uso(por ejemplo, llevarlas en una carpetilla hasta una biblioteca para locali-zar los títulos). Y eran de cartulina porque así no se doblaban y deteriora-ban con el uso frecuente y era factible manejarlas sin problemas dentrodel fichero (se deslizan mejor entre los dedos que el papel fino). En la ac-tualidad, el uso de ordenadores personales permite elaborar archivos bi-bliográficos más fácilmente, gracias a los programas de base de datos y a laposibilidad de imprimir sus contenidos cuando se desee. De todos mo-dos, para quien no disponga de tal instrumento, la ficha de cartulina siguesiendo un auxiliar agradecido.

Dentro de la ficha (sea física, de cartulina, o virtual, en pantalla de or-denador portátil), la referencia bibliográfica se escribe normalmente deun modo reglado y uniforme, para facilitar su visión y comparación conotras fichas. La ficha debe contener todos los elementos imprescindiblesde la referencia. En el modelo de ficha que se ofrece a continuación, seañaden entre paréntesis los datos que pueden faltar en un listado biblio-gráfico final pero que no está de más incluir en nuestra ficha para ampliarinformación. Por ejemplo, para saber si se trata de una obra extensa ocorta (apreciando el número de páginas), si es antigua o nueva (obser-vando el número de edición y la fecha de edición original), etcétera.

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Apellidos y nombre del autor

Título y subtítulo de la obra

Lugar, editorial, año (edición, páginas, etc.)

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Al margen de esos datos, propios de la referencia bibliográfica, pode-mos incluir en la ficha otras anotaciones prácticas en el anverso o reversode la misma (quizá mejor en el reverso para no recargar la ficha por unsolo lado). Por ejemplo, en qué biblioteca se encuentra la obra referida,cuál es su signatura y número de catalogación en dicha biblioteca, la fechaen la que se consultó, la impresión que nos causó, sus partes más valiosas,etc. De este modo, cuando meses o años después volvamos a utilizar esaficha, sabremos exactamente a dónde dirigirnos para consultar la obra,cómo localizarla rápidamente y qué partes reexaminar directamente.Cabe señalar que la ficha bibliográfica propuesta se diferencia de la fichacatalográfica empleada en los ficheros de las bibliotecas. Esta última esmucho más completa, incluyendo las dimensiones del libro, su número deregistro internacional (ISBN: International Standard Book Number), el de-pósito legal, la signatura propia del libro en la biblioteca, etcétera.

Las fichas bibliográficas son uno de los tipos de fichas que utiliza o puedeutilizar el estudiante universitario. Pero existen otros tipos de igual importan-cia o mayor: las fichas de lectura, las fichas temáticas, las fichas de citas tex-tuales, las fichas de ideas y conceptos, las fichas de documentos o fuentes ori-ginales, etc. Su tamaño es casi siempre mayor que las bibliográficas, parapermitir anotar en ellas un texto más amplio y articulado. Normalmente, seusa la ficha de cartulina de 16 × 22 cm, rayada o en blanco. Son preferibles alfolio u otras hojas de papel por su mayor dureza y resistencia, que permitemanejarlas en un fichero más fácilmente (sin doblarse ni pegarse), sacarlas ysituarlas donde convenga, compararlas y cotejarlas con otras, etcétera.

La variedad de estos tipos de fichas no-bibliográficas es muy amplia.El uso de uno o varios tipos depende del interés y necesidades del estu-diante y de la profundidad y alcance del trabajo propuesto. Desde luego,la forma más común de estas fichas es la de lectura o resumen.

La ficha de lectura es el instrumento esencial e indispensable para re-coger toda la información pertinente de un libro o artículo que hayamosleído o consultado. Por lo general, en ella se recogen los datos bibliográfi-cos de la obra en la parte superior, de modo abreviado (pues las referen-cias completas las tendremos en su ficha bibliográfica). A veces, basta consituar en la parte superior izquierda el nombre y apellido del autor y partedel título de la obra. En el resto de la superficie y en las fichas subsiguien-tes (numeradas en la parte superior derecha), se registrará un resumen ge-neral del tema y contenido del libro, citas textuales de los pasajes más im-portantes (indicando mediante comillas su naturaleza de citas y entreparéntesis su página en el libro), datos, nombres y conceptos que vayanapareciendo y se consideren importantes, y todo tipo de información u

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opinión que estimemos de interés y utilidad para nuestros estudios y tra-bajos en curso o futuros. También pueden incluirse nuestras valoracionesde la obra (como el interés intrínseco de ella, su similitud, armonía o con-tradicción con otras obras leídas, etcétera).

Por supuesto, esa labor de recogida en la ficha de los contenidos dellibro no puede hacerse después de una primera lectura rápida del mismo.Para destilar lo que es importante y poder sintetizarlo, resumirlo y ano-tarlo, es preciso realizar la lectura meditada y reflexiva anteriormente alu-dida. Por ejemplo, sólo después de haber leído atentamente, una o dosveces, el prólogo y los capítulos de un libro, es posible ir haciendo el re-sumen sintético de su contenido, por partes o globalmente. Si empeza-mos a tomar notas al compás de la primera lectura, tendremos paráfrasislargas del texto, pero no resúmenes ni síntesis. Y rellenaremos montonesde fichas, limitando la eficacia y el valor de su fácil manejo para el proce-so posterior de estudio y redacción de trabajos con ayuda de las fichas.

También es cierto que no todas las obras requieren el mismo tipo ycantidad de fichas de lectura. Recoger la esencia de un artículo de modoresumido y sintético podría exigirnos tan sólo una cara de una ficha nor-mal. Un libro clave y decisivo para nuestro tema podría requerir cinco odiez fichas exhaustivas y densas. Todo depende del tipo e interés del li-bro y de su importancia para el asunto que estemos estudiando. Porejemplo, es fácil que toda la información disponible en un diccionario oenciclopedia sobre el asunto pertinente pueda recogerse en una sola fi-cha. También es probable que toda la información contenida en un volu-minoso manual de texto sobre dicho asunto particular quepa en unas po-cas fichas. Pero, por lo general, la monografía especializada nos depararávarias fichas sustanciosas y sin desperdicio. Hay que saber calibrar la im-portancia e interés del libro para el tema y, en consecuencia, dedicar máso menos fichas y espacio a recoger sus informaciones e interpretaciones.

Sea cual sea la cantidad de fichas de lectura, en ellas siempre habráque observar algunas reglas básicas para su confección. Primero y antetodo, deberán distinguirse visualmente las partes que son paráfrasis he-chas por nosotros del contenido del libro y las partes que son citas textua-les de lo que dice el propio libro.

Nuestras paráfrasis se redactarán sin mayor complicación; bastarácon ir indicando, entre paréntesis, las páginas o capítulos donde se expo-nen esas ideas y argumentos; si la idea o argumento ocupa más de unapágina o está repartida por todo un capítulo, podría indicarse así: (p. 23y ss.), queriendo significar, página 23 y «siguientes»; o bien, passim, en elsentido de «por todas partes».

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Las citas textuales tienen que ser fieles y transcribir las palabras taly como están escritas en la obra original. Por eso, se recogen entre co-millas, para indicar visualmente su carácter de cita textual, y se propor-ciona al final de ellas, entre paréntesis, la página exacta donde se encuen-tra. Además, no se puede eliminar partes del texto que se cita sin señalareste hecho. Esta señal de elipsis u omisión se manifiesta mediante laintroducción de tres puntos suspensivos (entre paréntesis o sin ellos) quecorresponde a la parte omitida: (...) Por último, no se debe interpolar eltexto citado. Todos nuestros comentarios y especificaciones se harán en-tre paréntesis cuadrados o corchetes: [...] De este modo, se evitará quecuando redactemos nuestro trabajo de curso con ayuda de las fichas, po-damos confundir la paráfrasis y la cita, incurriendo en el delito de plagiopor incompetencia más que por mala fe.

Veamos a continuación varios ejemplos de fichas de lecturas (y de fi-chas de otro tipo) sobre obras referidas a un tema posible de estudio y tra-bajo: los movimientos milenarista medievales.

Comenzaremos por definir conceptualmente el asunto, recurriendoprimeramente a los diccionarios y enciclopedias disponibles de historiageneral y medieval. O recurriendo al propio Diccionario de la Lengua Es-pañola de la Real Academia. En él, se definen los vocablos «milenario»,«milenarismo» y «milenio» de modo muy sucinto pero útil para comen-zar nuestro estudio. Haremos una ficha de lectura que también resulta seruna ficha de ideas o de conceptos, que tendría este formato aproximado.Podría ir encabezada con el título, en mayúsculas, de MILENARISMO, en laparte derecha superior.

MILENARISMO

Real Academia de la Lengua Española. Diccionario, Madrid, RAE, 1984,vol. II.

MILENARIO: Del latín millenarius. Tres acepciones básicas: 1) Pertenecien-te al número mil. 2) «Dícese de los que creían que Jesucristo reinaría so-bre la tierra con sus santos en una nueva Jerusalén por tiempo de milaños antes del día del Juicio». 3) «Dícese de los que creían que el juiciofinal y el fin del mundo acaecerían en el año 1000 de la era cristiana».MILENARISMO: «Doctrina o creencia de los milenarios, dicho de los quecreían que Jesucristo reinaría en la tierra 1000 años antes del Juicio Finaly de los que pensaban que el fin del mundo acaecería en el año 1000».

MILENIO: Período de mil años.

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Después de hacer esta ficha, procederemos a realizar fichas análogascon las informaciones de otros diccionarios y manuales generales, hastaagotar el campo de sinónimos y explicaciones de lo que es el milenarismo.Por ejemplo, examinaremos su relación con vocablos como «mesianis-mo», «demonología», «salvacionismo», «escatología», «soteriología»,etc., y redactaremos fichas de ideas para clarificar esos conceptos y tener-los a mano para cualquier necesidad. Así, a título ilustrativo, si consultá-ramos el Vocabulario básico de la Historia Medieval del historiador francésPierre Bonnassie (Barcelona, Crítica, 1983), nos encontraríamos con queno hay ninguna entrada o voz con la etiqueta de «Milenarismo». Pero síencontraríamos en él útiles referencias a esa temática en la entrada «Dua-lismo» (pp. 77-82). Por el contrario, si utilizáramos como primera guía elDiccionario de Historia coordinado por Joaquín Prats (Madrid, Anaya,1986), hallaríamos una referencia directa a la voz «Milenarismo» queconvendría tomar en ficha propia:

MILENARISMO

Definición en J. Prats (coord.), Diccionario de Historia (Madrid, Anaya,1986).

Conjunto de movimientos sociales que aparecen a lo largo de la histo-ria a partir del siglo X. La esencia del milenarismo es la esperanza deun cambio completo y radical del mundo, que se reflejará en el milenio.Esta doctrina teológica propugnaba que Cristo reinaría 1000 años so-bre la Tierra, y después vendría el Juicio Final. El origen del milenaris-mo está en la esperanza del pueblo de Israel de que llegaría un reinomesiánico, al fin de los tiempos. En los primeros siglos del cristianismo,y fundamentándose en textos bíblicos, se preconizaba que Cristo vol-vería al fin de los siglos para reinar sobre la Tierra durante 1000 años.Los principales representantes del milenarismo son: San Justino, SanIreneo y San Papías de Hierópolis. Combatido ya en el s. II, desapare-ció en el s. V. Reapareció posteriormente en grupos como los mormo-nes y los adventistas. La acepción milenarista se aplica también aotros grupos sociales con teorías semejantes al catastrofismo o al finde la historia.

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Una vez realizada esta tarea de clarificación conceptual y terminológi-ca, pasaremos a realizar la lectura de obras monográficas bien provistosde un aparato conceptual e interpretativo básico. Por ejemplo, iniciare-mos el examen de un estudio afamado del historiador británico NormanCohn sobre el milenarismo medieval (cuya referencia habremos encon-trado en las bibliografías ofrecidas por los diccionarios y enciclopedias obien nos la habrá proporcionado el profesor y director del trabajo). La si-guiente ficha de lectura es un mero ejemplo de lo que podría ofrecer elanálisis de esta obra. Naturalmente, no es la única posible. Muy al contra-rio, cabe considerarla como la primera, introductoria, de otras fichas enlas que se fuera recogiendo el estudio e interpretación que Cohn hace decada uno de los movimientos milenaristas que analiza.

1.

Norman Cohn. En pos del milenio. Revolucionarios milenaristas y anar-quistas de la Edad Media, Barcelona, Barral, 1972.

Historiador británico. Estudia en esta obra el milenarismo cristiano, con-siderándolo parte de la escatología cristiana, como se recoge en el Librodel Apocalipsis (capítulo XX, versículos 4-6). Según este texto bíblico,Cristo, después de su Segunda Venida, establecerá un reino mesiánicosobre la tierra y reinará por mil años antes del Juicio Final. Sus ciudada-nos serán los mártires cristianos, que resucitarán para ello mil años antesde la resurrección de todos los demás muertos (p. 11).

Cohn señala que, desde el principio del cristianismo, hubo una in-terpretación liberal de esa profecía: los fieles sufrientes esperaban lle-gar a ver el milenio durante su propia vida.

En la actualidad, el término ha pasado a significar «un tipo particularde salvacionismo». Para este tipo de movimientos milenaristas, la salva-ción es: «a) colectiva, en el sentido de que debe ser disfrutada por losfieles como colectividad; b) terrestre, en el sentido de que debe reali-zarse en la tierra y no en un cielo fuera de este mundo; c) inminente, enel sentido de que ha de llegar pronto y de un modo repentino; d) total,en el sentido de que transformará toda la vida en la tierra, de tal modoque la nueva dispensa no será una mera mejoría del presente sino laperfección; e) milagrosa, en el sentido de que debe realizarse por o conla ayuda de intervencionismos sobrenaturales» (pp. 11-12).

Las primeras manifestaciones de ese salvacionismo se encuentranen textos judíos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en llamada visióno sueño de Daniel, que está en el «Libro de Daniel», capítulo 7. En éste,según Cohn: «ya se puede reconocer el paradigma de lo que será lafantasía central de la escatología revolucionaria. El mundo está domina-

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do por un poder maligno y tiránico con una capacidad de destrucciónilimitada —un poder que no se imagina como humano sino como diabó-lico. La tiranía de este poder se hará cada vez más insoportable, los su-frimientos de sus víctimas cada vez más intolerables —hasta que, re-pentinamente, suene la hora en la que los santos de Dios puedanlevantarse y destruirlo. Entonces, los mismos santos, los elegidos, elpueblo santo que hasta aquel momento sufría bajo el talón del opresor,heredarán a su vez el dominio sobre toda la tierra. Aquí se dará la culmi-nación de la historia; el reino de los santos sobrepasará en gloria a to-dos los reinos anteriores: no tendrá sucesor» (p. 19).

Cohn señala que esta esperanza milenarista ejercía atracción y fas-cinación sobre los descontentos y los frustrados de la sociedad. Esascapas sociales encontrarán su ideal y objetivo en la realización, a vecesmuy violenta, de ese sueño redentor y salvífico. El núcleo de los movi-mientos milenaristas es un conglomerado heterogéneo de marginados,una plebe multiforme de mendigos, parados, criados, jornaleros, arte-sanos sin trabajo, mercenarios ocasionales, bajo clero mísero... Una po-blación, urbana muchas veces, que se encuentra en los márgenes desociedades en proceso de transición crítico. El Milenio es el sueño polí-tico y religioso (en una época de cosmovisión religiosa) de esa plebemarginada y malcontenta.

Las restantes fichas de lectura del libro de Cohn podrían dedicarse asu aplicación concreta, en cada caso de movimiento milenarista medieval(los cátaros, los hussitas, etc.), de ese programa definitorio del milenaris-mo. Como es natural, se realizaría un estudio similar con, al menos, otramonografía especializada en el tema, para comparar definiciones y con-ceptos y cotejar interpretaciones y juicios. Por ejemplo, pudiera ser laobra de María Isaura Pereira de Queiroz, Historia y etnología de los movi-mientos mesiánicos, México, Siglo XXI, 1969. O, como alternativa o com-plemento, el trabajo de Claude Carozzi, Visiones apocalípticas en la EdadMedia: el fin del mundo y la salvación del alma, Madrid, Siglo XXI, 2000.

Una vez realizadas estas lecturas y elaboradas las correspondientes fi-chas, podría procederse a la consulta de documentos originales y fuentesprimarias, recogidas en las antologías de textos. Ahora cabría realizar fi-chas de documentos, donde se recogerían textualmente las citas exactas delos mismos, para comprobar si se ajustan a la interpretación de uno u otroautor, o si podemos apreciar alguna conexión no reflejada en la bibliogra-fía utilizada. Por ejemplo, para seguir con el tema del milenarismo,podríamos acudir al capítulo del Libro del Apocalipsis del Nuevo Testa-mento. He aquí la ficha de documento de esta fuente original.

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MILENARISMO

Sagrada Biblia, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1972, 13ª ed.Versión directa de las lenguas originales por E. Nácar Fuster y A. Colun-ga Cueto.APOCALIPSIS de San Juan, capítulo XX, versículos 1-6:«Vi un ángel que descendía del cielo, trayendo la llave del abismo y unagran cadena en su mano. Tomó al dragón, la serpiente antigua, que esel diablo, Satanás, y le encadenó por mil años. Le arrojó al abismo y ce-rró, y encima de él puso un sello para que no extraviase más a las na-ciones hasta terminados los mil años, después de los cuales será solta-do por poco tiempo. Vi tronos, y sentáronse en ellos, y fueles dado elpoder de juzgar, y vi las almas de los que habían sido degollados por eltestimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y cuantos no habían ado-rado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido la marca sobre sufrente y sobre su mano; y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Losrestantes muertos no vivieron hasta terminados los mil años. Ésta es laprimera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en laprimera resurrección; sobre ellos no tendrá poder la segunda muerte,sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él por milaños.

El conjunto de las fichas elaboradas con las lecturas diversas serán elmaterial fundamental para realizar posteriormente el estudio del tema ypara iniciar la confección del trabajo de curso planteado. Por supuesto,para sacar el mayor partido de las mismas, cabe utilizar rotuladores de co-lores para subrayar las partes más importantes del texto, los conceptos,las definiciones, etc. Se trata de hacer más útiles estos instrumentos detrabajo y estudio, y para ello habrá que volver más de una vez sobre el tex-to, singularizarlo y asimilarlo conceptualmente.

III. PAUTAS BÁSICAS DE COMENTARIO DE TEXTOS HISTÓRICOS

El comentario de textos históricos es uno de los instrumentos indispensa-bles para el análisis y comprensión de los fenómenos históricos. Bajo laorientación del profesor, puede ser también una de las vías esenciales deaprendizaje activo y participativo de los alumnos. No en vano, a través delcomentario, es posible desarrollar el razonamiento crítico y reflexionar

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atentamente sobre las cuestiones suscitadas por cualquier texto histórico.Pero ello a condición de evitar dos riesgos que siempre pueden acechar entoda tentativa de comentario: hacer una paráfrasis del texto o utilizarlocomo mero pretexto. Un comentario no es ni puede ser una repetición para-fraseada de lo que dice el texto. Tampoco puede derivar en un ejerciciodonde se usa el texto como pretexto para explicar un tema general queguarde alguna relación directa o indirecta con el texto. Dentro de estosmárgenes extremos, el comentario debe consistir en el intento de compren-der el sentido histórico del texto y en el esfuerzo por establecer en formanarrativa su relación y vinculación con el contexto histórico en el que se ge-neró, al que se refiere y sobre el que actuó. En otras palabras: el comentariode un texto histórico siempre remite y exige tratar del contexto históricodonde se fraguó y donde adquiere su sentido y significado pertinente.

Precisamente, el enorme valor educativo de los comentarios reside ensu virtualidad hermenéutica, en la oportunidad que ofrecen para introdu-cir al alumno en las labores de interpretación inferencial, de exégesis ra-zonada y documentada, que definen y caracterizan en gran medida todoel trabajo de investigación y narración historiográfica.

El modelo de comentario que se ofrece a continuación es un método,unas pautas de procedimiento, para ayudar a extraer del texto la mayorinformación posible que haga factible su contextualización, explicación ycomprensión histórica. Su carácter de guía tentativa y meramente refe-rencial del mismo no necesita subrayarse. Tampoco parece necesario in-sistir en un hecho evidente: ningún modelo de comentario es útil si faltanlos conocimientos históricos mínimos y adecuados para comprender elasunto reflejado en el texto escrito. Sin esos conocimientos, ningún méto-do o pauta de lectura e interpretación podría rendir frutos válidos y care-cería de todo sentido su aplicación. Por supuesto, los sucesivos pasos queapuntamos en el modelo siguiente pueden ejercitarse de hecho en el co-mentario, pero ni es necesario ni conveniente que se anuncien y explici-ten en la narración, a fin de combatir el aspecto formalista que resultaríade una aplicación mecánica e irreflexiva del modelo.

III.1. Lectura atenta y comprensiva del texto

En realidad, resulta conveniente hacer dos lecturas del texto. La primera,rápida, para extraer una idea global de la forma y contenido del texto yhacerse una composición de lugar básica. La segunda, pausada y reflexi-va, para entender y aclarar en todo su alcance el significado de las pala-

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bras e ideas presentes en el texto y el sentido de los razonamientos y argu-mentos contenidos en el mismo. Esta labor de lectura podría exigir el usode diccionarios o enciclopedias, el subrayado de expresiones y conceptoscitados en el texto e incluso la numeración de frases u oraciones.

III.2. Encuadramiento y contextualización del texto

A fin de comprender el marco histórico donde surge y adquiere su senti-do preciso un texto escrito, parece conveniente abordar en primer lugartres aspectos esenciales:

a. Determinación de la naturaleza temática del texto. Ante todo,debe saberse y señalarse qué es o podría ser el documento escrito que seva a comentar. Ello implica distinguir el tipo de texto presente, diferen-ciando entre los diversos contenidos que pudieran reflejarse: jurídicos (le-yes, tratados, protocolos...), políticos (discursos, proclamas, manifies-tos...), testimoniales (cartas, diarios, memorias...), económicos (contratos,catastros...). También podría establecerse la distinción entre documentosatendiendo a su naturaleza privada o pública (según sus destinatarios), asu enfoque interpretativo (el artículo de opinión periodístico) o represen-tativo (la mera noticia de prensa), etcétera.

b. Determinación del autor o autores del texto. Es decir: hay que sa-ber y señalar quién o quiénes son o pueden ser responsables de los textosy palabras comentadas. Como es evidente, la autoría es muchas veces unelemento indispensable para comprender el sentido e intencionalidad deltexto y su mismo valor e importancia histórica. A tal fin, es siempre nece-sario conocer y enunciar la trayectoria biográfica del autor de un texto,con el propósito de iluminar la comprensión del documento y apreciar elmodo y manera como se manifiesta en el mismo su personalidad, ideolo-gía, intereses o experiencia vital y profesional.

c. Localización cronológica y geográfica. Ello requiere responder a laspreguntas cuándo y dónde se genera el texto examinado: cuál es su tiempoy lugar de elaboración y operatividad. La determinación de ambas circuns-tancias temporales y espaciales, junto con la autoría, es siempre decisivapara la correcta interpretación y comprensión de un documento escrito.No en vano, esas coordenadas espacio-temporales conforman el contextohistórico general donde surge el documento y donde habrá que buscar lasreferencias que dan sentido y significado al texto. Como recordaba ya unaforismo clásico: «La cronología y la geografía son los ojos de la historia».

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Cuando no se proporciona explícitamente la fecha y el lugar, la dataciónde un documento escrito no siempre puede ser precisa, pues depende delas noticias contenidas en el mismo. Pero siempre será necesario deducirde un modo razonado y argumentado su marco histórico aproximado.

III.3. Análisis formal y temático del texto

Una vez determinados los aspectos citados previamente, se debe respon-der a la pregunta: ¿cómo se organiza y vertebra internamente el texto ob-jeto de comentario? Ello implica proceder al análisis (es decir: descompo-sición, disección, desmembración en partes constitutivas) del documentoescrito. Esta operación consiste en separar y señalar las unidades formalesy temáticas que puedan estar presentes y operantes en el texto como untodo sistémico, y cabe ejercitarla en un doble plano analítico:

a. poner de relieve el formato estilístico y la arquitectura narrativa ylógica que sirve de soporte a los contenidos semánticos del discurso, divi-diendo el texto en sus partes constitutivas, examinando los modos de ra-zonamiento, la coherencia o incoherencia argumentativa, el uso de fór-mulas expresivas (metáforas, comparaciones, hipérboles, prosopopeyas opersonificaciones), etcétera.

b. descubrir, identificar y entender sus ideas y conceptos fundamen-tales, expresados mediante el uso de ciertos vocablos, palabras, oracioneso expresiones lingüísticas.

III.4. Explicación del contenido y significado del texto

Posterior a la fase de análisis, a veces también en paralelo y combinadacon la misma, debe tener lugar el proceso de explicación de los conteni-dos y del significado del texto documental. «Explicar», en este ámbito,significa «dar cuenta y razón» de lo que dice el texto escrito, responder ala pregunta: ¿Por qué se ha elaborado y escrito dicho texto y para qué finesy propósitos? Esa labor exige progresar desde unos datos empíricos (losque da el texto) hasta las configuraciones externas, en este caso históricas,que los envuelven y en las cuales cristalizan y adquieren todo su sentido li-teral. Esta labor interpretativa es propiamente el comentario del texto: re-exponer y glosar el contenido o contenidos del texto comentado en virtudde sus conexiones con, y referencias a, la situación histórica en la que se

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fraguó, de la que informa y en la que alcanza la plenitud de su significa-ción precisa. Esta determinación y glosa de las relaciones y vinculacionesque ligan texto (o partes del texto) y contexto (o contextos) implica nece-sariamente referirse y aludir a coyunturas, personajes, instituciones, pro-cesos, tradiciones o fenómenos históricos coetáneos al documento y enla-zados por razones esenciales con el mismo. Naturalmente, la capacidaddel comentarista para señalar esas relaciones y vinculaciones entre texto ycontexto será directamente proporcional a su formación y conocimientossobre el asunto, a su grado de preparación y comprensión de la materiahistórica examinada.

III.5. Conclusión

Al término de un comentario, puede ser conveniente realizar un balance yreflexión global sobre el interés e importancia del texto en sí. No se tratade una valoración subjetiva del tipo «a mí me parece» o «en mi opinión».Se trataría de efectuar una especie de síntesis final interpretativa del tex-to. En ella podría recogerse su sentido global, sus antecedentes próximoso remotos, sus consecuencias directas o indirectas, su grado de transcen-dencia histórica, y su similitud con fenómenos, paralelos o semejantes quehubieran tenido lugar en la historia antes y después. Para ello, necesaria-mente, habría que remitirse a las valoraciones y evaluaciones hechas porla historiografía especializada dedicada al tema y a las interpretacionesdisponibles en la literatura bibliográfica pertinente.

PRIMER EJEMPLO DE COMENTARIO DE TEXTO HISTÓRICO

Declaración de derechos del hombre y del ciudadano (1789). (Los subra-yados en el texto han sido hechos por nosotros durante la segunda lectura.)

Los representantes del pueblo francés, constituidos en AsambleaNacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el despreciode los derechos del hombre son las únicas causas de las desgraciaspúblicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer,en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables ysagrados del hombre, para que esta declaración, constantementepresente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sincesar sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder le-gislativo y los del poder ejecutivo, pudiendo en cada instante ser

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comparados con el objeto de toda institución política, sean más res-petados; para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadasdesde ahora sobre principios simples e incontestables, redundensiempre en el mantenimiento de la Constitución y en la felicidad detodos. En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara,en presencia y bajo los auspicios del Ser Supremo, los siguientesderechos del hombre y del ciudadano.

ARTÍCULO 1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales enderechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más quesobre la utilidad común.

ARTÍCULO 2. El objeto de toda asociación política es la conserva-ción de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estosderechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistenciaa la opresión.

ARTÍCULO 3. El principio de toda soberanía reside esencialmenteen la Nación. Ningún cuerpo ni individuo puede ejercer autoridadque no emane expresamente de ella. (...)

ENCUADRAMIENTO. El texto que vamos a comentar recoge la parte ini-cial de un documento jurídico clave para la historia de la Revolución fran-cesa que comienza en 1789. Se trata de la Declaración de Derechos delHombre y del Ciudadano, aprobada en Versalles por la Asamblea Nacio-nal el 26 de agosto de ese mismo año. Estaba destinada a la divulgaciónpública entre la población francesa y pretendía dar a conocer la filosofíabásica del nuevo sistema político y social que trataba de implantarse enFrancia como sustituto de la monarquía absoluta y de la sociedad esta-mental propias del Antiguo Régimen.

ANÁLISIS. Dicho fragmento de la declaración de derechos consta dedos partes bien diferenciadas en su aspecto formal: por un lado, contieneun preámbulo introductorio y expositivo de las razones por las que se ela-bora y aprueba solemnemente la declaración; tras éste, se recoge unapartado dispositivo, en forma de articulado, donde se codifican los dere-chos enunciados.

En el plano temático, el texto tiene como eje clave la afirmación deque todos los hombres gozan de unos «derechos naturales, inalienables»por el mero hecho de nacer y existir. Entre ellos se citan y codifican el de-recho a la igualdad jurídica, el derecho a la libertad, el derecho a la pro-piedad, y los derechos a la seguridad y a la resistencia a la opresión. Deeste postulado primero sobre la existencia de un conjunto de derechos«sagrados» e «imprescriptibles» de todos los hombres, se extrae unaconsecuencia política y jurídica crucial: los hombres, constituidos en na-ciones, son los únicos depositarios de toda «soberanía» y la fuente pri-maria del poder público legítimo encarnado en el Estado. Fundándose en

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ese principio general, la Asamblea Nacional, formada por los «represen-tantes del pueblo francés», elabora esa declaración para que los dere-chos de los franceses no puedan ser vulnerados por sus gobernantes nipor el Estado. Éste queda configurado mediante dos poderes divididos yequilibrados, a fin de evitar que ninguno de ellos pueda imponerse al otroy conculcar los derechos cívicos o la soberanía nacional. Como se apuntaen el preámbulo, la «Constitución» será el instrumento jurídico que darácuerpo a esa división de poderes del Estado y que hará así viable y obli-gado el respeto de las autoridades a la soberanía nacional y a los dere-chos ciudadanos.

EXPLICACIÓN. La declaración aprobada por la Asamblea Nacional re-fleja fielmente el programa político liberal que alentaba todo el procesorevolucionario francés iniciado en 1789. El origen inmediato de este pro-ceso radicaba en la honda crisis que padecía el Antiguo Régimen enFrancia. Esta crisis se manifestaba en el plano económico (con los pro-blemas de producción agraria y la bancarrota de la hacienda real), en elplano social (con las tensiones entre el estamento aristocrático y las bur-guesías y el campesinado que componían el Tercer Estado), y en el pla-no político (con la lucha entre la Corona y el resto de los grupos socialespor la gobernación del Estado). Para solucionar la crisis, el rey Luis XVIpresidió la reunión en mayo de 1789 de los Estados Generales, dondeestaban representados por separado los tres estamentos sociales delreino (el clero, la nobleza y el Tercer Estado). La parálisis de este orga-nismo a la hora de resolver la crisis abrió el camino propiamente a la Re-volución.

El primer paso en el proceso revolucionario lo dieron los representan-tes del Tercer Estado el 16 de junio, al constituirse unilateralmente enAsamblea Nacional Constituyente y declarar a ésta como única deposita-ria de la soberanía nacional. Así comenzaba la primera fase de la Revolu-ción francesa, caracterizada por la labor de destrucción de las estructu-ras del Antiguo Régimen y por la implantación de las bases institucionalesde una nueva sociedad liberal y de clases. El acto legal revolucionario lle-vado a cabo por la Asamblea en Versalles fue respaldado por la movili-zación popular urbana (Asalto a la Bastilla en París el 14 de julio) y por lainsurrección antiseñorial de los campesinos por toda Francia (el Gran Mie-do de principios de agosto). De este modo, la crisis de junio de 1789desembocó en una victoria de la alianza antiaristocrática que ligaba alas burguesías enriquecidas durante la expansión económica del siglo XVIII

y a las masas de la ciudad y del campo empobrecidas durante la crisissocio-económica reciente.

En ese contexto, la declaración de derechos del hombre aprobadapor la Asamblea Nacional se manifiesta claramente como una medidarevolucionaria destinada a reemplazar las estructuras legales, sociales y

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políticas que conformaban el Antiguo Régimen. En primer lugar, el pro-pio concepto de «derechos naturales e inalienables» de los hombres su-ponía la anulación de las bases doctrinales vigentes hasta aquel mo-mento.

Por ejemplo, la igualdad jurídica de todos los hombres implicaba ladestrucción de la organización estamental de la sociedad, de la existenciade la nobleza y del clero como órdenes separados y privilegiados dentrodel reino. Esa igualdad, en consonancia con la ideología e intereses de lasclases burguesas que dirigían la revolución, no se equiparaba con la igua-lación social o política de todos los individuos. Por el contrario, se circuns-cribía a la igualdad ante la ley y en el ejercicio de los derechos y deberescívicos, dejando que las «distinciones sociales» sólo pudieran fundarsesobre la «utilidad común», el trabajo, los méritos, la competencia y el es-fuerzo personal de cada individuo. En este sentido, la igualdad jurídica noimplicaba la Democracia. De hecho, la Constitución revolucionaria de1791 implantó el sufragio censitario, donde sólo los ciudadanos «activos»(que pagaban unos determinados impuestos) gozaban de derecho devoto político, en contraste con los ciudadanos «pasivos», que sólo disfru-taban de sus derechos civiles.

Del mismo modo, la libertad recogida en la declaración significabaante todo la anulación del sistema político de la monarquía absoluta,donde el rey era la fuente de todo el poder por derecho divino y no debíarendir cuentas de sus actos ante ninguna institución ni ante sus súbditoso sus representantes. También significaba libertad de trabajo y de con-tratación entre individuos, impugnando así la reglamentación y controlde los oficios y de los mercados por medio de los gremios y corporacio-nes del Antiguo Régimen. En definitiva, la libertad política (como libertadde expresión, de prensa y de reunión) era consustancial con el derechoa la seguridad y a la resistencia a la opresión, que conllevaba la legali-dad de toda insurrección contra un poder usurpador y vulnerador deesos derechos. La correlativa libertad de mercado y de iniciativa empre-sarial eran asimismo pilares del desarrollo capitalista y de la nueva so-ciedad de clases que pretendía fomentar la revolución liderada por lasburguesías.

Por su parte, el derecho de propiedad se entendía sobre todo comoderecho a la propiedad personal e individual, libre y responsable. En con-secuencia, se enfrentaba al tipo de propiedad amortizada y vinculada,protegida contra los avatares de la competencia y del mercado, que dis-frutaban los estamentos privilegiados del Antiguo Régimen. Por eso mis-mo, la Revolución procedió muy pronto a desamortizar los bienes del cleroy a abolir la propiedad señorial y vinculada. Así, destruía todas las disposi-ciones jurídicas que impedían la fragmentación de esas propiedades y lasexcluían del mercado de bienes y mercancías y de los efectos del libre jue-go de la oferta y la demanda. Este derecho a la propiedad personal y libre

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se convertía en la base del nuevo orden socio-político liberal y burgués, enla medida en que la condición de propietario será la medida positiva de lacapacidad y mérito individual y el criterio para acceder a la participaciónpolítica en los asuntos de Estado.

La idea de soberanía nacional formulada en la declaración también re-futaba el concepto de soberanía del rey, basado en la doctrina tradicionalque atribuía un origen divino al poder monárquico absoluto y a la estructuraestamental de la sociedad. La nueva idea, en consonancia con la igualdadnatural de los hombres, sólo reconocía una fuente legítima para el ejerciciode la autoridad pública: la soberanía popular o nacional. De hecho, la na-ción será definida como el conjunto de individuos que viven bajo una leycomún y están representados por una misma legislatura. Por eso mismo,los miembros de la Asamblea Nacional se proclaman «representantes delpueblo francés» desde el primer momento de la revolución y apelan a esecarácter para imponer sus medidas revolucionarias. También por eso, pro-cederán a elaborar una Constitución que permita salvaguardar ese princi-pio mediante la división de los poderes del Estado en legislativo y ejecutivo,a fin de equilibrar su fuerza respectiva y evitar toda recaída en el despotis-mo o la tiranía.

CONCLUSIÓN. En definitiva, la declaración de derechos del hombre ydel ciudadano aprobada el 26 de agosto de 1789 fue un hecho trans-cendental en el curso de la Revolución francesa. Reflejaba y condensabatodo un programa político elaborado por las burguesías francesas para laeliminación del Antiguo Régimen y la implantación de una nueva socie-dad liberal y de clases. En ella puede apreciarse la influencia de las tradi-ciones intelectuales que van preparando el asalto final a las estructurasdel Antiguo Régimen: la doctrina de John Locke sobre los derechos delhombre en su Tratado del gobierno civil (1690); la crítica del movimientode la Ilustración a la sociedad estamental y a la superstición e intoleranciareligiosa (Voltaire); la teoría de la voluntad general y del contrato socialexpuesta por Jean Jacques Rousseau; la tesis de la separación de po-deres apuntada por el barón de Montesquieu; y la formulación revolucio-naria contenida en la Declaración de Independencia de los Estados Uni-dos de América (1776). Aparte de su importancia en el curso de la propiaRevolución francesa, la declaración tiene una enorme transcendenciahistórica porque se convirtió en el ideario básico del pensamiento revolu-cionario liberal y, en esa calidad, influyó poderosamente en todos los mo-vimientos liberales que se extendieron por Europa y el mundo occidentaldurante el siglo XIX.

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SEGUNDO EJEMPLO DE COMENTARIO DE TEXTO HISTÓRICO

Informe del Servicio de Seguridad del Reich: «Operación contra los judíos,9-10 de noviembre de 1938».

Los fundamentos de la vida judía y de su organización interna hansido completamente alterados como resultado de la operación mon-tada contra la Judería en todas las partes del Reich tras el asesinatodel consejero (de la Embajada alemana en París), Ernst vom Rathpor parte de Herschel Grynszpan, un judío de nacionalidad polaca.

En general, la operación cobró la forma de asaltos e incendiosde las sinagogas y de la destrucción de casi todos los negocios ju-díos, que fueron forzados a interrumpir sus actividades. Algunos do-micilios particulares de judíos fueron dañados. Debido a la falta deatención o a la ignorancia de quienes tomaron parte en los inciden-tes, fueron destruidos algunos materiales de archivo y valiosos teso-ros artísticos. Varios judíos fueron muertos o heridos al intentar resis-tir. Al mismo tiempo, para intensificar la presión en favor de laemigración, en torno a 25.000 hombres judíos fueron llevados acampos de concentración, en algunos casos de forma temporal.

Tras la conclusión de la operación se han tomado varias medidascontra los judíos por medio de leyes y órdenes administrativas (...).

