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309 Atek Na 5, 2015 Antropología Social ISSN 1668-1479 (impreso) Carlos Alberto Paz * ISSN 2422-6726 (en línea) EL PAISAJE MINERO COMO PAISAJE CULTURAL. CULTURAS DEL TRABAJO Y EL USO SOCIAL DEL TERRITORIO: EL CASO DEL PAISAJE INDUSTRIAL DE LAS SIERRAS DE OLAVARRÍA. PROVINCIA DE BUENOS AIRES * * Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (U.N.C.P.B.A). NuRES. Núcleo Regional de Estudios Socioculturales. GIAAI. Grupo de Investigación en Antropología y Arqueología Industrial. [email protected]

EL PAISAJE MINERO COMO PAISAJE CULTURAL. CULTURAS DEL ... · a la producción minera, por lo que los espacios naturales y los espacios artificializados transformados por la actividad

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Atek Na 5, 2015 Antropología Social ISSN 1668-1479

(impreso)

Carlos Alberto Paz*

ISSN 2422-6726 (en línea)

EL PAISAJE MINERO COMO PAISAJE CULTURAL. CULTURAS DEL TRABAJO Y EL USO SOCIAL DEL TERRITORIO: EL CASO DEL

PAISAJE INDUSTRIAL DE LAS SIERRAS DE OLAVARRÍA.

PROVINCIA DE BUENOS AIRES *

* Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (U.N.C.P.B.A). NuRES. Núcleo Regional de Estudios Socioculturales. GIAAI. Grupo de Investigación en Antropología y Arqueología Industrial. [email protected]

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Resumen El desarrollo del ecosistema productivo de Olavarría, y muy especialmente el subsistema minero, ha tenido a lo largo de su historia importantes modifi-caciones que desde la genética territorial deben ser entendi-das como distintas fases. Éstas tienen que ver con aspectos relacionados con la interacción cultural y el cambio socio-técnico desde los tiempos en que el territorio fue lugar de asentamiento de nuestros pue-blos originarios y hasta la ac-tualidad, donde las actividades primarias coexisten con la mi-nería en sus distintos períodos de expansión. Esto generó, a través del tiempo, un paisaje cultural característico de la región con formas de vida que dieron lugar a culturas del tra-bajo (relacionadas con la mi-nería preindustrial e indus-trial) y a un uso social del terri-torio articulado a las activida-des primarias y secundarias. Esto ha permitido trabajar so-bre las dimensiones culturales, la conformación de nuevos agentes sociales y espacios pro-ductivos, y muy precisamente con la singularidad del paisaje transformado por estas cultu-

ras industriales y su valor tes-timonial. Palabras clave: interacción cul-tural, paisajes culturales, cultu-ras del trabajo. Abstract The development of a produc-tive ecosystem in OlavarrÍa, and specially the mining subsystem, has undergone important changes throughout its history that must be understood, from the territorial genetics, as dis-tinct phases. Those phases are related with specific issues of the cultural interaction and the social-technical change since the territory was occupied by our native peoples until today, where primary activities coexist with mining at different periods of expansion. This situation generated over time a distinc-tive cultural landscape of the region, with ways of living that led to work cultures (related with the pre-industrial and in-dustrial mining) and to social space utilization, articulated with primary and secondary activities. This allowed working on the cultural dimensions, the formation of new social actors, the creation of new production

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facilities, and precisely with the uniqueness of the landscape transformed by these industrial cultures and their testimonial value.

Key words: Cultural Interac-tion, Cultural landscapes, Work Cultures.

1. Introducción

finales del año 1999, comenzamos a trabajar en un Pro-yecto de Arqueología Industrial, con el grupo de Investi-gación en Antropología y Arqueología Industrial (GIAAI)

de la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría. Un proyecto que continúa en la actualidad y desde donde se pretende poner en valor nuestro patrimonio material e inmaterial articulado a la minería de nuestras sierras y sus microsociedades mineras. In-dagar sobre las manifestaciones de nuestro pasado minero pre-industrial e industrial nos ha permitido trabajar sobre un mundo articulado al trabajo humano y al conocimiento de oficios, de técnicas y tecnologías que le otorgan al desarrollo minero de la región características muy particulares.

Distintas variables, políticas, sociales, tecnológicas nos intro-ducen al mundo de las culturas del trabajo, a la era de la “pro-ducción a brazo” (Paz 2013: 6), donde hombres y el uso de fuerza de trabajo animal conformaban una compleja articulación. Estos tipos de formas productivas se asociaban a microsociedades mi-neras que reproducían en su interior la cultura y la forma de vida de los picapedreros serranos. Esta particular relación de hom-bres y espacios naturales en el territorio desde el inicio de la ocupación de la tierra por los pueblos originarios, derivó a fina-les del siglo XIX en la generación de otras actividades articuladas a la producción minera, por lo que los espacios naturales y los espacios artificializados transformados por la actividad humana, en cuanto hábitats y estructuras productivas de la incipiente actividad minera, derivaron en la creación de un paisaje muy particular que es parte de la dimensión cultural de nuestro terri-torio.

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Es por ese motivo que el paisaje minero, en relación con la noción de paisaje cultural, nos permite trabajar con la noción de cultura minera -entendida como un sistema de producción que se desprende de un determinado contexto histórico- en las iniciati-vas de la innovación, en la inercia de los procesos tecnológicos perpetuados en tradiciones productivas y en los usos sociales de un territorio tal como se desprende de estudios antropológicos, arqueológicos y etnohistóricos. Sin dejar de lado a la Geografía cultural que en conjunto tiende a analizar la manera en que una sociedad “…percibe, reproduce y ordena su espacio inmediato pri-mero y su universo completo después… es necesario tomar en cuen-ta los valores y saberes de un sociedad…comprender la lógica terri-torial de larga duración que subyace a su cultura específica…y los cambios históricos que han experimentado las relaciones entre la sociedad y su entorno” (Fernández Christlieb 2004 :10). Por esta razón, es absolutamente necesario comprender las transforma-ciones en nuestro entorno natural, puesto que nos acerca al abordaje de la cultura material y las culturas del trabajo propias de nuestro ecosistema minero.

La minería artesanal, en el caso de Olavarría, fue y es un sis-tema de recursos que contribuyó al desarrollo local, articulando paisajes culturales con el patrimonio y el pasado tecnológico y representando una memoria histórica de la industria minera (en cuanto paisaje cultural) como pasado tecnológico testimonial (Sobrino Simal 2009) que está representado por los vestigios materiales relacionados con la producción artesanal de la cal, además de sus elementos intangibles, oficios y formas de vida a la cultura material e inmaterial de las sierras. 2. La Noción de Paisaje y el abordaje de los paisajes mineros

La génesis del concepto ha sido dividida en tres tiempos para

la construcción progresiva de la noción de paisaje. El enciclope-dismo del siglo XVIII articuló la Geografía y la Geología con un exceso de naturalismo que incluía la noción de paisaje rural (aproximadamente hacia 1934) hasta llegar a una noción de pai-saje como objeto científico susceptible de análisis que permitiera

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plantear la existencia de diferentes tipologías y con qué metodo-logías serían abordadas cada una de ellas (Preite 2010).

Si tenemos en cuenta la existencia, según las definiciones de la UNESCO, de diversos tipos de paisaje, a saber: (1) urbanos, (2) rurales, (3) arqueológicos y (4) industriales, la posición de Preite respecto a los paisajes industriales y lo que se trata de determi-nar en este punto en particular1, un modelo de análisis posible respecto a territorios mineros debería atender a las siguientes cuestiones: (1) la relación con el territorio donde se produce la explotación, (2) las formas de la explotación minera según la característica territorial, (3) la organización técnica de la explo-tación y las técnicas y tecnologías utilizadas2, (4) la relación con el sitio minero y su contexto. En relación a este último punto hay que tener en cuenta la existencia de: (a) diversos tipos de estruc-turas de producción, (b) la infraestructura minera articulada, por ejemplo, a sistemas de fábrica con villa obrera o company towns y (c) sitios de sociabilidad y abastecimiento (Preite 2010).

Los tipos de paisaje mineros

En relación al estudio de los paisajes generados por la activi-

dad minera, pueden establecerse dos tipos básicos: (a) paisajes de minería a cielo abierto y (b) paisajes de la minería de profun-didad.

Cabe destacar que se encuentran condicionados por diferen-tes factores: (1) las características orográficas de los sitios, (2) las tecnologías, (3) su localización en llanuras o áreas montaño-sas que establece los tipos de tecnologías a utilizar y las formas de extracción (cielo abierto y minas subterráneas) (Preite, 2010:154). Esto determina la particularidad de los paisajes mi-neros, su arquitectura (de producción) y la tecnología que se utilizará. La característica orográfica del territorio es determi-nante debido a que la cercanía a los yacimientos de mineral (por

1 Ver Preite, Massimo:”Le paysage minier comme paysage culturel (2010). 2 Se debe diferenciar las áreas donde existen formas productivas artesanales o preindustriales y formas productivas industriales o profesionales.

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ejemplo, materias primas) es crucial para la disminución de cos-tos, la conformación de planteles y la ubicación de las unidades de producción.

Por tal motivo pueden encontrarse paisajes mineros simétri-cos, que siguen una ubicación determinada ligada, por ejemplo, a las materias primas. Tal es el caso de los hornos caleros de las Sierras Bayas, ubicados en la cantera de Campagnale localizada hacia el Norte de la localidad, donde se encuentra una gran con-centración de unidades productivas en el centro de la cantera y en su periferia en forma de círculo. Este paisaje se diferencia de la producción minera de lugares europeos como La Toscana ita-liana, donde existe una dispersión asimétrica de caleras y minas a cielo abierto que siguen la orografía del lugar.

Respecto a su contexto, el paisaje minero es un paisaje indus-trial y su particularidad está dada por las características propias de sus estadios de desarrollo que generan entornos ambientales diferentes. La minería preindustrial generó, por razones intrín-secas a su modalidad productiva (de menor desarrollo técnico), impactos ambientales menos severos que la minería industrial o profesional de fábrica. Pero en su conjunto, como sucede en Ola-varría, ambas modalidades de producción generaron paisajes muy particulares que representan: (a) la imagen de un proceso productivo completo, desde su fase técnica hasta los aspectos que generan las relaciones sociales de producción, (b) los proce-sos de trabajo y las condiciones de vida en los contextos prein-dustriales e industriales.

La explotación de yacimientos de piedra caliza, dolomita y granito, dio lugar al asentamiento de caleras y canteras, que inci-dieron a lo largo de varias décadas en el mantenimiento de la economía serrana, generando recursos extraordinarios al Muni-cipio local. El crecimiento de estas formas productivas, el uso de determinadas técnicas y tecnologías en manos de inmigrantes de ultramar, especialmente italianos que aplicaron sus conocimien-tos previos del oficio minero aprendidos en su país de origen y la colaboración de otros grupos de inmigrantes en determinadas fases del proceso socio-técnico de la minería local, dieron forma a procesos productivos de carácter artesanal, constituyéndose en

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actores determinantes del momento histórico más importante del desarrollo de la producción de cal preindustrial.

Por este motivo, el paisaje minero debe ser entendido como un paisaje cultural que pasa a ser un bien cultural y que confiere, además, cierta identidad a una localidad o región que se refleja claramente en la memoria colectiva. En este caso, lleva a la evo-cación inmediata de eventos, sucesos históricos y procesos de cambio estructurales, sociales y ambientales en un contexto mul-ticultural donde se destacaron los italianos, dado que su cultura del trabajo -como el conjunto de elementos asociados a su etnia, a sus manifestaciones- se reprodujeron notoriamente en nues-tras sierras (Paz 2013). 3. El concepto de Paisaje Cultural. Definición y tipologías de paisaje articuladas al caso olavarriense

El paisaje cultural es reconocido actualmente a escala interna-

cional como una nueva forma de patrimonio, en cuanto a las in-tervenciones en las que el ser humano “introduce, transforma y relaciona su trabajo con el medio físico y natural” (Arias Incollá 1999, 11). Es un término que engloba todas las prácticas en las que el Hombre interactúa con la naturaleza y se consideran como paisajes culturales los que están determinados por: (1) la im-pronta humana original que puede repercutir en una región o localidad, (2) los de carácter excepcional o singular que en su conjunto despiertan un interés histórico-cultural.

Los estudios sobre el paisaje cultural surgen en el siglo XIX, siendo los naturalistas, estudiosos de las ciencias físicas, los que le dieron su impulso. Alexander Von Humboldt establecía en su obra “Cosmos” que el estudio del paisaje habilitaba descifrar la relación sociedad-naturaleza, incorporando el concepto de “me-dio” que permitía analizar la diversidad ambiental y algunas otras relaciones con sistemas bióticos (Fernández Christlieb 2004). También a partir de Darwin y “El Origen de las Especies” (1859) (citado en: Fernández Christlieb 2004), antropólogos y geógrafos comienzan a establecer articulaciones entre las socie-dades y sus entornos físicos, teorías que tomarán distintos rum-

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bos: (1) las que analizan el impacto de la acción del hombre so-bre el ambiente y (2) las que analizan el impacto del medio en las sociedades.

En el primer caso, George Perkins Marsh nutre con su obra “Man and Nature” (1864) (citado en: Fernández Christlieb 2004) en un incipiente análisis ecológico sobre el impacto de la acción humana sobre los territorios. Por otra parte, los estudios de Le-wis Morgan en “La Sociedad Antigua” muestran como el conoci-miento, los saberes desarrollados por una sociedad, permiten interactuar con su medio natural. De la misma manera a finales del siglo XIX, Friedrich Ratzel (1897) utiliza el término Antropo-geografía y posteriormente el de Geografía Política (citado en: Fernández Christlieb 2004). Estos estudios pioneros del paisaje cultural abrieron un nuevo campo para entender como las dife-rentes culturas hacen uso de su ambiente y lo transforman como parte de la realidad de territorios y regiones3.

Otra consideración importante acerca del paisaje cultural es la del geógrafo Otto Schluter quien establece que “…el paisaje es el resultado de la acción de los pueblos sobre el medio natural, de manera que las ciudades, constituirían los núcleos del territorio donde se acumula la información sobre la cultura de los pueblos que han construido y transformado el espacio. Por ello el estudio del paisaje urbano se vuelve fundamental en la comprensión de la cultura de cada comunidad” (Fernández Christlieb 2004:12).

La interesante interpretación de Franz Boas4 sobre la articu-lación sociedad-naturaleza u hombre-naturaleza a través del paisaje en el siglo XX, muestra que cada pueblo percibe y trans-forma su paisaje a la vez que es condicionado por éste, lo que implica entender la complejidad de las relaciones que se dan al interior de un territorio.