Así, por ejemplo, la orden referente a la propiedad judía del 3 dediciembre de 1938 prescribe que el propietario de un negocio judío(industrial, agrícola o forestal) puede ser forzado a transferir su em-presa o a cerrarla en un plazo de tiempo especificado (...).

Otros decretos han sido emitidos prohibiendo a los judíos la po-sesión de armas y se les ha excluido decisivamente de toda partici-pación en la educación y en la cultura alemana.

Además, se les ha impuesto a los judíos una multa colectiva demil millones de marcos para compensar los daños causados duran-te la operación.

En conclusión, puede afirmarse que la Judería, al menos por loque respecta a los ciudadanos alemanes y a los apátridas, ha sidofinalmente eliminada de todas las áreas de la vida del pueblo ale-mán. Y, por tanto, que los judíos sólo tienen un medio para continuarsu existencia y éste es el de la emigración.

ENCUADRAMIENTO. El documento reproduce un informe reservado delServicio de Seguridad del Tercer Reich que comunica a las autoridadessuperiores nazis los pormenores de la operación denominada «Noche delos Cristales Rotos» (Kristallnacht), un asalto organizado por militantes delPartido Nacional-Socialista contra las juderías de toda Alemania efectuadoentre el 9 y el 10 de noviembre de 1938. Este Servicio de Seguridad estaba

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dirigido por Reinhard Heydrich, formaba parte de la estructura de las SS(Schutztaffel) del partido, bajo el mando de Heinrich Himmler, y había sidoencargado de las labores de policía y vigilancia interior en Alemania pocodespués del nombramiento de Adolf Hitler como canciller y «Führer» (Cau-dillo) en el mes de enero de 1933. Aunque no consta la fecha exacta deldocumento, por sus referencias internas se deduce que fue elaborado po-cas semanas después de la operación y, con seguridad, una vez aproba-da la orden sobre propiedades judías del 3 de diciembre de 1938.

ANÁLISIS. El informe elevado a los máximos líderes de la Alemania naziestá configurado por tres apartados consecutivos. En el primero, el textose limita a señalar cuatro aspectos centrales de la Kristallnacht: se evalúael efecto material del pogromo sobre las vidas y posesiones judías existen-tes en Alemania; se da cuenta de su presentación pública como una merarepresalia ante el previo asesinato en París de un diplomático alemán porparte de un joven judío exiliado; se consigna la paralela reclusión en cam-pos de concentración de una considerable cantidad de hombres judíos; yse lamenta la pérdida de algunos bienes de interés artístico o archivísticodurante el pogromo. En el segundo, el texto recapitula las subsecuentesmedidas tomadas por el gobierno alemán para eliminar a los judíos de lavida de la nación en todas las órbitas sociales, incluyendo el sarcasmo dela imposición de una multa colectiva a los mismos por las destruccionesocasionadas durante el pogromo. Finalmente, el texto termina con la afir-mación de que la judería alemana ya ha sido completamente separada ysegregada del resto de la población y expresa su esperanza de que, pri-vada así de sus medios de subsistencia, opte por la emigración al exteriory el abandono de Alemania.

EXPLICACIÓN. Como se apunta en el propio texto a comentar, durantela noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, a raíz de un pogromo planifica-do por las autoridades nacional-socialistas, militantes antisemitas asalta-ron los barrios judíos en todas las ciudades y pueblos de Alemania ante lapasividad de la policía y la complacencia o indiferencia de una gran partede la población civil. El resultado de lo que pasó a llamarse la «noche delos cristales rotos» (Kristallnacht) fue sobrecogedor: un centenar de judíosmuertos; cientos de sinagogas incendiadas; un mínimo de ocho mil tien-das y negocios destruidos; incontables casas particulares devastadas; yunos treinta mil judíos arrestados y enviados a campos de concentración.La operación suponía un hito clave en la evolución interna del Tercer Reichy anunciaba el comienzo de una nueva fase (la segunda) mucho más radi-cal en su actitud y trato hacia la población judía.

Desde enero de 1933, tras la implantación de la dictadura totalitarianazi en Alemania durante la última crisis del régimen democrático fundadoal final de la Primera Guerra Mundial, Hitler había iniciado una política de

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sistemática discriminación contra los judíos alemanes (un total de 500.000para una población de 66 millones) por considerarlos una raza inferior,apátrida y muy peligrosa para la salud de la raza superior, los arios germá-nicos. En el contexto de grave inestabilidad política y profunda depresióneconómica que había imperado en Alemania desde el año 1929, esa sim-ple utilización del judío como oportuno chivo expiatorio y cabeza de turcode todas las culpas y males había sido un factor clave en la creciente po-pularidad electoral del movimiento nacional-socialista (11,3 millones devotos en las elecciones de marzo de 1932, las últimas relativamente libresdurante la existencia de la República de Weimar).

El antisemitismo hitleriano asumía íntegramente los viejos prejuicios re-ligiosos derivados de la judeofobia cristiana surgidos durante la Antigüe-dad clásica y en la Edad Media (el judío como asesino de Cristo y ser fal-so, exclusivista, lujurioso y codicioso). Pero rechazaba la idea de que laconversión a la verdadera fe y el bautismo pudieran limpiar el pecado dehaber nacido judío porque se basaba en una nueva concepción racial ysocial-darwinista. A tenor de ella, la humanidad estaba formada por razasque se definían por inamovibles factores biológicos hereditarios, eran cua-litativamente diferentes en sus capacidades intelectuales, y estaban en-frentadas en una lucha por la supervivencia de las más aptas y por el so-metimiento de las más débiles. De acuerdo con esta cosmovisión racista,el enemigo natural de la raza aria superior siempre había sido la raza judía,que vivía como un parásito sobre el suelo de la patria germana y corrom-pía la sangre de sus hijos mediante el mestizaje y la destrucción de la pu-reza racial. Y, según esos planteamientos, la judería internacional comba-tía esta eterna verdad racial mediante estratagemas diversas como eran elcapitalismo financiero que destruía la economía nacional, el bolchevismocomunista que subvertía las relaciones sociales y el pacifismo derrotistaque minaba la fortaleza militar y la autoconfianza de las naciones.

En función de esas ideas delirantes, convertidas en doctrina oficial deEstado, desde 1933 el régimen de Hitler dictó múltiples disposicionesorientadas a cambiar la situación de los judíos dentro de la sociedad ale-mana con medidas de discriminación muy similares a las de época medie-val: expulsión de la administración pública, la enseñanza, el Ejército y lostribunales; retirada de la nacionalidad y consideración de extranjeros oapátridas; imposición de trabas a las operaciones económicas e inhabilita-ciones a las actividades profesionales; anulación y prohibición de todomatrimonio mixto entre judíos y arios; impedimentos para la libre circula-ción por el territorio nacional y para el uso y disfrute de servicios (parques,autobuses); etc. Sin embargo, esta primera política de mera discrimina-ción y fomento de la emigración forzosa al extranjero sufrió una radical eirreversible intensificación desde noviembre de 1938.

Ciertamente, tras la Noche de los Cristales Rotos, la política antisemitanazi enfiló una segunda fase xenofóbica y racista más radical: lograr la

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más completa exclusión y segregación física de los judíos en el seno dela sociedad alemana. La progresiva deportación masiva a campos de con-centración creados al efecto en todo el país fue el primer paso entoncesiniciado. La invasión nazi de Polonia y el estallido de la Segunda GuerraMundial en septiembre de 1939 intensificó el proceso porque hizo necesa-rio organizar a la numerosa judería de los países vencidos (sólo en Poloniaresidían más de 3 millones de judíos). La respuesta fue la construcción denuevos campos de concentración y la formación de masivos guetos urba-nos en toda la Europa oriental ocupada. En los mismos, las condiciones demalnutrición, falta de higiene, malos tratos y trabajos forzados originaronuna altísima tasa de mortalidad conscientemente cultivada.

En el contexto de brutalización generado por las condiciones bélicas,el comienzo de la ofensiva nazi contra la Unión Soviética en junio de1941 hizo posible la apertura de una tercera y última etapa de la políticaantisemita nazi. En algún momento de aquel verano de 1941, Hitler dio alalto mando de las SS la orden verbal y secreta de iniciar la «Solución Fi-nal»: el exterminio masivo de la población judía residente en todas las zo-nas ocupadas, ya fueran jóvenes, mujeres, ancianos o niños (el llamado«Holocausto» o la «Shoa»). En un primer momento, la tarea fue realizadapor batallones de fusilamiento especiales que operaron en el frente orien-tal desde junio de 1941 hasta 1943. El desgaste de hombres y materialque suponía ese método forzó la búsqueda de nuevas fórmulas genoci-das más rápidas y económicas: en primer lugar, los camiones de gas;muy poco después, las cámaras de gas. A principios de 1942 comenzóla instalación y uso de seis campos de exterminio con sus correspon-dientes cámaras de gas ocultas como salas de ducha y sus hornos cre-matorios: Belzec, Sobibor, Lublin, Treblinka, Chelmno y Auchswitz. El pro-greso tecnológico de estas literales fábricas de la muerte humana fuerealmente impresionante. Las cámaras comenzaron teniendo una capaci-dad para 450 personas por sesión de gases y terminaron albergando a4.000 a un tiempo. El gas utilizado dejó de ser el monóxido de carbonoen favor del cianuro de hidrógeno y el pesticida «ciclón B», más fácilesde elaborar y transportar por las compañías químicas alemanas que losuministraban.

En esas condiciones, el volumen de judíos exterminados durante elcorto período de cuatro años fue verdaderamente espectacular. Aunqueresulta imposible establecer un cómputo definitivo sobre las pérdidas hu-manas del Holocausto, no cabe duda que oscilaría entre cinco y seis millo-nes de judíos. Según los estudios fidedignos de Raul Hilberg, una cifra li-geramente superior a los cinco millones parece la más verosímil. Losmuertos en campos de concentración y exterminio ascenderían a tres mi-llones (sólo el campo de Auschwitz, en las cercanías de Cracovia, tuvomás de un millón). Los muertos por fusilamiento y otras operaciones móvi-les alcanzarían 1,4 millones. Y otros 600.000 judíos perdieron la vida en los

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guetos. En definitiva, para la judería del continente, la Europa ocupada porlos nazis se convirtió en un gigantesco cementerio.

CONCLUSIÓN. La planificación y ejecución de este genocidio estuvomotivada ideológicamente y no fue el resultado de una exigencia estratégi-ca o de una demanda política superior impuesta por la guerra mundial. Lasideas racistas nazis fueron la fuerza motriz del Holocausto y pudieron llevar-se a la práctica con lógica infernal en el propicio contexto de guerra totaldesatada por los nazis durante la invasión de la URSS y con la complacenciade amplios sectores de la población alemana y continental infectada poresas doctrinas raciales extremistas. El patente hilo de continuidad que vin-cula el mero prejuicio antisemita (que exige la discriminación) con la Kris-tallnacht (que inaugura la segregación) y con su derivación en Auschwitz(el simple exterminio) es una cruda advertencia de lo que puede volver asuceder si se toleran pasivamente los brotes de xenofobia racista y criminaly se permite que lleguen a sus corolarios lógicos. Por eso resulta imprescin-dible recordar la secuencia histórica para atajar a tiempo tanto la barbariefinal de Auschwitz como su prólogo obligado de la Kristallnacht.

IV. PAUTAS PARA EL COMENTARIO DE GRÁFICOS HISTÓRICOSY DOCUMENTOS ESTADÍSTICOS

La incorporación a los estudios históricos de las técnicas estadísticas ha po-sibilitado un avance notable en el análisis y comprensión de aquel materialhistórico susceptible de elaboración y cuantificación en forma de series deelementos continuos y homogéneos. Debe tenerse en cuenta que dicho ma-terial está compuesto por magnitudes y unidades contables y seriales queson el resultado de una elaboración a partir de las fuentes históricas dispo-nibles, en las cuales se recogen los datos individuales para su posterior tra-tamiento conjunto y serializado. Esas magnitudes contables y seriales sonmuy variadas y se extraen de fuentes igualmente diversas: registros de naci-mientos, matrimonios y defunciones, censos de población, documentos fis-cales, libros de contabilidad, actas de resultados electorales, memorias deproducción industrial, etc. Las técnicas estadísticas permiten disponer esosdatos visualmente en formas y figuras gráficas que facilitan su análisis ycomprensión: el cuadro o tabla estadística, el diagrama de barras, el histo-grama, las pirámides de población, los gráficos lineales y semilogarítmicos,las representaciones en círculo o cuadrado, los cartogramas, etcétera.

El comentario de una gráfica o tabla estadística no difiere esencial-mente del comentario de un texto histórico. En ambos casos, se trata de

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interpretar y glosar los datos presentados para comprender y explicar elcontexto histórico al que se refiere y del que nos informan. Sin embargo,en el caso de la documentación estadística, hay que tener siempre encuenta las particularidades en la elaboración, presentación y naturalezade esos datos. Antes de poder comentar una gráfica o tabla estadística,hay que saber «leer» e interpretar correctamente esa forma y figura perci-bida visualmente.

Por ejemplo. Consideremos un CUADRO o TABLA ESTADÍSTICA. Hayque recordar que dicho cuadro o tabla está compuesto por varias colum-nas (un mínimo de dos) formadas por datos numéricos homogéneos(dentro de cada columna) y entre las cuales se establece una correlaciónhorizontal y biunívoca. La comprensión e interpretación de tal cuadro otabla exige como principio el asumir que existe esa correlación biunívocahorizontal entre los datos contenidos en la primera columna y los datoscontenidos en la segunda. El título de la tabla o cuadro proporciona laclave de lectura para establecer y entender el tipo de correlación entre lasseries de magnitudes presentes.

El caso más normal de cuadro y tabla estadística histórica es el quepone en relación una columna donde se expresan los años y una columnadonde se expresa una magnitud contable (habitantes en un país; tonela-das de hierro producido; salarios de obreros empleados, etc.). Así, en latabla siguiente se reflejan los millones de habitantes censados oficialmen-te que había en España en cada uno de los años expresados:

Población española, 1797-1910

Años Millones de habitantes

1797 10.541.2211834 12.162.1721860 15.673.4811887 17.549.6001900 18.549.0001910 19.994.600

Fuente: J. Harrison, Historia económica de la España contemporánea, Barcelona, Vicens Vives,1980, p. 31.

También puede darse una tabla o cuadro de mayor complejidad, dondese conforman unos ejes de coordenadas (una dedicada a la presentación deltiempo y la otra a la del espacio) que permitan correlacionar ambas vertien-

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tes simultáneamente con una misma magnitud contable y serial. Este es elcaso de la siguiente tabla. En ella, las cifras de kilómetros de líneas ferrovia-rias activas se colocan en cada una de las intersecciones formadas entre lascolumnas de años y los planos horizontales correspondientes a cada país.

Líneas ferroviarias construidas y en operación (kilómetros)

1840 1880

Gran Bretaña ................... 2.411 28.846Alemania .......................... 469 33.838Francia ............................. 410 23.089

Fuente: B. R. Mitchell, European Historical Statistics, 1750-1970, Londres, Macmillan, 1975, pp.581-584.

El DIAGRAMA DE BARRAS, el HISTOGRAMA y la GRÁFICA LINEAL o semi-logarítmica también se construyen sobre dos ejes de coordenadas cartesia-nas. Si bien, en estos casos, el campo definido por ambos ejes (que for-man un ángulo recto) no presenta datos numéricos sino barras o líneasque guardan una relación proporcionada con cada uno de los ejes. Estetipo de gráficos permite apreciar mucho mejor que las tablas de columnascon datos numéricos todo el devenir evolutivo de las magnitudes, con susfases, ritmos y ondulaciones a lo largo del tiempo. Por convención, el ejede la abscisa (el horizontal) constituye el eje cronológico y se reserva paradisponer los años consecutivamente desde el punto de intersección y ha-cia el extremo derecho. De igual modo, el eje de la ordenada (el vertical)se aplica a la cuantificación de la magnitud considerada. Véase el ejemplode la página siguiente, donde se muestra la línea de evolución numérica dela población minera asturiana durante los años señalados (1905-1930).

Habida cuenta de las peculiaridades de conformación de las tablas ygráficos históricos, el comentario de las mismas requiere una atenciónprimera a su naturaleza y composición. Hay que observar el tipo de gráfi-co o tabla de que se trata; atender al título e indicaciones que encabezanel mismo porque son las claves de lectura; advertir si las series son conti-nuas o tienen lagunas; si se refieren a uno o varios países; si reflejan un pe-ríodo temporal largo o uno corto; si evidencian una línea de evolución ge-neral o tendencia global; etcétera.

Una vez cumplidos estos requisitos de observación previos, el comen-tario sobre sus datos y la información que transmiten sigue los mismosprocedimientos que el de textos históricos y tiene los mismos objetivos. El

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primer paso en dicho comentario debe consistir en una descripción preci-sa del contenido e información presente en el gráfico. A continuación, elanálisis formal consistiría en desmenuzar los datos reflejados para apre-ciar y comentar las fases, etapas y ritmos reflejadas por las curvas y líneasde evolución. Por su parte, la explicación de contenidos consistiría en si-tuar las diferentes fases y ritmos percibidos en el momento histórico alque correspondieran, estableciendo una relación y vinculación entre esosfenómenos y el contexto espacio-temporal donde se sitúan y donde se ha-llan las causas y razones de su origen y desarrollo.

EJEMPLO DE COMENTARIO DE CUADRO ESTADÍSTICO

Llegadas de cereales a Barcelona (en millones de kg)

Años Por ferrocarril Por mar

1884 72,5 54,91885 54,4 76,51886 13,9 111,0

Fuente: Josep Fontana, Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX, Bar-celona, Ariel, 1975, p. 186.

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Número de mineros empleados en Asturias1905-1930 (millares de personas)

Fuente: E. Moradiellos, El Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias, Oviedo, Universidad,1986, p. 127.

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DESCRIPCIÓN. El cuadro refleja la distribución del cereal que abastecíael mercado de granos de Barcelona según el medio utilizado para sutransporte hasta la ciudad durante tres años consecutivos: entre 1884 y1886. El volumen total de cereal (expresado en millones de kilogramos) sedistribuye así en dos columnas que recogen el grano llegado por vía te-rrestre mediante el ferrocarril y el grano llegado por vía marítima en barcos,respectivamente. Este grano cerealícola (principalmente formado por tri-go) constituía entonces, como en centurias anteriores, la materia primainexcusable para elaborar el pan, la pieza básica de la dieta alimenticia dela ciudadanía barcelonesa y de toda la población española, tanto urbanacomo rural.

ANÁLISIS. La evolución de las cifras contenidas en el cuadro permitenobservar dos fenómenos paralelos. En primer lugar, el volumen global decereal llegado a Barcelona en cada uno de esos años fue relativamenteconstante: en 1884 alcanzó la cifra de 127,4 millones de kilogramos; en1885 subió levemente a 130,9 millones; y en 1886 descendió ligeramentehasta 124,9 millones. En segundo lugar, esa suma total invariable experi-mentó grandes y súbitos cambios en su composición interna relativa: en elplazo de dos años, el cereal transportado por ferrocarril hasta la ciudadfue casi totalmente desplazado por el cereal que llegaba en barcos. Así,mientras que en 1884 el grano transportado por vía férrea sumaba el 57%de todo el que llegaba a Barcelona, en 1886 éste había descendido hastael 11,1% del total. A la par, el grano llegado por vía marítima, que represen-taba en 1884 el 43% del total, pasó a constituir el 88,8% sólo dos añosdespués.

EXPLICACIÓN. El rápido cambio en la composición del cereal llegado aBarcelona es un síntoma elocuente de la grave crisis que afectó a la agri-cultura española en las décadas finales del siglo XIX. No en vano, el cerealtransportado por ferrocarril hasta la que era capital industrial de Españaprocedía básicamente de los campos castellanos y andaluces, en tantoque el cereal llegado por mar consistía en importaciones de grano extran-jero. La sustitución de aquél por éste reflejaba, por tanto, la debilidad ycreciente atraso de la producción cerealícola española y su incapacidadpara hacer frente a la competencia ofrecida por la producción de otrospaíses de agricultura más competitiva y avanzada.

La crisis agraria de finales del siglo XIX se incubó básicamente en lasgrandes praderas norteamericanas, donde un proceso de intensa mecani-zación y capitalización había permitido incrementar notablemente la pro-ducción de cereal y abaratar sensiblemente su precio de venta en el mer-cado. Simultáneamente, la revolución de los transportes (extensión delnúmero y capacidad de carga de los barcos a vapor) permitió la llegadade ese grano norteamericano a los puertos europeos en condiciones de

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venta y precio muy competitivas. El resultado combinado de ambos proce-sos fue el reflejado por el cuadro que comentamos ahora: la aguda pérdi-da de secciones importantes del mercado nacional español por parte dela producción cerealícola castellana y andaluza. En definitiva, el trigotransportado a través del Atlántico hasta los puertos españoles era muchomás barato que el transportado por ferrocarril desde el interior de Españahasta esos mismos puertos.

La agricultura española era incapaz de competir con la producciónnorteamericana porque se trataba de una agricultura extensiva, de secanoy muy poco mecanizada, con escasos rendimientos productivos y altoscostes de explotación que encarecían el precio final de sus productos. Elorigen de esa situación estaba en las reformas agrarias liberales de la pri-mera mitad del siglo XIX (la desamortización de tierras eclesiásticas y co-munales, y la desvinculación de tierras nobiliarias). Estas reformas habíangenerado una agricultura volcada hacia el mercado pero con grandes de-bilidades internas: en el norte peninsular, predominaba la pequeña explo-tación campesina familiar de escasos rendimientos; en el centro-sur, unaagricultura de latifundio extensiva, poco capitalizada y basada en el traba-jo barato de una masa de campesinos sin tierra y depauperados. La debili-dad de la trama ferroviaria española, unida a sus altos costes de utiliza-ción, se combinaban con esa situación de atraso agrario para hacer máscara y menos competitiva la producción cerealícola española. De estemodo, cuando la revolución de los transportes creó un verdadero mercadomundial para los productos agrarios (incluyendo un precio de referenciaunitario y universal), el costoso cereal español se vio barrido casi literal-mente de los mercados de la periferia peninsular del país, sobre todo delos catalanes, por la presencia de una competencia extranjera más baratay de igual o mejor calidad.

La magnitud de la catástrofe ceralícola, bien patente en el súbito des-plome de las cifras de grano llegado a Barcelona por ferrocarril entre 1884y 1886, provocó una reacción enérgica de los grandes productores caste-llanos y andaluces. De inmediato, comenzaron a presionar a los sucesivosgobiernos españoles de la época de la Restauración para que impidieranla entrada de cereal extranjero y adoptaran medidas para reservar el mer-cado nacional a la producción interna española. Su petición esencial fue elaumento de los aranceles de importación para el grano extranjero, a fin dehacerlo menos barato y dificultar su presencia y competencia en el merca-do interior. Esta demanda proteccionista de los grandes agricultores fueapoyada fervientemente por los industriales siderúrgicos vascos, los in-dustriales mineros asturianos y los industriales textiles catalanes, todosellos amenazados también por la competencia extranjera en sus respecti-vos campos. Así se fue formando un frente de presión proteccionista quelogró de los gobiernos españoles la adopción de leyes cada vez más res-trictivas para la importación de productos extranjeros (arancel de 1891, ley

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general arancelaria de 1906). El conjunto de esas medidas proteccionistaspalió provisionalmente la crisis agraria española y permitió resistir el em-puje de la competencia extranjera, pero al precio de no modificar las arcai-cas estructuras internas que impedían la necesaria modernización de laagricultura española.

CONCLUSIÓN. Cabe concluir este comentario recordando que la res-puesta de los intereses agrarios españoles no fue diferente de la quehubo en otros países europeos ante el mismo fenómeno de la com-petencia extranjera. La crisis agraria finisecular afectó también a laagricultura francesa, alemana, italiana, etc., y en todos esos países seadoptaron igualmente medidas proteccionistas, agrarias e industriales,que trataron de limitar el efecto de la crisis mediante la reserva del mer-cado nacional para los productores nacionales. Pero fue en Españadonde las mismas tuvieron mayor intensidad y vigencia temporal, comocorrespondía a la mayor debilidad de la agricultura española, al mayorimpacto de la crisis agraria finisecular y al mayor poder e influencia delos grandes intereses agrarios sobre las estructuras del poder político ydel Estado español.

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Fuente: S. Roldán, J. L. García Delgado y J. Muñoz, La consolidación del capitalismo en Espa-ña, 1914-1920, Madrid, CECA, 1973, vol. I, p. 134.

EJEMPLO DE COMENTARIO DE GRÁFICO LINEAL

Algunos índices explicativos del ciclo industrial (1913-1921)

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DESCRIPCIÓN. El gráfico refleja la curva de evolución de tres varia-bles de la economía española durante los nueve años comprendidosentre 1913 y 1921. Esas tres variables reflejadas son: el número totalde sociedades mercantiles constituidas cada año; el volumen anual deinversiones de capital privado efectuadas; y la cuantía de los beneficiosobtenidos por las empresas en cada uno de esos años considerados.

El gráfico no refleja esas magnitudes en términos de su valor real; estoes: no proporciona el número de empresas y la cantidad de dinero inverti-do y recaudado como beneficio. Se refleja esa evolución por medio de unnúmero índice para cada una de esas tres variables. Dicho número índicese obtiene sustituyendo el valor real de partida en el año 1913, año basede cada serie, por el número 100 (es decir: el número de empresas crea-das ese año se equipara al valor índice 100). Los demás valores índice decada serie se expresan con respecto al índice-base con la misma relaciónque hay entre el valor real de la base y cada uno de los valores reales delos años sucesivos de la serie (por ejemplo, si las empresas creadas en elaño base hubieran sido 300 y las del siguiente 600, el número índice res-pectivo sería 100 y 200).

ANÁLISIS. La evolución de los índices de las tres variables reflejadas enel gráfico permite observar la existencia de tres fases globales distintas enla economía española durante los nueve años considerados. Estas tres fa-ses son compartidas, en términos generales, por todas las variables ex-presadas sin grandes disonancias entre ellas:

1. Durante la primera fase, que abarca hasta 1914, casi todas las varia-bles experimentan un ajuste y descenso relativo con respecto al año de par-tida de 1913. El descenso es ligeramente más acentuado en el caso de losbeneficios que en el de las sociedades. Las inversiones, por el contrario, semantienen en el mismo nivel y no experimentan descenso sino estancamiento.

2. La segunda fase arranca de 1914 y refleja un auge extraordiario enlos valores de las tres variables que llega por lo general hasta el año 1920.La subida es más acentuada en el caso de los beneficios, aunque éstostambién alcanzan su cumbre antes, en 1918, y comienzan un lento des-censo en ese año. El auge de las sociedades es más constante y regular,creciendo su número sin pausa ni oscilación hasta el año tope de 1920.Las inversiones, después de un ligero retroceso en 1915, experimentan unascenso notable pero más espasmódico y titubeante (caen entre1918-1919) hasta llegar a su máximo en 1920.

3. La tercera fase se inicia a partir de 1920, cuando las tres variables,en su conjunto, reflejan un fuerte retroceso durante todo el año 1921. Noobstante, cabe señalar que la caída es mucho más aguda en el caso delas sociedades constituidas que en los casos de las inversiones y los be-neficios efectuados.

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EXPLICACIÓN. La evolución de las tres variables reflejadas en el gráficoes un síntoma evidente y ejemplar de las tres fases atravesadas por la eco-nomía española en su conjunto entre 1913 y 1921. El motivo principal deesas fases consecutivas radica en los cambios experimentados por la co-yuntura internacional entre esos años y en la adaptación de la economíaespañola a los mismos. Desde julio de 1914 hasta noviembre de 1918 tuvolugar la Primera Guerra Mundial, que enfrentó a las potencias aliadas(Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Rusia, hasta la victoria del bol-chevismo) con los imperios centrales (Alemania y Austria-Hungría, con elapoyo del Imperio otomano). España se mantuvo al margen del conflictocomo país neutral.

El comienzo de la guerra mundial y la neutralidad española significó elinicio de una extraordinaria coyuntura de expansión económica para la in-dustria nacional. Después de un corto período de desajuste durante 1914,bien reflejado en la gráfica que comentamos, la guerra y la neutralidadofrecieron tres vías diferentes para el desarrollo económico e industrial deEspaña. En primer lugar, se produjo una caída espectacular en las impor-taciones españolas de productos industriales, debido a las fuertes restric-ciones que los países beligerantes tuvieron que implantar para satisfacer supropio consumo interno y sus crecientes necesidades bélicas. En segundolugar, se experimentó una fuerte expansión de las exportaciones españo-las, para atender esas mismas necesidades crecientes de los beligerantesy para abastecer los mercados de países neutrales que hasta entonceshabían sido provistos por los países ahora en guerra. Por último, la elimina-ción de la competencia extranjera dejó totalmente en manos de la industrianacional el suministro y abastecimiento del mercado interior español.

El efecto combinado de esos tres procesos fue estimular notablementela demanda nacional y exterior, a fin de sustituir el brusco cese de las im-portaciones, abastecer un mercado interior desasistido y hacer frente a lascrecientes exportaciones al extranjero. Todo ello generó en España un rá-pido proceso de «industrialización forzada» y sustitutoria, al amparo de unperíodo de prosperidad económica generalizada en todos los sectores in-dustriales. Las manifestaciones más visibles de ese proceso quedan bienreflejadas en el gráfico comentado: la multiplicación de sociedades mer-cantiles que participan en esa industrialización sustitutoria; el aumento es-pectacular de los beneficios logrados por las mismas; y el fuerte incremen-to de las inversiones de capital privado en dichas actividades industriales.

La dependencia de ese proceso de industrialización forzada de la co-yuntura internacional está demostrada por su propia duración: comienzacon el estallido de la guerra mundial y termina después de que la victoriaaliada ponga fin a esas circunstancias excepcionales del mercado mun-dial tan favorables para la economía española. En 1920, cuando los paísesex-beligerantes ya han restablecido sus economías y sus empresas vuel-ven a competir en el mercado internacional, los indicadores económicos

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españoles reflejan un fuerte retroceso en todos los órdenes. La industriaespañola es incapaz de mantener las conquistas logradas durante la ex-cepcional coyuntura bélica y se ve inmersa en una fuerte crisis y recesióneconómica, con su secuela de pérdida de beneficios, caída de la inversióny freno en la creación de empresas y sociedades. Todos estos fenómenosquedan bien patentes en el gráfico. La salvación y el alivio se buscará en-tonces en la intensificación de la política de proteccionismo arancelario,renunciando la industria española a la competencia por los mercados ex-teriores y conformándose con mantener su posición hegemónica en elmenguado mercado interior español.

CONCLUSIÓN. La evolución de los valores expresados en el gráfico li-neal es, por consiguiente, un fiel reflejo de las vicisitudes de la economíaespañola durante la Primera Guerra Mundial y en la inmediata postguerra,con sus fases de ajuste, expansión vertiginosa y honda recesión. Además,permite apreciar no sólo el perfil de esa evolución económica sino tambiénsu íntima dependencia de las circunstancias internacionales que posibili-tan primero su auge y condicionan después su crisis.

V. PAUTAS PARA EL COMENTARIO DE MAPAS HISTÓRICOS

Dado que la historia estudia los procesos evolutivos de las formas de so-ciedad humana, no cabe olvidar que el espacio, al lado del tiempo, es unade las dimensiones constitutivas de la historia. Por ello mismo, es incon-cebible estudiar historia sin hacer uso regular y constante de los mapas yplanos históricos, en los que se refleja la realidad espacial, geográfica, delos distintos fenómenos históricos.

Al igual que los documentos estadísticos, los documentos cartográfi-cos o mapas son casi siempre una elaboración hecha por un profesional,el cartógrafo o historiador-cartógrafo, sobre los datos históricos prima-rios. Tales documentos cartográficos constituyen el reflejo de una situa-ción histórica en su vertiente espacial y geográfica.

Dichos mapas históricos en los que se refleja una situación pretéritase elaboran siguiendo todas o algunas de las convenciones operativas dela cartografía: escala, tipología cartográfica (topográfica, geológica, etc.),proyección utilizada, coordenadas geográficas (longitud, latitud), curvasde nivel, cotas, red hidrográfica, etc. Ahora bien, si es que aparecen en elmapa histórico, esos elementos no son importantes ni pertinentes a lahora de realizar el comentario histórico sobre el mismo. Hemos de darpor supuesta su correcta realización cartográfica.

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El esquema de comentario de un documento cartográfico históriconecesariamente debe prescindir de muchos aspectos presentes en otrotipo de comentarios de textos. Por ejemplo, no resulta pertinente interro-garse sobre el autor, el destinatario o la intencionalidad del documento(salvo que sea un mapa original de propaganda política). Por otra parte,el mapa histórico es un instrumento educativo cuya interpretación, com-prensión y comentario acertado presupone mucha más información y co-nocimientos previos en el alumno que cualquier otro documento. La ra-zón es clara: en los mapas no se halla más información que la espacial(distribución geográfica de un fenómeno histórico) y la temporal (el mo-mento de tal distribución o, si en el mapa se refleja, los cambios o muta-ciones producidas en varias fechas).

Teniendo en cuenta las dificultades impuestas por esa sobriedad in-formativa, el comentario de un mapa histórico podría seguir las siguientespautas:

V.1. Observación y lectura atenta del mapa

Hay que proceder a examinar con atención el mapa y leer detenida-mente el título, las claves y los símbolos que puedan ofrecerse en su en-cabezamiento y en el cuadro-leyenda que a veces se adjunta, para poderinterpretar correctamente el contenido del mapa y sus informaciones.Esta lectura reflexiva equivale a un proceso de «desciframiento» delpropio mapa: entender los límites geográficos presentes, apreciar lasfronteras definidas, reconocer los nombres de ciudades, regiones, ríos,montañas o accidentes naturales impresos, aislar las pistas cronológicassembradas, comprender los símbolos gráficos que indican fenómenosparticulares, etcétera.

V.2. Determinación de la naturaleza tipológica del mapa

Los documentos cartográficos históricos pueden ser de distinto tipo se-gún reflejen diversos contenidos temáticos. A saber: 1. mapas políticos(mostrando las fronteras entre Estados, su evolución, la extensión de losimperios, el ámbito de las guerras, etc.). 2. mapas político-sociales (reve-lando la extensión de una revolución, las zonas de voto electoral a unpartido, de implantación de un sindicato, etc.). 3. mapas económicos(situando el área de industrialización en un país, las vías de comunica-

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ción, las rutas comerciales, la red ferroviaria...). 4. mapas demográficos(donde se recogen los movimientos migratorios, la densidad de pobla-ción, las concentraciones urbanas, etc.). 5. mapas culturales (traducien-do la distribución geográfica de un movimiento artístico, la extensión deuna lengua, la implantación de una religión...). Hay que determinar cla-ramente esta naturaleza antes de proceder al análisis del documento car-tográfico.

V.3. Análisis del mapa

Después de haber examinado con la debida atención el mapa y haberentendido siquiera sumariamente la situación histórica que refleja es-pacialmente, procede iniciar el análisis propiamente dicho. En princi-pio, cabe hacer una disección y descomposición que distinga las zonasreflejadas en el plano, señalando las áreas centrales y periféricas, losfocos de actividad destacados, el contorno y, en su caso, evolución es-pacial de los fenómenos tratados, así como también las mutaciones ycambios experimentados en los lindes y límites. Se trataría de realizaruna especie de reconocimiento cartográfico para apreciar sub-unida-des y términos aislables que pudiera haber en el conjunto espacial re-flejado.

V.4. Explicación del mapa

Seguidamente, tras haber asimilado toda la información reflejada en elmapa, debe emprenderse la explicación de esos fenómenos registrados yapuntados. Es decir: hay que dar cuenta de la situación histórica que tra-duce el mapa y de las razones para su cristalización y su transformación.Necesariamente, esta labor exigirá referirse a sucesos, personajes, proce-sos e instituciones que no aparecen en el mapa pero que, sin embargo,fueron las fuerzas configuradoras de esa realidad espacial tal y como apa-rece en el mapa. Así pues, la información cartográfica exige desbordar ysalir fuera de ella misma para realizar una interpretación y exposición delas condiciones históricas que le dan todo su sentido y significado. Por su-puesto, dicha exposición e interpretación debe ser sintética y ajustada, sinincurrir en una narración que utilice el documento cartográfico comomero pretexto para desarrollar un tema relacionado sólo de algún modoindirecto con él.

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PRIMER EJEMPLO DE COMENTARIO DE MAPA HISTÓRICO

Mapa del reparto colonial de África hasta 1914. Recogido en la obra deMaría Luisa Alonso y otros, Historia contemporánea. Orientaciones, textos,mapas y documentos, Madrid, Everest, 1986, p. 385.

NATURALEZA. El mapa que vamos a comentar es de naturaleza políticay refleja la situación del continente africano en 1914. En él se aprecia gráfi-camente la intensidad del proceso de reparto y colonización de África lle-vado a cabo por las potencias imperialistas de Europa en el período ante-rior a la Primera Guerra Mundial.

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ANÁLISIS. El primer rasgo que destaca en el mapa es la práctica ausen-cia de Estados y territorios independientes en el continente. La casi totali-dad de África está en poder y bajo el control de potencias coloniales euro-peas. Sólo el pequeño Estado de Liberia, en el extremo occidental, yAbisinia, en el oriental, escapan a esa condición y se mantienen como Es-tados libres e independientes. El resto del territorio se halla sometido y do-minado por una u otra potencia europea, ya sea mediante una administra-ción colonial directa o mediante la fórmula del protectorado (en la que semantiene un gobierno indígena bajo supervisión de la metrópoli protec-tora).

Gran Bretaña y Francia son las dos potencias coloniales que mayorpresencia e importancia tienen en el escenario africano. Los dominios bri-tánicos se concentran básicamente en la parte oriental, donde casi formanuna columna continua que cruza el Continente de Norte a Sur: desde Egip-to, que se convirtió en protectorado británico en 1882, hasta la Unión Su-dafricana, que fue creada tras la victoria británica en la guerra de1899-1902 contra los boers (colonos holandeses). Por el contrario, las po-sesiones francesas se concentran en el África occidental, donde formanun núcleo bastante compacto que abarca desde los territorios mediterrá-neos (Argelia, provincia desde 1830; Túnez, protectorado desde 1881)hasta las posesiones atlánticas y del Golfo de Guinea (Senegal desde1857; Gabón desde 1886). Al margen de esas zonas preferentes, ambaspotencias tienen colonias en áreas más alejadas: Gran Bretaña poseeGambia, Sierra Leona, Costa de Oro y Nigeria en la costa occidental atlán-tica, mientras que Francia dispone de la isla de Madagascar y la Somaliafrancesa en el flanco oriental.