Pero es muy interesante en relación a este punto mencionar un trabajo de Anthony Giddens, “The Constitution of Society” (1984) (citado en: Fernández Christlieb 2004), que permite a partir del estudio de geografías individuales, de sus biografías

3 Ver Fernández Christlieb, F (2004). 4 Ver Franz Boas “The Mind of Primitive Man” (1911).

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cotidianas al interior de una comunidad determinada, trazar los recorridos realizados por los individuos, los mapas de las expe-riencias de una colectividad, de sus espacios vividos, de su cultu-ra que ha permitido el ordenamiento y transformación de su territorio a partir de las formas de ocupación territorial, las for-mas urbanas que del territorio se desprenden y el paisaje cultu-ral generado (Fernández Christlieb 2004:14).

Podemos entonces definir el paisaje cultural como resultado de actividades humanas en un territorio concreto, cuyos compo-nentes identificables son: (1) el sustrato natural (orografía, sue-lo, vegetación, agua), (2) la acción humana, modificación y/o alteración de los elementos naturales y construcciones para una finalidad concreta, (3) la actividad desarrollada (componente funcional en relación a la economía, formas de vida, creencias y cultura.

El paisaje cultural es entonces una realidad compleja inte-grada por componentes naturales y culturales, tangibles e intan-gibles, cuya combinación configura el carácter que lo identifica como tal.

Los tipos de paisaje cultural establecidos por UNESCO son: (a) paisaje claramente definido, creado y diseñado por el ser humano, (b) paisaje evolucionado orgánicamente debido a un imperativo inicial der carácter social, económico o administrati-vo e incluso religioso que evolucionó hasta su forma actual como respuesta a la adecuación a su entorno natural. Son sus subtipos: (1) paisaje vestigio o fósil, en el que el proceso evolutivo con-cluyó en algún momento del pasado pero sus rasgos son todavía visibles, (2) paisaje activo, que conserva un papel activo en la sociedad contemporánea asociado con el modo de vida tradicio-nal y cuyo proceso de evolución sigue activo y (c) paisaje cultural asociativo, en el que existen asociaciones religiosas, artísticas o culturales con el medio natural en lugar de pruebas culturales materiales que pueden ser inexistentes o poco significativas (Rossler 1992).

Los paisajes culturales como legados de las culturas del tra-bajo son analizados hoy de manera interdisciplinaria en cuantos

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paisajes de la producción, con una diversidad de abordajes que pueden establecerse de la siguiente manera:

Son distintas variables para un análisis potencial del territo-rio y de su paisaje industrial que como tal, se transforma en un paisaje de la producción que puede ser aplicable a cualquier caso de estudio5 (Sobrino Simal 2009:5). Tal como hemos realizado en el análisis del paisaje minero local desde su estadio preindustrial, donde el paisaje se presenta como testimonio del pasado, como una prueba de la existencia de culturas del trabajo de la cal y del granito, las culturas de los picapedreros serranos como testimo-nio de culturas anteriores a la cultura profesional de fábrica, a la cultura laboral a la cual el fordismo le imprimió su sello carac-terístico en el Siglo XX.

Son también las formas actuales de entender y analizar el paisaje cultural que se desprende de las obras del hombre sobre el ambiente natural bajo una pluralidad de formas, algunas veces armoniosas y en otras conflictivas en donde actúan diversos su-jetos y en donde puede hacerse presente, como en el caso local de la minería serrana, la diversidad cultural.

5 Ver Sobrino Simal, J. 2009. Paisaje Cultural, Gestión Territorial y Patrimonio. 2° Taller de Patrimonio Cultural. Universidad de Sevilla. España.

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También ese legado paisajístico de las culturas del trabajo y de la producción posee otro bien cultural que está representado por el patrimonio intangible que forma una parte indivisible de las culturas del trabajo. Es transmitido de generación en genera-ción, es parte de la historia del paisaje y de sus culturas labora-les, denotando la identidad local y regional, la historia de comu-nidades y de una multiplicidad de sujetos (Sobrino Simal 2009).

En esta construcción de los paisajes industriales como paisa-jes culturales modernos, se pueden establecer tres tipologías que también son aplicables a cualquier entorno productivo y que tienen en cuenta una importante cantidad de variables que se relacionan con los aspectos puramente físicos de un territorio, con el sistema económico y con los factores culturales que en nuestro caso son determinantes para la generación de los paisa-jes de la producción (gráfico 1).

4. Los paisajes culturales de la minería olavarriense6

El esquema presentado siguiendo el modelo de Sobrino Si-

mal, ha sido adaptado para comprender la forma en que se gestó el paisaje cultural de la minería de las sierras de Olavarría que está asociado a culturas del trabajo que nacen con las actividades extractivas en sus dos períodos: el preindustrial desde 1870 a 1920 y el industrial o profesional de fábrica a partir de la segun-da década del siglo XX.

En lo que corresponde al estadio preindustrial, que es el momento en que comienza a gestarse el paisaje cultural minero de las sierras, podemos observar que éste surge de: (1) la trans-formación de un ecosistema natural, (2) con impacto inicial a escala local-regional, (3) la ubicación estratégica de unidades productivas en cercanías de los recursos pétreos, (4) la ubicación geográfica en el centro de la Provincia de Buenos Aires como uno

6 La investigación sobre el patrimonio industrial y los paisajes culturales de Olavarría se realiza en la zona serrana del Partido y sus localidades mineras desde el año 1999 bajo el Proyecto de Rescate y puesta en valor del Patrimonio Industrial de las sierras de Olavarría que se desarrolla actualmente desde el GIAAI.

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de los elementos positivos determinante en la comercialización, (5) la incidencia de factores culturales que provocaron la espe-cialización productiva por la aplicación de oficios y un capital social que estuvo inicialmente articulado a movimientos migra-torios de ultramar.

Su característica es la de ser un paisaje de la producción pues se conformó bajo distintas instancias que se articulan con la ex-

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plotación económica del territorio. Nace a partir de la explota-ción natural del suelo, con la agricultura y la ganadería que co-existen con la minería preindustrial y posteriormente industrial de fábrica hasta la actualidad.

Las sierras de Olavarría contienen un paisaje cultural parti-cular que se desarrolla a partir de la relación entre la sociedad y la naturaleza y principalmente del vínculo trabajo y cultura en toda su complejidad. Cuando se habla de cultura “… no hacemos referencia a un marco explicativo, de los procesos históricos y de cambio social, sino que nos referimos al sistema de símbolos que hace inteligible la conducta humana, las instituciones, los aconte-cimientos y los procesos sociales” (Drolas 2010:4).

Y deben añadirse también los procesos productivos y sus di-ferentes prácticas que se desarrollan en ese marco de sentidos y significados en un espacio donde encontramos esas relaciones sociales, que es para Geertz la dimensión pública de la cultura que define la interacción y la organización de la vida (Drolas 2010).

En tanto que nuestro territorio es un espacio transformado por la industria, esa cuestión es determinante para definir a nuestras sierras y su entorno productivo como un paisaje cultu-ral dado que “…el paisaje cultural es el resultado de la acción de un grupo social sobre un paisaje natural, donde la cultura es el agente, lo natural el medio y el paisaje cultural el resultado” (Sa-baté Bel 2004:3).

De tal manera podemos entender que las actividades prima-rias y secundarias y muy especialmente estas últimas con el de-sarrollo de la actividad minera, han establecido un paisaje cultu-ral donde encontramos (1) culturas del trabajo asentadas en un territorio de manera estable, (2) la generación a partir de las actividades sociales y económicas a través del tiempo de un terri-torio histórico, que (3) genera un tipo especial de registro o mar-ca sobre un territorio que permite su interpretación y (4) que ese territorio es un constructo social en el que también es posible encontrar rasgos de migraciones culturales.

Pero principalmente es fundamental entender que el paisaje cultural de las sierras de Olavarría es un territorio asociado a

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distintos eventos que surgen por las actividades económicas que generan tradiciones productivas que se han mantenido a través de más de un siglo y que permiten establecer claramente que ese paisaje cultural es la “… huella del trabajo sobre el territorio” (Sa-baté Bel 2004:5), son lugares de la memoria que conservan la identidad de un territorio e incluso la refuerzan.

Esta concepción del paisaje local puede resumirse en cuanto a los factores culturales que lo conforman. (a) Son paisajes evolu-tivos: están articulados a imperativos sociales, económicos o administrativos que se desarrollan como respuesta al medio na-tural, (b) se articulan a determinados valores humanos (saberes, experiencias e intercambio de conocimientos), (c) pueden ser relictos de actividades o paisajes fósiles en caso de que las activi-dades que lo conformaron se hayan extinguido por diversas ra-zones como ser la interrupción en la transmisión de oficios o la innovación tecnológica (como ha sucedido con la minería artesa-nal), (d) son parte de paisajes culturales que refieren a etapas significativas de ciertos desarrollos o estadios industriales, (e) pueden ser ejemplos que muestran la relación con las condicio-nes de hábitat o como en el caso local de comunidades de fábrica en estadios preindustriales e industriales (Sierras Bayas y Loma Negra7 como casos concretos), (f) son paisajes articulados a for-mas productivas tradicionales, extintas, o en proceso de extin-ción que en el caso olavarriense coexisten con prácticas produc-tivas que utilizan alta tecnología como ocurre con las grandes plantas cementeras.

En relación a estas tipologías de paisaje cultural, es intere-sante mencionar una clasificación propuesta por Arias Incollá que muestra tres tipos de paisaje cultural: (a) el paisaje diseña-do, creado por el hombre y representado por un ecosistema de tipo mosaico, donde se ubican actividades primarias, secundarias y hábitats (caso de las sierras de Olavarría) (b) el paisaje evoluti-vo, que surge por imperativos socioeconómicos y es cambiante

7 Son dos de los casos más representativos de nuestro país como centros histó-ricos productores de cemento y cal preindustrial. El origen de la empresa Loma Negra fue el de una calera.

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(representado en nuestro caso por el mercado regional y la inno-vación tecnológica que no ha cesado en más de ciento cuarenta años de prácticas productivas y de los que se desprenden) y (c) los paisajes asociativos, representados por los relictos de las actividades extractivas y los aspectos intangibles de esas activi-dades (culturas del trabajo, formas de vida asociadas y saberes específicos, los oficios mineros y las técnicas italianas para el trabajo de la piedra) (Arias Incollá 1999).

De la misma manera encontramos dos sub-categorías: (1) El paisaje fósil o relicto de paisaje: determinado por el fin de las prácticas productivas de un territorio o de una porción territo-rial. En este caso un claro ejemplo lo constituyen las unidades productivas abandonadas y las canteras de piedra agotadas por la extracción de sus recursos y (2) el paisaje continuo en el tiem-po que representa, por ejemplo, al paisaje de la producción que sigue teniendo un papel socialmente activo en la sociedad con-temporánea, tal como ocurre en la minería actual del Partido de Olavarría, donde encontramos las diferentes caracterizaciones del paisaje cultural pero que en sus aspectos asociativos sigue manteniendo su vigencia como parte de la economía local. Lo cual implica comprender la relación cultural entre hombres y territorios, las imágenes y representaciones de una comunidad sobre el mundo del trabajo en la vida cotidiana.

La tecnología produce sobre este tipo de paisaje, impactos ambientales significativos que le dan al ecosistema su particula-ridad articulada a la minería a cielo abierto, que por las prácticas productivas tradicionales implementadas desde su primer esta-dio, integra diversos valores patrimoniales, culturales y natura-les. Está conformado por elementos tangibles e intangibles, por situaciones de contacto interétnico, por intercambio de informa-ción y préstamos culturales constantes como producto de una interacción que potenció el desarrollo sociocultural del área y que, en conjunto con variables tecnológicas, económicas, sociales y paisajísticas, le otorgan a la región su identidad. Este tipo de paisaje asociativo de nuestras sierras está, sin lugar a dudas, re-presentado por los patrones tradicionales de asentamientos mi-

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neros en tres áreas claves: (1) Boca Sierra, (2) Sierras Bayas y (3) “La Providencia” (Fig. 1 y 2).

Figura 1. Mapa con la ubicación del partido de Olavarría en la

provincia de Buenos Aires. Fuente: Dra. Carolina Mariano (GIAAI-NuRES).

Estos sitios representan la memoria histórica del área mine-

ra, puesto que en toda esta vasta área, es posible ubicar los pri-migenios centros de la explotación y en donde se destacan: (a) las estructuras habitacionales y barrios obreros preindustriales, (b) las estructuras productivas representadas por los antiguos hornos caleros, propiedad de inmigrantes italianos en su gran mayoría, (c) las tecnologías aportadas por italianos, yugoeslavos y polacos en el proceso de calcinación o “quema“ de cal artesanal, (d) las técnicas articuladas a los saberes para el proceso produc-tivo en los hornos, caleras y canteras, (e) las practicas producti-vas, saberes y representaciones relacionados a las formas de vida de estas culturas del trabajo.

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Figura 2. Mapa con la Ubicación de las principales localidades

mineras del Partido de Olavarría. Las técnicas utilizadas en la sierra por nativos y extranjeros

forman parte de herencias culturales, de tradiciones laborales y transferencia de conocimientos no inducidos. De esta manera debe pensarse el paisaje cultural asociado a formas culturales aportadas, en nuestro caso, por los inmigrantes en todos los as-pectos que hacen a las culturas del trabajo, y a sus elementos materiales e inmateriales.

En este sentido, el paisaje cultural de las sierras desde el punto de vista asociativo y continuo, forma parte de los valores histórico-antropológicos del territorio por cuanto las migracio-nes se articulan a fenómenos socioeconómicos y políticos. El caso de los italianos, en cuanto al uso social y productivo del territorio serrano, fue determinante en el desarrollo de innovaciones so-cio-técnicas y como agentes activos en las microsociedades mi-neras, en la identidad territorial asociada al trabajo de la piedra y en la manifestación de múltiples actividades sociales y empresa-riales en la misma ciudad de Olavarría.

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Por lo tanto, el paisaje cultural de nuestra minería obedece, en cuanto a su evolución, a imperativos sociales, económicos, administrativos e incluso simbólicos en relación a los aspectos que se desprenden de la forma de entender la producción minera y la identidad de las culturas del trabajo subyacentes. Este paisa-je nace como efecto del uso del territorio y sus recursos natura-les y refleja en su interior los aspectos evolutivos (a través del tiempo) y los componentes de su caracterización productiva8. Si bien la minería artesanal prácticamente ha desaparecido, el de-sarrollo minero bajo formas modernas de gestión y tecnologiza-ción fabril de última generación no se detiene9.