Las restantes potencias imperialistas europeas presentes en Áfricaocupan una extensión colonial mucho menor que la de Gran Bretaña yFrancia. Alemania controla desde 1883-1885 cuatro áreas dispersas e in-conexas en la vertiente Centro-Sur: Togo, Camerún, y el territorio actual deNamibia y Tanzania. Esta última tiene la particularidad de impedir que sematerialice la columna de colonias británicas. Portugal mantiene su anti-gua presencia en Angola y Mozambique, que data de los inicios de la épo-ca moderna. Bélgica domina el gran territorio en torno a la cuenca del ríoCongo. Italia se expande por Eritrea y Somalia (desde 1889) y por Libia(desde 1912). Y España tiene posesiones coloniales en el Golfo de Guinea(Río Muni, desde 1843) y en la costa atlántica y mediterránea (los protecto-rados de Río de Oro y el norte de Marruecos, desde 1884 y 1912).

EXPLICACIÓN. El reparto de África consumado por las potencias euro-peas durante la segunda mitad del siglo XIX y primeros años del XX es unade las manifestaciones más visibles del fenómeno histórico denominadoNuevo Imperialismo. En virtud del mismo, a partir de las décadas finalesdel siglo, la presencia colonial de las potencias europeas se extendió rápi-

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damente a un ritmo vertiginoso por todo el mundo no occidental (África,Asia y Oceanía). En el caso de África, que antes de 1884 era un continentecasi desconocido y donde la presencia europea se ceñía a las zonas cos-teras, el fenómeno del Nuevo Imperialismo significó que en un plazo detreinta años los europeos pasaron a controlar y dominar el 90% de la su-perficie continental.

Los motivos y medios del Nuevo Imperalismo están relacionados conlas transformaciones operadas en algunos países europeos durante la se-gunda mitad del siglo XIX. En particular, fue el resultado combinado de laplena industrialización y desarrollo económico que experimentaron esospaíses, de los grandes avances tecnológicos y científicos paralelos, y dela consolidación o formación de Estados nacionales poderosos y cons-cientes de sus posibilidades y ambiciones. Así, por ejemplo, el fuerte cre-cimiento capitalista de mediados de siglo potenció la expansión imperialpara lograr colonias que fueran centros suministradores de materias pri-mas, mercados reservados para la inversión de capital y la venta de bie-nes y mercancías nacionales, y zonas de emigración para la creciente po-blación metropolitana. Las ideologías nacionalistas y las rivalidades entreEstados nacionales promovieron igualmente esa expansión colonial comovehículo de una política de prestigio y autoafirmación o por motivos geoes-tratégicos y de seguridad militar. Por último, los avances tecnológicos e in-dustriales dieron una superioridad indiscutible a las potencias europeas yles permitieron emprender sus planes de conquista colonial sin preocu-parse demasiado del coste de la oposición indígena.

La conquista y colonización de África revela todos esos motivos y me-dios de manera clara. Hasta la segunda mitad del siglo XIX, África habíasido un continente casi desconocido para los europeos, que sólo habíanlogrado asentarse en sus zonas costeras y no habían logrado penetrar uocupar las tierras ignotas e inexploradas del interior. Entre otras cosas, laresistencia de las tribus indígenas a la penetración europea era considera-ble y efectiva, los medios de transporte disponibles eran insuficientes, y,sobre todo, la malaria, enfermedad endémica en todo el continente, diez-maba a los europeos que se aventuraban por el interior y en la propia cos-ta. Los avances tecnológicos derivados de la Revolución industrial aca-baron con esos obstáculos: el barco de vapor permitió remontar lascorrientes de los ríos hacia el interior; la industria química descubrió enla quinina el profiláctico idóneo contra la malaria; y el rifle de retrocarga y laametralladora hizo inútil la resistencia del arco y la flecha indígenas.

Una vez que los medios estuvieron disponibles, la conquista y coloni-zación pudo desarrollarse con enorme rapidez e intensidad. Para imponercierto orden en el reparto, las potencias europeos se reunieron en la Con-ferencia de Berlín de 1884-1885, en la que se decidió que sólo la ocupa-ción efectiva del territorio africano podía dar título de legitimidad a la colo-nización por parte de un país. A partir de entonces, se desarrolló una

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súbita carrerra de las potencias imperialistas para repartirse el Continentesegún líneas de expansión acordes con sus intereses.

Así, por ejemplo, Gran Bretaña intentó dominar las áreas próximas alas rutas marítimas que comunicaban la metrópoli con su gran colonia dela India y sus dominios de Australia y Nueva Zelanda. Por eso implantó suprotectorado en Egipto, para dominar el vital Canal de Suez, e intentóconstituir una columna continua de colonias que comunicase El Cairo conCiudad del Cabo. La pretensión británica chocó con la intención francesade constituir un cinturón de colonias africanas desde el Atlántico hasta elmar Rojo, poniendo en contacto terrestre Senegal y la Somalia francesa. Elconflicto alcanzó su punto álgido en 1898 durante la crisis de Fashoda(Sudán), que se saldó con la retirada francesa y el reconocimiento de lahegemonía británica en el Sudán. De todos modos, la pretensión británicade formar una columna continua no pudo materializarse por la intervenciónde Alemania en la zona de los grandes lagos de Tanganika. De hecho, Ale-mania, que llegaba tarde al reparto imperialista, no sólo pretendió conjurarlos planes británicos sino también crear un cinturón colonial que uniese suÁfrica oriental con África del sudoeste y el Camerún alemanes. La negativabritánica y francesa a ese proyecto permitió la instalación o supervivenciaen la zona de colonias de potencias europeas menores: el Congo belga ylas colonias portuguesas de Angola y Mozambique. De igual modo, la riva-lidad anglo-francesa posibilitó la expansión colonial de Italia y España,como Estados amortiguadores y «colchón» de seguridad entre esas gran-des potencias: el Marruecos español evitó que Francia tuviera acceso alotro lado del Estrecho de Gibraltar dominado por los británicos, en tantoque Libia separaba el Túnez francés del Egipto británico.

En resolución, el mapa de África en 1914 refleja fielmente ese procesode expansión imperialista europeo que se prolonga durante la segundamitad del siglo XIX y alcanza su máximo apogeo en vísperas de la PrimeraGuerra Mundial. No cabe olvidar que la rivalidad imperialista en África, so-bre todo el contencioso franco-alemán en Marruecos en 1905 y 1911, seráuno de los catalizadores de la política de alianzas que conducirá finalmen-te al conflicto armado de 1914-1918.

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SEGUNDO EJEMPLO DE COMENTARIO DE MAPA HISTÓRICO

División de España. Finales de julio de 1936

Fuente: Enrique Moradiellos, La perfidia de Albión. El gobierno británico y la guerra civil españo-la, Madrid, Siglo XXI, 1996, p. 42.

NATURALEZA. El mapa es de naturaleza esencialmente política y reflejala división geográfica imperante en España, tanto en su territorio peninsu-lar, como insular y colonial, en la última semana del mes de julio de 1936.En el mismo se aprecia el territorio dominado en esas fechas por cada unode los contendientes enfrentados en la guerra civil que estalló el 17 de julioy que terminaría casi tres años más tarde, el 1 de abril de 1939: el bandoafecto al gobierno legal de la República («republicanos») y el bando delos militares insurgentes liderados muy pronto por el general FranciscoFranco («nacionalistas»).

ANÁLISIS. La primera impresión que ofrece el mapa es la de una divi-sión neta y muy equilibrada entre el territorio en poder del gobierno repu-blicano y el territorio bajo dominio de los militares sublevados. De hecho,esa división es casi del 50 por ciento, puesto que si bien el gobierno tieneuna mayor presencia en la España peninsular, los insurgentes compensan

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esa situación con su exclusivo dominio de los archipiélagos canario y ba-lear (excluyendo la isla de Menorca), del Protectorado del norte de Ma-rruecos y de las restantes colonias africanas (Ifni, Río de Oro y GuineaEcuatorial, no incluidas en el mapa).

Por lo que respecta a los perfiles geográficos de cada uno de los ban-dos, cabe destacar que el territorio en poder de los militares insurgentes(al margen de las islas y colonias) se articula sobre dos zonas peninsula-res muy caracterizadas: la amplia zona del Oeste y Centro (desde Galiciahasta Aragón occidental, pasando por Castilla la Vieja, Navarra y Álava eincorporando a la provincia de Cáceres) y un reducido núcleo andaluz (entorno al foco constituido por Sevilla y Cádiz y muy pronto extendido a Gra-nada y Córdoba). Por su parte, el territorio que mantuvo su lealtad hacia elgobierno de la República se vertebra sobre otras dos zonas peninsulares(al margen de Menorca) muy nítidamente perfiladas: la amplia zona Cen-tro-Sur y Este (incluyendo a Madrid, la capital del Estado, Barcelona y todala región catalana, La Mancha y la Baja Extremadura, y toda la costa levan-tina desde Valencia hasta Málaga); y una reducida franja norteña, tan es-trecha como separada, que se extiende desde Guipúzcoa y Vizcaya en elPaís Vasco hasta toda Asturias (menos Oviedo) y la provincia intermediade Santander.

EXPLICACIÓN. La situación de división geográfica configurada a fina-les de julio de 1936 era el resultado inesperado del éxito relativo y del fra-caso parcial de la amplia insurrección militar de carácter reaccionariocontra el gobierno reformista de la República iniciada el día 17 con la su-blevación de las fuerzas destinadas en el Protectorado de Marruecos ysecundada por todas las guarniciones peninsulares e insulares en lostres días siguientes. Esa tentativa de golpe de Estado parcialmente falli-da en la mitad del país constituía el acto final de una conspiración militarantirrepublicana que se había ido configurando definitivamente desde eltriunfo de la coalición de izquierda denominada Frente Popular en laselecciones generales de febrero de 1936. Los militares conjurados, des-confiando del programa reformista del nuevo gobierno y atemorizadospor la paralela movilización de fuerzas revolucionarias de implantaciónsindical, habían previsto una sublevación simultánea de todas las guarni-ciones que les aupara al poder en pocos días, en una repetición mutatismutandis y más o menos cruenta del pronunciamiento de septiembre de1923 dirigido por Miguel Primo de Rivera. Sin embargo, esta vez la frag-mentación política del propio Ejército, unida a la decidida intervencióncontraria de un movimiento obrero armado con toda urgencia, supuso elfracaso de ese plan inicial. En definitiva, el indeciso resultado de la su-blevación hizo inevitable dirimir el conflicto mediante verdaderas opera-ciones de conquista bélica: el golpe devino así en una cruenta guerra ci-vil que enfrentaba a reaccionarios, a un lado de las trincheras, y una

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combinación forzada e inestable de reformistas y revolucionarios, en elotro lado de las trincheras.

La casi equitativa distribución inicial de fuerzas que denota el mapa esmuy representativa de las carencias y fortalezas de cada uno de los ban-dos en ese momento inicial. No en vano, el territorio finalmente decantadohacia el gobierno republicano era el más densamente poblado y urbaniza-do (englobando a unos 14,5 millones de habitantes y a las principales ciu-dades y centros de densidad urbana), el más industrializado (incluyendola siderometalurgia vasca, la minería asturiana y la industria textil y químicacatalana) y el de menores posibilidades agrarias y alimenticias (excep-tuando los productos horto-frutícolas de la rica huerta valenciana). Por elcontrario, el área en manos de los militares insurgentes tenía bastante me-nos habitantes (unos 10 millones) y un mayor porcentaje de poblamientorural y semiurbano, muy débil infraestructura industrial (aunque incluía lasminas de piritas de Huelva y las minas de hierro marroquíes) e importantesrecursos alimenticios agrarios y ganaderos (más de dos tercios de la pro-ducción triguera, la mayor parte de la patata y legumbres y poco más de lamitad del maíz).

En términos militares, la división equilibrada era igualmente bastantenotable. Los sublevados contaban con las bien preparadas y pertrecha-das fuerzas de Marruecos (especialmente el contingente humano de la te-mible Legión y de las Fuerzas de Regulares Indígenas: los «moros») y conla amplia mayoría de las fuerzas armadas y de seguridad en la propia Pe-nínsula y en las Islas, con su estructura, equipo y cadena de mando intac-tas y funcionalmente operativas (previa depuración en sus filas de desa-fectos e indiferentes). El gobierno sufrió la defección de más de la mitaddel generalato y de cuatro quintas partes de la oficialidad, viéndose obli-gado a decretar la disolución del Ejército y quedando su defensa en ma-nos de milicias sindicales y populares improvisadas y a duras penas man-dadas y dirigidas por los escasos jefes militares que se mantuvieronleales. No obstante este grave revés, la República consiguió retener dostercios de la minúscula fuerza aérea y algo más de la anticuada flota deguerra española, cuya marinería se había amotinado contra los oficialesrebeldes y había implantado un bloqueo del Estrecho de Gibraltar paraevitar el traslado a la Península de las decisivas tropas marroquíes al man-do del prestigioso general Franco.

En definitiva, la situación en España a finales de julio de 1936 demos-traba que, aunque los militares sublevados habían triunfado en la Españarural y agraria, su fracaso en las partes de España más modernizadas, in-cluyendo la capital del Estado, les obligaba a emprender su conquista me-diante verdaderas operaciones bélicas. Y como el bando enemigo confi-gurado en torno al gobierno se aprestaba a su defensa a pesar de todassus tensiones internas, esa decisión mutua de no ceder ante el contrariosignificaba entrar de lleno en la dinámica de una guerra civil. Esta conver-

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sión del golpe en una guerra planteaba inmediatamente un grave proble-ma a ambos bandos: ninguno de ellos disponía de los medios y el equipomilitar necesarios y suficientes para sostener un esfuerzo bélico de enver-gadura. Por esa razón, en esas mismas fechas, los líderes de ambos ban-dos se dirigieron en demanda de ayuda militar urgente a las potencias eu-ropeas más afines a sus postulados, abriendo así la vía al crucial procesode internacionalización de la contienda. Este rápido y decisivo procesotendría un impacto crucial en la situación de relativo equilibrio inestableimperante a finales de julio de 1936 en todos los órdenes (territoriales tantocomo militares y productivos).

De hecho, la internacionalización del conflicto, derivado de la interven-ción o no-intervención de las grandes potencias en apoyo a uno u otro delos contendientes españoles, afectaría crucialmente al curso efectivo y de-senlace final de la guerra civil. Sin la constante y sistemática ayuda militar,diplomática y financiera prestada por la Alemania de Hitler y la Italia deMussolini (y en menor medida el Portugal de Salazar), no sería comprensi-ble la rotunda victoria absoluta obtenida por el general Franco. De igualmodo, a pesar del apoyo militar soviético, sin el asfixiante embargo de ar-mas impuesto por la política de No Intervención de las grandes democra-cias occidentales, no cabría explicación convincente para dar cuenta deldesplome interno de la República y de su derrota sin paliativos. En estesentido, es evidente que el contexto internacional fue crucial para el cam-bio de sentido que se operó en la situación inicial de equilibrio de fuerzasalcanzada a finales de julio de 1936 y tan bien reflejada en el mapa co-mentado.

VI. ESQUEMA BÁSICO PARA LA RESEÑA DE LIBROS DE HISTORIA

El estudio de Historia en el nivel universitario requiere como complementoindispensable al uso de manuales generales la utilización de libros de his-toria monográficos que sirvan para profundizar en el conocimiento sobreuna etapa o fenómeno histórico. La realización de reseñas de libros reco-mendados es un recurso pedagógico esencial, puesto que obliga a una lec-tura atenta de los textos, ensancha los horizontes culturales del alumno,promueve sus hábitos de meditación y sistematización, y estimula su capa-cidad crítica y sus facultades de redacción literaria. Sobre todo si tenemosen cuenta que hacer una reseña de una obra no es lo mismo que hacer unmero resumen de la misma. El resumen sólo requiere condensar abrevia-damente el contenido de la obra con respeto a las normas gramaticales ycon licencia para citar cuando proceda partes literales: resumir un libro de

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Química podría consistir en ir indicando de qué trata cada uno de sus ca-pítulos y epígrafes, sin mayores complejidades analíticas y sin entrar en ex-plicaciones sobre su naturaleza. La reseña, por el contrario, supone una la-bor intelectual de síntesis, de destilación conceptual, que exige una previacomprensión detallada de la materia tratada en la obra con vistas a ponerde manifiesto lo que aporta de nuevo en su respectivo campo científico:reseñar el libro de Química significaría saber situarlo en el contexto deotros libros similares, señalando sus peculiaridades, subrayando sus coin-cidencias o diferencias respecto de trabajos previos y haciendo hincapié ensus originalidades, virtudes y acaso defectos.

El modelo de esquema de reseña que figura a continuación es mera-mente tentativo. Como bien aprenderá el alumno en la práctica, el forma-to de toda reseña es muy variable en función de varios factores, entreotros: la importancia intrínseca del libro reseñado; el autor o autores; lafecha de publicación; el tema abordado; el contexto histórico-cultural deaparición; etc. Cabe advertir, también, que una reseña constituye siempreun examen crítico breve, oscilando entre las cinco y las diez páginas deextensión, donde se sintetizan las ideas básicas del libro examinado sinrecurrir a la paráfrasis abusiva e inarticulada. A modo de horizonte técni-co regulativo, cuya función desaparecería en la propia ejecución práctica,se ofrece el siguiente esquema de pautas regladas para la realización deuna reseña de libros sobre Historia.

VI.1. Lectura del libro

a) Información básica. Ante todo, es necesario informarse del autor oautores del libro, su grado de autoridad en la materia, su especialización,trayectoria profesional, etc. De igual modo, resulta conveniente observarla fecha, lugar y editorial en la que se haya publicado, a fin de apreciar elcontexto e intencionalidad de la obra; esto es: si se trata de un manual dedivulgación o una monografía académica especializada; si está patrocina-do por una escuela historiográfica determinada; si ha sido editado en cir-cunstancias coyunturales especiales y con propósitos polémicos; etcétera.

b) Reconocimiento general. Como regla habitual, primeramentedebe leerse y observarse con atención el título y subtítulo, el índice gene-ral, las fuentes primarias y bibliografía secundaria empleadas en su elabo-ración, y el prefacio de la obra. De este modo, es posible formar una pri-mera impresión del tema abordado y de los aspectos más importantes delestudio.

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c) Lectura atenta y reflexiva. La posterior lectura del prefacio y loscapítulos debe hacerse de modo pausado y reflexivo, siguiendo la estruc-tura e hilo argumental empleado por el autor hasta llegar a las conclusio-nes (si las hubiera). En esta tarea, resulta conveniente recoger en fichas ofolios las anotaciones y sugerencias que pudiera suscitar la obra y, sobretodo, copiar las citas textuales que merezcan especial relevancia o sinteti-cen el razonamiento del autor.

VI.2. Redacción de la reseña

a) Ficha bibliográfica. Reseñar una obra (histórica u otra) consiste enexaminar su contenido y dar noticia crítica y escrita de la misma. Por eso,la primera obligación es proporcionar los datos bibliográficos de la obraen una forma convencional, que permita a todo lector (incluso de otroidioma) buscar la misma en ficheros, catálogos y repertorios bibliográfi-cos. Como ya hemos visto, esta ficha bibliográfica debe contener necesa-riamente los siguientes datos y en este orden: Apellidos y Nombre del au-tor; Título entero de la obra (con subtítulo); Lugar de edición; Editorial oentidad que lo publica; Fecha de publicación; Número de páginas. Si aca-so, también su precio.

b) Presentación del autor. El segundo requisito de una reseña es pre-sentar, aunque sea sumariamente, al autor o autores que son responsablesde la obra examinada. Ello significa conocer brevemente su biografía in-telectual, los rasgos más sobresalientes de su obra e investigaciones y sutendencia o inclinaciones historiográficas. Bajo estas coordenadas, puedeestablecerse el papel, importancia e intencionalidad de la obra reseñadaen el conjunto de esa trayectoria profesional y quizá en el seno de la histo-riografía sobre el asunto.

c) Resumen temático global. Tras la presentación del autor, debeproporcionarse un resumen global del contenido del libro, señalando eltema principal (o temas) que analiza y la tesis esencial (o conjunto de te-sis) que sostiene. Se trata meramente de informar de modo sintético y ge-nérico sobre qué versa el estudio y cuáles son sus líneas argumentales bá-sicas.

d) Examen crítico. Una vez introducido el tema y la perspectiva delautor, cabe proseguir el examen y crítica pormenorizada de los conteni-dos del libro de un modo binario (sino más). Podría adoptarse el «méto-do literal» y proceder a examinar las ideas, conceptos y razonamientosempleados a medida que son desgranados en los sucesivos apartados y ca-

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pítulos de la obra. También podría emplearse el «método lógico», queprescinde de dicha estructuración y toma como eje de su examen el análi-sis de las ideas motrices y lógica argumental que vertebran la totalidad deltrabajo y sus conclusiones. En ambos casos, el uso de las citas textualesrecogidas durante la lectura puede ser crucial, teniendo en cuenta que di-chas citas siempre deben aparecer entre comillas (para indicar que se tra-ta de las palabras empleadas en el texto y no de una paráfrasis realizadapor nosotros) y dando la referencia exacta de la página donde se encuen-tran. También en ambos casos, el examen de los contenidos de la obrapuede ir acompañado de una comparación y cotejo entre sus tesis y las deotros autores, señalando su novedad y grado de contradicción o comple-mentariedad con la literatura historiográfica existente sobre el asunto.Esta labor podría llevarse a cabo igualmente en el paso siguiente y final.

c) Evaluación o conclusiones. Toda reseña, en la medida en queconstituye una noticia crítica para informar a terceros, debe incluir unaponderación general sobre el valor y entidad de la obra examinada y laconveniencia o no de su lectura. Ello exige calibrar el interés cualitativodel estudio y sus aportaciones y novedades al conocimiento del temaabordado. Naturalmente, esta labor de ponderación exige conocer el es-tado de la cuestión y la literatura especializada. Por ello mismo, la calidadde este apartado depende estrechamente de la formación del autor de lareseña y de su capacidad para apreciar la importancia de las tesis expues-tas en la obra reseñada dentro del contexto historiográfico pertinente.

PRIMER EJEMPLO DE RESEÑA DE LIBRO DE HISTORIA

FICHA BIBLIOGRÁFICA. Paul Preston. The Politics of Revenge: Fascismand the Military in Twentieth-Century Spain, Londres, Unwin Hyman, 1990,215 páginas. Hay edición española: La política de la venganza. Fascismoy militarismo en la España del siglo XX, Barcelona, Península, 1997, 314páginas.

PRESENTACIÓN DEL AUTOR. Desde la publicación de su estudio sobrela dinámica política española entre 1931 y 1936, durante la Segunda Re-pública (La destrucción de la democracia en España, 1978), Paul Prestonse ha revelado como el más fecundo y original de los hispanistas británi-cos contemporáneos. Siguiendo la brillante tradición abierta por GeraldBrenan y Raymond Carr, la amplia obra de Preston ha abordado los temasmás importantes de la historia española de esta última centuria: el papelcrucial de las derechas y los militares en la quiebra de la República; la

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conflictiva evolución del movimiento socialista desde la dictadura de Primode Rivera hasta la transición; la guerra civil en su totalidad multifacética; eldesarrollo de la oposición antifranquista desde los duros años de postgue-rra hasta la muerte del dictador; la trayectoria biográfica del general Fran-co; y, por no seguir enumerando, el análisis de la transición política hacianuestra actual democracia parlamentaria.

La amplitud de ese repertorio refleja sobradamente el rasgo que mejordefine a la tradición hispanista británica de la que Preston es digno suce-sor: su voluntad de establecer las grandes coordenadas de la evoluciónhistórica contemporánea española y de estudiar en su seno asuntos im-portantes e influyentes dentro del conjunto. Basta recordar el contenido deEl laberinto español de Brenan (1943) o la España, 1808-1939 de Carr(1966) para comprobar esa voluntad omnicomprensiva que combina la su-tileza analítica, una apoyatura documental y bibliográfica notable y un esti-lo narrativo de marcado valor literario. En este sentido, son plenos expo-nentes de la escuela historiográfica británica tal y como se fraguó a partirde la obra de Thomas Babington Macaulay (1800-1859). Probablemente,el contraste entre esa metodología y la estrecha e ilegible erudición de lahistoriografía española coetánea haya sido la clave para la extraordinariarecepción que tuvieron aquellos trabajos entre un público ávido de com-prender «la singularidad de España» en el contexto europeo de la post-guerra mundial.

RESUMEN TEMÁTICO GLOBAL. El libro publicado por Preston (La polí-tica de la venganza, en su traducción castellana) se sitúa fielmente en latradición mencionada. Se trata de un conjunto de trabajos muy recientes(artículos y conferencias) que abordan la compleja relación e interacciónentre los militares y el fascismo (como ideología y fuerza política) en la Es-paña del presente siglo. La obra se estructura en cuatro apartados queconstituyen otros tantos bloques temáticos. Sólo el primero tiene un carác-ter general y aborda globalmente el modo en que militares y fascistas cola-boraron, con mayor o menor suavidad, en la tarea de resistir toda tentativade reforma social y modernización política en la crítica coyuntura de losaños treinta y, posteriormente, toda modificación del régimen instauradotras su victoria común en la guerra civil de 1936-1939. Los restantes apar-tados siguen un eje cronológico y estudian la evolución respectiva o con-junta de militares y fascistas en el período de la Segunda Guerra Mundial(1939-1945), durante el resto de la dictadura franquista (1945-1975) y, fi-nalmente, durante la transición política a la democracia.

En términos de novedad e importancia historiográfica, los dos primerosapartados son los más interesantes, tanto por sus tesis como por el sopor-te documental y bibliográfico que presentan, en muchos casos nunca utili-zados con anterioridad. A la par, el último bloque sobre el terrorismo de ex-trema derecha y las conjuras militares de la transición resulta el de menor

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atractivo para los historiadores (no así para el público general), dado quesus fuentes son básicamente hemerográficas, bibliográficas y testimoniospersonales de protagonistas. Habrá que esperar a la apertura de los archi-vos policiales y militares (españoles y extranjeros) para que el tema puedaser analizado con mayor seguridad y puedan verificarse las plausibles hi-pótesis apuntadas por Preston.

EXAMEN CRÍTICO. El interés del capítulo primero del libro reside en supropuesta de analizar el fascismo español superando la mera considera-ción de Falange Española como la única fuerza fascista presente en Espa-ña. Preston sostiene que reducir el fascismo a Falange supone eliminar laimportancia de dicho fenómeno en la crisis que conduce a la guerra civilde 1936-1939, dado que antes del conflicto Falange era un partido escuá-lido e impotente y, después de la Unificación forzosa de falangistas, carlis-tas y monárquicos decretada por el general Franco en abril de 1937, lanueva Falange Española Tradicionalista y de las JONS casi se convirtió enun apéndice formal y modernizante bajo férreo control militar.

Como alternativa para determinar qué fue el fascismo español y quié-nes fueron los fascistas, Preston propone comparar lo sucedido en Españacon lo ocurrido previamente en Italia y Alemania durante sus respectivascrisis de los años veinte y treinta. En ambos casos, el partido fascista onazi, al principio mero integrante de una coalición contrarrevolucionariaque abarcaba a grupos derechistas tradicionales y contaba con la compli-cidad de las instituciones estatales, fue haciéndose con el control casi ab-soluto del aparato del Estado y del Ejército, hasta el punto de convertirseen el único partido legal y el mayor poder político autónomo dentro del ré-gimen. En Italia ese proceso de fascistización del Estado fue frenado porla resistencia ofrecida por la monarquía, un amplio sector de las fuerzas ar-madas y la Iglesia católica. Por el contrario, en Alemania, Adolf Hitler fuecapaz de doblegar a los sectores tradicionales y, a la altura de 1938, inclu-so los mandos del Ejército habían sucumbido ante el partido y el Estado to-talitario nacional-socialista.

La evolución de la situación en España ofrece sorprendentes similitu-des con el caso italiano. Para empezar, la coalición contrarrevolucionariaque desata y libra la guerra civil contra el gobierno frentepopulista está for-mada por grupos en franco proceso de fascistización: los monárquicos deRenovación Española y los católicos de la CEDA en absoluto estaban inmu-nes a la influencia fascista y parecen réplicas de la Asociación Nacionalis-ta Italiana y de los fascistas agrarios. La diferencia parece estar en el he-cho de que el Ejército español combatiente en la guerra, al contrario delitaliano, retuvo básicamente su papel hegemónico y no quedó subordina-do políticamente a la Falange unificada. Y sin embargo, como demuestranlas difíciles relaciones entre ambos durante los años 1939-1942, la situa-ción era muy inestable y Falange estuvo en condiciones de discutir esa he-

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gemonía al amparo de un contexto internacional (las victorias del Ejeitalo-germano en la Segunda Guerra Mundial) que parecía alumbrar unorden fascista para toda Europa; un «orden nuevo» que Franco estabadispuesto a aprovechar y encabezar ya no sólo como Generalísimo de losEjércitos sino también como Caudillo del Estado totalitario. En este senti-do, que el proceso de fascistización de España no alcanzase el estadiode Italia (aún menos de Alemania) parece deberse ante todo al cambio derumbo que experimentó la guerra mundial desde 1942 y a la resistenciarenovada que el alto mando militar, los monárquicos y los católicos pudie-ron entonces ofrecer a los avances del falangismo sobre sus respectivasáreas de control: la política militar, los ministerios económicos, y los deEducación y de Justicia, respectivamente.

La propuesta esbozada por Preston de análisis comparativo tiene la virtudde corregir la tendencia actual de considerar el franquismo, en su totalidad,como un caso de régimen militar autoritario con pluralismo político limitado(siguiendo la célebre definición de Juan José Linz, tan ajustada al franquis-mo «desarrollista» de los años sesenta). Tal interpretación reduce la impor-tancia del componente fascista hasta casi anularlo y hacerlo insignificantepara la definición del régimen. Sin embargo, el análisis comparativo, sobretodo en el período 1937-1945, permite descubrir la función crucial del fas-cismo en la conformación y desarrollo de la dictadura franquista y su cre-ciente hegemonía (luego truncada) sobre otros componentes del régimen(carlistas, alfonsinos o católicos). Precisamente, cuando se habla metafórica-mente de una «fase azul» en el franquismo inicial se está haciendo referen-cia a esa realidad bien apreciada por los contemporáneos. En este sentido,es interesante notar que la tesis de Preston coincide con el juicio del propioMussolini sobre el carácter «fascistizante» y las posibilidades de desarrolloplenamente fascista que estaban abiertas en la España de aquel período.

El segundo apartado del libro aborda monográficamente la lucha políti-ca dentro del régimen durante la Segunda Guerra Mundial, cuando falan-gistas y militares pugnaban por orientar la política exterior española en unsentido más o menos beligerante en favor del Eje italo-germano y en con-tra de las potencias aliadas (la entente anglo-francesa hasta 1940, y desde1941 Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos). Preston haceuso de un amplio abanico de fuentes documentales diplomáticas (esen-cialmente alemanas) y de un repertorio bibliográfico realmente vasto. El re-sultado es la confirmación de una tesis ya enunciada por varios autores,entre ellos, Javier Tusell y Antonio Marquina: Franco estuvo más que dis-puesto a entrar en la guerra al lado de Alemania en el segundo semestrede 1940 y sólo la negativa de Hitler a pagar el precio pedido por Franco(previa ayuda militar y alimenticia y cesión del imperio norteafricano fran-cés) abortó la beligerancia española. En esencia, Hitler ni podía ni queríaarriesgar las ventajas que estaba reportando la neutralidad benévola de laFrancia colaboracionista del mariscal Pétain en aras de la costosa y dudo-

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sa beligerancia de una España de Franco hambrienta, inerme y semides-truida tras la guerra civil.

Lo interesante de este segundo apartado es notar que, en este perío-do, Franco parece actuar como verdadero Caudillo falangista, obliterandolos consejos de prudencia y cautela emitidos por la mayoría del generalatoy apoyando sin reservas la política exterior de su cuñado y consejero, Ra-món Serrano Suñer. Ello mismo es una valiosa indicación de la virtualidadde una evolución fascista en España bajo el liderazgo de un militar deveni-do en Duce por la fuerza de las circunstancias y su propia ambición. Losgenerales influyentes (Varela, Orgaz, Kindelán, Aranda, etc.) a duras pe-nas lograron contener «la tentación del Eje» que animaba a Franco y tuvie-ron que recurrir a presiones, advertencias y conjuras de muy diverso tipopara obligarle a permanecer «no-beligerante» en la contienda mundial.Como subraya Preston, hay que recordar que se trataba de un generalatoque había elegido a Franco como Generalísimo y Jefe del Estado y que leconsideraba un mero primus inter pares, y no un homo missus a Deo (en-viado por Dios), como gustaba de verse el Caudillo. A este respecto, unaanécdota recogida por Preston es suficientemente expresiva. En aquellostiempos, el dicharachero general Queipo de Llano todavía osaba referirseal susceptible Jefe del Estado en términos nada respetuosos: «Paca la cu-lona» (p. 153 de la edición española).

Algunos años después, no habría ningún general que pudiera tratarcomo un igual a Franco y, aún menos, ridiculizar su figura sin graves ries-gos para su carrera y su persona. El complejo proceso que condujo a esasituación e hizo de Franco un dictador arbitral intocable e inapelable es eltema del tercer apartado del libro. De hecho, el capítulo sexto de la obra,dedicado al análisis del papel de la Falange durante la dictadura, demues-tra los motivos de Franco para no aceptar jamás las demandas de poster-gamiento (aún menos de disolución) de su partido único. Entre otras co-sas, durante los años críticos del ostracismo internacional posterior a lavictoria aliada sobre el Eje en 1945, esa enorme maquinaria falangista lesirvió de contrapeso frente a las demandas monárquicas y militares en prode la restauración y del traspaso pacífico de poderes al pretendiende, DonJuan de Borbón. Además, le proporcionó una cantera siempre disponiblede cuadros superiores e intermedios y «clases de servicio» para la admi-nistración pública y la burocracia sindical. Y finalmente, constituyó su másfirme y fiel apoyo político puesto que no tenían otra base de existencia quesu lealtad al Caudillo de la victoria y Jefe Nacional «sólo responsable anteDios y la Historia». El maridaje de interés recíproco entre ese Caudillo y elpartido único fue tan estrecho e indisoluble como el que se había forjadoentre ese Generalísimo y los Ejércitos vencedores en el campo de batallade una guerra fratricida. Así concluye el autor del libro en el párrafo finaldel capítulo séptimo («Destino y dictadura: el Ejército español y el régimende Franco»):

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Otros elementos relacionados con el Franquismo, como la Iglesia, la Banca ylos grupos políticos monárquicos y católicos, trataron de evolucionar por sucuenta y de distanciarse del régimen. Sólo la Falange y el Ejército no lo hicie-ron (p. 247).

CONCLUSIÓN. En resolución, la obra del hispanista británico Paul Pres-ton está repleta de sugerencias interpretativas y riqueza informativa sobreuna etapa y unas temáticas cruciales para la historia contemporánea es-pañola. Además, tiene la virtud de ofrecer una perspectiva metodológicacomparativa que contribuye a la mejor comprensión de los fenómenosespañoles dentro del marco europeo coetáneo. Por eso mismo, es muy deagradecer su traducción al español, en la medida en que pone todo sucontenido y argumentos a disposición de un público más amplio e intere-sado por el reciente pasado histórico de España.

SEGUNDO EJEMPLO DE RESEÑA DE LIBRO DE HISTORIA

FICHA BIBLIOGRÁFICA. Francisco José Romero Salvadó. España,1914-1918. Entre la guerra y la revolución, Barcelona, Crítica, 2002, 281páginas. Edición original inglesa: Spain, 1914-1918. Between War and Re-volution, Londres, Routledge, 1999, 237 pp.

PRESENTACIÓN DEL AUTOR. Francisco J. Romero Salvadó, profesorde la London Metropolitan University en la capital de Inglaterra, es autor deuna considerable obra sobre la historia contemporánea española y res-ponsable de un difundido manual de texto universitario en ámbitos angló-fonos (Twentieth-Century Spain, Londres, Macmillan, 1999). Discípulo delhispanista británico Paul Preston, la obra recientemente traducida y publi-cada en español corresponde a lo que fue su tesis doctoral y constituye undenso y penetrante estudio sobre el profundo impacto que tuvo la PrimeraGuerra Mundial (1914-1918) en la evolución histórica de España y, sobretodo, en la estabilidad del régimen político de la Restauración borbónicainaugurado en 1874.

RESUMEN TEMÁTICO GLOBAL. Eclipsada por los inenarrables horroresde la Segunda Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra de 1914-1918 hatenido menor fortuna historiográfica y más escasa presencia en la memo-ria cívica de los pueblos europeos que tomaron parte en el conflicto. Y, sinembargo, fue una contienda devastadora que provocó enorme desolaciónmaterial, una sangría humana de proporciones dantescas (casi nueve mi-llones de muertos), la destrucción del viejo orden socio-político continentaly el hundimiento de cuatro vetustos imperios aparentemente sólidos (elalemán, el austro-húngaro, el otomano y el ruso). España resultó afectadade forma directa e irreversible por ese primer ejemplo de lo que iba a ser la

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Guerra Total característica del convulso siglo XX. De hecho, como señala elautor de la obra, aunque España permaneció neutral y se ahorró el preciode su particular cuota de sangre y destrucción bélica, «la guerra sí entróen España y su impacto económico y político erosionó los frágiles cimien-tos» de la monarquía liberal-oligárquica entonces vigente (p. ix).

EXAMEN CRÍTICO. El libro comienza recordando certeramente que enjulio de 1914, al estallar la contienda en Europa, España se hallaba embar-cada en una agotadora guerra colonial en Marruecos que ponía en eviden-cia tanto su deficiente preparación militar como su debilidad económica ysu crónica inestabilidad socio-política. En consecuencia, a pesar de losestrechos vínculos diplomáticos y económicos de España con la ententeanglo-francesa, el gobierno conservador presidido por Eduardo Dato seapresuró a declarar su neutralidad con el apoyo del partido liberal lideradopor el conde de Romanones y con la tácita aprobación de casi todas lasfuerzas políticas antidinásticas (tanto carlistas, por la derecha, como repu-blicanos, socialistas y anarquistas, a la izquierda). Una carta privada deljefe del gobierno a su correligionario y sin embargo adversario, el tambiénconservador y ex-presidente del gobierno, Antonio Maura, explicitaba cla-ramente los motivos de orden interno que justificaban esa declaración deneutralidad inmediata:

¿Nos empujarán los aliados a tomar partido con ellos o contra ellos? No loespero, aunque no deja de inquietarme la hipótesis. Y no lo temo porque de-ben saber que carecemos de medios materiales y de preparación adecuadapara auxilios de hombres y elementos de guerra, y que aun en el caso deque el país se prestase a emprender aventuras (...) tendría escasa eficacianuestra cooperación (p. 7).