¿Cuáles deberían ser entonces las variables que nos posibili-tarían entender nuestro paisaje cultural? Siguiendo el plantea-miento de Hernández Llosas (1999), analizar la herencia cultural en el ámbito de la producción sería una de las cuestiones funda-mentales. También el estudio de las “culturas vivientes” median-te la etnografía, en la recuperación de sitios que expresen la cul-tura material de la producción y del paisaje, las actividades humanas en general -comprendiendo que el paisaje fue creado y utilizado por las sociedades humanas que le dieron una significa-ción cultural representativa de las formas de vida de las comuni-dades- y focalizando la atención en una multiplicidad de varia-bles: (a) la estructura social, (b) los modos de vida, (c) los siste-

8 Es notable observar en la localidad de Sierras Bayas justamente algunos de los aspectos que comenta Hernández Llosas (1999), como la localidad originaria junto a Boca Sierra de las actividades mineras del Partido de Olavarría, se re-presenta como una línea de tiempo en la cual se encuentran claramente dife-renciados por los usos tecnológicos y la infraestructura minera, los dos estadios que dieron origen a la minería preindustrial y posteriormente industrial. Es a estas cuestiones a las que nos referimos como la evidencia material significativa de su “evolución” (como paisaje industrial cultural). 9 Consideramos que está todavía en desarrollo, debido a que las diferentes etapas de la producción minera -desde el estadio preindustrial al estadio profe-sional fordista, pasando a las nuevas formas de organización del trabajo bajo modelos de producción y tecnologías simbólicas como la Calidad Total y a los sistemas actuales de clase mundial post-calidad total- no se ha detenido ni en los aspectos de la gestión fabril ni en la innovación técnica y las calificaciones necesarias que han hecho desaparecer desde hace casi dos décadas al tradicio-nal obrero fordista en las plantas cementeras de Olavarría.

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mas de conocimiento y transmisión de saberes y prácticas pro-ductivas, y (d) las representaciones que subyacen a determina-das culturas del trabajo.

5. ¿Qué importa analizar al interior de las localidades mineras de origen preindustrial?

Si tenemos en cuenta que las localidades mineras (tal como

ocurrió posteriormente al estadio preindustrial con la llegada de los grandes asentamientos fabriles y sus Company Towns o sis-temas de fábrica con villa obrera) fueron el ámbito de la repro-ducción social del trabajo, y que dada la particularidad de la con-formación sociocultural multiétnica de las microsociedades mi-neras de Olavarría, deben relevarse principalmente: (1) los dis-tintos grupos sociales involucrados (italianos, portugueses, mon-tenegrinos, croatas, yugoeslavos, españoles, entre otros) y (2) los tipos de agrupamiento cultural, estableciéndose respecto a cada uno: (a) su rol o participación en los aspectos comunitarios, (b) las estrategias de supervivencia de los individuos o del grupo y sus redes sociales (especialmente las utilizadas por los italianos en el Partido de Olavarría), (c) la relación con otros grupos, (d) los aspectos de la sociabilidad, (e) la especialización productiva, (f) la forma de transmisión de tradiciones culturales y de los ofi-cios relacionados con la minería (donde se destacaron los italia-nos, portugueses, polacos y yugoeslavos que aportaron diversas técnicas y tecnologías junto a otros grupos). Asimismo deben recuperarse, mediante la etnografía, esas “culturas vivientes” como fuentes privilegiadas y únicas de procesos, que al ser parte de acciones humanas insertas en procesos socio-técnicos perma-nentes, se vuelven irrepetibles al perderse la transmisión de los oficios o la destrucción de la base material (Hernández Llosas 1999: 111-112).

En relación a la especialización productiva, implica trabajar el concepto de culturas del trabajo y de allí la importancia de las fuentes orales en la recuperación de las formas laborales y su centralidad en la vida cotidiana, que expresa la dimensión cultu-ral del territorio, que está determinada en cuanto a su relación

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con la cultura material e inmaterial con los conocimientos teóri-co-prácticos, los comportamientos, actitudes y valores que los hombres adquieren y construyen a partir de su participación en los procesos productivos, conformando y regulando la interac-ción social.

Realmente es interesante este abordaje para el caso local, puesto que en el relevamiento etnográfico en las comunidades serranas, aparecen claramente variables asociadas a la cultura material y del trabajo que adscribe a un colectivo profesional que es una huella indeleble de nuestro territorio hasta el presente. En cuanto a la profesión articulada al oficio, observamos nuevamen-te a los italianos como maestros artesanos del oficio minero y de sus técnicas; los saberes y el uso de herramientas forman parte de la cultura material e inmaterial de nuestras sierras, de la cul-tura de los picapedreros serranos. El léxico de los mineros italia-nos en diversos roles en canteras y caleras, la denominación de técnicas y tecnologías y hasta simples herramientas impregnaron la actividad minera local hasta hoy. Puntas, scarpello, barretas, punchotes, mazzoti, son nombres de artefactos que al asociarlas a oficios como el de la Martellina (el trabajo sobre la piedra granítica de manera artesanal con cincel y martello) producía lo que Leroi-Gourhan (1988) denominaba gramáticas generativas al relacionar los gestos técnicos y el uso de herramientas con la práctica de la Martellina, indicadores de un oficio (Paz 2013).

Para abordar esto es muy fértil el concepto culturas del tra-bajo, que es un constructo ideológico que da cuenta de la hetero-geneidad de vivencias, de experiencias de diversos actores que de tal forma construyen colectivamente su cultura, su vida coti-diana (Palenzuela 1995), teniendo en cuenta la centralidad del trabajo en la vida social de todos los grupos que integraban el subsistema minero local. Ocupa un lugar de relevancia en la exis-tencia misma de los individuos y de los grupos aglutinando valo-res, representaciones y percepciones que el individuo interioriza en su actividad laboral, modulando sus representaciones sociales y su cosmovisión más allá del espacio y tiempo en el que tienen lugar los procesos de trabajo (Palenzuela 1995:1).

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La cultura del trabajo está relacionada con las condiciones materiales de existencia, con la configuración del universo cog-noscitivo de los individuos y determina: “… el conjunto de cono-cimientos técnicos y prácticos, comportamientos, percepciones, actitudes y valores que los individuos adquieren y construyen a partir de su inserción en los procesos de trabajo…todo lo cual mo-dula su interacción social más allá de su práctica laboral concreta y orienta su específica cosmovisión como miembro de una colecti-vidad determinada” (Palenzuela 1995:7).

En el caso de nuestras sierras, la cultura del trabajo en su fa-se material articulada por los mineros está expresada en: (1) la arquitectura industrial de los hornos verticales construidos por trabajadores italianos y propiedad de patrones de cantera, italia-nos en numerosos casos, (2) las técnicas constructivas de los hornos en sus diferentes partes, que siguen las técnicas de cons-trucción italianas que se reprodujeron en las sierras de Olavarr-ía, (3) las viviendas y barrios obreros preindustriales (el de los italianos, el de los portugueses en Sierras Bayas y posteriormen-te en Loma Negra), asociados a canteras y caleras, (4) los sitios de sociabilidad y las dimensiones afectivas, vivencias y formas de vida que se asocian con los aspectos inmateriales al igual que (5) los lugares de la memoria articulados a los relictos de las activi-dades productiva, a sus representaciones, a los sitios de valor urbano-fabril, a los restos de maquinarias obsoletas que en su conjunto forman parte de nuestro paisaje cultural.