Efectivamente, la neutralidad adoptada no fue una opción libre y medi-tada sino una necesidad vital para un país dividido internamente y parali-zado por sus graves tensiones y flagrantes incapacidades. De hecho, almargen de la neutralidad oficial, los españoles se dividirían casi por la mi-tad entre germanófilos (las derechas católicas y conservadoras) y aliadófi-los (el centro liberal y las izquierdas) y librarían a la sombra del conflictomundial «una guerra civil de palabras» siniestramente premonitoria de lacontienda fratricida de 1936-1939 (p. 11). Significativamente, la propiacorte madrileña fue escenario de una escisión similar en la que se neutrali-zaban mutuamente las simpatías pro-germanas de la reina madre (MaríaCristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria-Hungría) y lasproclividades aliadófilas de la reina consorte (Victoria Eugenia de Batten-berg, princesa inglesa y nieta de la reina Victoria).

El profesor Romero Salvadó demuestra claramente que la neutralidadespañola entre 1914 y 1918 fue la inevitable contrapartida de la intensa

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inestabilidad política y la profunda beligerancia social desatada por la gue-rra en el seno del país en un contexto de convulsa expansión económica yrápida modernización industrial (indudablemente facilitada por la propianeutralidad). Y relata con precisión y apoyándose en nuevas e inéditasfuentes primarias (sobre todo documentación diplomática británica y archi-vos privados españoles) el curso y perfil de esa «crisis orgánica» interior in-ducida y agudizada por una guerra exterior que tuvo su momento culmi-nante en el verano de 1917. Se trata, por tanto, de un estudio de historiapolítica y social sobre España durante los años de la Primera Guerra Mun-dial que no olvida prestar la debida atención a las facetas diplomáticas deesa coyuntura. Y sobre este aspecto resulta particularmente interesante porsu novedad la descripción de la frustrada tentativa del efímero gobierno li-beral del conde de Romanones en 1917 para sumar a España a la ententealiada en oposición al bloque de Alemania y Austria-Hungría (cap. 4).

En consonancia con la literatura histórica previa, Romero Salvadó su-braya que fue precisamente durante el crítico verano de 1917 cuando untriple desafío estuvo a punto de derribar el sistema liberal-oligárquico res-tauracionista basado en la apatía de las masas y en el clientelismo caciquilque soportaban la ficción del turno pacífico de ambos partidos dinásticosen el gobierno mediante la falsificación electoral sistemática. Ese triple de-safío provenía de fuerzas sociales e institucionales duramente afectadaspor la incapacidad del gobierno y el Parlamento para hacer frente a la in-flación galopante y a los desajustes productivos generados por la guerraen la vulnerable economía española: la protesta de la oficialidad militar ar-ticulada en Juntas de Defensa en el mes de junio; el movimiento democra-tizador de extracción urbana y burguesa vertebrado por la Asamblea deParlamentarios en julio; y la huelga general organizada por el sindicalismoobrero de inspiración socialista y anarquista encuadrado en la UGT y laCNT en agosto. Al final, las contradicciones entre los propósitos y fines decada uno de esos movimientos neutralizó sus fuerzas respectivas y permi-tió la paradójica supervivencia de un régimen virtualmente asediado. Perosólo a costa de la renuncia de las élites políticas dinásticas a la suprema-cía del poder civil en beneficio del retorno a primera fila política de un po-der militar pretoriano. No en vano, como señala el autor del libro, «el ejérci-to había parado la revolución (en 1917), pero ¿quién iba a parar alejército?» (p. 159).

En ese fracaso de lo que califica como «el intento más importante dellevar a cabo una modernización política y una democratización auténticapor medios pacíficos» (p. 136), Romero Salvadó no duda en atribuir espe-cial responsabilidad a cuatro protagonistas fundamentales. En primer lu-gar, el rey Alfonso XIII,que nunca contempló con agrado las demandas de-mocratizadoras para que cediese «su posición privilegiada dentro delsistema político» (p. 174), que aumentó su confianza en el ejército comoúltimo baluarte contra una hipotética revolución antimonárquica como la

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de Rusia, y que siempre desestimó la esperanza maurista de que «el cla-mor notorio de la opinión nacional (en favor de la reforma constitucionaldemocrática) se sienta bien acogido por la Corona» (p. 167). En segundoorden, el gobierno de Eduardo Dato por «provocar al movimiento obreropara que fuera a una huelga intempestiva que asustara a la burguesía yutilizar al ejército para reprimir los disturbios» (pp. 141-142). En tercer lu-gar, Antonio Maura, que contra la opinión mayoritaria del potente movi-miento maurista, persistió en su rechazo a liderar y unificar la protesta demilitares junteros, asambleístas demócratas e izquierdas obreras, conde-nando así a la esterilidad todo el movimiento y convirtiendo de facto su pa-sividad en «una de las bazas más fuertes del gobierno» (p. 160). Y final-mente, Francesc Cambó, el líder catalanista y alma del movimientoasambleísta, que ante la huelga general obrera optó por aparcar sus de-mandas democratizadoras para pactar con el rey su integración en un ga-binete de coalición, negándose así a «desempeñar el papel de un Ke-rensky en una situación en la que no había ningún Lenin español quepudiera hacer que ese papel resultara peligroso» (p. 176).

El resultado final y aplazado de la crisis del verano de 1917 fue la for-mación en marzo de 1918 de un gobierno de coalición de todos los parti-dos dinásticos presidido por Antonio Maura y llamado «Ministerio de losPrimates» por la calidad de sus integrantes (todos ellos primeras figuras;Romanones, Dato, Alba, García Prieto... y Cambó). Pero aquella «monser-ga» unitaria (en palabras del propio Maura), en virtud de sus propias con-tradicciones, fue incapaz de acordar una línea política para afrontar la cri-sis socio-política imperante y sólo duró lo justo para ver el final de la guerraen Europa en noviembre de 1918. Con su caída se desvaneció la últimagran esperanza de democratizar la monarquía y solventar la prolongadacrisis y quiebra de prestigio y autoridad institucional. Así lo admitió el pro-pio Maura con palabras bien reveladoras: «¡A ver quién es ahora el guapoque se encarga del poder!» (p. 210). Pues los hubo, pese a todo, aunqueal precio de una inestabilidad gubernamental y ministerial claramente des-bordada: se registraron «30 crisis de gobierno parciales y 13 totales entre1917 y 1923» (p. 214), incluyendo un nuevo gobierno de coalición presidi-do otra vez por Maura entre agosto de 1921 y marzo de 1922.

Al final, según relata en el epílogo de su libro el profesor Romero Salva-dó, en medio de un clima de desastre colonial (magnificado por la derrotade Annual de julio de 1921), larvada guerra social (en Andalucía y Barcelo-na durante el «trienio bolchevique») y virtual vacío político, «los mismosgrupos que habían desempeñado un papel crucial» en la crisis de 1917(«el rey, el ejército y la burguesía industrial»), optaron por la vía de una so-lución autoritaria y al margen de la Constitución liberal (p. 218). De estemodo, concluye el autor, el pronunciamiento liderado por el general MiguelPrimo de Rivera en septiembre de 1923 «no derrocó al último gobiernoconstitucional, sino que se limitó exclusivamente a llenar un vacío que ha-

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bía existido desde 1917» (p. 219). Es un afirmación plausible que suponetoda una toma de partido en la debatida cuestión sobre las posibilidadesde reforma interna del parlamentarismo restauracionista en sentido demo-crático y el carácter de la dictadura militar primorriverista. Un debate queel hispanista británico Raymond Carr dejó abierto ya en 1966 al plantear eldilema con palabras certeras: «No era la primera vez, ni sería la última vez,que un general aseguraba rematar un cuerpo enfermo cuando, de hecho,estaba estrangulando a un recién nacido» (en su obra España, 1808-1975,Barcelona, Ariel, 1982, p. 505).

CONCLUSIÓN. La respuesta del profesor Romero Salvadó a ese dilemaformulado por Carr es concluyente y no carece de razones y fundamentosdebidamente expuestos en su densa y documentada obra. Pero resultaríamuy aventurado pensar que el debate sobre la cuestión ha terminado. Entodo caso, cabría añadir que tampoco ese régimen militar autoritario esta-blecido en 1923 con patrocinio real consiguió cerrar la crisis abierta en elverano de 1917. A lo sumo, fue una falsa solución temporal que habría dedesplomarse en abril de 1931 arrastrando en su caída a la propia monar-quía y al rey Alfonso XIII. Entonces, con la proclamación pacífica de la Se-gunda República, se iniciaría la penúltima fase de la prolongada crisis la-tente. La última se iniciaría cinco años más tarde, con el estallido de lacruenta guerra civil de 1936-1939. A su término, la victoria incondicionaldel bando insurgente frente al gobierno republicano permitiría cerrar esacrisis originada más de veinte años antes con una solución duradera, su-mamente violenta y tremendamente lesiva para los intereses y expectati-vas de, como mínimo, la mitad de la población del país: el régimen dictato-rial y caudillista presidido por el general Francisco Franco.

VII. ESQUEMA PARA LA REDACCIÓN DE UN TRABAJO DE CURSO

Los trabajos de curso sobre un tema histórico constituyen un ejercicioeducativo fundamental en el ámbito universitario. Ante todo, porque po-sibilitan una serie de actividades de gran valor formativo para los alum-nos. Por ejemplo: adiestrarse en el manejo de bibliografía histórica; desa-rrollar sus capacidades de análisis, sistematización y exposición; ensayarprácticamente aspectos elementales del método de investigación historio-gráfica; y profundizar en el conocimiento de un tema o problema históri-co particular.

Generalmente, la elaboración de un trabajo académico tiene comobase de partida una idea básica sobre el tema que se va a someter a exa-

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men (sea la biografía de César y Bismarck, el origen de las Cruzadas y dela Reforma protestante, o las razones de la victoria aliada en la SegundaGuerra Mundial y de la derrota norteamericana en la guerra de Vietnam).Es lo que podría denominarse el PLANTEAMIENTO BÁSICO INICIAL: la clarifi-cación del conjunto de opiniones, juicios y saberes que tenemos ya sobreel asunto; la idea general básica que necesariamente abrigamos porquenadie parte de un «conjunto de premisas cero» ante ningún tema.

Su manifestación inmediata debe cobrar la forma de un título provi-sional para el trabajo, siempre revisable a medida que avanzamos en la in-vestigación del tema, pero que actuará como horizonte regulativo denuestro esfuerzo lector, sistematizador y relator. La elección del título escrucial porque servirá para orientar todo el trabajo posterior, eliminandode nuestro campo de atención ciertos ámbitos temáticos y circunscribien-do así las áreas de focalización de nuestro interés. Por eso mismo, el títulodebe contener las palabras claves y precisas que otorgarán sentido y signi-ficado al texto escrito. Obviamente, no será lo mismo titular un trabajocomo «Napoleón Bonaparte: biografía política», que como «NapoleónBonaparte y la Revolución francesa» o incluso como «Napoleón y la cam-paña de Rusia». Y por eso mismo el título debe anunciar sin ambages loque vendrá detrás, sin falsas expectativas ni promesas equívocas. Hay quehuir, por tanto, de títulos de ambición desmedida y desproporcionada anuestras fuerzas, del tipo: «La violencia en la Historia»; «El poder políti-co en España»; «La economía de Europa en la Edad Contemporánea». Ydebemos optar por títulos de temática abarcable y elaboración viable,como serían: «La violencia política en Extremadura en la Segunda Repú-blica»; «El poder político en los municipios españoles durante el SexenioRevolucionario»; «La coyuntura económica de Europa durante la crisisde 1929».

El segundo paso inmediato después de la elección del título consistiráen la elaboración de un esbozo o índice sumario de sus contenidos poten-ciales, de los aspectos que hay que tratar en el trabajo, quizá divididos enapartados y subapartados (por orden de inclusión de mayor a menor).Puede manifestarse también en una especie de esquema o cuadro geomé-trico donde se sitúen los asuntos que deben examinarse y abordarse en eltrabajo. La forma de estos esbozos esquemáticos del contenido materialdel trabajo puede variar mucho, en función de las afinidades y preferen-cias del estudiante. Una posibilidad sería, por ejemplo, utilizar una hojaen blanco para articular cuadrados o rectángulos más o menos iguales amodo de retículas de una red global que sería el propio ámbito del traba-jo. Véase el modelo siguiente:

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Otros preferirán «construir» una especie de mapa conceptual en for-ma de círculos o bloques relacionados y jerarquizados donde se configu-ren los ámbitos temáticos y donde se registren las ideas principales queorientarán el trabajo en sus detalles posteriores. Véase el modelo siguien-te como mera ilustración de esta opción alternativa:

En todo caso, este planteamiento o idea general básica, formulado enesbozo geométrico o en un mapa conceptual, tanto puede ser previo («ca-zado al aire» mediante conversaciones, novelas o películas) como suscita-do por las primeras lecturas realizadas. Pero necesariamente se irá modi-ficando a medida que se avanza en el trabajo.

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Biografía deNapoleón

(temas a tratar)

3.Carrera militar en el

Ejército deRevolución (Tolón).

6.Caída en 1814.

1.Infancia y

adolescencia enCórcega (familia y

formación).

4.Etapa política comocónsul (Brumario...).

7.Destierro y muerte.

2.Impacto de

Revolución francesaen su vida.

5.Etapa del Imperio

(conquistas).

8.Significado histórico.

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Una vez determinado así el asunto que se va a tratar y establecido cla-ramente el planteamiento y la idea inicial, el primer paso sistemático en laelaboración de un trabajo es reunir una LISTA BIBLIOGRÁFICA pertinentepara profundizar en el conocimiento del tema. En un conocido manualde investigadores noveles, el profesor Lasso de la Vega hacía justo énfasisen esta tarea primordial:

El primer instrumento del trabajo intelectual es la bibliografía. Si se trata de hacerla investigación de un tema, el primer paso es averiguar qué se ha escrito sobre él,para evitar, después de un par de años de labor, descubrir algo que hacía años es-taba descubierto 2.

Esta bibliografía que debemos reunir con vistas a nuestro trabajo tie-ne que incluir, en términos generales, cuatro tipos diferentes de libros quedeben ser revisados y estudiados en orden progresivo y ascendente: pri-meramente, obras de referencia y ayuda general que sirvan para una pri-mera introducción formal al tema (diccionarios históricos, enciclopediastemáticas, repertorios cronológicos y cartográficos, obras de referenciabibliográfica, etc.); a continuación, un mínimo representativo (siempresuperior a dos) de manuales generales donde se aborde y se contextualiceel tema; seguidamente, un conjunto coherente y significativo de monogra-fías y artículos especializados dedicados mayormente al asunto examina-do (como mínimo, una monografía o artículo por corriente interpretativaque pueda haber sobre el tema); y, por último, una serie de repertorios dedocumentos originales y antologías de fuentes primarias donde se puedanhallar y examinar las pruebas documentales referidas en la bibliografíautilizada.

La LECTURA Y EXAMEN de esa bibliografía (o, si es muy extensa, departes sustanciales de la misma) es ya una labor de investigación crítica yanalítica de gran importancia. Ante todo, porque supone la necesidad deir recogiendo, cotejando, comparando, seleccionando y depurando losdatos, ideas, argumentos, razonamientos, e interpretaciones que estánpresentes en la literatura y que pueden ser contradictorias, diferentespero no en conflicto, o complementarias. Esta labor requiere tomar notasdurante la lectura y confeccionar fichas de lectura de cada obra. En estasfichas, como ya hemos visto, se deberá registrar y discriminar claramentelo que es información y datos objetivos y lo que es opinión o interpreta-

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2 Javier Lasso de la Vega, Técnicas de investigación y documentación. Normas y ejercicios,Madrid, Paraninfo, 1980, p. 29.

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ción del autor. Hay que recordar que en esta labor, la recogida de las opi-niones exactas de un autor debe ir siempre entre comillas (lo que indica allector que es una cita textual y no una paráfrasis nuestra sobre su opi-nión) y con la obra y página de procedencia bien expresada.

Del mismo modo, un documento textual citado en una obra o compi-lado en una antología documental debe recogerse siempre entrecomilla-do para mostrar su naturaleza de documento primario y redactado así ensu forma original. Por tanto, se reservará el uso de las comillas para estetipo de fines, y no se utilizará para enfatizar las opiniones o afirmacionesdel redactor del trabajo. A este fin, podría emplearse, con mesura, el pro-cedimiento del subrayado de términos y frases, siempre que su importan-cia lo requiriese o fuera necesario remarcar su significado.

Tras la finalización de la lectura de la bibliografía y la sistematizaciónde sus contenidos en forma de fichas de contenidos y fichas de citas (yahemos visto que la tipología de las fichas puede ser muy amplia), procedeiniciar la REDACCIÓN DE UN GUIÓN O ÍNDICE PROVISIONAL y tentativo para laelaboración del trabajo. A diferencia del planteamiento inicial, y sobre labase de los conocimientos adquiridos en las lecturas, se trata ahora de for-mular un primer esbozo articulado y consistente de lo que va a ser el tra-bajo, con sus respectivas partes y divisiones para organizar metódicamen-te la tarea de redactar el texto. Este guión sirve como marco y esquemaorientativo para iniciar la redacción. No debería exceder una página yconvendría que tuviera enunciados ordenados con subdivisiones, parapermitir que se «coloque» en su lugar los distintos aspectos temáticos quese van a abordar en el texto. Esos enunciados y subapartados funciona-rían a modo de «casillas» que habrían de rellenarse con la redacción deltexto propiamente.

Por convención utilitaria, este tipo de guiones siempre tienen un títu-lo semidefinitivo y un apartado inicial denominado «introducción», don-de se debe responder a la pregunta «¿De qué se trata el trabajo?». A estosdos elementos les siguen una serie de enunciados y subenunciados varios,según la complejidad arquitectónica del guión. Umberto Eco, en un tra-bajo canónico y muy afamado 3, propuso en su momento un esbozo deguión-índice de trabajo que, adaptado y simplificado a las necesidadesdel estudiante universitario, puede ser muy útil y conveniente como es-quema orientativo:

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3 Umberto Eco, Cómo se hace una tesis. Técnicas y procedimientos de investigación, estu-dio y escritura, Barcelona, Gedisa, 1ª edición, 1982.

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1. Estado de la cuestión2. Las investigaciones precedentes3. Nuestras hipótesis4. Los datos que podemos ofrecer5. Análisis de los mismos6. Demostración de las hipótesis7. Conclusiones y orientaciones para el trabajo posterior

Más recientemente, Francisco Alía Miranda y Esperanza Robles Sas-tre se han hecho eco en sus respectivos libros sobre estos temas de una ar-quitectónica del trabajo de investigación igualmente recomendable yadaptable a las necesidades de cada obra según su amplitud y densidad. Atenor de estos autores, los bloques básicos de un índice expositivo de unainvestigación bien hecha serían los siguientes:

1. Introducción. Parte proemial del trabajo en la que el autor explicael tema, da cuenta de los objetivos de su obra, repasa el «estado de lacuestión» desde el punto de vista bibliográfico (es decir: lo que otrosautores han escrito y afirmado sobre el tema) y refiere la metodología em-pleada y las «fuentes» informativas utilizadas.

2. Cuerpo del trabajo. Parte dedicada a la exposición y desarrollo dela investigación efectuada, dividida en los apartados, capítulos y subcapí-tulos correspondientes. Por definición, debe ser la parte sustancial y másenjundiosa del trabajo en su conjunto.

3. Conclusiones. Apartado de resumen y recapitulación de los resul-tados obtenidos por la investigación, subrayando nuestras aportacionesmás novedosas.

4. Notas. En el caso de que el trabajo no contara con notas a pie depágina, convendría situar aquí las notas de la investigación numeradasconsecutivamente de corrido (del 1 al número final) o bien numeradasdentro de cada apartado o capítulo.

5. Fuentes y bibliografía. Sección dedicada a la descripción de la do-cumentación utilizada para la investigación en sus diversos niveles: fuen-tes inéditas, literatura impresa, libros publicados, artículos.

6. Apéndices. Reproducción literal de algunos de los documentosmás significativos e importantes de la investigación. Por regla general, nodebe ser más amplio que el texto central del trabajo y tampoco debe re-producir lo que ya haya sido incorporado a ese apartado central. Los do-cumentos deberían numerarse como «apéndice 1», «apéndice 2», etc. Y

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cada uno debe ir intitulado y con la referencia de su procedencia (archi-vo, testimonio oral, extracto de libro...).

7. Relación de cuadros, mapas, abreviaturas o fotos utilizadas. Es unapartado sólo pertinente cuando el aparato de cuadros, mapas o fotos uti-lizadas sea muy amplio y convenga dar cuenta de en qué página está cadauna de ellas. También procede hacer un listado de las abreviaturas utiliza-das en el texto si éstas son abundantes y pueden ofrecer alguna dificultad.

8. Índices. Útil instrumento discrecional que sirve para localizar en eltexto las referencias a nombres propios (índice onomástico de personas oinstituciones), lugares (índice geográfico) o incluso temas (índice temático)4.

Dentro de ese marco general de orientaciones, el índice normalmentehabría de tomar una forma más compleja por lo que se refiere al cuerpocentral del trabajo. En ese caso, cabría suponer que el texto tuviera quearticularse en varios apartados subdivididos en capítulos y subcapítulos oepígrafes, siempre con numeración romana para el nivel de los bloques yapartados y numeración arábiga para el subnivel de los capítulos y epígra-fes. Y siempre dejando sin numerar la introducción y la sección de biblio-grafía y apéndices. Por ejemplo así:

INTRODUCCIÓN

III. PRIMERA PARTE DEL TRABAJO1. Capítulo primero de la primera parte

1.1. Primer subcapítulo o epígrafe1.2. Segundo subcapítulo o epígrafe

2. Capítulo segundo de la primera parte2.1. Subcapítulo o epígrafe único

II. SEGUNDA PARTE DEL TRABAJO 1. Capítulo primero de la segunda parte

1.1. Primer subcapítulo1.2. Segundo subcapítulo1.3. Tercer subcapítulo

2. Capítulo segundo sin subcapítulos

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4 Reelaboración del listado ofrecido por Francisco Alía Miranda, Técnicas e investiga-cion para historiadores. Las fuentes de la historia, Madrid, Síntesis, 2005, p. 436; y EsperanzaRobles Sastre, Metodología e investigación. Contenidos y formas, Madrid, Universidad Cami-lo José Cela, 2002, pp. 42 y 47.

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III. TERCERA PARTE DEL TRABAJO1. Capítulo primero de la segunda parte

1.1. Subcapítulo único

IV. CONCLUSIONES

NOTAS (en caso de que se colocaran al final)FUENTES Y BIBLIOGRAFÍAAPÉNDICES

Por lo que se refiere al apartado de «Fuentes y bibliografía», convie-ne recordar e insistir en la necesidad de articular sus materiales siguien-do un mínimo orden de importancia y clasificación. La densidad de estasubdivisión dependerá, naturalmente, de la propia variedad de la docu-mentación utilizada por el investigador. En todo caso, una mínima divi-sión debe establecerse entre aquel material inédito que proceda de un ar-chivo o centro documental «primario» y aquel material «secundario»que sólo esté compuesto por libros publicados con posterioridad y dis-ponibles en las bibliotecas. La distinción entre «fuentes primarias» y «li-teratura secundaria» corresponde así, grosso modo, a la documentaciónoriginal que reposa en archivos y hemerotecas (generada en el mismomomento histórico que vamos a analizar y, por tanto, legado del pasadodisponible en el presente) y a lo que son las obras bibliográficas posterio-res que se custodian en las bibliotecas (los libros y escritos publicados re-feridos al período pero hechos o impresos después del mismo). Dentrode cada uno de estos bloques, a su vez, la diversidad puede ser igualmen-te grande. En el caso de las «fuentes primarias», cabría articular un apar-tado para las «fuentes archivísticas» (documentos de un archivo debida-mente registrado), las «fuentes hemerográficas» (diarios o revistasconvenientemente reseñadas) o las «fuentes orales» (testimonios re-gistrados de personas entrevistadas). En el caso de la «literatura secun-daria», cabría distinguir entre los libros de investigadores previos y losartículos publicados en revistas, a título ilustrativo. Recogemos a conti-nuación en un cuadro exento una posible articulación de este bloquecon algunos casos singulares de obras e instituciones registradas en cadauno de ellos con vistas a una investigación que tuviera como objeto laguerra civil española.

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FUENTES DOCUMENTALES ARCHIVÍSTICAS, HEMEROGRÁFICASY BIBLIOGRÁFICAS

I. Fuentes documentales archivísticas

Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares, Madrid). Sección delMinisterio de Asuntos Exteriores. Fondo documental de la Embajada de Es-paña en Gran Bretaña, 1936-1939).

Archivo Histórico Nacional (Madrid). Sección «Fondos Contemporáneos», serie«Ministerio de Gobernación. Fichero de expedientes policiales. Siglo XX».

The National Archives (Kew, Surrey). Records of the Cabinet Office. Cabinet Mi-nutes and Conclusions, 1936-1939 (Archivo del Consejo de Ministros. Actasy conclusiones, 1936-1939).

II. Fuentes documentales impresas

Anuario Estadístico de España, 1944-1945, Madrid, Presidencia del Gobierno –Instituto Nacional de Estadística, 1946.

Gaceta de la República. Diario oficial (Madrid, Valencia, Barcelona), 1936-1939.Boletín Oficial del Estado (Burgos), 1936-1939.

III. Publicaciones periódicas

Abc ( Madrid), 1936-1939.Abc (Sevilla), 1936-1939.El Socialista (Madrid, Barcelona), 1936-1939.

IV. Memorias y testimonios

Azaña Díaz, Manuel, Memorias políticas y de guerra, 1931-1939, Barcelona, Gri-jalbo-Mondadori, 1996, 2 vols.

Azcárate Florez, Pablo de, Mi embajada en Londres durante la guerra civil españo-la, Barcelona, Ariel, 1976.

Casado, Segismundo, Así cayó Madrid, Madrid, Guadiana, 1968.Cordón, Antonio, Trayectoria. Memorias de un militar republicano, Barcelona,

Crítica, 1977. Franco Bahamonde, Francisco, Palabras del Caudillo, 19 abril 1937-31 diciembre

1938, Barcelona, Ediciones Fe, 1939.

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V. Bibliografía: libros

Alpert, Michael, Aguas peligrosas. Nueva historia internacional de la guerra civil es-pañola, Madrid, Akal, 1997.

— El Ejército republicano en la guerra civil, Madrid, Siglo XXI, 1989.Elorza, Antonio y Bizcarrondo, Marta, Queridos camaradas. La Internacional Co-

munista en España, Barcelona, Planeta, 1999.Graham, Helen, El PSOE en la guerra civil. Poder, crisis y derrota (1936-1939),

Barcelona, Debate, 2005.Juliá Díaz, Santos, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Madrid, Tau-

rus, 1996.Moradiellos, Enrique, El reñidero de Europa. Las dimensiones internacionales de

la guerra civil española, Barcelona, Península, 2001.Payne, Stanley G., La primera democracia española. La Segunda República, Barce-

lona, Paidós, 1995.— Unión Soviética, comunismo y revolución en España, 1931-1939, Barcelona,

Plaza y Janés, 2003.Sánchez Asiaín, José Ángel, Economía y finanzas en la guerra civil española, Ma-

drid, Real Academia de la Historia, 1999.Viñas Martín, Ángel, La Alemania nazi y el 18 de julio, Madrid, Alianza, 1977.

VI. Bibliografía: artículos

Graham, Helen, «Movilizándose para la guerra total: La experiencia republica-na», Revista de Extremadura (Cáceres), núm. 21, 1996, pp. 29-54.

Marquina Barrio, Antonio, «Planes internacionales de mediación durante la gue-rra civil», Revista de estudios internacionales, vol. 5, núm. 3, 1984, pp. 569-591.

Moradiellos, Enrique, «Una guerra civil de tinta: la propaganda republicana y na-cionalista en Gran Bretaña durante la guerra civil», Sistema (Madrid), núm.164, 2001, pp. 69-97.

Sardá, Juan, «El Banco de España, 1931-1962», en El Banco de España. Una histo-ria económica, Madrid, Banco de España, 1970, pp. 419-479.

Villaroya, Joan, «La vergüenza de la República», La aventura de la historia,núm. 3, 1999, pp. 26-33.

Teniendo como base el índice provisional, hay que proceder al DESA-RROLLO Y REDACCIÓN de las ideas y argumentos que componen nuestro tra-bajo. Esta redacción significa, sencillamente, dar forma escrita y narrativaa los conceptos, juicios y razonamientos que nos ha suscitado la lectura yexamen de la bibliografía, siguiendo los apartados temáticos fijados en elguión. Para ello, habrá que utilizar y hacer uso de los datos objetivos en-

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contrados, de las interpretaciones de los historiadores analizados, del co-nocimiento acumulado en la literatura historiográfica consultada, etc.Cabe solamente añadir que la redacción del texto debe ser clara y sencilla,sin párrafos demasiado largos y siempre con un ordenamiento lógico ynunca confuso y contradictorio. En un trabajo de esta naturaleza y fun-ción, es preferible el estilo y lenguaje llano al barroquismo estéril o incom-prensible. En términos literarios, es casi siempre mejor ser conceptista an-tes que culteranista: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Sin que poreso podamos caer en el extremo de redactar con frases telegráficas y de unlaconismo empobrecedor. El ideal de una redacción es conseguir la combi-nación de suficiente claridad conceptual y notable sencillez gramatical.

El estilo que emana de la redacción de un trabajo intelectual es algosiempre muy privado y particular, producto de las características, aficio-nes, capacidades y gustos personales del redactor. Pero también el estilopersonal puede pulirse y afinarse sobre la base de la experiencia, del ensa-yo y del error, de la práctica de emborronar cuartillas (o páginas virtualesdel procesador de textos, para el caso).

Suele decirse que hay alumnos que ejercen de escritores «a lo buzo»porque se lanzan a redactar un texto como si se sumergieran en el mate-rial estudiado y en las fichas elaboradas sin plan ni estructura ni línea di-rectriz clara y coherente. No es, en general, un buen método y el resulta-do de tal modo de obrar suele ser un amasijo de cosas interesantes eincluso ingeniosas, pero carentes de sistema, de modo que es el lector elque tiene que poner orden en las cosas para entender algo del trabajo.

También se dice que hay alumnos que actúan como escritores «re-mendones»: son los que ensamblan partes de sus lecturas y de sus fichasde trabajo de un modo artificioso, al modo de un «recorte y pegue» demateriales ajenos donde es difícil discernir un conjunto sistémico y másdifícil apreciar lo que hay de original y novedoso en el texto. Tampoco esun método muy recomendable aunque sea uno de los más utilizados alprincipio por los estudiantes por su facilidad compositiva.

El último tipo modélico de alumno y escritor que hay que conocerpara evitar es aquel que podríamos llamar «arquitecto»: el que concibe suplan desde el principio y simplemente rellena cada punto del mismo conlos datos que va obteniendo en su tarea de lecturas y sistematización. Tie-ne la virtud del orden y la planificación. Pero asume el vicio de la inflexi-bilidad y la rigidez, impidiendo que la redacción del trabajo se desarrolleal compás y a la par que la investigación, según marquen sus estímulos,sus resultados provisionales y a tenor de los cambios exigidos en el guiónen virtud del propio devenir de las cosas.

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En el difícil juego de tres en raya que suponen estos modelos negati-vos y evitables hay que buscar el camino acertado que concilie convenien-temente el orden del arquitecto, la erudición del remendón y la audaciadel buzo 5.

Una buena fórmula para comprobar si nuestro texto es legible, orde-nado y comprensible es dárselo a leer a una tercera persona de confianzaque lo juzgue de manera desapasionada. Así podremos apreciar si nues-tras oraciones tienen sentido y significado para otros lectores que nosomos nosotros mismos. A falta de ese lector de confianza, siempre pode-mos tratar de leer el texto poniéndonos en el papel del otro, distanciándo-nos de nuestra obra, asumiendo que no somos los autores y que estamosleyendo el trabajo por primera vez y sin conocimientos previos del asun-to. Si salimos satisfechos de la lectura así hecha, imaginándonos ser unlector lego y sincero, el trabajo puede darse por finalizado. Si no fuera así,habría que revisar las partes defectuosas para enmendarlas conveniente-mente.

La labor de dar forma narrativa a un trabajo, la redacción del textopropiamente dicha, es el fruto final de todas las tareas previas emprendi-das con anterioridad. Y significa dotar a la anatomía del índice de «carney hueso» mediante oraciones, frases y párrafos que contienen nuestrosconceptos, formulan nuestros juicios y despliegan nuestros argumentos.En gran medida, como ha subrayado el antropólogo José Alcina Franch,es una verdadera labor de «demiurgo» y «partero»:

La redacción del trabajo científico viene a ser el «parto» de nuestra obra: tras unalarga «gestación» en la que se han acopiado las imprescindibles materias quecompondrán el nuevo ser y de un proceso de «organización» de tales materialesde acuerdo a matrices que van más allá de lo que puede controlarse consciente-mente, debe procederse a «dar a luz» a esa criatura a la que hemos estado alimen-tando durante tanto tiempo y en la que veremos reflejado mucho de nuestro pro-pio pensamiento y de nuestras características más íntimas pero que será,inevitablemente, un ser distinto a nosotros mismos, precisamente por nuestra ca-pacidad de comunicación 6.

Para descargar el texto, debe utilizarse cuando sea conveniente lanota a pie de página (señalada por un número entre paréntesis en el tex-to, que remite a un número al final de la página o al final del trabajo).

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5 Phyllis Creme y Mary R. Lea, Escribir en la universidad, Barcelona, Gedisa, 2000,pp. 105-109.

6 José Alcina Franch, Aprender a investigar. Métodos de trabajo para la realización de te-sis doctorales, Madrid, Compañía Literaria, 1994, p. 205.

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En estas notas, se da la referencia bibliográfica exacta de las obras y do-cumentos citados, o también se matizan algunas afirmaciones presentesen el texto. Para la confección de estas notas, puede ser conveniente lautilización de algunas locuciones y abreviaturas de curso consagradocomo las siguientes:

a. C.: Antes de Cristoanón.: Anónimo.ap.: Apéndice.apud: en.art.: Artículo de leyes (no de periódico).c.: Circa. Hacia. Por ejemplo: c. 450 a. C. (hacia el año 450 antes de Cristo).cap.: capítulo. Por ejemplo: Polibio, Historias, cap. 3.cfr.: confero: confróntese o compárese. Por ejemplo: Sobre el tema, cfr. P. Vilar,

Historia de España, cap. 7.col.: Columna, refiriéndose al texto cuando se estructura en columas. Por ejem-

plo: Diario de sesiones de Cortes, col. 87.comp.: Compilador (de una obra).coord.: Coordinador (de una obra).circa: Hacia (como referencia temporal: hacia el año 450-455, circa 450-455)dir.: Director (de una obra).doc.: Documento, refiriéndose a los registrados en una obra como tales y normal-

mente numerados.ed.: Editor (de una obra).e.g.: En los textos ingleses, exempli gratia: por ejemplo.et al.: Et alii (y otros, cuando hay más de tres autores).ibidem: En el mismo lugar. Cuando se remite a un autor, una obra y página de la

misma que ya se había citado previamente. Por ejemplo: P. Vilar, ibidem.infra: Más abajo, abajo (véase infra pp. 33-34: el asunto se trata en esas páginas

posteriores)n.: Nota. Por ejemplo: véase n. 3.núm.: Número. También n.ºop. cit.: Opere citato. En la obra citada, pero no necesariamente en la misma pági-

na. Por ejemplo: P. Vilar, op. cit., cap. 2.p.: Página. En plural, se escribiría pp.passim: Por todas partes. Cuando una idea está desarrollada por todo un libro o

artículo.s.a.: Sin año consignado.s.l.: Sin lugar de edición consignada.sic: Así. Escrito por el autor así en el original. Puede subrayar un error o falta del

texto original.supra: Más arriba, arriba (véase supra p. 10: el asunto se trata en la página 10 an-

terior).

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sine die (s.d.): Sin día fijado.vide (vid.): Véasevol.: Volumen. Plural, vols.

Como ya hemos visto en el apartado de elaboración de fichas biblio-gráficas, las citas que hagamos de un autor u obra en nuestro texto debenser siempre fieles y recogidas entre comillas. No cabe hacer interpolacio-nes en las mismas y toda alteración o subrayado que no sea original debeser advertido en nota. Si es necesario añadir una aclaración o comentarioal texto original, se hará utilizando corchetes o paréntesis cuadrados [ ],para diferenciarlo de los paréntesis que pueda haber en el propio origi-nal. Por lo que respecta a la extensión de las citas, cabe adoptar dos cri-terios para su inclusión en el trabajo. Cuando una cita no supere las doso tres líneas, puede insertarse dentro de un párrafo bien señalada por co-millas al principio y al final de la misma. Cuando, por el contrario, la citasea más larga, cabe recogerla de modo aislado, con un espaciado meca-nográfico menor y con mayor margen a la izquierda que el texto normal,como hacemos a continuación:

Así, de una manera visual muy directa, se aprecia el carácter de cita textualde estas palabras. En este caso, no son necesarias las comillas, pues el pro-pio margen y el menor espaciado cumplen su función de avisarnos de quese trata de una cita textual. Y debe recordarse que si omitiéramos en la citaalguna parte del texto original, esta omisión debería figurar gráficamentemediante el pertinente signo de elipsis: (...).

Finalmente, las CONCLUSIONES del trabajo, si es que son pertinentes ynecesarias, no deberían tomar la forma de un resumen de todo el desarro-llo argumentativo previo. Más bien tendrían que ser una serie de conside-raciones generales que se deduzcan del trabajo. Pudiera ser que volvierana retomar el «estado de la cuestión» planteado inicialmente y lo resituaraa la luz de la investigación bibliográfica (o, en su caso, documental) reali-zada.

Tras las conclusiones, cabe incluir las notas presentes a lo largo deltexto (si es que no van a pie de página), la bibliografía consultada y losapéndices documentales que puedan considerarse pertinentes para darmayor apoyatura al trabajo.

En el plano puramente pragmático de la edición, cabe recordar que untrabajo debe presentarse siempre de forma esmerada y limpia, sin borronesni descuidos que rebajen su decoro y denoten desidia en su realización. Ellorequiere, entre otras cosas, las siguientes precauciones. Ante todo, un me-

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canografiado cuidadoso y plenamente legible, con un tipo gráfico de letraaceptable (la letra «Times New Roman» y «Arial» suelen ser las más utiliza-das) y de dimensiones normalizadas (12 o 14 pulgadas para el texto central,como mínimo, y un grado menor para las notas a pie de página). Debeconstar siempre de una primera página (nunca numerada) en la que figureel título del trabajo y el nombre o nombres de los autores, así como la fechay lugar, cuando sea preciso, y la institución en cuyo seno se realiza. A veces,cuando es una tesis doctoral, por ejemplo, también debe figurar su condi-ción de tal, el director de la misma y el signo de «Visto Bueno» (Vº Bº) queirá firmado por este último. Véase en el cuadro adjunto dos ejemplos deeste tipo de portadas oficiales de uso habitual en las universidades.

Después de la portada, la primera página de un trabajo debe consig-nar el índice de su contenido. Hay ocasiones en que suele incluirse el índi-ce al final del texto. Pero es una costumbre poco útil y racional porque elsentido básico del índice es informar al lector, de inmediato y nada másabrir sus hojas, sobre lo que contiene la obra y sobre su arquitectónica in-terior. Y obligar al lector a buscar e ir al final del trabajo para hacer esacomprobación carece de toda lógica y sentido. Por supuesto, para facili-tar esa labor informativa, el índice debe contener la numeración de las pá-ginas del trabajo, al menos en el nivel de apartados, capítulos y epígrafes,como mínimo. Así, leyendo sólo el índice, podríamos abrir el número depágina donde se encontrara el arranque de un capítulo o epígrafe que fue-ra de nuestro interés especial y particular. Por supuesto, esa numeraciónde las páginas será rigurosamente consecutiva y comenzará por el 1 paraterminar en la cifra que proceda. Sólo después de esta primera página deíndice (que cabe no numerar, si se prefiere, al igual que no se numera laportada), se incluirá el resto de las partes del trabajo ya mencionadas: in-troducción, apartados, capítulos, conclusiones, bibliografía...

El texto central del trabajo debe estar escrito con un interlineado (es-pacio entre líneas) fijo para todo el conjunto y sin variación arbitraria. Elinterlineado de las notas a pie de página será, en todo caso, menor al utili-zado en el texto central, como corresponde a su condición de texto auxi-liar y secundario respecto al otro. Y el interlineado entre los encabeza-mientos de apartados, capítulos y epígrafes (ya destacados por el uso demayúsculas o cursivas) deberá ser, como mínimo, igual al del texto centraly preferentemente mayor. Así, con una sola ojeada rápida, seremos capa-ces de apreciar visualmente las partes que configuran el discurso escrito ysus cambios de ritmo y tono. Además, este cambio de patrón de interli-neado sirve para «aligerar» la lectura del trabajo gracias a los espacios enblanco que implican.

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Además de esas precauciones con el interlineado, debe procurarseque el texto del trabajo esté «justificado» en sus márgenes, tanto por laderecha como por la izquierda. Es decir: todo el bloque de espacio escritoo por escribir dentro de una hoja, incluyendo aquí los títulos de apartadoo capítulo, debe encajar dentro de unos márgenes laterales constantes ypermanentes. Por ejemplo, supongamos que la longitud de línea de textoadoptada para hacer nuestro trabajo contiene 75 caracteres máximos porlínea. El texto que escribamos, incluyendo los espacios de separación en-tre palabras, debe ajustarse a los límites fijados por ese espacio máximo.Lo que implicaría que el perfil exterior del texto permitiría trazar una lí-nea vertical recta por la derecha y por la izquierda, como puede compro-barse visualmente en esta misma página de esta obra. A veces, cabe admi-tir que el texto no esté «justificado» por la derecha. Es decir: que elespacio de la derecha de las frases varíe según el número y extensión delas palabras utilizadas, impidiéndose así la existencia de una línea rectavertical por ese lado y apreciándose los requiebros formados por la distin-ta extensión de las palabras. Del modo siguiente:

Mientras que el comienzo de esta frase se sitúa a la izquierda de la hoja ymantiene en todas sus líneas ese marco «justificado» por la izquierdainalterable, no sucede lo mismo con el marco de la derecha, que varía segúnsean más o menos las palabras utilizadas para formar frases con sentido. Poreso el margen de la derecha está «libre», sin justificar, y forma los requiebroscaracterísticos de esta opción formal.

Pero, como norma general, resulta mucho más agradable para la lec-tura la existencia de esa justificación a la derecha y los procesadores detexto cuentan con las herramientas necesarias para lograr ese ajuste singraves problemas.

Por regla general, conviene que las hojas y folios que recogen el textoestén escritos por una sola cara y no por el reverso (a menos que el directordel trabajo indique otra cosa). También deben estar debidamente numera-dos en lugar visible, bien en el centro de la parte inferior de la cara utiliza-da de la hoja o folio, bien en la parte inferior derecha de la misma. Siemprees conveniente que se dejen amplios márgenes en las hojas utilizadas, porarriba, por abajo y sobre todo a la izquierda (para poder encuadernar losfolios, en su caso, y pasar las páginas sin perder texto). Del mismo modo,resulta útil dejar un espacio determinado por la izquierda (cuatro pulsa-ciones, por ejemplo) antes de cada inicio de frase de apertura de párrafo ydespués de punto y aparte (como verán que se hace en esta obra, por ejem-plo). Igualmente, procede dejar un espacio interlineal mayor tras el cierre

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de un párrafo con un punto y aparte (para evitar la imagen de pesadez enel texto y para hacer expresa la idea de que se cambia de asunto tras elpunto y aparte). Y, desde luego, es imprescindible dejar un espacio trascualquier puntuación que cierre una frase y una palabra. Es decir:

No debemos escribir así:sin separación entre estas últimas palabras,de modo atro-pellado,sin pausa espacial tras un signo ortográfico de puntuación.Hay que escri-bir esta frase respetando el espaciado entre el signo de puntuación y la letra queinicia la palabra siguiente.Como se hace a continuación.

Debemos escribir así: con separación entre estas últimas palabras, no de modoatropellado, con pausa espacial tras un signo ortográfico de puntuación. Hay queescribir esta frase respetando el espaciado entre el signo de puntuación y la letraque inicia la palabra siguiente. Como se hace en este párrafo.

Para terminar este apartado de recomendaciones pragmáticas, inclui-mos a continuación una serie de normas de redacción sobre aspectos es-pecíficos que suelen ser materia de dudas entre los alumnos (y aun entrelos profesionales). Excusamos añadir que son meras recomendaciones ynormas de redacción que podrían estar en desacuerdo con las convencio-nes y normas de algunas editoriales o instituciones académicas. En esteúltimo caso, la costumbre obliga a adaptarse a las normas de estilo de laeditorial o institución correspondiente.

INTRODUCCIÓN A LAS TÉCNICAS DE TRABAJO UNIVERSITARIO

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UNIVERSIDAD DEEXTREMADURA

FACULTAD DE FILOSOFÍAY LETRAS

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

La demografía en la AltaExtremadura durante la Edad

Moderna (siglos XVI-XVIII)

Tesis doctoral presentada por Dña. Inés Morales Bata, bajo

la dirección del Dr. D. SaúlFernández Pérez

Vº. Bº.

Cáceres, noviembre de 2005

UNIVERSIDAD DE OVIEDO

FACULTAD DE GEOGRAFÍAE HISTORIA

Departamento de CienciasHistóricas

Aproximación a la historia delos movimientos sociales

campesinos en Asturias durantela Alta Edad Media

Trabajo de suficienciainvestigadora de Dña. Inés

Morales Bata para el programa de Doctorado

de Historia (bienio 2003-2004)

Oviedo, septiembre de 2004

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Uso de mayúsculas y minúsculas

Como regla general normativa, las palabras escritas en letras mayúsculasse reservan para el título de un trabajo o los bloques y apartados principa-les de su índice (a veces también en los capítulos, pero en un cuerpo gráfi-co menor que el apartado y el título, en orden decreciente según su im-portancia y enclasamiento): TÍTULO; APARTADO; CAPÍTULO; EPÍGRAFE.

Por lo que respecta a los epígrafes y al texto común narrativo de untrabajo, debe evitarse el uso de palabras escritas en letras mayúsculas ydebe utilizarse exclusivamente las minúsculas.

Así, por ejemplo, no es recomendable ni admisible utilizar las pala-bras mayúsculas para enfatizar o subrayar una frase, idea o figura (deltipo: «Los reclamantes se dirigieron al MINISTERIO DE HACIENDApara pedir explicaciones por la solicitud recibida»; o «La situación era degrave CRISIS en el orden político»). Existen, como veremos, otros me-dios para lograr énfasis y remarcar la importancia de una frase, idea o fi-gura (sea el subrayado, la cursiva, la negrita (con cuidado de no abusar deella) o el mero uso de la mayúscula inicial en la palabra clave).

Siguiendo el principio de reserva de las mayúsculas para casos especí-ficos, hay que recordar sin embargo que deben escribirse con mayúsculainicial todos los nombres propios (ejemplo: «fue elegido Manuel Azaña»,«Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania») y con minúscula todos losnombres comunes ( «los estudiantes acudieron a las clases», «las comprasde coches se dispararon»).

En consonancia con esa norma de mayúscula inicial, deben escribirseasí los nombres oficiales de organismos públicos, instituciones, topóni-mos consagrados o grandes procesos históricos («la Iglesia Católica», «elMinisterio de Gobernación», «los Picos de Europa», «el Delta del Ebro»,«el Renacimiento», «el Desastre del 98», «la Primera Guerra Mundial»).También se escribirá con mayúscula inicial los nombres de períodos his-tóricos («Alta Edad Media», «Romanticismo» o «Neolítico»), las denomi-naciones geográficas convencionales («el Tercer Mundo», «el CrecienteFértil») y las fiestas y celebraciones de reconocida importancia («la Navi-dad», «la Noche de San Juan», «el Día del Armisticio»).

Uso de cifras numéricas y expresiones numéricas

Cuando sea preciso escribir números comprendidos entre el cero y el mil,se procurará escribir con letras los números del cero al quince y los que

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correspondan a decenas y centenas exactas (del tipo: «había una docenade alumnos y doce profesores», «se tardó trescientos años en construir eltemplo» y «sólo llegaron siete coches a la meta que fueron aclamados pormás de mil espectadores»).

Los restantes números comprendidos entre cero y mil (al margen delos quince primeros) se escribirán con cifras: «tuve que mover 27 cajas»,«llegó a visitar más de 150 países», «recibió sólo 18 votos del total de 459electores». La razón es obvia: esas cifras, en palabras, resultarían dema-siado largas.

Cuando sea preciso escribir un número superior a mil, se escribiráncon letra si son del cero al quince o si son cantidades exactas en decenas ycentenas: «había más de siete millones de libros», «llegaron a sumar tres-cientos mil soldados en armas», «ganó aproximadamente catorce mil mi-llones de pesetas».

Los números superiores a mil que no estén en esa categoría, deberánexponerse de forma mixta, utilizando la cifra para la cantidad inicial y lapalabra para la expresión de los miles, millones o billones: «hubo que ad-mitir a más de 19 millones de emigrados», «llegó a sumar 207 millones dehabitantes».

Si el trabajo es de orden técnico, podrían modificarse estas normaspara atender a los usos convencionales en la disciplina (a fin de dar, porejemplo, todas las expresiones numéricas en cifras: 300.000 soldados envez de «trescientos mil»). En todo caso, hay que recordar que las cifrasque superen los tres dígitos deben ir separadas por punto: 300.000, no300000 ó 300,000.

Con una notable excepción que debe recordar cualquier historiador yestudiante de historia: cuando se trata de una expresión de años se escri-birá 1945 y 1789, no 1.945 y 1.789.

Además, debe recordarse que no es conveniente empezar una frasecon un número escrito en cifras (por meras razones de estilo literario,entre otras cosas). Y también debe recordarse, sobre todo si se utilizanhabitualmente textos en inglés, que la palabra «billón» en castellanoquiere decir «un millón de millones» (y no lo que expresa en inglés:«mil millones»). El castellano indica los «mil millones» con la expresión«millardo».

Cuando sea preciso utilizar fracciones y números decimales en untexto, deberán escribirse con cifras, utilizando la barra inclinada para se-parar numerador y denominador de la fracción, y la coma para separar laparte entera de la decimal: «se quedó con 2/3 de la propiedad» y «llegó acontar con el 28,56 por ciento de la intención de voto».

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Cuando se trate de expresar porcentajes, el término «por ciento» seexpresará con letras (a menos que sea una cifra dada entre paréntesis). Ysi la cantidad a expresar fuera un número entre el cero y el quince o dece-na y centena, también ella se expresará con letras: «aproximadamente elveinte por ciento de la población era inmigrante y de ellos el siete porciento exiliados políticos»; pero «el 83 por ciento de los habitantes resi-dían en ciudades».

Uso de topónimos y gentilicios

Siempre que exista en castellano una forma tradicional para nombrar auna ciudad o accidente geográfico extranjero, se debe emplear ésta en lu-gar de la del idioma original: Londres (por «London»), Canal de la Man-cha (por «English Channel»), Nueva York (por «New York»), etcétera.En todo caso, y si fuera necesario, cabría poner entre paréntesis la formaoriginal de denominación en el primer uso del término.

Cuando la denominación geográfica haya cambiado por razones his-tóricas, se utilizará la designación propia de la época a que hagamos refe-rencia, aclarando si procede su equivalencia actual. Así, por ejemplo, siestamos hablando del período de vigencia de la Unión Soviética, hablare-mos de la ciudad de «Leningrado» y no de «San Petersburgo» o «Petro-grado». Igualmente, si estamos tratando la época de entreguerras en Eu-ropa en el siglo XX, hablaremos de la ciudad polaca de Danzig y no deGdansk (su denominación en polaco y con posterioridad).

Debe evitarse el uso del artículo en los nombres de los Estados, inclu-so cuando éstos adopten la forma plural (Estados Unidos, Filipinas). Sóloen algunos casos se deberá utilizar el artículo previo, según la convenciónacuñada: la Unión Soviética, El Salvador y la India, a título ilustrativo. Entodo caso, cuando se cite un topónimo con artículo previo, no se haráncontracciones con el mismo: «viajaré a El Salvador», no «viajaré al Salva-dor»; «vengo de El Cairo», no «vengo del Cairo».

Usos de títulos de obras literarias y artísticas y expresiones extranjeras

Todos los títulos de obras literarias publicadas, así como de diarios, revis-tas, obras musicales y piezas artísticas, serán escritos en el texto centralnarrativo en cursiva (o en su defecto con subrayado, si es que el tecladocarece de cursivas o el texto está preparado para entregar a una imprenta).

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Así, por ejemplo, hablaremos de la Ilíada de Homero, del diario londi-nense The Times, de El lago de los cisnes de Tchaikovski, y de El Dos deMayo de Goya. Las obras arquitectónicas, por una convención consolida-da, quedan fuera de esta norma y se escriben sin variación gráfica: las Pi-rámides de Gizé, el Teatro Romano de Mérida, el Parlamento de West-minster, la Sagrada Familia de Barcelona, etcétera.

Del mismo modo, toda expresión en lengua extranjera que se incluyaen el texto debe estar singularizada por el uso de la cursiva (o en su casodel subrayado). Así, por ejemplo, una expresión latina, un nombre en in-glés, o una frase en italiano o francés, deben figurar en otro tipo gráficoen el texto central: «el testigo expuso, sine ira et studio, su versión del su-ceso», «y en este orden debo mencionar, last but not least, la ayuda presta-da por...», «es inteligente pero le falta savoir faire».

Expresión de fechas

Siempre que se tenga que expresar una fecha en un texto, habrá de utili-zarse la cifra numérica para los días y los años y la letra para los meses: «el14 de julio de 1789» y «el 18 de julio de 1936». Resulta admisible, sinembargo, que por razones de economía de espacio e imperativo editorialse abrevien esas formas en las notas a pie de página: 18-VII-1936 ó18/7/1936. De todos modos, estas formas abreviadas de expresión de lasfechas no deben ser incluidas en el texto central (a menos que se colo-quen entre paréntesis y como ayuda para la comprensión lectora de unsuceso: «cuando tuvo lugar el estallido de la guerra civil española (18-VII-1936), Francia se hallaba en una situación...»).

Los siglos siempre se indican con las cifras romanas con preferencia alas arábigas: «el siglo XIX», nunca «el siglo 19».

Cuando se trate de expresar un período de tiempo comprendido en-tre dos años (inicial y final), debe utilizarse el guión intermedio para indi-car ese lapso cronológico: «el período de entreguerras europeo, 1919-1939», «durante la Segunda República en España (1931-1936) tuvolugar...». Nunca se abreviará el período mediante la supresión de los dosprimeros dígitos del año final porque podría inducir a error: «1931-36»,«1919-39».

Cuando hagamos referencia a un período que comprende un dece-nio, se empleará la fórmula «década de 1960», con el sentido de «añosque van de 1961 a 1970». No deber usarse en el texto con profusión laexpresión «años sesenta» o «los sesenta». En todo caso, y cuando lo

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recomienden razones estilísticas (evitar la repetición de «década de1960»), podría decirse «década de los años sesenta» o similares fór-mulas.

Uso de siglas

Como norma general, las siglas deben utilizarse en el texto de forma res-tringida y se prescindirá de ellas si no es para evitar repeticiones farrago-sas o para facilitar la comprensión del texto. Por eso, debe procurarse es-cribir en el texto «Naciones Unidas» en vez de ONU (Organización deNaciones Unidas).

En rigor, habría que escribir esas siglas con puntos entre cada inicial:O.N.U. Pero por economía expresiva se admite que se omitan tales pun-tos: URSS y no U.R.S.S. En todo caso, cuando se introduzca por primera vezuna sigla, ésta debe aparecer entre paréntesis y al final de la expresióncompleta de su significado: «la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas(URSS) vetó la resolución presentada en el Consejo de Seguridad de laOrganización de Naciones Unidas (ONU)».

Esta norma de presentación del desarrollo completo de una sigla ensu primera aparición en el texto debe seguirse siempre. Incluso cuando lasigla conocida y aceptada no corresponda a la expresión desarrollada enla lengua utilizada en el texto. Así, por ejemplo, la Organización de lasNaciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura es conocidaen todo el mundo por sus siglas derivadas de su nombre oficial en inglés:UNESCO (no ONUECC, como correspondería a la sigla en español). Por tan-to, una primera mención de dicho organismo en el texto español coloca-ría entre paréntesis las siglas al final de la exposición de su significado enespañol. Excusamos añadir, al respecto, que cuando una institución tengasiglas igualmente en inglés y en español debe utilizarse la forma españolaen textos escritos en español. En consecuencia, escribiremos la OTAN, nola NATO, y la CEE, no la EEC.

Últimas observaciones para la redacción

Siempre que introduzcamos por primera vez a un personaje en el texto,debemos mencionar su nombre propio y dos apellidos, como cortesía ha-cia el lector que pudiera desconocerlo y para mejor comprensión de suimportancia y protagonismo en el relato. Una vez nombrado así, podría

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ser factible su mención posterior mediante el uso en exclusiva de sus ape-llidos o del apellido por el que fuera más conocido. Así, por ejemplo, laprimera vez que se cita en un trabajo sobre la Segunda República en Es-paña el nombre de Manuel Azaña Díaz, éste debe aparecer al completo.Sólo posteriormente sería posible hablar de «Azaña», a secas, como figu-ra y protagonista. De igual modo, sería una fórmula de cortesía para ellector y de valía para el texto que la primera mención del nombre de unafigura estuviera acompañada, entre paréntesis, de sus coordenadas vitalescronológicas: Manuel Azaña Díaz (1880-1940).

En otro orden, la redacción del texto nunca debe incluir la primerapersona del singular y tampoco del plural. Es decir, resulta improcedenteescribir: «Yo creo que hay que atender» ó «Nosotros somos de la opiniónde que...». Es siempre preferible una fórmula impersonal o indirecta:«Debe atenderse a...», «Es habitual la opinión de que...». Del mismomodo, el narrador nunca debe dirigirse directamente al lector y debe re-currir a otras fórmulas para subrayar un aspecto o llamar la atención delos lectores.

PRIMER EJEMPLO DE TRABAJO DE CURSO

EL DESASTRE COLONIAL ESPAÑOL DE 1898

ÍNDICE

Introducción.1. La historiografía sobre el Desastre.2. La crisis del sistema colonial español.3. Política española y guerras coloniales.4. Los intereses y gestiones de Estados Unidos.5. La guerra hispano-norteamericana.6. Epílogo.NOTAS

BIBLIOGRAFÍA

Introducción.

En el breve plazo de dos meses, entre mayo y julio de 1898, España perdióla totalidad de sus vetustas posesiones coloniales en Las Antillas (Cuba yPuerto Rico) y el Pacífico (Filipinas e islas Marianas, Carolinas, Palaos yGuam) tras sufrir una fulminante y abrumadora derrota naval y militar frente

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a los Estados Unidos de América. Esta derrota espectacular pasó a cono-cerse en la opinión pública contemporánea y en la historiografía posteriorcomo El Desastre, con mayúsculas y escuetamente, quedando grabado afuego en la conciencia histórica de los españoles. Dicho descalabro military colonial provocó una honda sacudida del cuerpo político y del universoideológico español, y abrió la vía al lento proceso de desintegración delsistema de poder oligárquico que había sido inaugurado por la Restaura-ción borbónica de 1875; un proceso espasmódico que se prolongaría ensus rasgos y caracteres esenciales hasta la implantación de una Repúbli-ca democrática en 1931.

1. La historiografía sobre el Desastre

La historiografía tradicional española, representada a título de ejemplo porlos estudios de Gabriel Maura, Jerónimo Bécker, Melchor Fernández Al-magro y Pablo de Azcárate (1), ha contemplado el Desastre del 98 comoun caso singular y específico de la historia finisecular de España; comouna especie de orgulloso «suicidio numantino» derivado del peculiar ca-rácter nacional e idiosincrasia de los españoles.

A tenor de este discurso clásico sobre el 98, los términos del problemahabrían sido los siguientes: una España marginada del concierto europeopor su política de aislamiento diplomático y comprometida en una dobleguerra colonial en Cuba y Filipinas, hubo de enfrentarse sola a la interven-ción de los Estados Unidos en el conflicto y fue empujada a la guerra hispa-no-norteamericana que culminó en la liquidación de su disminuido imperioultramarino. Los gobernantes españoles, con el pleno apoyo de su opiniónpública, habrían decidido no claudicar y enfrentarse al coloso norteamerica-no en virtud de una combinación de los siguientes motivos: su ceguera polí-tica y militar ante la desproporción de fuerzas respectivas; su ilusoria espe-ranza de lograr la victoria y preservar las colonias; y su alto sentido del honory deber nacional, que impedía y vedaba cualquier posibilidad de retirada ocesión frente a las iniciativas, presiones y amenazas norteamericanas.

Esa interpretación de la historiografía tradicional sobre el origen y natu-raleza del 98 hace tiempo que ha sido severamente cuestionada en diver-sos aspectos por las investigaciones de autores como Jesús Pabón, JoséMaría Jover Zamora, José Varela Ortega, Joaquín Romero Maura y CarlosSerrano (2). A juicio de esta creciente pléyade de historiadores «revisionis-tas», habría que contemplar el Desastre español de 1898 desde una pers-pectiva más amplia, desde una perspectiva de historia comparada. Y en-tonces, el 98 aparecería como el resultado de la confluencia e intersecciónde dos procesos diferentes y paralelos.

En primer lugar, habría sido el resultado del fracaso político y económi-co del colonialismo español. En esencia, el anticuado modelo de domina-

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ción colonial, después de haber sofocado una primera insurrección cuba-na entre 1868 y 1878 (la Guerra de los Diez Años), se había mostrado inca-paz de modernizarse y establecer un nuevo modelo de integración bajosoberanía española aceptable para la población colonial y compatible consus intereses políticos y económicos. Además, el fracaso de la metrópoliquedaba reflejado en su incapacidad para evitar la progresiva gravitaciónde las colonias hacia el centro de poder regional emergente en el Caribe yel Pacífico: los Estados Unidos de América.

En segundo lugar, el 98 español también habría sido el resultado delproceso de redistribución colonial que se abrió en el mundo en la décadade 1890. Y, en este sentido, el 98 español se presenta como un caso más(si bien el más evidente) de la serie de «noventa-y-ochos» que afectaron aun conjunto de medias potencias que vieron frustrados sus proyectos co-loniales por la acción (u omisión) de otras potencias superiores decididasa imponer un nuevo reparto imperialista. Así, por ejemplo, en 1890 Portu-gal hubo de renunciar a la unión territorial de Angola y Mozambique en vir-tud del Ultimátum británico en sentido contrario; en 1896 Italia tuvo queabandonar la idea de establecer un imperio en Abisinia después de serderrotada en Adua por tropas indígenas en medio del aislamiento diplo-mático internacional; por último, en 1898, tras la crisis de Fashoda, Franciahubo de retirarse del Sudán en beneficio del dominio británico sobre eseterritorio.

En definitiva, el 98 español fue el producto resultante de la intersecciónde esos dos procesos aludidos, por la sencilla razón de que el fracaso delcolonialismo español quedó de manifiesto en dos áreas, Las Antillas y elPacífico, que eran ya, desde tiempo atrás, el ámbito donde se proyectabael naciente imperialismo norteamericano, sin competencia u oposiciónefectiva por parte de ninguna otra gran potencia.

2. La crisis del sistema colonial español

El drama colonial español comenzó realmente en febrero de 1895, cuan-do resurgió en Cuba una insurrección independentista de enorme exten-sión y gravedad (el llamado Grito de Baire). La misma amplitud y celeri-dad del nuevo brote de la mayoría de la población insurreccional pusoen evidencia desde el principio el enajenamiento de la mayoría de lapoblación cubana respecto a la autoridad española y la incapacidadeconómica y militar de la metrópoli para restablecer su dominio indiscuti-do en la Gran Antilla. Por supuesto, el amplísimo apoyo social que tuvodicha insurrección sólo se explica si atendemos a los rasgos políticos yeconómicos que caracterizaban al sistema colonial español, auténticosresponsables de la hostilidad de la población cubana ante el poder me-tropolitano (3).

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En el plano político, Cuba, al igual que el resto de las colonias, estabagobernada por un Capitán General con poderes gubernativos omnímo-dos, apoyado por una burocracia administrativa (civil y militar) monopoli-zada casi exclusivamente por españoles «peninsulares». Esta burocracia,junto con los comerciantes y hacendados españoles radicados en las ciu-dades, constituía el soporte de la autoridad metropolitana y alentaba elpartido Unión Constitucional, favorable a la plena asimilación de Cuba porEspaña y opuesto a cualquier tipo de reforma política que debilitase su ca-pacidad de influencia.

Frente a ese grupo «españolista», el desarrollo de la economía cubanadesde principios del siglo XIX había ido generando unas compactas bur-guesías criollas (criollos: colonos de origen español nacidos y criados enCuba) en torno a la producción y comercialización de los tres grandes ar-tículos cubanos: el azúcar (que llegó a representar un tercio de la produc-ción mundial), el tabaco y el café (4). Esta población criolla constituía labase social, cada vez más numerosa, de los partidos reformistas y autono-mistas, favorables a un nuevo reparto de las funciones políticas colonialesen beneficio de su grupo. Tras el fracaso de estas opciones, las burgue-sías criollas serían el soporte activo o pasivo de las soluciones indepen-dentistas, reclutándose en su seno la dirección política e intelectual delmovimiento de liberación nacional.

El enfrentamiento entre criollos y españoles peninsulares en el planopolítico estaba enmarcado y agudizado hasta extremos de ruptura por elantagonismo entre los intereses económicos respectivos. En efecto, el sis-tema colonial español implicaba un intercambio económico entre la metró-poli y las colonias tremendamente favorable a la primera y perjudicial paralas segundas, especialmente Cuba (5).

En virtud de la legislación proteccionista que culminó en la ley arance-laria de 1882, las colonias se habían convertido en un verdadero mercadoreservado para la producción española, sobre todo la producción textilcatalana y los trigos y harinas castellanos. De este modo, las colonias seveían obligadas a abastecerse de productos españoles, protegidos de lacompetencia internacional mediante elevados aranceles que compensa-ban sobradamente el alto precio de los artículos españoles respecto a losextranjeros. Estas medidas habían permitido, por ejemplo, que el 60 porciento del comercio catalán en la década de 1890 tuviese como destinoCuba y las colonias. Y así se había generado un beneficio colonial que ac-tuaba como factor de compensación sobre el crónico déficit comercial deEspaña en sus intercambios con el exterior.

Pero las leyes arancelarias tenían una faceta mucho más gravosa y dis-criminatoria para las colonias: no sólo hacían de las colonias un mercadoreservado para los caros productos españoles, sino que también cerrabanel mercado español a los productos coloniales que pudiesen hacer com-petencia a productos hispanos. Por ejemplo, el proteccionismo arancela-

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rio excluía el azúcar cubano en favor del azúcar de remolacha producidoen España. Y al cerrar ese mercado metropolitano, se obligaba a esos pro-ductos coloniales a buscar salida en mercados foráneos, sobre todo en elcercano y enorme mercado de los Estados Unidos.

La distorsión provocada por esta peculiar dinámica económica colo-nial impuesta por España puede apreciarse claramente en las siguientescifras. En 1894, último año de paz, Cuba obtuvo de España el 43 por cien-to de sus importaciones totales, mientras que otro 37 por ciento se obteníade Estados Unidos a pesar de los altos aranceles. En ese mismo año,Cuba exportó a Estados Unidos el 88 por ciento de su producción, envian-do tan sólo a España el 9 por ciento de la misma (6). Así pues, para enton-ces era patente que España, a pesar de su política proteccionista y debidoa su atraso económico e industrial, era incapaz de abastecer las crecien-tes necesidades de una economía en expansión como la cubana y tampo-co estaba en condiciones de absorber más que una mínima parte de suproducción. En ambos campos, los Estados Unidos aparecían como pu-jante cliente y proveedor, capaz de garantizar la continuidad del creci-miento económico cubano mediante el gran volumen de intercambios encurso y las crecientes inversiones de capital (concentradas sobre todo enla mecanización de los ingenios azucareros y la instalación de fábricas detabaco).

Por consiguiente, no es de extrañar que las mismas burguesías criollasque demandaban reformas para incrementar su poder político tambiénexigiesen la anulación de las leyes proteccionistas que estaban penalizan-do sus intereses económicos. Contra estas demandas duales se alzaron elpartido españolista insular y los intereses de los productores catalanes ycastellanos, conscientes ambos de que su vigor y supervivencia depen-dían del mantenimiento del statu quo colonial. Cuando en 1895 las Cortesespañolas rechazaron un tímido proyecto de reforma colonial presentadopor Antonio Maura, las burguesías criollas comprendieron que la vía auto-nomista estaba cerrada ante el inmovilismo político de la metrópoli. Poreso se pasaron abiertamente a la causa independentista y, a pesar del te-mor que les infundía la movilización de la población negra rural, aceptaronpatrocinar la insurrección capitaneada por José Martí en el plano político ypor Máximo Gómez en el militar.

3. Política española y guerras coloniales

El estallido de la guerra en Cuba en febrero de 1895 provocó de inmedia-to la caída del gobierno liberal de Práxedes Mateo Sagasta, debido a unpequeño motín militar en Madrid contra dos periódicos que habían critica-do la falta de voluntarios entre la oficialidad para servir en las colonias. Elincidente representó el primer conato serio de militarismo en la política

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restauracionista y anunció la importancia clave del Ejército en la formula-ción de la respuesta española ante la insurrección (7). De acuerdo con lamecánica del «turno pacífico», el partido conservador formó nuevo go-bierno bajo la presidencia de Antonio Cánovas del Castillo. Y fue este go-bernante y su gabinete el que tuvo la exclusiva responsabilidad para ha-cer frente a la crisis cubana, dada la minoría de edad del futuro reyAlfonso XIII y la débil posición política de la reina regente, María Cristinade Habsburgo-Lorena.

La primera medida de Cánovas fue nombrar al general Arsenio Martí-nez Campos como Capitán General de Cuba. Martínez Campos habíasido el vencedor de la Guerra de los Diez Años y, por sus facultades de ne-gociador, parecía el hombre idóneo para poner en práctica la respuestapolítico-militar planeada por Cánovas: reprimir la insurrección de un modoselectivo, dejando abierta la puerta a la negociación con los sectores me-nos radicalizados.

Desde abril a diciembre de 1895, Martínez Campos intentó infructuosa-mente llevar a cabo su cometido y llegó a contar con casi 100.000 solda-dos para enfrentarse a unos 40.000 insurrectos que practicaban la guerrade guerrillas en el campo y la selva. Pero las circunstancias ya no eran pro-picias para la negociación, entre otras cosas por el inmovilismo político dela metrópoli. El propio Martínez Campos informó a Cánovas de su fracasocon estas reveladoras palabras:

Los pocos españoles que hay en la isla sólo se atreven a proclamarse comotales en las ciudades. El resto de los habitantes odia a España (...) La insu-rrección es hoy día más grave, más potente que a principios del 76 (...) Ven-cidos en el campo o sometidos los insurrectos, como el país no quiere pagarni nos puede ver, con reformas o sin reformas, con perdón o con exterminio,mi opinión leal y sincera es que antes de doce años tenemos otra guerra, y sitodavía nosotros no diéramos más que nuestra sangre, podrían venir una yotra; pero ¿puede España gastar lo que gasta? (8).

Ciertamente, como señalaba Martínez Campos, la guerra cubana esta-ba poniendo de manifiesto la incapacidad militar y económica de Españapara restablecer su dominio indiscutido sobre la Gran Antilla. Y ello a pe-sar de que la opinión pública española apoyaba casi unánimemente el es-fuerzo bélico realizado, incluyendo a las oposiciones al régimen restaura-cionista: el carlismo, por la derecha, y la gran mayoría del republicanismo,por la izquierda. Sólo el republicanismo federal y las corrientes obreras,socialistas y anarquistas, cuestionaban la guerra (sobre todo el injusto sis-tema de reclutamiento), sin llegar al apoyo a los insurrectos cubanos o a ladenuncia del colonialismo como fórmula de explotación (9).

En el plano militar, el Ejército español adolecía de exceso de mandos,carecía de tropas coloniales profesionales y estaba formado por reclutasinexpertos y mal equipados, en virtud de una ley de reclutamiento que per-

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mitía la exención de los ricos del servicio militar a cambio de dinero o deun sustituto. Como resultado, se trataba de un Ejército de soldados bara-tos y bisoños, muy mal adaptados al tipo de guerrilla tropical empleadapor los insurgentes cubanos. Baste recordar que de los 200.000 soldadosenviados a Cuba durante toda la guerra, sólo un 20 por ciento fue real-mente operativo en el combate y que las bajas por mortalidad se elevaronal 50 por ciento de todos los movilizados (10).

Así pues, la guerra era una sangría de hombres, sobre todo de los hijosde las clases populares que no habían podido comprar su exención delservicio militar. Pero, además, la guerra era una hemorragia económicapara un país con una economía y finanzas tan débiles como España. Nosólo estaba destruyendo la producción cubana y el beneficio colonial, sinoque el esfuerzo de sostener y equipar al Ejército combatiente estaba agra-vando el crónico déficit presupuestario y diezmando los recursos huma-nos y materiales de la metrópoli. Cánovas había apreciado claramente lospeligros implícitos en esa situación al escribir en septiembre de 1895: «Sila guerra se dilata o no se acaba pronto, muy pronto, se nos pueden venirencima conflictos inmensos» (11). Y los crecientes motines populares enla Península contra la escasez y carestía del pan sirvieron a los gobernan-tes españoles como advertencia de los potenciales efectos sociales y polí-ticos de un esfuerzo bélico ilimitado.

Para atajar la peligrosa contingencia de una guerra larga, Cánovas re-solvió cesar a Martínez Campos y sustituirle por el general Valeriano Wey-ler como Capitán General. Desde enero de 1896 hasta octubre de 1897,Weyler puso en práctica la segunda respuesta española a la crisis cuba-na: una política de represión militar indiscriminada, decidida a sofocar rá-pidamente la insurrección con métodos modernos de guerra contrainsur-gente. Por ejemplo, y aparte de la política de tierra quemada y liquidaciónfísica del enemigo, Weyler concentró a la población civil rural en campa-mentos militares, auténticos campos de concentración. El resultado de lallamada «política de reconcentración» fue el colapso de la vida económicacubana, la miseria y aguda mortandad de los civiles concentrados y elpaso masivo de los cubanos al bando insurrecto. Y aun así, Weyler sólopudo asegurar el dominio español sobre las ciudades y fue incapaz deconseguir el control permanente de los campos y la manigua, donde la in-surrección campaba por sus fueros.

Para agravar más la crítica situación, desde el verano de 1896 Filipinasera escenario de una violenta insurrección tagala (indígenas filipinos) queeliminó la autoridad española de amplias zonas del archipiélago. En esascircunstancias, a mediados de 1897 parecía evidente que la respuesta mi-litar represiva había fracasado en su intento de suprimir la crisis colonial. Elasesinato de Cánovas por un anarquista en agosto de 1897 sólo vino a su-brayar ese fracaso y abrió la vía al último intento español para resolver lacrisis colonial.

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Desde octubre de 1897 hasta abril de 1898, el nuevo gobierno liberalde Sagasta puso en práctica una política de concesiones autonómicas enmateria política y económica que trataba tan sólo de preservar la sobera-nía general española sobre las colonias. Por supuesto, Weyler fue cesadoatendiendo a las críticas internacionales contra su enérgica actuación ysustituido por el más flexible general Blanco. Y aunque se mantuvo la cam-paña militar, ésta fue combinada con ofertas de negociación, sobre labase de que «todos los esfuerzos del mundo no son bastantes para man-tener la paz con el solo empleo de las bayonetas» (12). Sin embargo, lasiniciativas autonomistas liberales llegaban tarde. La insurrección habíaprogresado hasta un punto en que era imposible el retorno. Vista y com-probada la incapacidad española, los rebeldes cubanos no estaban dis-puestos a obtener nada menos que la independencia.

Por otra parte, el partido «españolista» en la isla era rotundamente hostilal proyecto autonomista, que también encontraba fuerte oposición en los círcu-los productores catalanes y en los ámbitos militares ultranacionalistas, favora-bles a la prosecución de la estrategia de Weyler. De hecho, la introducción delas reformas en enero de 1898 provocó serios motines de la oficialidad enCuba bajo el grito: «¡Muera Blanco, viva Weyler! ¡Autonomía no!». Además,para entonces, un nuevo elemento clave había entrado decididamente en elescenario de la crisis colonial española: los Estados Unidos.

4. Los intereses y gestiones de Estados Unidos

El gobierno norteamericano había observado el conflicto con preocupa-ción desde el principio, en virtud de sus grandes intereses económicos ygeopolíticos en el Caribe y el Pacífico. No en vano, Cuba absorbía unacuarta parte de la exportación estadounidense a América Latina, el capitalinvertido en la isla sumaba casi 50 millones de dólares, y el área tenía uncreciente interés estratégico debido a la construcción del canal de Panamá.Después de tres años de guerra, la patente incapacidad española paraimponer la paz y salvaguardar los mermados intereses norteamericanoshabían ido escalonando la intervención diplomática de los Estados Unidosen el conflicto. En consonancia con las doctrinas del Destino Manifiesto (lacreencia en el papel providencial de EE.UU. en la historia universal) impe-rantes en la prensa y en los círculos oficiales norteamericanos, el propiopresidente Cleveland había advertido sin reservas desde el primer mo-mento: «Cuando la impotencia de España sea evidente, los Estados Uni-dos sabrán cumplir con su deber». A la vez, todas las grandes potenciasmundiales habían dejado claro su intención de no involucrarse en el con-tencioso hispano-norteamericano que se iba fraguando (13).