Por este motivo, la caracterización cultural de un territorio y del mundo del trabajo, ha sido analizada en el caso local buscan-do una visión global y articulando la realidad social con las acti-tudes reflexivas y las experiencias vividas por los diferentes ac-tores sociales. Cada experiencia de trabajo es única e irrepetible y se articula localmente, ideológicamente y políticamente a espa-cios determinados de reproducción social. Esta concepción del territorio y su relación con el mundo del trabajo y la participa-ción humana en el uso y apropiación del territorio es acertada en cuanto “…las culturas del trabajo articuladas a estudios etnográfi-cos de las habilidades y capacidades técnicas que se adquieren y dominan con la práctica de una serie de oficios que por su compo-

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nente artesanal o tradicional parece ser que tienen una mayor capacidad de marcar a sus portadores una identidad particular” (Palenzuela 1995:17).

Es particularmente interesante el concepto que toma Geertz (1987) (citado en Drolas et al. 2005) sobre la dimensión pública de la cultura que refiere a la idea de espacio que es donde se despliegan relaciones sociales que dan lugar a visiones del mun-do y a la organización de la vida comunitaria. Esta dimensión pública de la cultura se “…sitúa espacial y temporalmente en con-textos y procesos históricos específicos, dentro de los cuales y por medio de ellos, se producen, transforman y reciben las formas simbólicas organizadas en base a reglas y convenciones, reprodu-cidos en la vida diaria como conocimientos prácticos” (Drolas et al. 2005:3).

El concepto culturas del trabajo refiere a la situación misma de trabajo, a las situaciones de la vida en comunidad, de la vida cotidiana de los trabajadores. Esto refuerza la posición de Geertz sobre el impacto de la dimensión cultural, pues debemos pensar-la como una “…acción simbólica dentro de un campo de interac-ción en el que se transmiten y reciben significados y sentidos…ese espacio es el espacio laboral en el que se da una especial forma de relación social… ya que el trabajo no es solo una variable económi-ca o un gasto de energía física o mental… conlleva una dimensión simbólica y cultural” (Drolas et al. 2005:3).

Lo expuesto es una aproximación teórica que resulta de gran utilidad para analizar las producciones culturales asociadas al concepto de trabajo, pero ampliándola como propone Palenzuela (1995) hacia una interpretación extensa que se aleje de esa arti-culación de cultura tradicional-proceso técnico que actúa casi como un determinismo. Esta cuestión puede ser corregida meto-dológicamente, incorporando la etnografía centrada en las diver-sas articulaciones del mundo laboral que permiten el rescate de las expresiones de la cultura y del trabajo que motivan compor-tamientos que se heredan, retransmiten y conforman ciertas prácticas más allá del trabajo mismo.

Por esa razón, estas culturas representan todo un mundo de prácticas sociales y productivas, muestran una multiplicidad de

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experiencias frente al trabajo humano y frente a los distintos sujetos que lo constituyen de manera cotidiana (Drolas et al. 2005). Respecto a esa noción extensa de la cultura material, sus componentes estarían determinados por (a) la arquitectura de los sitios de producción, (b) las tecnologías utilizadas, (c) las herramientas y todo proceso mecánico que esté articulado al sistema productivo. La cultura inmaterial por otra parte, estaría constituida por: (a) los aspectos simbólicos, (b) los saberes, (c) los valores de las culturas del trabajo que se desprenden de las actividades productivas.

Entonces, si analizamos estas variables, podemos observar con claridad que en sus dos aspectos, lo tangible e intangible “…son un testimonio de la vida cotidiana, de la memoria del traba-jo, de la historia de un lugar… forman parte de nuevas expresiones culturales vinculadas a la producción industrial, a la clase obre-ra”10 (Homobono 2004:7).

Por tal motivo, el rescate de la cultura material no implica so-lamente abordar los aspectos materiales, sino que es determi-nante analizar las tradiciones productivas, sus aspectos intangi-bles que en el contexto del mundo del trabajo, se convierten en marcadores étnicos por la incidencia de las migraciones (Fig. 3, Fig. 4, Fig. 5, Fig. 6, Fig. 7, Fig. 8, Fig. 9, Fig. 10).

La cultura material de la minería serrana puede estar repre-sentada en personas, en formas productivas y en determinados valores y comportamientos implicados en labores tradicionales (Castillo 2004), que en este caso articula a la localidad minera de Sierras Bayas con la producción de cal artesanal desde finales del siglo XIX.

Los aspectos simbólicos de la cultura material se manifiestan como parte de las tradiciones de los horneros o caleros de las sierras que definen con nombres particulares a ciertas unidades productivas. En este caso el nombre del horno “El Mandinga” representa (en la calera de Pérez Perry de Sierras Bayas) las difi-

10 En el siglo XX Georges Henri Riviere creador del concepto de Ecomuseo, manifestó la importancia de analizar el trabajo industrial y la reconstrucción de las culturas o subculturas del trabajo específicas (Ver Homobono, 2004, 8).

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cultades técnicas que se presentan para su encendido, para ini-ciar el proceso de calcinación de la dolomita.

Figura 3 (izquierda). Hornero de la Calera “La Victoria”. Sr. Aní-

bal Farinella. Sierras Bayas. Partido de Olavarría. Tecnología pre-

industrial. Figura 4 (derecha). Calera “La Providencia (1880).

Partido de Olavarría. Tecnología preindustrial.

En una entrevista realizada en el año 2002 al Sr. Anibal Fari-

nella (descendiente directo de italianos, quien heredó de su pa-dre el oficio de hornero o calero, aparece la siguiente reflexión: “… ese horno es el diablo, …lo que cuesta encenderlo, hay veces que me tengo que meter adentro del horno para ir acomodando los pedazos de carbón y las piedras de dolomita…el horno se ahoga y se ahoga y no prende, encima no tiene la cúpula ni la chimenea, antes tenía el parapeto que me paraba los vientos del sur, encima está alto bien arriba de la cantera, no es lo mismo estar acá que en el medio de la cantera de Campagnale o de Pavone”11 (Paz, C. Re-levamiento etnográfico del Proyecto del GIAAI, 1999-2012).

11 La denominación de “El Mandinga”, representa en las tradiciones culturales de nuestro país al diablo, representando metafóricamente en este caso los aspectos negativos de una de las unidades productivas más representativas de Sierras Bayas.

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Figura 5. Hornos de Ginnocchio (1885). Sierras Bayas. Partido de

Olavarría. Tecnología preindustrial.

Figura 6. Cantera de Ginnocchio a finales del Siglo XIX.

Las tradiciones productivas ingresan en el estudio de lo que

se ha denominado los sistemas económicos de producción y de las culturas del trabajo que tuvieron en la Antropología un peso teórico importante en los ’50. Es precisamente desde la corriente de la Ecología Cultural, que surge de su obra “Theory of Cultural Change” (1955) donde intentó mostrar cómo los cambios del entorno natural a partir de ciertas formas productivas generaban

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modelos productivos y áreas diferenciales que se especializaban en el uso de determinadas tecnologías, y a partir de estos facto-res, analizan el impacto sobre los ecosistemas naturales y la ma-nera en que son afectados por las actividades humanas (Steward 1955) (citado en Paz 2013).