En abril de 1896, el gobierno de los Estados Unidos había ofrecido aEspaña su mediación para poner fin negociado a las hostilidades. Cáno-

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vas rechazó la oferta porque abrigaba la tenue esperanza de que la nuevaestrategia de Weyler fuera capaz de sofocar la rebelión. Pero, fundamen-talmente, también la rechazó por temor a la reacción contraria de la opi-nión pública y de los militares españoles, cuyo estado de exaltación nacio-nalista les predisponía a escuchar las denuncias carlistas y republicanascontra un régimen que pareciese mínimamente proclive a ceder a las pre-siones extranjeras y a abandonar la plena soberanía sobre las colonias. Enseptiembre de 1897, el nuevo presidente Mackinley volvió a repetir la ofer-ta de mediación a la vez que sugería secretamente la venta de Cuba acambio de una suma sustanciosa. Y esta vez fue Sagasta quien tuvo querechazar ambas iniciativas por los mismos motivos inconfesables en públi-co, a pesar de que personalmente era favorable a la venta o la mediación(al igual que la reina regente).

Desde finales de 1897, cuando se hizo evidente que la oferta liberal deautonomía tampoco conseguía la pacificación de Cuba, los gobernantesespañoles comprendieron que se hallaban ante un dilema irresoluble cu-yos términos eran los siguientes: por una parte, la incapacidad económicay militar para sofocar la rebelión y para seguir librando indefinidamenteuna guerra agotadora; por otra, la paralela imposibilidad de ceder ante losrebeldes o los Estados Unidos sin grandes riesgos para la estabilidad ysupervivencia del régimen de la Restauración, habida cuenta del sentir mi-litar y de la presión republicana y carlista. En otras palabras, los gobernan-tes españoles se encontraban en un callejón sin salida: eran incapaces devencer en las colonias pero también les era imposible ceder porque ellopondría en peligro la dinastía y el régimen en la metrópoli.

En esas condiciones dilemáticas, y a falta de otra alternativa, fue co-brando forma una solución drástica que parecía un mal menor. A saber:entablar una guerra suicida contra los Estados Unidos que acabara con eldilema de modo digno, honroso y, sobre todo, con pocos riesgos para lacontinuidad del régimen, que podría obtener el apoyo de la nación para unacto quijotesco y sólo se vería obligado a ceder ante una abrumadora de-mostración de fuerza superior. Es decir: la pérdida de las colonias seríamás aceptable para la opinón pública y los militares y menos peligrosapara el régimen restauracionista si era consecuencia de una derrota militarespectacular y fulminante.

Esta interpretación de que la guerra con Estados Unidos fue una op-ción política meditada, una consciente huida hacia adelante, aparece con-firmada por los testimonios contemporáneos. Desde luego, en los mediosoficiales hubo plena conciencia de la grave inferioridad militar y estratégi-ca y no hubo falsas ilusiones de victoria en los círculos dirigentes. El jefede la escuadra española ya había advertido en 1897, al examinar la es-cuadra norteamericana: «Uno solo de esos barcos basta para deshacertoda la Marina militar española». Por su parte, el ministro de la guerra de-claraba poco antes de iniciarse el conflicto:

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No soy de los que alardean de seguridades en el éxito, acaso de romperselas hostilidades; pero soy de los que creen que, de dos males, éste es el me-jor. El peor sería el conflicto que surgiría en España si nuestro honor y nues-tros derechos fuesen atropellados (14).

De un modo aún más revelador, el conde de Romanones, prohombredel partido liberal, confesaría posteriormente que, en vísperas de la gue-rra, los líderes políticos y militares de la Restauración habían concluido:

(...) que para salvar la paz interior y para satisfacer las exigencias del ele-mento militar había que rendirse a la inexorable fuerza de los acontecimien-tos y acudir a la guerra como único medio honroso de que España pudieraperder lo que aún le restaba de su inmenso imperio colonial (15).

5. La guerra hispano-norteamericana

Así pues, la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana enfebrero de 1898 (preparada por los rebeldes cubanos para forzar la inter-vención estadounidense) sólo precipitó un desenlace previsto desde tiem-po atrás. El 25 de abril los Estados Unidos declararon la guerra a España yordenaron a su flota del Pacífico y del Atlántico que atacasen de inmediatoa las respectivas flotas españolas, que se estaban concentrando en la ba-hía filipina de Cavite y en el puerto de Santiago de Cuba.

El 1 de mayo la escuadra norteamericana, compuesta por 7 acoraza-dos con 134 cañones de largo alcance, se enfrentó en Cavite a la españo-la, compuesta por 6 cruceros de casco de madera y 60 cañones de corto ymedio alcance. No hubo combate; fue una cruenta inmolación. Los caño-nes norteamericanos destruyeron casi sin resistencia a los buques espa-ñoles en unas breves horas, con un descanso en el intermedio para que latripulación norteamericana pudiera almorzar. Al término del combate, el al-mirante Montojo formuló su famosa sentencia: «Más vale honra sin barcosque barcos sin honra» (16).

La flota española anclada en Santiago de Cuba sufrió un destino simi-lar, si bien aquí se reveló aún más la voluntad del gobierno español de ir aun desastre controlado y rápido, para poder llegar cuanto antes a la paz.

El almirante Cervera informó a Madrid a fines de junio que, dada la su-perioridad de la escuadra norteamericana que le estaba bloqueando en labahía de Santiago, «consideraba la escuadra perdida» y creía preferibleperderla resistiendo en el puerto antes de salir a combatir en alta mar. Elgobierno le ordenó salir de la bahía y presentar batalla frontal. El 3 de julioCervera y sus oficiales acataron la orden no sin antes consignar por escritolo siguiente:

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(...) que en honor y conciencia tenían el convencimiento de que el gobiernode Madrid tenía el determinado propósito de que la escuadra fuera destrui-da lo antes posible para hallar un medio de llegar rápidamente a lapaz (17).

Como Cervera había previsto, la salida significó el sacrificio de su es-cuadra. La flota del almirante Sampson hundió todos sus barcos en uncombate de menos de cuatro horas. Los españoles sufrieron 350 muer-tos, 160 heridos y 1.600 prisioneros, incluyendo al propio almirante Cer-vera. Los norteamericanos tuvieron un muerto y dos heridos. Cerverapudo entonces emular a Montojo y afirmar: «Todo se ha perdido menos elhonor».

La pérdida de ambas escuadras hizo imposible la continuación dela guerra en escenarios tan lejanos de la metrópoli y tan cercanos a te-rritorio enemigo. Al mismo tiempo, el carácter fulminante y total de laderrota impuso la necesidad de pedir la paz en todos los ámbitos mili-tares y políticos. Aun así, Sagasta tuvo que neutralizar a los militares másrecalcitrantes enfrentándolos con una alternativa draconiana: si que-rían proseguir la guerra, que tomaran en sus manos el gobierno (18).En esas condiciones, prácticamente nadie se opuso a que el gobiernoliberal pidiese el 18 de julio un armisticio al gobierno norteamericano ya que, el 10 de diciembre de 1898, firmase el Tratado de París por elque España renunciaba a la soberanía de todas sus ex-colonias. Tam-poco se opuso una opinión pública que recibió el final de la guerra consorpresa y alivio, más que con amargura o voluntad revolucionaria einsurreccional.

6. Epílogo

El pronóstico de los gobernantes de la Restauración había resultadoacertado: Cavite y Santiago de Cuba no fueron para el régimen y la di-nastía española lo que había sido la derrota de Sedán en 1870 para elsegundo imperio francés. El régimen no fue derribado por un golpe mili-tar de su propio Ejército ni por una revolución inspirada por sus enemigoscarlistas o republicanos. Ello no obstante, los efectos del Desastre fueronsustanciales y de largo alcance. A partir de 1898 el régimen no pudo se-guir funcionando como antaño y hubo de hacer frente a distintos y pode-rosos desafíos políticos, sociales e intelectuales que persistirían, y enrealidad definirían, el proceso de desintegración del sistema de domina-ción restauracionista.

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NOTAS

(1) G. Maura, Historia crítica del reinado de don Alfonso XIII, Barcelona, Monta-ner y Simón, 1919-1925, 2 vols. J. Bécker, Historia de las relaciones exteriores deEspaña durante el siglo XIX, Madrid, Voluntad, 1924, vol. 3. M. Fernández Almagro,Historia política de la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1968, vols. 2 y 3. P.de Azcárate, La guerra del 98, Madrid, Alianza, 1968.

(2) J. Pabón, «El 98, acontecimiento internacional» en Días de ayer, Barcelona,Alpha, 1963, pp. 139-195. J. M. Jover Zamora, 1898. Teoría y práctica de la redistri-bución colonial, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1979. J. Varela Ortega,Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración, Madrid,Alianza, 1977, Madrid, Marcial Pons, 2001. Romero Maura, La rosa de fuego. Repu-blicanos y anarquistas, Barcelona, Grijalbo, 1975. C. Serrano, Final del imperio. Es-paña, 1895-1898, Madrid, Siglo XXI, 1984.

(3) Véase una completa exposición de la historia colonial de Cuba en las obrasde Hugh Thomas, Cuba. La lucha por la libertad, Barcelona, Grijalbo, 1973; y deManuel Moreno Fraginals, Cuba/España. España/Cuba. Historia común, Barcelona,Crítica, 1995.

(4) Sobre el desarrollo económico de Cuba, resulta esencial la obra de ManuelMoreno Fraginals, El ingenio (complejo económico social cubano del azúcar), LaHabana, Ciencias Sociales, 1978, 3 vols.

(5) Jordi Maluquer de Motes, «El mercado colonial antillano en el siglo XIX», enJ. Nadal y G. Tortella (compiladores), Agricultura, comercio colonial y crecimientoeconómico en la España contemporánea, Barcelona, Ariel, 1974, pp. 322-357. Delmismo autor: España en la crisis de 1898, Barcelona, Península, 1999.

(6) J. Maluquer de Motes, op. cit., p. 351.(7) Sobre el papel militar en la crisis, véanse los capítulos correspondientes en

Rafael Núñez Florencio, Militarismo y antimilitarismo en España, 1888-1906, Madrid,CSIC, 1990; y Stanley Payne, Los militares y la política en la España contemporánea,París, Ruedo Ibérico, 1968.

(8) Carta confidencial de Martínez Campos a Cánovas, 25 julio 1895. Recogidaen M. Fernández Almagro, Historia política de la España contemporánea, vol. II, pp.249-251 y 433.

(9) Sobre la reacción popular ante la guerra, véase el amplio repaso que dedi-ca al tema Carlos Serrano, Final de imperio, cap. 4.

(10) Nuria Sales, «Servicio militar y sociedad en la España del siglo XIX», en So-bre esclavos, reclutas y mercaderes de quintos, Barcelona, Ariel, 1974, pp.207-277. S. Payne, op. cit., cap. 5.

(11) Nota de Cánovas a su ministro de la Guerra, 13 septiembre 1895. Recogi-da en M. Fernández Almagro, op. cit., pp. 272-273.

(12) Nota del nuevo gobierno liberal sobre Cuba. Recogida en C. Serrano, Finalde imperio, p. 151-153.

(13) Las difíciles relaciones hispano-norteamericanas durante la crisis colonialse analizan en las obras de Philip S. Foner, La guerra hispano-norteamericana y elnacimiento del imperialismo norteamericano, Madrid, Akal, 1975, 2 vols.; y JamesCortada, Two Nations over Time. Spain and the United States, 1776-1977, Westport,Greenwood Press, 1978. Para estudiar el progresivo aislamiento diplomático de Es-

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paña es inexcusable el libro de Rosario de la Torre, Inglaterra y España en 1898,Madrid, Eudema, 1988.

(14) Declaración pública del general Correa, 6 abril 1898. El juicio previo del al-mirante Vega de Seoane se formuló en noviembre de 1897, tras revisar la flota ame-ricana en Nueva York. Ambas citas se recogen en M. Fernández Almagro, Historiapolítica de la España contemporánea, vol. III, pp. 75-76 y 313.

(15) Conde de Romanones, Las responsabilidades políticas del antiguo régi-men, 1875-1923, Madrid, Renacimiento, sin año, p. 33.

(16) Sobre la catástrofe de Cavite, véase el vívido relato de M. Fernández Alma-gro, op. cit., pp. 89-102.

(17) Recogido en M. Fernández Almagro, op. cit., p. 112.(18) El conflicto entre Sagasta y los militares contrarios al armisticio se recoge

en J. Romero Maura, La rosa de fuego, pp. 9-12; y J. Varela Ortega, Los amigos polí-ticos, pp. 317-319.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

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modernización económica del siglo XX, Barcelona, Península, 1999.— «El mercado colonial antillano en el siglo XIX», en J. Nadal y G. Tortella (eds.),

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Restauración, Madrid, Alianza, 1977.

SEGUNDO EJEMPLO DE TRABAJO DE CURSO

LAS BRIGADAS INTERNACIONALES DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

ÍNDICE

1. Una larga espera para una promesa por cumplir.2. El origen de las Brigadas Internacionales.3. La entidad y composición de las Brigadas Internacionales.4. El papel militar de las Brigadas en la guerra.NOTAS

A finales del año 1938, cuando las magras fuerzas militares de la Repúblicase aprestaban a sufrir la ofensiva final y victoriosa de las tropas del generalFrancisco Franco, el contingente de voluntarios británicos en las BrigadasInternacionales era descrito con las siguientes palabras breves y certeras:

Un panorama de rudos mineros y estibadores galeses y escoceses mezcla-dos con hombres cultivados. Todas las profesiones representadas. Uno eraproyectista aeronáutico.

El destinatario confidencial de esa descripción era el gobierno británi-co y su autor el general Molesworth, representante suyo en la comisión in-ternacional de la Sociedad de Naciones encargada de supervisar la reti-rada de los combatientes extranjeros en filas republicanas (1). Elgobierno republicano presidido por el doctor Juan Negrín había anuncia-do esa medida unilateral el 21 de septiembre de 1938 en Ginebra, duran-te la celebración anual de la Asamblea General de dicho organismo. Elobjetivo básico de la medida era demostrar ante la opinión pública mun-

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dial la total independencia del esfuerzo bélico republicano de toda ayudaextranjera, con la esperanza de que ello forzase al enemigo a imitar suconducta y prescindir del gran volumen de tropas italianas y alemanasque le prestaban un apoyo vital y decisivo. Sin embargo, las expectativasdel gobernante republicano quedaron frustradas. La retirada de los últi-mos 12.673 brigadistas computados por la comisión internacional no sur-tió efecto político o militar alguno. Abandonaron España en vísperas de latrágica derrota con el único consuelo de una promesa (recibir la ciudada-nía española después de la guerra) y un sentido homenaje pronunciadopor el doctor Negrín ante una indiferente asamblea de la Sociedad de Na-ciones:

Quiero dar testimonio aquí del alto valor moral del sacrificio que han realiza-do no por razones triviales e intereses egoístas, sino por la defensa de losmás puros ideales de libertad y de justicia (2).

Habrían de pasar más de cincuenta y siete largos años para que losancianos brigadistas pudieran ver cumplida la promesa de Negrín y ofi-cialmente reconocido su compromiso con las libertades democráticas enla propia España. Por iniciativa de la Asociación de Amigos de las Briga-das Internacionales, y con el apoyo unánime de todos los grupos parla-mentarios, el Congreso de los Diputados aprobó el 28 de noviembre de1995 una propuesta de concesión de la nacionalidad española, mediantecarta de ciudadanía, a todos los supervivientes de aquellas unidades le-gendarias que así lo desearan y solicitaran. Un año más tarde, cerca de370 brigadistas procedentes de 31 países diferentes, con un promedio de80 años, recibieron finalmente en Madrid y en otros puntos del país el tar-dío pero sentido homenaje tributado por las instituciones y la población dela restaurada democracia española.

2. El origen de las Brigadas Internacionales

Los primeros voluntarios extranjeros se habían incorporado espontánea-mente a las filas de las milicias republicanas desde el comienzo de la gue-rra civil, en la segunda mitad de julio de 1936. Se trataba de exiliados polí-ticos refugiados en España (alemanes, italianos y polacos que habíanhuido de sus respectivas dictaduras) y de militantes antifascistas muy con-cienciados políticamente (en su mayoría, franceses y británicos). Casi to-dos ellos se encontraban en Barcelona en el momento del estallido de lainsurrección militar contra el gobierno de la República. No en vano, la ciu-dad condal iba a ser escenario de la apertura (el 22 de julio) de la llamada«Olimpiada Popular», organizada por los partidos y sindicatos de izquier-da europeos como alternativa a los Juegos Olímpicos oficiales que ha-

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brían de celebrarse en Berlín pocas semanas después organizados por elrégimen nazi y bajo la presidencia de Hitler (3).

Parece comprobado que los primeros extranjeros que tomaron parteen los combates fueron los mismos atletas y participantes en la OlimpiadaPopular, cuyos hoteles y alojamientos se encontraban en el centro de Bar-celona, donde tendría lugar el choque entre la tropa insurrecta y las fuer-zas leales a la República ayudadas por masas milicianas de obreros arma-dos. Constituían entre 170 y 300 voluntarios no españoles, en su mayoríaanarquistas y comunistas, que actuaban de modo autónomo, totalmenteespontáneo e independiente. A ellos se sumarían en seguida otros extran-jeros recién llegados o incorporados tras el aplastamiento de la subleva-ción barcelonesa: el dirigente comunista alemán Hans Beimler, hábil orga-nizador de la centuria «Thaelmann» con un grupo de compatriotas ycorreligionarios; el socialista italiano Carlo Roselli, comandante de la cen-turia «Giustizia e Libertá» y autor del resonante artículo «Hoy en España,mañana en Italia»; el poeta comunista inglés John Conford, hijo del presti-gioso helenista de la Universidad de Cambridge, etc. (4).

Sin duda alguna, los más famosos exponentes de esa corriente de vo-luntarios llegados espontáneamente a España para ayudar a la Repúblicafueron el escritor inglés George Orwell (1903-1950) y su homólogo francésAndré Malraux (1901-1976). El primero había llegado a Barcelona a finalesde 1936, se enroló por puro azar en una compañía organizada por el semi-trotskista POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y, tras ser retiradodel frente a causa de una herida en abril de 1937, regresaría a Inglaterrapara componer su personalísima visión del conflicto en clave autobiográfica:Homenaje a Cataluña, publicada en 1938. Por su parte, Malraux había llega-do a España al comienzo de la guerra, en esencia como observador oficiosode las autoridades frentepopulistas francesas. Pocas semanas después,organizó y dirigió la «escuadrilla España», una pequeña unidad aérea in-tegrada por pilotos extranjeros que actuó en Barcelona, Madrid y Málagadurante el primer semestre de la guerra. Retirado del combate directo, sededicó a labores de propaganda en favor del gobierno republicano y pu-blicó en 1937 su novela autobiográfica sobre el conflicto: La esperanza (5).

La temprana presencia y entusiasmo de esos voluntarios extranjeros enlas filas republicanas era una manifestación más (junto con las colectas dedinero, ropa, víveres, medicinas, ambulancias, etc.) de la potente corrientede solidaridad con la causa de la República generada en el seno de la opi-nión pública democrática internacional. No en vano, para esos mediospopulares e intelectuales, alertados por las previas victorias de Mussolini yHitler en Abisinia y Renania, España se convertiría rápidamente en el trági-co y decisivo escenario donde se enfrentaban las fuerzas del fascismomundial contra las fuerzas de la democracia y el progreso social. La Españarepublicana se había convertido en la «última causa noble», cuya victoriapodría evitar el enfrentamiento directo entre las democracias occidentales y

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el Eje nazi-fascista. En 1937, W. H. Auden, el más prestigioso e influyentepoeta británico de la década de los treinta, reflejaría fielmente ese valor sim-bólico y moral asumido por la palabra «España» en el poema de igual título:

En esa yerma parcela, ese pedazo arrancado a la ardienteÁfrica y soldado con crudeza a la Europa creadora;en esa meseta surcada de ríos,nuestro pensamiento se hace carne: las formas inquietantes de nuestra fiebrecobran vida y nitidez.

Otro autor británico, Cecil Day Lewis, que posteriormente llegaría a serpoeta laureado del Reino Unido, recogió en su pieza titulada «El volunta-rio» las razones y motivos básicos que llevaron a cientos de ingleses a en-rolarse como combatientes al servicio de la República:

Diles en Inglaterra, si preguntanqué nos trajo a estas guerras,a esta meseta bajo el nocturnograve tropel de estrellas...No fue engaño ni insensatez, ni gloria,venganza o paga: aquí vinimosporque abiertos los ojos no podíanver más que ese camino (6).

La idea de aprovechar esa amplia corriente de solidaridad exteriorpara crear un cuerpo regular de combatientes extranjeros dentro del Ejér-cito republicano fue obra de la dirección de la Internacional Comunista.Hasta hace muy poco, la fecha exacta de la decisión ha sido objeto devarias hipótesis y agrias polémicas. No en vano, los archivos ex-soviéti-cos sobre el particular custodiados en Rusia sólo fueron abiertos breve yparcialmente entre 1992 y 1994, estando en la actualidad virtualmente ce-rrados a la consulta pública de los investigadores. Los propagandistaspro-franquistas durante la guerra civil y los historiadores proclives a esebando con posterioridad han sostenido que la medida se tomó al comien-zo mismo de la contienda, en una reunión clandestina de la dirección dela Comintern celebrada en Praga el 26 de julio de 1936. Por eso mismo,esas fuentes interpretan el fenómeno de las Brigadas Internacionales ex-clusivamente como el «brazo armado de la Comintern»: un ejército mun-dial de comunistas convencidos y adoctrinados que tenía como objetivocontribuir al triunfo de la revolución social en España en beneficio de Staliny la URSS (7).

Pero todo parece indicar que la decisión de proceder a la formación delas Brigadas Internacionales se tomó en la segunda mitad de septiembrede 1936. Según los documentos consultados por varios autores en el Cen-tro Ruso de Conservación y Estudio de la Documentación de Historia Con-temporánea (antiguo Instituto de Marxismo-Leninismo, sito en Moscú), la

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resolución formal fue tomada por el Presidium de la Internacional Comu-nista en una reunión celebrada el día 18 de septiembre, dos de cuyosacuerdos fueron: «proceder al reclutamiento entre los obreros de todos lospaíses de voluntarios con experiencia militar con el fin de su envío a Espa-ña» y «Organizar la ayuda técnica al pueblo español mediante el envío deobreros y técnicos cualificados» (8). Para entonces, los graves reveses mi-litares sufridos por la República desde el comienzo de la guerra (frutocombinado de la no-intervención decidida por las democracias occidenta-les y de la ayuda prestada por Hitler y Mussolini al general Franco) con-vencieron a los dirigentes soviéticos y a los líderes comunistas europeosde la necesidad de intensificar el apoyo moral y material a las fuerzasrepublicanas. Tras obtener la aprobación explícita de Stalin, la Cominterny los partidos comunistas de todo el mundo se volcaron en la compleja ysemi-clandestina organización del reclutamiento y envío de voluntarios an-tifascistas para luchar en España. El diputado comunista francés y secre-tario de la Comintern, André Marty, quedó al frente de todas las labores lo-gísticas, políticas y militares relacionadas con las unidades.

El nuevo gobierno republicano presidido por el socialista FranciscoLargo Caballero aceptó la propuesta de creación de unidades de volunta-rios extranjeros dentro de las filas de su ejército con cierta renuencia por-que su pretensión era sobre todo recibir un armamento y municiones queescaseaban (debido al embargo impuesto por la política de No Interven-ción) y no tanto disponer de más hombres. En cualquier caso, el 12 de oc-tubre de 1936 llegaron a España los primeros quinientos voluntarios de lasdenominadas Brigadas Internacionales, cuya base de entrenamiento yoperaciones quedó establecida en la ciudad de Albacete (suficientementealejada del frente principal y bien comunicada con los puertos levantinos).

3. La entidad y composición de las Brigadas Internacionales

Fruto de la simpatía espontánea por la República que la Comintern supoapreciar y encauzar (pero que en ningún caso creó), el reclutamiento devoluntarios extranjeros entre septiembre de 1936 y el verano de 1938 ex-cedió todas las previsiones y resultó un éxito sin parangón. La cifra exactade voluntarios reclutados resulta probablemente imposible de conocer de-bido a la inexistencia de archivos centrales y fidedignos (ya sea por des-trucciones bélicas o por el carácter semiclandestino del reclutamiento,que impedía la conservación de registros regulares). Por este motivo, lasestimaciones sobre el número total de brigadistas internacionales son muyvariadas y hasta contradictorias.

La propaganda franquista y los historiadores afines siempre han tendidoa ofrecer una cifra numérica muy elevada, a fin de subrayar el caráctercuasi-extranjero de la notable resistencia republicana al avance de las tro-

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pas de Franco. En mayo de 1938, un órgano de prensa insurgente declara-ba que en la España «roja» había 160.000 brigadistas enviados por la Co-mintern. En octubre del mismo año, ese medio también afirmaba: «las Briga-das Internacionales han sido el elemento que ha retrasado la victoria delGeneral Franco». Pasado el fervor bélico, los historiadores pro-franquistashan reducido ese número hasta 125.000 (caso del coronel José Manuel Mar-tínez Bande) o incluso hasta una cifra intermedia entre 45.000 y 100.000(«pero más próxima a esta segunda cifra»: Ricardo de la Cierva) (9).

Por su parte, las fuentes pro-republicanas tampoco ofrecen un númeroaceptado por unanimidad, aun cuando reducen sus dimensiones notable-mente respecto a las ofrecidas por las fuentes franquistas y afines. A títulode ejemplo, la historia «oficial» de las Brigadas Internacionales publicadapor la Academia de Ciencias de la Unión Soviética en 1975 refleja una sor-prendente ambigüedad e imprecisión al respecto. En sus páginas se ofre-cen tres estimaciones bien dispares sobre la entidad numérica de esas uni-dades durante todo el período de la guerra civil. Según cálculos del general«Gómez» (el comunista alemán Wilhelm Zaisser, comandante de una de lasBrigadas Internacionales), el total de efectivos fue de 52.000 hombres. Sinembargo, el general «Walter» (el comunista polaco Karol Swierczewski, co-mandante de otra de las Brigadas) apunta un máximo de 42.000 voluntarios.Finalmente, según el historiador soviético K. L. Maidanik y los dirigentes co-munistas españoles Manuel Azcárate y José Sandoval, la cifra alcanzadaestuvo en torno a los 35.000 hombres durante todo el conflicto (10).

Los estudios históricos más solventes y ponderados también están le-jos de aportar un número comúnmente aceptado, a pesar de que todosellos se basan en el procedimiento de la identificación de los componen-tes por nacionalidades para llegar a una estimación genérica aproximada.Así, por ejemplo, el minucioso estudio de Andreu Castells postula 59.380voluntarios extranjeros en las filas republicanas a lo largo de toda la gue-rra. Sin embargo, los cómputos totales de Jacques Delperrie de Bayacsólo apuntan a unos 35.000 brigadistas internacionales en ese mismo pe-ríodo (11). Las últimas aportaciones historiográficas sobre el tema tiendena considerar excesivos los cómputos de Castells y se aproximan sustan-cialmente a los datos de Delperrie de Bayac. Así sucedía ya en la obra clá-sica de Hugh Thomas sobre la guerra civil española, cuya edición revisa-da de 1976 comentaba al respecto:

El análisis que hace Andreu Castells en su útil estudio, Las Brigadas, es im-presionante; nos deja la cifra de 59.380, pero la evidencia es débil: ¿de dón-de saca el autor la cifra de 15.400 franceses? ¿Por qué se fía más de un libroruso que de un libro italiano al tocar el tema de la participación italiana? (12).

Ese es también el caso de los más recientes estudios independientesllevados a cabo por dos historiadores norteamericanos y uno francés : Ro-

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bert A. Rosentone, Michael Jackson y Rémi Skoutelsky. A juicio del prime-ro, autor de una obra canónica sobre los voluntarios norteamericanos, elnúmero total de extranjeros reclutados fue de algo más de 35.000 hom-bres. Por su parte, Jackson estima que «alrededor de 36.000 extranjerospertenecieron a las Brigadas Internacionales» divididos en dos grupos bá-sicos: 32.000 fueron soldados de tropa y unos 4.000 fueron oficiales y jefes(en esta categoría casi todos eran cuadros comunistas leales a la Comin-tern). Finalmente, Skoutelsky estima su cuantía en un total de 34.111 indivi-duos (32.165 interbrigadistas y el resto «elementos repartidos en el ejérci-to español»). A este número habría que añadir otros 5.000 voluntariosextranjeros espontáneos enrolados en unidades republicanas antes de laformación de las Brigadas. La cifra avanzada por Skoutelsky se ve funda-mentalmente corroborada por un informe del servicio secreto militar rusoelevado al mariscal Voroshilov, comisario de Defensa soviético, el 26 de ju-lio de 1938. Según este documento, procedente del Archivo Militar del Es-tado Ruso y recientemente publicado por Ronald Radosh y sus colabora-dores, a finales del mes de abril la Comintern había registrado a 31.369voluntarios en las Brigadas Internacionales (13).

En conjunto, parece evidente que un número mínimo aproximado de35.000 voluntarios extranjeros, procedentes de más de 50 países de todoslos continentes, formaron en las siete Brigadas Internacionales creadas enel seno del Ejército Popular de la República. También parece demostradoque nunca fueron más de 15.000-18.000 al mismo tiempo y que poco másde 12.000 continuaron en servicio hasta su retirada y repatriación a finalesde 1938 (según el documento del servicio secreto militar ruso precitado, enmarzo de ese año eran 15.992). Estos números globales incluyen en su senola presencia de un corto número de mujeres que actuaron como administra-tivas, traductoras o enfermeras, habida cuenta de la prohibición vigente enel Ejército Repúblicano de que hubiera mujeres en el servicio de armas.

La composición por nacionalidades de estos cuerpos militares ofreceigualmente motivos para el debate en sus cifras exactas, si bien no en susproporciones relativas. Es posible afirmar con seguridad que el contingen-te de voluntarios franceses era ampliamente mayoritario: según Castellsllegaron a ser 15.400, mientras que Delperrie de Bayac los cifra en 9.000(estimación también admitida por Rémi Skoutelsky y confirmada por la do-cumentación soviética publicada por Ronald Radosh: 8.778). El segundocontingente nacional más numeroso era el formado por los alemanes yaustriacos (5.831 según Castells, 5.000 según Delperrie de Bayac y 3.026según las fuentes de Radosh), seguido estrechamente por núcleo de lospolacos (5.411 ó 4.000) y el de los italianos (5.108 ó 3.100). Los voluntariosnorteamericanos y los británicos, según dichos autores, oscilaron entre3.890-2.000 y 3.504-2.000, respectivamente. El único caso en el que las ci-fras de Delperrie de Bayac superan a las de Castells es en relación a losvoluntarios procedentes de países del área balcánica (yugoslavos, grie-

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gos, albaneses y búlgaros): el primero sugiere 4.000 voluntarios frente alos 2.614 del segundo. Castells también apunta a una cifra en torno al mi-llar para los voluntarios procedentes de la América de habla española. Ensu mayoría eran mexicanos, cubanos y argentinos. Hay que subrayar quesólo el gobierno de México prestó apoyo moral y material a sus volunta-rios, a tono con su política de asistencia a la República en la medida desus escasas posibilidades. El resto de los gobiernos fueron abiertamentehostiles al reclutamiento (caso de Italia y Alemania) o veladamente adver-sos (caso de la mayoría de los países europeos firmantes del pacto de NoIntervención).

Dato significativo es que no hubiera voluntarios soviéticos en las Briga-das Internacionales. El contingente militar enviado a España por la Unión So-viética estuvo formado por un máximo de 2.000 personas, mayormente es-trategas, técnicos y especialistas que sirvieron como asesores del Ejércitorepublicano (incluyendo agentes secretos) y que se mantuvieron lejos delfrente para evitar (con éxito) su captura por el enemigo y la consiguientebaza propagandística. De hecho, según el testimonio del desertor soviético,Walter Krivitsky, jefe del servicio de inteligencia militar de la URSS en Europaoccidental hasta finales de 1937, Stalin les había dado una orden tajante alrespecto: «¡Mantenéos fuera del alcance del fuego de artillería!» (14).

A tenor de los diversos estudios monográficos sobre los grupos nacio-nales de brigadistas, cabe afirmar que la afiliación política mayoritaria en-tre los voluntarios era la de demócratas y progresistas antifascistas y nonecesaria ni exclusivamente la de comunistas de inspiración u obedienciasoviética. En este sentido, es poco acertado considerar que las BrigadasInternacionales fueran únicamente «el ejército de la Comintern», comohan subrayado siempre los autores pro-franquistas y han recogido recien-temente historiadores como R. Dan Richardson y César Vidal en sus estu-dios sobre el tema. Más certero al respecto es el juicio de Rémi Skoutelsky:«Las Brigadas Internacionales fueron un verdadero ejército, con lo queeso supone de elementos de rigidez, y estuvieron constituidas por volunta-rios. Sus cuadros, estalinistas, tuvieron que coexistir con miles de briga-distas que no lo eran». Un juicio éste corroborado por un informe del gene-ral Walter para Voroshilov de enero de 1938 al referirse a la XV Brigada: «elcomandante de la Brigada y más del 80 por ciento de los oficiales son co-munistas» (15). Los núcleos de voluntarios alemanes e italianos eran losmás declaradamente comunista (del 60 al 80 por ciento), formados comoestaban por veteranos activistas de esa ideología exiliados de la Alemanianazi y la Italia fascista. Entre los efectivos franceses, el componente de co-munistas se ha estimado entre el 40 y 50 por ciento del total. Finalmente,entre el grupo de voluntarios procedentes de Gran Bretaña y los EstadosUnidos, los comunistas representaban menos de la mitad de los reclutados.

Por lo que respecta a su procedencia social, los voluntarios internacio-nales eran abrumadoramente hijos de la clase obrera y de los sectores po-

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pulares humildes (más del 80 por ciento). También es cierto que existíauna significativa presencia de elementos intelectuales y cultivados, comoapuntaría sorprendido el general Molesworth en su informe reservado parael gobierno británico. A título de ejemplo, cabe señalar que entre las másde quinientas bajas mortales sufridas por los voluntarios británicos se ha-llaban tres jóvenes poetas de cierto renombre: John Conford, ChristopherCaudwell y Ralph Fox. A ellos cabría añadir el nombre de un camillero nocombatiente, el poeta Julian Bell, hijo de la pintora Vanessa Bell y sobrinode la escritora Virginia Woolf. En cuanto a la edad, la mayoría de los volun-tarios eran relativamente jóvenes. Los alemanes e italianos eran los másmaduros, en consonancia con su calidad de exiliados políticos forzosos ycon un pasado de militancia política o sindical en sus respectivos países.Por el contrario, aproximadamente el 70 por ciento de los brigadistas nor-teamericanos eran menores de 30 años, mientras que la gran mayoría delos británicos oscilaban entre los 25 y los 35 años (16).

Un último aspecto destacable en la composición de las Brigadas Inter-nacionales es su naturaleza interracial. Se calcula que alrededor de 7.000judíos (quizá incluso unos 10.000) formaron parte de las mismas, distribui-dos en distintos contingentes nacionales (polacos, alemanes, austriacos,franceses, estadounidenses, etc.). Sin duda, el porcentaje de polacos en-tre los brigadistas de origen judío era ampliamente mayoritario (superandolos 2.200). Entre los voluntarios norteamericanos, la proporción ascendía acasi un tercio del total (alrededor de 1.200). Dentro del contingente británi-co, el número de judíos pudo oscilar entre los 150 y los 200. Aparte deotras motivaciones políticas o ideológicas, parece que la idea de luchar di-rectamente contra el antisemitismo beligerante de las potencias del Eje fueuna razón poderosa en esa alta proporción de reclutados de origen o con-fesión judía (17).

También resulta notable la presencia en las Brigadas Internacionalesde un número considerable de voluntarios negros. En el contingente norte-americano su entidad pudo alcanzar el centenar, probablemente la mitaddel total de brigadistas internacionales de color. El más famoso de todosfue sin duda el capitán Oliver Law, que llegó a ser comandante del Bata-llón Lincoln de la XV Brigada y se convirtió así en el primer oficial negro alfrente de una tropa mayormente blanca (18).

4. El papel militar de las Brigadas en la guerra

Este ejército verdaderamente internacional, único en la historia por su nú-mero, su extensa procedencia geográfica, su naturaleza inter-racial y sucarácter plenamente voluntario y no mercenario, combatiría como fuerzade choque en casi todas las batallas de la contienda española (Madrid,Jarama, Guadalajara, Brunete, Levante, Ebro, etc.). Su contribución a la

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defensa de la República fue clave y fundamental, no tanto por su estrictovalor militar (por otra parte indudable) sino por el ejemplo de solidaridadinternacional que demostraban y por el modelo de disciplina y eficaciaque ofrecieron a las maltrechas y desmoralizadas tropas republicanas. Asílo apreció desde el primer momento un temprano voluntario británico, TomWintringham, militante comunista que contaba con 38 años y llegaría a ob-tener el grado de capitán en las Brigadas: «¿Cómo lograr que estos espa-ñoles increíblemente valientes comprendan el arte, la ciencia y la disciplinade la guerra? Por medio del ejemplo y del entrenamiento que proporcionenlos extranjeros» (19).

Debe subrayarse que las Brigadas Internacionales fueron unidades mi-litares integradas totalmente en el seno del Ejército Popular de la Repúbli-ca (compuesto por 225 brigadas en conjunto), sin capacidad de actuaciónautónoma, mantenidas relativamente al margen de la lucha política interna(en la medida en que sus mandos estaban dominados por la Comintern) ysujetas a las órdenes y disciplina del Estado Mayor republicano. Nuncafueron nada parecido a los cuerpos de ejército italiano que lucharon con elbando franquista y que libraron varias batallas de modo casi independien-te hasta que la derrota de Guadalajara (marzo de 1937) cortó sus alas y losforzó a someterse a la disciplina y estrategia dictada por el Cuartel Gene-ral del Generalísimo Franco.