Figura 7. Planta de Cemento “Loma Negra” (1930). Villa Alfredo

Fortabat. Partido de Olavarría.

Steward señala tres procedimientos fundamentales para ana-lizar los ecosistemas y el impacto de las actividades humanas: (a) analizar la tecnología productiva, (b) los modelos de comporta-miento que surgen de la particularidad de las tecnologías impli-cadas y (c) los cambios que se dan por la adaptación cultural al entorno. Esto debemos comprenderlo siguiendo las transforma-ciones de la base material y el impacto cultural de los procesos socio-técnicos, entendidos como la relación o articulación entre los hombres y los artificios tecnológicos.

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Figura 8. Company Town o Sistema de Fábrica con Villa Obrera

(1). Sierras Bayas. Partido de Olavarría. También es posible a partir de estas variables (hombre y en-

torno natural), comprender los cambios sufridos en una región para determinar el ambiente natural del pasado, las formas de las economías regionales primigenias y los estadios socio-técnicos que pudieron haberse dado al interior de la región, co-mo en el caso de Olavarría, donde desde las originarias activida-des primarias y pasando luego a los sistemas productivos prein-dustriales de la cal, se llegó a complejos industriales que hasta hoy continúan en desarrollo. Entonces es posible ver a partir de estas cuestiones, y como ocurre con el caso minero, la organiza-ción social, los tipos y estadios productivos e incluso los présta-mos culturales que actúan en conjunto con distintas variables, como factores de cambio que posibilitan identificar ciertos valo-res que se vuelven propios de una región determinada, afectando ecosistemas, comunidades y hábitats.

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Figura 9. Company Town o Sistema de Fábrica con Villa Obrera

(2). Sierras Bayas. Partido de Olavarría.

En el caso de la Ecología Cultural, lo cultural propiamente di-cho refiere al estudio de las relaciones sociales y el medio am-biente, debiéndose entender ambos conceptos también como fenómenos culturales y su importancia, fuera de los principios reduccionistas tecnológicos. Este abordaje nos permite analizar los factores que hacen que se convierta en recursos cierta parte de la naturaleza, los factores que determinan el uso de ciertas tecnologías y la conformación de determinadas formas de orga-nización social, que incluso, son parte de un complejo proceso de articulación pluricultural, que genera como en nuestro caso, una cultura del trabajo, una cultura material de característica muy particular.

También es muy interesante en el estudio de antropización ecosistémica que plantea Steward, su utilización del concepto de “núcleo cultural”, que ”… están constituidos por toda aquella cons-telación de rasgos estrechamente vinculados con las actividades económicas y de subsistencia, incluidas las pautas sociales, políti-

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cas y religiosas” . En tal caso debe entenderse a la minería “…como un núcleo cultural en torno a una actividad económica” (Steward 1955:37) de la que se desprenden culturas del trabajo como referentes de un sistema preindustrial o industrial que permite relacionar:

Figura 10. Planta de Cemento Sierras Bayas. Partido de Olavarría.

Este esquema es un buen elemento de análisis, a escala local o regional, de determinadas transformaciones en los ecosistemas o en regiones particulares. Pero atendiendo también a otras va-riables, como son los distintos actores sociales intervinientes en los procesos de cambio y la multiplicidad de opciones en la acep-tación o no de ciertas tecnologías, aleja el peligro de caer en de-terminismos, porque del análisis cultural del territorio se des-prende que estos procesos no son unilineales, sino que están

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articulados a múltiples actores y situaciones de cambio sociocul-tural operados por variables que van más allá de lo tecnológico, articulando la economía, la política e incluso las representacio-nes de los sujetos en el uso del territorio y de las mismas tecno-logías.

No debe pensarse que de formas productivas relacionadas con actividades primarias como la ganadería o la agricultura, pasamos de manera inmediata a otro estadio productivo genera-do por la minería preindustrial, sino que estamos en presencia de nuevas formas productivas que comienzan a explotar los re-cursos naturales del territorio, con la participación de múltiples actores que forman parte de diferentes sucesos históricos, eco-nómicos y sociales. En este caso el esquema sería el siguiente:

Son en realidad culturas del trabajo que se articulan con las

culturas del trabajo originarias y que a su vez se transforman a medida que la tecnología se modifica o por nuevos imperativos sociales, que pueden ser gestados a través de variables de cam-bio exógenas, tal como ocurrió con el impacto de la globalización de las economías en el ecosistema minero de Olavarría, que transforma las tecnologías tradicionales provocando el cierre de casi todas las unidades productivas artesanales o preindustriales por la obsolescencia tecnológica y las dificultades de acceso a un mercado cada vez más competitivo a mediados de la década del ‘80.

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Esta situación y la afectación de la tecnología al sistema so-cio-técnico en su conjunto, nos permite entender a la tecnología como un todo, no solo a partir de sus aspectos materiales, sino a través de un “complejo sistema social e ideológico” como lo defi-nía Leslie White (Herrero Nogueira 2000:66). La minería de Ola-varría no se desarrolla de manera lineal, sino que en su confor-mación encontramos diferentes procesos y además la impronta de las formas productivas, donde la tecnología va a tener a lo largo de más de ciento cuarenta años un peso determinante para la conformación de la cultura material e inmaterial de las sierras constituida por comportamientos, actitudes y valores.

Pero además debe entenderse este crecimiento y los cambios sociales y técnicos, como parte de una etapa de enorme comple-jidad que involucra cambios sociales, económicos y políticos en toda la región, y esto es debido a que según Durkheim: “… cada vez que nos proponemos explicar algo humano, tomado en un mo-mento dado de la historia, sea una creencia religiosa, un precepto moral, un principio legal, un estilo estético o un sistema económi-co, es necesario retroceder a su forma más primitiva y simple, tra-tar de explicar la caracterización por la cual estaba marcada en aquel tiempo y luego mostrar cómo se desarrolló y se complicó paulatinamente y cómo se convirtió en lo que es en el momento presente” (Herrero Nogueira 2000:73).

Es entonces importante observar la relación de la cultura y sus manifestaciones particulares en los espacios laborales y en relación con la sociedad. Por tal motivo puede pensarse el traba-jo como una forma cultural específica, generadora de comporta-mientos culturales que se desplazan desde las labores producti-vas, ya sean artesanales o profesionales, a la sociedad y de la sociedad a la fábrica, donde se trasladan valores y conductas que podrían determinar ciertos comportamientos y las prácticas cul-turales obreras de los sujetos (Guzmán Ríos 2005:28).

De la misma manera, Harris (1982) (citado en Molina y Va-lenzuela 2007) desde el Materialismo Cultural toma la teoría de Steward para analizar la relación sociedad-naturaleza incorpo-rando la noción de tecno-ambiente pues es para él la cuestión tecnológica y su aplicación en el entorno natural la que propor-

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ciona el núcleo de toda cultura, e incluso la que puede provocar la desestabilización de los ecosistemas. Para Harris, tecnologías similares aplicadas a entornos similares, tienden a producir or-denamientos productivos y laborales con agrupaciones sociales nucleadas bajo determinadas creencias y valores. Es en realidad una teoría que se asemeja a lo propuesto por Steward; ambos relacionan la cultura material en las actividades de subsistencia y la producción de bienes (Molina y Valenzuela 2007).