Su llegada al frente de combate no pudo ser más oportuna y necesaria.El 9 de noviembre de 1936, en pleno asalto frontal de las tropas nacionalis-tas sobre Madrid, la XI Brigada Internacional, compuesta por 1.900 volun-tarios (en su mayoría alemanes), hizo frente al enemigo en el castigadosector de la Ciudad Universitaria. Testimonio de su capacidad de resisten-cia y firmeza es el saldo de víctimas mortales recogido: en apenas ochodías de combate sus efectivos sufrieron un 40 por ciento de pérdidas. Elmismo patrón de eficacia y estoica perseverancia lo ofreció la XII Brigada,integrada fundamentalmente por italianos, que entró en combate en elfrente madrileño a finales de noviembre de 1936. Las Brigadas número XIII

y XIV, ambas con mayoría de voluntarios franceses, se sumaron a los com-bates en distintos frentes a lo largo del duro invierno de diciembre de1936. La XV Brigada, integrada esencialmente por angloparlantes, tuvo subautismo de fuego en la cruenta batalla del Jarama (febrero de 1937). Enjulio de 1937 y en febrero de 1938 se formarían las dos últimas BrigadasInternacionales: la número 150 (en la que predominaba la lengua húngara)y la 129 (en la que eran mayoritarias las lenguas balcánicas). La primeradesaparecería tras la penosa batalla de Brunete (agosto de 1937), en tan-to que la segunda se estrenó en la agotadora ofensiva de Levante (marzoy abril de 1938) (20).

La enorme cuota de sangre dejada por todos los brigadistas en losfrentes de batalla de Madrid, valle del Jarama, carretera de Guadalajara,alrededores de Brunete, ribera del Ebro, etc. acreditó su firme e irrevoca-

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ble compromiso con la causa republicana. Según cómputos de Castells,aproximadamente 10.000 voluntarios extranjeros perdieron la vida durantela guerra: el 16,7 por ciento de todos los brigadistas. Un porcentaje supe-rior al 50 por ciento de los efectivos totales sufrió heridas de combate decierta gravedad pero recuperables. Algo más del 10 por ciento recibieronheridas que dejaron lesiones irreversibles. En torno al 12,9 por ciento ca-yeron prisioneros, desertaron o desaparecieron. Sólo una décima parte delos brigadistas salió completamente indemne de la trágica arena españo-la. Esta hemorragia continua e imparable, insuficientemente compensadapor el arribo de nuevos reclutas desde el exterior, fue el motivo que llevódesde muy pronto a reemplazar las bajas con soldados del país. De hecho,a partir del verano de 1937, la mayoría de los integrantes de las seis briga-das internacionales ya no eran propiamente extranjeros sino reclutas espa-ñoles ordinarios: en enero de 1938, según informes del servicio secreto mili-tar ruso, «en la mayoría de las Brigadas y unidades el porcentaje deespañoles ha alcanzado el impresionante nivel del 60-80 por ciento» (21).

Ese distinguido historial militar no oculta el hecho cierto de que en elseno de las Brigadas Internacionales también se registraran los habitualesincidentes y problemas característicos de todo cuerpo armado sometido acontinuas operaciones de desgaste bélico. Así, por ejemplo, los propiosmandos de las unidades fueron muy conscientes de las ocasionales difi-cultades de relación entre voluntarios extranjeros y soldados españoles,de la latente hostilidad entre individuos y colectivos de diferentes naciona-lidades (parece que había mucha antipatía por los franceses e incluso bro-tes de xenofobia antisemita) y de la presencia de espías, aventureros, in-deseables, saboteadores y desertores entre sus castigadas filas. Lavoluntad de erradicar esas lacras y los duros medios empleados para ellofueron uno de los motivos de la merecida mala fama cosechada por AndréMarty, que no dudó en emplear las sanciones más extremas contra los vo-luntarios sospechosos de cobardía, traición o simpatías trotskistas (inclui-do el fusilamiento y el envío como castigo a líneas muy expuestas). Así, porejemplo, en el informe ya citado del general Walter para Voroshilov sedaba cuenta de que durante el mes de noviembre de 1937 se habían re-gistrado 14 deserciones en la XI Brigada (de 2.899 efectivos), que las rela-ciones entre voluntarios de diversas nacionalidades no eran plenamentecordiales y que existía un complejo de superioridad respecto de los solda-dos españoles integrados en filas. El deterioro de la moral y capacidad delas unidades con el paso del tiempo y la sucesión de derrotas queda igual-mente comprobado por el informe secreto elaborado por el comisario de laXIV Brigada un mes más tarde, en febrero de 1938. Custodiado en el Archi-vo Militar del Estado Ruso y publicado por Ronald Radosh y su equipo, a élpertenecen estos comentarios realistamente crudos (y que tanto se apli-can a efectivos internacionales como españoles):

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Información concerniente a los refuerzos para la XIV BrigadaMuchos borrachines.Muchos descontentos.Muchos vagabundos. Unos pocos tipos decentes perdidos entre el resto, alos que habría que sacar de inmediato de ese ambiente.(...)Mi impresión personal es que nos encontramos en una situación muy delica-da (22).

En cualquier caso, al margen de los problemas internos y progresivadecadencia que fue minando la eficacia de las Brigadas Internacionales,los supervivientes de aquellas épicas y legendarias unidades merecen elrespeto de los españoles de hoy y su bien ganada carta de ciudadanía,aunque sólo fuera por su desinteresado ofrecimiento de su propia vida, ju-ventud e integridad física, más allá de otras consideraciones políticas o his-tóricas. Al cabo de casi sesenta años de espera paciente, una pequeña mi-noría octogenaria ha visto cumplirse la promesa hecha por el doctor Negrínen el momento amargo de la retirada que precedió a la derrota. A juzgar porlos homenajes celebrados en otros países, también parece que se estácumpliendo un pronóstico avanzado por el doctor Negrín en aquel mismodiscurso de septiembre de 1938, cargado de emoción y reconocimiento:

España no olvidará a los que cayeron en nuestros campos de batalla ni a losque aún luchan; pero no creo equivocarme si digo que sus propios países sesentirán orgullosos de ellos, lo que será la más alta recompensa moral quepuedan recibir.

NOTAS

(1) Informe remitido por el general Molesworth al Ministerio de la Guerra británi-co, 8 de noviembre de 1938. Recogido en Enrique Moradiellos, La perfidia de Al-bión. El gobierno británico y la guerra civil española, Madrid, Siglo XXI, 1996, p. 330.

(2) League of Nations, Official Journal (Special Supplement, Number 183), 21de septiembre de 1938, p. 90. Un resumen del informe final de la comisión interna-cional se halla en las memorias del embajador republicano en Gran Bretaña: Pablode Azcárate, Mi embajada en Londres durante la guerra civil, Barcelona, Ariel, 1976,pp. 393-395.

(3) La bibliografía sobre las Brigadas Internacionales es numerosa y, por lo ge-neral, muy beligerante en uno u otro sentido. Dos obras destacan especialmentepor su entidad temática y ponderación de análisis: el estudio del francés JacquesDelperrie de Bayac, Las Brigadas Internacionales, Gijón, Júcar, 1980 (primera edi-ción francesa, 1968); y el voluminoso libro de Andreu Castells, Las Brigadas Inter-nacionales de la guerra de España, Barcelona, Ariel, 1974. Una puesta al día ecuá-nime la ofrece el norteamericano Michael Jackson, Fallen Sparrows. TheInternational Brigades in the Spanish Civil War, Filadelfia, American Philosophical

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Society, 1994. Una revisión crítica más reciente y discutible del tema en César Vidal,Las Brigadas Internacionales, Madrid, Espasa, 1998.

(4) La Academia de Ciencias de la Unión Soviética es responsable de una obrade marcado tinte hagiográfico pero cuyos diversos capítulos ofrecen un examen in-teresante del apoyo prestado por varias naciones a la causa republicana: Internatio-nal Solidarity with the Spanish Republic, 1936-1939, Moscú, Editorial Progreso,1975.

(5) Jean Lacouture, André Malraux. Una vida en el siglo, 1901-1976, Valencia,Edicions Alfons el Magnànim, 1992. Peter Stansky y William Abrahams, Orwell: TheTransformations, Nueva York, Knopf, 1980. Murray A. Sperber, «Los escritores ingle-ses», y W. G. Langlois, «Malraux y la transformación literaria de lo real», ambos enMarc Hanrez (editor), Los escritores y la guerra de España, Barcelona, Monte Ávila,1977, pp. 47-61 y pp. 296-317.

(6) Román Álvarez Rodríguez y Ramón López Ortega (eds.), Poesía anglo-nor-teamericana de la guerra civil española. Antología bilingüe, Salamanca, Junta deCastilla y León, 1986, pp. 19-21 y p. 121. Cfr. Stanley Weintraub, The Last GreatCause: the Intellectuals and the Spanish Civil War, Londres, W.H. Allen, 1968.

(7) La cita textual se recoge en la historia oficial de la guerra civil escrita por elEstado Mayor Central del Ejército franquista, Síntesis histórica de la Guerra de Libe-ración, 1936-1939, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1968, p. 66. En la misma línease sitúan el coronel José Manuel Martínez Bande, La intervención comunista en laguerra de España, Madrid, Servicio Informativo Español, 1965; y Ricardo de la Cier-va, Leyenda y tragedia de las Brigadas Internacionales, Madrid, Prensa Española,1971. Este último autor es responsable de una obra reciente del mismo cariz: LasBrigadas Internacionales, 1936-1996, Madrid, Fénix, 1997. Una versión más tem-prana y extrema en Adolfo Lizón Gadea, Brigadas Internacionales en España, Ma-drid, Editora Nacional, 1940.

(8) El acta de dicha reunión ha sido consultada y publicada por Rémi Skou-telsky, L’Espoir guidait leurs pas. Les volontaires français dans les Brigades Interna-tionales, París, Grasset, 1998, pp. 53-54; y por Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo,Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España, 1919-1939, Barcelona,Planeta, 1999, pp. 303 y 324. El testimonio posterior de Walter Krivitsky, jefe del ser-vicio de inteligencia militar soviético en Europa occidental hasta fines de 1937(cuando desertaría a los Estados Unidos), confirma que hasta el 14 de septiembreno se tomó en Moscú la decisión de organizar las Brigadas Internacionales. WalterG. Krivitsky, Yo, Jefe del Servicio Secreto Militar Soviético, Madrid, s. e., 1945, pp.128-129. Se trata de una versión española selectiva y manipulada del texto originalinglés: I Was Stalin’s Agent, Londres, Hamish Hamilton, 1939. A pesar de sus oca-sionales errores y propósito auto-exculpatorio, el testimonio de Krivitsky en estetema resulta fidedigno y está avalado por otras fuentes. Cfr. Christopher Andrew yOleg Gordievsky, KGB. The Inside Story of its Foreign Operations from Lenin to Gor-bachev, Londres, Hodder & Stoughton, 1990, pp. 122-124 y p. 594, nota 22.

(9) Spanish Press Services, 2 de mayo y 27 de octubre de 1938. Se trataba deun boletín diario de noticias editado por los servicios de prensa y propaganda na-cionalistas en Londres. J. M. Martínez Bande, op. cit., p. 139; R. de la Cierva, op.cit., p. 174.

(10) Academia de Ciencias de la URSS, International Solidarity with the SpanishRepublic, 1936-1939, Moscú, Editorial Progreso, 1975, p. 367 (nota 1) y p. 370. Se-gún el texto, la alta cifra del general «Gómez», basada en los registros de entrada a

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la base de Albacete, se explicaría porque en ella se incluyen los voluntarios que re-gresaron a dicha base como heridos en el frente. Cfr. Vincent Brome, The Internatio-nal Brigades, Nueva York, Morrow, 1966.

(11) A. Castells, op. cit., p. 377. J. Delperrie de Bayac, op. cit., p. 324.(12) Hugh Thomas, La guerra civil española, Barcelona, Grijalbo, 1985, vol. 2,

p. 1050. La primera edición de esta influyente obra había sido publicada en Londresen 1961.

(13) Robert A. Rosentone, «International Brigades», en James Cortada (ed.),Historical Dictionary of the Spanish Civil War, Wesport, Greenwood Press, 1982,pp. 267-269. Michael Jackson, Fallen Sparrows. The International Brigades in theSpanish Civil War, pp. 65 y 69. R. Skoutelsky, L’Espoir guidait leurs pas, p. 330. Ro-nald Radosh, Mary R. Habeck y Grigory Sevostianov (eds.), España traicionada.Stalin y la guerra civil, Barcelona, Planeta, 2002, p. 549.

(14) Walter G. Krivitsky, Yo, Jefe del Servicio Secreto Militar Soviético, pp. 123 y127.

(15) R. Dan Richardson, The Comintern Army. The International Brigades in theSpanish Civil War, Lexington, University Press of Kentucky, 1982. César Vidal, LasBrigadas Internacionales, Madrid, Espasa-Calpe, 1998; idem, «La victoria secretade las Brigadas Internacionales», La aventura de la historia, núm. 4, 1999, pp. 22-29.R. Skoutelsky, op. cit., p. 263. R. Radosh y otros, España traicionada, p. 523.

(16) Robert A. Rosentone, Crusade of the Left. The Lincoln Battalion in the Spa-nish Civil War, Nueva York, Pegasus, 1969. Cecil Eby, Voluntarios norteamericanosen la guerra civil española, Barcelona, Acervo, 1974 (edición original en inglés,1969). Bill Alexander, British Volunteers for Liberty, Londres, Lawrence and Wishart,1982. Hywel Francis, Miners Against Fascism. Wales and the Spanish Civil War, Lon-dres, Lawrence and Wishart, 1984. Randolfo Pacciardi, Volontari italiani nella Spag-na republicana. Il Battaglione Garibaldi, Lugano, Nuove Edizione di Capolago,1948. Rémi Skoutelsky, L’Espoir guidait leurs pas. Les volontaires français dans lesBrigades Internationales. Arnold Krammer, «Germans against Hitler. The ThaelmannBrigade in the Spanish Civil War», Journal of Contemporary History, vol. 4, núm. 2,1969, pp. 65-82. Gino Baumann, Los voluntarios latinoamericanos en la guerra civilespañola, Costa Rica, Ed. Guayacán, 1997.

(17) David Diamant, Combattants Juifs dans l’Armée Républicane Espagnole,París, Editions Renouveau, 1979. Alberto Fernández, «Judíos en la guerra de Espa-ña», Tiempo de Historia (Madrid), núm. 10, 1975, pp. 4-15. Robert A. Rosentone,Crusade of the Left, p. 100. Tom Buchanan, Britain and the Spanish Civil War, Cam-bridge, Cambridge University Press, 1997, p. 126.

(18) Los detalles sobre Law en el magnífico estudio sobre el papel militar de lasBrigadas realizado por Ken Bradley y Mike Chappell, International Brigades inSpain, 1936-1939, Londres, Osprey, 1994.

(19) Tom Wintringham, English Captain, Londres, Faber, 1939, p. 29. Nacido en1898 y fallecido en 1949, Wintringham era veterano de la Gran Guerra y correspon-sal militar del diario comunista Daily Worker. Voluntario en España desde poco des-pués de iniciada la guerra, llegó a ser segundo comandante del Batallón Británicode la XV Brigada.

(20) Al margen del estudio ya citado de Ken Bradley y Mike Chappell, Interna-tional Brigades in Spain, los mejores y más completos relatos sobre el historial y ser-vicios militares de las Brigadas se ofrecen en A. Castells, op. cit.; y J. Delperrie deBayac, op. cit. También debe mencionarse la más reciente monografía de Santiago

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Álvarez (dirigente comunista y ex-comisario político del ejército republicano), Histo-ria política y militar de las Brigadas Internacionales, Madrid, Compañía Literaria,1996. Igualmente interesante es el trabajo de Gabriel Cardona, «Las Brigadas Inter-nacionales y el Ejército Popular», en Manuel Requena Gallego (coord.), La GuerraCivil española y las Brigadas Internacionales, Cuenca, Universidad de Castilla-LaMancha, 1988, pp. 71-81.

(21) Informe del general Walter, fechado el 14 de enero de 1938. Reproducidoíntegramente en Ronald Radosh y otros, España traicionada, pp. 512-540 (cita enpp. 528-529).

(22) El informe está fechado el 11 de febrero de 1938 y se reproduce íntegra-mente en R. Radosh y otros, España traicionada, pp. 541-542. Del informe del gene-ral Walter citado en nota previa proceden las crudas noticias sobre desertores, bro-tes de antisemitismo, «francofobia casi transparente», dificultades de relación conlos mandos militares españoles y actitudes de superioridad de los internacionaleshacia los españoles.

VIII. NOTAS PARA INICIAR LA CONSULTA ARCHIVÍSTICA

La formación de un estudiante universitario de Historia no puede darsepor concluida hasta que haya visitado y trabajado, siquiera sumariamente,en un Archivo histórico. No en vano, los archivos son los auténticos labo-ratorios y despachos en los que el historiador entra en contacto y examinael material histórico disponible como documentación (documentum, vo-cablo derivado del verbo latino docere: enseñar, instruir), que le sirve ne-cesariamente como soporte y apoyatura para la redacción del relato na-rrativo sobre el pasado histórico.

La palabra «archivo» procede del término griego clásico αϕρχει ]ον(archeion), que denotaba el habitáculo donde se conservaban los diplo-mas y documentos públicos de interés especial para las polis: las leyes, tra-tados, decretos, sentencias judiciales, etc., que regulaban la vida internade la ciudad-Estado y sus relaciones con el exterior. Tenía, por tanto, unafunción administrativa esencial: la custodia y preservación de esa docu-mentación de importancia especial para los Estados y las sociedades co-rrespondientes. Las civilizaciones egipcias y mesopotámicas también ha-bían conocido la existencia de «archivos» semejantes en los templos ypalacios, donde se conservaban los anales y diarios de las actividades ad-ministrativas, los documentos de asuntos de Estado, las memorias decampañas militares, los censos de riqueza agraria, etc. Así lo demuestranlas últimas investigaciones arqueológicas, según relataban recientementedos archiveros en su instructivo manual de iniciación a la materia:

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¿Desde cuándo existen los archivos, si es que tienen un origen conocido? Enagosto de 1996 la prensa recogía una noticia asombrosa a simple vista: el descu-brimiento de los restos del bíblico Reino de Canaan (3000 a. C.) por parte de unosarqueólogos españoles en Israel. Tras siete años de trabajo, habían sacado a la luzlos archivos reales de los cananeos en la ciudad de Hatzor, uno de los mayorescentros comerciales de la época. Aunque este hallazgo arqueológico reviste granimportancia, nada tiene de extraño, pues los archivos y su documentación —obje-to de la archivística— son tan antiguos como la organización social de la humani-dad, y aparecen con los primeros enclaves urbanos hace más de cinco mil años 7.

En la Roma republicana e imperial era el Tabularium el lugar dondese guardaban, entre otras cosas, las tabulae, las leyes grabadas en tablas debronce. Por su parte, los Estados medievales y renacentistas acostumbra-ban a guardar la documentación importante en las propias cancilleríasdonde se generaba y se hacían las copias necesarias de cada texto y docu-mento.

Muchos de los actuales archivos históricos tienen su origen en los re-positorios documentales que se fueron creando en esa época tardomedie-val y renacentista, a medida que se conformaban y consolidaban los mo-dernos Estados europeos y su burocracia administrativa permanente. Porejemplo, el Archivo de la Corona de Aragón (hoy radicado en el Palaciode los Virreyes de la ciudad de Barcelona) parece tener su base en las dis-posiciones del rey Jaime I hacia 1260, ordenando concentrar y custodiaren un solo lugar todos los documentos del reino. Sería el rey Jaime II deAragón el que crearía formalmente el archivo en el año 1318 como archi-vo real. Por su parte, en 1543 el emperador Carlos I dispuso también quese concentraran en el castillo y fortaleza de Simancas (Valladolid):

... ciertas escrituras concernientes a nuestra real corona y real patrimonio y a otrascosas para que en ésta estén mejor guardadas y puedan ser consultadas más fácil-mente por nuestros fiscales y por las personas que hayan menester 8.

Su hijo, Felipe II, confirmó al castillo de Simancas en esa función, porlo que sigue siendo todavía hoy el archivo esencial para trabajar sobre lahistoria moderna de la Corona española (desde la época de los Reyes Ca-tólicos hasta el triunfo de la Revolución Liberal en 1834). No en vano, en

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7 Ramón Alberch Fugueras y José Ramón Cruz Mundet, ¡Archívese! Los documentos delpoder. El Poder de los documentos, Madrid, Alianza, 1999, p. 11.

8 Recogido en Vicenta Cortés, Archivos de España y América. Materiales para un manual,Madrid, Universidad Complutense, 1979, p. 47.

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1588 el llamado «rey prudente» firmó la instrucción de uso consideradael primer reglamento de archivos del mundo. Siglos más tarde, en 1785, elrey Carlos III procedió a concentrar toda la documentación relativa a losterritorios de Ultramar en un edificio sevillano, la Casa de Lonja, que to-davía hoy alberga el Archivo de Indias. Se trata en este caso de un centroesencial para conocer la historia de la colonización española de América ypara estudiar el devenir de las nuevas sociedades hispano-americanas des-de finales del siglo XV y hasta principios del siglo XIX.

Todos esos archivos eran instrumentos de la práctica administrativade los Estados; centros donde se custodiaban y organizaban los fondosdocumentales con una intención utilitaria y pragmática, al servicio ex-clusivo de las necesidades del funcionamiento de la administración esta-tal. En esa calidad, los archivos cumplían entonces y cumplen ahora unatriple funcionalidad: recogen y «almacenan» la documentación genera-da; la conservan y preservan en forma segura y ordenada; y la sirven y re-cuperan cuando es requerida para consulta por las necesidades de fun-cionamiento de la Administración. La profesora Antonia HerediaHerrera, autora de un manual canónico sobre archivística, elaboró haceya años una acertada definición técnica que sistematiza esas funcionescon claridad:

Archivo es el depósito donde se guardan organizada y ordenadamente los testi-monios escritos, gráficos o audiovisuales producidos por cualquier institución pú-blica o privada, conservados con el doble fin de garantizar derechos de los admi-nistrados o de servir de fuentes para la investigación 9.

La extraordinaria importancia práctica de esas instituciones llamadasarchivos para la vida social e institucional (y también para la individual decada ciudadano) cabe apreciarla con un mero supuesto: ¿Qué pasaría sise destruyeran los archivos de la Cámara de Propiedad Urbana y Rural enuna región, municipio o pueblo? ¿Y si resultaran eliminados sin copia vá-lida los expedientes universitarios de los alumnos que estuvieran cursan-do o hubieran cursado sus planes de estudio en una universidad determi-nada? ¿Cómo podría acreditarse entonces la propiedad efectiva y legal deuna casa, garaje o local sin tener acceso a esos fondos probatorios y enpresencia de varios demandantes enfrentados en sus pretensiones? ¿Dequé modo se recuperarían las notas y calificaciones, incluso la condición

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9 Antonia Heredia Herrera, Archivística. Estudios básicos, Sevilla, Diputación Provin-cial de Sevilla, 1981, p. 170.

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de licenciado o diplomado, de los estudiantes afectados por la pérdida desus expedientes y que verían ahora puesta en cuestión su calidad de tales?Con buen criterio, los archiveros Ramón Albech Fugueras y José RamónCruz Mundet han subrayado esta razón práctica, social tanto como indi-vidual, que está detrás de la aparición del archivo:

¿Sabía usted que cuando solicita una partida de nacimiento, un certificado deconvivencia, cuando consulta los planos de su vivienda antes de iniciar una obra,se certifica que está al corriente del pago de los impuestos o se calcula su pensiónde jubilación, hace falta que alguien haya previamente organizado esos y muchísi-mos otros documentos? ¿Recuerda el mal trago pasado cuando alguna vez no haencontrado ese papel que tan afanosamente buscaba? ¿Y las pérdidas que esto leha supuesto? (...) ¿Le han dicho alguna vez «vuelva usted mañana, no aparece elexpediente»? ¿Se han perdido en el hospital las placas de sus bronquios o los últi-mos análisis clínicos? 10.

La aparición del Archivo Histórico como nueva realidad y conceptoes un producto del siglo XIX y fue un factor esencial en la conformaciónde la historia como ciencia social y humana.

A diferencia de los archivos previos, los archivos históricos no tienenla finalidad pragmática y utilitaria inmediata de atender las necesidadesde la administración estatal. Por el contrario, suelen recoger la documen-tación considerada inservible desde un punto de vista administrativo, yasea porque sus fondos pertenecen a tiempos muy lejanos y no relevantespara la práctica actual o porque ha caducado su utilidad funcional y vi-gencia administrativa. En ellos se recoge y custodia aquella documenta-ción que se considera un bien de importancia cultural o patrimonio histó-rico documental de un país. En cualquier caso, los nuevos archivoshistóricos pasaron a ser el repositorio esencial de la materia prima con laque iban a trabajar los historiadores: el «almacén» especial donde se cus-todia y preserva la documentación generada en el pasado, que sirve comoprueba principal para la elaboración del relato historiográfico y es el cri-terio y garante básico para determinar su veracidad. Así, en 1838 quedóconstituido en Inglaterra el Public Record Office (hoy rebautizado comoThe National Archives), con sede en el condado de Surrey, cerca de Lon-dres (dirección de acceso en la red: www.nationalarchives.gov.uk). En Es-paña, el Archivo Histórico Nacional fue establecido en Madrid en el año1866, reinando todavía Isabel II, a instancias de la Real Academia de la

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10 R. Alberch y J. R. Cruz, ¡Archívese! Los documentos del poder. El poder de los docu-mentos, p. 7.

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Historia y con la finalidad básica de disponer de los fondos incautadospor el Estado a las órdenes religiosas en virtud de las leyes desamortiza-doras. Su página de acceso en la red está alojada en el portal del Ministe-rio de Cultura como responsable último de los archivos estatales en Espa-ña: www.mcu.es/archivos/index.

Utilizar los archivos en el trabajo de investigación histórica exige,como primera medida, informarse de los fondos documentales custodia-dos en cada uno de ellos. Para satisfacer este fin, los archivos disponen deunos «instrumentos de descripción» que proporcionan los datos más im-portantes sobre las peculiaridades logísticas de la institución (emplaza-miento, dirección, horarios, teléfonos de contacto...), la naturaleza y ori-gen de la documentación disponible en los mismos, su organización yclasificación interna, los medios para su localización y su consulta en lasala de investigadores, y los servicios disponibles en sus instalaciones (re-prografía, fotografía, petición anticipada, etc.). Se trata de las respectivasGUÍAS, INVENTARIOS, CATÁLOGOS, ÍNDICES, RELACIONES (enumerados se-gún su mayor o menor detallismo descriptivo).

Así, por ejemplo, la guía es un instrumento de descripción que sueleproporcionar una información general y panorámica sobre la historia delarchivo, así como sobre las características de las instalaciones, los fondos,el horario de apertura, los criterios de acceso y otros servicios disponi-bles. Por su parte, el inventario se concentra en la descripción más deta-llada y precisa de uno de los fondos documentales (secciones o series) quecomponen el archivo y prescinde de otros aspectos más generales y prag-máticos. Y finalmente el catálogo tiene la finalidad de describir muchomás exhaustivamente las piezas y unidades documentales que formanparte singular de un fondo archivístico en razón de algún criterio (afini-dad temática, cronológica, paleográfica o formal). Desde luego, la lecturaatenta de estos instrumentos de descripción es inexcusable para comen-zar seriamente una investigación histórica, del tipo y alcance que sea.Como mínimo, la consulta de las guías de los archivos de interés para lainvestigación en curso (muchas de ellas disponibles ya en la red y abiertasa la lectura pública) es un primer paso imprescindible en la planificacióndel trabajo del historiador.

También resulta conveniente conocer ciertos datos mínimos de la téc-nica archivística de organización, clasificación y ordenación de los fondosdocumentales, a fin de entender con precisión la información proporcio-nada por las guías, inventarios, catálogos o índices. Sobre todo convieneapreciar lo que suele denominarse el «Cuadro de Clasificación» del Ar-chivo, donde se estructuran los fondos en grupos de identidad propia y

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con una relación jerárquica de mayor a menor: secciones, series, legajos,carpetas, expedientes, unidades documentales, etc. Para obtener este mí-nimo conocimiento de las formas de clasificación y ordenación archivísti-ca resulta útil la consulta de algún estudio introductorio pertinente, comopudiera ser el ya citado de Vicenta Cortés o el más recientemente elabora-do por José Ramón Cruz Mundet: Manual de Archivística (Madrid, Fun-dación Germán Sánchez Ruipérez, 2001).

Por ejemplo, cualquier investigador debe saber que todo archivo, enla medida en que puede contar con materiales documentales de naturale-za muy diversa por procedencia, origen o formato, tiende a clasificar lamisma en grandes subunidades homogéneas denominadas por conven-ción SECCIONES. Estas secciones dentro del archivo tienden a ser gruposde documentación procedente de una misma institución u organismo ad-ministrativo particular (respetando así el criterio de procedencia o géne-sis en la clasificación primaria de los fondos del archivo). Según la termi-nología archivística normalizada, la sección puede definirse de este modo:«Cada una de las divisiones primarias del «cuadro de clasificación» de unarchivo que puede corresponder a una parte de un fondo, a un fondo o aun conjunto de fondos» 11.

Así, a título meramente ilustrativo, el Archivo Histórico Nacional es-pañol (en adelante citado por sus siglas: AHN) dispone de varias secciones(11 en total) donde se agrupan colecciones documentales afines o genera-das por el mismo organismo institucional o entidad administrativa. Lasección I corresponde a «clero secular y regular» (clave de signatura CL),que comprende los fondos de los casi 3.000 archivos de monasterios ycentros incautados por el Estado durante la desamortización de bienesreligiosos del siglo XIX (y que cuenta con más de 10.000 legajos, 21.000 li-bros y 3.971 carpetas). La sección II engloba «Órdenes Militares» (clavede signatura OM), está formada por los archivos de las órdenes de Santia-go, Calatrava, Alcántara y Montesa, y cuenta con casi 9.000 legajos y másde 2.000 libros en su fondo. La sección III corresponde a «Estado» (clavede signatura E), que recoge el archivo de lo que fuera la Secretaría delDespacho de Estado desde su fundación en tiempos de Felipe V y hasta lamuerte de Fernando VII (con 8.767 legajos, 1.056 libros y 2.454 carpe-tas). La sección IV comprende «Universidades» (clave de signatura UN) ysu núcleo principal lo constituye el Archivo de la Universidad Complu-

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11 Rosana de Andrés Díaz, María Luisa Conde Villaverde y Concepción Contel Barea,Diccionario de terminología archivística, Madrid, Subdirección general de los Archivos Esta-tales, 1995, p. 50.

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tense, fundada por el cardenal Cisneros en 1499, y algunas otras institu-ciones educativas del Antiguo Régimen (con más de 7.000 legajos, 1.439libros y 25 carpetas). La sección V es la de «Sigilografía» (clave de signa-tura S) y recoge una colección de más de 3.000 sellos de cera, plomo,placa y lacre de época medieval y moderna, además de unos 15.000 se-llos en tinta del siglo XIX procedentes de organismos de la administra-ción pública estatal. La sección VI se denomina «Inquisición» (clave designatura I) y conserva cerca de 7.000 legajos y libros procedentes delos tribunales del Consejo de la Suprema Inquisición, fundado en el si-glo XVI y operativo hasta su supresión a principios del siglo XIX con laRevolución Liberal. La última de las secciones del AHN es la número11, titulada «Fondos Contemporáneos» (clave de signatura FC), que re-coge los archivos procedentes de la administración central del Estadodurante los siglos XIX y XX (ministerios, Tribunal Supremo...) y cuentacon más de 40.000 legajos, 27.752 libros, 1.803 mapas, planos o dibu-jos y unas 23.296 fotografías.

Por su parte, en el británico The National Archives (TNA, ex PRO), lassecciones archivísticas se corresponden básicamente con los fondos pro-cedentes de los distintos organismos de la administración estatal allí cus-todiados. A título de ejemplo, la sección «Cabinet Office» (clave de signa-tura CAB) recoge todo el material archivístico de la Oficina del Consejo deMinistros, institución equivalente al Ministerio de Presidencia en la ter-minología española. La sección «Foreign Office» (clave de signatura FO)engloba la documentación del Ministerio británico de Asuntos Exterio-res. La sección «Home Office» (clave de signatura HO) comprende losfondos del Ministerio de Interior o de la Gobernación. La sección «Ad-miralty» (clave de signatura ADM) contiene los fondos del Ministerio de laMarina de Guerra. La sección «War Office» (clave de signatura WO) in-corpora los archivos del Ministerio de la Guerra. La sección «Air Mi-nistry (clave de signatura AIR) recoge los archivos del Ministerio del Airede las fuerzas armadas. Y así sucesivamente.

En el caso del Archivo de Simancas, contamos con un total de 27 sec-ciones muy diversas: desde la sección I (Patronato Real), hasta la secciónXXVII (Mapas, Planos y Dibujos), pasando por la número II (Secretaría deEstado), la número XI (Guerra y Marina), la número XV (Expedientes deHacienda) o la número XX (Contaduría Mayor de Cuentas). Así mismo,en el Archivo General de Indias podemos encontrar un total de 16 seccio-nes: desde la sección I (Patronato Real), hasta la sección XVI (Mapas y pla-nos), pasando por la sección número III (Casa de Contratación de las In-dias) o la número XI (Capitanía General de Cuba). Una breve guía de

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estos archivos estatales (al igual que del Archivo de la Corona de Aragóny que del Archivo General de la Administración) puede consultarse en elportal del Ministerio de Cultura ya mencionado: www.mcu.es/archivos/index.

Dentro de esas categorías generales que son las secciones, el materialdocumental se agrupa y ordena a su vez en SERIES archivísticas diversas.Esta clasificación interna de las secciones en series permite acotar aúnmás la documentación perteneciente a la sección general y ofrecer al in-vestigador una idea del tipo de fondos específicos que conforman cadaserie. Por lo general, las series de una sección se corresponden con las pie-zas documentales y unidades archivísticas producidas a lo largo del tiem-po por un mismo órgano en virtud de sus propias funciones y tareas. Se-gún la terminología archivística normalizada, la serie sería el «conjunto dedocumentos generados por un sujeto productor en el desarrollo de su ac-tividad administrativa y regulado por la misma norma de procedimien-to» 12. A veces este principio de respeto a la entidad generatriz se sustituyepor otros criterios de organización archivística por razones muy diversas.Por ejemplo, en la sección de «clero secular y regular» (recuérdese: CL)del Archivo Histórico Nacional (recuérdese: AHN) existen tres series dife-rentes según el soporte material de los documentos: la primera serie con-tiene los «documentos en pergamino»; la segunda serie agrupa los «docu-mentos en papel»; y la tercera serie recoge los «libros manuscritos». Porel contrario, en la sección «órdenes militares» (OM) las series se corres-ponden con los archivos particulares de cada una de las órdenes que allífueron agrupadas: Montesa, Santiago, Calatrava... De igual modo, en lasección «Fondos Contemporáneos» (FC) las series se atienen a cada unode los organismos de la administración estatal cuyos fondos se custodian:Ministerio de Gobernación, Tribunal Supremo, Ministerio de Hacienda,Ministerio de Presidencia, etc.

En el caso de The National Archives (recuérdese: TNA), las seccionesse descomponen en series según el mismo principio generativo. Así, a títu-lo de mera ilustración, la sección compuesta por el Foreign Office o archi-vo del Ministerio de Asuntos Exteriores (recuérdese: FO) se sub-divide envarias series según su contenido temático y de acuerdo con la organizaciónque tenía el propio archivo originario: serie de «Correspondencia PolíticaGeneral» (con signatura propia numérica: FO 371); serie de «Correspon-dencia Confidencial e Impresa» (signatura numérica: FO 425); serie de

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12 R. de Andrés Díaz, M. L. Conde y C. Contel, Diccionario de terminología archivística,p. 51.

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«Correspondencia Consular»; serie de «Tratados»; serie de «RelacionesCulturales», etc. En el caso de la sección que agrupa el archivo del CabinetOffice o Ministerio de la Presidencia (recuérdese: CAB), las series sonigualmente respetuosas con los organismos originales: serie CAB 2 (Actasde las reuniones del Comité de Defensa Imperial); serie CAB 4 (Documen-tos para el análisis del Comité de Defensa Imperial); serie CAB 23 (Actas delas reuniones del Consejo de Ministros); serie CAB 27 (Actas de las reunio-nes del Comité Ministerial de Política Exterior); serie CAB 53 (Actas de lasreuniones de la Junta de Jefes de Estado Mayor); etc.

Por lo general, dentro de cada serie archivística la documentación seordena o agrupa en LEGAJOS, CAJAS, CARPETAS, VOLÚMENES, o incluso LI-BROS encuadernados. Se trata esencialmente de unas unidades físicas dedepósito que permiten su archivo e instalación como cuerpos conjuntos yfácilmente manipulables, localizables y numerables mediante una signa-tura unívoca. En esas unidades de depósito e instalación se archivan con-juntamente varios documentos según algún tipo de criterio de ordena-ción dentro de la serie: cronológica (por años o meses anuales), alfabética(de la A a la Z), numérica (del 1 en adelante), autoría (según nombre pro-pio o de la institución), procedencia geográfica (partidos judiciales, muni-cipales, provinciales), etc. A su vez, dentro de estas unidades de depósitoe instalación que son los legajos, cajas, libros, carpetas o volúmenes sue-len recogerse los EXPEDIENTES o conjuntos de documentos particularesque forman parte de la serie: pequeñas colecciones de cartas, de diplo-mas, de despachos, de fotos, de telegramas, etc, agrupados en una mismacarpetilla, ligados por algún lazo o simplemente agrupados en un conjun-to específico. A veces estos expedientes contienen un papel singular yconcreto: la pieza simple, la PIEZA DOCUMENTAL BÁSICA. En cualquiercaso, esos expedientes documentales son las unidades mínimas de clasifi-cación archivística y suelen ser también y preferentemente y cuando susdimensiones los permiten las unidades de ordenación, depósito e instala-ción (en ese caso, cada expediente correspondería a una caja, carpeta, le-gajo o volumen).

El archivo general del Ministerio español de Asuntos Exteriores pue-de servir como ejemplo del modo de organización de un archivo adminis-trativo que cuenta con fondos de interés histórico. Dispone de una guíasomera que describe su origen, sus fondos y su clasificación: M. J. LozanoRincón y L. E. Romera Iruela, Guía del archivo del Ministerio de AsuntosExteriores, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1981. Tambiéncuenta con un Tesauro de Archivo elaborado bajo la dirección de Elisa Ca-rolina de Santos y publicado en Madrid por el Ministerio de Asuntos Ex-

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teriores en el año 1994. Además, el portal de acceso de la página web delMinisterio permite acceder a una guía sumaria del propio archivo y cono-cer su historia, organización, servicios, formas de acceso y demás noticiasde interés para el investigador: www.mae.es.