Harris excede los límites de la Antropología Económica con su Materialismo Cultural relacionado con el marxismo tradicio-nal, pero su cercanía a la Ecología Cultural nos es útil para en-tender y abordar la cuestión local de las culturas del trabajo arti-culadas con la minería serrana. Su mención al concepto de tecno-ambiente permite en este caso acercarnos a las múltiples formas de utilización de la tecnología y de las técnicas en los sistemas preindustriales de la cal del siglo XIX. Es, según la definición de Harris, la aplicación de la tecnología dentro de un medio ambien-te particular -al que define como sistema tecno-ambiental, un sistema que no es estable y que siempre tiende a potenciar la producción a medida en que la innovación técnica se desarrolla- lo que permite analizar los diversos estadios productivos de esos sistemas tecno-ambientales o sistemas socio-técnicos que se conforman, no solo con las técnicas y los artefactos, sino con los aspectos económicos, políticos, legales e incluso científicos de todo el sistema.

Ambos autores permiten introducir cuestiones de interés, por ejemplo: el impacto de tecnologías productivas sobre el en-torno, la explotación de áreas específicas con tecnologías particu-lares (sistema socio-técnico), el hábitat, las formas culturales subyacentes, el paisaje, la geografía y los modelos productivos que se generaron en el espacio serrano. Además facilita incorpo-rar temas relacionados con el mundo del trabajo minero: la divi-sión social del trabajo, roles, representaciones y los procesos históricos intervinientes en el marco de un enfoque histórico-antropológico de la realidad sociocultural de una microsociedad compleja, pues refiere también a procesos de interacción socioe-conómica, procesos de integración social, procesos de innovación

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tecnológica y las formas de apropiación del territorio y sus re-cursos.

Esto es determinante puesto que ciertas técnicas y tecnolo-gías surgen en nuestras microsociedades mineras por efecto de adaptaciones territoriales y ambientales en relación a experien-cias de trabajo. Un caso especial lo constituye la explotación de la piedra dolomita en las sierras bayas, un tipo productivo que re-presenta niveles de integración socio-técnica con la explotación del mármol de Carrara en La Toscana italiana. Lo mismo ocurre con la utilización de hornos de cal construidos por italianos en Sierras Bayas, La Providencia y Boca Sierra. Las técnicas cons-tructivas y las tecnologías de producción, respetaban y reproduc-ían técnicamente, estructuras de calcinación similares a las utili-zadas por los romanos en el Siglo I, formas productivas recono-cidas en todo el Piamonte Italiano y muy especialmente en la Lombardía y Brescia que se reprodujeron en las sierras de nues-tro Partido (Paz 2013).

Cabe aclarar que tanto la propuesta de la Ecología Cultural de Steward, como los estudios de Harris desde el Materialismo Cul-tural, fueron tomados teniendo en cuenta las variables que nos indican las formas de abordaje de una cultura material, de sus formas productivas y sus condiciones materiales de trabajo. No implica incorporar ciertos determinismos tecnológicos, pues el análisis se dirige hacia otro tipo de interpretaciones. Los cambios en las estructuras productivas o en los saberes aprehendidos, obedecen a formas de innovación no inducidas debido a que el entorno material está articulado a cosmovisiones de los múlti-ples actores, por su identidad y sus formas culturales que subje-tivan el trabajo humano.

Si bien existe en nuestro caso una marcada articulación entre entorno y cultura material, la etnografía nos ha permitido abor-dar los aspectos subyacentes de la cultura minera local, una vi-sión de la interacción social más allá de lo tecnológico, en lo coti-diano, y entender que al margen de la incidencia de las condicio-nes materiales, existen otras variables que en su conjunto, fueron parte de reflexiones, de flexibilidades interpretativas y no de normativas puramente tecnológicas.

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En la actualidad existen diversas perspectivas para analizar la cultura material y por ende las culturas del trabajo y los cam-bios en un territorio, no quedando circunscripta a los aspectos puramente materiales de la tecnología. Se han ampliado las cues-tiones teóricas y las fuentes como así también la participación multidisciplinaria, renovándose incluso ciertos estudios de la Antropología francesa iniciados décadas atrás por Leroi-Gou-rhan, la relación de la cultura material con la identidad, los cir-cuitos de comercialización, los enfoques microhistóricos, la his-toria social de las culturas del trabajo entre tantos otros aborda-jes (Sarmiento Ramírez 2007).

La importancia de estos estudios radica en su nueva percep-ción que nos posibilita, desde la Antropología, acceder a “conocer al hombre en su época”, pues es a partir de las relaciones sociales y ciertas condiciones de la base material o formas productivas donde se encuentra la significación de los hechos materiales (Sarmiento Ramírez 2007:221). Esto es importante, puesto que si la cultura material puede consistir solo en máquinas y herra-mientas para la satisfacción de necesidades humanas, también desde una perspectiva cultural como postula Geertz, la cultura material puede reflejar ciertas aspiraciones e intereses que refle-jen elementos de esa cultura, incluyendo las obras de arte, los objetos de trueque, instrumentos de música, objetos de rito, vi-vienda, vestimenta y alimentación, entre otros.

El sistema tecnológico está conformado por todo un conjunto de ideas, de saberes que se manifiestan en aptitudes adquiridas y técnicas aprehendidas para la fabricación de productos. Lo tec-nológico es crucial, pero incorporando ciertos elementos cuya representación simbólica también entra en relación con el sopor-te material. Porque en definitiva, cuando analizamos la tecnolog-ía, la economía y la organización social de una microsociedad o un grupo étnico, estamos analizando al mismo tiempo el mundo simbólico que da sentido a ese contexto social.

No hay dudas de la estrecha relación entre las culturas de un territorio y su articulación con el patrimonio cultural, que se potencia en determinado espacio (que conforma un paisaje cul-tural), motivando el desarrollo de nuevos agentes sociales y en-

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tidades productivas y conformando como hemos visto, paisajes económicos ligados a la urbanización fabril y la cultura urbana (Paz Benito del Pozo 2002).

Las culturas del trabajo y el análisis de su expresión material son parte hoy de la historia y la cultura de los territorios y por lo tanto se consideran elementos clave de la identidad de estos si-tios. Son el motor de la memoria de los lugares que han conteni-do en su interior a sistemas productivos preindustriales e indus-triales, generando formas de vida y de trabajo, dejando en el pai-saje y en la memoria colectiva marcas indelebles, tal como ha ocu-rrido en nuestras microsociedades mineras o “cuencas mineras”, dejando a su paso vestigios asociados a lo urbanístico, a lo cultu-ral, a lo económico y lo social, dibujando un paisaje cultural que se ha mantenido hasta el presente en otras dimensiones produc-tivas (Paz Benito del Pozo 2002:225).

La reconstrucción de la historia socioeconómica de nuestra región, y la construcción de una Antropología Social y una Ar-queología del trabajo humano, de los vestigios preindustriales e industriales de un pasado reciente, es uno de los compromisos que debemos asumir los antropólogos locales que utilizamos la Arqueología Industrial para recuperar desde esta perspectiva aquellos elementos que hacen al estudio del modo de vida del pasado y presente de nuestras sociedades, incluyendo como en este caso a los paisajes que el desarrollo industrial nos ha legado, y que sin duda alguna nos muestran la dimensión cultural del territorio.

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Recibido: 25 de agosto de 2015. Aceptado: 10 de octubre de 2015.