En este archivo (que denominaremos AMAE) existen secciones archi-vísticas de menor entidad que en los anteriormente mencionados puestoque se trata de un archivo único de un ministerio. Cuenta sólo con tresgrandes secciones principales. Por un lado, el llamado archivo «históri-co» (clave de signatura H), que incluye toda la documentación generadapor este organismo hasta el año 1931 (fecha de proclamación de la Segun-da República). Por otro, el archivo «renovado» (clave de signatura R), quecomprende la documentación generada por el ministerio desde ese año1931 y hasta el presente en curso. Finalmente, la tercera gran sección laconstituye la de «Personal» (clave de signatura P), formada por los expe-dientes personales individuales de los integrantes del servicio diplomáti-co y consular español y de los acreditados por aquellos países que mantie-nen relaciones oficiales con España. A estas tres grandes secciones habríaque añadir otras de menor entidad: Obra Pía (OP) correspondiente a ladocumentación del Patronato de Obra Pía de los Santos Lugares; y los ar-chivos particulares de diplomáticos que donaron sus fondos al AMAE (ar-chivo del exministro de Estado Manuel Allendesalazar; archivo del exem-bajador Pablo de Azcárate; etc.).

Dentro de cada sección, las series disponibles son abundantes y deentidad variada. Así, por ejemplo, la sección «archivo histórico» se des-compone en las siguientes series básicas: «Correspondencia (1779-1931)»; «Protocolo (1840-1929)»; «Fundaciones españolas en el extran-jero (1745-1927»); «Fundaciones extranjeras en España (1820-1896»),etc. En el caso de la sección «archivo renovado» pueden apreciarse las se-ries «Archivo de Burgos» (documentación perteneciente al gobierno delgeneral Franco durante la guerra civil, asentado en esa ciudad castellanala mayor parte del conflicto), «Archivo de Barcelona» (documentacióndel gobierno republicano durante la guerra civil, trasladado a esa capitalcatalana la mayor parte de la contienda), etc.

En el seno de cada serie, los documentos se clasifican en legajos quetienen un número consecutivo propio (por tanto, con un criterio de orde-nación numérico). Estos legajos, a su vez, se componen de expedientestambién numerados consecutivamente, que constituyen la unidad de de-pósito físico de este archivo.

En todos los archivos, para designar esas divisiones sucesivas del mate-rial desde el nivel de secciones al de unidades de depósito se utilizan unas

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signaturas archivísticas que permiten describir gráfica y abreviadamentelos fondos documentales y facilitan su localización y consulta por parte delos archiveros y de los investigadores. Las signaturas suelen elaborarse me-diante una combinación de letras y números que siguen algún patrón nor-mativo: un conjunto de letras para indicar la sección (FC para «FondosContemporáneos» y CL para «Clero secular y regular» en el AHN, por ejem-plo); tras un espaciado o una separación mediante barra (/) o guión (-), unnúmero, letra o combinación para señalar la serie (TS para «Tribunal Su-premo» o GOB para Ministerio de Gobernación, en la sección mencionadade FC); y otro número o letra (también separadas por barra, guión u otromedio del indicativo de la serie) para aludir al legajo, al expediente, etc.

Por ejemplo (se trata de una referencia inventada), pongamos que he-mos utilizado la siguiente pieza documental singular en nuestro trabajo deinvestigación: un telegrama del embajador español en Londres al ministrode Asuntos Exteriores en Madrid, fechado el 26 de marzo de 1946. Esedocumento está custodiado y se puede consultar en el Archivo del Minis-terio de Asuntos Exteriores, Sección «Archivo Renovado», legajo 1037,expediente 5. De un modo abreviado, en una referencia en el texto de untrabajo, podríamos escribir: Telegrama de embajador español (Londres) alministro de Asuntos Exteriores (Madrid), 26-III-1946, AMAE R-1037/5.Esta última sería la referencia archivística que tendríamos que dar en unapublicación, después de haber presentado al principio de la obra el desa-rrollo entero de la misma (AMAE por «Archivo del Ministerio de AsuntosExteriores», R por sección de archivo «renovado», 1037 como número delegajo y, tras la barra, 5 como número de expediente. Probablemente, esasería también la referencia que nos proporciona el inventario o catálogodel propio archivo o sus ficheros catalográficos.

Veamos otro ejemplo de signaturación archivística. En The NationalArchives, como hemos visto, cada sección tiene un código de letras que laidentifica. Así, el archivo de la Oficina Central del Gobierno británicose identifica por las letras CAB (abreviatura de «Cabinet Office»); el del Mi-nisterio de Exteriores por las letras FO («Foreign Office»); el de la Marinapor ADM («Admiralty»); el del Ministerio de Guerra por WO («War Offi-ce»), etc. Dentro de cada sección, las series archivísticas se distinguen porun número particular. Así, recuérdese que, dentro de la sección CAB, la se-rie que recoge las actas del consejo de ministros lleva el número 23; la serieque comprende los documentos y memorandos que estudia el gabinete lle-va el número 24; la que recoge las actas del comité de defensa imperial lle-va el número 2; etc. A su vez, dentro de cada una de esas series la numera-ción de los legajos o volúmenes es consecutiva (respetando el orden

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cronológico de archivo). De este modo, la signatura de un documento par-ticular de estos fondos (como pudiera ser el acta de una reunión del gabi-nete británico el 22 de julio de 1936) tendría esta forma de identificación:CAB 23/85. Gracias a ella, podríamos localizar de modo rápido ese acta enThe Nacional Archives buscando el volumen 85 de la serie «actas del gabi-nete» de la sección «Oficina del Gabinete («Cabinet Office)».

La mayor parte de los archivos históricos siguen un procedimiento deorganización de sus fondos muy similar a los expuestos anteriormente,con mayor o menor complejidad. Para profundizar en este tema, conta-mos con tres obras muy accesibles, aparte del trabajo de Cruz Mundet yacitado: el manual de Vicenta Cortés (Archivos de España y América, Ma-drid, Universidad Complutense, 1979); el libro de Antonia Heredia He-rrera (Archivística. Estudios básicos, Sevilla, Diputación Provincial de Se-villa, 1981) y el trabajo de M. C. Pescador del Hoyo (El Archivo, Madrid,Norma, 1986). A estos manuales habría de añadirse el volumen colectivotitulado Historia de los archivos y de la archivística en España, publicadoen Valladolid por la Universidad de Valladolid en el año 1998.

Los archivos públicos españoles cuentan con dos guías generales en laque se proporciona una información básica sobre su dirección, horario deconsulta, historia y fondos disponibles (hasta el grado de secciones y se-ries). La más antigua es la titulada Guía de los archivos estatales españoles.Guía del investigador, Madrid, Dirección General del Patrimonio Artísti-co y Cultural, 1977 (hay varias ediciones posteriores). Más reciente es ellibro de Francisco José Gallo León, Archivos Españoles. Guía del usuario,Madrid, Alianza, 2002.

Para penetrar en el conocimiento de los fondos y funcionamiento delos cinco grandes archivos históricos españoles, contamos con otras tan-tas guías de gran valor para el investigador. Bajo la dirección de CarmenCrespo Nogueira, se ha publicado la obra Archivo Histórico Nacional.Guía (Madrid, Ministerio de Cultura, 1989), que reemplaza una guía pre-via publicada por Luis Sánchez Belda en 1958. Ángel de la Plaza Bores esautor de la obra Archivo General de Simancas. Guía del investigador (Va-lladolid, Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 1962). José M.Peña Cámara hizo lo propio para el gran archivo sobre la América hispá-nica creado por Carlos III en Sevilla: Archivo General de Indias. Guía delvisitante (Valencia, DGAB, 1958). El Archivo de la Corona de Aragón, sitoen Barcelona, cuenta con una Guía abreviada (Madrid, DGAB, 1958). Y, fi-nalmente, el Archivo General de la Administración, creado en 1969 pararecoger la documentación de más de veinticinco años generada en los dis-tintos ministerios españoles, cuenta con una somera descripción debida a

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M. C. Pescador del Hoyo y recogida en el Boletín de la Dirección Generalde Archivos y Bibliotecas, nº 133-134, publicado en 1973. En el caso de losarchivos municipales españoles contamos con una reciente guía informa-tiva e histórica a cargo de J. Cerdá: Los archivos municipales en la Españacontemporánea, Gijón, Trea, 1998.

También es imprescindible mencionar la existencia de un organismooficial destinado a la gestión de la información archivística: el CIDA (Cen-tro de Información Documental de Archivos), perteneciente a la Subdi-rección General de Archivos Estatales del Ministerio de Cultura. Su di-rección postal es la siguiente: CIDA, C/ Santiago Rusiñol 8, planta 2,Madrid 28040. Teléfono 91-5351984. Cuenta con una página en la red ala que se accede desde el portal del Ministerio de Cultura (www.mcu.es/archivos/MC/CIDA) y admite consultas por vía telemática tanto como te-lefónica. Entre sus valiosos servicios cuenta con una «Guía de fuentes do-cumentales de archivos» en la que están recogidas fuentes para la historiade España, de Europa, de América y de algunas temáticas particulares(historia de la guerra civil española, historia de la ciencia y la tecnología,etc.). Una ayuda similar a la que presta el CIDA en la búsqueda y localiza-ción de archivos históricos puede encontrarse en Archiespa. Directorio deArchivos de España, otra base de datos en Internet que mantiene el Archi-vo General de la Universidad Carlos III de Madrid (dirección de acceso:www.uc3m.es). En un plano más general y abarcando al conjunto del pla-neta, resultan pertinentes las dos siguientes direcciones de sendas organi-zaciones dedicadas a la información archivística: la página del Consejo In-ternacional de Archivos, con información abundante sobre la estructura yactividades de esta institución (www.archives.ca/ica); y la página de laUniversidad de Idaho, que contiene probablemente la mayor relación dearchivos del mundo con sus direcciones electrónicas y la posibilidad deconectarse con ellos directamente (www.lib.uidaho.edu/special-collec-tions).

En todo caso, si de veras quisiéramos informarnos sobre los fondosarchivísticos disponibles en cada archivo, para saber si puede sernos útilen una investigación determinada, lo mejor sería acudir al mismo en per-sona. In situ, podríamos examinar las guías, los inventarios y los catálogosexistentes sobre las distintas secciones y series documentales y realizarconsultas con el personal especializado que allí trabaja: los archiveros ydocumentalistas profesionales. Habida cuenta de la experiencia y conoci-mientos de estos profesionales, las consultas pueden ahorrar gran canti-dad de problemas y pérdidas de tiempo al investigador, tanto si es novelcomo veterano. Sin olvidar que la mayoría de estos técnicos son, en una

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gran proporción, licenciados universitarios en historia que comprendenmuy bien los métodos y dificultades de la investigación histórica.

Para terminar este apartado y este libro, permítasenos un último conse-jo para los alumnos y estudiantes que se aventuren por vez primera en unarchivo histórico: hacedlo con la mente abierta y dispuesta a experimentarel goce emotivo del contacto con el material legado del pasado. De estemodo, podréis disfrutar de la tremenda emoción que supone descubrir tes-timonios pretéritos, desempolvar cartas y manuscritos ignorados, sacar a laluz de nuestro tiempo libros o mapas perdidos en el olvido de siglos... Asíobraréis como auténticos demiurgos que dan forma y sentido a un materialhasta entonces informe y presto para cobrar significado si tan sólo se le es-cucha. Recordando su primera visita al Archivo Nacional en París, el granhistoriador que fue Jules Michelet expresó con palabras inolvidables e insu-perables este profundo goce que produce la investigación archivística:

No tardé en darme cuenta de que en el silencio aparente de esas galerías había unmovimiento, un murmullo que nada tenía que ver con la muerte. Esos papeles,esos pergaminos acumulados allí durante tanto tiempo sólo deseaban revivir. Esospapeles no son papeles sino vidas de hombres, de provincias, de pueblos... Si sehubiera querido escucharlos a todos, ninguno habría estado muerto. Todos vivíany hablaban, rodeaban al autor con un ejército en cien lenguas...

Y a medida que soplaba sobre su polvo, los veía levantarse. Sacaban del sepul-cro, unos la mano, otros la cabeza, como en el Juicio de Miguel Ángel o en la dan-za de los muertos. La danza galvanizada que bailaban a mi alrededor es lo que hetratado de reproducir en este libro.

IX. SUGERENCIAS PARA EL USO DE INTERNET EN LOS ESTUDIOSHISTÓRICOS

La impresionante expansión reciente de las técnicas de comunicación in-formática y telemática ha tenido un efecto muy notable y duradero en losestudios tradicionales de Historia, tanto en el aspecto de la enseñanza yaprendizaje de la materia como en el propio de la investigación y redacciónhistoriográfica 13. En particular, el ordenador personal conectado a la redInternet ha llegado a convertirse, por derecho propio, en un instrumento

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13 Al respecto, es obligado mencionar el interés del artículo del profesor Ángel Martínezde Velasco Farinós, «Internet e Historia contemporánea de España», Espacio, Tiempo y For-ma. Serie V. Historia Contemporánea, Madrid, núm. 8, 1995, pp. 331-388.

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esencial e imprescindible para la realización de las tareas habituales asocia-das a los estudios históricos en el marco universitario: búsqueda bibliográfi-ca o hemerográfica de libros o de artículos de revista; localización de centrosdocumentales y consulta de materiales archivísticos primarios; visionado demapas, planos, fotografías y vídeos; lectura de textos escritos clásicos o mo-dernos y elaboración de fichas de lectura recordatorias, etc. En todos esoscampos y labores, es cada vez más evidente y fehaciente la virtualidad y po-tencia formativa y educativa del uso de la WEB (la red: World Wide Web,red de conexión de ámbito mundial). Las grandes posibilidades y funcio-nes abiertas por el espacio de la WEB no pueden, por tanto, dejar de estarpresentes en las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje de la Historia,tanto en las clases teóricas y seminarios prácticos de los cursos colectivoscomo en las horas de trabajo individual, autónomo y particular de cadaestudiante. En este sentido, como útil y fructífero recurso didáctico y peda-gógico, cabe apuntar a continuación varias sugerencias prácticas para el usocon provecho de Internet en los cursos universitarios de historia.

En primer lugar, es indudable la ventaja que supone la utilización deInternet para acceder electrónicamente a los catálogos de todas las gran-des bibliotecas del mundo y localizar rápidamente las obras, libros y re-vistas de interés para cualquier asignatura de Historia o para la realiza-ción de un trabajo de curso o de seminario. A título de ejemplo de estaventaja, cabe señalar que gracias a la red es posible consultar desde cual-quier punto de España o del mundo el catálogo informatizado de la Biblio-teca Nacional de Madrid (dirección de acceso electrónico: www.bne.es),obteniendo por esta vía una información inmediata y segura sobre las pu-blicaciones buscadas (lugar de edición, año, formato, páginas, autor o au-tores, disponibilidad, etc.). También a título de ejemplo, resulta instructi-vo conocer la existencia de la base de datos bibliográfica del CINDOC

(Centro de Información y Documentación Científica) del CSIC (ConsejoSuperior de Investigaciones Científicas), un instrumento esencial para labúsqueda de artículos sobre un tema particular utilizando los subficherosde su cobertura temática allí disponibles (dirección de acceso electrónico:www.cindoc.csic.es). En este mismo orden utilitario, es conveniente quetodos los estudiantes de Historia conozcan la existencia de otra base dedatos bibliográfica y archivística en la red: la página del CIDA (Centro deInformación Documental de Archivos), perteneciente a la actual Subdi-rección General de Archivos de la Secretaría de Estado de Cultura (direc-ción de acceso: www.mcu.es/archivos/MC/CIDA). Una ayuda similar a laque presta el CIDA en la búsqueda y localización de archivos históricospuede encontrarse en Archiespa. Directorio de Archivos de España, otra

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base de datos en Internet que mantiene el Archivo General de la Univer-sidad Carlos III de Madrid (dirección de acceso : www.uc3m.es).

En segundo orden, además de facilitar la búsqueda bibliográfica, he-merográfica y archivística, Internet supone una ayuda inestimable paralos estudiantes de Historia gracias a las numerosas y crecientes páginas dela red dedicadas a la propia disciplina. Entre todo el variado conjunto dedirecciones disponibles (la amplia mayoría en inglés), consideramosoportuno llamar la atención sobre dos fecundas páginas en castellano quecabe utilizar como portal polivalente para muchas otras direcciones de in-terés histórico: la página WEB de la revista de historia electrónica HispaniaNova, editada en Madrid por los profesores Ángel Martínez de Velasco yJulio Aróstegui (dirección de acceso: http://hispanianova.rediris.es); y lapágina WEB titulada D’Historia. El fil d’Ariadna, creada y mantenida des-de la Universidad de Valencia por el profesor Anaclet Pons (dirección deacceso: www.uv.es/∼apons).

Tanto la primera como la segunda de las páginas citadas tienen en sumenú inicial un apartado de recursos generales para el estudio de la histo-ria sumamente útil y provechoso. Así, Hispania Nova, en su sección de«Enlaces» (mantenida por el profesor Esteban Canales Gili, de la Univer-sidad Autónoma de Barcelona), recoge y ordena direcciones sobre histo-ria en la red de naturaleza muy diversa: Grandes Temas (con una direc-ción, por ejemplo, dedicada sólo al análisis de la Primera GuerraMundial), siglo XX (con una dirección, por ejemplo, que recoge todo elmaterial utilizado por el Tribunal Internacional de Nuremberg en 1945),España (con una dirección dedicada a la guerra civil española, creada porManuel Sanromá desde Tarragona), Libros Electrónicos (con una direc-ción en inglés titulada Internet Modern History Sourcebook, que recogeuna colección de textos de historia moderna y contemporánea), etc. Deigual modo, la página del profesor Pons organiza su menú general en va-rios capítulos monográficos tanto temáticos como geográficos y cronoló-gicos: Recursos Generales (con una dirección titulada Directory of Histo-rical Resources y otra Index of Resources for History), Península Ibérica(con una entrada dedicada a la Guerra de la Independencia y otra a laguerra hispano-norteamericana de 1898, a título de ejemplo), Siglo XIX

(con una página sobre Napoleón y otra sobre la Inglaterra victoriana), Re-cursos Docentes (del tipo Teaching History on the WWW, Historical Do-cumentary Videos Online, etcétera).

Como tercera función docente y formativa de la red Internet, cabríacitar la utilización de aquellas direcciones de páginas dedicadas a aspectostemáticos monográficos y sectoriales de la historia española o de la historia

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universal. A este respecto, sólo citaremos un caso práctico de página dedi-cada a la historia contemporánea española que demuestra que la mismapuede servir como auténtico manual de texto y complemento a las leccio-nes teóricas para el estudio y comprensión de un fenómeno histórico parti-cular: la página sobre la Guerra Civil Española de 1936-1939 y sobre lasBrigadas Internacionales que combatieron con la República en dicho con-flicto. Como ya se ha mencionado previamente, está creada y mantenidapor Manuel Sanromá desde Tarragona y su dirección de acceso electróni-co es la siguiente: www.guerracivil.org.

Por lo que respecta a la historia contemporánea universal, unejemplo de función docente análoga y similar pudieran ser las páginasdedicadas al estudio del Holocausto de los judíos europeos a manosde las autoridades nazis alemanas durante la Segunda Guerra Mun-dial. De todas las direcciones disponibles en la red, quizá la de mayorutilidad para los estudiantes españoles y latinoamericanos sea la abiertapor el Simon Wiesenthal Center de Los Ángeles (dirección de acceso:www.wiesenthal.com), que tiene la apreciada peculiaridad de disponeren su menú de una alternativa que permite acceder en castellano al fon-do informativo disponible sobre la materia. En todo caso, también con-viene tener conocimiento de otras dos en inglés igualmente valiosas: lapágina correspondiente al United States Holocaust Memorial Museum enWashington (www.ushmm.org) y el Yad Vashem. Holocaust Martyrs andHeroes Remembrance Authority en Jerusalén (www.yad-vashem.org).

Una cuarta funcionalidad de la red para los estudios históricos estribaen su capacidad para suplir con creces la consulta física de las enciclope-dias, diccionarios, repertorios biográficos, fuentes estadísticas, atlas, etc.,no siempre disponibles en las bibliotecas universitarias y municipales.De este modo, por ejemplo, la siempre exhaustiva Enciclopedia Britá-nica puede consultarse vía Internet en la dirección correspondiente(www.eb.com), al igual que puede hacerse lo mismo con la ColumbiaElectronic Encyclopedia (www.encyclopedia.com), con la Oxford Encyclo-pedia (www4.oup.co.uk/reference/ope) y con la española EnciclopediaUniversal Micronet (www.enciclopedia.net; www.micronet.es). Menciónespecial debe hacerse a este respecto de la conocida enciclopedia virtuallibre llamada Wikipedia (www.wikipedia.org) que puede consultarse di-rectamente en español en la dirección telemática siguiente: http://es.wiki-pedia.org/wiki/Portada. Por lo que hace a los diccionarios biográficos,cabe encontrar múltiples lugares con bases de datos pertinentes, en gene-ral en inglés (caso del Biographical Dictionary: http://s9.com/biography; ydel Lives. The Biographical Resources: http://members.home.net/Klanx-

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ner/lives). Una excepción honrosa pero limitada a la época más contem-poránea (desde 1945) es la página sobre líderes políticos y miembros delos gobiernos españoles y europeos creada y sostenida desde el País Vascopor el profesor Roberto Ortiz de Zárate: http://personales.jet.es/ziao-rarr/welcome2.htm.

A propósito de atlas y mapas históricos son dignas de mención es-pecial las siguientes páginas: Encyberpedia’s MAPS (www.street-map.com/maps.htm); Historical Maps Sites. University of Texas, Austin(www.lib.utexas.edu/Libs/PCL/Map_collection); y Historical Atlas of the20th Century (http://users.erols.com/mwhite28). Finalmente, en relacióncon las páginas dedicadas a recopilar documentos históricos en todos susformatos (escritos, visuales, estadísticos...), un buen punto de partidapara el acceso son las secciones correspondientes a enlaces de HispaniaNova y de la página del profesor Pons. Así, por ejemplo, dentro de la pri-mera, en su apartado de «Enlaces-Libros Electrónicos», bajo el título deElectronic Documents in History, se halla la vía de acceso a una extensarelación de lugares en los que hay materiales de historia en formato elec-trónico, ordenados por grandes temas e incluyendo apartados de archi-vos gráficos y sonoros (www.tntech.edu/www/acad/hist/edocs.htlm).También cabe mencionar la existencia de una gran biblioteca virtual,la Internet Public Library (www.ipl.org/reading). Dentro de esta última,el apartado de libros electrónicos de geografía e historia se encuentraen el denominado IPL Reading Room Online Texts Dewey Browse(www.ipl.org/reading/books). En lengua española contamos con una co-lección de documentos de historia del pensamiento de gran variedad e in-terés histórico (textos legislativos, ensayos filosóficos, artículos periodísti-cos, manifiestos políticos...) en la página abierta por la FundaciónGustavo Bueno (con sede en Oviedo) en la siguiente dirección electróni-ca: www.filosofia.org). Para el caso de fuentes documentales estadísticasreferidas a la historia de Europa, un buen punto de partida es el SocialScience Data Archives-Europe (www.nsd.uib.no/cessda/europe.html), conenlaces con archivos estadísticos de 16 países europeos y un apartado deenlaces con archivos norteamericanos y de otros continentes.

En definitiva, estas meras indicaciones sobre las múltiples virtualida-des formativas y docentes abiertas por la red Internet son suficientes paraconcluir que su conocimiento y uso habitual tienen que ser parte inte-grante y fecunda de los instrumentos de trabajo de todo estudiante uni-versitario de Historia.

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X. GUÍA PARA LA ELABORACIÓN DE UN CURRICULUM VITAE

A lo largo de los estudios universitarios, al igual que con posterioridad asu terminación, siempre habrá ocasiones en las que deberemos presentarun ejemplar de nuestro curriculum vitae para conocimiento y uso de ter-ceras personas o de instituciones y organismos públicos o privados: cuan-do solicitemos una beca de estudio o formación; al hacer una demandapara obtener un puesto de trabajo laboral; cuando participemos en unconcurso académico o profesional en el que haya de hacerse constar losméritos y merecimientos que nos avalan, etc.

De hecho, el curriculum vitae (a veces conocido por sus iniciales:C.V.) es lo que indica su sentido original en lengua latina: un registro de latrayectoria vital de un individuo. En otras palabras: una especie de cartade presentación personal que recoge ordenadamente los aspectos más im-portantes de nuestra vida académica y profesional, así como aquellos da-tos logísticos que permitan localizarnos y contactarnos con rapidez y cele-ridad en caso de necesidad. Por eso mismo, conviene que el estudianteuniversitario se familiarice con este útil instrumento de relación social yprofesional y aprenda las bases mínimas para su elaboración y prepara-ción.

Ante todo, hay que tener en cuenta que el C.V.. debe ofrecer una in-formación precisa, ajustada y veraz de la trayectoria personal, académicay profesional de su titular firmante y responsable. Por eso mismo el C.V.debe contar con una fecha completa que indique el momento y lugar pre-ciso de elaboración del mismo para acreditar su vigencia y actualidad. Poreso mismo el C.V. puede variar de extensión, amplitud y estructura, enfunción de la mayor o menor trayectoria vital, académica y profesional deltitular. Y por eso mismo suele concluir al final con una «diligencia de re-frendo del C.V.» que acredita la exacta veracidad de su contenido e inclu-ye la firma del titular y responsable de la información ofrecida.

A continuación, se ofrece una breve guía de datos básicos para que elestudiante pueda elaborar su propio C.V. personal. También se apunta alfinal un ejemplo práctico de C.V.. que pueden servir al lector como pará-metro de medida para elaborar el suyo propio.

Para empezar, todo C.V. debe indicar desde el principio de su textoque constituye precisamente eso: un curriculum vitae. Por tanto, lo pri-mero que debe figurar en la hoja inicial son las palabras (en mayúscula, ennegrita y con tipo gráfico más grande de lo habitual): CURRICULUM VITAE.A continuación, debajo de esas palabras, debe figurar el nombre comple-

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to (tal y como figura en el Documento Nacional de Identidad) del titulary responsable del C.V.. En todo caso, esos dos elementos inexcusablespueden aparecer en una hoja exenta a modo de portada o bien en el enca-bezamiento de la hoja primera del C.V. En el primer caso, la hoja que sirvecomo portada incluirá el texto «CURRICULUM VITAE» en el centro de lahoja, con caracteres mayúsculos, en negrita (si es posible) y con tipo gráfi-co grande (siempre más grande que el tipo gráfico que se utilice normal-mente en el documento). Y debajo de ese texto principal, en la parte infe-rior derecha de la hoja de portada, deberá figurar el nombre completo deltitular y responsable, también con caracteres en negrita (pero con menortamaño que el texto principal de intitulación, aunque con mayor tamañoque el tipo gráfico normal del documento). Opcionalmente, tambiéncabe anotar aquí, debajo del nombre y a menor tamaño, la fecha de elabo-ración del C.V. Dicho de otro modo: si vamos a elaborar el texto corrientedel C.V. con un tipo gráfico de 14 pulgadas, el título de la portada con laspalabras «Curriculum Vitae» deberá estar escrito como mínimo a 18 o 20pulgadas; en tanto que el nombre deberá estar escrito como mínimo a 16o 18 pulgadas).

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CURRICULUM

VITAE

Inés Morales Bata

Abril 2008

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En el caso de que optemos por prescindir de una hoja de portada,sencillamente pondremos el título y el nombre en el encabezamiento su-perior de la primera hoja, antes de empezar el texto normal, pero siemprerespetando la diferencia de tamaños en los tipos gráficos y la calidad denegrita de esos dos elementos informativos básicos.

Después del encabezamiento que recoge las palabras «CurriculumVitae» y del nombre completo del responsable, el primer apartado detodo C.V. es aquel que registra conjuntamente la información personal delinteresado. A saber: nombre y apellidos; número de su documento nacio-nal de identidad (o pasaporte, si fuera preciso); fecha y lugar de nacimien-to; domicilio y dirección postal personal y completa (incluyendo calle,portal, piso, puerta y código postal, amén de ciudad, provincia y comuni-dad autónoma); teléfonos de contacto (fijos o móviles); fax o buzón tele-mático de contacto (dirección de «e-mail»); dirección laboral o académi-ca de contacto (si la hubiere y con sus teléfonos y modos de contacto); ysituación académica o laboral actualizada.

Todos estos datos componen, por tanto, un primer y esencial apar-tado que cabría denominar (y anotar con número romano y mayúscu-las) como «I. INFORMACIÓN PERSONAL» o también «I. DATOSPERSONALES». Se trata, en todo caso, de recoger ahí, nada más em-pezar el C.V., aquellos elementos biográficos que permiten identificarsin asomo de duda al titular y firmante, así como de ofrecer los mediospara localizarle o contactar con él del modo más seguro o más rápido(por vía postal, telefónica o telemática). De eso trata ese bloque y deahí la importancia de reseñar bien la información: de hacer presente allector y usuario la personalidad del responsable del C.V., sus señas deidentidad básicas y las formas de entrar en contacto con él si fuera ne-cesario o pertinente. Recordemos algo obvio pero crucial: la informa-ción del C.V. no está dirigida a su autor (que se conoce perfectamente yno necesita tal recordatorio), sino que está dirigida a alguien que nonos conoce y que puede tener interés en conocernos y, lo más impor-tante, en contactar con nosotros. Por eso debemos asegurarnos de queeste apartado esté bien hecho y de que su información sea precisa yajustada (una mala numeración telefónica, o una incorrecta anotaciónde la dirección postal, puede dar al traste con muchas posibilidades la-borales o de otro tipo)

El segundo bloque de un C.V. está constituido por la información re-lativa a los estudios del interesado. El comienzo del apartado tambiéndebe ir anotado con su propia numeración romana y con un título perti-nente que puede variar ligeramente: «II: INFORMACIÓN ACADÉMI-

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CA», o bien «II. DATOS ACADÉMICOS», o incluso «II. FORMA-CIÓN ACADÉMICA». En este bloque habrá que registrar aquellos títu-los académicos o profesionales que resulten relevantes para acreditar laformación del titular, prescindiendo de los básicos y obligatorios (puestoque un título superior, universitario, presupone que se ha obtenido el tí-tulo de estudios primarios y secundarios). Como norma general, en estebloque se anotarán los estudios superiores realizados: diplomatura, licen-ciatura, diploma de estudios avanzados, tesis de licenciatura, tesis de doc-torado, diploma de conocimiento de una lengua extranjera emitido porun organismo oficial (Escuela de Oficial de Idiomas, EOI, Alianza France-sa), etc. Y se consignará específicamente la institución, el lugar y la fechade la expedición del correspondiente título, así como cualquier otra in-formación relevante (por ejemplo: la nota media del expediente académi-co; la calificación obtenida en la tesis doctoral; la mención honorífica ad-junta a una titulación...).

Hay que mantener la guardia ante la posibilidad de una negligenciaen la elaboración de este apartado: los datos aquí registrados deben sertan completos como actualizados y veraces. Si se consigna de modo ambi-guo una titulación (escribiendo sólo «licenciado en Filología», sin añadir«Anglo-Germánica») o se prescinde de incluir algún mérito (Título deitaliano de la EOI), cabría la posibilidad de que el lector del C.V. interpre-tara erróneamente la información y obrara en consecuencia: dejando dellamarnos porque no aprecia que sepamos suficiente inglés (si ello fuerainexcusable) o porque la titulación consignada no garantizase nuestracompetencia en algún campo laboral preciso (documentalista para unaempresa de exportación a Italia, por ejemplo).

El tercer bloque informativo de un C.V. debe contener los datos labo-rales y profesionales (si los hubiere) del titular, con mención expresa de lainstitución contratante o empleadora, del lugar de ejercicio de esa activi-dad y de los años (e incluso meses y días) de experiencia profesional. Ca-bría introducir este apartado por su número romano y el título correspon-diente: «III. EXPERIENCIA LABORAL Y PROFESIONAL», otambién «III. ACTIVIDADES LABORALES Y PROFESIONALES».Por supuesto, la amplitud de este capítulo dependerá necesariamente dela edad del interesado y del tiempo que haya transcurrido entre su titula-ción oficial y su entrada en el mercado laboral y profesional. En todocaso, es en este apartado donde deben registrarse las actividades que yano son ni pueden considerarse de «formación académica» y que, por elcontrario, puedan estimarse como derivadas de una práctica y experien-cia profesional y laboral relevante.

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Una vez completados los tres primeros apartados del C.V. descritos, elresto de la composición del documento depende en gran medida de loque hay sido la trayectoria vital del interesado. En otras palabras: la posi-bilidad de añadir más capítulos en la estructura del C.V. depende directa-mente de lo que haya sido el devenir de responsable del documento. Amayor actividad realizada, mayor registro posible y más complejidad delC.V. A menor actividad realizada, menor registro posible y mayor simpli-cidad del C.V.

Por ejemplo, supongamos que el titular del C.V., en su calidad de estu-diante universitario, ha aprovechado sus años de carrera para matricular-se en varios cursos, jornadas, coloquios o congresos sobre temas de su es-pecialización académica. En ese caso, cabría añadir un nuevo apartado alC.V. que se intitulara «IV. ASISTENCIA A CURSOS, COLOQUIOS YCONGRESOS». En este apartado, entonces, sería donde habría que re-gistrar con exactitud cuáles fueron esas actividades dignas de mención ydemostrativas del interés por sus estudios del firmante del C.V.

Del mismo modo, supongamos que el titular del C.V. es ya un licencia-do o graduado que ha iniciado cursos de posgrado o máster. En ese caso,es posible que también haya empezado a publicar algunos trabajos sobresu especialidad en forma de libro autónomo, de capítulo de libro colecti-vo o de artículo de revista o de periódico. Si esto fuera así, resultaría im-perativo añadir un nuevo bloque informativo que debería contar con sunúmero e intitulación propia: «V. PUBLICACIONES». Por supuesto, siel conjunto de obras contenidas en este apartado fuera muy nutrido y va-riado, cabría subdividir el apartado en otros tantos bloques informativossegún la naturaleza de las publicaciones. Por ejemplo, cabría hacer unapartado de libros («V. PUBLICACIONES: LIBROS») y distinguirlo delresto de obras publicadas o de los artículos («VI. PUBLICACIONES:ARTÍCULOS Y OTROS TEXTOS»).

Finalmente, resulta conveniente reservar un último bloque informati-vo para recoger aquellos aspectos de la vida personal o profesional queresulten relevantes o puedan constituir un mérito añadido. Este apartadomisceláneo suele recibir el nombre de «VII. OTROS MÉRITOS». La na-turaleza de la información aquí recogida resulta tan variada y carente deunidad que no puede ser normalizada. En general, cabría señalar queaquí tendría su lugar aquella información sobre el titular que estimamoscomo pertinente para su conocimiento aun cuando no sea explícitamenteinformación profesional o académica reglada. Por ejemplo, cabría incluiren este capítulo el hecho de que cursamos el segundo año de estudio delidioma alemán en la Escuela Oficial de Idiomas de nuestra localidad. No

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se trata de un título todavía, pero indica el interés que nos tomamos pornuestra formación continua. Del mismo modo, también podría incluiraquí el hecho de que somos miembros (incluso directivos) de alguna aso-ciación cultural o cívica relevante (la sección de humanidades del Ateneode la localidad o la delegación provincial de la Unesco).

Todo C.V. bien elaborado debe contar en sus páginas finales (a vecesse opta por incorporarlo en la página de portada, si la hubiera) con un úl-timo apartado que suele denominarse «DILIGENCIA DE REFRENDODE CURRICULUM VITAE». Se trata, en esencia, de un texto escritoque autentifica la veracidad de los datos expuestos mediante el procedi-miento de la firma y rúbrica manual a cargo del titular responsable, conindicación expresa del lugar y fecha en la que se procede a esa autentifica-ción. Además, el texto mencionado puede también incluir una cláusulamuy oportuna y apreciada por las instituciones y personas que son losdestinatarios de dicho documento: un compromiso formal por parte delautor del C.V. de aportación de las pruebas documentales que acreditenesa veracidad de la información registrada. En otras palabras: la garantíay aval de que detrás de cada una de esos méritos hay un título oficial o do-cumento probatorio disponible para su examen y análisis por parte delreceptor del C.V. (el título de licenciado o doctor; el diploma de estudiosen la EOI; el artículo publicado en una revista; el certificado del curso rea-lizado, etc.).

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CURRICULUM VITAE

INÉS MORALES BATA

III. DATOS PERSONALES

1.1. Nombre y Apellidos: Inés Morales Bata1.2. Fecha y lugar de nacimiento: Oviedo (Asturias), 9 de mayo de

19841.3. Documento Nacional de Identidad: 09651719-Z1.4. Dirección particular: Avenida de Pelayo nº 6, 2º A, Mieres (Astu-

rias) 330331.5. Teléfono: 985-0011001.6. Móvil: 6460030001.7. Dirección telemática: [email protected].

III. TITULACIÓN ACADÉMICA

2.1. Licenciada en Filología (Sección: Anglo-Germánica) por la Uni-versidad de Oviedo. Promoción de 2001-2005.

2.2. Diplomada en Lengua Francesa por la Alianza Francesa (Ovie-do) en el año 2004.

III. EXPERIENCIA PROFESIONAL

3.1. Profesora Interina de Enseñanza Secundaria Obligatoria en elSeminario de Inglés del Instituto de Enseñanza Secundaria deLlanes (Asturias), curso académico 2007-2008.

IV. ASISTENCIA A CURSOS, CONGRESOS Y SEMINARIOS

4.1. Asistencia al Curso de «Principios básicos de la traducción y lainterpretación en inglés» (duración de treinta y dos horas lecti-vas) organizado por el Instituto de Ciencias de la Educaciónde la Universidad de Oviedo entre el 20 y el 29 de octubre de2003.

4.2. Asistencia al Congreso «Auden and Spencer: English Poetry inthe 1930s», celebrado en la Facultad de Filología de la Universi-dad de Oviedo bajo el patrocinio del British Council y el InstitutoCervantes entre el 7 y el 10 de febrero de 2004.

4.3. Asistencia al Curso de Aptitud Pedagógica organizado por elInstituto de Ciencias de la Educación (I.C.E.) de la Universidadde Oviedo, curso 2005-2006.

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V. PUBLICACIONES

5.1. «Auden y España: el compromiso político de un gran poeta in-glés», Nueva Revista de Bachillerato del Oriente de Asturias(Llanes), núm. 3, 2008, pp. 12-16. ISBN: 80-920059-1-1.

VI. OTROS MÉRITOS

6.1. Matriculada y aprobada en el Segundo Curso de Francés de laEscuela Oficial de Idiomas de Oviedo, curso de 2007-2008.

6.2. Premio de Fin de Carrera de la Facultad de Filología (sección:Anglo-Germánica) de la Universidad de Oviedo. Año académico2004-2005.

6.3. Diploma de estudios de Solfeo y Piano (Grado Medio) de la Es-cuela Municipal de Música de la ciudad de Oviedo, promoción2003-2006.

DILIGENCIA DE REFRENDO DE CURRICULUM

La abajo firmante, Dña. Inés Morales Bata, se responsabiliza de la veraci-dad de los datos contenidos en el presente currículum, comprometiéndo-se a aportar, en su caso, las pruebas documentales que le sean reque-ridas.

En Oviedo, a 9 de septiembre de 2008

Fdo:

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